Cintio Vitier - Memorias y Olvido

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  • 8/10/2019 Cintio Vitier - Memorias y Olvido

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    Edicin: Daniel Garca SantosDiseo de cubierta: Alfredo Montoto Snchez, basado en una

    idea de Juana Garca AbsIlustraciones: Jos Luis FariasDiseo interior y composicin: Berardo Rodrguez Cadalso

    Cintio Vitier, 2006 Sobre la presente edicin: Editorial Letras Cubanas, 2006

    ISBN 959-10-1136-9

    Instituto Cubano del LibroEditorial Letras CubanasPalacio del Segundo CaboOReilly 4, esquina a Tacn

    La Habana, Cuba

    E-mail: [email protected]

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    UnoUnoUnoUnoUno

    egn lo he dicho muchas veces,cuando algunos amigos nospiden que escribamos nues-tras memorias, ello coincidecon el hecho de que empezamosa perder la memoria. La memo-ria, sin embargo, se dice comoel ser de muchas maneras(y aqu vuelve la voz de MaraZambrano en su Coloquio acercade la memoria y laesperanza en

    San Agustn). Hay, por lo pronto,la memoria factual y la memoria

    potica. Ayer, por ejemplo, se me qued en Varaderola carpeta negra que me acompaa desde hace muchosaos y en la que haba guardado algunos papeles ytodo el dinero que me quedaba. Fue esta prdida,que descubr al llegar de regreso, la que me enmu-deci hasta esta maana, domingo 30 de julio de 2005,en que he decidido y empezado a escribir mis me-morias no actuales, sin demasiadas fechas y con algunapoesa, si ello es dable.

    Leal y Yuri eran los perros que nos acompaabanen la Finca de mi Abuela. Aquella Finca no era msque un pedazo de tierra poblada por un penumbroso

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    naranjal y una casa de madera con sala, dos habita-ciones, comedor, cocina que daba al traspatio, portaly jardn con una puertecita de madera que decaVilla Julia, nombre de mi abuela, Doa JuliaRamrez, la Viuda del General. All pasaba yo de niolargas temporadas, entre felices y angustiosas, con

    mi ta Estrella, la mulata Panchita y el guajirito Mao.En cuanto a Leal y Yuri, el primero, un perrazo blancoy castao al que amarraban de noche en el tronco deun naranjo como guardin ms ladrador que otracosa, y el segundo, Yuri, carioso y rubio, se habaquedado por azar en el andn que estaba frente a lacasa. Perteneci, decan, a un circo ruso que viajabaen el Tren Central, el que cruzaba detenindose slounos minutos rugiendo, llameando y deslumbrando.Yuri era el amor de mi ta Estrella, muy joven an,que iba dos veces por semana a Matanzas a dar cla-

    ses de piano y le tenda a Yuri su esterita como a unnio. De sus andanzas circenses Yuri conservaba al-gunas moneras. Yo tambin lo quera mucho. SobreLeal, cuando ya estudiaba en el Colegio La Luz conEliseo Diego, escrib una composicin que me valicomo premio un busto en yeso de Mart. Est sobremi mesa.

    A aquel casero llamado Empalme porque tal erael nombre de su andn ferrocarrilero (donde empal-maban los vagones), se llegaba, viniendo de Matan-zas y pasando cerca de Ceiba Mocha, primero por laCarretera Central y despus por un caminito de tie-

    rra colorada, escoltado de caabravas, con muchosbaches y pedruzcos. All el fotingo y los espejuelosen la punta de la nariz de Don Juan, chofer habitual

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    de la familia, hacan milagros. Pero la mayor partede los viajes a Matanzas los hacamos en ferrocarril.No se me olvida el color pajizo de los asientos, el humode la locomotora unindose al vuelo con las copas delos rboles y las nubes gordas, que se movan tambinpero ms lentamente, dos tiempos que parecan, al

    juntarse, decir algo pero yo no saba qu.A muy pocas personas conoc yo en el pequeo ymuy pobre casero de Empalme palabra esta que,secretamente, siempre me ha fascinado. Slo recuerdorealmente a Perico, que reapareca siempre para laNochebuena como experto asador de lechn en pay ramazones de pltano; el silencioso y delicadoMao, un poco mayor que yo, nio an y ya suave-mente paterno; la inolvidable Flora, tambin silen-ciosa y modestsima palma de su casa, algn arren-datario que pasaba de lejos, jinete lento, saludando

    respetuosamente a mi abuela... Una noche,embullados por mi ta Estrella, gran bailadora,fuimos a la Fiesta de la Candelaria en Ceiba Mocha,en cuyo confuso y un poco alucinante revolico sentalgo, por los cuentos que oa, de la legendaria pre-sencia del desafiante Manuel Garca, Rey de losCampos de Cuba.

    En el portal de la Casa de la Finca, bajo las estre-llas enormes e inmediatas, oa la historia de la fami-lia materna en los cuentos de mi abuela. As supe delos estudios de Medicina de mi abuelo en la Univer-sidad de Montpellier, de cmo los abandon cuan-

    do supo de los preparativos de Mart para una nue-va guerra, de su renuncia a aquellos estudios y suregreso a La Habana, en cuya calle Pea Pobre se

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    reuni a su hermana Rosario, conspiradora con elnombre clandestino de Violeta, y cmo all conocial hngaro Zizkay, que iba a ser su ayudante cuandose convirti en Delegado de Hacienda del PartidoRevolucionario Cubano en los campos insurrectosde La Habana, Matanzas y Pinar. Las ancdotas de

    aquel heroico pasado, a ratos salpicadas de risas, sefundan con el silencio de los naranjales, con las si-luetas de los grupos de palmas detrs del enmude-cido andn, con los salpicados ruiditos de la frondaque nos rodeaba, con la luz como asombrada de lasestrellas, con la inmensa luna hundindose en algnmar invisible, con los oscuros ladridos de Leal, conla quietud dormilona de Yuri, con la silueta dePanchita sentada en el quicio del portal.

    Entre tanto Rosa me esperaba siempre en mi casade Matanzas, para llevarme todas las noches, bien

    cogido de la mano, a or la retreta de la Banda Muni-cipal, todos de azul, o la Banda Militar, todos deamarillo, en el Parque de la Libertad, alrededor dela estatua de Mart. Qu danzones aquellos, verda-deros prticos de la gloria de la patria, mientras Rosaconversaba bajito con su novio, primer clarinete deuna de las dos bandas, ahora no recuerdo cul.

