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1 LUI S CERNUD A ANTOLO G Í A P O ÉTIC A ¿Cómo se forja y surge el genio? Sin duda tienen que darse una serie de circunstancias. Analizarlas no permite establecer conclusiones universales como si de leyes científicas se tratara. Pero pueden ayudar a comprender. Haber nacido en Sevilla, haberse movido por la magia de sus jardines, de sus patios y de sus calles estrechas, y haber recorrido sus alrededores, donde un día, de repente, es atravesado por la flecha de su destino como poeta. Pertenecer a una familia pequeño-burguesa donde se respira un ambiente de seriedad y rigidez afectiva, ser retraído y tímido, tener pocos amigos en la infancia, descubrir la poesía leyendo a Bécquer. Observar que, en el despertar sexual de la adolescencia, la atracción es hacia el propio sexo, sentirse distinto, sentirse señalado por los compañeros del instituto porque escribe versos. Cursar con desgana una carrera universitaria, empezar a conocer a grandes figuras de la literatura del momento, querer ser como ellos, leer a clásicos y modernos, publicar su primer libro de versos y encajar críticas negativas, huir de Sevilla... Todo ello sin duda crea un carácter hipersensible, especialmente receptivo con la belleza del mundo, sufriendo, pero también gozando con más intensidad que otros. Un carácter que busca más un aislamiento que le permita concentrarse en las pequeñas y grandes cosas que para otros pasan desapercibidas, pero no para los ojos del poeta, verdadero intérprete de las esencias del mundo. En Cernuda hay dos exilios: el suyo propio con respecto a todo lo que lo rodea y el provocado por la Guerra Civil, que se superpondrá al primero. Su existencia es la de un conflicto permanente entre sus deseos y la realidad, entre el placer y el dolor, entre el amor —historias no duraderas, y que terminan mal— y el deseo de amar. Entre la amistad y el afecto y la

Cernuda-Antología poética

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LUIS CERNUDA ANTOLOGA POTICA

Cmo se forja y surge el genio? Sin duda tienen que darse una serie de circunstancias. Analizarlas no permite establecer conclusiones universales como si de leyes cientficas se tratara. Pero pueden ayudar a comprender. Haber nacido en Sevilla, haberse movido por la magia de sus jardines, de sus patios y de sus calles estrechas, y haber recorrido sus alrededores, donde un da, de repente, es atravesado por la flecha de su destino como poeta. Pertenecer a una familia pequeo-burguesa donde se respira un ambiente de seriedad y rigidez afectiva, ser retrado y tmido, tener pocos amigos en la infancia, descubrir la poesa leyendo a Bcquer. Observar que, en el despertar sexual de la adolescencia, la atraccin es hacia el propio sexo, sentirse distinto, sentirse sealado por los compaeros del instituto porque escribe versos. Cursar con desgana una carrera universitaria, empezar a conocer a grandes figuras de la literatura del momento, querer ser como ellos, leer a clsicos y modernos, publicar su primer libro de versos y encajar crticas negativas, huir de Sevilla... Todo ello sin duda crea un carcter hipersensible, especialmente receptivo con la belleza del mundo, sufriendo, pero tambin gozando con ms intensidad que otros. Un carcter que busca ms un aislamiento que le permita concentrarse en las pequeas y grandes cosas que para otros pasan desapercibidas, pero no para los ojos del poeta, verdadero intrprete de las esencias del mundo.

En Cernuda hay dos exilios: el suyo propio con respecto a todo lo que lo rodea y el provocado por la Guerra Civil, que se superpondr al primero. Su existencia es la de un conflicto permanente entre sus deseos y la realidad, entre el placer y el dolor, entre el amor historias no duraderas, y que terminan mal y el deseo de amar. Entre la amistad y el afecto y la decepcin, el recelo y la susceptibilidad. Entre las ideas de justicia social y el desencanto de la poltica. Entre su elitismo y un mundo de vulgaridad que nace de la ignorancia, de la necesidad y de la miseria. Entre el recuerdo, la nostalgia y el amor a Espaa y el rencor hacia sus paisanos. Y, sobre todo, una gran soledad. De todo ello fluye su creacin, para suerte nuestra.

Su imagen, la que de l nos ha quedado en los testimonios de sus contemporneos y en las fotografas, acusa esa expresin de seriedad, de ensimismamiento, a veces con una sonrisa melanclica, o con una sonrisa forzada, como quien se resigna a asumir las mezquindades y ofensas de la vida. En su rostro destacan unos rasgos andaluces inconfundibles, piel oscura, ojos oscuros, pmulos un tanto salientes, bigote recortado, todo ello bajo el negro pelo atezado y ceido. Su atuendo habitual es el de un dandi, con el traje y la camisa bien planchados, buenas corbatas, botines, sombrero y guantes. Incluso alguien dijo de l que lo vio usar monculo. Su

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atildamiento y elegancia se suelen interpretar como una forma de protegerse, de distanciarse. Como un escudo. Nos lo imaginamos caminando por aquella Espaa llena de aristas, observando con estupor el desarrollo de los acontecimientos.

La Realidad y el Deseo

La Realidad y el Deseo es el ttulo que Cernuda da a

la reunin de su obra completa anterior a 1936. En el prlogo escriba el poeta: " Las siguientes palabras son el recuerdo de un olvido". Consta de los libros siguientes: Primeras poesas, Perfil del aire, gloga, elega, oda, Un ro, un amor, Los placeres prohibidos, Donde habite el olvido, Invocaciones a las gracias del mundo. Los dos primeros ttulos son el comienzo e iniciacin en la poesa de Cernuda. Se halla ya en plena posesin de todos los atributos de un poeta personalsimo y con voz propia en: Un ro, un amor, Los placeres prohibidos, Donde habite el olvido, porque ah suenan ya los aires romnticos que le caracterizan. El ltimo libro - Invocaciones a las gracias del mundo - representa una mayor serenidad que roza con el clasicismo. El ttulo de la coleccin subraya el drama del hombre segn la visin de los romnticos: realidad y deseo enfrentados. El hombre desea, desea constantemente, y lo que le ofrece el mundo nunca llega a satisfacerle. Es un afn incesante de insatisfaccin y de desengao. El deseo es siempre una aspiracin insatisfecha y sin objeto "...El deseo es una pregunta / Cuya respuesta no existe, / Una hoja cuya rama no existe, / Un mundo cuyo cielo no existe." (No deca palabras) Sus deseos son siempre mayores que las posibilidades que tiene de conseguirlos. Pero seguir tendiendo las manos con el vano deseo de conseguir sus deseos "...tendidas hacia el aire." El poeta termina constatando que est solo en el mundo: "...Solo yo con mi vida, / Con mi parte en el mundo." La soledad termina convirtindose en la compaera inevitable del poeta: Cmo llenarte, soledad, / Sino contigo misma? (Soliloquio del farero). Para colmar esa soledad Cernuda puebla su poesa de "fantasmas" y "sombras", lo que l llama: olvido. Ninguna palabra se halla tan presente como sta en su obra, porque Cernuda llega al imposible cuando propugna que el olvido ms profundo es olvidar el olvido.

Su obra potica posterior fue ampliando esos temas, aadiendo el exilio como factor comn a un buen nmero de intelectuales espaoles de la poca. Su obra completa, publicada entre 1924 y 1962, llevar como ttulo comn, por tanto, La Realidad y el Deseo.

Defensa de la diferencia

Podra afirmarse sin lugar a dudas que Cernuda ha sido, junto con Salinas y en sentido bien diferente, uno de los poetas que mejor ha expresado en sus libros el sentimiento amoroso. Lo hace con una sinceridad total, y desde muy temprano, y del

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modo menos convencional posible. Se mantuvo dentro de una delicada discrecin pero no dej de apuntar con claridad de qu amor escriba: el homosexual. La moral de la Espaa de entonces y la dominante moral burguesa suelen disimularlo, cuando no lo ocultan en las sombras de lo inconfesable. Luis Cernuda admiti desde muy joven su condicin, y su honradez le impeda disfrazar sus sentimientos sin que se transparenten falsos remordimientos y complejos cristianos de culpa o pecado. Habindose aceptado tal como era, defendi su opcin moral y en este empeo no ces durante toda su vida.

La moral de Cernuda en este punto, y no hay mas que releer muchos de sus textos, consiste en la bsqueda valiente de su propia identidad y dignidad. Cernuda no deja de reconocer que esa verdad, la suya, no es superior ni inferior a la de los otros, sino diferente. Con su postura lo que hace es defender su derecho inalienable a la diferencia. Octavio Paz lo dice de modo claro en un estudio sobre el poeta: "Reconocerse homosexual es aceptarse diferente de los otros. Pero quines son los otros? Los otros son el mundo; y el mundo es la propiedad de los otros. En ese mundo se persigue con la misma saa a los amantes homosexuales, al revolucionario, al negro, al proletario, al burgus expropiado, al poeta solitario, al mendigo, al excntrico y al santo". De este modo la conducta y la poesa de Cernuda (muy a menudo fueron juntas) son una muestra de crtica contra la opresin y proclamacin de su irreductible derecho a ser diferente. De ah proviene su modernidad y su permanencia ms de cien aos despus de su nacimiento.

Un ro, un amor (1929)

Mientras Luis Cernuda est en Toulouse (Francia) como lector de espaol en el ao 1928, comienza a redactar los primeros poemas de esta obrita que tendr un carcter surrealista. Ya haba publicado en Espaa Primeras poesas y gloga, elega, oda, con escasa repercusin. En esta poca lee con asiduidad a los poetas franceses: Breton, Eluard. Sus circunstancias personales, la inestabilidad econmica, profesional y social le empujaron quiz a buscar en el surrealismo la libertad que tanto ansiaba. El jazz y el cine estn presentes en los diversos poemas de que consta la obra. En su deseo de alejarse de la realidad que le rodea no duda en acudir a evocaciones tan alejadas como pueden ser los paisajes, que evocan la msica negra y las pelculas que ve por aquella poca: Quisiera estar solo en el Sur (I want to be alone in the South, evocador ttulo de una cancin de jazz), Nevada, Sombras blancas, Daytona, Durango... Dos aspectos sobresalen en este libro: la ausencia de amor y la actitud desafiante y crtica con la sociedad que le margina.

