Upload
others
View
2
Download
0
Embed Size (px)
Citation preview
1
Náutica del fuego
Alma Karla Sandoval
Antología
(2000-2014)
2
Prólogo
Si bien conozco algo o bastante de la persona existencial y de la persona poética que se
entrelazan y entretejen en Alma Karla Sandoval, sus colecciones de poemas me han
generado momentos de admiración, de identificación angustiante, de riesgo lingüístico
compartido. La autora siempre ha sido para mí (como su presunto maestro) una especie
de máquina de imaginar, cuyo combustible lo toma más de sí misma que de las
percepciones ofrecidas por la realidad y por esa ampliación, imaginada también soñada en
costosas vigilias, que denominamos mundo.
Pero Alma Karla, por medio de conjuros neblinosos, de invocaciones que casi tocan el
origen de la verbalización poética, de certezas como iluminaciones que conllevan dolor,
establece una comunicación, con los receptores, capaz de provocar resonancias
golpeantes y sin anestesia.
Pero, ¿con qué procedimientos, de qué maneras escriturales? No es fácil, pienso,
distinguir el recurso retórico en sí o las técnicas aplicadas en cuanto a tales, de la
arrasante potencialidad creativa que empieza antes de cada una de las palabras y que se
expande después fuera de ellas, como estallidos que buscan su centro. Aun así, diré
rápidamente de las asociaciones insólitas entre dos o más términos; de periodos bi otri
cuatrimembres; de un vocabulario asombrosamente libre y que, sin embargo, parece
querer liberarse de sus propias cargas semánticas; de la conformación de un bestiario a
partir de nomenclaturas directas o sugeridas y de zoologizaciones de afinada
simbolización; de la fundación de topos diversos y cambiantes para plantear quizá un
apoyo verbal con mayor peso de representación real/simbólica.
Esto significa una oferta de información estética anchísima y honda, que descubre
lecturas y experiencias culturales y vitales de la autora, pero todo trasvasado y traspasado
por una sensibilidad que no descansa, que se autoconsume para continuar
desarrollándose. Y significa asimismo un inventario de épocas anímicas, de instancias
3
sensoriales, de circunstancias mágicas y opciones eróticas recicladas desde un asomo de
un futuro no resuelto. Lo que aporta la insinuación de una mezcla o sistema de tiempos
por donde penetra el discurso metafórico (contaminado por a realidad y el mundo) para
diferenciarse de una forma simultánea en un tempo sin antecedentes.
Saúl Ibargoyen
4
I. Todo es edad
5
Para borrar la sombra
Recoge luz del mediodía
con su semblante albino,
con navaja pelirroja
a punto de caer.
La luz cabe en esta ánfora,
en un sobre, en un ojal.
la luz se derrite con el aire
y se congela entre la lumbre.
Las sombras cuentan versos.
La tuya es un obstáculo
si buscas el don de trocarlo todo en perlas.
Para borrar un rastro de luz
pegado al piso,
hay que brincar sobre la nada.
6
Para aniquilar a una mujer
Es preciso escribir sobre su espalda
el nombre de un caballo,
concentrarse en el poder del dedo índice,
ir por tijeras y dejarla sin cabello.
Será sencillo si raspas la mentira,
si tu corazón no tiene aorta,
si un remolino de hielo es la mejor excusa.
Las mujeres se cabalgan,
hay que susurrarles,
pero no te fíes de las que juegan ajedrez
porque quieren matar primero
como una mantis religiosa
disfrazada de luciérnaga.
7
Cinco más veinte
Hay un jardín a mis espaldas,
estira su follaje húmedo
para que no me reseque la angustia.
Hay una fecha como un barranco
donde la voluntad se descompone
y las ratas muerden los juramentos.
Hay una calle sin más luz que la robada
por una muerte que gira con mayor rapidez
que la rueda de la fortuna,
con mayor vértigo para callarme.
Pero hablo desde esta confusión
cuyo remedio sigue a mis espaldas,
desde este miedo como una mascota
que fue un presente de cumpleaños.
Veinticinco y aún enciendo todos los focos
y aún creo en los habitantes diminutos de los jardines
y todavía trazo corazones en las banquetas
y aún llego volando a un café
8
que me irrita, me hace mal
como las buenas nuevas de los adultos,
como sus gestos de vampiros,
como su inteligencia
recién plisada por una renuncia.
Veinticinco y he ganado tantas deudas,
hacen fila para que les pague sus honorarios.
Me pregunto si las dudas tienen deudas,
si le dan la espalda a los árboles
o si fracasan por costumbre
en ese arte tan complejo
de cerrar todas las puertas con candados.
Veinticinco y todas la flores en llamas
ya suplican que las salve,
por dondequiera que voy
dejo un rastro de ceniza.
9
Para descubrir cualquier verdad
Debes toparte con el oráculo indicado,
pero cuando uno va en su búsqueda, se aparta.
El porvenir no se talló en platino
ni se puede leer sobre la aurora.
La verdad es una flecha
con rumbo al calcio de los huesos.
La flecha mata por más buenas intenciones
que haya criado cada puño.
Si no puedes llenar tu alforja
con piedras lisas y pasto muerto;
si no puedes descalzarte
en las veredas ardientes del terror,
lo verdadero no es un arco para ti.
El oráculo de luz
no va a responder a tus preguntas.
