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El El corresponsal corresponsal Alan Furst Alan Furst Traducción del inglés por Diego Friera y M.ª José Diez

Alan Furst - El Corresponsal

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Furst, Alan - El corresponsal [R1]

El corresponsal

Alan Furst

Traduccin del ingls por

Diego Friera y M. Jos Diez

Ttulo original:

The Foreign Correspondent

Primera edicin: septiembre 2006

Alan Furst, 2006

Mapa: Anita Karl y Jim Kemp, 2006

Derechos exclusivos de edicin

en espaol reservados

para todo el mundo:

Editorial Seix Barral, S. A., 2006

Avda. Diagonal, 662-664 - 08034 Barcelona

Traduccin: Diego Friera, M. Jos Dez, 2006

ISBN-13: 978-84-322-9679-6

ISBN-10: 84-322-9679-1

Depsito legal: M. 28.263 - 2006

Impreso en Espaa

sta es una obra de ficcin. Todos los acontecimientos y dilogos, as como todos los personajes, con excepcin de algunas figuras pblicas e histricas conocidas, son producto de la imaginacin del autor y no deben interpretarse como reales. Las situaciones, acontecimientos y dilogos en que participan dichos personajes histricos o pblicos son completamente ficticios y no intentan describir hechos reales o cambiar la naturaleza ficticia de la obra. Por todo lo dems, cualquier parecido con personas vivas o muertas es fruto de la casualidad.

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PETICIN

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Para acabar con ella... los lectores necesitamos ms oferta en libros digitales, y sobre todo que los precios sean razonables.

A finales del invierno de 1938 cientos de intelectuales italianos huyeron del rgimen fascista de Mussolini y hallaron un refugio incierto en Pars. All, en medio de las dificultades propias de la vida del emigrado, fundaron varias clulas de resistencia que, mediante peridicos clandestinos, enviaban noticias y aliento a Italia. Combatiendo el fascismo con mquinas de escribir; sacaron a la luz ms de quinientas publicaciones.

EN LA RESISTENZA

Pars, ltimos das de otoo. Un cielo plomizo y turbio al alba. La penumbra lleg al medioda, seguida, a las siete y media, de una lluvia sesgada y negros paraguas. Los parisinos se dirigan a casa a toda prisa entre los desnudos rboles. El 3 de diciembre de 1938, en el corazn del sptimo distrito, un Lancia sedn de color champn gir por la rue St. Dominique y se detuvo en la rue Augereau. Acto seguido, el hombre que ocupaba el asiento trasero se inclin hacia delante un momento. El chfer avanz unos metros y se par de nuevo, para quedar entre dos farolas, oculto por las sombras.

El hombre que se hallaba en el asiento de atrs del Lancia se apellidaba Ettore, il conte Amandola: el decimonoveno Ettore, Hctor, de la familia de los Amandola. El de conde slo era su ttulo ms importante. Ms cerca de los sesenta que de los cincuenta, tena los ojos oscuros y ligeramente saltones, como si la vida lo hubiese sorprendido, aunque la vida nunca se haba atrevido a tanto. El rubor de sus mejillas sugera una botella de vino en el almuerzo o cierto entusiasmo al saborear de antemano el plan que tena para esa noche. De hecho se deba a ambas cosas. Y siguiendo con los colores, podramos decir que era un hombre muy brillante: el cabello cano, reluciente debido al fijador, lo luca peinado hacia atrs, planchado, y el bigotito argnteo, que recortaba a diario con unas tijeras, le sombreaba el labio superior. Bajo un abrigo de lana blanco, en la solapa de un traje de seda gris, llevaba una pequea cruz de Malta de plata sobre un esmalte azul, lo cual significaba que ostentaba el grado de cavaliere de la Orden de la Corona de Italia. En la otra solapa luca la medalla de plata del Partido Fascista italiano: un rectngulo con fasces en diagonal, un haz de varas atado con un cordn rojo a un hacha. Era el smbolo del poder de los cnsules en el Imperio romano, quienes posean la autoridad de azotar a la gente con las varas de abedul o decapitar con el hacha, armas que siempre les precedan.

El conde Amandola consult el reloj, baj la ventanilla y se qued mirando, a travs de la lluvia, una calle no muy larga, la rue du Gros Caillou, que se cruzaba con la rue Augereau. Desde ese punto ya lo haba comprobado dos veces esa semana poda ver la entrada del Hotel Colbert, una entrada bastante discreta: tan slo el nombre en letras doradas en la puerta de cristal y una luz desbordante que proceda del vestbulo e iluminaba el mojado pavimento. El Colbert era un hotel bastante sencillo, tranquilo, sobrio, concebido para les affaires cinq--sept, los amoros ilcitos que se consuman entre las cinco y las siete, esas cmodas horas tempranas de la tarde. Sin embargo pens Amandola maana ser noticia. El portero del hotel, que sostena un gran paraguas, abandon la entrada y ech a andar a buen paso calle abajo, hacia la rue St. Dominique. Amandola consult su reloj una vez ms. Las 7:32. No pens, son las 19:32.

Estaba claro que para esa ocasin el sistema horario militar era el ms adecuado. Despus de todo l era comandante. Obtuvo la graduacin en 1914, durante la Gran Guerra, y posea medallas, adems de siete uniformes de esplndida confeccin, que lo demostraban. Se le reconocieron oficialmente sus servicios distinguidos al frente de la Junta de Compras del ministerio de la Guerra, en Roma, donde daba rdenes, mantena la disciplina, lea y firmaba formularios y cartas, y efectuaba y responda llamadas telefnicas, haciendo gala en todo momento de un escrupuloso pundonor militar.

Y as haba seguido, a partir de 1927, como alto funcionario de la Pubblica Sicurezza, el departamento de Seguridad Pblica del ministerio del Interior, creado un ao antes por el jefe de la Polica Nacional de Mussolini. El trabajo no era muy distinto del que haca durante la guerra; formularios, cartas, llamadas de telfono y control de la disciplina. Su personal permaneca sentado en sus escritorios aplicadamente y la formalidad era la norma en todas las conversaciones.

19:44. La lluvia tamborileaba sobre el techo del Lancia y Amandola se arrebuj en el abrigo para protegerse del fro. Fuera, en la acera, un perro salchicha con un jersey tiraba de una criada que luca bajo la gabardina abierta un uniforme gris y blanco. Cuando el perro se puso a olisquear el suelo y empez a dar vueltas, la muchacha mir por la ventanilla a Amandola. Qu groseros que eran los parisinos. l no se molest en apartar la cara, se limit a mirarla sin verla, como si no existiera. A los pocos minutos un recio taxi negro se detuvo frente a la entrada del Colbert. El portero sali a toda prisa, dejando la puerta abierta al ver a la pareja que sala del hotel. l tena cabello cano, era alto y encorvado; ella era ms joven, tocada con un sombrero con velo. Se metieron debajo del enorme paraguas del portero. La mujer se levant el velo y se besaron apasionadamente: Hasta el prximo martes, amor mo. Luego ella subi al taxi, el hombre le dio una propina al portero, abri su paraguas y se perdi en la esquina en dos zancadas.

19:50. Ecco, Bottini!

El chfer miraba por el retrovisor. Il Galletto, anunci. S, el Gallito, as lo llamaban, por lo chulito que era. Avanzaba por la rue Augereau hacia el Colbert. Era el tpico bajito que se niega a serlo: postura erguida, espalda recta, mentn alto, pecho fuera. Bottini era un abogado de Turn que haba emigrado a Pars en 1935, descontento con la poltica fascista de su pas. Un descontento agudizado, sin duda, por la paliza pblica y la media botella de aceite de ricino que le administr una brigada de Camisas Negras mientras la gente se arremolinaba y se quedaba mirando boquiabierta, en silencio. Liberal de antiguo, probablemente socialista, posiblemente comunista en secreto, sospechaba Amandola unos tipos escurridizos como anguilas, Bottini era amigo de los oprimidos y una figura destacada en la comunidad de los amigos de los oprimidos.

Pero el problema con il Galletto no era que fuese un chulito. El problema era que cacareaba. Como no poda ser de otra manera, al llegar a Pars haba entrado a formar parte de la organizacin Giustizia e Libert, el grupo ms numeroso y resuelto de la oposicin antifascista, y haba acabado siendo director de uno de sus peridicos clandestinos, el Liberazione, escrito en Pars, introducido secretamente en Italia, y despus impreso y distribuido de forma clandestina. Infamit! Ese peridico era como las coces de una mula, incisivo, agudo, sagaz y feroz, y no mostraba el ms mnimo respeto por el glorioso fascismo italiano ni por il Duce ni por ninguno de sus logros. Pero pens Amandola a este galletto se le ha acabado lo de cacarear.

Cuando Bottini dobl la esquina de la rue Augereau, se quit las gafas de montura metlica, limpi las gotas de lluvia de los cristales con un gran pauelo blanco y las guard en un estuche. Acto seguido entr en el hotel. Segn los informes era escrupulosamente puntual. Los martes por la noche, de ocho a diez, siempre en la habitacin 44, reciba a su amante, la esposa del poltico socialista LaCroix. El mismo LaCroix que haba estado al frente de un ministerio, y luego de otro, en el gobierno del Frente Popular. El mismo LaCroix que apareca junto al primer ministro, Daladier, en las fotografas de los peridicos. El mismo LaCroix que cenaba en su club cada martes y jugaba al bridge hasta medianoche.

A las 20:15 un taxi par delante del Colbert. Madame LaCroix se baj y entr en el hotel corriendo a pasitos cortos. Amandola slo la vio de pasada: cabello rojo teja, nariz blanca y afilada, una mujer rubensiana, rotunda y generosa de carnes. Y bastante insaciable, por lo que decan los agentes que haban ocupado la habitacin 46 y pegado la oreja a la pared. Los sujetos son ruidosos, escandalosos, deca un informe, que describira, se figuraba Amandola, todo tipo de gemidos y gritos cuando la parejita se apareaba como cerdos en celo. l saba perfectamente de qu pie cojeaba la mujer: le gustaba comer bien, el buen vino y los placeres de la carne, todos y cada uno, toda la procaz baraja. Libertinos. Frente a la amplia cama de la habitacin 44 haba un espejo de cuerpo entero al que seguro que le sacaban partido, excitndose al ver cmo se revolcaban, excitndose al ver... de todo.

Y ahora pens Amandola a esperar.

Saban que los amantes solan pasar unos minutos conversando antes de ponerse a lo suyo. Haba que darles algo de tiempo. Los agentes de la OVRA la polica secreta italiana, la polica poltica creada por Mussolini en los aos veinte que diriga Amandola ya estaban dentro del hotel. Haban reservado una habitacin esa misma tarde, acompaados por unas prostitutas. Con el tiempo, esas mujeres bien podan caer en manos de la polica y ser interrogadas. Pero qu iban a decir? El tipo era calvo, tena barba, dijo que se llamaba Mario. Para entonces Mario el calvo y Mario el de la barba habran cruzado la frontera haca tiempo y estaran de vuelta en Italia. Como mucho las chicas veran sus fotografas en el peridico.

