Antología de Cervantes

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  • 7/28/2019 Antologa de Cervantes

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    El Quijote y las Novelas ejemplares

    Seleccin de textos narrativos de Cervantes

    PRIMER CURSO DE BACHILLERATO

    DEPARTAMENTO DE LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA

    IES CASAS NUEVAS (TELDE)

    CURSO 2012 - 2013

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    ndice

    El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha (1605)

    Captulo III 2

    Captulo VII. 6

    Novelas ejemplares

    La fuerza de la sangre 9

    Rinconete y Cortadillo 21

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    Captulo III. Donde se cuenta la graciosa manera que tuvodon Quijote en armarse caballero

    Y as, fatigado deste pensamiento, abrevi su venteril y limitada cena; la cual acabada,llam al ventero, y, encerrndose con l en la caballeriza, se hinc de rodillas ante l,dicindole:

    No me levantar jams de donde estoy, valeroso caballero, fasta 1que la vuestracortesa me otorgue un don que pedirle quiero, el cual redundar en alabanza vuestra yen pro del gnero humano.

    El ventero, que vio a su husped a sus pies y oy semejantes razones, estabaconfuso mirndole, sin saber qu hacerse ni decirle, y porfiaba2con l que se levantase,y jams quiso, hasta que le hubo de decir que l le otorgaba el don que le peda.

    No esperaba yo menos de la gran magnificencia vuestra, seor mo respondi

    don Quijote; y as, os digo que el don que os he pedido, y de vuestra liberalidad meha sido otorgado, es que maana en aquel da me habis de armar caballero, y estanoche en la capilla deste vuestro castillo velar las armas; y maana, como tengo dicho,se cumplir lo que tanto deseo, para poder, como se debe, ir por todas las cuatro partesdel mundo buscando las aventuras, en pro de los menesterosos3, como est a cargo de lacaballera y de los caballeros andantes, como yo soy, cuyo deseo a semejantes fazaases inclinado.

    El ventero, que, como est dicho, era un poco socarrn y ya tena algunosbarruntos4 de la falta de juicio de su husped, acab de creerlo cuando acab de orlesemejantes razones, y, por tener qu rer aquella noche, determin de seguirle el humor;

    y as, le dijo que andaba muy acertado en lo que deseaba y peda, y que tal prosupuestoera propio y natural de los caballeros tan principales como l pareca y como su gallardapresencia mostraba; y que l, ansimesmo, en los aos de su mocedad, se haba dado aaquel honroso ejercicio, andando por diversas partes del mundo buscando sus aventuras,sin que hubiese dejado los Percheles de Mlaga, Islas de Riarn, Comps de Sevilla,Azoguejo de Segovia, la Olivera de Valencia, Rondilla de Granada, Playa de Sanlcar,Potro de Crdoba y las Ventillas de Toledo y otras diversas partes, donde habaejercitado la ligereza de sus pies, sutileza de sus manos, haciendo muchos tuertos,recuestando muchas viudas, deshaciendo algunas doncellas y engaando a algunospupilos, y, finalmente, dndose a conocer por cuantas audiencias y tribunales hay casi

    en toda Espaa; y que, a lo ltimo, se haba venido a recoger a aquel su castillo, dondeviva con su hacienda y con las ajenas, recogiendo en l a todos los caballeros andantes,de cualquiera calidad y condicin que fuesen, slo por la mucha aficin que les tena yporque partiesen con l de sus haberes, en pago de su buen deseo.

    Djole tambin que en aquel su castillo no haba capilla alguna donde poder velarlas armas5, porque estaba derribada para hacerla de nuevo; pero que, en caso de

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    necesidad, l saba que se podan velar dondequiera, y que aquella noche las podravelar en un patio del castillo; que a la maana, siendo Dios servido, se haran lasdebidas ceremonias, de manera que l quedase armado caballero, y tan caballero que nopudiese ser ms en el mundo.

    Preguntle si traa dineros; respondi don Quijote que no traa blanca, porque lnunca haba ledo en las historias de los caballeros andantes que ninguno los hubiesetrado. A esto dijo el ventero que se engaaba; que, puesto caso que en las historias nose escriba, por haberles parecido a los autores dellas que no era menester escrebir unacosa tan clara y tan necesaria de traerse como eran dineros y camisas limpias, no por esose haba de creer que no los trujeron6; y as, tuviese por cierto y averiguado que todoslos caballeros andantes, de que tantos libros estn llenos y atestados, llevaban bienherradas las bolsas, por lo que pudiese sucederles; y que asimismo llevaban camisas yuna arqueta pequea llena de ungentos para curar las heridas que receban, porque notodas veces en los campos y desiertos donde se combatan y salan heridos haba quien

    los curase, si ya no era que tenan algn sabio encantador por amigo, que luego lossocorra, trayendo por el aire, en alguna nube, alguna doncella o enano con algunaredoma de agua de tal virtud que, en gustando alguna gota della, luego al puntoquedaban sanos de sus llagas y heridas, como si mal alguno hubiesen tenido. Mas que,en tanto que esto no hubiese, tuvieron los pasados caballeros por cosa acertada que susescuderos fuesen provedos de dineros y de otras cosas necesarias, como eran hilas yungentos para curarse; y, cuando suceda que los tales caballeros no tenan escuderos,que eran pocas y raras veces, ellos mesmos lo llevaban todo en unas alforjas7 muysutiles, que casi no se parecan, a las ancas del caballo, como que era otra cosa de msimportancia; porque, no siendo por ocasin semejante, esto de llevar alforjas no fue

    muy admitido entre los caballeros andantes; y por esto le daba por consejo, pues an selo poda mandar como a su ahijado, que tan presto lo haba de ser, que no caminase deall adelante sin dineros y sin las prevenciones referidas, y que vera cun bien sehallaba con ellas cuando menos se pensase.

    Prometile don Quijote de hacer lo que se le aconsejaba con toda puntualidad; yas, se dio luego orden como velase las armas en un corral grande que a un lado de laventa estaba; y, recogindolas don Quijote todas, las puso sobre una pila 8que junto a unpozo estaba, y, embrazando su adarga9, asi de su lanza y con gentil continente secomenz a pasear delante de la pila; y cuando comenz el paseo comenzaba a cerrar lanoche.

    Cont el ventero a todos cuantos estaban en la venta la locura de su husped, lavela de las armas y la armazn de caballera que esperaba. Admirronse de tan estraognero de locura y furonselo a mirar desde lejos, y vieron que, con sosegado ademn10,unas veces se paseaba; otras, arrimado a su lanza, pona los ojos en las armas, sinquitarlos por un buen espacio dellas. Acab de cerrar la noche, pero con tanta claridadde la luna, que poda competir con el que se la prestaba, de manera que cuanto el novel

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    caballero haca era bien visto de todos. Antojsele en esto a uno de los arrieros 11queestaban en la venta ir a dar agua a su recua, y fue menester quitar las armas de donQuijote, que estaban sobre la pila; el cual, vindole llegar, en voz alta le dijo:

    Oh t, quienquiera que seas, atrevido caballero, que llegas a tocar las armas delms valeroso andante que jams se ci espada!, mira lo que haces y no las toques, si noquieres dejar la vida en pago de tu atrevimiento.

    No se cur el arriero destas razones (y fuera mejor que se curara, porque fueracurarse en salud); antes, trabando de las correas, las arroj gran trecho de s. Lo cualvisto por don Quijote, alz los ojos al cielo, y, puesto el pensamiento a lo quepareci en su seora Dulcinea, dijo:

    Acorredme12, seora ma, en esta primera afrenta que a este vuestro avasalladopecho se le ofrece; no me desfallezca en este primero trance vuestro favor y amparo.

    Y, diciendo estas y otras semejantes razones, soltando la adarga, alz la lanza a dosmanos y dio con ella tan gran golpe al arriero en la cabeza, que le derrib en el suelo,

    tan maltrecho que, si segundara con otro, no tuviera necesidad de maestro que le curara.Hecho esto, recogi sus armas y torn a pasearse con el mismo reposo que primero.Desde all a poco, sin saberse lo que haba pasado (porque an estaba aturdido elarriero), lleg otro con la mesma intencin de dar agua a sus mulos; y, llegando a quitarlas armas para desembarazar la pila, sin hablar don Quijote palabra y sin pedir favor anadie, solt otra vez la adarga y alz otra vez la lanza, y, sin hacerla pedazos, hizo msde tres la cabeza del segundo arriero, porque se la abri por cuatro. Al ruido acudi todala gente de la venta, y entre ellos el ventero. Viendo esto don Quijote, embraz suadarga, y, puesta mano a su espada, dijo:

    Oh seora de la fermosura, esfuerzo y vigor del debilitado corazn mo! Ahora

    es tiempo que vuelvas los ojos de tu grandeza a este tu cautivo caballero, que tamaaaventura est atendiendo.Con esto cobr, a su parecer, tanto nimo, que si le acometieran todos los arrieros

    del mundo, no volviera el pie atrs. Los compaeros de los heridos, que tales los vieron,comenzaron desde lejos a llover piedras sobre don Quijote, el cual, lo mejor que poda,se reparaba con su adarga, y no se osaba apartar de la pila por no desamparar las armas.El ventero daba voces que le dejasen, porque ya les haba dicho como era loco, y quepor loco se librara, aunque los matase a todos. Tambin don Quijote las daba, mayores,llamndolos de alevosos y traidores, y que el seor del castillo era un folln13 y malnacido caballero, pues de tal manera consenta que se tratasen los andantes caballeros; y

    que si l hubiera recebido la orden de caballera, que l le diera a entender su alevosa: Pero de vosotros, soez y baja canalla, no hago caso alguno: tirad, llegad, venid yofendedme en cuanto pudiredes14, que vosotros veris el pago que llevis de vuestrasandez y demasa.

    Deca esto con tanto bro y denuedo15, que infundi un terrible temor en los que leacometan; y, as por esto como por las persuasiones del ventero, le dejaron de tirar, y l

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    dej retirar a los heridos y torn a la vela de sus armas con la misma quietud y sosiegoque primero.