10
Hay un camino de mármol
de aquí al hogar del hacedor de flechas.
Muchos se colgaron en el viaje.
La verdad es un santo
con el desconsuelo bien ceñido
en la profundidad de su palabra.
Su poder nació con la sed del peregrino.
Es muy probable que el oráculo indicado
ya no exista.
11
El mundo se llama asfixia
El aire muerde, camaleón inmenso.
Gracias a su piel las estaciones vibran,
las mañanas cambian de color
para agitar los árboles.
Alguna vez vi cómo danzaban
las mujeres del ciruelo:
nereidas, soledades felices a colores.
Alguna vez respiraba libremente
en la casa de tu pecho.
Alguna vez conté la historia
bebiendo de la tierra.
Pero el mundo se llama asfixia,
lo bautizó el aire.
Recuerda que con la esperanza
de las macetas rotas
no sobreviven los jardines.
12
En lo profundo del follaje
la muerte es una lombriz astuta.
Te digo que el mundo no es un depredador
en la cadena alimenticia.
El eco húmedo de esta idea no te toca,
el eco de la necesidad de ti
que alimenta el estómago de un sueño
y abre la imagen del corredor de la abuela
donde el asma monta un triciclo
desde entonces.
13
Madrid
El equipaje
es chico,
angosto,
sin olas.
No es el amor
de mi madre.
14
II. Estacionamiento de avestruces
15
En el insomnio duermen puertas bruñidas
Ciertos dolores reverdecen,
regresan con marzo y sus campanas psicóticas.
El insomnio es un círculo ardiendo
en el anular conectado a la angustia.
Van a dormir los vivos.
Los muertos nos quedamos
raspando el cielo hondo
cuando los meses se interponen,
avanzan como el fuego,
asimilan vacíos, los devoran.
El insomnio es el péndulo, la llave.
Florece burlón, usufructúa.
16
Camino al oro
La luz no renacía en los pinceles,
se mantuvo expectante en otras manos ocultas.
La niebla reveló su complejo
de bala expandida.
Bogotá no era un abrazo,
pero mataba el eco
de los que dicen hola
pensando que no habrán de despedirse.
La luz no lograba revelarse
y se puso a caminar sin cédula,
sin boina de paramilitar arrepentido,
sin la llama oblicua del tal vez.
Yo no advertía el amor
como trucha loca
montando el Transmilenio.
17
Él no era un otoño bipolar
ni la violencia de mi abrigo;
no lo advertía.
Negué el nombre de la muerte
luego de atarlo entre mis sábanas.
18
Estacionamiento de avestruces
I
Multiplícate.
Ven a cantar un suicidio
a lo Janis Japlin.
Vuélvete el ser sin pan ni sombrero,
el vaso sucio donde repica la limosna.
Corre entre calles fútiles
sin hijos de amor ni odio.
Transfórmate en el cerro de otra infancia
porque no pudiste abrir el mundo
para el diablo.
Evoluciona y no te muevas,
te crecerá el pico,
con tus pestañas se harán pinceles
19
y otro será quien dibuje niebla cálida.
Pierde la memoria,
recupera lealtad de prostituta.
Vende toda la mentira
y compra misericordias en abonos.
Sé veloz,
olvídate del corral,
de ti, de los mandatos y llaves absurdas.
Esconde los ojos
debajo de la tierra,
cava.
II
Este es un día para el silencio,
te lo doy,
cuídate de él porque trae diábolos,
puede andar de incógnito,
le gusta disfrazarse de nube
20
y lluvia.
Día sin cucharas
para el jarabe curativo,
el caldo tranquilizador
y cereal de meteoros.
Veinticuatro horas
en donde sólo se permite
correr y callar,
aguantarse bofetadas
–no sabemos
cómo funcionan
los puños apretados– .
Te lo doy,
insisto,
este día es todo tuyo,
dios nuestro, tirano invisible,
idea nuestra tan sucia
de querer ser
lo que de niños éramos.
21
No tengo más que darte;
si me matan,
servirán mis plumas.
Por ahora
acepta el dolor de la costumbre,
este resentimiento
con retoños azulados,
estos codos primitivos
donde escurre jarabe, cereal.
En cualquier lugar del mundo
este día existe, se alarga
o se acorta según el cuchillo de la luz.
Es todos los días,
es la historia del que perdió su sangre
y las fronteras.
Lo llevo en caja de dulces con cicuta,
pero no es tóxico,
acéptalo,
las aves no deben ver
22
el cañón de estos rifles.
Es día de empollar,
admítelo.
23
III. Para un árbol amarillo
24
A semejanza de tu libertad se puebla el cielo.
Son golondrinas.
Les podemos hablar con nuestros ojos.
Cuando eran humanas buscaron amapolas
revolviéndose en la hiedra.
Pero ni un pétalo encontraron,
ni una señal de sueño púrpura.
25
Algunas espinas se rompen
confirmando lo perdido:
infancia con barro verde
donde poner los pies,
dejar pasar la lluvia y el río
limando el tiempo en abril
o bien, espinas eternas de las rosas
quemándose despacio
ante el azoro del machete,
de su luz abriendo el aire
en el cuarto de la niña que dejó
morir su bicicleta esta mañana.
26
Desollaban al conejo con hambre.
Penetraban a la burra en lo oscuro;
a la esposa, de mañana,
con fastidio.
