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http://www.avempace.com/personal/jose-antonio-garcia-fernandez Prof. José Antonio García Fernández DPTO. LENGUA Y LITERATURA- IES Avempace [email protected] C/ Islas Canarias, 5 - 50015 ZARAGOZA - Telf.: 976 5186 66 - Fax: 976 73 01 69 1 Charles Baudelaire, La Fanfarlo, pról. Carmen Camero Pérez, trad. Alejandrina Falcón, Barcelona, Blacklist, 2011. La Fanfarlo es la nouvelle o novela corta de un poeta del siglo XIX, Charles Baudelaire (1821-1867), que escribió su obrita en una época dorada del relato corto, cuando Balzac, Hugo, Vigny, Musset, Barbey d’Aurevilly, Villiers de l’Isle Adam, etc., escribían los suyos. Un género la narrativa breve- en el que Théophile Gautier, Prosper Mérimée y Guy de Maupassant eran los maestros indiscutibles. La Fanfarlo apareció en enero de 1847, en el primer fascículo del Bulletin de la Société des Gens de Letrres, firmado por Charles Defayis, primer nombre literario de Baudelaire, entonces un joven de 25 años. Las influencias mayores de Baudelaire a lo largo de su vida fueron: el francés Théophile Gautier (a quien dedica Las flores del mal), el norteamericano Edgar Allan Poe (cuya obra tradujo) y el inglés Thomas de Quincey (con sus “comedores de opioy sus paraísos artificiales). Desde que en 1847 Baudelaire leyó la traducción francesa de Black Cat, El gato negro, se convirtió en admirador de Poe. Sobre él, escribió varios ensayos (el único autor no francés sobre el que lo hizo) y de su obra realizó varias traducciones entre 1856 y 1865. En Notes nouvelles sur Edgar Poe distingue Baudelaire entre roman (novela) y nouvelle (relato breve) y se muestra partidario de la concisión: la novela tiene “vastes proportions”, el cuento tiene la ventaja de “l’intensité de l’effet” y puede ser leído de una tirada, en un suspiro, “tout d’une haleine”, frente a la lectura interrumpida (“brisée”) de la narrativa larga. El relato es superior, más unitario (tiene l’unité d’impression, la totalité d’effet est un avantage immense”). La primera frase del cuento ya prepara «cette impression finale». En el relato no hay ni una sola palabra de más, todas tienen intención, apuntan a un objetivo prefijado de antemano. La novela tiene el problema de su falta de límites y su infinita libertad, de ahí que el efecto del relato menos libre, más condensado- sea más intenso. La novela pide digestión, el relato está próximo al poema, más sujeto a restricciones. Como dice Paul Morand, es un hueso. No tiene grasa, ni “chicha”. Exige una escritura meditada y premeditada, una mayor preparación o aderezo “culinario”. Y concisión, sin lugar para la meditación o un sistema de pensamiento. En el relato cabe la desesperación, pero no la filosofía de la desesperación. La novela opera en frío y el relato, en caliente. Pero La Fanfarlo, publicada como decimos en 1847, está inspirada en una aventura amorosa de Baudelaire con la bella actriz Marie Daubrun, que había sido amante de su amigo Théodore de Banville y a la que conoció entre 1845 y 1846, poco antes de publicar la novela. Era rubia-pelirroja, de pecho expresivo y brazos atléticos, con bonitos ojos verdes. La relación con el poeta fue ambigua, él parece que se sentía atraído, pero finalmente tuvo miedo de comprometerse. Esa obsesión por la mujer, la mujer como deseo y peligro mortal, la mujer felina, gata, venenosa, capaz de hacer perder el control al poeta, se ve muy bien en el poema de Baudelaire XLIX. Le poison”, de Las flores del mal, donde aparece el miedo al goce sexual, quizá relacionado con la impotencia del poeta, con su incapacidad amatoria.

Baudelaire La Fanfarlo

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Charles Baudelaire, La Fanfarlo, pról. Carmen Camero Pérez, trad.

Alejandrina Falcón, Barcelona, Blacklist, 2011.

