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1 Náutica del fuego Alma Karla Sandoval Antología (2000-2014)

Antología (2000-2014)

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Page 1: Antología (2000-2014)

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Náutica del fuego

Alma Karla Sandoval

Antología

(2000-2014)

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Prólogo

Si bien conozco algo o bastante de la persona existencial y de la persona poética que se

entrelazan y entretejen en Alma Karla Sandoval, sus colecciones de poemas me han

generado momentos de admiración, de identificación angustiante, de riesgo lingüístico

compartido. La autora siempre ha sido para mí (como su presunto maestro) una especie

de máquina de imaginar, cuyo combustible lo toma más de sí misma que de las

percepciones ofrecidas por la realidad y por esa ampliación, imaginada también soñada en

costosas vigilias, que denominamos mundo.

Pero Alma Karla, por medio de conjuros neblinosos, de invocaciones que casi tocan el

origen de la verbalización poética, de certezas como iluminaciones que conllevan dolor,

establece una comunicación, con los receptores, capaz de provocar resonancias

golpeantes y sin anestesia.

Pero, ¿con qué procedimientos, de qué maneras escriturales? No es fácil, pienso,

distinguir el recurso retórico en sí o las técnicas aplicadas en cuanto a tales, de la

arrasante potencialidad creativa que empieza antes de cada una de las palabras y que se

expande después fuera de ellas, como estallidos que buscan su centro. Aun así, diré

rápidamente de las asociaciones insólitas entre dos o más términos; de periodos bi otri

cuatrimembres; de un vocabulario asombrosamente libre y que, sin embargo, parece

querer liberarse de sus propias cargas semánticas; de la conformación de un bestiario a

partir de nomenclaturas directas o sugeridas y de zoologizaciones de afinada

simbolización; de la fundación de topos diversos y cambiantes para plantear quizá un

apoyo verbal con mayor peso de representación real/simbólica.

Esto significa una oferta de información estética anchísima y honda, que descubre

lecturas y experiencias culturales y vitales de la autora, pero todo trasvasado y traspasado

por una sensibilidad que no descansa, que se autoconsume para continuar

desarrollándose. Y significa asimismo un inventario de épocas anímicas, de instancias

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sensoriales, de circunstancias mágicas y opciones eróticas recicladas desde un asomo de

un futuro no resuelto. Lo que aporta la insinuación de una mezcla o sistema de tiempos

por donde penetra el discurso metafórico (contaminado por a realidad y el mundo) para

diferenciarse de una forma simultánea en un tempo sin antecedentes.

Saúl Ibargoyen

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I. Todo es edad

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Para borrar la sombra

Recoge luz del mediodía

con su semblante albino,

con navaja pelirroja

a punto de caer.

La luz cabe en esta ánfora,

en un sobre, en un ojal.

la luz se derrite con el aire

y se congela entre la lumbre.

Las sombras cuentan versos.

La tuya es un obstáculo

si buscas el don de trocarlo todo en perlas.

Para borrar un rastro de luz

pegado al piso,

hay que brincar sobre la nada.

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Para aniquilar a una mujer

Es preciso escribir sobre su espalda

el nombre de un caballo,

concentrarse en el poder del dedo índice,

ir por tijeras y dejarla sin cabello.

Será sencillo si raspas la mentira,

si tu corazón no tiene aorta,

si un remolino de hielo es la mejor excusa.

Las mujeres se cabalgan,

hay que susurrarles,

pero no te fíes de las que juegan ajedrez

porque quieren matar primero

como una mantis religiosa

disfrazada de luciérnaga.

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Cinco más veinte

Hay un jardín a mis espaldas,

estira su follaje húmedo

para que no me reseque la angustia.

Hay una fecha como un barranco

donde la voluntad se descompone

y las ratas muerden los juramentos.

Hay una calle sin más luz que la robada

por una muerte que gira con mayor rapidez

que la rueda de la fortuna,

con mayor vértigo para callarme.

Pero hablo desde esta confusión

cuyo remedio sigue a mis espaldas,

desde este miedo como una mascota

que fue un presente de cumpleaños.

Veinticinco y aún enciendo todos los focos

y aún creo en los habitantes diminutos de los jardines

y todavía trazo corazones en las banquetas

y aún llego volando a un café

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que me irrita, me hace mal

como las buenas nuevas de los adultos,

como sus gestos de vampiros,

como su inteligencia

recién plisada por una renuncia.

Veinticinco y he ganado tantas deudas,

hacen fila para que les pague sus honorarios.

Me pregunto si las dudas tienen deudas,

si le dan la espalda a los árboles

o si fracasan por costumbre

en ese arte tan complejo

de cerrar todas las puertas con candados.

Veinticinco y todas la flores en llamas

ya suplican que las salve,

por dondequiera que voy

dejo un rastro de ceniza.

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Para descubrir cualquier verdad

Debes toparte con el oráculo indicado,

pero cuando uno va en su búsqueda, se aparta.

El porvenir no se talló en platino

ni se puede leer sobre la aurora.

La verdad es una flecha

con rumbo al calcio de los huesos.

La flecha mata por más buenas intenciones

que haya criado cada puño.

Si no puedes llenar tu alforja

con piedras lisas y pasto muerto;

si no puedes descalzarte

en las veredas ardientes del terror,

lo verdadero no es un arco para ti.

