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12. El Emergentismo. -01- Acepto que el proceso cósmico consiste en una serie “ascendente” de “emergencias”: apariciones sucesivas de niveles de realidad cada vez más complejos y novedosos, de los cuales los más conspicuos hasta ahora han sido la Materia, la Vida, la Conciencia y la Conciencia Reflexiva. El ser humano es uno de esos “niveles de emergencia”: el que corresponde a la aparición de la conciencia reflexiva. Es el nivel más elevado conocido hasta ahora. Pero el ser humano no tiene por qué ser el último nivel, el más alto. Al contrario, me parece lógico que la naturaleza humana sea sólo un nivel intermedio. Después de un cierto tiempo de desarrollo evolutivo, la naturaleza humana será seguramente superada por niveles superiores. Y así seguirá creciendo la “Cadena del Ser”, trepando por la “Escala de la Naturaleza”, en una serie de peldaños en

12. El Emergentismo - Comentarios de Teología Emergentista

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El proceso cósmico consiste en una serie “ascendente” de “emergencias”: apariciones sucesivas de niveles de realidad cada vez más complejos y novedosos, de los cuales los más conspicuos hasta ahora han sido la Materia, la Vida, la Conciencia y la Conciencia Reflexiva. El ser humano es uno de esos “niveles de emergencia”: el que corresponde a la aparición de la conciencia reflexiva. Es el nivel más elevado conocido hasta ahora.Pero el ser humano no tiene por qué ser el último nivel, el más alto. Al contrario, parece lógico que la naturaleza humana sea sólo un nivel intermedio. Después de un cierto tiempo de desarrollo evolutivo, la naturaleza humana será seguramente superada por niveles superiores. Y así seguirá creciendo la “Cadena del Ser”, trepando por la “Escala de la Naturaleza”, en una serie de peldaños en número para nosotros desconocido, hasta llegar a una Emergencia Final, una Novedad Última que trascenderá al universo físico, más allá del Espacio y del Tiempo. Ésa será la “salida” del proceso creativo. Una salida que habrá conducido finalmente a Dios mismo, que es la Omega del Proceso, como fue también su Alfa.

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12. El Emergentismo.

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Acepto que el proceso cósmico consiste en una serie “ascendente” de “emergencias”: apariciones sucesivas de niveles de realidad cada vez más complejos y novedosos, de los cuales los más conspicuos hasta ahora han sido la Materia, la Vida, la Conciencia y la Conciencia Reflexiva. El ser humano es uno de esos “niveles de emergencia”: el que corresponde a la aparición de la conciencia reflexiva. Es el nivel más elevado conocido hasta ahora.

Pero el ser humano no tiene por qué ser el último nivel, el más alto. Al contrario, me parece lógico que la naturaleza humana sea sólo un nivel intermedio. Después de un cierto tiempo de desarrollo evolutivo, la naturaleza humana será seguramente superada por niveles superiores.

Y así seguirá creciendo la “Cadena del Ser”, trepando por la “Escala de la Naturaleza”, en una serie de peldaños en número para nosotros desconocido, hasta llegar a una Emergencia Final, una Novedad Última que trascenderá al universo físico, más allá del Espacio y del Tiempo. Ésa será la “salida” del proceso creativo. Una salida que habrá conducido finalmente a Dios mismo, que es la Omega del Proceso, como fue también su Alfa.

Porque al principio (hablando ontológicamente) sólo era Dios, que era el Todo infinito. Pero decidió “contraerse” para dejar sitio a lo finito, y así comenzó el Proceso. Pues –por necesidad absoluta— el “vacío de Dios” tiene que restaurarse, tiene que llenarse

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para que Dios vuelva a ser Todo en “todas partes”. Por eso, el proceso cósmico sale de ese vacío creado por Dios (por “contracción”: “tzimtzum” o “kenosis creadora”) para volver al mismo Dios. Todas las cosas, los humanos incluídos, somos sólo “chispas” de ese devenir, de ese “fuego” encendido por el Espíritu de Dios, que asciende desde el Alfa hasta la Omega, desde Dios-nada a Dios-todo.

¿Dónde nos situamos, en este cuadro, los individuos humanos, tan ínfimos y efímeros? Seríamos meros instantes intermedios, sin mayor importancia, si no fuera porque Dios, en su inmensa benevolencia, quiso ejecutar un plan de Redención complementario al de Creación, que nos rescata del interior del proceso para hacernos compartir esa Novedad Última, esa Omega que lo trasciende.

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[Comentario de Antonio]: Hay dos palabras en español que se escriben igual pero que derivan de dos etimologías diversas. La escatología de los teólogos se deriva de “esjaton”, el tiempo futuro… La otra, de skatós, es la de las alcantarillas. Siempre me ha hecho gracia. ¿Hay en español otro ejemplo de conceptos homónimos de tan diverso significado? Parece una metáfora. Al final todo se une…

Cuando se habla del fin del universo, de “escatología cósmica”, en la cosmología científica actual, se barajan varias hipótesis, la más admitida de las cuales es por ahora la del “universo plano”, que conduce a una nada final perpetua, a la disolución de toda la materia y la disipación de toda la energía útil. A una especie de excremento final: la entropía total. (Las hipótesis alternativas no son más optimistas).

Pero es posible, creo yo, que la física actual no esté tomando en cuenta todos los factores, al atender reductivamente sólo al nivel físico más básico de la realidad.Puede que en la escatología cosmológica –acerca de las últimas cosas del proceso cósmico— ocurra algo similar a lo que pasa en la “escatología digestiva” –acerca de las últimas cosas del proceso digestivo— : se olvida que el producto final del proceso es la energía que pasa a constituir el organismo, y se atiende únicamente a los excrementos que son sus desechos.

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Efectivamente, mi comentario tenía que ver con los dos conceptos homónimos de “escatología”.

Decía que, además de esa curiosa coincidencia a que condujeron dos etimologías diferentes, ¡tan diferentes!, a mí me parece ver otra coincidencia:

-Cuando los físicos hablan de “escatología cósmica”, es decir de las últimas cosas del proceso cósmico, del supuesto estado final del universo, sólo ven una enorme nada, un universo en que ya no hay sino vacío y más vacío. Desorden puro, entropía pura, desecho puro. Esta conclusión es desoladora. Ya hice referencia a ello cuando cité las palabras de B. Russell: “que todo el esfuerzo de la historia, toda la devoción, toda la inspiración, toda la luz de mediodía del genio humano están destinados a la extinción en la muerte del sistema solar; y que todo el templo de las hazañas del hombre debe quedar inevitablemente enterrado bajo los restos de un universo en ruinas…”.

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-Cuando se habla de “escatología digestiva”, es decir del otro concepto de “escatología”, de las últimas “cosas” del proceso digestivo (usando la etimología de ‘esjaton’ en vez de la de ‘skatos’), se entiende que se está hablando de los excrementos.

Yo veo aquí una coincidencia entre la nada final, la entropía total, del primer concepto de “escatología” (en física cosmológica, no en teología), con el excremento final del segundo concepto.Y me hago la reflexión de que hay una visión negativa, pesimista, injustificada, en ambos casos.

Queda claro en el segundo caso, si lo pensamos un poco; pues el verdadero final, la verdadera meta del proceso digestivo, es la energía que se obtiene de los alimentos y pasa a constituir el organismo.Así, análogamente, en el primer concepto de “escatología física” también puede haber un error similar: el de ver solamente esa nada o entropía final, y no el verdadero producto final del proceso cósmico: la “Omega” del universo, que sirve de base para la construcción de la Nueva Creación de Dios (aquí enlazo con la teología). Pues esta Nueva Creación es, al menos parcialmente, “ex vétere”: a partir de lo antiguo. Creo que los físicos actuales pueden estar en un error, un gravísimo error, que los lleva a esa visión tan pesimista que no vislumbra la “Omega” (en sentido teilhardiano), quizá por considerar solamente un nivel de realidad reducido a los componentes materiales más básicos (partículas, átomos, campos, etc.) y no los niveles superiores de realidad emergente creados en el proceso (p.ej. las sociedades humanas y su futuro).

Ven sólo los excrementos, y no la “energía espiritual” que debe constituir el nuevo organismo, la Nueva Creación.

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¿Os gusta, os ha gustado alguna vez, la “ciencia ficción”? A mí sí, hace muchos años (la de buena calidad).Lo digo porque he pensado comentaros un pequeño relato de ciencia ficción, en plan metafórico, sobre el tema de la Redención.

Antes del relato, un breve preámbulo.He leído que un periodista preguntó a Stephen Hawking –el famoso físico británico— sobre si creía que llegarían a ser posibles alguna vez los viajes en el tiempo, especialmente los viajes al pasado. Hawking respondió que creía que no, porque de llegar a ser eso posible alguna vez, tendríamos que haber visto por aquí en nuestra época a esos viajeros del futuro. A mí, como a otros, se me ocurre: ¿no será que esos viajeros están realmente aquí, pero no sabemos reconocerlos? No serán esos viajeros “algo”, -no “hombrecillos verdes” ni “supermanes con espadas láser”, pues ésos no se nos escaparían, sino— “algo” enteramente diferente, cuyo verdadero origen no podemos ni sospechar?

Ahora va el relato, que es –como he dicho— un relato metafórico de ciencia ficción, disfrazado de reflexión teológica (o viceversa):

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Supongamos que la sociedad humana –o sobrehumana- llega en un futuro, tal vez en miles de millones de años, a una perfección tal, y a tener un poder tan inmenso que, además de hacerse imperecedera ella misma, es capaz de resucitar a todas las innumerables vidas humanas que la han precedido en la historia. Tiene una “tecnología” tan poderosa que puede recuperar toda la información necesaria para recoger y reimplantar esas vidas e incorporarlas a su propia sociedad perfecta. ¿No es esto pensable, por fantástico que parezca?