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    DosDosDosDosDos

    legar a Matanzas bordeando el parque monu-mental que mand a construir Machado, desde el quese divisaba gran parte de la blanca ciudad y toda sumajestuosa baha punteada de barcos, era siempreemocionante, en especial si ya uno haba bajado porla pendiente calle Contreras o Milans? en los msveloces patines de este mundo, hasta doblar a la dere-cha y abrazarse a un poste de hierro de la luz elctri-ca frente a mi propia casa, en Dos de Mayo 70, frenteal parquecito del Instituto de Segunda Enseanza,entre la bodega de Amaro y la Iglesia de los Meto-distas. Una vez estuve all con mi padre, que habarecibido formacin protestante desde que entr comomaestro en el famoso plantel La Progresiva de Cr-denas, despus de haber sido pesador de caa en elIngenio Merceditas de Santa Clara hasta los catorce. Noentend nada de lo que suceda all, como tampocoms tarde cuando iba todos los domingos, con misegundo maestro de violn, Gustavo Lamothe, al corode la Iglesia de los Carmelitas.

    A la izquierda, saliendo de mi casa, vivan unasmuchachas llamadas las Febles, una de las cuales,

    Lolina, tocaba el piano. Cierta maana de algn mesnecesariamente primaveral, o a travs del inmensomuro que nos separaba, el sonido de un violn. Atrado

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    por aquel encantamiento, me col en el zagun delas Febles, y pas silenciosamente a la sala, dondeme encontr un hombre de alta estatura, vestido deluto de pies a cabeza, empuando un violn y unarco que me parecieron mgicos y que me acompaanhasta hoy. Se trataba del recientemente enviudado

    Patalen de la Concha, mdico siempre enlutado ysolitario, que viva en una casa siempre cerrada dela calle Milans. Lo que tocaban l y Lolina era laSonata Primaverade Beethoven. Me ofrec de inme-diato para pasar las hojas de las dos partituras,pues ya mi primer maestro, Cndido Falde, mulatoesbelto y finsimo, sobrino del inventor del danzn,me haba enseado bastante (incluso a tocar el HimnoNacional y Trigueita), y con Lamothe, ya en el corode los Carmelitas, con la compaa del maestroOjanguren en el rgano, de Aniceto Daz en la flauta,

    de Periquito Diez en el contrabajo y de mi hermanoAugusto como magnfico bartono, me haba hechoexperto en solfear y tocar a primera vista. De estemodo las maanas matanceras de todos mis domingospasaron a pertenecer a las sonatas para violn y pianode Beethoven.

    Mi casa, entre tanto, segua siendo el ColegioFroebel y ms tarde Vitier, dirigido por mis padres,Medardo Vitier y Mara Cristina Bolaos, MaestraNormalista, a la que mi padre conoci cuando toda-va estudiaba en el Colegio protestante Irene Tolland.Cuando Machado cesante a todos los profesores que

    hicieron causa comn con la rebelda estudiantil,cada vez ms fuerte y ms violentamente reprimida,los profesores cesantes crearon la llamada Academia

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    de los Catedrticos, dirigida por Arturo Echemenda,y mi padre tuvo que recorrer varias veces la isla dic-tando conferencias de educacin, literatura y filosofa.Siempre recuerdo el vehemente y peligroso discursoantimachadista que pronunci en el Sauto, que mehizo temblar tanto como la ovacin que recibi, y

    cmo tuvo que esconderse en una habitacin de laFinca de mi Abuela en Empalme, y cmo, a pesar detodo, recibi la proteccin amiga del teniente Madru-ga, que sencillamente lo admiraba. Tampoco olvidoel viaje que hice con mi padre para inaugurar el Ate-neo de Cienfuegos, en que tambin sent la admira-cin en los ojos de dos jvenes promesas: CarlosRafael Rodrguez y Juan David. Mi madre, empea-da en que luciera mejor, me compr unos inslitosbombachos, que me valieron un grito en el Pradonocturno de Cienfuegos: Bombachos, suelten a ese

    muchacho!Aunque me dieron otras razones, supongo que elhecho de haber estudiado los primeros grados en loque haba sido y volvera a ser la sala de mi propiacasa, convertida en aula con pupitres, pizarrn ymapas, impuls la decisin de que siguiera mis es-tudios, ya prximos a la llamada Preparatoria paraingresar en el Instituto, matriculndome en la Aca-demia de los Catedrticos, cuyo director, ArturoEchemenda, era gran amigo de mi padre. Hermanoespiritual, debo decir ms bien. Lo recuerdo siem-pre por encima de todos los profesores de aquel

    Colegio excepcional, entre los que se destacaba parami vocacin y gratitud, el bajito y siempre erctil, ensu almidonado y ajustado dril cien, Pepito Russinyol.

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    Pero Echemenda era, sin duda, caso aparte. No ol-vido su aparentemente injustificada indignacin, quelo puso trmulo y rojo de ira, ante el espectculo deun aula ingobernable como no fuera mediante el cas-tigo. Pude intuir que aquella tendencia animalescaal caos, aquella necesidad de una mano dura para

    imponer un orden que los muchachos solos no pare-can necesitar ni desear, lo sacaba de quicio. Era comola negacin flagrante de una profunda conviccin.Era, nada menos, en su propio Colegio, como la ne-gacin de su personal eticidad, de su propia vida.Tal espectculo, desde luego, no era frecuente enaquellas aulas, como lo sera despus en el Institutode La Habana. Pero no olvido aqulla que pudierallamarse involuntaria leccin viva. Mi padre, pens,hubiera reaccionado igual.

    Terminadas las clases en mi casa-escuela, mi pa-

    dre sola sentarse en un silln, ya entrada la noche,junto a las violetas del cantero central que en el pa-tio de losas presida un modesto rbol de mango,cuya copa resultaba prxima a los desages del te-cho un poco inclinados. Un vaso con hielo que habatrado mi madre, lo acompaaba sobre una losa. Enel cielo las estrellas no se vean tan prximas comoen Empalme, pero se adverta mejor su tranquilo ti-tilar. All mi padre tomaba su caf, all fumaba unpoco, all pensaba. Discretamente se oa el rumor delos ajetreos caseros de mam. Yo, entre tanto, estabahaciendo las tareas escolares en una mesa ilumina-

    da por una lamparita.

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    TresTresTresTresTres

    l machadato signifi-c para m, sobre

    todo, harina: pan-talones de sacos

    de harina, pican-tes y reacios a la

    plancha; harinacon huevo fritoo sin huevo fri-to todos los das

    en la mesa; elodioso color amarillo de los soldados en sus inmen-sos caballotes castaos dando plan de machete aun grupo de estudiantes en la esquina mal alumbra-da de mi casa... Coincidieron aquella lucha y la ca-da del tirano con mis primeros viajes a La Habanapara iniciar mis clases de violn con Juan Torroella,por indicacin desde luego inapelable de Pantalende la Concha. Uno de aquellos viajes, realizados enun extrao autocarque paraba frente a mi casa, tuveque hacerlo con un ridculo sombrero de pajilla, por-que no usarlo lleg a considerarse participacin

    revolucionaria, incluso a mis escasos doce aos. Elalivio de aquella cada, no obstante los motines po-pulares y los saqueos de viviendas, sin contar las nuevas

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    ventoleras polticas que ya se anunciaban, produ-jo una especie de silencio nacional cuya penumbrame acompaaba al subir la crujiente escalerilla queme llevaba al estudio de mi nuevo maestro, en lacalle Industria y no s qu, ni tampoco recuerdo elnmero.