    No le parecieron bien al ventero las burlas de su husped, y determin abreviar ydarle la negra orden de caballera luego, antes que otra desgracia sucediese. Y as,llegndose a l, se desculp de la insolencia que aquella gente baja con l haba usado,sin que l supiese cosa alguna; pero que bien castigados quedaban de su atrevimiento.Djole como ya le haba dicho que en aquel castillo no haba capilla, y para lo querestaba de hacer tampoco era necesaria; que todo el toque de quedar armado caballeroconsista en la pescozada y en el espaldarazo, segn l tena noticia del ceremonial de laorden, y que aquello en mitad de un campo se poda hacer, y que ya haba cumplido conlo que tocaba al velar de las armas, que con solas dos horas de vela se cumpla, cuantoms, que l haba estado ms de cuatro. Todo se lo crey don Quijote, y dijo que lestaba all pronto para obedecerle, y que concluyese con la mayor brevedad quepudiese; porque si fuese otra vez acometido y se viese armado caballero, no pensaba

    dejar persona viva en el castillo, eceto

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    aquellas que l le mandase, a quien por surespeto dejara.Advertido y medroso desto el castellano, trujo luego un libro donde asentaba la

    paja y cebada que daba a los arrieros, y con un cabo de vela que le traa un muchacho, ycon las dos ya dichas doncellas, se vino adonde don Quijote estaba, al cual mandhincar de rodillas; y, leyendo en su manual, como que deca alguna devota oracin, enmitad de la leyenda alz la mano y diole sobre el cuello un buen golpe, y tras l, con sumesma espada, un gentil espaldazaro, siempre murmurando entre dientes, como querezaba. Hecho esto, mand a una de aquellas damas que le ciese la espada, la cual lohizo con mucha desenvoltura y discrecin, porque no fue menester poca para no

    reventar de risa a cada punto de las ceremonias; pero las proezas que ya haban visto delnovel caballero les tena la risa a raya. Al ceirle la espada, dijo la buena seora: Dios haga a vuestra merced muy venturoso caballero y le d ventura en lides.Don Quijote le pregunt cmo se llamaba, porque l supiese de all adelante a

    quin quedaba obligado por la merced recebida; porque pensaba darle alguna parte de lahonra que alcanzase por el valor de su brazo. Ella respondi con mucha humildad que sellamaba la Tolosa, y que era hija de un remendn natural de Toledo que viva a lastendillas de Sancho Bienaya, y que dondequiera que ella estuviese le servira y letendra por seor. Don Quijote le replic que, por su amor, le hiciese merced que de alladelante se pusiese don y se llamase doa Tolosa. Ella se lo prometi, y la otra le calz

    la espuela, con la cual le pas casi el mismo coloquio que con la de la espada:preguntle su nombre, y dijo que se llamaba la Molinera, y que era hija de un honradomolinero de Antequera; a la cual tambin rog don Quijote que se pusiese don y sellamase doa Molinera, ofrecindole nuevos servicios y mercedes.

    Hechas, pues, de galope y aprisa las hasta all nunca vistas ceremonias, no vio lahora don Quijote de verse a caballo y salir buscando las aventuras; y, ensillando luego aRocinante, subi en l, y, abrazando a su husped, le dijo cosas tan estraas,agradecindole la merced de haberle armado caballero, que no es posible acertar areferirlas. El ventero, por verle ya fuera de la venta, con no menos retricas17, aunque

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    con ms breves palabras, respondi a las suyas, y, sin pedirle la costa de la posada, ledej ir a la buen hora.

    Captulo VII. De la segunda salida de nuestro buencaballero don Quijote de la Mancha

    Estando en esto, comenz a dar voces don Quijote, diciendo: Aqu, aqu, valerosos caballeros; aqu es menester mostrar la fuerza de vuestros

    valerosos brazos, que los cortesanos llevan lo mejor del torneo.Por acudir a este ruido y estruendo, no se pas adelante con el escrutinio 18de los

    dems libros que quedaban; y as, se cree que fueron al fuego, sin ser vistos ni odos, LaCarolea y Len de Espaa, con Los Hechos del Emperador, compuestos por don Luis devila, que, sin duda, deban de estar entre los que quedaban; y quiz, si el cura los viera,no pasaran por tan rigurosa sentencia.

    Cuando llegaron a don Quijote, ya l estaba levantado de la cama, y prosegua ensus voces y en sus desatinos, dando cuchilladas y reveses a todas partes, estando tandespierto como si nunca hubiera dormido. Abrazronse con l, y por fuerza le volvieronal lecho; y, despus que hubo sosegado un poco, volvindose a hablar con el cura, ledijo:

    Por cierto, seor arzobispo Turpn, que es gran mengua19 de los que nosllamamos doce Pares dejar, tan sin ms ni ms, llevar la vitoria deste torneo a loscaballeros cortesanos, habiendo nosotros los aventureros ganado el prez20 en los tresdas antecedentes.

    Calle vuestra merced, seor compadre dijo el cura, que Dios ser servido

    que la suerte se mude, y que lo que hoy se pierde se gane maana; y atienda vuestramerced a su salud por agora, que me parece que debe de estar demasiadamente cansado,si ya no es que est malferido.

    Ferido no dijo don Quijote, pero molido y quebrantado, no hay duda enello; porque aquel bastardo de don Roldn me ha molido a palos con el tronco de unaencina, y todo de envidia, porque ve que yo solo soy el opuesto de sus valentas. Mas nome llamara yo Reinaldos de Montalbn si, en levantndome deste lecho, no me lopagare, a pesar de todos sus encantamentos; y, por agora, triganme de yantar 21, que sque es lo que ms me har al caso, y qudese lo del vengarme a mi cargo.

    Hicironlo ans: dironle de comer, y quedse otra vez dormido, y ellos, admirados

    de su locura.Aquella noche quem y abras el ama cuantos libros haba en el corral y en toda lacasa, y tales debieron de arder que merecan guardarse en perpetuos archivos; mas no lopermiti su suerte y la pereza del escrutiador; y as, se cumpli el refrn en ellos deque pagan a las veces justos por pecadores.

    Uno de los remedios que el cura y el barbero dieron, por entonces, para el mal desu amigo, fue que le murasen y tapiasen el aposento de los libros, porque cuando selevantase no los hallase quiz quitando la causa, cesara el efeto, y que dijesen que

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    un encantador se los haba llevado, y el aposento y todo; y as fue hecho con muchapresteza. De all a dos das se levant don Quijote, y lo primero que hizo fue ir a ver suslibros; y, como no hallaba el aposento22donde le haba dejado, andaba de una en otraparte buscndole. Llegaba adonde sola tener la puerta, y tentbala con las manos, yvolva y revolva los ojos por todo, sin decir palabra; pero, al cabo de una buena pieza,pregunt a su ama que hacia qu parte estaba el aposento de sus libros. El ama, que yaestaba bien advertida de lo que haba de responder, le dijo:

    Qu aposento, o qu nada, busca vuestra merced? Ya no hay aposento ni librosen esta casa, porque todo se lo llev el mesmo diablo.

    No era diablo replic la sobrina, sino un encantador que vino sobre unanube una noche, despus del da que vuestra merced de aqu se parti, y, apendose deuna sierpe en que vena caballero, entr en el aposento, y no s lo que se hizo dentro,que a cabo de poca pieza sali volando por el tejado, y dej la casa llena de humo; y,cuando acordamos a mirar lo que dejaba hecho, no vimos libro ni aposento alguno; slo

    se nos acuerda muy bien a m y al ama que, al tiempo del partirse aquel mal viejo, dijoen altas voces que, por enemistad secreta que tena al dueo de aquellos libros yaposento, dejaba hecho el dao en aquella casa que despus se vera. Dijo tambin quese llamaba el sabio Muatn.

    Frestn dira dijo don Quijote. No s respondi el ama si se llamaba Frestn o Fritn; slo s que acab en

    tn su nombre. As es dijo don Quijote; que se es un sabio encantador, grande enemigo

    mo, que me tiene ojeriza23, porque sabe por sus artes y letras que tengo de venir,andando los tiempos, a pelear en singular batalla con un caballero a quien l favorece, y

    le tengo de vencer, sin que l lo pueda estorbar, y por esto procura hacerme todos lossinsabores que puede; y mndole yo que mal podr l contradecir ni evitar lo que por elcielo est ordenado.

    Quin duda de eso? dijo la sobrina. Pero, quin le mete a vuestra merced,seor to, en esas pendencias? No ser mejor estarse pacfico en su casa y no irse por elmundo a buscar pan de trastrigo24, sin considerar que muchos van por lana y vuelventresquilados?

    Oh sobrina ma respondi don Quijote, y cun mal que ests en la cuenta!Primero que a m me tresquilen, tendr peladas y quitadas las barbas a cuantosimaginaren tocarme en la punta de un solo cabello.

    No quisieron las dos replicarle ms, porque vieron que se le encenda la clera.Es, pues, el caso que l estuvo quince das en casa muy sosegado, sin dar muestrasde querer segundar sus primeros devaneos25, en los cuales das pas graciossimoscuentos con sus dos compadres el cura y el barbero, sobre que l deca que la cosa deque ms necesidad tena el mundo era de caballeros andantes y de que en l seresucitase la caballera andantesca. El cura algunas veces le contradeca y otrasconceda, porque si no guardaba este artificio, no haba poder averiguarse con l.

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    En este tiempo, solicit don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien si es que este ttulo se puede dar al que es pobre, pero de muy poca sal en lamollera26. En resolucin, tanto le dijo, tanto le persuadi y prometi, que el pobrevillano se determin de salirse con l y servirle de escudero. Decale, entre otras cosas,don Quijote que se dispusiese a ir con l de buena gana, porque tal vez le poda sucederaventura que ganase, en qutame all esas pajas, alguna nsula27, y le dejase a l porgobernador della. Con estas promesas y otras tales, Sancho Panza, que as se llamaba ellabrador, dej su mujer y hijos y asent por escudero de su vecino.

    Dio luego don Quijote orden en buscar dineros; y, vendiendo una cosa yempeando otra, y malbaratndolas todas, lleg una razonable cantidad. Acomodseasimesmo de una rodela28, que pidi prestada a un su amigo, y, pertrechando29su rotacelada30 lo mejor que pudo, avis a su escudero Sancho del da y la hora que pensabaponerse en camino, para que l se acomodase de lo que viese que ms le era menester.Sobre todo le encarg que llevase alforjas; e dijo que s llevara, y que ansimesmo

    pensaba llevar un asno que tena muy bueno, porque l no estaba duecho

    31

    a andarmucho a pie. En lo del asno repar un poco don Quijote, imaginando si se le acordaba sialgn caballero andante haba trado escudero caballero asnalmente, pero nunca le vinoalguno a la memoria; mas, con todo esto, determin que le llevase, con presupuesto deacomodarle de ms honrada caballera en habiendo ocasin para ello, quitndole elcaballo al primer descorts caballero que topase. Proveyse de camisas y de las demscosas que l pudo, conforme al consejo que el ventero le haba dado; todo lo cual hechoy cumplido, sin despedirse Panza de sus hijos y mujer, ni don Quijote de su ama ysobrina, una noche se salieron del lugar sin que persona los viese; en la cual caminarontanto, que al amanecer se tuvieron por seguros de que no los hallaran aunque los

    buscasen.Iba Sancho Panza sobre su jumento32como un patriarca, con sus alforjas y su bota,y con mucho deseo de verse ya gobernador de la nsula que su amo le haba prometido.Acert don Quijote a tomar la misma derrota y camino que el que l haba tomado en suprimer viaje, que fue por el campo de Montiel, por el cual caminaba con menospesadumbre que la vez pasada, porque, por ser la hora de la maana y herirles a soslayolos rayos del sol, no les fatigaban. Dijo en esto Sancho Panza a su amo:

    Mire vuestra merced, seor caballero andante, que no se le olvide lo que de lansula me tiene prometido; que yo la sabr gobernar, por grande que sea.

