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DE RAZÓN PRÁCTICA Directores Javier Pradera / Fernando Savater N.º 88 Diciembre 1998 Precio 900 pesetas DICIEMBRE 1998 88 JAVIER VARELA Los intelectuales ante la Gran Guerra ERNESTO GARZÓN VALDÉS Razonabilidad y corrección moral JAVIER PRADERA Cuentos de hadas para uso político JUAN L. CEBRIÁN Jovellanos: el rebelde tranquilo ROBERT DAHL ¿Por qué la igualdad política? MARIO VARGAS LLOSA El desafío de los nacionalismos

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DE RAZÓN PRÁCTICADirectoresJavier Pradera / Fernando Savater N.º 88Diciembre 1998

Precio 900 pesetas

DICIEM

BRE 19988

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JAVIER VARELALos intelectuales ante la Gran Guerra

ERNESTO GARZÓN VALDÉSRazonabilidad y corrección moral

JAVIER PRADERACuentos de hadaspara uso político

JUAN L. CEBRIÁNJovellanos: el rebelde tranquilo

ROBERT DAHL¿Por qué la igualdad política?

MARIOVARGAS LLOSAEl desafío de los nacionalismos

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S U M A R I ON Ú M E R O 88 D I C I E M B R E 1 9 9 8

EL DESAFÍOMARIO VARGAS LLOSA 4 DE LOS NACIONALISMOS

ROBERT DAHL 12 ¿POR QUÉ LA IGUALDAD POLÍTICA?

RAZONABILIDADERNESTO GARZÓN VALDÉS 18 Y CORRECCIÓN MORAL

LOS INTELECTUALES ESPAÑOLESJAVIER VARELA 27 ANTE LA GRAN GUERRA

ANTONIO BERISTAIN 38 ANTE LA TREGUA DE ETA

Semblanza JovellanosJuan Luis Cebrián 44 El rebelde tranquilo

Política Cuentos de hadasJavier Pradera 50 para uso político

Historia militar Vivencias del 98Fernando Puell de la Villa 60 en una familia militar

Historia económicaGermán Ojeda 69 Economía política del 98

LiteraturaCésar Pérez Gracia 74 Laurence Sterne

Casa de citasRoberto Rodríguez Aramayo 79 Federico el Grande

Correo electrónico: [email protected]: www.progresa.es/claves

Correspondencia: PROGRESA.GRAN VÍA, 32, 2ª PLANTA. 28013 MADRID.TELÉFONO 91 / 538 61 04. FAX: 91 / 522 22 91.

Publicidad: GDM. GRAN VÍA, 32, 7ª, 28013MADRID.TELÉFONO 91 / 536 55 00.

Impresión: MATEU CROMO.Depósito Legal: M. 10.162/1990.

Esta revista es miembro de ARCE(Asociación de Revistas Culturales Españolas)

Distribución: ÍTACALÓPEZ DE HOYOS, 141. 28002 MADRID.

DirecciónJAVIER PRADERA Y FERNANDO SAVATER

EditaPROMOTORA GENERAL DE REVISTAS

PresidenteJESÚS DE POLANCO

Consejero delegadoJUAN LUIS CEBRIÁN

Director generalJAVIER DÍEZ DE POLANCO

Director gerenteIGNACIO QUINTANA

Coordinación editorial NURIA CLAVER

MaquetaciónITALA SPINETTI

CaricaturasLOREDANO

Ilustraciones

JAVIER VÁZQUEZ (Madrid, 1959)Ha realizado trabajos de diseño gráficoy escenografía para grupos de teatro,así como de ilustración editorial;ha participado también en diversasexposiciones colectivas.

Jovellanos

DE RAZÓN PRÁCTICA

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EL DESAFÍODE LOS NACIONALISMOS

MARIO VARGAS LLOSA

riedrich Hayek escribió en Caminode servidumbre (1944-1945) que losdos mayores peligros para la civiliza-

ción eran el socialismo y el nacionalismo.El gran economista austriaco seguramentehubiera enmendado esa frase en nuestrosdías, suprimiendo en ella el vocablo socia-lismo y reemplazándolo por integrismoreligioso.

El socialismo al que Hayek se referíaera el marxista, enemistado a muerte conla democracia liberal, a la que estigmati-zaba como máscara de la explotación ca-pitalista. Ese socialismo quería acabar conla propiedad privada de los medios deproducción, colectivizar la tierra, nacio-nalizar las empresas, centralizar y planifi-car la economía e instalar la dictadura delproletariado como paso inicial hacia la fu-tura sociedad sin clases. Aquel socialismomarxista desapareció con la desintegra-ción de la Unión Soviética y la conversiónde China Popular al capitalismo autorita-rio del partido único. Su epitafio fue lacaída del muro de Berlín, hace 10 años.

El socialismo que existe, y que gozade excelente salud, afortunadamente parala cultura democrática ya no es socialistasino de nombre. Acepta que la empresaprivada produce más empleo y riquezaque la pública, sobre todo en un régimende mercado, y es un convencido valedordel pluralismo político, las elecciones, lalibertad y el Estado de derecho. El socia-lismo ha dejado de ser ideológico y se havuelto ético. En vez de preparar la revolu-ción está empeñado en la defensa del Es-tado de bienestar, de políticas públicas deasistencia social a los parados, los ancia-nos, las minorías desvalidas y en una re-distribución de la riqueza a través del im-puesto para corregir lo que llama desequi-librios del mercado. En muchos casos,estas políticas, en el campo económico ysocial, resultan poco diferenciables de lasque promueven los liberales o los conser-

vadores. De hecho, en nuestros días seríalaborioso tratar de encontrar diferenciassignificativas entre las políticas económi-cas del Gobierno socialista de Tony Blairen el Reino Unido y las del conservador(perdón, centrista) de José María Aznaren España, o entre las que aplicó la de-mocracia cristiana de Helmut Kohl enAlemania y las que anuncia su sucesor, elsocial demócrata Gerhard Schröder. Estesocialismo ya no es un enemigo, sino uncomponente central de la cultura demo-crática en el mundo moderno.

El nacionalismo, en cambio, siguesiéndolo. No de la manera explícita conque aparecía cuando Hayek estampóaquella frase, encarnado en los rostros tre-mebundos del nazismo de Hitler, el fas-cismo de Mussolini o del franquismo. Ennuestros días, el nacionalismo ya no estan unívoco ni tan sesgado hacia el extre-mismo derechista como entonces; hoy es,más bien, un animal proliferante y escu-rridizo, de muchas cabezas, que adoptacomportamientos diversos y adversariosentre sí. Contrariamente a lo que muchosoptimistas llegaron a pensar, que, luegode la hecatombe de las dos guerras mun-diales provocadas por él, iría languide-ciendo hasta desvanecerse, o vegetaría enlos márgenes de la vida política de las na-ciones occidentales, enquistado en gru-púsculos huérfanos de representaciónelectoral, el nacionalismo ha experimen-tado un notable resurgimiento.

Esto es válido sobre todo para Espa-ña, donde poderosos movimientos nacio-nalistas en Cataluña y el País Vasco (y, demenor caudal, en Galicia y Canarias)plantean un riesgo de fragmentación auna soberanía que cuestionan (algunospacíficamente y, otros, por lo menos hastaayer, con métodos violentos). Pero, tam-bién lo es en países donde el nacionalis-mo parecía más apagado. En el ReinoUnido, por ejemplo, hasta hace pocos

años, el Partido Nacionalista Escocés erauna simpática curiosidad folclórica confaldas a cuadritos multicolores y gaitas.Hoy es la primera o la segunda fuerza po-lítica de Escocia, donde, por primera vezen la historia moderna de Gran Bretaña,las encuestas revelan que casi la mitad delos escoceses son favorables a la indepen-dencia. En Francia, Le Front National deLe Pen, atrae entre el 15% y el 20% delelectorado. En Austria respalda el llamadoPartido Liberal de Jorg Haider casi untercio de los votos. En Italia, aunque algodisminuido, el movimiento nacionalistade Umberto Bossi, la Liga Lombarda, si-gue empeñado en desgarrar al país, sepa-rando del resto a todo el Norte, la fantas-mal Padania.

Se me objetará, luego de estos rápidosejemplos, que, bajo la etiqueta de nacio-nalismo, meto en una misma canastahuevos de muchos colores: de gallina, depichón, de avestruz y hasta del literariobasilisco. ¿Acaso son la misma cosa? Preci-samente, una de las mayores dificultadespara hablar del nacionalismo consiste enque esa doctrina protoplasmática se re-produce y manifiesta con apariencias yformas diferentes, aunque, en su secretaraíz, esa diversidad coincida en unoscuantos rasgos que me gustaría tratar dedescribir, porque es esa entraña, no la en-voltura circunstancial, lo que constituyeun desafío a la cultura democrática.

A un líder del Partido RevolucionarioInstitucional mexicano, se atribuye haberexplicado la filiación ideológica de su par-tido con esta afirmación, digna de MarioMoreno, Cantinflas: “El PRI no es de derecha ni de izquierda sino todo lo contrario”. Un galimatías conceptual parecido asoma cuando se busca situar alnacionalismo dentro de las tradicionalescategorías de izquierda y derecha. Él semueve sin dificultad entre esas antípodas,y adopta, a veces, semblante radical,

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como, en España, ETA o Terra Lliure, o el IRA en Irlanda del Norte, o se identi-fica con posiciones inequívocamente conservadoras, cuando encarna en Con-vergència i Unió o el PNV (el PartidoNacionalista Vasco). Aunque también esfrecuente que sea de izquierda antes dellegar al poder, y cuando lo captura sevuelva de derecha, como le ocurrió alFLN argelino y a casi todos los movi-mientos nacionalistas árabes.

Atención, no estoy borrando las fron-teras abismales que separan a los naciona-listas que practican el terrorismo de losnacionalistas que actúan en la legalidad yrechazan los métodos violentos. Natural-mente que constituye una diferencia sus-tancial defender un ideal de manera pací-fica, por la vía de las elecciones y dentrode la ley, o asesinando, secuestrando yplantando coches-bomba. Son diferenciasque, en términos prácticos, permiten lacoexistencia social o la crispan hasta ha-cerla estallar en una orgía de sangre, co-mo ocurrió en Bosnia y sigue ocurriendoen Kosovo. Pero, sin que esto signifiquedevaluar el compromiso con el pacifismoy la legalidad de los movimientos nacio-nalistas que rechazan la acción directa yoptan por la vía electoral, debo decir tam-bién que no son los métodos y las con-ductas lo que determina que un movi-miento político sea nacionalista, sino unnúcleo básico de afirmaciones y creenciasque todos los nacionalistas –pacíficos oviolentos– suscriben.

He dicho afirmaciones y creencias, noideas, de manera deliberada. El punto departida de toda doctrina nacionalista es unacto de fe, no una concepción racional ypragmática de la historia y de la sociedad.Un acto de fe colectivista, que imbuye auna entidad mítica –la nación– de atribu-tos trascendentales, capaces de mantenerseintangibles en el tiempo, indemnes a lascircunstancias y a los cambios históricos,

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preservando una coherencia, homogenei-dad y unidad de sustancia entre sus miem-bros y elementos constitutivos, aunque, enla contingencia, aquella unidad sea invisi-ble y pertenezca al dominio de la ficción.

Junto al colectivismo, el esencialismometafísico es ingrediente central del na-cionalismo. Para esta doctrina, los indivi-duos no existen separados de la nación,placenta materna que les da el ser, la iden-tidad, palabra clave de la retórica nacio-nalista, que los vivifica social, cultural ypolíticamente, y que se manifiesta a travésde ellos, en la lengua que hablan, las cos-tumbres que practican, las vicisitudes deuna historia que comparten, y, también,en algunos casos, en la religión, la etnia oraza a la que pertenecen, o, incluso, laconformación craneal el grupo sanguíneode que Dios o el azar quiso dotarlos.

Esta utópica noción de una comuni-dad perfectamente homogénea y unitariase desvanece apenas intentamos contras-tarla con las naciones reales y concretas dela pedestre realidad, donde, todas, unasmás, otras menos, lucen una heterogenei-dad flagrante, en los dominios cultural,racial y social, al extremo de que la no-ción de “identidad colectiva” –no se digade “identidad nacional”– resulta un con-cepto falaz; que, bajo su pretensión uni-formizadora, desnaturaliza siempre unarica y fecunda diversidad humana. El na-cionalismo contrarresta este desmentido asus tesis con otra de sus llaves maestras, elvictimismo: una larga lista de agravioshistóricos y usurpaciones políticas y cul-turales de la potencia colonizadora e im-perial para destruir, contaminar y degene-rar a la nación víctima. Algo que aquéllaha intentado e intenta todavía, pero, altoahí, sin conseguirlo nunca. No importacuán feroces hayan sido los crímenes co-metidos por el conquistador, ni cuántossiglos haya durado aquel genocidio siste-mático para privar a la nación invadida,ocupada y “aculturada”, ésta sobrevive. Lanación víctima, digan lo que digan lasmentirosas apariencias, por debajo deellas, ha seguido resistiendo, conservandosu esencia, fiel a sus ancestros y a susfuentes, con el alma intacta, esperando lahora de la redención de su soberanía arre-batada y de su libertad suprimida.

Naturalmente, esta lista de agravios seasienta en algunas verdades históricas. Pe-ro, sería un error creer que las violencias yabusos cometidos en el pasado por pue-blos fuertes contra pueblos débiles son larazón de ser del nacionalismo. Si fuera así,el nacionalismo proliferaría como unaepidemia en todas las comarcas del plane-

ta. ¿Hay acaso algún país que no tengadesagravios que reclamar a la historia? Nohay sociedad que, cuando vuelve la cabezay escruta su pasado, no se encuentre conun espectáculo de horror, de crímenes yatropellos indecibles que se cometían tan-to transversal –entre sociedades, pueblosy naciones– como verticalmente –entreclases e individuos poderosos contra cla-ses, grupos e individuos inermes en el in-terior de cada sociedad–, lo que hace dela historia de todos los países, también,aunque no únicamente, una historia uni-versal de la infamia. Si se trata de ajustarcuentas al pasado ¿alguien duda de queun extremeño, un andaluz, un castellanopadecieron menos de la prepotencia, laintolerancia, los abusos de los poderososque vascos, catalanes o gallegos? Pero, só-lo para el nacionalismo aquellas injusti-cias históricas son colectivas y heredita-rias, como el pecado original.

El nacionalismo necesita de aquellosagravios históricos para justificar sus pre-tensiones de víctima de una injusticia atá-vica de carácter comunitario a la que sólodará satisfacción la reconquista de la inde-pendencia perdida. Los necesita, también,para explicar la supuesta adulteración dela unidad nacional –en el dominio de lalengua, de la cultura, de las institucionesy hasta de la raza– y para justificar las po-líticas que se propone impulsar desde elpoder a fin de restablecer la pureza e inte-gridad de la nación, maculados por siglosde dominio extranjero.

Cataluña es una sociedad bilingüe,con –cifras más, cifras menos– un 50% decatalano-hablantes y un 50% de castella-no-hablantes, con la particularidad de quela casi totalidad de catalanes que hablancatalán, también hablan castellano. Estaparticularidad es, en verdad, un privilegio,que hace de la mayoría de catalanes seño-res y ciudadanos de dos culturas y tradi-ciones que les pertenecen por igual. Yaque en Cataluña, como ha dicho Vidal-Quadras, “las dos lenguas no están separa-das por una frontera divisoria, sino que es-tán presentes en cada provincia, en cadacomarca, en cada ciudad, en cada barrio,en cada inmueble, en cada rellano”. Acep-tar esta realidad cultural pondría al nacio-nalismo en un aprieto, pues lo condenaríaa revisar el supuesto básico nacionalistade la homogeneidad lingüística y la uni-dad cultural, y a diseñar políticas educati-vas y culturales que respetaran y fomenta-ran ese bilingüismo.

Como nadie reniega de sí mismo, ymenos que nadie un partido político, losnacionalistas en el poder explican que la

situación cultural de Cataluña resulta deun atropello histórico: la persecución deque han sido víctimas la lengua y la cultu-ra catalanas por unos Gobiernos que im-pusieron las de la potencia imperial. Lapolítica de “normalización lingüística” tie-ne pues, por objeto, corregir aquella in-justicia pasada y devolverle al catalán elprotagonismo que perdió por un acto defuerza. En la práctica, sin embargo, la corrección de esa injusticia pasada ha mu-dado en una injusticia equivalente: discri-minar la enseñanza del castellano en Cataluña, imponiendo cada vez más, en los colegios y en la administración, co-mo lengua preferencial (y a veces única)el catalán.

Esta política es inevitable en todopartido nacionalista que sea fiel a sí mis-mo, es decir, que, partiendo de su idea delo que es la nación, trate de convertir estaficción en realidad. Naturalmente, estapolítica de “discriminación positiva” o“normalización” (bellos eufemismos) sesale a veces, por su propia dinámica, delcauce benigno y razonable en que preten-den querer sujetarla las autoridades. Larealidad es que, por su naturaleza misma,este género de medidas, encaminadas aretroceder la realidad presente de una so-ciedad bicultural o multicultural haciauna mítica unidad lingüística que justifi-que la visión histórica del nacionalismo,se traduce a la corta o a la larga en viola-ciones de los derechos humanos, empe-zando por el de la libertad individual y elderecho a la libre elección. No cabe lamenor duda de que muchos nacionalistasvascos, pacíficos y bien intencionados,quedaron espantados, hace unos meses,cuando se dio a conocer, con justificadoescándalo, que en una ikastola del PaísVasco, se castigaba, obligándolos a llevarlos bolsillos llenos de piedras, a los niñosa quienes se sorprendía hablando españolen vez de eusquera. Y que eran sinceros aldecir que una golondrina no hace veranoy que no se podía llamar política del Go-bierno autonómico a los excesos de celode algunos militantes o funcionarios aisla-dos. Sin embargo, lo cierto es que, a pesarde la vocación pacífica de la mayoría delos nacionalistas, en esta ideología, en suconcepción del hombre, de la sociedad yde la historia, anida una semilla de vio-lencia, que germina sin remedio cuandose vuelve acción de Gobierno, si el nacio-nalismo es consecuente con sus postula-dos, sobre todo, el principal: su empeñopor reconstruir aquello que Benedict An-derson llama “la comunidad imaginada”,es decir la ilusoria nación integrada cultu-

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ral, social y lingüísticamente, en cuyos re-toños humanos se transubstanciaría laidentidad nacional. El irremediable parentesco entre totalitarismo y naciona-lismo, en el caso de ETA, Fernando Sava-ter, un pensador vasco, lo explica así: “El totalitarismo consiste en la negación exterminadora del otro, no en la hostili-dad al adversario político. Para ETA sóloson vascos viables –es decir, no candidatosal exilio o a la liquidación– los nacionalis-tas de uno u otro signo, sean los que seequivocaron aceptando el estatuto de au-tonomía, los héroes que lo rechazarondesde el principio o los conversos que po-co a poco han llegado a la luz. El restoson españolistas recientemente envalento-nados que viven entre los vascos, contralos cuales se predica sin rodeos la ‘perse-cución social’ y con cuyos partidos seprohibe taxativamente cualquier tipo de convenio político: exeunt omnes.”

Como la historia verdadera no encaja,o lo hace sólo a trompicones, con la ver-sión nacionalista del pasado, es inevitableque el nacionalismo acomode aquella his-toria, embelleciéndola o deformándola,para que sirva a sus propósitos y le pro-porcione una base de sustentación. Un li-bro reciente, de indispensable lectura –Elbucle melancólico, de Jon Juaristi– docu-menta con copiosa información y gransutileza de análisis este proceso de ficcio-nalización de la historia, con fines de ac-tualidad política, del nacionalismo vasco.La mayor parte de los poemas, canciones,ficciones, artículos, memorias que JonJuaristi escudriña tienen escaso valor lite-rario y no trascienden un horizonte loca-lista (una de las excepciones son los ensa-yos de Unamuno). Sin embargo, la agu-deza del crítico nos revela, en la mismaindigencia artística y la pobreza concep-tual de aquellos textos, unos contenidossentimentales, religiosos e ideológicos,que son iluminadores sobre la razón deser del nacionalismo en general y del te-rrorismo etarra en particular.

Juaristi llama melancolía a la añoran-za de lo que no existió, a un estado deánimo de feroz nostalgia de algo ido, es-pléndido, que conjuga la felicidad con lajusticia, la belleza con la verdad, la saludcon la armonía: el paraíso perdido. Queéste –la nación de los nacionalistas– nun-ca fuera una realidad tangible, no es obs-táculo para que los seres humanos, dota-dos de ese instrumento terrible y formi-dable que es la imaginación, terminenpor fabricarlo. Para eso existe la ficción:para poblar los vacíos de la vida con losfantasmas que la cobardía, la generosidad,

el miedo o la imbecilidad de los hombresrequieren a fin de completar sus vidas.Esos fantasmas que la ficción inserta en larealidad pueden ser benignos, inocuos omalignos. Los nacionalismos pertenecen aesta última estirpe.

Juaristi muestra en su libro el procesode edificación de los mitos, rituales, litur-gias, fantasías históricas, leyendas y deli-rios lingüísticos que sostienen al naciona-lismo vasco, y su enquistamiento en unacampana neumática solipsista, que le per-mite preservar aquella ficción e inmuni-zarla contra todo examen crítico. Las ver-dades que proclama una ideología nacio-nalista no son racionales; son, ya lo hedicho, dogmas, actos de fe. Por eso, comohacen las iglesias, los nacionalismos nodialogan: santifican y excomulgan. El na-cionalismo tiene que ver mucho más conel instinto y la pasión que con la inteli-gencia y su fuerza no está en las ideas si-no en las creencias y los mitos. Por eso, sehalla más cerca de la literatura y de la re-ligión que de la filosofía o la ciencia polí-tica, y para entenderlo pueden ser másútiles los poemas, las novelas y hasta lasgramáticas, que los estudios históricos ysociológicos. Benedict Anderson, porejemplo, en Imagined Communities, su es-tudio sobre el nacionalismo, explora através de las ficciones del filipino José Rizal, el mexicano José Fernández de Li-zardi y del indonesio Mas Marco Karto-dikromo el desarrollo de la idea de na-ción que activara el movimiento naciona-lista en aquellas antiguas coloniaseuropeas en Asia y América.

Que la ideología nacionalista esté, enlo esencial, desasida de la realidad objetivay que se vea obligada, para justificarse, auna deformación sistemática de la historia,no significa, claro está, que no sirvan paraatizar la hoguera que ella enciende, losagravios, injusticias y frustraciones de queuna sociedad es víctima. Sin embargo, le-yendo El bucle melancólico se advierte algoalarmante: aun si el País Vasco no hubierasido objeto, en el pasado, sobre todo du-rante el régimen de Franco, de vejaciones yprohibiciones intolerables contra el eus-quera y las tradiciones locales, la semillanacionalista hubiera germinado también,porque la tierra en que ella cae y los abo-nos que la hacen crecer no son de estemundo concreto. Sólo existen, como losde las novelas y las leyendas, en la más re-cóndita subjetividad, y aparecen al conjurode una insatisfacción y rechazo de lo exis-tente, sentimientos que son canalizadospor unas minorías –los partidos nacionalis-tas– en su provecho para alcanzar el poder

político. Lo que Juaristi llama, con ayudade Freud, “melancolía”, impulso inicial deque se alimenta el nacionalismo, Karl Pop-per lo definía como sometimiento al “lla-mado de la tribu”, o resistencia recónditaen los seres humanos a la responsabilidadde asumir las obligaciones y los riesgos dela libertad individual, y la estrategia derehuirla, amparándose en alguna categoríagregaria, en algún ser colectivo, en este ca-so la nación (en otros, la raza, la clase o lareligión). Para Durkhein, todas las ideolo-gías colectivistas, como el nacionalismo,resultaron de la desaparición de las jerar-quías tradicionales y órdenes de la vida social, debido a la centralización y la racio-nalización burocrática que el progreso in-dustrial requería. Al verse privado de la seguridad emocional y social de esas comunidades preindustriales –la tribu– elhombre buscó refugios colectivistas, como el que provee la primaria doctrina nacionalista, convirtiendo la pertenencia auna nación en un valor supremo, en el pri-vilegio de ser parte de una dinastía selectay exclusiva, ontológicamente solidaria, deseres muertos, vivos y por vivir.

Para Elie Kedourie, uno de los másperceptivos analistas del nacionalismo, és-te habría nacido como doctrina desviadade la teoría kantiana de la “autodetermi-nación” del individuo libre. Fichte, segúnél, reemplazó esta idea con la tesis de laautodeterminación de las naciones, enti-dades que daban al individuo su propiaidentidad. Y Herder, sin quererlo, com-pletó esta noción con su férvida defensade las culturas y las lenguas como funda-mentos de la nación. Éste es el camino,según Kedourie, por el que las doctrinasnacionalistas fueron adquiriendo derechode ciudad en la historia moderna, exacer-bándose en algunos casos con conceptosracistas y delirios mesiánicos hasta alcan-zar su apocalíptico apogeo con Hitler. Pero no es ésta la única vena del naciona-lismo; también lo es la que nace en el Ter-cer Mundo como respuesta al colonialis-mo y las políticas imperialistas de las po-tencias occidentales, de las que seríanejemplo el sionismo y los movimientosnacionalistas árabes.

Según Ernest Gellner “es el nacionalis-mo el que inventa las naciones y no locontrario”. El nacionalismo, un producto,según él, típico de la sociedad industrial,utiliza de manera selectiva la preexistenteproliferación de culturas en el seno de unpaís, y transforma a éstas de manera tan ra-dical como artificiosa, resucitando lenguasmuertas, inventando tradiciones y restau-rando unas “ficticias purezas prístinas”.

MARIO VARGAS LLOSA

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La diversidad de métodos y compor-tamientos, así como las circunstanciasdistintas en que han nacido los movi-mientos nacionalistas, aconsejan pruden-cia a la hora de hacer generalizaciones.Pero, una que cabe hacer sin vacilar, esque el nacionalismo tiene una entrañairracional –nazca de la melancolía, la de-sesperación, la anomia, el miedo a la li-bertad o la protesta contra la invasión co-lonial– y que, debido a ello, deriva confacilidad hacia prácticas violentas, y llegaa veces como ETA en España o el IRA ylos Provisionales en Irlanda del Norte, acometer crímenes abominables en nom-bre de su ideal. Que haya partidos nacio-nalistas moderados, pacíficos, y militantesnacionalistas de impecable vocación de-mocrática, que se empeñan en actuardentro de la ley y el sentido común, nomodifica el hecho incontrovertible deque, si es coherente, y lleva a sus últimasconsecuencias los principios que constitu-yen su razón de ser, todo nacionalismodesemboca tarde o temprano en prácticasintolerantes y discriminatorias, y en unabierto o solapado racismo. No tiene es-capatoria. Como esa nación homogénea,pura, cultural y étnica, y a veces religiosa,que lo inspira y que pretende restaurar,nunca existió –y si alguna vez existió, de-sapareció en el curso de la historia–, estáobligado a crearla, a imponerla en la reali-dad, y la única manera de conseguirlo esla coerción.

Tal vez en ningún otro dominio seantan explícitos los estragos que el naciona-lismo causa como en la cultura. Si la per-tenencia a esa abstracción colectiva, la na-ción, es el valor supremo, y si éste es elprisma elegido para juzgar las creacionesliterarias y artísticas, ¿qué puede esperarsecomo resultado de tan confusa y dispara-tada tabla de valores? La perspectiva na-cionalista tiende a rechazar o minusvalo-rar toda creación del espíritu que, en vezde magnificar o privilegiar los valores lo-cales –lo regional, lo nacional, lo folclóri-co– los relegue, ridiculice, niegue, o, sim-plemente, los minimice dentro de unaperspectiva cosmopolita o universal, o losrefracte en lo individual, realidades hu-manas difícilmente identificables con lonacional. Para el nacionalismo, las crea-ciones literarias más respetadas y respeta-bles son aquéllas que confirman sus pre-juicios sobre las identidades colectivas.Esto, en la práctica, significa la promo-ción del arte regionalista o folclórico co-mo modélico, y el ensimismamiento pro-vinciano, una consecuencia que ha resul-tado siempre, en todas partes, de las

políticas culturales nacionalistas. Ésa es larazón por la que el nacionalismo no haproducido hasta ahora nada digno de me-moria en la literatura y las artes y por laque, como dice el profesor Ernest Gell-ner, “los profetas del nacionalismo no haningresado nunca a la primera división enmateria de pensamiento” (“the prophetsof nationalism were not anywhere nearthe First Division, when it came to thebusiness of thinking”.)

Quisiera, para ilustrar lo que digo, ci-tar el testimonio de otro libro reciente:Contra Catalunya, de Arcadi Espada. Elautor, un periodista catalán, describe, apartir de su experiencia personal de jovenque padeció los últimos años del fran-quismo, y vivió desde adentro la transi-ción hacia la libertad, una Cataluña quepasó de la dictadura fascista a una demo-

cracia, que resultó empobrecida –para nodecir mediatizada– por un nacionalismoque desde hace cuatro lustros ejercita undominio aplastante sobre su vida políticay cultural.

El libro oxida el nacionalismo, nocon argumentos ideológicos, sino mos-trando los desvaríos y cursilerías insopor-tables que causa en distintos órdenes, asícomo la lenta asfixia del pensamiento crí-tico. Debido al temor de ser acusados deactuar “contra Catalunya”, e incurrir enuna suerte de satanización moral, pocososan contradecir ciertos mitos y tabúesimpuestos por los nacionalistas: y los quese atreven a hacerlo, como Aleix Vidal-Quadras, ya saben lo que les espera. Gra-cias a esta invisible censura muchos temasse han vuelto intocables, o se han defor-mado hasta lo irreconocible, dice Espada:

desde el escamoteo histórico de la posi-ción fascista que adoptaron muchos cata-lanes durante la guerra civil y la dictadurade Franco, hasta la abolición mágica delhecho social y económico que representanlos inmigrantes, un elevado porcentaje dela población de Cataluña, que no hablancatalán, y son sin embargo catalanes, puesviven y trabajan allí, y porque han contri-buido con su trabajo, de dos o más gene-raciones, a la prosperidad de Cataluña.Los hombres y mujeres de este vasto sec-tor –“los pobres” los llama Espada– no es-tán representados en el Gobierno nacio-nalista de la Generalitat, y, además de re-ducidos cada vez más a una condiciónfantasmal, de parias culturales, se ven on-tológicamente disminuidos, por una ideade Cataluña que los enfrenta a este dile-ma: integrados o apestados. El libro de

Arcadi Espada muestra, con innumerablespequeños ejemplos, el provincianismo y laridiculez a que una política cultural nacio-nalista, cuya función es proporcionar ma-teriales para la “identidad” que se quierefabricar, se ve fatalmente abocada. En elpaisaje que diseña el testimonio de Espada–como en ciertas fulminaciones periodísti-cas de Félix de Azúa o en los ensayos polí-ticos de Aleix Vidal-Quadras– se ve el da-ño que el nacionalismo viene infligiendo auna tierra que se caracterizó siempre porser la más culta y europea de España, yque se va rezagando culturalmente debidoa una doctrina que se empeña en colocaravisos por doquier que digan: “Sólo paracatalanes”. Pero, ni siquiera para todos loscatalanes: sólo aquellos que responden alidentikit nacionalista. Los demás no loson, pues no merecen serlo.

EL DESAFÍO DE LOS NACIONALISMOS

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No soy un pesimista ni tampoco unoptimista profesional. Creo que la tareaintelectual –no así la artística– tiene laobligación de esforzarse por mantenersedentro del realismo. Y el realismo obliga areconocer que el nacionalismo –si se pre-fiere, los nacionalismos– son el problemamás grave que enfrenta España, un pro-blema que, sin duda, se ha aliviado mu-cho, pero no resuelto, con la decisión deETA de poner las armas de lado y empe-zar a negociar, tregua que, explicablemen-te, ha despertado grandes esperanzas en lasociedad española, y sobre todo en la su-frida sociedad vasca. Pero sería ingenuo,para no decir ciego, suponer que esta re-ciente paz garantiza una pronta y definiti-va solución del problema nacionalista.

Dudo que sea así, por la naturalezairracional y finalista del nacionalismo, alque las concesiones y transacciones políti-cas e ideológicas, en vez de apaciguarlo,suelen, como las banderillas a los toros deraza, embravecerlo e inducirlo a exigirmás: ese apetito insaciable forma parte desu naturaleza. La Constitución españolade 1978 constituyó un admirable esfuer-zo ético y jurídico para hacer de Españauna sociedad plural y democrática, “unanación de naciones y de regiones” en pa-labras de Gregorio Peces-Barba, uno delos constitucionalistas. El texto constitu-cional y el régimen de las autonomías re-conoce el derecho de Cataluña, el PaísVasco y Galicia, a considerarse “nacio-nes”, categoría más elevada y distinta quela de “regiones”, y a desarrollar y promo-ver su lengua y cultura en la más irrestric-ta libertad; además, les concede una am-plia gama de competencias administrati-vas, económicas, educativas y políticas.Muchos creyeron que los estatutos de lasautonomías servirían para desactivar demanera preventiva el polvorín de recrimi-naciones nacionalistas contra los abusosdel centralismo, y ganaría de este modo alos sectores más amplios de Cataluña, elPaís Vasco y Galicia, a esta idea de la coe-xistencia en la diversidad de la Españadescentralizada y pluralista diseñada porel texto Constitucional. Veinte años des-pués, es evidente que aquello fue una ilu-sión. Los movimientos nacionalistas, envez de languidecer, se han robustecido ysiguen esgrimiendo el mismo catálogo decargos contra supuestas injusticias y pos-tergaciones, prejuicios y discriminacionesde que serían objeto por parte de un Esta-do español, del que hablan como algo aje-no e incluso hostil. Lo ha dicho el líderdel PNV, señor Arzalluz, con claridadmeridiana: “El País Vasco no cabe en esta

Constitución”. Como si nada hubiera pa-sado y la Constitución de 1978 y el régi-men autonómico no significaran, desde laperspectiva de Cataluña, el País Vasco yGalicia, sino un cambio de disfraces, de-bajo de los cuales la España democrática,al igual que lo hizo la España dictatorial,siguiera oprimiendo y discriminando asus ‘colonias’ internas. Esto es, desde lue-go, una delirante fantasía ideológica. Pe-ro, cuando una ficción es respaldada poruna mayoría electoral relativa, como haocurrido en Cataluña y el País Vasco, opor un considerable número de electores,como en Galicia, pasa a convertirse enuna inquietante realidad política.

El hecho de que, en la anterior y en lapresente legislatura, las elecciones obliga-ran, primero al PSOE, y luego al PP, parapoder formar gobierno, a aliarse con lospartidos nacionalistas, despertó, en algu-nos, esperanzas. De que esa alianza tuvie-ra también un efecto desactivador de losobjetivos finalistas del nacionalismo –laindependencia– y fuera llevando a estospartidos a asumir responsabilidades en elGobierno central, y que, como conse-cuencia, se iría diluyendo cada vez más sunacionalismo, hasta hacerlo compatible,en la práctica primero, luego en la teoría,con la idea de la España plural. Por des-gracia, tampoco ha ocurrido así. Con-vergència i Unió y el Partido NacionalistaVasco dan sus votos al partido de gobier-no para que sobreviva, pero no cogobier-nan con él, y, más bien, utilizan su privi-legiada posición para presionar al Gobier-no central, pedir concesiones y haceravanzar su propia agenda, de la que hastaahora no se desvían un milímetro. Todoeso es perfectamente legítimo, desde lue-go; la democracia funciona de este modo.Pero lo evidente es que la coyunturalalianza parlamentaria de los nacionalis-mos periféricos con los partidos llamadosestatalistas (horrenda palabra que equivaleya a una descalificación eufónica) no haservido para aminorar un ápice la convic-ción política de aquellos que, dentro de lalegalidad, sin el ruido y la furia de los ex-tremistas, trabajan sistemáticamente porese objetivo final, edulcorado con un en-voltorio retórico delicado –la autodeter-minación–, es decir, en buen castellano,la desintegración de España.

No creo que esta desintegración lleguea ocurrir, ni, por supuesto, quisiera queocurra. No porque sea un “nacionalista es-pañolista” ni nada que se le parezca. Sinoporque tengo el convencimiento de que elestallido de España en un puñado de na-ciones independientes (¿cuántas? ¿tres?

¿cuatro?) no traería más libertad ni mejo-res condiciones de vida, ni una actividadcultural más rica, ni más oportunidades dedesarrollo y trabajo, ni a vascos ni a catala-nes, y sí, en cambio, un empobrecimientogeneralizado en todos esos órdenes, ade-más de convulsiones sociales y políticas demuy incierta (y acaso siniestra) evolución.Es verdad que la disolución de Checoslo-vaquia no significó el fin del mundo paralos eslovacos que la provocaron: sólo me-diocrizarse, bajo una seudo democraciaautoritaria y bastante corrompida, comola que instaló el gobierno nacionalista delseñor Vladimir Meciar. En cambio, la ex-plosión de Yugoslavia activada por los na-cionalismos serbio, croata y bosnio hasembrado de más de 200.000 muertos eseterritorio, y sigue ensangrentando Kosovo.Salvo satisfacer las ansias de poder de unoscuerpos políticos determinados, la realiza-ción del ideal nacionalista no haría avan-zar, sino retroceder, la cultura democráticaen Cataluña y el País Vasco, o Galicia. Enestas regiones, aún cuando el nacionalis-mo obtenga mayorías relativas de votos,hay vastos sectores, mayoritarios en térmi-nos absolutos, que no han sucumbido a lapropaganda y a la retórica de la ficción na-cionalista, y que, sin por ello sentirse me-nos solidarios ni leales con su mundo par-ticular, con su patria chica, se sienten es-pañoles y quieren seguir siendo parte deEspaña, antiguo país, patria común, mul-tiracial, multicultural, cuyas vicisitudes,esperanzas, caídas y recuperaciones, sien-ten y son también suyas. Esos catalanes,vascos, gallegos, que quieren seguir siendoespañoles, participan con voz discreta enel debate sobre el tema del nacionalismo,un extraño debate en el que la voz cantan-te la tienen casi exclusivamente los nacio-nalistas. Hay unas minorías valerosas quelo combaten, desde luego, sin dejarse inti-midar. Pero, a muchísimos, no se les oyeexponer sus razones en contra del nacio-nalismo, porque la coyuntura política losobliga a ser prudentes –en el País Vasco,hasta ayer, se jugaban la vida si lo hacían–o porque se han dejado derrotar de ante-mano por la intimidación moral, tan efi-cazmente usada por los nacionalistas, deque quien critica a los nacionalismos peri-féricos se convierte automáticamente enun “nacionalista españolista”, es decir, enun retrógrado y un carca. Ésa es, desdeluego, otra ficción. Pero, como chantajemoral, ha conseguido silenciar a muchosvascos y catalanes. El esperpento llamado“nacionalismo españolista” es, hoy, en Es-paña, una postura de grupos y grupúscu-los de extrema derecha insignificantes, sin

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el menor respaldo electoral. La verdad esque el español promedio observa el fenó-meno de los nacionalismos con una mez-cla de desinterés y fatalismo, como si, enúltima instancia, el asunto no le concer-niera, o como si, en cualquier caso, fuerainútil su intervención, porque lo que tieneque ocurrir, fatalmente ocurrirá. Esa acti-tud escéptica puede ser altamente civiliza-da; pero, puede también ser suicida. Na-die ha alertado sobre lo que esto podía ge-nerar mejor que un catalán, el filósofoEugenio Trias: “Ante el comprensible sen-timiento de hastío y hartazgo que el hosti-gamiento de los nacionalismos periféricosproduce sería letal que se generalizara unaactitud cada vez más perceptible en mu-chos españoles: “Que se vayan, que nosdejen en paz; si ellos no ponen fronteras yaduanas, las pondremos nosotros”. Es des-moralizador el efecto que esta actitud pro-voca en aquellos sectores que sufren losdesmanes nacionalistas, no a través delmando a distancia, sino desde dentro delas comunidades donde éstos gobiernan”.

Mi opinión es que los nacionalismosdeben ser intelectual y políticamentecombatidos, todos, de manera resuelta,sin complejos, y no en nombre de un na-cionalismo de distinta figura, sino de lacultura democrática y de la libertad. Esdecir, de la cultura que España abrazó conel entusiasmo de la inmensa mayoría delos españoles a partir de 1978, y cuyo es-píritu impregna la Constitución vigente yel Estatuto de las autonomías. Estos tex-tos puedan ser perfeccionados, desde lue-go: la reforma es uno de los motores delprogreso. Pero sin traicionar el espíritupluralista que los anima, de “proyecto su-gestivo de vida en común”, según la fór-mula de Ortega y Gasset, o de “plebiscitocotidiano” en palabras de Renan, que fle-xibiliza hasta el límite la descentralizaciónespañola, a fin de garantizar, de un lado,las culturas, tradiciones y particularismosregionales, y, de otro, preservar la unidadnacional. De este equilibrio no dependesólo el futuro y la fuerza de España anteel formidable desafío que representa suincorporación a Europa, en el pelotón devanguardia. Depende, sobre todo, la pre-servación y profundización de esa liber-tad, diversidad y racionalidad en la orga-nización de la sociedad que son profun-damente írritas a las ideologías y a lasprácticas nacionalistas. El nacionalismosólo comenzará a ceder el campo cuandoen las regiones donde ahora campea sehaga evidente lo que para quienes lo com-batimos es una verdad transparente: queno hay un solo agravio, injusticia, prejui-

cio o postergación verídicas, reales, de laagenda nacionalista, que no pueda encon-trar remedio o satisfacción en el régimende libertades y de legalidad que imperahoy en España, y que, por el contrario,este régimen de pluralismo y libertades severía seriamente comprometido si triun-faran los designios exclusivistas y discri-minatorios del nacionalismo.

Si esta verdad llega a ser aceptada poruna mayoría significativa en las regionesperiféricas de España –algo que no es im-posible–, el nacionalismo experimentaráentonces, acaso, un proceso equivalente aaquél que ha hecho del socialismo en lostiempos modernos una fuerza democráti-ca: vaciarse de contenido y mudar de na-turaleza, aunque conserve su nombre y al-go de su retórica. Abandonar su vocacióncolectivista y excluyente, y adoptar, quizá,una línea de defensa de la diversidad cul-tural, algo que, por lo demás, está en latradición de la más respetable de susfuentes: aquella que surte de la obra delpastor alemán Johan Gottfried von Her-der (1744-1803).

Herder, a quien se atribuye haberusado por primera vez la palabra Natio-nalismus, es seguramente el único pensa-dor de vuelo intelectual de que puedajactarse la ideología nacionalista. Pero, enverdad, Herder no fue un nacionalista enel sentido político y estatista con que,luego de él, resonaría esta doctrina. Elpastor Herder, uno de los más severoscríticos de la Filosofía de la Ilustración,tenía hacia el Estado la misma descon-fianza que tenemos los liberales. La na-ción que él defendió con tanto brío yerudición no era una entidad política si-no una realidad cultural.

Más que padre del nacionalismo,Herder debería ser considerado padre delmulticulturalismo contemporáneo. Comomuchos de sus compatriotas alemanes,comenzó celebrando la Revolución Fran-cesa, pero, luego, el terror jacobino y lasconquistas del ejército revolucionario loconvirtieron en un enemigo declarado detodo lo que tiende a uniformizar o disol-ver las culturas locales dentro de una cul-tura universal. Él defendía la excepción,lo particular, el derecho de las lenguas ylas culturas pequeñas a la supervivencia, ano ser arrolladas y borradas por las gran-des, algo que no sólo es perfectamente vá-lido desde la perspectiva de la democra-cia, sino requisito primordial básico paraque ella exista. Herder fue el primer pen-sador en avizorar, antes que la palabra y elconcepto existieran, los peligros para lasculturas locales de lo que ahora llamamos

“globalización”. Muy claramente se opusoa que los individuos concretos y particu-lares fueran sacrificados en nombre deabstracciones políticas. Si se confina den-tro de los límites en que lo ciñó el pensa-miento de Herder, el nacionalismo puedeprestar un provechoso servicio a la culturademocrática. Pero, no nos engañemos: só-lo se resignará a replegarse dentro de elloscuando una ofensiva intelectual y políti-ca, y una fuerza electoral suficientementepersuasivas, no le dejen alternativa. n

[Texto revisado de la conferencia pronunciada enel ciclo “Nuevas visiones de España”, organizadopor el Círculo de Lectores, Madrid, 16 de octubrede 1998.]

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EL DESAFÍO DE LOS NACIONALISMOS

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Mario Vargas LLosa es escritor y novelista. Autorde La ciudad y los perros y La casa verde.

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¿POR QUÉLA IGUALDAD POLÍTICA?

ROBERT DAHL

¿Es la igualdad evidente en sí misma?¿Por qué los derechos necesarios para elproceso democrático deben extendersepor igual entre los ciudadanos?La respues-ta, aunque crucial para creer en la demo-cracia, está lejos de ser obvia.En palabras que llegarían a ser famosas alo largo y ancho del mundo, en 1776, losautores de la Declaración de Independen-cia Americana anunciaron: “Sostenemoscomo evidentes estas verdades: que todoslos hombres son creados iguales; que sondotados por su Creador de ciertos dere-chos inalienables; que entre éstos están lavida, la libertad y la búsqueda de la felici-dad”. Si la igualdad es evidente en sí mis-ma, entonces no se precisa una justifica-ción ulterior. En la Declaración no se en-cuentra ninguna. Con todo, para lamayoría de nosotros está lejos de ser evi-dente que todos los hombres –y mujeres–han sido creados iguales. Si el presupuestono es verdadero como una evidencia en símismo, ¿podemos razonablemente justifi-car su adopción? Y si no podemos, ¿cómovamos a defender un proceso de gobiernoque parece asumir que es cierto?

Los críticos han rechazado a menudoaseveraciones como la contenida en laDeclaración de Independencia alegandoque no es más que retórica vacía. Si –in-sisten– una pretensión así se supone queestablece un hecho sobre la naturalezahumana, esto es evidentemente falso. Ala acusación de falsedad los críticos a ve-ces añaden la de hipocresía. Como ejem-plo señalan que los autores de la Decla-ración ignoraron el hecho incómodo deque en los nuevos Estados que ahora seestaban proclamando independientes,una mayoría preponderante era excluidade disfrutar los derechos inalienables delos que habían sido dotados por nadamenos que su Creador. En esa época, ytodavía durante mucho más tiempo des-pués, las mujeres, los esclavos, los negros

liberados, y los pueblos nativos fueronprivados, no sólo de sus derechos políti-cos, sino también de muchos otros “de-rechos inalienables” esenciales para la vi-da, la libertad y la persecución de la feli-cidad. En efecto, la propiedad eratambién un derecho “inalienable”, y losesclavos eran propiedad de sus amos. Elmismo Thomas Jefferson, el principalautor de la Declaración, poseía esclavos.En aspectos importantes, las mujerestambién eran propiedad de sus maridos.Y a un importante número de hombreslibres –según algunas estimaciones entorno al 40%– les era negado el derechode voto; en todos los nuevos Estadosamericanos el derecho de voto se restrin-gió a los propietarios hasta bien entradoel siglo XIX.

Ni en aquella época ni con posteriori-dad, fue la desigualdad algo peculiar deEstados Unidos. Más bien al contrario.En los años treinta del siglo XIX, el escri-tor francés Alexis de Tocqueville, conclu-yó que, en comparación con Europa, unade las características distintivas de EstadosUnidos era su extraordinario nivel deigualdad social entre los ciudadanos delpaís. Aunque muchas desigualdades handisminuido desde 1776, muchas otraspermanecen. Basta con que miremos anuestro alrededor para ver desigualdadespor todas partes. La desigualdad, no laigualdad, parece ser la condición naturalde la humanidad.

Thomas Jefferson tenía demasiada ex-periencia en los asuntos humanos comopara ignorar el hecho palpable de que enmuchos aspectos importantes las capaci-dades, ventajas y oportunidades humanasno se distribuían igualmente por el naci-miento, y mucho menos después de quela educación, las circunstancias y el azarhubieran acrecentado las diferencias ini-ciales. Es difícil presuponer que los 55hombres que firmaron la Declaración de

Independencia (hombres de experienciapráctica, abogados, comerciantes, hacen-dados) fueran ingenuos en su compren-sión de los seres humanos. Si aseguramosque no ignoraban la realidad ni eran sim-plemente hipócritas, ¿qué pudieron haberentendido por la audaz aseveración deque todos hombres son creados iguales? Apesar de tanta evidencia en contrario, laidea de que los seres humano son funda-mentalmente iguales tuvo mucho sentidopara Jefferson, igual que lo había tenidopara otros antes que él como los filósofosingleses Thomas Hobbes y John Locke1.Desde los tiempos de Jefferson, muchasmás personas en todo el mundo han veni-do a aceptar, en alguna forma, la idea dela igualdad humana. Para muchos, laigualdad es simplemente un hecho. Así,para Alexis de Tocqueville en 1835, lacreciente “igualdad de condiciones” queobservaba en Europa y en América eratan sorprendente que constituía un “he-cho providencial, y poseía todas las carac-terísticas de un decreto divino: es univer-sal, durable, constantemente elude todainterferencia humana, y todos los aconte-cimientos así como todos los hombrescontribuyen a su progreso”2.

Igualdad intrínseca: un juicio moralLa igualdad y las desigualdades puedenadoptar una casi infinita variedad de for-mas. Desigualdad en la habilidad de ga-nar una carrera de maratón o un concur-so de ortografía es una cosa; desigualdaden oportunidades de votar, hablar y parti-

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1 Para un mayor abundamiento sobre estacuestión, véase Garry Will, Inventing America: Jef-ferson’s Declaration of Independence, págs. 167-228(Doubleday, Garden City, Nueva York, 1978).

2 Alexis de Tocqueville, Democracy inAmerica, vol. 1 pág. XXX (Nueva York, SchockenBooks, 1961). Hay traducción española en Alian-za, Madrid, 1984.

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cipar en el Gobierno de otras formas esotra cosa bien distinta.

Para comprender por qué es razona-ble que nos comprometamos con la igual-dad política entre ciudadanos de un Esta-do democrático, necesitamos reconocerque cuando algunas veces hablamos deigualdad no hacemos referencia o expresa-mos un juicio de hecho. No intentamosdescribir lo que creemos que es o serácierto, como cuando hacemos afirmacio-nes sobre los vencedores de las carreras de

maratón o los concursos de ortografía. Alcontrario, pretendemos expresar un juiciomoral sobre los seres humanos; pretende-mos decir algo sobre lo que pensamos quedebe ser. Un juicio moral de este tipo pue-de formularse de forma siguiente: “Debe-mos contemplar el bien de cada ser hu-mano como intrínsecamente igual al decualquier otro”. Por valernos de las pala-bras de la Declaración, en aplicación deun juicio moral insistimos en que la vida,

la libertad y la felicidad de una personano es intrínsecamente superior o inferiora la vida, libertad o felicidad de cualquierotra. Consecuentemente decimos que de-bemos tratar a todas las personas como siposeyesen una igual pretensión a la vida,libertad, felicidad, y otros bienes e intere-ses fundamentales. Permítanme calificareste juicio moral como el principio deigualdad intrínseca.