    Lo que s recuerdo es la erguidura y la severa bon-dad de aquel anciano junto a la foto de su profesor enel Conservatorio de Pars, Jacques Thibaud. Lo ques recuerdo es que con l tuve que empezar de nue-vo como si nunca hubiera tenido un violn en lasmanos, con el cuaderno de escalas por l mismo com-puesto y las lecciones de Alard, hasta que, pocos aosdespus, pude graduarme de cuarto ao en el Con-servatorio Falcn, en Galiano y no s qu, tocandocon su esposa Terina el Concierto en Re Mayor deVivaldi.

    Desde el principio not que Torroella me apre-ciaba como discpulo y como persona o... personita.Despus de mi padre y de Arturo Echemenda, fueel ejemplo mayor que conoc, en aquellos aos, derecta cubana. Mentalmente lo comparaba con Enri-que Jos Varona, a quien mi padre tanto admiraba.Gracias a l pude llegar a tocar con Virgilio Diago,concertinode la Sinfnica Nacional, en la Academiade Artes y Letras, y con su mayor discpulo, ngelReyes, Primer Premio del Conservatorio de Pars, enun homenaje que le tributamos en el Teatro Mart, sino recuerdo mal, lo que no sera raro. En la primera

    ocasin tocamos la encantadora Bella cubana de White,con la condescendiente aprobacin de EduardoSnchez de Fuentes; en la segunda, la indiferente

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    Cavatinade Raft, que con el unsono de no menos deveinte violines lo era ms an. Pero quedaban, comoejemplos para m, en Matanzas, Arturo Echemenda;en La Habana, Juan Torroella.

    Las ltimas amistades musicales de aquel convul-so perodo fueron la de Mario Argenter y la familia

    de los hermanos Melero en Pueblo Nuevo. Mario vivacerca de la casa de mi abuela materna en Matanzas,casa tambin muy querida por m, donde me recuerdotocando con mi ta EstrellaJramede Mara Grever.Mara? Quizs. En la casa de los Melero, para ir a lacual haba que pasar el precioso puente sobre el San

    Juan, con sus dos inefables columnitas, todos loshermanos, presididos por el gran pianista y compo-sitor Pancho Melero, eran msicos, incluyendo a lahermana saxofonista, cosa rara entonces. All pas-bamos las tardes tocando lo que podamos de las

    operetas de Strauss o las inspiradsimas cancionesmatanceras de Pancho, que todava Fina recuerda ycanta quedamente, entraablemente, como Soy cubanoy Cuevas de Bellamar. Qu sesiones de msica romn-tica, de msica cubansima, que an despus de ha-berme mudado con mis padres a La Habana, durantemuchos domingos intent salvar como un nufragourgido de oxgeno vital.

    Pancho, desde luego, acab siendo captado o rap-tado por los Lecuona Cuban Boys, en una de sus incur-siones a la isla.

    En cuanto a Mario Argenter, qu decir? Juntos

    venamos a los conciertos matinales de Lecuona enel Teatro Nacional. Nunca olvidaremos Fina y yo lasversiones de los Versos sencillosque nos regal en el

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    piano solitario y reconcentrado de su casa. Nuncaolvidar a su ta Enedina. Nunca olvidar el patiolargo, estrecho, lateral, recoleto, de su casa silenciosa.Como lo he dicho en otro sitio, l no era matancero.l era, esMatanzas.

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    CuatroCuatroCuatroCuatroCuatro

    uelvo a cargar con mi cuerpo y con mi alma parasentarme otra vez frente a la mquina de letras. Mehabr convertido ya en este objeto reproductor? No,todava. Anoche estuve padeciendo por Carolina, lahijita de mi chofer. Dicen que hay un andancio, unvirus mortal para los nios, y pas la noche muy an-gustiado, temiendo por ella, que lleva dos das convmitos. Es una nia preciosa, gentil, inteligente, todacario, encantadora. Es posible que le pase algomalo? S, es posible. Tambin es posible que cuan-do esta maana llegue su padre, el discretsimoMedardo, me diga que est mejor, que no es cosa depeligro. Y si lo es? Me llenara de angustia, de in-conformidad, de tristeza, de horrible incomprensinde eso que llaman destino. No hace mucho escribun llamado Soneto interrogante, que terminaba,pensando en la belleza del ltimo Cuarteto deBeethoven, con aquel apunte que tanto impresiona Claudel (Es muss sein, Es preciso):El destino resul-ta la belleza? Esa nia es ya la belleza pura.Medardo, mi conductor, es esta maana el mensaje-ro. Carolina se llamaba tambin mi abuela paterna,

    a la que nunca quise tanto como a Doa Julia, segnla llamaban todos en Empalme, quizs porque noconviv tanto con ella, quizs por su carcter mismo,

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    ms despegado y en el que mi padre siempre desta-caba la virtud de lo que los antiguos llamabanecuanimitas, quizs porque la vi siempre ms cercade la primera familia de mi padre. En cuanto a miabuelo paterno, Severo como su nombre, carpinterodel Central Merceditas, protestante hasta la mdula,

    fue el primer ser humano que vi convertido en cad-ver, tendido en mi propia casa. De l conservo suvisin, de madrugada, yendo a caballo por un sen-dero de Las Villas, de todos los animales de la Crea-cin, y su dicho de que tena ms miedo a matarque a morir, por lo que fue lo que llamaban, entrelos independentistas, un pacfico. Esta declaracin,aparecida en una entrevista que public reciente-mente Juventud Rebelde, me vali varias cartassorprendentemente aprobatorias, sobre todo la de unacompaera perteneciente a un batalln de Nicaro, la

    que me confesaba su angustia cuando la felicitabanpor sus progresos en las prcticas de tiro.Estos ltimos meses, por cierto, han sido prdi-

    gos en entrevistas de televisin. La ms importante,la ms extensa e intensa, fue la que me hizo HctorVeita, por indicacin de Octavio Cortzar, quien pre-sent sus dos primeros captulos en el Centro deEstudios Martianos con motivo del 28 aniversario de sufundacin. Tantas conversaciones destinadas a lapublicidad prxima o futura (lo que no deja de estre-mecerme), pueden hacer en gran medida intilesestas Memorias que, por otra parte, ya haban alimen-

    tado largamente mi novela y mis cuentos. Esta ma-ana 2 de agosto de 2005 he decidido, por tanto, discon-tinuarde tal modo estas memorias que indistintamente

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    aludan a vivencias pasadas o presentes, lo que hande darle una temporalidad ms integradora y tal vezms pintoresca. Por ejemplo, ya pasado el susto dela linda Carolina, que amaneci mejor, esta maanaquiero hablar de mis variados tos.