Y tal vez –siguiendo con nuestra ficción— para incorporar debidamente a las personas resucitadas a su sociedad, preservando su dignidad (de ellas), juzgue necesario solicitarles su aceptación y colaboración, para ser sometidas al indispensable proceso de reparación, acomodación e integración.Y por eso, para que esas personas no se sientan avasalladas, aplastadas por un inmenso poder que las aniquila, la Sociedad Perfecta (S.P.) quiera presentárseles en su propia forma, en su propio nivel, solidariamente, como otro ser humano semejante a ellas.Por eso, esa S.P., con su enorme poder, habría decidido sumergirse en el tiempo, retroceder en el tiempo hasta un determinado momento, en el cual habría engendrado un ser humano destinado a ser su representante único y pleno, capaz de conducir a los demás seres humanos a la aceptación voluntaria de su resurrección, reparación, transformación e incorporación a una vida plena e imperecedera. Entonces (¿ya se han dado cuenta, verdad?) esa Sociedad Perfecta ES DIOS. El Dios cristiano.

Alguien puede objetar: Sí, tal vez sea Dios redentor, pero ¿es Dios creador?–Ahora tenemos que pensar en que esa S.P. definitiva, imperecedera, ha sido la meta, la única razón de ser del proceso histórico e incluso del proceso cósmico. Porque para llegar a ser así de perfecta ha debido desarrollar hasta el fin todas las potencialidades del universo, ser el pleno cumplimiento de todas las tendencias humanas, biológicas y físicas, ser la satisfacción completa de todas las necesidades, aspiraciones y capacidades del universo. En suma, tiene que ser la culminación, la consumación, la completitud, la realización más acabada posible del cosmos entero. El cosmos ha debido existir sólo por y para ella. Esa S.P. es, así, el fundamento y razón del universo, y lo trasciende, más allá de sus límites y dimensiones, más allá del tiempo y del espacio.

El tiempo y el espacio son dimensiones internas del universo, no marcos absolutos. Para contemplar y comprender la realidad debidamente, tenemos que hacer un gran esfuerzo de imaginación, escapar de esta condición espacio-temporal natural propia de nuestro conocimiento normal –el plano “noético”— y pasar a pensar en términos absolutos, propios del verdadero “ser” de las cosas –el plano “óntico”. En este plano óntico, en el “tiempo óntico”, el fundamento y razón de algo precede necesariamente a ese algo; por lo tanto, la S.P. precede ónticamente al universo, le da existencia y sentido, es su creadora. Ahora, pues, cuando unimos este razonamiento al anterior, afirmamos:¡La S.P. ES DIOS, CREADOR Y REDENTOR!

¿Es “ciencia ficción” o “ciencia real”?

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Si es ciencia real, entonces nuestra labor humana, por infinitesimal que sea, forma parte de la acción creadora y redentora de Dios mismo. Aunque haya resurrección, es una labor necesaria para que pueda haber creación y redención. Tenemos, pues, una gran responsabilidad: nuestra labor no es en vano. Pero aún hay más. Otra objeción sería: ¿No hemos considerado igualmente, sin pretenderlo, que el fundamento y razón de ser del mismo Dios, es el universo, el proceso cósmico? Hablando siempre en el plano óntico, Dios no puede ser concebido únicamente en términos de ser el creador y redentor del universo. Su ser tiene que ser absoluto, previo e independiente; realmente trascendente. Por eso, hablando “ónticamente”, debemos afirmar que “en el principio” sólo era Dios. Dios era el Todo. Y debemos pensar que Dios decidió anonadarse, vaciarse de Sí mismo en un punto de Sí para dar lugar al universo: una “nada” que, impulsada por la acción impetuosa y voluntariamente moderada del Espíritu de Dios, va deviniendo, desarrollándose paulatinamente para restaurar el Todo. Hasta aquí el relato. Tal vez lo hayáis considerado absurdo, tal vez pueril, tal vez ridículo, tal vez blasfemo. Si es así, perdonad por haberos escandalizado. Es que pretendía recordar esos lejanos tiempos en que entendía más de “ciencia ficción” que de metafísica.

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Mi término “Sociedad Perfecta” es sólo una metáfora (de “ciencia ficción”) que, hablando sin metáforas ni ficciones, no puede concebirse situada dentro del espaciotiempo del proceso natural, sino que se refiere a una realidad trascendente.

En efecto, yo no puedo concebir una verdadera plenitud ni verdadera perfección que no sea trascendente, que no sea eterna. A mi parecer, la plenitud y la perfección genuinas implican necesariamente el triunfo definitivo sobre todo mal físico y moral, y la rehabilitación completa de las víctimas (TODOS) de la historia. No creo que esto sea posible en ninguna sociedad humana futura, ni siquiera sobrehumana, dentro del proceso cósmico.

Sólo lo creo posible por la obra redentora de Dios por/con/en Jesucristo, que requiere no obstante de su obra creadora previa manifestada en el Proceso, cuya Omega, en el umbral de la Emergencia Final, abre “paso”, da “lugar” y nos lleva al “encuentro” de la Trascendencia Eterna, gracias a la obra resucitadora/transformadora del Espíritu de Dios infundido al mundo en el Cuerpo Místico de Cristo.

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“En tiempo de melones, ni pláticas ni sermones”. Voy a dejar entonces los temas metafísicos o teológicos para comentaros sobre un curioso aspecto relacionado a mi relato anterior de “ciencia ficción”.

¿Sabéis lo que es la “paradoja del abuelo”? Por si no lo sabéis, os lo explico: se trata de la paradoja que provocaría un “viajero en el tiempo” al regresar al pasado, encontrarse con su abuelo y matarlo antes de que éste pudiera concebir al padre (o madre) del

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viajero. Si no hubo padre, no hubo viajero, no hubo viaje, no murió el abuelo, hubo padre, hubo viaje, murió el abuelo, etc.

Esta paradoja, formulada así o de cualquier otra de las muchas maneras posibles, se ha esgrimido como argumento para negar la posibilidad de los viajes al pasado. Un viaje al pasado causaría alteraciones que modificarían el futuro que contiene ese viaje, lo que es lógicamente inaceptable.

Pero, ¿es admisible un viaje al pasado que no cause ninguna alteración contraria o incompatible con esa realidad futura? ¿Qué pasa si el viaje al pasado actúa sólo reforzando o posibilitando esa realidad futura? Por ejemplo, pensando en el mencionado abuelo, supongamos que el viajero –en vez de matarlo— le salva la vida librándolo de un accidente o curándolo de una enfermedad mortal; entonces el viajero estaría reforzando su propia realidad, de modo que su acción –lejos de ser paradojal— es compatible e incluso necesaria para su realidad futura. Podríamos concluir que en un viaje al pasado son admisibles, e incluso necesarias, las acciones que refuerzan o posibilitan la realidad futura que contiene ese viaje.

Supongamos ahora que las leyes físicas, históricas, sociológicas, psicológicas, etc., hacían que la realidad futura del viajero “brotara” de ese pasado que “existía” hasta antes del viaje. Parece entonces que CUALQUIER alteración provocada en ese pasado, durante el viaje, sería inadmisible, o por lo menos innecesaria. En el ejemplo del abuelo, si se concibe un pasado normal en que el abuelo llega a tener naturalmente a su nieto viajero… todo efecto del viaje en la vida del abuelo -directo o indirecto- podría ser indeseable; y como casi cualquier acción del viajero podría incidir en la vida del abuelo (pensemos en el “efecto mariposa”)… es mejor que no se piense en hacer el viaje, para evitar la paradoja.

Pero si se concibe un pasado en que el abuelo TUVO QUE SER de hecho liberado de un peligro mortal por un misterioso viajero… entonces el viaje TIENE que hacerse para que llegue a existir el viajero, y con él toda la realidad futura que lo contiene.En este último caso, la acción del viajero, lejos de ser una intervención extrínseca perjudicial e inadmisible, ha sido una acción benéfica y salvífica, necesaria para que pudiera alcanzarse esa feliz realidad futura.

Claro que estamos hablando de causalidad circular… pero ¿no es lógico que sea así cuando hablamos de tiempo circular?

Esto no es cosa sólo de imaginativos escritores de “ciencia ficción”, sino también de sesudos científicos actuales (véase p.ej. el interesantísimo libro “Agujeros negros y tiempo curvo” de Kip Thorne.)

¿Qué tiene que ver todo esto con la interpretación teológica de mi relato?-Lo dejo como ejercicio para hacer en casa.

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He afirmado antes que una genuina resurrección a la vida eterna no es un fenómeno histórico normal. No pertenece a un momento y a un lugar del espaciotiempo normal, sino al “último día” de la historia, al fin de los tiempos.Y pienso que ese “fin de los tiempos” es el nivel supremo de existencia, el plano último –definitivo y pleno— de realidad, que trasciende al universo, más allá del tiempo y del espacio, donde queda superada la contingencia, la finitud y la multiplicidad. Pues el universo –o multiverso— en que vivimos es un proceso cósmico, una realidad dinámica que va deviniendo, evolucionando desde un “Principio” (Alfa) hasta un “Fin” (Omega). Todo cuanto existe es parte de ese proceso. No hay absolutamente nada permanente. Todas las cosas han sido “construidas”; incluso el espacio y el tiempo que antiguamente habían sido considerados como “marcos absolutos”. Todo es también material para futuras “construcciones”. Nada es definitivo ni acabado. Incluso las personas, son pasajeras e inconclusas. Somos ínfimos y efímeros. Y somos parte del proceso; no realidades acabadas sino elementos para la construcción de las realidades futuras.