La Fanfarlo es la nouvelle o novela corta de un poeta del siglo XIX, Charles Baudelaire (1821-1867), que escribió su obrita en una época dorada del relato corto, cuando Balzac, Hugo, Vigny, Musset, Barbey d’Aurevilly, Villiers de l’Isle Adam, etc., escribían los suyos. Un género – la narrativa breve- en el que Théophile Gautier, Prosper Mérimée y Guy de Maupassant eran los maestros indiscutibles. La Fanfarlo apareció en enero de 1847, en el primer fascículo del Bulletin de la Société des Gens de Letrres, firmado por Charles Defayis, primer nombre literario de Baudelaire, entonces un joven de 25 años. Las influencias mayores de Baudelaire a lo largo de su vida fueron: el francés Théophile Gautier (a quien dedica Las flores del mal), el norteamericano Edgar Allan Poe (cuya obra tradujo) y el inglés Thomas de Quincey (con sus “comedores de opio” y sus paraísos artificiales).

Desde que en 1847 Baudelaire leyó la traducción francesa de Black Cat, El gato negro, se convirtió en admirador de Poe. Sobre él, escribió varios ensayos (el único autor no francés sobre el que lo hizo) y de su obra realizó varias traducciones entre 1856 y 1865. En Notes nouvelles sur Edgar Poe distingue Baudelaire entre roman (novela) y nouvelle (relato breve) y se muestra partidario de la concisión: la novela tiene “vastes proportions”, el cuento tiene la ventaja de “l’intensité de l’effet” y puede ser leído de una tirada, en un suspiro, “tout d’une haleine”, frente a la lectura interrumpida (“brisée”) de la narrativa larga. El relato es superior, más unitario (tiene “l’unité d’impression, la totalité d’effet est un avantage immense”). La primera frase del cuento ya prepara «cette impression finale». En el relato no hay ni una sola palabra de más, todas tienen intención, apuntan a un objetivo prefijado de antemano. La novela tiene el problema de su falta de límites y su infinita libertad, de ahí que el efecto del relato –menos libre, más condensado- sea más intenso. La novela pide digestión, el relato está próximo al poema, más sujeto a restricciones. Como dice Paul Morand, es un hueso. No tiene grasa, ni “chicha”. Exige una escritura meditada y premeditada, una mayor preparación o aderezo “culinario”. Y concisión, sin lugar para la meditación o un sistema de pensamiento. En el relato cabe la desesperación, pero no la filosofía de la desesperación. La novela opera en frío y el relato, en caliente. Pero La Fanfarlo, publicada como decimos en 1847, está inspirada en una aventura amorosa de Baudelaire con la bella actriz Marie Daubrun, que había sido amante de su amigo Théodore de Banville y a la que conoció entre 1845 y 1846, poco antes de publicar la novela. Era rubia-pelirroja, de pecho expresivo y brazos atléticos, con bonitos ojos verdes. La relación con el poeta fue ambigua, él parece que se sentía atraído, pero finalmente tuvo miedo de comprometerse.

Esa obsesión por la mujer, la mujer como deseo y peligro mortal, la mujer felina, gata, venenosa,

capaz de hacer perder el control al poeta, se ve muy bien en el poema de Baudelaire “XLIX. Le poison”, de

Las flores del mal, donde aparece el miedo al goce sexual, quizá relacionado con la impotencia del poeta,

con su incapacidad amatoria.

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XLIX. LE POISON Le vin sait revêtir le plus sordide bouge D'un luxe miraculeux, Et fait surgir plus d'un portique fabuleux Dans l'or de sa vapeur rouge, Comme un soleil couchant dans un ciel nébuleux. L'opium agrandit ce qui n'a pas de bornes, Allonge l'illimité, Approfondit le temps, creuse la volupté, Et de plaisirs noirs et mornes Remplit l'âme au delà de sa capacité. Tout cela ne vaut pas le poison qui découle De tes yeux, de tes yeux verts, Lacs où mon âme tremble et se voit à l'envers... Mes songes viennent en foule Pour se désaltérer à ces gouffres amers. Tout cela ne vaut pas le terrible prodige De ta salive qui mord, Qui plonge dans l'oubli mon âme sans remord, Et, charriant le vertige, La roule défaillante aux rives de la mort!

XLIX. El veneno El vino sabe revestir el más sórdido antro De un lujo milagroso, Y hace surgir más de un pórtico fabuloso En el oro de su vapor rojizo, Como un sol poniéndose en un cielo nebuloso. El opio agranda lo que no tiene límites, Prolonga lo ilimitado, Profundiza el tiempo, socava la voluptuosidad, Y de placeres negros y melancólicos Colma el alma más allá de su capacidad. Todo eso no vale el veneno que destila De tus ojos, de tus ojos verdes, Lagos donde mi alma tiembla y se ve al revés... Mis sueños acuden en tropel Para refrescarse en esos abismos amargos. Todo esto no vale el terrible prodigio De tu saliva que muerde, Que sume en el olvido mi alma sin remordimiento, ¡Y, arrastrando el vértigo, La rueda desfalleciente en las riberas de la muerte!

