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Junio de 2011
Propuesta Didáctica | Autor: Guadalupe del Carmen Soto Alanis
BYCENEDANTOLOGÍA DE CUENTOS PARA EL FOMENTO Y PRÁCTICA DE VALORES
EL HÉROE QUE IBA A SALVAR EL MUNDO
Estaba Toto, un niño totalmente normal, caminando por la
playa, cuando un erizo de mar lo picó. En ese preciso instante,
al sacudir el pie, le atacaron a la vez una medusa, un mosquito
y un pez loro, mientras pisaba la cola a un ornitorrinco y le caía
en la cabeza una cagarruta de gaviota... Total, que de todas
aquellas coincidencias sólo podía surgir un superhéroe, con
impresionantes superpoderes: ¡Superpower Ultra Man! Tales
eran los poderes de aquel fenómeno, que inmediatamente
pensó que no podría malgastarlos en cosas pequeñas, y
Superpower Ultra Man comenzó a buscar los peligros y
amenazas que acechaban al mundo para salvarnos a todos de
los malos más malísimos.
Pero por más que buscó con su supervisión, por más que
recorrió el mundo con su hipervelocidad y escuchó los cielos con su oído digital
multifrecuencia, no encontró a nadie tratando de conquistar la galaxia o de hacer
explotar el planeta. Por no encontrar, ni siquiera encontró a ningún villano tratando de
secar los mares o robar tan sólo una montañita. Parecía que todo el mundo, los buenos
y los malos, se dedicaban a cosas mucho más comunes y que sólo tenían problemas
normales. Así que el bueno de Superpower Ultra Man pasaba los días aburrido
explorando los cielos en busca de misiones imposibles a la altura de un superhéroe de
su valía.
Tanto se aburría, que cuando le ofrecieron hacer un programa de televisión para
demostrar sus habilidades terminó por aceptar, aunque sólo se tratase de una triste
exhibición en la que apenas podría rescatar a varias decenas de personas.
Y cuando por fin llegó ese momento de gloria con el que sueña todo superhéroe, resultó
que la demostración fue un desastre. Superpower Ultra Man estaba tan acostumbrado a
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pensar las cosas a lo grande, que no sabía cómo agarrar a una sola persona y ponerla
a salvo. Lo hacía de 20 en 20, sin controlar su fuerza o su velocidad, así que aquello
acabó en una ensalada de golpes, chichones, arañazos, gritos, huesos rotos y ropas
destrozadas. Doloridos y medio desnudos, los “salvados” terminaron llamando al
superhéroe de todo menos guapo, entre las sonoras risas de público y periodistas..
Posiblemente ningún superhéroe haya pasado nunca tanta vergüenza. Y es que desde
aquel día, cada vez que alguien renuncia a hacer algo por considerarlo demasiado
poco, todos le recuerdan el caso de Superpower Ultra Man, diciendo: “No seas tan
Superpower ni tan Ultra Man, que si no haces lo pequeño lo grande nunca sabrás”.
3
EL PAYASO DESCUIDADO
Había una vez un payaso llamado Limón. Era muy divertido,
pero también muy descuidado, y con casi todo lo que hacía
terminaba rompiéndose la chaqueta, o haciéndose un
agujero en el calcetín, o destrozando los pantalones por las
rodillas. Todos le pedían que tuviera más cuidado, pero eso
era realmente muy aburrido, así que un día tuvo la feliz idea
de comprarse una máquina de coser de las buenas. Era tan
estupenda que prácticamente lo cosía todo en un momento,
y Limón apenas tenía que preocuparse por cuidar las cosas.
Y así llegó el día más especial de la vida de Limón, cuando todos en su ciudad le
prepararon una fiesta de gala para homenajearle. Ese día no tendría que llevar su
colorido traje de payaso, ese día iría como cualquier otra persona, muy elegante, con su
traje, y todos hablarían de él. Pero cuando aquella noche fue a buscar en su armario,
no tenía ni un solo traje en buen estado. Todos estaban rotos con decenas de cosidos,
imposibles para presentarse así en la gala.
Limón, que era rápido y listo, lo arregló presentándose en la
gala vestido con su traje de payaso, lo que hizo mucha gracia a
todos menos al propio limón, que tanto había soñado con ser él
por una vez el protagonista de la fiesta, y no el payaso que
llevaba dentro...
Al día siguiente, muy de mañana, Limón sustituyó todos sus
rotos trajes, y desde entonces, cuidaba las cosas con el mayor
esmero, sabiendo que “poner un remedio tras otro, terminaría
por no tener remedio”.
4
EL PAÍS SIN PUNTA
Juanito trotamundos era una gran viajero. Una vez llegó a una ciudad
donde las esquinas de las casas eran redondas los tejados no
acababan en punta, sino en una especie de joroba suave. En la calle
había un rosal y Juanito cogió una rosa para ponérsela en el ojal de la
chaqueta. Mientras las cogía se dio cuenta de que las espinas ni
pinchaban, no tenían punta y parecían de goma, y hacían cosquillas en las manos.
De pronto apareció un guardia municipal y le dijo sonriendo: -¿No sabía que estaba
prohibido coger rosas?
-¡Lo siento, no había pensado en ello!
-En este caso sólo pagara la mitad de la multa –dijo el guardia sonriendo.
Juanito observó que escribía la multa con un lápiz, sin punta, y le dijo: -¿Me permite ver
su espada?
-Con mucho gusto –contestó el guardia.
Y, naturalmente, la espada tampoco tenía punta. ¿Pero qué país es este? –preguntó
Juanito.
-El país sin punta. Y ahora, por favor, deme dos bofetadas –dijo el guardia.
Juanito se quedó de piedra. Y respondió: -¡Por el amor de dios, no quiero ir a la cárcel
por maltrato a un oficial! Las dos bofetadas, en todo caso, debería recibirlas yo.
-Pero aquí se hace así -explicó gentilmente el guardia. Por una multa entera, cuatro
bofetones, por media multa, solo dos.
-¿Al guardia?
¡Pero es injusto! ¡Es terrible!
-oh, claro que es injusto –dijo el guardia. La cosa es tan odiosa que la gente, para no
verse obligada a abofetear a unos pobres hombres inocentes, se cuida se cuida de no
hacer nada contra la ley. Venga, deme esos dos bofetones y en otra vez fíjese lo que
hace.
-Pero yo no quiero dárselos: Si acaso una caricia.
-Si es así –concluyó el guardia –lo tendré que acompañar a la frontera.
Y, Juanito avergonzado se vio obligado a abandonar el país sin punta, pero aún hoy,
sueña con poder volver.
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LA PLANTA CARNÍVORA Y EL CARNICERO
Flora era una planta carnívora, pero carnívora de
verdad, que vivía en un supermercado junto al
puesto de Paco, su gran amigo carnicero. Paco la
trataba con cariño y atención y siempre tenía
algún trocito de carne que darle al final de cada día.
Pero un día, Flora no recibió su ración de carne, y al día siguiente tampoco, y empezó a
preocuparse tanto, que decidió espiar a Paco.
Así fue como descubrió que el carnicero no le daba nada de carne porque guardaba
grandes trozos en una gran caja amarilla. Haciéndose la despistada, Flora llegó a
pedirle un poco de aquella comida guardada en la caja, pero Paco respondió muy
severo que no, y añadió:
- ¡Ni se te ocurra, Flora! No se te ocurra tocar la carne de esa caja. La planta se sintió
dolida, además de hambrienta, y no dejaba de pensar para quién podría estar
reservando el carnicero aquellas delicias. Con sus malos pensamientos se fue llenado
de rabia y de ira, y aquella misma noche, cuando no quedaba nadie en la tienda, llegó a
la caja, la abrió, y comió carne hasta ponerse morada...
A la mañana siguiente, justo cuando llegó Paco para descubrir el robo, Flora comenzó a
sentirse fatal. Su amigo le preguntó varias veces si había sido ella quien había cogido la
carne, y aunque comenzó negándolo, viendo la preocupación y el nerviosismo del
carnicero, decidió confesar.
- ¿Pero qué has hecho, imprudente?- estalló Paco- ¡¡Te dije que no la tocaras!! ¡Toda
esa carne estaba envenenada!! Por eso llevo días sin poder darte apenas nada, porque
nos enviaron un cargamento estropeado...
A la carrera, tuvieron que ir a buscar un quimijardioveterinario con un invernadero-
hospital que pudo por poco salvar la vida de Flora, quien se pasó con grandes dolores
de raíces y cambios de colores en las hojas durante las siguientes dos semanas. El
susto fue grande para todos, pero al menos la planta aprendió que “obedecer las
normas puestas por quienes más nos quieren, es mucho más seguro que obrar
por nuestra cuenta sin más”.
6
EL VALIENTE JEFE COBARDE
Cuando el joven Nerino fue nombrado jefe de la tribu, todos
esperaban que, tal y como era costumbre en la isla, dedicase
sus esfuerzos a luchar contra la gran bestia del ojo de fuego,
el malvado ser que los aterrorizaba desde hacía cientos de
años. Nerino había prometido derrotar a la bestia, y aunque
era un buen luchador, no parecía mejor que los que habían
fracasado antes que él. Calculaban que no duraría mucho
más de un año como jefe de la tribu. Era más o menos el
tiempo que se tardaba en preparar y entrenar un grupo de
guerreros para viajar hasta la cima del volcán, donde vivía el
terrible enemigo. Una vez allí, sin importar lo valientes y
fuertes que fueran, todos los del grupo eran aniquilados en
unas pocas horas.
Pero no ocurrió nada. Nerino no preparó un ejército, ni entrenó más de lo habitual, ni
inventó nuevas tácticas de lucha. Se limitó a cambiar la comunidad de la tribu cuando
en verano la bestia lanzaba sus más feroces ataques, inundando todo con el abrasador
fuego de su ojo.
Todos le miraban con insistencia y preocupación. Le pedían que luchara, que hiciera
algo, que fuera tan valiente y cumpliera con su destino como jefes, pero Nerino se
limitaba a decir: “Venceré a la bestia, pero aún no es el momento”.
Así pasaron tantos años que Nerino se convirtió en un anciano. Y aunque le respetaban
como jefe, pues su estrategia de ir cambiando de lugar en la isla había permitido salvar
muchas vidas, todos le tenían por un cobarde.
Pero cuando ya nadie lo esperaba, Nerino preparó un grupo de guerreros. Lo hizo de
pronto, sin avisar, una fría noche de invierno. La nieve, rara en aquella isla, cubría el
suelo, y el grupo tuvo que marchar descalzo, con los pies helados, camino del volcán, a
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toda prisa. Junto a la cima del volcán encontraron la cueva de la bestia. Nerino entró
decidido, mientras sus compañeros realizaban los rituales típicos de despedida y se
disponían a morir...
Cuando entraron, el anciano estaba en pie junto a la bestia. Ésta estaba tendida en el
suelo, hecha un ovillo, temblando y gimiendo, al borde de la muerte. Nerino y sus
guerreros no tuvieron problemas para apoderarse del ojo de fuego y encadenar
fuertemente a la bestia.
De vuelta al campamento de la tribu, todos deseaban escuchar la aventura de Nerino y
su combate con la bestia. Ni siquiera el bebé más pequeño faltaba cuando el jefe inició
su relato:
- Jamás he pensado luchar con algo tan terrible, y hoy tampoco lo he hecho.” -dijo,
creando un sentimiento de extrañeza y curiosidad. Y prosiguió
- ¿Ninguno se había fijado en que la bestia nunca atacaba en los peores días del
invierno, y que después de alguna época especialmente fría, su fuego no era tan
intenso, ni sus ataques tan temibles? Durante muchos años he estado esperando una
nevada como la de hoy, pues lo que necesitábamos no eran guerreros, sino frío.
Cuando llegamos al volcán, la bestia estaba tan débil que no pudo ni luchar. Por fin
hemos acabado con siglos de luchas y muertes, y tenemos a la bestia y su ojo de fuego
a nuestro servicio.
Todos aclamaron la sabiduría de su jefe, y más le felicitaban quienes más le habían
criticado y despreciado por su supuesta cobardía. Y hasta el más impaciente de la tribu
aprendió que, a veces, “la paciencia puede llegar a ser mucho más útil que la
acción, aunque tengas que ser tan valiente que permitas que te traten como un
cobarde”.
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EL LABERINTO DE KRATÓN
En lo más profundo de la gran montaña, en un gran laberinto
de túneles creado por los grandes magos, vivía encerrada la
peor de las fieras, una bestia horrible a quien todos conocían
por el nombre de Kratón. Había sido encerrado allí tras
aterrorizar a todos los pueblos, en un laberinto mágico con una
única entrada y salida que cambiaba de lugar cada día.
Pero ocurrió que llegó a aquellas tierras un hombre de corazón malvado, perverso
hasta el extremo, cuyo único deseo era someter a todos los hombres del reino. Se
llamaba Jafa, y tanta prisa sentía por cumplir sus deseos, que al enterarse de la
existencia de Kratón, pensó en liberarlo para que le ayudara a completar sus planes,
por muy peligroso que fuera el monstruo.
Así, Jafa marchó hacia la gran montaña con todos sus sirvientes. Eran tantos y tan
temerosos de su amo, que no tardaron en encontrar la entrada del laberinto. Uno de
sus esclavos, gran sabio, ideó la forma de mostrarle la salida cada día, desde fuera,
una vez que el hombre estuviera en el interior de la montaña.
- Sólo una cosa más, mi señor- dijo el esclavo tras explicarle el sistema-. Cuando vaya
a salir del laberinto, debe esperar a que sea de noche. Por nada del mundo salgáis a
plena luz del día...
Y sin querer escuchar más, Jafa se introdujo en el laberinto. A gritos, en medio de una
gran oscuridad, comenzó a llamar al monstruo, explicándole sus intenciones. Él le
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sacaría del laberinto si a cambio Kratón permanecía a su servicio, aterrorizando al
pueblo, durante al menos diez años.