    La ta Estrella, la ms religiosa y bailadora de la

    familia, que todos los aos participaba triunfante enel Baile de Mamarrachos del Casino Espaol deMatanzas, y yo la acompaaba slo para or losdanzones, despus de un amor frustrado acab casn-dose con Emilio Ortega, corredor de la propiedad,como se deca entonces, a quien mi padre siemprellam el hombre mejor que haba conocido. Vivimosmuchos aos en casas contiguas, en la calle Figueroade la Vbora o Santos Surez, como gustis, frente alllamado Parque Mendoza, y juntos recorrimos, ma-nejando Ortega, buena parte de Estados Unidos, de los

    que especialmente recuerdo Nueva Orlens. Tuvieronuna hija llamada Mara Julia, que sigue viviendo allcon su familia. La otra ta materna, Yoya, casada conun serio cobrador de ferrocarriles, no est en mi me-moria nada ms que con sus ojos azulsimos, no tancelestes sin embargo como los de Estrella, ni tan in-tensamente verdiazules como los de mi madre, quecuando le a Zenea me recordaron los de AdahMencken. En cuanto al nico to varn de la ramaBolaos, tena los hombros un poco cados y los ojostambin azules del General, era mdico y viva consu esposa bajita y muy catlica, Margot, en una calle

    empinada de la Vbora, a donde fuimos a vivir antesde mudarnos definitivamente para Figueroa 358,entre San Mariano y Vista Alegre, casa construida

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    con los ahorros de mi madre. All vivimos Fina y yoms de cincuenta aos.

    En cuanto a los tos varones de la rama paterna,eran Heliodoro (familiarmente, Helio), muy alto,delgado y plido, excelente profesor de Matemticas,con cuyo hijo Vitelio tuve una amistad infantil que

    no dej huellas, y ngel, el ms temperamental yrojizo de la familia, casado con una hija de BonifacioByrne, el ms delator tambin de un origen francs,cojo de una pierna, cuya prtesis se la hizo, me dije-ron, el abuelo Severo. Un ejemplo de su carcter lotuve cuando una maana le quit a mi padre su vie-

    jo sombrero y lo quem ante sus ojos impasibles ysonredos. Un gran abogado, decan. De la familiadel primer matrimonio de mi padre slo conoc decerca y quise mucho a mi hermano Augusto, amantede la mar y de la pesca ms que de los estudios,

    magnfica voz de bartono, gran amigo de mis hijosSergio y Jos Mara.

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    CincoCincoCincoCincoCinco

    Qu papel juega el azar enla memoria, en las Memo-rias? Hace un par de me-ses ms o menos (qu tiles el ms o menos), nosvisit el poeta e investiga-dor Amauri FranciscoGutirrez Coto con un vo-luminoso trabajo inconclu-so sobre Orgenes, facilitn-

    donos despus copias de lascartas de Fina y mas a Lezamaque encontr en el archivo dela Biblioteca Nacional. Comoyo tengo guardadas las cartas que nosescribi Lezama, pensamos que sera til reprodu-cir ese epistolario cruzado entre nosotros. Pero nosera demasiado extenso? Cada momento de la vidatiene su extensin. Cuando se est perdiendo la me-moria factual, como es mi caso, prefiere uno los sal-tos ms o menos antolgicos, y aqu el ms o me-nos vuelve a ser utilsimo.

    Bueno, de Matanzas se me olvidaron nada menosque Papito y nada menos que Burn. El primero,negrito con bombn encasquetado hasta las orejas,

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    que recuerdo siempre fumando pipa, irnicamenteinteligente, empezamos a asistir a las conferenciasorganizadas por la Institucin Hispanocubana deCultura, bajo la direccin de Fernando Ortiz. Eran losaos de la Guerra Civil espaola, y espaoles ilustreseran, y casi todos definitivamente exiliados, los es-

    cogidos por la Hispanocubana. Fue as como pudimosescuchar la inolvidable conferencia de Juan Ramn,sabia y melodiosamente presentado por CamilaHenrquez Urea, sobre El trabajo gustoso. Noslo los grandes poetas espaoles o franceses habansido sus primeros maestros, sino tambin el regantegranadino y el mecnico de Moguer, los aristos,los mejores, del pueblo trabajador, sin olvidar laslecciones de Platero, cuyo humildsimo pesebre visi-taramos muchos aos despus Fina y yo. Fina y yo,por cierto, como Eliseo y Bella, estbamos, sin cono-

    cernos an, en el mismo teatro recibiendo las mis-mas lecciones. Despus, leyendo las colaboracionescubanas de Juan Ramn, aprenderamos mucho ms:que la poesa pura (en cuanto aspira a la belleza, quese identifica con la justicia) es inmanenteantimperialista. No plante Juan Ramn en Cubaningn conflicto entre poesa pura y poesa socialo poltica. El Festival por l organizado y presen-tado en febrero de 1937 en el Teatro Campoamor,recogido despus en libro, fue una prueba absolutade democracia potica. No falt all ninguna voz sig-nificativa de aquel momento. Es lamentable que, se-

    gn era su deseo, no se hubiera establecido aquellatradicin. As podramos tomarle el pulso anualmentea lo ms ntimo de la nacin.

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    En otras pginas he sealado tambin que JuanRamn Jimnez fue el nico intelectual espaolde su generacin que se percat agudamente delos crecientes venenos del capitalismo norteameri-cano, segn se evidencia en las punzantes, satricas,clarividentes pginas de su trabajo Lmites del pro-

    greso, aparecido en el segundo nmero de la revistaVerbum(1937), inspirada por Jos Lezama Lima y al dedicado.

    Recuerdo que una maana sal corriendo comoun loco a lo largo de toda mi casa para llegar a lacontigua de mi ta Estrella, de donde una voz mehaba avisado que Juan Ramn me llamaba por tel-fono. Era para invitarme a or msica esa noche en elConservatorio Bach, es decir, en la casa de MaraMuoz, la gran amiga de Federico Garca Lorca, fun-dadora del Coro Nacional, y Antonio Quevedo, el

    gran musiclogo y discmano. Todo lo que omosaquella noche fue de gloria, tanta gloria, por lo me-nos, como mi silencio cuando Juan Ramn calificlos poemitas de lo que iba a ser mi primer libro en elcomedor vaco del Hotel Vedado. Fui con Eliseo portodo Teniente Rey hasta la Casa car. Era el 25 deseptiembre de 1938, eran mis 17 aos. El increbleautgrafo de Juan Ramn me esperaba, me sigueesperando.

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    SeisSeisSeisSeisSeis

    e aqu la nica carta que recib de Gastn Baquero.

    La Habana, Dic. 10 de 1938.Cynthio Vitier. Ciudad.Amigo mo:

    Permitir y perdonar usted que salve todo requisito de cor-tesana, de reglamentada educacin, para darle de pronto, ysin mrito alguno por mi parte, un nombre, el de amigo, que meacerque a usted en el propio ambiente de la proximidad que aho-ra tenemos. Amigo le he dicho, porque ya antes haba puestoUd. en m un poco de esa amistad esencial, permanente, que es laPoesa. A travs de otro amigo y poeta Jos Lezama Lima leconoc y senta Ud. Cuando llega su libro a mis manos (Dic. 9) yapuedo dirigirle estas letras como si de antigua cosa ma se trata-se. Tengo pues un derecho cierto a haberle encontrado puestoentre lo que me es particularmente querido [en] esa fina y altacorriente que es su Poesa.