El oráculo de luz

no va a responder a tus preguntas.

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Hay un camino de mármol

de aquí al hogar del hacedor de flechas.

Muchos se colgaron en el viaje.

La verdad es un santo

con el desconsuelo bien ceñido

en la profundidad de su palabra.

Su poder nació con la sed del peregrino.

Es muy probable que el oráculo indicado

ya no exista.

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El mundo se llama asfixia

El aire muerde, camaleón inmenso.

Gracias a su piel las estaciones vibran,

las mañanas cambian de color

para agitar los árboles.

Alguna vez vi cómo danzaban

las mujeres del ciruelo:

nereidas, soledades felices a colores.

Alguna vez respiraba libremente

en la casa de tu pecho.

Alguna vez conté la historia

bebiendo de la tierra.

Pero el mundo se llama asfixia,

lo bautizó el aire.

Recuerda que con la esperanza

de las macetas rotas

no sobreviven los jardines.

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En lo profundo del follaje

la muerte es una lombriz astuta.

Te digo que el mundo no es un depredador

en la cadena alimenticia.

El eco húmedo de esta idea no te toca,

el eco de la necesidad de ti

que alimenta el estómago de un sueño

y abre la imagen del corredor de la abuela

donde el asma monta un triciclo

desde entonces.

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Madrid

El equipaje

es chico,

angosto,

sin olas.

No es el amor

de mi madre.

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II. Estacionamiento de avestruces

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En el insomnio duermen puertas bruñidas

Ciertos dolores reverdecen,

regresan con marzo y sus campanas psicóticas.

El insomnio es un círculo ardiendo

en el anular conectado a la angustia.

Van a dormir los vivos.

Los muertos nos quedamos

raspando el cielo hondo

cuando los meses se interponen,

avanzan como el fuego,

asimilan vacíos, los devoran.

El insomnio es el péndulo, la llave.

Florece burlón, usufructúa.

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Camino al oro

La luz no renacía en los pinceles,

se mantuvo expectante en otras manos ocultas.

La niebla reveló su complejo

de bala expandida.

Bogotá no era un abrazo,

pero mataba el eco

de los que dicen hola

pensando que no habrán de despedirse.

La luz no lograba revelarse

y se puso a caminar sin cédula,

sin boina de paramilitar arrepentido,

sin la llama oblicua del tal vez.

Yo no advertía el amor

como trucha loca

montando el Transmilenio.

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Él no era un otoño bipolar

ni la violencia de mi abrigo;

no lo advertía.

Negué el nombre de la muerte

luego de atarlo entre mis sábanas.

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Estacionamiento de avestruces

I

Multiplícate.

Ven a cantar un suicidio

a lo Janis Japlin.

Vuélvete el ser sin pan ni sombrero,

el vaso sucio donde repica la limosna.

Corre entre calles fútiles

sin hijos de amor ni odio.

Transfórmate en el cerro de otra infancia

porque no pudiste abrir el mundo

para el diablo.

Evoluciona y no te muevas,

te crecerá el pico,

con tus pestañas se harán pinceles

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y otro será quien dibuje niebla cálida.

Pierde la memoria,

recupera lealtad de prostituta.

Vende toda la mentira

y compra misericordias en abonos.

Sé veloz,

olvídate del corral,

de ti, de los mandatos y llaves absurdas.

Esconde los ojos

debajo de la tierra,

cava.

II

Este es un día para el silencio,

te lo doy,

cuídate de él porque trae diábolos,

puede andar de incógnito,

le gusta disfrazarse de nube

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y lluvia.

Día sin cucharas

para el jarabe curativo,

el caldo tranquilizador

y cereal de meteoros.

Veinticuatro horas

en donde sólo se permite

correr y callar,

aguantarse bofetadas

–no sabemos

cómo funcionan

los puños apretados– .

Te lo doy,

insisto,

este día es todo tuyo,

dios nuestro, tirano invisible,

idea nuestra tan sucia

de querer ser

lo que de niños éramos.

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No tengo más que darte;

si me matan,

servirán mis plumas.

Por ahora

acepta el dolor de la costumbre,

este resentimiento

con retoños azulados,

estos codos primitivos

donde escurre jarabe, cereal.

En cualquier lugar del mundo

este día existe, se alarga

o se acorta según el cuchillo de la luz.

Es todos los días,

es la historia del que perdió su sangre

y las fronteras.

Lo llevo en caja de dulces con cicuta,

pero no es tóxico,

acéptalo,

las aves no deben ver

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el cañón de estos rifles.

Es día de empollar,

admítelo.

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III. Para un árbol amarillo

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A semejanza de tu libertad se puebla el cielo.

Son golondrinas.

Les podemos hablar con nuestros ojos.

Cuando eran humanas buscaron amapolas

revolviéndose en la hiedra.

Pero ni un pétalo encontraron,

ni una señal de sueño púrpura.

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Algunas espinas se rompen

confirmando lo perdido:

infancia con barro verde

donde poner los pies,

dejar pasar la lluvia y el río

limando el tiempo en abril

o bien, espinas eternas de las rosas

quemándose despacio

ante el azoro del machete,

de su luz abriendo el aire

en el cuarto de la niña que dejó

morir su bicicleta esta mañana.

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Desollaban al conejo con hambre.