Quisiera estar solo en el Sur.

Quiz mis lentos ojos no vern ms el sur

De ligeros paisajes dormidos en el aire,

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Con cuerpos a la sombra de ramas como flores

O huyendo en un galope de caballos furiosos.

El sur es un desierto que llora mientras canta, Y esa voz no se extingue como pjaro muerto; Hacia el mar encamina sus deseos amargos Abriendo un eco dbil que vive lentamente.

En el sur tan distante quiero estar confundido.

La lluvia all no es ms que una rosa entreabierta, Su niebla misma re, risa blanca en el viento.

Su oscuridad, su luz son bellezas iguales.

Sombras blancas

Sombras frgiles, blancas, dormidas en la playa, Dormidas en su amor, en su flor de universo,

El ardiente color de la vida ignorando

Sobre un lecho de arena y de azar abolido.

Libremente los besos desde sus labios caen En el mar indomable como perlas intiles; Perlas grises o acaso cenicientas estrellas

Ascendiendo hacia el cielo con luz desvanecida.

Bajo la noche el mundo silencioso naufraga; Bajo la noche rostros fijos, muertos, se pierden.

Slo esas sombras blancas, oh blancas, s, tan blancas.

La luz tambin da sombras, pero sombras azules.

Nevada

En el Estado de Nevada

Los caminos de hierro tienen nombres de pjaro, Son de nieve los campos

Y de nieve las horas.

Las noches transparentes

Abren luces soadas

Sobre las aguas o tejados puros

Constelados de fiesta.

Las lgrimas sonren, La tristeza es de alas, Y las alas, sabemos, Dan amor inconstante.

Los rboles abrazan rboles, Una cancin besa otra cancin;

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Por los caminos de hierro

Pasa el dolor y la alegra.

Siempre hay nieve dormida

Sobre otra nieve, all en Nevada.

Estoy cansado

Estar cansado tiene plumas,

Tiene plumas graciosas como un loro, Plumas que desde luego nunca vuelan,

Mas balbucean igual que loro.

Estoy cansado de las casas, Prontamente en ruinas sin un gesto; Estoy cansado de las cosas,

Con un latir de seda vueltas luego de espaldas.

Estoy cansado de estar vivo,

Aunque ms cansado sera el estar muerto; Estoy cansado del estar cansado

Entre plumas ligeras sagazmente,

Plumas del loro aquel tan familiar o triste, El loro aquel del siempre estar cansado.

Durango

Las palabras quisieran expresar los guerreros, Bellos guerreros impasibles,

Con el maana gris abrazado, como un amante, Sin dejarles partir hacia las olas.

Por la ventana abierta

Muestra el destino su silencio;

Slo nubes con nubes, siempre nubes

Ms all de otras nubes semejantes, Sin palabras, sin voces,

Sin decir, sin saber;

ltimas soledades que no aguardan maana.

Durango est vaco

Al pie de tanto miedo infranqueable;

Llora consigo a solas la juventud sangrienta

De los guerreros bellos como luz, como espuma.

Por sorpresa los muros

Alguna mano dejan revolando a veces;

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Sus dedos entreabiertos

Dicen adis a nadie,

Saben algo quiz ignorado en Durango.

En Durango postrado, Con hambre, miedo, fro,

Pues sus bellos guerreros slo dieron, Raza estril en flor, tristeza, lgrimas.

Daytona

Hubo un da en que el da no engaaba,

En que sus manos tristes no sostenan un cuervo

Indiferente como los labios de la lluvia, Como el rojizo hasto.

Mas hoy es imposible

Buscar la luz entre barcas nocturnas; Alguien cort la piedra en flor,

Sin que pudiera el mundo

Incendiar la tristeza.

Slo un lugar existe, cuyos das

Nada saben de aquello,

Aunque todo all sea mortal, el miedo, hasta las plumas; Mas las olas abrazan

A tanta luz an viva.

A tanta luz desbordando en la arena,

Desbordando en las nubes, desbordando en el tiempo, Que dormita sin voz entre las ramas,

Olvidado fantasma con su collar de fro. Mirad cmo sonre hacia el amor Daytona. No intentemos el amor nunca

Aquella noche el mar no tuvo sueo.

Cansado de contar, siempre contar a tantas olas, Quiso vivir hacia lo lejos,

Donde supiera alguien de su color amargo.

Con una voz insomne deca cosas vagas, Barcos entrelazados dulcemente

En un fondo de noche,

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O cuerpos siempre plidos, con su traje de olvido

Viajando hacia nada.

Cantaba tempestades, estruendos desbocados

Bajo cielos con sombra, Como la sombra misma, Como la sombra siempre

Rencorosa de pjaros estrellas.

Su voz atravesando luces, lluvia, fro, Alcanzaba ciudades elevadas a nubes,

Cielo Sereno, Colorado, Glaciar del Infierno, Todas puras de nieve o de astros cados

En sus manos de tierra.

Mas el mar se cansaba de esperar las ciudades. All su amor tan slo era un pretexto vago

Con sonrisa de antao, Ignorado de todos.

Y con sueo de nuevo se volvi lentamente

Adonde nadie

Sabe nada de nadie. Adonde acaba el mundo.

Dejadme solo

Una verdad es color de ceniza, Otra verdad es color de planeta;

Mas todas las verdades, desde el suelo hasta el suelo, No valen la verdad sin color de verdades,

La verdad ignorante de cmo el hombre suele encarnarse en la nieve.

En cuanto a la mentira, basta decirle quiero Para que brote entre las piedras

Su flor, que en vez de hojas luce besos, Espinas en lugar de espinas.

La verdad, la mentira, Como labios azules, Una dice, otra dice;

Pero nunca pronuncian verdades o mentiras su secreto torcido;

Verdades o mentiras

Son pjaros que emigran cuando los ojos mueren.

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Los placeres prohibidos (1931)

Comienza su redaccin despus de la publicacin de Un ro, un amor. La tcnica surrealista aparece ya ms depurada en esta obra, porque est lleno y construido con imgenes surrealistas que salen a borbotones por los versos. Los poemas no tienen encabezamiento, sino que se emplea el primer verso o una parte del mismo como ttulo. Se inicia en este libro la rebelda existencial pero sin llegar al escndalo como parece anunciar el ttulo, aunque no produjo la misma sensacin en su tiempo. Es, sin embargo en este libro donde el poeta expone y define su inclinacin amorosa.

Aparece, casi de forma repentina, una deslumbrante plenitud formal que nos sorprende. Aumenta el tono lrico y las imgenes saltan por encima de la lgica sintctica. La extensin de los versos, a veces parece prosa, sirve a la audacia de lo que escribe. Se muestra el sentimiento del amor (tal como lo entiende Cernuda) como algo platnico y contemplativo pero cargado de un fuerte erotismo: lo que podramos llamar "contemplacin sensual", esa tendencia peculiar suya, tiende a la melancola y al desengao. "No es el amor quien muere, / somos nosotros mismos.", dir el poeta en un libro posterior: Donde habite el olvido.

Dir cmo nacisteis

Dir cmo nacisteis, placeres prohibidos, Como nace un deseo sobre torres de espanto, Amenazadores barrotes, hiel descolorida, Noche petrificada a fuerza de puos,

Ante todos, incluso el ms rebelde, Apto solamente en la vida sin muros.

Corazas infranqueables, lanzas o puales, Todo es bueno si deforma un cuerpo;

Tu deseo es beber esas hojas lascivas

O dormir en esa agua acariciadora. No importa;

Ya declaran tu espritu impuro.

No importa la pureza, los dones que un destino Levant hacia las aves con manos imperecederas; No importa la juventud, sueo ms que hombre,

La sonrisa tan noble, playa de seda bajo la tempestad

De un rgimen cado.

Placeres prohibidos, planetas terrenales, Miembros de mrmol con sabor de esto, Jugo de esponjas abandonadas por el mar,

Flores de hierro, resonantes como el pecho de un hombre.

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Soledades altivas, coronas derribadas, Libertades memorables, manto de juventudes; Quien insulta esos frutos, tinieblas en la lengua, Es vil como un rey, como sombra de rey Arrastrndose a los pies de la tierra

Para conseguir un trozo de vida.

No saba los lmites impuestos, Lmites de metal o papel,

Ya que el azar le hizo abrir los ojos bajo una luz tan alta, Adonde no llegan realidades vacas,

Leyes hediondas, cdigos, ratas de paisajes derruidos.

Extender entonces una mano

Es hallar una montaa que prohbe, Un bosque impenetrable que niega,

Un mar que traga adolescentes rebeldes.

Pero si la ira, el ultraje, el oprobio y la muerte, vidos dientes sin carne todava,

Amenazan abriendo sus torrentes,

De otro lado vosotros, placeres prohibidos, Bronce de orgullo, blasfemia que nada precipita, Tendis en una mano el misterio.

Sabor que ninguna amargura corrompe, Cielos, cielos relampagueantes que aniquilan.

Abajo, estatuas annimas,

Sombras de sombras, miseria, preceptos de niebla; Una chispa de aquellos placeres

Brilla en la hora vengativa.

Su fulgor puede destruir vuestro mundo.

En medio de la multitud.

En medio de la multitud le vi pasar, con sus ojos tan rubios como la cabellera. Marchaba abriendo el aire y los cuerpos; una mujer se arrodill a su paso. Yo sent cmo la sangre desertaba mis venas gota a gota.

Vaco, anduve sin rumbo por la ciudad. Gentes extraas pasaban a mi lado sin verme. Un cuerpo se derriti con leve susurro al tropezarme. Anduve ms y ms.

