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Los héroes de Nagarythe Aeris Anar el príncipe sombrío La historia de Aeris comienza en las frías tierras de Nagarythe al norte de Ulthuan hace siglo y medio cuando nació durante la noche de Khaine, buen presagio para los habitantes de las Tierras Sombrías, pues éste es el Dios de la guerra y para éste pueblo no existe otra vida que la lucha contra sus oscuros primos. Siendo el último hijo del gran Alith Anar, legítimo heredero al trono de Nagatythe, que Malekith el Rey Brujo usurpó hace unos seis mil años y de Yvaine Coraith, hermana de Melenar, el señor de la casa Coraith, padre de Calaidan y Kaldor, futuros poseedor de las lágrimas de Isha, se presagiaron grandes hechos para este elfo. No se sabe cómo es que vive aún Alith Anar, habiendo superado la esperanza de vida de un elfo hace ya muchos siglos, algunos creen que es debido al talismán que éste le robó a Morathi la señora de las elfas brujas cuando el reino se vio arrasado por las aguas, pero muchos otros creen que es debido al odio que siente por éstos dos elfos y que no descansará en paz hasta recuperar lo que es suyo por derecho. Para un noble en las tierras del norte la vida no es fácil. La vida nómada de los sombríos está llena de responsabilidades y ningún privilegio. Además a una edad temprana Aeris fue enviado a la Casa Coraith, la última plaza fuerte de las Tierras Sombrías para su entrenamiento. Atith pensaba que si su hijo se formaba fuera, podría dar un gran dirigente a Nagarythe libre de rencor a sus primos oscuros para que no se dejase llevar por el odio en su lucha, como lo hacían sus hermanos. En la Casa Coraith, Aeris se crió como cualquier otro elfo, bajo la tutela del recién nombrado señor de la casa, Calaidan. Durante este tiempo Aeris se entrenó con los señores de los caballos, los Segadores de Ellyrion y los Leones Blancos de Cracia en el arte de la guerra. Sirvió a

Aeris Anar

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Los héroes de Nagarythe

Aeris Anar el príncipe sombrío

La historia de Aeris comienza en las frías tierras de Nagarythe al norte de Ulthuan hace siglo y medio cuando nació durante la noche de Khaine, buen presagio para los habitantes de las Tierras Sombrías, pues éste es el Dios de la guerra y para éste pueblo no existe otra vida que la lucha contra sus oscuros primos.

Siendo el último hijo del gran Alith Anar, legítimo heredero al trono de Nagatythe, que Malekith el Rey Brujo usurpó hace unos seis mil años y de Yvaine Coraith, hermana de Melenar, el señor de la casa Coraith, padre de Calaidan y Kaldor, futuros poseedor de las lágrimas de Isha, se presagiaron grandes hechos para este elfo.

No se sabe cómo es que vive aún Alith Anar, habiendo superado la esperanza de vida de un elfo hace ya muchos siglos, algunos creen que es debido al talismán que éste le robó a Morathi la señora de las elfas brujas cuando el reino se vio arrasado por las aguas, pero muchos otros creen que es debido al odio que siente por éstos dos elfos y que no descansará en paz hasta recuperar lo que es suyo por derecho.

Para un noble en las tierras del norte la vida no es fácil. La vida nómada de los sombríos está llena de responsabilidades y ningún privilegio. Además a una edad temprana Aeris fue enviado a la Casa Coraith, la última plaza fuerte de las Tierras Sombrías para su entrenamiento. Atith pensaba que si su hijo se formaba fuera, podría dar un gran dirigente a Nagarythe libre de rencor a sus primos oscuros para que no se dejase llevar por el odio en su lucha, como lo hacían sus hermanos.

En la Casa Coraith, Aeris se crió como cualquier otro elfo, bajo la tutela del recién nombrado señor de la casa, Calaidan. Durante este tiempo Aeris se entrenó con los señores de los caballos, los Segadores de Ellyrion y los Leones Blancos de Cracia en el arte de la guerra. Sirvió a Calaidan como merodeador durante la incursión de los Elfos Oscuros liderada por el hermano renegado de Calaidan, Kaldor.

Estaba patrullando el faro con los jinetes de Ellyrion cuando comenzó el ataque de los druchii. Después de la destrucción del faro, fue enviado a las colinas de Ardan a pedir ayuda a los sombríos. Llegó a tiempo de ver como los druchii se abalanzaban sobre el campamento de Alatar (su hermanastro). Sin embargo consiguió salvar al príncipe y a diez de sus seguidores de la muerte. Marcharon a paso vivo para combatir a los Elfos Oscuros a los pies de la casa Coraith durante horas. Cuando todo parecía perdido Calaidan mató a Kaldor en un sangriento duelo. Sin general los druchii se desmoralizaron y fueron destruidos.

Alatar le dijo a Aeris quién era y dónde encontraría a su padre. Además Calaidan nombró a Aeris su escudero por el valor que había demostrado en la batalla y éste permaneció con su señor hasta que Calaidan lo relevó de sus quehaceres para ver a su padre. Aeris partió a las ruinas de la antigua capital, Anlec, para ver a su padre y allí lo encontró. Éste le dijo que su pueblo lo necesitaba, debía traer a Aenur, la espada del Crepúsculo, de vuelta a Ulthuan por orden de Finuval.

Aeris, recién nombrado capitán sombrío partió al Viejo Mundo con un regimiento de

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guerreros. Pero justo cuando iban a atracar en Marienburgo un buque negro les asaltó. Cualquier otro sombrío se habría lanzado a por los druchii sin dudarlo pero Aeris carecía de esa debilidad, dirigió a sus sombríos como si fuesen sus hijos e hicieron retroceder a sus primos corruptos. En el último segundo una hechicera bruja partió los navíos en dos con un haz de caótica energía mágica.

Aeris estaba vivo pero no había otro rastro de sus hermanos y enemigos que cuerpos en las rocas. Ahora sólo podía rezar por que estuviesen bien. Así que Aeris decidió pasar un tiempo en Marienburgo para ponerse en contacto con la cultura humana. Desde el barrio de los Elfos Marinos, Aeris descubrió la cultura del hombre que lo maravilló y atemorizó a la vez, sabía que su raza estaba en decadencia pero no hasta que punto y allí advirtió la realidad. Al contrario que otros asures que se habrían llenado de melancolía y dejadez la sangre sombría hizo presencia en el elfo y decidió que trataría de impedir la extinción de su pueblo. Su búsqueda no había hecho otra cosa que empezar pero ya estaba listo para la aventura en el Viejo Mundo...

El encuentro

Tathar siempre había desconfiado de Gimbri, no sólo por el hecho de cómo habían encontrado al enano, ni sólo porque este fuese un enano, siempre hubo algo que lo inquietaba en él. Kaz-Druk el gladiador enano se lo había dicho, había algo en aquel enano. Y los enanos no solían a revelar ese tipo de cosas a un elfo y menos acerca de otro enano. Los elfos silvanos no saben nada sobre cismas entre enanos pero parecía que, al igual que los elfos, tenían parientes adoradores de los oscuros.