El monstruo, también a gritos, estuvo de acuerdo con la oferta del malvado, pues sólo
quería salir de allí para vengarse. Cuando tras varios días se encontraron en medio de
la más negra oscuridad, celebraron su terrible pacto. Y siguiendo el sistema que Jafa
había acordado con su esclavo, no tardaron en encontrar la salida. Al acercarse, la
brillante luz del sol asomaba a la entrada del laberinto, y Jafa recordó las palabras del
esclavo. Lleno de impaciencia, el malvado se sentó a esperar, pero la bestia, viéndose
libre, no quiso ni oír hablar de más esperas, y olvidándose del pacto, salió corriendo del
laberinto.
Desde dentro, Jafa oyó los terribles gemidos de dolor de Kratón. Sentía un gran miedo,
pero también la necesidad de salir a ver lo ocurrido con su bestia. Y aunque seguía
recordando las palabras de su esclavo, decidió salir.
Nada más asomar su rostro Jafa, la luz del sol y la de otros mil espejos dispuestos por
el sabio esclavo para iluminar aquel punto atravesaron sus ojos. Ojos que, indefensos
por la oscuridad en la que habían vivido durante días, se quemaron al instante, dejando
ciego de por vida al impaciente Jafa, como poco antes había ocurrido con Kratón. Y así,
ambos malvados, ciegos, torpes e impacientes, ni siquiera pudieron ver cómo
fracasaban sus planes, quedando para siempre castigados a una vida de oscuridad,
junto a las demás criaturas de la noche.
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EL ELEFANTE QUE QUERÍA SER FOTÓGRAFO
Había una vez un elefante que quería ser fotógrafo. Sus
amigos se reían cada vez que le oían decir aquello:
- Qué tontería - decían unos- ¡no hay cámaras de fotos para
elefantes!
- Qué pérdida de tiempo -decían los otros- si aquí no hay
nada que fotografiar...
Pero el elefante seguía con su ilusión, y poco a poco fue reuniendo trastos y aparatos
con los que fabricar una gran cámara de fotos. Tuvo que hacerlo prácticamente todo:
desde un botón que se pulsara con la trompa, hasta un objetivo del tamaño del ojo de
un elefante, y finalmente un montón de hierros para poder colgarse la cámara sobre la
cabeza.
Así que una vez acabada, pudo hacer sus primeras fotos, pero su cámara para
elefantes era tan grandota y extraña que parecería una gran y ridícula máscara, y
muchos se reían tanto al verle aparecer, que el elefante comenzó a pensar en
abandonar su sueño.. Para más desgracia, parecían tener razón los que decían que no
había nada que fotografiar en aquel lugar...
Pero no fue así. Resultó que la pinta del elefante con su cámara era tan divertida, que
nadie podía dejar de reír al verle, y usando un montón de buen humor, el elefante
consiguió divertidísimas e increíbles fotos de todos los animales, siempre alegres y
contentos, ¡incluso del malhumorado riño!; de esta forma se convirtió en el fotógrafo
oficial de la sabana, y de todas partes acudían los animales para sacarse una sonriente
foto para el pasaporte para ir al zoológico
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UN ENCARGO INSIGNIFICANTE
El día de los encargos era uno de los más esperados por
todos los niños de segundo grado. Se celebraba durante
la primera semana del curso, y ese día cada niño y cada
niña recibía un encargo del que debía hacerse
responsable durante ese año. Como con todas las cosas,
había encargos más o menos interesantes, y los niños se
hacían ilusiones con recibir uno de los mejores. A la hora
de repartirlos, la maestra tenía muy en cuenta quiénes
habían sido los alumnos más responsables del año anterior, y éstos eran los que con
más ilusión esperaban aquel día. Y entre ellos destacaba Rita, una niña amable y
tranquila, que el año anterior había cumplido a la perfección cuanto la maestra le había
encomendado. Todos sabían que era la favorita para recibir el gran encargo: cuidar del
perro de la clase.
Pero aquel año, la sorpresa fue mayúscula. Cada uno recibió alguno de los encargos
habituales, como preparar los libros o la radio para las clases, avisar de la hora, limpiar
la pizarra o cuidar alguna de las mascotas. Pero el encargo de Rita fue muy diferente:
una cajita con arena y una hormiga. Y aunque la profesora insistió muchísimo en que
era una hormiga muy especial, Rita no dejó de sentirse desilusionada.
La mayoría de sus compañeros lo sintieron mucho, y le compadecían y comentaban
con ella la injusticia de aquella asignación. Incluso su propio padre se enfadó
muchísimo con la profesora, y animó a Rita a no hacer caso de la insignificante
mascotilla en señal de protesta. Pero Rita, que quería mucho a su profesora, prefería
mostrarle su error haciendo algo especial con aquel encargo tan poco interesante:
- Convertiré este pequeño encargo en algo grande -decía Rita
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.
Así que Rita investigó sobre su hormiga: aprendió sobre las distintas especies y estudió todo lo referente a su hábitat y costumbres, y adaptó su pequeña cajita para que fuera perfecta. Cuidaba con mimo toda la comida que le daba, y realmente la hormiga llegó a crecer bastante más de lo que ninguno hubiera esperado...
Un día de primavera, mientras estaban en el aula, se abrió la puerta y apareció un
señor con aspecto de ser alguien importante. La profesora interrumpió la clase con gran
alegría y dijo:
- Este es el doctor Martínez. Ha venido a contarnos una noticia estupenda ¿verdad?
- Efectivamente. Hoy se han publicado los resultados del concurso, y esta clase ha sido
seleccionada para acompañarme este verano a un viaje por la selva tropical, donde
investigaremos todo tipo de insectos. De entre todas las escuelas de la región, sin duda
es aquí donde mejor han sabido cuidar la delicada hormiga gigante que se les
encomendó. ¡Felicidades! ¡Son unos ayudantes estupendos!
Ese día todo fue fiesta y alegría en el colegio: todos felicitaban a la maestra por su idea
de apuntarles al concurso, y a Rita por haber sido tan paciente y responsable. Muchos
aprendieron que para recibir las tareas más importantes, hay que saber ser responsable
con las más pequeñas, pero sin duda la que más disfrutó fue Rita, quien repetía para
sus adentros "convertiré ese pequeño encargo en algo grande”.
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EL LEOPARDO EN SU ÁRBOL
Hubo una vez en la selva un leopardo muy nocturno.
Apenas podía dormir por las noches, y tumbado sobre
la rama de su precioso árbol, se dedicaba a mirar lo
que ocurría en la selva durante la noche. Fue así como
descubrió que en aquella selva había un ladrón,
observándole pasar cada noche a la ida con las manos
vacías, y a la vuelta con los objetos robados durante
sus fechorías. Unas veces eran los plátanos del señor
mono, otras la peluca del león o las manchas de la
cebra, y un día hasta el colmillo postizo que el gran
elefante solía llevar el secreto.
Pero como aquel leopardo era un tipo muy tranquilo
que vivía al margen de todo el mundo, no quiso decir nada a nadie, pues la cosa no iba
con él, y a decir verdad, le hacía gracia descubrir esos secretillos.
Así, los animales llegaron a estar revolucionados por la presencia del sigiloso ladrón: el
elefante se sentía ridículo sin su colmillo, la cebra parecía un burro blanco y no digamos
el león, que ya no imponía ningún respeto estando calvo como una leona. Así estaban
la mayoría de los animales, furiosos, confundidos o ridículos, pero el leopardo siguió
tranquilo en su árbol, disfrutando incluso cada noche con los viajes del ladrón.
Sin embargo, una noche el ladrón se tomó vacaciones, y después de esperarlo durante
largo rato, el leopardo se cansó y decidió dormir un rato. Cuando despertó, se
descubrió en un lugar muy distinto del que era su hogar, flotando sobre el agua, aún
subido al árbol. Estaba en un pequeño lago dentro de una cueva, y a su alrededor pudo
ver todos aquellos objetos que noche tras noche había visto robar... ¡el ladrón había
cortado el árbol y había robado su propia casa con él dentro! Aquello era el colmo, así
que el leopardo, aprovechando que el ladrón no estaba por allí, escapó corriendo, y al
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momento fue a ver al resto de animales para contarles dónde guardaba sus cosas
aquel ladrón...
Todos alabaron al leopardo por haber descubierto al ladrón y su escondite, y permitirles
recuperar sus cosas. Y resultó que al final, quien más salió perdiendo fue el leopardo,
que no pudo replantar su magnífico árbol y tuvo que conformarse con uno mucho peor y
en un sitio muy aburrido... y se lamentaba al recordar su indiferencia con los
problemas de los demás, viendo que a la larga, por no haber hecho nada, se
habían terminado convirtiendo en sus propios problemas.
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EL JARDÍN NATURAL
Hubo una vez un rey que tenía un gran palacio cuyos
jardines eran realmente maravillosos. Allí vivían miles de
animales de cientos de especies distintas, de gran variedad
y colorido, que convertían aquel lugar en una especie de
paraíso del que todos disfrutaban.
Sólo una cosa en aquellos jardines disgustaba al rey:
prácticamente en el centro del lugar se veían los restos de lo
que siglos atrás había sido un inmenso árbol, pero que
ahora lucía apagado y casi seco, restando brillantez y color
al conjunto. Tanto le molestaba, que finalmente ordenó
cortarlo y sustituirlo por un precioso juego de fuentes.
Algún tiempo después, un astuto noble estuvo visitando al
rey en su palacio. Y en un momento le dijo disimuladamente al oído:
- Majestad, sois el más astuto de los hombres. En todas partes se oye hablar de la
belleza de estos jardines y la multitud de animales que los recorren. Pero en el tiempo
que llevo aquí, apenas he podido ver otra cosa que no fuera esta fuente y unos pocos
pajarillos... ¡Qué gran engaño!
El rey, que nunca pretendió engañar a nadie, descubrió con horror que era verdad lo
que decía el noble. Llevaban tantos meses admirando las fuentes, que no se habían
dado cuenta de que apenas quedaban unos pocos animales. Sin perder un segundo,
mandó llamar a los expertos y sabios de la corte. El rey tuvo que escuchar muchas
mentiras, inventos y suposiciones, pero nada que pudiera explicar lo sucedido. Ni
siquiera la gran recompensa que ofreció el rey permitió recuperar el esplendor de los
jardines reales.
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Muchos años después, una joven se presentó ante el rey asegurando que podría
explicar lo sucedido y recuperar los animales.
- Lo que pasó con su jardín es que no tenía suficientes excrementos, majestad. Sobre
todo de polilla.
Todos los presentes rieron el chiste de la joven. Los guardias se disponían a expulsarla
cuando el rey se lo impidió.
- Quiero escuchar la historia. De las mil mentiras que he oído, ninguna había empezado
así.
La joven siguió muy seria, y comenzó a explicar cómo los grandes animales de aquellos
jardines se alimentaban principalmente de pequeños pájaros de vivos colores, que
debían su aspecto a su comida, compuesta por unos coloridos gusanos a su vez se
alimentaban de varias especies rarísimas de plantas y flores que sólo podían crecer en
aquel lugar del mundo, siempre que hubiera suficiente excremento de polillas... y así
siguió contando cómo las polillas también eran la base de la comida de muchos otros
pájaros, cuyos excrementos hacían surgir nuevas especies de plantas que alimentaban
otros insectos y animales, que a su vez eran vitales para la existencia de otras
especies... Y hubiera seguido hablando sin parar, si el rey no hubiera gritado.
- ¡Basta! ¿Y se puede saber cómo sabes tú todas esas cosas, siendo tan joven?-
preguntó.
- Pues porque ahora todo ese jardín ahora está en mi casa. Antes de haber nacido yo,
mi padre recuperó aquel viejo árbol arrancado del centro de los jardines reales y lo
plantó en su jardín. Desde entonces, cada primavera, de aquel árbol surgen miles y
miles de polillas. Con el tiempo, las polillas atrajeron los pájaros, y surgieron nuevas
plantas y árboles, que fueron comida de otros animales, que a su vez lo fueron de
otros... Y ahora, la antigua casa de mi padre está llena de vida y color. Todo fue por las
polillas del gran árbol.
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- ¡Excelente! -exclamó el rey-. Ahora podré recuperar mis jardines. Y a tí, te haré rica.
Asegúrate de que dentro de una semana todo esté listo. Utiliza tantos hombres como
necesites.
- Me temo que no podrá ser majestad- dijo la joven-. Si queréis, puedo intentar volver a
recrear los jardines, pero no viviréis para verlo. Hacen falta muchísimos años para
recuperar el equilibrio natural. Con mucha suerte, cuando yo sea anciana podría estar
listo. Esas cosas no dependen de cuántos hombres trabajen en ellas.
El rostro del anciano rey se quedó triste y pensativo, comprendiendo lo delicado que es
el equilibrio de la naturaleza, y lo imprudente que fue al romperlo tan alegremente. Pero
amaba tanto aquellos jardines y aquellos animales, que decidió construir un inmenso
palacio junto a las tierras de la joven. Y con miles de hombres trabajando en la obra,
pudo verla terminada en muchísimo menos tiempo del que hubiera sido necesario para
restablecer el equilibrio natural de aquellos jardines en cualquier otro lugar.
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FACILITONIA, EL PARAÍSO DE LAS COSAS FÁCILES
Contaba la leyenda que existía un país llamado Facilitonia
donde todo era extremadamente fácil y sencillo. Roberto y
Laura, una pareja de aventureros, dedicó mucho tiempo a
investigar sobre aquel lugar, y cuando creyeron saber
dónde estaba fueron en su busca. Vivieron mil aventuras y
pasaron cientos de peligros; contemplaron lugares
preciosos y conocieron animales nunca vistos. Y finalmente,
encontraron Facilitonia.