Penetraban a la burra en lo oscuro;

a la esposa, de mañana,

con fastidio.

Luego a espantar aves,

cuidar el arroz y golpear,

con más gritos,

a las hijas.

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Este hombre joven que te lleva de la mano

abre el portal de una ciudad lejana

donde los eucaliptos llamaban al viento

y se mecían dibujando escalofríos.

El futuro era gigante en la aventura.

Te perseguía y después, como si la noche

y el encaje de los deseos se multiplicara,

como si las lunas en jauría saborearan mi miedo,

aprendiste que si un hombre te lleva de la mano,

una hoguera cada vez más sabia nos desnuda.

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En la noche jugábamos con besos a que ya no besaríamos.

En la muerte de la noche el polen nos hizo estornudar.

Para la vida arrancamos un capullo de septiembre

y algo dolió como mentira que el tiempo repite.

Nos rodeaba la luz, su brama dulce.

Me le escapaba a la memoria,

al milagro porque hablaron las luciérnagas.

Habíamos visto crisantemos en lo alto,

el ritmo de la pólvora y las llagas del silencio.

Habíamos reído para olvidar una metáfora.

Ya era la aurora con su poder de ave,

también el día de las constelaciones

y el alfabeto de verdad en los poemas.

Mis ojos dieron con un mapa de melancolías,

por ello recordé la balada del futuro.

Después los gallos cantando como siempre

la letra de la infancia donde renace lo perdido.

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No le gusta la sangre

ni el sonido de un revólver.

Jamás perdería su tiempo

diseñando alas para un gato.

Ella se casó con las cuentas

de un vestido para locas

y todo el mundo

aplaude su cordura.

Recoge miel contaminada

que a ti y a mí nos debilita.

Tú sabes esconderte en pecados inéditos;

comprar maquillajes, reputaciones,

meter al horno el orgullo

y luego de una hora

sacar de ahí el cadáver del enemigo.

Ella no destroza caracoles

con la mirada.

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La expulsaste en febrero,

le hiciste ver el aire y se cubrió los ojos.

Le hablabas de una flor invisible

y te pidió crayolas.

Nunca te inspiró un conjuro,

pero es mi hermana.

En su cabellera

nacen fuegos imposibles.

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IV. Cementerio de pequeñas cosas

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Soplos de enero

I

De los lazos rotos nacían preciosas alas, giros de nubes y después la misma estrella.

La luz, incendio de cuando amanece para que Dios se vuelva cinta.

Lo vi jugando con el hilo, con los nudos y con otro Dios que salía de la duda.

Aquel lazo esencial no estaba roto.

II

Porque la noche no andaba a la deriva ni los alcatraces del cuadro lloraban. Porque el aire

era casi rojo y el corazón una máquina del tiempo, crecieron lagunas en su música.

Así se disgregaba, así cerró la puerta de los años y abrió sólo el instante.

Lo miré sacudirse niebla y viento,

ventanales silentes y un trago,

uno más, de oscuridad nutricia.

III

Esta ilusión es una espina y no puede quebrarse ahora que llueve y el musgo la cubre.

Ahora que amenaza a los ojos del tiempo, al duende acomodando lo vivido. Espina

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apuntando hacia el compás de un amor cintilante, hacia el acorde sordo del ayer, ¿acorde

o jeroglífico?

Esta tarde y su espina son arqueólogas, apuestan contra el polvo.

IV

Son demasiadas buganvilias. Se hacen más con el silencio. No sé qué historia ofrendar

para ellas ahora mismo.

Son demasiados colores y apareces.

También la tentación de una carta es el aire de las buganvilias.

Dios se está riendo y yo no me hundo como nutria en el aire.

V

La búsqueda culmina aquí, donde eclosionó la cobardía.

Remé contra la noche y llegué a la encrucijada. A una noche sin la noche que

transformó en cristal los meses.

Tú querías un relámpago.

Lo viste derramarse por primera vez

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en estas córneas.

Siempre duele

Es un hecho, siempre.

Todos los días enterramos

un poco de compasión,

de gratitud,

de valor para volver.

Siempre duele,

es un hecho,

y no sé qué más decirte

con esta certeza líquida en los ojos,

con esta confesión

que sepulto en el blanco de la página

como hierro caliente sobre

la piel de los vencidos.

Duele, así es, te dolerá.

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Oro negro

I

Sigo escuchando la canción de las rosas que se queman

en este umbral del sol donde el recuerdo se va junto a la lluvia

en la hora de la hierba santa, del monte que muere para que nazcan los venados

y pueda alguien venir a quemar nuevas espinas.

II

Sigo contando tu pulso dentro de la jaula.

Eres un tigre todavía.

III

Vienes a sumergir un ángelus en el patio de los nísperos,

a salpicar una memoria oscura con el sudor de la tierra

y entonces quieres volver a hablar del cielo.

IV

Arriba también escucho las voces de las muertas,

de tantas rosas a la orilla de un sueño,

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de los pétalos que hace un año vimos caer en este purgatorio,

en la habitación de las jaulas donde crecen desmedidamente los canarios.

V

Lo que llevabas en el pecho era una campana de oro sucio.

VI

Era tu voz susurrando para los años ciegos,

para los jardines donde sepultar las cosas y las cartas,

los viajes con bocas; las bocas con nubes

y ese camino de abrazos, de flores espurias,

de canciones robadas que el viento trajo.