La trampa que Gimbri les había dejado en Karak-Zulvor ya lo había cabreado pero esto era el colmo. Kaz-Druk había muerto por los disparos de los trabucos y ahora solo Hanz, el caballero de fortuna y Hans, el duelista, hacían frente a los cuarto Enanos del Caos. Mientras Grumbrir el físico enano se las veía con un cruce entre enano y toro que lo aporreaba con su oscuro martillo.

Pero lo peor era el hechicero enano que los sobrevolaba en un toro llameante que estaba dispuesto a freírlos. A su izquierda, Gathering ya invocaba el poder de la diosa madre listo para descargar la ira de Isha sobre el Tauro alado. Así que Tathar dejó el arco de madera de tejo y se dispuso a conjurar contra la magia arcana del enano. Repasó mentalmente los secretos que Alisea le había enseñado. Entonces rezó por que ella estuviese allí en ese momento.

Gathering le lanzó tres relámpagos al ser. Parecieron ser absorbidos por la piel del toro, entonces Tathar concluyó que sus bolas de fuego no le causarían daño alguno y sopesó lanzar otro hechizo. Pero el poder que el hechicero desató como respuesta derribó sus defensas mágicas y un chorro de magma mágico cayó contra los dos elfos. Gathering aulló dolorido por sus quemaduras y quedó inconsciente. Tathar había esquivado buena parte del hechizo y se preparó a contraatacar por su compañero caído.

En ese momento una figura a caballo apareció al trote con un arco tensado, a Tathar le pareció que había llegado el fin, pero para su sorpresa la flecha se clavó en el hombro del hechicero enano. Lanzó una plegaria a Isha y aprovechó la oportunidad para atacar

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al Tauro con todo lo que tenía...

****

Aeris había visto cosas raras, pero un toro volador de tres metros con un hechicero enano era nuevo. No dudó un segundo, su arco apuntó al enano que había atacado los elfos, no veía un rostro elfo desde que había partido de Marienburgo y ver a dos de ellos en peligro le hizo reaccionar al instante. Entonces vio que uno de ellos, todavía consciente, aprovechaba su disparo para acribillar al toro alado con espinos mágicos.

La criatura cayó al suelo y Aeris sacó su espada para acto seguido incrustársela al toro en el negro vientre. Un feroz bramido se oyó en el camino cuando el Gran Tauro murió. Sin perder un segundo azuzó a su corcel para llegar hasta el centauro enano y le rebanó la cabeza con un movimiento de su espada. Ahora quedaba el hechicero...

****

La ayuda por parte del jinete había sido inestimable. Ahora el hechicero enano estaba en pie listo para incrustar su martillo en la cabeza de Tathar. Entonces se dio cuenta de que el enano tenía las piernas de roca pura y era incapaz de moverse. Tathar extrajo el poder flamígero de su anillo encantado y se lo lanzó al enano que rugió de dolor. Éste al ver que estaba en inferioridad decidió desaparecer. Invocó el poder de Hasuth y se convirtió en magma puro introduciéndose en la tierra. La lucha había acabado.

El físico atendió las heridas de todos y Tathar se acercó para agradecer al jinete su ayuda, cuando éste apartó la capucha gris de su rostro, Tathar quedo petrificado, no sólo era un elfo, era un Asur, un primo de los reinos élficos. Tathar siempre había creído que estos elfos nunca prestaban ayuda a los demás, ocupándose sólo de sus asuntos y su isla, pero éste en concreto había arriesgado su vida por gente que ni si quiera conocía, debía saber más acerca de este individuo.

A Aeris el grupo le pareció pintoresco a la par que curioso. Dos hombres, un enano y dos elfos viajando juntos. Si ellos podían llevarse bien quizá el resto del mundo también podría, así que decidió quedarse con ellos. Al fin y al cabo viajar con ellos sería más seguro que hacerlo solo y los elfos eran parientes del bosque de Loren y eso atrajo su atención, no solo quería saberlo todo sobre ellos, Tathar como se llamaba uno, además buscaba a su madre perdida, quizá si les ayudaba primero pudiesen luego ayudarle a él a buscar a Aenur. Al fin y al cabo él no sabía por donde empezar.

El fin de la Búsqueda

En la oscuridad, la espada encantada emitía una verdosa y tenue luz pálida. Aeris limpió el filo de sangre de hombre-rata y continuó adelante flanqueado por Tathar y Gathering. En la más absoluta de las tinieblas y pese a la oscuridad, la visión de los elfos les permitía ver la escena de la masacre. Aeris había cortado en dos a cinco alimañas y Tathar había matado a tres, mientras que Gathering frió a cuatro guerreros del clan, hecho que había provocado la huida de los demás guerreros skaven en dirección al pozo. Había otros cadáveres de los hombres-rata que sus congeneres estaban husmeando cuando llegaron los elfos. Todos violentamente despedazados por unos tajos quirúrgicos. La mano de Aenur era bien perceptible.

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No había tiempo que perder, así que, los tres elfos descendieron por el pozo para dar captura a los otros seres peludos. Aenur estaba allí, aún no podían verle, pero pronto se toparían con él. Así lo había dicho Johan, el capitán mercenario, cuando visitaron la taberna “El descanso del Oso”. Aenur había ayudado a Johan en una misión y luego había partido para vérselas con un Vidente de los siniestros hijos de la piedra bruja, Thanquol.

La senda que había conducido a Aeris hasta Mordheim fue dura. Se había enfrentado a multitud de enemigos: goblins, orcos, enanos del Caos, demonios; había ayudado a quien se lo pedía siempre que le había resultado posible: a los enanos de Grissenwald y a los elfos de Loren cuando la madre de Tathar había sido secuestrada por Kemmler, el Señor de todos los Nigromantes, -rescatando a la líder del Consejo del Tejo de las garras de éste y su legión de muertos vivientes-. Ésta le dijo que el maestro elfo se encontraba en Mordheim, la ciudad condenada.

Al fondo del pozo podían oír el sonido de una lucha titánica, el chocar del metal, gritos de horror y el sonido de los rayos malditos de pura energía bruja. Aeris avanzaba a la cabeza, con la espada en alto y el escudo listo. A su derecha Tathar tensaba su arco y Gathering preparaba sus cánticos a la Diosa Madre. Se dispusieron para entrar en el umbral.