    A lo cual le respondi don Quijote:

    Has de saber, amigo Sancho Panza, que fue costumbre muy usada de loscaballeros andantes antiguos hacer gobernadores a sus escuderos de las nsulas o reinosque ganaban, y yo tengo determinado de que por m no falte tan agradecida usanza;antes, pienso aventajarme en ella: porque ellos algunas veces, y quiz las ms,esperaban a que sus escuderos fuesen viejos; y, ya despus de hartos de servir y de

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    llevar malos das y peores noches, les daban algn ttulo de conde, o, por lo mucho, demarqus, de algn valle o provincia de poco ms a menos; pero, si t vives y yo vivo,bien podra ser que antes de seis das ganase yo tal reino que tuviese otros a ladherentes, que viniesen de molde para coronarte por rey de uno dellos. Y no lo tengas amucho, que cosas y casos acontecen a los tales caballeros, por modos tan nunca vistosni pensados, que con facilidad te podra dar an ms de lo que te prometo.

    De esa manera respondi Sancho Panza, si yo fuese rey por algn milagrode los que vuestra merced dice, por lo menos, Juana Gutirrez, mi oslo, vendra a serreina, y mis hijos infantes.

    Pues, quin lo duda? respondi don Quijote. Yo lo dudo replic Sancho Panza; porque tengo para m que, aunque

    lloviese Dios reinos sobre la tierra, ninguno asentara bien sobre la cabeza de MariGutirrez. Sepa, seor, que no vale dos maraveds para reina; condesa le caer mejor, yaun Dios y ayuda.

    Encomindalo t a Dios, Sancho respondi don Quijote, que l dar lo quems le convenga, pero no apoques tu nimo tanto, que te vengas a contentar con menosque con ser adelantado33.

    No lo har, seor mo respondi Sancho; y ms teniendo tan principal amoen vuestra merced, que me sabr dar todo aquello que me est bien y yo pueda llevar.

    Novela de la fuerza de la sangre

    UNA NOCHE de las calurosas del verano, volvan de recrearse del ro en Toledo un

    anciano hidalgo con su mujer, un nio pequeo, una hija de edad de diez y seis aos yuna criada. La noche era clara; la hora, las once; el camino, solo, y el paso, tardo, por nopagar con cansancio la pensin que traen consigo las holguras34que en el ro o en lavega se toman en Toledo.

    Con la seguridad que promete la mucha justicia y bien inclinada gente de aquellaciudad, vena el buen hidalgo con su honrada familia, lejos de pensar en desastre quesucederles pudiese. Pero, como las ms de las desdichas que vienen no se piensan,contra todo su pensamiento, les sucedi una que les turb la holgura y les dio que llorarmuchos aos.

    Hasta veinte y dos tendra un caballero de aquella ciudad a quien la riqueza, la

    sangre ilustre, la inclinacin torcida, la libertad demasiada y las compaas libres, lehacan hacer cosas y tener atrevimientos que desdecan de su calidad y le dabanrenombre de atrevido. Este caballero, pues (que por ahora, por buenos respectos,encubriendo su nombre, le llamaremos con el de Rodolfo), con otros cuatro amigossuyos, todos mozos, todos alegres y todos insolentes, bajaba por la misma cuesta que elhidalgo suba.

    Encontrronse los dos escuadrones: el de las ovejas con el de los lobos; y, condeshonesta desenvoltura, Rodolfo y sus camaradas, cubiertos los rostros, miraron los dela madre, y de la hija y de la criada. Alborotse el viejo y reprochles y afeles su

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    atrevimiento. Ellos le respondieron con muecas y burla, y, sin desmandarse a ms,pasaron adelante. Pero la mucha hermosura del rostro que haba visto Rodolfo, que erael de Leocadia, que as quieren que se llamase la hija del hidalgo, comenz de talmanera a imprimrsele en la memoria, que le llev tras s la voluntad y despert en l undeseo de gozarla35a pesar de todos los inconvenientes que sucederle pudiesen. Y en uninstante comunic su pensamiento con sus camaradas, y en otro instante se resolvieronde volver y robarla, por dar gusto a Rodolfo; que siempre los ricos que dan en liberaleshallan quien canonice sus desafueros y califique por buenos sus malos gustos. Y as, elnacer el mal propsito, el comunicarle y el aprobarle y el determinarse de robar aLeocadia y el robarla, casi todo fue en un punto.

    Pusironse los paizuelos en los rostros, y, desenvainadas las espadas, volvieron, ya pocos pasos alcanzaron a los que no haban acabado de dar gracias a Dios, que de lasmanos de aquellos atrevidos les haba librado.

    Arremeti Rodolfo con Leocadia, y, cogindolaen brazos, dio a huir con ella, la

    cual no tuvo fuerzas para defenderse, y el sobresalto le quit la voz para quejarse, y aunla luz de los ojos, pues, desmayada y sin sentido, ni vio quin la llevaba, ni adnde lallevaban. Dio voces su padre, grit su madre, llor su hermanico, arase la criada; peroni las voces fueron odas, ni los gritos escuchados, ni movi a compasin el llanto, nilos araos fueron de provecho alguno, porque todo lo cubra la soledad del lugar y elcallado silencio de la noche, y las crueles entraas de los malhechores.

    Finalmente, alegres se fueron los unos y tristes se quedaron los otros. Rodolfo llega su casa sin impedimento alguno, y los padres de Leocadia llegaron a la suyalastimados, afligidos y desesperados: ciegos, sin los ojos de su hija, que eran la lumbrede los suyos; solos, porque Leocadia era su dulce y agradable compaa; confusos, sin

    saber si sera bien dar noticia de su desgracia a la justicia, temerosos no fuesen ellos elprincipal instrumento de publicar su deshonra. Veanse necesitados de favor, comohidalgos pobres. No saban de quin quejarse, sino de su corta ventura. Rodolfo, entanto, sagaz y astuto, tena ya en su casa y en su aposento a Leocadia; a la cual, puestoque sinti que iba desmayada cuando la llevaba, la haba cubierto los ojos con unpauelo, porque no viese las calles por donde la llevaba, ni la casa ni el aposento dondeestaba; en el cual, sin ser visto de nadie, a causa que l tena un cuarto aparte en la casade su padre, que an viva, y tena de su estancia la llave y las de todo el cuarto(inadvertencia de padres que quieren tener sus hijos recogidos), antes que de sudesmayo volviese Leocadia, haba cumplido su deseo Rodolfo; que los mpetus no

    castos de la mocedad36

    pocas veces o ninguna reparan en comodidades y requisitos quems los inciten y levanten. Ciegode la luz del entendimiento, a escuras rob la mejorprenda de Leocadia; y, como los pecados de la sensualidad por la mayor parte no tiranms all la barra del trmino del cumplimiento dellos, quisiera luego Rodolfo que de allse desapareciera Leocadia, y le vino a la imaginacin de ponella en la calle, asdesmayada como estaba. Y, yndolo a poner en obra, sinti que volva en s, diciendo:

    -Adnde estoy, desdichada? Qu escuridad es sta, qu tinieblas me rodean?Estoy en el limbo de mi inocencia o en el infierno de mis culpas? Jess!, quin metoca? Yo en cama, yo lastimada? Escchasme, madre y seora ma? yesme,

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    querido padre? Ay sin ventura de m!, que bien advierto que mis padres no meescuchan y que mis enemigos me tocan; venturosa sera yo si esta escuridad durase parasiempre, sin que mis ojos volviesen a ver la luz del mundo, y que este lugar donde ahoraestoy, cualquiera que l se fuese, sirviese de sepultura a mi honra, pues es mejor ladeshonra que se ignora que la honra que est puesta en opinin de las gentes. Ya meacuerdo (que nunca yo me acordara!) que ha poco que vena en la compaa de mispadres; ya me acuerdo que me saltearon, ya me imagino y veo que no es bien que mevean las gentes. Oh t, cualquiera que seas, que aqu ests conmigo (y en esto tenaasido de las manos a Rodolfo), si es que tu alma admite gnero de ruego alguno, teruego que, ya que has triunfado de mi fama, triunfes tambin de mi vida! Qutamela almomento, que no es bien que la tenga la que no tiene honra! Mira que el rigor de lacrueldad que has usado conmigo en ofenderme se templar con la piedad que usars enmatarme; y as, en un mismo punto, vendrs a ser cruel y piadoso!

    Confuso dejaron las razones de Leocadia a Rodolfo; y, como mozo poco

    experimentado, ni saba qu decirni qu hacer, cuyo silencio admiraba ms a Leocadia,la cual con las manos procuraba desengaarse si era fantasma o sombra la que con ellaestaba. Pero, como tocaba cuerpo y se le acordaba de la fuerza que se le haba hecho,viniendo con sus padres, caa en la verdad del cuento de su desgracia. Y con estepensamiento torn a audar las razones que los muchos sollozos y suspiros habaninterrumpido, diciendo:

    -Atrevido mancebo37, que de poca edad hacen tus hechos que te juzgue, yo teperdono la ofensa que me has hecho con slo que me prometas y jures que, como la hascubierto con esta escuridad, la cubrirs con perpetuo silencio sin decirla a nadie. Pocarecompensa te pido de tan grande agravio, pero para m ser la mayor que yo sabr

    pedirte ni t querrs darme. Advierte en que yo nunca he visto tu rostro, ni quierovrtele; porque, ya que se me acuerde de mi ofensa, no quiero acordarme de mi ofensorni guardar en la memoria la imagen del autor de mi dao. Entre m y el cielo pasarnmis quejas, sin querer que las oiga el mundo, el cual no juzga por los sucesos las cosas,sino conforme a l se le asienta en la estimacin. No s cmo te digo estas verdades,que se suelen fundar en la experiencia de muchos casos y en el discurso de muchosaos, no llegando los mos a diez y siete; por do me doy a entender que el dolor de unamisma manera ata y desata la lengua del afligido: unas veces exagerando su mal, paraque se le crean, otras veces no dicindole, porque no se le remedien. De cualquieramanera, que yo calle o hable, creo que he de moverte a que me creas o que me

    remedies, pues el no creerme ser ignorancia, y el [no] remediarme, imposible de teneralgn alivio. No quiero desesperarme, porque te costar poco el drmele; y es ste:mira, no aguardes ni confes que el discurso del tiempo temple la justa saa que contra titengo, ni quieras amontonar los agravios: mientras menos me gozares, y habindome yagozado, menos se encendern tus malos deseos. Haz cuenta que me ofendiste poraccidente, sin dar lugar a ningn buen discurso; yo la har de que no nac en el mundo,o que si nac, fue para ser desdichada. Ponme luego en la calle, o a lo menos junto a laiglesia mayor, porque desde all bien sabr volverme a mi casa; pero tambin has de

    jurar de no seguirme, ni saberla, ni preguntarme el nombre de mis padres, ni el mo, nide mis parientes, que, a ser tan ricos como nobles, no fueran en m tan desdichados.