VII

Escucha, los árboles y su perfume nocturno.

Escucha, el secreto agonizante del eucalipto.

Escucha, son las montañas en mi mente.

VIII

Es el cielo y sus relámpagos quien viene a recordarme

esta conversación en la penumbra, esta floración marchita,

esta necesidad de convertirnos en las nubes.

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IX

Así es, escucho la lluvia que no volverá del mismo barco.

X

Y me quedo con el oído en el corazón de otro poema.

Es la hora de la hierba santa,

es la hora azul donde muere tu sonido.

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El prado

Ahora entiendo qué se hizo aquel nudo en la garganta: creció con el aire. Se colmó de

noche para enrojecer como fruto que lame la luna. Llevaba dentro la semilla de otro nudo

en tu garganta. Así tenía que ser para poblar el cementerio, para venir a llorar con el

perfume del valle, para volver a cantar la suerte de las tumbas, para ver cómo crecen y se

abren, en cada estación, los frutos negados de nuestras gargantas.

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De otro jardín

Esa muchacha despierta antes de las ocho para escribir un poema de amor.

Lo trae caliente desde el sueño, lo arropa, lo examina.

Pero duda del mensaje y la nube aún con luciérnagas.

Duda de la entrega dosificada y el trapecio de su número.

Es otra quien mueve los dedos para disparar contra del destino.

No yo.

Estas palabras no son para ti porque pueden enfermar los girasoles,

porque escapar es la ocupación de la zorra y en cada madriguera

tengo un cachorro robusto, un motivo para un poema de amor.

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La luna estaba en Cáncer

Para Javier Payeras

El viento era el odio de una rosa

apagando el ánimo

de inventar nuevas espinas.

Yo te miraba de noche

con la nota helada

de un lucero que cantará

el peligro de este devenir de letras

con tu silencio cuajado de altura

como si volar significara

mojar el día cayendo

sin que los demás

sospechen el signo

y el talismán minusválido

de este poema que no retiene

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a los amantes

ni a tu amigo lejano

en un bar con su cadena creciendo

como un caballo joven,

manchado de lecturas

y tu voz y su voz

y mi frontera que no sabe masticar eternidades

ni inventar acuarios para que flote,

de nuevo, tu caída.

Nos precipitamos recordando,

acercándole más pan azul

al niño que vivió para morir

con un lápiz roto de tristeza

y la punta sofocada, indómita,

con un planeta propio

donde sembrar un libro

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para el inventario de nuestras derrotas.

Yo no pude amar la ruta de las cuatalatas

ni dejar de pensar en madrigueras,

mucho menos en la luna con un trampolín

en cada cráter donde inventar el salto,

la duda, la separación,

la cama con un cielo sombrío,

harto de soledades aladas,

de Venus dándole mercurio a la clepsidra

y Júpiter casándose con un vaso de ron,

con el bestiario del instante

y todos los perros ladrando la cobardía

del culo de Alfonso Reyes

porque aullarle a la luna sí es poesía

y el bastón de Mario Santiago

es el hambre de este mapa,

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también la manecilla coqueta, delirante, nómada,

en la brújula de Dalton

y las huellas de nuestros detectives

que se volvieron criminales y seguimos.

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Muertos

Esta noche, porque vienen,

el aire es una risa de fuego que da frío.

La tierra se deja humedecer por memoriosa,

por el maíz blando del perfume

y todo aquello que esta noche crece

a la sombra de un latido de sal,

del trago de tequila dándole luz al fotorama.

Vienen y el esqueleto danza en el paisaje,

en la bruma que nada sabe del volcán ni de los ríos.

Qué viva es la eternidad y la escalera al cielo.

Qué amor por la nave de la noche brilla en su cuerpo de fantasmas.

Qué corona de espinas y amuletos que no pueden tocar, ya no.

No con su purgatorio ennegreciendo el útero

y las cadenas y el orgasmo de la muerte

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que es caminar sobre los mares.

No más esta noche con chocolate y canela,

con lengua dulce y besos amargos, no más.

La muerte nos creció donde se acaban las pestañas

y el barro que fuimos se quiebra en el incesto.

Hermanos todos, todos entrampados,

todos persiguiendo la carne del otro que es la nuestra,

el sabor a cempasúchil, esa piel de la agonía,

el anís en el pan que nos consume.

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Versos para escribir en Jojutla

Para Juan Manuel Roca y Marco Antonio Campos

Sólo vine a dibujar luciérnagas,

a romper una sombra de amarillos desalmados,

a descubrir que no retoñan ciertas líneas.

La madrugada es este soplo,

esta decoloración de otro latido,

recuerdo sin niebla en la ventana rota,

en esa lámpara donde el panal resiste.

Vine a escuchar los cerros

y la lengua de mi madre en ayuno.

Acá la poesía es fuente taciturna.

Huele a gitanos en la esquina

y no saben que los vi

soñar dentro de un libro

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y contar las rayas del tigre

que a veces cuida el universo,

animal de estrellas en la tarde,

felino protector de mariposas

aquí, donde la palabra inventa chispas.

Vine para ver los patios,

a ser la huérfana,

la que desteje hilos mojados de un capullo.

Llegué arrastrando estas visiones

y no se instalan por sí mismas,

son, en conjunto, un púrpura sin nombre,

cera de abejas invernales en mi boca.