    No voy a ponerle aqu eso que han dado en llamar juiciocrtico pues yo no entiendo de esas jerigonzas en el campo de laPoesa. De un modo directo, intuitivo casi, acepto o rechazo elmensaje potico, pudiendo slo los razonamientos ulteriores con-ducirme a verificar valores de ingenio, gramtica, etc. Pero loinicial, el eco o resonancia que despierta en nosotros aquelloque se nos aparece y vale como voz y mensaje, es lo que preside.Digo que es Poesa aquella comunin de forma y sentimiento enque el Ser trasciende de s mismo por la ardiente y pura inten-

    cin de lo eterno. Digo que no es Poesa aquello trabajado artifi-ciosamente, tanto, que no traspasa el menor hlito de verdad ypureza. Juan Ramn Jimnez es poeta; Gaspar Nez de Arce,por ejemplo, no lo fue.

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    Alguien podra decir ahora, por la malicia propia de los quetodo lo aforan en puntos de hechos, que no es muy posibleasumir en usted intenciones o bsquedas de lo eterno porque suedad es de las que beben el nacimiento del Universo, y como nolo tienen superado por conocimiento o experiencia, descansanexpectantes y gozosos en el futuro. Pero Ud. es poeta! Quin escapaz de mirar relaciones de cuna o vejez frente al misterio

    destiempado,absoluto, que es la Poesa? Un poeta no tiene otraedad que la plenitud de sus versos. Un poeta vive insertado en eltiempo suyo, que es el de medida inlograble; y en el espaciosuyo, que es el espacio eterno, esencial. As, lo que acontece en lapersona del poeta es el acontecimiento potico y no otra cosa.Quiero decir, que el sentido de la Poesa puede residir, y confrecuencia esto sucede, en persona enajenada del acto potico.Mas, cuando aquella se percibe a s misma como continente deesa fuerza; cuando se hace consciente de su Ser y nace el poeta,desaparece toda barrera espacial, temporal, lgica, habitual, etc.,trasladndose el centro vital, de la persona, a la expresinde laPoesa. Nadie sabe ni puede saber cundo comenzar a viviruna persona para lo esencial. Produce estupor y risa encontrar-se uno de esos juecesde lo humano y lo divino que dicen sufi-cientemente: Pero X es poeta siendo tan joven? Eso no puedeser! Qu ha ledo? Qu sabe? Y podramos responderle: Sabelo que sin saberlo l sabe en l; sabe lo suyo que es la Poesa;maana dar a este saber los cauces de estilo y forma que le seangratos, pero ya sabe lo que importa a su vida, lo que la informayrealiza. Porque estoy convencido de que somos nosotros entanto que personas, pero no somos nosotros en tanto que voces oexpresiones de una esencia cualquiera. No significo con estoque el poeta, el artista, sea un Robot al que manipulan nosabemos cuales hilos invisibles. La unidad, la llegada, es preci-samente el equilibrio entre voluntad y Destino. De aqu que loms sorprendente en Ud. es la continuidad de la voz, la unidaddel sentimiento. Como joven pues estoy en el vigsimo-tercer

    ao de mi vida; como poeta pues aunque de produccinindita casi en su totalidad mi devocin es la Poesa; comomiembro de esta generacin nuestra a la que pertenecen en sulnea superior los altsimos nombres de Eugenio Florit y de Jos

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    Lezama Lima, he sentido un gozo profundo, autntico, en supresencia. Soy enemigo de tertulias, charlas colectivas, reunio-nes, etc., pero tengo una fe ciega, fe de nio, en el poder de laamistad. Los seres humanos, cuando se consideran aisladamen-te, como simples personas de Dios, tienen siempre una luz bella,amable, en la que puede reconocerse el impulso divino que a todosnos produjo y sostiene. Pero en cuanto los hombres forman par-

    tidos, peas, grupos, emerge lo peor de la humanidad que es sufalta de tolerancia, de respeto, de amor. El mismo hombre a quientenamos por culto y comprensivo se transforma en fiera cuandoacepta una dogmtica cualquiera; cuando se hace parcial, parti-dista. Huyendo de esto, por conservar lo mejor de cada vida, yde la nuestra por ende, que es la fe en lo humano, temo como amal incurable toda limitacin que me provenga del exterior, todaimposicin de la historia a mi conciencia. Ahora, lo comprendo,no sirvo ms que como persona aislada. En este carcter le ofrez-co hoy mi amistad y mi agradecimiento por su delicadeza paraconmigo. Creo en la bondad de cultivar fuertes relaciones entretodos los que nos dedicamos a las mismas tareas.Sobre todo, enmedio tan pobre de cooperacin y cario como el nuestro, dondeel abrazo del compaero significa casi siempre el anuncio deun descrdito. Le ruego que no vaya a tomarme por esto quele digo como un amargado, trgico, resentido joven. Tengo de-masiado buen humor y cario en mi corazn como para odiar anadie. Pero al mismo tiempo que estoy presto para realizar loimposible por mantener una amistad, estoy dispuesto a perderimperios por no recibir en mi corazn nada que no estime limpiode engao y falsedad. Perdone si esta carta le llega un pocoincongruente, demasiado espontnea. Es mi modo; miirrechazable traje espiritual. Le repito que tendr un gusto ver-dadero, fraternal, en sostener amistad con usted. Mucho hemosde hablar sobre nuestra querida Poesa. Tentado he estado desdeantes de comenzar de cambiar el ceremonioso usted por un msapropiado t. Somos demasiado jvenes los dos para entre-

    garnos a cosa tan estril como es la cortesa llamada social. Pero nohay que apresurarse. Recordemos los versos de Goethe queJuan Ramn pone al frente de Cancin: Como la estrella sintregua y sin precipitacin. En tanto, tenga usted la bondad

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    de hacer llegar a su padre mis mayores respetos. Cuanto le esti-mo y admiro no es para ser puesto en carta a quien como usted lees tan personal e ntimo. Las mejores cosas de la vida se dicenpor alusin. Usted, poeta, lo sabe. Acepte, como un testimoniode mis sentimientos, de mis mejores deseos fraternales, el poemaadjunto. Ver que, en lo aparente, estamos distanciados usted yyo. Pero el problema de la Poesa es precisamente lo contrario de

    la apariencia.Cuente con el sentimiento afectuoso de su amigo:Gastn BaqueroS/c Virtudes No. 880, bajos.P.S. No olvide Ud. que el prximo 24 de Diciembre cumple un

    ao ms de vida Juan Ramn Jimnez.

    Esta carta me lleg acompaada por el poema ti-tulado Muerte del Ave.