Todo estaba en calma, como si allí se hubiera parado el tiempo. Les recibió quien
parecía ser el único habitante de aquel lugar, un anciano hombrecillo de ojos tristes.
- Soy el desgraciado Puk, el condenado guardián de los durmientes - dijo con un
lamento. Y ante la mirada extrañada de los viajeros, comenzó a contar su historia.
El anciano explicó cómo los facilitones, en su búsqueda por encontrar la más fácil de
las vidas, una vida sin preocupaciones ni dificultades, habían construido una gran
cámara, en la que todos dormían plácidamente y tenían todo lo que podían necesitar.
Sólo el azar había condenado a Puk a una vida más dura y difícil, con la misión de
cuidar del agradable sueño del resto de facilitones, mantener los aparatos y retirar a
aquellos que fueran muriendo por la edad. Todo aquello ocurrió muchos años atrás, y
los pocos facilitones que quedaban, aquellos que como Puk eran muy jóvenes cuando
iniciaron el sueño, eran ya bastante ancianos.
Los viajeros no podían creer lo que veían.
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- ¿En serio sientes envidia del resto?
- ¡Pues claro!- respondió Puk- Mira qué vida tan sencilla y cómoda llevan. Yo, en
cambio, tengo que buscar comida, sufrir calor y frío, reparar las averias, preocuparme
por los durmientes y mil cosas más... ¡esto no es vida!
Los aventureros insistieron mucho en poder hablar con alguno de ellos, y con la excusa
de que les hablara de su maravillosa existencia, convencieron a Puk para que
despertara a uno de los durmientes. El viejo protestó pero se dejó convencer, pues en
el fondo él también quería escuchar lo felices que eran los facilitones.
Así, despertaron a un anciano. Pero cuando hablaron con él, resultó que sólo era un
anciano en apariencia, pues hablaba y pensaba como un niño. No sabía prácticamente
nada, y sólo contaba lo bonitos que habían sido sus sueños. Puk se sintió horrorizado, y
despertó al resto de durmientes, sólo para comprobar que a todos les había ocurrido lo
mismo. Habían hecho tan pocas cosas en su vida, habían superado tan pocas
dificultades, que apenas sabían hacer nada, y al verlos se dudaba de que hubieran
llegado a estar vivos alguna vez. Ninguno quiso volver a su plácido sueño, y el bueno
de Puk, con gran paciencia, comenzó a enseñar a aquel grupo de viejos todas las
cosas que se habían perdido.
Y se alegró enormemente de su suerte en el sorteo, de cada noche que protestó por
sus tareas, de cada problema y dificultad que había superado, y de cada vez que no
entendió algo y tuvo que probar cien veces hasta aprenderlo. En resumen, de haber
sido el único de todo su pueblo que había llegado a vivir de verdad.
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EL JOVEN CANGREJO.
Erase una vez que un joven cangrejo que empezó a
pensar: -¿Por qué en mi familia todos caminan hacia
atrás? Yo quiero empezar a caminar hacia adelante como
lo hacen los otros animales.
Empezó a enterarse y los primeros días acababa agotado
de tanta esfuerzo. Poquito a poco fue aprendiendo,
porque todo se aprende si uno quiere.
Cuando estuvo ya muy seguro de sí mismo, se presentó
ante su familia y dijo:
-“Fíjense bien”.
Hizo una magnífica carrera hacia adelante.
-¡Hijo mío! Camina como te han enseñado tu padre y tu madre, camina como tus
hermanos que tanto te quieren.
Sus hermanos se reían de él.
Su padre lo miró y le dijo:
-¡Ya basta! Si quieres vivir con nosotros, camina como todos. Si quieres ir a los tuyo, el
río es muy grande, vete y no vuelvas más.
El cangrejo quería mucho a los suyos, pero estaba tan seguro de ir por el buen camino
que no tenía dudas; abrazó a su madre, saludó a su padre y a sus hermanos y se fue a
conocer el mundo.
Los animalitos a su paso creen que el mundo va al revés. Pero el cangrejo continúa
hacia adelante
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Poco después oye una voz que lo llama. Era un viejo cangrejo de expresión
melancólica que estaba solo al lado de una roca.
-¡Buenos días!- dijo el cangrejo.
El anciano lo observó largamente y preguntó
-¿Qué crees que haces? También yo cuando era joven pensaba que enseñaría a los
cangrejos a caminar hacia adelante. Y mira lo que he ganado: vivo solo y la gente no
me dirige la palabra. Mientras estés a tiempo, hazme caso, conténtate con hacer como
los demás y un día me agradecerás el buen consejo.
El joven no dijo nada pero pensaba
-Tengo razón yo.
Y saludando gentilmente al viejo, reemprendió orgullosamente su camino.
Los animales se preguntaban ¿Irá muy lejos? ¿Hará fortuna? ¿Organizará todas las
cosas desordenadas de este mundo?
Nosotros no lo sabemos, porque el continúa caminando para adelante con el mismo
coraje y decisión del primer día; sólo podemos desearle de todo corazón: ¡Buen viaje!
Ante esto el cangrejo aprendió que “Cuando vas a contracorriente eres el punto de
mira de todos los demás”.
22
LA TAREA DE MATEMÁTICAS
Mateo era el típico alumno que siempre obtenía las
calificaciones más bajas del grupo y todos sus
compañeros se burlaban de él y lo llamaban “Mateo el
burro”.
Al terminar su clase de matemáticas, la maestra como
siempre preguntó ¿alguien tiene alguna duda?
Mateo como ya era costumbre se moría de la angustia y de
ganas de gritar “Yooooooooooo maestra, no entendí el
procedimiento de las restas”, pero era tanto su miedo de que
todos soltaran las carcajadas por esto, que mejor decidió
callar nuevamente.
-Entonces todo quedó comprendido, me da muchísimo gusto porque entonces no habrá
problemas para que me resuelvan estas restas, las cuales serán la guía del examen
que se llevará a cabo el día de mañana.
-¡Nooooooooooooooooooooooo! qué voy hacer si yo no entendí, otra vez seré quien
saque las calificaciones más bajas, pensó Mateo.
Al llegar a su casa intento resolver la tarea, pero no pudo, su mente estaba bloqueada
porque no había entendido cómo resolverlas y comenzó a llorar.
Mientras lloraba, un pequeño ratón lo observaba quien se compadeció de él.
-No llores amiguito, ¿qué te pasa, por qué estás tan triste?, preguntó el animal.
-Siempre es lo mismo, nunca entiendo en las clases y me da mucha pena preguntarle a
la maestra o pedirle que me explique, por eso siempre repruebo los exámenes y todos
me llaman “Mateo el burro”, ya no quiero se visto así, me duele que mis compañeros
piensen que soy un tonto.
23
-Yo puedo ayudarte, no te apures, dijo el ratón.
-¿Tú?, pero si eres un simple ratón ¿qué vas a saber de restas?, respondió Mateo.
-Mmmmm, no porque sea un ratón significa que no sepa, mira te lo voy a demostrar. A
ver dime una de las operaciones que tengas de tarea y yo la resolveré…
-A ver cuánto es 23-5
-Son 18,
-13-7= 6 22-9= 13 17+5-4=18 15+6-9=12
-¿Estás seguro amiguito?, tengo miedo que me esté contando mentiras
-No cómo crees que haré eso, mira te ayudaré a hacer las demás y se las mostrarás a
mamá y ella te dirá si realmente están bien, exclamo el ratón.
Efectivamente al terminar la tarea Mateo se dirigió al cuarto de mamá y le pidió que le
revisará la tarea, la cual antes de revisar le comentó.
-Mateo espero que hoy si hayas puesto atención a la maestra y que esta tarea esté
bien, siempre es lo mismo y ya me cansé.
Mateo bajó la cabeza esperando un nuevo regaño, pero en esta ocasión recibió un gran
abrazo, un beso y una felicitación por parte de su madre
-Hijo me da mucho gusto que estés aprendiendo y que hayas puesto atención, vas a
ver que mañana te irá muy bien en tu examen.
Mateo le pidió al ratón que lo acompañara a la escuela y le ayudara a resolver el
examen, el ratón aceptó.
24
Al llegar a la escuela la maestra se alegró de ver la tarea de Mateo y lo felicitó frente a
todos, luego repartió los exámenes, Mateo con ayuda del ratón que estaba escondido
en su lapicera terminó exitosamente el examen.
Después del recreo la maestra dio a conocer el resultado, todos esperaban que
nuevamente Mateo reprobara, pero en realidad en esta ocasión obtuvo las
calificaciones más altas, lo cual cambió la imagen que tenía de él. Pero Mateo no se
sentía satisfecho, pues él sabía que eso no eres fruto de su trabajo, pues quien
realmente obtuvo esa calificación fue el ratón, así que en medio de los aplausos que
estaba recibiendo, expresó.
-Esto es una farsa, esa calificación no es mía.
-¿Qué dices Mateo?, claro que es tu calificación yo misma revisé tu examen.
-Sí, ese examen no lo hice yo y sacó al ratón de su caja de lápices, él es quien merece
ese 10.
La maestra quedó sorprendida y no lo podía creer, pero Mateo hizo una comprobación
de lo que el animalito sabía y que dejó totalmente anonadados a todos, cómo un simple
animalito sabría más que todos. A pesar de la trampa que hizo Mateo, la maestra
decidió darle una nueva oportunidad, pues Mateo fue muy honesto al contar lo que
realmente había pasado y al darle los créditos a quien obtuvo esa calificación.
Esta vez Mateo decidió no callar y le dijo a la maestra que él necesitaba que le
explicaran 2 veces pues nunca entendía a la primera, por eso siempre reprobaba, así
que desde entonces entre la maestra y el ratón se ocuparon de explicarle los tema las
veces necesitaba y de esta manera todos olvidaron a “Mateo el burro” y comprendieron
que “la honestidad nos da los premios más satisfactorios y el reconocimiento de
la verdad”.
25
EL CARACOL
Erase una vez un caracol que quería ir a ver el
agujero por donde sale el sol. Caminó y caminó,
fue arrastrándose siete días y siete noches sin
detenerse para nada, muy ilusionado por llegar.
Y después de arrastrarse toda una semana,
estaba muy fatigado y con tanto dolor de barriga
que no podía seguir más, por lo que consideró
apropiado buscar una hierbita de “poleo” para hacerse una sopita y recuperar fuerzas.
Encontró una planta de la hierba deseada, pero no pudo arrancarla. Por suerte llegó un
escarabajo, que la verle tan atareado le dijo:
-¿Qué haces caracol?
-Quiero arrancar esta hierba de “poleo”, porque tengo dolor de barriga de tanto caminar
para ver por dónde sale el sol.
-Como veo que tu solo no puedes, te ayudaré.
El escarabajo se agarró detrás del caracol y estiraron y estiraron, pero la hierba se
resistió.
En eso estaban cuando llegó la rana, salto a salto y al ver a aquél par tan atareados les
preguntó:
-¿Qué hacen aquí?
-Queremos arrancar esta hierba de poleo puesto que el caracol ha tomado un dolor de
barriga cuando iba a ver por dónde sale el sol.
-Como veo que no pueden, los voy a ayudar.
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Y la rana comenzó a estirar del escarabajo, quien a su vez tiraba del caracol, pero la
hierba se resistía.
Pasó por el lugar una ardilla, y al ver aquel terceto tan atareado les preguntó:
-¿Qué hacen tan atareados?
-¿Queremos arrancar esta hierba de poleo, puesto que el caracol ha tomado un dolor
de vientre cuando iba a ver por dónde sale el sol.
-Como veo que no pueden solos les ayudaré.
Y la ardilla comenzó a tirar a la rana y ésta al escarabajo quien a su vez estiraba al
caracol… pero la hierba se resistió.
Fueron pasando, así el conejo, el gato, el burrito y finalmente el buey.
El buey iba a una boda y al ver a aquella multitud reunida les preguntó:
Qué hacen tan atareados?
-¿Queremos arrancar esta hierba de poleo, puesto que el caracol ha tomado un dolor
de vientre cuando iba a ver por dónde sale el sol.
-Como veo que no pueden solos les ayudaré.
Tanto tiraron que consiguieron arrancar la hierba preciada.
El caracol y todos los animales estuvieron muy contentos porque había conseguido lo
que pretendían. El caracol con la hierba preparó una rica sopa e invitó a todos a comer.
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LA HILANDERA
Érase una vez un molinero muy pobre que no tenía en
el mundo más que a su hija. Ella era una muchacha
muy hermosa. Cierto día, el rey mandó llamar al
molinero, pues hacía mucho tiempo no le pagaba
impuestos. El pobre hombre no tenía dinero, así es que
se le ocurrió decirle al rey:
-Tengo una hija que puede hacer hilos de oro con la
paja.
-¡Tráela! -ordenó el rey.
Esa noche, el rey llevó a la hija del molinero a una habitación llena de paja y le dijo:
-Cuando amanezca, debes haber terminado de fabricar hilos de oro con toda esta paja.
De lo contrario, castigaré a tu padre y también a tí. La pobre muchacha ni sabía hilar, ni
tenía la menor idea de cómo hacer hilos de oro con la paja. Sin embargo, se sentó
frente a la rueca a intentarlo. Como su esfuerzo fue en vano, desconsolada, se echó a
llorar.
De repente, la puerta se abrió y entró un hombrecillo extraño.
-Buenas noches, dulce niña. ¿Por qué lloras?
-Tengo que fabricar hilos de oro con esta paja -dijo sollozando-, y no sé cómo hacerlo.
-¿Qué me das a cambio si la hilo yo? -preguntó el hombrecillo.
-Podría darte mi collar -dijo la muchacha.
-Bueno, creo que eso bastará -dijo el hombrecillo, y se sentó frente a la rueca.