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    Respndeme a esto; y si temes que te pueda conocer en la habla, hgote saber que, fuerade mi padre y de mi confesor, no he hablado con hombre alguno en mi vida, y a pocoshe odo hablar con tanta comunicacin que pueda distinguirles por el sonido de la habla.

    La respuesta que dio Rodolfo a las discretas razones de la lastimada Leocadia nofue otra que abrazarla, dando muestras que quera volver a confirmar en l su gusto y enella su deshonra. Lo cual visto por Leocadia, con ms fuerzas de las que su tierna edadprometan, se defendi con los pies, con las manos, con los dientes y con la lengua,dicindole:

    -Haz cuenta, traidor y desalmado hombre, quienquiera que seas, que los despojosque de m has llevado son los que podiste tomar de un tronco o de una coluna sinsentido, cuyo vencimiento y triunfo ha de redundar en tu infamia y menosprecio. Pero elque ahora pretendes no le has de alcanzar sino con mi muerte. Desmayada me pisaste yaniquilaste; mas, ahora que tengo bros, antes podrs matarme que vencerme: que siahora, despierta, sin resistencia concediese con tu abominable gusto, podras imaginar

    que mi desmayo fue fingido cuando te atreviste a destruirme.Finalmente, tan gallarda y porfiadamente se resisti Leocadia, que las fuerzas y losdeseos de Rodolfo se enflaquecieron; y, como la insolencia que con Leocadia habausado no tuvo otro principio que de un mpetu lascivo, del cual nunca nace el verdaderoamor, que permanece, en lugar del mpetu, que se pasa, queda, si no el arrepentimiento,a lo menos una tibia voluntad de segundalle. Fro, pues, y cansado Rodolfo, sin hablarpalabra alguna, dej a Leocadia en su cama y en su casa; y, cerrando el aposento, se fuea buscar a sus camaradas para aconsejarse con ellos de lo que hacer deba.

    Sinti Leocadia que quedaba sola y encerrada; y, levantndose del lecho, anduvotodo el aposento, tentando las paredes con las manos, por ver si hallaba puerta por do

    irse o ventana por do arrojarse. Hall la puerta, pero bien cerrada, y top una ventanaque pudo abrir, por donde entr el resplandor de la luna, tan claro, que pudo distinguirLeocadia las colores de unos damascos que el aposento adornaban. Vio que era doradala cama, y tan ricamente compuesta que ms pareca lecho de prncipe que de algnparticular caballero. Cont las sillas y los escritorios; not la parte donde la puertaestaba, y, aunque vio pendientes de las paredes algunas tablas, no pudo alcanzar a verlas pinturas que contenan. La ventana era grande, guarnecida y guardada de una gruesareja; la vista caa a un jardn que tambin se cerraba con paredes altas; dificultades quese opusieron a la intencin que de arrojarse a la calle tena. Todo lo que vio y not de lacapacidad y ricos adornos de aquella estancia le dio a entender que el dueo della deba

    de ser hombre principal y rico, y no comoquiera, sino aventajadamente. En unescritorio, que estaba junto a la ventana, vio un crucifijo pequeo, todo de plata, el cualtom y se le puso en la manga de la ropa, no por devocin ni por hurto, sino llevada deun discreto designio suyo. Hecho esto, cerr la ventana como antes estaba y volvise allecho, esperando qu fin tendra el mal principio de su suceso.

    No habra pasado, a su parecer, media hora, cuando sinti abrir la puerta delaposento y que a ella se lleg una persona; y, sin hablarle palabra, con un pauelo levend los ojos, y tomndola del brazo la sac fuera de la estancia, y sinti que volva acerrar la puerta. Esta persona era Rodolfo, el cual, aunque haba ido a buscar a suscamaradas, no quiso hallarlas, parecindole que no le estaba bien hacer testigos de lo

    que con aquella doncella haba pasado; antes, se resolvi en decirles que, arrepentidodel mal hecho y movido de sus lgrimas, la haba dejado en la mitad del camino. Con

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    este acuerdo volvi tan presto a poner a Leocadia junto a la iglesia mayor, como ella selo haba pedido, antes que amaneciese y el da le estorbase de echalla, y le forzase atenerla en su aposento hasta la noche venidera, en el cual espacio de tiempo ni l queravolver a usar de sus fuerzas ni dar ocasin a ser conocido. Llevla, pues, hasta la plazaque llaman de Ayuntamiento; y all, en voz trocada y en lengua medio portuguesa ycastellana, le dijo que seguramente poda irse a su casa, porque de nadie sera seguida;y, antes que ella tuviese lugar de quitarse el pauelo, ya l se haba puesto en partedonde no pudiese ser visto.

    Qued sola Leocadia, quitse la venda, reconoci el lugar donde la dejaron. Mir atodas partes, no vio a persona; pero, sospechosa que desde lejos la siguiesen, a cadapaso se detena, dndolos hacia su casa, que no muy lejos de all estaba. Y, pordesmentir las espas, si acaso la seguan, se entr en una casa que hall abierta, y de alla poco se fue a la suya, donde hall a sus padres atnitos y sin desnudarse, y aun sintener pensamiento de tomar descanso alguno.

    Cuando la vieron, corrieron a ella con brazos abiertos, y con lgrimas en los ojos larecibieron. Leocadia, llena de sobresalto y alboroto, hizo a sus padres que se tirasen conella aparte, como lo hicieron; y all, en breves palabras, les dio cuenta de todo sudesastrado suceso, con todas la circunstancias dl y de la ninguna noticia que traa delsalteador y robador de su honra. Djoles lo que haba visto en el teatro donde serepresent la tragedia de su desventura: la ventana, el jardn, la reja, los escritorios, lacama, los damascos; y a lo ltimo les mostr el crucifijo que haba trado, ante cuyaimagen se renovaron las lgrimas, se hicieron deprecaciones, se pidieron venganzas ydesearon milagrosos castigos. Dijo ansimismo que, aunque ella no deseaba venir enconocimiento de su ofensor, que si a sus padres les pareca ser bien conocelle, que por

    medio de aquella imagen podran, haciendo que los sacristanes dijesen en los plpitosde todas las parroquias de la ciudad, que el que hubiese perdido tal imagen la hallara enpoder del religioso que ellos sealasen; y que ans, sabiendo el dueo de la imagen, sesabra la casa y aun la persona de su enemigo.

    A esto replic el padre:-Bien habas dicho, hija, si la malicia ordinaria no se opusiera a tu discreto

    discurso, pues est claro que esta imagen hoy, en este da, se ha de echar menos en elaposento que dices, y el dueo della ha de tener por cierto que la persona que con lestuvo se la llev; y, de llegar a su noticia que la tiene algn religioso, antes ha de servirde conocer quin se la dio al tal que la tiene, que no de declarar el dueo que la perdi,

    porque puede hacer que venga por ella otro a quien el dueo haya dado las seas. Y,siendo esto ans, antes quedaremos confusos que informados; puesto que podamos usardel mismo artificio que sospechamos, dndola al religioso por tercera persona. Lo quehas de hacer, hija, es guardarla y encomendarte a ella; que, pues ella fue testigo de tudesgracia, permitir que haya juez que vuelva por tu justicia. Y advierte, hija, que mslastima una onza de deshonra pblica que una arroba38 de infamia secreta. Y, puespuedes vivir honrada con Dios en pblico, no te pene de estar deshonrada contigo ensecreto: la verdadera deshonra est en el pecado, y la verdadera honra en la virtud; conel dicho, con el deseo y con la obra se ofende a Dios; y, pues t, ni en dicho, ni en

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    pensamiento, ni en hecho le has ofendido, tente por honrada, que yo por tal te tendr,sin que jams te mire sino como verdadero padre tuyo.

    Con estas prudentes razones consol su padre a Leocadia, y, abrazndola de nuevosu madre, procur tambin consolarla. Ella gimi y llor de nuevo, y se redujo a cubrirla cabeza, como dicen, y a vivir recogidamente debajo del amparo de sus padres, convestido tan honesto como pobre.

    Rodolfo, en tanto, vuelto a su casa, echando menos la imagen del crucifijo, imaginquin poda haberla llevado; pero no se le dio nada, y, como rico, no hizo cuenta dello,ni sus padres se la pidieron cuando de all a tres das, que l se parti a Italia, entregpor cuenta a una camarera de su madre todo lo que en el aposento dejaba.

    Muchos das haba que tena Rodolfo determinado de pasar a Italia; y su padre, quehaba estado en ella, se lo persuada, dicindole que no eran caballeros los quesolamente lo eran en su patria, que era menester serlo tambin en las ajenas. Por estas yotras razones, se dispuso la voluntad de Rodolfo de cumplir la de su padre, el cual le dio

    crdito de muchos dineros para Barcelona, Gnova, Roma y Npoles; y l, con dos desus camaradas, se parti luego, goloso de lo que haba odo decir a algunos soldados dela abundancia de las hosteras de Italia y Francia, [y] de la libertad que en losalojamientos tenan los espaoles. Sonbale bien aquelEco li buoni polastri, picioni,

    presuto e salcicie39, con otros nombres deste jaez40, de quien los soldados se acuerdan

    cuando de aquellas partes vienen a stas y pasan por la estrecheza e incomodidades delas ventas y mesones de Espaa. Finalmente, l se fue con tan poca memoria de lo quecon Leocadia le haba sucedido, como si nunca hubiera pasado.