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    SieteSieteSieteSieteSiete

    i amistad con Gastn fuein crescendo hasta que junto con

    Eliseo, Emilio Ballagas,Virgilio Piera, Justo Ro-drguez Santos, OctavioSmith y otros hicimos en-tre el 42 y el 43 Clavileo,

    un revistn con dibujos de RenPortocarrero y de Felipe Orlando.Puede decirse que la Redaccin de

    Clavileo consecuencia, como Nadie Parecay Poeta,de la dispersin de Espuela de Plata era la casa deBella y Fina Garca Marruz, de las que ya ramosnovios Eliseo y yo, en el segundo piso de Neptuno308. A tal extremo que, segn nos contara Lezamamucho despus, cuando l pasaba de noche por aque-lla calle, pensaba: all arriba se renen poetas aleja-dos de m. Aquellas diversas lejanas pudieron for-mar una sola unidad a partir de 1944, con Orgenes.

    Si alguien presida silenciosamente nuestra amis-tad desde que nos conocimos en la Escuela de Filo-sofa y Letras, era Agustn Pi. Dotado de una insli-

    ta receptividad y de un sympathos, segn diraLezama, tan ilocalizable como concentrado. Agustnfue nuestro amigo absoluto. Aunque nicamente los

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    libros competan con su aficin, o adiccin, al miste-rio de las personas, la letra escrita por l nunca leinteres ms all de las bromas que lo divertan.Rescat, sin embargo, una estampa titulada Losextraos msicos, publicada, creo, enAlerta, que esuna joya dentro del tema de la extraeza, que fue el

    tema dominante, por diversas vas, de Eliseo y yomismo en nuestra primeras pginas apreciables. Loinclu en un testimonio que titul El Turco Sentado,porque as llam alguna vez Agustn a nuestrasreuniones en aquella casa, por lo dems, tan musi-cal que su diapasn abarcaba desde un coro vascohasta las filigranas de Mozart, casa iluminada por lahospitalaria Josefina Bada en su omnicomprensivopiano.

    En Clavileopude ofrecer testimonio de mi segundomaestro en el tiempo, Csar Vallejo, e incluso, por

    modo oblicuo, un atisbo de mis primeros acer-camientos al mysteriumlezamiano, que ya empezabaa apoderarse de mi atencin cognoscitiva, potica-mente cognoscitiva, en una brevsima nota tituladaPor este Picasso. Cuando en 1944, coincidiendo conla aparicin de Orgenes, le mi Experiencia de lapoesa en el Ateneo, mi segunda publicacin en la yaquerida imprenta car, pude ahondar y resumir misaproximaciones previas a Enemigorumor(textos quehasta hoy slo conoce Enrique Sanz) y atisbar el te-soro oculto en las primeras lecciones de MaraZambrano. Fueron aos, en verdad, de vertiginosa

    formacin potica, a la que slo faltaba, para las ne-cesidades de mi oscuro, extrao, destino, la llegadaarrasadora de Arthur Rimbaud.

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    Las cartas estn desapareciendo. Nada ms leja-no a una verdadera carta que eso que llamanfaxocorreo electrnico. Cada vez que miro la letra peque-a, dibujada y fluida de las cartas que me escribiLezama, siento que el misterio y alimento de las ver-daderas cartas est en proceso de extincin. La tc-

    nica ha entrado en el alma, sencillamente, para ma-tarla. Claro que no ha podido, pero noto incluso enverdaderos poetas computarizados una especie deincesancia que procede, no de la pltora interior, sinode las facilidades y rapideces tentadoras que ofrecela digitalizacin. No creo que la poesa pierda esabatalla, pero s la tinta que era la sangre de las cartasy que mi querida maquinita, como la llamaba Pablode la Torriente Brau, con su ausencia de abstraccin,con su ritmo acompaante, de algn modo conser-va. Prueba de ello la carta de Gastn antes citada,

    toda ella escrita en una Remington capaz de envejecercomo un silln.Cierto que la correspondencia entre amigos es

    siempre conversacional, pero entre amigos escrito-res se presta a sondeos ntimos o conceptuales quela conversacin oral no suele propiciar. As Lezamaen sus cartas nos escriba cosas no fcilmenteconversables que, sin embargo, l necesitaba decir-nos y nosotros Fina y yo necesitbamos orle,como, por ejemplo, en su carta con motivo de Expe-riencia de la poesa:Ese acercamiento suyo a mi obra,y la forma en que lo ha hecho, hacen pensar que la

    poesa va a convertirse de mera confesin, extensino deliquio, en estado autnomo (aunque no ente-lquico, sino heraclitano). Ese envo de la intensidad,

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    fuego de lo mo o de lo suyo, va a mezclarse con laextensin (en el sentido de los que pueden partici-par) engendrando el estado potico... Tocaba aqulo que iba a ser la sustancia misma de Orgenescomoaventura espiritual. Demasiado pudorosos ramoslos dos para que me atreva ahora a citar las palabras

    finales de aquella carta. Y para cundo lo voy a de-jar? Pidiendo disculpas a su sombra, o mejor a su luzde siempre, aqu van: Siento sus pginas como im-prescindibles en m. S que entraan un juicio, porla limpidez de su vida y de su poesa, frente al cualtengo yo que permanecer quieto y agradecido. Esalgo que me hace temblar de alegra, pero que mesirve para avisarme de la obligacin en que estoy deuna ms aguda penetracin, de lanzarme, ya que unavez he sido odo, de lanzarme a otras exploracionesy de tocarme con ms precisin. Si mi obra le ha ser-

    vido, troqumonos en accin de gracias, por algo queno logramos entrever, mucho ms all de mis gra-cias y de mi alegra. / Le aprieta en lo suyo de sumano / J. Lezama Lima / (Cordialidades a Fina yEliseo).

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    OchoOchoOchoOchoOcho

    an pronto estoy en Pars como estoy en Mosc.Los detalles llegan a perfilarse en conjuntos indefi-nibles, innominables. Cada ciudad, con su olor pro-pio. Pars huele a Pars, Mosc a Mosc. Lo demsson fotografas y postales que ahora quiero repasar.Por ejemplo, desde el Templo de Quetzaltcatl enTeotihuacn leo en un mensaje a Lezama con letrade Fina: Viendo los sombros esplendores de Mxico,lo recordamos mucho e imaginamos sus comenta-rios. Juegos y conjeturas que nos dan compaa suya.Pronto estaremos en casa, ms pequea y real, y todoesto ser un fantasma. Lo abrazan... En el jardn dela Residencia de Estudiantes, tan cerca como lejosdel centro de Madrid, alguien, quin?, nos hizo unretrato. Pensbamos en Lorca, en Dal, en Buuel, en

    Juan Ramn, que hizo plantar unos lamos? cerca.Como en una extensin de Matanzas me sent en elmercado de Montevideo. Esta noche vamos a la perade Leningrado. Maana vamos a volver al Louvrepara volver a ver a Goya; no, a Rembrandt, aLHermitage. En un mensaje sin fecha de Fina a Leza-ma releo: Teresita acaba de dejarnos recado en casa

    que suspende el recital para el martes prximo. Mejor.As habremos cobrado y podremos pasar a buscarloen un coche de cascabeles. Seguimos disfrutando su

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    segundo tomo. Abrazos de Fina. Qu segundotomo? Ahora vamos durante todo un da de carrete-ra, manejando Hermes Herrera, desde el Vaticanohasta la nocturna, alucinante catedral de Miln. Ahoraestamos en un hotel vaco de Miami asomndonos auna playa desierta. En Florencia, en la Plaza de la

    Seora, qu sopa de tomate, con David y Perseoalzando la cabeza de la Gorgona, de testigos! Porla pampa hmeda, por la pampa hmeda, por lapampa hmeda hasta los altos iluminados de la casadonde naci el Che. La otra orilla del Volga no sedivisa.