No senta mis pies. Quise cogerlos en mi mano, y no hall mis manos; quise gritar, y no hall mi voz. La niebla me envolva.

Me pesaba la vida como un remordimiento; quise arrojarla de m. Mas era imposible, porque estaba muerto y andaba entre los muertos.

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Qu ruido tan triste

Qu ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman, Parece como el viento que se mece en otoo

Sobre adolescentes mutilados,

Mientras las manos llueven,

Manos ligeras, manos egostas, manos obscenas, Cataratas de manos que fueron un da

Flores en el jardn de un diminuto bolsillo.

Las flores son arena y los nios son hojas, Y su leve ruido es amable al odo

Cuando ren, cuando aman, cuando besan,

Cuando besan el fondo

De un hombre joven y cansado

Porque antao so mucho da y noche.

Mas los nios no saben,

Ni tampoco las manos llueven como dicen;

As el hombre, cansado de estar solo con sus sueos, Invoca los bolsillos que abandonan arena,

Arena de las flores,

Para que un da decoren su semblante de muerto.

No deca palabras

No deca palabras,

Acercaba tan slo un cuerpo interrogante

Porque ignoraba que el deseo es una pregunta

Cuya respuesta no existe,

Una hoja cuya rama no existe, Un mundo cuyo cielo no existe.

La angustia se abre paso entre los huesos, Remonta por las venas

Hasta abrirse en la piel,

Surtidores de sueo

Hechos carne en interrogacin vuelta a las nubes.

Un roce al paso,

Una mirada fugaz entre las sombras, Bastan para que el cuerpo se abra en dos, vido de recibir en s mismo

Otro cuerpo que suee;

Mitad y mitad, sueo y sueo, carne y carne,

Iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.

Aunque slo sea una esperanza,

Porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe

(1919)

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Si el hombre pudiera decir

Si el hombre pudiera decir lo que ama,

Si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo

Como una nube en la luz;

Si como muros que se derrumban,

Para saludar la verdad erguida en medio,

Pudiera derrumbar su cuerpo, dejando slo la verdad de su amor, La verdad de s mismo,

Que no se llama gloria, fortuna o ambicin, Sino amor o deseo,

Yo sera aquel que imaginaba;

Aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos Proclama ante los hombres la verdad ignorada, La verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien

Cuyo nombre no puedo or sin escalofro ;

Alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina ,

Por quien el da y la noche son para m lo que quiera, Y mi cuerpo y espritu flotan en su cuerpo y espritu Como leos perdidos que el mar anega o levanta Libremente, con la libertad del amor,

La nica libertad que me exalta,

La nica libertad porque muero.

T justificas mi existencia:

Si no te conozco, no he vivido

Si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

Unos cuerpos son como flores

Unos cuerpos son como flores, Otros como puales,

Otros como cintas de agua;

Pero todos, temprano o tarde,

Sern quemaduras que en otro cuerpo se agranden, Convirtiendo por virtud del fuego a una piedra en un hombre.

Pero el hombre se agita en todas direcciones, Suea con libertades, compite con el viento,

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Hasta que un da la quemadura se borra, Volviendo a ser piedra en el camino de nadie.

Yo, que no soy piedra, sino camino

Que cruzan al pasar los pies desnudos, Muero de amor por todos ellos;

Les doy mi cuerpo para que lo pisen,

Aunque les lleve a una ambicin o a una nube, Sin que ninguno comprenda

Que ambiciones o nubes

No valen un amor que se entrega.

Los marineros son las alas del amor

Los marineros son las alas del amor, Son los espejos del amor,

El mar les acompaa,

Y sus ojos son rubios lo mismo que el amor

Rubio es tambin, igual que son sus ojos.

La alegra vivaz que vierten en las venas

Rubia es tambin

Idntica a la piel que asoman;

No les dejis marchar porque sonren

Como la libertad sonre,

Luz cegadora erguida sobre el mar.

Si un marinero es mar,

Rubio mar amoroso cuya presencia es cntico, No quiero la ciudad hecha de sueos grises;

Quiero slo ir al mar donde me anegue,

Barca sin norte,

Cuerpo sin norte hundirme en su luz rubia.

Te quiero.

Te quiero.

Te lo he dicho con el viento,

Jugueteando como animalillo en la arena

O iracundo como rgano tempestuoso;

Te lo he dicho con el sol,

Que dora desnudos cuerpos juveniles

Y sonre en todas las cosas inocentes;

Te lo he dicho con las nubes,

Frentes melanclicas que sostienen el cielo,

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Tristezas fugitivas;

Te lo he dicho con las plantas, Leves criaturas transparentes

Que se cubren de rubor repentino;

Te lo he dicho con el agua,

Vida luminosa que vela en un fondo de sombra;

Te lo he dicho con el miedo, Te lo he dicho con la alegra,

Con el hasto, con las terribles palabras.

Pero as no me basta: Ms all de la vida,

Quiero decrtelo con la muerte; Ms all del amor,

Quiero decrtelo con el olvido.

Donde habite el olvido (1932-1933)

El ttulo del poema y del libro, Donde habite el olvido, nos remite necesariamente al verso de Bcquer tantas veces mencionado e inspirador (Rima LXVI) y nos seala de modo claro dnde se halla la inspiracin y el profundo aprendizaje de Cernuda. No dej casi nunca de ser fiel al Surrealismo pero bebi en la ms profunda fuente de Occidente: el Romanticismo. La poesa de Hlderlin es su modelo cuando nos presenta al poeta frente a la hostilidad del mundo y la figura del diablo (no en sentido cristiano sino como encarnacin de la beldad juvenil y de la rebelda moral) la toma tambin del poeta alemn.

Aprecia y gusta de la compaa de los poetas muertos. Cernuda lee adems a Jean-Paul, Novalis, Blake, Coleridge, y los proclama miembros de su familia y siente hacia ellos como un eterno reconocimiento. Intenta ser digno de ellos y la mejor manera de serlo es afirmar su verdad, ser l mismo. Esta es la leccin profunda de los romnticos. Los romnticos ingleses, que descubre algo ms tarde, estn tambin presentes en su poesa. Terminar este largo recorrido en los grandes mitos del Occidente cristiano sin dejar, sin embargo, de ser romntico. Solamente el conocimiento de T. S. Eliot terminar moderando sus impulsos romnticos cuando Cernuda llegue ya a la madurez.

Donde habite el olvido

Donde habite el olvido,

En los vastos jardines sin aurora; Donde yo slo sea

Memoria de una piedra sepultada entre ortigas

Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

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Donde mi nombre deje

Al cuerpo que designa en brazos de los siglos, Donde el deseo no exista.

En esa gran regin donde el amor, ngel terrible, No esconda como acero

En mi pecho su ala,

Sonriendo lleno de gracia area mientras crece el tormento.

All donde termine este afn que exige un dueo a imagen suya,

Sometiendo a otra vida su vida,

Sin ms horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean ms que nombres, Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo; Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo, Disuelto en niebla, ausencia,

Ausencia leve como carne de nio.

All, all lejos;

Donde habite el olvido.

Yo fui

Yo fui.

Columna ardiente, luna de primavera, Mar dorado, ojos grandes.

Busqu lo que pensaba;

Pens, como al amanecer en sueo lnguido, Lo que pinta el deseo en das adolescentes.

Cant, sub, Fui luz un da Arrastrado en la llama.

Como un golpe de viento Que deshace la sombra, Ca en lo negro,

En el mundo insaciable. He sido.

Quiero, con afn sooliento

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Quiero, con afn sooliento, Gozar de la muerte ms leve

Entre bosques y mares de escarcha, Hecho aire que pasa y no sabe.

Quiero la muerte entre mis manos, Fruto tan ceniciento y rpido,

Igual al cuerno frgil

De la luz cuando nace en el invierno.

Quiero beber al fin su lejana amargura; Quiero escuchar su sueo con rumor de arpa Mientras siento las venas que se enfran, Porque la frialdad tan slo me consuela.

Voy a morir de un deseo,

Si un deseo sutil vale la muerte;

A vivir sin m mismo de un deseo,

Sin despertar, sin acordarme,

All en la luna perdido entre su fro.

Adolescente fui en das idnticos a nubes

Adolescente fui en das idnticos a nubes, Cosa grcil, visible por penumbra y reflejo, Yextrao es, si ese recuerdo busco,

Que tanto, tanto duela sobre el cuerpo de hoy.

Perder placer es triste

Como la dulce lmpara sobre el lento nocturno; Aqul fui, aqul fui, aqul he sido;

Era la ignorancia mi sombra.

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Ni gozo ni pena; fui nio

Prisionero entre muros cambiantes;

Historias como cuerpos, cristales como cielos, Sueo luego, un sueo ms alto que la vida.

Cuando la muerte quiera

Una verdad quitar de entre mis manos,

Las hallar vacas, como en la adolescencia

Ardientes de deseo, tendidas hacia el aire.

No es el amor quien muere

No es el amor quien muere, somos nosotros mismos.

Inocencia primera

Abolida en deseo,

Olvido de s mismo en otro olvido, Ramas entrelazadas,

Por qu vivir si desaparecis un da?

Slo vive quien mira

Siempre ante s los ojos de su aurora, Slo vive quien besa

Aquel cuerpo de ngel que el amor levantara.

Fantasmas de la pena, A lo lejos, los otros,

Los que ese amor perdieron,

Como un recuerdo en sueos, Recorriendo las tumbas

Otro vaco estrechan.

Por all van y gimen,

Muertos en pie, vidas tras de la piedra,

Golpeando impotencia, Araando la sombra Con intil ternura.

No, no es el amor quien muere.