Luego a espantar aves,
cuidar el arroz y golpear,
con más gritos,
a las hijas.
27
Este hombre joven que te lleva de la mano
abre el portal de una ciudad lejana
donde los eucaliptos llamaban al viento
y se mecían dibujando escalofríos.
El futuro era gigante en la aventura.
Te perseguía y después, como si la noche
y el encaje de los deseos se multiplicara,
como si las lunas en jauría saborearan mi miedo,
aprendiste que si un hombre te lleva de la mano,
una hoguera cada vez más sabia nos desnuda.
28
En la noche jugábamos con besos a que ya no besaríamos.
En la muerte de la noche el polen nos hizo estornudar.
Para la vida arrancamos un capullo de septiembre
y algo dolió como mentira que el tiempo repite.
Nos rodeaba la luz, su brama dulce.
Me le escapaba a la memoria,
al milagro porque hablaron las luciérnagas.
Habíamos visto crisantemos en lo alto,
el ritmo de la pólvora y las llagas del silencio.
Habíamos reído para olvidar una metáfora.
Ya era la aurora con su poder de ave,
también el día de las constelaciones
y el alfabeto de verdad en los poemas.
Mis ojos dieron con un mapa de melancolías,
por ello recordé la balada del futuro.
Después los gallos cantando como siempre
la letra de la infancia donde renace lo perdido.
29
No le gusta la sangre
ni el sonido de un revólver.
Jamás perdería su tiempo
diseñando alas para un gato.
Ella se casó con las cuentas
de un vestido para locas
y todo el mundo
aplaude su cordura.
Recoge miel contaminada
que a ti y a mí nos debilita.
Tú sabes esconderte en pecados inéditos;
comprar maquillajes, reputaciones,
meter al horno el orgullo
y luego de una hora
sacar de ahí el cadáver del enemigo.
Ella no destroza caracoles
con la mirada.
30
La expulsaste en febrero,
le hiciste ver el aire y se cubrió los ojos.
Le hablabas de una flor invisible
y te pidió crayolas.
Nunca te inspiró un conjuro,
pero es mi hermana.
En su cabellera
nacen fuegos imposibles.
31
IV. Cementerio de pequeñas cosas
32
Soplos de enero
I
De los lazos rotos nacían preciosas alas, giros de nubes y después la misma estrella.
La luz, incendio de cuando amanece para que Dios se vuelva cinta.
Lo vi jugando con el hilo, con los nudos y con otro Dios que salía de la duda.
Aquel lazo esencial no estaba roto.
II
Porque la noche no andaba a la deriva ni los alcatraces del cuadro lloraban. Porque el aire
era casi rojo y el corazón una máquina del tiempo, crecieron lagunas en su música.
Así se disgregaba, así cerró la puerta de los años y abrió sólo el instante.
Lo miré sacudirse niebla y viento,
ventanales silentes y un trago,
uno más, de oscuridad nutricia.
III
Esta ilusión es una espina y no puede quebrarse ahora que llueve y el musgo la cubre.
Ahora que amenaza a los ojos del tiempo, al duende acomodando lo vivido. Espina
33
apuntando hacia el compás de un amor cintilante, hacia el acorde sordo del ayer, ¿acorde
o jeroglífico?
Esta tarde y su espina son arqueólogas, apuestan contra el polvo.
IV
Son demasiadas buganvilias. Se hacen más con el silencio. No sé qué historia ofrendar
para ellas ahora mismo.
Son demasiados colores y apareces.
También la tentación de una carta es el aire de las buganvilias.
Dios se está riendo y yo no me hundo como nutria en el aire.
V
La búsqueda culmina aquí, donde eclosionó la cobardía.
Remé contra la noche y llegué a la encrucijada. A una noche sin la noche que
transformó en cristal los meses.
Tú querías un relámpago.
Lo viste derramarse por primera vez
34
en estas córneas.
Siempre duele
Es un hecho, siempre.
Todos los días enterramos
un poco de compasión,
de gratitud,
de valor para volver.
Siempre duele,
es un hecho,
y no sé qué más decirte
con esta certeza líquida en los ojos,
con esta confesión
que sepulto en el blanco de la página
como hierro caliente sobre
la piel de los vencidos.
Duele, así es, te dolerá.
35
Oro negro
I
Sigo escuchando la canción de las rosas que se queman
en este umbral del sol donde el recuerdo se va junto a la lluvia
en la hora de la hierba santa, del monte que muere para que nazcan los venados
y pueda alguien venir a quemar nuevas espinas.
II
Sigo contando tu pulso dentro de la jaula.
Eres un tigre todavía.
III
Vienes a sumergir un ángelus en el patio de los nísperos,
a salpicar una memoria oscura con el sudor de la tierra
y entonces quieres volver a hablar del cielo.
IV
Arriba también escucho las voces de las muertas,
de tantas rosas a la orilla de un sueño,
36
de los pétalos que hace un año vimos caer en este purgatorio,
en la habitación de las jaulas donde crecen desmedidamente los canarios.
V
Lo que llevabas en el pecho era una campana de oro sucio.
VI
Era tu voz susurrando para los años ciegos,
para los jardines donde sepultar las cosas y las cartas,
los viajes con bocas; las bocas con nubes
y ese camino de abrazos, de flores espurias,
de canciones robadas que el viento trajo.