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    NueveNueveNueveNueveNueve

    e habla de laRevolucin Cubanacomo de una perso-

    na, con nombre yapellido. Segn latelevisin y los

    peridicos, goza deexcelente salud. Se-

    gn las conversacionesvecinales, est llena de problemas. Ambas cosas pue-den ser ciertas.

    Maana, lunes 8, se inaugura en Caracas otro Fes-tival de la Juventud y los Estudiantes. Nada se meproblematiza ms que un fervor y una alegra pro-gramadas. Un programa, sin embargo, no implica ne-cesariamente una falsedad. Esa mezcla de lo progra-mado y lo espontneo es caracterstica de lo poltico.El hombre necesita, no slo vivir, sino tambin pro-gramar la vida. Hasta dnde? Hasta qu grado?Hasta que no se pierda la autenticidad.

    No basta que una causa sea buena para no perderla autenticidad. Tampoco el programa por s solo

    basta para perderla. Como en todo lo humano, segnMart, la ley matriz sigue siendo el equilibrio. Elfervor y la alegra de una buena causa, junto con esas

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    fuerzas tan espontneas en la juventud, pueden sergaranta de una autenticidad de la que, en nuestrotiempo, puede depender el destino de un continente.

    La reciente y creciente vinculacin de Cuba y Ve-nezuela, de Fidel y Chvez, de Mart y Bolvar, abrenaturalmente, destinadamente, un camino histrico

    de posible salvacin frente a la voracidad de los Es-tados Unidos. El pensamiento antimperialista deBolvar y Mart, como el de Hostos y Betances, msall de diferencias tcticas y estrategias que no de-ben ignorarse, constituye la nica alternativa parallegar a la verdadera independencia espiritual ymaterial de nuestra Amrica.

    La independencia es nuestro nico modo real deser, tanto en lo poltico como en lo personal. Inde-pendencia que no significa, desde luego, arrogantesoledad. El pasado colonialista de casi toda Europa

    en realidad plantea las cosas de otro modo paraaquella zona del mundo que no ha tenido que lidiartan de cerca con una prepotencia como la yanqui.Digo yanqui para aludir a lo ms visceral de ese pascuando es ms Estados Unidos que Norteamrica,segn una distincin que debo a Thomas Merton enuna carta. l all me deca que no quera ser estado-unidense sino norteamericano.

    Para que lleguemos a armonizar polticamente conla patria de Lincoln y de Whitman tenemos primeroque integrarnos de veras con la patria de Bolvar yMart, sin olvidar nunca la advertencia martiana de

    que cada pas de nuestra Amrica ha querido siem-pre el gobierno de la casa propia, sin tentacionesfederalistas que entre nosotros resultan artificiales.

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    Unin de espritu, no de gobierno como la plata enlas races de los Andes, que deca Mart, me pun-tualiza Fina.

    Si somos un solo pueblo desde el Bravo hasta laPatagonia, como nos concibi Mart, ello slo puede serun ejemplo ms de la sabia etimologa de la palabra

    Universo sealada tambin por l, versus-uni, lo di-verso en lo uno, clave tambin de la norma polticaque internamente debieran seguir nuestras naciones.Desde el punto de vista religioso, que tan poco seatiende en nuestros das, y que desde luego ataetambin a la cultura en general, debiramos aspirara un sincretismo indo-cristiano y afro-cristiano dentrode una evangelizacin ya sin espada ni gnero algunode poder temporal.

    Dudo mucho de que tales sean los temas debati-dos en el Festival Mundial de la Juventud y los Es-

    tudiantes. No por ello, desde luego, sern estrilessus urgentes intenciones integradoras, antimperia-listas y antiterroristas. La personalidad de la Revo-lucin Cubana, con nombre y apellido, estar frater-nalmente all. (7 de agosto de 2005.)

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    DiezDiezDiezDiezDiez

    a contemplacin (televisiva) de la inauguracindel Festival fue sin duda tremendamente emocionan-te. No tuvimos fuerzas para llegar hasta las palabrasde Chvez, en las que se destacan cualidades pa-sin y pureza de la juventud que no son de lasms socorridas en este gnero de discurso. Sorpren-dentemente, por otra parte, lo que suponamos queestara ajeno a los debates, apareci con valorprotagnico, pero sobre todo con una fuerza tremen-da, entre el Juramento bolivariano en el Sacro Montey el enorme desfile de las delegaciones de 144 pa-ses. Me refiero a esa Danza descomunal en torno auna Virgencita, una Cruz y, segn dijo el locutor, unahostia consagrada, de evidente sincretismo del men-saje cristiano con lo indgena y con lo africano. Allestaba, sin necesidad de ningn debate, la presenciatroncal de una poderosa tradicin hispanoamerica-na de la que se han nutrido y se nutren, spanlo o no,nuestros pueblos. Nuestra prensa, desde luego, sal-t del Juramento al Desfile, pero hay que agradecera Venezuela esa profunda fidelidad a los orgenes ytradiciones que abrazan tanto su msica popular no

    olvidemos nunca Florentino y el Diablo como eserenovado o ms bien resurrecto espritu revolucio-nario que la est dirigiendo, con Cuba, hacia el futuro.

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    Con Cuba, con Brasil, e incluso, segn las flechasindicadoras de este desfile, con Colombia, de la que,por cierto, acaba de llegarme en dos versiones, sal-vadas por mi amigo Jaime Meja Duque, Felipe el Hom-bre, rplica tambin maravillosa del eterno duelo, tanamericano como fustico, del Demonio y el Hombre.

    Lo que ha hecho Venezuela con este dilogo est enla raz de su destino, y Chvez no slo lo sabe, sinoque lo canta.

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    OnceOnceOnceOnceOnce

    u crnica hubiera escrito Mart sobreel noticin de ayer, 10 de agosto:la anulacin por la Corte deAtlanta del juicio de los cincohroes. Qu retrato hubiera he-cho de cada uno de ellos, qu evo-cacin y elogio de sus familias:madres, esposas, hijos. Y quelogio de la tenacidad deFidel, desde que hace sieteaos dijo Volvern!, tenaci-dad en cuya eficacia ante la sor-dera yanqui no todos cremos siem-pre. Claro que esa anulacin, en cierto modo anun-ciada por el Grupo de Trabajo de la ONU y la multi-tud de instituciones mundiales que la apoyan, nogarantiza la celebracin de un juicio totalmente jus-to. Pero el paso dado es de todos modos sorpren-dente y gigantesco. Y qu hubiera hecho Mart sinoanalizar las razones de aquella tenacidad? Slo seexplica por una slida fe en la condicin humana.Algo semejante sucedi con el caso del nio Elin.