Al otro lado la sala era un caos. Aenur ataviado con su fina capa, fintaba, estocaba y esquivaba a una rata ogro-mecánica que intentaba aporrearlo y chamuscarlo con un brazo lanzallamas. A su vez un skaven de pelaje gris empuñaba un báculo brillante en una mano y se tapaba una herida en un costado con la otra, en torno a él, estaban los supervivientes del encuentro anterior. De un túnel recién excavado llegaban guerreros pútridos con armas corroídas en ambas manos. Una decena de skavens ataviados de negro estaban muertos en el suelo.

Aeris se decantó por cargar a los monjes de la Plaga blandiendo su espada en arcos veloces y mortales. Tathar apuntó a Thanquol pero éste puso a otra rata en la trayectoria del disparo que cayó al suelo con una flecha entre los ojos. Gathering hizo que las rocas del suelo, caídas por la creación del túnel, se abalanzasen sobre los skavens que entraban. Aenur continuó su danza de muerte con Destripahuesos el guardaespaldas de Thanquol.

Aeris acabó a tiempo con las últimas ratas del clan Pestilens. A punto para ver como otros tres armados con mayales que expulsaban un gas verdoso por sus bolas se acercaban frenéticamente por el túnel. Cuando llegaron al combate Aeris esquivó el mayal de uno y lo ensartó con su espada, otro se abalanzaba sobre él mientras se esforzaba, a la vez, en sacar la espada encantada del cuerpo lacerado del primero. Una flecha voló y se ensartó en la mano del Skaven que perdió empuje y falló el ataque: pero el hombre-rata ignoró la herida. Aeris aprovechó el tiempo y al sacar la espada cercenó limpiamente la cabeza del Portador de Plaga.

Gathering contuvo, con gran esfuerzo, el ataque mágico disforme que le lanzó Thanquol pero no pudo impedir que éste se teleportase al principio del túnel. Aenur hirió

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gravemente al autómata cortándole el brazo de un poderoso mandoble; al monstruoso ser de metal y huesos no pareció importarle. Thanquol soltó un alarido al pensar en lo caros que resultarían los arreglos del clan Skryre.

Él último Skaven pútrido descargó, de forma salvaje, el mayal contra Aeris que, de no haber puesto el escudo enano para recibir el impacto, le habría aplastado la cabeza. La runa del escudo brilló fuertemente y detuvo la mayor parte del golpe. Pero el humo verdoso inundó la zona entrando por los pulmones de Aeris lo que le hizo sentir náuseas. Como respuesta un espadazo amputó los brazos del skaven que chilló de dolor y se derrumbó. Thanquol, al verlo todo perdido, teleportó a su mascota fuera y lanzó un rayo verde que derrumbó la entrada al túnel. Entre los cascotes y el polvo inalado Aeris cayó al suelo temiendo no despertar...

El aire nocturno viciado de la calle hizo que Aeris se despertase. A su lado estaba Gathering que le había administrado un brebaje mientras Aeris aún estaba inconsciente y ahora rezaba a Isha para que sanase. Tathar lo miraba preocupado, tensando la cuerda del arco por el nerviosismo; y Aenur dejó de mirarlo en cuanto él recobró la consciencia... parecía vigilar los alrededores.

Entonces Aeris habló:

- Gracias Gathering, loada sea tu mano y buena la gracia de Isha. - Sin duda la Diosa te protege Aeris. He visto morir a gente por aspirar ese polvo verde- contestó Gathering – es un alivio que sigas bien.

Aeris se levantó apoyándose en Tathar que le ofreció su mano amigablemente.

- Gracias Tathar, creí q no lo contaba. Aenur, debemos hablar... - comenzó a decir Aeris- soy Aeris, hijo del Rey Alith Anar. Te traigo un mensaje de su Majestad Finuval el Navegante.

Al decir esto Aenur se giró. Al principio su rostro no reflejaba nada, pero Aeris captó de pronto un atisbo de esperanza en sus ojos pétreos.

– ¿Son mis nuevas instrucciones? - dijo al fin - ¿Qué nuevas traes de Ulthuan, mi príncipe sombrío? - No son instrucciones, tu trabajo contra Be'Lakor se ha acabado. El Oscuro se marchó hace tiempo para preparar otra ruin amenaza contra el mundo. Has hecho una gran labor aquí Aenur. Regresamos a casa.- Para Aeris fue una gran alegría poder decir después de tanto tiempo estas palabras.

Aenur solo dijo una palabra:

– ¡Sea! - y una lágrima resbaló por su pálida mejilla.

El regreso a casa

La lluvia caía gota a gota por los tejados angulosos de las casas de blanca piedra en Lothern. Las olas espumosas chocaban contra los riscos cubiertos por las brumas que el faro iluminaba desde lo alto. Las gaviotas en sus nidos graznaban sin cesar arrullando a

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sus polluelos mientras se acurrucaban entre los acantilados. El puerto estaba en plena actividad. Los buques iban y venían, los elfos armados desembarcaban y se dirigían a los barracones y sus líderes al palacio, los mercaderes gritaban para hacerse oír, un halfling vendía ricas empanadas de carne...

En ese momento entró en la ciudad un navío garra de halcón arrastrado por tres serpientes marinas. En la cabeza de la que dirigía a las otras se encontraba un mago fatigado que se aferraba a la escamosa cabeza de la criatura. El buque estaba devastado: los virotes y saetas negras recuerdo de la confrontación con los Druchii brotaban por todo el casco, en un costado la embarcación tenía un enorme agujero por el que entraba y salía agua.

Sadowblade había sido derrotado por primera vez en la historia élfica. El buque se habría perdido de no ser por los héroes que en él se habían embarcado. Aeris Anar, el Príncipe Sombrío, Tathar Tinûviel, el noble mago del Tejo, Gathering Tanyn, Alto clérigo de Isha, Aenur, La Espada del Crepúsculo, Elenruhu, Señor de las Tormentas de Lothern y su prometida Falarielle Numenrese, Suma Sanadora de Avelorn. El asesino había sido enviado para dar buena cuenta de los últimos pero había huido al fallar su plan.

Elenruhu bajó de la grupa de la sierpe mientras sus compañeros y los restos de la tripulación de la Guardia del Mar de Marienburg descendían por la pasarela. Estaban heridos cansados y agotados, pero algo se cocinaba en Lothern y... no se quedarían al margen. Despidiéndose de los marinos elfos se dirigieron el palacio del Rey Fénix.

De pronto veloz como un rayo un enorme y majestuoso corcel blanco, que Aeris reconoció como uno de la estirpe de Kohandir, padre de los caballos, les dejó atrás en una fracción de segundo. En su lomo con porte orgulloso iba un elfo ataviado con una armadura dorada de diseño caledoriano. En poco tiempo un grupo de Yelmos Plateados que seguían al jinete pasó también a su lado.

Pronto miraron al cielo cuando éste se oscureció de pronto. Un grupo de tres dragones sobrevolaron la ciudad en dirección al palacio. Que hubiese dragones despiertos solo podía significar una cosa. Guerra. Atravesaron las puertas del palacio a toda prisa y se dirigieron a la cámara del trono. Dos alabardas decoradas les cerraron el paso. Allí se estaba discutiendo el destino de Ulthuan y Aeris debía estar presente...