Al otro día, toda la paja se había transformado en hilos de oro. Cuando el rey vio la
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habitación llena de oro, se dejó llevar por la codicia y quiso tener todavía más. Entonces
condujo a la muchacha a una habitación aún más grande, llena de paja, y le ordenó
convertirla en hilos de oro. La muchacha estaba desconsolada.
"¿Qué voy a hacer ahora?" se dijo.
Esa noche, el hombrecillo volvió a encontrar a la joven hecha un mar de lágrimas. Esta
vez, aceptó su anillo de oro a cambio de hilar toda la paja. Al ver tal cantidad de oro, la
avaricia del rey se desbordó. Encerró a la muchacha en una torre llena de paja.
-Si mañana por la mañana ya has convertido toda esta paja en hilos de oro, me casaré
contigo y serás la reina.
El hombrecillo regresó por la noche, pero la pobre muchacha ya no tenía nada más
para darle.
-Cuando te cases -propuso el hombrecillo- tendrás que darme tu primer hijo.
Como la muchacha no encontró una solución mejor, tuvo que aceptar el trato.
Al día siguiente, el rey vio con gran satisfacción que la torre estaba llena de hilos de
oro. Tal como lo había prometido, se casó con la hija del molinero.
Un año después de la boda, la nueva reina tuvo una hija. La reina había olvidado por
completo el trato que había hecho con el hombrecillo, hasta que un día apareció.
-Debes darme lo que me prometiste -dijo el hombrecillo.
La reina le ofreció toda clase de tesoros para poder quedarse con su hija, pero el
hombrecillo no los aceptó.
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-Un ser vivo es más precioso que todas las riquezas del mundo -dijo.
Desesperada al escuchar estas palabras, la reina rompió a llorar. Entonces el
hombrecillo dijo:
-Te doy tres días para adivinar mi nombre. Si no lo logras, me quedo con la niña.
La reina pasó la noche en vela haciendo una lista de todos los nombres que había
escuchado en su vida. Al día siguiente, la reina le leyó la lista al hombrecillo, pero la
respuesta de éste a cada uno de ellos fue siempre igual:
-No, así no me llamo yo.
La reina resolvió entonces mandar a sus emisarios por toda la ciudad a buscar todo tipo
de nombres.
Los emisarios regresaron con unos nombres muy extraños como Piedrablanda y
Aguadura, pero ninguno sirvió. El hombrecillo repetía siempre:
-No, así no me llamo yo.
Al tercer día, la desesperada reina envió a sus emisarios a los rincones más alejados
del reino.
Ya entrada la noche, el último emisario en llegar relató una historia muy particular.
-Iba caminando por el bosque cuando de repente vi a un hombrecillo extraño bailando
en torno a una hoguera. Al tiempo que bailaba iba cantando: "¡La reina perderá, pues
mi nombre nunca sabrá. Soy el gran Rumpelstiltskin!"
Entonces cuando llegó el hombrecillo a cobrar su recompensa se llenó de coraje y furia
al enterarse que la reina descubrió su nombre y no se podía explicar cómo lo habían
logrado, sin embargo nunca supo que por andar de burlesco, él miso se delató, cantó
victoria antes de tiempo.
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“GOTITA DE AGUA, COPITO DE NIEVE”
Había una vez una gotita de agua que soñaba con llegar a convertirse en nieve y cubrir
de blanco las praderas del campo. Pasaron años hasta que
una gran sequía bajó tanto el nivel de agua del lago en que
vivía que nuestra gotita se evaporó, subiendo, arriba, arriba,
hasta el cielo. Allí formaba parte de una nube, y en cuento
hizo un poco de frío, buscó la primera campiña para dejarse
caer y cubrirla de nieve.
Pero sólo era un copito de nieve, y en cuanto tocó el suelo,
apenas pasaron algunos segundos antes de derretirse de nuevo, y allí le tocó esperar
hasta que los rayos del sol volvieron a llevarla de nuevo hasta una nube blanca y
regordeta. Allí sin desanimarse por su primer fracaso, la gota volvió a dejarse nevar en
cuanto pudo, pero nuevamente, al cabo de unos pocos segundos se había derretido
completamente.
Varías veces volvió a evaporarse, otras tantas se convirtió en copito de nieve, y las
mismas veces fracasó en su intento de cubrir los campos y laderas de las montañas.
Finalmente fue a parar a una gran nube donde millones de gotitas se juntaban. A pesar
de ser gigantesca, en aquella nube se estaba bastante incómodo, pues unas cuantas
gotas parecían dar órdenes a todo el mundo, y las obligaban entre un gran jaleo a
apretujarse mucho;
-¡Las gotas más grandes abajo!, ¡Las más ligeras arriba!. ¡Venga, venga, venga! No hay
tiempo que perder…
Entonces pensó en dejarse caer de nuevo, pero una gotita simpática y divertida, la paró
diciendo:
-¿A dónde vas? ¿Es que no quieres participar?
Y al ver el gesto de sorpresa de nuestra gotita, le explicó que se estaban preparando
para una gran nevada.
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-A todas las gotitas que estamos aquí nos encanta ser copitos de nieve durante muchos
días, por eso nos hemos juntado en esta nube. Hace años intenté varias veces nevar
por mi cuenta, hasta que descubrí que no podría hacerlo sola. Y encontré esta nube
genial, donde todas nos ayudamos un poquito, y gracias a todos esos poquitos hemos
conseguido ¡las mejores de las nevadas de mundo!
Poco después ambas gotitas volaban por el cielo en forma de copos de nieve, rodeadas
de millones y millones de copos que cubrieron las verdes praderas de blanco. Y con
una inmensa alegría comprobó nuestra gotita, que cuando todos colaboran puede
conseguirse hasta lo que parece imposible.
32
EL ÁRBOL DE PAÑUELOS
Manolo andaba lentamente por las calles de la ciudad. A menudo
miraba atrás por si alguien le seguía. Tenía miedo de todo, de
encontrarse con algún conocido, con la policía o con algún
ladrón. Se encontraba mal y tenia frio. Diciembre llegaba y pronto
llegaba la navidad.
¿Qué podía hacer? En el bolsillo no tenía ni un duro, había
entrado en un restaurante para ofrecerse de lavaplatos a cambio
de un plato de comida, pero cuando lo vieron con el pelo sucio y la barba sin afeitar le
dijeron que no lo necesitaban.
Manolo llegó a la ciudad con mucho dinero, pensó que no se le acabaría nunca y se lo
gastaba sin control. No le faltaban amigos, pero cuando le vieron sin nada y medio
enfermo le dieron la espalda. Cada día pensaba alguna manera para conseguir dinero
de los demás.
Recordaba a sus padres y hermanos. ¡Qué felices deberían de estar en el pueblo! Pero
el los había ignorado desde que llegó a la ciudad. ¿Lo recibirían si se lo pedían? Todo
el dinero que le habían dado para que estudiara, Manolo lo había malgastado. Nunca
les había enviado ni una carta.
¿Una carta? A Manolo se le ocurrió una idea: les escribiría, les diría como vivía y que
dormía en la calle… Pero seguro que no lo perdonarían.
El padre de manolo volvía rendido del campo. Ya empezaba a
notar los años y se cansaba mucho. Su mujer, en la cocina,
preparaba la cena. Al rato llegaron los hijos a casa.
-Papa, ha llegado esta carta para ti. –dijo Cristian.
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El padre se sentó, abrió la carta y empezó a leerla. A mitad de la lectura levantó los ojos
y mirando hacia la cocina, quiso llamar a su mujer, pero las palabras no le salían de la
boca: -Isabel… Isabel…
Su mujer y los hijos acudieron sorprendidos para ver que pasaba. -¿Qué pasa? –
preguntó Isabel al ver a su marido tan agitado.
-Manolo… Esta carta es de Manolo. Léela en voz alta, Cristian.
-Queridos padres y hermanos: les pido perdón por todos los disgustos que les he dado,
por el olvido que he tenido hacia ustedes, por no haber cumplido ni un solo día mi
obligación de estudiante, por haber malgastado todo el dinero que me dieron para
conseguir un buen futuro. Estoy enfermo, sin dinero y nadie cree en mí…
Cristian dejó de leer, miró por la ventana y vio que los árboles no tenían hojas, hacía
frío y el cielo anunciaba una buena nevada. Puso la mirada hacia la carta y siguió la
lectura:
Si ustedes me perdonan y están dispuestos a acogerme, pongan un pañuelo blanco en
el árbol que hay entre la casa y la vía del tren.
Yo pasaré la víspera de navidad en el tren. Si veo el pañuelo en el árbol, bajaré e iré
hacia casa. Si no, lo entenderé y continuaré el viaje.
A medida que el tren se acercaba al pueblo, Manolo se ponía nervioso. ¿Estaría
colgado el pañuelo en el árbol? ¿Le perdonarían sus padres? ¿Y sus hermanos?
Pronto sabría ya que antes de diez minutos el tren pasaría en la estación de su pueblo.
El tren paso rápido por delante del árbol pero manolo lo vio.
¡Estaba lleno de pañuelos blancos que sus padres y sus hermanos habían atado al
árbol! El tren se paró, Manolo agarró su mochila y bajo deprisa. En el anden, bien
abrigados, porque estaba nevado, estaba toda su familia. Aquella navidad fue muy
diferente en el corazón de cada uno de ellos. Habían aprendido a perdonar y
recuperaban a su hijo.
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EL HERMANO DE JUAN EL SUCIO
Una vez había un niño tan desgraciado y sucio que todo el
mundo le llamaba “Juan el Sucio”. Tenía los libros por el
suelo, colocaba los zapatos sucios encima de la mesa y
metía los dedos en la mermelada. Nunca se había visto
una cosa igual.
Un buen día el hada ordenada entró en su habitación y
dijo:
-Esto no puede ser, ¡qué desorden! Vete al jardín a jugar con tu hermano mientras yo
arreglo todo esto.
-No tengo ningún hermano. –dijo Juan.
-Ya lo creo que tienes uno –dijo el hada-. Quizás tú no lo conozcas pero el si que te
conoce a ti. Vete al jardín y espéralo, verás como vendrá.
Juan se fue al jardín y empezó a jugar con barro. Pronto una ardilla saltó al suelo
moviendo la cola.
-¿Eres tú mi hermano? – le preguntó Juan.
La ardilla le miró y dijo:
-De ninguna manera, mi piel está bien cepillada, mi nido ordenado y mis hijos bien
educados. ¿Por qué me insultas preguntando si soy tu hermana?
La ardilla se subió a un árbol y Juan el sucio se quedó esperando.
Al rato se le presentó un pajarillo, después un magnífico gato de Angora y nadie quería
saber nada de él.
Después llegó gruñendo un cerdito. Juan el sucio no tenía ganas de decirle nada, pero
el cerdito le dijo:
-¡Buenos días, hermano!.
-Yo no soy hermano tuyo –contestó el chico.
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-¡Yo creo que sí! –Contestó el cerdo –ven, nos ensuciaremos con el barro.
-¡No! Dijo Juan –no quiero.
-Mírate las manos, los pies y el vestido, vamos que a tí te gusta esto - le dijo el cerdo –
luego comerás de nuestro rancho.
-Yo no quiero rancho –dijo Juan el sucio y se puso a llorar.
En ese momento llegó el hada ordenada y dijo:
-Ya está todo en su sitio y limpio, es preciso que tú también ordenes como yo he
ordenado. ¿Quieres ir con tu hermano o quieres venir conmigo y aprender a ser limpio y
ordenado?
-¡¡Contigo, contigo! –gritó Juan aferrándose al vestido del hada.
-¡Mejor –gruñó el cerdo –no pierdo gran cosa, tendré más rancho para mí. Y se fue.
Sacado de The Golden Windows de Laura Richards H. R. Allenson Ltd.
36
UNA HADA DEL SIGLO XX
Camino de la escuela, rosa se encontró una viejecita que tenía
hambre y, sin pensarlo más, le dio el almuerzo. De repente, la
viejecita se convirtió en un hada joven, llena de círculos
luminosos.
-Por tu buena acción –dijo el hada -, puedes pedir el don que
quieras y te lo concederé.
Rosa se quedó boquiabierta.
-¿Qué pasa? –le preguntó el hada.
-No nada. Estoy sorprendida, porque pensaba que todo esto eran historias.
-Anda –le dijo el hada –pide lo que quieras y vete corriendo al colegio.
-Quiero una bolsa muy grande llena de…
- ¡Rosa, en momentos así se debe ser espiritual! (comentó el hada interrumpiendo su
deseo).
-Pues que tenga una varita mágica con el poder de la suya.
El hada le dijo que la ambición era una mala concejera.
Rosa aprovechó la primera idea que le pasó por la cabeza:
-Pues que tenga la facultad de alzar con la mirada cualquier objeto o peso.
El hada hizo un gesto de desaprobación con los labios, tocó a la niña con la varita y se
esfumó. Rosa sintió como si le recorriera un escalofrió y, al ver que se encontraba otra
vez sola, respiró profundamente.
Se acordó de la hora de clase y comenzó a correr.
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Luego se le ocurrió probar el poder que le habían dado. Había una gran piedra blanca
al lado del camino; la miro, alzó la vista y la piedra se elevó, como si flotara en el aire.
-¡Caramba! –exclamó Rosa. Después, bajó la mirada y la piedra se cayó.
En la escuela, la niña se divirtió más que nunca. Hacia volar las carteras y los pupitres y
paseó a Silvia (una alumna poco amiga suya) por todo el techo del aula. Silvia, con los
ojos muy abiertos, se agarraba a la silla que le hacia de artificio aéreo.
-¡Basta! ¿Quién hace todo esto? –dijo la maestra.
-Soy yo señorita -respondió Rosa, que era muy leal –he dado el almuerzo a una
viejecita, que se ha convertido en hada y me ha concedido esta gracia.
-¡Es fantástico! –Dijo la maestra -¿Ya lo saben en tu casa?
-¡No!
-Debemos decírselo enseguida.