El principio no nos permite avanzardemasiado, y para aplicarlo al Gobierno

de un Estado contribuye a añadir unprincipio suplementario que parece im-plicar lo siguiente: “al adoptar las decisio-nes, el Gobierno debe dotar de una igualconsideración al bien y a los intereses decada persona vinculada por tales decisio-nes”. ¿Pero, por qué habríamos de aplicarel principio de la igualdad intrínseca alGobierno de un Estado y obligarlo a do-tar de igual consideración a los interesesde todos? Contrariamente a los autores de

la Declaración, la pretensión de que laverdad de la igualdad intrínseca es evi-dente en sí misma me resulta, como sinduda también a muchos otros, altamenteimprobable. Aun así, la igualdad intrínse-ca incorpora una perspectiva tan funda-mental sobre el valor de los seres huma-nos que está próxima a los límites de loque requiere una justificación racional su-plementaria. Como con los juicios de he-cho, así también ocurre con los juiciosmorales: si se persigue un aserto hasta lle-gar lo suficientemente cerca de su funda-mentación, al final se acaban encontran-do límites más allá de los cuales la argu-mentación racional impide que se sigaavanzando. En las memorables palabra de1521 de Martín Lutero: “No es seguro niprudente hacer algo en contra de la con-ciencia. Aquí estoy”, no puedo hacer otracosa. “Dios me ayude. Amen”.

Aunque el principio de la igualdadintrínseca está próximo a estos límites úl-timos, todavía no los hemos alcanzadodel todo. Por distintas razones, la igual-dad intrínseca es, creo, un principio razo-nable sobre el que fundamentar el Go-bierno de un Estado.

¿Por qué hemos de adoptar el principio?Razones éticas y religiosas. En primer lu-gar, para una gran cantidad de personasa lo largo y ancho del mundo, el princi-pio es consistente con sus creencias yprincipios éticos más fundamentales.Que todos somos por igual hijos de Dioses un principio del judaísmo, el cristia-nismo y el Islam; el budismo incorporauna perspectiva algo parecida. (Entre lasprincipales religiones del mundo, sólo elhinduismo puede ser una excepción). Lamayoría de los razonamientos morales,la mayoría de los sistemas de la ética, ex-plícita o implícitamente asumen talprincipio.

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Las debilidades de un principio alter-nativo. En segundo lugar, con indepen-dencia de lo que ocurra en otras asocia-ciones, para gobernar un Estado muchosde nosotros consideramos cualquier alter-nativa general al principio de la igualdadintrínseca como no plausible y no con-vincente. Supongamos que el ciudadanoJones propusiera la siguiente alternativacomo un principio válido para el Gobier-no del Estado: “Al adoptar sus decisiones,el Gobierno debe tratar siempre mi bien ymis intereses como superiores a los decualquier otro”. Rechazando implícita-mente el principio de la igualdad intrínse-ca, Jones sostiene lo que podría calificarsecomo un principio de la superioridad in-trínseca –o, al menos, de la superioridadintrínseca de Jones. La aspiración a la su-perioridad intrínseca puede hacerse, des-de luego, más inclusiva, y generalmentelo es: “El bien y los intereses de mi grupo(la familia, clase, casta, raza o lo que sea,de Jones) son superiores a los de todos losotros”.

No es nada sorprendente reconoceren este punto, que los seres humanos so-mos algo más que un poco egoístas: ten-demos, en distintos grados, a estar máspreocupados por nuestro propio interésque por el de los demás. Consecuente-mente, muchos de nosotros pueden estarmuy tentados de afirmar esa pretensiónpara nosotros mismos y para aquellos conlos que estamos más unidos. Pero, a me-nos que podamos confiar en controlar elGobierno del Estado por nuestros propiosmedios, ¿por qué habríamos de aceptar lasuperioridad intrínseca de otros como unprincipio político fundamental? Sin duda,una persona o grupo que gozara del po-der suficiente puede hacer efectiva la pre-tensión de su superioridad intrínseca apesar de tus objeciones –literalmente, so-bre tu cadáver–. A lo largo de la historiahumana, muchos grupos e individuoshan hecho uso –o, más bien, abuso– desu poder por estos mismos medios. Pero,precisamente porque la fuerza bruta tienesus límites, aquéllos que han pretendidoencarnar su superioridad intrínseca sobrelos demás, invariablemente han tenidoque encubrir su, por otra parte, débil as-piración bajo el manto del mito, la reli-gión, el misterio, la tradición, la ideolo-gía, y la pompa y las circunstancias. Perosi no perteneciéramos al grupo privilegia-do y pudiéramos permitirnos rechazar sinriesgo la pretensión a la superioridad in-trínseca, ¿consentiríamos libre y conscien-temente en un principio tan absurdo?Tengo mis grandes dudas.

Prudencia. Las dos razones preceden-tes a favor de la adopción de un principiode igualdad intrínseca como fundamentodel Gobierno de un Estado sugieren unatercera: la prudencia. Dado que el Gobier-no de un Estado no sólo proporcionagrandes beneficios, sino que también pue-de infligir grandes daños, la prudenciadicta una cautelosa preocupación por laforma en la que sus inusuales capacidadesvayan a ser utilizadas. Un proceso guber-namental que definitiva y permanente-mente privilegia un bien e interés propiosobre los de los otros puede ser atrayentesi tuviéramos la seguridad de que nosotroso nuestro grupo siempre acabará prevale-ciendo. Pero para muchas personas ese re-sultado es tan improbable, o tan inciertoal menos, que es más seguro insistir en laidea de que nuestros intereses tendránigual consideración que los de los demás.

Aceptabilidad. Un principio que con-sidere prudente aceptar será aceptadotambién por otros. Así, un proceso quegarantice una igual consideración para to-dos, podemos concluir razonablemente,será más capaz de asegurar el consenti-miento de todos aquellos cuya coopera-ción necesitamos para conseguir nuestrosfines. Desde esta perspectiva, el principiode la igualdad intrínseca tiene mucho sen-tido. Con todo, a pesar de la pretensiónen contra de la Declaración de Indepen-dencia, está lejos de ser evidente que de-bamos sostener el principio de la igualdadintrínseca y dotar de igual consideración alos intereses de todos en el Gobierno delEstado. Pero si interpretamos la igualdadintrínseca como un principio de gobiernoque se justifica sobre la base de la morali-dad, la prudencia y la aceptabilidad, meparece que tiene mucho más sentido quecualquier alternativa al mismo.

Competencia cívicaPuede resultar ahora una sorpresa pocoagradable enterarnos que, incluso aunqueaceptemos la igualdad intrínseca y la igualconsideración de intereses como juiciosmorales razonables, ello no nos conducenecesariamente a aceptar la democraciacomo el mejor sistema de Gobierno.Para ver por qué esto es así, imaginemosque un pequeño número de conciudada-nos nos dicen a algunos de nosotros: “Aligual que vosotros, nosotros también cre-emos firmemente en la igualdad. Pero nosólo estamos profundamente dedicados albien público; sabemos también mejor quela mayoría cómo puede llegar a alcanzar-se. En consecuencia, estamos mucho me-

jor capacitados para gobernar que la in-mensa mayoría del pueblo. Por tanto, sisolamente nos concedierais autoridad ex-clusiva sobre el Gobierno, dedicaríamosnuestra sabiduría y nuestro esfuerzo a ser-vir al bien común; y al hacerlo dotaría-mos de igual consideración al bien y losintereses de todos”.

La pretensión de que el Gobierno de-be remitirse a expertos profundamentecomprometidos con el Gobierno dirigidoal bienestar general y que son superiores aotros en su conocimiento de los mediosnecesarios para alcanzarlo (Platón los de-nominó guardianes) ha sido siempre elprincipal rival de las ideas democráticas.Los defensores del Gobierno de la tutelaatacan a la democracia en un punto apa-rentemente vulnerable: se limitan a negarque las personas corrientes sean compe-tentes para gobernarse a sí mismas. Noniegan necesariamente que las personassean intrínsecamente iguales en el sentidoque antes exploramos. Como en la Repú-blica ideal de Platón, los guardianes pue-den estar entregados al servicio del biende todos y, al menos por implicación,pueden sostener que bajo su tutela todosson intrínsecamente iguales en su bien eintereses. Los defensores de la tutela en elsentido de Platón no pretenden que losintereses de las personas elegidas comoguardianes sean intrínsecamente superio-res a los intereses de otros. Afirman quelos expertos en el Gobierno, los tutores,serían superiores en su conocimiento delbienestar general y de los medios necesa-rios para alcanzarlo.

El argumento a favor de la tutela po-lítica hace un uso persuasivo de las analo-gías, particularmente de las analogías queincorporan conocimiento experto y com-petencia: el superior conocimiento delmédico sobre cuestiones que tienen quever con la salud y la enfermedad, porejemplo, o la superior competencia delpiloto para guiarnos sin peligro a nuestrodestino. ¿Por qué no permitir, pues, queaquéllos con superior competencia en elGobierno adopten las decisiones crucialessobre la salud del Estado; que piloten elGobierno hacia su destino adecuado, elbien común? Desde luego, no podemospresumir que todas las personas sean in-variablemente los mejores jueces de suspropios intereses. Obviamente, los niñosno lo son; otros, generalmente los padres,deben actuar como sus tutores hasta queestén capacitados para cuidar de sí mis-mos. Que los adultos también pueden es-tar equivocados respecto a sus intereses,sobre la mejor manera de satisfacer sus fi-

¿POR QUÉ LA IGUALDAD POLÍTICA?

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nes, es algo que demuestra la experienciacomún: la mayoría de nosotros llega a la-mentar algunas de nuestras decisiones pa-sadas. Admitimos que estábamos equivo-cados. Aún más, casi todos nos apoyamosen expertos para adoptar decisiones cru-ciales que afectan directa y decisivamentea nuestro bienestar, felicidad, salud, futu-ro, incluso a nuestra supervivencia; no só-lo en médicos, cirujanos, pilotos, sino, ennuestra sociedad compleja, en una miría-da de otros especialistas también. Si deja-mos que expertos tomen decisiones sobrecuestiones importantes como éstas, ¿porqué no debemos entonces trasladar el Go-bierno a los expertos?

Por muy atractivo que pudiera pare-cer a veces, el argumento que favorece latutela en vez de la democracia fracasa a lahora de tener suficientemente en cuentaalgunos de los defectos fundamentales dela analogía. Delegar en expertos algunas de-cisiones secundarias no equivale a ceder elcontrol final sobre las decisiones fundamen-tales. Como dice un antiguo adagio, losexpertos deben estar a mano, no con lamano en el mando. Los expertos puedenposeer conocimientos que sean superioresal nuestro en algunos aspectos importan-tes. Un buen médico puede saber mejorque nosotros cómo diagnosticar algunaenfermedad, el rumbo que ésta probable-mente vaya a seguir, qué tan seria vaya aser, cómo tratarla mejor, y si es, en efecto,tratable. Razonablemente, podremos de-cidir seguir las recomendaciones de nues-tro médico. Pero ello no significa que debamos cederle el poder de decidir si de-bemos o no seguir el tratamiento que recomienda. De la misma manera, unacosa es que los cargos públicos busquen laayuda de expertos; pero otra completa-mente distinta es que una élite políticaposea el poder de decidir sobre las leyes ylas políticas que estaremos obligados aobedecer.

Las decisiones políticas hechas por indi-viduos no son equivalentes a las decisionesadoptadas y hechas efectivas por parte delGobierno de un Estado. La cuestión funda-mental en el debate de la tutela frente a lademocracia no es si los individuos debenalgunas veces confiar en expertos. Lacuestión es quién o qué grupo debe tenerla última palabra en las decisiones hechaspor el Gobierno de un Estado. Podremosdesear razonablemente trasladar algunasdecisiones personales a alguien que seamás experto que nosotros en esos asuntos,como nuestro médico, contable, abogado,piloto de avión, u otros. Pero de ahí no sededuce automáticamente que sería razo-

nable para nosotros trasladar a una élitepolítica la autoridad de controlar las deci-siones fundamentales del Estado, decisio-nes que se harían ejecutivas, si fuera nece-sario, mediante la coerción, el encarcela-miento, quizá incluso por la muerte.

Para gobernar bien un Estado se requie-re mucho más que un conocimiento estricta-mente científico. La acción de gobierno noes una ciencia en el sentido en el que loson la física, la química o incluso, en al-gunos aspectos, la medicina. Esto es asípor distintas razones. De entrada, prácti-camente todas las decisiones importantessobre políticas, ya sean personales o gu-bernamentales, exigen juicios éticos.Adoptar una decisión sobre los fines quelas políticas del Gobierno deben intentaralcanzar (justicia, equidad, imparcialidad,felicidad, salud, supervivencia, seguridad,bienestar, igualdad, y cualesquiera otros)significa aplicar un juicio ético. Juicioséticos no son juicios “científicos” en elsentido habitual3. Asimismo, los buenosjuicios entran a menudo en colisión unoscon otros y los recursos son limitados.Consecuentemente, las decisiones sobrepolíticas, ya sean personales o guberna-mentales, requieren casi siempre juiciossobre compensaciones, la ponderación defines distintos. Alcanzar la igualdad eco-nómica, por ejemplo, puede disminuir losincentivos económicos; los costes de losbeneficios para las personas mayores pue-den imponerse sobre los jóvenes; gastosde las generaciones actuales pueden im-poner costes a las generaciones venideras;preservar un área salvaje puede conseguir-se al precio de la pérdida de empleos demineros y madereros. Los juicios sobrecompensaciones entre fines diferentes noson “científicos”. La evidencia empírica esimportante y necesaria, pero nunca es su-ficiente. Al decidir cuánto hemos de sa-crificar de un objetivo, bien o fin paraconseguir alguna medida de otro, necesa-riamente nos ubica bastante más allá delo que el conocimiento estrictamentecientífico es capaz de proporcionarnos.

Hay una razón ulterior relativa a porqué las decisiones sobre políticas exigen jui-cios que no son estrictamente “científicos”.

Incluso aunque los fines de las decisionessobre políticas pudieran contar con unasentimiento general, casi siempre nos en-contramos con una considerable incerti-dumbre y conflicto sobre los medios: sobrecómo puedan ser alcanzados mejor los ob-jetivos, la conveniencia, viabilidad, acepta-bilidad y consecuencias posibles de los me-dios alternativos. ¿Cuáles son los mejoresmedios para hacerse cargo de los pobres,los desempleados, los sin techo? ¿Cómo seprotegen y promocionan mejor los intere-ses de los niños? ¿Qué tan grande debe serel presupuesto necesario para la defensamilitar y con qué propósito? Creo que esimposible demostrar que exista un grupo,o que éste pueda ser creado, que posea unconocimiento “científico o “experto” capazde proporcionar respuestas definitivas acuestiones como éstas. ¿Preferiríamos en-cargar la reparación de nuestro coche a unfísico teórico o a un buen mecánico de au-tomóviles?

Para gobernar bien un Estado hace fal-ta algo más que conocimiento. Hace faltatambién incorruptibilidad, una firme re-sistencia a todas las enormes tentacionesdel poder, una continua e inflexible dedi-cación al bien público más que a los be-neficios para uno mismo o para el propiogrupo. El que los expertos puedan estarcualificados para servir como agentesnuestros no quiere decir que estén cualifi-cados para hacerlo como nuestros supe-riores. Los defensores de la tutela no ele-van una pretensión única, sino dos. Unaélite dirigente puede ser creada –sostie-nen– cuyos miembros son a la vez defini-tivamente superiores a los otros en su co-nocimiento de los fines que debería bus-car un buen Gobierno y en los mejoresmedios para alcanzar esos fines; y estántan profundamente dedicados a la conse-cución del bienestar público, que les pue-de ser encomendada sin peligro la autori-dad soberana para gobernar el Estado.

Como acabamos de ver, la primerapretensión es altamente dudosa. Pero in-cluso si pudiera demostrarse que está jus-tificada, esto no serviría por sí mismo pa-ra sostener la segunda. El conocimientoes una cosa; el poder es otra. Los proba-bles efectos del poder sobre aquellos quelo ejercen fueron sucintamente presenta-dos en 1887 por un barón inglés, LordActon, en un famoso aserto: “El podertiende a corromper; el poder absoluto co-rrompe absolutamente”. Un siglo antes,William Pitt, un hombre de Estado inglésde amplia experiencia, había hecho unaobservación similar: “El poder ilimitado”,dijo en un discurso en el parlamento, “es

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3 El status filosófico de los enunciados éticos ycómo se diferencian de los enunciados en las cien-cias empíricas como la física, la química y otras, hasido objeto de un amplio debate. Aquí no puedoaspirar a hacer justicia a estas cuestiones. Sin em-bargo, para una excelente discusión sobre la impor-tancia del argumento moral en las decisiones públi-cas, véase Amy Gutmann y Dennis Thomson, De-mocracy and Disagreement (Belknap Press ofHarvard University Press, Cambridge, 1996).

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proclive a corromper las mentes de quie-nes lo poseen”.

Ésta fue también la perspectiva gene-ral adoptada entre los miembros de laConvención Constitucional americanade 1787, a quienes no les faltaba expe-riencia a este respecto: “Señor, hay dospasiones que tienen una poderosa in-fluencia sobre los asuntos de los hom-bres”, dijo el delegado de más edad, Ben-jamin Franklin. “Éstas son la avaricia y laambición; el amor al poder y el amor aldinero”. Uno de los delegados más jóve-nes, Alexander Hamilton, coincidió en laidea: “Los hombres aman el poder”. Yotro de los delegados más experimenta-dos e influyentes, George Manson, pun-tualizó: “Dada la naturaleza del hombre,podemos estar seguros de que aquellosque tienen el poder en sus manos …siempre, … en cuanto puedan, … loacrecentarán”4. Por muy sabios y dignosque sean los miembros de una élite go-bernante dotada del poder de gobernar elEstado cuando acceden a él por primeravez, es posible que en unos pocos años oen unas pocas generaciones acaben abu-sando de él. Si la historia humana nosproporciona alguna lección, una de ellasseguramente es que los guardianes de unEstado tenderán a convertirse en déspo-tas valiéndose de la corrupción, el nepo-tismo, la promoción del interés indivi-dual o de grupo, y mediante el abuso desu monopolio sobre el poder coercitivodel Estado para eliminar la crítica, extra-er riqueza de sus súbditos, y asegurar laobediencia mediante la coerción.

Finalmente, diseñar una utopía es unacosa, y otra bien distinta es realizarla. Cual-quier defensor de un régimen tutelar seenfrenta a un conjunto de formidablesproblemas prácticos: ¿Cómo debe instau-rarse la tutela? ¿Quién va, por así decir, adiseñar la Constitución, y quién va a po-nerla en práctica? ¿Cómo se van a elegirlos primeros tutores? Si un régimen tutelarha de depender de alguna forma en elconsentimiento de los gobernados y no enmera coerción, ¿cómo habrá de obtenerseese consentimiento? Comoquiera que seelija a los tutores, ¿elegirán ellos después asus sucesores, como los miembros de unclub? Si así fuera, ¿no correría el riesgo dedegenerar desde una aristocracia del talen-to a una aristocracia del nacimiento? Pero

si no son los tutores quienes eligen a sussucesores, ¿quién lo hará? ¿Cómo puedenrechazarse los tutores abusivos y explota-dores? Y así en adelante.

La competencia de los ciudadanos para gobernarA menos que los defensores del régimende la tutela puedan aportar solucionesconvincentes a los problemas tal y comolos acabo de presentar, la prudencia y larazón exigen, a mi juicio, que rechacemossu posibilidad. Al rechazar la posibilidadde la tutela concluimos, en efecto, lo si-guiente: Entre adultos, ninguna persona es-tá tan definitivamente mejor cualificadaque otras para gobernar como para dotar acualquiera de ellas de autoridad completa yfinal sobre el Gobierno del Estado.

Pero, si no debemos ser gobernadospor tutores, ¿por quién hemos de ser go-bernados? Por nosotros mismos. Sobre lamayoría de los asuntos tendemos a pen-sar que, a menos que pueda presentarseun caso altamente convincente, toda per-sona adulta debe poder enjuiciar lo quesea mejor para su propio bien e interés.Esta presunción a favor de la autonomíapersonal la aplicamos, sin embargo, úni-camente a los adultos, no a los niños. Porexperiencia asumimos, por el contrario,que los padres deben actuar como tutorespara proteger los intereses de sus hijos. Silos padres no lo hacen, otros, quizá elGobierno, pueden tener que hacerlo. Al-gunas veces rechazamos también la pre-sunción aplicable a personas de edadadulta, a las que se juzga carentes de unacapacidad normal para ocuparse de símismas. Como los niños, pueden preci-sar también de tutores. Pero, contraria-mente a aquéllos, para quienes la presun-ción ha sido invalidada por la ley y laconvención, con la de adultos la presun-ción no puede ser anulada a la ligera. Elpotencial para el abuso es demasiado ob-vio. Consecuentemente, exigimos una in-dagación independiente, un proceso ju-dicial de algún tipo.

Si asumimos que, con pocas excepcio-nes, los adultos deben ser dotados del dere-cho de tomar decisiones personales sobreaquello que se corresponda a su mejor in-terés, ¿por qué hemos de rechazar estaperspectiva en el Gobierno del Estado?Aquí la cuestión central ya no es si losadultos son generalmente competentes pa-ra tomar las decisiones personales a las quehan de enfrentarse todos los días. La cues-tión ahora es si la mayoría de los adultosson suficientemente competentes para par-ticipar en el Gobierno del Estado. ¿Lo son?

La democracia confiere muchas ven-tajas a sus ciudadanos. Los ciudadanosestán fuertemente protegidos frente a go-bernantes despóticos; poseen derechospolíticos fundamentales; además, disfru-tan también de una más amplia esfera delibertad; en tanto que ciudadanos, ad-quieren medios para proteger y avanzarsus intereses personales más importantes;asimismo pueden participar en la deci-sión sobre las leyes bajo las que han devivir; pueden ejercitar una amplia dimen-sión de autonomía moral; y poseen inu-suales oportunidades para el desarrollopersonal.

Si concluimos que la democracia pro-porciona estas ventajas sobre los sistemasde Gobierno no democráticos, se suscitanalgunas cuestiones fundamentales: ¿Porqué deben restringirse las ventajas de lademocracia a unas personas y no a otras?¿Por qué no deberían estar a la disposi-ción de todos los adultos? Si un Gobiernodebe otorgar igual consideración al biende cada persona, ¿no deberían todos losadultos tener el derecho de participar enla decisión sobre qué leyes y políticas per-mitirían alcanzar mejor los fines que bus-can, tanto si sus fines se restringen estre-chamente a su propio bien como si inclu-yen el bienestar de todos? Si ningunapersona está tan definitivamente mejorcualificada para gobernar como para serleencomendada la autoridad completa y fi-nal sobre el Gobierno del Estado, ¿quiénestá mejor cualificado entonces para par-ticipar que todos los adultos que se some-ten a las leyes?

De las conclusiones que se extraen deestas cuestiones, surge otra que yo formu-laría de la siguiente manera: Excepto bajouna convincente demostración en contrario,en circunstancias singulares, todo adulto,protegido por el derecho, que esté sometido alas leyes del Estado, debe ser considerado losuficientemente bien cualificado como paraparticipar en el proceso democrático de Go-bierno del Estado.

La inclusiónSi se nos priva de una voz igual en el Go-bierno del Estado, hay muy altas posibili-dades de que no se dote de la mismaatención a nuestros intereses que a los deaquéllos que sí tienen voz. Si no tengovoz, ¿quién va a hablar por mi? ¿Quiéndefenderá mis intereses si yo no puedohacerlo? Y no sólo mis intereses como in-dividuo. Si resultara ser el miembro de ungrupo entero excluido de la participación,¿cómo podrán ser protegidos los interesesfundamentales de dicho grupo?

¿POR QUÉ LA IGUALDAD POLÍTICA?

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4 Sobre estas citas de la Convención Constitu-cional, véase Max Farrand, ed. The Records of theFederal Convention of 1787, 4 vols. págs. 1:82,284, 578 (Yale University Press, New Haven,1966).

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La respuesta es clara. Los interesesfundamentales de los adultos a los que seniega la oportunidad de participar en elGobierno no estarán adecuadamente pro-tegidos y avanzados por aquellos que go-biernan. La evidencia histórica al respectoes abrumadora. Los nobles y burgueses enInglaterra, descontentos con la forma ar-bitraria con la que el monarca les imponíacargas sin su consentimiento, demanda-ron y consiguieron el derecho de partici-par en el Gobierno. Siglos después, lasclases medias, creyendo que sus interesesfundamentales eran ignorados, demanda-ron y obtuvieron a su vez ese derecho.Allí y en otros lugares, la continua exclu-sión legal o fáctica de mujeres, esclavos,pobres y trabajadores manuales entreotros dejó a los miembros de estos gruposescasamente protegidos frente a la explo-tación y el abuso incluso en países comoGran Bretaña y Estados Unidos, donde elGobierno, por lo demás, era ampliamentedemocrático.

En 1861, John Stuart Mill argumentóque, dado que a las clases trabajadoras seles negaba el derecho de sufragio, nadieen el Gobierno hablaba a favor de sus in-tereses. A pesar de que manifestara nocreer que quienes participaban en el Go-bierno buscaran deliberadamente sacrifi-car los intereses de las clases trabajadorasa favor de los suyos propios, se hizo lapregunta siguiente: “¿Acaso el parlamen-to, o alguno de los miembros que lo com-ponen, se detiene por un instante a con-templar cualquier cuestión con los ojos deun trabajador? Cuando surge algún temaen el que los trabajadores como tales po-seen un interés, ¿es visto acaso desde cual-quier perspectiva que no sea la de los em-pleadores?”5. La misma cuestión podíahaberse suscitado respecto de los esclavosen las repúblicas antiguas y modernas;respecto de muchas personas formalmen-te libres, pero privadas de hecho de dere-chos democráticos, tales como los negrosen los Estados sureños de Estados Unidoshasta los años sesenta y en Suráfrica hastalos años noventa, y en otras partes.

Sí, individuos y grupos algunas vecespueden estar equivocados respecto a cuálsea su propio bien. Ciertamente, algunasveces pueden no saber percibir cuáles seansus auténticos intereses. Pero el grueso dela experiencia humana nos informa que

ningún grupo de adultos puede aportargarantías a los otros sobre el poder de quedisponen para gobernar sobre ellos. Estonos conduce a una conclusión de impor-tancia crucial. Inclusión plena. El cuerpode la ciudadanía de un Estado gobernadodemocráticamente debe incluir a todas laspersonas sujetas a las leyes de dicho Estado,excepto a los transeúntes y a aquéllas quehan demostrado ser incapaces de cuidar desí mismas.

Problemas no resueltosRechazar el argumento de la tutela yadoptar la igualdad política como idealaún deja abiertas algunas cuestiones difí-ciles. ¿Acaso no necesitan los ciudadanosy los cargos públicos ayuda de los exper-tos? ¡Claro que sí! La importancia de losexpertos y del conocimiento especializadopara que el Gobierno democrático fun-cione bien es innegable. Las políticas pú-blicas son a veces tan complejas (y estoquizá vaya en aumento) que ningún Go-bierno podría adoptar decisiones satisfac-torias sin la ayuda de especialistas infor-mados. Del mismo modo que todos no-sotros algunas veces necesitamos recurrira expertos en nuestras decisiones persona-les para que nos asesoren y debemos dele-gar en ellos decisiones importantes, asíocurre también con los Gobiernos, inclu-so con los Gobiernos democráticos. Có-mo satisfacer mejor los criterios democrá-ticos, mantener un adecuado nivel deigualdad política, y aun así apoyarse enexpertos y en el conocimiento especializa-do a la hora de tomas decisiones públicas,representa un problema serio que sería in-sensato ignorar por parte de los defenso-res del Gobierno democrático. Pero ten-dré que ignorarlo aquí.

Si los ciudadanos han de ser compe-tentes, ¿no precisarán de instituciones so-ciales y políticas que les transmitan esascapacidades? Indudablemente. Las opor-tunidades para obtener una comprensiónilustrada sobre las cuestiones públicas nosólo forman parte de la definición de de-mocracia. Constituyen un requisito de lademocracia. Nada de cuanto he dichoimplica que una mayoría de los ciudada-nos no pueda cometer errores. Puede co-meterlos y los comete. Esto es precisa-mente por lo que los defensores de la de-mocracia han dotado de un alto valor a laeducación. Y la educación cívica no sólorequiere una escolarización formal, sinodiscusión, deliberación, debate, y contro-versia públicas, disponibilidad efectiva deinformación fiable y otras instituciones deuna sociedad libre.

Pero supongamos que las institucio-nes para desarrollar ciudadanos compe-tentes son débiles, y muchos ciudadanosno saben lo suficiente como para protegersus valores e intereses fundamentales.¿Qué hemos de hacer? Para buscar unarespuesta puede ser útil resumir las con-clusiones a las que hemos llegado hastaaquí. Hemos adoptado el principio de laigualdad intrínseca: debemos contemplarel bien de cada ser humano como intrín-secamente igual al de cualquier otro. He-mos aplicado ese principio al Gobiernode un Estado: al adoptar las decisiones, elGobierno debe dotar de igual considera-ción al bien y a los intereses de cualquierpersona vinculada por sus decisiones. He-mos rechazado la tutela como una formasatisfactoria de aplicar el principio: entreadultos, nadie está tan definitivamentemejor cualificado que otros para gobernarcomo para que deba confiársele la autori-dad completa y final sobre el Gobiernodel Estado. En su lugar, hemos aceptadola inclusión plena: el cuerpo de la ciuda-danía de un Estado gobernado democrá-ticamente debe incluir a todas las perso-nas sujetas a las leyes de dicho Estado, excepto a los transeúntes y a aquellas quese han demostrado incapaces de cuidar desí mismas.

En consecuencia, si las institucionesencargadas de promover la educación cívica son débiles, sólo queda una únicasolución satisfactoria. Deben ser fortaleci-das. Quienes creemos en los fines demo-cráticos estamos obligados a buscar fór-mulas para que los ciudadanos puedanadquirir la competencia que precisan. Lasinstituciones dirigidas a promover la edu-cación cívica que fueron creadas en lospaíses democráticos durante los siglosXIX y XX quizá ya no sean adecuadas. Siesto es así, los países democráticos debe-rán entonces crear nuevas instituciones ocompletar las antiguas. n

Traducción de Fernando Vallespín

[Este artículo forma parte del libro La democracia.Una guía para ciudadanos de próxima publicaciónpor la editorial Taurus.]

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5 John Stuart Mill, Considerations on Represen-tative Government [1861] pág. 44 (New York: Li-beral Arts Press, 1958). Hay traducción españolaen Tecnos, Madrid, 1985.

Robert Dahl es catedrático emérito de CienciaPolítica en la Universidad de Yale. Autor de La po-liarquía. Participación y oposición y La democracia ysus críticos.

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RAZONABILIDADY CORRECCIÓN MORAL

ERNESTO GARZÓN VALDÉS

Para Osvaldo Guariglia

IntroducciónSuele decirse, y parece que es verdad, queHeinrich von Kleist se pegó un tiro el 21de noviembre de 1811, en el lago berlinésde Wann, porque, después de haber leídola Crítica de la razón pura, de Kant, estabaconvencido de que era imposible lograruna fundamentación última del conoci-miento del mundo1. Por su parte, RichardRorty, en su libro Contingencia, ironía y so-lidaridad, propicia la actitud del liberal iró-nico, que puede renunciar a las fundamen-taciones filosóficas últimas y seguir vivien-do en un mundo metafísicamente másmodesto, pero menos propicio al suicidio.

Sería exagerado decir que los filósofosde la moral discuten desde hace siglos acer-ca de la fundamentación (justificación) úl-tima de las normas morales con miras aevitar el suicidio, sea a través de la supera-ción de las posiciones de tipo kantiano, seapropiciando una ironía de tinte rortianogenealógicamente remontable a Cratilo,aquel que se limitaba a mover el dedocuando se le planteaban problemas de so-lución aparentemente imposible.

Sabemos, en cambio, que quienesparticipan en esta discusión suelen argu-mentar, en niveles paralelos, atribuirsecertidumbres dudosamente defendibles oimputar al adversario insuficiencias queresultan de una no muy exacta recons-trucción de los argumentos de aquél. Enlo que sigue pretendo formular algunasconsideraciones que quizá puedan acotarel campo de lo plausiblemente sostenibleen relación con la justificación de las nor-

mas morales y encauzar la discusión porvías más sobrias y, probablemente, máspromisoras.

1Un primer paso en esta dirección po-dría consistir en admitir que, por lo

pronto, la tarea de justificación de las normasmorales no es muy diferente a la que realizanlos científicos de la naturaleza cuando in-tentan fundamentar sus leyes explicativas:ambos parten de supuestos básicos y aplicancriterios de admisibilidad dentro del respec-tivo sistema. En ambos casos estos supuestosbásicos incluyen alguna versión de la realidada la cual se aplica el sistema. Así, podría de-cirse, los físicos presuponen la existencia deuna cierta realidad objetiva, externa al ob-servador, sujeta a mutaciones pero suscepti-ble de conocimientos seguros, es decir, ver-daderos. Dado que la ciencia de la moral secentra en el estudio y formulación de normasdel comportamiento humano, es obvio quesus supuestos básicos deberán contener tam-bién alguna concepción del ser humano co-mo agente moral y el rechazo de versionesfuertes del determinismo. Ello significa acep-tar la existencia de seres autónomos, capacesde programar racionalmente sus acciones.El escéptico total acerca de la realidad exter-na y de la posibilidad de establecer relacionescausales no intentará, desde luego, formularleyes físicas; y, de igual manera, quien sus-tente una posición determinista extrema nopodrá formular reglas de comportamiento(ni morales ni jurídicas).

Detrás de estos supuestos básicos seextiende el ámbito de lo ignorado o de lono fundamentable o no justificable. Peroesta ignorancia es una ignorancia que sueleser querida y es útil, pues permite acotar elcampo de lo fundamentable y/o justifica-ble. Si se quiere poner algún orden en lanaturaleza o encontrar algún sentido a lavida humana sin recurrir a soportes tras-cendentes, tenemos que movernos sobre labase de una renuncia al conocimiento to-

tal. Algo de esto presupone Peter Strawsoncuando se refiere al “make-up psicológico”de los seres humanos que los lleva a fijarun límite a las actitudes objetivas en sus re-laciones interpersonales y a suspender eljuicio acerca de la verdad o falsedad de lastesis deterministas2.

Este primer supuesto podría ser llama-do el “supuesto de la ignorancia querida”.Los límites de esta ignorancia están sujetos,desde luego, a desplazamientos producidospor el avance de las ciencias naturales y delcírculo expansivo de la moral. La ignoran-cia querida no debe ser, pues, confundidacon aquello que Condorcet llamaba la “ig-norancia presuntuosa”, que le presenta alespíritu humano

“lo que no conoce como imposible de ser co-nocido, a fin de dejar librado a la duda, a la incerti-dumbre y, por consiguiente, a principios vagos yarbitrarios, cuestiones importantes para la felicidadde la humanidad”3.

2Ni los científicos de la naturaleza ni losteóricos de la moral podrían construir

sistema alguno si no establecieran reglas deinferencia y criterios de selección para losenunciados que pueden ingresar en sus res-pectivos sistemas. Así, los físicos suelen pos-tular el criterio de falsabilidad como criteriode admisibilidad. Quien no siendo escépti-co rechace el criterio de admisibilidad (fal-sabilidad) podrá, en el mejor de los casos,practicar astrología pero no astronomía.

Tanto en el caso de las ciencias natu-rales como en el de la moral se aceptan lasreglas de inferencia de la lógica deductiva.Y, de manera similar a lo que sucede en elcaso de la física, también en el campo de

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1 La lectura del artículo ‘Letztbegründete Le-berwurst’, de Stephan Wackwitz, publicado en elSüddeutsche Zeitung del 28 de julio de 1997, pág.9, me ha hecho recordar esta versión del suicidiode von Kleist.

2 Cfr. Peter Strawson, ‘Freedom and Resent-ment’, en, del mismo autor, Freedom and Resent-ment and other Essays, Methuen & Co. Ltd., págs.1-25, Londres, 1974.

3 Citado según Roshdi Rashed: Condorcet. Mat-hématique et société, Hermann, pág. 25, París, 1974.

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la moral existe un criterio básico de admi-sibilidad: el de imparcialidad. Quien seniegue a aceptarlo, al igual que el astrólo-go, podrá formular leyes o normas deconducta, pero ellas no podrían ser califi-cadas de morales.

A lo largo de la historia, este principioha recibido diversas designaciones. Leibnizlo llamaba “principio de equidad”, es decir,el de la igualdad de razones para la justifi-cación de las acciones y omisiones:

“En general, se os formula un pedido de haceru omitir algo. Si rechazáis el pedido, uno tiene ra-zón para quejarse, pues puede suponer que formu-laríais el mismo pedido si estuvieseis en el lugar delque lo formula. Y es el principio de equidad o, loque es la misma cosa, de igualdad o de la mismarazón, el que exige que uno acuerde lo que unoquisiera en un caso parecido sin pretender estarcontra la razón o poder alegar su voluntad comorazón. […] Colocaos en el lugar del otro y os en-contraréis en el punto de vista correcto para juzgarlo que es justo o no”4.

Del principio de equidad, Leibniz in-fería la posibilidad de proporcionar unafundamentación no sólo de los deberesnegativos, sino también de los positivos.Leibniz suele adornar sus consideracioneséticas con ejemplos más o menos exóticosde ataques de elefantes africanos. Si hu-biera conocido algunos detalles de las an-danzas de Carlos V en Italia, podría habertenido una buena anécdota histórica parailustrar, al menos, el caso de la sustituciónde los argumentos de la razón por las de-cisiones de la voluntad. Como es sabido,Carlos V ordenó derrumbar las torres delas casas nobles de la ciudad de Siena.Cuando se le preguntó cuál era la razónde esta medida, respondió: “Así lo quiero,

así lo ordeno; en vez de razón, valga mivoluntad”5.

Georg Henrik von Wright ha pro-puesto el principio de simetría que exigeque se den razones que justifiquen el

apartamiento del mismo y prohíbe laadopción de posiciones privilegiadas.

“Pero, aun si uno no puede dar razones de porqué las personass deberían actuar moralmente pormotivos morales, se puede tratar de hacer que una

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4 Gottfried Wilhelm Leibniz: ‘Méditation surla notion commune de la justice’. En Georg Mo-llat: Mittheilungen aus Leibnizens ungedruckten Sch-riften. H. Haessel, págs. 41-70, 57, Leipzig, 1893.

5 Cfr. Klaus Zimmermanns: Toscana. Du-Mont, pág. 278, Colonia, 1980.

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persona respete el bien de otro como si fuera pro-pio, usando argumentos que se parecen a una apela-ción a fines. […] Casi podría llamarse a esta apela-ción al sentido de justicia una apelación al sentidode simetría. ‘Si mis deseos son satisfechos a expen-sas de los de otro, ¿por qué no han de serlo sus de-seos a expensas de los míos?’. Esto es como decir:‘Por simetría tienes que desear ser justo”6.

La violación del principio de simetríaconduciría a comportamientos parasita-rios o privilegiados:

“La posibilidad de agregar a las bendicionesdel reino de la justicia las ganancias de una accióninjusta, dicho brevemente: la posibilidad de aque-llo que hemos llamado acción parasitaria constitu-ye un sentido importante en el que puede decirseque la justicia y la moralidad carecen esencialmentede una justificación utilitarista”7.

Este segundo supuesto, referido al cri-terio de admisibilidad, tiene carácter nor-mativo y puede ser llamado el “postuladode simetría”.

3 Tanto para las ciencias de la naturale-za como para la de la moral rigen exi-

gencias de racionalidad no sólo en el senti-do de que en la formulación de las leyes onormas ha de respetarse la consistencia ló-gica, sino también en el sentido de que losargumentos que se aduzcan deben ser ra-cionalmente accesibles, tienen que ofrecerrazones puente que permitan ser recorridasy comprendidas por todos aquellos que de-seen participar en la correspondiente em-presa científica. Esto excluye la apelación alas propias creencias religiosas, metafísicas oideológicas como base argumentativa. Elavance de la ciencia es, por ello, la marchadesde el mito al logos, para usar la conoci-da fórmula de Werner Jäger. Tanto las cien-cias naturales como las morales han tenidosiempre que vencer la resistencia de la irra-cionalidad y del dogmatismo fanático quetransforman la superstición en instanciasuprema y el terror en virtud.

La exigencia de racionalidad argu-mentativa interpersonal podría llamarse el“postulado del puente”, que permitiría sa-tisfacer aquello que Gerald F. Gaus ha lla-mado “condición de accesibilidad”8.

4 Existe un cuarto aspecto que mereceser tenido en cuenta cuando se inten-

ta establecer comparaciones entre la labor

de los teóricos de las ciencias naturales y losde la moral. Von Wright ha señalado tam-bién que los juicios acerca de lo que es bue-no o malo para el hombre son, en parte,juicios sobre cuestiones fácticas, vincula-das con el conocimiento de relaciones cau-sales9. Si esto es así, parecería que una par-te de la discusión entre diversas concepcio-nes morales no se refiere tanto a los valoresque están en juego cuanto a los medios quedeben utilizarse para obtenerlos. Por lo querespecta al nivel de las relaciones causales,sería, pues, posible reducir el ámbito de di-vergencias acerca de las normas que debenregir en una o en todas las sociedades. Másaún, en muchos casos, se trataría exclusiva-mente de divergencias sobre hechos y nosobre valores.

En un reciente libro, Partha Dasguptaha insistido en la necesidad de analizar losdesacuerdos morales con miras a determi-nar si se trata de conflictos sobre hechos osobre valores10. Así, por ejemplo, hay al-gunos hechos que se refieren al bienestarde una persona y que son independientesde la concepción de lo bueno que unotenga:

“Está, por ejemplo, su estado de salud y el nú-mero de años que espera vivir, su disposición de re-cursos y servicios y el uso que puede hacer de esosrecursos y servicios. Manifiestamente, consistetambién en el grado en que es libre para formarasociaciones y amistades, expresar su opinión, ha-cer lo que racionalmente desea, el acceso que tienea la información acerca de los demás y del mundo.[…] Está, pues, el hecho agradable que estos deter-minantes del bien de una persona son medibles ycomparables sin que para ello importe cuál sea laconcepción del bien que la persona resulte tener.Esto es sintomático de la objetividad de la verdadética y proporciona una razón de por qué la gasta-da distinción entre hechos y valores es mucho me-nos aguda que lo que típicamente se ha supuesto”.

[…]“Conceptos tales como desnutrición, enferme-

dad y miseria […] tienen también un contenidoevaluativo ya que no hay forma de decir cuál debe-ría ser o puede ser nuestra evaluación ética del esta-do de desnutrición o enfermedad o miseria sin te-ner que usar palabras como desnutrición, enferme-dad o miseria. Para dar un ejemplo, supongamosque es una descripción apropiada decir que un 15%de la población de una nación sufre de desnutricióncrónica. En la evaluación de este estado de cosas nojuega ningún papel una oración adicional tal como‘Es un mal estado de cosas que el 15% de la pobla-ción sufra desnutrición’. Esto es así porque para res-ponder por qué esto es malo nos veríamos forzadossimplemente a ofrecer una descripción de la desnu-trición o algo muy similar; es decir, estaríamos obli-

gados a describir las consecuencias físicas y mentalesde una dieta inadecuada. No es posible separar loscomponentes descriptivos y evaluativos de conceptostales como miseria. Están entretejidos”11.

Esta constatación nos permite formu-lar una tesis modesta pero fecunda porsus consecuencias prácticas: la tesis del so-lapamiento parcial de los juicios moralesy los juicios empíricos.

5 Pero aun cuando se aceptaran estoscuatro puntos, queda por solucionar

el núcleo de la cuestión. Se puede siempreaducir que el criterio de imparcialidad, desimetría o de equidad no es nada más queuna variante de la regla de oro, sobre laque pesa la secular sospecha de vacuidad. Adiferencia de las ciencias naturales o de lamatemática, que pueden recurrir a la expe-rimentación o a la pura coherencia lógica,respectivamente, inmunes a las opinionessubjetivas de los individuos, la ciencia de lamoral sólo podría recurrir al auxilio de opi-niones subjetivas incontrolables. Única-mente aquellos ámbitos del conocimientohumano que pueden ser sometidos a prue-ba empírica o que no requieren más que laconsistencia lógica de sus enunciados po-drían ser calificados de “científicos”. Comotal no es el caso de la moral, ella sería sóloun conjunto de enunciados incontrolables.

Ésta fue la posición sostenida en elsegundo tercio del siglo XX en el campode las ciencias económicas, del derecho yde la filosofía práctica. En 1935, LionelRobbins publicó, bajo el título Essay onthe Nature and Significance of EconomicScience, un libro que es considerado co-mo una obra clásica por lo que respecta alas relaciones entre ética y economía. Latesis central de Robbins sostenía la nece-sidad de establecer una distinción tajanteentre los ámbitos de investigación de am-bas disciplinas. Según Robbins, ciertaclase de juicios de valor, especialmentelos de naturaleza ética, debían ser deste-rrados del campo de la economía. Lascomparaciones interpersonales de utili-dad, que habían sido consideradas comofundamentales por los teóricos de la eco-nomía de bienestar de orientación utilita-rista, fueron calificadas por Robbins co-mo “normativas” o “éticas” y, por tanto,como “no científicas”.

En el campo de la filosofía del dere-cho, Hans Kelsen publica en 1934, es de-cir, un año antes que el libro de Robbins,su Reine Rechtslehre. En esta obra, con argumentos similares a los de Robbins,

RACIONALIDAD Y CORRUPCIÓN MORAL

20 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 88

6 Georg Henrik von Wright: Varieties of Go-odness. Routledge & Kegan Paul, pág. 210, Lon-dres, 1963.

7 Georg Henrik von Wright: Varieties of Go-odness, cit., pág. 215.

8 Gerald F. Gaus: Justificatory Liberalism. AnEssay on Epistemology and Political Theory. OxfordUniversity Press, pág. 132, Nueva York/Oxford,1996.

9 Georg Henrik von Wright: Varieties of Goodness, cit., pág. 111.

10 Cfr. Partha Dasgupta: An Inquiry intoWell-Being and Destitution. Oxford UniversityPress, Oxford, 1993. 11 Partha Dasgupta, op. cit., pág. 6 s.

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aboga por una separación radical entrederecho y moral. Desde el punto de vistaestrictamente filosófico, las posiciones deRobbins y de Kelsen contaban con elapoyo de la obra de Max Weber y HansReichenbach, y sobre todo de Julius Ayer,quien en 1936 publica su Language,Truth and Logic, en donde los juicios éti-cos quedan reducidos a expresiones de es-tados de ánimo de aprobación o de recha-zo. En la filosofía del derecho, Alf Rossrecogería esta versión emotivista de la éti-ca en su libro Sobre el derecho y la justicia,en el que sostenía que decir que algo esjusto era equivalente a dar un puñetazosobre una mesa en señal de aprobación.En nuestros días, por lo que respecta a laepistemología de las ciencias naturales, elno-cognoscitivismo emotivista ha vuelto acobrar actualidad. Así, según Rorty:

“Para el pragmatista […] ‘conocimiento’ es, aligual que ‘verdad’, simplemente un cumplido quese hace a las creencias que consideramos están tanbien justificadas que, de momento, no requierenotra justificación”12.

No es necesario entrar aquí en la con-sideración de los esfuerzos realizados porCharles Stevenson para procurar crear unmarco racional a las discusiones éticas sig-nadas por el emotivismo, con su distin-ción entre desacuerdos de actitudes y de-sacuerdos de creencias. Tampoco quierodetenerme en la exposición de los argu-mentos esgrimidos en contra del relativis-mo epistemológico de Thomas Kuhn odel anarquismo científico del “todo vale”,de Paul Feyerabend. Me interesa, en cam-bio, subrayar que este enfoque conduce auna discusión estéril que resulta precisa-mente del intento de aplicar indiscrimi-nadamente criterios específicos de correc-ción, es decir, válidos sólo para un deter-minado campo del saber. Se produceentonces una especie de actitud imperia-lista de un ámbito con respecto a los de-más. Así, por ejemplo, pretender aplicarel criterio de corrección de la verdad em-pírica a la moral significa negarle a estaúltima toda pretensión de cientificidad.Pero lo mismo sucedería con el intento deaplicar los criterios de corrección de lamatemática (que no dice nada acerca dela realidad) a las ciencias naturales.

Ulises Moulines13 ha insistido, en miopinión con buenos argumentos, en la

imposibilidad de contar con un “criteriogeneral para decidir qué juicios han de caer bajo el concepto de verdad y cuálesno”14. Éste habría sido el problema con elque infructuosamente se habría enfrenta-do Frege en los últimos años de su vida.Pero, admitamos que las ciencias naturalesposeen un criterio de corrección de susenunciados que no tiene por qué ser el dela verdad que buscaba Frege. Y admitamosque las matemáticas también lo poseen.Lo que sabemos con certeza es que amboscriterios no son idénticos y que pretenderaplicarlos indistintamente a ambos tiposde ciencias sólo conduciría a la puesta enduda de su carácter científico, es decir, alo opuesto de lo que se quería asegurarcon el recurso a criterios de corrección.

Es verdad que la aplicación de méto-dos de una ciencia general puede contri-buir a dotar de mayor precisión a unaciencia particular. Esto era precisamente loque proponía Condorcet cuando se referíaa la posibilidad de otorgar mayor “cientifi-cidad” a las ciencias sociales a través delcálculo matemático15. Pero ello no signifi-caba pretender aplicarles exclusivamentelos criterios de corrección de este último.De lo que se trata, pues, es de aceptar elpostulado normativo de “prohibición delimperialismo de los criterios de correc-ción”. Si se quiere usar la terminología devon Wright, podría hablarse de la “prohi-bición del fundamentalismo científico”.

6 Pero hay algo más: del hecho que con-temos con criterios de corrección ge-

neralmente aceptados en las ciencias natu-rales y en las matemáticas, no se infiere queno pueda haber algún criterio de correcciónpara la ciencia de la moral.

Dejemos de lado los criterios de tipoteológico o puramente ideológicos ya queellos no satisfacen el “postulado del puen-te”. Podría pensarse que, así como en lasciencias naturales la verdad o la falsedadempírica de las derivaciones de los su-puestos básicos sirven para juzgar acercade la sostenibilidad de aquéllos, así tam-bién en la moral la razonabilidad de lasderivaciones prácticas de sus postuladosbásicos serviría para determinar la plausi-bilidad de los mismos. Este criterio po-dría ser llamado el “criterio de razonabili-dad” que, al igual que en el caso del crite-rio de verdad empírica en las ciencias

naturales, serviría también de freno a lo“meramente racional” (Georg Henrik vonWright). El criterio de razonabilidad se-ría, pues, el recurso salvador del caráctercientífico de la teoría moral.

7 En la filosofía política, sobre todo porlo que respecta a la concepción de la

justicia entendida no como una teoría mo-ral amplia que establezca principios y reglaspara todos los ámbitos de la vida, sino co-mo una teoría referida al ámbito de las ins-tituciones políticas, sociales o económicas,el criterio de razonabilidad ha sido utiliza-do en los últimos años por diferentes auto-res empeñados en buscar una solución alos problemas morales de sociedades mul-ticulturales y en superar las supuestas debi-lidades del relativismo o del escepticismoaxiológico, sin aceptar por ello argumentosde tipo prudencial que tan sólo aseguraríanun inestable modus vivendi. Dos ejemplospueden bastar para ilustrar esta afirmación.

John Rawls recurre, por lo pronto, alcriterio de razonabilidad para la justifica-ción de los sistemas políticos:

“[…] la idea de lo razonable es más adecuadacomo parte de la base de la justificación pública deun régimen constitucional que la idea de verdadmoral. El sostener que una concepción política esverdadera, y sólo por esta razón la única base ade-cuada de la razón pública, es excluyente y, por ello,hasta sectario, y es probable que estimule la divi-sión política”16.