El vino y el opio confieren al hombre la ilusión de traspasar los límites de tiempo y espacio. Pero en realidad son un soborno (“décor suborneur”). Los placeres que confiere el opio son negros y mezquinos. Igualmente, la fascinación por la mujer amada no conduce a la eternidad, sino a la muerte: sumergimiento en aguas podridas, negras, hediondas. Hay una asociación de la muerte con el goce sexual. Una muerte de la que no se puede prescindir: es deseada y temida, al modo en que es deseado y temido el instante de unión sexual. Todo eso es lo que el poeta ha traspasado a su historia de La Fanfarlo, cuya intriga resumimos a continuación y es la siguiente: El joven poeta Samuel Cramer encuentra por azar en París a un antiguo amor de juventud, madame de Cosmelly, que lo informa de sus problemas conyugales: su esposo no la ama como antes, seducido por la Fanfarlo, una bella bailarina. Esperando obtener el amor de la dama si la ayuda en sus propósitos, Samuel enamora a la artista y la aleja de monsieur Cosmelly. Pero la señora simplemente agradece al poeta los servicios prestados, sin más, por lo que Samuel debe seguir con la Fanfarlo, que encima engorda y pierde sus encantos.

Notas características de La Fanfarlo:

La historia se caracteriza por su realismo descriptivo (no hay fantasía, como en Le Horla, de Maupassant, por ejemplo) y por su poética de la brevedad. Baudelaire se esfuerza por dar credibilidad, veracidad, a su relato (por eso el narrador afirma conocer personalmente al personaje de Samuel).

El texto es hasta cierto punto autobiográfico. Aparecen obsesiones baudelerianas típicas como la impotencia creadora o el triunfo del ennui, del spleen o aburrimiento, del taedium vitae. El poeta Samuel Cramer, dandi, amante de lo sofisticado, tiene rasgos del mismísimo Baudelaire.

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Además, la condición de lector impenitente de este personaje protagonista permite una gran intertextualidad del texto: Plotino, Sterne, Rabelais…

Hay también cierto tono oral, apelaciones al lector (cuya complicidad se pretende), etc.

Se observa además distanciamiento del narrador, ironía, ridiculización del protagonista Cramer, prototipo del poeta romántico (Baudelaire comenzó militando en el Romanticismo, pero después se pasó al Parnasianismo y al Simbolismo).

En la nouvelle hay pocos personajes, como exige la poética de la brevedad. Además, la Fanfarlo que da nombre al relato no aparece casi hasta la mitad del texto, si bien su descripción física ya aparece al principio. La bailarina, su sonoro nombre y el mundo (teatro) en el que

vive, representan la atracción de la aventura, el triunfo del decadentismo sobre lo burgués, la fascinación por lo exótico, la sofisticación, el sensualismo. Madame de Cosmelly es la heroína romántica, bella, fiel y tradicional. Samuel, el poeta declamatorio y ridículo, se ve atrapado entre dos “mujeres peligrosas” para el hombre de letras, pues pueden apartarlo de su verdadero amor, que es el Arte.

El final es abierto, ambiguo, plurisignificativo. La Fanfarlo engorda y pierde encanto, se convierte en una suerte de lorette ministérielle, una concubina celosa, torturadora, ambiciosa, alejada del artificio, sumida en la vulgaridad y en lo mediocre. El artista encadenado sufre también así su castigo, por no haberse sabido mantener al margen de los peligros femeninos. Samuel, empujado por las ansias de respetabilidad de la Fanfarlo, acaba aspirando a ingresar en algún Instituto y escribe gruesos y doctos volúmenes, su alma de poeta se ha esfumado entre la espesa niebla de la vida burguesa.

Decía Baudelaire en la presentación de su Revolución magnética de Poe que no había gran escritor que no hubiera encontrado su propio método, que no fuera filósofo: Diderot, Laclos, Hoffman, Goethe, Balzac, Poe… En esta nouvelle de juventud, aparece el escritor que busca su camino y que ya ha asimilado sus lecturas. Desde luego, no vemos aquí al autor inexperto o primerizo, sino un talento literario que empieza a explotar en todo su esplendor, bajo la influencia de la poética de la brevedad, heredada de Poe y Gautier.