En casa, la madre estaba en la cocina y el abuelo arreglando la jaula del canario. Los
dos escucharon, de mala gana, el fogoso relato de la señorita.
En aquel momento, llegó el padre del trabajo, y hablando todos a la vez, le explicaron la
aventura de la niña y el padre no acababa de entenderlo.
-¿Por qué no lo prueban? –preguntó la profesora, que tenía ganas de lucirse con los
meritos de su alumna.
Y aprovechando un momento de estupor general, ordeno:
-¡Rosa alza el bufete!
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La niña contempló el mueble temblorosamente y este se elevó fácilmente, por la poca
convicción de la mirada. Se rompieron las copas de una licorera y se oyó un enorme
ruido.
El padre pensó que aquello parecía el reclamo de la fortuna. Se quiso asegurar de las
condiciones de su hija y la niña tuvo que pasear la nevera por todo el piso,
manteniéndola a dos palmas del suelo.
Durante la comida, el padre se pasó todo el rato apuntando cosas en una hoja de papel,
para sacar partido al hecho.
-¡Ya lo tengo! –Gritó el cabeza de la familia -.Se llamara “Grúa Mágica Gombau”.
-Debajo, como en subtítulo, le pondremos “Casa especializada en el traslado de pianos
y cajas fuertes”. Nos aremos millonarios.
El señor Gombau preguntó a su hija:
-¿Y tú, que dices?
A Rosa, se le ocurrieron muchas cosas agradables, pero se había desengañado de la
gente mayor y despiadada.
-Venga, di…explícate…No te quedes así… No seas tonta –dijo la maestra.
Acorralada, Rosa expresó en voz alta la primera cosa que se le ocurrió:
-Me gustaría hacer volar niños.
-Oh ¡qué bonito! –dijo la señorita, aplaudiendo.
Y el padre se tocó la frente, medito brevemente y dijo:
-Si, es un mensaje directo, fácil de interpretar. Una atracción… Contrataremos un
espacio en un parque de atracciones.
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Dicho y hecho: alquiló el lugar, construyó unos vehículos de madera y, con la ayuda de
un taller valenciano. Les dio formas de animales. Ya se sabe: un elefante, un cisne, un
ciervo… Los niños subían y rosa, sentada en un trono de yeso dorado, los hacia volar
con la mirada. Una vuelta cien pesos, dos vueltas, doscientos pesos.
Rosa se tenía que poner cada día un vestido largo y una diadema llena de lentejuelas,
de manera que se puede decir que no era feliz
Pero tenía mucho tiempo para pensar. Y meditando, meditando, mientras hacia volar a
los niños, se le ocurrió una cosa que podía ser la solución: cada vez que veía pasar una
señora vieja le levantaba unas cuantas palmas del suelo y la dejaba un rato en el aire.
Las señoras agitaban desesperadamente los brazos y ni tan solo podían gritar. Cuando
veía que no pasaba nada, Rosa las volvía suavemente al suelo y las ancianas huían.
Era un plan basado en la paciencia, cuestión de esperar.
Y los hechos premiaron la confianza, ya que un jueves por la tarde unas de las señoras
viejas, en cuanto la levantaron, se transformó en hada como antes. Muy enfadada,
señaló a Rosa con la varita y dijo:
-Por hacerme esto te quitaré el poder que te había dado. Desde ahora, vuelves a ser
una niña como las demás…
-¡Gracias a dios! –exclamó Rosa, arrancándose la diadema.
Bajó del trono de yeso y dio unos cuantos saludos amistosos a las personas que se
encontraban en el parque, pidió perdón a su padre y le explicó lo infeliz que había sido
en este tiempo. Su papá meditó y después de un rato le pidió también una disculpa por
no pensar en ella y desde entonces se dispusieron a recuperar el tiempo perdido para
ser felice
Leyenda, México
De todos es sabido que los dioses que viven sobre las nubes se
ocupan, entre otras cosas, de mandar lluvia a la tierra para que
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crezcan las plantas y de organizar las rutas de los vientos. También que, cuando no
tienen nada que hacer, los dioses juegan a la pelota sobre las nubes, o se tumban para
fumar pipa.
Hace muchos años, un dios de los más jóvenes se aburrió de hacer lo mismo de siempre y andaba triste y meditabundo. Otro de los dioses le preguntó que le ocurría, y el joven le conto que le gustaría tener un hijito. Así es como un día bajo a la tierra y empezó a vagar por ella. Nadie le reconocía como un dios, porque su aspecto era el de un hombre normal.
En uno de esos paseos, llegó hasta un arroyo y allí conoció a una muchacha muy bella
que iba a llenar su cántaro de agua. Pronto se enamoraron uno de otro y tuvieron un
hijo. El dios estaba muy feliz con su pequeño y su mujer, pero tuvo que abandonarles
por que no podía dejar por más tiempo olvidadas sus tareas en el cielo. Si no regulaba
pronto las lluvias y los vientos, se secarían las cosechas y su familia moriría de
hambre. Así que se despidió con mucha tristeza de ellos y desapareció.
La muchacha, cuando el joven se hubo marchado, vio que el suelo había una hermosa
piedra verde. La cogió, el agujero y se la colgó al niño en el cuello. Como estaba sola,
decidió regresar a la casa de sus padres, pero a éstos no les gustó que ella llegara con
un niño y le pidieron que lo matara. Entonces, la muchacha huyó de la casa y vagó por
e campo hasta que al anochecer, incapaz de matarlo, lo dejó sobre una frondosa planta
y volvió a su casa llorando desconsoladamente.
Sus padres, al verla tan triste, pensaron que lo había matado. Al día siguiente, fue
corriendo a ver a su pequeño y lo encontró rodeado de carnosas hojas que la planta
había curvado sobre él para que no le diera el sol. Dormía profundamente y goteaba
sobre su boquita un líquido lechoso, dulce y caliente, que manaba de las hojas.
La madre pasó el día con él, muy feliz, pero al anochecer lo tuvo que dejar de nuevo en
el campo, pues sus padres no deseaban verlo. Aquella noche lo dejó sobre un
hormiguero.
A la mañana siguiente, lo encontró cubierto de pétalos de rosa, sonriente y tranquilo.
Unas hormigas le llevaban pétalos y otras le traían miel que depositaban con cuidado
en la boca del niño. La muchacha paso el día con él, pero como tenía miedo de que sus
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padres finalmente la descubrieran, metió al pequeño en una caja y lo hecho al río. La
caja desapareció pronto río abajo, empujada por la corriente.
Junto a la orilla vivían unos pescadores que deseaban tener un hijo. Cuando el
pescador encontró la caja y vio que tenía dentro un precioso niño, se lo llevó a su
mujer. Ésta se alegró mucho al ver al niño y le preguntó al marido:
-¿Cómo le llamaremos?
El pescador se fijo en la piedra que llevaba colgando al cuello el niño y, como esa
piedra solo se encuentra en las montañas, le dijo a su mujer que le llamarían Tepozton,
que significa el niño de la montaña.
El pequeño creció y fue muy feliz con sus padres adoptivos. Cuando
tuvo siete años, el pescador le regaló un arco y unas flechas para que
se entretuviera cazando. Todos los días regresaba a casa cargado de
animales. Unas veces eran codornices, otras ardillas, y siempre
llevaba algo para la cena.
-Hijo, ¿Qué haces todos los días por el bosque? .le preguntó un día la
mujer del pescador.
-Tengo muchas cosas que hacer –le contestaba el muchacho.
Pero ella sospechaba que el chico debía poseer algún poder mágico nunca fallaba las
flechas que disparaba, y eso era muy extraño en los niños de su edad. Tampoco mostró
nunca miedo cuando le hablaban del gigante devorador. Y es que existía en su país un
monstruo que todas las primaveras exigían devorar una vida humana. Cada año elegía
una ciudad, y en ella se echaba a suertes quien seria entregado. El pueblo había hecho
este trato con el monstruo cuando apareció: si todos los años se le daba una vida
humana, él no mataría a nadie en mil kilómetros a la redonda.
Cuando Tepozton tenía nueve años, la mala suerte quiso que le tocara al pescador ser
la víctima del monstruo. Ya se había despedido de su mujer y de su hijo y se disponía a
marchar con los solados hasta el palacio del monstruo, cuando Tepozton le suplicó que
le dejara ir en su caza, tal vez conseguiría dar muerte al ogro. Después de muchos
ruegos, el pescador accedió.
Tepozton hizo entonces un fuego en un rincón del patio y les dijo a los pescadores:
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-Vigilen el fuego. Si el humo es blanco, quiere decir que estoy sin peligro; si se ve gris,
estaré a punto de morir y si se vuelve negro, habré muerto. Besó a sus padres
adoptivos y se fue con los soldados.
Por el camino, Tepozton iba recogiendo piedrecillas de cristal y se las echaba en el
bolsillo. Estas piedras salían del volcán y por eso su color era negro y tenían un brillo
extraño. Antes de llegar al palacio del ogro, Tepozton ya tenía sus bolsillos llenos.
Cuando le presentaron al niño, el monstruo se encolerizó porque le pareció un bocado
muy pequeño. Como tenía mucha hambre, preparó enseguida una olla con agua
hirviendo para guisarlo. Después, tomó a Tepozton por un brazo y lo hecho al agua
para que se cociera. Mientras tanto, comenzó a poner a la mesa.
Cuando tuvo todo listo, levanto la tapa para ver como iba su cena y cual no sería su
asombro cuando vio que, en vez de un niño, había en la olla un gran tigre. El tigre abrió
la boca y dio tal rugido que el gigante, horrorizado, se apresuró a poner la tapadera de
nuevo. Decidió esperar un poco más.
Como estaba muy hambriento, levantó de nuevo con cuidado la tapadera de la olla,
pero enseguida la volvió a cerrar porque esta vez, en lugar del tigre, encontró una
horrible serpiente.
Como el hambre le acusaba, decidió comerse de todas maneras a la serpiente, pero al
levantar la tapadera se encontró con que ésta había desaparecido y en su lugar estaba
el muchacho completamente crudo y riéndose de él. Furioso, lo tomó por los pantalones
y se lo metió en la boca. Entonces, el humo del fuego de la casa de los pescadores se
volvió gris oscuro. Los pescadores dijeron:
-¡Ay, nuestro hijo va a morir! –y se echaron a llorar asustados.
Pero Tepozton se escurrió hacia la garganta del ogro antes de ser masticado y, una vez
en ella, se dejó caer en su enorme estomago.
Cuando hubo llegado a aquella caverna, sacó las piedras cristalinas de su bolsillo y
comenzó a hacer un agujero en el estómago para salir. Mientras tanto, el monstruo se
retorcía de dolor.
-¡Este muchacho estaba envenenado! –gritaba-
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Tepozton cortaba y cortaba sin descansar, el agujero ya era tan grande que comenzaba
a filtrarse la luz del exterior. Logró hacer tal cavidad que el ogro murió, y el salió
alegremente por el agujero que había hecho.
El humo de fuego de la casa de los pescadores se volvió completamente blanco, y los
padres volvieron a llorar, pero esta vez de alegría. Después de esto el pueblo,
agradeció a Tepozton por la muerte del gigante, lo nombraron rey. Vivió en el palacio
del monstruo y enseñó a su pueblo muchas cosas útiles.
A pocos kilómetros de la ciudad de México se encuentra un pueblo llamado Tepoztlan,
construido cerca de una gran montaña e la que abunda hierro y que se eleva por encima de
los dos mil metros. En su cima hay una pirámide llamada casa del Tepozteco, desde donde
se divisa todo el valle que, dicen, es sagrado. Al pueblo acuden muchos turistas, y son
celebres sus mercadillos, donde se comen sabrosas comidas caseras.
LAS CRIPTAS DE KAUA
Leyenda maya, México.
Pues cuentan que en el pueblo de Kaua, al sur de la provincia de
Valladolid, hay unas criptas profundas cuyas galerías subterráneas y
extensas forman un verdadero laberinto donde nadie se atreve a
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penetrar. Lo cierto es que nadie nunca las recorrió en su totalidad, pues hasta se dice
que una de ellas tiene una longitud de veinticuatro kilómetros.
Se cuenta que, cuando uno está cerca de ellas, si se dice algo, el eco lo repite
interminablemente. Los más viejos del pueblo aseguran escuchar con claridad una voz
que pregunta en leyenda maya: “¿Me quieres?”.
Y estas palabras de respuesta reciben la siguiente frase: “como las plantas al roció de
los cielos, como las aves al primer rayo jdel sol matinal”. Ellos son los únicos que
conocen la leyenda que se relata sobre esas criptas. Y, como me lo contaron se los
cuento:
Vivía en el reinado de Chichen el cacique H’ Kinxoc, padre de una preciosa muchacha
llamada Oyomal, que quiere decir timidekz. Muchos eran los que la querían para
casarse, pero ella se mostraba amable y nunca elegía a ninguno.
Entre los pendientes destacaron enseguida Ac y Cay, dos príncipes hermanos que,
tanto deseaban tener a la princesa para si, que se odiaban entre ellos. Tanta era la furia
que tenían que H’ Kinxoc temía que si la princesa se desidia por uno de ellos
comenzara una guerra por parte del otro.
Pero mientras, Yacunah, la diosa del amor, ya estaba trabajando, y Oyomal no pudo
resistirse a las palabras de Cay:
…quiero que seas vista en verdad
Muy bella, porque
Te pareces a la humeante
Estrella, porque te desea hasta
La luna y las flores de los campos.