VII
Escucha, los árboles y su perfume nocturno.
Escucha, el secreto agonizante del eucalipto.
Escucha, son las montañas en mi mente.
VIII
Es el cielo y sus relámpagos quien viene a recordarme
esta conversación en la penumbra, esta floración marchita,
esta necesidad de convertirnos en las nubes.
37
IX
Así es, escucho la lluvia que no volverá del mismo barco.
X
Y me quedo con el oído en el corazón de otro poema.
Es la hora de la hierba santa,
es la hora azul donde muere tu sonido.
38
El prado
Ahora entiendo qué se hizo aquel nudo en la garganta: creció con el aire. Se colmó de
noche para enrojecer como fruto que lame la luna. Llevaba dentro la semilla de otro nudo
en tu garganta. Así tenía que ser para poblar el cementerio, para venir a llorar con el
perfume del valle, para volver a cantar la suerte de las tumbas, para ver cómo crecen y se
abren, en cada estación, los frutos negados de nuestras gargantas.
39
De otro jardín
Esa muchacha despierta antes de las ocho para escribir un poema de amor.
Lo trae caliente desde el sueño, lo arropa, lo examina.
Pero duda del mensaje y la nube aún con luciérnagas.
Duda de la entrega dosificada y el trapecio de su número.
Es otra quien mueve los dedos para disparar contra del destino.
No yo.
Estas palabras no son para ti porque pueden enfermar los girasoles,
porque escapar es la ocupación de la zorra y en cada madriguera
tengo un cachorro robusto, un motivo para un poema de amor.
40
La luna estaba en Cáncer
Para Javier Payeras
El viento era el odio de una rosa
apagando el ánimo
de inventar nuevas espinas.
Yo te miraba de noche
con la nota helada
de un lucero que cantará
el peligro de este devenir de letras
con tu silencio cuajado de altura
como si volar significara
mojar el día cayendo
sin que los demás
sospechen el signo
y el talismán minusválido
de este poema que no retiene
41
a los amantes
ni a tu amigo lejano
en un bar con su cadena creciendo
como un caballo joven,
manchado de lecturas
y tu voz y su voz
y mi frontera que no sabe masticar eternidades
ni inventar acuarios para que flote,
de nuevo, tu caída.
Nos precipitamos recordando,
acercándole más pan azul
al niño que vivió para morir
con un lápiz roto de tristeza
y la punta sofocada, indómita,
con un planeta propio
donde sembrar un libro
42
para el inventario de nuestras derrotas.
Yo no pude amar la ruta de las cuatalatas
ni dejar de pensar en madrigueras,
mucho menos en la luna con un trampolín
en cada cráter donde inventar el salto,
la duda, la separación,
la cama con un cielo sombrío,
harto de soledades aladas,
de Venus dándole mercurio a la clepsidra
y Júpiter casándose con un vaso de ron,
con el bestiario del instante
y todos los perros ladrando la cobardía
del culo de Alfonso Reyes
porque aullarle a la luna sí es poesía
y el bastón de Mario Santiago
es el hambre de este mapa,
43
también la manecilla coqueta, delirante, nómada,
en la brújula de Dalton
y las huellas de nuestros detectives
que se volvieron criminales y seguimos.
44
Muertos
Esta noche, porque vienen,
el aire es una risa de fuego que da frío.
La tierra se deja humedecer por memoriosa,
por el maíz blando del perfume
y todo aquello que esta noche crece
a la sombra de un latido de sal,
del trago de tequila dándole luz al fotorama.
Vienen y el esqueleto danza en el paisaje,
en la bruma que nada sabe del volcán ni de los ríos.
Qué viva es la eternidad y la escalera al cielo.
Qué amor por la nave de la noche brilla en su cuerpo de fantasmas.
Qué corona de espinas y amuletos que no pueden tocar, ya no.
No con su purgatorio ennegreciendo el útero
y las cadenas y el orgasmo de la muerte
45
que es caminar sobre los mares.
No más esta noche con chocolate y canela,
con lengua dulce y besos amargos, no más.
La muerte nos creció donde se acaban las pestañas
y el barro que fuimos se quiebra en el incesto.
Hermanos todos, todos entrampados,
todos persiguiendo la carne del otro que es la nuestra,
el sabor a cempasúchil, esa piel de la agonía,
el anís en el pan que nos consume.
46
Versos para escribir en Jojutla
Para Juan Manuel Roca y Marco Antonio Campos
Sólo vine a dibujar luciérnagas,
a romper una sombra de amarillos desalmados,
a descubrir que no retoñan ciertas líneas.
La madrugada es este soplo,
esta decoloración de otro latido,
recuerdo sin niebla en la ventana rota,
en esa lámpara donde el panal resiste.
Vine a escuchar los cerros
y la lengua de mi madre en ayuno.
Acá la poesía es fuente taciturna.
Huele a gitanos en la esquina
y no saben que los vi
soñar dentro de un libro
47
y contar las rayas del tigre
que a veces cuida el universo,
animal de estrellas en la tarde,
felino protector de mariposas
aquí, donde la palabra inventa chispas.
Vine para ver los patios,
a ser la huérfana,
la que desteje hilos mojados de un capullo.
Llegué arrastrando estas visiones
y no se instalan por sí mismas,
son, en conjunto, un púrpura sin nombre,
cera de abejas invernales en mi boca.