Cuando los de la OVRA irrumpieran en la habitacin, madame LaCroix se indignara, por supuesto. Supondra que era una sucia jugarreta orquestada por la vbora de su esposo. Pero no lo supondra por mucho tiempo. Y cuando apareciera el revlver, la larga boca del silenciador, sera demasiado tarde para gritar. Gritara Bottini? Suplicara que le perdonaran la vida? No, pens Amandola, no hara ninguna de las dos cosas. Los insultara, sera un galletto vanidoso hasta el final, y recibira su medicina. Sera en la sien. Luego, una vez hubieran desenroscado el silenciador, el revlver quedara en la mano de Bottini. Qu triste, qu deprimente, un amor condenado al fracaso, un amante desesperado...

Una cita que acaba en tragedia. Se lo creera la gente? La mayora s, pero algunos no, y era para sos para quienes haban organizado el numerito, para quienes sabran al instante que era un asunto poltico y no pasional. Porque no se trataba de una desaparicin silenciosa, sino pblica, espectacular, destinada a servir de advertencia: Haremos lo que queramos, no podis detenernos. Los franceses se sentiran ultrajados, pero bueno, los franceses siempre se sentan ultrajados. Pues que rabiaran.

Eran las 20:42 cuando el jefe del operativo de la OVRA dej el hotel y cruz al otro lado de la rue Augereau, donde se encontraba Amandola. Las manos en los bolsillos, la cabeza gacha. Llevaba un impermeable y un sombrero de fieltro negro. La lluvia le goteaba por el ala. Al pasar por delante del Lancia levant la cabeza, dejando ver un rostro moreno y tosco, del sur, y estableci contacto visual con Amandola. Una mirada breve, pero suficiente. Hecho.

4 de diciembre de 1938. El Caf Europa, en una calleja cercana a la Gare du Nord, era propiedad de un francs de origen italiano. Hombre de opiniones firmes y apasionadas, un idealista, pona la trastienda a disposicin de un grupo de giellisti, as llamados porque formaban parte de la organizacin Giustizia e Libert, a la que se conoca informalmente por sus iniciales, G y L, de ah lo de giellisti. Esa maana haba ocho miembros. Haban sido convocados a una reunin de emergencia. Todos vestan abrigo oscuro. Estaban sentados alrededor de una mesa en la trastienda, mal iluminada, y, salvo la nica mujer, todos llevaban sombrero. Porque la habitacin era fra y hmeda y, adems, aunque nadie lo dijera nunca en voz alta, porque as no desentonaban con su naturaleza conspiradora: eran la resistencia antifascista, la Resistenza.

Casi todos ellos eran de mediana edad, emigrados italianos y pertenecientes a una misma clase social: un abogado de Roma, un profesor de la facultad de Medicina de Venecia, un historiador del arte de Siena, el dueo de una farmacia en esa misma ciudad y una antigua qumica industrial en Miln. Etctera. Algunos llevaban gafas, la mayora fumaban pitillos, a excepcin del profesor de Historia del Arte de Siena, ahora empleado como lector de contadores para la compaa del gas, que fumaba un purito de fuerte aroma.

Tres de ellos haban trado un peridico de la maana, el ms infame e injurioso de los tabloides parisinos, y en la mesa haba un ejemplar abierto por una pgina con una fotografa medio borrosa. El titular deca: Asesinato y suicidio en un nido de amor. Bottini, con el torso desnudo, estaba sentado contra el cabecero, la sbana hasta la cintura, los ojos abiertos y la mirada perdida, el rostro cubierto de sangre. A su lado, un bulto bajo la sbana, con los brazos extendidos.

El lder del grupo, Arturo Salamone, dej el peridico abierto un rato, a modo de un silencioso panegrico. Despus exhal un suspiro y lo cerr de golpe, lo dobl por la mitad y lo dej junto a su silla. Salamone era grande como un oso, mofletudo, y tena unas cejas pobladas que se unan en el entrecejo. Haba sido consignatario de buques en Gnova y ahora trabajaba de contable en una compaa de seguros.

Entonces nos lo creemos?

Yo no dijo el abogado. Es un montaje.

Estis de acuerdo?

El farmacutico se aclar la garganta y pregunt:

Estamos completamente seguros de que fue un asesinato?

Yo s afirm Salamone. Bottini no era capaz de semejante salvajada. Los mataron, la OVRA o alguien parecido. La orden vino de Roma. Fue planeada, preparada y ejecutada. Y no slo asesinaron a Bottini, sino que adems lo difamaron: sta es la clase de hombre, mentalmente inestable y depravado, que habla en contra de nuestro noble fascismo. Y, naturalmente, habr quien se lo crea.

Claro, siempre hay gente que se lo cree todo asever la qumica. Pero ya veremos qu dicen los peridicos italianos al respecto.

No les quedar ms remedio que aceptar la versin del gobierno asegur el profesor veneciano.

La mujer se encogi de hombros.

Como de costumbre. Pero tenemos algunos amigos all, y una simple palabra o dos, presunto, supuesto, pueden sembrar la duda. Hoy en da nadie se limita a leer las noticias; las descifra, como si estuviesen en clave.

Entonces cmo respondemos? quiso saber el abogado. No puede ser ojo por ojo.

No neg Salamone. No somos como ellos. Todava no.

Hay que sacar a la luz la verdadera historia, en el Liberazione opin la mujer. Y esperar que la prensa clandestina, aqu y en Italia, nos respalde. No podemos dejar que se salgan con la suya, no podemos permitir que crean que esto va a quedar as. Y deberamos decir quin orden esta monstruosidad.

Quin? inquiri el abogado.

Ella seal hacia arriba.

Alguien de muy arriba.

El abogado asinti.

S, tienes razn. Tal vez pudiramos hacerlo en una nota necrolgica, dentro de un recuadro negro, una necrolgica poltica. Debera tener garra, mucha garra: este hombre, un hroe, muri por aquello en lo que crea, era un hombre que contaba verdades cuya revelacin no poda tolerar el gobierno.

Te encargars de escribirla? pregunt Salamone.

Redactar un borrador propuso el abogado. Luego ya veremos.

El profesor de Siena apunt:

Quiz pudieras terminar diciendo que cuando Mussolini y sus amigos desaparezcan, echaremos abajo su asquerosa estatua ecuestre y levantaremos otra en honor a Bottini.

El abogado sac una estilogrfica y una libreta del bolsillo e hizo unas anotaciones.

Qu hay de la familia? terci el farmacutico, la de Bottini.

Hablar con su mujer se ofreci Salamone. Y tenemos un fondo, haremos todo lo que podamos. Al poco aadi: Y tambin hemos de elegir a un nuevo director. Alguna sugerencia?

Weisz apunt la mujer. Es periodista.

Todos los de la mesa asintieron. La eleccin obvia. Carlo Weisz era corresponsal, haba trabajado en el Corriere della Sera, luego haba emigrado a Pars en 1935, donde encontr trabajo en la agencia Reuters.

Dnde est esta maana? pregunt el abogado.

En alguna parte de Espaa repuso Salamone. Lo han enviado para escribir acerca de la nueva ofensiva de Franco. Tal vez la ofensiva final: la guerra espaola agoniza.

Es Europa la que agoniza, amigos mos.

El comentario provena de un empresario adinerado con mucho el donante ms generoso que rara vez hablaba en las reuniones. Haba huido de Miln y se haba instalado en Pars haca unos meses, despus de que entraran en vigor en septiembre las leyes antisemitas. Sus palabras, pronunciadas con discreto pesar, impusieron un momento de silencio, pues tena razn y ellos lo saban. Ese otoo haba sido funesto en el continente: los checos claudicaron en Munich a finales de septiembre y luego, la segunda semana de noviembre, un Hitler envalentonado haba desatado la Kristallnacht, haciendo aicos los escaparates de los comercios judos en toda Alemania, arrestando a destacadas figuras de la comunidad hebrea, perpetrando espantosas humillaciones en las calles.

Al cabo Salamone, en voz baja, dijo:

Es cierto, Alberto, no se puede negar. Y ayer nos toc a nosotros, nos atacaron, nos han dicho que cerremos el pico si sabemos lo que nos conviene. Pero, as y todo, este mismo mes habr ejemplares del Liberazione en Italia, e irn de mano en mano y dirn lo que siempre hemos dicho: No os rindis. Qu otra cosa podemos hacer?

En Espaa, el 23 de diciembre, una hora despus de que amaneciera, los caones de los nacionales efectuaron la primera descarga. Carlo Weisz, tan slo medio dormido, la oy, y la sinti. Probablemente estaban a unos kilmetros al sur. En Mequinenza, donde el Segre confluye con el Ebro. Se levant, se liber de la capelina impermeable con la que haba dormido y sali por la entrada la puerta haba desaparecido haca tiempo al patio del monasterio.

Un amanecer de El Greco: una imponente nube gris se elevaba en el horizonte, teida de rojo por los primeros rayos de sol. Mientras miraba, unos fogonazos titilaron en la nube y, al momento, unas detonaciones, similares al retumbar del trueno, remontaron el Segre. S, estaban en Mequinenza. Les haban dicho que se prepararan para una nueva ofensiva, la campaa de Catalua, justo antes de Navidad. Bueno, pues all estaba.

Con la intencin de avisar a los dems, volvi a la habitacin en la que haban pasado la noche. En su da, antes de que llegara la guerra, la estancia haba sido una capilla. Ahora las altas y estrechas ventanas estaban ribeteadas de fragmentos de vidrieras, mientras que el resto reluca por el suelo. Adems haba agujeros en el techo y una de las esquinas haba saltado por los aires. En algn momento sirvi de crcel para prisioneros, cosa que resultaba evidente por los garabatos que se apreciaban en el enlucido de las paredes: nombres, cruces coronadas con tres puntos, fechas, splicas para no caer en el olvido o una direccin sin ciudad. Hizo las veces de hospital de campaa, como atestiguaban un montn de vendas usadas apiladas en un rincn y las manchas de sangre en la arpillera que cubra los viejos jergones de paja.

Sus dos compaeros ya estaban despiertos: Mary McGrath, del Chicago Tribune, y un teniente de las fuerzas republicanas, Navarro, que era su escolta, su conductor... y su guardaespaldas. McGrath inclin la cantimplora, verti un poco de agua en el hueco de la mano y se limpi la cara.

Parece que han empezado coment la corresponsal.

S convino Weisz. Estn en Mequinenza.

Ser mejor que nos pongamos en marcha dijo Navarro en espaol.

Reuters ya haba enviado antes a Weisz, ocho o nueve veces desde 1936, y sa era una de las frases que aprendi nada ms llegar.

Weisz se arrodill junto a su mochila, cogi una petaca de tabaco y un librillo de papel de fumar se haba quedado sin Gitanes haca una semana y se puso a liar un cigarrillo. Durante unos meses an tendra cuarenta aos, era de estatura mediana, delgado y fuerte, y tena el cabello largo y oscuro, no del todo negro, que se echaba hacia atrs con los dedos cuando le caa por la frente. Haba nacido en Trieste y, al igual que la ciudad, era medio italiano, por parte de madre, y medio esloveno Eslovenia fue tiempo atrs austriaca, de ah el apellido por parte de padre. De su madre haba heredado un rostro florentino ligeramente afilado, de facciones duras, unos ojos inquisitivos, una tez levemente cenicienta y llamativa: un rostro noble tal vez, un rostro habitual en los retratos renacentistas. Aunque no del todo. Estaba tocado por la curiosidad y la compasin; no era un rostro iluminado por la codicia de un prncipe o el poder de un cardenal. Weisz retorci un extremo del cigarrillo, se lo llev a los labios y encendi un chisquero, que daba lumbre aunque soplara el viento.