En este proceso han ido apareciendo nuevas formas de la materia y de la vida, que pueden ordenarse en niveles de creciente organización, complejidad y conciencia. Aristóteles hablaba ya de una “escala de la naturaleza”, compuesta de “peldaños” de perfección creciente (o descendente, vista en sentido contrario); las concepciones evolucionistas dieron un nuevo aspecto dinámico a esa “Escala”, o “Gran Cadena del Ser” como se la llamó posteriormente. (Véase el extraordinario libro de Arthur O. Lovejoy: “La Gran Cadena del Ser”).

Se concibió que el proceso cósmico discurre, mediante leyes naturales que incluyen el azar, la necesidad, y al menos ciertas tendencias de autoorganización (véase el libro “At Home in the Universe”, de Stuart Kauffman), por la aparición sucesiva y progresiva de “niveles de emergencia”. Según esa concepción, la evolución provoca que “emerjan” organizaciones completamente nuevas de la materia, a partir de lo anteriormente existente. Por ejemplo, el caso más conspicuo es el de la emergencia de los seres vivos a partir de lo inanimado; el primer ser vivo que existió fue una radical novedad, una “emergencia” que inauguró un nuevo “nivel de existencia”: el de todos los seres vivos que siguieron emergiendo posteriormente. Así apareció ese “nivel de emergencia” que constituye la Vida.

Ha habido distintas concepciones emergentistas, tanto en lo referente a cuáles y cuántos han sido los niveles de emergencia, como respecto de la forma en que se producen esas emergencias. En esta investigación acerca de lo que es y cómo es este fenómeno de la “emergencia” han intervenido filósofos, científicos y teólogos, desde los años 20 del siglo XX hasta hoy. La “física de la complejidad”, y otras ramas de la ciencia actual, le han dado un realce y una actualidad enormes. http://galetel.webcindario.com/id33.htm

Los niveles de emergencia más evidentes son cuatro: Materia, Vida, Inteligencia y Espíritu, como los llamó William Temple (1881-1944) (teólogo, arzobispo anglicano y filósofo). Un libro relativamente reciente (2002): “La Emergencia de Todas las Cosas” (“The Emergence of Everything”) de Harold J. Morowitz, trata de 28 niveles de emergencia, que se descubren en la realidad pasada, presente y futura del proceso cósmico. Es un tema de candente discusión e investigación, científica y filosófica.

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Bueno, todo esto es para explicar que, a mi juicio, la realidad se ordena en una especie de gigantesca “escala” o “cadena”, cada uno de cuyos “peldaños” o “eslabones” es un nuevo nivel de existencia. Los seres humanos formamos el nivel más alto (más reciente, más complejo) conocido hasta ahora (recordemos la “noosfera” de Teilhard), pero seguramente pueden ir surgiendo muchos niveles adicionales en el futuro. Pienso que puede concebirse un Nivel Último, una Novedad Última, una Emergencia Final, en que se alcanzará la trascendencia absoluta, la plenitud, más allá del tiempo y del espacio, más allá de la finitud y de la contingencia. ¿Cómo? ¿Cuándo? Ojalá lo supiera… sólo trato de imaginarlo. ¿Quizá dentro de miles de millones de años?

Imagino, y creo, que la resurrección a la vida eterna consiste en pasar directamente de este limitado nivel humano que conocemos a ese Nivel Último de Plenitud Ilimitada.

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El ser humano es sobre todo un ser auto-consciente. La conciencia reflexiva, el “conocimiento de sí mismo” es la característica específicamente humana. Sin embargo, creo que esa autoconciencia no puede considerarse aisladamente de los dos “universos” en que un ser humano está incrustado. Primero, el “universo interno” que constituye su organismo, y en especial su psique. De aquí nace su conciencia personal, dotada de entendimiento y voluntad.Esta “conciencia volitiva” es realmente una cualidad emergente de una complejísima multiplicidad organizada: el organismo humano, que está compuesto a su vez por emergentes de niveles sucesivamente inferiores, recapitulando en sí la evolución creadora cósmica. Cada “yo” humano es la cúspide integradora, controladora, dominadora, de un “mini-universo” fuertemente organizado, una colectividad que se ha unificado hasta el umbral de emergencia de esa “conciencia volitiva”.

Segundo, el “universo externo” que es su entorno, el mundo que le rodea. Su conciencia personal, dotada de entendimiento y voluntad, es un instrumento dado por la evolución para llevar a cabo su desarrollo, en búsqueda de supervivencia y satisfacción en la relación con su entorno. La voluntad es el ansia y el propósito de sobrevivir, al menos, y de dominar, tanto como sea posible, para triunfar en la dialéctica individuo-entorno, y sociedad-entorno, que supone la vida. El cuerpo está incrustado en una realidad que a la vez lo satisface y lo amenaza, lo sostiene y lo destruye continuamente, de la que el “yo” quisiera apoderarse por completo para su beneficio.

Y por otra parte, el individuo humano es un “espécimen”, un ejemplar de la especie humana. No sólo porque posee las cualidades comunes a los individuos de su especie, sino porque es una “instancia” de ella, un servidor suyo en cuanto, a través de la mutabilidad genética y de su reproducción, proporciona a la especie, en el conjunto de los individuos, la variedad evolutiva que hará posible su progreso. A esta calidad de espécimen debe el individuo no sólo su vida, sino también su muerte, necesaria para dejar paso a la progresión evolutiva de nuevas instancias.

Además, en cuanto miembro de una cultura y de una organización social, el individuo humano recibe y aporta la información necesaria para estructurar su “yo” y las

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sociedades a que pertenece, en una dialéctica que sirve también al progreso de la especie humana, ahora en cuanto detentadora y procesadora de información.Finalmente, la especie humana se inscribe en el ecosistema terrestre, y éste en el Universo, colaborando todo al desarrollo evolutivo cósmico que tiende a Dios.

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Lo que es la esencia de la idea emergentista es que lo mayor, lo superior, puede emerger –y así lo hace de hecho— de lo menor, de lo inferior. Eso, que vale para la historia evolutiva del cosmos, vale también para la historia del espíritu humano:

De la complejísima multiplicidad organizada que es el organismo humano, de la conciencia personal, dotada de entendimiento y voluntad, que es un instrumento dado por la evolución para llevar a cabo su desarrollo, en búsqueda de supervivencia y satisfacción, de la calidad de “espécimen, instancia servidora de su especie”, de la condición de ser “miembro de una cultura y de una organización social” y de “colaborar al desarrollo evolutivo cósmico que tiende a Dios”, han emergido sin duda la libertad, la creatividad, la sensibilidad, y las mayores grandezas del espíritu humano. Las que no tienen por qué verse disminuidas, al contrario, por el reconocimiento de su propia contingencia y menesterosidad.

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Si me interesara saber cómo etiqueta (o clasifica) alguien mi ‘pensamiento’ (lo que me suena bastante excesivo), le pediría que tuviera en cuenta todo su amplio contexto, no unas pocas frases aisladas. La etiqueta obvia, para mí, es la que he puesto: “emergentista”. Comprendo que otros quieran recurrir a categorías más conocidas, como son “materialista”, “idealista”, “espiritualista”, “realista”, etc. Pienso que cualquiera de esas etiquetas podría ser aplicable si se toma en cuenta única o predominantemente algún aspecto o extracto de mi ‘discurso’ (‘opinión’ o ‘expresión’). Pero, sinceramente, no me preocupa demasiado cómo me etiquetan. Lo que yo quiero decir es lo que digo o intento decir, no lo que puede sugerir a alguien una etiqueta de ésas.

Sin embargo, creo que tiene algún interés discutir si el emergentismo es un materialismo. En cuanto que es una concepción científica actual (en la física de los sistemas complejos, entre otros temas), puede considerarse una teoría materialista, como lo es –al parecer de la mayoría— la ciencia física en su conjunto. Pero existen otros enfoques y aplicaciones del emergentismo, desde puntos de vista filosóficos y teológicos, que van mucho más allá.

En mi concepto, el emergentismo no es una concepción materialista. Nunca he afirmado que todo lo que existe sea materia, sino que el espíritu puede considerarse emergente a partir de la materia, que es algo completamente distinto. Por otro lado, ni siquiera sostengo un monismo, aunque tampoco un dualismo, sino más bien una especie de pluralismo que –pienso— supera esa dicotomía monismo-dualismo. En mi concepto, el espíritu (el “espíritu humano”, y lo que pueda seguir después) es tan real, al menos, como la materia, y superior a ella.

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Conceptos de emergentismo, hay muchos. Es un tema sobre el que abundan las opiniones discrepantes, ya que es algo tan reciente y discutido. Hay emergentistas cristianos y no-cristianos, teístas y ateos. No debemos dejarnos engañar por los adversarios del emergentismo, de uno u otro signo, que lo acusan de ser un materialismo –unos (los idealistas, claro)— o un idealismo –otros (los materialistas). Probablemente, de querer usar esos términos, esas etiquetas, sea más apropiado decir que es ambas cosas: materialismo e idealismo a la vez, por lo menos.

En todo caso, yo no pretendo hacer algo tan complicado y original como se puede suponer, sino formarme una opinión teológica consecuente en la línea de teólogos como Teilhard, Whitehead, Temple, Rahner, Moltmann, Peacocke, Polkinghorne, Pannenberg, Clayton, etc., que hasta donde yo sé no han sido clasificados como materialistas ni como idealistas platónicos, aunque –cada uno a su manera— hayan hablado según concepciones emergentistas. Lo que pasa es que la realidad, trate de ella la ciencia o la teología, contiene inevitablemente ambos aspectos: la materia y el espíritu. Como el discurso emergentista puede ser a la vez físico-biológico y teológico, quien considere materialista a la física-biología e idealista a la teología, no podrá evitar aplicarle ambas etiquetas. ¿Y qué?