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Carta a Francesa

Tú no puedes derramar sobre su corazón calderos de estrellas. Te es imposible en

cautiverios con árboles lejanos y soledades copiosas como los pétalos del mundo y su

caída. No hay constelaciones que rescaten violetas agónicas de tu vestido; no podrás

salvarlas con la belleza de un viaje. Morirán en avenidas rotas, sobre el suelo blando que

hunde a los jinetes ebrios y las sílfides histéricas. Tarde o temprano el polvo crecerá para

llevarte con sus giros de culpa, de nieve manchada de esta profecía. En tanto vuelve y

quítate el anillo, arráncale más horas al ángel que gime porque lo dejas a la intemperie de

tu fuga. De ahí que el alfabeto de los astros no lo entiendas, que no hablen para ti las

palomas de los sueños, que sirvas para darle agua a los narcisos.

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Paolo ama el espejo

Siete alas no te van a servir entonces, cuando bajes del tornado sin Francesca y necesites

golondrinas. Te ahorcarás, por ende, con una pañoleta de cisnes oscuros y te veré,

fantasma cojo, persiguiendo la exactitud de mi astrolabio. Viajarás así todas las noches.

Resignarás tu sombra. Buscarás un sitio junto a Judas y Jasón. No habrá musa que te rece

ni alcohol puro, sólo un gris de hielo, de fosa que vio Dante.

Acá muere la esfinge que he derrotado con mi lanza. Tenía tu voz de serpiente devorando

a Eco para medrar con el engaño. Se arrastraba imitándote, buscando alimento en las

vaginas de pequeñas diosas que rompiste, eran de porcelana, ciegas, Venus con el

pensamiento disecado. Algunas se hundieron en tu semen con virus. A otras les encajabas

un alfiler en el lomo. Las hacías ladrar. Se apocaban como tú escribiendo para el diablo. A

las que más quisiste las empalaste en un harén sucio y angosto. Te gustaba volver a

contemplar sus cuerpos y escupir sobre ese amor de miel añeja.

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Escampa

Mira el firmamento sin tormenta,

el maíz con su altura poblando el sueño de la hija

en un ciclo de cañaveral y aves aterrizando en el amor

con la fuerza invisible del río, del pueblo y su perfume creciendo.

Aquí traigo el perdón,

en estas manos que aún no llegan a las nubes, son mariposas eternas.

Las orugas reaccionan con el tiempo, empiezan a tejer un viaje largo,

de vueltas sedosas y pasiones vagabundas,

pero he acá el perdón con un coro de musas

y flores inmortales en los cuadros que fui a buscar

para no verlos de nuevo en tus enciclopedias.

Tengo más que darte, pero ahora los ficus nos rebasan.

Pierdes pelo y yo me sumo a la extraña permanencia de nuevas gaviotas.

Abro mi corazón migratorio para remodelar el nido

donde el anciano y la mujer de ojos idénticos

no encuentran otro silencio para darse.

No hablar es como mirar la jaula en la oscuridad de tu protesta

con tal de reunirnos como entonces en el cerro que adivinó los viajes

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y nuestras separaciones futuras.

Contábamos rocas, luego hablabas de un aguacero,

de su carga eléctrica, de una voz parecida a ti gritando por la casa.

Esperábamos tormentas, padre, y llegaron a decirte con sus golpes

que por encima del cielo están tus hijas.

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V. La dueña de la isla

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Autorretrato imposible

Flaca para que me quiera.

Flaca para que me luzca.

Flaca para que también me lleve el viento

y su amor si no engordo,

si soy liviana, talla cero,

a la medida de lo que no existe,

de lo que notan como adorno,

calavera bonita, perfumada,

de mujer con hambre que la esconde,

de mujer flaca, pero triste, a la que muestran.

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Astro Girl

Son las siete con quince

y sí me acuerdo de Astro Boy

y aunque no sirve para nada,

sólo para decirte que me acuerdo,

son las siete con dieciocho, Lucy,

y debo caer desde mi corazón.

Todos los noviembres te los dejo

con un caracol en la boca del indígena,

una lanza que lamió Atenea,

un canal para cruzar el mundo,

una bandera que has recuperado

y Astro Boy.

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Del club de las insomnes

Deberíamos tomar ese avión,

esa maleta,

ese camino ciego, neblinoso.

Deberíamos decir lo que pensamos:

“No me gusta”,

“no quiero”.

Deberíamos comprar

menos zapatos y refrescos de dieta,

hacen daño

como los días sin luna

y todas las veces

que nos comemos las palabras,

la risa, la opinión,

el cereal sin frutas

y nuestras uñas sin orgullo.

Deberíamos tomar ese autobús,

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alejarnos de la prisa,

los gritos y el moretón.

Deberíamos vernos más seguido,

decir lo que nos pasa,

que por más semillas que arrojamos,

no crecen rosas de los vientos en sus mentes.

No hay jardín, sólo esta guerra.

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No conocimos a Bolaño

Para Álvaro

No fuimos codo a codo

no llegaste a tiempo

no conocí a tu padre

no sé qué hacer con la memoria

no me quedé con el guapo

ni con el feo ni el más joven

no hablamos de Séferis

ni de las terrazas

pero conocimos a Lucy

y a Pedro y a Javier

y caminamos achispados

y le quité la puntuación a este poema

aprendí que el vuelo de regreso

debe ser temprano

que tu mamá tenía razón

lo único que cuenta es la palabra

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El páramo tibio

Esta niebla, Antonio, es preferible

al dulce cautiverio de tu casa.