    Fidel infundi una fe tal en la campaa por su rescate,basada esencialmente en la sensibilidad del pueblode Norteamrica, que lo que pareca una esperanza

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    utpica de pronto se realiz. Mucho ms difcil sepresentaba el caso de los cinco, cuyo amaado jui-cio fue obra directa de la mafia miamense que lleval poder a George W. Bush, y que sigue siendo paral un poderoso apoyo poltico. Se trata de demos-trar que, a pesar de todo, la democracia norteameri-

    cana existe? Sea de ello lo que fuere, si creemos queel hombre es creacin de Dios, y alguien cree firme-mente en la condicin humana, en qu realmentecree?

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    DoceDoceDoceDoceDoce

    a Fina y yo estbamos casados (desde el 26 dediciembre de 1946, por el padre ngel Gaztelu, en laIglesia del Carmen) cuando empec a trabajar comomecangrafo, que ya lo era, graduado en la Acade-mia Pitman de Matanzas, desde los doce aos. Me-cangrafo y taqugrafo, pero adems mi madre mehaba puesto a estudiar pintura en la tambinmatancera Academia Tarasc, en la calle Ros, cuyosbalcones daban al San Juan. Tarasc era un espaolque pintaba con bata de pintor, chalina y boina negras,casado con una hermosa mexicana, que no dejabade figurar en varios de sus cuadros. All, que yo re-cuerde, hice una buena copia de una fotografa delgeneral Jos Mara Bolaos, prematuramente enve-

    jecido despus de la Guerra, y dos marinas, unaoscura y borrascosa, la otra de un idlico azul, queFina salv varias veces del latn de la basura y miasistente, Paula Mara Luzn Pi, tuvo la idea de po-ner en la sala de mi casa actual junto al primer leode mi nieto Jos Adrin, que reproduce como en unsueo el quinqu azul de la Finca de mi Abuela, quese me rompi. (En realidad aquel dibujo de mi abuelo

    materno lo hice en el patio de mi casa, mirandosiempre, no s por qu, las hmedas junturas mora-das de las losas del patio.)

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    De aquel primer trabajo como mecangrafo en unaoficina de gngsteres, cerca del Campamento deColumbia, he hablado suficientemente en mi novelaDe Pea Pobre. All pude conocer por dentro la quehoy llamamos seudorrepblica. Pas despus a darclases de Francs Elemental, con Ramn Rubiera de

    titular, en la sesin nocturna de la Escuela Normal deLa Habana, y, cuando me cesantearon (con LinoNovs Calvo y su esposa Herminia del Portal), Gastnme consigui un puestecito de supuesto asesor jur-dico (porque ya era, increblemente, Abogado) en elMinisterio que rega el enftico doctor Osear Gans.Entre tanto escriba y publicaba, siempre en la Casacar, Sedienta cita, Extraeza de estar, De mi provincia,Capricho y homenaje, El hogar y el olvido, Sustancia, Con-

    jeturas y Canto llano, dedicado a Eliseo Diego en elao de mi primera comunin en la Iglesia de Reina,

    con el sobrecogedor, inesperadoAleluyade Hendelal final de la misa y los chipirones rellenos, de cele-bracin, en nuestro almuerzo viboreo.

    Ms de una vez me he referido a lo que signific parami vida y mi poesa enero del 59, vivencia slo amar-gada por Lunes de Revoluciny serenamente devuelta,no obstante las frecuentes bombas nocturnas en lascalles de Santa Clara, por mi trabajo durante dos aosen la Universidad Central de Las Villas, con SamuelFeijo, que merece ser el centro de otras Memorias,Nez Jimnez, Marianito Rodrguez Solveira, Marta,Fvole y el inefable Gnter Schutz de compaa dia-

    ria, hasta que Fina y yo empezamos a trabajar dicho-samente en la Biblioteca Nacional, entonces dirigidapor Mara Teresa Freyre de Andrade, qu seora!

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    Juntos estbamos all, en la llamada Sala de Colec-cin Cubana, en los cubculos que eran como lastransparentes celdas de un alegre convento o monas-terio, las desde entonces perennes Araceli GarcaCarranza y su hermana Josefina, Celestino Blanch,Caridad Proenza, Roberto Friol, Cleva Sols. Zoila

    Lapique, Juan Prez de la Riva, Mara Lastayo,Xiomara Snchez, Eliseo Diego en el Departamentode Literatura Infantil, Bella dando clases en la Es-cuela de Bibliotecarios, Clara Gmez de Molinaquin sabe dnde, Israel Castellanos, Rene MndezCapote leyndonos captulos de su Cubanita que nacicon el siglo, como subdirectora Maruja Iglesias, comosecretaria Anabelle Rodrguez, Octavio Smith estu-diando a Santiago Pita, Fina y yo por primera vezunidos en un libro, Temas martianos, y de pronto lleg,rpido duende inolvidable, Paquito Chavarry, que

    me llev al trabajo productivo en las afueras de LaHabana y finalmente me hizo miliciano. Perdn porel desorden, irrespetuoso quizs con las jerarquas.Y cmo olvidar, en la jerarqua de trabajadores demantenimiento sin los cuales no se mantienenada, a Tomasito Robaina, hoy investigador, alsabio negro Zayas y a otros con los que fui al cortede caa para el Central Habana Libre? Nuestro al-bergue se llamaba Pedro Lantigua. Mi zafra entoncesfue de varios poemas.

    En el 68 se cre la Sala Mart, antecedente del Cen-tro de Estudios Martianos. En mayo del 72 fuimos al

    Coloquio Internacional sobre Mart en la Universi-dad de Burdeos. Ms detalles en la seccin de mientrevista con Hctor Veita Conversaciones con Cintio

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    Vitier, titulada Resumen de una pequea historia.Esa historia desemboc para Fina y para m, feliz-mente, en nuestra reinsercin, ya jubilados,honorariamente, en el Centro de Estudios Martianos.All seguimos y este ao iniciamos nuestras vaca-ciones con una semana en Varadero, de donde re-

    gres con la noticia de mi prdida creciente de lamemoria factual, llammosla as, no potica

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    TreceTreceTreceTreceTrece

    uiero terminar estas incompletsimas Memo-rias, o ms bien Olvidos, haciendo constar que en lallave (o pila) del lavabo de mi cuarto en Matanzasestaba el Diablo, y que hoy, jueves 18 de agosto de2005, mi nico Dios es un niito que todava no sabehablar, un niito recin nacido: el Nio divino y hu-mano del Pesebre.

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