Así que a ella le entregó su corazón. Ac, encolerizado por la fortuna de su hermano,
mando a sus guerreros a pelear contra él. Llegaron justo cuando Cay le juraba su amor
a la bella Oyomal. Le apresaron y le encerraron en una cripta, mientras la dama era
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conducida al recinto de las vírgenes de Chichen Itzá y el cacique H’ Kinxoc fue
encerrado en el santuario de Mutul. Ac seguía teniendo mucha rabia y cólera, pero el
amor por Oyomal seguía creciendo dentro del y siguió cortejándola. Todas las mañanas
acudía al recinto de las vírgenes y le hablaba de sus sentimientos. Ella permanecía
silenciosa. Todavía le sonaban en sus oídos los bellos versos de Cay y la pregunta que
le había hecho después ¿Me quieres? Entre tanto, Cay en la cripta, se repetía una y
otra vez las palabras que ella le había contestado: “Como las plantas al roció de los
cielos, como las aves al primer rayo del sol matinal”.
En su desesperación, Cay comenzó a construir un subterráneo largo que le llevara
desde la prisión a la de su amada. Un día llegó hasta ella, y Oyomal pudo escuchar otra
vez de los labios de Cay: “¿Me quieres?”
Cuando entrelazaban sus manos entraron en el recinto los guerreros de Ac para
aprehender al fugitivo. Los amantes tuvieron tiempo de entrar al laberinto por donde
habían salido Cay, pero los guerreros los atraparon y les dieron muerte allí mismo. Es
por esto que, en los días de brisa, sus frases de amor se pueden escuchar en la cripta.
Esta leyenda se cuenta en la península de Yucatán, al sureste de México y proviene
de la cultura Maya. El nombre de Yacunah, la diosa del amor, esta formado por ya
(dolor) y cunah (amor), es decir, que el amor contiene también dolor. El poema que
le recita Cay – Notlazohtla (Amada mía) –ha sido tomado de los cantares de
Dzitbalche, uno de los pocos documentos liricos escritos que se conserva de la
cultura maya.
EL ENGAÑO DE LA MILPA
Cuento popular, México.
Pues un día iba paseando el conejo por lo alto de la sierra
cuando encontró en su camino una plantita de maíz.
Apenas era una pizquita, pero aun así era muy hermosa.
-¡Por fin tengo una milpa para mi solito! –dijo el conejo con
entusiasmo.
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Y decidió que haría un buen negocio vendiéndosela a sus amigos.
Así que fue a buscar a la cucaracha, quien seguro se alegraría de tener un elote.
Enseguida la encontró.
-Amiga cucaracha, tengo una milpa buenísima, ¿no te gustaría comprármela?
-¿Seguro que la milpa es buena? –preguntó la cucaracha.
-¡Si! Hace poco que sembré, pero las plantas ya tienen mi tamaño
-contestó el farsante del conejo.
-Entonces, te la compró –dijo la cucaracha. Y le pagó.
Contento con su dinero, el conejo fue después a buscar a la gallina.
A ella también la convenció para que le comprara la milpa.
Un poco más tarde se topó al coyote y le ofreció su milpa prometiéndole
que tendría los mejores elotes. El coyote aceptó y le pagó.
Y así andaba feliz el conejo con sus bolsillos llenos de monedas cuando se le apareció
el cazador con un rifle e la mano. Para convérselo de que no lo matara, le vendió
también la milpa.
Meses después, cuando la milpa ya estaba lista para la cosecha y los hombres
recogían elotes, la cucaracha fue a ver al conejo para recoger su maíz.
El conejo, que ya se había gastado el dinero y no se acordaba ni de la milpa ni de la
cucaracha, estaba meciéndose en una hamaca.
-Aquí vengo por mi maíz –gritó la cucaracha.
-¿Tu maíz? Pero claro, amiga cucaracha, lo tengo en m i casa –dijo el conejo un poco
nervioso.
Mientras pensaba en que mentira le diría, vio a lo lejos a la gallina que también venía
por su maíz.
-Amiga cucaracha, será mejor que te escondas, porque por ahí viene la gallina y te va a
comer –le dijo el conejo.
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La cucaracha se metió debajo de una cacerola, y en esto estaban cuando la gallina
cacareó:
-¡Aquí vengo por mi maíz!
Lo tengo dentro de mi casa, amiga gallina. Pero dime, ¿no te gustaría mas comerte una
deliciosa cucaracha?
-¡Si! ¿Dónde hay una? .preguntó la gallina impaciente.
El conejo señalo la cacerola y la gallina salto sobre ella. De un solo picotazo se tragó a
la cucaracha que ni tiempo de correr tuvo.
Todavía estaba la gallina saboreando a la cucaracha, cuando el conejo vio al coyote
venir.
-Gallina, amiga, escóndete rápido, que viene el coyote –le dijo el conejo y le indicó un
cajón para que se metiera debajo.
La gallina fue hasta la caja y se metió justo antes de que llegara el coyote.
-¡Aquí vengo por mi maíz! –dijo el coyote.
-Sí, claro que tengo tu maíz, pero ¿no preferirías mejor una gallina fresca? –preguntó el
conejo señalando la caja.
El coyote se abalanzó sobre la caja sin decir una palabra y de una mordida se tragó la
gallina. Luego, se echó a reposar y, en esas estaba, cuando el conejo vio a lo lejos al
cazador.
-Amigo coyote, será mejor que dejes tu descanso porque por ahí viene el cazador con
su fusil –dijo el conejo.
El coyote se levantó de inmediato y entró en la casa del conejo. Poco después, llegó el
cazador.
-¡Aquí vengo por mi maíz, conejo! Y será mejor que me lo entregues.
-Claro, cazador, lo tengo bien guardado para ti. Pero… ¿no te gustaría más cazar un
coyote?
-¡Pues claro que si!
Entonces, el conejo le indicó donde estaba escondido el coyote.
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El cazador entró y de dos tiros mató al animal.
Cuando salió con el coyote al hombro el conejo le preguntó:
-¿Ya no quieres tu maíz, cazador?
Y el cazador dijo:
-¡Con cuero de coyote, quién quiere tener un elote!
El conejo subió de nuevo a su hamaca y comenzó a mecerse, feliz de tener su planta
de maíz y sin nadie que se la reclamara.
Una de las plantas de mayor cultivo en México es el maíz, alimento nacional y, dicen, que
también de los dioses. La palabra milpa proviene del náhuatl millpi y significa “sementera”.
El náhuatl es la lengua hablada por los pueblos nahuas, que habitaron la altiplanicie
mexicana y América Central. Si en México alguien dice coger a uno asando elotes, es que le
han cogido con las manos en la masa. Y pagar los elotes significa “pagar el pato”.
EL CONEJO Y EL VENADO
Leyenda, México.
Cuentan que hace mucho los animales no eran como
ahora son. El conejo, por ejemplo, en lugar de orejas
largas tenía dos grandes cuernos. Los cuernos eran
casi del tamaño de su cuerpo y pesaban mucho, por lo
que el conejo casi no podía brincar y esa era una de
sus maneras favoritas de moverse por el campo.
Otro de los animales que tampoco estaba muy
contento con su aspecto era el venado, pues tenía
unas largas orejas y, pensaba él, hacían muy pequeña
su cabeza. El venado había escuchado que el conejo
tenía unos hermosos cuernos y fue a buscarlo.
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-¡Conejo, conejo! –gritó en cuanto lo vio.
-¿Quién llama? –contestó el conejo
-Yo, el venado, que viene hasta aquí para ver tus hermosos cuernos.
-¡Hay, venado, son muy bonitos, pero pesan tanto…! Apenas puedo brincar con ellos –
contestó triste el conejo.
Al venado se le iluminaron los ojos:
-Conejo, anda, préstame tus cuernos, que quiero ver como me quedarían.
El conejo se los prestó, y el venado fue inmediatamente al lago para admirarse.
-Estos cuernos me quedan mucho mejor que mis orejas largas.
-Pensó el venado.
El conejo, entretanto, esperó y esperó, pero el venado no regresaba para devolverle
sus cuernos.
-¡Venado! –Gritó-. ¡Devuélveme mis cuernos!
-¡No! ¡Ahora son míos! –dijo el venado, y salió corriendo.
Enfadado, el conejo lo persiguió dando grandes brincos, pues ahora se sentía más
ligero.
-¡Venado, dame mis cuernos! ¡Venado, dame mis cuernos! –gritaba con cada brinco.
El venado, la verdad, es que estaba de lo más feliz, corriendo entre la hierba, y ni se
daba la vuelta para mirar al conejo. Cuando los dos se cansaron de correr, se sentaron
en el zacate, y el venado, al ver al conejo, le propuso el trato:
-Ay, conejo, si que estás feo sin nada en la cabeza. ¡Pero es que estos cuernos me
gustan mucho! –le dijo-. Te voy a regalar mis orejas.
Le dejó sus orejas sobre el zacate y se fue corriendo a gran velocidad.
El conejo, como no tenía otra alternativa, se puso las orejas en la cabeza y se dio
cuenta de que con ellas escuchaba el canto de las aves cercanas y hasta los pasos del
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venado. Enseguida se puso muy contento, pues ahora tenía las mejores orejas del
lugar, podía brincar tan alto como quisiera y ya no cargaría con pesados cuernos.
Después de todo, el cambio no había sido tan mala idea.
Existen más cuentos en México que tiene que ver con el aspecto del conejo. En
muchos de ellos, este animal quiere ser más grande, pero los dioses no le conceden
el deseo, porque, debido a lo travieso y listo que es, temen que se convierta en el
rey de los animales.
CONSEJOS O DINERO
Pues erase una vez un campesino que tenia cinco hijos. El mayor, que se llamaba
Rosendo, era muy vago y sólo pensaba en hacer maldades. El más sensato era el
segundo, de nombre Leonardo, pero un día se dejó convencer por el hermano mayor
para salir en busca de aventuras. Así que prepararon sus morrales y se fueron de casa
sin despedirse siquiera.
Sus padres los buscaron por los alrededores, pero, como no aparecían, regresaron
tristes a su casa. Por si esto fuera poco, los otros tres
hermanos también se escaparon pasados unos días,
porque querían hacer lo mismo que los mayores.
Camina que caminaras, Rosendo y Leonardo recorrieron
pueblos y aldeas y, en una de sus caminatas, pasaron
frente a una choza con un letrero que decía “Consejos o
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Dinero para los caminantes”. Contentos por haber descubierto aquel anuncio,
entraron. En la casa estaba un ancianito de largas barbas y rostro tranquilo.
-Buenos días, señor –dijeron los dos hermanos.
-Buenos los tengan ustedes, hijos míos –contestó el anciano - ¿Qué hacen por estos
lugares tan desiertos? ¿Entraron por el letrero que colgué en la calle?
-Si, señor –respondió enseguida Rosendo -, yo quiero las monedas.
-Bien, ¿y tú? –le preguntó el anciano a Leonardo.
-Yo, consejos, porque una vez escuché decir que el que no toma un consejo no llega a
viejo.
-Esperen un momentito, muchachos .dijo el anciano, y se fue a otra habitación.
-¡Tonto! –le dijo Rosendo a Leonardo -. ¿Para qué quieres consejos, eso vas a comer?
-No, Rosendo, los consejos valen más que el dinero, yo se bien lo que digo.
-¡Eres un tonto! Y eso son bobadas. Hay que ser práctico y nada más. Era una buena
oportunidad para conseguir dinero.
En esto estaban cuando regreso el anciano con una bolsa de monedas de oro.
Rosendo ya miraba la bolsa con avaricia, y el viejo se la entregó.
-Adiós y muchísimas gracias, señor –dijo Rosendo y, sin despedirse de su hermano
echo a andar.
-Y ahora tú, que pareces más cuerdo continuó el viejo –escucha atentamente.
El primer consejo es nunca tomes camino de atajos; el segundo, jamás preguntes lo
que no te importa; y el tercero, piensa las cosas antes de arreglarlas por la fuerza.
Leonardo escribió estos consejos en un papel y se despidió del anciano dándole las
gracias.
Al salir de la choza vio los dos caminos que había para ir a su casa. Uno era más corto
que el otro y ese fue el que eligió. Pero nada más al comenzar a caminar, se le
aparecieron malezas, barrancos y piedras, y se acordó del primer consejo. Regresó de
inmediato y se metió por el otro sendero, aunque era mas largo.
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Ya era casi de noche cuando vio a lo lejos una luz que indicaba hospedaje. Fue hacia
allá.
-Dios guarde esta casa –dijo.
-Adelante –gruñó una voz áspera desde dentro.
Leonardo avanzó hacia donde estaba el hombre, que tenía el semblante duro y era alto
y seco.
-¿Quieres posada? –le preguntó.
-Sí, señor, pero el caso es que no tengo dinero y dependo de la caridad de los demás
hasta que llegue a casa de mis padres.
-Entra, que no te costara nada. Ven conmigo para que veas el lugar donde vas a pasar
la noche. Pero te advierto que para llegar hasta allí tendremos que pasar por otras dos
salas donde quiero probar hasta donde llega tu valentía, porque me parece que tú no
conoces el miedo.
Primero fueron a una habitación llena de horribles cuadros, cadáveres momificados y
hasta aparatos que parecían de tortura. Leonardo sintió que el temor se apoderaba de
él y estuvo a punto de preguntar para qué era todo eso, pero se acordó del segundo
consejo y no dijo nada.
-¿Qué te parece todo esto? –preguntó el hombre.
-Bien –dijo Leonardo, tratando de disimular su pánico.
-Pues vamos a otra sala.
Lo llevó a otra estancia con esqueletos colgados, calaveras formando pirámides y otras
figuras, además de parrillas con fuego encendiendo.
-Y de esto, ¿Qué me dices? –le preguntó de nuevo.
-Lo mismo, señor.
-Vamos entonces al último lugar por el que tenemos que pasar para llegar a la
habitación donde dormirás esta noche.
Leonardo iba asustado y lo que vio en la tercera habitación le espanto aun más. Allí
había muchos hombres y mujeres guillotinados.
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-Bien, bien –dijo el hombre, pues Leonardo nada le preguntó. Te has librado de morir.
Así castigo a quienes preguntan por lo que no les importa. Hace un rato llego otro joven
y preguntó en el acto que hacían aquí todos estos cadáveres, así que le mandé
encerrar. A ti te voy a premiar.