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Cuando hablo de “emergentismo”, no expongo una teología emergentista acabada sino unas ideas teológicas influidas por el movimiento emergentista. Este movimiento –que se inició como tal en los años 20 del siglo XX, a partir de ideas filosóficas y científicas anteriores— empezó siendo filosófico, no teológico, aunque algunas de sus figuras más importantes (como C. Lloyd Morgan, Samuel Alexander y C. D. Broad) fueron influidas probablemente por sus ideas religiosas (he de mencionar también a William Temple, que fue un famoso arzobispo anglicano, además de teólogo y filósofo). Otro famoso filósofo y científico de la época que tuvo relación con el emergentismo fue Alfred North Whitehead, cuyas ideas han sido muy influyentes en ciertas teologías actuales (p. ej. las llamadas ‘teologías del proceso’).

Sin embargo, el emergentismo declinó hasta después de la segunda guerra mundial, cuando volvió a tomar fuerza gracias a los desarrollos científicos que investigaban la física de los sistemas complejos. En esta segunda etapa, que dura hasta ahora, ha sido predominantemente una teoría científica muy importante, aunque bastante discutida, y cuestionada precisamente por sus aspectos “místicos” o filosóficos. No obstante, varios filósofos importantes han tenido ideas emergentistas, como p.ej. Karl Popper, Mario Bunge, Xabier Zubiri, Pedro Laín Entralgo, José Ferrater Mora, y muchos otros. Y aunque algunos teólogos, como Karl Rahner, Pierre Teilhard de Chardin, Arthur Peacocke, John Polkinghorne, y otros, han tratado temas emergentistas, el único que yo sepa que está desarrollando una teología emergentista propiamente tal es Philip Clayton (pero que no es exactamente la teología que yo sigo). En resumidas cuentas, el emergentismo sólo está empezando a tener alguna repercusión en la teología, a pesar de su creciente importancia actual.

Sin embargo, me atrevo a seguir exponiendo, como buscador que soy, aficionado a la teología, algunas ideas inspiradas en el emergentismo.

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El emergentismo sostiene la emergencia de auténtica novedad en el desarrollo temporal; el surgimiento de lo superior a partir de lo inferior; en una verdadera creación. Al contrario de lo que sería un despliegue en base a formas primordiales preexistentes, arquetipos que contienen todo pre-formado desde el comienzo, de modo que lo que surge es algo inferior que procede de lo superior, como una copia más o menos imperfecta de su arquetipo original.

Según el emergentismo, el desarrollo temporal persigue la plenitud, la completitud, la perfección a alcanzar sólo en el remoto futuro. Por eso, creo que podría decirse que trata de entelequias aristotélicas más que de arquetipos platónicos.

Al emergentismo se le suele acusar de ser un materialismo, de ser un monismo concebido sólo a partir de la materia; pero yo pienso que esto es totalmente incorrecto, pues también el espíritu puede considerarse emergente de la materia. Con el emergentismo quedan superados tanto el dualismo materia-espíritu como el monismo materialista o espiritualista. Cada nivel de emergencia determina un nuevo aspecto de la materia, o del espíritu que es su contrapartida. Así, se define una especie de pluralismo emergente, que va más allá del monismo sugerido por la relativa continuidad del proceso. Esa continuidad no es realmente tal, debido a que cada nivel trasciende radicalmente a los anteriores. Puede, entonces, concebirse a la materia como aspectos -inmanentes- del espíritu, o al espíritu como aspectos -emergentes- de la materia.

Por eso es lógico que, visto desde el otro extremo, desde el final hacia el comienzo, pueda pensarse en la concepción opuesta: la de considerarlo un idealismo. Como para decir que se trata de “el espíritu de la Historia de Hegel, espíritu que la conduce a un fin determinado”. Pero también esta interpretación me parece incorrecta por lo que acabo de explicar.

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Utilicé el concepto de “entelequia” en un sentido más amplio que el aristotélico, para sugerir una idea contrapuesta a la de “arquetipo”. Creo que podría aplicarse al emergentismo si se piensa que un determinado nivel de emergencia (en su conjunto; no cada una de las entidades que lo componen) puede decirse que tiene como “entelequia” (es decir como completitud y plenificación) a un nivel de emergencia superior, desde el punto de vista del proceso cósmico.

A mi parecer, el espíritu es tan real como la materia, y lo futuro tan real como lo presente y lo pasado. Obviamente, es más fácil estudiar científicamente los fenómenos materiales que los espirituales, y los fenómenos presentes y pasados más que los futuros, mediante investigación empírica directa; pero eso no significa que los fenómenos espirituales (el funcionamiento de la mente humana, p.ej.) y los fenómenos futuros (la cosmología, p.ej.) no puedan ser materia de conocimiento científico.

La ciencia se ocupa actualmente de investigar la relación cerebro-mente, lo que podría considerarse el estudio de la emergencia del espíritu a partir de la materia. Incluso la existencia de un nivel de emergencia último podría abordarse científicamente, a partir

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de una teoría emergentista basada en las emergencias descubiertas en el pasado, y de una buena comprensión de su dinámica, de la que actualmente carecemos. Por ahora –es cierto— debemos postular la existencia de un nivel de emergencia último, por motivos filosóficos y teológicos, pero eso no significa que ese concepto no corresponda a una realidad objetiva; el significado del postulado es precisamente que sí la tiene.

Los científicos emergentistas no se ocupan habitualmente de ello; sin embargo, puedo remitir al menos a uno de ellos que sí lo hace: el profesor Harold J. Morowitz (biólogo de la George Mason University, Fairfax, Virginia) en su libro “The Emergence of Everything” (La emergencia de todas las cosas); claro que estos científicos se arriesgan a ser criticados por hacer filosofía o teología indebidamente. Como he comentado anteriormente, un conocido teólogo que ha desarrollado una teología emergentista basada en desarrollos científicos es Philip Clayton, de quien se puede saber algo mediante este enlace: http://galetel.webcindario.com/id94.htm

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- Tomado del discurso del famoso físico Paul Davies con ocasión de recibir el premio Templeton:“Sostengo que las emergencias de la vida y la conciencia están escritas en las leyes del universo de manera muy fundamental. Es verdad que la forma física concreta y las características mentales en general del Homo-sapiens contienen muchos aspectos accidentales, sin particular significación. Si el universo fuese “ejecutado por segunda vez” no habría Sistema Solar, ni Tierra, ni gente. Pero la emergencia de vida y de conciencia en algún lugar y momento del cosmos está garantizada, así lo creo, por las leyes subyacentes de la naturaleza. El origen de la vida y el origen de la conciencia no fueron intervenciones milagrosas, pero tampoco fueron accidentes tremendamente improbables.

Fueron, creo yo, parte del trabajo normal de las leyes de la naturaleza, y por eso nuestra existencia como seres conscientes e inquisitivos brota en último término del fundamento de la existencia física: esas ingeniosas, acertadas leyes. En este sentido escribí en [mi libro] “La Mente de Dios”: “estamos ciertamente pensados para estar aquí”. Quiero decir “nosotros” en el sentido general de seres conscientes, no específicamente homo-sapiens. Así que aunque no estemos situados en el centro del universo, la existencia humana tiene un significado enormemente más amplio. Cualquiera que sea el sentido del universo como un todo, la evidencia científica sugiere que nosotros, de una manera limitada pero profunda, somos parte de su propósito.”

- Tomado de: “Las leyes de la naturaleza y la inmanencia de Dios en el universo en evolución” – por Mons. Józef Zycinski, Arzobispo de Lublin, Gran Canciller de la Universidad de Lublin, Polonia:“La inmanencia de Dios en la naturaleza se expresa en el orden cósmico y la novedad evolutiva. Entre muchas formas físicas de manifestación de la inmanencia divina debemos anotar en particular:1. La propia existencia de las leyes de la naturaleza en un mundo que de otro modo

sería un desorden sin ley;

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2. La emergencia de nuevos atributos que constituían el ámbito de las puras posibilidades en estadios anteriores de la evolución del cosmos.

La aceptación de la inmanencia de Dios a las leyes de la naturaleza no conculca la tesis de su trascendencia. Un Dios oculto bajo las leyes físicas y biológicas no puede ser reducido, a lo panteísta, al nivel del orden natural. Para defender que Él está por encima del orden de la naturaleza no debemos, sin embargo, negar su presencia inmanente en las regularidades observables. La inmanencia de Dios en la naturaleza y su trascendencia pueden ser reconciliadas en la llamada filosofía del panenteísmo (hay varias versiones del mismo. En su forma más general esta filosofía defiende que el ser de Dios no es sólo inmanente a la naturaleza, al incluir todo el universo y permearlo, sino también trascendente en el sentido de que el universo no agota el ser de Dios). San Pablo apóstol es considerado su protagonista cuando habla del mundo habitado por el Dios inmanente en el que “vivimos, nos movemos y poseemos nuestro ser” (Hch 17, 28).”

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DOS MUNDOS… PARA DOS DIOSES.

(Tomado de “La Gran Cadena del Ser”, de Arthur O. Lovejoy.El título inicial, la selección de párrafos, y el título final, son míos.http://galetel.webcindario.com/id97.htm )

La consecuencia más notable de la persistente influencia del platonismo [de las concepciones que se manifestaron claramente por primera vez en la República y el Timeo de Platón, y fueron desarrolladas y sistematizadas por los neoplatónicos] fue que a lo largo de la mayor parte de su historia, la religión occidental, en sus formas más filosóficas, ha tenido dos Dioses (mientras que, en sus formas menos filosóficas, ha tenido más).