La concepción rawlsiana de la justiciapolítica prescinde del concepto de verdady se limita a la idea de lo razonable ya queella haría posible

“el solapamiento consensual de las doctrinasrazonables de una manera que no puede lograrlo elconcepto de verdad”17.

La tesis central de Political Liberalism,de John Rawls, es que una teoría de lajusticia está justificada si es aceptable portoda persona razonable. Como es sabido,Rawls establece una diferencia entre ra-cionalidad práctica y razonabilidad queremonta a Kant:

“Lo racional es, sin embargo, una idea dife-rente de lo razonable y se aplica a […] un agenteque tiene capacidad de juicio y deliberación en labúsqueda de sus fines e intereses que le son pecu-liarmente propios. Lo racional se aplica a cómo es-tos fines e intereses son adoptados y afirmados aligual de cómo se les da prioridad. Se aplica tam-bién a la elección de los medios […]”18.

ERNESTO GARZÓN VALDÉS

21Nº 88 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA

12 Citado, según Ernest Sosa, ‘Normative Ob-jectivity’, en Ernesto Garzón Valdés et al., Norma-tive Systems in Legal and Moral Theory, Duncker &Humblot, págs. 141-151, 146, Berlín, 1997.

13 Cfr. Ulises Moulines: ‘Desarrollo científicoy verdad’. En Agora, 11/1, págs. 179-182, 1992.

14 Ulises Moulines: Desarrollo científico y ver-dad, cit., pág. 181.

15 Cfr. Roshdi Rashed: Condorcet. Mathémati-que et société, cit., pág. 18.

16 John Rawls: Political Liberalism. ColumbiaUniversity Press, pág. 129, Nueva York, 1993.

17 John Rawls: Political Liberalism, cit., pág. 94.18 John Rawls: Political Liberalism, cit., pág. 50.

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Un agente puramente racional carece-ría de aquello que Kant llamaba “predis-posición para la personalidad moral”. Es-ta capacidad es la que tendría el agenterazonable:

“La disposición a ser razonable no se deriva deni se opone a lo racional, pero es incompatible conel egoísmo, porque está relacionada con la disposi-ción a actuar moralmente”19.

Sobre la base de su concepto de razo-nabilidad, Rawls formula lo que podríallamarse la “tesis de la gente razonable”,que conferiría objetividad a las conviccio-nes políticas. Entre gente razonable exis-ten divergencias provocadas por aquelloque Rawls, con una designación que pue-de inducir a error, llama burdens of judg-ment, las cargas de la razón o del juicio.En el caso de estas divergencias razona-bles de opinión, cada cual puede defendersu concepción del bien sin por ello poderdemostrar que las que la contradicen soninconsistentes o no razonables. Sobre labase de este hecho es necesario, segúnRawls, llegar a un solapamiento de con-senso o a un consenso amplio que es elque sirve de sustento a una concepciónpolítica de la justicia. Lo único que se re-quiere es que los representantes de las di-ferentes teorías de la verdad o de la vali-dez de las normas reconozcan el ideal dela libertad y la igualdad ciudadanas.

Precisamente porque existen los bur-dens of judgment, ninguna concepción delo bueno puede imponerse legítimamentea las demás, pues estas cargas fijan los lí-mites a la fundamentabilidad a través deargumentos, si es que se quiere pensar racional e imparcialmente. De aquí infie-re Rawls el principio de tolerancia conrespecto a las otras concepciones de lobueno. Esta tolerancia sólo se daría entrepersonas que razonablemente sostienensus concepciones de lo bueno. Como elpropio Rawls afirma, habría que “desalen-tar o hasta excluir” aquellas concepcionesde lo bueno que propician

“la represión o la degradación de ciertas perso-nas por razones raciales o étnicas, o perfeccionistas,por ejemplo, la esclavitud en la antigua Atenas o enel Sur antebellum”20.

Pero esto valdría tan sólo para aquellasociedad que satisface las condiciones derazonabilidad impuestas por la carga del

juicio. En el ámbito internacional, la to-lerancia frente a otros regímenes exigiríauna actitud de extrema cautela. En efec-to, en su ensayo The Law of Peoples21,Rawls reduce considerablemente el uni-versalismo del liberalismo al sostener que“no es posible requerir razonablemente atodos los pueblos que sean liberales” yque una sociedad no liberal “puede serbien ordenada y justa”22. Dado que el li-beralismo político rawlsiano está concep-tualmente vinculado con la idea de razo-nabilidad como condición necesaria (yhasta suficiente), los pueblos que nocuentan con un régimen político liberalcarecerían de una población razonable.Pero si en el orden interno está permitido“desalentar y hasta excluir” las posicionesno razonables, ¿por qué habría de estarprohibido moralmente la intervenciónbenevolente en estos casos? A menos quese aliente un temor irrazonable ante posi-bles acusaciones de etnocentrismo o secrea firmemente en la relevancia moralde las fronteras políticas, no veo razón al-guna para esta cautela rawlsiana. Pero,dejando de lado esta cuestión, más inte-resante es la afirmación según la cual es-tas sociedades podrían ser también “bienordenadas y justas”. Me cuesta entenderqué querría decir aquí “justas” ya que,por definición, ello exigiría la existenciade una sociedad razonable y, si lo es, ten-dría que aceptar los principios de la justi-cia política rawlsiana.

Conviene ahora detenerse a recordarbrevemente otra posición que recurretambién al concepto de razonabilidad co-mo criterio de corrección. Brian Barry, enJustice as Impartiality23, sobre la base de laconcepción de la posición originaria deThomas Scanlon, recurre también a laidea de razonabilidad para definir su con-cepción de la justicia:

“Llamaré una teoría de la justicia como im-parcialidad, aquella teoría de la justicia que recurrea los términos del acuerdo razonable”24.

También para Barry lo importante esmediar entre concepciones conflictivas delo bueno sabiendo que las disputas acercade lo bueno son insolubles. Su línea argu-mentativa contiene tres elementos:

“Presupone la existencia de un deseo de lograrun acuerdo con los demás en términos que nadiepodría rechazar razonablemente. El argumentoprosigue sugiriendo que ninguna concepción de lo

bueno proporciona una base para un acuerdo quenadie podría rechazar razonablemente. La neutrali-dad […] se presenta, pues, como la solución alproblema del acuerdo”25.

En cambio, permitir que cada cualdesarrolle sin más su concepción de lobueno traería como consecuencia que enuna sociedad la gente perseguiría fines re-cíprocamente inconsistentes y la salida fi-nal sería la guerra civil26.

“[Una] sociedad en la cual la gente no aceptaninguna guía de conducta excepto su propia con-cepción de lo bueno […] está condenada a la frus-tración mutua y al conflicto”27.

Por ello:

“La respuesta que deseo defender es que nin-guna concepción de lo bueno puede ser sostenidajustificablemente con un grado de certeza que per-mita su imposición a quienes la rechazan”28.

Sin embargo, parecería que existen al-gunas concepciones de lo bueno que ve-dan a quienes las sustentan la posibilidadde entrar en acuerdos razonables. Reitera-damente recuerda Barry que tal sería elcaso de las concepciones de lo bueno deTomás de Aquino, de Friedrich Nietzschey de los católicos romanos que creen enun derecho natural. En estos tres casosnos encontraríamos frente a concepcionesde lo bueno que no permiten llegar a unacuerdo razonable. Frente a ellas, la acti-tud de Barry es más decidida que la deRawls:

“No intento negar, por supuesto, que no hayaque tomar en serio a la gente que desprecia la ideade razonabilidad. Pero la única respuesta válidafrente a ella es tratar de derrotarla políticamente y,si es necesario, reprimirla por la fuerza”29.

Así, pues, tanto la teoría de Rawls co-mo la de Barry aplican el criterio de la ra-zonabilidad como criterio de correcciónde justicia política para sociedades multi-culturales, pero homogéneas, en el senti-do de que sus miembros están dispuestosa renunciar a la imposición de sus con-cepciones de lo bueno a fin de lograr unapaz social razonable. Ambas teorías pre-tenden ser neutrales con respecto a las di-ferentes concepciones razonables de lobueno. Esta neutralidad no presupondríaninguna concepción de lo bueno. En

RACIONALIDAD Y CORRUPCIÓN MORAL

22 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 88

19 John Rawls: Political Liberalism, cit., nota 1en pág. 49.

20 John Rawls: Political Liberalism, cit., pág.196.

21 En Critical Inquiry, 20, págs. 36-68, 1993.22 John Rawls: Critical Inquiry, cit. págs. 37, 44.23 Clarendon Press, Oxford, 1995.24 Brian Barry: Justice as Impartiality, cit., pág. 7.

25 Brian Barry: Justice as Impartiality, cit., pág.168.

26 Brian Barry: Justice as Impartiality, cit., pág.27.

27 Brian Barry: Justice as Impartiality, cit., pág. 30.28 Brian Barry: Justice as Impartiality, cit., pág.

169.29 Brian Barry: Justice as Impartiality, cit.,

págs. 168 s.

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cierto modo, podría decirse que se basta así misma. Lo único que requiere es quelos acuerdos sociales puedan “ser razona-blemente aceptados por personas libres eiguales”30. También Rawls requiere quelos sujetos de los acuerdos razonables sean“ciudadanos libres e iguales”31.

A diferencia de Rawls, Barry aspira aque su teoría de la justicia tenga alcanceuniversal:

“Una teoría de la justicia no puede ser simple-mente una teoría acerca de lo que la justicia de-manda en esta sociedad particular, sino que tieneque ser una teoría de lo que es la justicia en cual-quier sociedad”.

“[…] un segundo defecto en la imagen antiu-niversalista es la tendencia a exagerar la inconmen-surabilidad de las ideas prevalecientes en diferentessociedades”32.

8 Pero ¿hasta qué punto la idea de lo ra-zonable no posee una referencia con-

textual inescapable, es decir, hasta quépunto lo razonable no es un conceptoeminentemente relativo? Tal vez pueda serútil recordar algunas consideraciones deAlf Ross vinculadas con la afirmación “nopudo haber actuado de otra manera”33.Cuando decimos que alguien no pudo ha-ber actuado de manera diferente a como

actuó lo que queremos decir no es quefácticamente no pudiera haber actuado deotra manera, sino que la forma como ac-tuó era lo razonablemente esperable dadasno sólo las reglas de comportamiento deuna sociedad, sino también su nivel epis-témico. Lo razonable está en este casocondicionado por las experiencias y pautasde una sociedad, que son las que fijan elmarco de lo razonablemente esperable.Dentro de este marco los miembros deuna sociedad llegan a acuerdos de convi-vencia que consideran razonables. A lagente de una sociedad S* que cree que lasbrujas existen y que están poseídas por eldemonio, le parecerá razonable la exclu-sión de estos seres de la vida en sociedad.Y esta gente no tiene por qué estar afecta-da por deficiencias de razonamiento o ne-garse a justificar públicamente su condenade las brujas. Ésta sería una “convicciónpolítica objetiva” en el sentido de Rawls:

“Las convicciones políticas (que son también,por supuesto, convicciones morales) son objetivas–realmente basadas en un orden de razones– si per-sonas razonables y racionales, que son lo suficiente-mente inteligentes y conscientes en el ejercicio desus facultades de razón práctica y cuyo razona-miento no presenta ninguno de los defectos comu-nes de razonamiento, eventualmente aprobarían es-tas convicciones o reducirían considerablementesus diferencias acerca de ellas, siempre que estaspersonas conozcan los hechos relevantes y hayanexaminado suficientemente las razones relevantesen este asunto bajo condiciones favorables de debi-da reflexión”34.

La gente que cree en la existencia debrujas podría argumentar que satisfaceplenamente los requisitos rawlsianos deobjetividad y razonabilidad de su tiempoy sociedad.

9Desde otro punto de vista, GeraldGaus35 ha criticado también la dis-

tinción tajante de Rawls entre racionali-dad y razonabilidad y puesto en duda laprioridad de la razonabilidad tal como esconcebida por Rawls. No he de entraraquí a exponer la posición de Gaus. Tansólo me interesa recoger una de sus suge-rencias:

“En vez de considerar que una creencia es ra-zonable si a ella ha llegado una persona razonable,la teoría política debería invocar directamente pau-tas para la razonabilidad de las creencias mismas”36.

Sobre esta propuesta de Gaus volverémás adelante.

10 Retomando el ejemplo de las bru-jas, podría decirse que el mismo es

improcedente puesto que tanto Rawls co-mo Barry se refieren a sujetos que son “li-bres e iguales” y que, además, ambos nie-gan carácter de miembros de la sociedadrazonable a gentes que sustentan creenciasno razonables, como los tomistas, losnietzscheanos, los nazis o los esclavistas.

Correcto; pero si ello es así, entoncesel principio de neutralidad queda consi-derablemente afectado ya que la exigenciade libertad e igualdad presupone una de-terminada concepción de lo bueno queatribuye a los seres humanos ciertos dere-chos. Pero es esta atribución la que nece-sita ser también justificada. Y esta justifi-cación no puede basarse en un acuerdorazonable ya que éste, a su vez, presuponela vigencia de aquellos derechos. Todo esto provoca la no muy agradable impre-sión de un movimiento circular que sueleconducir al desvanecimiento físico ymental.

Con lo hasta ahora dicho podría for-mularse el siguiente razonamiento:

a) Acuerdos razonables son aquellosque acuerdan personas razonables.

b) Personas razonables son aquellasque desde una posición de igualdad y

ERNESTO GARZÓN VALDÉS

23Nº 88 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA

30 Brian Barry: Justice as Impartiality, cit., pág.112.

31 John Rawls: Political Liberalism, cit., pág. 55.32 Brian Barry: Justice as Impartiality, cit., pág. 6.33 Cfr. Alf Ross: ‘He could have acted other-

wise’. En Adolf J. Merkl (ed.): Festschrift für HansKelsen zum 90. Geburtstag Deuticke, págs. 242-261, , Viena, 1971.

34 John Rawls: Political Liberalism, cit., pág.119.

35 Gerald Gaus: ‘The Rational, the Reasona-ble, and Justification’. En The Journal of PoliticalPhilosophy 3, 3 (septiembre 1995), págs. 234-258.Citado según Lewis Yelin: ‘Jelin reviews Gaus’,Brown Electronic Article Review Service, JamieDreier/David Estlund (eds.), World Wide Web(http://www.brown.edu/Departments/Philo-sophy/bears/homepage.html), Posted 19.9.95.

36 Gerald Gaus: The Rational, the Reasonable, and Justification, cit. pág. 253.

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libertad acuerdan no imponer unilateral-mente sus concepciones de lo bueno.

c) Pero para que las personas sean li-bres e iguales tiene que regir una concep-ción compartida de lo bueno que exige elotorgamiento de estos derechos de liber-tad e igualdad y que excluye de la celebra-ción de los acuerdos razonables a quienesno la comparten.

d) Pero entonces no es verdad que larazonabilidad no presuponga una concep-ción de lo bueno.

11Si lo que quieren decir Rawls yBarry es que el ámbito de los

acuerdos razonables está enmarcado porlímites que fijan los temas que no puedenser objeto de la agenda política, la cues-tión que importa es la de saber cómo sefijan estos límites.

Rawls parece admitir la existencia deaquello que suelo llamar “coto vedado” dederechos que no pueden ser objeto de dis-cusión en una sociedad democrática. Así,dice Rawls:

“Apelamos a una concepción política de lajusticia para distinguir entre aquellas cuestionesque pueden ser sacadas razonablemente de la agen-da política y aquellas que no pueden serlo”37.

Y algo parecido afirma Barry:

“Hay otras dos cuestiones que tratan invaria-blemente las constituciones: establecen algunasrestricciones con respecto a la operación del siste-ma legal y establecen los fundamentos del sistemapolítico”38.

Parecería entonces que el ámbito delo razonable está enmarcado por el cotovedado, y razonable, querría decir tan só-lo aquello que los agentes acuerdan respe-tando el coto vedado. Si ello es así, la ra-zonabilidad, como criterio de corrección,es un criterio débil dependiente del cotovedado.

12 Pero supongamos que se quierainsistir en la neutralidad. Los

enunciados de neutralidad, sabemos, nopueden, según Rawls, basarse en conside-raciones prudenciales de un modus viven-di ni tampoco ser expresión de algunaconcepción de lo bueno. El estado de es-tos enunciados sería algo similar al de los

enunciados desprendidos, no comprome-tidos (detached), introducidos por Harten su trabajo sobre Bentham39. Estos úl-timos son enunciados que se formulandesde el punto de vista de quien acepta lavalidez de las normas sin comprometerse;podrían ser considerados como la expre-sión de una aceptación en sentido débil.Con esto, Hart quería subrayar la dife-rencia entre obligación jurídica y obliga-ción moral.

Pero lo importante es saber si estosenunciados no comprometidos puedendarse sin el apoyo de los comprometidos,es decir, los formulados desde un puntode vista interno, con sus connotacionesmorales. Pienso que ello es imposible. Ylo mismo vale para enunciados de neutra-lidad que penderían en el aire si es que seacepta que no se basan en ninguna con-cepción de lo bueno ni tampoco en razo-nes prudenciales de un modus vivendi.

13 Pero hay algo más: tengo fuertesdudas acerca de que la neutralidad

pueda conducir a la tolerancia social queevitaría el conflicto entre diversas concep-ciones de lo bueno. El concepto de tole-rancia requiere la existencia de un doblesistema normativo: el sistema normativobásico, en el que el acto tolerado estáprohibido, y el sistema normativo justifi-cante, que es el que permite levantar laprohibición. Y esta justificación requierela invocación de valores que, en últimainstancia, son morales y, por tanto, res-ponden a una concepción de lo bueno.No voy a insistir sobre el tema de la tole-rancia porque ya me he referido a él enotro trabajo40.

14 Admitamos que cuando ingresa-mos en el ámbito de las concep-

ciones de lo bueno entramos en un terre-no inseguro ya que no es posible formularcon precisión qué es lo bueno para cadacuál. Evitemos el tembladeral y vayamos aun terreno más seguro o preparémonosadecuadamente para ingresar en aquél através de un desvío. La vía que deseo pro-poner es la de considerar no lo que es lobueno, sino lo que es lo malo. Por su-puesto que alguien podría aducir que éstees un recurso barato ya que lo malo es laprivación del bien, como diría San Agus-tín. Pero no nos apresuremos.

15La vía propuesta es una “vía nega-tiva” que partiría de tres suposicio-

nes básicas, que deberían ser sumadas alas ya mencionadas al comienzo de estetrabajo. La primera es que, sobre el tras-fondo de la ignorancia querida, acepta-mos una concepción del agente humanocuyas reglas de comportamiento no sonlas de un “club de suicidas”, como diríaHerbert Hart:

“No podemos hacer abstracción del deseo ge-neral de vivir y tenemos que dejar intactos concep-tos tales como peligro y seguridad, daño y benefi-cio, necesidad y función, enfermedad y curación,pues éstas son vías para describir y apreciar simul-táneamente las cosas haciendo referencia a la con-tribución que prestan a la supervivencia, que esaceptada como un fin. […] Para plantear […]cualquier cuestión acerca de cómo deberían convi-vir las personas, tenemos que suponer que su obje-tivo, hablando en términos generales, es vivir”41.

La segunda suposición es una conce-sión parcial a Rawls y Barry: admitamosque no existe ninguna concepción de lobueno que no pudiera ser puesta en dudarazonablemente. Pero –y por ello la conce-sión es parcial– de aquí no se infiere sinmás una neutralidad razonable que se so-porte a sí misma: así como la tolerancia, sies que no quiere convertirse en toleranciaboba, ha de estar enmarcada por un cercode intolerancias, así también lo razonablerequeriría el cerco de lo irrazonable.

La tercera recoge una constatación deBrian Barry relacionada con la cuestiónde por qué la moralidad del sentido co-mún establece una distinción entre evitarun daño y promover un bien:

“La razón es que hay enorme desacuerdo acercade en qué consiste lo bueno mientras que personascon una gran variedad de concepciones de lo buenopueden estar de acuerdo con lo malo del daño”42.

La vía negativa podría consistir enbuscar, por lo pronto, alguna concepciónde lo malo cuya aceptación fuera irrazo-nable. Partiría, pues, de lo absolutamenteirrazonable, es decir, de estados de cosascuyo rechazo sería unánime, indepen-dientemente de la concepción de lo bue-no que se tenga o, dicho con otras pala-bras, cuya aceptación sería una perversiónirracional (irrational perversion) para utili-zar, una vez más, una expresión de Georg

RACIONALIDAD Y CORRUPCIÓN MORAL

24 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 88

37 John Rawls: Political Liberalism, cit., pág.151.

38 Brian Barry: Justice as Impartiality, cit., pág.94.

39 Cfr.Herbert L. A. Hart: Essays on Bentham.Jurisprudence and Political Theory. ClarendonPress, Oxford, 1982.

40 Cfr. Ernesto Garzón Valdés: No pongas tussucias manos sobre Mozart. ‘Algunas consideracio-nes sobre el concepto de tolerancia’, en del mismoautor, Derecho, ética y política, Centro de EstudiosConstitucionales, págs.401-415, Madrid, 1993.

41 Herbert L. A. Hart: The Concept of Law.Clarendon Press, pág. 188, Oxford, 1963.

42 Brian Barry: Justice as Impartiality, cit., pág.25.

43 Georg Henrik von Wright: ‘Science, Rea-son, and Value’. En, del mismo autor, The Tree ofKnowledge and other Essays, E. J. Brill, págs. 229-248, 247, Leiden/Nueva York/Colonia, 1993.

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Henrik von Wright43. Tal vez no habríamayor inconveniente en utilizar aquí laexpresión “irrazonable por excelencia”. Elpropio von Wright ha indicado expresa-mente qué estados de cosas podrían serincluidos en esta categoría: aquellos queafectan básicamente a la supervivencia dela especie humana.

Tras la barbarie del holocausto, nopocos autores han recurrido a la idea del“mal radical”, expresada por Kant en Lareligión dentro de los límites de la mera ra-zón. El sentido de esta expresión ha sido,desde luego, modificado, ya que no se re-fiere sólo a “la maldad insuperable” quehabita en el corazón humano y que nopuede “ser totalmente eliminada”, unaversión secularizada del pecado original,sino al mal absoluto, a la evidencia empí-rica del mal. Lo radicalmente malo impi-de la realización de todo plan de vida (encuya formulación suele manifestarse laconcepción de lo bueno). Así, podría de-cirse que para John Stuart Mill, tan ene-migo de todo tipo de paternalismo, la es-clavitud era una de las manifestaciones deeste mal radical y, por ello, rechazaba lapermisibilidad moral de la esclavitud vo-luntaria aduciendo que la libertad eracondición necesaria para la realización detodo plan de vida.

La vía negativa aquí propuesta es si-milar a la de Dasgupta:

“Mi idea es que estudiando una forma extre-ma de mal-estar (ill being) podemos obtener unacomprensión del bien-estar (well being)”44.

16No deja de ser interesante señalarque los intentos de justificación

del establecimiento de un orden estatalsuelen partir de la presentación de alter-nativas caracterizadas por notas negativasextremas cuya vigencia, se supone, nadieestaría dispuesto a aceptar, cualesquieraque puedan ser las concepciones de lobueno que cada cual sustente. Baste aquí,como ejemplo, recordar a dos autores,que manifiestamente tenían concepcionesdiversas acerca de lo bueno (al menos porlo que respecta a lo bueno político): Tho-mas Hobbes y John Locke. Como es biensabido, en el estado de naturaleza hobbe-siano la vida es “solitaria, pobre, desagra-dable, brutal y breve”45. No muy diferen-te es la versión de John Locke: en la vidasocial pre-estatal imperan la “enemistad,

la malicia, la violencia y la destrucciónmutua”46. Ambos autores están persuadi-dos de que ningún ser razonablemente ra-cional habrá de optar por el manteni-miento de esta precaria situación. El esta-blecimiento de un orden social es, tantopara Hobbes como para Locke, el primerpaso para la superación del “mal-estar”del estado de naturaleza.

Otro es el caso cuando se trata deconcepciones de lo bueno. Aquí no sóloexisten divergencias notorias y hasta irre-conciliables entre los diferentes indivi-duos, sino que aquello que es bueno parauna misma persona parece no poder sernunca alcanzable plenamente. NicolásMaquiavelo lo sabía:

“Los deseos humanos son insaciables, pues la naturaleza humana desea y quieretodo […] de aquí surge […] una eternainsatisfacción […]”47.

Es verdad que el argumento agusti-niano es bien fuerte y hasta parece serirrebatible: lo malo sería siempre la nega-ción de lo bueno. Sin embargo, si se venlas cosas desde una perspectiva algo dife-rente, tal vez podría admitirse que es másfácil comprobar un consenso universalacerca del mal radical que acerca de lobueno absoluto. El propio dinamismo delos deseos humanos hace difícil precisar ladenotación de lo bueno en sí. Es ello jus-tamente lo que aconseja dejar librado acada cual las estrategias de la felicidad y,en cambio, encomendar al orden político-jurídico la tarea de superar los llamados“estados de naturaleza”.

17 Pero no sólo parece haber consen-so acerca de la irrazonabilidad del

llamado “mal radical”. También con res-pecto al concepto de daño pienso queexiste un acuerdo básico, cualquiera quepueda ser la concepción de lo bueno quese sustente. Brian Barry ha observado alrespecto:

“Sin embargo, para la justicia como imparcia-lidad, la importancia del daño reside en que es reco-nocido como malo dentro de una amplia variedadde concepciones de lo bueno […]. Se ha sostenidomuy a menudo como crítica a este paso que el con-cepto de daño no puede funcionar de esta maneraporque el contenido de ‘daño’ refleja la concepciónparticular del bien de la persona que emplea el tér-mino. Sin embargo, nunca he visto que esta afirma-ción esté respaldada por una evidencia convincente,y no creo que pueda serlo. Vale la pena tener en

cuenta, por ejemplo, que toda sociedad recurre auna gama muy limitada de castigos tales como pri-vación de dinero o propiedad, encierro físico, pérdi-da de partes del cuerpo, dolor y muerte. A menosque esto fuera considerado por gente que tiene unaamplia variedad de concepciones de lo bueno comomales, ellos no funcionarían confiablemente comocastigos. Es también relevante que aun en socieda-des con ideas acerca de la causación del daño queno compartimos, nos es familiar la concepción delos tipos de cosas que constituyen daño”48.

Es decir, que las diferentes concepcio-nes morales no se diferencian tanto por loque respecta a qué ha de constituir un da-ño, sino más bien por las razones que jus-tifican la imposición del mismo. Obvia-mente, ellas serán tanto más razonablescuanto menos se acerquen innecesaria-mente al cerco de lo irrazonable.

18 Tomando en cuenta los supuestosmencionados en la sección ante-

rior, podría recurrirse al concepto de irra-zonabilidad como criterio de incorrección.

Desde lo irrazonable por excelencia ysu negación49 se puede iniciar la marchamoral, que consiste en irse alejando de lairrational perversion o del ill-being. Cadauno de estos pasos podrían ser calificadosde razonables. Cuáles sean los pasos quehaya que dar para lograr avances en estadirección es algo que depende de la situa-ción de cada sociedad. Ello puede explicarpor qué las exigencias de razonabilidadpueden ser diferentes según los tiempos ylugares. En este sentido tendría razón AlfRoss cuando se refiere al condicionamien-to contextual de lo razonablemente espe-rable. En todo caso, si utilizando la víanegativa quiere recurrirse al concepto derazonabilidad, estos pasos deberían satis-facer, por lo menos, dos condiciones mí-nimas:

a) No lesionar aquello que, utilizandola terminología de Thomas Nagel, podría

ERNESTO GARZÓN VALDÉS

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44 Partha Dasgupta: An Inquiry into Well-Being and Destitution, cit., pág. 8.

45 Thomas Hobbes: Leviathan. J. M. Dent &Sons, pág. 65, Londres, 1957.

46 John Locke: The Second Treatise of Govern-ment. The Bobbs-Merrill Company, pág. 13, In-dianápolis, 1952.

47 Niccolo Machiavelli: Discorsi. Alfred Krö-ner, Stuttgart, 1977.

48 Brian Barry: Justice as Impartiality, cit., pág.141.

49 La vía de partir de lo extremadamente ma-lo, para luego pasar a lo mínimamente bueno y a loóptimo, puede ser bien fecunda. Así, Dasgupta (op.cit.) parte del concepto de ill-being para acercarse auna mejor definición del well-being. En el caso dela discusión acerca de la universalidad de los dere-chos humanos, muchas veces trabada por el argu-mento de que ellos responden a una concepcióndel bien propia de las sociedades occidentales, esaconsejable también partir del análisis de lo queuniversalmente es considerado como malo o daño-so; por ejemplo: la muerte, la tortura, la miseria.

50 Sobre este punto y sobre las condiciones denonrejectability de las normas morales y su vincula-ción con el criterio de razonabilidad, cfr. ThomasNagel: Equality and Partiallity. Oxford UniversityPress, págs. 38 y sigs, Oxford, 1991.

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llamarse la “razonable parcialidad” de to-do agente50. Las normas morales no pres-criben comportamientos supererogatoriosque impongan a sus destinatarios actitu-des de autosacrificio propias del héroe odel santo. Así, por ejemplo, por más res-peto que se tenga por la vida de los de-más, el agente destinatario de una normamoral privilegiará la salvación de su pro-pia vida. El no haber considerado este as-pecto de razonable parcialidad es lo queprobablemente le hacía pensar a Max We-ber que

“El mandamiento evangélico es incondiciona-do e inequívoco: dona lo que tienes, todo simple-mente. […] Una ética de la indignidad, a menosque se sea un santo. Esto es: hay que ser un santoen todo, al menos querer serlo; hay que vivir comoJesús, como los apóstoles, como san Francisco; en-tonces tiene sentido esta ética y es expresión de unadignidad. En caso contrario, no”51.

El criterio de razonabilidad no nosimpone andar por el mundo con una cruza cuestas ni privarnos de la satisfacción denuestras propias necesidades para satisfa-cer necesidades o deseos de un mismo ni-vel de las demás personas. El criterio derazonabilidad impide justamente que elmundo se convierta en un infierno moral.

b) No dar lugar a situaciones de privi-legio que van más allá de la razonable par-cialidad o promueven comportamientosparasitarios. Si el cumplimiento de la pri-mera condición impide la aparición delinfierno moral, la segunda prohíbe el es-tablecimiento de paraísos de egoísmo endonde la satisfacción de nuestras necesi-dades y deseos se realiza a costa del sacri-ficio de necesidades y deseos del mismonivel de las demás personas.

19 Los casos concretos de aplicaciónde una regla pueden poner de ma-

nifiesto la irrazonabilidad de aquélla. Lairrazonabilidad funcionaría de manera si-milar a la falsabilidad en las ciencias natu-rales, sirviendo de límite a lo meramenteracional:

“Tal como yo lo veo, la racionalidad, cuandoes contrastada con la razonabilidad, tiene que verprimariamente con la corrección formal del razona-miento, con la eficacia de los medios para un fin, laconfirmación y la puesta a prueba de las creencias.Está orientada a fines. […] Los juicios de razonabi-lidad, a su vez, están orientados a valores. Ellos seocupan de la forma correcta de vivir, de lo que se

piensa que es bueno o malo para el hombre. Lo ra-zonable es, por supuesto, también racional, pero lo‘meramente racional’ no es siempre razonable”52.

Podría entonces decirse:a) No existen diversas concepciones

del mal (o del ill-being).b) Aquellas máximas o reglas de con-

ducta que propician el mal radical son absolutamente irrazonables. Son expresiónde una irrational perversion.

c) Aquellas máximas o reglas de con-ducta que propician la imposición de unmal son prima facie irrazonables.

d) Si la aplicación concreta de una re-gla tiene consecuencias absolutamenteirrazonables, esa regla debe ser abandona-da: es absolutamente injustificable.

e) Si la aplicación concreta de una re-gla tiene consecuencias prima facie irrazo-nables, esa regla debe ser sometida a exa-men y modificada o especificada de for-ma tal que aquéllas desaparezcan. Entodo caso requiere ser justificada. La inte-rrelación parcial de hechos y valores pue-de ser aquí de utilidad.

f ) Una regla o máxima de comporta-miento será considerada como razonablemientras no se demuestre su irrazonabili-dad (absoluta o prima facie) en un casoconcreto de aplicación.

g) El ámbito de lo irrazonable es mo-ralmente inaccesible; el de lo razonabletiene un carácter residual: en él puedenrealizarse aquellas acciones cuya imposibi-lidad deóntica no está determinada por loirrazonable.

h) Por tanto, acuerdos razonables noson aquellos que realizan personas razona-bles, sino que personas razonables sonaquellas que no se saltan el cerco de lairrazonabilidad. En este sentido, podríahablarse de pautas de irrazonabilidad o derazonabilidad, que es lo que le interesabaencontrar a Gerald Gaus.

20O sea, que ahora el razonamientosería el siguiente:

a) Personas razonables son aquellasque rechazan máximas irrazonables de ac-ción.

b) Esto vale para todas las personas,cualquiera que pueda ser su concepciónde lo bueno.

c) Las concepciones de lo bueno noson inconmensurables, como suelen sos-tener algunas versiones del multicultura-lismo.

d) Todas aquellas concepciones de lobueno que excluyen máximas irrazonablesson razonablemente aceptables.

e) Entre dos concepciones de lo bue-no razonablemente aceptables, aquellaque permite una promoción mayor delbienestar (entendido como un mayor ale-jamiento del mal-estar) es mejor.

21Con las salvedades y recaudosaquí expuestos es posible dar una

respuesta afirmativa a la pregunta “¿Puedela razonabilidad ser un criterio de correc-ción moral?”.

Las consideraciones aquí expuestas nopretenden ser un antídoto contra los po-tenciales suicidas trascendentalistas quedeseen seguir el ejemplo del autor de Elpríncipe de Homburg. No conozco razonesmorales contra el suicidio de adultos enuso de sus funciones mentales. Y tampo-co es una aceptación de la ironía moral desesgo rortiano-posmodernista. Despuésdel holocausto, de la ignominia del terro-rismo de Estado impuesto en Argentinapor Videla y sus secuaces, de las tragediascolectivas provocadas por el regionalismonacionalista en la Europa finisecular y an-te la injusticia institucionalizada que pa-dece buena parte de la población de Lati-noamérica, la ironía moral es sólo obsce-no cinismo. n

RACIONALIDAD Y CORRUPCIÓN MORAL

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51 Max Weber, ‘Politik als Beruf’. En Gesam-melte politische Schriften (herausgegeben von Jo-hannes Winckelmann). J. C. B. Mohr (Paul Sie-beck), págs. 505-560, 550, Tübingen, 1958.

52 Georg Henrik von Wright: ‘Images ofScience and Forms of Rationality’. En The Tree ofKnowledge, cit., págs. 172-192, 173.

Ernesto Garzón Valdés es profesor en el Institu-to de Ciencias Políticas de la Universidad de Ma-guncia. Autor de Derecho, ética y política.

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LOS INTELECTUALES ESPAÑOLES ANTE LA GRAN GUERRA

JAVIER VARELA

Los intelectuales y la gran guerraLa Gran Guerra fue un periodo decisivopara muchos publicistas e intelectuales es-pañoles. El conflicto les arrojó de golpe ala historia del mundo, permitiéndoles mi-litar en una causa en la que parecían ven-tilarse principios morales absolutos. Laguerra proporcionaba un grand affaire; laocasión de encabezar la opinión liberal ydar la batalla a la España caduca. Unamisma pasión unió a casi todos los quecontaban en la república de las letras. Losintelectuales se manifestaron de acuerdocon pautas de acción política ya habitua-les: el manifiesto, la liga, la conferencia, elbanquete, el mitin incluso. El manifiestode adhesión a las naciones aliadas, de1915, fue saludado y correspondido porlos intelectuales franceses e ingleses; la Li-ga antigermanófila, nacida en enero de1917 como “instrumento de lucha civil”,concitó la adhesión de varias decenas decatedráticos, publicistas, maestros y pro-fesionales.

La guerra fue, sin duda, un momentocrucial para Manuel Azaña. El conflictopropició su interés por la cosa pública.No era poco en una vida como la suya,oscilante entre las letras y la política. Entanto que secretario del Ateneo tuvo oca-sión de brindar –primer esbozo de ora-dor– en honor de los intelectuales france-ses que visitaron España como propagan-distas. Luego fue invitado a recorrer losfrentes de batalla franceses e italianos.Azaña contó sus impresiones en variascrónicas. Su nombre se asomó por vezprimera a los grandes diarios de Madrid;su nombre y apellido completos, no losseudónimos que había empleado hastaentonces: Salvador Rodrigo y Martín Pi-ñol. De estos paseos bélicos nacerá la afi-ción a estudiar las cosas militares. Los re-sultados serán, el uno inmediato, el librotitulado La política militar francesa, publi-cado en 1919; más tardío el otro: el Mi-

nisterio de laGuerra en el primer Gobier-no de la República.

También fue importante la guerra pa-ra Miguel de Unamuno. Unamuno, comotantos intelectuales de Europa, tuvo unafuerte influencia del darwinismo social.En 1898 escribe sobre “la concepción dela guerra que nos han dado las doctrinasllamadas darwinistas”. Fue traductor deHerbert Spencer y Benjamin Kidd. Inclu-so después de su crisis religiosa, por así lla-marla, citará con elogio las obras de Novi-cow y Gumplovicz, “el mejor de todos”.El darwinismo social trata de explicar poruna tesis biológica –selección natural y lu-cha por la existencia– la evolución de lasnaciones modernas. Lo peculiar en Una-muno es que la lucha es intestina; es gue-rra civil antes que conflicto entre nacio-nes; lucha en la sociedad de los hombrespor imponer sus personalidades o intere-ses; lucha entre las castas que forman lanación española; lucha en el interior de la conciencia propia. Tan importante es

la metáfora de la guerra que acabó porconvertirla en mito personal; el mito quedaba cuenta de sus contradictorias actitu-des y lo devolvía a la infancia; un mito delos orígenes, del perdido paraíso de la ni-ñez. El conflicto mundial que estalló en1914 reavivó la memoria de esa guerra pa-radisíaca, la guerra carlista, el bombardeoy liberación de la villa de Bilbao en 1874.Unamuno vivió o, mejor todavía, reinven-tó aquella como un periodo de asueto y li-beración de la disciplina escolar; algo queformaba parte de los juegos de infancia:ejércitos de pajaritas de papel, el toque decampana, el cuerno luego y la explosiónde la bomba. Más era el ruido que lasnueces. Recuerdos de un bombardeo quepudieran ponerse en parangón con los deaquel otro vivido por Antonio Alcalá Ga-liano, el de Cádiz en 1810, cuando las ga-ditanas se hacían tirabuzones con el plo-mo que lastraba las poco eficaces bombasfrancesas. Recuerdos de Unamuno que serenovaban cada 2 de mayo, cuando la villaconmemoraba la liberación del cerco famoso, entre alardes de los auxiliares ycanciones: “somos liberales, sin color nigrito”. Unamuno labró con estos recuer-dos una idea de la guerra civil santa y bue-na; una idea que continúa aquella otra deRomero Alpuente: “la guerra es un dondel cielo”; la discordia, la pelea e incluso lasangre eran un desahogo benéfico, algoque purgaba los rencores civiles; la guerraera condición de la paz; ninguna paz au-téntica era concebible sin el acicate de laguerra.

El 27 de mayo de 1917, las izquier-das españolas celebraron en la plaza detoros de Madrid un acto concurridísimo;un “mitin monstruo” que, según dijeron,iba a tener las características de un hechohistórico. Comenzaba en España la polí-tica de masas. El mitin era réplica del queAntonio Maura había celebrado un mesantes, en el mismo lugar. No era cosa de

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quedarse rezagados en lo de convocar alas multitudes. Desde varias ciudades es-pañolas se fletaron trenes especiales. Elestado mayor de la convocatoria (Albor-noz, Araquistáin, Azaña, el doctor Sima-rro, etcétera) se reunía en la redacción dela revista España. Aquel domingo fue undía muy caluroso. Las tribunas de la pla-za tenían colgaduras blancas, con losnombres de los 37 barcos españoles hun-didos por submarinos alemanes. En lospalcos se situaron las delegaciones pro-vinciales, con banderas de las casas delpueblo y carteles: “La Zaragoza de siem-pre os saluda”, “Gijón saluda a las iz-quierdas españolas. ¡Vivan los aliados!¡Viva España!”. El público –cerca de25.000 personas– se daba aire con abani-cos de colores. Había vendedores de té,churros y bastoncillos de junco. El espec-táculo era muy vistoso. El mitin fue, dehecho, la cima de una campaña destinadaa combatir la política de neutralidad delos Gobiernos españoles, pidiendo laruptura de relaciones con Alemania. Enla plaza de toros se susurró que aquelloera “nuestra batalla del Marne”, unaofensiva en toda regla. La mayoría deoradores (Castrovido, Ovejero, Albornoz,Menéndez Pallarés, Unamuno, Lerroux)se produjeron en términos muy críticoscon el monarca español. El más modera-do fue Melquiades Álvarez. Metido en faenas revolucionarias, Unamuno encas-quetó un gorro frigio a Alfonso XIII, de-nunciando como anticonstitucional (¿?)la neutralidad a todo trance y costa. Laoratoria no era el fuerte de don Miguel.Su pluma fue siempre más expresiva quesu palabra. En las conferencias y actospúblicos prefería hablar sentado, comoen su clase de Salamanca. Años atrás, en1906, burló las esperanzas del público.En el discurso del teatro de la Zarzuela sesalió por la tangente de la religión, cuan-do la gente esperaba una arremetida entoda regla contra la ley de Jurisdiccionesy contra el régimen político. En el calu-roso día de 1917 no defraudó. Habló depie, adoptó ademanes tribunicios, sentóplaza como sans culotte, facilitó con algu-nos latiguillos los vivas y aplausos del au-ditorio. Unamuno fue al encuentro de lamuchedumbre, se dejó moldear por ella.El deseo de revancha por la destitucióndel rectorado se mezclaba con la obsesiónpor la guerra. Llevado por el entusiasmocolectivo, preguntó: “¿Qué puede retenera los poderes públicos de incorporarnos ala historia de Europa? ¿El miedo a la gue-rra civil? Es que la tenemos ya; tenemosla guerra civil en España”. Su parlamento

fue muy alabado por republicanos y so-cialistas: “Unamuno cada vez nos parecemejor. Se ha metodizado, el fuego de laconvicción ha quemado en su cerebroconfusiones, contradicciones que priva-ban de claridad a sus obras....Todo sudiscurso es un portento” (El País, 28 ma-yo 1917). El acto, sin embargo, resultóalgo premioso: dos horas largas entre sa-lutaciones y discursos encendidos. Lospitos y mueras a Melquiades Álvarez, porsu tibia actitud ante la monarquía, mani-festaron la división de las izquierdas. Alfinal hubo algunas carreras, sonó un tiro,repartiéronse algunos sablazos. Las emba-jadas francesa e inglesa contribuyeroncon cinco mil pesetas cada una a la logís-tica del mitin. El embajador Geoffraypudo envanecerse de estar tras las bamba-linas del acto, ironizando incluso sobre laretórica de Unamuno (Affaires Etrangères,Guerre 14-18, Espagne, vol. 478). Contodo, alguna representación diplomáticase mostró preocupada ante el sesgo quetomaba la aliadofilia española:

“Los organizadores del meeting se confesaronbastante satisfechos; pero si el recuento de fuerzasha sido imponente, es dudoso que vayan a ser em-pleadas con sabiduría. El meeting que, en la mentede los organizadores, debía apercibir al gobiernosobre los objetivos de política exterior, se ha con-vertido de hecho en una manifestación de políticainterior en sentido estrictamente republicano... Es-to no favorece a la causa de los aliados. Esta maña-na me decía un miembro del gobierno, no sin ra-zón, que los oradores del meeting no lo habrían he-cho mejor de haber estado a sueldo de la embajadaalemana.” (Bonin a Sonino, 28 mayo 1917, MAE,Spagna, 1915-18, b. 189).

Dos días después del mitin de la plazade toros, Manuel Azaña pronunció en elAteneo de Madrid su conferencia sobreLos motivos de la germanofilia. Su posiciónfavorable a los aliados la funda en laorientación de la política exterior españo-la, girando en la órbita francesa desde an-tes de 1914, como en el carácter demo-crático de ambas naciones; carácter quehabía de ser por fuerza simpático a los li-berales españoles. El objetivo de Azaña noera tanto justificar la posición propia, quees compartida por el público del Ateneo,sino fundar sobre ella un ataque al go-bierno por su ligereza e imprevisión, porsu latrocinio incluso. También se proponedenunciar la germanofilia como propia de“gentes retrógradas”, enemigas del idealde libertad y tolerancia que representanFrancia e Inglaterra; de “gentes equivoca-das”, porque creen que el triunfo de losimperios centrales redundaría en el en-grandecimiento de España; de “gentesrencorosas”, ya que ven a Alemania como

vengadora de los agravios históricos deEspaña, imaginarios o reales.

Dejemos para más adelante la discu-sión de las tesis de Azaña sobre la germa-nofilia. Al revés que en su conferencia, ex-ploremos algunas facetas del mundo delos intelectuales aliadófilos; centrémonosen los motivos de la aliadofilia.

Salutación de la guerraAl considerar el periodo de la guerra des-de una perspectiva europea, nos topamoscon una primera consideración. La guerrafue saludada con alborozo por el gruesode los intelectuales europeos. Habían na-cido, en el momento del affaire Dreyfus,como defensores de valores universales: lajusticia frente a la razón de Estado. Ahorase despojaron gustosos de toda reservacrítica frente a la propia nación. Mejor di-cho, era la nación la que parecía encarnarlo universal frente a las naciones enemi-gas. El sentimiento de abandonar la sole-dad del escritor y lanzarse a la vorágineera embriagador. Aquél era un momentoúnico de exaltación colectiva, de fusióngozosa entre el individuo y la gente. Laguerra, decía Emile Durkheim, “revive elsentimiento de comunidad” y, por tanto,solventa las patologías sociales que habíaanalizado en sus obras. Grande y maravi-llosa es la guerra, escribió otro gran soció-logo, Max Weber, porque significaba undeber trágico; escarpado camino del ho-nor y de la gloria, sin posibilidad de re-torno, hacia la límpida y estimulante atmósfera donde opera la historia univer-sal. La guerra, con mayor o menor gradode retórica, fue vista como la llegada delacontecimiento tremendo, tanto tiempoesperado; como la apertura de un mundode posibilidades ilimitadas, bien como unéxtasis purificador. La guerra podía en-gendrar una “force spirituelle”, suscepti-ble de cambiar las costumbres y la vida delos pueblos (Paul Adam). “Une espèce derajeunissement”, la llamaba Roger Martindu Gard “Salute al mondo nuovo”, excla-ma Prezzolini. “La sangue è il vino deglipopoli forti; il sangue è l´olio di cui han-no bisogno le ruote di questa macchinaenorme que vola del passato al futuro”(G. Papini “¡Amiamo la guerra!”). Senti-mientos y opiniones parecidas podemosencontrar en Gilbert Murray, en losChesterton, en T. E. Hulme, en E. Jün-ger, Freud o Thomas Mann. Al final de laMontaña mágica, Hans Castorp baja delempinado cerro donde estaba el sanatoriode tuberculosos y se lanza con alegría alcombate. Toda una metáfora de reden-ción física y moral por la guerra (Ejem-

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plos en Roland Stromberg: Redemption bywar, Kansas, 1982; Ch. Prochasson, A.Rasmussen: Au nom de la patrie, Paris,1996, M. Isnenghi: Il mito della grandeguerra, Bolonia, 1989).

La salutación de la guerra se dio tam-bién entre los intelectuales españoles. Ex-presión del malestar de la cultura; anhelode escapar al mundo gris de lo cotidianoy burgués. Unamuno titula “¡Venga laguerra!”, el 19 de septiembre, un artículode Nuevo Mundo: “Dicen que la guerra escomo una tempestad que purifica”. Sinembargo, su reacción entonces es mesura-da. Mal estaba la invasión de Bélgica. Pe-ro mala era también las vociferacionescontra Alemania, el pueblo de la Refor-ma, el de Kant y el de Goethe. Unamunohabía considerado a la guerra como unapelea de familia, fraternal tal vez, cosa dechiquillos, sin apenas efusión de sangre.“Agarrarse de una vez, zurrarse de lo lindola badana, romperse la crisma...y luego,acardenalados de los golpes...abrazarsevencedor y vencido”; eso escribe en la no-vela Paz en la guerra. La guerra seria, laque se libra entre ejércitos y naciones, notenía virtudes redentoras. No las tuvo laguerra de Cuba, “estúpida y brutal”, obradel militarismo y del capitalismo burgués.Tampoco la guerra balcánica de 1912;“guerra a la guerra”, dijo entonces. Unaexcepción hay en esto: los combates libra-dos en el Rif en 1909: “me parece muybien la guerra....espero que esto acabe porlevantarnos algo el abatido espíritu” (cartaa J. María de Onís; Epistolario inédito,Madrid, 1991). Claro que la guerra deMarruecos venía a ser una manera de gue-rra civil entre dos pueblos de fondo ber-berisco. En todo caso, la guerra buena, laque pone por modelo ante sus compatrio-tas, es la del affaire Dreyfus; una guerracivil librada con “armas de ardiente pala-bra”. Lucha con la pluma, no con la espa-da, era la que trató de enconar en 1906, aconsecuencia de la ley de jurisdicciones. Ysu particular Kulturkampf, con K mayús-cula; la guerra religiosa para descatolizarel cristianismo español.

El comienzo de la guerra vino a coin-cidir para Unamuno con un importanteacontecimiento biográfico: la destitucióndel rectorado, cargo para el que se consi-deraba destinado por “derecho divino”.Destitución que él achacó a maniobrasde políticos rastreros (Bergamín, Roma-nones, daba igual que fuesen conservado-res o liberales), a influencias nobiliarias(la del duque de Tamames en particular)por sus campañas agraristas de mesesatrás. El cese en el rectorado provocó una

reacción de solidaridad entre los intelec-tuales españoles. Ortega, Maeztu, GarcíaMorente, Urgoiti, Andrenio, sintieronmenospreciado el gremio intelectual –re-presentantes de la llamada España vital–en la persona de don Miguel. El Diariode sesiones registra una de las contadísi-mas intervenciones parlamentarias deAzorín: “el señor Martínez Ruiz pronun-cia palabras que no se entienden”. La in-dignación santa de Antonio Machadopuede valer por la de todos: “no solamen-te la España intelectual, sino toda la Es-paña honrada está de su parte”. Tanta erala ofensa de los políticos que bien podíanperdonársele al ex rector sus invectivasantieuropeas. (Digamos, de paso, que elcargo de rector era de libre disposiciónpor el ministro de Instrucción; un minis-tro conservador lo nombró en 1901 yotro ministro conservador lo cesó treceaños después, seguramente por motivosnada nobles. Los nombramientos procu-raban aunque no siempre, tener en cuen-ta la opinión de los claustros universita-rios. Pero Unamuno no tenía detrás suyoa la mayoría del claustro salmantino, es-caldados por su celo en perseguir las co-rruptelas docentes; sus diatribas contralos profesores, como puede suponerse,tampoco gozaban de popularidad entresus colegas; para insultar a los alemanesdecía: soldados no, ¡catedráticos!). La sig-nificación política de Unamuno hasta oc-tubre de 1914 no había sido la de unhombre de izquierdas. No lo fue, desdeluego, en el momento del fusilamientode Ferrer. A pesar de sus ataques al parla-mento y a los políticos de la Restaura-ción, tenía una relación digamos especialcon algunos de ellos; con el conde de Ro-manones sobre todo. Tampoco escatima-ba elogios a don Antonio Maura, tantoque se veía obligado a proclamar que él,Miguel de Unamuno, no era maurista niromanonista, por más que en vísperas dela guerra viese con buenos ojos que se lepropusiera como senador por la universi-dad de Salamanca. Destitución y guerraeuropea fueron agravio sumo y suma li-beración, como salir de una jaula en laque estaba preso. Entonces se le abrieronlos ojos, “le quitaron la venda”. Entoncespudo echar fuera todo ese malestar anti-moderno que le obsesionaba, como atantos intelectuales europeos; entoncespudo manifestar su agresividad –que eramucha– y sus instintos de muerte.