Navarro, que llevaba la tapa del delco con los cables colgando el mtodo ms seguro para que un vehculo siguiera en su sitio por la maana, fue a arrancar el coche.

Adnde nos lleva? le pregunt Weisz a McGrath.

Dijo que a unos kilmetros al norte. Cree que los italianos controlan la carretera al este del ro. Puede ser.

Iban en busca de una brigada de voluntarios italianos, lo que quedaba del Batalln Garibaldi, ahora parte del 5. Cuerpo del Ejrcito Popular. En un principio el Batalln Garibaldi, junto con los batallones Thaelmann y Andr Marty, alemn y francs respectivamente, constituan la XII Brigada Internacional, los ltimos restos de las unidades de voluntarios extranjeros que haban acudido en ayuda de la Repblica. Pero en noviembre el bando republicano desmoviliz al grueso de este contingente. Una compaa italiana haba decidido seguir luchando, y Weisz y Mary McGrath iban tras la noticia.

Arrojo ante una derrota casi segura. Porque el gobierno republicano, despus de tres aos de guerra civil, slo conservaba Madrid, sitiada desde 1937, y la esquina nororiental del pas, Catalua, motivo por el cual el gobierno se haba trasladado a Barcelona, a unos ciento treinta kilmetros de las estribaciones que se alzaban sobre el ro.

McGrath enrosc el tapn de la cantimplora y encendi un Old Gold.

Despus continu, si los encontramos, iremos a Castelldans a enviar un cable.

Castelldans, una localidad situada al norte que haca las veces de cuartel general del 5. Cuerpo del Ejrcito Popular, contaba con un servicio de radiotelegrafa y un censor militar.

Tiene que ser hoy sin falta contest Weisz.

Las descargas de artillera provenientes del sur se haban intensificado, la campaa de Catalua haba dado comienzo y tenan que enviar noticias lo antes posible.

McGrath, una corresponsal cuarentona, le respondi con una sonrisa cmplice y mir el reloj.

Es la una y veinte en Chicago. Lo publicarn para la tarde.

Aparcado junto a una pared en el patio haba un vehculo militar. Mientras Weisz y McGrath observaban, Navarro solt el hierro del cap y retrocedi cuando se cerr de golpe, luego ocup el asiento del conductor y provoc una serie de explosiones bruscas y ruidosas, el motor careca de silenciador y una columna de humo negro. El ritmo de las explosiones fue ralentizndose a medida que Navarro le daba al estrter. A continuacin se volvi con una sonrisa triunfal y les indic que se subieran.

Era el coche de un oficial francs, de color caqui, aunque descolorido haca tiempo a causa del sol y la lluvia. El coche haba participado en la Gran Guerra y, veinte aos despus, haba sido enviado a Espaa a pesar de los tratados de neutralidad europeos: non intervention lastique, como decan los franceses. De lo ms lastique: Alemania e Italia haban provisto de armas a los nacionalistas de Franco, mientras que el gobierno republicano reciba ayuda a regaadientes de la URSS y compraba lo que poda en el mercado negro. Pero un coche era un coche. Cuando lleg a Espaa, alguien con un pincel y una lata de pintura roja, alguien con prisa, intent pintar una hoz y un martillo en la portezuela del conductor; otro escribi J-28 en blanco en el cap; un tercero dispar dos balas en el asiento de atrs, y alguien ms destroz la ventanilla del pasajero con un martillo. O tal vez todo lo hiciera la misma persona, algo no del todo imposible en la guerra civil espaola.

Cuando salan, un hombre con hbito de monje apareci en el patio y se los qued mirando. No tenan idea de que hubiese alguien en el monasterio. Estara escondido. Weisz lo salud con la mano, pero el hombre se limit a quedarse all plantado, asegurndose de que se iban.

Navarro conduca despacio por la accidentada pista de tierra que discurra paralela al ro. Weisz fumaba atrs, los pies sobre el asiento, y observaba el paisaje: monte bajo de encinas y enebros, a veces una aldea, un alto pino con cuervos en sus ramas. Pararon en una ocasin por culpa de unas ovejas: los carneros llevaban unas esquilas que repiqueteaban al caminar. El rebao lo guiaba un pequeo y desastrado perro pastor de los Pirineos que corra sin cesar por los flancos. El pastor se acerc a la ventanilla del conductor, se llev la mano a la boina a modo de saludo y dio los buenos das.

Los moros de Franco cruzarn el ro hoy inform. Weisz y los otros miraron fijamente la orilla opuesta, pero no vieron ms que juncos y chopos. Estn ah asegur el pastor. Pero no los vais a ver.

Escupi al suelo, les dese buena suerte y sigui a su rebao cerro arriba.

A los diez minutos una pareja de soldados les hizo seas para que se detuvieran. Respiraban con dificultad y estaban sudorosos a pesar del fro, los fusiles al hombro. Navarro aminor la marcha, pero no par.

Llevadnos con vosotros! pidi uno.

Weisz mir por la luneta, preguntndose si dispararan al coche, pero se quedaron all sin ms.

No deberamos llevarlos? pregunt McGrath.

Son desertores. Debera haberles pegado un tiro.

Por qu no lo ha hecho?

No tengo valor confes Navarro.

Al cabo de unos minutos los detuvieron de nuevo. Esta vez fue un oficial, que baj por la colina, desde el bosque.

Adnde vais? le pregunt a Navarro.

stos trabajan para peridicos extranjeros, buscan la brigada italiana.

Cul?

La Garibaldi.

Esos que van con pauelos rojos?

Es as? le pregunt Navarro a Weisz.

ste lo confirm. La Brigada Garibaldi constaba de voluntarios tanto comunistas como no comunistas. La mayora de estos ltimos eran oficiales.

Creo que estn ah delante. Pero ser mejor que os quedis arriba, en la cima.

A unos cuantos kilmetros el camino se bifurcaba y el coche subi a duras penas la pronunciada pendiente; el martilleo de la marcha ms corta reverber entre los rboles. De lo alto de la elevacin sala una pista de tierra que se diriga al norte. Desde all disfrutaban de una vista mejor del Segre, un ro lento y poco profundo que se deslizaba entre islotes de arena desperdigados en medio de la corriente. Navarro continu, dejando atrs una batera que disparaba a la orilla opuesta. Los artilleros se empleaban a fondo surtiendo de proyectiles a los cargadores, los cuales se tapaban los odos cuando el can abra fuego, con el consabido retroceso de las ruedas cada vez. Un obs estall por encima de los rboles, una repentina bocanada de humo negro que se fue alejando con el viento. McGrath le pidi a Navarro que parara un instante, se baj del coche y sac unos prismticos de su mochila.

Tenga cuidado la advirti Navarro.

Los reflejos del sol atraan a los francotiradores, quienes podan hacer blanco en la lente a una gran distancia. McGrath protegi los prismticos con la mano y a continuacin se los pas a Weisz. Entre los jirones de humo que flotaba a la deriva, vislumbr un uniforme verde, a unos cuatrocientos metros de la orilla oeste.

Cuando volvieron al coche, McGrath dijo:

Aqu arriba somos un buen blanco.

Sin ninguna duda corrobor Navarro.

El 5. Cuerpo del Ejrcito Popular estaba cada vez ms presente a medida que avanzaban en direccin norte. En la carretera asfaltada que llegaba hasta la ciudad de Sers, al otro lado del ro, encontraron a la brigada italiana, bien atrincherada bajo un cerro. Weisz cont tres ametralladoras Hotchkiss de 6,5 mm montadas en bpodes; se fabricaban en Grecia, segn tena entendido, y eran introducidas clandestinamente en Espaa por antimonrquicos griegos. Tambin haba tres morteros. A la brigada italiana le haban ordenado mantener la carretera asfaltada y un puente de madera que salvaba el ro. El puente haba volado por los aires, dejando en el lecho del ro pilotes carbonizados y unos cuantos tablones ennegrecidos que la corriente haba arrastrado hasta la orilla. Cuando Navarro aparc el coche un sargento se acerc a comprobar qu queran. Una vez que Weisz y McGrath se hubieron bajado del vehculo, ste dijo:

Hablar en italiano, pero despus te lo traduzco.

Ella le dio las gracias y ambos sacaron lpiz y papel. Al sargento no le hizo falta ver ms.

Un momento, por favor, ir a buscar al oficial.

Weisz se ri.

Bueno, dganos al menos su nombre.

El sargento le devolvi la sonrisa.

Digamos que sargento Bianchi, estamos? O lo que era lo mismo: No use mi nombre. Signor Bianchi y signor Rossi, seor Blanco y seor Rojo, eran el equivalente italiano de Smith y Jones, apellidos genricos propios de chistes y alias jocosos. Escriban lo que quieran aadi el sargento, pero tengo familia. Se alej con parsimonia y, a los pocos minutos, apareci el oficial.

Weisz llam la atencin de McGrath, pero ella no vio lo mismo que l. El oficial era moreno, con el rostro los pmulos acentuados, la nariz ganchuda y, sobre todo, los ojos de halcn marcado por una cicatriz que describa una curva desde la comisura del ojo derecho hasta el centro de la mejilla. En la cabeza llevaba el flexible gorro verde de los soldados de la infantera espaola, la parte superior, con la gran borla negra, estaba hundida. Y vesta un grueso jersey negro bajo la guerrera caqui sin insignias de un ejrcito y los pantalones que eran de otro ejrcito. Del hombro le colgaba una pistolera con una automtica. Llevaba unos guantes negros de cuero.

Weisz dio los buenos das en italiano y agreg:

Somos corresponsales, yo me llamo Weisz y sta es la signora McGrath.

Italianos? pregunt el oficial con incredulidad. Estn en el lado equivocado del ro.

La signora es del Chicago Tribune aclar Weisz. Y yo trabajo para la agencia de noticias britnica Reuters.

El oficial, cauteloso, los estudi un instante.

Bueno, es un honor. Pero, por favor, nada de fotografas.

No, claro. Por qu lo del lado equivocado del ro?

sa de ah es la Divisin Littorio. Los Flechas Negras y los Flechas Verdes. Oficiales italianos, soldados italianos y espaoles. As que hoy mataremos a los fascisti y ellos nos matarn a nosotros. El oficial esboz una sonrisa forzada: as era la vida, lstima. De dnde es usted, signor Weisz? Dira que habla italiano como si lo fuera.

De Trieste contest Weisz. Y usted?

El oficial vacil. Mentir o decir la verdad? Finalmente respondi:

Soy de Ferrara, me llaman coronel Ferrara.

Su mirada pareca arrepentida, pero confirm la corazonada de Weisz, la que tuvo nada ms ver al oficial, ya que haban aparecido fotografas de su rostro, con la cicatriz corva, en los peridicos: alabado o difamado, dependiendo de la ideologa poltica.

Coronel Ferrara era un nombre de guerra, los alias eran algo habitual entre los voluntarios del bando republicano, en particular entre los agentes de Stalin. Pero ese nom de guerre era anterior a la guerra civil espaola. En 1935 el coronel, adoptando el nombre de su ciudad, abandon las fuerzas italianas que luchaban en Etiopa donde los aviones descargaron una lluvia de gas mostaza sobre las aldeas y el ejrcito enemigo y apareci en Marsella. En una entrevista para la prensa francesa dijo que ningn hombre que tuviera conciencia poda tomar parte en aquella guerra de conquista de Mussolini, en aquella guerra imperialista.