Leonardo siguió al hombre, que bajó a un subterráneo por una escalera larguísima. Allí
estaba Rosendo, atado y llorando.
-¡Leonardo! – exclamó al ver a su hermano.
-¡Rosendo! Ya ves como los consejos ayudan siempre.
Entonces habló el hombre, dirigiéndose a Rosendo.
-Como tu hermano no se mete en lo que no le importa, te perdono.
Muy agradecidos salieron corriendo de allí y siguieron su viaje. Otra vez cayó la noche y
decidieron descansar en un mesón donde podrían comer y dormir. Cuando terminaron
con la cena, le pagaron al mesonero con una moneda de oro que brilló como un sol a la
luz de la vela. En la mesa de al lado había tres muchachitos con los sombreros calados
hasta las orejas que les tapaba media cara. Eran tres ladronzuelos que les estaban
espiando desde que entraron al mesón y, al ver la moneda de oro, decidieron robarles
cuando estuvieran dormidos. A media noche entraron al cuarto donde dormían los dos
hermanos.
Leonardo, que tenia el sueño ligero, se despertó en el acto y, tomando un cuchillo que
llevaba, se encaró a los ladrones. Iba a clavárselo ya al primero cuando se acordó del
tercer consejo y dijo:
-¿Qué es lo que quieren?
-La bolsa o la vida –dijo uno sacando otro cuchillo.
-Pues ven hasta aquí para quitármela… -dijo Rosendo, abrazándose a la bolsa de
monedas. Y en este punto, los tres ladrones reconocieron a sus hermanos y se quitaron
los sombreros para que les vieras. ¡Qué sorpresa! Y ¡Qué alegría!
Se sentaron todos para contarse todo lo que habían vivido, y los hermanos menores
relataron que tan mal les había ido que habían tenido que robar para sobrevivir. Por la
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mañana, volvieron a casa de sus padres y les pidieron perdón por haberse fugado. Con
el dinero que llevaron, compraron unas tierras que labraron y, año tras año, pudieron
vivir de ellas.
En muchos cuentos populares, el dinero aparece como una prueba para medir la
codicia de sus protagonistas. Quien prefiere el dinero a otros valores suele tener
peor suerte. Y eso se cuenta en este cuento, que tiene numerosas versiones en
Hispanoamérica.
JUAN SOLDAO
Cuento popular, México.
Pues erase una vez un muchacho llamado Juan que
desde muy chico era soldado, pero un día quiso correr
mundo y pidió a su general que le diera permiso para
dejar el ejército.
Al poco tiempo, se le acabó el dinero y se quedó pobre
y desconsolado. Y empezó a pensar en voz alta:
-Le vendería mi alma al diablo con tal de tener dinero.
Y el diablo, que no es sordo, se le apareció al momento
vestido de terciopelo colorado, con una capa y un
capuchón por donde le asomaban los cuernos. Le dijo:
-Yo te daré todo lo que desees, pero antes demuéstrame que eres valiente.
Juan Soldao le enseñó inmediatamente las heridas que había tenido en diferentes
batallas, pero eso no le bastó al diablo.
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En eso paso por ahí un chango grande como un orangután, con pinta de atacar a Juan,
y éste, ni tonto ni perezoso, sacó la bayoneta de su fusil y de una estocada le dejó
muerto.
-Ya veo –dijo el diablo –que eres valiente, y desde hoy, siempre que te metas la mano
en el bolsillo, lo tendrás lleno de dinero. Pero debes cumplir estas condiciones: te
pondrás mi ropa, te cubrirás con la piel del mono que acabas de matar y, durante diez
años, ni te lavaras ni te peinaras ni te cortaras el pelo ni la barba. Si en estos diez años
cometes una mala acción, tu lama será mía. Si eres bueno, al cabo de ese tiempo serás
completamente feliz.
Juan Soldao aceptó todas las condiciones con tal de salir de su pobreza. Sin perder
tiempo, se vistió de diablo y, al meter las manos en los bolsillos, los encontró repletos
de monedas de oro. Después, le sacó la piel al chango y se la puso de abrigo. El diablo,
mientras tanto, desaparecía, dejando un fuerte olor a azufre y una nube de humo.
Enseguida se dio cuenta Juan Soldao de que siempre que sacaba dinero del bolsillo
este se volvía a llenar, así que decidió poner dinero en un escondite para cuando
finalizara su compromiso con el diablo.
Hizo un pozo cerca del árbol y, de vez en cuando, iba allí a echar dinero. Estaba muy
contento, pero no podía gozar mucho del dinero, pues debido a su aspecto, casi todos
le tenían miedo.
Un día, estaba Juan enterrando unas moneditas, cuando se le apareció un hombre por
detrás con un puñal y le amenazó, diciéndole:
-¡Manos arriba! Entrégame por las buenas todo el dinero que tienes o si no, será por las
malas.
-¡Eso veremos, porque manco no soy! –le contestó Juan Soldao. Y se le echó encima.
Después den forcejear un poco, Juan Soldao consiguió sujetarlo por el cuello y apretó
casi hasta ahogarlo. Pero entonces el hombre, que no era otro que el mismo diablo, le
arrojó llamas por los ojos, la nariz y la boca y chamusco el abrigo que llevaba puesto.
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Entonces el diablo le dijo:-Estaba probando si deberás eras valiente y ya veo que si, y
casi me sale cara la prueba, pues por poco me ahogas. Cumples bien tu compromiso,
pero para que tengas merito, voy aumentar el mal aspecto que tienes. Si todo sigue
bien, tendrás asegurada mi protección; Pero si no, tu alma será mía, ja, ja, ja. ¡Hasta la
vista! –le dijo, y desapareció convertido en una nube de humo.
Juan Soldao quedó mas horrible que nunca, sucio, peludo y encima chamuscado por el
fuego. Pasaron los años y, como su aspecto empeoraba cada día, la gente lo miraba
cada vez peor, y no podía acercarse a ninguna parte donde hubiera personas, pues le
ocurría que lo confundían con un monstruo. Varias veces estuvo a punto de ser
asesinado por las piedras que le tiraban y los palos que le daban. Juan Soldao decidió
entonces huir e internarse en el bosque, aún con el riesgo de ser devorado por alguna
fiera.
Después de tanto andar, llegó hasta una floresta. Allí la tierra era roja, como si la
hubieran regado con sangre, y los árboles, negros y con formas humanas, que se
quejaban lastimosamente cuando el viento movía sus hojas, negras también. Caminó
un poco más y encontró un señor de mediana edad que estaba sembrando verduras.
Éste se asustó al ver a Juan.
-No temas –le dijo Juan-, que no te haré daño, pero dime ¿Qué haces en estas
lejanías?
El hombre, que por sus modales se notaba que era un gran señor, le contó que antes
era rey de aquel lugar y que su castillo estaba cerca, pero abandonado, porque un día
apareció un señor con barbas de plata a pedirle la mano de sus hijas. Y que como no
se las quiso entregar, convirtió a sus súbditos en árboles, a sus tres hijas, en fuentes de
agua, y a él, en labrador de ese bosque encantado.
-Vaya .dijo Juan-. ¿Y hay alguna manera de darle fina este encantamiento?
-Si, pero es muy difícil –le contestó el rey-, porque hay que arrancarle un colmillo a
Barbas de Plata, y él tiene la fuerza de mil hombres. Ya otros caminantes han tratado
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de ayudarme, pero sólo consiguieron que los convirtiera en animales. Y hablando así
estaban cuando se presentó Barbas de Plata, un gigante que al ver a Juan Soldao, se
dirigió hacia él lanzando chispas de rabia;
-¿Quién eres tú que te has atrevido a entrar en mis dominios? Te voy a convertir en
culebra por entrometido.
-Yo soy –dijo Juan –el hombre que te va a vencer para liberar de la infelicidad a esta
gente.
Y sin esperar dio un segundo, se le echó encima, lo tiró al suelo y le sacó el colmillo con
el azadón del rey. En ese instante se oyó un trueno terrible, y el gigante quedó
convertido en una enorme lechuza que voló por los aires, pues no era otro que el
mismo diablo. Poco a poco, los encantados volvieron a recuperar su forma humana.
Juan seguía al lado del rey, que ahora estaba sentado en su trono. Éste le dijo el
muchacho:
-Lo que has hecho no se recompensa con nada. Sin embargo, te ofrezco todos mis
tesoros y compartir conmigo mi trono.
-Gracias, majestad -respondió Juan Soldao-, pero soy mas rico que vuestra majestad y
no podría gobernar un reino por que soy muy ignorante.
-Acepta entonces –le dijo el rey –la mano de una de mis tres hijas.
Y diciendo esto, fue a buscar a sus tres hijas y regresó con ellas. La mayor y la
mediana, al ver a Juan, huyeron dando gritos de terror, y sólo la pequeña, que era la
más bonita, se acercó a Juan y, agarrándole su preciosa manita, le dijo:
-Mi padre nos ha contado tu acción y el compromiso que ha contraído, y yo con gusto
cumpliré si me aceptas como esposa.
-Entonces –le dijo Juan-, aquí te entrego esta media medallita y, si pasados tres años
no he vuelto, será por que he muerto. Es decir, que estas libre del compromiso. –Y se
alejó muy triste.
Pasaron los tres años que le quedaban para completar el trato con el diablo, y el día en
que se cumplían, Juan Soldao fue a buscar el dinero enterrado. Cuando llegó a su
escondite, el diablo le estaba esperando y le dijo:
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-Has ganado y es justo que tengas lo prometido. Dame mi traje y toma tu uniforme.
Inmediatamente, se puso Juan su ropa y fue a un río a lavarse y bañarse. Después, fue
a una peluquería donde lo afeitaron y le cortaron el pelo. Se compró un precioso traje y
partió sin demora hacia el palacio del rey desencantado. Tan elegante era su traje y tan
bella y simpática su figura que todos pensaron que era un gran príncipe. Solicitó ver
visto por el rey y se anunció como su futuro suegro, rogándole que lo presentara a sus
hijas sin decirles quién era.
En cuanto lo vieron las dos mayores, a cual mas encantada por la belleza de Juan,
quisieron atraer su atención. Sólo la más pequeña se mostró indiferente y ni siquiera se
fijó en el joven, permaneciendo triste y silenciosa. Juan, al despedirse les regaló a las
mayores joyas cuajadas de piedras hermosas y, a la menor, una caja que parecía no
tener valor. Pero, cuando la princesa abrió la caja, descubrió el pedazo de medallita que
Juan se había llevado y así fue como reconoció a su prometido.
El acontecimiento se celebro con un gran banquete, y el pastel de bodas fue tan alto y
tan grande que alcanzó para invitar al diablo. Y este cuentito por una oreja me entro y
por otra me salió.
Si un niño mexicano lee este cuento, sabe enseguida que el chango que mato Juan
era un mono. Pero en otros lugares de América, esa misma palabra significa cosas
diferentes. En Chile, se llaman changos a los hombres que viven en el norte del país.
En Honduras, una chica changa es alguien elegante. En Puerto Rico y la República
Dominicana, un chango es alguien bromista y guasón. En el norte de Argentina y
Bolivia, es un niño.
En Colombia, una changa es una muchacha y, en Argentina, se usa esta palabra
para nombrar al carrito donde se cargan las compras. ¡Vaya diferencias!
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PINOCHO…
Erase una vez, un carpintero llamado Gepetto, decidió
construir un muñeco de madera, al que llamó Pinocho. Con
él, consiguió no sentirse tan solo como se había sentido
hasta aquel momento.
- ¡Qué bien me ha quedado!- exclamó una vez acabado de
construir y de pintar-. ¡Cómo me gustaría que tuviese vida y
fuese un niño de verdad!
Como había sido muy buen hombre a lo largo de la vida, y
sus sentimientos eran sinceros. Un hada decidió concederle
el deseo y durante la noche dio vida a Pinocho.
Al día siguiente, cuando Gepetto se dirigió a su taller, se llevó un buen susto al oír que
alguien le saludaba:
- ¡Hola papá!- dijo Pinocho.
- ¿Quién habla?- preguntó Gepetto.
- Soy yo, Pinocho. ¿No me conoces? – le preguntó.
Gepetto se dirigió al muñeco.
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- ¿Eres tú? ¡Parece que estoy soñando, por fin tengo un hijo!
Gepetto quería cuidar a su hijo como habría hecho con cualquiera que no fuese de
madera. Pinocho tenía que ir al colegio, aprender y conocer a otros niños. Pero el
carpintero no tenía dinero, y tuvo que vender su abrigo para poder comprar una cartera
y los libros.
A partir de aquél día, Pinocho empezó a ir al colegio con la compañía de un grillo, que
le daba buenos consejos. Pero, como la mayoría de los niños, Pinocho prefería ir a
divertirse que ir al colegio a aprender, por lo que no siempre hacía caso del grillo. Un
día, Pinocho se fue al teatro de títeres para escuchar una historia.
Cuando le vio, el dueño del teatro quiso quedarse con él:
-¡Oh, Un títere que camina por si mismo, y habla! Con él en la compañía, voy a
hacerme rico – dijo el titiritero, pensando que Pinocho le haría ganar mucho dinero.
A pesar de las recomendaciones del pequeño grillo, que le decía que era mejor irse de
allí, Pinocho decidió quedarse en el teatro, pensando que así podría ganar dinero para
comprar un abrigo nuevo a Gepetto, que había vendido el suyo para comprarle los
libros. Y así hizo, durante todo el día estuvo actuando para el titiritero. Pasados unos
días, cuando quería volver a casa, el dueño del teatro de marionetas le dijo que no
podía irse, que tenía que quedarse con él.