“Estoy harto de los pueblos ricos. Estoy hartode la pedantería del arte y de la elegancia y de lacomodidad y del bienestar, de la pedantería del de-porte y de la caballerosidad y de la flema y de las li-

bertades públicas, harto de la ciencia y de la disci-plina y del orden...Estoy harto de Europa...estoyharto del delirio de la vida, de la obsesión de la vi-da, de la preocupación del enriquecerse y de la dehacerse culto e instruido también. Yo no sé lo quequiero, ni sé si quiero algo, pero sé que la actualguerra, con su cortejo de salvajismos y sus explo-siones de odios ha remejido el poso de mi alma yme ha levantado a flor de ella todas las amargas yfangosas heces que allí yacían” (“Un extraño rusó-filo”, 28 oct. 1914).

Unamuno podrá, pues, volver a supapel de profeta con más violencia quenunca; pero sin sufrir la crítica de sus pa-res, aquellas que lo motejaron de energú-meno e insigne morabito. Al contrario, suanuncio del apocalipsis de la modernidad,el inminente reinado del Eclesiastés, edifi-cado sobre las ruinas de Alemania, lo con-vertirán en la cabeza, en el portaestandar-te de los intelectuales aliadófilos.

“Esto de la guerra me ha producidouna tremenda sacudida”, escribe Unamu-no a Ramiro de Maeztu. Maeztu sintió al-go parecido a lo que expresaba su antiguomaestro y amigo, reconciliados en la co-mún inquietud bélica. Un modesto arrie-ro le dio la noticia del estallido del con-flicto, en un pueblo perdido de la Rioja.Y Maeztu se puso en movimiento hacialos países en lucha, como respondiendo auna llamada de insólito atractivo. Aquelloera como la “descarga de una tensión quese había hecho insostenible”. Maeztu ha-bía tenido desde antiguo lo que él deno-mina como “afición a las armas”; al me-nos desde que sirviera como soldado rasoentre 1897 y 1898. Las virtudes militares–disciplina, valor, sacrificio– eran para élprototipo de las virtudes necesarias parala eficacia nacional. Maeztu vivirá desde1914 pendiente exclusivamente de obser-var y meditar sobre la guerra. Ahora po-drá argüir sobre el conflicto como unamanifestación de la voluntad de poderío;sobre el “amor a la guerra” y el “espírituguerrero” en tanto que expresión origina-ria del hombre. Y escribir una catarata decrónicas –para España, Inglaterra o Ar-gentina– sin que los intelectuales pacifis-tas del estilo de Luis Araquistáin le busca-sen las vueltas. Entre otras razones porquelos pacifistas anteriores a 1914 se habíanconvertido al belicismo más desaforado.

Los intelectuales de uniformeLas actitudes del grueso de los intelectua-les aliadófilos fueron propias de un grupoen armas. Alberto Insúa lo expresaba así:“desde agosto de 1914 formo parte deuno de los grupos en que se ha divididola humanidad, y obedezco como un sol-dado a la disciplina moral de este grupo.

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Mi psicología es la de un combatiente”(Abc, 23 julio 1916). Unamuno habla deSaid Armesto como un “combatiente queha caído a nuestro lado”, entre los que es-trechan filas ante la barbarie, y lo cuentaentre quienes le excitaron a salir de laneutralidad armada en que se encontraba(“En la muerte de Said Armesto”, El País,13 feb. 1915). Pertenecer a un país neu-tral no era obstáculo para formar esas “fi-las” a las que se refiere el ex rector. Por-que, al decir de Araquistáin, “en rigor, nohay neutrales. Todos estamos en guerra.No hay más que diferencias de grado”(El Liberal, 18 feb. 1916). Correspon-diente a esa movilización voluntaria, en-tusiasta, la mentalidad se polariza, se ha-ce dicotómica, de acuerdo con la distin-ción básica entre amigo y enemigo.Según esto, la descripción de los grupos ynaciones en conflicto se simplifica al má-ximo, con el empleo de estereotipos, sím-bolos y mitos cargados de significadomoral. Los estereotipos del alemán sonraciales y culturales. Al alemán, se dice,lo delata su cráneo cuadrado, diminuto,rapado. Araquistáin los notaba a distan-cia, al toparse con ellos en el tranvía, alverlos en la calle. Era un ser genérico,uniforme en sus rasgos antropológicos:modales toscos, mirada huidiza, trajes depoco gusto, lengua áspera y gutural, pocoarmoniosa. Bagaría se encargó de difun-dir la imagen del tudesco como un autó-mata monstruoso, moderno Frankens-tein, cabeza cuadrada con la punta deuna lanza asomando por el occipucio, amanera de casco prusiano. Las imágenesdel alemán ladrón, cínico, sádico, asesinode mujeres y niños, anticristiano, profa-nador de iglesias, fueron habituales en laprensa aliadófila española. El alemán esuna presencia obsesiva, un bárbaro dege-nerado. En la retaguardia, incluida Espa-ña, es espía o terrorista; “está en todaspartes”, vuelve a decir Araquistáin, siem-pre escucha aunque finja seguir sus ocu-paciones. Su poder maléfico es denuncia-do por El Liberal, que titula: “El últimocrimen alemán. Las naranjas que Españaexporta están envenenadas por los alema-nes” (8 mayo 1917). “El tudesco –escribeUnamuno sin inmutarse– se reduce al in-fecto y abyecto papel de espía o cambiahipócritamente de nacionalidad paraconspirar contra la adoptada” (“Las litur-gias”, Iberia, 27 mayo 1916). Diríase quetiene mucho de judío, que sus míticas re-presentaciones son equiparables, de ahíque Unamuno resalte una y otra vez lacondición semítica de Carlos Marx,“símbolo del materialismo de Jehová”,

convirtiéndole en fantástico colaboradordel militarismo germánico.

Una de las polaridades o disyuntivasabsolutas que sirven para distinguir alamigo franco-inglés del enemigo alemánes la de noble-plebeyo. Así se manifiestaen la pintura de Valle Inclán: “Montignyapuró su copa y se levantó para abrir laventana. Era un hombre joven, con el ca-bello lleno de mechones blancos. Teníaun hermoso rostro de viejo linaje francés,como se ven en algunos retratos de carde-nales y mosqueteros. La expresión noble,galante y audaz de una cabeza de pelucaempolvada”. Por el contrario, el alemán es“espurio de toda tradición”, y su hostili-dad a Francia es odio de inclusero a “losque tienen nombre y remoto abolengo”.El ejemplo de Valle Inclán puede parecerextraordinario. Los franceses valleincla-nescos no se diferencian mucho de los

cruzados de la causa carlista en que mili-taba el escritor genial por motivo medioestéticos medio políticos. Sin embargo, lanobleza, la aristocrática naturaleza de loscombatientes aliados es exaltada en otrosescritores desde una filosofía del super-hombre nietzscheano. Los oficiales fran-ceses que vio Andrenio –de lejos– perte-necían también a “una raza selecta y aris-tocrática....son los descendientes de loscaballeros de la guerra de los Cien Años”.A su vez, los oficiales ingleses son gentle-man, caballeros cumplidos que realizanlas mayores hazañas sin darles ningunaimportancia. Maeztu describe a los jóve-nes aviadores británicos como trasuntosdel doncel de Sigüenza, almas educadas,la flor de las universidades, la sonrisa enlos labios y los ojos con un velo de melan-colía. Pero no son solamente los jefes o soldados escogidos. De acuerdo con

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Maeztu o Madariaga, todo el cuerpo ex-pedicionario inglés parece imbuido delespíritu de Eton, mezcla de altanería no-ble, audacia y deporte. Frente a ellos, elejército alemán se funda en la ciega obe-diencia, en la disciplina mecánica.

El resto de antinomias –analogías,metáforas– usadas por los escritores alia-distas son las comunes en la cultura euro-pea de estos años. Algunas de ellas fueroninventadas para dar cuenta del tránsito ala sociedad industrial moderna: cultura-civilización, organismo-mecanismo, co-munidad-sociedad. Los intelectuales delos países en lucha las usaron a porfía.Tönnies, el inventor de la distinción entrecomunidad y sociedad, puso a Alemania yFrancia como ejemplos de Gemeinschaft yGesselschaft. Bergson invertía los térmi-nos, estableciendo una vaga teoría de lamecanización del espíritu alemán por elabuso de la técnica. Una teoría, por cier-to, muy vecina a la que establecieron losintelectuales españoles aliadistas. Alema-nia significaba el reino de lo petrificado ymecánico, sin alma; el dominio de un Es-tado y de una burocracia omnipresentesobre una multitud anónima, rigurosa-mente disciplinada. Este género de con-traposiciones llegaron al paroxismo en unescritor tan antinómico como Unamuno,y desde él irradiaron hacia otros escrito-res. Desde tiempo atrás, el ex rector veníaaplicando a los países centroeuropeos unasumaria psicología de los pueblos. Alema-nia era equivalente a ciencia y, como essabido, aquello no era para él. Ni la cien-cia ni sus aplicaciones, con su horror altelégrafo y al automóvil. Los alemaneseran laboriosos, pero sobrado ordenancis-tas. Además, la vieja Alemania románticahabía decaído en su literatura, sobre tododespués de 1870 y la consiguiente hege-monía de Prusia. También parecían haberdecaído sus saberes, la historia en erudi-ción, la ciencia pura en aplicada. “Soymás germanófobo que nunca, escribe encarta a Pedro Mújica (13.4.1909, Santia-go de Chile, 1965).

Pero, con todo, su germanofobia erapoca cosa comparada con la hostilidad aFrancia. Al fin y al cabo, Alemania era elpaís de la Reforma protestante, de la reli-gión que un tiempo quiso encarnar y di-fundir en España. Pero Francia no teníaremisión. Francia es lo opuesto al genioespañol. Los franceses son sensuales, lógi-cos, alegres, mientras los españoles, ya sesabe, apasionados y arbitrarios, berberis-cos en el fondo. Mediocres burgueses losunos, individuos característicos los otros.España era, pues, una nación compuesta

por veinte millones de Unamunos. Ahorabien, desde 1914, el ex rector se inclinópor la Unión sacrée frente al enemigo co-mún, y puso sordina a su profunda galo-fobia. Desde entonces proyectó hacia Ale-mania el odio desaforado al mundo mo-derno, la Kultur con K mayúscula, elSatán técnico y científico y despersonali-zador, una de sus máximas obsesiones deanarquista místico. El mal moderno bajola figura de un Leviatán desalmado,monstruoso Moloch estatal que amenaza-ba tragarse a la personalidad; pecado ori-ginal de la ciencia positiva, el “hórridocientificismo”, o técnica que tritura alhombre entre sus engranajes sin finalidad.En sus delirantes reflexiones, Unamunollega a fundir en un mismo fantasma losrasgos atribuidos antes a Francia y Alema-nia por separado. Así, el bienestar mate-rial, la pesadilla de la prosperidad mate-rial que hace caer al hombre en olvido desus fines ultramundanos. Unamuno no serecata en presentar la causa aliada, la suyaen realidad, como una cruzada en defensade la civilización occidental, cristiana, es-piritual, contra los bárbaros paganos ymaterialistas alemanes. Quizás se hubierasorprendido al saber que teólogos comoHarnack, Eucken o Troeltsch, que tantoadmirara en otro tiempo, oponían la inte-rior piedad luterana de la civilizada Ale-mania a la hedonista Francia y a la bárba-ra Rusia. Extraño resulta, por otro lado,que esta hostilidad sin fisuras al mundomoderno fuese coreada por los escritoresy publicistas de la izquierda radical espa-ñola. En los ambientes republicanos y so-cialistas fue donde mayor aquiescencia lo-gró Unamuno.

Luis Araquistáin comenzó explicandoel origen de la guerra, tal y como podíasuponerse en un dirigente socialista, porel “delirio aristocrático de la familia impe-rial y de la camarilla militar”. Salvas deresponsabilidad eran la cultura germana,la “pacífica burguesía” y, por supuesto, lasocialdemocracia y el proletariado. Unacarta de Álvarez del Vayo (Araquistáin yÁlvarez del Vayo, amigos y cuñados, sonel Cástor y Pólux del socialismo español)le sacó de su error. La unidad alemana aldeclararse la guerra era completa, entu-siasta. Los académicos alemanes se distin-guían por su entusiasmo patriótico. En-tonces Araquistáin buscó ese algo, algo“nefando”, que diese cuenta de la conver-sión de un pueblo culto al credo militaris-ta. Buscó a su alrededor y se encontró conUnamuno, “admirado maestro” lo llama,con sus tesis sobre la “pedantería de la efi-cacia”. En realidad, Alemania era toda ella

un “inmenso taller”. Todo el mundo ahe-rrojado por la técnica, acoquinado poruna técnica ayuna de espíritu humano.Los alemanes eran, pues, especialistas, nohombres. Ese era su pecado.

Presencia del mitoLa guerra fue explicada por los intelectua-les aliadistas a través de los mitos clásicos.La hubrys de Alemania, la violación delorden natural y divino tiene por fuerzaque acarrearle la desgracia. Adolfo Posadahabla de la locura de grandezas, Maeztude orgullo. De forma explícita, los con-tendientes parecen reeditar las guerras delPeloponeso. D´Ors se refiere en sus Car-tas a Tina al carácter lacedemonio de losalemanes y al carácter ateniense de losfranceses. Tomás Elorrieta, colega y ami-go de Unamuno, adjudica a los alemaneslos principios estatales y autoritarios deEsparta y a los aliados los principios ate-nienses de libertad y arte. La dualidad sehace implícita al convertir a Alemania enuna nación dominada por la aristocracia yla disciplina militar, siendo Francia e In-glaterra la inteligencia, la iniciativa y la libertad creadora. En casi todos los publi-cistas aliados hay profusión de compara-ciones sacadas de la antigüedad clásica:Marne-Maratón, Reims-Acrópolis, solda-dos que parecen guerreros homéricos, etcétera.

Con mayor frecuencia, el mito queda sentido a la guerra es cristiano. Una-muno insiste una y otra vez en el tema dela redención por la sangre, poniendo, co-mo es lógico, el modelo del Dios hechohombre: “sí la lluvia fecunda los campos,la sangre fecunda los espíritus” (El Día, 2ene. 1917). Francia se ha redimido por elsufrimiento y la sangre de los pecados desu vida anterior, de su vida muelle y algoviciosa (la baja natalidad, el lujo, el jue-go, el deporte, en suma, la frivolidad y elegoísmo). La guerra merece la pena consolo haber librado a Francia del régimen“inmoral” del hijo único, del alcoholis-mo, porque “el alcoholismo es mil vecespeor que la guerra”. Lo venenoso no sonlos gases asfixiantes, sino los “gases mora-les” del antiguo París cosmopolita y arti-ficial” (“La guerra y la vida del mañana”,28 mar. 1915; “Una plaga”, 18 feb.1917). En el republicanismo anticlerical,cristiano en el fondo, en Gabriel Alomarpor ejemplo, no cabe duda ninguna del“sentido redentor de la guerra”. Alomarpinta a Francia como una Madre doloro-sa, que “ha llevado en su corazón los sietepuñales clavados por los bárbaros”. Fran-cia es idéntica al Cristo, que derrama su

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sangre para que los demás vivan. Los pa-decimientos de Francia son como un víacrucis, pasión, calvario; indefectiblemen-te, resucitará al tercer día. Por ello, laguerra, como en Unamuno –al que siguede cerca–, es cruzada, una “guerra santa”para que el espíritu triunfe sobre la carne;cruzada de la que presume que resultaráuna “nueva religión”. Movida por el“viento de Dios”, la humanidad se apres-taba a recibir su “bautismo de sangre”,“la humanidad nueva que dobla la cabezapara recibir el rojo crisma”. Francia era ala vez Cristo y su iglesia espiritual, opues-ta al poder temporal de Alemania. Fran-cia militante de la que saldría la Franciatriunfante del mañana. Tanta era la un-ción religiosa de Alomar que Unamuno,al volver de una excursión a Mallorca, en1917, anunció por broma su próximaconversión al catolicismo. Muchos repu-blicanos se apoyaban en el mito bíblicopara explicar las vicisitudes del mundo.La historia seguía una secuencia de caíday redención, aunque el momento cumbrede la renovación, la fecha que inaugurabala nueva época, era 1793: la república ja-cobina. De ahí el papel histórico univer-sal de Francia como nación redentora enel mito republicano. De ahí que la alia-dofilia del grueso del republicanismo es-pañol sea más bien francofilia.

La sangre viene a rescatar a los pue-blos del pecado en que yacían. La guerraforma parte del orden providencial. Pe-cado de vanidad –ejércitos permanentes,dominio temporal (Unamuno). Pecadode orgullo, de soberbia originada por loslogros materiales, por el “industrialismo”(Palacio Valdés). El mito cristiano puedeunir a dos escritores tan distintos comoUnamuno y Palacio Valdés. “La serpien-te aduladora les sopló al oído (de los ale-manes) que debían comer del fruto delárbol prohibido”, dice este último. Ale-mania había olvidado a Dios por la ver-dad científica. Con sus interpretacionesbíblicas de la guerra, el grueso de la éliteintelectual española mostró su escasa se-cularización. Los esquemas cristianosinspiraban a intelectuales de filiacióninstitucionista como Altamira o Zulueta,para quienes la guerra era una expiación,dolorosa sangría que llevaba al arrepenti-miento a unas almas ansiosas de una re-generación ética y un vivir fraternal.También en autores como Ramiro deMaeztu, que entonces reafirma su apro-ximación a la religión. El problema deAlemania, y aun de la civilización occi-dental, residía en el desconocimiento delpecado original.

Virtudes de la guerraLa guerra se vivió como la entrada en untiempo radicalmente distinto del tiempode la vida conocida hasta entonces; anun-cio de un mundo nuevo, preñado de posi-bilidades. La historia, dice Ortega y Gas-set, “tiembla hasta sus raíces, sus flancos sedesgajan convulsivamente, porque va a pa-rir una nueva realidad” (agosto 1914). Elmundo viejo se había desplomado de gol-pe, y los intelectuales creyeron adivinarmuy pronto cuales eran los rasgos de lanueva utopía que alboreaba. Por lo pron-to, el nuevo orden guerrero era un ordenigualitario; significaba el final de los privi-legios que habían conocido las sociedadeseuropeas. Es cierto que el uso del unifor-me imponía entre los movilizados unaigualdad aparente. Los soldados podíanacceder a lugares antes reservados a gruposprivilegiados. Todas las clases contribuíanal tributo de sangre. La mujer accedía ma-sivamente al trabajo en los países belige-rantes. Al cruzar Francia, a fines de 1914,Maeztu observó que los hoteles y casinosde la Riviera estaban reservados para lossoldados heridos: “habrá sido necesarioque el mundo se despeñe en los horroresde la guerra para que las ideas de igualdady fraternidad se hayan realizado un pocoen esta tierra”. Maeztu creyó que estaba enmarcha una reorganización de la sociedad,acorde con el principio de función, unasuerte de socialismo gremial. Azorín hablóde “socialismo cordial”, que echaría en ol-vido el viejo liberalismo individualista.D´Ors anunciaba una era de “vida senci-lla”, mezcla de disciplina clásica y socialis-mo espartano. La libre empresa, comopuede verse, no tenía defensores entre losintelectuales de España. Hasta un econo-mista de profesión como Luis Olariaga veía llegado el momento en que el capitalpasara al Estado, la empresa a la inteligen-cia y la soberanía al trabajo. Lo que en Pa-blo Iglesias o Besteiro se llamaba “socialis-mo depurado”, era en Fernando de los Ríos germen de un nuevo derecho; tannuevo que lo bautizaba con el nombreequívoco de “democracia orgánica”.

Además de igualitario, el orden nuevoque parecía surgir de la guerra era antibur-gués, de acuerdo a la convencional visiónromántica de lo burgués –el filisteo–, co-mún entre los intelectuales europeos. Lasfalsas virtudes pacíficas del cálculo, el egoísmo mercantil, eran sustituidas por losauténticos valores de una vida tensa y exal-tada, trágica y heroica. En Alemania, Wer-ner Sombart –Helden und haendler– colo-có a los héroes germanos enfrente del mer-cachifle inglés. Los españoles no hacen más

que retorcer la antinomia. Al crítico An-drenio le bastó con echar una mirada alvagón de ferrocarril que le conducía a Ita-lia. Una cosa era el “marco rutinario ymezquino” de la vida anterior, las ocupa-ciones “prosaicas e industriosas” de la vidacivil, y otra muy distinta la libertad, la be-lleza espontánea y el heroísmo que se habíaapoderado por milagro hasta de la reta-guardia. “La cuestión está en ser héroes”, sedecía desde la revista España; eso es lo quequieren los pueblos, héroes. Luis de Zulue-ta, el grave y austero institucionista, dedicóuna conferencia en la Residencia de Estu-diantes a glosar los tiempos de prueba. Lahumanidad vivía, arrastraba más bien, unavida mezquina, baja, oscura. La guerra ve-nía a ser una severa corrección de la me-diocridad. Según la interpretación clásica–desde Tito Livio a Maquiavelo–, la deca-dencia de las naciones sobreviene despuésde un largo periodo de paz, comodidad ylujo. Los pueblos necesitan de la guerra pa-ra no perecer. “Íbamos aburguesándonosdemasiado”, proclama Luis Bello; el con-flicto era necesario para templar el ánimo ydejarlo listo para las cosas grandes que seavecinaban. Hasta Ortega y Gasset, bas-tante discreto en sus opiniones sobre laguerra pero nietzscheano contumaz, adver-tía una relación entre la “periculosidad” delmomento y los valores nuevos, más vitales,enérgicos y entusiastas, que eran necesariosa las sociedades europeas.

Si la guerra tenía en los combatientesestos efectos salutíferos, en forma de uni-dad nacional, eficacia militar, reorganiza-ción económica, regeneración moral y“entusiasmo”, es lógico que los intelectua-les españoles, condenados a la neutralidadforzosa, la mirasen con envidia. La envidiade quien, como Ortega y Gasset, era cons-ciente de escribir “desde un arrabal de Eu-ropa”. El pesimismo de los intelectuales,sobre todo de los madrileños, había imagi-nado un diagnóstico del problema españolen términos de atonía. Nación decadenteque permanece al margen de las grandescorrientes históricas. Pueblo echado alborde del camino, según Azaña, como uncan apaleado; perdido por la mala índoleracial –“el corazón podrido” de Ortega– omental – el “carácter degenerado” de Ara-quistáin–. El diagnóstico de Unamuno enlos años de la guerra era abrumador: Espa-ña es una charca palúdica. inmunda; nohay opinión pública, ni pueblo, ni gobier-no, ni régimen, ni siquiera nación; “y lastinieblas –dice con acento profético– estánsobre la haz del abismo” (El Día, 14 ene.1918). A grandes males, debieron pensar,grandes remedios. ¿Y qué mejor remedio

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que la guerra? Buena parte de los intelec-tuales aliadistas no eran tan sólo idealesdefensores de la justicia y de la libertad.Eran partidarios de la entrada de Españaen la guerra, como poco de una neutrali-dad armada. Araquistáin veía en la guerrauna sacudida orgánica, algo que habría deimprimir movimiento de vida a un puebloinerte. Un remedio taumatúrgico paratransformar de cuajo a España: “quién sa-be, pensamos, qué exaltaciones, qué sacu-dimientos vitales, qué renovaciones espiri-tuales traería la guerra a España al rozarlacon su ala de hierro, al envolverla con unaliento de llama”. Las tesis de Araquistáintenían gran parecido con las del maxima-lismo socialista europeo, con las de unMussolini por ejemplo. Nietzsche antesque Marx. Y si la intervención no era po-sible, transformar el influjo beneficioso dela guerra mundial en guerra civil. Esta esla tesis de Unamuno. Bajo el influjo delconflicto europeo, el ex rector fue trans-formando su idea vieja y querida de laguerra civil incruenta en una guerra inte-rior que no esquivaba el derramamientode sangre.

Los partidos españoles tomaron losrasgos de los contendientes europeos: car-listas-alemanes-anticristianos, contra libe-rales-aliados-cristianos. A la inversa, loscontendientes europeos se dibujaron conrasgos españoles, como si fueran las dosEspañas las que se enfrentasen en loscampos de batalla. Si en alguna ocasiónlogró su deseo de españolizar Europa,unamunizándola, fue entonces. La guerraeuropea tomó en su imaginación la formamítica de una lucha entre personalidadesnacionales; una lucha por imponer idealesdistintos, los materiales y los espirituales,los civiles y los militares, los pueblos y losEstados. Esa fantástica proyección explicaque el aborrecimiento unamunesco de losejércitos permanentes sólo se dedicase auno de los contendientes: de un lado, losdistintos pueblos aliados (el pueblo, de-pósito de la intrahistoria, es siempre bue-no), de otro el ejército alemán; por unaparte, los pueblos de las luchas intestinas,(la Francia del affaire Dreyfus, la Inglate-rra de Lloyd George), los pueblos en ar-mas; por otro, la disciplina militarista delEstado alemán. A resultas de esta trans-formación del mito, la guerra con pajari-tas de papel, la infantil pedrea, se convir-tió en revolución; en una revolución in-concreta, hecha de anhelos vagos, de“cosas gordas”, como en Rusia: opresionesterribles, ukases tiránicos, deportaciones.Tragedia era lo que necesitaba el ex rector,aunque hubiera que andar a tiros, y no el

sainete que, según él, era la política espa-ñola. Como confesaba a su amigo Gutié-rrez Abascal, tenía tendencia a confundirlo general y lo particular, como si sus pro-blemas personales fuesen los del universo,“la guerra, por ejemplo, estimando queme la han declarado a mí” (carta del17.4.17). Entre los monstruos que engen-dró la imaginación de don Miguel, el dela guerra civil fue el más terrible de todos.Tendría que venir una guerra civil cruen-ta, una guerra civil de verdad, para que–ahora sí– la venda cayera de sus ojos.

La guerra desde una estrellaConsiderando esta fascinación por la gue-rra y sus virtudes salutíferas, no cabe ex-trañar el que los intelectuales intentaranverla de cerca. En un primer momento, sedesconfió de periodistas y escritores. Co-mo mucho, el paseo bélico rozaba la reta-guardia de los combatientes. Poco pudover, por ejemplo, Blasco Ibáñez después dela batalla de la Marne; “no he podido verla guerra....He visto sus espaldas”. Muypronto, los ejércitos y sus estados mayoresse hicieron más accesibles. Los servicios civiles y militares de propaganda, que noexistían al principio, descubrieron losefectos favorables que podrían tener esosviajes. Las crónicas desde el frente seríandifundidas en los grandes periódicos eu-ropeos y americanos. Escritores prestigio-sos, periodistas de nombradía, convenien-temente seleccionados y autorizados, podrían ser altavoces de mayor resonanciaque los partes de guerra y las noticias ofi-ciales. El intelectual, sin recibir orden alguna, era susceptible de expresar a laperfección los deseos de los anfitriones.

Los viajes de españoles al frente ita-liano se hicieron a iniciativa del embaja-dor italiano en Madrid, el conde Bonin:“muchos españoles aman a Italia como alpaís del arte, de la música y del climaagradable”. Se trataba de que, ahora, loadmirasen también por su poder military sus recursos económicos. El ministroitaliano de exteriores, Sonnino, recomen-dó esta clase de visitas a Salandra, el pre-sidente del gobierno, que asintió a ellas“con el fin de avalorar la importancia denuestra acción militar y hacer más favo-rable a nosotros...la opinión pública es-pañola”. El primer viaje organizado a Ita-lia partió en 1916, formado por Andre-nio, Gustavo Pittaluga, Pérez de Ayala yel periodista Díaz Retg. En sus corres-pondencias, Andrenio se expresaba deforma parecida a la del embajador: “elprestigio artístico de Italia hace que no sevaloren bien otros rasgos de su historia y

de su florecimiento moderno...no sólotierra del arte...sino...gran pueblo quetiene voz y voto en Europa”. El viaje delos intelectuales españoles a los frentes deguerra tuvo algo de viaje iniciático. Pérezde Ayala había hecho gala de opinionesantimilitaristas antes de 1914. Al estallarel conflicto dio cabida en su editorial, labiblioteca Corona, a ciertas publicacio-nes aliadistas. Fue él, sin embargo, quienpresentó la traducción española del librode Romain Rolland, Por encima de laspasiones, Au-dessus de la melée, en 1915;un libro cuyo objeto era mantener el en-tendimiento entre los hombres de culturade todas las naciones combatientes, so-breponiéndose a la pasión del momento.Pues bien, a lo largo de su viaje a Italia(”yo también me voy a la guerra”, anun-ció en 31 de agosto del 16) el novelistaasturiano experimentó una transforma-ción. El sonido del cañón, como una tro-nada distante, le produjo “cierto senti-miento de satisfacción y entusiasmo”.Caminando hacia las trincheras, pudoapreciar el despliegue de la parafernaliamilitar, hombres y máquinas moviéndosesin pausa. Allí le acometió la sensaciónde que había que renunciar a “ciertosprejuicios”; que, visto de cerca, el ejércitopodía ser un “organismo espiritual”, algoelástico y libre, no una fuerza ciega, me-cánica. Él se figuraba por lecturas pasadasque el cuartel era vejatorio para la digni-dad humana; una institución semejanteal presidio. Ahora, al vivir unos días entrelos militares italianos, compartiendo me-sa y emociones, creyó encontrarse en un“gran monasterio” –él, un laico militan-te–, en una residencia consagrada al va-lor. Los oficiales que conoció no respon-dían al tópico del miles gloriosus; al con-trario, eran hombres de elevada culturaespiritual. Entonces le vino a las mientesel libro de Alfred de Vigny, o sea que laservidumbre militar, por ser la supremaabnegación, era también la supremagrandeza. “Este es el viaje más interesanteemocional e instructivo que he hechonunca”, le contó a un amigo. Desde en-tonces, tuvo que hacer raros equilibriospara conciliar su postura nueva y la ante-rior a 1914. Los aliados hacían, sí, laguerra; pero por amor a la paz. El suyoera un militarismo de un tipo especial,un militarismo antimilitarista, pacifistaincluso. “¡Yo le debo a la guerra tantas re-velaciones!”, concluía el novelista.

Manuel Azaña escribe: “nuestro viajedesde Hendaya a París fue como una ini-ciación preciosa”. La “atmósfera moral”contaminó a aquel grupo de españoles

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(Menéndez Pidal, Altamira, Jacinto Octa-vio Picón y él mismo); gentes de estudio lamayoría, severas, poco propicias a las efu-siones sentimentales. “Íbamos a contem-plar con fervor religioso el gran misterio deun pueblo unido hasta la muerte en la de-fensa de una causa justa”. Que un laico amachamartillo como Azaña use la expre-sión “fervor religioso” y “misterio” tiene suimportancia. Claro está que el laicismo te-nía que ser olvidado momentáneamente,por mor de la unión sagrada. Los españolesrindieron visita en esta ocasión al arzobis-po de París, para demostrar que en su apo-yo a Francia no les movía ningún interéspartidista. La llegada a Reims, con su cate-dral mutilada, tuvo asimismo algo de ini-ciación. Las impresiones fueron “las másfuertes de nuestra vida”. También visitaronVerdun, en donde “no se entra sin sufriruna especie de iniciación”, a través del sis-tema subterráneo de defensa y abrigo. Po-dría decirse que la iniciación bélica, real oilusoria, sólo concluyó para Azaña con elfinal de la guerra. En 1917, durante la visi-ta al frente italiano, todavía describía losefectos fulminantes que sobre él causó elpaisaje del lago de Como, “desde mi llega-da al lago he sido otro”.

Esta iniciación, o sea, dejar el estadoanterior para entrar en una condición ra-dicalmente nueva, parecía lograrse a travésdel rito guerrero. La particularidad nota-ble es que el rito bautismal no requería enlos viajeros la efusión de sangre propia. Laproximidad a la batalla, por simbólica quefuese, tenía la virtud de despertar un fon-do dormido, un sí es no es bárbaro y em-briagador. Primero era el lejano retumbardel combate, el cañoneo que no se apaga-ba nunca, ni siquiera en los momentos decalma aparente. Al principio, decía BlascoIbáñez, causa impresión el estruendo, lue-go se acostumbra uno; “el suelo parecetemblar a lo lejos con blancas palpitacio-nes; algo semejante al aleteo de una bandade mariposas que se hubiese posado sobrelos surcos”. Luego viene la visión directade las trincheras, mareante ir y venir sinrumbo aparente desde los ramales deaproximación hasta las primeras líneas.Desde aquí se podía imaginar la guerra real: fango, alambradas, disparos y explo-siones. La existencia diaria del hombre alacecho. Blasco Ibáñez se enardecía al ad-vertir el estallido de un obús en las líneasenemigas: “experimento una impresión dealegría animal. ¡Qué espectáculo tan inte-resante!”. A punto estuvo de disparar élmismo contra los alemanes; vio un fusilapoyado en su aspillera, y el oficial francésque le guiaba se lo ofreció con el gesto:

“no, no tiro....yo soy ciudadano de un paísneutral”. ¡Menos mal!

Esa sensación de vitalidad redoblada,de entusiasmo, la sintieron nuestros viaje-ros, de uno u otro modo. A Pérez de Ayalale latían las sienes al subir a las crestas delCarso; un sobrante de energía que necesi-taba ser empleado: “me entra la tentaciónde sentar plaza como soldado raso alpino”.El alpino Ayala. Ramiro de Maeztu visitópor vez primera el frente inglés en el vera-no de 1916, a raíz de la batalla del Som-me. Pasó encogido la travesía por el canalde la Mancha, con el vago temor de queun torpedo alemán acabase de mala mane-ra con la aventura. En la tierra castigadapor las bombas, la impresión fue muy dis-tinta, de “alegría”, de “dilatación”, “no setiene otro deseo que el de adelantarse”. Elsentimiento era primitivo, y Maeztu notenía inconveniente en reconocerlo. Pese aello se notaba como en el centro del mun-do, como si en esos momentos su volun-tad marchase al mismo son que la historia.Digamos, de paso, que de todos los co-rresponsales y viajeros españoles, Maeztufue el único que vio la guerra de cerca, ysu horrible secuela de cuerpos mutilados oen descomposición; ello tuvo lugar en1918, cuando seguía el avance inglés portierras de Bélgica.

A pesar de su ardor guerrero, los inte-lectuales no pusieron en riesgo sus vidas.Su viaje se parece mucho a una excursión,una “escapada” dice Azaña, antes que a unamisión informativa de modernos corres-ponsales de guerra. Se dirigen, o son dirigi-dos, a sectores en calma, cuidando muchoque sus personas no sufran daños. Cuandomás, se les hace presenciar una escaramuzaa distancia conveniente. La mayoría se traede vuelta algunos souvenirs o trofeos irriso-rios: balas, cascos de acero, cristalitos de lasvidrieras de la catedral de Reims y hastabarro, el barro sagrado de las trincheras deVerdun. Visión tan indirecta propicia rela-tos embellecedores, que orillan todo lo feo,sucio y espantoso de la guerra moderna. Escuriosa, por inverosímil, la descripción quehace Rafael Altamira de una trincherafrancesa: “es un sitio limpio, sin un papelen el suelo, sin inmundicias y sin nada queacuse falta de diligencia ni de cuidado. To-do está perfectamente dispuesto y el pro-blema de las letrinas se ha resuelto a fuerzade desinfectantes.....Tampoco existe oloralguno en los dormitorios y ha desapareci-do la impresión de la humanidad hacina-da”. ¡Preocupación institucionista por lahigiene! La guerra podía ser limpia. Lim-pios los hospitales de campaña que vioMaeztu; hermosos jardines y recintos para

convalecientes. Los cirujanos reparandomutilaciones faciales con la facilidad de unalfarero. Soldados cuya cabeza es una enor-me bolsa de pus, sin nariz y sin rostro, quesonríen ante la perspectiva de su inmediatareconstrucción. Como si la habilidad o elartificio fuese capaz de mitigar el horror.

Limpia la guerra y, además, bella. Laguerra, sobre todo la guerra industrial,hecha con máquinas modernísimas, ofre-cía impresiones insólitas. Enormes carrosde asalto que tenían cierto carácter poéti-co, el de una edad pretérita que hubieraresucitado a los ictiosaurios. Escenas de laguerra aérea novísima. Pedro Salinas miróen la noche oscura de París los haces deproyectores, “angustiosos brazos de luz”,las “estrellas” móviles de los aparatos y unruido de motores: aeroplanos de luminosacola, como si fueran cometas; comparócon emoción pura de poeta la guerra pri-mitiva, homérica, con la guerra moderna.Maeztu acertó a ver los zeppelines desdeun café, cerca de Picadilly Circus: “en loalto surcan los reflectores eléctricos el azulnegro del cielo londinense, y en lo más al-to de los blancos reflejos ¡allí están! ¡doszeppelines!....Yo me los figuraba tal comolos había visto en Berlín: grandes cigarrosde un color ocre. Pero eran, al contrario,muy lindos. Dos sombras de un gris páli-do y plateado, que flotaban en el extremode los reflectores como las polillas de estasnoches de otoño...Retumban los cañona-zos. Las granadas van marcando en el cie-lo líneas luminosas....¡Bang! ¡Bang!...Yluego, el resplandor rojo, enorme, sobrela silueta de los edificios, al ser alcanzadouno de los ingenios”. Maeztu sentía, co-mo muchos de sus colegas, la tentaciónde la literatura; una tentación que a me-nudo no podía satisfacer desde su profe-sión de cronista político. Literaria es sudescripción de un combate aéreo sobre elcielo de Francia, en 1918: “la luna está encreciente, pero esparce abundante luz deplata sobre el sereno cielo azul. No hayviento. Noche de estío en plena primave-ra”. Y luego sigue el zumbido de un aero-plano, el estrépito de las ametralladoras,las luces blancas en lo alto, etc. El paisajebélico está como transfigurado. En lasruinas de las ciudades francesas, Azañacreía entender un lenguaje de epopeya;los escombros de Verdun, a la luz de unatarde de otoño, tenían una “belleza tor-va”, nada melancólica. La guerra, qué du-da cabe, podía ser hermosa. Sobre todo siuno no se acercaba demasiado a ella. Azo-rín, algo más tímido que sus colegas, nopasó de París. Allí vio lo que parece ser unamago de lucha aérea:

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“volví a la calle; el ruido de la artillería –comouna tronada pavorosa– seguía tan intenso comoantes. Los trazos luminosos de los reflectores conti-nuaban explorando el cielo. Surgían los puntitosluminosos de las explosiones. Y como el volar deuna enorme abeja, ronroneaba el ruido de los mo-tores. Vi ya bastante con lo visto, subí a mi cuartoy me acosté”.

¿Y Unamuno? El también viajó a Ita-lia, en compañía de Azaña, Américo Cas-tro, Luis Bello y Santiago Rusiñol. Perotan sólo escribió dos artículos sobre la ex-periencia. Habla de “reconquista espiri-tual” italiana, cuyo espíritu iba siendo ab-sorbido poco a poco por el espíritu tudes-co. Nada, pues, de combates ni de paisajestransfigurados. En sus artículos define alCadore como el Tirol austríaco y llamaserbios a los eslovacos. Lo suyo era, en to-do caso, los paisajes del alma y el combateinterior. Sabemos que no paró de discutirde filología con don Américo; que no sedignó echar una mirada a la catedral deMilán y que recitaba a Leopardi a los fran-ceses y a Baudelaire a los italianos, eternoespíritu de contradicción. Azaña subió enavión, por primera vez en su vida; peroUnamuno bendecía la tierra que pisaba.En el lago de Como, los viajeros fueronagasajados por una ilustre familia italiana,los príncipes de Borromeo; il professoreUñamucco permaneció ajeno a las atencio-nes, sentó a los hijos de la familia sobresus rodillas y se puso a hacer pajaritas de

papel (C. Rivas Cherif: Retrato de undesconocido, Madrid, 1979. Vincenzo deTomasso: Unamuno in Friuli, Udine,1984)

La ilusión de ser un combatiente másse ve corroborada por los arreos guerrerosque visten nuestros intelectuales. Se retra-tan con polainas, chaquetones y gruesasbotas y hasta cascos o “capacetes”, comolos llama Azaña. Los ingleses proporcio-naron a Ramiro de Maeztu un uniformeimpecable de oficial, y al entrar en Liejase siente aclamado por la población. Losintelectuales españoles, muchos de ellos,vistieron el uniforme hasta para escribir.Su descripción de la guerra, idealizada como es, cae a veces dentro de la propa-ganda más estereotipada y burda. Losunos son combatientes por la libertad y la democracia. Los otros son agentes de labarbarie y el despotismo. La credulidad essorprendente. Gómez Carrillo recogepuntualmente todo lo que le cuentanacerca de los alemanes: gentes que necesi-tan del alcohol para combatir, tan cruelescomo para atar a los servidores de unaametralladora a su cureña. Blasco Ibáñezse hace eco de la cobardía, del deseo deentregarse prisionero del soldado alemán,cuando no está bajo el látigo de los oficia-les. El primer grupo de escritores españo-les que visitó Italia divulgó una leyendasobre las cachiporras austríacas. El gober-nador italiano de Gorizia mostró a sus

huéspedes una maza de gruesas puntas,con tres argollas de hierro, presuntamentedestinada a rematar a los heridos; unamaza a la que, para mayor verosimilitud,se le había colocado un lacito con los co-lores austriacos. “Esta maza”, escribe An-drenio, “tiene algo de bárbara, primitiva,que repele”. Gustavo Pittaluga dice quehabía centenares de mazas como aquella.La imaginación de Pérez de Ayala, alpinohonorario, termina de adornar la historia.El hallazgo de aquellas porras singularesse habría producido “en ciertas profundascavernas”. De su uso no se podía tenerdudas, pues había manchas de sangre enellas. Ninguno de los expedicionarios es-pañoles aludirá siquiera al desastre de Ca-poretto. Azaña estuvo en Italia pocas se-manas antes de la ofensiva austríaca. Lascrónicas de su viaje se interrumpen justa-mente con el desastre italiano. Ocupadocomo estaba en mostrar, en admirar másbien, la holgura, robustez, inspiración, facilidad –todos los elogios son suyos–, el perfecto dominio que sobre la guerratenían los italianos, el mentís era dema-siado evidente. Da la impresión que nues-tros excursionistas sabían de antemano loque iban a encontrar; que la proclamadainiciación –bautismo sin sangre– era ficti-cia. Ellos venían a alabar y maravillarsepor unos logros que comparaban ventajo-samente con el atraso de la triste y espa-ciosa España. O bien, como il professoreUñamucco, a confirmar una idea provi-dencialista de la historia, la eficacia reden-tora del dolor: “me dolía oírles hablar elaño pasado, antes de la catástrofe de Ca-poretto, que limpia el alma nacional detorpezas imperialistas, o mejor austriacan-tes, me dolía oírles hablar con desdén delas nacionalidades pequeñas. Hablandode Grecia, de Serbia, decían invariable-mente: c´ è finito. Al fin han reconocidosu error” (Iberia, 28 sept. 1918).

Guerra de papelLa guerra vicaria que libraron los intelec-tuales españoles fue, en buena parte, unaguerra de papel. Una guerra –negro sobreblanco– hecha desde las columnas de losperiódicos y revistas españolas, La mayoríade ellos eran periodistas de profesión obien, como el caso de Unamuno, obtienenparte de sus ingresos de las colaboracionesperiodísticas. La prensa española era fami-liar, de partido; sus tiradas eran cortas,comparadas con la prensa europea y algu-nos diarios hispanoamericanos. A decirverdad, tampoco era muy limpia. La gue-rra afectó a la prensa de varias maneras:negativas unas, como el encarecimiento

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vertiginoso del papel y la disminución dela publicidad, que representaba alrededorde la mitad del precio de venta. La reper-cusión positiva residía en el interés del pú-blico por el conflicto. En todo caso, el au-mento de lectores no podía compensar elaumento de costes. Pero he aquí que seprodujo el milagro. Durante la guerra nodesapareció prácticamente ningún perió-dico. Lejos de ello, se crearon otros nue-vos: El Día, La Nación, El Sol, El Fígaro;se revitalizaron otros como El Parlamen-tario o España Nueva, que eran antiguosperiódicos “sapos”, y hubo una insólitafloración de semanarios: España, Los Alia-dos, La Razón, Los Comentarios, Renova-ción, etc. nunca habían estado los quios-cos españoles tan abarrotados como entonces. El milagro de que la prensa es-pañola se mantuviera y prosperase tantoentre 1914 y 1918 sólo se explica por lafinanciación oculta que recibieron de lasnaciones contendientes. Directores dediarios, periodistas bohemios, formaronel contingente principal de la aliadofilia.Algo parecido, aunque en mucha menorescala, puede decirse de sus antagonistasgermanófilos. Los dineros aliados empe-zaron a circular muy pronto. Los madru-gadores fueron las compañías que explo-taban recursos españoles. Según los infor-mes ingleses, estas compañías habríanempleado selectivamente cinco millonesde pesetas en el primer año de guerra,subvenciones que se disfrazaban comopublicidad impresa. Tenemos noticia deuna relación estrecha entre la Río TintoCo. y el diario El Mundo. Las compañíasPeñarroya y RCAM, de capital franco-belga, emplearon entre el 15 de enero y el19 de marzo de 1918, 688.975 pesetas ensubvenciones a políticos y periodistas; po-líticos entre los que destacaba AlejandroLerroux. También intervinieron prontolas embajadas que, al menos desde 1915,proporcionaron subvenciones regulares ala prensa española. Los Ministerios de Ex-teriores tardaron algo en organizar agen-cias especializadas, como la Maison de laPresse francesa, o en poner en planta unared de agentes y delegados destinados alos servicios de propaganda. Puede decirseque los servicios ingleses y franceses esta-ban ya configurados en la primavera de1916, al cuidado respectivamente de JohnWalter y Leon Rollin, buenos conocedo-res del mundo periodístico español. Unatercera forma de financiación, nada des-deñable, es la que llevaron a cabo las co-munidades de residentes en España, coor-dinadas a veces por los respectivos cónsu-les. Es el caso de la revista Iberia,

subvencionada enteramente con fondosde los residentes franceses en Barcelona; odel periódico Las Noticias, sufragado porla colonia franco-inglesa de Las Palmas. Aconsecuencia de esta masiva intervención,los grandes diarios españoles El Imparcial,El Liberal, La Epoca, La Correspondenciade España gozaron en distinta cuantía deaportaciones aliadas; ello sin contar conlas que procedían del fondo de reptilesdel gobierno español. También fueronsubsidiados los diarios provinciales y departido: El Diario Universal, El País, ElDiluvio, La Voz de Guipúzcoa, El Mercan-til Valenciano, El Cantábrico. Los subsi-dios podían llegar bien a través del sumi-nistro de noticias, fotografías o caricatu-ras, bien de artículos directamenteredactados por los servicios de propagan-da; ya por adjudicación de la publicidad,ya por asignaciones mensuales. Sólo enun caso se dio el control completo de unperiódico, El Parlamentario, dirigido porLuis Antón del Olmet; un bohemio deguante blanco, maurista, datista, germa-nófilo hasta 1915 y luego agente muy es-timado por los ingleses, siempre al servi-cio del mejor postor, dando bandazossiempre por lo que llamaba “los azares delvivir”. También existieron asignacionesdirectas a periodistas, como Luis Bello,Salvador de Madariaga o Luís Bagaría; osubvenciones para gastos de edición ocompra de libros y folletos: Dos idealespolíticos de Luis Araquistáin, para la Bi-blioteca Corona de Pérez de Ayala, En de-sagravio, del carlista Melgar; Un españolprisionero de los alemanes de Valentín To-rras, o los cien mil ejemplares del mani-fiesto de la Liga antigermanófila. Maeztu,Unamuno, Araquistáin, Pedro Salinas,tradujeron o prologaron obras de Toyn-bee, Chesterton, Durkheim para las casaseditoriales Bloud y Gay o Nelson. Losaliados tomaron a su cargo varias revistas,entre ellas España, primero los ingleses,luego franceses, italianos e incluso los bel-gas a través de directas entregas de dineroo suscripciones. En febrero de 1917, losservicios de propaganda franceses gasta-ban 135.000 pesetas al mes en la prensaespañola. Los ingleses, más parcos o me-jores administradores, dedicaban en lasmismas fechas 32.000 pesetas. mensualesen subvencionar a ocho periódicos; perohicieron importantes desembolsos pararenovar la maquinaria de La Correspon-dencia de España, o auspiciar las operacio-nes barcelonesas que afectaron al cambiode propiedad de La Tribuna y El DíaGráfico (“A short report...” y “The press”,FO, 395/117 y 321/16009). Incluso los

italianos destinaban una pequeña canti-dad, 14.000 pesetas. mensuales, para gas-tos de propaganda.

“El año que acabó –1915– ha sido elmás próspero de todos”, escribe Unamunoa Matilde Brandau de Ross: “Mis asuntosvan bien. Tengo todo el trabajo que nece-sito”. Como es sabido, eran muchas yconstantes las inquietudes pecuniarias dedon Miguel. La familia numerosa, los es-tudios de los hijos, los gastos que suponíala redención del servicio militar. La situa-ción fue desahogada en los años de la gue-rra. Las colaboraciones periodísticas au-mentaron: a las ya habituales de El Impar-cial de Madrid, La Publicidad deBarcelona y La Nación de Buenos Aires, seunieron las del diario El Día y las revistasEspaña, La Semana e Iberia. Hubo mesesen que salió a quince artículos. Su campa-ña aliadófila le sirvió para ser más y mejorconocido en otros países. En 1916 llega-ron propuestas de traducciones al francés.En italiano andaba ya la mitad del Senti-miento trágico. A otro corresponsal le dice:“la actitud franca que he tomado en estode la guerra me ha servido de no poco”(Epistolario americano, Salamanca, 1996).El caso de Unamuno se parece a los deotros intelectuales españoles. Quizá tengaalgunas peculiaridades. Una es la maneraen que cohabitan en don Miguel la prédi-ca milenarista y una escrupulosa contabili-dad; la íntima tragedia y la cuidadosa pla-nificación de su carrera literaria, el afán desinceridad y el artificioso cultivo de unaimagen de perseguido. Otra es que unaparte significativa de esos artículos fueronpublicados en El Día, diario fundado bajola inspiración de Niceto Alcalá Zamora;un diario de orientación francamente ger-manófila. Unamuno conocía perfecta-mente la significación de este diario. Dehecho, reservará para él las colaboracionesque trataban de política interior española;su animadversión al conde de Romanonesse sumó por paradoja a la campaña desen-cadenada por la prensa partidaria de Ale-mania. Sus colaboraciones, iniciadas en1916, se prolongaron hasta el verano de1918, pocas semanas antes del armisticioy, se supone, en el momento en que F.Melgarejo, gerente de El Día y de otraspublicaciones germanizantes como LaNación, o su director nominal, GómezHidalgo, dejaron de recibir las subvencio-nes alemanas a través del Banco AlemánTrasatlántico. Los nombres de Melgarejo e Hidalgo, miembros del hampa periodís-tica, aparecen a menudo vinculados a loshermanos Mannesman, financieros alema-nes; a los Mannesman se dirigieron des-

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pués de la guerra los trabajadores del pe-riódico en quiebra. Que sepamos, Una-muno no hizo referencia a la manera enque podían conciliarse su exaltada aliado-filia y los comentarios en un órgano tanseñalado como El Día.