En Italia los fascistas haban tratado de arruinar su reputacin por todos los medios, ya que el hombre que se haca llamar coronel Ferrara era un hroe legtimo y muy condecorado. A los diecinueve aos era un joven oficial que combata a los ejrcitos austrohngaro y alemn en la frontera septentrional de Italia, un oficial de los Arditi, como se conoca a los miembros de las tropas de asalto su nombre derivaba del verbo ardire, tener valor, osada, que eran los soldados ms afamados de Italia, conocidos por sus jersis negros, por asaltar trincheras enemigas de noche, el cuchillo entre los dientes, una granada en cada mano... jams utilizaban un arma con un alcance superior a treinta metros. Cuando Mussolini fund el Partido Fascista en 1919, sus primeros afiliados fueron cuarenta veteranos de los Arditi desencantados con las promesas rotas de los diplomticos franceses y britnicos, promesas que utilizaron para arrastrar a Italia a la guerra en 1915. Pero este ardito era un enemigo, un enemigo pblico del fascismo. Su tarjeta de presentacin era su rostro herido y una mano con quemaduras tan graves que llevaba guantes.

Entonces puedo llamarlo coronel Ferrara dijo Weisz.

S. Mi verdadero nombre no importa.

Estuvo con el Batalln Garibaldi, en la XII Brigada Internacional.

As es.

Que han desmantelado y enviado a casa.

Al exilio puntualiz Ferrara. Difcilmente podran volver a Italia. As que, junto con los alemanes, los polacos y los hngaros, todas las ovejas que no seguimos al rebao, han ido en busca de un nuevo hogar. Sobre todo a Francia, por cmo andan las cosas ltimamente, aunque all tampoco es que seamos bienvenidos.

Pero usted se ha quedado.

Nos hemos quedado corrigi. Ciento veintids de nosotros, esta maana. No estamos listos para abandonar esta lucha, bueno, esta causa, de modo que aqu nos tiene.

Qu causa, coronel? Cmo la describira?

Ha habido demasiadas palabras, signor Weisz, en esta guerra dialctica. Para los bolcheviques es fcil, tienen sus consignas: Marx dice esto, Lenin lo otro. Pero para el resto la cosa no est tan clara. Luchamos por la liberacin de Europa, por supuesto, por la libertad, si lo prefiere, por la justicia quiz y, sin duda, contra todos los cazzi fasulli que quieren gobernar el mundo a su manera. Franco, Hitler, Mussolini, hay dnde elegir, y todas las sabandijas que les hacen el trabajo.

No puedo usar cazzi fasulli significaba capullos farsantes. Quiere cambiarlo?

Ferrara se encogi de hombros.

Qutelo. No s decirlo mejor.

Hasta cundo se van a quedar?

Hasta el final, pase lo que pase.

Hay quien dice que la Repblica est acabada.

Puede que tengan razn, pero nunca se sabe. Si uno hace la clase de trabajo que hacemos nosotros aqu, prefiere pensar que una bala disparada por un fusilero podra convertir la derrota en victoria. O tal vez alguien como usted escriba sobre nuestra pequea compaa y los americanos den un respingo y digan: Dios santo, es verdad, vamos por ellos, muchachos.

Una repentina sonrisa ilumin el rostro de Ferrara, la idea, tan improbable, resultaba graciosa.

Esto aparecer sobre todo en Gran Bretaa y Canad, y en Sudamrica, donde los peridicos publican nuestros despachos.

Bueno, pues entonces que sean los britnicos los que den el respingo, aunque ambos sabemos que no lo harn, al menos hasta que les toque a ellos comerse el Wiener Schnitzel de Adolf. O que todo se vaya al carajo en Espaa, y ya veremos si la cosa se detiene ah.

Y de la Divisin Littorio, que est al otro lado del ro, qu opina?

Bueno, conocemos bien a los de la Littorio y a la milicia de los Camisas Negras. Los combatimos en Madrid, y cuando ocuparon el palacio de Ibarra, en Guadalajara, nosotros lo asaltamos y los echamos. Y hoy volveremos a hacerlo.

Weisz se volvi hacia McGrath.

Quieres preguntar algo?

Cunto va a durar esto? Y qu opina de la guerra, de la derrota?

Eso ya est. Ya nos vale.

Al otro lado del ro una voz grit: Ei, ei, alal. Era el grito de guerra de los fascistas, en un principio utilizado por las bandas de Camisas Negras en las primeras rias callejeras. Otras voces repitieron la consigna.

La respuesta lleg de un nido de ametralladoras situado por debajo de la carretera. Va f'an culo, alal, que te den por el culo. Alguien ri, y dos o tres voces corearon el lema. Una ametralladora dispar una breve rfaga, segando una hilera de juncos de la orilla opuesta.

Yo en su lugar mantendra la cabeza gacha recomend Ferrara. Agachado, se march.

Weisz y McGrath se tiraron al suelo, y McGrath sac los prismticos.

Lo veo!

Weisz se hizo con los prismticos. Un soldado estaba tendido entre una mancha de juncos, las manos haciendo bocina mientras repeta el grito de guerra. Cuando la ametralladora volvi a disparar, l culebre hacia atrs y se esfum.

Navarro, revlver en mano, se aproxim a la carrera desde el coche y se arroj al suelo junto a ellos.

Est empezando dijo Weisz.

No intentarn cruzar el ro ahora asegur Navarro. Lo harn por la noche.

De la otra orilla, un sonido sordo, seguido de una explosin que hizo pedazos un enebro y provoc que una bandada de pjaros saliera volando de los rboles; Weisz oy el batir de sus alas cuando sobrevolaban la cima del cerro.

Morteros explic Navarro. Nada bueno. Tal vez debiera sacarlos de aqu.

Creo que deberamos quedarnos un poco opin McGrath.

Weisz se mostr conforme. Cuando McGrath le dijo a Navarro que se quedaran, ste seal un grupo de pinos.

Ser mejor que vayamos ah propuso.

A la de tres echaron a correr y llegaron a los rboles justo cuando una bala silbaba sobre sus cabezas.

El fuego de mortero continu durante diez minutos. La brigada de Ferrara no respondi. El alcance de sus morteros se limitaba al ro y deban reservar los proyectiles que tenan para la noche. Cuando ces el fuego de los nacionales, el humo se fue desvaneciendo y el silencio regres a la ladera.

Al cabo de un rato Weisz cay en la cuenta de que estaba hambriento. Las unidades republicanas apenas tenan comida para ellas, as que los dos corresponsales y el teniente Navarro haban estado viviendo a base de pan duro y un saco de lentejas, que, en palabras del ministro de Economa republicano, eran las pldoras de la victoria del doctor Negrn. All no podan hacer fuego, de modo que Weisz rebusc en la mochila y sac su ltima lata de sardinas, que no haban abierto antes por falta de abridor. Navarro resolvi el problema utilizando una navaja y los tres se pusieron a pinchar las sardinas, que comieron sobre unos pedazos de pan, vertiendo por encima un poco de aceite. Mientras coman, el sonido de un combate en algn lugar del norte tableteo de ametralladoras y fuego de fusiles aument hasta tener un ritmo constante. Weisz y McGrath decidieron ir a echar un vistazo y despus poner rumbo al nordeste, a Castelldans, para enviar sus crnicas.

Encontraron a Ferrara en uno de los nidos de ametralladoras, se despidieron y le desearon buena suerte.

Adnde ir cuando esto termine? le pregunt Weisz. Quiz podamos volver a hablar. Quera escribir otro artculo sobre Ferrara, un reportaje sobre un voluntario en el exilio, una crnica de la posguerra.

Si sigo de una pieza, a Francia, a alguna parte. Pero, por favor, no lo cuente.

No lo har.

Mi familia est en Italia. Tal vez en la calle o en el mercado alguien diga algo o haga algn gesto, pero se puede decir que los dejan en paz. En mi caso es distinto, podran hacer algo si supieran dnde estoy.

Saben que est aqu dijo Weisz.

Bueno, imagino que s. Al otro lado del ro lo saben. Lo nico que tienen que hacer es venir aqu a saludarme.

Enarc una ceja. Pasara lo que pasase, era bueno en lo suyo.

La signora McGrath enviar su artculo a Chicago.

Chicago, s, ya s, White Socks, Young Bears, estupendo.

Adis se despidi Weisz.

Se estrecharon la mano. Haba una mano fuerte enfundada en aquel guante, pens Weisz.

Alguien del otro lado del ro dispar al coche cuando ste avanzaba por la carretera del cerro, y una bala atraves la puerta trasera y sali por el techo. Weisz poda ver un jirn de cielo por el orificio. Navarro solt un juramento y pis a fondo el acelerador: el coche gan velocidad y, debido a los baches y las irregularidades de la carretera, pegaba fuertes botes y se estampaba contra el firme, aplastando las viejas ballestas y metiendo un ruido espantoso. Weisz se vio obligado a mantener la mandbula bien cerrada para no romperse un diente. Navarro, por su parte, le pidi a Dios en un susurro que tuviera compasin de los neumticos y luego, a los pocos minutos, aminor la velocidad. McGrath, que ocupaba el asiento del copiloto, se volvi e introdujo un dedo en el agujero de bala. Despus de calcular la distancia que haba entre Weisz y la trayectoria del proyectil, dijo: Carlo? Ests bien? El fragor del combate que se libraba ms adelante cobr intensidad, pero ellos no llegaron a verlo. En el cielo, por el norte, aparecieron dos aviones, Henschels Hs-123 de los alemanes, segn Navarro. Dejaron caer bombas sobre las posiciones republicanas en el Segre y a continuacin se lanzaron en picado y ametrallaron la ribera este del ro.

Navarro sali de la carretera y par el coche bajo un rbol, toda la proteccin que pudo encontrar.

Acabarn con nosotros afirm. No tiene sentido ir, a menos que quieran ver lo que les ha ocurrido a los hombres apostados junto al ro.

Weisz y McGrath no tenan necesidad, ya lo haban visto muchas veces.

As pues, a Castelldans.

Navarro hizo girar el coche, regres a la carretera y puso rumbo al este, hacia la localidad de Mayals. Durante un rato la calzada permaneci desierta, mientras salvaban una larga pendiente a travs de un robledal. Despus salieron a una meseta y enfilaron un camino de tierra que pasaba entre pueblos.

El cielo estaba encapotado: unas nubes bajas y grises se cernan sobre un monte pelado por el que serpenteaba la carretera. Se encontraron con una lenta columna que se extenda hasta ms all del horizonte. Un ejrcito batindose en retirada, kilmetros de ejrcito, interrumpido nicamente por algn que otro carro tirado por mulas que llevaba a los que no podan caminar. Aqu y all, entre los abatidos soldados, se vean refugiados, algunos con carretas arrastradas por bueyes, cargadas hasta los topes de bales y colchones, el perro en lo alto, junto a ancianos o mujeres con nios.

Navarro apag el motor. Weisz y McGrath se bajaron y permanecieron al lado del coche. Con el viento implacable que soplaba de las montaas no se oa nada. McGrath se quit las gafas y limpi los cristales con el faldn de la camisa, frunciendo el ceo mientras observaba la columna.

Santo cielo.

Ya lo has visto antes apunt Weisz.

Ya lo he visto, s.

Navarro extendi un mapa en el cap.

Si retrocedemos unos kilmetros explic, podemos rodearla.

Adonde lleva esta carretera? quiso saber McGrath.

A Barcelona contest Navarro. A la costa.