    Ella, en este entretanto, pasaba la vida en casa de sus padres con el recogimientoposible, sin dejar verse de persona alguna, temerosa que su desgracia se la haban de

    leer en la frente. Pero a pocos meses vio serle forzoso hacer por fuerza lo que hasta allde grado haca. Vio que le convena vivir retirada y escondida, porque se sinti preada:suceso por el cual las en algn tanto olvidadas lgrimas volvieron a sus ojos, y lossuspiros y lamentos comenzaron de nuevo a herir los vientos, sin ser parte la discrecinde su buena madre a consolalla. Vol el tiempo, y llegse el punto del parto, y con tantosecreto, que aun no se os fiar de la partera; usurpando este oficio la madre, dio a la luzdel mundo un nio de los hermosos que pudieran imaginarse. Con el mismo recato ysecreto que haba nacido, le llevaron a una aldea, donde se cri cuatro aos, al cabo delos cuales, con nombre de sobrino, le trujo su abuela a su casa, donde se criaba, si nomuy rica, a lo menos muy virtuosamente.

    Era el nio (a quien pusieron nombre Luis, por llamarse as su abuelo), de rostrohermoso, de condicin mansa, de ingenio agudo, y, en todas las acciones que en aquellaedad tierna poda hacer, daba seales de ser de algn noble padre engendrado; y de talmanera su gracia, belleza y discrecin enamoraron a sus abuelos, que vinieron a tenerpor dicha la desdicha de su hija por haberles dado tal nieto. Cuando iba por la calle,llovan sobre l millares de bendiciones: unos bendecan su hermosura, otros la madreque lo haba parido, stos el padre que le engendr, aqullos a quien tan bien criado lecriaba. Con este aplauso de los que le conocan y no conocan, lleg el nio a la edad desiete aos, en la cual ya saba leer latn y romance y escribir formaday muy buena letra;

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    porque la intencin de sus abuelos era hacerle virtuoso y sabio, ya que no le podanhacer rico; como si la sabidura y la virtud no fuesen las riquezas sobre quien no tienen

    jurisdicin los ladrones, ni la que llaman Fortuna.Sucedi, pues, que un da que el nio fue con un recaudo41 de su abuela a una

    parienta suya, acert a pasar por una calle donde haba carrera de caballeros. Psose amirar, y, por mejorarse de puesto, pas de una parte a otra, a tiempo que no pudo huir deser atropellado de un caballo, a cuyo dueo no fue posible detenerle en la furia de sucarrera. Pas por encima dl, y dejle como muerto, tendido en el suelo, derramandomucha sangre de la cabeza. Apenas esto hubo sucedido, cuando un caballero ancianoque estaba mirando la carrera, con no vista ligereza se arroj de su caballo y fue dondeestaba el nio; y, quitndole de los brazos de uno que ya le tena, le puso en los suyos,y, sin tener cuenta con sus canas ni con su autoridad, que era mucha, a paso largo se fuea su casa, ordenando a sus criados que le dejasen y fuesen a buscar un cirujano que alnio curase. Muchos caballeros le siguieron, lastimados de la desgracia de tan hermoso

    nio, porque luego sali la voz que el atropellado era Luisico, el sobrino del talcaballero, nombrando a su abuelo. Esta voz corri de boca en boca hasta que lleg a losodos de sus abuelos y de su encubierta madre; los cuales, certificados bien del caso,como desatinados y locos, salieron a buscar a su querido; y por ser tan conocido y tanprincipal el caballero que le haba llevado, muchos de los que encontraron les dijeron sucasa, a la cual llegaron a tiempo que ya estaba el nio en poder del cirujano.

    El caballero y su mujer, dueos de la casa, pidieron a los que pensaron ser suspadres que no llorasen ni alzasen la voz a quejarse, porque no le sera al nio de ningnprovecho. El cirujano, que era famoso, habindole curado con grandsimo tiento ymaestra, dijo que no era tan mortal la herida como l al principio haba temido. En la

    mitad de la cura volvi Luis a su acuerdo, que hasta all haba estado sin l, y alegrseen ver a sus tos, los cuales le preguntaron llorando que cmo se senta. Respondi quebueno, sino que le dola mucho el cuerpo y la cabeza. Mand el mdico que no hablasencon l, sino que le dejasen reposar. Hzose ans, y su abuelo comenz a agradecer alseor de la casa la gran caridad que con su sobrino haba usado. A lo cual respondi elcaballero que no tena qu agradecelle, porque le haca saber que, cuando vio al niocado y atropellado, le pareci que haba visto el rostro de un hijo suyo, a quien lquera tiernamente, y que esto le movi a tomarle en sus brazos y traerle a su casa,donde estara todo el tiempo que la cura durase, con el regalo que fuese posible ynecesario. Su mujer, que era una noble seora, dijo lo mismo y hizo aun ms

    encarecidas promesas.Admirados quedaron de tanta cristiandad los abuelos, pero la madre qued msadmirada; porque, habiendo con las nuevas del cirujano sosegdose algn tanto sualborotado espritu, mir atentamente el aposento donde su hijo estaba, y claramente,por muchas seales, conoci que aquella era la estancia donde se haba dado fin a suhonra y principio a su desventura; y, aunque no estaba adornada de los damascos42queentonces tena, conoci la disposicin della, vio la ventana de la reja que caa al jardn;y, por estar cerrada a causa del herido, pregunt si aquella ventana responda a algn

    jardn, y fuele respondido que s; pero lo que ms conoci fue que aqulla era la misma

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    cama que tena por tumba de su sepultura; y ms, que el propio escritorio, sobre el cualestaba la imagen que haba trado, seestaba en el mismo lugar.

    Finalmente, sacaron a luz la verdad de todas sus sospechas los escalones, que ellahaba contado cuando la sacaron del aposento tapados los ojos (digo los escalones quehaba desde all a la calle, que con advertencia discreta cont). Y, cuando volvi a sucasa, dejando a su hijo, los volvi a contar y hall cabal43 el nmero. Y, confiriendounas seales con otras, de todo punto certific por verdadera su imaginacin, de la cualdio por estenso cuenta a su madre, que, como discreta, se inform si el caballero dondesu nieto estaba haba tenido o tena algn hijo. Y hall que el que llamamos Rodolfo loera, y que estaba en Italia; y, tanteando el tiempo que le dijeron que haba faltado deEspaa, vio que eran los mismos siete aos que el nieto tena.

    Dio aviso de todo esto a su marido, y entre los dos y su hija acordaron de esperar loque Dios haca del herido, el cual dentro de quince das estuvo fuera de peligro y a lostreinta se levant; en todo el cual tiempo fue visitado de la madre y de la abuela, y

    regalado de los dueos de la casa como si fuera su mismo hijo. Y algunas veces,hablando con Leocadia doa Estefana, que as se llamaba la mujer del caballero, ledeca que aquel nio pareca tanto a un hijo suyo que estaba en Italia, que ninguna vezle miraba que no le pareciese ver a su hijo delante. Destas razones tom ocasin dedecirle una vez, que se hall sola con ella, las que con acuerdo de sus padres habadeterminado de decille, que fueron stas o otras semejantes:

    -El da, seora, que mis padres oyeron decir que su sobrino estaba tan malparado,creyeron y pensaron que se les haba cerrado el cielo y cado todo el mundo a cuestas.Imaginaron que ya les faltaba la lumbre de sus ojos y el bculo de su vejez, faltndoleseste sobrino, a quien ellos quieren con amor de tal manera, que con muchas ventajas

    excede al quesuelen tener otros padres a sus hijos. Mas, como decirse suele, que cuandoDios da la llaga da la medicina, la hall el nio en esta casa, y yo en ella el acuerdo deunas memorias que no las podr olvidar mientras la vida me durare. Yo, seora, soynoble porque mis padres lo son y lo han sido todos mis antepasados, que, con unamediana de los bienes de fortuna, han sustentado su honra felizmente dondequiera quehan vivido.

    Admirada y suspensa estaba doa Estefana, escuchando las razones de Leocadia, yno poda creer, aunque lo vea, que tanta discrecin pudiese encerrarse en tan pocosaos, puesto que, a su parecer, la juzgaba por de veinte, poco ms a menos. Y, sindecirle ni replicarle palabra, esper todas las que quiso decirle, que fueron aquellas que

    bastaron para contarle la travesura de su hijo, la deshonra suya, el robo, el cubrirle losojos, el traerla a aquel aposento, las seales en que haba conocido ser aquel mismo quesospechaba. Para cuya confirmacin sac del pecho la imagen del crucifijo que haballevado, a quien dijo:

    -T, Seor, que fuiste testigo de la fuerza que se me hizo, s juez de la enmienda44que se me debe hacer. De encima de aquel escritorio te llev con propsito de acordartesiempre mi agravio45, no para pedirte venganza dl, que no la pretendo, sino pararogarte me dieses algn consuelo con que llevar en paciencia mi desgracia.

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    Este nio, seora, con quien habis mostrado el estremo de vuestra caridad, esvuestro verdadero nieto. Permisin fue del cielo el haberle atropellado, para que,trayndole a vuestra casa, hallase yo en ella, como espero que he de hallar, si no elremedio que mejor convenga, y cuando no con mi desventura, a lo menos el medio conque pueda sobrellevalla.

    Diciendo esto, abrazada con el crucifijo, cay desmayada en los brazos deEstefana, la cual, en fin, como mujer y noble, en quien la compasin y misericordiasuele ser tan natural como la crueldad en el hombre, apenas vio el desmayo deLeocadia, cuando junt su rostro con el suyo, derramando sobre l tantas lgrimas queno fue menester esparcirle otra agua encima para que Leocadia en s volviese.

    Estando las dos desta manera, acert a entrar el caballero marido de Estefana, quetraa a Luisico de la mano; y, viendo el llanto de Estefana y el desmayo de Leocadia,pregunt a gran priesa le dijesen la causa de do proceda. El nio abrazaba a su madrepor su prima y a su abuela por su bienhechora, y asimismo preguntaba por qu lloraban.

    -Grandes cosas, seor, hay que deciros -respondi Estefana a su marido-, cuyoremate se acabar con deciros que hagis cuenta que esta desmayada es hija vuestra yeste nio vuestro nieto. Esta verdad que os digo me ha dicho esta nia, y la haconfirmado y confirma el rostro deste nio, en el cual entrambos46habemos visto el denuestro hijo.