48
Carta a Francesa
Tú no puedes derramar sobre su corazón calderos de estrellas. Te es imposible en
cautiverios con árboles lejanos y soledades copiosas como los pétalos del mundo y su
caída. No hay constelaciones que rescaten violetas agónicas de tu vestido; no podrás
salvarlas con la belleza de un viaje. Morirán en avenidas rotas, sobre el suelo blando que
hunde a los jinetes ebrios y las sílfides histéricas. Tarde o temprano el polvo crecerá para
llevarte con sus giros de culpa, de nieve manchada de esta profecía. En tanto vuelve y
quítate el anillo, arráncale más horas al ángel que gime porque lo dejas a la intemperie de
tu fuga. De ahí que el alfabeto de los astros no lo entiendas, que no hablen para ti las
palomas de los sueños, que sirvas para darle agua a los narcisos.
49
Paolo ama el espejo
Siete alas no te van a servir entonces, cuando bajes del tornado sin Francesca y necesites
golondrinas. Te ahorcarás, por ende, con una pañoleta de cisnes oscuros y te veré,
fantasma cojo, persiguiendo la exactitud de mi astrolabio. Viajarás así todas las noches.
Resignarás tu sombra. Buscarás un sitio junto a Judas y Jasón. No habrá musa que te rece
ni alcohol puro, sólo un gris de hielo, de fosa que vio Dante.
Acá muere la esfinge que he derrotado con mi lanza. Tenía tu voz de serpiente devorando
a Eco para medrar con el engaño. Se arrastraba imitándote, buscando alimento en las
vaginas de pequeñas diosas que rompiste, eran de porcelana, ciegas, Venus con el
pensamiento disecado. Algunas se hundieron en tu semen con virus. A otras les encajabas
un alfiler en el lomo. Las hacías ladrar. Se apocaban como tú escribiendo para el diablo. A
las que más quisiste las empalaste en un harén sucio y angosto. Te gustaba volver a
contemplar sus cuerpos y escupir sobre ese amor de miel añeja.
50
Escampa
Mira el firmamento sin tormenta,
el maíz con su altura poblando el sueño de la hija
en un ciclo de cañaveral y aves aterrizando en el amor
con la fuerza invisible del río, del pueblo y su perfume creciendo.
Aquí traigo el perdón,
en estas manos que aún no llegan a las nubes, son mariposas eternas.
Las orugas reaccionan con el tiempo, empiezan a tejer un viaje largo,
de vueltas sedosas y pasiones vagabundas,
pero he acá el perdón con un coro de musas
y flores inmortales en los cuadros que fui a buscar
para no verlos de nuevo en tus enciclopedias.
Tengo más que darte, pero ahora los ficus nos rebasan.
Pierdes pelo y yo me sumo a la extraña permanencia de nuevas gaviotas.
Abro mi corazón migratorio para remodelar el nido
donde el anciano y la mujer de ojos idénticos
no encuentran otro silencio para darse.
No hablar es como mirar la jaula en la oscuridad de tu protesta
con tal de reunirnos como entonces en el cerro que adivinó los viajes
51
y nuestras separaciones futuras.
Contábamos rocas, luego hablabas de un aguacero,
de su carga eléctrica, de una voz parecida a ti gritando por la casa.
Esperábamos tormentas, padre, y llegaron a decirte con sus golpes
que por encima del cielo están tus hijas.
52
V. La dueña de la isla
53
Autorretrato imposible
Flaca para que me quiera.
Flaca para que me luzca.
Flaca para que también me lleve el viento
y su amor si no engordo,
si soy liviana, talla cero,
a la medida de lo que no existe,
de lo que notan como adorno,
calavera bonita, perfumada,
de mujer con hambre que la esconde,
de mujer flaca, pero triste, a la que muestran.
54
Astro Girl
Son las siete con quince
y sí me acuerdo de Astro Boy
y aunque no sirve para nada,
sólo para decirte que me acuerdo,
son las siete con dieciocho, Lucy,
y debo caer desde mi corazón.
Todos los noviembres te los dejo
con un caracol en la boca del indígena,
una lanza que lamió Atenea,
un canal para cruzar el mundo,
una bandera que has recuperado
y Astro Boy.
55
Del club de las insomnes
Deberíamos tomar ese avión,
esa maleta,
ese camino ciego, neblinoso.
Deberíamos decir lo que pensamos:
“No me gusta”,
“no quiero”.
Deberíamos comprar
menos zapatos y refrescos de dieta,
hacen daño
como los días sin luna
y todas las veces
que nos comemos las palabras,
la risa, la opinión,
el cereal sin frutas
y nuestras uñas sin orgullo.
Deberíamos tomar ese autobús,
56
alejarnos de la prisa,
los gritos y el moretón.
Deberíamos vernos más seguido,
decir lo que nos pasa,
que por más semillas que arrojamos,
no crecen rosas de los vientos en sus mentes.
No hay jardín, sólo esta guerra.
57
No conocimos a Bolaño
Para Álvaro
No fuimos codo a codo
no llegaste a tiempo
no conocí a tu padre
no sé qué hacer con la memoria
no me quedé con el guapo
ni con el feo ni el más joven
no hablamos de Séferis
ni de las terrazas
pero conocimos a Lucy
y a Pedro y a Javier
y caminamos achispados
y le quité la puntuación a este poema
aprendí que el vuelo de regreso
debe ser temprano
que tu mamá tenía razón
lo único que cuenta es la palabra
58
El páramo tibio
Esta niebla, Antonio, es preferible
al dulce cautiverio de tu casa.