Los fantasmas del deseo

A Bernab Fernndez-Canivell

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Yo no te conoca, tierra;

Con los ojos inertes, la mano aleteante, Llor todo ciego bajo tu verde sonrisa,

Aunque, alentar juvenil, sintiera a veces

Un tumulto sediento de postrarse,

Como huracn henchido aqu en el pecho; Ignorndote, tierra ma,

Ignorando tu alentar, huracn o tumulto,

Idnticos en esta melanclica burbuja que yo soy A quien tu voz de acero inspirara un menudo vivir. Bien s ahora que t eres

Quien me dicta esta forma y este ansia; S al fin que el mar esbelto,

La enamorada luz, los nios sonrientes, No son sino t misma;

Que los vivos, los muertos, El placer y la pena,

La soledad, la amistad,

La miseria, el poderoso estpido, El hombre enamorado, el canalla,

Son tan dignos de m como de ellos yo lo soy;

Mis brazos, tierra, son ya ms anchos, giles, Para llevar tu afn que nada satisface.

El amor no tiene esta o aquella forma, No puede detenerse en criatura alguna; Todas son por igual viles y soadoras. Placer que nunca muere

Beso que nunca muere,

Slo en ti misma encuentro, tierra ma.

Nimbos de juventud, cabellos rubios o sombros, Rizosos o lnguidos como una primavera,

Sobre cuerpos cobrizos, sobre radiantes cuerpos

Que tanto he amado intilmente,

No es en vosotros donde la vida est, sino en la tierra, En la tierra que aguarda, aguarda siempre

Con sus labios tendidos, con sus brazos abiertos.

Dejadme, dejadme abarcar, ver unos instantes

Este mundo divino que ahora es mo, Mo como lo soy yo mismo,

Como lo fueron otros cuerpos que estrecharon mis brazos,

Como la arena, que al besarla los labios

Finge otros labios, dctiles al deseo,

Hasta que el viento lleva sus mentirosos tomos.

Como la arena, tierra, Como la arena misma,

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La caricia es mentira, el amor es mentira, la amistad es mentira. T sola quedas con el deseo,

Con este deseo que aparenta ser mo y ni siquiera es mo, Sino el deseo de todos,

Malvados, inocentes, Enamorados o canallas.

Tierra, tierra y deseo. Una forma perdida.

Invocaciones (1934-35)

Su etapa juvenil culmina con Invocaciones donde el poeta, desengaado del amor humano, vuelve los ojos al mundo de los dioses. Este libro nos presenta su espacio mtico, donde estarn no slo el muchacho andaluz y el joven marino (seres casi siempre confundidos o desposados con el mar) sino tambin su soledad. Lase el esplndido "Soliloquio del farero", en que Cernuda exalta la soledad activa, a la que el desprecio de los hombres lo ha empujado y que es concebida como una especie de atalaya desde la que luchar por un mundo mejor. Estamos ante el viejo mito romntico, tan exacto en la relacin de su vida con su obra, de que todo lo que perjudica al hombre beneficia al artista. Adems Cernuda construy, en este poema, un monlogo dramtico, ya que a travs de la voz del farero nos presenta su propia concepcin del poeta que es la posibilidad de dar luz en el naufragio de la existencia, desde el apartamiento y la marginacin. Sin esta distancia el poeta- farero no puede funcionar como tal. Para Cernuda el aislamiento no es una torre de marfil sino un trampoln desde el que mirar y entender al mundo.

A un muchacho andaluz

Te hubiera dado el mundo, Muchacho que surgiste

Al caer de la luz por tu Conquero,

Tras la colina ocre,

Entre pinos antiguos de perenne alegra.

Eras emanacin del mar cercano? Eras el mar an ms

Que las aguas henchidas con su aliento,

Encauzadas en ro sobre tu tierra abierta,

Bajo el inmenso cielo con nubes que se orlaban de rotos resplandores.

Eras el mar an ms

Tras de las pobres telas que ocultaban tu cuerpo; Eras forma primera,

Eras fuerza inconsciente de su propia hermosura.

Y tus labios, de bisel tan terso, Eran la vida misma,

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Como una ardiente flor

Nutrida con la savia

De aquella piel oscura

Que infiltraba nocturno escalofro.

Si el amor fuera un ala.

La incierta hora con nubes desgarradas.

El ro oscuro y ciego bajo la extraa brisa,

La rojiza colina con sus pinos cargados de secretos, Te enviaban a m, a mi afn ya cado,

Como verdad tangible.

Expresin amorosa de aquel mismo paraje,

Entre los ateridos fantasmas que habitaban nuestro mundo, Eras t una verdad,

Sola verdad que busco,

Ms que verdad de amor, verdad de vida;

Y olvidando que sombra y pena acechan de continuo

Esa cspide virgen de la luz y la dicha,

Quise por un momento fijar tu curso ineluctable.

Cre en ti, muchachillo. Cuando el amor evidente,

Con el irrefutable sol del medioda, Suspenda mi cuerpo

En esa abdicacin del hombre ante su dios, Un resto de memoria

Levantaba tu imagen como recuerdo nico.

Y entonces,

Con sus luces el violento Atlntico,

Tantas dunas profusas, tu Conquero nativo, Estaban en m mismo dichos en tu figura, Divina ya para mi afn con ellos,

Porque nunca he querido dioses crucificados, Tristes dioses que insultan

Esa tierra ardorosa que te hizo y deshace.

Soliloquio del farero.

Cmo llenarte, soledad, Sino contigo misma.

De nio, entre las pobres guaridas de la tierra, Quieto en ngulo oscuro,

Buscaba en ti, encendida guirnalda,

Mis auroras futuras y furtivos nocturnos,

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Y en ti los vislumbraba,

Naturales y exactos, tambin libres y fieles, A semejanza ma,

A semejanza tuya, eterna soledad.

Me perd luego por la tierra injusta

Como quien busca amigos o ignorados amantes; Diverso con el mundo,

Fui luz serena y anhelo desbocado,

Y en la lluvia sombra o en el sol evidente

Quera una verdad que a ti te traicionase, Olvidando en mi afn

Cmo las alas fugitivas su propia nube crean.

Y al velarse a mis ojos

Con nubes sobre nubes de otoo desbordado La luz de aquellos das en ti misma entrevistos, Te negu por bien poco;

Por menudos amores ni ciertos ni fingidos, Por quietas amistades de silln y de gesto,

Por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma,

Por los viejos placeres prohibidos, Como los permitidos nauseabundos,

tiles solamente para el elegante saln susurrando, En bocas de mentira y palabras de hielo.

Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona

Que yo fui,

Que yo mismo manch con aquellas juveniles traiciones; Por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos,

Limpios de otro deseo,

El sol, mi dios, la noche rumorosa, La lluvia, intimidad de siempre,

El bosque y su alentar pagano,

El mar, el mar como su nombre hermoso;

Y sobre todos ellos, Cuerpo oscuro y esbelto,

Te encuentro a ti, t, soledad tan ma,

Y t me das fuerza y debilidad

Como al ave cansada los brazos de la piedra.

Acodado al balcn miro insaciable el oleaje, Oigo sus oscuras imprecaciones,

Contemplo sus blancas caricias;

Y erguido desde cuna vigilante

Soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres, Por quienes vivo, aun cuando no los vea;

Y as, lejos de ellos,

(2929)

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Ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres, Roncas y violentas como el mar, mi morada,

Puras ante la espera de una revolucin ardiente

O rendidas y dciles, como el mar sabe serlo

Cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.

T, verdad solitaria,

Transparente pasin, mi soledad de siempre, Eres inmenso abrazo;

El sol, el mar,

La oscuridad, la estepa, El hombre y su deseo,

La airada muchedumbre,

Qu son sino t misma?

Por ti, mi soledad, los busqu un da; En ti, mi soledad, los amo ahora.

Dans ma peniche

A Rosa Chacel

Quiero vivir cuando el amor muere; Muere, muere pronto, amor mo.

Abre como una cola la victoria purprea del deseo,

Aunque el amante se crea sepultado en un sbito otoo, Aunque grite:

Vivir as es cosa de muerte.

Pobres amantes,

Clamis a fuerza de ser jvenes;

Sea propicia la muerte al hombre a quien mordi la vida, Caiga su frente cansadamente entre las manos

Junto al fulgor redondo de una mesa con cualquier triste libro;

Pero en vosotros an va fresco y fragante

El leve perejil que adorna un da al vencedor adolescente.

Dejad por demasiado cierta la perspectiva de alguna nueva tumba solitaria, An hay dichas, terribles dichas a conquistar bajo la luz terrestre.

Ante vuestros ojos, amantes. Cuando el amor muere,

La vida de la tierra y la vida del mar palidecen juntamente; El amor, cuna adorable para los deseos exaltados,

Los ha vuelto tan lnguidos como pasajeramente suele hacerlo

El rasguear de una guitarra en el ocio marino

Y la luz del alcohol, aleonado como una cabellera;

Vuestra guarida melanclica se cubre de sombras crepusculares

Todo queda afanoso y callado.

As suele quedar el pecho de los hombres

Cuando cesa el tierno borboteo de la meloda confiada,

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Y tras su delicia interrumpida

Un afn insistente puebla el nuevo silencio.

Pobres amantes,

De qu os sirvieron las infantiles arras que cruzasteis, Cartas, rizos de luz recin cortada, seda cobriza o negra ala? Los atardeceres de manos furtivas,

El trmulo palpitar, los labios que suspiran,

La adoracin rendida a un leve sexo vanidoso, Los ay mi vida y los ay muerte ma,

Todo, todo,

Amarillea y cae y huye con el aire que no vuelve.

Oh, amantes,

Encadenados entre los manzanos del edn, Cuando el amor muere,

Vuestra crueldad, vuestra piedad pierde su presa,

Y vuestros brazos caen como cataratas macilentas. Vuestro pecho queda como roca sin ave,

Y en tanto despreciis todo lo que no lleve un velo funerario, Fertilizis con lgrimas la tumba de los sueos,

Dejando all caer, ignorantes como nios, La libertad, la perla de los das.