Los dos fueron, es verdad, identificados como un solo Ser con dos aspectos. Pero las ideas correspondientes a esos “aspectos” eran de dos maneras de ser antitéticas.Una era el Absoluto de lo ultramundano –autosuficiente, atemporal, ajeno a las categorías ordinarias del pensamiento y la experiencia humana, no necesitado de ningún mundo de seres inferiores para suplementar o realzar su propia perfección eterna auto-contenida.

El otro era un Dios enfáticamente no-autosuficiente ni, en ningún sentido filosófico, “absoluto”: cuya naturaleza esencial requería de la existencia de otros seres, y no sólo de una clase, sino de todas las clases de seres que pudieran tener lugar en la escala descendente de posibilidades de la realidad –un Dios cuyo principal atributo era la creatividad, cuya manifestación estaba en la diversidad de las criaturas y por lo tanto en el orden temporal y el múltiple espectáculo de los procesos de la naturaleza.

El recurso que, durante siglos, sirvió para enmascarar la incogruencia de estas dos concepciones, fue el simple aforismo de Platón en el Timeo, elaborado para ser el axioma fundamental del neoplatonismo –de que un ser “bueno” debe estar libre de “envidia”, de que lo más perfecto engendra necesariamente, o se derrama en, lo menos perfecto, y no puede “permanecer dentro de sí mismo”.

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Este recurso, aunque sirvió a su propósito, no superó de hecho la contradicción de las dos ideas; pero su eficacia se vio incrementada por su aparente congruencia con una suposición acerca de la relación causal que, a pesar de ser gratuita, parece natural a la mente humana: que lo “inferior” debe derivarse de lo “superior”, que la causa debe ser, por lo menos, no inferior a sus efectos.

Con este dualismo teológico –ya que la idea de Dios se tomaba también como definición del bien supremo- ocurrió un dualismo de valores, uno ultramundano [other-worldly] (aunque a menudo sólo a medias), el otro intramundano [this-worldly].

(…)Pero con el fin del siglo dieciocho, y las primeras décadas del siglo diecinueve, estas concepciones de la teología y la metafísica tradicionales comenzaron a revertirse. Dios mismo fue “temporalizado” –fue, realmente, identificado con el proceso por el cual la creación entera asciende lenta y penosamente la escala de la posibilidad; o, si el nombre merece reservarse para la cumbre de la escala, Dios fue concebido como el final, no realizado todavía, del proceso.

(…)La nueva concepción aparece más avanzada, más destacada y clara, en el tratado Über das Wesen der menschlichen Freiheit (1809), de Friedrich Schelling.“¿Tiene la creación una meta final? Y si es así, ¿por qué no la ha alcanzado de una vez? ¿Por qué no se ha realizado la consumación al principio? Para estas preguntas sólo hay una respuesta: Porque Dios es Vida, y no meramente ser. Toda vida tiene un destino, y está sometida al sufrimiento y al devenir. A esto, pues, se ha sometido Dios por libre voluntad propia… El ser es sensible solamente en el devenir. En el ser como tal, es verdad, no hay devenir; en último término, más bien, se presenta como eternidad. Pero en la realización (del ser) a través de la oposición hay necesariamente un devenir. Sin la concepción de un Dios humanamente sufriente –una concepción común a todos los misterios y religiones espirituales del pasado- la historia se queda completamente ininteligible.”(…)“El método correcto de la filosofía es ascendente, no descendente”; y su verdadero axioma es precisamente el opuesto al pseudo-axioma de que algo no puede “salir de la nada” ni lo superior ser “producido por” lo inferior:“Siempre y necesariamente, aquello de lo que procede el desarrollo es inferior a lo desarrollado; el primero eleva al segundo por encima de sí mismo, y se sujeta a él, en la medida en que sirve de materia, de órgano, de condición, para el desarrollo del otro.”

Es en esto –y ha sido notado demasiado poco por los historiadores-, en esta introducción de un evolucionismo radical en la metafísica y la teología, y en el intento de revisar hasta los principios de la lógica para armonizarlos con una concepción evolucionista de la realidad, en lo que consiste principalmente la significación histórica de Schelling. (…) La tesis de Schelling significó no sólo el descarte de un venerable y casi universalmente aceptado axioma de la teología racional y la metafísica, sino también la emergencia de un nuevo talante y carácter del sentimiento religioso.(…)Así, al fin, el esquema platónico del universo fue girado de arriba a abajo. No sólo se

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convirtió la originalmente completa e inmutable Cadena del Ser en un Devenir, en el cual todas las posibilidades genuinas están, es verdad, destinadas a realizarse de grado en grado pero sólo a través de un vasto y lento despliegue en el tiempo; sino que ahora Dios mismo ha sido colocado en, o identificado con, este Devenir.

HAY OTRO MUNDO, PERO ESTÁ EN ÉSTE (AL FINAL).

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Estoy completamente de acuerdo con ciertos interlocutores en que “[en el proceso evolutivo] no aparece ningún novum cuya emergencia no se pueda explicar por causas naturales, ni siquiera el de la conciencia inteligente”.

Ahora bien, para alguien que piensa en términos teonómicos, como yo, SIEMPRE que se habla de “causas naturales” se está hablando de la acción inmanente de Dios, o sea de Dios-Espíritu. Por autónomas que sean esas causas o leyes, el que actúen “por sí mismas” no niega, sino requiere, que actúe a la vez en ellas el Espíritu de Dios. Claro, porque, según Lenaers, “Quien piensa en términos teonómicos, confiesa a Dios (en griego: theos) como la más profunda esencia de todas las cosas y por ello también como la ley (en griego: nomos) interna del cosmos y de la humanidad.”

Yo sostengo que todos los fenómenos de emergencia de novedad evolutiva, en particular la emergencia de la conciencia reflexiva humana, se pueden explicar por causas naturales (las que investiga la física de los sistemas complejos, etc.), es decir por la obra normal y general (no especial ni específica) del Espíritu de Dios.

No creo que pueda haber entonces ninguna discrepancia aquí (aunque sospecho que alguno ha solido sostener, anti-teonómicamente, la autonomía de las leyes naturales en contraposición a una “supuesta” acción del Espíritu de Dios).

Se dice a continuación que “tampoco [aparece en el proceso] una intervención salvadora”.En esto también estoy completamente de acuerdo. Sí, porque pienso que en el proceso evolutivo no hay ni puede haber ninguna “intervención” de Dios, pues ello violaría sus propias leyes, la acción creadora de su propio Espíritu.

Además, pienso que tampoco puede haber una acción plenamente “salvadora” por causas naturales, es decir, en último término, por la acción general y normal del Espíritu de Dios. En esta aseveración sí que creo discrepar profundamente con algunos de mis interlocutores, que sí aseguran que la salvación plena puede alcanzarse por causas puramente naturales.

Pero yo pienso que EN EL PROCESO evolutivo no hay, efectivamente, ninguna intervención, ni ninguna acción natural, que pueda ser plenamente salvadora. Y no dudo que así lo piensa también la inmensa mayoría de los científicos actuales. Pensar que la salvación plena puede alcanzarse por causas meramente naturales en el proceso evolutivo cósmico, sería, a mi juicio, no solamente anticientífico sino teológicamente un neo-pelagianismo insostenible. Y pensar que la salvación plena puede alcanzarse por intervenciones milagrosas sobrenaturales en el proceso evolutivo cósmico, sería, a mi juicio, no solamente anticientífico sino teológicamente una heteronomía insostenible.

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En lo que yo creo es en una salvación plena que se alcanza por la acción especial del Espíritu de Dios, que no está incluida por lo tanto en el proceso natural correspondiente a la acción general y normal del Espíritu; que se añade pues al proceso, pero no desde “fuera” sino desde “dentro”. Porque es una acción de Dios obrada por su Espíritu. El Espíritu de Dios es Dios-inmanente; su acción NUNCA es “intervención extrínseca”, aunque si es especial no corresponde a las leyes naturales habituales, pero no interfiere con ellas. Una acción así, aun siendo especial, no puede ser calificada de heterónoma sino de teónoma. No se opone, ni contradice, ni suspende en modo alguno la acción normal de las leyes naturales, sino que las refuerza para procurar también mediante ellas la salvación plena de las personas y del mundo entero.

Aunque sea “sábado”: el día del “descanso de Dios” y de la autonomía del mundo, a Dios “le está permitido curar en sábado, sin violarlo”.

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Ana Laura:Estoy completamente de acuerdo contigo en que “la mayor parte de nosotros no conocemos ningún otro modo de hablar de él [Jesús] más que reduciéndole a un mero buen maestro o buen ejemplo. Si la experiencia crística no hubiera sido nada más que eso, dudo que hubiera sobrevivido. No obstante, el Jesús de quien el credo dice «que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo», sencillamente ya no dice nada a nuestro mundo. Esos conceptos tendrán que ser arrancados y abandonados. Si la experiencia crística es algo real, entonces tenemos que descubrir un nuevo modo de hablar de ella.”

Pero yo creo que sí existe un nuevo modo de hablar de la Redención. Es el que te sugiero a continuación.

El proceso evolutivo cósmico de acción creadora se dirige a lograr una “Novedad Última”, una “Emergencia Final”, un “Fin de los tiempos”, un “último día”. Entonces la creación alcanzará su meta, que trascenderá al tiempo y al espacio, a la finitud y a la multiplicidad. En este Fin se satisfarán todas las tendencias o propensiones de las que el Espíritu Creador había dotado al universo.

El ámbito de la Creación es el que abarca el proceso cósmico, que “sube por la escala cuyos peldaños son los niveles de emergencia” en busca de la Emergencia Final, de la Novedad Última, de la Plenitud Trascendente. Esta progresión, de la naturaleza “por sí misma” y a la vez impulsada por el Espíritu de Dios inmanente en todas las cosas, sigue las tendencias o propensiones por las que se manifiesta la acción del Espíritu en cada nivel. En el nivel de la materia inanimada, esas tendencias constituyen las leyes físicas; en el nivel de la vida, las leyes bioquímicas y biológicas; en el nivel humano, las tendencias éticas, estéticas y cognitivas. Son tendencias “heurísticas”, es decir que no están dadas de una vez sino que se van desarrollando paulatinamente, “a tientas”, durante el proceso.