No niego que lo extraño,
tu pecho, nuestras bocas
y luego esas flores del durazno en la cadena.
Sabes que me pusiste el mundo en claro,
pero no podía salir a hacerlo mío.
Mejor estas neblinas,
este acoso del aire a campo abierto.
Sólo mis pasos que se hunden en otras arboledas,
Tengo un abrigo,
una bufanda del color de tu caricia
y de algo sirve, mucho ayuda, tu recuerdo.
59
Museo del cuerpo
Ella, ahí en la fila, está esperando
a que le pongan dos implantes.
No pueden poner cerebro
ni ganas de vivir a su manera.
Ella, ahí en la fila, está buscando
el modo de no morir de hambre.
Quiere “salir cara”, que no la dejen
al lado del camino.
Si supiera que es un sitio hermoso,
el paraíso de Fito y de nosotras,
sin senos, sin abdomen plano,
con nuestras narices chuecas
y nuestros paraguas de artistas.
Si supiera que al lado del camino
no tiene que cansarse con tacones,
que su silencio vale porque ahí,
60
no será devorada por los tigres.
El mundo, si supiera,
no es una jungla ni una clínica.
61
Insular
Que no me reproduzco,
Que no muerdo el sebo.
Rechazo la misma suerte,
el ardor en esa parte, la de todas.
Que no me lacera este silencio.
Lo que necesito es esta orilla,
esta ausencia de amantes
que se van como los barcos llenos,
ricos, con el brillo de mis propias gemas.
Que no amo, así no.
Soy dueña de la isla, capitana, defensora.
Combato los saqueos.
62
Un poema no es un listón
Un poema no es una cinta,
ni un cable de luz,
ni una cola de rata
con que amarrar el viento.
Hay palabras que nacieron para putas.
Otras, nidos glaucos.
Un poema, a lo sumo,
le sirve a la piel
en la oscuridad que nos reúne.
A nadie lo olvidan
con mayor rapidez o lentitud
por escribir dos versos.
Más allá de la metáfora hay algo tangible,
pesa: un diploma, un anillo, una cuna.
Y sin embargo todo eso es frágil,
quizá más que un poema a la deriva
cuyo único mérito fue salvar el instante,
63
decir que los perros que ladraban eran negros,
que la sal puede ser dulce,
que tú llegas a este cuarto en una hora
donde te desplazas como profecía.
Nada más.
Un poema es un raspón.
Día de invierno.
Lluvia que se equivoca de techado.
Flecha letal.
La recojo, la hundo en mi pecho.
No quiero mostrártela.
64
Corredor con disfraz
Es sencillo este spleen:
tacones, resma de hojas,
y el canto en otro día como todos,
miserable, exacto,
puntiagudo,
hiriendo el suelo con su modo de mirar
las cosas y que ellas te miren compasivas.
Es simple,
les quiero decir,
muy fácil:
un corazón adolorido
y la certeza de que a nadie
le incumbe la llama que te crece.
Basta, entonces,
con agarrarse
de la vena más delgada,
de un hilo de aire pesado
y abrir la caja de Pandora
para que siga siendo simple,
65
romo incluso, caminar con un tornado adentro.
66
Poema en taxi
No dormiré ya nunca.
Seré el alma de la nieve
sin talismán para un aullido.
Si no rompes los hilos de saliva,
el traje de mi llanto,
si no se derrite el paisaje
de una vez por todas,
no dormiré.
Crecerá una cárcel
al sur de cada hora
sin columna vertebral
para la muerte.
Llama,
que no se pudra
la semilla,
67
que tu canto
también duerma.
68
Poema mientras caminas
Quieta, no. Quieta jamás.
Soñarlo fue tener
un péndulo de lava
iluminándonos la vida.
Serena, pero como el aire
antes del tornado
que cambia,
en un segundo,
la temperatura.
Llorando porque así
crece la vigilia,
el juramento que le hiciste
de no cerrar los ojos
y mirar todo el horror
cuando el deseo doliera.
–Pero también
amas el terror
y tu alma de nieve
69
en los caminos–.
¿Quién apostaría
por un beso de escarcha?,
¿por la gota roja
que ahora fluye?
Quieta no.
Quieta jamás.
70
Poema en agua
Esta urgencia
de quebrar espejos
no salva a la mujer
sin árbol.
Llegar al bosque
nunca es poco
con agujas
para el clima.
Urge volver
a una jacaranda
y navegar
este diluvio.
No has dormido.
71
Poema con marisma
Que no, no será así,
tanto y tanto amor
no quemará sus naves
antes de llegar a tierra.
Lo sé, por descontado,
porque la semilla es invencible,
hace cantar al lodo,
lo enseña a latir con y sin mesura
porque no, nada se pudre.
Este oro no estalla sin motivo
y nada hay en el viento que lo apague.
Será, entonces,
la rendición del tigre, las armas depuestas
por tanto y tanto amor
en un mundo con hidras y langostas,
con pasto celestial
y más semillas, frutos,
mi pasión y tus ojos
entregándose en la niebla,
en lo que debí callar
para este “no” con piel
72
y laberintos uniéndonos.