Pero t y yo sabemos,

Ro que bajo mi casa fugitiva deslizas tu vida experta,

Que cuando el hombre no tiene ligados sus miembros por las encantadoras mallas del amor,

Cuando el deseo es como una clida azucena

Que se ofrece a todo cuerpo hermoso que fluya a nuestro lado,

Cunto vale una noche como sta, indecisa entre la primavera ltima y el esto primero,

Este instante en que oigo los leves chasquidos del bosque nocturno,

Conforme conmigo mismo y con la indiferencia de los otros, Solo yo con mi vida,

Con mi parte en el mundo.

Jvenes stiros

Que vivs en la selva, labios risueos ante el exange dios cristiano, A quien el comerciante adora para mejor cobrar su mercanca

Pies de jvenes stiros,

Danzad ms presto cuando el amante llora, Mientras lanza su tierna endecha

De: Ah, cuando el amor muere.

Porque oscura y cruel la libertad entonces ha nacido; Vuestra descuidada alegra sabr fortalecerla,

Y el deseo girar locamente en pos de los hermosos cuerpos

Que vivifican el mundo un solo instante.

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Las nubes (1937-40)

Tal como sugiri T. S. Eliot, al traspasar los lmites de cierta edad a un poeta se le ofrecen tres salidas: la autorrepeticin (acompaada normalmente por un sucesivo incremento del virtuosismo), el silencio o la tentativa de readaptar su poesa a un nuevo estado de conciencia. Las nubes corresponde a ese nuevo estado de conciencia, determinado por dos hechos: el exilio y la entrada en la madurez vital, tal como podemos leer en los versos iniciales de Elega espaola II ("Ya la distancia entre los dos abierta") y de La visita de Dios ("Pasada se halla ahora la mitad de mi vida"). Aunque los primeros ocho poemas fueron escritos en Espaa, el resto del nuevo libro se escribir entre Londres, Pars, Cranleigh y Glasgow. El contacto con la poesa anglosajona ser fundamental en su nueva comprensin de lo potico y en su nuevo sentido de la composicin, para los que ya estaba predispuesto. Sus lecturas estuvieron centradas en poetas romnticos y victorianos del siglo XIX, tales como Wordsworth, Coleridge, Keats, Browning y un heredero de dicha tradicin en el siglo XX: Eliot. Ms tarde se aadiran otras reas de atraccin, como la de los poetas isabelinos, y ya mucho ms avanzada su carrera, Yeats.

Cernuda vio en los oropeles del verso, junto con la falta de concisin, uno de los defectos ms constantes de nuestra poesa y, en este sentido, intentar aproximar el lenguaje potico al lenguaje coloquial. El encabalgamiento ser uno de los recursos ms usados, con el fin de atenuar el ritmo mtrico y aproximarlo al ritmo de la frase. De todas formas, la consecuencia ms visible de este encuentro con la poesa inglesa para el que ya estaba preparado (vase ya antes "Soliloquio del farero") fue la tendencia a ensanchar la base del poema dando cabida en l a nuevos materiales de experiencia y de reflexin

Elega espaola [I]

Dime, hblame

T, esencia misteriosa

De nuestra raza

Tras de tantos siglos, Hlito creador

De los hombres hoy vivos,

A quienes veo por el odio impulsados

Hasta ofrecer sus almas

A la muerte, la patria ms profunda

Cuando la primavera vieja Vuelva a tejer su encanto Sobre tu cuerpo inmenso,

Cul ave hallar nido y qu savia una rama

Donde brotar con verde impulso?

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Qu rayo de la luz alegre,

Qu nube sobre el campo solitario, Hallarn agua, cristal de hogar en calma Donde reflejen su irisado juego?

Hblame, madre;

y al llamarte as, digo

Que ninguna mujer lo fue de nadie

Como t lo eres ma. Hblame, dime

Una sola palabra en estos das lentos. En los das informes

Que frente a ti se esgrimen

Como cuchillo amargo

Entre las manos de tus propios hijos.

No te alejes as, ensimismada

Bajo los largos velos cenicientos

Que nos niegan tus anchos ojos bellos. Esas flores cadas,

Ptalos rotos entre sangre y lodo,

En tus manos estaban luciendo eternamente

Desde siglos atrs, cuando mi vida

Era un sueo en la mente de los dioses.

Eres t, son tus ojos lo que busca Quien te llama luchando con la muerte, A ti, remota y enigmtica

Madre de tantas almas idas

Que te legaron, con un fulgor de piedra clara, Su afn de eternidad cifrado en hermosura. Pero no eres tan slo

Duea de afanes muertos;

Tierna, amorosa has sido con nuestro afn viviente, Compasiva con nuestra desdicha de efmeros.

Supiste acaso si de ti ramos dignos?

Contempla ahora a travs de las lgrimas: Mira cuntos cobardes

Lejos de ti en fuga vergonzosa,

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Renegando tu nombre y tu regazo,

Cuando a tus pies, mientras la larga espera, Si desde el suelo alzamos hacia ti la mirada, Tus hijos sienten oscuramente

La recompensa de estas horas fatdicas.

No sabe qu es la vida

Quien jams alent bajo la guerra.

Ella sobre nosotros sus alas densas cierne, y oigo su silbo helado,

y veo los muertos bruscos

Caer sobre la hierba calcinada, Mientras el cuerpo mo

Sufre y lucha con unos enfrente de esos otros.

No s qu tiembla y muere en m

Al verte as dolida y solitaria, En ruinas los claros dones

De tus hijos, a travs de los siglos; Porque mucho he amado tu pasado, Resplandor victorioso entre sombra y olvido

Tu pasado eres t

Y al mismo tiempo es

La aurora que an no alumbra nuestros campos. T sola sobrevives.

Aunque venga la muerte; Slo en ti est la fuerza

De hacernos esperar a ciegas el futuro

Que por encima de estos yesos muertos

Y encima de estos yesos vivos que combaten, Algo advierte que t sufres con todos.

Y su odio, su crueldad, su lucha, Ante ti vanos son, como sus vidas, Porque t eres eterna

Y slo los creaste

Para la paz y gloria de su estirpe.

A Larra, con unas violetas

An se queja su alma vagamente, El oscuro vaco de su vida.

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Ms no pueden pesar sobre esa sombra

Algunas violetas,

Y es grato as dejarlas, Frescas entre la niebla,

Con la alegra de una menuda cosa pura

Que rescatara aquel dolor antiguo.

Quien habla ya a los muertos, Mudo le hallan los que viven.

Y en este otro silencio, donde el miedo impera, Recoger esas flores una a una

Breve consuelo ha sido entre los das

Cuya huella sangrienta llevan las espaldas

Por el odio cargadas con una piedra intil.

Si la muerte apacigua

Tu boca amarga de Dios insatisfecha,

Acepta un don tan leve, sombra sentimental, En esa paz que bajo tierra te esperaba, Brotando en hierba, viento y luz silvestres,

El fiel y ltimo encanto de estar solo.

Curado de la vida, por una vez sonre, Plido rostro de pasin y de hasto.

Mira las calles viejas por donde fuiste errante,

El farol azulado que te guiara, carne yerta, Al regresar del baile o del sucio peridico, Y las fuentes de mrmol entre palmas: Aguas y hojas, blsamo del triste.

La tierra ha sido medida por los hombres,

Con sus casas estrechas y matrimonios srdidos, Su venenosa opinin pblica y sus revoluciones Ms crueles e injustas que las leyes,

Como inmenso bostezo demonaco;

No hay sitio en ella para el hombre solo,

Hijo desnuda y deslumbrante del divino pensamiento.

Y nuestra gran madrastra, mrala hoy deshecha, Miserable y an bella entre las tumbas grises

De los que como t, nacidos en su estepa,

Vieron mientras vivan morirse la esperanza, Y gritaron entonces, sumidos por tinieblas,

A hermanos irrisorios que jams escucharon.

Escribir en Espaa no es llorar, es morir, Porque muere la inspiracin envuelta en humo, Cuando no va su llama libre en pos del aire. As, cuando el amor, el tierno monstruo rubio,

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Volvi contra ti mismo tantas ternuras vanas,

Tu mano abri de un tiro, roja y vasta, la muerte.

Libre y tranquilo quedaste en fin un da, Aunque tu voz sin ti abri un dejo indeleble.

Es breve la palabra como el canto de un pajar,

Mas un claro jirn puede prenderse en ella

De embriaguez, pasin, belleza fugitivas,

Y subir, ngel viga que atestigua del hombre, All hasta la regin celeste e impasible.

Lamento y esperanza

Sobamos algunos cuando nios, cados

En una vasta hora de ocio solitario

Bajo la lmpara, ante las estampas de un libro, Con la revolucin. Y vimos su ala flgida

Plegar como una mies los cuerpos poderosos.

Jvenes luego, el sueo qued lejos

De un mundo donde desorden e injusticia, Hinchendo oscuramente las vidas ciudades,

Se alzaban hasta el aire absorto de los campos. Y en la revolucin pensbamos: un mar

Cuya ira azul tragase tanta fra miseria.

El hombre es una nube de la que el sueo es viento.

Quin podr al pensamiento separarlo del sueo? Sabedlo bien vosotros, los que envidiis maana

En la calma este soplo de muerte que nos lleva

Pisando entre ruinas un fango con roco de sangre.

Un continente de mercaderes y de histriones, Al acecho de este loco pas, est esperando Que vencido se hunda, solo ante su destino, Para arrancar jirones de su esplendor antiguo.

Le alienta nicamente su propia gran historia dolorida.

Si con dolor el alma se ha templado, es invencible; Pero, como el amor, debe el dolor ser mudo:

No lo digis, sufridlo en esperanza. As este pueblo iluso

Agonizar antes, presa ya de la muerte,

Y vedle luego abierto, rosa eterna en los mares.

Tristeza del recuerdo

Por las esquinas vagas de los sueos, Alta la madrugada, fue conmigo

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Tu imagen bien amada, como un da

En tiempos idos, cuando Dios lo quiso.

Agua ha pasado por el ro abajo, Hojas verdes perdidas llev el viento

Desde que nuestras sombras vieron quedas

Su afn borrarse con el sol traspuesto.