Pinocho se echó a llorar tan y tan desconsolado, que el dueño le dio unas monedas y le
dejó marchar. De vuelta a casa, el grillo y Pinocho, se cruzaron con dos astutos
ladrones que convencieron al niño de que si enterraba las monedas en un campo
cercano, llamado el “campo de los milagros”, el dinero se multiplicaría y se haría rico.
Confiando en los dos hombres, y sin escuchar al grillo que le advertía del engaño,
Pinocho enterró las monedas y se fue. Rápidamente, los dos ladrones se llevaron las
monedas y Pinocho tuvo que volver a casa sin monedas.
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Durante los días que Pinocho había estado fuera, Gepetto se había puesto muy triste
y, preocupado, había salido a buscarle por todos los rincones. Así, cuando Pinocho y el
grillo llegaron a casa, se encontraron solos. Por suerte, el hada que había convertido a
Pinocho en niño, les explicó que el carpintero había salido dirección al mar para
buscarles.
Pinocho y grillo decidieron ir a buscarle, pero se cruzaron con un grupo de niños:
- ¿Dónde vais?- preguntó Pinocho.
- Al País de los Juguetes – respondió un niño-. ¡Allí podremos jugar sin parar! ¿Quieres
venir con nosotros?
- ¡Oh, no, no, no!- le advirtió el grillo-. Recuerda que tenemos que encontrar a Gepetto,
que está triste y preocupado por ti.
- ¡Sólo un rato!- dijo Pinocho- Después seguimos buscándole.
Y Pinocho se fue con los niños, seguido del grillo que intentava seguir convenciéndole
de continuar buscando al carpintero. Pinocho jugó y brincó todo lo que quiso.
Enseguida se olvidó de Gepetto, sólo pensaba en divertirse y seguir jugando. Pero a
medida que pasaba más y más horas en el País de los Juguetes, Pinocho se iba
convirtiendo en un burro. Cuando se dió cuenta de ello se echó a llorar. Al oírle, el hada
se compadeció de él y le devolvió su aspecto, pero le advirtió:
- A partir de ahora, cada vez que mientas te crecerá la nariz.
Pinocho y el grillo salieron rápidamente en busca de Gepetto. Cuando le encontraron,
Pinocho le contó todo lo sucedido a Gepetto y le pidió perdón. A Gepetto, a pesar de
haber sufrido mucho los últimos días, sólo le importaba volver a tener a su hijo con él.
Por lo que le propuso que olvidaran todo y volvieran a casa.
Pasado un tiempo, Pinocho demostró que había aprendido la lección y se portaba bien:
iba al colegio, escuchaba los consejos del grillo y ayudaba a su padre en todo lo que
podía.
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Como recompensa por su comportamiento, el hada decidió convertir a Pinocho en un
niño de carne y hueso. A partir de aquél día, Pinocho y Gepetto fueron muy felices.
“NO HAGAS ESO”
Tony Ross
Peta tenía una nariz muy bonita, tan bonita que ganó un
concurso de narices, tan bonita que le dieron un papel de
angelito en la función de navidad, pero Peta tenía una
costumbre muy fea. -¡Niña no hagas eso! Le decía el profesor
cuando la veía con el dedo metido en la nariz.
-¡Se ha quedado pegado! ¡No sale! ¡Mi dedo no sale!
El profesor quiso quitárselo pero no pudo, tampoco pudo a
directora. Su hermano Pete decía: “Yo se lo sacaré”.
La mandaron a casa y su mamá tampoco pudo sacarle el dedo de la nariz. Pete insistía
“Yo sí puedo”.
Llamaron al médico pero nada, el médico llamó al policía, que tampoco consiguió
sacarlo. “Yo sí puedo” insistía Pete, sin que nadie le hiciera caso.
El policía tuvo que llamar a un mago que tuvo que darse por vencido y avisar a un
campesino que a su vez llamó a los bomberos. “No podemos sacarlo” dijeron éstos. “Yo
sí puedo”, insistía Pete.
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Nadie podía sacar el dedo de Peta. A la niña le crecía el dedo de la nariz y le dolía.
Sólo quedaba una cosa por probar, así que llamaron a un científico que, después de
hacerle mil pruebas, sujetó a Peta a un banco del parque y ató su brazo a un cohete
que había construido. Disparó el cohete que subió por los aires con Peta, el banco y un
viejecito que, sentado allí en el banco del parque, tomaba el sol tranquilamente, pero el
dedo de Peta seguía sin salir.
-“Pues quédate así”, exclamaron el profesor, la mamá, el médico, el policía, el mago, el
campesino, los bomberos y el científico.
-“Yo puedo sacarlo” dijo Pete, ante la mirada sorprendida de todos, se acercó, le hizo
cosquillas a su hermana y el dedo salió.
¿POR QUÉ ESTÁ TRISTE PETE?
Pete y Peta habían llegado a casa después de venir del colegio,
estaban muy contentos porque era el cumpleaños de ambos.
Su padre y su madre se habían dedicado toda la mañana pro a
preparar la fiesta. A ella iban a acudir mucha gente: primos, tíos,
abuelos y amigos. Parte de sus regalos ya los estaban abriendo,
porque había gente que los había mandado por correo, vivían muy
lejos y no podía acudir.
A Pete le regalaron: un libro, una pelota, unos patines, y a Peta otro libro, otra pelota y
un coche, y su tío Antonio había mandado una CAJA DE ACUARELAS para los dos.
Pete inmediatamente se puso a pintar, como saben, a él le gusta mucho pintar y Peta
se quiso poner a pintar con él.
-Peta: Pon acuarela aquí en medio que yo también quiero pintar.
-Pete: De eso nada, ahora estoy pintando yo, hazlo tú después.
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Comenzaron a decirse cosas feas, a poner caras horribles, ¿Qué estaba pasando? Los
dos lloraban.
Peta se fue corriendo llorando a su cuarto gritando: ¡¡YO NO QUIERO FIESTA DE
CUMPLEAÑOS, PETE ME HA ESTROPEADO EL DÍA!!
Pete al escucha esto se quedó pensando que había actuado mal. Entonces decidió
hacerle un regalo para que Peta le perdonara. Se fue a su cuarto y…
¿Sabes qué pasó? Pete llamó al cuarto de Peta y le dio un paquete. Peta lo abrió y se
encontró un pincel con la palabra TE QUIERO.
MIGUELITO
Emilio Ebrau
Miguelito era tan pobre, que nunca creyó reunir diez
centavos para comprar dos canicas de esas que
llaman de tiro. Por eso, cuando su papá le dio el
último centavo, Miguelito no supo si reír o llorar.
Contó y recontó sus centavos. Al principio pensó en
cambiarlos por una moneda de plata. Pero tuvo
miedo: ¡Era tan fácil perder una moneda pequeña!
Después quiso verlos limpiecitos. Los juntó y los lavó
con ceniza y limón. Parecían de oro. Casi se arrepintió de haber hecho esto. Así tan
limpiecitos no parecían legítimos; despertaban sospechas. Quiso volverlos a
ennegrecer. Los revolvió en polvo de carbón y se hicieron opacos. Quiso ponerlos en
orden de fechas: de 1900 era el más antiguo –que era el más antiguo- a 1938, que era
el más moderno. En esta tarea estaba cuando notó que la pieza de 1901 la tenía
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duplicada y que en cambio, le faltaba la de 1905. Pensó que por esa falla, su dinero
valía menos. Enseguida pensó en lo que podía hacer. Iría a la tienda de la esquina y le
diría al dependiente que le cambiara lo que le sobrara, que no era cosa de prisa, que
podía esperar uno o dos días.
Al fin no hizo nada. Prefirió entonces envolverlos en un pedazo de papel. Hizo un
cartuchito que rodó sobre la palma de la mano, como un juguete. A poco le pareció
peligroso el juego. Cualquiera podía pensar que se trataba de monedas más valiosas.
Alguien podía arrebatárselas y darle, por añadidura, un golpe, se agarró la cabeza, sin
duda tenía sangre. Deshizo el cartucho y regó los centavos. Pensó entonces, comprar
de una vez las bolitas. Miró el reloj. Ya era tarde. Así de noche y en el estanquillo de
Don Ramiro, mal humorado, no era posible ver los colores que quería. Dejaría mejor la
compra para la mañana siguiente.
Guardó los centavos en la bolsa de su pantalón y se acostó. A medianoche se levantó a
contarlos. Estaban fríos. Contó nueve; había perdido uno. Los volvió a contar: eran
diez. Respiró. Los puso, ahora, debajo de la almohada. Cuando apoyó la cabeza, los
oyó rechinar como sise quebraran. En un instante se quedó dormido y soñó que le
robaban, despertó sobresaltado. Buscó bajo la almohada; evidentemente, le habían
robado. No cabía la duda; le habían robado. Pensó en el ladrón. Miró la ventana y la
puerta; por ahí no entró el ratero. Volvió a registrar la almohada y la funda, y se dejó
caer en la cama desolado. Oyó entonces un ruidito.
Sintió algo en el pie a la piel; cerró los ojos y se puso a palpar, tembloroso, indeciso,
desconfiado; tropezó con un centavo, luego con otro y con otro más. Sonrió. Entre las
sábanas estaban cabales los diez centavos; los juntó y los apretó en la mano.
Contándolos volvió a quedarse dormido. De sus dedos resbalaron y cayeron al suelo,
casi sin hacer ruido, como si tuvieran miedo de despertar a su dueño. Entre sueños
siguió contándonos: once, doce, trece, catorce, quince. Llegó a cien. Lo dejamos
dormir. Nosotros sabemos que sólo son diez.
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FLECHAS DEL GUERRERO
De todos los guerreros al servicio del malvado Morlán, Jero
era el más fiero, y el más cruel. Sus ojos descubrían hasta
los enemigos más cautos, y su arco y sus flechas se
encargaban de ejecutarlos.
Cierto día, saqueando un gran palacio, el guerrero encontró
unas flechas rápidas y brillantes que habían pertenecido a
la princesa del lugar, y no dudó en guardarlas para alguna
ocasión especial.
En cuanto aquellas flechas se unieron al resto de armas de
Jero, y conocieron su terrible crueldad, protestaron y se lamentaron amargamente.
Ellas, acostumbradas a los juegos de la princesa, no estaban dispuestas a matar a
nadie.
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¡No hay nada que hacer! - dijeron las demás flechas -. Nos tocará asesinar a algún
pobre viajero, herir de muerte a un caballo o cualquier otra cosa, pero ni sueñen con
volver a vuestra antigua vida...
Algo se nos ocurrirá- respondieron las recién llegadas.
Pero el arquero jamás se separaba de su arco y sus flechas, y éstas pudieron conocer
de cerca la terrorífica vida de Jero. Tanto viajaron a su lado, que descubrieron la
tristeza y la desgana en los ojos del guerrero, hasta comprender que aquel despiadado
luchador jamás había visto otra cosa.
Pasado el tiempo, el arquero recibió la misión de acabar con la hija del rey, y Jero
pensó que aquella ocasión bien merecía gastar una de sus flechas. Se preparó como
siempre: oculto entre las matas, sus ojos fijos en la víctima, el arco tenso, la flecha a
punto, esperar el momento justo y... ¡soltar!
Pero la flecha no atravesó el corazón de la bella joven. En su lugar, hizo un extraño,
lento y majestuoso vuelo, y fue a clavarse junto a unos lirios de increíble belleza. Jero,
extrañado, se acercó y recogió la atontada flecha. Pero al hacerlo, no pudo dejar de ver
la delicadísima y bella flor, y sintió que nunca antes había visto nada tan hermoso...
Unos minutos después, volvía a mirar a su víctima, a cargar una nueva flecha y a tensar
el arco. Pero nuevamente erró el tiro, y tras otro extraño vuelo, la flecha brillante fue a
parar a un árbol, justo en un punto desde el que Jero pudo escuchar los más frescos y
alegres cantos de un grupo de pajarillos...
Y así, una tras otra, las brillantes flechas fallaron sus tiros para ir mostrando al guerrero
los pequeños detalles que llenan de belleza el mundo. Flecha a flecha, sus ojos y su
mente de cazador se fueron transformando, hasta que la última flecha fue a parar a sólo
unos metros de distancia de la joven, desde donde Jero pudo observar su belleza, la
misma que él mismo estaba a punto de destruir.
Entonces el guerrero despertó de su pesadilla de muerte y destrucción, deseoso de
cambiarla por un sueño de belleza y armonía. Y después de acabar con las maldades
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de Morlán, abandonó para siempre su vida de asesino y dedicó todo su esfuerzo a
proteger la vida y todo cuanto merece la pena.
Sólo conservó el arco y sus flechas brillantes, las que siempre sabían mostrarle el mejor
lugar al que dirigir la vista.
UNA FLOR CADA DÍA
Había una vez dos amigos que vivían en un palacio con sus
familias, que trabajaban al servicio del rey. Uno de ellos
conoció una niña que le gustó tanto que quería que pensó
hacerle un regalo. Un día, paseaba con su amigo por el
salón principal y vió un gran jarrón con las flores más
bonitas que pudiera imaginarse, y decidió coger una para
regalársela a la niña, pensando que no se notaría. Lo
mismo hizo al día siguiente, y al otro, y al otro... hasta que
un día faltaron tantas flores que el rey se dió cuenta y se
enfadó tanto que mandó llamar a todo el mundo.
Cuando
estaban
ante el rey, el niño pensaba que debía
decir que había sido él, pero su amigo le
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decía que se callara, que el rey se enfadaría muchísimo con él. Estaba muerto de
miedo, pero cuando el rey llegó junto a él, decidió contárselo todo. En cuanto dijo que
había sido él, el rey se puso rojo de cólera, pero al oír lo que había hecho con las flores,
en su cara apareció una gran sonrisa, y dijo "no se me habría ocurrido un uso mejor
para mis flores".
Y desde aquel día, el niño y el rey se hicieron muy amigos, y se acercaban juntos a
tomar dos de aquellas maravillosas flores, una para la niña, y otra para la reina.
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