Se había acabado aquello de ser un capitán... si quería ser escuchado debía dejar su humildad y adoptar su puesto en la nobleza elfa, debería ser aquello para lo que había nacido. Aeris se preguntó si eso era realmente lo quería. Sin duda no podía ser de otra forma.

- ¡Abre paso a Aeris Anar, Príncipe Sombrío, guardia! Nagarythe viene a ocupar su lugar en el consejo. Mi corte, viene conmigo para atestiguar mi procedencia, así pues, abre ahora mi buen Asur.-dicho esto las alabardas cedieron y el grupo entró en el Conclave. La guerra comienza

La lluvia caía empapando a todos los elfos que situados en la playa aguardaban al enemigo. Una nueva batalla por la Isla marchita estaba a punto de comenzar. Los

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informes de la Guardia del Mar habían hecho que Aeris movilizara a parte de su ejercito y lo condujese al Altar de Khaine para su defensa. Tyrion se ocupaba de la puerta del Grifo, Calaidan y Alith se ocupaban de Nagarythe mientras otros generales marchaban a Albión, la tierra de las brumas donde el Señor Oscuro tramaba un funesto plan.

Habían pasado ya seis meses desde la llegada del grupo a Ulthuan. Aeris recordaba los planes de reconstrucción que tenía para las Tierras Sombrías. Plantar árboles traídos de Athel Loren, edificar ciudades... Todo se había ido al traste... lo que ahora necesitaba su pueblo era un líder y un guerrero. Se arropó en su elaborada capa gris, propia de un general de Nagarythe y revisó a sus tropas.

En el flanco derecho, Angrod Tasartir se encontraba al mando de los Leones Blancos, él mismo dirigía a los lanceros en el centro y Elenruhu capitaneaba a los Maestros de la Espada a su izquierda. Tras ellos dos unidades de Sombríos, un batallón de arqueros y los dos lanzavirotes esperaban en lo alto de la playa. Tathar y Gathering los ayudarían a contener la envestida con magia y proyectiles.

Entonces el sonido de los cuernos los alertó, los druchii habían llegado. Entre la bruma podía observarse la silueta de barcazas, y al fondo un terrible navío oscuro. Aeris dio orden de disparar y los siglos de entrenamiento marcial dieron sus frutos en forma de los agónicos gritos de sus enemigos. Así dio comienzo la batalla.

Tras horas de combate a muerte entre las olas el agua comenzó a llegar a los Asur por las rodillas que junto con los cadáveres y el cansancio comenzó a hacer mella en la moral. Tathar se había limitado a disparar y lanzar un par de hechizos de apoyo y al amanecer captó la totalidad del amargo espectáculo que tenía ante él.

Las aguas estaban teñidas de rojo y la batalla proseguía. Más y más elfos se unían a las filas de los desaparecidos, bajo las olas carmesíes. A unos veinte pasos cadáveres arrastrados por la marea mostraban sus últimas expresiones, todas muecas de dolor y odio. Por un segundo le pareció que estos muertos deseaban cobrar vida de nuevo y así continuar la matanza durante eones.

Los Maestros, tras recibir una feroz carga de un número atroz de Brujas y Corsarios, huyeron dejando el flanco libre. Aeris vio que en ese momento todo se perdería si no acudía a llenar el hueco. Con una mirada vio a Angrod y los leones que resistían firmemente el ataque de unas hidras y guerreros druchii, decapitando por igual a elfos y monstruos.

Angrod tras cercenar a otro engendro de Nagaroth fue consciente de la situación.

-¡ Ve hermano Asur! ¡Ayuda a los arqueros! ¡Nosotros nos encargamos de estos!- gritó con fuerza para que Aeris lo oyera.

Aeris asintió y lanzó a los lanceros para interceptar a los Corsarios y la Brujas. Sin embargo, antes de poder llegar las Brujas se abalanzaron sobre Tathar y los arqueros creando una orgía de muerte. Aeris y su grupo avanzaron por la playa en su auxilio rápidamente.

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Los Maestros y Elenruhu se reagruparon dispuestos a cobrarse en vidas la retirada que se habían visto obligados a efectuar. Y avanzaron con las espadas en alto listos para contener la marea druchii. Haciendo gala de su habilidad legendaria penetraron en las filas de Corsarios dispersándolos a todos. Y entonces ocurrió...

Los Verdugos saltaron a la playa y entre sus filas saltó el portaestandarte del Rey Brujo enarbolando el perdido estandarte del Aenarion, el Estandarte de Nagarythe. Los corazones druchii se cargaron de soberbia mientras que un odio visceral, una sed de venganza y una ansia de masacre amplificados por el cercano Altar Negro llevaron a los Asures de Nagarythe a una carga salvaje.

Cuando Aeris vio el estandarte, su alma fue sacudida por un punzante filo inmaterial. Luego la rabia comenzó a manar a borbotones dejándose llevar por ella comenzó a lanzar arcos fatales con su espada. Tajando miembros, quebrando escudos y todo lo que sus enemigos dejaban a su alcance. A su feroz carga se le unieron los guerreros sombríos que a grandes zancadas se abalanzaron sobre los Verdugos.

Aeris buscó en medio de la masacre al portaestandarte. Estocaba a verdugos antes de que estos pudieran si quiera rozarlo. Entonces lo vio, en medio del combate se abría paso matando a Asures con su espada. Aeris bramó de furia y descargo su espada contra él antes de que el druchii pudiese verlo. El cuerpo inerte y acuchillado se desplomó junto al estandarte. Aeris continuó matando...

Tras acabar la batalla, los Asures, vencedores del conflicto, regresaron al campamento. Tathar exhausto se desplomó sobre la cama de su tienda. Había luchado toda la mañana y parte de la noche anterior contra los parientes oscuros. Ya no le extrañaba que los habitantes de las Tierras Sombrías los odiasen, ni los orcos eran tan insistentes. De se así todo Loren acabaría odiándolos.

El campamento distaba de ser un lugar de su agrado. Cientos de heridos eran atendidos aquí y allí. Vio pasar a su amigo Gathering unas cinco veces, todas acudía en ayuda de alguien. Corría, vendaba y sanaba en nombre de Isha. Mientras Aeris, Angrod y otros Asur preparaban montículos para incinerar a los muertos. Sus almas regresarían con Asuryan antes de que Khaine las reclamase.

Pero había algo horrible allí, en el centro de la llanura había una siniestra pirámide escalonada. Por toda la llanura huesos milenarios, armaduras y hojas de armas centelleaban a la luz de Morrislieb contrastando con la oscuridad que manaba de aquel altar. Por las laderas corrían torrentes de sangre que bajaban a empapar a los huesos de abajo. Era una obra descomunal comparable al Roble Eterno. Y en lo alto centelleaba algo maligno y arcaico que removía los pensamientos de Tathar.