El ámbito de la Redención, en cambio, en vez de “subir por la escala” tiene que ver con “bajarla”. En vez de ser un movimiento “de ida” –como es el proceso creativo—, es “de vuelta”. En vez de ser un “avance en el tiempo” es un “retroceso en el tiempo”. Y no se

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trata de una involución, de deshacer lo creado. No; al contrario; se trata de la acción en que se empeña personalmente Dios, que “está” en la Emergencia Final, la Novedad Última, la Omega, en “volver para recoger” lo que había quedado “tirado en la cuneta” del proceso; lo que “estaba perdido”; para llevarlo consigo a participar de Él mismo.

Dios quiso desde el “principio” que todas las personas concretas que emergen en su proceso creador, como elementos imprescindibles para hacer de ese proceso una realidad autónoma y libre –aun al costo del pecado y del sufrimiento, del mal moral y del mal físico—, aunque ínfimas y efímeras por naturaleza, pudieran pervivir para alcanzar también el Fin escatológico. Para eso Dios planeó y ejecutó una obra histórica de redención, en la que se involucró Él mismo, rebajándose hasta hacerse también ínfimo y efímero como Sus criaturas, para solidarizarse con ellas hasta el extremo, y hacerlas participar, en virtud de esta Su completa solidaridad, de Su necesaria restauración a la Vida eterna. Esa obra histórica de redención se manifestó culminantemente en Jesucristo, y fue reconocida por sus discípulos-as y anunciada como la Buena Noticia, el Evangelio de la salvación plena de todos los seres humanos y del mundo entero, empezando por las víctimas más evidentes.

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“Existen otros mundos, pero están en éste.” (Paul Éluard).

El fenómeno de la ‘emergencia’ produce niveles de novedad trascendente respecto de los niveles anteriores.

La ‘Novedad Última’, del nivel final, trasciende completamente a toda la realidad anterior.

Es concebible la causalidad desde el todo a la parte, de arriba a abajo (‘top-down’, ‘downward causation’), desde el futuro al presente (‘backward causation’), desde los niveles superiores a los inferiores, sin perturbar la causalidad ‘normal’ (‘bottom-up’, ‘forward causation’).

Dios –que, según el punto de vista del mundo, “está” en la ‘Novedad Última’, la ‘Emergencia Final’— desde este nivel supremo actúa sobre toda la realidad precedente, sin transgredir sus leyes, puesto que lo hace por “dentro”, inmanentemente, por su mismo Espíritu creador (ahora también redentor).

Así, al proceso creativo “de ida” se añade, sin interferirlo sino reforzándolo, el proceso redentor “de vuelta”.

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Los seres humanos son una parte del proceso de la energía primordial. Los seres humanos vienen de la naturaleza-physis, o aún más radicalmente hay que decir que los seres humanos vienen de la materia, no siendo la materia más que el primer producto fundamental de la energía. La energía ha producido en primer lugar la materia y la

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materia, cuyo nombre deriva precisamente del latín mater, nos ha producido a nosotros mediante un larguísimo proceso evolutivo.

(…) si la vida ha surgido es porque viene de allí abajo, surge de abajo como fuente del trabajo cada vez más ordenado de la energía, que se convierte primero en materia-mater, luego en natura naturans, es decir, vida. Intuyendo esta realidad sorprendente, Teilhard de Chardin compuso uno de sus primeros escritos titulándolo ‘La potencia espiritual de la materia’ (…)

El proceso que la mente humana ha llamado evolución, queriendo señalar un crecimiento, un orden mayor, un aumento progresivo de la complejidad, ya no se puede explicar sólo sobre la base del paradigma clásico del darwinismo «mutación + selección natural».

(…) la casualidad con la que aparecen las mutaciones está dominada por una ley superior. Para el modelo evolucionista ortodoxo ésta consiste en la selección natural, pero al decir selección natural sólo se denomina el aspecto negativo de esta ley general que tiende al orden y a la complejidad creciente, de la cual hay que saber nombrar también el lado positivo, mucho más fundamental en su capacidad de crear relaciones y sistemas organizados.

(…) se puede y se debe volver a hablar de la finalidad de la naturaleza-physis, de una teleología inscrita en el ser natural, que coincida con el mismo presentarse del ser-energía, ya presente en ella desde siempre. El fin (en griego, telos) es intrínseco a la naturaleza-physis, como sabía Aristóteles que hablaba del cosmos como de una entelequia, de algo por tanto que tiene el telos en sí mismo, sin que necesitemos intervenciones sobrenaturales y milagrosas que lo introduzcan desde lo alto.

(…) es la misma naturaleza la que tiene en sí un principio de orden relacional que en la razón humana encuentra su cénit como «sabiduría solidaria»

Me siento muy en línea con estas afirmaciones de Vito Mancuso que expone magníficamente Gonzalo Haya. (No he leído su libro [“El alma y su destino”], sin embargo).Me parece que están precisamente en la línea del “emergentismo” que tanto he intentado comentar.

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[De un comentario de Juanel:]Pregunto: ¿qué diferencia el evolucionismo natural (no el social) del emergentismo? Ambos afirman que la energía (y la materia que sólo es un estado de la misma) se autoorganiza sin intervención de un sistema externo (Dios), dando lugar a estructuras más o menos estables. Sin embargo, a los emergentistas no les gusta el azar los cambios de forma aleatoria, sino que ven esos cambios dirigidos hacia una finalidad. Esto separa fuertemente a unos y a otros en el modo de entender la Naturaleza.Comprendo que la finalidad les permita introducir la Razón, el Orden, el Logos, el Plan divino, etc., pero todo ello tiene los pies de barro cuando la direccionalidad evolutiva es desmentida. Ningún biólogo riguroso, que no mezcle de modo irresponsable Ciencia y Fe, puede apoyar tal respuesta o conclusión. No hay direccionalidad, ni finalidad en la evolución biológica y menos aún se entiende en la geológica, en la físico-química o

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cosmológica. Me explico: hagamos un esfuerzo de la imaginación y quitemos al hombre de la Naturaleza, como si nunca hubiese existido, o si les parece salgamos a un lejano planeta habitable pero cuya evolución biológica no ha dado lugar a seres conscientes semejantes o no al hombre. ¿La evolución cósmica, físico-química, biológica, entonces sería imposible de darse? La evidencia nos indica que la evolución se daría sin el hombre. ¿Qué clase de finalidad tendría un sistema sin seres conscientes? Pues no tendría ni finalidad ni sentido y es que no tendrían porqué tenerla. El sentido y la finalidad dependen exclusivamente del hombre.Los ejemplos que contradicen la finalidad son abrumadores. Lo absurdo de un plan divino se manifiesta a cada paso sin referencia específica al hombre. Permíteme una ironía: ¿estaba presente en el plan divino formar el culo del chimpancé, o la mierda de vaca? El Plan divino se centra en el hombre y su entorno, todo lo demás me sobra en relación con mi fe. No necesito para nada ocuparme de qué plan divino impulsó el origen de los cangrejos, ni el de la galaxia M45, ni siquiera el del Big Bang. Yo entiendo mejor que es precisamente el hombre quien introduce su entorno, la Naturaleza, en los planes de Dios, que al contrario, es decir, que la Naturaleza introduce al hombre en los planes de Dios.Por ello no necesito ese “impulso vital” al inicio de la vida, ni tampoco una potencialidad neotomista en el principio de todo para autoorganizarse, ni finalidad o direccionalidad evolutiva. No tiene ninguna relevancia para la fe, que el hombre sea un suceso casual, insignificante y efímero, de la evolución en la Tierra. No tiene relevancia para la fe, si creemos que Dios se fija en el hombre lo toma del polvo que es y lo levanta hacia las alturas divinas al implicarse en su historia.

Estimado Juanel,gracias por tu respuesta.Mi réplica tampoco podrá ser exhaustiva. Sólo señalaré algunos puntos.

Como creyente, no puedo aceptar que la Naturaleza sea obra de la pura casualidad, del azar ciego solamente. Tampoco que la aparición del ser humano sea un mero accidente sin relación profunda y estrecha con todos los demás fenómenos naturales. Al contrario. Me parece que el ser humano es producto de la Naturaleza por ser producto de la vida, y ésta de la materia/energía. Y todo, en su conjunto, creación de Dios.

Por supuesto que NO me perturba pensar que Dios ha creado la –maravillosa- anatomía del chimpancé o el –maravilloso- proceso digestivo de la vaca (ni los correspondientes míos y tuyos), dentro de ese gran conjunto evolutivo. Mucho más me podría perturbar pensar que Dios haya creado un universo en que están presentes la depredación, el dolor, las catástrofes… Pero intento comprenderlo mediante una concepción teónoma y kenótica de Dios, un Dios (también) inmanente que crea mediante el azar y las leyes naturales un universo autónomo capaz de “construirse a sí mismo”, de lo cual se ha hablado –y yo mismo he hablado- mucho en este foro.

Yo tampoco puedo aceptar que la evolución de la Naturaleza sea guiada por una teleología que signifique propósito consciente operante desde fuera, o desde “lo alto”, como se atribuía a la obra creadora divina con obsoleta mentalidad heterónoma. Me parece bien y lógico que la ciencia moderna rechace este tipo de teleología. No debe en absoluto pensarse que Dios actúa como lo haría una especie de super-humano todopoderoso que determina o interviene directamente en todos y cada uno de los fenómenos naturales.