Weisz ech mano de la libreta y el lpiz. A ltima hora de la maana el cielo estaba encapotado, unas nubes bajas y grises se cernan sobre una meseta y una carretera de tierra que serpenteaba por ella, hacia el este, hacia Barcelona.

Al censor, en Castelldans, no le gust. Era un oficial, alto y delgado, con rostro de asceta. Se hallaba sentado a una mesa en la trasera de lo que haba sido la estafeta de Correos, no muy lejos del equipo de radiotelegrafa y del empleado que lo manejaba.

Por qu hace esto? inquiri. Su ingls era preciso, haba sido profesor. Es que no puede decir rectificacin de lneas?

Batindose en retirada insisti Weisz. Es lo que he visto.

Eso no nos es de mucha ayuda.

Lo s convino Weisz. Pero es as.

El oficial reley el artculo, unas cuantas pginas escritas a lpiz con letra de molde.

Su ingls es muy bueno observ.

Gracias, seor.

Dgame, seor Weisz, por qu no se limita a escribir sobre nuestros voluntarios italianos y el coronel? La columna de la que habla ha sido sustituida, las posiciones del Segre an se mantienen.

La columna forma parte de la noticia. Hay que informar sobre ella.

El oficial se la devolvi y le hizo un movimiento afirmativo con la cabeza al empleado, que aguardaba.

Envelo tal como est le dijo a Weisz. Y all usted con su conciencia.

26 de diciembre. Weisz se puso cmodo en el lujoso y desvado asiento del compartimento de primera mientras el tren dejaba atrs, entre resoplidos, las afueras de Barcelona. En unas horas estaran en el paso fronterizo de Portbou, luego en Francia. Weisz tena asiento de ventanilla, frente a un nio pensativo, que iba con sus padres. El progenitor era un hombrecillo atildado que vesta un traje oscuro, con una leontina de oro que le cruzaba el chaleco. Al lado de Weisz, la hija mayor, que luca una alianza, aunque al marido no se le vea por ninguna parte, y una mujer entrada en carnes de cabello cano, tal vez una ta. Una familia taciturna, plida, angustiada, que abandonaba su hogar probablemente para siempre.

Al parecer el hombrecillo haba sido fiel a sus principios: o era un republicano acrrimo o bien un funcionario de poca categora. Tena toda la pinta de esto ltimo. Pero ahora deba marcharse mientras pudiera; la huida haba empezado y lo que le esperaba en Francia era, si tena mala suerte, un campo de refugiados, barracones, alambradas o, si la mala suerte le segua acompaando, la pobreza ms absoluta. Para combatir el mareo, la madre tena una bolsa de papel arrugada y, de vez en cuando, le daba a cada uno de los miembros de la familia un poco de limn: las estrecheces haban comenzado.

En el compartimento del otro lado del pasillo Weisz vio a Boutillon, del diario comunista L'Humanit, y a Chisholm, del Christian Science Monitor, compartiendo unos bocadillos y una botella de tinto. Weisz se volvi hacia la ventanilla y contempl la maleza, de un verde ceniciento, que bordeaba la va.

El oficial espaol tena razn en lo de su ingls: era bueno. Al terminar la enseanza secundaria en un colegio privado de Trieste haba pasado a la Scuola Normale fundada por Napolen a imagen y semejanza de la cole Normale de Pars y, en gran medida, cuna de primeros ministros y filsofos de la Universidad de Pisa, probablemente la universidad ms prestigiosa de Italia. Estudi Economa Poltica, La Scuola Normale no fue eleccin suya, sino ms bien algo dispuesto desde que naci por el Herr Doktor Professor Helmut Weisz, ilustre etnlogo y padre de Weisz, por ese orden. Y despus, tal como estaba previsto, ingres en la Universidad de Oxford de nuevo para estudiar Economa Poltica, donde aguant dos aos, momento en el cual su tutor, un hombre tremendamente amable y benvolo, sugiri que su destino intelectual se hallaba en otra parte. No es que Weisz no fuera capaz de lograrlo ser profesor, sino que, en realidad, no quera. En Oxford en realidad era una variante ortogrfica de fatalidad. De modo que, tras una ltima noche de borrachera y canciones, se fue. Pero con un ingls muy bueno.

Y, gracias a los extraos y maravillosos avatares de la vida, esto acab siendo su tabla de salvacin. De vuelta en Trieste, que en 1919 haba dejado de ser austro-hngara para ser italiana, se pasaba los das en los cafs con los amigos. Nada de catedrticos, sino muchachos desaliados, listos, rebeldes: un aspirante a novelista; un aspirante a actor; dos o tres no s, me da igual, no me fastidies; un aspirante a buscador de oro en el Amazonas; un comunista; un gigol y Weisz.

Deberas ser periodista le decan. Ver mundo.

Consigui trabajo en un peridico de Trieste. Escribi necrolgicas, inform de algn que otro delito, entrevist de vez en cuando a un funcionario municipal. En un momento dado, su padre, siempre fro, glido, toc algn resorte y Weisz volvi a Miln, a escribir para el peridico ms importante de Italia, el Corriere della Sera. Ms necrolgicas al principio, luego un trabajo en Francia, otro en Alemania. Ya con veintisiete aos, se emple a fondo, ms a fondo que nunca, ya que por fin haba descubierto la gran motivacin de la vida: el miedo al fracaso. La pocin mgica. Presto.

En verdad fue una lstima, ya que en 1922 comenz el dominio de Mussolini, con la marcha sobre Roma (Mussolini fue en tren). No tardaron en imponerse restrictivas leyes de prensa, y para 1925 la propiedad del peridico ya haba pasado a manos de simpatizantes fascistas y el director se haba visto obligado a dimitir. Con l se fueron los redactores ms importantes, mientras que un Weisz resuelto aguant tres meses. Despus sali por la puerta igual que ellos. Se plante la posibilidad de emigrar, despus volvi a Trieste, conspir con sus amigos, arranc un cartel o dos, pero en lneas generales mantuvo la cabeza gacha. Haba visto a gente apaleada, haba visto a gente con sangre en el rostro, sentada en la calle. Eso no era para Weisz.

Al fin y al cabo Mussolini y los suyos no tardaran en marcharse, slo era cuestin de esperar, el mundo siempre se enderezaba, y volvera a hacerlo. Acept trabajos de poca monta en los peridicos de Trieste un partido de ftbol, un incendio en un carguero del puerto, dio clases particulares de ingls a unos cuantos estudiantes, se enamor y se desenamor, pas dieciocho meses escribiendo para una revista de comercio de Basilea, otro ao en un peridico martimo de Trieste... sobrevivi. Sobrevivi y sobrevivi. Obligado por la poltica a vivir en los mrgenes de la profesin, vea que la vida se le escapaba como si fuera arena.

Despus, en 1935, con la horrible guerra de Mussolini en Etiopa, no fue capaz de soportarlo ms. Tres aos antes se haba unido a los giellisti de Trieste; el aspirante a novelista estaba encerrado en la prisin de la isla de Lipari; el comunista se haba vuelto fascista; el gigol se haba casado con una condesa y ambos tenan amantes, y el aspirante a buscador de oro lo haba encontrado y haba muerto rico, pues en el Amazonas no slo haba tesoros.

As que Weisz se fue a Pars, encontr habitacin en un minsculo hotel del barrio de Belleville y empez a alimentarse a base de aquello que imaginaba todo soador que va a Pars: pan, queso y vino. Pero pan muy bueno el precio controlado por el gobierno francs, despiadadamente astuto, queso bastante bueno, complementado con aceitunas y cebollas, y horrible vino argelino. Pero cumpla su finalidad. Las mujeres constituan un clsico y eficaz complemento de la dieta: si se pensaba en mujeres no se pensaba en comida. La poltica era un complemento aburrido de la dieta, pero ayudaba. Era ms fcil, mucho ms fcil, sufrir en compaa, y la compaa a veces inclua una cena, y mujeres. Luego, despus de siete meses de leer peridicos en cafs y buscar trabajo, Dios le envi a Delahanty. El Gran Autodidacta, Delahanty. El mismo que haba aprendido solo a leer francs, a leer espaol, a leer Dios mo! griego y a leer, afortunadamente, italiano. Delahanty, el jefe de la agencia de noticias Reuters en Pars: Ecco, un empleo!

Delahanty, de cabello blanco y ojos azules, haba abandonado los estudios hada muchos aos en Liverpool y, segn sus palabras, haba trabajado para peridicos. Al principio vendindolos, despus pasando de chico de los recados a periodista novato. Sus progresos impulsados por la firmeza, la insolencia y un oportunismo refinado. Hasta que lleg a la cima: jefe de la oficina de Pars. En calidad de tal, y como probado especialista que era, reciba copia de los despachos procedentes de las oficinas importantes, como Berln o Roma, lo cual lo converta prcticamente en la araa en el centro de la tela. Y all, en el barrio de las agencias cerca de la plaza de la pera, un glacial da de primavera se present Carlo Weisz.

Seor Weisz, se pronuncia Weiss, no Veisch, correcto? As que escriba para el Corriere. No queda gran cosa de l. Triste suerte para un peridico de calidad como se. Y dgame, no tendr por casualidad los recortes de lo que escriba? Los artculos recortados, que Weisz llevaba de un lado a otro en una cartera barata, no estaban en muy buen estado, pero se podan leer, y Delahanty los ley. No, seor aclar, no es preciso que traduzca, me defiendo con el italiano.

Delahanty se puso las gafas y ley con el ndice.

Mmm dijo. Mmm. No est mal. He visto cosas peores. A qu se refiere con esto, esto de aqu? Ah, tiene sentido. Creo que puede hacer esta clase de trabajo, seor Weisz. Le gusta hacerlo? No le importa lo que va a tener que hacer, seor Weisz? Las nuevas alcantarillas de Amberes? El concurso de belleza de Dsseldorf? No le importa hacer esta clase de cosas? Cmo anda de alemn? Lo hablaba en casa? Algo de serbocroata? Nunca viene mal. Ah, entiendo, Trieste, ya, all se habla de todo, no? Cmo anda de francs? S, igual que yo, me defiendo, y te miran con esa cara rara, pero te las apaas. Espaol? No, no se preocupe, ya lo ir cogiendo. Ahora ser franco: aqu hacemos las cosas a la manera de Reuters. Aprender las reglas, lo nico que tiene que hacer es cumplirlas. Y permtame que le diga que no ser el hombre de Reuters en Pars, pero s ser un hombre de Reuters, y eso no est mal. Es lo que yo era, y escriba acerca de todo. As que dgame, qu le parece? Podr hacerlo? Montar en trenes y carros de mulas y qu s yo qu ms y hacerse con la noticia? Con sentimiento? Captando el lado humano, el del primer ministro en su grandioso escritorio y el del campesino en su huerto? Cree que s? S que s! Y lo har estupendamente. As que por qu no se pone a ello ya mismo? Digamos maana? Su predecesor, bueno, hace una semana se fue a Holanda, se emborrach y se desmay en el regazo de la reina. Es la maldicin de esta profesin, seor Weisz, estoy seguro de que lo sabe. Bien, alguna pregunta? No? De acuerdo, entonces pasaremos a la triste cuestin crematstica.