Decidiendo ignorarlo cerró los ojos, e inspiró profundamente, dejando que Lileath llevase su mente al reino de los sueños. No fue esto lo que ocurrió.

- “Tathar...”- dijo una voz fría como un glaciar y dulce como la miel. - ¿Quién eres? ¿Qué es lo que buscas en mi?- respondió el elfo del Tejo. - “¡Ah! Veo que los tuyos me han olvidado... no te inquietes...”-continuó la voz ultraterrena-“ Yo te haré recordar...”

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Tathar se encontró entonces indefenso, sin su arco ni sus componentes de hechizos, hasta su hada-familiar, Arcane, había desaparecido y él estaba de nuevo en la playa con el mar plagado de cadáveres y una elfa semidesnuda armada con dos dagas que lanzaba espuma por sus carnosos labios se disponía a acabar con él. Intentó pensar en Alisea, su madre, pero no pudo. Cogió una espada del suelo y comenzó a batallar por su vida.

- “Eso está mucho mejor”-susurró la voz cada vez más atrayente-“no habéis olvidado como se pelea... seguís disfrutando del combate... Ese, es el destino Tathar... todo en tu mundo cambiará, llegaré a vosotros de nuevo... os haré míos... es el sino de la raza élfica... Ulthuan y Nagaroth serán mi reino al igual que Loren.”

Al momento apareció en Athel Loren, pero todo había cambiado. Era frío y gris, en lugar del Roble Eterno había un árbol marchito y en el claro del Rey se erigía otra pirámide negra. Tathar no comprendía que sucedía así que trató de rechazarlo.

- ¿Qué es esto? Nosotros no te veneramos caótico dios de la matanza... -entonces su voz enmudeció y la otra soltó una gélida carcajada que quemó el alma del elfo. - “Yo no pertenezco al Caos, soy más antiguo y astuto. Ahora tú eres mío y a través de ti todo Loren lo será. No puedes resistirte. Pregúntale a tu amiga la elfa...”

La elfa volvió a la carga dispuesta a acabar con Tathar. Y como había ocurrido en la batalla él le cercenaba la cabeza de un tajo. Cuando la sangre cayó al suelo arenoso Tathar sintió algo raro. Placer.

Aeris estaba furioso consigo mismo. En el campo de batalla se había dejado influenciar por la ira. Sería la primera y última vez que lo haría. Aunque habían vencido, él había dejado caer el estandarte de Nagarythe y los druchii en su huida se lo habían llevado. Era un error imperdonable que él había cometido. En ese momento, alguien lo sacó de sus cavilaciones, miró arriba al segundo y descubrió a Angrod. Su viejo amigo y los leones les habían salvado a todos de perecer al detener ellos solos el avance en la playa.

Había una preocupación visible en el elfo de Cracia, su rostro marmóreo lo reflejaba.

- Hay problemas amigo. Alguien se dirige al templo. La pirámide Negra no debe ser molestada. - Estupendo, como si no bastase con las bajas que hemos sufrido, ahora Khaine corromperá a una docena de buenos Asures... -respondió Aeris con el humor irónico que lo caracterizaba.- ¡Vamos! Muéstrame qué ocurre, hermano.

Aeris y Angrod montaron en sus corceles y salieron al trote hacia la pirámide. Entre ellos y el Altar de Khaine había un jinete de Ellyrion, Elrath. Les informó de que Tathar se dirigía hacia allí. Eso asombró a Aeris, creía que los silvanos habían olvidado a Khaine. Los tres cabalgaron velozmente en dirección a la escalera de la estructura.

Al llegar, vieron que Tathar ascendía a tientas, como sonámbulo, guiado por algo hacia arriba. Elrath preparó el arco dispuesto a matar a quien rozase si quiera la empuñadura de la Erradicadora. Angrod y Aeris subieron corriendo tras Tathar llamándolo a voces.

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El elfo silvano parecía no oírles.

Subió el último escalón con los elfos pisándole los talones, pero lo único que él veía y oía era aquel magnífico arco negro que sobresalía del altar. Con él Tathar llevaría la nueva fe a Loren. Primero ayudaría a Aeris y los altos elfos. Mataría a Malekith con él y podría regresar a su hogar del Tejo donde daría caza a orcos y hombres bestia. Acabaría con los humanos y enanos de las cercanías para que no se entrometiesen más. Así sería el héroe Eterno, cubierto de fama, poder y gloria.

La mano de Tathar vaciló antes de coger el arco. Se oyó un chasquido de los pies de la pirámide. Una flecha voló hacia Tathar. Aeris apartó al elfo de la Erradicadora mientras Angrod detenía la flecha con su mandoble. Así alto elfo y silvano cayeron a un reguero de sangre. Tathar se recuperó al instante y espada en mano se preparó a acabar con su agresor por su dios.

Entonces antes de matarlo se encontró con el rostro de Aeris, sereno sin afán de autodefensa. Y cuando Tathar se vio reflejado en aquellos ojos azules que reflejaban una pureza y lástima infinitas, vio su propio rostro dominado por la ira y se dio cuenta de que no era él. Era el rostro de la elfa a la que había decapitado. Aflojando la presa sobre Aeris, se derrumbó.

Aeris lo incorporó y entonces vio a Angrod mirando fijamente a la espada. Él también miró...

- “Aeris... tómame... tú eres digno... tienes fuerza para empuñarme... juntos reconstruiremos Nagarythe... Tyrion es tan débil como lo fue Aenarion... juntos, aplastaremos a los Druchii...”

Aunque lo que decía la espada podía ser cierto. Aeris recordó lo que le había pasado hoy. No caería nunca más ante la ira o la desesperanza en este día le había costado el estandarte. A saber que corte se cobraría la próxima vez. Además la causante de que su tierra estuviese en ese estado no era la flaqueza de Aenarion. Fue la maldición de Khaela-Mensha-Khaine. Él no cometería el mismo error. Quería vivir en paz, reconstruir Nagarythe con su trabajo y sus manos, no a base de baños de sangre. Cogió a sus amigos por los hombros y juntos comenzaron a descender la pirámide.

Matojos de hierba verde rompían en la monotonía terrosa como la espuma de unas olas solitarias. Tierra que quedaba ensombrecida por el oscuro laberinto boscoso de los pocos árboles que se atrevían a estirar sus ramas. La alta cadena montañosa de las Anulli abrazaba la llanura desde el noroeste hasta el sureste. Sus blancos picos estaban cubiertos por nubes grises que de vez en cuando dejaban que un rayo solar iluminase la zona; mientras que al norte, los nubarrones tomaban arremolinadas formas y el sonido de las olas chocando en los acantilados llegaba hasta el valle sombrío.