No, no será así, como pensabas,
en estos mares de amor desconocido.
73
Confesión a las once treinta y ocho
Tengo poco afecto por las cosas.
Prefiero pensar en nada que ir a comprar zapatos.
No me importa lo que opinen de mis vestidos viejos
ni de esta forma de mirar las nubes
o de temerle a lo invisible cuando me enamoro.
No he aprendido a hablar con los ciclones,
a pedir que me aten al mástil en el momento preciso,
antes de las palabras que flotan y asustan al jardín mojado de julio.
Tengo poco afecto por la vida como te la mostraron.
Siempre dudo.
Entre una magnolia y la verdad me quedo con la primera
porque se marchita, porque es blanca
y no tiene pretensiones de salvarnos.
Me gusta la ruina, es profundamente bella,
hay razones en su luz muy triste que me impulsan.
Quise ser esto de niña.
Asumo por ello el riesgo de perderte.
74
Creo, sin embargo, que entenderás este poema.
A ti te mandé las primeras cartas mudas.
75
Por si acaso
Y si vinieran por nosotras,
iríamos, como la Woolf,
con nuestros libros en la mente,
con nuestro canto por delante.
Y si vinieran por nosotras,
iríamos sabiendo que soñamos lo imposible,
que no dejamos de sangrar porque quisimos,
que no abandonamos en la calle a ningún justo.
Y si vinieran por nosotras,
iríamos con las manos en la nuca,
con el orgullo en alto,
meciéndonos como banderas
con los senos libres de culpa.
Y si vinieran por nosotras,
iríamos porque marchamos,
porque fuimos la tierra,
76
el caldero,
el agua del rebelde
y el consuelo en la agonía.
Y si vinieran por nosotras,
con sus armas largas,
sus uniformes del crimen,
sus puños de patriarcas psicópatas,
iríamos porque entonces,
si vinieran por nosotras,
es porque habríamos vencido.
77
VI. Tratado de bengalas
78
Ucronía del ojo
Sucede que sí, es como si se hubiera detenido el agua
que rodeó el volcán entrando por la niebla
en la mazmorra que hemos sido.
Un día de asueto va soltándonos,
esas visiones son cobras de oro en otro mundo.
La memoria no es el álbum, sino una larga herida negra que nos cruza,
un lagarto, tal vez, debajo de los músculos.
Es como si se hubiera vuelto llama lo que encuentra cada ojo:
hay una carretera, hay bosque, silencio que no siguen mariposas, sino esquirlas.
También alguien está pariendo sombras,
de algún modo deben poblarse los acuarios
que son esta duda detenida al borde de un círculo de Dante,
este saber que renuncia con su acorde a la compasión del búho
y a la sangre que coagula en quien olvida.
Es la noción de los pájaros que romperían el huevo para regresar a su delirio,
es el rostro sepia de la llaga cuando un ángel vuelve a recargarse en ella.
Es como si se hubiera detenido el aire, detenidas las escamas del bestiario un día.
79
Mesalina por las tardes
No es que camine como Emily
o esconda el espejo donde se adora Claudio.
Trae, definitivamente, un áspid tatuado
donde más peligrosa cae la espalda.
No es que suceda el mal frío de la noche
cuando saca a pasear a sus dos lobos.
No es que tenga las entrañas de acero
para recibir sin pausa a mil varones.
Resulta que Mesalina bebe sangre de una boa
y su cuerpo es velo y mantra y carne
y le come los ojos a la hidra.
Carga una daga con zafiros para matar a Lilith
y deja al tiempo sin recuerdos emplumados.
80
Coatlicue responde
Voy en un taxi y te voy hablar del viento.
Es camaleón, luego acaricia
cuando hay algo tuyo en la galerna,
un soplo que desviste
lo que miro,
las cosas ciertas o irreales:
abulia y dolor de los peatones,
semáforos eternos cuando llueve.
También dos ángeles.
Será que a penas
nos sembraron el otoño
o porque tengo frío te converso.
Tal vez el viento es madriguera
de palabras con hocico,
silencio con pelambre rojo.
El taxista también
es un mamífero.
81
Sube el vidrio.
Me pregunta:
“¿Le molesta el aire,
señorita?”
82
El país extraño
Ven, están matando gente afuera.
Haremos de la sangre un recuerdo lejano.
Soy tu mujer imaginaria.
La golondrina de mi nuca es lo que resta
de las distancias antes de los frutos negados.
Te puedo hablar de lo que nunca sucede
con mi chistera en medio del terror y la pólvora.
Están matando gente afuera.
Deberías besarme y yo parar los juegos del granizo.
¿Quién va a salvarse de esta ceremonia oscura?,
¿con qué ojos sino los tuyos que alimentan
la conversación en Comala?
Sueño que vienes como el poeta que nada quería
más allá del adiós buscando
un país extraño y un río sucio.
Sueño que vienes, pero siguen matando gente afuera
y nos quedamos haciendo la vida al otro lado del ventanal.
Lo básico, eso te doy, flores ardiendo en la tormenta.
83
Mi mano si nos movemos entre cadáveres de niños.
Mi boca en tu mente que nos busca
igual que el náufrago a una bengala.
84
Hay quien saca hombres del lodo
Hay quien abre la tierra
buscando el nido verdadero
donde dejar salir sus plumas.