Hermosa era aquella llama, breve Como todo lo hermoso: luz y ocaso. Vino la noche honda, y sus cenizas Guardaron el desvelo de los astros.

Tal jugador febril ante una carta, Un alma solitaria fue la apuesta

Arriesgada y perdida en nuestro encuentro; El cuerpo entre los hombres qued en pena.

Quin dice que se olvida? No hay olvido. Mira a travs de esta pared de hielo

Ir esa sombra hacia la lejana

Sin el nimbo radiante del deseo.

Todo tiene su precio. Yo he pagado

El mo por aquella antigua gracia;

Y as despierto, hallando tras mi sueo

Un lecho solo, afuera yerta el alba.

Impresin de destierro

Fue la pasada primavera, Hace ahora casi un ao,

En un saln del viejo Temple, en Londres, Con viejos muebles. Las ventanas daban, Tras edificios viejos, a lo lejos,

Entre la hierba el gris relmpago del ro. Todo era gris y estaba fatigado

Igual que el iris de una perla enferma.

Eran seores viejos, viejas damas,

En los sombreros plumas polvorientas;

Un susurro de voces all por los rincones, Junto a mesas con tulipanes amarillos, Retratos de familia y teteras vacas.

La sombra que caa

Con un olor a gato, Despertaba ruidos en cocinas.

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Un hombre silencioso estaba

Cerca de m. Vea

La sombra de su largo perfil algunas veces Asomarse abstrado al borde de la taza, Con la misma fatiga

Del muerto que volviera

Desde la tumba a una fiesta mundana.

En los labios de alguno, All por los rincones

Donde los viejos juntos susurraban, Densa como una lgrima cayendo, Brot de pronto una palabra: Espaa. Un cansancio sin nombre

Rodaba en mi cabeza.

Encendieron las luces. Nos marchamos.

Tras largas escaleras casi a oscuras

Me hall luego en la calle, Y a mi lado, al volverme,

Vi otra vez a aquel hombre silencioso, Que habl indistinto algo

Con acento extranjero,

Un acento de nio en voz envejecida.

Andando me segua

Como si fuera solo bajo un peso invisible, Arrastrando la losa de su tumba;

Mas luego se detuvo. Espaa?, dijo. Un nombre. Espaa ha muerto. Haba

Una sbita esquina en la calleja.

Le vi borrarse entre la sombra hmeda.

Un espaol habla de su tierra

Las playas, parameras Al rubio sol durmiendo, Los oteros, las vegas En paz, a solas, lejos;

Los castillos, ermitas, Cortijos y conventos,

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La vida con la historia, Tan dulces al recuerdo,

Ellos, los vencedores

Canes sempiternos,

De todo me arrancaron. Me dejan el destierro.

Una mano divina

Tu tierra alz en mi cuerpo y all la voz dispuso

Que hablase tu silencio.

Contigo solo estaba, En ti sola creyendo; Pensar tu nombre ahora Envenena mis sueos.

Amargos son los das De la vida, viviendo Slo una larga espera A fuerza de recuerdos.

Un da, t ya libre

De la mentira de ellos, Me buscars. Entonces

Qu ha de decir un muerto?

Como quien espera el alba (1941-44)

Como quien espera el alba fue escrito en plena Segunda Guerra Mundial, y el ttulo alude a la escptica esperanza en la llegada de la paz. Cernuda llevaba ya encima el peso de dos guerras. La principal preocupacin del libro ser la contemplacin de la obra propia y la reflexin sobre el servicio y utilidad de la poesa en la sociedad contempornea, dominada por el afn de lucro. Esta reflexin queda insertada en un afn constante de su obra, la sed de eternidad, y es tambin un modo de refrendar su propia identidad.

Tierra nativa.

A Paquita G. de la Brcena

Es la luz misma, la que abri mis ojos Toda ligera y tibia como un sueo, Sosegada en colores delicados

Sobre las formas puras de las cosas.

(3131)

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El encanto de aquella tierra llana, Extendida como una mano abierta, Adonde el limonero encima de la fuente Suspenda su fruto entre el ramaje.

El muro viejo en cuya barda abra

A la tarde su flor azul la enredadera, Y al cual la golondrina en el verano

Tornaba siempre hacia su antiguo nido.

El susurro del agua alimentando,

Con su msica insomne en el silencio, Los sueos que la vida an no corrompe,

El futuro que espera como pgina blanca.

Todo vuelve otra vez vivo a la mente. Irreparable ya con el andar del tiempo, Y su recuerdo ahora me traspasa

El pecho tal pual fino y seguro.

Raz del tronco verde, quin la arranca? Aquel amor primero, quin lo vence?

Tu sueo y tu recuerdo, quin lo olvida, Tierra nativa, ms ma cuanto ms lejana?

Vivir sin estar viviendo (1944-49)

Vivir sin estar viviendo y Con las horas contadas tienen como caracterstica esencial el deseo de retener lo que irremediablemente se nos est escapando. Los ttulos son bien significativos: el primero expresa perfectamente la existencia vicaria de nuestro poeta y el segundo la premura del tiempo. En Vivir sin estar viviendo, cuya redaccin ocupa los ltimos aos britnicos y los primeros norteamericanos, es fcil detectar un descenso en su inspiracin: el poeta, ms que abrir nuevas rutas, apura posibilidades ya existentes.

Para estar contigo

S que a solas, aburrido

De estar vivo y quedar muerto, Pasas el tiempo, o te pasa

El tiempo sin t quererlo.

Pues el fuego no la anima

Sino en lumbre pasajera,

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Entiende la paradoja

De tu existencia incompleta.

La luna a veces es clara, El aire a veces es tibio,

El cuerpo joven tan puro

Como siempre, y tan perdido.

El sino te lleva, y puedes, Si as lo quieres, pararle, Cuando seguir cansa. Entonces Eres dueo en lo que vale.

Luego la vejez alcanza, Y con ella ese recelo

De una falla, ajena o tuya, En el ciclo ya completo.

No digas que no esperabas

Todo ello en el principio,

Y acepta, como si iguales, Lo esperado y lo vivido. Viendo volver

Iras, y veras

Todo igual, cambiado todo, As como t eres

El mismo y el otro. Un ro

A cada instante

No es l y diferente?

(3636)

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Iras, en apariencia Distrado y aburrido En secreto, mirando, Pues el mirar es slo

La forma en que persiste

El antiguo deseo.

Mirando, estimaras (La mirada acaricia Fijndose o desdea

Apartndose) irreparable todo Ya, y perdido, o ganado Acaso, quin lo sabe.

As, con paso indiferente, Como llevado de una mano, Llegaras al mundo

Que fue tuyo otro tiempo, Y all le encontraras,

Al t de ayer, que es otro hoy.

Impotente, extasiado

Y solo, como un rbol, Le veras, el futuro Soando, sin presente, A espera del amigo,

Cuando el amigo es l y en l le espera.

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Al verle, t querras Irte, ajeno entonces, Sin nada que decirle, Pensando que la vida Era una burla delicada,

Y que debe ignorarlo el mozo hoy.

Con las horas contadas (1950-56)

In memoriam A.G.1

Con l su vida entera coincida, Toda promesa y realidad iguales, La mocedad austera vuelta apenas Gozosa madurez, tan demoradas Como da estival. As olvidaste,

Amando su existir, temer su muerte.

Pero su muerte, al allegarle ahora, Call la voz que cerca nunca oste, A cuyos ecos despertaron tantos

Sueos del mundo en ti nunca vividos, Hoy no soados porque ya son vida.

Cuando para seguir nos falta aliento, Roto el mgico encanto de las cosas, Si en soledad alzabas la cabeza, Sonrer le veas tras sus libros.

Ya entre ellos y t falta de sombra,

1 Andr Gide

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Falta su sombra noble ya en la vida.

Usndonos a ciegas todo sigue,

Aunque unos pocos, como t, os digis: Lo que con l termina en nuestro mundo

No volver a este mundo. Y no hay consuelo, Que el tiempo es duro y sin virtud los hombres. Bien pocos seres que admirar te quedan.

El elegido

Un ao antes del da, designado era El mancebo sin tacha, cuyo cuerpo, Perfecto igual en proporcin que en alma, Mantenan en delicia, y aprenda

A taer flautas, cortar caas de humo, Recoger flores, aspirando su aroma,

Con gracia cortesana a expresarse y moverse.

Estaba luego su jornada exenta

De otro cuidado, e iba, ocioso y libre, Por la espalda la cabellera oscura, Ornado de guirnaldas y metales

El cuerpo, como el de un dios ungido,

Y a su paso los otros en honor le tenan

Hasta besar la tierra que pisaba.

Veinte das antes del da, desnuda ahora

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La piel de los perfumes, afeites y resinas,

El cabello cortado como aquel de un guerrero, Las galas ya trocadas por ms simple atavo, Puro en el cuerpo como puro en la mente, Cuatro doncellas bajo nombres de diosas

Para acceso carnal destinadas le eran.

Cinco das antes del da, las finales

Fiestas le aderezaban, en jardines

De la ciudad, el campo, la colina y el lago, Por cuyas aguas iba la fala entoldada, Con l y sus mujeres, para darle consuelo Antes de desertarle, y en la ribera opuesta Quedaba slo al fin, sin afectos ni bienes.

Sobre cada escaln, en la pirmide del llano, Cada una de las flautas taidas por el gozo, Rotas entre sus dedos, iban cayendo,

Hasta alcanzar el templo de la cima, A cuyo umbral estaba el sacerdote:

Como una de sus caas, all, rota la vida, Quedaba en su hermosura para siempre. Despus

Y la primavera entonces

Ha de seguir, entreabriendo En miradas, fuego y sombra, Espuma y aire en cabellos.

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Otra vez el mismo encanto

De juventud por los miembros

Correr, como una savia

De la hermosura en el tiempo.

Pero t sombra sin cuerpo.

El amor de nuevo entonces

Ha de penetrar el pecho De los amantes, con llaga Suave, dulce cauterio.