El tintineo del ithilmar comenzó a acaparar la acústica de la zona cuando llegó el ejército. Centenares de elfos ataviados para la batalla estaban reunidos allí, formaron e inmóviles esperaron impasibles la llegada de su enemigo. A la cabeza un elfo rubio montado en un corcel de Ecuos

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estaba ataviado con una reluciente armadura, una capa gris y una túnica gris azulada. En su cabeza una sencilla corona más parecida a una tiara recogía parte de su cabello que se arremolinaba al viento. Desenfundó su espada y la sopesó. La gema engarzada en su guarda irradiaba una purísima luz blanca. Aeris se sumió en sus recuerdos.

“El silencio tomó la sala cuando Aeris entró en ella. Iba vestido con un traje que el mismísimo Aenarion había llevado en tiempos más oscuros. La túnica azul grisácea contrastaba con los bordados de ithilmar de la mejor calidad, el brillo de su dorado cabello y sus ojos azules. Aeris se encaminó acompañado por Aerie al final de la estancia principal de la mansión Coraith. Allí aguardaban Alith Anar (su padre) y Calaidan Coraith (su hermanastro). La inmensa sala albergaba a un centenar de elfos.

Por el amplio pasillo que los elfos allí reunidos le dejaban le conducía a su destino. Mientras avanzaba con porte orgulloso podía ver los rostros de los elfos más influyentes de todo Ulthuan: Alarielle y Tyrion, Teclis, Belannaer y su pupilo el invidente Eltharion, nobles la casa Sidëminwe y Tinuvilen... también estaban sus amigos Tathar, Gathering, Angrod, Elenruhu, Falarielle, Altarielle y muchos otros.

Cuando llegó al final, Aerie se volvió y le lanzó una arrebatadora sonrisa y le dijo:-Isha está complacida, Aeris, uno de sus mejores hijos recibirá un objeto suyo.Aeris asintió y devolvió la sonrisa a la bella clérigo de la Diosa Madre. Entonces subió las escaleras que lo separaban de sus dos familiares y se arrodilló ante su padre.

-En este día recoge, Aeris, los frutos de tu trabajo. Como símbolo del heredero al trono de Nagarythe toma la piedra de Medianoche que recuperé hace muchos miles de años de las garras de Morathi.Dicho esto Alith le colocó en el cuello la gema negra que pendía de una cadena de plata.Y entonces habló Calaidan: -Y como herencia por parte de la casa de tu madre recibe a Elthraician, forjada por el mismo Vaul con una lágrima de Isha para la Casa Coraith. Has demostrado ser digno de empuñarla- Y le tendió la espada envainada. Cuando Aeris, aún con la cabeza gacha, la tocó, sintió una fuerza increíble que manaba de ella. Se irguió y desenvainó el arma rúnica. En la lágrima engarzada resplandecía la runa de los Coraith.”

Aeris volvió al campo de batalla. En su mano, la espada seguía emitiendo una luz tenue pero firme. Miró a su alrededor esperando buscar signos del enemigo. Hizo un repaso rápido de sus tropas: “Los fantasmas de Nagarythe” como los Druchii los llamaban, debido a su habilidad para hacer ataques relámpago. Esta vez sería una lucha a campo abierto, una batalla campal en toda regla... El cuerno del enemigo resonó por el valle.

Ante Aeris se encontraba un ejercito Druchii bien organizado capitaneado por el mismísimo Malus Darkblade, azote de Ulthuan. A su espalda, el mayor contingente que Nagarythe había reunido en siglos. En la yerma llanura, los Maestros de la Espada, Leones Blancos, lanceros y arqueros, Guardianes de Ellyrion, guardia del Mar, Carros de Tiranoc, Yelmos Plateados y cuatro lanzavirotes se disponían para la batalla. Los sombríos estaban entre los bosques listos para la emboscada. Sus fieles amigos dirigían los regimientos de Asures. Todo estaba preparado para la batalla, así que lanzó su arenga a las tropas.

-¡Hermanos elfos, de Ulthuan y más allá del mar! Hoy es un día de esplendor en

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nuestros corazones. Tenemos ante nosotros la ocasión de purgar los crímenes que nuestros viles parientes comenten a lo ancho y largo del Mundo. Hoy han venido a nuestro hogar a destruir nuestras casas, esclavizar y torturar a nuestra raza. ¡Hoy resistiremos! Por nuestra tierra y familia alzad vuestras armas contra el enemigo. Sus crímenes no pueden quedar impunes. ¡Hermanos, por Nagarythe y Ulthuan!Dicho esto los elfos alzaron sus armas, entre vítores Aeris se unió a los Yelmos Plateados de la Casa Coraith.

Angrod se encontraba a lomos de su fiel grifo. Lo flanqueaban Menwëdor y Landruil, una pareja de Águilas gigantes, que, con sus cuatro hijos alados, habían acudido a la llamada de los Asures para defender Nagarythe. El plan era simple pero eficaz. En los bosques los sombríos habían eliminado las sombras druchii y esperarían al avance de la infantería oscura para asaltar a la artillería desde el bosque con el apoyo de Angrod, las águilas y los Guardianes de Ellyrion.

Tathar y Gathering estaban juntos, uno en cada flanco de una regimiento de lanceros Asures, su poder ayudaría a desequilibrar la balanza mágica a favor de los Altos elfos. Tathar llevaba ahora el Arco de Jade. Aeris se lo había dado para la batalla diciéndole que lo haría un tirador más veloz, así que decidió probarlo. Cuando dieron orden de disparo lanzó una primera flecha que abatió a un verdugo, velozmente disparó otra y otra y otra. El resultado, cuatro bajas en el tiempo en que normalmente hacía dos. Realmente ese arco era útil.

Elenruhu estaba satisfecho. Primero había cancelado los vientos mágicos de una Gran hechicera. Luego invocó el nombre de Asuryan y unas llamas blancas consumieron a los jinetes oscuros que se le acercaban. Entre las filas de su Guardia del Mar y los Leones de Cracia estaba a salvo de los furtivos druchii así que se dispuso a hacer volar por los aires a otros jinetes. Una hechicera frustró su intento. Maldijo y preparó otro conjuro.

Aenur se encontraba entre sus congéneres sombríos. Habían dado muerte a las sombras que los parientes de Nagaroth habían enviado para retener a sus hermanos. Un sombrío informó que la infantería estaba en posición. Dio la orden de avanzar y los guerreros de Nagarythe dejaron el bosque para ir a por los ballesteros que lanzaron una salva de mortales saetas. El grito de varias águilas acercándose lo reconfortó.