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Pero existe un tipo de finalismo intrínseco natural que no implica propósito consciente, una “teleología interna” llamada “teleonomía”, y todavía una aún más débil llamada “teleomatía”, que se dan en la Naturaleza desde antes de la aparición de la conciencia volitiva humana.Sobre esto puedes leer algo en http://galetel.webcindario.com/id90.htm de donde destaco:“Todos los sistemas físicos realizan actividades teleomáticas. Un subconjunto de los mismos, a saber, los seres vivos, además, realizan actividades teleonómicas. Un subconjunto de estos últimos, los seres vivos conscientes, son capaces de actividad teleológica. ”Muchos científicos modernos aceptan diversos grados de finalidad en la Naturaleza. E incluso algunos reconocen un “principio antrópico” –débil o fuerte- en el proceso cósmico.

Añadiré brevemente que pienso que la salvación del ser humano NO es independiente de la “salvación” de la Naturaleza. La Naturaleza “gime con dolores de parto esperando la manifestación de los hijos de Dios”, porque el plan de salvación de Dios para el ser humano se inscribe en, y culmina –sobrepasándolo-, el plan de creación de Dios ejecutado en el proceso evolutivo cósmico. En este sentido, la “historia de la salvación” no empieza con el relato de Abraham, sino con el relato de la Creación. Si la salvación del ser humano es obra de Dios, la creación del ser humano, que es su requisito previo indispensable, tiene que ser también obra de Dios (siendo a la vez producto evolutivo de la Naturaleza), y no puede ser un accidente casual, al menos en términos de nuestra fe.

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Acepto el ‘emergentismo’: la capacidad de la realidad de crear auténticas novedades en niveles sucesivos [¿las “discontinuidades cósmicas” de Mancuso?], de manera que cada nivel supera o “trasciende” a los anteriores, como por ejemplo el mundo de la vida supera al mundo de lo inanimado. Así es como puedo concebir que “existen otros mundos… pero están en éste”, en frase feliz de Paul Éluard.

Y si, consecuentemente, postulo la posibilidad de un Nivel Supremo en que emergerá la Novedad Última que trascenderá finalmente al espacio y al tiempo y a la multiplicidad y la finitud, entonces me encuentro hablando de un Mundo Nuevo, de “un ‘cielo’ nuevo y una ‘tierra’ nueva, donde el ‘mar’ no existe ya”. Pero que no es una realidad “paralela” a esta, ni que se encuentre espacialmente “sobre” esta, sino que constituye su culminación, su plenitud definitiva.Me descubro hablando de que “hay Otro Mundo… pero está en éste”.

Entonces hallo extremadamente sugerente pensar en el ‘umbral’ de esa emergencia final a la Novedad Última. Me parece que allí habrá una especie de “transición asintótica del mundo hacia la eternidad”. Y pienso en estas famosas palabras de Miguel de Unamuno:

“A ello responde la Anacefaleosis,la recapitulación de todo, todo lo de la tierra y el cielo,lo visible y lo invisible, en Cristo,

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y la Apocatástasis,la vuelta de todo a Dios, a la conciencia,para que Dios sea todo en todo.

Y ser Dios todo en todo, ¿no es acaso el que cobre todo concienciay resucite en ésta todo lo que pasó,y se eternice todo cuanto en el tiempo fue? Y entre ello, todas las conciencias individuales:las que han sido, se dan y se darán,en sociedad y en solidaridad.”

Nuestro impulso humanista, producto de la recta conciencia humana antes que de la fe, puede y debe llevarnos a esforzarnos por construir “en un tiempo prudente, aquella comunidad humana liberada con la que Dios sueña” e incluso a aportar –si bien infinitesimalmente— al Fin del universo; pero me apoyo sólo en mi fe cristiana para complementar eso con la esperanza imprescindible de una rehabilitación definitiva universal, creyendo firmemente que Dios se ha hecho víctima en Jesucristo para re-suscitar a todas las víctimas de la historia, haciéndose solidario Él de su sufrimiento y muerte, para hacerlas solidarias a ellas de su gloriosa resurrección.

A mi parecer, TODOS somos víctimas en el fondo, incluso los peores verdugos. Y pienso que TODOS seremos transformados -con nuestro consentimiento (no creo que nadie se resista indefinidamente a ello)-, cada uno según su historia y condición, para ser incorporados al Cuerpo Místico de Cristo, la nueva y eterna creación, la verdadera comunidad humana/divina soñada por Dios desde siempre.

“Esta es la morada de Dios con los hombres.Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él, Dios-con-ellos, será su Dios.Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni llanto, ni gritos ni fatigas,porque el mundo antiguo ha pasado.”(Apocalipsis 21, 3-4)

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[Comentario de Gonzalo:]“Gabriel, me gusta la frase pero la matizaría un poco. Existe otro mundo, pero ya está presente en éste. Aquí se muestra como el mundo de los valores y de las experiencias místicas; más allá de la muerte es el mundo de la plenitud. Creo que esta doble vertiente -temporal y eterna- expresa la idea fundamental del ‘ya sí, pero todavía no’ del Reino de Dios, de la escatología. El Reino de Dios ya está presente en las relaciones de justicia y amor entre los hombres, pero no se cumple en su plenitud.”

Tienes razón, Gonzalo. La frase: “Hay Otro Mundo… pero está en éste”, expresada -algo paradojalmente— en términos espaciales, equivale en cierto modo a la frase proléptica/escatológica: “Ya sí… pero todavía no”, expresada –también paradojalmente- en términos temporales.

Pensar que la Novedad Última que (presumiblemente) emergerá finalmente satisfará nuestras esperanzas y corresponderá a la realización plena de nuestros valores humanos, de manera que podemos anticipar ese Otro Mundo en “el mundo de los valores y de las

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experiencias místicas” del presente, es, a mi modo de ver, tener fe en Dios en dos sentidos complementarios:

- En el sentido de creer que las capacidades que potencian e impulsan, en forma de tendencias o “propensiones” (leyes naturales), las emergencias evolutivas conducentes a ese Fin, son la acción creadora inmanente del Espíritu del Dios que, a nuestro nivel humano, reconocemos como origen y destino de nuestras aspiraciones éticas (y estéticas y cognitivas).

- Y en el sentido de creer que el Espíritu de Dios nos hace participar desde ya en ese Fin, comunicándonoslo como anticipo, y nos hará participar de él plenamente más allá de nuestra muerte, ambas cosas gracias a su acción redentora.

Si esa fe correspondiera a meros buenos deseos y no a realidades físicas, estaríamos divagando. Por eso es conveniente descubrir cómo se articulan los planos físico y moral, y ello sin confundir los planos cósmico e individual.

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[De un comentario de Juanel:]Si al final de la historia triunfa el Bien alcanzándose la Plenitud, entonces creo posible que en ella ni el tiempo ni el espacio u otras dimensiones físicas (pues parece que hay al menos 11 de ellas), ni tampoco la materia-energía de nuestro medio, serán limitaciones infranqueables para el hombre futuro. Es de suponer que tendrán conocimiento y tecnología para usarlas completamente. Si se mueven en el espaciotiempo a su antojo podrían recorrer la historia y colocarse en cualquier coordenada espacio-temporal que quieran. Si esto fuese así la Plenitud ya estaría aquí de alguna manera indetectable, al menos por ahora. En esto ¿ves algo de magia?, aunque sí hay mucho de imaginación de los futuribles de la ciencia ficción. Yo NO digo que esta sea mi fe, lo que digo que sí es posible Plenitud sin magia, en la forma que he dicho u otra que desconocemos.Tener fe en un hombre parece a primera vista descabellado, pero no tanto si ese hombre ES Plenitud. Y lo es antes de la historia, en ella y después de ella. La Plenitud le pertenece, es suya y la da a los demás al compartirla con nosotros. Es suya porque ese hombre es Dios, y Dios-Absoluto.

Juanel,muy bueno, interesante y sugerente tu comentario. Me sigues sugiriendo cosas que ha dicho Paul Davies. Ahora esto, tomado de su libro “La Mente de Dios”:

“Un número de científicos ha propuesto un tipo de Dios que evoluciona dentro del universo, volviéndose eventualmente tan poderoso que se asemeja al Demiurgo de Platón. Uno puede imaginar, por ejemplo, vida inteligente, o aún máquinas inteligentes volviéndose gradualmente más avanzadas, esparciéndose por el cosmos, obteniendo control sobre porciones cada vez más grandes hasta que su manipulación de la materia fuera indistinguible de la naturaleza misma.

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Tal Inteligencia parecida a Dios podría desarrollarse a partir de nuestros propios descendientes, o aún haberse desarrollado ya a partir de alguna comunidad o comunidades extraterrestres. Y es concebible la fusión de dos o más Inteligencias diferentes durante este proceso evolutivo. Sistemas de esta clase han sido propuestos por el astrónomo Fred Hoyle, el físico Frank Tipler, y el escritor Isaac Asimov.

El Dios en estos esquemas es claramente menos que el universo, y aunque inmensamente poderoso, no es omnipotente, y no puede ser considerado como el creador del universo como un todo, sino sólo de parte de su contenido organizado. (A menos que se introduzca algún arreglo especial de relación causal inversa, por medio de la cual la súper Inteligencia al final del universo actúe hacia atrás en el tiempo para crear tal universo como parte de un lazo causal auto consistente. Hay indicios de esto en las ideas del físico John Wheeler. Fred Hoyle también discutió este esquema, pero no en el contexto de un evento de creación totalmente inclusivo.)”