No niego que lo extraño,

tu pecho, nuestras bocas

y luego esas flores del durazno en la cadena.

Sabes que me pusiste el mundo en claro,

pero no podía salir a hacerlo mío.

Mejor estas neblinas,

este acoso del aire a campo abierto.

Sólo mis pasos que se hunden en otras arboledas,

Tengo un abrigo,

una bufanda del color de tu caricia

y de algo sirve, mucho ayuda, tu recuerdo.

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Museo del cuerpo

Ella, ahí en la fila, está esperando

a que le pongan dos implantes.

No pueden poner cerebro

ni ganas de vivir a su manera.

Ella, ahí en la fila, está buscando

el modo de no morir de hambre.

Quiere “salir cara”, que no la dejen

al lado del camino.

Si supiera que es un sitio hermoso,

el paraíso de Fito y de nosotras,

sin senos, sin abdomen plano,

con nuestras narices chuecas

y nuestros paraguas de artistas.

Si supiera que al lado del camino

no tiene que cansarse con tacones,

que su silencio vale porque ahí,

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no será devorada por los tigres.

El mundo, si supiera,

no es una jungla ni una clínica.

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Insular

Que no me reproduzco,

Que no muerdo el sebo.

Rechazo la misma suerte,

el ardor en esa parte, la de todas.

Que no me lacera este silencio.

Lo que necesito es esta orilla,

esta ausencia de amantes

que se van como los barcos llenos,

ricos, con el brillo de mis propias gemas.

Que no amo, así no.

Soy dueña de la isla, capitana, defensora.

Combato los saqueos.

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Un poema no es un listón

Un poema no es una cinta,

ni un cable de luz,

ni una cola de rata

con que amarrar el viento.

Hay palabras que nacieron para putas.

Otras, nidos glaucos.

Un poema, a lo sumo,

le sirve a la piel

en la oscuridad que nos reúne.

A nadie lo olvidan

con mayor rapidez o lentitud

por escribir dos versos.

Más allá de la metáfora hay algo tangible,

pesa: un diploma, un anillo, una cuna.

Y sin embargo todo eso es frágil,

quizá más que un poema a la deriva

cuyo único mérito fue salvar el instante,

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decir que los perros que ladraban eran negros,

que la sal puede ser dulce,

que tú llegas a este cuarto en una hora

donde te desplazas como profecía.

Nada más.

Un poema es un raspón.

Día de invierno.

Lluvia que se equivoca de techado.

Flecha letal.

La recojo, la hundo en mi pecho.

No quiero mostrártela.

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Corredor con disfraz

Es sencillo este spleen:

tacones, resma de hojas,

y el canto en otro día como todos,

miserable, exacto,

puntiagudo,

hiriendo el suelo con su modo de mirar

las cosas y que ellas te miren compasivas.

Es simple,

les quiero decir,

muy fácil:

un corazón adolorido

y la certeza de que a nadie

le incumbe la llama que te crece.

Basta, entonces,

con agarrarse

de la vena más delgada,

de un hilo de aire pesado

y abrir la caja de Pandora

para que siga siendo simple,

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romo incluso, caminar con un tornado adentro.

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Poema en taxi

No dormiré ya nunca.

Seré el alma de la nieve

sin talismán para un aullido.

Si no rompes los hilos de saliva,

el traje de mi llanto,

si no se derrite el paisaje

de una vez por todas,

no dormiré.

Crecerá una cárcel

al sur de cada hora

sin columna vertebral

para la muerte.

Llama,

que no se pudra

la semilla,

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que tu canto

también duerma.

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Poema mientras caminas

Quieta, no. Quieta jamás.

Soñarlo fue tener

un péndulo de lava

iluminándonos la vida.

Serena, pero como el aire

antes del tornado

que cambia,

en un segundo,

la temperatura.

Llorando porque así

crece la vigilia,

el juramento que le hiciste

de no cerrar los ojos

y mirar todo el horror

cuando el deseo doliera.

–Pero también

amas el terror

y tu alma de nieve

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en los caminos–.

¿Quién apostaría

por un beso de escarcha?,

¿por la gota roja

que ahora fluye?

Quieta no.

Quieta jamás.

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Poema en agua

Esta urgencia

de quebrar espejos

no salva a la mujer

sin árbol.

Llegar al bosque

nunca es poco

con agujas

para el clima.

Urge volver

a una jacaranda

y navegar

este diluvio.

No has dormido.

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Poema con marisma

Que no, no será así,

tanto y tanto amor

no quemará sus naves

antes de llegar a tierra.

Lo sé, por descontado,

porque la semilla es invencible,

hace cantar al lodo,

lo enseña a latir con y sin mesura

porque no, nada se pudre.

Este oro no estalla sin motivo

y nada hay en el viento que lo apague.

Será, entonces,

la rendición del tigre, las armas depuestas

por tanto y tanto amor

en un mundo con hidras y langostas,

con pasto celestial

y más semillas, frutos,

mi pasión y tus ojos

entregándose en la niebla,

en lo que debí callar

para este “no” con piel

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y laberintos uniéndonos.