Por l de pena y de gozo Despertarn en su lecho Otros ojos a la noche

Entre el placer y el tormento.

Mas t sombra sin deseo.

Pasatiempo

Tu tierra est perdida Para ti, y hasta olvidas, Por cerrada, la herida.

Tu trabajo, en secreto, Con moneda de viento Pagado por lo menos.

(3939)

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Qu hacer entonces, dices, Cuando nada te asiste

Y el tiempo te desvive?

De algn azar espera Que un cuerpo joven sea Pretexto en tu existencia.

Acaso el amor puede

Tener aquellos seres

Que todo marco exceden.

Desolacin de la Quimera (1956-62)

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Desolacin de la quimera se lee como una revisin de cuentas del poeta con su pasado; para hallarle al final solo, reflexivo, critico, seco y amargo. No obstante, est sostenido an por su voluntad de descubrir y rescatar lo humano esencial, cuya fe no ha perdido, y de vivir por ello y para ello, limpia y dignamente. En el poema "Ninfa y pastor, por Tiziano", en el que evoca al anciano venerable cerca ya de sus cien aos prodigiosos, es esa misma voluntad lo que el poeta exalta por encima de todo, pues "[] su fervor humano, agradecido al mundo / Inocente an era en l, como en el mozo / Destinado a ser hombre slo y para siempre". Ser hombre solamente: he ah el ultimo, fundamental objetivo. No es entonces la amargura el tono nico del libro. Tal vez al contrario, lo que le d su valor hondo y definitivo sea esa aspiracin a detectar y cantar la verdadera humanidad del hombre, reino de la fe y la nobleza y por eso tan exiguo. Cernuda, que bajo su rostro cido luchaba contra el escepticismo, intenta siempre encontrar y recuperar para la poesa esa nobleza esencial, y acierta a veces. As ocurre, por ejemplo, en el poema que lleva por titulo esta fecha, "1936", donde se parte, como es natural en l, de una concretsima situacin anecdtica: su encuentro accidental con un antiguo soldado de la Brigada Lincoln. Este soldado haba ido, en aquel ao, a una tierra que le era extraa, la patria del poeta, para combatir all por una fe en la que crea, apostando en ello su vida. Y despus de recordar muy someramente esa historia, el narrador se vuelve a su protagonista para dedicarle el testimonio emocionado de su gratitud: Gracias, compaero, gracias / Por el ejemplo. Gracias porque me dices / Que el hombre es noble. / Nada importa que tan pocos lo sean: / Uno, uno tan solo basta / Como testigo irrefutable / De toda la nobleza humana.

Los principales temas del libro son: el envejecimiento del protagonista y el presentimiento de la muerte cercana; la obsesin por la leyenda que se haba construido en Espaa en torno a su persona hasta el punto de definirse como "espaol sin ganas" ("Dptico espaol"); y el injusto trato que el mundo dispensa al artista. En ese ajuste de cuentas con su tiempo, Luis Cernuda va a proponer el arte como nica tabla de salvacin en el naufragio de la existencia, de forma que el artista ser para l el nuevo redentor del mundo. El libro est repleto de referencias culturales e iconos artsticos (Mozart, Dostoievsky, Goethe, Keats, Galds, Ticiano, Rimbaud, Verlaine...) hasta el punto de convertirse en modelo de referencia para la poesa culturalista o novsima de los aos setenta.

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En 1958 publica Historial de un libro, su propio anlisis de su poesa, que se ha convertido en la clave principal para entender la obra potica cernudiana. El Cernuda poeta deja paso aqu al Cernuda crtico literario y ofrece una diseccin muy inteligente, fra y distanciada de la evolucin de su estilo y de los rasgos ms sobresalientes de su forma de entender la labor del

poeta.2

Nio tras un cristal.

Al caer la tarde, absorto

Tras el cristal, el nio mira

Llover. La luz que se ha encendido

En un farol contrasta

La lluvia blanca con el aire oscuro.

La habitacin a solas

Le envuelve tibiamente, Y el visillo, velando

Sobre el cristal, como una nube,

Le susurra lunar encantamiento.

El colegio se aleja. Es ahora

La tregua, con el libro

De historias y de estampas

Bajo la lmpara, la noche,

El sueo, las horas sin medida.

Vive en el seno de su fuerza tierna, Todava sin deseo, sin memoria,

El nio, y sin presagio

Que afuera el tiempo aguarda

Con la vida, al acecho.

En su sombra ya se forma la perla.

Birds in the night

El gobierno francs, o fue el gobierno ingls?, puso una lpida En esa casa de 8 Great College Street, Camden Town, Londres, Adonde en una habitacin Rimbaud y Verlaine, rara pareja, Vivieron, bebieron, trabajaron, fornicaron,

Durante algunas breves semanas tormentosas.

Al acto inaugural asistieron sin duda embajador y alcalde,

Todos aquellos que fueran enemigos de Verlaine y Rimbaud cuando vivan.

La casa es triste y pobre, como el barrio,

2 Se han hecho muchos estudios sobre este texto, porque es hoy la base fundamental de la teora cernudiana; por ejemplo, una aproximacin muy breve pero certera, aqu.

(4242)

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Con la tristeza srdida que va con lo que es pobre, No la tristeza funeral de lo que es rico sin espritu. Cuando la tarde cae, como en el tiempo de ellos, Sobre su acera, hmedo y gris el aire, un organillo Suena, y los vecinos, de vuelta del trabajo,

Bailan unos, los jvenes, los otros van a la taberna.

Corta fue la amistad singular de Verlaine el borracho Y de Rimbaud el golfo, querellndose largamente. Mas podemos pensar que acaso un buen instante Hubo para los dos, al menos si recordaba cada uno

Que dejaron atrs la madre inaguantable y la aburrida esposa. Pero la libertad no es de este mundo, y los libertos,

En ruptura con todo, tuvieron que pagarla a precio alto.

S, estuvieron ah, la lpida lo dice, tras el muro,

Presos de su destino: la amistad imposible, la amargura

De la separacin, el escndalo luego; y para ste

El proceso, la crcel por dos aos, gracias a sus costumbres

Que sociedad y ley condenan, hoy al menos; para aqul a solas

Errar desde un rincn a otro de la tierra,

Huyendo a nuestro mundo y su progreso renombrado.

El silencio del uno y la locuacidad banal del otro

Se compensaron. Rimbaud rechaz la mano que oprima

Su vida; Verlaine la besa, aceptando su castigo.

Uno arrastra en el cinto el oro que ha ganado; el otro

Lo malgasta en ajenjo y mujerzuelas. Pero ambos

En entredicho siempre de las autoridades, de la gente

Que con trabajo ajeno se enriquece y triunfa.

Entonces hasta la negra prostituta tena derecho de insultarlos; Hoy, como el tiempo ha pasado, como pasa en el mundo,

Vida al margen de todo, sodoma, borrachera, versos escarnecidos,

Ya no importan en ellos, y Francia usa de ambos nombres y ambas obras

Para mayor gloria de Francia y su arte lgico.

Sus actos y sus pasos se investigan, dando al pblico

Detalles ntimos de sus vidas. Nadie se asusta ahora, ni protesta.

"Verlaine? Vaya, amigo mo, un stiro, un verdadero stiro. Cuando de la mujer se trata; bien normal era el hombre,

Igual que usted y que yo. Rimbaud? Catlico sincero, como est demostrado." Y se recitan trozos del Barco Ebrio y del soneto a las Vocales.

Mas de Verlaine no se recita nada, porque no est de moda

Como el otro, del que se lanzan textos falsos en edicin de lujo;

Poetas mozos de todos los pases hablan mucho de l en sus provincias.

Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos?

Ojal nada oigan: ha de ser un alivio ese silencio interminable

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Para aquellos que vivieron por la palabra y murieron por ella, Como Rimbaud y Verlaine. Pero el silencio all no evita

Ac la farsa elogiosa repugnante. Alguna vez dese uno

Que la humanidad tuviese una sola cabeza, para as cortrsela. Tal vez exageraba: si fuera slo una cucaracha, y aplastarla.

Dptico espaol. I. Es lstima que fuera mi tierra

Cuando all dicen unos

Que mis versos nacieron

De la separacin y la nostalgia

Por la que fue mi tierra,

A Carlos Otero

Slo la ms remota oyen entre mis voces? Hablan en el poeta voces varias: Escuchemos su coro concertado,

Adonde la creda dominante

Es tan slo una voz entre las otras.

Lo que el espritu del hombre Gan para el espritu del hombre A travs de los siglos,

Es patrimonio nuestro y es herencia

De los hombres futuros.

Al tolerar que nos lo nieguen

y secuestren, el hombre entonces baja,

Y cunto?, en esa dura escala

Que desde el animal llega hasta el hombre.

As ocurre en tu tierra, la tierra de los muertos, Adonde ahora todo nace muerto,

Vive muerto y muere muerto;

Pertinaz pesadilla: procesin ponderosa

Con restaurados restos y reliquias,

A la que dan escolta hbitos y uniformes,

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En medio del silencio: todos mudos, Desolados del desorden endmico

Que el temor, sin domarlo, as doblega.

La vida siempre obtiene

Revancha contra quienes la negaron: La historia de mi tierra fue actuada Por enemigos enconados de la vida.

El dao no es de ayer, ni tampoco de ahora, Sino de siempre. Por eso es hoy.

La existencia espaola, llegada al paroxismo,

Estpida y cruel como su fiesta de los toros.

Un pueblo sin razn, adoctrinado desde antiguo

En creer que la razn de soberbia adolece y ante el cual se grita impune:

Muera la inteligencia, predestinado estaba

A acabar adorando las cadenas

y que ese culto obsceno le trajese

.Adonde hoy le vemos: en cadenas, Sin alegra, libertad ni pensamiento.

Si yo soy espaol, lo soy

A la manera de aquellos que no pueden Ser otra cosa: y entre todas las cargas Que, al nacer yo, el destino pusiera Sobre m, ha sido sa la ms dura.