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[De comentarios de Bernardo:]“Me parece que el emergentismo tiene algo de ‘deus ex maquina’, postula una especie de as en la manga por parte, si se cree, de Dios y si no se cree de la misma naturaleza. Si en este mundo existiera esa posibilidad, automáticamente perdería todo valor, dejaría de existir la libertad y el espíritu no emergería sino que sería algo necesario en la naturaleza. Prefiero seguir jugando con la baraja de los darwinistas más fieles a la naturaleza porque encuentro algo más de sentido en todo este caos. Teilhard de Chardin siempre me ha atraído, pero creo que jugaba con el as escondido en la manga y eso sería hacer trampa.(...)No sé si me expreso bien con lo del as en la manga. Quiero decir que el emergentismo me suena como todo pensamiento metafísico, un pensamiento que tiene truco. Si algo emerge, emerge hacia algo y eso hacia lo que emerge es el polo de llamada, por tanto el fin, entendido como polo configurador previo de lo que deberá ser lo que está siendo. Es decir, que lo que llegará a ser algo, ya lo es y la única diferencia es la ‘deferencia’ temporal del acontecimiento. Yo lo llamo ‘as en la manga’, por eso prefiero el pensamiento puramente darwinista, ni neo, ni ultra sino darwinista en estricto.”

Estimado Bernardo,gracias por leer y apreciar mi web. Yo también lo he hecho con tu magnífico blog.Respecto de lo que me dices sobre el emergentismo tomado como pensamiento metafísico, creo que te entiendo y estoy de acuerdo. Existe indudablemente el riesgo que señalas. Pero pienso que puede evitarse sin tener que renunciar a sus ventajas.

La emergencia no es un fenómeno determinista. Pienso que no puede preverse ni responde a un “polo configurador previo”. He escrito en mi web que:En cada nivel de emergencia se manifiesta la acción creadora de forma característica, y no como un propósito consciente de ir al nivel siguiente, y menos a un nivel último, sino como tendencias internas a ese mismo nivel. Todo conocimiento previo de niveles posteriores es inalcanzable, salvo como proyección o extrapolación del conocimiento de niveles anteriores.Por eso, me parece que no se aplica aquí tu objeción, en relación a ningún posible conocimiento del futuro por la vía emergentista.

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No obstante, no veo que nada nos impida hacer hipótesis en base a los fenómenos de emergencia que descubrimos en el pasado. Lo he escrito así:Situados como estamos en el nivel humano, tal vez podamos reconocer “a posteriori” la acción creadora en las tendencias hacia organizaciones cada vez más complejas en el ámbito de la materia inanimada, en el impulso a constituir organismos auto-organizados y ecosistemas en el ámbito de los seres vivos, y en el perfeccionamiento de los sistemas sensitivos y nerviosos que condujo a la conciencia y al pensamiento.En el ámbito humano, creemos que la podemos descubrir particularmente presente en las tendencias éticas, estéticas y cognitivas que, apareciendo originalmente en cada individuo como fuerzas de autoafirmación, autorrealización y supervivencia, se desarrollan abriéndose en el espacio y en el tiempo hacia el resto de la realidad y hacia el futuro, hacia sus límites ideales: el bien, la belleza y la verdad, que sólo en Dios alcanzarán completa realización.No me parece que pensar esto sea tener “un as en la manga”.

Pero hay que señalar, tienes razón, el peligro de basar una escatología cristiana principalmente en esas consideraciones, como han intentado hacer sin embargo grandes teólogos, señaladamente Teilhard y Rahner, a los que ha criticado por eso Moltmann, muy acertadamente:“[Moltmann] ve al ‘Cristo evolucionador’ de Teilhard como tema de vencedores. Sobre todo, no encuentra en Teilhard una teología de la redención de la evolución y sus víctimas: ‘Si se debe pensar a Cristo conjuntamente con la evolución, entonces debe ser pensado como el redentor de la evolución.’ Las críticas que hace Moltmann a Rahner son del mismo estilo. Halla que Rahner no presta atención a las víctimas de la evolución. Sugiere que el antropocentrismo de Rahner le impide incorporar el cosmos y un real respeto por la naturaleza. Rahner supone una visión evolucionaria, sin adoptarla de un modo crítico. No consigue descubrir su lado trágico. Se ve a Cristo como la cúspide del desarrollo evolutivo, pero no como el redentor de este desarrollo de sus ambigüedades. Sin embargo, Moltmann acepta claramente la concepción de Rahner de auto-trascendencia evolutiva, cuando se la une con la teología de Cristo como redentor de la evolución.”(Denis Edwards en el capítulo 6 de su libro “El Dios de la evolución”)

Por otra parte, hay que tener en cuenta que la confianza o esperanza cristiana en el futuro no es seguridad, ni puede basarse en ningún supuesto determinista que pudiera aportarle una teoría evolucionista (lo que desde luego no es el caso del emergentismo). También esto lo indica Moltmann (arguyendo contra Bloch en su famosa obra “La teología de la esperanza”):“La confianza cristiana tiene en este mundo a su favor tan sólo la llamada y la promesa del Dios de la resurrección, y por ello tiene en contra suya el mundo y la muerte, con sus posibilidades e imposibilidades. Por ello es ‘esperanza contra esperanza’ (Kierkegaard), y un esperar contra aquello que se tiene ante la vista (Rom 8, 24); es esa esperanza en la que, según la experiencia y lo que puede pensarse, ‘no hay nada que esperar’ (Rom 4, 18), una esperanza de las cosas que no vemos (Heb 11, 1), porque, contra la muerte, espera lo imposible, es decir, la resurrección y la vida dada por Dios.Esto no es ni una seguridad pseudocientífico-natural, ni tampoco un nuevo y simple optativo. No tiene a su favor ni hechos, ni tendencias benévolas de la naturaleza, ni la inmortalidad del esperar y desear humanos, sino tan sólo la fidelidad de Dios, que se atiene a su palabra de promesa, que ‘no mentirá’, porque no se negará a sí mismo.”

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Por todo lo dicho, pienso que no es guardar “un as en la manga” el aplicar la visión emergentista al proceso evolutivo creador. Sí es un riesgo, en cambio, aplicarla sin más a la redención, como si la esperanza cristiana pudiera basarse en el postulado del “punto Omega”, y no al revés.

PD: Se llama “neodarwinismo”, como sabrás, a la síntesis evolucionista moderna que integra el “darwinismo” con la teoría de Mendel de la herencia genética, la mutación genética aleatoria como fuente de variación y la genética de poblaciones. Creo que prácticamente la totalidad de los darwinistas actuales son en realidad “neodarwinistas”.

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Hablando de los “niveles de emergencia”, cada nivel supera radicalmente al precedente “asumiéndolo”, es decir que no aniquila, no ignora, no contradice, las características emergentes precedentes, sino que las engloba, las asume, las incorpora, sobrepasándolas sin embargo en su absoluta novedad.

Los futuros emergentes serán más que humanos pero, por lo menos, serán básicamente como los humanos en sus características esenciales, de la misma manera que los seres humanos somos más que animales, pero tenemos básicamente las características esenciales de los animales.

Los humanos somos esencialmente seres autoconscientes y dotados de pensamiento simbólico. Ello nos lleva a ampliar el impulso natural de satisfacción y supervivencia que poseemos en cuanto seres vivos, en un desarrollo ético, estético y cognitivo, que va desde el “sí mismo” individual hacia el “todo” universal. Así se conforman nuestras cualidades de entendimiento y voluntad. Lo resumimos diciendo que cada individuo humano es una “persona”.

Siguiendo el razonamiento anterior, podemos afirmar que los emergentes superiores al nivel humano -de haberlos- serán, por lo menos, personas, aunque irán mucho más allá; serán, podríamos decir, “ultra” personales, pero sí, básicamente, personales.En particular, esto se aplica a Dios. Aunque en nuestro nivel nos sea imposible conocerlo, y no podamos decir nada positivamente cierto acerca de Él, creemos que podemos afirmar que es, por lo menos, personal. Es radicalmente diferente, sobrepasándolo, a cualquier ser actualmente existente, pero se parece, básicamente, más a un ser humano que a ninguna otra cosa que actualmente podamos conocer. Somos la “imagen y semejanza” de Dios.

Por otra parte, si vemos en nuestro desarrollo ético, estético y cognitivo la presencia del Espíritu de Dios, una manifestación de la tendencia creativa que impulsa hacia Dios, entonces podemos afirmar a Dios como la consumación de nuestras esperanzas, como el Bien, la Belleza, y la Verdad, perfectos.

Pero aun cuando el “umbral” de emergencia divina podemos pretender situarlo en un tiempo futuro, Dios es trascendente al tiempo y al espacio; no “existe” en un momento futuro, ni presente, ni pasado; es “eterno”, lo que suele expresarse diciendo que “Él es, era y será”. Es la culminación del universo, pero no pertenece al universo, no es ni será un ente “existente en el universo”.

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El tiempo propio del universo es una construcción del proceso cósmico, no un marco absoluto de toda realidad. Desde el interior del proceso –como estamos– no podemos corrientemente pensar sino en términos temporales.Sin embargo, mediante un esfuerzo de abstracción podemos colocarnos en un punto de vista que ordena las realidades “ontológicamente” (orden óntico), en vez de “cronológicamente” (orden noético). Conscientes de que el tiempo no es un referente absoluto sino más bien aparente, conferimos más verdad a esta visión que a la habitual. Según ella, Dios es la realidad más verdadera, incomparablemente. Dios es la razón de ser, la causa final, el fundamento, de todas las realidades temporales. Según esta visión, la verdad es que es Dios quien crea al universo, al proceso y cuanto éste contiene. El ordenamiento temporal, que sugiere que la naturaleza crea a Dios, proyectando la concepción de causalidad eficiente que es interior al proceso, es ilusorio. El proceso sólo existe “en función de” Dios, quien es así verdaderamente el sujeto, no el objeto, de la Creación.