La Gran hechicera que ayudaba a los druchii logró al fin romper las defensas mágicas de Elenruhu y desató su poder en forma de una nube negra que comenzó a devorar a los lanceros de Tathar. Éste haciéndose a un lado consiguió evitar la poderosa descarga oscura. Aquello había estado muy cerca y era hora de devolverle la jugada. Al unísono Gathering y él comenzaron a invocar la furia de los árboles. La energía jade bañó el suelo en dirección a la foresta. De pronto surgieron ramas que atacaron al carruaje donde montaba la hechicera Druchii reduciéndolo a añicos.

Al observar la situación, Elenruhu aprovechó la oportunidad y extrayendo poder mágico en la forma de Khaine acabó con la vida de la hechicera impía. Se concentró e invocó a las brumas para que protegiesen su regimiento. Satisfechos por su labor, los magos,

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desenvainaron sus espadas pues la infantería se acercaba rápidamente.

Al otro lado, los lanzavirotes druchii habían acabado con la vida de dos águilas y una docena de guerreros antes de trabarse en combate. Aenur blandía su arma a una velocidad increíble y allí donde impactaba su espada se encargaba de que no le devolviesen el golpe. El odio se reflejaba por igual en el rostro de Druchii y Asures. Largos milenios de cruenta guerra hacían posible este amargo sentimiento y ambos parecían dispuestos a morir luchando. Pero entonces Angrod y su grifo aparecieron aplastando a todo el que lo desafiaba y el combate se decantó a favor de los guerreros de Nagarythe.

Una gigantesca hidra se abalanzó sobre la Guardia del Mar que intentó repeler su ataque con arcos y lanzas. Las cabezas ansiaban sangre Asur y arremetían entre los guerreros de Lothern. La bruma que confundía a los cuidadores del monstruo parecía no afectar al engendro de Nagaroth. Entonces un carruaje de gélidos se estrelló contra las filas Asures Los corsarios que habían cargado a los disciplinados lanceros de Gathering habían sido repelidos pero los Asures de Tathar lo estaban pasando muy mal. Los verdugos alentados por un estandarte se habían llevado a seis lanceros por delante antes de que estos pudiesen si quiera devolver el golpe. Aunque la muralla de escudos y lanzas resistía el embate los lanceros comenzaban a agotarse.

Tathar invocó el poder de Alisea en su Amuleto Tinûviel. Una brillante red verdosa envolvió a los verdugos de su alrededor que comenzaron a ser enterrados bajo la llanura. Tathar se defendía como podía de los verdugos furiosos que blandiendo sus enormes Draich partían elfos a diestro y siniestro. Antes de que Aeris llegase a auxiliarle una espada atravesó en el pecho a Tathar que cayó al suelo. Los Yelmos aplastaron el flanco de los verdugos y en unos segundos los druchii corrían por la llanura.

Aeris desmontó. Vio el rostro de su buen amigo silvano. Tendido en la hierba, sangrante y desvalido Tathar estaba en las últimas. Un sentimiento de derrotismo invadió a Aeris. Abrazó el cuerpo del mago del Tejo. Tathar lo había acompañado desde el principio. El elfo silvano había sido su mejor compañero desde que lo había conocido en el Viejo Mundo. No podía rendirse sin luchar no dejaría que muriese allí. Juntos habían pasado buenos ratos y horribles experiencias. Recordó cuando visitó por primera vez la casa árbol de Tathar. La mujer de Tathar dio un susto a Aeris de muerte cuando asomó su rostro por una pared; los dos elfos acabaron en el suelo uno por el susto y el otro a causa de la risa. No podía morir así.Aeris recordó el poder del Amuleto Tinûviel y decidido lo cogió en su mano. Lo puso sobre la herida de su amigo. Comenzó a sentir un poder en él y le pidió que curase a Tathar. Una luz verdosa surgió del amuleto que comenzó a abrasar la mano de Aeris. La lágrima de Isha Tinûviel no reconocía al sombrío como su dueño y comenzó a herirlo.

Aeris pidió a la diosa que sanase a Tathar y levantó su espada. La lágrima Coraith de la espada comenzó a brillar en blanco intenso. El resplandor jade dejó a Aeris y convulsionó el cuerpo de Tathar que volvió a respirar. Aeris apartó su mano enguantada. La runa Tinûviel estaba grabada a fuego en su mano. Gathering llegó y comenzó a atender a su amigo con sus plegarias sanadoras. Aeris no soltó el cuerpo de Tathar.

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-Aeris... - masculló Tathar- hemos aguantado... ese arco que me dejaste es genial, ganaría a Orión en una cacería con él, pero no me ha ayudado contra las espadas de los verdugos... deberías darme regalos más útiles.Aliviado y sorprendido por el increíble sentido del humor de su amigo, Aeris respondió irónico- Sí. Y aunque podrías estar muerto has tenido mala suerte. Sigues aquí por desgracia para plantar árboles y luchar contra los Druchii. Pensabas que te ibas a librar de entrenar a los Maestros sombríos con las tácticas de los Forestales ¿eh? Pues no es así y tendrás que cumplir tu palabra y ayudarme, amigo. Una sonrisa se dibujó en ambos rostros.

-¡Cuidaré de ti! No tienes nada que temer. ¡Ayúdame! Necesito que lo lleves al campamento- dijo a Gathering- Ahora la batalla me reclama y los Druchii aún no se han retirado. Queda mucho por hacer todavía, en cuanto acabe pasaré a verte.- dicho esto murmuró algo al oído de Elthrü, saltó a su grupa y el corcel se puso en marcha.

Las flechas blancas caían sobre los Druchii y las saetas negras volaban hacia los Asures. Pero los dos bloques parecían no ceder terreno dispuestos a trabarse en el brutal cuerpo a cuerpo. Entonces Aeris vio entre los gélidos que avanzaban hacia él, a Malus. Aquella era su oportunidad de acabar la batalla y enfrentarse al enemigo más formidable de los Asures. Dio orden de carga a los Yelmos. Los dos bloques de caballeros avanzaron con las lanzas en ristre el uno contra el otro. Los jinetes de gélido espoleaban a sus monturas y los Yelmos azuzaban a sus corceles al frente. El choque fue salvaje. Lanzas y escudos rotos por ambos lados, elfos sangrantes que pendían de sus caballos, gélidos que al morir aplastaban con su peso a sus jinetes. Las espadas relucieron listas para teñirse de rojo. Golpes, estocadas, y tajos aquí y allí y tanto Asur como Druchii dispuestos a luchar hasta el fin.

En medio del combate Aeris golpeaba con Elthraician a sus enemigos con letales resultados al cortar igual armadura y carne. El caballero siniestro se adelantó para acabar con Aeris pero la Piedra de Medianoche le hizo fallar. De un tajo Elthraician separó la cabeza del Druchii de su cuerpo. Aeris siguió estocando y parando golpes mientras buscaba a su oponente.

En medio de la refriega Malus había cosechado un buen numero de cabezas Asures. Guardaba su poción para el líder de los Altos elfos. Cuando lo partiese en dos con su espada quedaría claro quien era el mejor elfo. Entonces lo vio, un torbellino que mataba caballeros de gélido. Espoleó a Spite contra él.