No he cambiado de tierra,

Porque no es posible a quien su lengua une, Hasta la muerte, al menester de poesa.

La poesa habla en nosotros

La misma lengua con que hablaron antes,

(4949)

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y mucho antes de nacer nosotros,

Las gentes en que hallara raz nuestra existencia; No es el poeta slo quien ah habla,

Sino las bocas mudas de los suyos

A quienes l da voz y les libera.

Puede cambiarse eso? Poeta alguno

Su tradicin escoge, ni su tierra,

Ni tampoco su lengua; l las sirve, Fielmente si es posible.

Mas la fidelidad ms alta

Es para su conciencia; y yo a sa sirvo

Pues, sirvindola, as a la poesa

Al mismo tiempo sirvo.

Soy espaol sin ganas

Que vive como puede bien lejos de su tierra

Sin pesar ni nostalgia. He aprendido

El oficio de hombre duramente,

Por eso en l puse mi fe. Tanto que prefiero

No volver a una tierra cuya fe, si una tiene, dej de ser la ma, Cuyas maneras rara vez me fueron propias,

Cuyo recuerdo tan hostil se me ha vuelto

y de la cual ausencia y tiempo me extraaron.

No hablo para quienes una burla del destino Compatriotas mos hiciera, sino que hablo a solas (Quien habla a solas espera hablar a Dios un da) O para aquellos pocos que me escuchen

Con bien dispuesto entendimiento. Aquellos que como yo respeten

El albedro libre humano

Disponiendo la vida que hoy es nuestra,

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Diciendo el pensamiento al que alimenta nuestra vida.

Qu herencia sino sa recibimos?

Qu herencia sino sa dejaremos?

Pregunta vieja, vieja respuesta

Adnde va el amor cuando se olvida? No aquel a quien hicieras la pregunta

Es quien hoy te responde.

Es otro, al que unos aos ms de vida

Le dieron la ocasin, que no tuviste, De hallar una respuesta.

Los juguetes del nio que ya es hombre,

Adnde fueron, di? T lo sabas, Bien pudiste saberlo.

Nada queda de ellos: sus ruinas

Informes e incoloras, entre el polvo, El tiempo se ha llevado.

El hombre que envejece, halla en su mente, En su deseo, vacos, sin encanto,

Dnde van los amores.

Mas si muere el amor, no queda libre

El hombre del amor: queda su sombra, Queda en pie la lujuria.

Adnde va el amor cuando se olvida? No aquel a quien hicieras la pregunta

Es quien hoy te responde.

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Malentendu

Fue tu primer amigo literario

(Amigo? No es palabra justa), el que primero Te procur experiencia en esa inevitable Falacia de nuestro trato humano:

Ver cmo las palabras, las acciones Ajenas, son crudamente no entendidas. Pues no quera o no poda entenderte, Tus motivos l los trastocaba

A su manera: de claros

En oscuros y de razonables

En insensatos. No se lo perdonaste

Porque es imperdonable la voluntaria tontera. El escribi de ti eso de Licenciado Vidriera

y aun es de agradecer que superior inepcia no escribiese, Sindole tan ajenas las razones

Que te movan. Y te extraabas

De su desdn a tu amistad inocua,

Favoreciendo en cambio la de otros? Estos eran los suyos. Los suyos, sus amigos predestinados,

Los que l entenda, los que a l le entendieron, Si es que en el limbo entendimiento existe.

Por eso su intencin, aunque excelente, al no entenderte, Hizo de ti un fantoche a su medida:

Raro, turbio, intilmente complicado.3

Peregrino

Volver? Vuelva el que tenga

Tras largos aos, tras un largo viaje, Cansancio del camino y la codicia

De su tierra, su casa, sus amigos,

Del amor que al regreso fiel le espere.

Mas, t? Volver? Regresar no piensas, Sino seguir libre adelante,

Disponible por siempre, mozo o viejo,

Sin hijo que te busque, como a Ulises

Sin taca que aguarde y sin Penlope.

Sigue, sigue adelante y no regreses, Fiel hasta el fin del camino y tu vida,

No eches de menos un destino ms fcil,

Tus pies sobre la tierra antes no hollada, Tus ojos frente a lo antes nunca visto.

1936

Recurdalo t y recurdalo a otros, Cuando asqueados de la bajeza humana, Cuando iracundos de la dureza humana:

Este hombre solo, este acto solo, esta fe sola. Recurdalo t y recurdalo a otros.

En 1961 y en ciudad extraa, Ms de un cuarto de siglo Despus. Trivial la circunstancia, Forzado t a pblica lectura,

Por ella con aquel hombre conversaste:

Un antiguo soldado

En la Brigada Lincoln.

Veinticinco aos hace, este hombre, Sin conocer tu tierra, para l lejana

Y extraa toda, escogi ir a ella

Y en ella, si la ocasin llegaba, decidi apostar su vida, Juzgando que la causa all puesta al tablero

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3 l = Pedro Salinas

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Entonces, digna era

De luchar por la fe que su vida llenaba.

Que aquella causa aparezca perdida, Nada importa;

Que tantos otros, pretendiendo fe en ella

Slo atendieran a ellos mismos, Importa menos.

Lo que importa y nos basta es la fe de uno.

Por eso otra vez hoy la causa te aparece

Como en aquellos das:

Noble y tan digna de luchar por ella.

Y su fe, la fe aquella, l la ha mantenido

A travs de los aos la derrota,

Cuando todo parece traicionarla.

Mas esa fe, te dices, es lo que slo importa. Gracias, Compaero, gracias

Por el ejemplo. Gracias porque me dices

Que el hombre es noble.

Nada importa que tan pocos lo sean: Uno, uno tan slo basta

Como testigo irrefutable

De toda la nobleza humana.4

A sus paisanos

4 Comenta el poeta ngel Gonzlez: Cernuda sigue obsesionado por Espaa en sus ltimos aos de exiliado. Este poema es una reflexin amarga sobre sus vivencias que combina rechazo y nostalgia. El encuentro con un viejo combatiente le trae el recuerdo de la Guerra Civil, y la ve como una causa digna de la entrega generosa que movi al brigadista. Es la reconciliacin con una ilusin derrotada. Escrito en el estilo prosaico que caracteriz la parte final de su obra, es un canto a quienes lo entregaron todo y lo perdieron todo en defensa de algo movidos slo por una exigencia tica. Es en la derrota donde resplandece con ms brillo la grandeza moral de quienes son capaces de redimir con su ejemplo el panorama de indignidad que el desengaado Cernuda contempla en su entorno

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No me queris, lo s, y que os molesta

Cuanto escribo. Os molesta? Os ofende.

Culpa ma tal vez o es de vosotros? Porque no es la persona y su leyenda

Lo que ah, allegados a m, atrs os vuelve. Mozo, bien mozo era, cuando no haba brotado

Lengua alguna, casteis sobre un libro

Primerizo lo mismo que su autor: yo, mi primer libro. Algo os ofende, porque s, en el hombre y su tarea.

Mi leyenda dije? Tristes cuentos Inventados de m por cuatro amigos (Amigos?), que jams quisisteis

Ni ocasin buscasteis de ver si acomodaban

A la persona misma as traspuesta. Mas vuestra mala fe los ha aceptado.

Hecha est la leyenda, y vosotros, de m desconocidos,

Respecto al ser que encubre mintiendo doblemente, Sin otro escrpulo, a vuestra vez la propalis.

Contra vosotros y esa vuestra ignorancia voluntaria, Vivo an, s y puedo, si as quiero, defenderme. Pero aguardis al da cuando ya no me encuentre Aqu. Y entonces la ignorancia,

La indiferencia y el olvido, vuestras armas

De siempre, sobre m caern, como la piedra, Cubrindome por fin, lo mismo que cubristeis

A otros que, superiores a m, esa ignorancia vuestra

Precipit en la nada, como al gran Aldana.

De ah mi paradoja, por lo dems involuntaria,

Pues la imponis vosotros: en nuestra lengua escribo, Criado estuve en ella y, por eso, es la ma,

A mi pesar quiz, bien fatalmente. Pero con mis expresas excepciones, A vuestros escritores de hoy ya no los leo.

De ah la paradoja: soy, sin tierra y sin gente,

Escritor bien extrao; sujeto quedo an ms que otros

Al viento del olvido que, cuando sopla, mata.

Si vuestra lengua es la materia

Que emple en mi escribir y, si por eso, Habris de ser vosotros los testigos

De mi existencia y su trabajo,

En hora mala fuera vuestra lengua

La ma, la que hablo, la que escribo.

As podris, con tiempo, como vens haciendo, A mi persona y mi trabajo echar afuera

De la memoria, en vuestro corazn y vuestra mente.

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Grande es mi vanidad, diris,

Creyendo a mi trabajo digno de la atencin ajena

Y acusndoos de no querer la vuestra darle. Ah tendris razn. Mas el trabajo humano

Con amor hecho, merece la atencin de los otros, Y poetas de ah tcitos lo dicen

Enviando sus versos a travs del tiempo y la distancia

Hasta m, atencin demandando.

Quise de m dejar memoria? Perdn por ello pido.

Mas no todos igual trato me dais,

Que amigos tengo an entre vosotros, Doblemente queridos por esa desusada Simpata y atencin entre la indiferencia,

Y gracias quiero darles ahora, cuando amargo

Me vuelvo y os acuso. Grande el nmero

No es, mas basta para sentirse acompaado

A la distancia en el camino. A ellos

Vaya as mi afecto agradecido.

Acaso encuentre aqu reproche nuevo: Que ya no hablo con aquella ternura Confiada, apacible de otros das.

Es verdad, os lo debo, tanto como

A la edad, al tiempo, a la experiencia.

A vosotros y a ellos debo el cambio. Si queris

Que ame todava, devolvedme

Al tiempo del amor. Os es posible?

Imposible como aplacar ese fantasma que de m evocasteis.

(5050)