No, no será así, como pensabas,

en estos mares de amor desconocido.

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Confesión a las once treinta y ocho

Tengo poco afecto por las cosas.

Prefiero pensar en nada que ir a comprar zapatos.

No me importa lo que opinen de mis vestidos viejos

ni de esta forma de mirar las nubes

o de temerle a lo invisible cuando me enamoro.

No he aprendido a hablar con los ciclones,

a pedir que me aten al mástil en el momento preciso,

antes de las palabras que flotan y asustan al jardín mojado de julio.

Tengo poco afecto por la vida como te la mostraron.

Siempre dudo.

Entre una magnolia y la verdad me quedo con la primera

porque se marchita, porque es blanca

y no tiene pretensiones de salvarnos.

Me gusta la ruina, es profundamente bella,

hay razones en su luz muy triste que me impulsan.

Quise ser esto de niña.

Asumo por ello el riesgo de perderte.

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Creo, sin embargo, que entenderás este poema.

A ti te mandé las primeras cartas mudas.

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Por si acaso

Y si vinieran por nosotras,

iríamos, como la Woolf,

con nuestros libros en la mente,

con nuestro canto por delante.

Y si vinieran por nosotras,

iríamos sabiendo que soñamos lo imposible,

que no dejamos de sangrar porque quisimos,

que no abandonamos en la calle a ningún justo.

Y si vinieran por nosotras,

iríamos con las manos en la nuca,

con el orgullo en alto,

meciéndonos como banderas

con los senos libres de culpa.

Y si vinieran por nosotras,

iríamos porque marchamos,

porque fuimos la tierra,

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el caldero,

el agua del rebelde

y el consuelo en la agonía.

Y si vinieran por nosotras,

con sus armas largas,

sus uniformes del crimen,

sus puños de patriarcas psicópatas,

iríamos porque entonces,

si vinieran por nosotras,

es porque habríamos vencido.

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VI. Tratado de bengalas

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Ucronía del ojo

Sucede que sí, es como si se hubiera detenido el agua

que rodeó el volcán entrando por la niebla

en la mazmorra que hemos sido.

Un día de asueto va soltándonos,

esas visiones son cobras de oro en otro mundo.

La memoria no es el álbum, sino una larga herida negra que nos cruza,

un lagarto, tal vez, debajo de los músculos.

Es como si se hubiera vuelto llama lo que encuentra cada ojo:

hay una carretera, hay bosque, silencio que no siguen mariposas, sino esquirlas.

También alguien está pariendo sombras,

de algún modo deben poblarse los acuarios

que son esta duda detenida al borde de un círculo de Dante,

este saber que renuncia con su acorde a la compasión del búho

y a la sangre que coagula en quien olvida.

Es la noción de los pájaros que romperían el huevo para regresar a su delirio,

es el rostro sepia de la llaga cuando un ángel vuelve a recargarse en ella.

Es como si se hubiera detenido el aire, detenidas las escamas del bestiario un día.

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Mesalina por las tardes

No es que camine como Emily

o esconda el espejo donde se adora Claudio.

Trae, definitivamente, un áspid tatuado

donde más peligrosa cae la espalda.

No es que suceda el mal frío de la noche

cuando saca a pasear a sus dos lobos.

No es que tenga las entrañas de acero

para recibir sin pausa a mil varones.

Resulta que Mesalina bebe sangre de una boa

y su cuerpo es velo y mantra y carne

y le come los ojos a la hidra.

Carga una daga con zafiros para matar a Lilith

y deja al tiempo sin recuerdos emplumados.

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Coatlicue responde

Voy en un taxi y te voy hablar del viento.

Es camaleón, luego acaricia

cuando hay algo tuyo en la galerna,

un soplo que desviste

lo que miro,

las cosas ciertas o irreales:

abulia y dolor de los peatones,

semáforos eternos cuando llueve.

También dos ángeles.

Será que a penas

nos sembraron el otoño

o porque tengo frío te converso.

Tal vez el viento es madriguera

de palabras con hocico,

silencio con pelambre rojo.

El taxista también

es un mamífero.

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Sube el vidrio.

Me pregunta:

“¿Le molesta el aire,

señorita?”

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El país extraño

Ven, están matando gente afuera.

Haremos de la sangre un recuerdo lejano.

Soy tu mujer imaginaria.

La golondrina de mi nuca es lo que resta

de las distancias antes de los frutos negados.

Te puedo hablar de lo que nunca sucede

con mi chistera en medio del terror y la pólvora.

Están matando gente afuera.

Deberías besarme y yo parar los juegos del granizo.

¿Quién va a salvarse de esta ceremonia oscura?,

¿con qué ojos sino los tuyos que alimentan

la conversación en Comala?

Sueño que vienes como el poeta que nada quería

más allá del adiós buscando

un país extraño y un río sucio.

Sueño que vienes, pero siguen matando gente afuera

y nos quedamos haciendo la vida al otro lado del ventanal.

Lo básico, eso te doy, flores ardiendo en la tormenta.

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Mi mano si nos movemos entre cadáveres de niños.

Mi boca en tu mente que nos busca

igual que el náufrago a una bengala.

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Hay quien saca hombres del lodo

Hay quien abre la tierra

buscando el nido verdadero

donde dejar salir sus plumas.