Aeris vio a Malus que se dirigía a su encuentro así que lo desafió para poder poner fin a su corrupta vida. El Druchii lanzó una carcajada y aceptó el desafío. Los dos comenzaron a golpearse con sus espadas. Al principio todo parecía muy igualado. Aeris golpeaba y Malus interponía su capa o lo esquivaba, mientras Malus atacaba a Aeris pero este parecía tener un objeto que confundía sus sentidos y le hacía fallar golpes.

Frustrado descargó su odio y consiguió herir a Aeris en dos puntos. La victoria estaba a su alcance. Entonces las heridas de Aeris comenzaron a sanar a una velocidad vertiginosa. El Anillo de Alisea lo había salvado de perecer ante la espada de Malus y al ver el rostro incrédulo de Malus, Aeris pasó a la acción. Extrayendo un fragmento de poder de la espada descargó una serie de golpes brutales sobre Malus que lo hirieron y lo obligaron a retroceder. Malus no perdió tiempo y tomó su poción. El elixir fluyó por

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su sangre desatando lo que yacía en su interior.

Un vigor sobrenatural invadió el cuerpo de su enemigo que comenzó a lanzar poderosos golpes que amenazaban con partir a Aeris en dos. Las heridas que Aeris sufría se iban cerrando pero llegó un momento que la cantidad de golpes derribó a Aeris de su montura. Malus azuzó a Spite para devorar el cuerpo del príncipe sombrío.

Aeris vio como unas fauces reptilianas se abalanzaban sobre él. Alzó el escudo y lo incrustó en la mandíbula de Spite. La sorpresa volvió a cruzar el rostro de Malus cuando Aeris alzó de nuevo su espada contra él. Entonces los dos oponentes se miraron fijamente. Malus chorreaba sudor por sus poros. Su semblante era de una rabia demoníaca. En el rostro de Aeris las cicatrices se cauterizaban y cerraban velozmente dejando su rostro marmóreo.

Entonces descargaron sus espadas de forma simultánea. Elthraician sobresalía por el hombro derecho de Malus, La espada Disforme atravesaba el vientre de Aeris. El Asur se desplomó sobre la hierba verde, ahora teñida de rojo. Su enemigo se volvía borroso mientras el sol comenzaba a cegarle. Algo cubrió al astro rey. Un graznido soberbio y poderoso resonó claro en la amalgama de ruidos. Angrod y su grifo habían acudido al combate. Aeris podía morir allí mismo pero había ganado la batalla.

Con sus poderosas garras el grifo acabó con dos Druchii y el pico aplastó a un tercero, Angrod mientras tanto abatía con su mandoble a cualquiera que osaba acercársele. Ahora las águilas y los sombríos de Aenur daban buena cuenta de los ballesteros y lanzavirotes así que decidió volver a ayudar. De pronto aquello no pintó bien sus jinetes de gélidos estaban atemorizados e ignorando las órdenes comenzaron a salir en desbandada. Malus maldijo y apartó a Aeris de una patada. Los Gélidos iban a reagruparse o se llevaría a alguno por delante para recordar quien daba las órdenes.

Presos de terror los gélidos huyeron con su señor que intentaba reagruparlos sin éxito. Angrod se giró para ver que había sido de Aeris. Pronto un jinete se montó de nuevo en Elthrü. Había una fea herida en su vientre que comenzaba a sanar lentamente. Aeris alzó el rostro y no perdió tiempo.

-¡Rehaced el frente! ¡Preparaos para el combate!- dijo y los cinco yelmos que continuaban con vida tomaron el cuerno y el estandarte y formaron una fila-¡Angrod! ¡Gracias! ¡Ve a ayudar a Elenruhu y los leones!- el comandante de Cracia despegó al instante. Después le agradecería a su amigo que le hubiese salvado pero aún quedaba mucho por hacer...

Dos horas habían pasado desde que el ejército de Malus se había retirado. Ahora las tareas de curación y enterramiento ocupaban la labor de los vivos. El viento removía el cabello de Aeris que estaba en una colina oteando la llanura como antes de dar comienzo la batalla.

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Elthrü estaba descansando comiendo el mejor pasto junto con todos los corceles. Aeris ya había visto a Tathar y a todos los heridos, pronto un tercio de ellos nunca volvería a ver otro atardecer así que había decidido hablar con esos Asures por última vez antes de su partida. Él mismo y Tathar habían estado a punto de engrosar la lista de túmulos en Nagarythe. Pensó entonces en el camino de vuelta a casa. La Mansión Coraith sería un lugar de retiro agradable.

Allí cultivarían la tierra, plantarían árboles, construirían hogares nuevos para las nuevas generaciones de Asures. Pasaría el resto de sus días reconstruyendo Nagarythe junto a sus seres queridos, sería una buena vida. Al menos sería lo suficientemente buena para afrontar las guerras continuas a las que los Druchii sometían su tierra. Aeris quería volver al campamento para festejar el triunfo con sus hermanos pero la sensación de libertad que le producía estar allí solo se lo impedía. Mientras estaba absorto en sus pensamientos la noche hizo presa del firmamento.

- Así que estabas aquí, ¿eh amigo? Te traigo un poco de vino caliente y la recompensa de la batalla de hoy- Angrod se acercó con su capa de piel de león cubriéndolo. El frío de Nagarythe era peor que el de las Anulii. Aunque en la alta montaña las temperaturas eran más bajas aquí parecía que una garra gélida penetraba en el cuerpo y hacía que te estremecieses.

Aeris tomó el estandarte capturado. Se preguntó si era realmente una recompensa por todas las muertes que había requerido obtenerlo. Se dijo para si mismo que no, pero el hecho en si de rechazar la invasión druchii era suficiente premio, el estandarte solo una anécdota que satisfaría a los más viejos y escépticos como su padre.

-Gracias amigo. Por todo lo que has hecho hoy. Sin tu ayuda no lo habría conseguido.- dijo Aeris tomando el estandarte que le ofrecía el elfo de Cracia.

- No Aeris, sin duda lo habrías conseguido pero quizá no vieses la puesta de sol como les ha ocurrido a muchos de nuestros hermanos. Pero hoy hemos cosechado una gran victoria, nuestras tierras serán seguras, de momento. Ven, vamos a celebrarlo con el resto.

Aeris recogió el estandarte parándose a verlo una vez más. Una siniestra Hidra estaba reflejada en él. Los druchii tratarían de recuperarlo a cualquier precio pues contenía una poderosa magia en su interior, sus asesinos irían haya donde el estandarte fuese escondido. Su esplendor volvería aunque él no viviese para verlo se aseguraría que así fuese. Aeris volvió al campamento donde lo aguardaban los suyos.