El panorama de la aliadofilia españolaes más complejo que la genérica adscrip-ción al liberalismo y a las izquierdas: re-publicanos, socialistas, intelectuales; laque se llamaba a sí misma España nueva oEspaña vital. Lo mismo cabría decir de lagermanofilia con respecto a cualquiera delos mismos que suelen oponérsele: milita-rismo, autoritarismo, clericalismo, etc.; lavieja España en resumen. Hubo una mi-noría de intelectuales germanizantes, JoséMaría Salaverría, Jacinto Benavente, Ri-cardo León o Pío Baroja, por motivos dis-parejos, ya el nacionalismo, el futurismo,o la admiración por la ciencia alemana.Baroja veía en el triunfo de Alemania na-da menos que la derrota del catolicismo.En el campo germanófilo formaron repu-blicanos como Soriano y su periódico Es-paña Nueva. En cambio, miembros de laaristocracia como el duque de Alba, Alca-lá Galiano o el marqués de Valdeiglesiascon el influyente diario conservador LaEpoca, formaron entre los aliadófilos. Porlo que toca al ejército, no es lo mismo LaCorrespondencia militar que Ejército espa-ñol, subvencionado este último por los in-gleses. Misiones militares españolas visita-ron como observadoras unos y otros fren-tes. El general Berenguer, por poner uncaso, hizo gala de simpatías aliadas. Laaparición de las Juntas de Defensa en ju-nio de 1917 introdujo nuevas divisionesentre los militares. También el carlismo sedividió ante el conflicto: Francisco Mel-gar y el propio don Jaime, por no citar aValle Inclán, se decantaron por el bandoaliado; El Correo español, del lado germa-no. Entre los liberales dinásticos se pro-dujo una escisión. El conde de Romano-nes inició gestiones diplomáticas para laentrada de España en la guerra, entre fe-brero y marzo de 1917, y ello le costó sinduda la presidencia del Consejo y la jefa-tura del partido. Alcalá Zamora era favo-rable a los imperios centrales. A su vez,Antonio Maura defendió la neutralidadde España en resonantes actos públicos,pero las reacciones de sus oyentes, aplau-diendo los párrafos menos favorables aInglaterra y a Francia, demuestran que elmaurismo era germanófilo. La jerarquíacatólica, a través de su diario oficioso ElUniverso, muestra posiciones bastantematizadas. Las misiones católicas de pro-paganda, encabezadas por monseñor Bau-

drillart y Jean Gaillard a lo largo de 1916,se hicieron eco de la buena acogida querecibieron en España y del funcionamien-to de varios comités católicos de propa-ganda. Publicistas católicos como Severi-no Aznar o Salvador Minguijón simpati-zaron con los aliados. El PSOE pasó deuna condena global de la guerra capitalis-ta a una neutralidad que unas veces se de-cía “idealmente intervencionista” y otrasno era tan ideal: “El pueblo español ex-presa más que su deseo, su decisión de in-corporar en la realidad nacional el espíri-tu revolucionario de la guerra”, así celebróEl Socialista el mitin de las izquierdas;aún así una minoría representada por Sa-borit, García Cortés o el doctor VerdesMontenegro mantuvo su condena de to-dos los beligerantes. Hasta los anarquistasse dividieron entre aliadistas como Fede-rico Urales y germanistas de convenien-cia, en Barcelona sobre todo, que no du-daron en aceptar alguna que otra subven-ción alemana para sus propósitossubversivos. El nacionalismo catalán, lasizquierdas catalanistas sobre todo, demos-tró una francofilia estridente; pero su ide-al, su sueño quizás, era una Cataluña libreno una España renovada; su ideal era ilus-trado por los artículos y dibujos de Iberia,que cantaban las virtudes de la raza (losde Rovira y Virgili), elogiaban a los vo-luntarios catalanes como núcleo de un fu-turo ejército liberador o vestían a Joffre–catalán del Rosellón– con la barretina,cierto adminículo cortante en la mano, yla leyenda bon cop de falç.

En síntesis: más que dividirse en dosbandos, España apareció en los años de lagran guerra como una nación políticamen-te fragmentada; con divisiones que pasabana través de partidos y organizaciones. Laaliadofilia de los intelectuales, sin embargo,interpretó la guerra europea a la manera valleinclanesca, desde una estrella; y bienpudiera decirse lo mismo en lo tocante a lapolítica interior española. Los gobiernosconservadores o liberales, lo mismo Eduar-do Dato que Romanones o García Prieto,se mantuvieron como pedía Azaña, fieles asus compromisos internacionales. La neu-tralidad española fue harto benevolente pa-ra los aliados. Y así lo interpretaron las di-plomacias de Francia, Inglaterra e Italia. Es-paña desempeñó un papel importantísimo(así lo califican los informes técnicos fran-ceses), aún por evaluar, en el esfuerzo deguerra realizado en el frente occidental: ma-terias primas como plomo, hierro, piritas,tungsteno y otros minerales; fuerza de trabajo ( 200.000 personas en 1917), uni-formes, animales de tiro, armas y cerca

de tres mil combatientes fueron a parar ex-clusivamente a Francia (Guerre 14-18, Es-pagne, vol. 483). La pretensión de conver-tir la propaganda aliadófila en agitación re-publicana o socialista (esa “bendita” guerracivil por la que suspiraba Unamuno) fuedesaprobada con energía por la diplomaciay los agentes aliados. Huelgas como la de1917 ponían en peligro el esfuerzo de gue-rra, cosa mucho más valiosa para los paísescombatientes que las disputas internas. Losaliados consideraron que la continuidad dela monarquía era garantía de estabilidadpolítica. Además, de haberse llevado a efec-to el intervencionismo más o menos sola-pado de los intelectuales españoles, su envi-dia de la guerra ajena, lo probable es queello hubiera significado menos la guerra ci-vil y la caída de la monarquía que la des-composición del Estado español.

Manuel Azaña fundaba su conferenciasobre los motivos de la germanofilia en ar-gumentos morales de gran pureza, en lademocracia, la justicia o la conciencia uni-versal. Lo mismo hará Unamuno con sudefensa de la libertad humana, o sus ape-laciones a la civilización cristiana y occi-dental. La política, decía Azaña, era otracosa. La política no se hacía desde el Ate-neo. Tampoco debía hacerse, decimos no-sotros, desde los mitos y reconcomios delex rector de Salamanca. Antonio Machadoacuñó en esta época una frase celebre: “nopueden las ideas brotar de los puños”. Al-go que ni Azaña ni Unamuno, sobre todoUnamuno, debieron olvidar jamás. n

Nota bibliográficaEl lector interesado puede encontrar las referenciassobre la actitud de los intelectuales europeos antela Gran Guerra en:

MARIO ISNENGHI: Il mito della Grande Guerra, Bo-lonia, 1989.

J.J.BECKER, STEPHANE AUDOIN-ROUZEAU: Les so-ciétés européennes et la guerre de 1914-18, París,1990.

CHRISTOPHE PROCHASSON, ANNE RASMUSSEN: Aunom de la patrie. Les intellectuels et la premiére gue-rre mondiale (1910-1914); París, 1996

PAUL FUSSELL: The Great War and modern memory,Londres, 1975.

ROLAND STROMBERG: Redemption by war, Kansas,1982.

PAUL AUBERT: “La propagande etrangère en Espag-ne pendant la première guerre mondiale”, en Espa-ñoles y franceses en la primera mitad del siglo XX,Madrid, 1982.

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Javier Varela es profesor de Historia del PensamientoPolítico. Autor de Jovellanos y La muerte del rey.

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ANTE LA TREGUA DE ETAUna reflexión criminológica y victimológica

ANTONIO BERISTAIN

A los ciudadanos de Ermua, en homenaje agradecidopor su impar ciudadanía responsable ante la macrovic-timación terrorista de ETA, ante el bestial asesinato de Miguel Ángel Blanco.

l hacerse pública la tregua de ETA,el 18 de septiembre de este año1998, comprendí que se inicia una

época nueva, y decidí dedicar estas pági-nas, con profundo afecto, a las víctimasdirectas e indirectas de ETA: las ochocien-tas diez asesinadas y muchas más, en el Pa-ís Vasco y en toda España. Y también, pe-ro en tono distinto, a sus victimarios. Aellas y a ellos, con la esperanza y la ilusiónde que empiecen a convivir y trabajar jun-tos, unidos -pero no confundidos-, cons-cientes de su cualidad de acreedores ydeudores. Y de su insustituible protagonis-mo, partenariado, como recreadores de laciudadanía fraternal.

Estas víctimas ( a las que una vez máspido que en las tres capitales vascas se eri-jan monumentos públicos que les honrenperpetuamente) son ante todo acreedorasde que los victimarios les reparen los gra-vísimos daños que les han causado. Tie-nen derecho fundamental a su idemniza-ción completa. Son también, aunque engrado menor, deudoras de alguna com-prensión y de algún perdón hacia los auto-res de tan trágicos delitos de terrorismo.

A estos victimarios, lógicamente, lesconsidero obligados a reparar efectiva ytotalmente a sus víctimas directas e indi-rectas. Pero, dada su inherente indestructi-ble dignidad como personas (aunque ellosquieran, no la pueden aniquilar), tambiénhemos de considerarlos merecedores derespeto e incluso de más o menos perdón, si cumplen determinados requisitos ele-mentales. Ese perdón encuentra serios lí-mites que ni el juez ni las víctimas puedenolvidar-superar . Como atinadamente es-cribe el jesuita José María Tojeira, ex pro-vincial para Centroamérica: “el acusado y

convisto debe dejarse perdonar. Reconocersu culpa, reparar, o estar dispuesto a repa-rar, en la medida de lo posible, el dañocausado, y asumir algunas consecuenciasde tipo penal precautorias, serían las con-diciones que indicarían que la persona es-tá dispuesta para el perdón. Y, por supues-

to, realizando este proceso ante la autori-dad legítima” (Verdad justicia y perdón,en Eguzkilore, Revista del Instituo Vascode Criminología, San Sebastián, Núm.11, diciembre 1997, 251-265)

Ojalá la tregua abra puertas nuevas ennuestro País Vasco: que nuestros centros

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A

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docentes intensifiquen (o inicien ) la pe-dagogía de la cultura de la paz, que cier-tos medios de comunicación y determina-das judiciales superen el síndrome de Es-tocolmo para descubrir-describir laverdad. Por fin, que los corazones de to-dos se transformen en manantiales de po-esía y música agápica.

A. La libertad aboca a la responsabilidadAquí y ahora nos preocupa el ciudadanolibre-responsable hoy y mañana. SegúnXavier Zubiri, la persona es libre sólocuando esa libertad la ejercita para vincu-larse en servicio de alguien y de algo. Poreso habla “de la libertad entendida comoautodeterminación en el orden de lo mo-ral” (231), y del poder de lo real que “vin-cula a los hombres entre sí”. Estas realida-des nos sugieren dos imperativos categóri-cos desde las ciencias que profeso: elDerecho penal, la Criminología y la Vic-timología.

El primero para propugnar que laciudadanía responsable, ante la actual ma-crovictimación, mantenga en vigencia laresponsabilidad penal, a pesar de las ten-dencias abolicionistas; y, por otra parte,para que, ante los graves abusos del Poderjudicial de ayer y de hoy, introduzca radi-cales reformas humanitarias en el Dere-cho penal, iniciadas ya por el marqués deBeccaria y los Ilustrados.

El segundo imperativo reclama que selogre una transformación binaria: que laciudadanía se convierta en partenariado,con todo lo que puede implicar de nueva einnovadora fraternidad; y que las respues-tas de la Administración de Justicia se for-mulen menos en sanciones privativas de li-bertad de los victimarios, y más en sancio-nes reparadoras/recreadoras de las víctimas,llevadas a cabo por los victimarios, encuanto sea factible. A continuación co-mento brevemente estos dos temas.

A. 1. El ciudadano obligado a responder ante el juez“Haber fallado es la manera más intensade comprender la responsabilidad –si unoes capaz de abrirse a ella plenamente y sinexcusas– como responsabilidad de unomismo”. Václav Havel (303).

Todos sabemos que el ciudadano noestá obligado a responder a las preguntasque le formule el juez y/o el fiscal; él puedeguardar silencio. Pero no olvidemos que síestá obligado a responder de sus hechos de-lictivos. Con otras palabras, está obligado allevar a cabo las “respuestas” (las sanciones,las restituciones, las reparaciones y las in-demnizaciones) que le imponga el Juez.

Al conocer, personalmente y por losmedios de comunicación, las enérgicas ydoloridas protestas de seis millones deciudadanos en Ermua, en España y fuerade España (los días siguientes al asesinatode Miguel Ángel Blanco, el 12 de julio de1997) contra la criminalidad organizadade ETA (y de quienes les apoyan, directae indirectamente); al conocer los crímenescontra la humanidad en la ex Yugoslavia yen otros países, no podemos menos deproclamar que también en el siglo XXI lacivilidad implica responsabilidad penal,implica que el ciudadano infractor mere-ce sanciones por sus delitos.

Ante el terrorismo de ETA, muchaspersonas (sobre todo, en el País Vasco) semuestran partidarias de considerarlo co-mo un mero conflicto más que como unacriminalidad organizada terrorista que,además de aterrorizar a millones de perso-nas, produce gigantescos injustos enrique-cimientos económicos de los victimariosy las correspondientes ruinas económicasde las víctimas.

Aunque parezca y sea absurdo, pocasfechas después del impar y universal gritocontra el terrorismo de ETA, en julio de1997, personas e instituciones (políticas,religiosas, etcétera) dignas de considera-

ción propugnan, públicamente, una ne-gociación entre los de ETA y el Gobiernode Madrid, como si de un mero conflictoentre esas dos partes se tratase. No caenen la cuenta (o no lo dicen, por el síndro-me de Estocolmo o por otros motivos másturbios) de que, sobre todo, hay otra parte–miles de víctimas directas e indirectas–y, de que se trata de una criminalidad queestá aterrorizando a millones de personasdesde hace muchos años. Está pisoteandolos principios más elementales de la de-mocracia, de la libertad y de la justicia.(Beristain, 1997, 2; 1998, 229 ss.).

Algunos argumentan que no debeconsiderarse delito porque emerge desdeciertas situaciones injustas históricas. (Algosimilar pensaban miles de alemanes, entiempo del nazismo hitleriano). Ignoranque los delitos, en general (principalmentelos delitos contra la propiedad que llenannuestras cárceles), emergen desde estructu-ras sociales injustas. Si tales innegables an-tecedentes pudieran aducirse como causade justificación o de atenuación, las prisio-nes estarían vacías. Desde siempre, todoslos países mantienen, reelaboran y aplicancódigos penales que niegan tal vigencia ex-culpatoria a esas injusticias históricas. Elhambre que sufrieron los abuelos ya falleci-dos no permite que los nietos roben ahora.En nuestro caso, no cabe hablar del hurtofamélico, y se rechaza tajantemente la pos-tura de quienes consideran al criminal“menos culpable que a la colectividad”; dequienes malinterpretan el principio de laresponsabilidad universal compartida.

Cada día resulta más carente de argu-mentos, más extraño y más perjudicialque en el País Vasco haya partidarios deque, si los miembros de ETA entregan lasarmas, se les debe amnistiar. La amnistíadel año 1977 no puede repetirse 20 añosdespués, por mil razones y también por-que vivimos en circunstancias cuantitativay cualitativamente distintas.

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Ante otras infracciones, muchas per-sonas se plantean y resuelven el problemacon más sensatez. Así, por ejemplo, losmedios de comunicación coinciden enconstatar que todos los ciudadanos consi-deran que los casos de pederastia que sehan hecho públicos, recientemente, enBélgica, en Sevilla y (julio de 1997) enBarcelona, deben sancionarse en y con elCódigo penal. Se duda y se discute si tal ocual persona ha realizado esos delitos (na-die los califica como meros “conflictos”)que se le imputan; pero no se duda que, silos cometió, debe cumplir la sanción co-rrespondiente. Y debe reparar los perjui-cios causados a las víctimas. Lo mismo ymás se dice, lógicamente, de Pol Pot, elgenocida de Camboya. Todos los ciudada-nos proclaman que esas conductas mere-cen una sanción penal (y ésta debe iracompañada con otras diversas medidasde política social, pedagógica, etcétera);que no es un mero conflicto; que no cabeamnistía, ni “negociación inter pares” conel Gobierno.

Algunas personas que se dicen noabolicionistas, lo son en la práctica, enga-ñados por una concepción errónea de lamoral cristiana y cívica, como indica J. P.Morin (174). Por ejemplo, las personas einstituciones religiosas y caritativas y polí-ticas de extrema derecha que ayudaron ahuir de la policía y de la justicia a miles deantiguos Schutzstaeffel (SS), criminales deguerra como Mengele el siniestro médicode Auschwitz, Klaus Barbie, el verdugo deLyon, Henri Muller el directivo de la Ges-tapo, etcétera. También se han dado casossimilares, y se dan todavía hoy en el PaísVasco, respecto a asesinos de ETA. Quizáeste talante de ignorante anarquía seudo-cristiana o de preilustración encuentre suorigen y su dinámica en el desconoci-miento de la Aufklärung y/o en algunos li-teratos; por ejemplo, en Gabriel Aresti,cuando escribe “defenderé la casa de mipadre contra la justicia”. Muchas personasleen estos versos al pie de la letra, sin des-codificarlos, sin “ilustrarlos”, sin entendersu simbolismo, sin saber que nuestra justi-cia, la humana, es algo pactado entre loshombres, necesario, y que hemos de respe-tar y cultivar. Podemos criticarla; pero,nunca luchar contra ella.

A todos los ciudadanos, a unos másque a otros, nos compete afirmar la“amarga necesidad” de la sanción punitivaimpuesta a través de un proceso respetuo-so de las garantías jurídicas (E. Gimber-nat). No cabe el silencio ante las vocesque, acá y acullá, se oyen pidiendo la leydel “punto final” o la amnistía de los te-

rroristas si se comprometen a dejar las ar-mas. El silencio ante casos extremos decriminalidad puede considerarse delito decomisión por omisión, delito de prevarica-ción. A eso se refieren los obispos católicosy los protestantes, de Alemania, cuandopiden pública y repetidamente perdón porsu comportamiento durante los años delnazismo, del holocausto, hitleriano.

Como escribió Cicerón, ubi societas ibiius, donde hay ciudad hay Derecho. Y,donde hay delincuencia hay Derecho pe-nal. Pero, como veremos a continuación,éste debe reestructurar sus coordenadas vin-dicativas, debe respetar a todo ciudadano.

A. 2. El juez obligado a respetar al ciudadanoEl marqués de Beccaria no cayó en el ex-tremo de negar la exigencia de la pena paralos autores de los delitos, pero protestócontra el talante expiacionista de los sacer-dotes y los jueces de los pueblos primitivos(primos hermanos de los terroristas dehoy) y también contra el sistema judicialinquisitorial y de las monarquías absolutasy del Derecho penal católico.

Los herederos y superadores de la Ilus-tración rechazamos al juez y al magistradoque juzga y condena en nombre de Dios.Beccaria, ya en el año 1764, había critica-do y rechazado con sumo acierto que elCódigo penal deba atenerse y someterse alos criterios de la Iglesia católica y de su je-rarquía. (Ésta reaccionó con la condenapública de su persona y la prohibición deeditar y/o leer su libro, incluido en el Índi-ce hasta el Concilio Vaticano II).

En cambio, Manuel de Lardizábal yUribe, como sus coetáneos de la Real So-ciedad Bascongada de los Amigos del País,por influjo negativo de la Iglesia católica es-pañola, se apartó del maestro italiano en es-te tema fundamental. (Nadie ha analizadodetenidamente esta divergencia de tan fu-nestas consecuencias y que, en cierto senti-do, perdura hoy todavía, aunque larvado).Su excelente Discurso sobre las penas con-trahido á las leyes criminales de España, parafacilitar su reforma, publicado en 1782, si-gue manteniendo la tradicional necesidadde acatar los criterios de la religión católicay romana. Como comprobación de la radi-cal y triste diferencia en este campo entreLardizábal y Beccaria, basta constatar que elitaliano, en el capítulo segundo de su Deidelitti e delle pene niega textual y expresa-mente que la justicia humana “dimana deDios”; en cambio, el español, en su capítu-lo primero, número 6, asegura, también ex-presa y textualmente, que el fundamentode las penas “dimana del mismo Dios”.

Todavía en los últimos años del sigloXIX, la Universidad de Salamanca, man-tiene esta lamentable doctrina de Lardizá-bal, esta anacrónica y trágica dependenciade la jerarquía católica. Las críticas escri-tas y las gestiones “políticas” del obispo deSalamanca, el agustino Tomás Cámara yCastro, contra la doctrina que expone ensu cátedra el eminente profesor PedroDorado Montero llegan a conseguir queel decano de la Facultad de Derecho, eldía 9 de junio de 1897, dicte un decretopor el que elimina a Dorado Montero deltribunal encargado de examinar a losalumnos de su asignatura de Derecho pe-nal; y pocos días después, el lunes 14, lesuspende de su cargo y de su sueldo decatedrático.

Ésta tan desagradable efeméride con-cluyó parcialmente el día 18 por un decre-to del rector, el profesor Mames, por el quetiene “a bien levantar la suspensión del ca-tedrático de Derecho Penal, Pedro DoradoMontero, y reintegrarle en el ejercicio desu cargo”. (Berdugo Gómez de la Torre,Hernández Montes). He dicho que con-cluyó “parcialmente”, porque concluyó lasanción pero no desapareció la dependen-cia universitaria de la jerarquía católica: to-davía por los años cincuenta, cuando yoestudiaba la carrera de Derecho en la Uni-versidad de Valladolid, algunos libros detexto de Derecho penal estaban sometidosal control eclesial, al Nihil obstat, que podí-amos leer en sus primeras páginas.

En pocas palabras, proclamamos nece-saria la justicia penal que faculta al juez, encuanto éste representa a la ciudadanía, paraimponer al delincuente la sanción que se-ñala el Código penal. Pero, insistimos enque el magistrado está obligado a defenderla autonomía del poder judicial (sin depen-dencia del divino y eclesiástico) y a respetarlos derechos humanos de todas las perso-nas. Más y especialmente de las víctimas.

El Derecho penal debe permanecer.Pero, a diferencia del tradicional (que tra-taba de pecados y delitos), debe tratar sólode delitos. De desvalores convertibles envalores personales y comunitarios.

B. Dos utopías: el partenariado y la creatividad victimológicaEn el umbral del tercer milenio, el ciuda-dano con sensibilidad humana, creadora,no puede permanecer instalado en los có-digos penales del siglo XX. El panta rei deHeráclito le exige auscultar la nueva ciu-dadanía responsable, le exige intentar dosutopías: a) transformar la ciudadanía enpartenariado, y el ciudadano en partenario,b) transformar la responsabilidad ante el

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juez en creatividad victimológica, en obli-gación de re-crear a las víctimas del delito.

B. 1. Transformar la ciudadanía en partenariado y el ciudadano en partenario“La mediación (ciudadanía) significa,fundamentalmente, que los conflictos seresuelven allí donde se crean y, en espe-cial, una confianza en el hombre y para elhombre, pues como decía un filósofo dela ilustración lo que viene del hombre de-be permanecer en el hombre” Esther Gi-ménez-Salinas (212).

Como indica Wittgenstein, el nombremerece mucha más atención de lo que ge-neralmente le concedemos. En el número3.22 de su Tractatus Logico-Philosophicusleemos: “En la proposición el nombre ha-ce las veces del objeto”. (Der Name vertrittim Satz den Gegenstand). Por tanto, si va-ría el objeto debe variar el nombre, la pa-labra. Actualmente, la crisis cósmica quemodifica y amplía tan grandemente el“objeto” de la ciudadanía y del ciudadanoreclama que cambien sus vocablos.

A nuestra palabra “ciudadano” se lepueden atribuir cuatro raíces etimológicasen griego; demos ou: pueblo, conjunto deciudadanos libres, como opuesto a aristó-crata; etnikos e on: étnico, es decir, ciuda-dano en cuanto perteneciente a una mis-ma raza, como opuesto a gentil; laos ou:nación, multitud, laico, como opuesto areligioso; hetairos ou: compañero, perte-neciente a la ciudad, e integrado activa-mente en ella, como opuesto al delin-cuente desterrado.

Nuestra mentalidad occidental ho-dierna sólo tiene en cuenta las tres prime-ras acepciones. Desde diversos puntos devista, parece deseable atender también a lacuarta, que está en la base de la cosmovi-sión griega en cuanto cultura de la amis-tad, del compañero de trabajo, del cola-borador, de quien forma parte activa deun todo, de alguna cosa más grande, sinimplicar el riesgo de división o exclusión.

Esta palabra (relativamente nueva)conlleva una innovadora realidad signifi-cativa que interesa a penalistas, criminó-logos y victimólogos. Es un conceptomuy fluido, de difícil definición (y tra-ducción al castellano); por ejemplo, cuan-do Terrie E. Moffitt, de la University ofWisconsin, titula su artículo Partner Vio-lence Among Young Adults.

Aquí nos limitamos a una breve refle-xión sobre sus posibles definiciones y so-bre los nuevos contenidos que los estu-diosos le pueden asignar, con especial re-ferencia a la ciencia penal, criminológica

y victimológica. Hoy sabemos, como pro-pugna Paul Ricoeur, que la reflexión so-bre el lenguaje, la hermenéutica, se con-vierte en algo más que la metodología dela exégesis, o sea, discurso de segundo or-den aplicado a las reglas de la lectura deltexto; concierne a la constitución del ob-jeto como proceso de la palabra.

Una definición abierta, elemental y/oprovisional del partenariado puede for-mularse, a la luz de los especialistas, comoel proceso por el cual dos o más personasnaturales o jurídicas, conservando su pe-culiaridad, se ponen de acuerdo para enun tiempo determinado realizar algunacosa que es más que la suma de sus accio-nes o que ellas no podrían hacer indivi-dualmente y que implica riesgos y benefi-cios que ellos comparten. En el ámbito dela criminalidad y sus controles, el parte-nariado conlleva una manera de superarlas diferencias, un saber estar y convivircon los distintos, con los excluidos, conlos marginados. El partenario es, a la vez,el que invita y el invitado, el anfitrión y elhuésped; él inicia la labor, pero despuéslos otros se sienten coautores, no meroscolaboradores. El partenario quiere lo queUnamuno, en su novela Paz en la guerra,dice que quería su don Miguel: “el campoen las calles, la romería cerca, al arrimo dela villa” (Unamuno, 127).

Si lo cultivamos con imaginación ycon tino, el partenariado puede abocar ainnovaciones enriquecedoras en las mo-dernas crisis sociales y, especialmente enlos problemas penitenciarios y en los delos infractores juveniles, pues procura unaforma de acercamiento desde lo alto hacialo de abajo, y desde abajo hacia lo alto,desde lo local a lo nacional e internacio-nal, y viceversa. También en el campo po-licial, como se aprecia en la Policing Rese-arch and Evaluation: Fiscal Year 1997, delNational Institute of Justice, que informade “types of partnerships… Public SafetyPartnerships and Community Policing…Initiated Police-Researcher Partners-hips… Partners in Policing…”, etcétera.

Aparece, a veces, como una especie demediación (tan necesaria hoy día) y de so-lidaridad, como un reparto nuevo del po-der y de la jerarquía, en un espacio y untiempo determinado con miras a modifi-car, conjuntamente, de común acuerdo,las relaciones individuales y colectivas.No es de extrañar que Christine Lazergesescriba:

“C’est ainsi que les médiations pénales opéré-es dans les Maisons de justice et du droit de Lyon(antennes décentralicées et partenariales du tribu-nal”… “Les médiateurs ils sont bénévoles et mem-

bres d’une association de médiation pénale dont lesdeux présidents sont les partenaires directes du par-quet” (189).

Con la voz partenariado se evoca laconjunción de diferentes actores (los ex-cluidos, los voluntarios y sus organizacio-nes, los profesionales, los elegidos, la ad-ministración pública, los sindicatos, lasempresas y, no menos, los ciudadanos),de diversas dimensiones (sociales, econó-micas, políticas) de múltiples sectores (fi-nanciero, sanitario, religioso), alrededorde planes integradores de desarrollo (Esti-vill, 58; Zay, 22).

Cada día aparece más fuerte la nece-sidad de aprender a cohabitar en una di-námica conflictiva que acepte las diferen-cias y multiplique las fórmulas de nego-ciación. Urge crear estructuraspermanentes de partenariado en el ámbi-to local, regional, nacional y transnacio-nal. La Commission des communautéseuropéennes, de la Unión Europea, yatiene conciencia de esto, como se paten-tiza en su Libro Verde, en los SeminariosDelors, de abril 1992 y junio 1993, en lasiniciativas “Now”, “Horizont”, “Eurofo-rum”, en los programas “Ergo II”, “He-lios II”, etcétera.

B. 2. El partenariado re-crea las víctimas del crimen. Real Decreto, de 18 de julio de 1997

“La democracia no consiste solamente en respetarlos derechos iguales de los ciudadanos, porque losciudadanos no son un fruto natural de la tierra quebrota espontáneamente sin más ni más. La demo-cracia tiene que ocuparse también de crear los ciu-dadanos…” Fernando Savater (174).

Cada juez tiene doble responsabilidad:como ciudadano y como representante detodos los ciudadanos. El juez debe auspi-ciar el futuro, y caer en la cuenta de queesa doble responsabilidad evoluciona cadadía y le obliga a una transformación pro-funda de sus criterios y de sus quehaceres:tiene que estudiar y elaborar respuestasnuevas, más humanas, a los delincuentes;respuestas alternativas a la privación de li-bertad y que intensifiquen la reparación alas víctimas. Mejor dicho, que logren la re-creación de las víctimas, llevada a cabo,principalmente, por los victimarios encuanto sea factible (que puede llegar a co-tas muy altas). Según indican eminentesvictimólogos, como McElrea, Waggoner yotros, no hay readaptaciónni reeducación,ni resocialización social del delincuente siéste no se compromete a la reparación yre-creación de sus víctimas. Para lograrlo,han de programarse diversas estrategias teó-ricas y legales.

ANTONIO BER ISTAIN

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Entre las teóricas, una de las primerases redefinir la Criminología de maneraque, sin dejar de ser una ciencia, sea tam-bién un “arte”; es decir, algo que supera lametodología lógica y sistémica de las cien-cias, algo que llega a lo metarracional, conuna fuerte dosis creativa, en sus medios yen sus fines. La Criminología busca la ver-dad racional y la razonable; pero tambiénbusca otra verdad, otra justicia y otroamor. Cuando se trata de lo criminológicocientífico también se debe tratar de lo cri-minológico poético, de lo criminológicoartístico y de lo criminológico simbólico.Recordando a san Juan de la Cruz, se pue-de decir que habla mal de las entrañas dela Criminología quien no lo hace con en-trañable Criminología, ya que el lenguajeacerca de lo radical de la Criminología de-be llegar más allá del lenguaje, pues todocrimen oculta y desvela un misterio. Todocriminal es “urdimbre de carne y espíritu”;toda víctima es “confín de carne y sueño”.

Desde la perspectiva de la Criminolo-gía como ciencia y como arte, su objetivollega mucho más adelante que a la clarifi-cación lógica del crimen; llega hasta laatención médica, psicológica, económica,etcétera, de las víctimas; hasta su transfor-mación creativa. A la luz de la modernaAntropología, teniendo en cuenta la di-mensión y energía renovadora de todo lohumano, se comprende a quienes pro-pugnan que la naturaleza y la existenciadel hombre le exigen esencialmente desa-rrollar su capacidad de autotransforma-ción y autorrenovación.

“L’évolution humaine est un processus de ma-ximisation de l’improbable” (A. Gehlen, D. Szabo,37; Beristain, 1994, 346).

El criminólogo, consciente de que elestiércol puede transformarse en gladio-los, adopta como misión suya, no sólo la“readaptación social del delincuente” sinomás aún: la re-creación abierta de las víc-timas. Pretende cumplir el artículo pri-mero de la Declaración Universal de losDerechos Humanos cuando proclamaque “Todos los seres humanos… debencomportarse fraternalmente los unos conlos otros”. Pretende que se haga realidadla oración de François-Marie Arouet, másconocido por su seudónimo Voltaire, an-tiguo alumno del colegio de jesuitas“Louis Le Grand”, en su Traité sur la tolé-rance (1763), cuando suplica al

“Dios de todos los seres, de todos losmundos, de todos los tiempos, … ¡Ojaláque todos los hombres recuerden que sonhermanos!”. Pretende transformar el do-lor de las víctimas en valores nuevos demayor fraternidad.

En cuanto a las estrategias segundas,las legales y jurisprudenciales, en España seha dado un paso importante hacia adelan-te con el Real Decreto de 18 de julio de1997 por el que se aprueba el Reglamentode ayudas y resarcimiento a las víctimas deterrorismo. Mejora todo tipo de ayudas(que, aunque el legislador no lo diga, sondebidas en estricta justicia), y pretendeque las personas afectadas o sus familiarespuedan volver al entorno social en el quedesarrollaban sus actividades. Por desgra-cia, en el País Vasco, mientras no cambieradicalmente el ambiente y la mentalidad(y ambigüedad) de muchas personas polí-ticas (y religiosas), numerosas víctimas yfamiliares no pueden volver al entorno so-cial en el que vivían anteriormente. Pordesgracia, el nuevo Código penal españololvida toda forma de tratamiento a las víc-timas (De la Cuesta, 724).

C. La nueva responsabilidad partenaria sin “culpabilidad”De lo anteriormente indicado se puedededucir que, entre otras conclusiones:

– el partenario desea integrar la aldeaen y con la ciudad, para mutuo enriqueci-miento de sus valores;

– esta integración se enraíza en unacosmovisión innovadora de responsabili-dad fraternal y solidaria, sin culpabilidadni reproches teológicos, aunque sí con re-proches de ética cívica;

– lo estatal, así como “lo multi y su-pranacional”, admite y fomenta tambiénel protagonismo del ciudadano y sus or-ganizaciones no gubernamentales;

– el partenariado facilita la transfor-mación del individuo en ciudadano de laaldea global (Fernando Savater).

Esta deseada simbiosis planetaria pre-supone y/o aboca al pacto ilustrado de lajusticia humana (no divina, ni “por lagracia de Dios”), centrada en lo personal-solidario y su inherente responsabilidad(sin la “culpabilidad” tradicional), creado-ra y re-credora, que establece normas le-gales preventivas más que retributivas-res-tauradoras.

El partenariado procura que el podery el liderazgo en los grandes centros depoblación no sea únicamente público si-no que deje amplio espacio y protagonis-mo al sector privado en todas las líneas deactividad, no sólo en la empresarial sinoincluso también en la espiritual (primacíadel laicado), en la estatal, en la docente(universidades privadas), en la judicial (eljurado de escabinos) y la penitenciaria.(Las cárceles privadas son tema de estudioen el Consejo de Europa y en la Sociedad

Internacional de Criminología). Otroejemplo: que el Ministerio de Justicia ad-mita un protagonismo mayor de la Aso-ciación de las Víctimas del Terrorismo.

El tercer milenio comienza colocandoen el centro de la ciudad al “partenario/adel mundo”, nunca culpable, pero siem-pre responsable. Para responder, escuchaal otro; le respeta y se une a él; ambos dana luz algo nuevo. n

[Estas páginas, escritas en agosto de 1997, resumenmi ponencia oral, en la Universidad de Salamanca(“Quinta Jornada Internacional” de la FundaciónAquinas, de Washington), presidida por su rector,profesor, Ignacio Berdugo Gómez de la Torre ypor el director de la Fundación, profesor Szabo, dela Universidad de Montreal.]

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ANTE LA TREGUA DE ETA

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Antonio Beristain es director del Instituto Vascode Criminología de San Sebastián.

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uando, en mayo del añopasado, dediqué mi dis-curso de ingreso en la Re-

al Academia Española a donGaspar Melchor de Jovellanos,existían muy concretos motivospara ello. El primero de todos,según tuve ocasión de explicar,el hecho de que el sillón “V”mayúscula, que me honro enocupar hoy, sirviera de asientoen su día a dicho ilustre perso-naje. Pero semejante circuns-tancia resultaba más que nadaun pretexto, aunque muy opor-tuno, para traer a colación elpensamiento y el ejemplo deuno de nuestros grandes ilus-trados, precisamente en mo-mentos en que la vida política ysocial española se veía aquejadade antiguas y crónicas enferme-dades. Sus síntomas perviven,por desgracia, entre nosotros yson indicio de que los viejos yfamiliares fantasmas de los es-pañoles siguen vigentes y pres-tos a visitarnos de nuevo.

Pocos meses antes de pro-nunciar el citado discurso, ha-bía dictado también una confe-rencia sobre El problema de Es-paña, (publicada en el número84 de esta revista), con el títuloEuropa y los nacionalismos. Enella trataba de alertar acerca dela entronización del odio políti-co como arma común entre no-sotros, y de la división profunday preocupante que se detectabaen nuestro cuerpo social, con-secuencia directa de determina-das prácticas de nuestros gober-nantes, que desdecían y desdi-cen del espíritu de concordiaque había caracterizado la lla-mada Transición. Nos enfren-tamos a la resurrección de lasdos Españas en muchos y dife-rentes escenarios: la del Centro

y la Periferia; la acusada comoresponsable de la corrupción yel crimen de Estado y la que semira a sí misma con autosatis-facción arrogándose el derechode expandir carnets de honradezy democracia; la de consenso yla de la arbitrariedad; y tantasotras dos Españas, tantas frac-turas sociales como podemosimaginar. Pensaba yo entonces,y sigo pensando hoy, que no es-taba de más traer a colación elejemplo de un español comoJovellanos, por si en algo pu-diera ayudarnos a la reflexiónsobre nuestros más acuciantesproblemas y a la puesta en mar-cha de las soluciones tendentes

a erradicarlos. En efecto, donGaspar es uno de los primerosintelectuales de nuestra histo-ria, en el sentido moderno delvocablo: el que atribuye a esacondición no solo la facultad de diagnóstico y comprensiónde los hechos, sino la voluntadde incidencia en los mismos.Actitud más que rara en lostiempos que corren, en los quela moda al uso es la adulación alpoder o la fuga de las responsa-bilidades públicas. Un intelec-tual es siempre un inconformis-ta, y don Gaspar lo fue en granmedida, por lo que pagó unprecio considerable. Hoy pareceque no son ya muchos los dis-

puestos a imitar su ejemplo, sa-bedores sin duda de los riesgosque eso habría de comportar-les. Pero son, en cambio, mu-chos los vociferadores, y armantal ruido que apenas es posibledistinguir sus requerimientos.

La Memoria que presenté amis colegas de la Academia ver-saba sobre tres aspectos concre-tos de la obra del polígrafo astu-riano: su definición frente aluniverso femenino, sus conside-raciones acerca de los espectácu-los públicos y sus intentos depublicar un periódico económi-co. Pero sirvió para que meadentrara, con decisión y sosie-go, en la lectura de una granparte de la obra de Jovellanosque, a excepción de su Informesobre la Ley Agraria, era hasta en-tonces casi desconocida para mí.Descubrí así las múltiples facetasdel pensamiento de un españolcuya influencia principal en mivida había provenido, hasta lafecha, de la mirada transparentey sagaz con que Goya lo retrata.Esa especie de descaro intelec-tual, con el que observa desde ellienzo a cuantos lo contemplan,rezuma melancolía. Es un per-sonaje al borde de la infelicidad,pero no sugiere tribulación alguna. Ese famoso retrato dedon Gaspar, apoyado el codo izquierdo sobre la mesa de tra-bajo, permitiendo a su cabezareposar en la misma manomientras la diestra sostiene unbillete escrito, nos transmite lacuriosidad y el cansancio de al-guien muy cercano a alcanzar lasofrosine griega, lo que podría-mos llamar el equilibrio o, másmodernamente, estar a bien conuno mismo. Con uno mismo ycon nadie más, desde luego, se-gún puede apreciarse en la co-

C

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S E M B L A N Z A

JOVELLANOSEL REBELDE TRANQUILO

JUAN LUIS CEBRIÁN

Jovellanos

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piosa producción literaria quenos legó, y que da cuenta de unode lo fracasos vitales más reso-nantes de nuestra historia, sólocompensado, y sólo en parte,por el tributo de la posteridad.

Tantas consideraciones pre-vias son para explicar única-mente un par de cosas. La pri-mera, que no soy un jovellanis-ta al uso, sino sólo un lectoraplicado de Jovellanos por morde una casualidad concreta. Nome pidan, entonces, precisionesque no sé, ni condiciones queno tengo. Limítense a ver en míun aficionado al personaje, alque por otra parte considero co-mo ejemplo memorable de queel genio español no está com-puesto sólo de pan y toros. Lasegunda, que el conocimientode su figura y sus escritos sonhoy de una gran pertinencia,habida cuenta de las circuns-tancias culturales y políticas denuestro país. Es difícil encon-trar mentes lúcidas como la su-ya; y mucho más difícil aún to-parse con alguien de su hones-tidad y coherencia. No voy,pues, a descubrir nada que no sesepa sobre él, ya que no he rea-lizado investigación que lo per-mita. Trato sólo de aprovecharalgunas especulaciones sobre lossucesos de su tiempo para me-jorar el que a nosotros nos hatocado vivir. Pretendo lucharcontra la resurrección de un pa-sado persistente y terrible, quemereció la descripción ardientede la pluma del propio Jovella-nos, cuando entona su elegíapor España en los que son, sinduda, sus mejores versos:

Mas hoy, triste llorosa y abatida, /de todos despreciada, / sin fuerzas casial empuñar la espada / que ha sido enotros tiempos tan temida…

A su lado se ve el pálido miedo, / laencogida pobreza, / y la ignorancia y es-tólida pereza / y la ignorancia audazque con el dedo / señala a pocos sa-bios / y con risa brutal cierra sus la-bios…

Los talleres desiertos, del arado /arrumbado el oficio, / El saber sin estima,en trono el vicio, / la belleza a la puja,Marte airado, sin caudillo las tropas…

¿Tornan, señor, los tiempos de donOpas? / ¿En esto había de parar mi glo-ria? / ¿Mi fin ha de ser éste? / ¿Y falsías,y guerra, y hambre, y peste / los postri-meros fastos de mi historia?

Al comentar estas estrofas,pertenecientes a la oda Mani-festación del estado de España,bajo la influencia de Bonaparte,en el gobierno de Godoy, Fran-cisco Ayala1 indica el probableestado de ánimo de Jovellanosdesde mucho antes de que fue-ra escrita: ha perdido la ilusión.Pero no debido a su personaldesdicha ni a los avatares que leatañen, sino a la observaciónque hace de los sucesos espa-ñoles.

Va a poner todo de su parte”... “pa-ra llevar a la práctica, como ministro,sus ideas de reforma; tiene talento, ca-pacidad, designios claros; lo que no tie-ne ya es ilusión. Prevé el fracaso de sugestión, porque ha percibido el dramaque se está desarrollando en la opiniónpública española, y ha medido bien sutremendo alcance. Sabe que la políticailustrada, siempre en duro forcejeo con-tra las fuerzas tradicionales, ha perdidocon la muerte de Carlos III su apoyoinstitucional: abierto el trono a la inep-cia y el vicio, de la inepcia y el vicio seaprovechan ahora esas fuerzas a ciegaspara extirpar del Estado aquella idea po-lítica, ¿y quien podría resistir un empu-je en tales condiciones?.

Naturalmente la España de laépoca para nada es comparable ala de nuestros días y cualquierintento de equipararlas consti-tuiría un abuso. ¿Pero no pode-mos encontrar, al menos, ecos dela arrogante ignorancia que Jo-vellanos denunciara en el poder,en algunos de los sucedidos denuestros días? ¿No reconocemosde nuevo a las fuerzas de la tradi-ción luchando opacamente con-tra el progreso en tantas y tantasmanifestaciones de la goberna-ción del Estado? Por culpa de loserrores, y de los delitos, cometi-dos por algunos conspicuos re-presentantes del socialismo ennuestro país, asistimos ahora aun desperezamiento de la Españaprofunda, a la que creíamos antesmuerta que dormida. El pensa-miento reaccionario nos acechapor doquier y vuelven el casticis-mo y la cerrazón, triunfantes alos sones de un bienestar econó-mico que es el fruto acumuladode décadas de esfuerzo de los es-pañoles y no el mirífico don dequien se define a sí mismo comoun milagro en persona: el presi-dente Aznar. La inepcia y el vicio:insiste Ayala en designar ambaslacras como causa mayor denuestras desventuras frente a lasque los ilustrados se alzaban, condesigual fortuna a la hora de eva-luar sus conquistas. Imposible,en esas circunstancias, domeñarlos obstáculos fundamentales para el progreso de España: lapobreza y la ignorancia.La Ilus-tración tuvo entre nosotros undestino discutible, probablemen-te marcado por la contradictoriaactitud de aquellos patriotas que,seguidores a ultranza del credoracionalista que nos llegaba delotro lado de la frontera norte, senegaron sin embargo al colabo-

racionismo con las fuerzas inva-soras que, de una u otra forma,representaban la nueva cultura.Jovellanos supo, empero, combi-nar con decencia su doble condi-ción de iluminado o aluminado,partidario de las luces que llega-ban de Francia, y su convicciónde patriota a machamartillo. Sonmuchos y muy elocuentes los da-tos que ponen de relieve la cali-dad de ilustrado de Jovellanos–con toda la carga intelectual ypolítica que el término encierra–.Su inmensa cultura y su enormecuriosidad, que le llevó a intere-sarse por las más variadas disci-plinas, hicieron de él un enciclo-pedista. Sus convicciones religio-sas, afines al jansenismo, leconvirtieron en un verdaderoazote del clero de su época, con-tra cuyos privilegios y abusos cla-mó sin cesar. Su temple modera-do y dialogante, y su indiscutiblebondad, le permitieron entregar-se en brazos de la Razón sin ne-cesidad de deificarla, como otroshacían, pero rindiéndola un tri-buto muy superior al que él mis-mo quería reconocer. El culto a laRazón no era una moda ni undogma entre los ilustrados, sinola consecuencia natural del afánpor saber que el Siglo de las Lu-ces despertó en las gentes: lasciencias empíricas, las matemáti-cas y la mecánica, junto a la geo-grafía y la historia, ocuparon lu-gar primordial en su atención, enun mundo todavía dominadopor la autoridad y los dogmas.La Ilustración significaba el finde la incapacidad de los hombrespara pensar por sí mismos, nece-sitados hasta entonces del permi-so o la dirección de alguien. En laEspaña heredera de la Contra-rreforma, la barreras religiosas,políticas y administrativas que se

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1 Francisco Ayala, Jovellanos en sucentenario, publicado por el Ayunta-miento de Gijón, 1992.

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alzaban ante un empeño seme-jante resultaban fabulosas.

Los ilustrados eran una éliteen toda Europa, las más de lasveces amparados por el despotis-mo de reyes tan brillantes comopagados de sí mismos. Pero esasminorías, tantas veces compla-cientes en exceso con sus sobera-nos, sentaron las bases del naci-miento de una conciencia revo-lucionaria en capas más ampliasde la sociedad. Jovellanos se in-corpora a la vida intelectual y po-lítica cuando ese tránsito seanuncia, y vivirá con angustia suconsumación. De la lectura desus escritos se desprende, sin lamenor duda, que trata de ser unreformista sincero, tanto poramor al progreso como por deseode salvar los que salvarse puedade la antigua tradición. Abominade la Revolución Francesa, “fe-roz Quimera de la bandera trico-lor impía sigue proterva”2, renie-ga de la República y en todo sedistancia de cualquier radicalis-mo. “Dirá usted que estos reme-dios son lentos”, le escribe al cón-sul Alexander Jardine en 1797.“Así es, pero no hay otros; y si al-guno, no estaré yo por él. Lo hedicho ya: jamás concurriré a sa-crificar la generación presentepor mejorar las futuras. Ustedaprueba el espíritu de rebelión,yo no: lo desapruebo abierta-mente y estoy muy lejos de creerque lleve consigo el sello del mé-rito”. En otro lugar afirma: “Elprogreso supone una cadena gra-duada, y el paso será señaladopor el orden de sus eslabones. Lodemás no se llamará progreso, si-no otra cosa… La Francia nos loprueba… es necesario llevar elprogreso por sus grados”3.

Las ansias reformadoras de Jo-vellanos eran sinceras, pero rene-gaban de cualquier recurso a laviolencia. Le horrorizaba la ideade que los vientos de moderni-dad acabaran con la Monarquía,de la que se sentía fiel súbdito,desconfiaba de los políticos y secontemplaba a sí mismo como

un servidor del Estado. Hasta elpunto que siempre se consideródigno acreedor de él, y en no po-cas ocasiones reclamó pensionesy sueldos oficiales que le permi-tieran primero subsistir y luegosubvenir a las necesidades de suInstituto. Como tantos otros desu especie, consideraba que lamejor forma de cambiar las cosasera educando al pueblo, espar-ciendo los saberes. “Una naciónque se ilustra puede hacer gran-des reformas sin sangre, y creoque para ilustrarse tampoco seanecesaria la rebelión”, dice en lacarta antes citada, para añadir enotro lugar: “En este orden de lascausas de prosperidad de una na-ción tiene el primer lugar la ilus-tración, y se presenta a mis ojoscomo la fuente de toda prosperi-dad”. Sus proyectos se enmarca-ban en un difuso sentimientorousseauniano de la existencia, loque le llevaba a una especie dedeterminismo natural, sin dudafruto de su convicción acerca dela bondad humana: “Si supone-mos que una nación ilustrada loprimero que hará será perfeccio-nar su legislación, puesto que nopuede desconocer las ventajasque de esto resultará; ni cono-ciéndolas, dejar de desearlas; nideseándolas, dejar de buscarlas;ni buscándolas, dejar de hacer,por lo que su ilustración le ense-ñará con igual claridad los malesy los remedios”. Esta suposiciónde que el conocimiento es la pri-mera causa del bien y de que,gracias a él, se desharán muchosentuertos sociales, fruto no tantode la maldad del hombre comode su ignorancia, le acompañarátoda la vida. La visión jovellanis-ta es bien simple, y bastante so-crática. Como dice Santiago Sa-gredo en su ensayo sobre Jovella-nos y la Educación en Valores, lasbuenas luces, traerán las buenasleyes, y éstas los buenos fondos4.

Toda actividad pública de Jo-vellanos está orientada a ese fin.Ahí radican los motivos de la fun-dación del Instituto asturiano; y

en esa premisa se basa el proyectode reforma de la Universidad, conque llegaba a su fugaz ministerio.Por lo mismo se muestra tan ac-tivo en las academias y las Socie-dades Económicas, verdaderas re-sidencias del saber social y de laciudadanía emergente. El cambioeducativo significaba, empero,una auténtica revolución cultu-ral, por tranquila que esta seanunciara. Promover algo así enun país en el que, todavía, la In-quisición y el Índice de librosprohibidos campeaban por su res-peto era más que arriesgado.