    -Si ms no os declaris, seora, yo no os entiendo -replic el caballero.En esto volvi en s Leocadia, y, abrazada del crucifijo, pareca estar convertida en

    un mar de llanto. Todo lo cual tena puesto en gran confusin al caballero, de la cualsali contndole su mujer todo aquello que Leocadia le haba contado; y l lo crey, pordivina permisin del cielo, como si con muchos y verdaderos testigos se lo hubieran

    probado. Consol y abraz a Leocadia, bes a su nieto, y aquel mismo da despacharonun correo a Npoles, avisando a su hijo se viniese luego, porque le tenan concertadocasamiento con una mujer hermosa sobremanera y tal cual para l convena. Noconsintieron que Leocadia ni su hijo volviesen ms a la casa de sus padres, los cuales,contentsimos del buen suceso de su hija, daban sin cesar infinitas gracias a Dios porello.

    Lleg el correo a Npoles, y Rodolfo, con la golosina de gozar tan hermosa mujercomo su padre le significaba, de all a dos das que recibi la carta, ofrecindoseleocasin de cuatro galeras que estaban a punto de venir a Espaa, se embarc en ellascon sus dos camaradas, que an no le haban dejado, y con prspero suceso en doce das

    lleg a Barcelona, y de all, por la posta, en otros siete se puso en Toledo y entr en casade su padre, tan galn y tan bizarro47, que los estremos de la gala y de la bizarra estabanen l todos juntos.

    Alegrronse sus padres con la salud y bienvenida de su hijo. Suspendise Leocadia,que de parte escondida le miraba, por no salir de la traza y orden que doa Estefana lehaba dado. Las camaradas de Rodolfo quisieran irse a sus casas luego, pero no loconsinti Estefana por haberlos menester para su designio. Estaba cerca la nochecuando Rodolfo lleg, y, en tanto que se aderezaba la cena, Estefana llam aparte lascamaradas de su hijo, creyendo, sin duda alguna, que ellos deban de ser los dos de los

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    tres que Leocadia haba dicho que iban con Rodolfo la noche que la robaron, y congrandes ruegos les pidi le dijesen si se acordaban que su hijo haba robado a una mujertal noche, tanto aos haba; porque el saber la verdad desto importaba la honra y elsosiego de todos sus parientes. Y con tales y tantos encarecimientos se lo supo rogar, yde tal manera les asegurar que de descubrir este robo no les poda suceder dao alguno,que ellos tuvieron por bien de confesar ser verdad que una noche de verano, yendo ellosdos y otro amigo con Rodolfo, robaron en la misma que ella sealaba a una muchacha,y que Rodolfo se haba venido con ella, mientras ellos detenan a la gente de su familia,que con voces la queran defender, y que otro da les haba dicho Rodolfo que la haballevado a su casa; y slo esto era lo que podan respondera lo que les preguntaban.

    La confesin destos dos fue echar la llave a todas las dudas que en tal caso lepodan ofrecer; y as, determin de llevar al cabo su buen pensamiento, que fue ste:poco antes que se sentasen a cenar, se entr en un aposento a solas su madre conRodolfo, y, ponindole un retrato en las manos, le dijo:

    -Yo quiero, Rodolfo hijo, darte una gustosa cena con mostrarte a tu esposa: ste essu verdadero retrato, pero quirote advertir que lo que le falta de belleza le sobra devirtud; es noble y discreta y medianamente rica, y, pues tu padre y yo te la hemosescogido, asegrate que es la que te conviene.

    Atentamente mir Rodolfo el retrato, y dijo:-Si los pintores, que ordinariamente suelen ser prdigos48de la hermosura con los

    rostros que retratan, lo han sido tambin con ste, sin duda creo que el original debe deser la misma fealdad. A la fe, seora y madre ma, justo es y bueno que los hijosobedezcan a sus padres en cuanto les mandaren; pero tambin es conveniente, y mejor,que los padres den a sus hijos el estado de que ms gustaren. Y, pues el del matrimonio

    es nudo que no le desata sino la muerte, bien ser que sus lazos sean iguales y de unosmismos hilos fabricados. La virtud, la nobleza, la discrecin y los bienes de la fortunabien pueden alegrar el entendimiento de aquel a quien le cupieron en suerte con suesposa; pero que la fealdad della alegre los ojos del esposo, parceme imposible. Mozosoy, pero bien se me entiende que se compadece con el sacramento del matrimonio el

    justo y debido deleite que los casados gozan, y que si l falta, cojea el matrimonio ydesdice de su segunda intencin. Pues pensar que un rostro feo, que se ha de tener atodas horas delante de los ojos, en la sala, en la mesa y en la cama, pueda deleitar, otravez digo que lo tengo por casi imposible. Por vida de vuesa merced, madrema, que med compaera que me entretenga y no enfade; porque, sin torcer a una o a otra parte,

    igualmente y por camino derecho llevemos ambos a dos el yugo donde el cielo nospusiere. Si esta seora es noble, discreta y rica, como vuesa merced dice, no le faltaresposo que sea de diferente humor que el mo: unos hay que buscan nobleza, otrosdiscrecin, otros dineros y otros hermosura; y yo soy destos ltimos. Porque la nobleza,gracias al cielo y a mis pasados y a mis padres, que me la dejaron por herencia;discrecin, como una mujer no sea necia, tonta o boba, bstale que ni por agudadespunte ni por boba no aproveche; de las riquezas, tambin las de mis padres me hacenno estar temeroso de venir a ser pobre. La hermosura busco, la belleza quiero, no conotra dote que con la de la honestidad y buenas costumbres; que si esto trae mi esposa,yo servir a Dios con gusto y dar buena vejez a mis padres.

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    Contentsima qued su madre de las razones de Rodolfo, por haber conocido porellas que iba saliendo bien con su designio. Respondile que ella procurara casarleconforme su deseo, que no tuviese pena alguna, que era fcil deshacerse los conciertosque de casarle con aquella seora estaban hechos. Agradeciselo Rodolfo, y, por serllegada la hora de cenar, se fueron a la mesa. Y, habindose ya sentado a ella el padre yla madre, Rodolfo y sus dos camaradas, dijo doa Estefana al descuido:

    -Pecadora de m, y qu bien que trato a mi huspeda! Andad vos -dijo a un criado-,decid a la seora doa Leocadia que, sin entrar en cuentas con su mucha honestidad, nosvenga a honrar esta mesa, que los que a ella estn todos son mis hijos y sus servidores.

    Todo esto era traza suya, y de todo lo que haba de hacer estaba avisada y advertidaLeocadia. Poco tard en salir Leocadia y dar de s la improvisa y ms hermosa muestraque pudo dar jamscompuesta y natural hermosura.

    Vena vestida, por ser invierno, de una saya49entera de terciopelo negro, llovida debotones de oro y perlas, cintura y collar de diamantes. Sus mismos cabellos, que eran

    luengos

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    y no demasiadamente rubios, le servan de adorno y tocas, cuya invencin delazos y rizos y vislumbres de diamantes que con ellas se entretejan, turbaban la luz delos ojos que los miraban. Era Leocadia de gentil disposicin y bro; traa de la mano asu hijo, y delante della venan dos doncellas, alumbrndola con dos velas de cera en doscandeleros de plata.

    Levantronse todos a hacerla reverencia, como si fuera a alguna cosa del cielo queall milagrosamente se haba aparecido. Ninguno de los que all estaban embebecidosmirndola parece que, de atnitos, no acertaron a decirle palabra. Leocadia, con airosagracia y discreta crianza, se humill a todos; y, tomndola de la mano Estefana la sent

    junto a s, frontero de Rodolfo. Al nio sentaron junto a su abuelo.

    Rodolfo, que desde ms cerca miraba la incomparable belleza de Leocadia, decaentre s: Si la mitad desta hermosura tuviera la que mi madre me tiene escogida poresposa, tuvirame yo por el ms dichoso hombre del mundo. Vlame Dios! Qu esesto que veo? Es por ventura algn ngel humano el que estoy mirando? Y en esto, sele iba entrando por los ojos a tomar posesin de su alma la hermosa imagen deLeocadia, la cual, en tanto que la cena vena, viendo tambin tan cerca de s al que yaquera ms que a la luz de los ojos, con que alguna vez a hurto le miraba, comenz arevolver en su imaginacin lo que con Rodolfo haba pasado. Comenzaron aenflaquecerse en su alma las esperanzas que de ser su esposo su madre le haba dado,temiendo que a la cortedad de su ventura haban de corresponder las promesas de su

    madre. Consideraba cuncerca estaba de ser dichosa o sin dicha para siempre. Y fue laconsideracin tan intensa y los pensamientos tan revueltos, que le apretaron el coraznde manera que comenz a sudar y a perderse de color en un punto, sobrevinindole undesmayo que le forz a reclinar la cabeza en los brazos de doa Estefana, que, comoans la vio, con turbacin la recibi en ellos.

    Sobresaltronse todos, y, dejando la mesa, acudieron a remediarla. Pero el que dioms muestras de sentirlo fue Rodolfo, pues por llegar presto a ella tropez y cay dosveces. Ni por desabrocharla ni echarla agua en el rostro volva en s; antes, el levantadopecho y el pulso, que no se le hallaban, iban dando precisas seales de su muerte; y las

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    criadas y criados de casa, como menos considerados, dieron voces y la publicaron pormuerta. Estas amargas nuevas llegaron a los odos de los padres de Leocadia, que params gustosa ocasin los tena doa Estefana escondidos. Los cuales, con el cura de laparroquia, que ansimismo con ellos estaba, rompiendo el orden de Estefana, salieron ala sala.

    Lleg el cura presto, por ver si por algunas seales daba indicios de arrepentirse desus pecados, para absolverla dellos; y donde pens hallar un desmayado hall dos,porque ya estaba Rodolfo, puesto el rostro sobre el pecho de Leocadia. Diole su madrelugar que a ella llegase, como a cosa que haba de ser suya; pero, cuando vio quetambin estaba sin sentido, estuvo a pique de perder el suyo, y le perdiera si no vieraque Rodolfo tornaba en s, como volvi, corrido de que le hubiesen visto hacer tanestremados estremos.

    Pero su madre, casi como adivina de lo que su hijo senta, le dijo:-No te corras, hijo, de los estremos que has hecho, sino crrete de los que no

    hicieres cuando sepas lo que no quiero tenerte ms encubierto, puesto que pensabadejarlo hasta ms alegre coyuntura. Has de saber,hijo de mi alma, que esta desmayadaque en los brazos tengo es tu verdadera esposa: llamo verdadera porque yo y tu padre tela tenamos escogida, que la del retrato es falsa.