Weisz se qued dormido y despert cuando el tren entraba en Portbou. La familia espaola clav la vista en el andn del otro lado de las vas, en un puado de guardias civiles que estaban apoyados distradamente en la pared de la taquilla, y en un pequeo grupo de refugiados que permaneca en pie entre arcones, fardos y maletas atadas con cuerdas, a la espera del tren que les devolvera a Espaa. Al parecer no todo el mundo poda cruzar la frontera. Al cabo de unos minutos unos agentes de polica espaoles comenzaron a recorrer el vagn para pedir los papeles. Cuando llegaron al compartimento contiguo, la hija mayor, que iba sentada junto a Weisz, cerr los ojos y junt las manos. Weisz vio que rezaba en silencio. Pero los policas se comportaron con correccin al fin y al cabo aquello era primera clase, se limitaron a echar un vistazo a la documentacin y pasaron al siguiente compartimento. Luego el tren silb y avanz unos metros, hasta donde aguardaba la polica francesa.

Informe del agente 207, entregado en mano el 5 de diciembre en un puesto clandestino de la OVRA en el dcimo distrito.

El grupo Liberazione se reuni la maana del 4 de diciembre en el Caf Europa; asistieron los mismos sujetos de los anteriores informes, permaneciendo ausentes el ingeniero amato y el periodista Weisz. Se decidi publicar una necrolgica poltica del abogado Bottini y declarar que la muerte de ste no haba sido un suicidio. Tambin se decidi que el periodista Weisz asumir la direccin del peridico Liberazione.

28 de diciembre. Gracias a la prosperidad, o al menos a su prima lejana, Weisz haba encontrado un nuevo lugar donde vivir, el Hotel Dauphine, en la rue Dauphine, en el sexto distrito. La duea, madame Rigaud, era una viuda de la guerra de 1914 y, al igual que otras mujeres de toda Francia, despus de veinte aos segua guardando luto. Weisz le cay bien y apenas le cobr de ms por las dos habitaciones, unidas por una puerta, en la ltima planta, a la que se llegaba tras salvar cuatro interminables tramos de escalera. De vez en cuando le daba de comer, pobre muchacho, en la cocina del hotel, un agradable cambio respecto a las tabernuchas que frecuentaba, Mre no s qu y Chez no s cuntos, que salpicaban las angostas calles del sexto distrito.

Exhausto, durmi hasta tarde la maana del 28. Cuando el sol entraba por las tablillas de los postigos se oblig a despertar y se dio cuenta, al ponerse en pie, de que le dola casi todo. Incluso una visita a la guerra de pocas semanas pasaba factura. De modo que se comera los tres platos del men, se dejara caer un momento por la oficina, mirara a ver si encontraba a alguno de los del caf y tal vez llamara a Vronique, cuando sta volviera a casa de la galera. Un da agradable, al menos eso esperaba. Pero los polvorientos rayos del sol revelaron un papel que le haban deslizado por debajo de la puerta cuando l estaba fuera. Un mensaje, del recepcionista. Qu poda ser? Vronique? Cario, ven a verme, te echo tanto de menos. Fantasa pura y dura, y l lo saba. A Vronique nunca le dara por hacer semejante cosa, la suya era una aventura muy desvada, intermitente, espordica. Con todo, nunca se saba, cualquier cosa era posible. Por si acaso, ley la nota. Telefonea en cuanto vuelvas. Arturo.

Se reuni con Salamone en un bar desierto cercano a la compaa de seguros donde trabajaba. Se sentaron al fondo y pidieron caf.

Y cmo va la cosa en Espaa? quiso saber Salamone.

Mal. Casi ha terminado. Lo que queda es la nobleza de una causa perdida, pero eso es algo endeble en una guerra. Estamos acabados, Arturo, y se lo debemos a los franceses y a los britnicos y al Pacto de No Intervencin. Hemos perdido pero no estamos derrotados, fin de la historia. As que ahora lo que venga despus depender de Hitler.

Bueno, mis noticias no son mejores. He de decirte que Enrico Bottini ha muerto.

Weisz alz la vista bruscamente, y Salamone le entreg una hoja recortada de un peridico. Weisz se estremeci al ver la fotografa, ley de cabo a rabo a toda prisa el texto, mene la cabeza y se lo devolvi.

Algo pas, pobre Bottini, pero no fue esto.

No, creemos que lo hizo la OVRA. Lo arregl para que pareciese un asesinato y un suicidio.

Weisz sinti que una aguda mordedura le envenenaba el corazn. No era como recibir un disparo, era como una serpiente.

Ests seguro?

S.

Weisz respir hondo y solt el aire.

Ojal ardan en el infierno por esto espet.

La ira era lo nico capaz de aplacar el miedo que se haba apoderado de l.

Salamone asinti.

As ser, con el tiempo. Se detuvo un instante y aadi: Pero por ahora, Carlo, el comit quiere que lo sustituyas.

Weisz hizo un despreocupado gesto de aprobacin, como si le hubiesen preguntado la hora.

Mmm contest. Cmo no van a querer...

Salamone ri, un sordo rumor en el interior de un oso.

Sabamos que estaras encantado.

Pues claro, encantado es poco. Y estoy impaciente por contrselo a mi novia.

Salamone casi lo crey.

Escucha, no creo...

Y la prxima vez que nos vayamos a la cama, que no se me olvide afeitarme. Para la foto.

Salamone inclin la cabeza, cerr los ojos. S, lo s, perdona.

Dejando todo eso aparte dijo Weisz, me pregunto cmo voy a hacer esto mientras ando correteando por Europa para Reuters.

Lo que necesitamos es tu instinto, Carlo. Ideas, nuevos puntos de vista. Sabemos que tendremos que ocupar tu lugar en el da a da.

Pero no cuando llegue el gran momento, Arturo. se ser todo mo.

se ser todo tuyo repiti Salamone. Pero, bromas aparte, es un s?

Weisz sonri.

Crees que aqu tendrn Strega?

Vamos a preguntar replic Salamone.

Tenan coac, y se conformaron con eso.

Weisz intent disfrutar de un da agradable, para demostrarse que el cambio en su vida no le afectaba tanto. Se comi los tres platos del men, cleri rmoulade, ternera la normande, tarte Tatin, o al menos parte, y pas por alto la muda extraeza del camarero, salvo por la generosa propina que le hizo dejar el sentimiento de culpa. Rumiando, pas ante el cafetn al que sola ir y tom caf en otra parte, sentado junto a una mesa de turistas alemanes con cmaras y guas de viaje. Unos turistas alemanes bastante callados y sobrios, se le antoj. Y, en efecto, esa noche vio a Vronique, en su apartamento del sptimo distrito repleto de obras de arte. All la cosa se le dio mejor; los preliminares de rigor los ejecut con mayor ansia y excitacin que de costumbre; Weisz saba lo que le gustaba a ella, ella saba lo que le gustaba a l. As que lo pasaron bien. Despus l se fum un Gitanes y la observ cuando se sent al tocador, los pequeos pechos subiendo y bajando mientras se cepillaba el pelo.

Va todo bien? se interes la chica, mirndolo por el espejo.

Ahora mismo s.

Ella respondi esbozando una clida sonrisa, afectuosa y tranquila: su alma de francesa exiga que l hallara consuelo al hacerle el amor.

Se march a medianoche, pero no fue directo a casa un paseo de quince minutos, sino que cogi un taxi junto a la parada del metro, se dirigi al apartamento de Salamone, en Montparnasse, y pidi al taxista que lo esperara. El traslado de la redaccin del Liberazione cajas con fichas de doce por veinte, montones de carpetas requiri subir y bajar dos veces las escaleras de la casa de Salamone y otras dos las de la suya. Weisz se lo llev todo al despacho que se haba montado en la segunda habitacin: un pequeo escritorio delante de la ventana, una mquina de escribir Olivetti de 1931, un magnfico archivador de roble que en su da se utiliz en las oficinas de un comisionista de grano. Cuando finaliz la mudanza, las cajas y las carpetas ocupaban la mesa entera y una pila en el suelo. Venga papel.

Hojeando unos nmeros atrasados encontr el ltimo artculo que haba escrito, uno sobre Espaa, para el primero de los dos ejemplares de noviembre. Estaba basado en un editorial que haba aparecido en uno de los peridicos de las Brigadas Internacionales, Our Fight. Con tantos comunistas y anarquistas en las filas de las Brigadas, los convencionalismos de la disciplina militar a menudo eran considerados contrarios a los ideales igualitarios. Por ejemplo, el saludo. El artculo de Weisz abordaba el tema con un saludable toque de irona: Hemos de encontrar la manera les deca a sus lectores italianos de cooperar, de trabajar juntos contra el fascismo. Pero eso no siempre era fcil, no haba ms que echar un vistazo a lo que estaba ocurriendo en la guerra espaola, incluso en medio del feroz combate. El escritor de Our Fight justificaba el saludo como la forma militar de decir "hola". Sealaba que el saludo no era antidemocrtico, que, despus de todo, dos oficiales de igual graduacin se saludaban, que el saludo es la seal de que un compaero que era un individualista egocntrico en la vida privada se ha adaptado al modo colectivo de hacer las cosas. El artculo de Weisz tambin lanzaba una sutil pulla a uno de los rivales del Liberazione, el comunista L'Unit, impreso en Lugano y de amplia difusin. Nosotros, insinuaba, liberales democrticos, socialdemcratas, centristas humanistas, gracias a Dios no sufrimos todo ese martirio doctrinal de los smbolos.

Su artculo haba sido, esperaba, divertido, y eso era crucial. Pretenda dar un respiro a la sofocante vida cotidiana bajo el fascismo, un respiro que haca mucha falta. Por ejemplo, el gobierno de Mussolini emita un comunicado diario por radio, y todo el que lo escuchara tena que ponerse en pie durante la transmisin. sa era la ley. As que si uno estaba en un caf o trabajando, o incluso en su propia casa, se pona firmes, y pobre del que no lo hiciera!

A ver, qu tena para enero? El abogado de Roma estaba redactando la necrolgica de Bottini. La idea era: quin matara a un hombre honrado? Weisz contaba con que Salamone efectuara una revisin, y l hara otro tanto. Siempre haba un resumen de noticias internacionales, noticias que se ocultaban o se presentaban tendenciosamente en Italia, donde el periodismo haba sido definido, por ley, como un instrumento de apoyo a la poltica nacional. El resumen, extrado de peridicos franceses y britnicos y, en particular, de la BBC, era responsabilidad de la qumica milanesa, y siempre objetivo y meticuloso. Tambin tenan, lo procuraban siempre, una caricatura, que por lo general dibujaba un emigrado que trabajaba para el parisino Le Journal. La de enero era un Mussolini beb con un gorrito de lo ms recargado sentado en las rodillas de Hitler mientras ste le daba de comer una cucharada de esvsticas. Ms, ms!, peda el pequeo Mussolini.

Los giellisti queran, sobre todo, abrir una brecha entre Hitler y Mussolini, ya que Hitler se propona meter a Italia en la guerra que se avecinaba, de su lado, claro est, a pesar de que el propio Mussolini haba declarado que Italia no estara preparada para entrar en guerra hasta 1943.

Bien, qu ms?

Salamone le haba contado que el profesor de Siena estaba trabajando en una noticia, basada en una carta clandestina, que describa el comportamiento de un jefe de polica y una pandilla fascista en una ciudad de los Abruzzos. La finalidad del artculo era citar el nombre del jefe de polica, que no tardara en enterarse de su recin adquirida notoriedad cuando el peridico llegara a Italia. Sabemos quin eres y sabemos lo que haces, y responders de todo ello cuando llegue el momento. Adems, cuando ests en la calle ndate con cuidado. Semejante desenmascaramiento lo enfurecera, pero tal vez tambin servira para que se pensara dos veces lo que estaba haciendo.