Los ideales educativos de Jo-vellanos se prolongaron en laspreocupaciones de nuestros ilus-trados, de los intelectuales del 98y de las generaciones siguientes.No podríamos encontrar mejorprecedente del programa políti-co de Joaquín Costa, “escuela ydespensa”, ni de los esfuerzos dela Institución Libre de Enseñanzapor llevar a cabo una tarea similar.Pero Jovellanos no se limitó sólo apredicar sobre la necesidad de laeducación: también teorizó sobreella y puso en práctica sus pro-yectos. Una de las característicasde su propósito, que entroncacon su afán enciclopedista, es laconjugación de los estudios deciencias naturales con los de la li-teratura y bellas artes. En la Ora-ción inaugural del Instituto Astu-riano, pronunciada el 7 de enerode 1794 y dedicada a la necesidadde unir ambas disciplinas, dice:

Las ciencias serán siempre a mis ojosel primero, el más digno objeto devuestra educación; ellas solas puedenilustrar vuestro espíritu, ellas solas en-riquecerle, ellas solas comunicaros elprecioso tesoro de verdades que nos hatransmitido la antigüedad… ellas solaspueden poner término a tantas inútilesdisputas y tantas absurdas opiniones; yellas, en fin, disipando la tenebrosa atmósfera de errores que gira sobre latierra, pueden difundir algún día aque-lla plenitud de luces y conocimientosque realza la nobleza de la humana es-pecie… Mas no porque las ciencias se-an el primero, deben ser el único obje-to de vuestro estudio; el de las buenasletras será no menos útil y aun me atre-vo a decir que no menos necesario.

Este deseo larvado de servir a laidea del hombre universal en laformación de sus alumnos secompletará con repetidas reco-

mendaciones a fin de incorporarel estudio de la ética, y a través deél, el de la religión, a los saberescientíficos y prácticos. Jovellanosquería formar ciudadanos com-pletos, obsesionado con la idea–en cierta medida antirraciona-lista– de que el Hombre es el cen-tro del Universo. Este antropo-centrismo, que desdice de la ne-cesaria reverencia a la diosaRazón, hunde sus raíces en susprofundas convicciones católicas,que le hacían abominar de los pri-vilegios y la desidia del clero, ycriticar la excesiva influencia delos jesuitas en la vida política es-pañola.

El otro rasgo inequívoco de suprograma educativo es su apoyo ala instrucción pública, abierta-mente expresado en las Bases pa-ra la formación de un plan generalde Instrucción, que redactó en1809, siendo miembro de la Jun-ta Central. La Comisión de Ins-trucción Pública de este organis-mo tenía por finalidad “meditar yproponer todos los medios demejorar, promover y extender lainstrucción nacional” y “el bienpúblico exige que la buena y li-beral instrucción se comunique ala mayor porción posible de ciu-dadanos”. La defensa de una edu-cación pública, gratuita y de cali-dad, no es, contra lo que algunoszoilos creen, característica de losregímenes colectivistas o del so-cialismo real, sino fruto de la con-vicción liberal sobre la igualdadde los hombres ante la ley. Resul-tó un triunfo de las revolucionesburguesas y es uno de los anclajesmás firmes con los que debe con-tar toda sociedad democrática.Sin una instrucción pública gra-tuita, la igualdad de oportunida-des, base de todo régimen decompetencia, es una verdadera fil-fa. Jovellanos predicó abierta-mente esta tesis; y avergüenzacontemplar que, todavía hoy, ennombre de la libertad, se quiereperjudicar o perseguir a la escue-la pública. La libertad de cátedra,la libertad de conciencia y la li-bertad de enseñanza fueron so-juzgadas históricamente en nues-tro país por el abandono en ma-nos del clero y de las órdenesreligiosas del sistema de instruc-

JOVELLANOS, EL REBELDE TRANQUILO

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2 Oda satírica de Jovino a Poncio.3 Obras completas, tomo II, págs.

635-636.

4 Santiago Sagredo, Jovellanos y laEducación en Valores, Foro Jovellanos,1995.

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ción. Por lo mismo, resulta paté-tico ver hoy a portavoces del epis-copado atribuirse vanamente sucarácter de adalides de la libertadde expresión en defensa de susaulas o de sus programas de radio,la radio de los obispos, que con-culcan no sólo la moral cristianasino los mínimos principios de laconvivencia democrática, so pre-texto de que la Iglesia no está dis-puesta a poner mordazas a nadie.Si hay una Institución poco legi-timada en nuestro país para ha-blar en nombre de la libertad o encontra de la violencia y la intole-rancia política y del Estado, es laIglesia católica. La mínima pru-dencia, y la mínima decencia, re-cabarían más sosiego de algunosde sus portavoces.

Sus pretensiones de igualdadllevaban a Jovellanos a solicitarque la instrucción fuera laica–aún con contenido religioso– yse hiciera en una lengua común einteligible para todos los ciuda-danos, combatiendo la persisten-cia del latín en las Universidadesy promoviendo el uso del espa-ñol. Pero aún, en sus ensoñacio-nes y utopías, quiso ir más lejos,imaginando la existencia de unidioma universal y de un ordeninternacional basado en el mutuoentendimiento.

Un solo pueblo entonces, una sola /y gran familia, unida por un solo / co-mún idioma, habitará contenta / losindivisos términos del mundo.

Así escribía a Leandro Fernán-dez de Moratín, contestando aotro poema suyo. Esta pasión deuniversalismo, fruto de un espíri-tu también universal, era ingenuaantes que utópica. Don Gasparla sentía profundamente, lo mis-mo que la necesidad de promoverun plan de humanidades y de es-tudio de la Historia acorde conesos principios. “… la historia, yla historia solamente, le podrá en-señar [al jurisconsulto] a conocerlos hombre, y a gobernarlos se-gún el dictamen de la razón y eldictado de las leyes”5, señalanuestro autor, citando a Cicerónen el reclamo de que la historia es

maestra de la vida y mensajera dela antigüedad. Y no sólo ella sinotambién, y muy señaladamente,la geografía histórica, y la geogra-fía a secas, cuando reclama la ela-boración de un mapa adecuadode la península “sin cuya luz lapolítica no formará un cálculo sinerror, no concebirá un plan sindesacierto, no dará sin tropiezoun solo paso”. En cualquier caso,para Jovellanos es imposible ilustrar el origen y progreso denuestra cultura y civilización, de nuestra industria agraria y fa-bril, de nuestro comercio y po-blación, de nuestra literatura,usos, costumbres y estilos, sin re-currir a los archivos originales.

La historia”–señala–“sin estedescubrimiento, nunca será otracosa que un montón de hechos ynoticias, de nada importantes, y sólo útiles para contentar la va-na curiosidad y el más vano or-gullo de algunos pueblos.

Son tantas y tan jugosas las ci-tas que podrían traerse a colaciónacerca de las preocupaciones jo-vellanistas sobre la educación ylos materiales necesarios en lamisma, que abusaría si siguieraexpurgando en ellas. Me sirvensólo como argumento de autori-dad para establecer unos cuan-tos puntos que me parecen inte-resantes, que ya he señalado yque a continuación resumo co-mo prudente recordatorio:

1. Jovellanos creía en la edu-cación como el mejor sistema deconseguir el desarrollo económi-co y social de los pueblos.

2. Entendía que este era unmétodo progresivo y lento, re-formista, pero renegaba de loscambios revolucionarios.

3. Intentaba activamente in-tegrar las disciplinas técnicas ycientíficas con las humanidades,especialmente con los estudioshistóricos, la literatura, y la éticaen sentido amplio.

4. Promulgaba la necesidad deuna educación igualitaria, en unidioma común y con unos míni-mos garantizados que permitie-ran a cualquier individuo con-vertirse en ciudadano.

5. Como consecuencia de to-do ello, defendía abiertamente lainstrucción pública y gratuita.

Todos estos son preceptos cla-ramente integrables, e integrados,en un programa liberal, de respe-to al individuo y entusiasmo porsu futuro. Preceptos duramentecombatidos por las fuerzas reac-cionarias de este país que prácti-camente sólo ha abrazado en suconjunto, y a regañadientes, talesprincipios hace apenas dos déca-das, coincidiendo con la implan-tación de la Monarquía parla-mentaria. Naturalmente no estoysugiriendo que en los dos siglosque median desde los escritos delgijonés hasta nuestros días no sehayan producido avances, y subs-tanciosos, en estas cuestiones. LaSegunda República marcó unmomento floreciente para nuestracultura. El Gobierno azañista, enpalabras del historiador Juan Pa-blo Fusi, “hizo un gran esfuerzoeducativo y cultural. Los presu-puestos de educación se elevaronen un 50%. Entre 1931 y 1933se construyeron unas 10.000 es-cuelas y se habilitaron unos 7.000nuevos maestros”6. Más tarde, enpleno oscurantismo franquista,durante los años sesenta, la socie-dad comenzó a crear su propiacontracultura oficial, incorporan-do los movimientos artísticos yliterarios mundiales a la actuali-dad española, pese a la censura, larepresión y la estulticia del régi-men. Pero sólo en nuestros díasha sido posible declarar erradica-do el analfabetismo y reconocer laescolarización completa de nues-tra juventud. Los Gobiernos de laUCD contribuyeron grande-mente a ello y los del PSOE ce-rraron el ciclo histórico. Ahora…ahora nos vemos enredados enunas cuantas polémicas sobre laenseñanza de la religión católicaen la escuela pública y el futurodel estudio de las Humanidades.

De las recomendaciones jove-llanistas yo me quedaría en estetranco con dos: el reconocimien-to necesario de la lengua castella-na como vehículo de comunica-ción y diálogo de cientos de mi-

llones de personas; y la tarea dereconstruir la Historia común delos españoles y la de éstos y lospueblos latinoamericanos. “Ellenguaje” –dice John Ralston Saoul en su libro Los hijos bastar-dos de Voltaire– “no el dinero o lafuerza, otorga legitimidad. Si lossistemas militares, políticos, reli-giosos o financieros no controlanel lenguaje, la imaginación de lagente puede volar libremente consus propias ideas. Las palabras in-controladas son muchos más pe-ligrosas para la autoridad estable-cida que las fuerzas armadas”

Debemos, pues, investigar elambiente en que el desarrollo li-terario y artístico y la educaciónse han de producir entre noso-tros, herederos custodios de unidioma que constituye, por símismo, un acervo cultural y unpatrimonio social y comunicati-vo de enorme riqueza. El espa-ñol, que es como se denomina alcastellano en todas las partes delmundo salvo en España, es unade las pocas lenguas en expan-sión y, con el inglés, la que ha deexperimentar un mayor creci-miento –siquiera demográfico–en las próximas décadas. Tene-mos la fortuna de que las disen-siones políticas, las distancias ge-ográficas, las luchas sociales y ladiáspora de la migraciones mo-dernas no han sido capaces deacabar con la unidad de esta len-gua que, de forma paradójica, seestableció y reforzó al tiempo quese producían los movimientos in-dependentistas de las coloniasfrente a la antigua metrópoli.

En este año de 1998, cuandoconmemoramos el centenario delhundimiento del viejo imperio es-pañol, podemos contemplar tam-bién que muchos lazos se hanaflojado entre este rincón de Eu-ropa y los países de América Lati-na, pero que, al mismo tiempo, eluso de un idioma común man-tiene vivas las relaciones entre pa-íses de tradición, historia, com-posición social y proyecciones defuturo quizá muy diferentes, salvoen un punto: sus habitantes, lamayoría de ellos, aprenden y sue-ñan todos en la misma lengua. Elimaginario colectivo de esas co-munidades, cualesquiera que sean

JUAN LUIS CEBR IÁN

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5 Discurso de Ingreso en la Real Aca-demia de la Historia, febrero, 1780.

6 Juan Pablo Fusi y Jordi Palafox,España 1808-1996. El desafío de lamodernidad, Espasa Calpe, Madrid,1997.

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sus componentes, se expresa a símismo y se difunde hacia los otrosen español. En un mundo en elque reina la globalización, con suspeligros de homogeneización cul-tural y de establecimiento de im-perialismos de nuevo cuño ennombre del pensamiento único, laconciencia de ser y sabernos his-panohablantes, hispanoescribien-tes, hispanolectores, es ya mucho:no tenemos que defender nuestralengua del acoso de las otras; te-nemos únicamente que proteger-la del abuso de nosotros mismos,y aprender a comunicarnos enella. Por eso podemos ser opti-mistas respecto al futuro de nues-tra literatura, porque se expresa yconstruye con la materia primade un idioma que, pese a a su an-cianidad, vive hoy la adolescenciade un nuevo crecimiento. Porquepodemos imaginar, inventar, pen-sar y sentir en él, sabiendo que al-canzaremos el corazón de cientosde millones de personas.

Una situación así no colma lasesperanzas de Jovellanos sobre laexistencia de algún dialecto uni-versal, pero se acerca mucho a susatisfacción. También sirve paracomprender y enmarcar en susjustos términos la polémica sus-citada por la enseñanza de lasHumanidades en nuestro país y ladispersión y fragmentación edu-cativas que puede generar el Es-tado de las autonomías, si no so-mos capaces de encauzar el diálo-go cultural y sí, en cambio, nosmostramos dispuestos a politizar-lo a cada paso, sin mejores finesque los electorales. Cuando merefiero a estas cuestiones manten-go en la retina las crónicas viajerasde Jovellanos, sus visitas al PaísVasco, cuyo paisaje y costumbresdescribe con precisión, y com-pruebo hasta quépunto los na-cionalismos, todos ellos, tal y co-mo han llegado hasta nosotros,son fruto primordial del sigloXIX, por más que los nacionalis-tas pretendan hundir raíces enedades anteriores. Los tiemposque ahora corren son, sin embar-go, los de la paradoja. Por un la-do los Estados clásicos –demasia-do pequeños para lo grande y de-masiado grandes para lopequeño– agonizan en medio de

una pérdida de poder y soberanía.Por el otro se reavivan las tensio-nes particularistas, localistas, y ra-ciales, los exclusivismos y separa-tismos. En plena era de la globa-lización, asistimos al reverdecernacionalista en la antigua Yugos-lavia, a la desmembración de loque fue la Unión Soviética, al re-surgir del Islam como conceptopolítico-religioso, al crecimientode los fundamentalismos de todogénero. Incluido ese que he dadoen denominar fundamentalismodemocrático, que lo practican to-dos esos periodistas, políticos,jueces y funcionarios, demócratasde nuevo cuño, que defienden laexistencia de una democracia ab-soluta, de una democracia pura.La pureza democrática me suenaa mí parecida a la pureza de san-gre, y he aprendido a desconfiarde quienes no miran el ejerciciode la libertad como el fruto deun pacto en el marco del respetoa unos principios. La pureza de-mocrática, la democracia perfec-ta, no existen y quienes las pre-tendan albergan, aún sin saberlo,un corazón totalitario.

Una de las características de laimperfección democrática quevivimos es el poder y la exten-sión que han adquirido los me-dios de comunicación, sobre losque se basa, por un lado, la cons-trucción política y cultural denuestros pueblos mientras, porel otro, son considerados unaamenaza real para el ejercicio delas libertades, si no se someten aun control social adecuado. Di-chos medios afectan también ala concepción educativa, que seha visto transformada, y mucho,durante los dos últimos años.Hoy, en realidad, antes que deeducación podemos hablar de la“sociedad del aprendizaje”. Se-gún los expertos del ramo la en-señanza institucional, la que en-tronca con los programas y losesfuerzos de Jovellanos, no puedeser sino una preparación para laeducación verdadera de cadacual, destinada irremediable-mente al autodidactismo. Todossomos autodidactas y lo únicoque la escuela y la Universidadpuede ofrecernos es la definiciónde unos valores y el estableci-

miento de unos criterios sufi-cientemente seguros que nos per-mitan desenvolvernos en esa so-ciedad del aprendizaje. Cualquierplan de estudios que merezca talnombre necesita tener funda-mentalmente ese en cuenta.

Jovellanos, en la línea de losgrandes ilustrados de su tiempo,tuvo la intuición de la necesidadde una patria universal. En agos-to de 1975 escribía así en su dia-rio: “¿Quién no ve que el progre-so mismo de la instrucción con-ducirá algún día, primero lasnaciones ilustrada de Europa, yal fin las de toda la tierra, a unaconfederación general, cuyo ob-jeto sea mantener a cada una en elgoce de las ventajas que debió alcielo, y conservar entre todas unapaz inviolable y perpetua, y re-primir, no con ejércitos ni caño-nes, sino con el impulso de suvoz, que será más fuerte y temibleque ellos, al pueblo temerario quese atreva a turbar el sosiego y ladicha del género humano?”. Pero,pese a estas premoniciones, untanto ingenuas debido sin duda asu excesiva fe en la bondad hu-mana, no podía imaginar siquie-ra el alcance de la globalizaciónactual del fenómeno. Lo que encambio no ha variado mucho res-pecto a su percepciones es la ne-cesidad de integrar las diversasdisciplinas en la formación uni-taria de las gentes. La convergen-cia de saberes que él preconizabaentronca directamente con laconvergencia de tecnologías queestá dando pábulo a esa sociedaddel conocimiento. Y la contribu-ción del estudio y la investigaciónal desarrollo económico de los pa-íses se ve perfectamente expresadaen sus palabras: “una nación querecibiere sabiduría irá abriendoprogresivamente todos los ma-nantiales de su prosperidad y au-mentando y difundiendo sus rau-dales hasta el término señaladopor su situación natural y políti-ca”. Los ensueños del hombreuniversal se pueden hacer hoymás realidad que nunca. Fiadosde la capacidad de los nuevos sis-temas tecnológicos, nuestra sobe-ranía sobre la cultura y el saberaumenta de manera constante y agran velocidad.

Ésta es, quizá, una de las ca-racterísticas del siglo XXI que seaviene mal con el talante y la pré-dica jovellanistas: la rapidez. Elconcepto del tiempo desapareceen la nueva sociedad digital, quese transforma a ritmo inimagina-ble, circulando las informacionesy el conocimiento a la velocidadde la luz. En el mundo de la glo-balización aumentan los inter-cambios culturales, el cruce y eldiálogo entre las civilizaciones y lanecesidad de una virtud cada vezmás escasa entre nosotros comoes la tolerancia. Es nuevamenteel estudio de la Historia buenareceta para vacunarnos de los ex-clusivismos y nacionalismos queacechan por doquier, en un mo-mento en el que los movimientosmigratorios y los contactos entreculturas pueden llegar a originarsituaciones dramáticas. “Si que-remos solucionar este problema,evitar la incomprensión, la gue-rra, el genocidio –dice el histo-riador francés Jacques Le Goff– esnecesario que preparemos a lospueblos y a las culturas para laúnica vía de solución; el mestiza-je. Y en este marco cobra especialimportancia la educación”.

¿Podemos encontrar eco másclaro, y más actual, de las ense-ñanzas de la Ilustración que estacita? Este país ha sufrido secular-mente de un déficit preocupanteen lo que a historiografía se refie-re, aunque este vacío se viene col-mando feliz y brillantemente enlas últimas décadas. Nuestra His-toria ha sido demasiadas vecesmanipulada, fragmentada, escon-dida, utilizada en beneficio deunos, contra la libertad de losmás. Hasta el punto de que yadudamos de conocerla. Todos lospueblos tienen páginas brillantesen su pasado, y también cuentancon una larga retahíla de críme-nes, persecuciones, discrimina-ción y opresión. No podemos ig-norar ninguno de esos aspectos,ni sentirnos estúpidamente heri-dos (como en ocasión del célebrediscurso de Fidel Castro ante elPapa) porque alguien nos los re-cuerde. No podemos, sobre to-do, si queremos una España, unaEuropa, hechas de culturas y pue-blos dialogantes, convivientes, en

JOVELLANOS, EL REBELDE TRANQUILO

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los que el mestizaje y no la unici-dad sean la norma. Unitas in plu-ribus, es el nuevo lema lanzadopor el pensador Edgar Morin ala hora de especular sobre el fu-turo europeo. Unitas in pluribuses, en cualquier caso, un buen es-lógan para la democracia españo-la, en momentos en los que el po-der se muestra cada vez más a losojos de los ciudadanos como re-presentante de un nuevo despo-tismo, pero –eso sí– esta vez noilustrado.

Por eso importa mucho insis-tir en la virtud, tan poco habitualentre nosotros, y tan predicada ypracticada por Jovellanos, de latolerancia. Sin tolerancia es im-posible la vida democrática, mu-cho menos aún en una situaciónde cruce de razas, culturas y cla-ses sociales como la que se aveci-na. La tolerancia fue, por ejem-plo, símbolo y síntoma de laTransición política, puesta en en-tredicho por los que se han in-ventado para su peculio la nece-sidad de una segunda transición.¿Una segunda transición haciadónde? ¿Hacia el autoritarismo,la autocracia y la autosatisfac-ción? Cuando desde el poder sedictan normas a la opinión pú-blica sobre lo que interesa o loque no, cuando se establece quées lo importante y qué lo margi-nal, cuando con estólida impavi-dez se denigra y descalifica al ad-versario, cuando el poder no só-lo es arrogante sino soberbio, nosirve a los ciudadanos sino quelos adoctrina, cuando se cree po-seedor de las respuestas justas alas preguntas justas, es porquecomienza a parecerse demasiadoa la Inquisición.

Impresiona repasar las páginasdel diario de Jovellanos, que sesiente víctima de toda clase deconspiraciones –palabra, por cier-to de moda– hasta el envenena-miento y se lamenta de las ase-chanzas que se yerguen contra ély contra su obra educativa. “¿Quéserá esto? ¿Por ventura empiezaalguna sórdida persecución delInstituto? ¿De este nuevo Insti-tuto, consagrado a la educación yal bien público? ¿Y seremos tandesgraciado que nadie pueda ase-gurar semejantes instituciones

contra semejantes ataques? ¡Y quéataques! Dirigidos por la perfidia,dados en las tinieblas”. ¿No po-dríamos repetir hoy palabra simi-lares ante la agresión furibundadel poder político y del religioso acuántos no piensan como ellos,llenando de dádivas y lisonjas aquienes les adulan y sirven? ¿Nopodríamos repetirlo al contem-plar la pudibundez culpable conla que callan insignes y notablesactores de la vida española ennombre del interés de su parti-do, de su empresa, de su banco,de su pequeña ambición particu-lar? ¿Quién habla aquí en nombrede la tolerancia, del derecho a dis-crepar sin ser humillado, de lasminorías silentes de emigrantes yparados? ¿Quién habla en nom-bre de lo discriminados a la fuer-za? El retorno de la derecha duraa situaciones de poder ha arras-trado consigo las tinieblas de laEspaña profunda. Apropiándoseimpíamente de valores universa-les, que hasta hace poco le eranincluso ajenos, ella dictaminaquién es y quién no demócrata,quién pregunta y quién no estu-pideces, y se pasea por los corre-dores de palacio como el amo porsu finca, sabedora de que ese edi-ficio le pertenece, como le ha per-tenecido siempre, y explicita susaires de vieja dama ofendidacuando comprueba que, durantepoco más de una década, ha sidoregentado por la antigua servi-dumbre. Nada nuevo bajo el sol.

¿Bastará la educación para de-fenderse de lo que amenaza con-vertirse en un reinado de tinie-blas, para promover la felicidady libertad que los ilustrados au-guraran? En cualquier caso es pre-ciso restaurar el espíritu de tole-rancia, de curiosidad y de diálogoque la Ilustración supuso. Res-taurar, así, la fe en las institucio-nes jurídicas, en el Estado de de-recho, en la racionalidad de lasdecisiones del hombre y en la ca-pacidad de este para convivir conlos demás y su voluntad para ha-cerlo. Es preciso recuperar el in-genuo posibilismo de GasparMelchor de Jovellanos, ministro aregañadientes, embajador a lafuerza, observador, a la vez im-placable y benévolo, de la escena

española. Y es preciso imitar supragmatismo, su decisión perma-nente en la búsqueda de solucio-nes, su poner manos a la obra,sin atrincherarse en el rincón delescepticismo ni en la altiva sober-bia del análisis erudito.

En su pasión por conocer detodo e intervenir intelectualmen-te en todo, fruto de su convic-ción todavía hoy modernísimasobre la transversalidad de los sa-beres, Jovellanos dedicó atencióncuidadosa a los espectáculos pú-blicos, sobre cuya organizaciónescribió una famosa Memoria porencargo de la Academia de la His-toria. Es probablemente ese eltexto más actual de cuantos sa-lieron de su pluma, según ya hetenido ocasión de señalar, perono tanto que pudiera percibir laincidencia formidable de ese con-cepto de espectáculo en la orga-nización futura de la sociedad.Para Jovellanos el teatro seguíasiendo un arte elitista y burguéspresentado sólo a las clases eleva-das y había que proteger al pue-blo de sus malas influencias. Aun-que él mismo se adentró en la es-cena con obras como Eldelincuente honrado, de claro con-tenido moralista, no hay nadaque indique que previera la inci-dencia del mundo de la farándu-la en los sistemas educativos. Hoy,sin embargo, en la sociedad delaprendizaje, el cine, la televisión,Internet, no sólo complementan,sino que tratan de sustituir, mu-chas veces, la función de los ma-estros. Esto no lo pudo prever laimaginación jovellanista: la con-versión final del homo sapiens, cla-ve y centro de todo filosofía, en elmoderno y atolondrado homo vi-dens. El primero rinde culto a larazón: elabora conceptos y abs-tracciones, y a partir de ellos pien-sa. El segundo se somete a laemoción: no opera con ideas sinocon analogías, con representacio-nes. La irrupción de lo audiovi-sual en nuestras vidas ha termi-nado por trastocar el conoci-miento y las formas de adquirirlo.De los ritos y liturgias de la reli-gión y la magia hemos pasado alos del cine y la televisión. Todoes espectáculo: un viaje del Papa aCuba, la ejecución de una pena

de muerte, el bombardeo de Irako una película de porno duro. Latransversalidad de los saberes, quelos ilustrados predicaran –y conqué ahínco– ha terminado porconfundirlos, amalgamarlos, des-figurarlos y difundirlos. El triun-fo de la farándula, en el drama oen la comedia, es total.

Hoy el hombre no sólo, ni pri-mordialmente, aprende en las au-las. Aprende cuando juega, cuan-do está en familia, cuando traba-ja, cuando viaja, cuando se dedicaal ocio y al entretenimiento. Laescuela de la calle ya no es privi-legio de los autodidactas, porqueautodidactas somos todos y la ca-lle está casi en todas partes. O pormejor decir: en ninguna estamosal abrigo de nada. El espectáculoforma parte de nuestras vidas, pe-ro le ha sido arrebatada su exclu-siva a los hechiceros de la tribu, alos sacerdotes o los magos. En cir-cunstancias así, ante el ataque detanto intruso y oportunista, la so-ciedad necesita más que nuncaguiarse por criterios firmes, asen-tarse en valores seguros y seguir alíderes fiables. Necesita inventar(en el mejor sentido de la palabra,el de encontrar) sus mejores Jo-vellanos, que sean como él fue:un rebelde tranquilo, acostum-brado a decir no, a no transigirporque estaba, precisamente, dis-puesto a dialogar. Y necesita im-pulsar los criterios igualitarios deeducación que el practicó sin des-decirse de la excelencia de su tra-bajo ni de la calidad en sus frutos.Valgan pues, estas reflexiones co-mo homenaje justo a su figura ycomo imprecación urgente. Des-cubramos de nuevo la inercia y elvicio que transitan por el poder,denunciemos a los déspotas delos nuevos tiempos, y desterré-mosles, en beneficio de la inteli-gencia. n

[Texto revisado de la conferencia pro-nunciada en el Foro Jovellanos (Gijón)el 26-2-1998.]

JUAN LUIS CEBR IÁN

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Juan Luis Cebrián es escritor y nove-lista.

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Miguel Herrero de Miñón

Derechos Históricos y Constitución

Madrid, Taurus, 1998, 344 págs.

iguel Herrero, miem-bro de la ponencia queredactó el anteproyecto

de la Constitución Española(CE) de 1978, ha reunido enDerechos Históricos y Constitu-ción (DHC) diez ensayos, artí-culos y conferencias, fechadosentre 1985 y 1998 y completa-dos con otros tres trabajos iné-ditos, sobre un tema común:los Derechos Históricos de losTerritorios Forales reconocidosy amparados por la Disposi-ción Adicional Primera de lanorma fundamental1. La in-troducción y el epílogo ayudana situar el volumen en la pers-pectiva de las reivindicacionespresentadas conjuntamente du-rante el verano de 1998 por losprincipales partidos nacionalis-

tas catalanes, vascos y gallegospara reformar o releer la Cons-titución –a los 20 años de supromulgación– en beneficio dela singularidad de sus respecti-vas comunidades autónomas.La dimensión operativa de esedebate a la vez político y doc-trinal es la búsqueda de fór-mulas que permitan, al menorcoste posible y con el mayorconsenso imaginable, una nue-va distribución territorial delpoder en favor de esas tres lla-madas nacionalidades históri-cas. Miguel Herrero considerahaber encontrado la fórmulaque puede servir

“como punto de encuentro entreposiciones políticas muy diferentes,desde la izquierda a la derecha, desdeel nacionalismo al foralismo” (DHC,15).

Letrado del Consejo de Es-tado, académico de CienciasMorales y Políticas y abogadoen ejercicio, Miguel Herrerohizo una rutilante entrada en lavida pública al comienzo de latransición; sus Memorias de es-tío (ME) reconstruyen las prin-cipales etapas de esa brillantecarrera política, desde la secre-taría general técnica del Minis-terio de Justicia en 1976 hastala portavocía del grupo parla-mentario de Unión de CentroDemocrático (UCD) en el oto-ño de 1980, pasando por unaactiva participación en la po-nencia constitucional. MiguelHerrero de Miñón modificósus lealtades partidistas e in-gresó en Alianza Popular (AP)a finales de 1981; el anunciode retirada de Manuel Fraga dela vida pública a finales de1986 (presentada como defini-tiva pero sólo temporal) lebrindó la oportunidad de ocu-

par provisionalmente la presi-dencia del partido. Derrotadopor Antonio Hernández Man-cha en el Congreso Extraordi-nario de AP de febrero de1987, Miguel Herrero volveríaal primer plano de la actividadparlamentaria con el regreso deFraga en el otoño de 1988; sinembargo, la designación de Jo-sé María Aznar en 1989 comocandidato a la Presidencia delGobierno y en 1990 comonuevo presidente del partido,rebautizado con el nombre dePartido Popular (PP), signifi-có su eclipse, tal vez debido alimperdonable pecado de habersido el jefe político y el tutorideológico del futuro presiden-te del Gobierno.

Está justificada, así pues, lacuriosidad del lector en tornoal enfoque –político o jurídi-co– de los artículos y confe-rencias reunidos en DerechosHistóricos y Constitución. Mi-guel Herrero se adelanta a sa-tisfacerla: aunque “la materiay la forma” de la obra corres-pondan al ámbito de los estu-dios jurídicos de corte acadé-mico, “la causa y el fin” tienencarácter político (DHC, 25).Metafóricamente cabría consi-derar esos trabajos como undictamen jurídico solicitadopor el demandante de un ima-ginario pleito político sobre losDerechos Históricos del PaísVasco, ampliables posterior-mente a Cataluña y Galicia.Sucede, sin embargo, que eneste litigio abogados y clientestienden a superponerse o aconfundirse; utilizando la figu-ra retórica de la sinécdoque, lospartidos nacionalistas, en espe-cial el PNV, tienden a presen-tarse como la encarnación del

País Vasco o al menos comosus representantes exclusivos:tal vez la razón de ese abusoconceptual es que los naciona-listas serían los verdaderos be-neficiarios de la actualizaciónincondicional y perpetua de losDerechos Históricos de Euska-di. Por lo demás, DHC no esun libro improvisado; buenaparte de sus ideas estaban yaen otras obras anteriores deMiguel Herrero: su prólogo de1978 a la versión castellana deFragmentos de Estado de GeorgJellinek (FE) y su discurso deentrada en la Real Academia deCiencias Morales y Políticaspublicado como libro en 1991con el título Idea de los Dere-chos Históricos (IDH).

La declaración de BarcelonaLa publicación de DHC hacoincidido con la creación deun órgano de colaboración per-manente en las Cortes Gene-rales de los partidos o coalicio-nes nacionalistas hegemónicosen el País Vasco, Cataluña yGalicia. En sus reuniones deBarcelona, Vitoria y Santiagode Compostela de julio, sep-tiembre y octubre de 1998, elPartido Nacionalista Vasco(PNV), la coalición Conver-gencia i Unió (CiU) y el Blo-que Nacionalista Galego(BNG) concertaron la puestaen marcha de grupos de traba-jo sobre el Tribunal Constitu-cional, los órganos estatales dedesignación parlamentaria y lapolítica de defensa y exterior.Esta iniciativa nacionalista delverano de 1998 invoca los pre-cedentes de la Triple Alianzade 1923 y de la Galeuzca de1933. Las Declaraciones y do-cumentos de trabajo de Barce-

M

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P O L Í T I C A

CUENTOS DE HADASPARA USO POLÍTICO

JAVIER PRADERA

1 “La Constitución ampara y respe-ta los Derechos Históricos de los Te-rritorios Forales. La actualización ge-neral de dicho régimen foral se llevará acabo, en su caso, en el marco de laConstitución y de los Estatutos de Au-tonomía”. Miguel Herrero de Miñónrelata pormenorizadamente en sus Me-morias de estío las vicisitudes de la dis-cusión de la Disposición Adicional Pri-mera en las Cortes Constituyentes; ensu opinión la ceguera jacobina de UCDtuvo la culpa tanto de que no fueseaprobada la versión del texto presenta-da por el PNV como de que los nacio-nalistas no votaran la Constitución. Porel contrario, Patxo Unzueta, que su-braya la contradicción existe entre laenmienda foral del PNV en 1978 y suactual reivindicación paralela del dere-cho de autodeterminación, cree que losdirigentes nacionalistas nunca se plan-tearon seriamente la posibilidad deaprobar la Constitución (Patxo Un-zueta, ‘El nacionalismo y la vía foral’,El País, 8-XI-1997.

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lona, Vitoria y Santiago fijanobjetivos a corto, medio y lar-go plazo de la nueva alianza tri-partita no demasiado alejadosen su fundamentación doctri-nal de la concepción expuestapor Miguel Herrero para de-fender “la pluralidad asimétri-ca de España, el carácter dife-rencial que no federal de su es-tructura” (DHC, 16). El reciéncreado frente nacionalista de lospartidos catalán, vasco y galle-go propugna una segunda tran-sición que posibilite una refor-ma de la estructura del Estadoa la altura de las conquistas de-mocráticas alcanzadas por laprimera transición en el ámbitode las instituciones democráti-cas, las libertades políticas y losderechos fundamentales.

Los ecos de los agitados y es-peranzadores tiempos posterio-res a la muerte de Franco pare-cen resonar en el programa dela nueva Galeuzca. Si la tripleconsigna libertad, amnistía, es-tatuto de autonomía de las mo-vilizaciones populares de losaños setenta asociaba inextrica-blemente la defensa de las rei-vindicaciones autonomistas deCataluña y el País Vasco con larecuperación de la democraciay con la liberación de los presospolíticos, los portavoces y com-pañeros de viaje de los partidosnacionalistas utilizan ahora su-bliminalmente la memoria deaquella época para sostener quela transición del franquismo ala monarquía parlamentaria noquedará definitivamente cerra-da hasta que el Estado de lasAutonomías sea reformado pa-ra dar satisfacción a las aspira-ciones de CiU, PNV y BNG.La Declaración de Barcelona,fechada el 16 de julio de 1998,

resume telegráficamente esapretensión:

“al cabo de 20 años de democracia,continúa aun sin resolver la articula-ción del Estado español como pluri-nacional”.

No sólo el recuerdo de lavinculación en el pasado de lasreivindicaciones estatutariascon el programa democratiza-dor remueve la mala concienciade algunos veteranos rupturis-tas de los setenta o despiertalas simpatías de los adversariosla Constitución de 1978 (CE)para movilizarlos en la cruzadade una segunda transición ca-paz de colmar las carencias yde corregir los defectos de laprimera. Además, la tregua in-definida declarada por ETA el16 de septiembre de 1998 creaun clima propicio para el re-planteamiento de algunas exi-gencias nacionalistas hasta aho-ra inaceptables precisamentepor el respaldo que recibían dela violencia terrorista. La de-magógica descalificación decualquier crítica a las reivindi-caciones nacionalistas comouna condenable manifestaciónde nacionalismo español in-confeso (o incluso de neocen-tralismo franquista disfrazado)empieza a producir los cono-cidos efectos de la espiral delsilencio en algunos medios de-mocráticos2. Finalmente, lospecios del naufragio de 1989refugiados en Izquierda Unidahan irrumpido como elefanteen cacharrería dentro del de-bate constitucional para reco-mendar la imposible concilia-

ción del legado leninista delderecho a la autodetermina-ción con la herencia falangista–reivindicada de manera ex-presa por Julio Anguita3– deEspaña como unidad de desti-no en lo universal.

La Constitución de 1978La intención de este comenta-rio bibliográfico no es hacer un

enjuiciamiento de los aciertos

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2 Elisabeth Noelle-Neumann, La es-piral del silencio, Barcelona, Paidós,1996.

3 Una biografía autorizada de JulioAnguita reproduce literalmente su opi-nión sobre José Antonio Primo de Ri-

vera, fundador de Falange Española,expresada en septiembre de 1988 cuan-do ya era secretario general del PartidoComunista de España: “Hizo aporta-ciones, aparte de su apuesta programá-tica en los famosos veintisiete puntos dereforma agraria y nacionalización de labanca, ignoradas después por los falan-gistas. El supo llegar al problema deEspaña al definirla por carencia, porvacío. Al no poder decir que Españaera una zona geográfica o un determi-nado proyecto histórico, dijo: ‘Españaes una unidad de destino en lo univer-sal’. Y he utilizado ese concepto variasveces”, José Luis Casas, El último cali-fa, Madrid, Temas de Hoy, 1990.

Miguel Herrero de Miñón

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o de los errores del dictamende Miguel Herrero desde elpunto de vista técnico-jurídi-co; quede constancia, en cual-quier caso, de que la gran ma-yoría de los profesores de De-recho Constitucional y Dere-cho Administrativo y buen nú-mero de historiadores han cri-ticado con severidad la débilbase teórica de los DerechosHistóricos de los TerritoriosForales4. Es cierto que las tesisjurídico-constitucionales deMiguel Herrero deben ser ana-lizadas en si mismas: sólo subuena o mala fundamentaciónlógica y empírica determinaránsu validez o su inutilidad. Esinevitable señalar, sin embar-go, que las propuestas incluidasen DHC suscitan la inconfun-dible sensación del dejà vufreudiano: en este caso, el re-cuerdo de la fórmula defendidapor Miguel Herrero durante laetapa constituyente (la reanu-dación del tracto foral y el Pac-to con la Corona) para vincularde forma singular y diferencia-da al País Vasco con el resto deEspaña (ME, 158-168).

No fue ésta la única aporta-ción original de Miguel Herre-ro a la tarea de encontrar laherramienta de ingeniería cons-titucional más apropiada paradesmontar la dictadura y sentarlas bases de la monarquía par-lamentaria; frente a la vía re-formista finalmente utilizadapor Adolfo Suárez (la aproba-ción por las Cortes franquistasde una Ley para la Reforma Po-lítica que desembocó en la ce-lebración de unas eleccionesdemocráticas), Miguel Herrerodefendió durante el verano de

1976 una fórmula próxima alrupturismo: la creación de unaComisión Regia integrada porlos representantes de todas lasfuerzas políticas (excluídos loscomunistas) que elaborase unaConstitución sometida poste-riormente por el Rey a referen-dum popular (ME, 79-82). Asu juicio, la vía finalmente ele-gida para restablecer la demo-cracia fue “la más difícil en elprocedimiento, la mas aleato-ria en el resultado y jurídica ypolíticamente innecesaria”;quince años después, todavíapiensa que “la transición se hu-biera cerrado antes y el costepolítico hubiese sido menor”de haber sido atendidos susconsejos (ME, 84-85).

Como miembro de la po-nencia constitucional, tampocologró Miguel Herrero la acepta-ción de sus propuestas para unanueva configuración territorialde la Monarquía parlamentaria.A su juicio, España no era unasociedad federal como Suiza, si-no “como el Reino Unido hoy ola vieja Hungría”, una sociedaden la que “los hechos diferen-ciales discontinuos no sólo sondistintos entre si sino heterogé-neos”: en consecuencia la “Ra-zón histórica”, y no la técnicaadministrativa o la ingenieríaconstitucional, debería ser en-cargada de dar respuesta a susproblemas (ME, 149). Su pro-yecto de Título VIII, presenta-do sin éxito en marzo de 1978 ala ponencia constitucional, con-vertía a las comunidades autó-nomas de régimen común “engrandes comunidades interpro-vinciales” y reconocía la pecu-liaridad de “los hechos diferen-ciales catalán, vasco, gallego ynavarro” mediante las disposi-ciones adicionales.

Tampoco consiguió MiguelHerrero su propósito de queUCD aceptara las enmiendasdel PNV orientadas a encajarel foralismo vasco dentro de laConstitución: la causa fue –es-cribe en sus memorias– “unamixtura de pseudoracionalismojacobino y de una cultura jurí-dica demasiado tributaria de losmanuales Themis aptos para el

primer ciclo de estudios uni-versitarios” (ME, 164). Pero adiferencia del debate sobre lassalidas institucionales al fran-quismo, defintivamente cerra-do por la historia, Miguel He-rrero piensa que la discusión entorno a las reivindicaciones delos partidos nacionalistas sobrela distribución territorial delpoder sigue viva. La necesidadde dar satisfacción a todos lospartidos democráticos (excluí-dos los nacionalistas vascos) sinromper el consenso obligó a losconstituyentes a fabricar unasolución ambigua y confusa ba-sada sobre “compromisos apó-crifos” y no sobre “silencios in-teligentes”(ME, 145) que per-mite replantear en 1998 lasreivindicaciones insatisfechasen 1978.

El texto de la CE muestraque las heridas del problema si-guen abiertas. Aunque el artí-culo 25 haga referencia a nacio-nalidades y regiones, la NormaFundamental no vuelve a men-cionar esos términos en su arti-culado ni los hace jurídicamen-te operativos; Cataluña, el PaísVasco y Galicia ni siquiera tie-nen el monopolio oficial deltérmino nacionalidad, adopta-do por Aragón y Canarias en lareforma de sus estatutos de au-tonomía. Y aunque la Disposi-ción Transitoria Segunda6 con-cediera a Cataluña, País Vascoy Galicia una ventaja de salidaen la carrera para alcanzar rápi-damente los máximos techoscompetenciales previstos por elartículo 148 de la CE, lo hizo

sin mencionar expresamentesus nombres: la triquiñuela fuesaber de antemano que única-mente esos tres territorios cum-plían la condición de haber ple-biscitado afirmativamente en elpasado estatutos de autonomía.

El artículo 148.2 fijaba quelas demás comunidades sólo po-drían acceder a esos niveles decompetencias hasta después detranscurridos cinco años desdesu creación. Pero la diferencia-ción inicial entre las tres nacio-nalidades históricas y el resto delterritorio español fue superadapor el paso del tiempo. Andalu-cía logró la equiparación formalcon Cataluña, el País Vasco yGalicia al acceder a la vía rápi-da del artículo 151 mediante elreferéndum de febrero de 1980;Valencia y Canarias consiguie-ron una situación muy seme-jante gracias a la transferenciade competencias de titularidadestatal prevista por el artículo150.27 Navarra actualizó en1983 su ley paccionada foral; yel acuerdo entre el PP y elPSOE de 1992 permitió a lasrestantes diez comunidades au-tónomas iniciar el camino paraelevar sus techos competencialesy reformar sus estatutos. Veinteaños después de promulgada laCE, así pues, la ventaja de sali-da inicial de Cataluña, el PaísVasco y Galicia, tres “indivi-dualidades” jurídico-políticasdecantadas por “una larga his-toria” y por “una afectividad”que les hace “infungibles e irre-ductibles a una pauta común”(DHC, 50), ha quedado consi-derablemente reducida y muevea los nacionalistas a exigir quesus hechos diferenciales recibanel reconocimiento de un nuevodistanciamiento respecto a losrestantes corredores.

Veinte años despuésCiertamente, la historia no ha

CUENTOS DE HADAS PARA USO POLÍTICO

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5 “La Constitución se fundamentaen la indisoluble unidad de la Naciónespañola, patria común e indivisible detodos los españoles, y reconoce y ga-rantiza el derecho a la autonomía delas nacionalidades y regiones que la in-tegran y la solidaridad entre todasellas”.

6 “Los territorios que en el pasadohubiesen plebiscitado afirmativamenteproyectos de Estatuto de Autonomía ycuenten, al tiempo de promulgarse es-ta Constitución, con regímenes provi-sionales de autonomía” podrían accederde inmediato a todas las competenciasenumeradas por el artículo 148.1 de laCE sin tener que aguardar el plazo decinco años establecido por el artículo148.2 de la CE.

7 “El Estado podrá transferir o de-legar en las Comunidades Autónomas,mediante ley orgánica, facultades co-rrespondientes a materias de titulari-dad estatal que por su propia naturale-za sean susceptibles de transferencia odelegación”.

4 Entre otros, Manuel García Pela-yo, Eduardo García de Enterría, To-más-Ramón Fernández, Francisco Rubio Llorente, Javier Corcuera, JoséRamón Parada, Juan Pablo Fusi, An-drés de Blas y Antonio Elorza. El pro-pio Miguel Herrero constata las críticasde juristas e historiadores sobre la ma-teria (IDH, 16). La Fundación BBV harecogido en un volumen las ponenciassobre el curso Foralismo, Derechos His-tóricos y democracia (Madrid, 1998) ce-lebrado por la Universidad del PaísVasco y dirigido por Miguel Herrero deMiñón y Ernest Lluch.

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sido escrita de antemano porla divina providencia ni está rí-gidamente predeterminada porcoercitivas condiciones objeti-vas: la solución dada finalmen-te por la CE a la distribuciónterritorial del poder bien hu-biese podido ser otra. El recur-so a la imaginación historio-gráfica contrafactual permiteidear desarrollos alternativos alcurso de los acontecimientosque tal vez hubiesen podido re-solver mejor los problemas dela distribución territorial delpoder tras la muerte de Franco.La generalización de las auto-nomías y la potencial homoge-neización de sus competenciasestablecidas por el título VIIIde la CE recibieron en 1978abundantes críticas; durante laetapa constituyente, la pro-puesta de dar un tratamientosingularizado a los regímenesde autonomía de Cataluña y elPaís Vasco fue defendida me-diante fórmulas menos arcai-cas que el pacto con la Coronapropugnado por Miguel He-rrero. Ahora bien, los ejercicioscontrafactuales, que devuelvena la historia su inquietante in-certidumbre y defienden laexistencia de diferentes cami-nos en cada encrucijada (antesde que la elección de la sendarelegue irreversiblemente al pa-sado ese desafío a la libertad dedecisión), se prestan facilmen-te a una utilización ventajista:siempre es posible marchar ha-cia atrás en el tiempo y demos-trar que la opción desechadahubiese conducido al paraíso,en tanto que el camino efecti-vamente seguido ha llevado alpurgatorio o al infierno.

¿Es seguro que el tratamien-to autonómico singularizadodado por la CE a Cataluña y elPaís Vasco, paralelo a una Es-paña provincial moderadamen-te regionalizada y descentrali-zada, hubiese servido realmen-te para satisfacer las reivin-dicaciones de los nacionalistascatalanes y vascos y para cerrardefinitivamente el modelo deEstado? ¿Cabe afirmar que losdemás territorios habrían acep-tado pacíficamente ese arreglo?

Si las Cortes Constituyenteshubiesen aprobado la Disposi-ción Adicional Primera sin su-bordinar la actualización de losDerechos Históricos de los Te-rritorios Forales al marco de laNorma Fundamental y de losestatutos, ¿habría abandonadoETA las armas? ¿Fué responsa-ble la generalización del régi-men autonómico de que el nacionalismo vasco violentoasesinara a 702 personas desdeque la Ley de Amnistía de 1977vaciara las cárceles de acusadoso condenados por delitos terro-ristas? Y, sobre todo, ¿tiene sen-tido replantear en 1998 la dis-puta de 1978 y proponer quelos corredores regresen de nue-vo a la línea de salida?

La profundidad de los cam-bios producidos en la distribu-ción territorial del poder en Es-paña desde 1980 hasta hoy esde muy difícil resumen; bastecon recordar que las 17 comu-nidades manejaron conjunta-mente en 1997 recursos presu-puestarios por encima de losnueve billones de pesetas, es de-cir, en torno el 25% del gastopúblico. Mientras Cataluña dis-puso de billón y medio de pe-setas, Galicia de 795.000 mi-llones y el País Vasco de714.000 millones, Andalucíarebasó los dos billones y Valen-cia rozó el billón8. En el terrenofiscal, el País Vasco y Navarragestionan la amplísima autono-mía proporcionada por sus res-pectivos conciertos económi-cos; las demás comunidadeshan recibido la cesión de algu-nos impuestos y una participa-ción en el impuesto sobre larenta. El País Vasco cuenta conun bien dotado cuerpo de poli-cía autonómico; Cataluña haemprendido la creación de supropia policía. Cataluña, el Pa-ís Vasco y Galicia fomentan elaprendizaje y la difusión de suslenguas propias mediante elcontrol del sistema educativo,la promoción cultural y las te-

levisiones autonómicas; Valen-cia y Baleares tienen igualmen-te competencias para desarro-llar el bilingüismo. Las tres lla-madas nacionalidades históricasy Andalucía alcanzaron rápida-mente los techos competencia-les señalados por el artículo148.1 de la CE; las restantescomunidades han obtenido ya–o están a punto de lograr– unnivel de autogobierno pareci-do. Las 17 comunidades dispo-nen de parlamento, gobierno,administración pública (servi-da por funcionarios propios) ytribunales superiores de justi-cia propios.

Las propuestas nacionalistasde impulsar una segunda tran-sición para lograr a una nuevaredistribución territorial del po-der no toman debidamente encuenta los grandes cambiosproducidos en el sujeto pasivode sus reivindicaciones: el Esta-do centralizado de 1978, divi-dido en provincias y con senti-mientos de pertenencia regio-nal más bien someros, hacedido su lugar a un Estado delas Autonomías estructurado encomunidades con amplios re-cursos presupuestarios, institu-ciones de autogobierno pode-rosas y una creciente concienciade identidad. La entidad inter-locutora de las tres consabidasnacionalidades históricas no esya la España jacobina de 1975sometida a la bota de Madrid(Arzalluz dixit) sino una poliarquía territorial emparen-tada con el federalismo asimé-trico. Pero los nacionalistas catalanes, vascos y gallegos rechazan esa estructura estatal ytratan de resucitar los buenostiempos en que Cataluña, el Pa-ís Vasco y Galicia se enfrenta-ban con una monolítica Espa-ña unitaria para exigir el reco-nocimiento de sus hechosdiferenciales.

Aunque el viejo Estado cen-tralizado del franquismo hayasido sustituido por el Estadode las Autonomías, Miguel He-

rrero regresa 20 años atrás pararetomar sus viejas tesis. En El bucle melancólico9, Jon Juaristidescribe los sentimientos detristeza indefinida, vaga y per-sistente que invade a los nacio-nalistas ante la imaginaria pér-dida de un paraíso inexistente;Miguel Herrero parece domi-nado mas bien por la añoranzade su derrotada propuesta de1978 y por el deseo de replan-tear –dos décadas después– suvigencia. Porque, a su juicio,no todo se perdió con el recha-zo del Pacto con la Corona; enrealidad, “los constituyentes noimpusieron, antes por el con-trario, un modelo autonómicouniforme y general para todaEspaña”. La responsabilidad dela criticable deriva actual co-rrespondería exclusivamente alos gobiernos y a las mayoríasparlamentarias posteriores queejecutaron con sesgo centralis-ta un mandato abierto a muydiversas interpretaciones:

“fueron los prejuicios doctrinalesde raíz orteguiana, políticamente ex-plotados por izquierdas y derechas,los que llevaron a la generalización delas preautonomías primero, de las au-tonomías no queridas, como en An-dalucía y Castilla, después, de las ins-tituciones y de las competencias enfin: una vez más, los errores intelec-tuales produjeron equivocaciones mo-rales” (DHC, 35).