    Cuando esto oy Rodolfo, llevado de su amoroso y encendido deseo, y quitndoleel nombre de esposo todos los estorbos que la honestidad y decencia del lugar le podanponer, se abalanz al rostro de Leocadia, y, juntando su boca con la della, estaba comoesperando que se le saliese el alma para darle acogida en la suya. Pero, cuando ms laslgrimas de todos por lstima crecan, y por dolor las voces se aumentaban, y loscabellos y barbas de la madre y padre de Leocadia arrancados venan a menos, y los

    gritos de su hijo penetraban los cielos, volvi en s Leocadia, y con su vuelta volvi laalegra y el contento que de los pechos de los circunstantes se haba ausentado.Hallse Leocadia entre los brazos de Rodolfo, y quisiera con honesta fuerza

    desasirse dellos; pero l le dijo:-No, seora, no ha de ser ans. No es bien que punis por apartaros de los brazos de

    aquel que os tiene en el alma.A esta razn acab de todo en todo de cobrar Leocadia sus sentidos, y acab doa

    Estefana de no llevar ms adelante su determinacin primera, diciendo al cura queluego luego desposase a su hijo con Leocadia. l lo hizo ans, que por haber sucedidoeste caso en tiempo cuando con sola la voluntad de los contrayentes, sin las diligencias

    y prevenciones justas y santas que ahora se usan, quedaba hecho el matrimonio, nohubo dificultad que impidiese el desposorio. El cual hecho, djese a otra pluma y a otroingenio ms delicado que el mo el contar la alegra universal de todos los que en l sehallaron: los abrazos que los padres de Leocadia dieron a Rodolfo, las gracias quedieron al cielo y a sus padres, los ofrecimientos de las partes, la admiracin de lascamaradas de Rodolfo, que tan impensadamente vieron la misma noche de su llegadatan hermoso desposorio, y ms cuando supieron, por contarlo delante de todos doaEstefana, que Leocadia era la doncella que en su compaa su hijo haba robado, de queno menos suspenso qued Rodolfo. Y, por certificarse ms de aquella verdad, pregunta Leocadia le dijese alguna seal por donde viniese en conocimiento entero de lo que no

    dudaba, por parecerles que sus padres lo tendran bien averiguado. Ella respondi:

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    -Cuando yo record y volv en m de otro desmayo, me hall, seor, en vuestrosbrazos sin honra; pero yo lo doy por bien empleado, pues, al volver del que ahora hetenido, ansimismo me hall en los brazos de entonces, pero honrada. Y si esta seal nobasta, baste la de una imagen de un crucifijo que nadie os la pudo hurtar sino yo, si esque por la maana le echastes menos y si es el mismo que tiene mi seora.

    -Vos lo sois de mi alma, y lo seris los aos que Dios ordenare, bien mo.Y, abrazndola de nuevo, de nuevo volvieron las bendiciones y parabienes que les

    dieron.Vino la cena, y vinieron msicos que para esto estaban prevenidos. Viose Rodolfo

    a s mismo en el espejo del rostro de su hijo; lloraron sus cuatro abuelos de gusto; noqued rincn en toda la casa que no fuese visitado del jbilo, del contento y de laalegra. Y, aunque la noche volaba con sus ligeras y negras alas, le pareca a Rodolfoque iba y caminaba no con alas, sino con muletas: tan grande era el deseo de verse asolas con su querida esposa.

    Llegse, en fin, la hora deseada, porque no hay fin que no le tenga. Furonse aacostar todos, qued toda la casa sepultada en silencio, en el cual no quedar la verdaddeste cuento, pues no lo consentirn los muchos hijosy la ilustre descendencia que enToledo dejaron, y agora viven, estos dos venturosos desposados, que muchos y felicesaos gozaron de s mismos, de sus hijos y de sus nietos, permitido todo por el cielo ypor la fuerza de la sangre, que vio derramada en el suelo el valeroso, ilustre y cristianoabuelo de Luisico.

    Novela de Rinconete y Cortadillo

    EN LA VENTA del Molinillo, que est puesta en los fines de los famosos campos deAlcudia, como vamos de Castilla a la Andaluca, un da de los calurosos del verano, sehallaron en ella acaso dos muchachos de hasta edad de catorce a quince aos: el uno niel otro no pasaban de diez y siete; ambos de buena gracia, pero muy descosidos, rotos ymaltratados; capa, no la tenan; los calzones eran de lienzo y las medias de carne. Bienes verdad que lo enmendaban los zapatos, porque los del uno eran alpargates, tan tradoscomo llevados, y los del otro picados y sin suelas, de manera que ms le servan decormas51que de zapatos. Traa el uno montera verde de cazador, el otro un sombrero sintoquilla, bajo de copa y ancho de falda. A la espalday ceida por los pechos, traa el

    uno una camisa de color de camuza, encerrada y recogida toda en una manga; el otrovena escueto y sin alforjas, puesto que en el seno se le pareca un gran bulto, que, a loque despus pareci, era un cuello de los que llaman valones52, almidonado con grasa, ytan deshilado de roto, que todo pareca hilachas. Venan en l envueltos y guardadosunos naipes de figura ovada, porque de ejercitarlos se les haban gastado las puntas, yporque durasen ms se las cercenaron y los dejaron de aquel talle. Estaban los dosquemados del sol, las uas caireladas y las manos no muy limpias; el uno tena una

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    media espada, y el otro un cuchillo de cachas53 amarillas, que los suelen llamarvaqueros.

    Salironse los dos a sestear54en un portal, o cobertizo, que delante de la venta sehace; y, sentndose frontero el uno del otro, el que pareca de ms edad dijo al mspequeo:

    -De qu tierra es vuesa merced, seor gentilhombre, y para adnde bueno camina?-Mi tierra, seor caballero -respondi el preguntado-, no la s, ni para dnde

    camino, tampoco.-Pues en verdad -dijo el mayor- que no parece vuesa merced del cielo, y que ste

    no es lugar para hacer su asiento en l; que por fuerza se ha de pasar adelante.-As es -respondi el mediano-, pero yo he dicho verdad en lo que he dicho, porque

    mi tierra no es ma, pues no tengo en ella ms de un padre que no me tiene por hijo yuna madrastra que me trata como alnado55; el camino que llevo es a la ventura, y all ledara fin donde hallase quien me diese lo necesario para pasar esta miserable vida.

    -Y sabe vuesa merced algn oficio? -pregunt el grande.Y el menor respondi:-No s otro sino que corro como una liebre, y salto como un gamo y corto de tijera

    muy delicadamente.-Todo eso es muy bueno, til y provechoso -dijo el grande-, porque habr sacristn

    que le d a vuesa merced la ofrenda de Todos Santos, porque para el Jueves Santo lecorte florones de papel para el monumento.

    -No es mi corte desa manera -respondi el menor-, sino que mi padre, por lamisericordia del cielo, es sastre y calcetero, y me ense a cortar antiparas, que, comovuesa merced bien sabe, son medias calzas con avampis56, que por su propio nombre se

    suelen llamar polainas57

    ; y crtolas tan bien, que en verdad que me podra examinar demaestro, sino que la corta suerte me tiene arrinconado.-Todo eso y ms acontece por los buenos -respondi el grande-, y siempre he odo

    decir que las buenas habilidades son las ms perdidas, pero an edad tiene vuesa mercedpara enmendar su ventura. Mas, si yo no me engao y el ojo no me miente, otras graciastiene vuesa merced secretas, y no las quiere manifestar.

    -S tengo -respondi el pequeo-, pero no son para en pblico, como vuesa mercedha muy bien apuntado.

    A lo cual replic el grande:-Pues yo le s decir que soy uno de los ms secretos mozos que en gran parte se

    puedan hallar; y, para obligar a vuesa merced que descubra su pecho y descanseconmigo, le quiero obligar con descubrirle el mo primero; porque imagino que no sinmisterio nos ha juntado aqu la suerte, y pienso que habemos de ser, dste hasta elltimo da de nuestra vida, verdaderos amigos. Yo, seor hidalgo, soy natural de laFuenfrida, lugar conocido y famoso por los ilustres pasajeros que por l de contino58

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    pasan; mi nombre es Pedro del Rincn; mi padre es persona de calidad, porque esministro de la Santa Cruzada: quiero decir que es bulero, o buldero, como los llama elvulgo. Algunos das le acompa en el oficio, y le aprend de manera, que no daraventaja en echar las bulas al que ms presumiese en ello. Pero, habindome un daaficionado ms al dinero de las bulas que a las mismas bulas, me abrac con un talego ydi conmigo y con l en Madrid, donde con las comodidades que all de ordinario seofrecen, en pocos das saqu las entraas al talego y le dej con ms dobleces quepaizuelo de desposado. Vino el que tena a cargo el dinero tras m, prendironme, tuvepoco favor, aunque,viendo aquellos seores mi poca edad, se contentaron con que mearrimasen al aldabilla y me mosqueasen59 las espaldas por un rato, y con que saliesedesterrado por cuatro aos de la Corte. Tuve paciencia, encog los hombros, sufr latanda y mosqueo, y sal a cumplir mi destierro, con tanta priesa, que no tuve lugar debuscar cabalgaduras. Tom de mis alhajas las que pude y las que me parecieron msnecesarias, y entre ellas saqu estos naipes -y a este tiempo descubri los que se han

    dicho, que en el cuello traa-, con los cuales he ganado mi vida por los mesones y ventasque hay desde Madrid aqu, jugando a la veintiuna; y, aunque vuesa merced los vee tanastrosos60y maltratados, usan de una maravillosa virtud con quien los entiende, que noalzar que no quede un as debajo. Y si vuesa merced es versado en este juego, vercunta ventaja lleva el que sabe que tiene cierto un as a la primera carta, que le puedeservir de un punto y de once; que con esta ventaja, siendo la veintiuna envidada, eldinero se queda en casa. Fuera desto, aprend de un cocinero de un cierto embajadorciertas tretas de qunolas61 y del parar, a quien tambin llaman el andaboba; que, ascomo vuesa merced se puede examinar en el corte de sus antiparas, as puedo yo sermaestro en la ciencia vilhanesca. Con esto voy seguro de no morir de hambre, porque,

    aunque llegue a un cortijo, hay quien quiera pasar tiempo jugando un rato. Y destohemos de hacer luego la experiencia los dos: armemos la red, y veamos si cae algnpjaro destos arrieros que aqu hay; quiero decir que jugaremos los dos a la veintiuna,como si fuese de veras; que si alguno quisiere ser tercero, l ser el primero que deje lapecunia62.