Retrato de Samuel Cramer, protagonista de La Fanfarlo

“Ingenuo y respetable descaro! Así era el pobre Samuel.

Hombre de bien por su origen y un poco sinvergüenza por pasatiempo, comediante por

temperamento, representaba para sí mismo, y a puertas cerradas, incomparables tragedias, o, mejor dicho,

tragicomedias. Si la alegría lo rozaba o apenas se insinuaba, debía asegurarse de ello, y entonces nuestro

hombre ensayaba risas y carcajadas. Si algún recuerdo hacía que una lágrima asomara a sus ojos, corría al

espejo para mirarse llorar. Cuando alguna mujer de mala vida, en un acceso de celos brutal y pueril, le hacía

un rasguño con una aguja o una navaja, Samuel se jactaba de haber recibido una cuchillada, y cuando debía

unos miserables veinte mil francos, exclama alegremente: «iQué triste y miserable suerte la de un genio

acosado por un millón de deudas!»

Por lo demás, cuídese bien de creer que fuera incapaz de experimentar sentimientos verdaderos, y que

la pasión tan sólo rozó su epidermis. Hubiese vendido sus camisas por un hombre al que apenas conocía, y a

quien, un día antes, por la sola inspección de su frente y de su mano, había declarado su íntimo amigo.

Llevaba a las cosas del espíritu y del alma la contemplación germánica; a las cosas de la pasión, el fugaz e

inconstante ardor de su madre; y a la práctica de la vida, todos los defectos de la vanidad francesa. Se hubiese

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batido en duelo por un autor o un artista muerto dos siglos antes. Era ateo con pasión como había sido devoto

con fervor. Era, a un mismo tiempo, todos los artistas que había estudiado y todos los libros que había leído; y,

sin embargo, pese a esta habilidad de histrión, seguía siendo profundamente original: era el tierno, el

caprichoso, el perezoso, el terrible, el sabio, el ignorante, el desaliñado, el coqueto Samuel Cramer, la

romántica Manuela de Monteverde. Adoraba a un amigo como a una mujer; amaba a una mujer como a un

compañero. Poseía la lógica de todos los buenos sentimientos y la ciencia de todas las astucias, y sin embargo

jamás triunfó en nada, porque creía demasiado en lo imposible. ¿Qué tiene de sorprendente? Estaba siempre

intentando concebirlo.” (pp. 6-8)

Crítica al Romanticismo y las novelas de Walter Scott

—… Pero ¿qué está leyendo [madame de Cosmelly]?

—Una novela de Walter Scott.

—Me explico ahora sus frecuentes interrupciones. ¡Oh! ¡Qué escritor aburrido! ¡Un polvoriento

desenterrador de crónicas! Un amasijo de descripciones fastidiosas y desordenadas, un montón de cosas viejas

y trastos de toda clase: armaduras, vajillas, muebles, posadas góticas y castillos de melodrama, donde se

pasean autómatas, vestidos con casacas y jubones abigarrados; tipos conocidos de los que ningún plagiario de

dieciocho años querrá saber nada en diez años; castellanas imposibles y enamorados desprovistos de toda

actualidad, ¡ninguna verdad de corazón, ninguna filosofía de sentimientos! ¡Qué diferencia con nuestros

buenos novelistas franceses, en los que la pasión y la moral se imponen a la descripción material de los

objetos! ¿Qué importa que la castellana lleve gorguera o miriñaque, o enaguas Oudinot, mientras solloce o

traicione como se debe? ¿El amante le interesa más por llevar un puñal en su chaleco en vez de una tarjeta de

visita, y un déspota vestido de traje negro le causa un terror menos poético que un tirano con armadura de

hierro y barda de cuero?” (pp. 13-14)

Un anticipo de la futura teoría de la sinestesia de Baudelaire:

correspondencias, analogías, equivalencias…

“Entre nosotros, dicho sea de paso, no se aprecia lo suficiente el arte de la danza. Todos los grandes pueblos,

primero los del mundo antiguo, los de la India y Arabia, la cultivaron tanto como a la poesía. Para ciertas

organizaciones paganas, la danza está por encima de

la música, así como lo visible y lo creado están por

encima de lo invisible y de lo increado. Sólo podrán

comprenderme aquellos a quienes la música evoca

ideas pictóricas. La danza puede revelar todo lo

misterioso que hay en la música, y posee además el

mérito de ser humana y palpable. La danza es la

poesía con brazos y piernas; es la materia, graciosa

y terrible, animada, embellecida por el movimiento.