Entonces... Bottini, resumen, caricatura, jefe de polica, otros artculos sueltos, quiz uno sobre Teora Poltica Weisz se asegurara de que fuese breve y un editorial, siempre apasionado y de tintes sublimes, que casi siempre vena a decir lo mismo: Resistid en las pequeas cosas, esto no puede continuar, las tornas se volvern. Y que no faltaran citas de los grandes hroes liberales italianos: Mazzini, Garibaldi, Cavour. Y siempre, en negrita y encabezando la primera pgina: No destruyas este peridico, dselo a un amigo de confianza o djalo donde otros puedan leerlo.

Weisz tena que llenar cuatro pginas: el peridico se imprima en una nica gran hoja doblada. Lstima, pens, que no pudieran poner anuncios. Tras un largo y duro da de disidencia poltica, a los giellisti con clase les gusta cenar en Lorenzo. No, eso no, el espacio restante era suyo y el tema era evidente, el coronel Ferrara, pero... Pero qu? No estaba seguro. Presenta que esa idea encerraba una bomba de relojera. Dnde? No era capaz de descubrirlo. La historia del coronel Ferrara no era nueva, sobre l ya se haba escrito en peridicos italianos y franceses en 1935, y sin duda las agencias de noticias se haban hecho eco de la noticia. Ferrara aparecera en el reportaje de Reuters, que con toda probabilidad sera reescrito como algo de inters humano: las agencias de servicios, y la prensa britnica en general, no tomaban partido en la guerra de Espaa.

Su artculo en el Liberazione no tendra nada que ver. Escrito con su seudnimo, Palestrina todos ellos firmaban con nombres de compositores, sera heroico, estimulante, emotivo. La gorra de soldado de infantera, la pistola al cinto, los gritos al otro lado del ro. Mussolini haba enviado a Espaa setenta y cinco mil soldados italianos, un centenar de bombarderos Caproni, carros de combate Whippet, caones, municin, barcos: de todo. Una vergenza nacional, lo haban dicho antes y volveran a decirlo. Pero haba un oficial y ciento veintin hombres ms que tenan el valor de luchar por sus ideales. Y los repartidores se aseguraran de dejar ejemplares en las ciudades prximas a las bases militares.

Eso era lo que haba que escribir, y el mismo Ferrara haba pedido nicamente que no se mencionara su futuro destino. Resultaba sencillo. Mejor. El lector poda imaginarse que haba continuado la lucha en otra parte, en cualquier lugar donde hombres y mujeres valerosos se opusieran a la tirana. Y adems, se pregunt Weisz, qu poda salir mal? Los servicios secretos italianos saban a ciencia cierta que Ferrara se encontraba en Espaa, conocan su verdadero nombre, lo saban todo de l. Y Weisz se cerciorara de que su artculo no dijera nada que pudiera ayudarlos. A decir verdad, ltimamente qu no era una bomba de relojera? Muy bien, tena trabajo, y una vez resuelta esa cuestin, volvi a las carpetas.

Carlo Weisz se sent a su mesa, la chaqueta colgada en el respaldo de la silla. Llevaba una camisa de color gris claro con finas listas rojas, las mangas subidas, el ltimo botn desabrochado, la corbata floja. Junto a un cenicero del San Marco, el caf de los artistas y conspiradores de Trieste, un paquete de Gitanes. Tena la radio encendida el dial despeda un resplandor ambarino y estaba sintonizada en una interpretacin de Duke Ellington grabada en un club nocturno de Harlem. La habitacin estaba a oscuras, iluminada nicamente por una pequea lmpara con la pantalla de cristal verde. Se retrep en la silla un instante, se frot los ojos y acto seguido se pas los dedos por el pelo para apartrselo de la frente. Si, por casualidad, alguien lo vea desde algn apartamento al otro lado de la calle tena los postigos abiertos al observador jams se le ocurrira pensar que aqulla era una escena para un noticiario o una pgina de un libro ilustrado titulado Combatientes del siglo xx.

Weisz exhal un suspiro mientras retomaba el trabajo. Cay en la cuenta de que slo ahora se senta en paz. Extrao, muy extrao, s. Porque lo nico que estaba haciendo era leer.

10 de enero de 1939. Desde medianoche caa sobre Pars una nevada lenta y constante. A las 3:30 de la maana Weisz se hallaba en la esquina de la rue Dauphine, la que daba al muelle que recorra la orilla izquierda del Sena. Escudri la oscuridad, se quit los guantes y se frot las manos para calentarlas. Una noche sin viento; la nieve descenda lentamente sobre la blanca calle y el negro ro. Weisz amusg los ojos en direccin al muelle, pero no vio nada; luego consult el reloj. Las 3:34. Impuntual, no era propio de Salamone, tal vez... Pero antes de que pudiera imaginar las posibles catstrofes distingui dos faros mortecinos que temblaban mientras el coche se deslizaba por los resbaladizos adoquines.

El baqueteado y viejo Renault de Salamone patin y se detuvo cuando Weisz le hizo seas. ste hubo de pegar un fuerte tirn para abrir la puerta mientras Salamone empujaba desde el otro lado. Joder, joder, dijo Salamone. El coche estaba fro, la calefaccin llevaba bastante tiempo sin funcionar y los esfuerzos de los dos pequeos limpiaparabrisas no conseguan despejar el cristal. En el asiento de atrs haba un paquete envuelto en papel de estraza y atado con bramante.

El coche avanzaba en direccin este dando sacudidas y derrapando; dej atrs la oscura mole de Notre Dame y continu junto al ro hacia el Pont D'Austerlitz, para cruzar a la orilla derecha. Cuando el parabrisas se empa, Salamone se inclin sobre el volante.

No veo nada asegur.

Weisz extendi el brazo y limpi un pequeo crculo con el guante.

Mejor?

Mannaggia! exclam el otro, que significaba maldita sea la nieve, el coche y todo. Toma, prueba con esto.

Rebusc en el bolsillo del abrigo y sac un gran pauelo blanco.

El Renault, que haba aguardado pacientemente ese momento en que el conductor slo tuviera una mano en el volante, gir con suavidad mientras Salamone soltaba una imprecacin y pisaba a fondo el freno. El coche hizo caso omiso, dio otra vuelta y a continuacin enterr las ruedas de atrs en un montn de nieve que se haba acumulado contra una farola.

Salamone se guard el pauelo, arranc el coche, que se haba calado, y meti primera. Las ruedas giraron mientras el motor gema: una, dos veces, y otra ms.

Espera, para, que empujo se ofreci Weisz. Utiliz el hombro para abrir la puerta, dio un paso, sus pies volaron por los aires y l aterriz en el suelo.

Carlo?

Weisz se levant a duras penas y, dando pasitos cortos y cautelosos, rode el coche, y apoy ambas manos en el maletero.

Prueba ahora.

El motor aceler mientras las ruedas giraban y se hundan ms y ms en los surcos que haban dibujado.

No pises tanto el acelerador!

La ventanilla chirri cuando Salamone le dio a la manivela.

Qu?

Con suavidad, con suavidad.

Vale.

Weisz empuj de nuevo. Esa semana no habra Liberazione.

De una boulangerie que haba en la esquina sali un panadero con una camiseta blanca, un delantal blanco y un pao blanco con las puntas anudadas en la cabeza. Los hornos de lea de las panaderas deban encenderse a las tres de la maana. Weisz oli el pan.

El hombre se situ a su lado y le dijo:

A ver si podemos entre los dos.

Tras tres o cuatro intentonas, el Renault sali disparado hacia delante y se interpuso en la trayectoria de un taxi, el nico vehculo que circulaba por las calles de Pars esa madrugada. El conductor dio un volantazo, hizo sonar el claxon, grit: Qu demonios te pasa? y se llev el ndice a la sien. El taxi patin en la nieve y despus entr en el puente mientras Weisz le daba las gracias al panadero.

Salamone cruz el ro a cinco por hora y fue girando por bocacalles hasta dar con la rue Parrot, cercana a la Gare de Lyon. All haba un caf abierto las veinticuatro horas para viajeros y ferroviarios. Salamone sali del coche y se dirigi a la terraza acristalada. Sentado a una mesa junto a la puerta, un hombre menudo con el uniforme y la gorra de revisor de los ferrocarriles italianos lea un peridico y beba un aperitivo. Salamone dio unos golpecitos en el cristal, el hombre levant la vista, se termin la bebida, dej algo de dinero en la mesa y sigui a Salamone hasta el coche. Con una estatura que no superara en mucho el metro y medio, luca un denso bigote de empleado de ferrocarril y tena una barriga lo bastante abultada para hacer que la chaqueta del uniforme se abriera entre los botones. Se subi al asiento posterior y le estrech la mano a Weisz.

Menudo tiempecito, eh? coment mientras se sacuda la nieve de los hombros.

Weisz asinti.

Est igual desde Dijon.

Salamone se acomod en el asiento delantero.

Nuestro amigo va en el de las siete y cuarto a Gnova le aclar a Weisz. Luego se volvi al revisor: Eso es para ti. Le seal con la cabeza el paquete.

El revisor lo cogi.

Qu hay dentro?

Las planchas para la linotipia. Y dinero para Matteo. Y el peridico, con la hoja de composicin.

Dios, debe de haber un montn de dinero, ya podis buscarme en Mxico.

Lo que pesa son las planchas. Estn hechas de zinc.

Es que no pueden hacer ellos las planchas?

Dicen que no.

El revisor se encogi de hombros.

Cmo va todo por casa? pregunt Salamone.

La cosa no mejora. Confidenti por todas partes. Hay que tener cuidado con lo que se dice.

Te vas a quedar en el caf hasta las siete? quiso saber Weisz.

De eso nada. Ir al coche cama de primera a echar una cabezadita.

Bien, ser mejor que nos vayamos sugiri Salamone.

El revisor se baj y cogi el paquete con ambas manos.

Ten cuidado le pidi Salamone. ndate con ojo.

Con cien ojos prometi el revisor.

Sonri ante la idea y se alej arrastrando los pies por la nieve.

Salamone meti una marcha.

Es bueno. Pero nunca se sabe. El anterior dur un mes.

Qu le pas?

Est en la crcel replic Salamone. En Gnova. Intentamos mandarle algo a la familia.

Anda que no cuesta todo esto opin Weisz.

Salamone saba que estaba hablando de algo ms que de dinero, y mene la cabeza apenado.

La mayora de las cosas me las guardo, al comit no le cuento ms de lo necesario. Naturalmente te ir poniendo al corriente, por si acaso, ya sabes a qu me refiero.

20 de enero. Se haba quedado un da fro y gris, aunque la nieve haba desaparecido en su mayor parte, a excepcin de unos montones negruzcos que atascaban las alcantarillas. Weisz fue a la oficina de Reuters a las diez, pasando cerca de la estacin de metro de la pera, no muy lejos de la Associated Press, el despacho de la agencia francesa Havas y la oficina de American Express. Se detuvo all en primer lugar. Hay correo para monsieur Johnson? Haba una carta. Slo un puado de los giellisti de Pars poda hacer uso del sistema, que era annimo y, segn crean, an desconocido para los espas que la OVRA tena en la ciudad. Weisz ense la carte d'identit de Johnson, recogi la carta con remite de Bari y despus subi a la oficina.