Hay quien arroja semillas

de sensuales jacarandas

con tal de no escribir un epitafio.

Hay quien entierra un cuchillo

o su menstruo para ahuyentar la lluvia.

Hay quien deja oro sucio y caracoles blancos

en un cofre con papeles prohibidos.

Hay quien quema la columna de un pescado

y esconde una llave ensangrentada.

Quien sepulta un cáliz.

Hay quien dice que el campo es para eso,

para que el tiempo no encuentre lo que ha sido.

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El gato está muerto

La mujer lo busca

como a un rastro caliente

en su añoranza,

una escritura libre

que se trepó en los muros.

El gato está bajo tierra.

El hombre le dedicó unas palabras.

No olvidará su baile, dice.

Esa fría, yerta coincidencia,

los une como si fuera un astro

que nació en par mientras

el felino danzaba.

Como si morir viniera

del amor más grande,

de las primeras veces

cuando niños

y el mundo es quien

aprende a despedirse.

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Nocturno de Pretoria

Hay en mi mente una jacaranda eterna en África.

Un viajero que cruza el mundo para abrazarse a ella.

Hay en esta esquina del insomnio mucho viento.

He venido a verme con ese hombre junto al árbol.

África resuena en todas partes:

en los cuadernos que cantan estíos broncos,

en las noches de caballos blancos como nieve

de otra historia para derretir el mundo en azabache.

África es una promesa.

No se lo digo a él que está fumando.

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Álbum no dicho

Digamos que en el sueño

ya no había más guerra.

Volvíamos juntos a la infancia.

Allá, con los guayabos.

Allí, con los huizaches.

Nadie herido.

El viento soltaba las ciruelas.

Las mirabas caer igual que música.

Me dabas cinco que no quería gastar.

Las guardaba para el futuro.

Yo sabía que los cuentos

de la abuela, que los jinetes

y los ángeles enloquecidos

llegarían cuando estuviéramos muy lejos.

Cuando soñara con jardines,

cuando el desierto diera pánico

y más melancolía.

Las ciruelas se pudrieron.

Se mancharon los vestidos.

Cada quien se fue a buscar palabras

en países blancos, ajenos.

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Pero alguien se quedó escuchando

las trompetas de este apocalipsis.

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Palimpsesto por la calle

Señorita K., hoy pudo ser feliz,

caminaba debajo de un cielo bellísimo.

Hubiera pensado en oropéndolas,

en cómo es simple y bella la flor de jacaranda.

Pero hoy, a las seis con cuarenta y nueve minutos de la tarde,

hizo una ponzoñosa elección:

fue abandonando los deberes,

cerrando los ojos ante los puños lilas de aquellas nubes.

Caminó, caminó junto a la sombra vaga y corta que es.

Caminó y dijo que era buena idea que la historia terminara aquí,

junto a las elecciones erradas, los tragos amargos, el filo de cada mes,

las letanías, el polisíndeton oxidado

porque sabe cuánto cortan las fronteras

y que nada sirve caminar bajo un cielo bellísimo.

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Deuda pagada

Para Pilar

¿Y si la vida fuera el perro que criaste,

pero se escapó a otro lugar que ya no encuentras?

¿Y si anhela seguir a una jauría y luego abandonarla?

¿Y si renuncia a morder otra carne, que no la propia?

¿Y si la vida se queda con el amo?

Dirás que el criadero es al final la muerte:

todos los rincones de la camada,

todos los gestos aullándole a la luna,

todas las suertes que aprendiste

persiguiendo un disco.

¿Así tiene que ser?,

¿una correa, un plato seguro?

¿En qué universo sin estrellas

los guardianes son obligatorios?

El cielo se apaga, es un hecho.

Comienzas entonces a enterrar

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los huesos de ti mismo.

Tienes cuidado de mantenerlos

junto al otro, el que ladró

como nadie ante el intruso

que es la eternidad.

El otro, un vagabundo,

un criollo, un adoptado,

un recogido que mordía,

un perro romántico

cuya rabia aún te seduce.

¿Y si la muerte se acabara,

como el amor,

de súbito?

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Por la Panamericana

Alguien erosiona el monte que tomamos

para contemplar palomas

y rostros amarrados con pañuelos.

Viajábamos sin pasaporte,

más allá de la máquina Singer

que nuestras madres pedalearon

sin llevarlas a una esquina de la época.

Queríamos cantarnos todos juntos

entre girasoles que cultivaron lo más viejos.

Con todo, no éramos originales,

por más niebla que bebimos,

por más cerezas que arrojamos en la nieve,

por más palabras hirsutas,

nos parecíamos a los ayer.

Cargamos con igual ardor esa bengala inútil

que nadie vio y tú lo sabes.

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Pienso en un toro

En la cortina blanca

que volaba con el verano,

en la habitación

donde el trapecio

era la vida.

Pienso en un parque

donde enterré cuerpos de duendes,

en todo ese dolor

de fabula con zorros,

uvas y cigarras.

En los libros

que aún no llegan, pienso,

con el ardor de los otoños

imposibles en mis manos

y la carpa del circo

sin mi madre.

Pienso en las estrellas

que se apagaron

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en unas páginas con lumbre

rumbo a las entradas

de aquellos laberintos.

En cada llave, pienso,

de cada puerta,

que hay en las cosas prometidas.

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