Hay quien arroja semillas
de sensuales jacarandas
con tal de no escribir un epitafio.
Hay quien entierra un cuchillo
o su menstruo para ahuyentar la lluvia.
Hay quien deja oro sucio y caracoles blancos
en un cofre con papeles prohibidos.
Hay quien quema la columna de un pescado
y esconde una llave ensangrentada.
Quien sepulta un cáliz.
Hay quien dice que el campo es para eso,
para que el tiempo no encuentre lo que ha sido.
85
El gato está muerto
La mujer lo busca
como a un rastro caliente
en su añoranza,
una escritura libre
que se trepó en los muros.
El gato está bajo tierra.
El hombre le dedicó unas palabras.
No olvidará su baile, dice.
Esa fría, yerta coincidencia,
los une como si fuera un astro
que nació en par mientras
el felino danzaba.
Como si morir viniera
del amor más grande,
de las primeras veces
cuando niños
y el mundo es quien
aprende a despedirse.
86
Nocturno de Pretoria
Hay en mi mente una jacaranda eterna en África.
Un viajero que cruza el mundo para abrazarse a ella.
Hay en esta esquina del insomnio mucho viento.
He venido a verme con ese hombre junto al árbol.
África resuena en todas partes:
en los cuadernos que cantan estíos broncos,
en las noches de caballos blancos como nieve
de otra historia para derretir el mundo en azabache.
África es una promesa.
No se lo digo a él que está fumando.
87
Álbum no dicho
Digamos que en el sueño
ya no había más guerra.
Volvíamos juntos a la infancia.
Allá, con los guayabos.
Allí, con los huizaches.
Nadie herido.
El viento soltaba las ciruelas.
Las mirabas caer igual que música.
Me dabas cinco que no quería gastar.
Las guardaba para el futuro.
Yo sabía que los cuentos
de la abuela, que los jinetes
y los ángeles enloquecidos
llegarían cuando estuviéramos muy lejos.
Cuando soñara con jardines,
cuando el desierto diera pánico
y más melancolía.
Las ciruelas se pudrieron.
Se mancharon los vestidos.
Cada quien se fue a buscar palabras
en países blancos, ajenos.
88
Pero alguien se quedó escuchando
las trompetas de este apocalipsis.
89
Palimpsesto por la calle
Señorita K., hoy pudo ser feliz,
caminaba debajo de un cielo bellísimo.
Hubiera pensado en oropéndolas,
en cómo es simple y bella la flor de jacaranda.
Pero hoy, a las seis con cuarenta y nueve minutos de la tarde,
hizo una ponzoñosa elección:
fue abandonando los deberes,
cerrando los ojos ante los puños lilas de aquellas nubes.
Caminó, caminó junto a la sombra vaga y corta que es.
Caminó y dijo que era buena idea que la historia terminara aquí,
junto a las elecciones erradas, los tragos amargos, el filo de cada mes,
las letanías, el polisíndeton oxidado
porque sabe cuánto cortan las fronteras
y que nada sirve caminar bajo un cielo bellísimo.
90
Deuda pagada
Para Pilar
¿Y si la vida fuera el perro que criaste,
pero se escapó a otro lugar que ya no encuentras?
¿Y si anhela seguir a una jauría y luego abandonarla?
¿Y si renuncia a morder otra carne, que no la propia?
¿Y si la vida se queda con el amo?
Dirás que el criadero es al final la muerte:
todos los rincones de la camada,
todos los gestos aullándole a la luna,
todas las suertes que aprendiste
persiguiendo un disco.
¿Así tiene que ser?,
¿una correa, un plato seguro?
¿En qué universo sin estrellas
los guardianes son obligatorios?
El cielo se apaga, es un hecho.
Comienzas entonces a enterrar
91
los huesos de ti mismo.
Tienes cuidado de mantenerlos
junto al otro, el que ladró
como nadie ante el intruso
que es la eternidad.
El otro, un vagabundo,
un criollo, un adoptado,
un recogido que mordía,
un perro romántico
cuya rabia aún te seduce.
¿Y si la muerte se acabara,
como el amor,
de súbito?
92
Por la Panamericana
Alguien erosiona el monte que tomamos
para contemplar palomas
y rostros amarrados con pañuelos.
Viajábamos sin pasaporte,
más allá de la máquina Singer
que nuestras madres pedalearon
sin llevarlas a una esquina de la época.
Queríamos cantarnos todos juntos
entre girasoles que cultivaron lo más viejos.
Con todo, no éramos originales,
por más niebla que bebimos,
por más cerezas que arrojamos en la nieve,
por más palabras hirsutas,
nos parecíamos a los ayer.
Cargamos con igual ardor esa bengala inútil
que nadie vio y tú lo sabes.
93
Pienso en un toro
En la cortina blanca
que volaba con el verano,
en la habitación
donde el trapecio
era la vida.
Pienso en un parque
donde enterré cuerpos de duendes,
en todo ese dolor
de fabula con zorros,
uvas y cigarras.
En los libros
que aún no llegan, pienso,
con el ardor de los otoños
imposibles en mis manos
y la carpa del circo
sin mi madre.
Pienso en las estrellas
que se apagaron
94
en unas páginas con lumbre
rumbo a las entradas
de aquellos laberintos.
En cada llave, pienso,
de cada puerta,
que hay en las cosas prometidas.
95