De ahí que no considere ne-cesario ni conveniente la refor-ma de la Constitución de la quefue ponente. En su contribu-ción al libro colectivo Veinteaños después: la Constitución ca-ra al siglo XXI (VAD), ratificasu creencia de que “un granpacto de Estado, génesis de unaverdadera convención constitu-cional” permitiría obviar la “di-fícil reforma” de la norma fun-damental (DHC, 34), conscien-te tal vez de que sería muydifícil conseguir las mayoríascualificadas de los dos terciosde las Cámaras y el apoyo po-pular en el referéndum exigidospor el artículo 168 de la CE pa-ra modificar su artículo 2. Aun-que la reforma constitucionalsea en teoría posible,

“no parece ni urgente, ni siquieradeseable, dadas las posibilidades in-

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8 Instituto de Derecho Público, In-forme Comunidades Autónomas 1997,volumen II, pág. 565, Barcelona, 1998.

9 Jon Juaristi, El bucle melancólico,Madrid, Espasa Calpe, 1997.

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coadas en la Constitución y aún nodesarrolladas” (VAD, 89).

La Disposición Adicional PrimeraLa ganzúa jurídico-constitu-cional que permitiría dar satis-facción a las aplazadas reivin-dicaciones de los nacionalistascatalanes, vascos y gallegos esla Disposición Adicional Pri-mera con su amparo a los De-rechos Históricos de los Terri-torios Forales. Miguel Herre-ro pone su destreza herme-neútica al servicio de esa tarea.De un lado, utiliza el recurso ala institución iuscivilista de lanovación para hacer compar-tir a la Comunidad Autónomadel País Vasco con Vizcaya,Guipúzcoa y Álava el ejerciciode los Derechos Históricos delos Territorios Forales, hastaahora circunscritos a las tresprovincias y a Navarra10; deotra, la habilidosa conexión dela Disposición Adicional Pri-mera con las previsiones del ar-tículo 149.1.8 de la CE11 so-bre los derechos civiles foraleso especiales que continúanexistiendo en determinadasComunidades Autónomas lesirve para dar entrada a Cata-luña y Galicia, como supuestostitulares tácitos de los Derechos

Históricos, en ese privilegiadoámbito. Si la parcial absorciónpor el País Vasco de los dere-chos de sus tres provinciasplantea ya serios problemas ju-rídicos, todavía más discutibleresulta la argucia de cooptar aCataluña y Galicia como be-neficiarias de la DisposiciónAdicional Primera.

El Antiguo Reino de Nava-rra rompe la simetría del edificio construido por Miguel Herrero: aunque sea un indis-cutido titular de Derechos Históricos, es excluído de lasnuevas rivindicaciones plantea-das por los partidos nacionalis-tas de Cataluña, el País Vasco yCataluña. No hay duda algunade su condición de territorioforal: uno de los trabajos deDHC se titula precisamente“Los Derechos Históricos deNavarra como paradigma”, esdecir, como “expresión de lasubstantividad de una entidadpolítica, de un corpus politicumevolutivamente decantado, sin-gular e infungible”. (DHC,299). Según Miguel Herrero,Navarra no dejó hasta 1841 deser un Reino (a pesar de haberperdido su independencia en elsiglo XVI), ni ha sido nuncauna verdadera provincia, niconstituye hoy una auténticaComunidad Autónoma (DHC,303). ¿Porqué, entonces, esos“elementos de estatalidad” quela hacen “singular e infungible”(DHC, 305) y que le otorgan“codecisión y cosoberanía” paralo que le resulta propio “por en-cima de la letra escrita de lasleyes” (DHC, 308) no quedanformalmente definidos comorasgos de una realidad nacio-nal? Miguel Herrero distingueespecíficamente, dentro de losbeneficiarios genéricos de De-rechos Históricos, algunos ti-tulares “a todas luces naciona-les” (DHC, 18); Ahora bien, losDerechos Históricos, “un apriori trascendental” de los de-rechos nacionales tanto crono-lógica como lógicamente, tam-bién pueden ser invocados “porcuerpos políticos conscientes desu propia identidad pero caren-tes aún de conciencia nacio-

nal”, tal y como sucedió en el Imperio Austro-Húngaro(DHC, 105). ¿Será Navarrauno de esos cuerpos políticosanexos y yuxtapuesto que nohan alcanzado aún la condiciónnacional? ¿O estará influyendosobre esa cuestión el irredentis-mo de los partidos nacionalistasvascos respecto a Navarra co-mo territorio irrenunciable deEuskadi? Durante la transición,Miguel Herrero sopesó las ven-tajas e inconvenientes de la in-tegración de Navarra en el PaísVasco: “lo que ahora es inviablee innecesario dada la estructurade Euskadi –escribe en 1993–era entonces mas que posible”(ME, 160). Según su testimo-nio, Ajuriaguerra –máxima au-toridad del PNV en esa época–“sugirió incluso renunciar a ladenominación de Euskadi yasumir para el conjunto de loscuatro territorios la tradicionalde Antiguo Reino” (ME, 162).No es imposible que la omisiónactual de Navarra en la rituali-zada invocación por MiguelHerrero de la santísima trini-dad catala, vasca y gallega obe-dezca al deseo de nadar en lasaguas navarristas y de guardaral tiempo la ropa en el armariodel irredentismo nacionalista.

Aunque alguna inventiva re-construcción contrafactual delpasado permitiera imaginaruna situación mejor que la ac-tual si las Cortes Constituyen-tes le hubieran hecho caso aMiguel Herrero en 1978 o elparlamento hubiese desarrolla-do después el Estado de las au-tonomías en una dirección fa-vorable a las pretensiones na-cionalistas, no es posible, encambio, dar marcha atrás al re-loj de la historia y suprimir co-mo por encanto los 20 añostranscurridos desde entonces:si haber tenido una vez razónno acredita para tenerla siem-pre, el transcurso del tiempopuede restar vigencia a una so-lución aceptable en el pasado.Contra lo que Miguel Herrerosupone y un tango célebre afir-ma, es falso que 20 años noson nada.

Miguel Herrero trata de re-

cuperar el tiempo perdido porlas tres nacionalidades históri-cas mediante la distinción entrelas competencias de contenidomaterial y extenso, que estánal alcance de las 17 comunida-des autónomas, y el reconoci-miento simbólico y cualitativo,reservado exclusivamente a Ca-taluña, el País Vasco (con Na-varra al fondo) y Galicia. Re-cortadas o anuladas las distan-cias entre las comunidades deprimera (acogidas a la vía rá-pida del artículo 151 de la CE)y las comunidades de segunda(relegadas inicialmente a la víalenta del artículo 143) habríallegado la hora de promoverotra vez las diferencias me-diante un nuevo adelanta-miento de Cataluña, el PaísVasco y Galicia, esta vez defi-nitivo e irrecuperable.

Sabemos ya que la palancapara esa nueva vuelta de tuercapolítica serían los DerechosHistóricos de los TerritoriosForales amparados por la Dis-posición Adicional Primera.Ahora bien, tras la sorprenden-te aparición de Cataluña y Ga-licia como titulares tácitos detales derechos, ¿cómo estar se-guro de que no puedan surgirnuevos aspirantes? La exclusiónde Aragón, Valencia y Balearesdel privilegiado ámbito de laDisposición Adicional Prime-ra, con el doble argumento deque los derechos civiles espe-ciales no son equiparables conlos forales y de que la forali-dad civil no siempre implicauna foralidad político-admi-nistrativa, ¿podría admitir otrainterpretación? Lanzados a ladiscriminatoria búsqueda delos titulares –expresos o táci-tos– de Derechos Históricos,¿cómo determinar el momentode su nacimiento?

Origen y contenido de los Derechos HistóricosEn uno de los divertidos rela-tos de Cosmicósmicas12, el viejo

CUENTOS DE HADAS PARA USO POLÍTICO

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10 Francisco Rubio Llorente ha he-cho una penetrante crítica jurídica de lautilización por Miguel Herrero de Mi-nón de la categoría iuscivilista de no-vación para extender a la ComunidadAutónoma de Euskadi la titularidad delos Derechos Históricos. En vez de re-currir a la novación como modo de ex-tinguir las obligaciones regulado por elartículo 1157 del Código Civil, el an-tiguo vicepresidente del TribunalConstitucional propone aplicar la cate-goría de confusión que opera cuandoacreedor y deudor coinciden en la mis-ma persona. Concebidos los DerechosHistóricos como límite de los poderesdel Rey, la sustitución del principiomonárquico por el principio democrá-tico significa que los vascos han dejadode ser súbditos del rey de España paraconvertirse en cosoberanos. (Trans-cripción todavía inédita de su inter-vención en el acto de presentación deDHC realizado el 28 de octubre en laFundación BBV).

11 “[El Estado tiene competenciaexclusiva sobre] legislación civil, sinperjuicio de la conservación, modifica-ción y desarrollo por las ComunidadesAutónomas de los derechos civiles, fo-rales o especiales, allí donde existen”.

12 Italo Calvino, Memoria del mun-do y otras Cosmicósmicas, Madrid, Si-ruela, 1994, pág. 17.

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Qfwfq rememora cómo en lamateria fluida y granulosa delas nébulas de su infancia todoestaba oscuro como la pez ynada tenía consistencia: hastael día en que su padre gritó“¡Atención! ¡Aquí hago pie!” yla materia empezó a conden-sarse. El origen temporal deesos derechos –advierte MiguelHerrero– es muy impreciso ylas leyendas en torno a su na-cimiento ayudan bien poco afijarlo; pero aunque esos mi-tos, entendidos como tópicoshistoriográficos de una época,no prueben lo que quieren de-mostrar, son exponentes, encambio, de “una autoconcien-cia del hecho diferencial”. Ensuma, “la conciencia colectivaque expresa el espíritu del pue-blo” es “determinante en elmundo del derecho” y bastapara justificar la existencia deesos títulos históricos: aunquelos mitos historiográficos so-bre el surgimiento de una ins-titución como el señorío ten-gan difícil defensa, lo que re-sulta “históricamente incon-trovertible es la conciencia, ge-neralizada durante siglos, de sunaturaleza pactada” (IDH, 47).

A primera vista, así pues, lafuerza vinculante erga omnes delos Derechos Históricos nacede mecanismos emparentadoscon la prescripción adquisiti-va del derecho privado; sin em-bargo, Miguel Herrero invocatambién el principio democrá-tico para fundamentarlos. Por-que los Derechos Históricosno son “una alternativa al prin-cipio democrático” sino antesbien su “antecedente” históricoy su “alveolo” lógico. (DHC,107). De esta forma, los ple-biscitos para refrendar los Es-tatutos de Cataluña, el PaísVasco y Galicia durante la eta-pa republicana (requisito exi-gido, como ya vimos, por laDisposición Transitoria Se-gunda para acceder a la vía rá-pida del artículo 151) funda-mentarían también los Dere-chos Históricos de los tresterritorios; frente a los “histo-ricistas ar-queologizantes”, Mi-guel Herrero afirma que “tan

historia es 1932 como 1714”(DHC, 21).

¿Se podría considerar, en-tonces, que el referéndum so-bre el Estatuto de Carmonacreó algún tipo de DerechoHistórico para Andalucía, es-grimible en el futuro por lasgeneraciones venideras? ¿Algúndía estarán los valencianos, loscanarios o los extremeños encondiciones de celebrar su pro-pio referendum y de exclamar–como el personaje galácticode Italo Calvino– “¡Aquí se es-tán empezando a condensar losDerechos Históricos!” en el ca-so de que las urnas les fueranfavorables? No se trata de unaconjetura desprovista de fun-damento: la reclamación por laComunidad Autónoma de An-dalucía a la AdministraciónCentral de una deuda históricade varios miles de millones depesetas expresa ya la idea de laobligación por el Estado de sa-tisfacer un derecho cuya titula-ridad nacería de causas situa-das más allá de la legalidad es-tatutaria.

En realidad se trata de unafalsa polémica. Miguel Herrerocoloca el concepto de derechohistórico en un nicho ontológi-co inexpugnable para el princi-pio democrático: se trata de“un hecho existencial con re-lieve jurídico” y significa más“una personalidad que una ti-tularidad”: de ahí

“su irrenunciabilidad y su impres-criptibilidad, que no está vinculadatanto a aquiescencia de terceros o in-terrupciones de los plazos extintivos,sino a la realidad de una magnitudintensiva cuya cualidad suprema es laexistencia dotada del poder normativode los hechos” (IDH, 57).

El contenido de los DerechosHistóricos es tan indetermina-do y vagoroso que representauna amenaza para la seguridadjurídica. No existe un listadoinequívoco y preciso de reivin-dicaciones frente a terceros:

“el contenido de los DerechosHistóricos no puede identificarse condeterminada imagen, por ejemplo laimagen de la foralidad socialmente vi-gente, sino con su propia historici-dad; es por tanto un a priori materialde la norma, y en consecuencia, pre y

para normativo, pre y para constitu-cional” (IDH, 61).

No deberán ser buscados, asípues, en los códigos o en lascompilaciones consuetudina-rias: son los titulares de los Derechos Históricos, o mejordicho, los abogados naciona-listas que asumen su repre-sen-tación, los únicos facultadospara revelar sus contenidos demanera unilateral, imprevisiblee incondicionada. Los even-tuales conflictos a la hora dedeterminar o interpretar lasobligaciones pendientes de losdeudores no serán resueltos porun tribunal o por un árbitroimparcial sino por la voluntadmisma del derechohabiente; lospartidos nacionalistas, comorepresentantes del titular, seconvierten en juez y parte delos pleitos sobre la existencia yel alcance de esos derechos, enla única instancia con legitimi-dad para definirlos y para eje-cutarlos. Liberados de la incó-moda carga de los deberes quesuelen acompañar como susombra a los derechos en otrosámbitos públicos o privados,los Derechos Históricos son uncheque en blanco y una inago-table fuente de reivindicacio-nes para los partidos naciona-listas que han decidido asumirsu defensa.

Los fragmentos de EstadoLas nieblas que rodean los orí-genes y los contenidos de losDerechos Históricos tambiénenvuelven a la naturaleza desus beneficiarios. Miguel He-rrero inició la búsqueda de susrasgos definitorios en el prólo-go a la versión castellana de lamonografía escrita por GeorgJellinek en 1896 para tratar deencajar dentro de su TeoríaGeneral del Estado (definidopor los elementos esenciales deun territorio, unos súbditos yun poder propios) algunas si-tuaciones atípicas13. Sacando

de esa árida fuente jurídico-constitucional un caudalosomanantial de argumentos, Mi-guel Herrero utilizó FE parafundamentar la necesidad dedar a Cataluña y al País Vascoun tratamiento constitucionaldiferente del recibido por losrestantes territorios, relegados ala condición de meras provin-cias o de agregados pluripro-vinciales. Los lectores de Jelli-nek –advierte Miguel Herrero–deben prepararse “a escucharun cuento de hadas”; ahorabien, con independencia deque las disquisiciones en tornoal Gran Principado de Finlan-dia, el Reino de Croacia-Dal-macia y la Corona de San Es-teban tengan un aire “arcaico yarcaizante”, los españoles de1978 podrían encontrar enellas “respuesta a las cuestionesde más candente actualidad”.Al fin y al cabo, “los cuentos dehadas han sido y son paideiainsustituible de la racionali-dad”: permiten a los niños ac-ceder al mundo de los valoresobjetivos, y a los adultos reco-nocer “con más nitidez aúnque en la tragedia clásica las ar-ticulaciones fundamentales desu existencia” (FE, 13, 14). Laexplosión de Yugoslavia con-vertiría una década después alos fragmentos de Estado del vie-jo Imperio Austro-Húngaro envíctimas de un cuento de hadastrágico.

En la concepción de Jelli-nek, los fragmentos de Estadoson entidades “sometidas al po-der del Estado sin disolversetotalmente en el Estado: queno son Estado pero ofrecen losrudimentos de un Estado” (FE,57). Miguel Herrero concedegran importancia a la denomi-nación singularizada, “suma-mente heterogénea y cargadade infungibilidad” (FE, 46), de

JAV IER PRADERA

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13 Los protectorados coloniales, losdominios británicos de Canadá, Aus-tralia y Sudáfrica, la Alsacia Lorenaconquistada por Alemania tras la guerra

franco-prusiana, Islandia en sus rela-ciones con Dinamarca, los Reinos y Pa-íses austríacos, los territorios del lejanoOeste de Estados Unidos, los ducadosde Sajonia, Coburgo y Gotha, el Reinode Croacia-Eslovenia dependiente dela Corona húngara de San Esteban, elGran Principado de Finlandia respectoa la Rusia zarista.

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esos fragmentos estatales y citacon delectación la larga lista dereinos, archiducados, ducados,margraviatos y condados in-cluida en la Ley Austriaca de186114. Porque esas arcaizantesdenominaciones permiten “ra-cionalizar la individualidad his-tórica”:

“En el nombre y en el título jurí-dico de un fragmento de Estado se ex-presa la personalidad de éste en su dimensión histórica y jurídico-públi-ca”…”Hay casos en que la entidadhistórica en cuestión solamente escaptable a través de una denomina-ción e, incluso, de un título; casos enlos que el nombre comprende todauna tradición o, lo que es lo mismo,una aspiración; supuestos, en fin,donde el título ha sido, durante largotiempo, la garantía de la propia per-sonalidad política y su reconocimien-to actual podría ser el mejor aval deésta” (FE, 47).

DHC recuerda que los frag-mentos de Estado incluyen “di-versos, no todos ni completos,elementos de una organizaciónestatal”; en su condición de ta-les, no se subordinan al Estadosuperior, como lo hacen los es-tados federados o las regiones,sino que se “yuxtaponen” a laorganización estatal. El frag-mento de Estado revela “unapropia personalidad más o me-nos avanzada, más o menos de-sarrollada” pero distinta a la or-ganización más completa; esuna “anexa pars” que sirve deexpresión a un “corpus separa-tum”. Cataluña y el País Vasco(con Navarra al fondo), acom-pañados ahora por Galicia, nosólo ofrecen las característicaspropias de los fragmentos deEstado; además, poseen la ex-clusiva de tan singular estatus,sin que ninguno de los demásterritorios constituidos en Co-

munidades Autónomas puedaaspirar a tal pretensión. Elcuerpo político-histórico queadopta la forma de un frag-mento de Estado es una reali-dad existencial:

“una realidad que pertenece no alorden de lo extenso sino de lo inten-so; que no se puede medir, sino sen-tir; que se caracteriza por su singula-ridad, temporalidad y afectividad yque, por lo tanto, es infungible, mu-table y eminentemente simbólica”(DHC, 321).

Como hemos visto, la trans-formación de esa entidad his-tórico-política en una entidadjurídico-política se produce me-diante “la conversión del nom-bre histórico en título”. Esa esla enseñanza que las CortesConstituyentes desaprovecha-ron lamentablemente al co-mienzo de la transición. “Noes indiferente denominarse ono Reino de Navarra o Princi-pado de Cataluña”; si la Co-munidad Autónoma catalanahubiese adoptado la denomi-nación de Principado habríaquedado claro que continúasiendo “jurídicamente, comolo fue en el pasado, un corpusseparatum con competenciasoriginales” (DHC, 173).

Las NacionesComunidades histórico-políti-cas dotadas de soberanía origi-naria, yuxtapuestas a la organi-zación del Estado español co-mo partes anexas, titulares deDerechos Históricos como Te-rritorios Forales y poseedorasde una denominación históricapropia, Cataluña, el País Vasco(con Navarra al fondo) y Gali-cia son esos corpora politica“que hoy llamamos naciones”(DHC, 23); la actual “plurina-cionalidad española” no es, si-no la herencia de la “politerri-torialidad” de la antigua Mo-narquía (DHC, 97). Esa ele-vación de las tres nacionalida-des históricas a la condición denaciones está cargada de con-secuencias prácticas: las trans-ferencias competenciales en fa-vor de esas tres comunidadesdeberían ser “la consecuenciadel previo reconocimiento

conceptual, como Nación, delhecho diferencial y de su co-rrespondiente entramado ins-titucional” (DHC, 38).

Si Miguel Herrero mencio-nó los cuentos de hadas al ex-humar la teoría de Jellinek so-bre los fragmentos de Estado,Ernest Gellner utilizó imáge-nes y toponímicos de los cuen-tos populares para explicar elsurgimiento de los movimien-tos nacionalistas en el sigloXIX: la mitificada historia deun país llamado Ruritania cuyaidentidad nacional es creadapor las elites intelectuales ypolíticas emergentes a caballode las transformaciones indus-trializadoras y modernizadorasde la expansión capitalista15.La manipulación de la historiasirve a los nacionalistas para in-ventar a sus naciones: con in-dependencia de que el pasadocomún, el territorio, la lengua,el derecho, la religión o la cul-tura suministren los ingredien-tes indispensables para su cons-trucción, son los imaginativosarquitectos nacionalistas quie-nes extienden la correspon-diente partida de nacimiento.Porque que las naciones, tal ycomo las presentan los nacio-nalistas, no caminan hasta elpresente desde el fondo de unahistoria milenaria sino desde elsiglo pasado.

De nada sirve mostrar aquienes comparecen a esos de-bates dominados por las emo-ciones el carácter mitológico osimplemente inventado de lascredenciales aportadas por losnacionalistas para mostrar a sus naciones como entidades esen-ciales y transhistóricas16; aligual que en las discusiones so-bre la existencia de Dios entrelos agnósticos y los creyentes,la posibilidad de un entendi-miento que vaya más allá de la

mutua tolerancia es muy débil.Pero Miguel Herrero es un lai-co y no le preocupa que la no-ción de los Derechos Históri-cos sea una “típica tradición in-ventada”, es decir, unreplanteamiento de la historiay no su herencia. El presenteda sentido al pasado, no a lainversa:

“La voluntad de ser en que la na-ción consiste reclama un pasado yconstruye una historiografía inclusocientífica: por eso mismo suele inven-tar tradiciones” (IDH, 51).

Dejando a un lado esa his-toriografía descaradamente mí-tica, ¿cuáles son los requisitosde esos cuerpos jurídico-políti-cos, fragmentos de Estado yentidades nacionales que Ca-taluña, el País Vasco y Galiciaconstituyen? En cualquier caso“no basta el recuerdo históricode los antiguos Reinos” parajustificarlos: también es nece-saria “la existencia de Nacio-nes vivas” (DHC, 54). MiguelHerrero sale de ese laberintomediante juegos logomáquicostales como afirmar que la Dis-posición Adicional Primera,amparadora de esos cuerpos se-parados, yuxtapuestos y ane-xos, no se remite a la historia nitampoco a la historiografía sinosimplemente a la historicidad.(DHC, 104). El hecho de ha-ber sido resulta insuficiente:“no todas las antiguas entida-des histórico-políticas de la an-tigua Monarquía española pue-den esgrimir Derechos Histó-ricos” (DHC, 91); suponer locontrario implicaría conside-rarlos como un haber y no co-mo un ser. Tampoco basta conpresentar la credencial de losorígenes étnicos o esgrimir elrespaldo del plebiscito cotidia-no de sus habitantes:

“El Pueblo Vasco [...] no es unaentelequia racial ni una abstracta vo-luntad de vivir juntos, ni, claro está,menos aún, un meron quantum de-mográfico: es una magnitud histórica”

CUENTOS DE HADAS PARA USO POLÍTICO

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15 Ernest Gellner, Naciones y nacio-nalismo, Madrid, Alianza Editorial,1988.

16 Entre otros Ernest Gellner, op. cit.;Eric Hobswan y Terence Ranger, TheInvention of Tradition , Cambridge Uni-versity Press, 1984; Benedict Anderson,Comunidades imaginadas, México, Fon-

do de Cultura Económica, 1993; ErnestGellner Nacionalismo, Barcelona, Desti-no, 1998; Jon Juaristi, ‘La invención dela tradición’, CLAVES DE RAZON PRACTI-CA, núm. 73, junio de 1997.

14 “La representación común de losreinos de Bohemia, de Dalmacia, deGalitzia y Lodomeria con el gran du-cado de Cracovia, del archiducado deAustria, sobre y bajo el Ems, de losducados de Salzburgo, de Stiria, deCarinthia, de Carniola y de Bukowina,del margraviato de Moldavia, del du-cado de la Baja y Alta Silsia, del con-dado-principado del Tirol y del terri-torio de Voralberg, del margraviato deIstria, del condado-principado deGorz y de la ciudad de Trieste con suterritorio…”. (FE, 46)

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(DHC, 199).

La realidad existencial últi-ma que da sentido nacional a lavida de los hombres y que lestransmite calor y afecto en esteinhóspito planeta viene defini-da mediante términos ambi-guos, adjetivos emocionales ysustantivos equívocos. Sabe-mos, por ejemplo, que Españano es una nación pero sí –comoafirma Jordi Pujol– una “reali-dad entrañable” cuya “epider-mis” es el Estado (DHC, 39).Miguel Herrero coincide conlos nacionalistas en que nación,como madre, no hay más queuna. El mundo está formadopor identidades nacionales queexigen lealtades no comparti-das a sus hijos; ningún ser hu-mano puede liberarse de esedestino, lo quiera o no, lo sepao no. Los partidos nacionalistasexplican la aparente anomalíade que haya catalanes y vascosque también se sientan espa-ñoles: se trata simplemente–arguyen– de nacionalistas es-pañoles encubiertos.

Esa inefable condición on-tológica defendida por los na-cionalistas para Cataluña, elPaís Vasco y Galicia tiene co-mo reverso la futilidad de lasaspiraciones de otras Comuni-dades Autónomas a constituir-se en fragmentos de Estado onaciones: esas regiones nuncalograrán alcanzar la masa críti-ca suficiente ni reunir los ele-mentos necesarios para pasarde la magnitud extensiva a lamagnitud intensiva. Poco im-porta que Baleares y el País Va-lenciano sean tan bilingües co-mo Cataluña o que el norte deNavarra sea más euskaldun quemuchas zonas del País Vasco;que Aragón tenga una historiacompartida con Cataluña y underecho civil propio; que lamultisecular sujeción de Anda-lucía al dominio islámico hayadejado en su cultura un tras-fondo inconfundible; que losantiguos Reinos de León yCastilla la Vieja tengan mate-rializado el propio pasado ensu literatura y sus monumen-tos; que Canarias ofrezca rasgoscriollos semejantes a muchos

países latinoamericanos.¿Porqué únicamente Catalu-

ña, el País Vasco y Galicia ofre-cerían la dosificación de len-gua, cultura, historia, derecho,población y territorio necesa-ria para ser naciones, paraconstituir cuerpos histórico-políticos yuxtapuestos a Espa-ña como fragmentos de Estadoy para ser titulares expresos otácitos de los Derechos Histó-ricos reconocidos por la Cons-titución? Y, sobre todo, ¿cuálesson las razones que impiden avalencianos, canarios o anda-luces albergar la esperanza dealcanzar algún día tal condi-ción y les obligan a formar par-te de España quiéranlo o no?¿Por qué ninguna otra comu-nidad autónoma que no seanCataluña, el País Vasco (conNavarra al fondo) o Galiciapuede ser una anexa pars yux-tapuesta al Estado? ¿No estánya incoados –20 años despuésde sentadas las bases del Estadode las Autonomías– los víncu-los afectivos comunitarios den-tro de Valencia, Andalucía yCanarias? Las billonarias trans-ferencias de recursos presu-puestarios desde la Adminis-tración Central a la Adminis-tración Autonómica, la gestiónde la sanidad y la educación,la creación de burocracias fun-cionariales propias y las insti-tuciones parlamentarias, ejecu-tivas y judiciales de autogo-bierno, ¿no han consolidadonuevas elites políticas, empre-sariales y sociales regionales? Elasentamiento de los mesogo-biernos creados por la “nuevadesamortización de cargos pú-blicos” promovida por los pri-meros gobiernos de UCD(DHC, 69), ¿no está forjandorealidades y lealtades político-administrativas tan irreversiblescomo lo fue la redistribuciónde la tierra de la Iglesia y delos ayuntamientos en el sigloXIX?

El planteamiento esencialis-ta subyacente a la teoría de loscuerpos políticos y los frag-mentos de Estado no puede serni confirmado ni desmentidopor los hechos; como los viejos

concursos radiofónicos, con-mina con un dilema: o lo to-mas o lo dejas. Mientras quela Generalitat “es el Estado enCataluña”, Cuenca simple-mente “está en el Estado”(DHC, 41). La impermeabili-dad de esa construcción doc-trinaria abre la puerta sólo alos hechos favorables y deja a laintemperie (el mismo destinoque aguarda a los catalanes,vascos y gallegos no naciona-listas) las realidades molestas:por ejemplo la obstinada resis-tencia de casi la mitad de losvotantes del País Vasco a darsu voto a los partidos naciona-listas o la modesta minoría querespalda a los nacionalistas ga-llegos en las urnas. Miguel He-rrero insiste una y otra vez enla necesidad de abrir la norma-tividad constitucional a la fac-ticidad y la historicidad; sinembargo los nacionalistas, porsu parte, no abren su propiaconstrucción a los hechos de lahistoria si éstos contradicen susprejuicios doctrinales.

El marco constitucionalMiguel Herrero descarta el de-recho de autodeterminación co-mo vía para alcanzar las metasde reconocimiento y poder polí-tico que los nacionalistas exi-gen para Cataluña, el País Vas-co y Galicia. Vimos ya que elcamino adecuado es la Dispo-sición Adicional Primera de laCE. La clara, explícita e ine-quívoca referencia al marcoconstitucional como espaciodentro del cual deben ser ac-tualizados los Derechos Histó-ricos de los Territorios Forales(sean cuales sean aquéllos)fuerza a Miguel Herrero a daruna largo rodeo para distinguirentre la verdadera Constitu-ción, o Constitución sustanti-va, y las simples leyes de laConstitución, situadas fuera delsagrado recinto de los princi-pios y de los valores que for-man aquélla. Cualquier debateentre interlocutores que utili-zan idiomas distintos e intra-ducibles es un diálogo de sor-dos; José Ramón Recalde hasubrayado los problemas exis-

tentes para que los normativis-tas convenzan a los historicis-tas, y en una discusión sobreel origen, el alcance y la vigen-cia de la Constitución: “el de-bate constructivo es dificil en-tre una visión historicista yotra normativa, entre una ideay otra de jerarquía constitucio-nal, entre una idea y otra denación”17. Baste, pues, con le-vantar acta de las dos tajantesafirmaciones de Miguel Herre-ro a este propósito: de un lado,no toda la Constitución escritaforma parte de la Constituciónverdadera, reducida a las dispo-siciones, principios y pronun-ciamientos no contradictorioscon una irrestricta actualiza-ción de los Derechos Históri-cos de los Territorios Foralesrealizada en la dirección y conla orientación que los partidosnacionalistas exigen; de otro,“una parte importante de laConstitución sustancial no es-tá contenida en la Constitu-ción formal, sino en otras nor-mas” (VAD, 81).

No se trata de un debate bi-

JAV IER PRADERA

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17 José Ramón Recalde, ‘Dificulta-des del debate constructivo’, El País,17-X-1998, reseña bibliográfica deDHC. Las tesis de José Ramón Recaldesobre la materia en: “Constitución yDerechos Históricos”, CLAVES DE

RAZÓN PRÁCTICA, número 85, sep-tiembre de 1998.

18 Javier Varela cree que la inter-pretación de Miguel Herrero, llevaríaen última instancia a la destrucción dela Constitución y a adjudicar al Rey lacapacidad de expresar la voluntad delEstado como poder moderador, únicocapaz de mantener unidos a los frag-mentos de Estado; sostener que el mar-co de la Constitución no significa laConstitución como marco, sino el“marco político cambiante e impreciso”de ésta, equivale a defender que la dis-posición adicional “significa lo que nosda la gana que signifique” (‘En el mar-co de la Constitución…’, El País, 17-XI-1998). Las discrepancias de JavierVarela se extienden a la fundamenta-ción doctrinal de esas tesis, especial-mente la concepción de los titulares delos Derechos Históricos, a caballo entrela naturaleza y la historia: mientras quelas comunidades autónomas se compo-men de “individuos, grupos sociales,partidos, ideologías y hasta provinciasdiferentes”, los corpora politica son“identidades completas, afectivamentecargadas, redondas como bolas de bi-llar…son ficciones sin existencia real,mónadas sin ventana”.

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zantino18. El repertorio argu-mental suministrado por la te-oría de los fragmentos de Esta-do y las identidades naciona-les convierte en dogma de feque los Derechos Históricos delos Territorios Forales no sólopreceden a la Constitución (quese limita a reconocer su exis-tencia sin posibilidad de modi-ficarlos) sino que la sobrevivi-rían si desapareciera: los Dere-chos Históricos no formanparte de la Constitución sinoque son “una realidad tercera”(DHC, 99). Bastará, así pues,con arrojar fuera de la Consti-tución sustantiva, esto es, a lastinieblas exteriores de las merasleyes de la Constitución, todoaquello que impida una actua-lización de los Derechos His-tóricos de los Territorios Fora-les conforme a los deseos de lospartidos nacionalistas (espe-cialmente el Título VIII de laNorma Fundamental y la ju-risprudencia del TribunalConstitucional); unos derechosque no son “meras normas” si-no “complejos institucionalesde normas, valores, representa-ciones y entidades” de un or-den concreto. (DHC, 104)

Reconocimiento y competenciasLlegamos así al final del reco-rrido: ¿cuáles son los DerechosHistóricos pendientes de ac-tualización? La única forma deaveriguarlo es preguntárselo alos partidos nacionalistas quese arrogan el monopolio de ha-blar en nombre de Cataluña,el País Vasco y Galicia comosus exclusivos y excluyentes in-térpetes y portavoces. Los fir-mantes de las Declaraciones deBarcelona, Vitoria y Santiagolamentan la rastrera concep-ción materialista que conviertela distribución territorial delpoder en un mero asunto derecursos presupuestarios, com-petencias transferidas, corres-ponsabilidad fiscal, ámbito deactuación de las institucionesparlamentarias y ejecutivas deautogobierno, policías propias,sistemas educativos bilingües ycuerpos de funcionarios. Es un

“tremendo error” –afirma tam-bién Miguel Herrero– tratar de“comprar” a los partidos nacio-nalistas con transferencias; “elprecio nunca será suficiente”porque “las conciencias nacio-nales exceden con mucho losmeros complejos de intereses”:“la manera mas segura de hacerinaceptable una realidad no ve-nal es precisamente aparentarque está en venta y que, enconsecuencia, se puede com-prar”(DHC, 43). Las magnitu-des intensivas catalanas, vascas ygallegas no pueden conformar-se con unas concesiones que re-sultan aptas, en cambio, parasatisfacer las reivindicacionesde las magnitudes extensivas deAndalucía, Canarias, Asturiaso La Rioja. Ya vimos la esterili-dad de la vía arqueológica, em-peñada en identificar a los De-rechos Histó-ricos “con unacervo competencial, esto es,con el haber y no el ser de su ti-tular”, en lugar de considerar-los un fondo, una reserva defacultades (IDH, 74, 75). Porel contrario, “el ser determina-rá un haber” sin que “éste pue-da sustituir a aquel porque laprimera cualidad de las cosas,en este caso unos corpora poli-tica, es la existencia: el ser an-tecede al obrar” (IDH, 82). Elobjetivo proclamado por laDeclaración de Barcelona esque el resto de España asuma“la pluralidad nacional en elámbito del Estado” y formalice“el reconocimiento jurídico-político, social y cultural” de–y sólo de– Cataluña, el PaísVasco y Galicia. Se trata, ensuma, de “remover los obstá-culos que impiden el reconoci-miento del carácter plurina-cional, pluricultural y plurilin-güe del Estado español” y deconseguir una “redistribuciónde soberanía y poder” en bene-ficio de las tres llamadas na-cionalidades históricas. Ese re-conocimiento, justo y democrá-tico en si mismo, resulta“absolutamente necesario enuna Europa en proceso de arti-culación económica y políti-ca”. El reconocimiento, sin em-bargo, no concierne sólo a rea-

lidades simbólicas tales como himnos, banderas y fiestas pa-trióticas o a declaraciones deprincipios sobre la soberaníaoriginaria, el derecho de auto-determinación y la soberaníacompartida: no sólo de pan vi-ve el hombre pero el hombretambién vive de pan. Las De-claraciones de Barcelona, Vi-toria y Santiago subrayan quela petición de reconocimientosimbólico e institucional in-cluye también mayores compe-tencias en los ámbitos de laeducación y la cultura, la polí-tica fiscal y la presencia exte-rior. El documento del grupode trabajo de la reunión deBarcelona, además de criticarel modelo estatal centralista yuniformista borbónico que sus-tituyó a comienzos del sigloXVIII a la Monarquía de losAustrias, aspira a superar la ac-tual etapa autonómica, simpleproceso de descentralizaciónpolítica y administrativa, paraconfigurar “un Estado plurina-cional de tipo confederal”. Esanueva estructura estatal deberáacabar con la “progresiva ho-mogeneización competencial”de las 17 comunidades autó-nomas, considerada por los na-cionalistas como “una estrate-gia de las fuerzas estatales paradesvirtuar el autogobierno delas naciones sin Estado”.

Así pues el reconocimiento,además de plasmarse “en lossímbolos y las instituciones”,requerirá también “una ade-cuación de la financiación” alas nuevas necesidades de au-togobierno y “un traspaso decompetencias que haga políti-camente efectivo el reconoci-miento de la pluralidad del Es-tado”. El listado de esas pre-tensiones es amplio: “la com-petencia plena y exclusiva” pa-ra la legislación sobre lenguas yculturas propias; el nombra-miento por los parlamentos deBarcelona, Vitoria y Santiagode magistrados del TribunalConstitucional; la ampliaciónde las competencias de los Tri-bunales Superiores de Justicia;el control efectivo de la seguri-dad pública no supracomuni-

taria; la competencia plena enAdministración Local, inclui-da la eventual modificación delos ámbitos provinciales y delas diputaciones; el estableci-miento de un sistema de fi-nanciación capaz de asegurarla autonomía y la suficienciapropias; la “competencia ex-clusiva” sobre los recursos pro-pios naturales, etc.

Una nueva cultura políticaLos partidos nacionalistas deCataluña, el País Vasco y Gali-cia exigen, así pues, una nuevacultura política que subraye lasingularidad y la especificidadde las tres llamadas nacionali-dades históricas; que reconozcasu soberanía originaria, su co-soberanía futura y su derecho ala autodeterminación; que pro-picie una relectura de la Cons-titución a través de nuevas le-yes orgánicas y de bases; quereforme el Tribunal Constitu-cional para conseguir interpre-taciones favorables a las tesisnacionalistas; y que incluya ele-mentos confederales en el ám-bito de la cultura y la educa-ción. Esa nueva cultura política,vinculada al reconocimiento pa-ra Cataluña, el País Vasco yGalicia, también pretende quelas restantes comunidades au-tónomas renuncien a nuevostechos competenciales y acep-ten su condición de partes in-separables de esa España conla que las tres nacionalidadeshistóricas mantienen una rela-ción de yuxtaposición en régi-men singular y diferenciado deanexa pars. Miguel Herrerocontribuye a esa tarea con lainfundada tesis según la cual lahabilitación establecida por elartículo 150.2 de la CE paratransferir o delegar facultadesde titularidad estatal nunca hu-biera debido ser aplicada a esasautonomías residuales; el ám-bito de ese mecanismo delega-dor de competencias estatalesdebería circuns-cribirse exclu-sivamente a las comunidades ti-tulares de los Derechos Histó-ricos (IDH, 97).

Surgen algunas dificultadespara dar por bueno ese progra-

CUENTOS DE HADAS PARA USO POLÍTICO

58 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 88

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ma reivindicativo. Por lo pron-to, los nacionalistas carecen delapoyo de casi la mitad de la po-blación en el País Vasco y sonabiertamente minoritarios enGalicia: ¿con qué títulos de-mocráticos comprometen alresto de sus compatriotas? Pesea las probadas convicciones de-mocráticas y liberales de Mi-guel Herrero, esos fantasmalescorpora política situados a ca-ballo entre la historia y la on-tología, pertenecientes al ordenintenso, caracterizados por susingularidad, temporalidad yafectividad, infungibles, muta-bles y eminentemente simbóli-cos (DHC, 321), evocan omi-nosamente el espectro de lalimpieza étnica de la Europabalcánica.

De añadidura, las variacio-nes dentro del campo naciona-lista correspondiente a cadauna de esas tres comunidadesquedan ejemplificadas por lasdiferencias existentes entre elPNV y HB o entre Conver-gencia y Esquerra Republica-na; la remisión hecha por laDeclaración de Barcelona a losprecedentes históricos del Pac-to de la Triple Alianza de 1923y del Pacto de Compostela de1933 difumina también lossustanciales cambios produci-dos en el seno de los naciona-lismos a partir de la guerra ci-vil. Además, ese frente conjuntooculta las discrepancias entrelos nacionalismos hegemónicosde unas y otras comunidades;así, las fronteras entre el nacio-nalismo catalán en sentido es-tricto y el catalanismo en sen-tido genérico son mucho masborrosas que las nítidas barre-ras que separan al nacionalismoaranista del vasquismo consti-tucionalista.

En términos operativos lasdiferencias entre las llamadasnacionalidades históricas son asímismo grandes. Los programaseducativos de inmersión lin-güística y de discriminaciónpositiva a favor de las lenguaspropias en Cataluña y Galicia(cuyos idiomas están emparen-tados con el castellano por sucomún procedencia del latín y

cuentan con una vieja tradi-ción de uso familiar generali-zado) plantean desafíos muchí-simo menos graves para los de-rechos individuales de loscastellanohablantes que los sus-citados por el euskera en el Pa-ís Vasco. Y también resulta ob-vio que la extensión a Cataluñay Galicia del régimen de con-cierto económico vasco y na-varro crearía dificultades de es-cala al conjunto de la econo-mía española. Finalmente,¿cómo fabricar la cuarta pataque daría estabilidad a esa nue-va mesa jurídico-constitucio-nal sostenida por las otras trespatas de Cataluña, el País Vas-co y Galicia? ¿Pueden los na-cionalistas catalanes, vascos ygallegos obligar a los habitantesde las restantes comunidadesautónomas a ser meras astillasde esa cuarta pata? ¿El hechodiferencial de las tres naciona-lidades históricas justifica quelas Cortes Generales impidanel acceso de los restantes terri-torios a los mismos techoscompetenciales?

La cobertura doctrinal y lajustificación teórica tan gene-rosamente dadas por MiguelHerrero a los nacionalistas ca-talanes, vascos y gallegos tie-nen cuando menos dos flancosdébiles. Por un lado, las reivin-dicaciones políticas de los par-tidos nacionalistas –en si mis-mas defendibles– no necesitande la arbitrista protección delDerecho y de la Historia, cuan-do no de la Ontología, sumi-nistrada por sus dictámenes: enlos sistemas democráticos cadafuerza política tiene libertadpara defender sus programascon el peso de los votos y delos argumentos. El obsequio anacionalistas catalanes, vascos ygallegos de cuentos de hadascontrarios a las reglas del juegoestablecidas por la CE es unmal servicio a la racionalidadque debe presidir los debates

democráticos, sobre todo si eldonante se presenta como na-cionalista español (ME, 48).Por otro lado, aún siendo cier-to que la carrera de agravioscomparativos emprendida porlas comunidades de la vía len-ta para igualar a las comunida-des de la vía rápida crea pro-blemas de difícil arreglo19, elintento de que las restantes co-munidades autónomas aceptenla congelación de sus techoscompetenciales y una rebajadacondición regional frente a Ca-taluña, el País Vasco y Galiciatropieza con un obstáculo in-salvable: son los ciudadanos, yno los profesores o los aboga-dos, quienes deciden en unademocracia. n

BibliografíaHERRERO DE MIÑON, M.: Naciona-lismo y constitucionalismo, Madrid,Tecnos, 1971.–– El principio monárquico, Madrid,Taurus, 1972.–– Introducción a Georg Jellinek,Fragmentos de Estado, Madrid, Civitas, 2ª edición, 1981–– Idea de los Derechos Históricos, Ma-drid, Espasa-Calpe, 1991.–– Memorias de estío¸ Madrid, Temasde Hoy, 1993.–– Derechos Históricos y Constitución,Madrid, Taurus, 1998–– Veinte años después. La Constitu-ción cara al siglo XXI, Madrid, Taurus,1998.

19 Javier Pradera, ‘La liebre y la tor-tuga. Política y Administración en elEstado de las Autonomías’, CLAVES DE

RAZON PRACTICA, 38. Javier Pradera es editor y periodista.

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ucho es lo que, en estosdías, se viene publican-do sobre el llamado “de-

sastre” de 1898 y pocas son lasaportaciones realmente origina-les que sobre el tema han apare-cido. No se puede negar que lostrabajos surgidos alrededor de laconmemoración del centenarioserán de utilidad para corregirerrores, reflexionar sobre posi-bles paralelismos entre la crisisfinisecular decimonónica y la si-tuación actual, o ajustar a la realidad determinados tópicos einterpretaciones históricas. Con-tinúa pendiente, sin embargo,el necesario trabajo de investi-gación histórica, que expliquecon claridad la crisis militar de-sencadenada tras el Desastre.Crisis de enorme trascendenciay con muy diversas facetas, cu-yas consecuencias trastocarán,en mi opinión, la vida políticaespañola hasta época muy re-ciente. Para contribuir a ese ob-jetivo, este artículo pretendedesvelar lo que la guerra de Cu-ba significó para muchos mili-tares del siglo XX.

Por un azar fortuito y hacealgunas semanas, ha caído enmis manos tal vez la única do-cumentación inédita y originalsobre aquellos acontecimientosque vaya a salir a la luz públicaen este año de exposiciones,congresos y conmemoraciones.Se trata de la correspondenciaprivada, sostenida durante el pe-riodo bélico, entre varios miem-bros de una familia de artille-ros. El titular del archivo ha ac-cedido a que se haga uso de lamisma para estas páginas, conla única condición de permane-cer en el anonimato, tanto élmismo como sus antepasados

firmantes de las cartas.Descripción del documentoLa conservación de este lote de51 cartas manuscritas se debe auna extraña casualidad. Las car-tas están firmadas por diversaspersonas, todas ellas familiaresdel destinatario: básicamente, elpadre y dos hermanos, uno yotros militares profesionales.Son escritos que carecieron devalor en su día, salvo el estricta-mente sentimental. La mayoríade los temas tratados hacían re-ferencia a aspectos cotidianos dela existencia de aquellos hom-bres. El destino final de las cuar-tillas, como debió ocurrir con lainmensa mayoría de la corres-pondencia íntima y familiar delsiglo pasado, hubiera debido serel cesto de los papeles o el fuego.Sin embargo, viajaron desde elescritorio de un cadete de laAcademia de Segovia a La Ha-bana; le acompañaron en su re-patriación a la Península; sufrie-ron numerosos traslados, e in-cluso los avatares de la guerracivil en Madrid; luego, el exilio,y, por último, fueron rescatadasmuy recientemente de su des-trucción por mero azar.

El lote consta de tres seriesde cartas. Cada una de las seriespresenta características singula-res, pero presta unidad al con-junto la circunstancia de que to-da la correspondencia tiene unúnico destinatario. Cuando ésterecibió la primera serie, com-puesta por 22 cartas, fechadasentre el 10 de septiembre de1894 y el 21 de abril de 1896,era alumno de la Academia deArtillería de Segovia; todas ellasiban firmadas por su padre, co-ronel jefe de uno de los regi-mientos de la guarnición de Se-villa. La segunda serie, sin duda

la de mayor interés histórico, laintegran 26 cartas, fechadas en-tre el 14 de febrero de 1897 y el11 de septiembre de 1898. Eldestinatario era ya teniente y,tras un par de destinos en la Pe-nínsula, había embarcado haciaLa Habana en noviembre de1897. En esta ciudad permane-cerá durante la guerra con Esta-dos Unidos y hasta su regreso aEspaña, en enero de 1899. Larazonable desazón familiar porel joven oficial –acababa decumplir 19 años al tiempo delembarque– se advierte en queaumenta el número y variedadde los remitentes: recibe 17 car-tas del padre, trasladado a Sego-via para dirigir la Academia delArma; cuatro del hermano ma-yor, sota del citado centro esco-lar (es decir, teniente ayudantede profesor); dos del hermanomenor, alumno de la mismaAcademia; otra de la hermana;una de una tía, y otra de unamigo. La última serie la formantres cartas, fechadas en abril ymayo de 1906, que el padre, re-tirado, dirigió a los tres herma-nos, uno capitán y otros dos te-nientes, todos ellos destinadosen Burgos.

La vida cotidiana de una familia militarEl capitán general Fernando Fer-nández de Córdova afirmaba ensus Memorias, obra básica paraconocer en profundidad el uni-verso de las familias militares delsiglo XIX, que desde principiosde aquel siglo el Ejército se habíaido mesocratizando y que la altasociedad había ido dejándolo delado. Durante la Restauración,periodo en el que redactó suobra, eran ya muy escasos losmiembros de las familias aristo-

cráticas que seguían la carreramilitar. Igual había ocurrido con“los jóvenes de posición y de ri-queza”, los cuales preferían cur-sar otras carreras “o ninguna,malogrando sus mejores años enfútiles costumbres”. La relevan-cia adquirida por el Ejército du-rante el siglo XVIII había idodeclinando en la primera mitaddel XIX y, a partir de 1850, es-timaba el anciano general, ce-dió su supremacía “al abogado,al escritor o periodista, y a éseque ahora se llama genérica-mente hombre político”. Todoello, según él, se debía a que elEjército llevaba muchos añosnutriéndose de “hijos de la clasemedia”. Debido a esta extrac-ción, los oficiales eran “tenidosen poco” y su vida social habíaquedado limitada “a muy estre-chos círculos”. Ya no se les ad-mitía en los salones si no “os-tentaban otros títulos de noble-za o posición que la espada queceñían”; tampoco solían fre-cuentar los teatros o, cuando lohacían, ocupaban asiento “en lasaltas galerías, rara vez en losasientos de preferencia”. Lapráctica totalidad de su tiempolibre la pasaban en los cafés,“donde se oscurecían privada ycolectivamente”1.

Fernández de Córdova habíaingresado en el Ejército en losúltimos años del reinado de Fer-nando VII. Su primer entorcha-do lo obtuvo, al amparo de suhermano Luis, durante la pri-mera guerra carlista. Al ser casiun producto residual del Anti-

M

60 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 88

H I S T O R I A M I L I T A R

VIVENCIAS DEL 98EN UNA FAMILIA MILITAR

FERNANDO PUELL DE LA VILLA

1 Fernando Fernández de Córdova,Mis memorias íntimas, Sucs. de Rivade-neyra, tomo III, pág. 470, Madrid,1886-1889.

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guo Régimen, podríamos valo-rar el juicio anterior como dis-torsionado, o incluso bastantealejado de la realidad. Sin em-bargo, contamos con tantosotros testimonios semejantes so-bre los rasgos distintivos deaquella colectividad, que su vi-sión de la misma queda cuantomenos confirmada, si no prefe-rimos darla la consideración deoptimista. El militar de carrerade la Restauración pertenecía aun colectivo muy numeroso ysobredimensionado para las ne-cesidades reales de la defensa delpaís. Este factor condicionabatoda su vida profesional. El ex-ceso de oficiales gravaba hastatal punto el presupuesto del Mi-nisterio de la Guerra que erapreciso dedicar más de las cuatroquintas partes del mismo a pa-gar la nómina del personal. Di-cha asignación, aunque fuera lapartida más abultada del Presu-puesto del Estado, no permitíaque las retribuciones de los mi-litares estuvieran equiparadas alas de los funcionarios civiles delmismo nivel y las mantenía aúnmás alejadas del sueldo habitualde los profesionales liberales deparecido nivel sociocultural.