    -Sea en buen hora -dijo el otro-, y en merced muy grande tengo la que vuesamerced me ha hecho en darme cuenta de su vida, con que me ha obligado a que yo no leencubra la ma, que, dicindola ms breve, es sta:yo nac en el piadoso lugar puestoentre Salamanca y Medina del Campo; mi padre es sastre, enseme su oficio, y decorte de tisera63, con mi buen ingenio, salt a cortar bolsas. Enfadme la vida estrecha

    del aldea y el desamorado trato de mi madrastra. Dej mi pueblo, vine a Toledo aejercitar mi oficio, y en l he hecho maravillas; porque no pende relicario de toca ni hayfaldriquera64tan escondida que mis dedos no visiten ni mis tiseras no corten, aunque leestn guardando con ojos de Argos. Y, en cuatro meses que estuve en aquella ciudad,nunca fui cogido entre puertas, ni sobresaltado ni corrido de corchetes, ni soplado deningn cauto. Bien es verdad que habr ocho das que una espa doble dio noticia de

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    mi habilidad al Corregidor, el cual, aficionado a mis buenas partes, quisiera verme; masyo, que, por ser humilde, no quiero tratar con personas tan graves, procur de no vermecon l, y as, sal de la ciudad con tanta priesa, que no tuve lugar de acomodarme decabalgaduras ni blancas, ni de algn coche de retorno, o por lo menos de un carro.

    -Eso se borre -dijo Rincn-; y, pues ya nos conocemos, no hay para qu aquesasgrandezas ni altiveces: confesemos llanamente que no tenamos blanca, ni aun zapatos.

    -Sea as -respondi Diego Cortado, que as dijo el menor que se llamaba-; y, puesnuestra amistad, como vuesa merced, seor Rincn, ha dicho, ha de ser perpetua,comencmosla con santas y loables ceremonias.

    Y, levantndose, Diego Cortado abraz a Rincn y Rincn a l tierna yestrechamente, y luego se pusieron los dos a jugar a la veintiuna con los ya referidosnaipes, limpios de polvo y de paja, mas no de grasa y malicia; y, a pocas manos, alzabatan bien por el as Cortado como Rincn, su maestro.

    Sali en esto un arriero a refrescarse al portal, y pidi que quera hacer tercio.

    Acogironle de buena gana, y en menos de mediahora le ganaron doce reales y veinte ydos maraveds, que fue darle doce lanzadas y veinte y dos mil pesadumbres. Y,creyendo el arriero que por ser muchachos no se lo defenderan, quiso quitalles eldinero; mas ellos, poniendo el uno mano a su media espada y el otro al de las cachasamarillas, le dieron tanto que hacer, que, a no salir sus compaeros, sin duda lo pasaramal.

    A esta sazn, pasaron acaso por el camino una tropa de caminantes a caballo, queiban a sestear a la venta del Alcalde, que est media legua ms adelante, los cuales,viendo la pendencia del arriero con los dos muchachos, los apaciguaron y les dijeronque si acaso iban a Sevilla, que se viniesen con ellos.

    -All vamos -dijo Rincn-, y serviremos a vuesas mercedes en todo cuanto nosmandaren.Y, sin ms detenerse, saltaron delante de las mulas y se fueron con ellos, dejando al

    arriero agraviado y enojado, y a la ventera admirada de la buena crianza de los pcaros,que les haba estado oyendo su pltica sin que ellos advirtiesen en ello. Y, cuando dijoal arriero que les haba odo decir que los naipes que traan eran falsos, se pelaba lasbarbas, y quisiera ir a la venta tras ellos a cobrar su hacienda, porque deca que eragrandsima afrenta, y caso de menos valer, que dos muchachos hubiesen engaado a unhombrazo tan grande como l. Sus compaeros le detuvieron y aconsejaron que nofuese, siquiera por no publicar su inhabilidad y simpleza. En fin, tales razones le

    dijeron, que, aunque no le consolaron, le obligaron a quedarse.En esto, Cortado y Rincn se dieron tan buena maa en servir a los caminantes, quelo ms del camino los llevaban a las ancas; y, aunque se les ofrecan algunas ocasionesde tentar las valijas de sus medios amos, no las admitieron, por no perder la ocasin tanbuena del viaje de Sevilla, dondeellos tenan grande deseo de verse.

    Con todo esto, a la entrada de la ciudad, que fue a la oracin y por la puerta de laAduana, a causa del registro y almojarifazgo65que se paga, no se pudo contener Cortadode no cortar la valija o maleta que a las ancas traa un francs de la camarada; y as, conel de sus cachas le dio tan larga y profunda herida, que se parecan patentemente las

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    entraas, y sutilmente le sac dos camisas buenas, un reloj de sol y un librillo dememoria, cosas que cuando las vieron no les dieron mucho gusto; y pensaron que, puesel francs llevaba a las ancas aquella maleta, no la haba de haber ocupado con tan pocopeso como era el que tenan aquellas preseas, y quisieran volver a darle otro tiento; perono lo hicieron, imaginando que ya lo habran echado menos y puesto en recaudo lo quequedaba.

    Habanse despedido antes que el salto hiciesen de los que hasta all los habansustentado, y otro da vendieron las camisas en el malbaratillo que se hace fuera de lapuerta del Arenal, y dellas hicieron veinte reales. Hecho esto, se fueron a ver la ciudad,y admirles la grandeza y sumptuosidad de su mayor iglesia, el gran concurso de gentedel ro, porque era en tiempo de cargazn de flota y haba en l seis galeras, cuya vistales hizo suspirar, y aun temer el da que sus culpas les haban de traer a morar en ellasde por vida. Echaron de ver los muchos muchachos de la esportilla que por all andaban;informronse de uno dellos qu oficio era aqul, y si era de mucho trabajo, y de qu

    ganancia.Un muchacho asturiano, que fue a quien le hicieron la pregunta, respondi que eloficio era descansado y de que no se pagaba alcabala, y que algunos das sala con cincoy con seis reales de ganancia, con que coma y beba y triunfaba como cuerpo de rey,libre de buscar amo a quien dar fianzas y seguro de comer a la hora que quisiese, pues atodas lo hallaba en el ms mnimo bodegn de toda la ciudad.

    No les pareci mal a los dos amigos la relacin del asturianillo, ni les descontentel oficio, por parecerles que vena como de molde para poder usar el suyo con cubierta yseguridad, por la comodidad que ofreca de entrar en todas las casas; y luegodeterminaron de comprar los instrumentos necesarios para usalle, pues lo podan usar

    sin examen. Y, preguntndole al asturiano qu haban de comprar, les respondi quesendos costales pequeos, limpios o nuevos, y cada uno tres espuertas de palma, dosgrandes y una pequea, en las cuales se reparta la carne, pescado y fruta, y en el costal,el pan; y l les gui donde lo vendan, y ellos, del dinero de la galima 66del francs, locompraron todo, y dentro de dos horas pudieran estar graduados en el nuevo oficio,segn les ensayaban las esportillas67y asentaban los costales. Avisles su adalid68de lospuestos donde haban de acudir: por las maanas, a la Carnicera y a la plaza de SanSalvador; los das de pescado, a la Pescadera y a la Costanilla; todas las tardes, al ro;los jueves, a la Feria.

    Toda esta licin69 tomaron bien de memoria, y otro da bien de maana se

    plantaron en la plaza de San Salvador; y, apenas hubieron llegado, cuando los rodearonotros mozos del oficio, que, por lo flamante de los costales y espuertas, vieron sernuevos en la plaza; hicironles mil preguntas, y a todas respondan con discrecin ymesura. En esto, llegaron un medio estudiante y un soldado, y, convidados de lalimpieza de las espuertas de los dos novatos, el que pareca estudiante llam a Cortado,y el soldado a Rincn.

    -En nombre sea de Dios -dijeron ambos.

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    -Para bien se comience el oficio -dijo Rincn-, que vuesa merced me estrena, seormo.

    A lo cual respondi el soldado:-La estrena no ser mala, porque estoy de ganancia y soyenamorado, y tengo de

    hacer hoy banquete a unas amigas de mi seora.-Pues cargue vuesa merced a su gusto, que nimo tengo y fuerzas para llevarme

    toda esta plaza, y aun si fuere menester que ayude a guisarlo, lo har de muy buenavoluntad.

    Contentse el soldado de la buena gracia del mozo, y djole que si quera servir,que l le sacara de aquel abatido oficio. A lo cual respondi Rincn que, por ser aquelda el primero que le usaba, no le quera dejar tan presto, hasta ver, a lo menos, lo quetena de malo y bueno; y, cuando no le contentase, l daba su palabra de servirle a lantes que a un cannigo.

    Rise el soldado, cargle muy bien, mostrle la casa de su dama, para que la

    supiese de all adelante y l no tuviese necesidad, cuando otra vez le enviase, deacompaarle. Rincn prometi fidelidad y buen trato. Diole el soldado tres cuartos, y enun vuelo volvi a la plaza, por no perder coyuntura; porque tambin desta diligencia lesadvirti el asturiano, y de que cuando llevasen pescado menudo (conviene a saber:albures, o sardinas o acedas), bien podan tomar algunas y hacerles la salva70, siquierapara el gasto de aquel da; pero que esto haba de ser con toda sagacidad yadvertimiento, porque no se perdiese el crdito, que era lo que ms importaba en aquelejercicio.

    Por presto que volvi Rincn, ya hall en el mismo puesto a Cortado. LlegseCortado a Rincn, y preguntle que cmo le haba ido. Rincn abri la mano y mostrle

    los tres cuartos. Cortado entr la suya en el seno y sac una bolsilla, que mostraba habersido de mbar en los pasados tiempos; vena algo hinchada, y dijo:-Con sta me pag su reverencia del estudiante, y con dos cuartos; mas tomadla

    vos, Rincn, por lo que puede suceder.Y, habindosela ya dado secretamente, veis aqu do vuelve el estudiante trasudando

    y turbado de muerte; y, viendo a Cortado, le dijosi acaso haba visto una bolsa de talesy tales seas, que, con quince escudos de oro en oro y con tres reales de a dos y tantosmaraveds en cuartos y en ochavos, le faltaba, y que le dijese si la haba tomado en elentretanto que con l haba andado comprando. A lo cual, con estrao disimulo, sinalterarse ni mudarse en nada, respondi Cortado:

    -Lo que yo sabr decir desa bolsa es que no debe de estar perdida, si ya no es quevuesa merced la puso a mal recaudo.-Eso es ello, pecador de m -respondi el estudiante-: que la deb de poner a mal

    recaudo, pues me la hurtaron!-Lo mismo digo yo -dijo Cortado-; pero para todo hay remedio, si no es para la

    muerte, y el que vuesa merced podr tomar es, lo primero y principal, tener paciencia;que de menos nos hizo Dios y un da viene tras otro da, y donde las dan las toman; ypodra ser que, con el tiempo, el que