Delahanty ocupaba el despacho de la esquina. Las altas ventanas estaban opacas debido a la mugre, el escritorio lleno hasta los topes de papeles. Estaba bebiendo t con leche y, cuando Weisz se detuvo en la puerta, le dedic una spera sonrisa y se ajust las gafas.

Ven, ven, le dijo la araa a la mosca.

Weisz dio los buenos das y se sent en la silla que haba al otro lado de la mesa.

Hoy es tu da de suerte dijo Delahanty mientras rebuscaba en la bandeja de asuntos pendientes y le entregaba a Weisz un comunicado de prensa.

Por increble que pudiera parecer, la Asociacin Internacional de Escritores iba a celebrar una conferencia. A las 13:00 del da 20 en el Palais de la Mutualit, junto a la plaza Maubert, en el quinto distrito. Abierta al pblico. Entre los oradores estaran Theodore Dreiser, Langston Hughes, Stephen Spender, C. Day Lewis y Louis Aragon. Este ltimo, que haba empezado siendo surrealista, que se volvi estalinista y haba acabado uniendo ambas cosas, se asegurara de que se mantuviera la lnea moscovita. En el orden del da, la cada de Espaa en manos de Franco, el ataque de Japn a China, la anexin de Checoslovaquia por parte de Hitler. Ninguna buena noticia. Weisz saba que las locomotoras de la indignacin avanzaran a toda marcha, pero, fuera cual fuese la poltica de los comunistas, era mejor que el silencio.

Te has ganado un pequeo tostn, Carlo. Te ha cado uno de esos trabajos rutinarios dijo Delahanty, bebiendo a sorbos el fro t. Queremos algo de Dreiser. Hurga en el marxismo y consgueme una cita memorable. Y La Pasionaria el afectuoso apodo de Dolores Ibrruri, la ardorosa oradora y poltica republicana siempre merece una fotografa. Slo un breve, muchacho; no oirs nada nuevo, pero hemos de tener a alguien all y Espaa es importante para los peridicos sudamericanos. As que vete ya. Y no firmes nada.

Obediente, Weisz lleg puntual. La sala estaba a rebosar, la gente pululaba envuelta en una nube de humo de tabaco. Haba activistas de toda clase, el barrio latino en ebullicin, unas cuantas banderas rojas entre la multitud. Y todo el mundo pareca conocer al resto. Las noticias que haban llegado de Espaa esa maana afirmaban que el frente en la margen este del Segre haba cado, lo que quera decir que no faltaba mucho para la toma de Barcelona. De modo que, como haban sabido desde siempre, Madrid, con su obstinado orgullo, sera la ltima en rendirse.

Al cabo la cosa se puso en marcha y los oradores hablaron, hablaron y hablaron. La situacin era desesperada. Los esfuerzos tenan que redoblarse. Un sondeo realizado por la Liga de Escritores Americanos demostraba que cuatrocientos diez de los cuatrocientos dieciocho miembros estaban de parte del bando republicano. En la conferencia se not una considerable ausencia de escritores rusos, ya que estaban ocupados extrayendo oro en Siberia o recibiendo tiros en la Lubianka. Weisz, naturalmente, no poda escribir nada de eso: pasara a formar parte del gran libro Historias que nunca escrib que todo corresponsal tiene.

Carlo? Carlo Weisz!

A ver, quin era ese... ese tipo del pasillo que lo llamaba? Su memoria tard un instante en reaccionar: alguien a quien haba conocido, vagamente, en Oxford.

Geoffrey Sparrow dijo el tipo. Te acuerdas, no?

Pues claro, Geoffrey, cmo ests?

Hablaban entre susurros mientras un hombre con barba aporreaba el atril con el puo.

Vayamos fuera sugiri Sparrow.

Era alto, rubio y risueo y, ahora que Weisz se acordaba, rico y listo. Mientras Sparrow iba pasillo arriba, todo piernas y franela, Weisz vio que no estaba solo, lo acompaaba una chica despampanante. Natural, indefectiblemente.

Cuando llegaron al vestbulo Sparrow dijo:

sta es mi amiga Olivia.

Qu hay, Carlo?

As que has venido en representacin de Reuters, no? dijo Sparrow, los ojos en la libreta y el lpiz de Weisz.

S, ahora resido en Pars.

Ah, s? Bueno, no suena nada mal.

Has venido por la conferencia? pregunt Weisz, la versin de un periodista de: Qu coo ests haciendo aqu?

La verdad es que no. Nos hemos escapado para pasar un fin de semana largo, pero esta maana no nos apeteca nada meternos en el Louvre, as que... por rernos un rato, vamos, se nos ocurri echar un vistazo. Su sonrisa se torn tristona, en realidad no haba sido tan divertido. Pero jams pens que vera a algn conocido. Se volvi hacia Olivia y explic: Carlo y yo estudiamos juntos en la universidad. Esto... qu era? Historia Medieval, con Harold Dowling, creo, no?

S. Unas clases interminables, si mal no recuerdo.

Sparrow solt una risa alegre. Se haban divertido de lo lindo juntos, no?, con Dowling y lo dems.

As que te marchaste de Italia.

S, hace unos tres aos. No poda seguir all.

Ya, lo s, Mussolini y sus hombrecitos, una vergenza, de verdad. Veo tu nombre en algn artculo de Reuters, de vez en cuando, saba que no poda tratarse de otro.

Weisz sonri amablemente.

No, soy yo.

Vaya, corresponsal apunt Olivia.

S, el muy granuja, mientras yo me paso la vida en un banco dej caer Sparrow. Ahora que lo pienso, tengo un amigo en Pars que es admirador tuyo. Maldita sea, qu dijo? Un artculo de Varsovia? No, Danzig! Sobre el adiestramiento de la milicia del Volksdeutsche en el bosque. Era tuyo?

S. Me sorprende que te acuerdes.

Me sorprende que me acuerde de algo, pero mi amigo no paraba de darme la tabarra: unos tipos gordos en pantaln corto, con viejos fusiles, que cantaban alrededor de la hoguera...

Muy a su pesar, Weisz se senta halagado.

Aterrador, en cierto modo. Pretenden luchar contra los polacos.

S, y ahora viene Adolf a echarles una mano. Dime, Carlo, tienes planes para esta tarde? Tenemos una cena, maldita sea, pero qu me dices de unas copas? A las seis? Tal vez llame a mi amigo, seguro que querr conocerte.

La verdad es que tengo que escribir un artculo. Seal la sala, donde una voz de mujer iba in crescendo.

Ah, eso no puede tardar mucho asegur Olivia, sus ojos clavndose en los suyos.

Lo intentar prometi Weisz. En qu hotel estis?

En el Bristol repuso Sparrow. Pero las copas no las tomaremos all, quiz en el Deux Magots o como se llame, justo al lado. Vamos a beber con el viejo Sartre!

Eso es el Flore lo corrigi Weisz.

Por favor, cario pidi Olivia, no ms barbas roosas. Por qu no vamos a Le Petit Bar? No venimos aqu todos los das. Le Petit Bar era el ms elegante de los dos bares del Ritz. Volvindose a Weisz aadi: Ccteles del Ritz, Carlo!

Y cuando estoy achispada me da exactamente igual lo que sucede debajo de la mesa.

Hecho! dijo Sparrow. En el Ritz a las seis. No suena nada mal.

Si no puedo os llamo contest Weisz.

Anda, intntalo, Carlo dijo Olivia. Por favor...

Weisz, tecleando con regularidad en la Olivetti, a las cuatro y media ya haba terminado. Tena tiempo de sobra para llamar al Bristol y anular lo de las copas. Se levant dispuesto a ir abajo a llamar por telfono, pero no lo hizo. La idea de pasar una hora con Sparrow, Olivia y su amigo se le antoj atractiva por el cambio que supona. No sera otra lgubre tarde de poltica con otros emigrados. Saba de sobra que la novia de Sparrow slo estaba flirteando, pero en el flirteo no haba nada malo, y Sparrow era inteligente y poda ser gracioso. No seas tan ermitao, se dijo. Y si el amigo pensaba que l era un buen periodista, en fin, por qu no? No se poda decir que escuchara muchos cumplidos, quitando las retorcidas ironas de Delahanty, as que tampoco pasaba nada por or unas palabras amables de un lector. De manera que se puso la camisa ms limpia y la mejor corbata, la de seda a rayas rojas, se pein el cabello con agua, dej las gafas en la mesa, baj a las 17:45 y tuvo el nada desdeable placer de decirle a un taxista:

Le Ritz, s'il vous plat.

Nada de estampado floral esa noche para Olivia, sino un vestido de cctel. Sus pequeos y perfectos pechos abultndose justo por encima del escote. Y luca un elegante sombrero bien sujeto a sus cabellos dorados. Sac un Players de una cajetilla que llevaba en el bolsito de noche y le dio a Weisz un encendedor de oro. Gracias, Carlo. Entretanto un esplndido Sparrow con un traje a medida de lo mejorcito de Londres hablaba ingeniosamente de nada, pero no haba nadie ms, an no. Charlaban mientras esperaban en el oscuro bar revestido de madera con mobiliario de saln: Sparrow y Olivia en un divn, Weisz en una silla tapizada, junto a la cristalera adornada con cortinajes que conduca a la terraza. Ah, a Weisz le sentaba muy bien todo aquello despus de monasterios abandonados y salas llenas de humo, muy bien, s, cada vez mejor a medida que bajaba el Ritz 75, que bsicamente era un French 75, ginebra y champn, llamado as por el can francs de 75 mm de la Gran Guerra. Con el tiempo fue un clsico del Stork Club. Bertin, el famoso barman del Ritz, aada zumo de limn y azcar y, voil, el Ritz 75. Voil, s. Weisz adoraba al gnero humano, y su ingenio no tena lmites: sonrisas de alegra de Olivia, jua-jus dentudos de Sparrow.

A los veinte minutos apareci el amigo. Weisz esperaba que un amigo de Sparrow estuviese cortado por el mismo patrn, pero no era el caso. El aura del amigo deca negocios, alto y claro, mientras l echaba un vistazo, localizaba su mesa y se diriga a ellos con parsimonia. Era al menos diez aos mayor que Sparrow, tirando a gordo y con aire benevolente, entre los dientes una pipa, y vesta lo que pareca un cmodo terno.

Siento llegar tarde se excus nada ms acercarse. Vaya descaro el del taxista, me ha dado una vuelta por todo Pars.

Edwin Brown, ste es Carlo Weisz dijo Sparrow con orgullo cuando se pusieron en pie para saludar al amigo.

A todas luces Brown estaba encantado de conocerlo, su placer expresado mediante un enrgico Mmm, que pronunci con pipa y todo mientras se daban la mano. Despus de acomodarse en su silla coment:

Creo que es usted un escritor muy bueno, seor Weisz. Se lo ha dicho Sparrow?

Me lo ha dicho, y es muy amable por su parte.

Lo que soy es justo, nada de amable. Siempre busco su firma, cuando le dejan ponerla.

Gracias contest Weisz.

Se vieron obligados a pedir una tercera ronda de ccteles, ahora que haba llegado el seor Brown. En Weisz el manantial de la vida burbujeaba cada vez ms alegremente. Olivia tena cierto rubor en las mejillas y empezaba a estar algo ms que achispada, rea con facilidad y, de vez en cuando, miraba a Weisz a los ojos. Entusiasmada, presenta l, ms con la elegancia de Le Petit Bar, la velada, Pars, que con lo que quiera que