Terpsícore es una musa del Sur; supongo que era

muy morena, y que a menudo agitó sus pies en los

trigales dorados; sus movimientos, llenos de una

cadencia precisa, son otros tantos motivos divinos

para la estatuaria. Pero Fanfarlo la católica, no

satisfecha de rivalizar con Terpsícore, invocó en su ayuda todo el arte de las divinidades modernas. Las

nieblas mezclan formas de hadas y ondinas menos vaporosas y menos indolentes. Fue, a la vez, un capricho de

Shakespeare y una bufonada italiana.” (pp. 54-55)

Samuel y la Fanfarlo, trasunto de Baudelaire y Jeanne Duval

“Aunque Samuel tuviera una imaginación depravada, y quizá por ese mismo motivo, el amor era para él

menos un asunto de los sentidos que del entendimiento. Era, ante todo, admiración y apetito de lo bello;

consideraba que la reproducción era un vicio del amor; el embarazo, una enfermedad de araña. En alguna

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parte ha escrito: «Los ángeles son hermafroditas y estériles.» Amaba el cuerpo humano como una armonía

material, como una bella arquitectura en movimiento; y ese materialismo absoluto no estaba lejos del más

puro idealismo. Pero, como en lo bello, que es la causa del amor, había, según él, dos elementos: la línea y el

atractivo, y como todo esto sólo incumbe a la línea, el atractivo, aquella noche, era el rojo del lápiz de labios.

La Fanfarlo resumía, para él, la línea y el atractivo; y al mirarla, sentada al borde de la cama en la

indolencia y la calma victoriosa de la mujer amada, con las manos delicadamente posadas sobre él, Samuel

creía ver el infinito detrás de los ojos claros de esa belleza, y sentía que los suyos a la larga planeaban sobre

inmensos horizontes. Por lo demás, como sucede a los hombres excepcionales, a menudo estaba solo en su

paraíso, pues nadie podía habitarlo con él; y si, por casualidad, él la raptaba y la llevaba allí casi por la fuerza,

ella siempre se quedaba un poco atrás: de hecho, en el cielo donde él reinaba, su amor comenzaba a estar triste

y enfermo de melancolía del azul, como un rey solitario.

Sin embargo, jamás se hartó de ella; jamás, al abandonar su reducto amoroso, caminando alegremente

sobre una acera, en el aire fresco de la mañana, experimentó el placer egoísta del cigarro y de las manos en los

bolsillos, del que habla en algún lado nuestro gran novelista moderno1.

A falta de corazón, Samuel tenía una inteligencia noble, y, en vez de ingratitud, el placer había

engendrado en él esa conformidad sabrosa, esa ensoñación sensual, que vale mucho más que el amor como lo

entiende el vulgo. Por lo demás, la Fanfarlo había dado lo mejor de ella e invertido sus más hábiles caricias,

pues se había dado cuenta de que el hombre valía la pena: se había acostumbrado a ese lenguaje místico,

saturado de impurezas y crudezas enormes. Aquello tenía, al menos, el atractivo de la novedad.

La súbita pasión de la bailarina había dado que hablar. Varias funciones fueron suspendidas; ella

había descuidado los ensayos; mucha gente envidiaba a Samuel.” (pp. 64-67)

Más información

Camero Pérez, Carmen: “La nouvelle de un poeta: La Fanfarlo de Charles Baudelaire”, Anales de Filología Francesa, 14, 2005-2006, http://www.avempace.com/file_download/2906/Baudelaire-La+fanfarlo-

estudio+de+Carmen+Camero.pdf, http://digitum.um.es/xmlui/bitstream/10201/2033/1/2297363.pdf

Baudelaire, Charles: La Fanfarlo, https://www.anagma.com.mx/cms/img/media/PDF_LIBRO_21.pdf

Baudelaire, Charles: La Fanfarlo, pról. Carmen Camero Pérez, trad. Alejandrina Falcón, Barcelona, Blacklist, 2011.

1 [Nota de la T] El autor de la Fille aux yeux d'or, Honoré de Balzac.