Sus expectativas de carreraquedaron seriamente mermadasal superar con creces la nóminade personal en activo el númerode puestos de trabajo disponi-bles. Más de 25 años solíantranscurrir antes de que un ofi-cial alcanzara el empleo de jefe,con el inconveniente añadido deque el sueldo iba ligado al em-pleo, sin que otro tipo de medi-das correctoras, semejantes a losactuales trienios, cubrieran susmayores obligaciones familiares.Aunque se idearon fórmulas pa-ra colocar al excedente de perso-

nal, dichas soluciones sólo lo-graron paliar un problema vicia-do en su origen: la imposibili-dad geométrica de que una es-tructura piramidal setransformara en otra prismática.Se conocen los rasgos generalesde la cuestión gracias a la reivin-dicativa y beligerante prensa mi-litar del periodo y, en menor me-dida, a la literatura costumbristay regeneracionista, en la que sepodrían incluir muchas obras deautor militar. Sin embargo, has-ta ahora era difícil contrastar siaquellos lacrimógenos artículosde prensa, o las miserias descritasen los libros, se ajustaban exac-tamente a la realidad. Tampocose podía deducir de los testimo-nios disponibles hasta qué pun-to la mayoría de los militares vi-vían conforme a lo expresado enletra de imprenta.

La correspondencia objeto deeste artículo puede proporcionaralgún indicio sobre sus vivenciascotidianas. Es, desde luego, hi-potético generalizar la informa-ción aportada, sin disponer deotras fuentes similares. Pero alpartir de cero a este respecto, noqueda otro remedio que dar co-mo bueno lo que tenemos entrelas manos y esperar a confirmar-lo a que la fortuna nos depareotra fuente similar. Conviene, noobstante, hacer alguna matiza-ción previa. La familia en cues-tión la formaban dos generacio-nes de oficiales de Artillería. Elpadre, coronel del Cuerpo, habíaingresado en la Academia de Se-govia en 1854. Era hijo de unindustrial gallego, cuyas empre-sas, como tantas otras, se habíanvisto severamente afectadas porlas sucesivas crisis financieras de-cimonónicas. Tal vez la vocaciónmilitar del hijo estuvo condicio-

nada por esta circunstancia, su-mada a la influencia del abuelomaterno, también coronel deArtillería.

El cuerpo tenía una tradiciónde más de cien años y había sen-tado los cimientos del incipien-te proceso de industrializaciónespañol. Esta circunstancia, queAzaña se ocupó de recordarcuando se puso en duda la ido-neidad de los artilleros para di-rigir los establecimientos fabrilesmilitares2, imprimía carácter ysingularidad a estos oficiales delresto de sus compañeros. Ellosse autoconsideraban la élite delEjército y creían estar por enci-ma de los problemas cotidianos

de la oficialidad. En cierto sen-tido, dicha creencia era cierta.Sin embargo, nuestra corres-pondencia describe un entornosocial y profesional que, en tér-minos generales, apenas se apar-ta de la visión ofrecida por Fer-nández de Córdova. Es posibleque los artilleros estuvieran máspreparados profesionalmente; esposible, también, que tuvieranmayores inquietudes científicas.Pero en su vida cotidiana, en sus relaciones sociales, perma-necían inmersos en el estrechomundo de las clases medias pro-vincianas, y más pendientes decómo llegar a fin de mes que dela crisis interna e internacionalpor la que estaba pasando el país. También es cierto que, nosólo los artilleros, sino la mayo-ría de los oficiales de la Restau-ración se revolvían impotentescontra su sino. Su educación eli-tista y aristocratizante los im-pulsaba a excluirse de la clasemedia, a la que pertenecían pororigen y posibilidades económi-cas, y pretendían arroparse en

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Weyler

2 “Yo no soy erudito –afirmó en lasCortes–, pero creo saber que una granparte de las iniciativas fabriles e indus-triales en España se hicieron en el sigloXVIII, cuando en España no había in-genieros civiles. Es decir, que vino unagran parte del progreso, o la inaugura-ción del proceso fabril en España, porlos militares, por los artilleros, por losingenieros militares”. DSCD, 27 deenero de 1932, pág. 3456.

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un universo cultural ajeno a larealidad de su entorno, exigien-do que el Estado compensara lasestrecheces financieras con pri-vilegios políticos y distincionessociales, y que la sociedad hicie-ra reconocimiento público de susingularidad.

Situémonos, ahora, en Sevi-lla, en septiembre de 1894. Uncoronel, al mando de una relati-vamente importante unidad ar-tillera, escribía a su segundo hijo,que cursaba estudios en la Aca-demia de Segovia. El mayor eratambién alumno del último cur-so y el menor se preparaba parael ingreso. Los tres convivían conla madre y otra hermana en eldomicilio familiar. Entonces, elrégimen de internado en las aca-demias militares no era obliga-torio y a las familias les resultabamás barato establecerse en la ciu-dad que pagar los gastos de ma-nutención de sus hijos. Desde laprimera carta, dejados aparte loshabituales consejos paternales,animando al hijo a estudiar, por-tarse bien y aprovechar el tiem-po, trascienden los apuros eco-nómicos de una familia obligadaa mantenerse dispersa. El coro-nel ocupaba un “cuarto peque-ño” en el Círculo de Labrado-res, tal vez el club social más aris-tocrático de Sevilla, lo quedemuestra la inclinación de losmilitares a guardar las aparien-cias y no renunciar a sus ínfulasde distinción. Consideraba, noobstante, su alojamiento “bas-tante malo”, y añadía: “como ne-cesito el dinero para vosotros meaguanto en él, porque me lleva-rán menos que en otro mejor”.Las siguientes cartas, escritas du-rante el otoño de 1894 y el in-vierno de 1895, centran su aten-ción en los estudios de los hijos.Es muy característico del am-biente de la época que la escritael 27 de febrero, cuando ya seconocía el inicio de la insurrec-ción cubana, no lo mencione yla dedique por completo a des-cribir la terrible inundación queasolaba Sevilla:

“Aquí estamos en pleno diluvio. Elrío está un metro sobre el muelle y tanpronto está arriba como abajo, porque el

temporal dura desde Diciembre. Las al-cantarillas que vierten las aguas de la po-blación al río están cerradas, para quepor ellas no entre el río, y toda el aguaque cae queda en las calles. El prado deSan Sebastián está convertido en lago, elpaseo de la Fábrica de Tabacos, que ro-dea el cuartel, está lleno de agua. Hayuna humedad horrorosa”.

Un mes después, el 20 demarzo, las secuelas de la guerrade Cuba aparecen por primeravez en el texto. Sin prestar aten-ción alguna al conflicto bélico,el coronel advertía las posiblesconsecuencias del mismo parala carrera de sus hijos:

“Los Regimientos están sin Tenien-tes, nosotros también y lo mismo le pa-sa a la Infantería. Necesariamente hande aligerar la carrera, y es lo probableque a todos les cojan los cursos cortos.Pero aunque así no sea, nada te perju-dica que los que están delante salganmás pronto”.

Sin embargo, el naufragio delacorazado Reina Regente enaguas de Tarifa, ocurrido el 9 demarzo, después de dejar en Tán-ger a la delegación del Sultánque había negociado en Madridla liquidación de la revuelta me-lillense de 1893, atraía su aten-ción y, tras justificar técnica-mente la catástrofe: “Los barcosblindados son buenos para com-batir, pero malos para navegar”,se extendía en una larga diserta-ción sobre las carencias náuticasde los navíos artillados. Tam-bién Filipinas, donde habíanculminado con éxito las opera-ciones para la ocupación deMindanao, mereció un recuerdoen la carta.

Durante el resto del curso, lacorrespondencia, al margen dela parte de carácter privado, in-cidía en los mismos temas apun-tados. La guerra brilla por su au-sencia (sólo presente en la refor-ma del plan de estudios,reducido a tres años y cuatro me-ses de duración) y los apuroseconómicos surgían una y otravez entre líneas. A veces comoexcusa para limitar a uno de loshijos la invitación para ir a Sevi-lla durante la Semana Santa y laFeria de Abril: “Yo no tengo di-nero para dos, ni tampoco parauno, pero ya me las arreglaré pa-ra pagar lo tuyo”. Otras, para

quejarse de los gastos ocasiona-dos por los estudios y de la esca-sez del sueldo: “Este año no ten-go un cuarto, tu Madre no hacemás que pedir y yo tengo men-sualmente una cantidad fija, queno me es posible aumentar”.

Las cartas del siguiente cursoescolar, 1895-1896, durante elcual los tres hijos serán alumnosde la Academia, no presentanotra novedad que la mayor sa-tisfacción del padre por los pro-gresos escolares de su segundohijo. Es digno de mención, yevidente síntoma de las caren-cias científicas del país, que lasasignaturas técnicas, como me-cánica y electricidad, se estudia-ran sobre textos franceses; situa-ción heredada y que siguió vi-gente en las Academias deArtillería e Ingenieros hasta bienentrado el siglo XX:

“Yo también he estudiado por tex-tos en francés –escribía el padre, el 8 deoctubre de 1895– y, al principio, la tra-ducción se hace un monte, pero pasadoalgún tiempo se acostumbra uno al len-guaje del autor y resulta muy fácil”.

Otra singularidad del plan deestudios, muy denostada en laprensa militar por la oficialidadde Infantería y Caballería, era laimportancia concedida a lasasignaturas técnicas en perjuiciode las militares. Estas cartas,además de confirmar un hechotestimoniado en otras fuentes3,parecen indicar que la atenciónprestada a las primeras tenía unobjetivo mucho más prosaicoque la estricta motivación pro-fesional aducida oficialmente:formar a los artilleros para ges-tionar y dirigir fábricas de ar-mamento y munición.

“Dedica todo el tiempo que puedasa la electricidad –sigue la última cartacitada–, en la inteligencia de que no

pierdes el tiempo, porque es una asig-natura muy útil, que tal vez te dé de co-mer andando el tiempo. Para no tenerun trabajo excesivo, dedica menostiempo a la Artillería. Esta asignaturano te sirve más que para el examen; esbueno que la sepas y lleves en ella buenpuesto, pero nunca este estudio te re-portará más ventaja que aprobar el cur-so con buena nota, mientras que todolo que aprendas de electricidad te hade ser útil toda la vida”.

Con respecto al régimen deestudios académico, la corres-pondencia presenta la novedadde describir con viveza dos as-pectos poco conocidos: las téc-nicas de aprendizaje habitualesen la época, método que tal vezfuera compartido por universi-dades y escuelas técnicas, y el entramado de relaciones e in-fluencias, por no decir presionesy recomendaciones, que los pa-dres de los alumnos manteníancon el profesorado. Durante losdos cursos escolares que cubrela correspondencia, el padre im-partió numerosos consejos sobreel método que consideraba másconveniente para dominar elprograma de estudios y obtenerbuenas calificaciones, así comoel tiempo y horario que debíandedicarse al estudio: “Por la tar-de, antes de cenar, y después alamanecer, levantándote a lascuatro”, por lo que el alumnodebía acostarse “inmediatamen-te después de cenar”.

La obsesión de todos ellos–del padre y de los hijos– era elpuesto que ocupaban en clase ylas calificaciones obtenidas enlas diversas materias. Para obte-ner buenos resultados, el padreles recomendaba que cada díaestudiaran primero “la confe-rencia de mecánica” y luego “lalección de Electricidad, sin em-peñarte en entenderla”. Con res-pecto a las asignaturas de carác-ter militar, consideraba suficien-te que tomaran notas en clase,“sin preocuparte de estudiarlasen el cuaderno con gran preci-sión”. Al estar más pendiente delos resultados que del aprendi-zaje, el padre no alentaba el es-tudio global de la materia: “loprimero y principal es la leccióndel día”, y añadía: “la lección esnecesario entenderla, aprender-

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3 Según el testimonio de otro oficialde Artillería, que ingresó 15 años des-pués, las matemáticas, electricidad, ter-modinámica, resistencia de materiales,y demás asignaturas técnicas, teníanconsideración de principales y era difícilaprobarlas; las materias profesionales,las de carácter militar, se considerabanaccesorias y se superaban con poco es-fuerzo. Antonio Cordón, Trayectoria.Memorias de un militar republicano,pág. 32, Grijalbo, Barcelona, 1977.

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la y saberla decir, las tres cosasson necesarias para llevar unbuen puesto en clase”. No obs-tante, se advierte en las cartasuna especial insistencia en que, adiario, “por lo menos una ho-ra”, se efectuara un “repaso de-tenido y bien estudiado de laElectricidad, leyendo cualquierpárrafo que no se dé, si en él sefunda lo que se da”.

Las injerencias de las familiasen la vida académica eran conti-nuas. En la mayor parte de lasocasiones, la cuestión era lograrque determinado profesor saca-ra a la pizarra al alumno conmás frecuencia, bien para indu-cir a éste a estudiar más o paraque aquél apreciara mejor suaplicación y rendimiento. Enotras, se buscaban apoyos paraque algún compañero influyerasobre el profesor que había sus-pendido al hijo o le había baja-do la nota. Sin embargo, cuandose advertía que algún traspiés es-colar podía causar la repeticióndel curso, con el consiguientequebranto económico, la pre-sión aumentaba y se acudía acualquier recurso: “Ya veremoscómo se busca una fórmula–puede leerse en la carta fechadael 9 de febrero de 1896– de que,de un modo u otro, podamosdefender al pobrecito niño”. An-te la animadversión manifiestade un profesor, atribuida gene-ralmente a antiguos piques o ro-ces profesionales, lógicos en unacorporación tan cerrada y poconumerosa, el alumno recibíapleno respaldo de su familia: “Sise portase mal contigo, de unamanera marcada –advierte el pa-dre, el 12 de octubre de 1895–,entonces me avisas, y ya vere-mos quién puede más, si él onosotros”.

Ecos de la insurrección cubanaEn las cartas de la serie anterior,se observa que el conflicto cu-bano no llegó a ser objeto depreocupación. Ni el padre, ni elhijo, le prestaron apenas aten-ción. Sólo esporádicamente paracomentar sus posibles conse-cuencias sobre el programa deestudios, drásticamente reduci-dos de cinco a tres años y medio,

cuando el Ministerio de la Gue-rra se vio obligado a cubrir todaslas vacantes de teniente en la Pe-nínsula y Ultramar. Es precisocuestionarse si sería posible ge-neralizar dicha actitud, convir-tiéndola en sintomática del sen-tir de la corporación. Como me-ra hipótesis, me siento inclinadoa contestar afirmativamente a lacuestión. Se parte del hecho cier-to, avalado por una veintena decartas suscritas por el jefe de unaimportante unidad artillera, deque la guerra no afectó ni su vi-da cotidiana, ni la de su unidad.Se parte también de la hipótesismuy probable, dado que se pue-de constatar que el padre con-testó punto por punto a cuantascuestiones le planteaban sus hi-jos, de que ninguno de éstos,alumnos del establecimiento aca-démico más prestigioso de laRestauración, sintió preocupa-ción alguna por la situación bé-lica que atravesaba Cuba.

¿Podría ello significar que am-bas partes vivían de espaldas a larealidad? Tal vez sí en el caso delos alumnos, pero muy impro-bable en el del padre. Las acade-mias militares han sido hastaépoca muy reciente, práctica-mente hasta la comercializaciónmasiva de la radio de transistoresbien entrados los años sesenta denuestro siglo, espacios muy ce-rrados sobre sí mismos y pocopermeables a las noticias e in-quietudes procedentes del exte-rior. No es factible saber a cienciacierta si lo anterior es trasferible auna época en la que los alumnosno vivían en régimen de inter-nado; probablemente sí. Además,la población escolar militar eramuy joven, la mayoría de elloscasi niños de 14 a 18 años. Pocosse sentirían atraídos por la lectu-ra del periódico en el improbablecaso, dada la penuria de medioseconómicos, de que su familiaestuviera suscrita a alguno deellos. En cuanto al padre, la si-tuación es muy distinta. Aunqueno comprara la prensa, tenía amano los periódicos que, a nodudar, el Círculo de Labradoresponía a disposición de los socios,y evidentemente también los delcuarto de estandartes del Regi-

miento. Alejado de la familia ysin graves preocupaciones profe-sionales, tendría también tiem-po sobrado para participar en lasdiversas tertulias del Círculo. Elhecho cierto es que el coronel es-taba bien informado sobre laguerra y mantenía opiniones cla-ras sobre la misma, como lo de-muestran los comentarios que,una vez rotas las hostilidades conEstados Unidos, hará a su hijo.

¿Por qué, entonces, no hizoalguna referencia a la guerra ensus cartas? Lo más probable esque nunca llegara a imaginarseque ésta afectaría directamente asu familia, ni se planteara quealguno de los suyos pudiera ver-se implicado en el conflicto. Es-ta hipótesis, de ser cierta, indi-caría que los militares peninsu-lares, como pocos años despuésvolvería a ocurrir durante la gue-rra de Marruecos, no prestaronexcesiva atención a la cíclica ylejana insurrección cubana nillegaron a implicarse emocio-nalmente en la misma. Segura-mente creyeron que el llamadoEjército de Ultramar se bastabay sobraba para sofocarla en pla-zo más o menos largo de tiempoy a costa de muchas o pocas víc-timas, tal como había ocurrido20 años atrás. Sin embargo, apartir del otoño de 1896, la si-tuación varió sensiblemente. Enseptiembre, el padre fue nom-brado director de la Academiade Artillería de Segovia, en laque seguían cursando estudioslos dos hijos menores. Tres me-ses después, el 26 de diciembre,el mayor de ellos, destinatariode nuestras cartas, obtuvo el em-pleo de primer teniente y se in-corporó al Regimiento de Arti-llería de Plaza, cuya Plana Ma-yor estaba en Cádiz.

En marzo de 1897, el padrele indujo a pedir traslado al 5ºRegimiento Montado, de guar-nición en Segovia. La interven-ción paterna tenía como objetoel que la familia pudiera dispo-ner de sus ingresos, según se des-prende de cartas cruzadas con elhermano mayor, también forza-do a permanecer en el hogar fa-miliar y a renunciar a la libreadministración de su sueldo. En

septiembre, volvió a su destinoanterior; esta vez obligado por elsorteo de plazas que cubría lasvacantes del Ejército de Cuba.De Segovia viajó de nuevo a Cá-diz, donde permaneció “en ex-pectación de embarque” hasta el10 de noviembre, fecha en quelo hizo en el mercante de laCompañía Transatlántica SantoDomingo, tras ser encuadradoen el 11º Batallón de Artilleríade Plaza. Llegado a la isla, pasó,“en comisión de servicios”, a laComandancia General de Arti-llería de La Habana, puesto quedesempeñó hasta ser repatriadoa la Península, en diciembre de1898. Permaneció, por tanto enCuba, 13 meses, a lo largo delos cuales recibió las cartas queahora se analizarán.

Prácticamente su incorpora-ción coincidió con el relevo deWeyler por Blanco en la Capita-nía General (31 de octubre de1897) y el inicio del proceso quepondría fin a la soberanía espa-ñola sobre las Antillas. Fue testi-go del retorno de los campesinos“reconcentrados” a sus aldeas, dela instauración de la autonomía,de los disturbios protagonizadospor la oficialidad habanera (en los que se mantuvo al mar-gen), de la visita y explosión delMaine, del cese unilateral de hos-tilidades con los insurrectos im-puesto por Estados Unidos, dela declaración de guerra, de loscombates de las Lomas de SanJuan y Caney, de la destrucciónde la escuadra de Cervera en San-tiago, de la capitulación del Ejér-cito de Ultramar y de la sustitu-ción de la bandera española porla norteamericana en el Castillodel Morro, desde el que, comooficial telemetrista, había parti-cipado en el dispositivo artilleroque defendió La Habana contrael previsible ataque estadouni-dense. Como era de esperar, tantrascendentales acontecimientostuvieron reflejo fiel en las cartasrecibidas de Segovia, al hilo delos comentarios que el joven te-niente hacía sobre ellos cuandoescribía a la familia. Como es ló-gico también, las cuartillas reco-gen frases cariñosas, recomenda-ciones higiénicas, noticias sobre

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la vida académica, cotilleos sobrela sociedad segoviana y muchapreocupación ante el afán decombatir que debía mostrar elhijo. Antes de analizar la partemás interesante de la correspon-dencia (la relativa al impacto dela derrota sobre aquella familiamilitar), se prestará atención alos aspectos arriba reseñados. Enla primera carta de la segunda se-rie, fechada el 12 de noviembrede 1897, sin noticias aún de lallegada del hijo a Cuba, el padre,aunque no conocía la isla, semostraba muy preocupado porsu salud física y moral:

“Ten ánimo, que vas al país del oroy la guerra puede darte ocasión de dis-tinguirte. Tienes tres enemigos: el vó-mito, las calenturas y los vicios de esepaís pervertidísimo. Contra el vómito,ten prudencia y atiende bien los conse-jos de los prácticos. Contra las calentu-ras, que es la enfermedad más mortífe-ra, procura explotar las relaciones de tuPadre para que no te destinen a la tro-cha, ni tengas que dormir en la mani-gua. El tercer enemigo, los vicios, es elmás temible y para combatirle debesrezar a la Virgen todas las noches unasalve y una ‘bendita sea tu pureza’. Ha-ciéndolo así te dará la Virgen castidad yno se debilitará tu buena educaciónmoral. El vino y el juego son a tu edadgrandes enemigos, que pueden hacerteolvidar que tienes el deber de rendirculto al honor y que ningún acto que-da secreto, porque todos los haces de-lante de Dios”.

No andaba descaminado alhacerle las primeras observacio-nes. En Cuba, murieron más de60.000 soldados durante los tresaños de guerra. De ellos, unos3.000 en el campo de batalla o acausa de heridas en combate.Otros 28.819 murieron afecta-

dos por vómito negro y 30.120más por paludismo, tuberculosis,tifus y otras enfermedades4. Lasegunda parte de la cita sirve pa-ra poner en evidencia la profun-da religiosidad y conservaduris-mo de los militares de la Restau-ración. Habían quedado muyatrás los tiempos en los que unanotable proporción de oficiales,los que lucharon en la Guerrade la Independencia y comba-tieron contra los carlistas, perte-necían a la masonería o eran ada-lides del liberalismo, condenadopor la Iglesia como herético. Losmotines cuarteleros del Sexenio,cuando muchos militares vieronen peligro su vida y su puesto detrabajo, les apartaron del aven-turerismo político y les convir-tieron en el baluarte de la ley y elorden. Sus hijos, educados ya enlos colegios religiosos que mo-nopolizaron la enseñanza secun-daria durante la Restauración,no habían conocido otro siste-ma de valores y seguramente nose lo cuestionaban. De ellos sur-giría la generación castrense queimpregnó de militarismo con-servador la vida pública españo-la durante los 50 años centralesdel siglo XX.

Incluso en aquellos graves mo-mentos, sigue presente en las car-tas la preocupación por la escasezdel sueldo, con el inconvenienteañadido de los atrasos en las pa-gas de Cuba y los problemas deliquidez derivados de la guerra.

“Es muy natural que paguen a la In-fantería y no a los artilleros –razonaba lacarta del 8 de marzo de 1898, cuando elteniente desplazado llevaba tres mesessin cobrar–. Observa que hay muchosJefes y Oficiales de Infantería que estánachantados en las poblaciones, eludien-do más o menos legítimamente ir acampaña, pero en operaciones está elresto, que es inmenso. En cambio ob-serva los jefes de Artillería que están encampaña y el número de capitanes queduermen es sus casas. Es muy justo quese pague al que trabaje y no se pague alque está en su casa”.

Las noticias sobre la vida se-goviana recibían especial aten-ción. La familia acudía cada do-mingo a una tertulia que “durade 6 a 8 y media, y no dan niagua”. Rutina que, cuando se in-terrumpía, merecía descripcio-

nes detalladas del padre y loshermanos. Por ejemplo, la pa-trona de Artillería de 1897 se ce-lebró con un baile en la biblio-teca de la Academia, decoradacon una “alfombra de bayeta en-carnada y en el techo tres gran-des arcos voltaicos”; en la vecinaclase de dibujo, alumbrada con“lámparas incandescentes”, sesirvió “pavo trufado, jamón endulce, dulces y té”. En Navida-des, visitaron Segovia dos com-pañías de zarzuela “seria” y unacompañía infantil, que actuaronen el remodelado teatro, “sin pal-cos bajos, con luz eléctrica, y de-corado y butacas nuevas”. Conocasión del santo de AlfonsoXIII, el 23 de enero, se organizóun “concierto en el picadero” alque asistió “toda la hit-live” ydonde el lugar de la orquesta loocupó “un fonógrafo perfeccio-nado” que interpretó “una mala-gueña, un aria de Mancini, unaguajira y una pieza tocada por lamúsica de Alabarderos”.

Hacia la guerra con Estados UnidosLa primera referencia a la guerraaparece en una carta del herma-no mayor, fechada el 27 de di-ciembre de 1897, en la que, alcongratularse por la pacificaciónde Filipinas, se pregunta “¿cuán-do será la de esa isla?”. A partirde ese momento, el proceso queconduciría a la ruptura de hos-tilidades con Estados Unidoscomenzó a dominar el panora-ma y lo cotidiano dio lugar alos acontecimientos históricos.En carta del 17 de enero de1898, el padre hace referencia alos incidentes ocurridos en LaHabana, que suponía suficien-temente conocidos por el hijo.Se trataba de la destrucción,unos días antes, de los localesdel diario El Reconcentrado, van-dalizado por dos decenas de ofi-ciales, en airada protesta contralos comentarios del periódicosobre los desmanes cometidospor Weyler en los campos deconcentración. Tras el asalto, sedirigieron a las redacciones deLa Discusión y de El Diario de laMarina para amenazar a sus di-rectores con nuevos actos de

violencia si incidían en aquellalínea informativa.

Su actuación, réplica de la quederivó en la dimisión de Sagastaen 1895 y antecedente de las quecondujeron a la aprobación de laley de Jurisdicciones en 1906, diopie a que Washington enviara elacorazado Maine a La Habana,teóricamente para proteger vidasy haciendas de los súbditos nor-teamericanos, ante posibles des-manes del mismo cariz. En reali-dad, la actitud de aquellos oficia-les evidenciaba la situación de lacolonia tras la instauración de laautonomía política. Su base so-cial era tan débil que resistía condificultad los zarandeos y presio-nes de españolistas irreductibleso independentistas declarados.Los militares peninsulares segúnse desprende del contenido de es-ta correspondencia, desconocíano estaban mal informados sobrelo que se fraguaba en Cuba. Elcoronel era consciente de la gra-vedad y trascendencia de los inci-dentes narrados, así como de susprevisibles implicaciones bélicasy políticas, y se valió de ellos pa-ra interpretar, bastante peculiar-mente, el problema colonial. Suscomentarios pueden ser de granutilidad para conocer cómo en-juiciaban la situación los militaresque no estaban directamente im-plicados en el mismo.

“Los últimos sucesos ocurridos enLa Habana prueban que, a las dificul-tades de la guerra, se han unido las de lapolítica, y por consiguiente, no será po-sible hacer la paz. El Ejército ha venci-do y arrolla al enemigo siempre que loencuentra. La dominación del país nola hace el Ejército, sino una ley rígida yjusta. El general Blanco ha ido a plan-tear un sistema que fracasó desde elprincipio y es necesario un cambio queno estará bien representado por Blanco.El general Weyler ha hecho mucho másdaño que el necesario; la concentraciónes una medida cruel con la que nada seha adelantado. Si ése hubiera fusilado aun centenar de personas, estaría el paísaterrorizado y nadie se atrevería a saliral campo, pero la concentración de loscampesinos ha hecho miles de víctimassin asustar a nadie. Entiendo que es po-sible abandonar la isla, como ha hechoItalia con su posesión de Egipto, y quecuanto más tardemos, peor parado que-dará el honor de España. Estamos per-diendo ahí honra y provecho”.

El texto es tan expresivo que

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4 La trocha, a que se refiere la carta,era una especie de enorme cortafuegosabierto en la manigua con el fin de li-mitar los movimientos de los mambi-ses. Se talaron dos; la primera en Orien-te, durante la guerra de 1868-1878; lasegunda, en 1896, en Pinar del Río, aloeste de La Habana, para contener laspartidas de Antonio Maceo. La tala deesta última fue la operación que costómayor número de bajas en la campaña.La mitad de los 40.000 soldados quecortaron árboles y limpiaron maleza, quese dejaba pudrir al sol, contrajeron pa-ludismo y fueron evacuados a hospitalesimprovisados en la bahía de La Habana,donde murieron 13.000 de ellos.

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obvia cualquier comentario. De-nota que no todos los militaresespañoles eran partidarios deconservar la colonia a cualquiercoste y parece indicar que un sec-tor suficientemente significativodel Ejército podría haber asumi-do la venta de Cuba a EstadosUnidos sin que ello hubiera oca-sionado la hecatombe nacionalque vaticinaba la clase política dela Restauración. Como más ade-lante se podrá comprobar, la derrota naval y la capitulaciónmilitar tuvieron efectos más trau-máticos sobre la conciencia deestos militares que los que hu-bieran podido derivarse de la pa-cífica cesión de soberanía, opciónadmitida, sin repugnancia nigrandes aspavientos, en la trans-cripción anterior.

Dos semanas después, el coro-nel, en respuesta a una preguntadel teniente, desmiente los ru-mores, al parecer llegados tam-bién a la isla, de que en Madrid laoficialidad joven, solidaria con suscompañeros de La Habana, habíaprotagonizado nuevos incidentes.

“De cuantas cosas dijeron que habíanpasado en Madrid, como consecuenciade los desórdenes de La Habana, nadade verdad. Produjo aquí gran senti-miento la noticia, pero nada se ha hechoen contra del Gobierno, no ocurrió másque aumentaron el deseo de que, decualquier modo que sea, se concluyapronto una guerra que nos arruina”.

Según se desprende de un re-ciente trabajo de investigación,es posible confirmar que elcontenido de la carta se ajusta-ba con notable exactitud a larealidad, lo que valida el con-junto de la correspondencia. El17 de enero, el mismo día enque el coronel se hacía eco delos motines, el embajador deEstados Unidos en Madrid re-mitió un extenso informe con-fidencial al presidente McKin-ley dándole cuenta de las en-trevistas mantenidas con laRegente y con el ministro deUltramar, los días 15 y 16. Ma-ría Cristina, saliendo al paso delos rumores que corrían sobreel descontento de la oficialidad,se limitó a darle garantías deque “ella aplastará cualquier

conspiración en España”. Se-gismundo Moret le aclaró contodo detalle la situación:

“Le pregunté” –escribía el embaja-dor Woodford– “hasta qué punto eranciertos los rumores sobre motines yconspiraciones, aquí en España. Mecontestó que Weyler, Romero Roble-do, los ultraconservadores, los carlistas,los socialistas y los republicanos inten-taban aunar esfuerzos para lograr queel Gobierno no disolviera las actualesCortes; forzar la dimisión del Gabineteliberal; rescindir la autonomía, y enviara Weyler de nuevo a hacerse cargo de lasituación en Cuba. Pero que él no veíapeligro inminente de que ninguna deesas conspiraciones tuviera éxito”5.

Más reales eran los rumoresde que los incidentes habíanpuesto en marcha la maquinaríabélica de Estados Unidos y deque España se preparaba, sindemasiado entusiasmo, paraafrontar la posible ruptura de

hostilidades.“Las noticias que ahora corren –se-

guía la carta del coronel, de 6 de febrerode 1898– son que Estados Unidos armasu escuadra a toda prisa. Nosotros hace-mos lo mismo sin gran clamorío. No segrita, ni se toca la marcha de Cádiz, peroparece que se ultiman los aprestos, por sihubiera que batirse. Mal asunto es éste deuna guerra con Estados Unidos. Me pa-rece que nuestros barcos se conduciráncon gran valor, como siempre, y si hay uncombate será una epopeya, pero dudoque a bordo de nuestros barcos haya prác-tica en el manejo de la artillería y me te-mo que vamos a quedar en ridículo”.

Cinco meses antes del hun-dimiento de la escuadra de Cer-vera un coronel de Artillería, se-guramente desconocedor del in-forme presentado al Congresode los Diputados por el minis-tro de Marina en 1894 y desde

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5 El texto original inglés está recogi-do en la obra de Julián Companys, Es-paña en 1898, entre la diplomacia y laguerra, pág. 328, Ministerio de AsuntosExteriores, Madrid, 1992.

6 Agustín Ramón Rodríguez Gon-zález, ‘La situación de la Armada en1894 a través de los informes parlamen-tarios’: Juan Pablo Fusi y Antonio Niño(eds.), Antes del “desastre”: orígenes y an-tecedentes de la crisis del 98, págs. 206-209, UCM, Madrid, 1996.

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luego ignorante de la situaciónpuntual de la flota en 18986,vaticinaba con notable clarivi-dencia el resultado del, por en-tonces, hipotético enfrenta-miento naval. Una vez más,nuestra correspondencia de-muestra su fiabilidad y da fe deque el desequilibrio de fuerzasera patente para cualquier per-sona medianamente informada,que la ulterior campaña deprensa fue un desatino y que alGobierno y a la Junta de Almi-rantes les impulsó un volunta-rismo suicida, pues eran cons-cientes de la imposibilidad devencer.

La carta del 17 de febrero,sólo dos días después del suceso,se hacía eco de la catástrofe delMaine: “Hoy me despertó Ma-má con las noticias de la vola-dura del acorazado de EstadosUnidos. Confieso que la noticiame produjo gran alegría, a pesarde los muchos muertos y heri-dos que habrá habido”. De nue-vo las cosas se enfocaban demuy distinta manera en los doshemisferios. Lo que en Segoviafue motivo de regocijo, en LaHabana causó aflicción, y muypocos dejaron de apreciar latrascendencia del hecho. Las au-toridades movilizaron cuantosmedios tenían a su disposiciónpara atender a los heridos y res-catar los cadáveres. La guarni-ción puso en peligro sus vidaspara socorrer a las víctimas delnaufragio. El ambiente popularse tiñó de luto. Incluso el gene-ral Lee, cónsul de Estados Uni-dos en la ciudad, que tan escasasimpatía sentía hacia la causaespañola, hubo de admitir, encomunicación oficial a Was-hington, que “era posible cons-tatar un sentimiento de tristezaen toda la ciudad”7.

Entretanto España celebrabalos carnavales, ajena a los sucesosdel otro lado del Atlántico. El26 de febrero, el coronel escribíaen solitario mientras la familia seencaminaba al “baile de piñata”.Su carta incluía un excelenteanálisis de la situación y el pre-

visible desarrollo del conflicto,sin dejar de mencionar la bri-llantez de “los bailes de LaUnión” y hablar de las “masca-radas sin gran animación” que sevieron por las calles. Las clasespopulares, tan castigadas por laslevas y la subida del precio delpan, debían sentirse poco pro-clives a celebraciones. Abría suscomentarios con la advertenciade que el enfrentamiento teníaraíces más profundas que la ex-plosión del acorazado. Recono-cía nuestra inferioridad naval yse mostraba convencido de que,si por un afortunado azar sevenciera en el mar, el desenlacefinal sería favorable a España.Este convencimiento es clavepara comprender el derrumbemoral de la oficialidad españolay entender determinados com-portamientos futuros. Comoluego demostraron los hechos,la valoración de la potencia te-rrestre del enemigo se ajustababastante a la realidad: recuérde-se que el general Shafter solicitópermiso para reembarcar tras so-portar sólo una semana de llu-vias y un día de combate. Sinembargo, el análisis carece de vi-sión de conjunto. Pocos milita-res parecieron darse cuenta deque la misma declaración deguerra llevaba implícita la de-rrota, al carecer España de unaflota capaz de mantener expedi-tas las comunicaciones entre lacolonia y la metrópoli.

“No he podido remediar el alegrarmede la voladura del Maine. Puede produ-cir la guerra, pero no como causa, sinocomo pretexto. Nuestra desventaja eshorrible. Racionalmente debemos seraplastados, pero si Dios nos ayuda po-demos vencer. Unos cuantos disparosde suerte y el valor de algún comandan-te de torpedero pueden darnos la victo-ria. Si vencemos en la mar, lo cual pue-de ser pero no es probable, nos reire-mos del poder de Estados Unidos y notardarían en proponer la paz, que moti-varía la pacificación de Cuba. No sonmilitares los Estados Unidos, no tienenpatriotismo ni tendrán fortaleza para re-sistir una catástrofe. Charlan porque vensegura la victoria, pero si les viesen lasorejas al lobo pronto se aclocarían”.

El hermano mayor, unos díasdespués, el 8 de marzo, confir-maba que los profesores de laAcademia participaron del mis-

mo regocijo que el director, alconocer el hundimiento delMaine: “Yo estaba aquella nocheen el Casino cuando llegó el He-raldo, y no puedes figurarte laalgarada que se formó”. El 17 deabril, todos los miembros de lafamilia escribieron a La Habanaconvencidos de que la guerra eraun hecho inevitable. El padre,lamentando “no poder estar a tulado”, le recomendaba “pruden-cia y cuidar de tu persona, fuerade los momentos decisivos enque todos los sacrificios son pe-queños”, y finalizaba la carta conun viva a España. Una vez más,el maduro coronel mostraba sutemor al fatal desenlace y señala-ba con acierto que el riesgo noestaba precisamente en La Ha-bana, cuyas baterías de costa,lanzatorpedos y minas ampara-ban la ciudad con suficiente efi-cacia. La hipótesis más peligrosala situaba, como después confir-marían los hechos, al otro ladode la isla: “No sé cómo se las vana arreglar en Santiago, donde su-pongo que habrá poca artillería”.El hermano mayor consolaba suausencia del teatro de la guerraaventurando que ésta duraría“muy poco” y que, antes de tresmeses, se habría concluido “lacuestión de esa isla”. Menosconsciente de la realidad que elpadre, por lo que la derrota leafectará más profundamente,consideraba que la guerra se re-solvería desde tierra: “Ojalá sepongan esos canallas delante delos cañones y tengáis la suerte deestropearles unos cuantos bar-cos, a ver si entonces chillan me-nos”. El menor, aparentementeno menos bravucón y desde lue-go menos informado de nues-tras posibilidades reales, no esta-ba aún convencido de la inmi-nente ruptura de hostilidades,pero en ese supuesto no poníaen duda la victoria española. Sedenota por su carta, muy ilus-trativa para conocer la opiniónde los alumnos de la Academiade Artillería, que éstos debían se-guir el desarrollo de los aconte-cimientos con mucha atención,enmarcándolos incluso en sucontexto internacional.

“Me parece que la guerra no se de-

clarará, y créeme que lo siento, puestengo la convicción que les daremosuna paliza. Pues aunque los yanquistengan unos barcos más que nosotros,en cambio no pelearán con tanto valorcomo espero que tendrán nuestros ma-rinos, que, convencidos de que nuestrahonra y nuestro todo está en sus ma-nos, se portarán como unos valientes.Además, creo que los marinos yanquissaben manejar un barco, pero en cam-bio no son artilleros y no sabrán sacarpartido de los elementos que tienensuperiores a nosotros. Y, dado el modoque tienen de apreciar el honor, se por-tarán como cobardes, y nuestra victoriase conseguirá con poco. Si tenemos lasuerte de echarles un solo barco a pi-que, los demás tomarán las de Villa-diego; si no, sucedería que, aunquevenciéramos, sus barcos se irían al fon-do del mar, y los nuestros a sus astille-ros destrozados. Lo malo es que los in-gleses metan la pata, como es muy pro-bable que suceda, pues sientensimpatías por los cerdos y en este casoes imposible hacer nada. Con su for-midable escuadra nos obligarían a nohacer nada, lo que equivale a dar la ra-zón a los yanquis y tener que hacer loque ellos quieran”.

El impacto del “desastre”La declaración de guerra, el 23de abril, interrumpió la perio-dicidad semanal de la corres-pondencia, al quedar bloquea-das las costas cubanas por la es-cuadra norteamericana, y no sereanudó hasta después de la ca-pitulación. Se conservan sólodos cartas de este último perio-do, una del padre y otra del her-mano mayor, fechadas ambas el11 de septiembre de 1898. Sinembargo, su contenido superaen interés a cualquiera de lostextos antes comentados. El co-ronel pasaba revista a la situa-ción familiar, antes de hacerninguna referencia al desastre.Le habían destinado a Burgos yvivían con más desahogo, perola madre se había ido “arrugan-do”, preocupada por la falta denoticias del hijo: “ella no com-prende que de ese país se puedavolver con vida”. Admitía queél pasó los mismos “miedos” yque había rezado cada día paraque “Dios te conserve la salud”.El hermano, trasladado tambiéna Burgos, resumía la situaciónvivida asegurándole que “la in-comunicación pasada ha sidouna angustia por la carencia

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7 Companys, op. cit., pág. 174.

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completa de noticias”. ¡Cuántasotras familias pasaron el mismosuplicio, ignorantes del destinode sus hijos y sin que, a la pos-tre, sus plegarias fueran atendi-das! Se habló antes de los60.000 muertos que ocasionó lacampaña, pero no ha sido posi-ble, hasta el momento, contabi-lizar el número de jóvenes inha-bilitados para el trabajo, a causade las heridas recibidas en com-bate, y los muchísimos más queno pudieron emprender una vi-da normal, debido a las secuelasdel vómito, la tuberculosis o elpaludismo.

“El Desastre es, por encima de todo–afirma uno de los más destacados es-pecialistas del tema–, ese inmenso dra-ma humano de miles y miles de jóvenesheridos, mutilados, enfermos parasiempre, condenados a una vida demarginación y mendicidad. Su impac-to en la sociedad española tardaría mu-chos años en borrarse”8.

El desastre tuvo además otrotipo de consecuencias para losmilitares. Sus lesiones fueron in-ternas, más de carácter psíquicoque físico: desmoralización, des-prestigio del sistema de valoresque veneraban y, muy en espe-cial, el autoconvencimiento deque no eran eficaces, última ra-zón de ser de una profesión in-tegrada por hombres de acción.Como después confesó otro jo-ven teniente, se sintieron “viejosen el pensar” al volver de Cu-ba9. Y, todavía en 1911, un fu-turo personaje histórico con-templaba anonadado cómo mu-chos de sus compañeros, al salirde la Academia, se deprimíanpensando que el Ejército “nuncaserviría para nada”10. Los ante-riores testimonios –los únicosque se han podido entresacar devarias decenas de obras de au-tor militar, referidos a estadosde ánimo individuales– proce-

den de un oficial repatriado yde otro que aún no había ingre-sado en la Academia. La prensamilitar, por su parte, se limitó ajustificar actuaciones concretas,reivindicar comportamientoscolectivos y proclamar la indig-nación de la corporación antelos ataques de políticos y perio-distas. Sin embargo, nada se co-nocía, hasta el momento, sobreel impacto de la derrota en laintimidad de las conciencias delcuerpo de oficiales peninsular.Las dos cartas citadas permiti-rán clarificar este punto.

Ambos corresponsales enjui-ciaron muy negativamente loocurrido. Ninguno de ellos pre-tendió justificar la conducta desus compañeros, ni individual nicolectivamente. Sólo el soldadoquedó libre de culpa. Pero, sobretodo, subyace en sus páginas elsentimiento de vergüenza. Ver-güenza por pertenecer a una ins-titución que no había sido ca-paz de cumplir con el cometidoque justificaba su existencia. Ver-güenza por compartir escalas conun mando que no supo resolver,profesional y airosamente, la si-tuación planteada. Vergüenza,particularmente, al ir teniendoconocimiento de tantos casos decohecho, de tantos casos de co-rrupción, protagonizados porcompañeros de todos los rangos.Será preferible ceder el puesto alos autores de las cartas, de for-ma que el lector juzgue por símismo la profundidad de lossentimientos expresados, la hue-lla que dejará el desastre en aque-llas generaciones militares. De lacarta del coronel, la menos ve-hemente de las dos, se han selec-cionado tres párrafos: el primeroenjuicia la debacle naval, el se-gundo la campaña terrestre y eltercero, de demoledor conteni-do, la actuación de sus compa-ñeros de armas.

“La marina yanqui siempre ha sidobuena y, después de tantos bombardeos,tiene muy buenos artilleros. Cervera lle-vaba reclutas y la superioridad de inte-ligencia y de número uno aplastó. No sele puede tachar de ignorante ni cobarde,pero no tuvo resolución para ser un hé-roe y se quedó en ridículo; no por la de-rrota, sino por no haber causado daño alenemigo”.

“Weyler destruyó la isla; hizo impo-sible la vida en el interior y, al ser due-ños los yanquis de la mar, quedó el Ejér-cito en una situación imposible de sos-tener. El general Toral no cumplió consu deber, no extremó la defensa hasta ellímite marcado en la Ordenanza, pero alver llegar a los repatriados, al ver que novuelven hombres sino espectros, se de-duce que el Ejército de Cuba sólo pudobatirse con los mambises y que no haymedio de continuar la guerra. Esto de-ja en una situación desairadísima no só-lo al Ejército, sino a toda la Nación.

“El soldado es valiente y sufrido; eloficial se ocupa más de los garbanzosque de sus deberes; los jefes son res-ponsables del mal estado de la tropa ydel mal espíritu de la oficialidad; losgenerales son malísimos. Vara del Reyha sabido morir y esto es bastante. Li-nares cubrió su responsabilidad conuna herida. De Pareja nada se ha ha-blado y nadie se explica este silencio,mas que atribuyéndolo a inexperienciay falta de espíritu militar. Los demáshan brillado por su ausencia, y habien-do tantos en la isla, tantos para pedir re-compensas, tantos para cobrar y darsepisto con sus ayudantes al lado, no esdisculpable que hubiese llegado Toral aconvertirse en jefe único”.

Como recapitulación de loanterior, concluía: “Éstas son lasopiniones que por aquí corren,que se resumen en que ni la Ma-rina ni el Ejército valen nada”.La segunda de las cartas, escritapor un teniente que acababa deentrar en su mayoría de edad, esmucho más crítica y espontáneaque la anterior. Más de las trescuartas partes del texto tienenrelación directa con los recien-tes acontecimientos, pero sucontenido es tan original y me-rece tanta atención que se hapreferido conservarlo íntegro.Aborda el tema por donde lo ha-bía cerrado su padre: la autoa-cusación de ineficacia. Tras ape-lar al providencialismo y asumirla merecida condena divina, pro-cede a señalar los vicios del Ejér-cito ultramarino, antes de incluiren la inculpación al peninsular,cuyas carencias y defectos enu-meraba detalladamente.

“Muchas veces pienso en el papelque hacemos por aquí, mostrando mu-cha milicia en todos los actos, para queluego resulte el cuadro que hemos ofre-cido al mundo de nosotros en esa isla.De esto más vale no hablar. Han pasa-do cosas que parecen increíbles. Tene-mos que desengañarnos, no servimospara nada. Porque, si bien particular-

mente cada cual tendrá más o menoscoraje, en el conjunto somos un puebloque merece lo que nos ha sucedido ymás aún todavía. ¿Quién duda ya queDios nos ha castigado? Él decide de lasuerte de las armas y ha querido que pa-guemos nuestros vicios, envolviéndo-nos a todos en el castigo que tan enjusticia merecen, como son los que tan-to han robado a los soldados en eseEjército, a los que han dejado sin con-diciones para la lucha, dándose el casode que los soldados dicen aquí quenunca han comido mejor que cuandorecibían su ración de los americanos.

“No será, sin embargo, porque deaquí no ha ido dinero. Pero éste pasópor generales y jefes y capitanes ladro-nes, los cuales, cosa después de todobien sabida, que todo el mundo sabe. Y¿cómo se mira? La mayoría se encogede hombros y hacen caso omiso de ello.Después, y esto es todo, de una palabrade indignación. Y, aparte de esta in-moralidad, que alcanza a todos, yocreo, además, que no sólo en Cuba, si-no a donde quiera que fuésemos, nospegarían. En la misma Habana, a don-de no han ido, porque no les convenía,y a donde hubieran ido, si la escuadrade Cervera hubiera llegado.

“Yo digo esto porque comparémo-nos con ellos y resulta que no sabemosnada. Porque nosotros también tene-mos nuestros vicios. ¿Quién ha habladode aumentar el presupuesto de Artilleríapara adquirir material y ha dado unaenérgica campaña? Nosotros tambiéntenemos que si se suprime un jefe po-nemos el grito en el cielo, pero si se de-ja de comprar un cañón, nadie se ocupade ello. Nosotros también tenemos lapreocupación de los que no saben loque llevan entre manos. Y están esos ca-pitanes de batería muy ocupados conel arreglo de las perchas, en la simetríade los cuadros, en la presentación, elgolpe de vista del dormitorio, pero lainstrucción… ¿Qué escuelas prácticasse hacen? El regimiento, que no va a ti-rar por tirar y gastar las municionespronto, para dejar tiempo para comerun arroz en agradable compañía, renie-ga de las escuelas prácticas y nada seaprende o se aprende muy poco. Jamásse ve a los oficiales que se apliquen, has-ta el curso de todo, en una temporadade viajes. Y así somos tan ignorantes,pensando sólo en el número de los quehacen guardias y semanas, pero no es-tudiando siempre y aprendiendo o en-señando, que es lo que hace falta.

“Tengo la seguridad de que si túexaminas imparcialmente lo que habéishecho en esa contra los barcos, casi conseguridad creo que habéis metido la pa-ta. Estamos a la misma altura que losmarinos, no podemos echarles nada encara, ellos tampoco tiran ni se ocupande su instrucción. A ellos les pegaron,pues a nosotros también nos pegarían”.

FERNANDO PUELL DE LA VILLA

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8 Rafael Núñez Florencio, El Ejérci-to español en el Desastre de 1898, pág.55, Arco Libros, Madrid, 1997.

9 José García Benítez, Treinta años depráctica profesional, págs. 18 y 19, A.Marzo, Madrid, 1925.

10 Emilio Mola Vidal, ‘El pasado,Azaña y el porvenir’: Obras completas,pág. 976, Santarén, Valladolid, 1940.

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A renglón seguido, ambos co-rresponsales centraron su aten-ción en la vertiente política de laderrota. El coronel se contentócon relatar al hijo distante supersonal interpretación de la cri-sis política que atravesaba el país, sin pretender enjuiciarla nitransmitirle su opinión. Quizálo más original del relato –el res-to es suficientemente conocido–sea la última frase, en la que pa-rece dar por sabido que la so-ciedad civil de la Restauración secircunscribía al estrecho círculode los funcionarios públicos.

“Los cargos no van directamente algeneral Blanco, más bien se dirigen alGobierno, y aquí viene la cuestión ma-yor. Los carlistas dicen que toda la res-ponsabilidad es de la Reina, porque elturno de Cánovas y Sagasta ha desmo-ralizado al país. Los republicanos estánconformes con los carlistas en que laMonarquía ha sido la causa de todo,pero quieren la República y están com-pletamente divididos en la forma y lajefatura. Los conservadores echan todala culpa a Sagasta y están sin jefe, divi-didos y llenos de encono los unos conlos otros. Silvela es el de más prestigioentre ellos.

“El público encuentra malos a todoslos políticos, cree que cada uno va a sunegocio y nada más, y no da cuartospor unos ni por otros. Sólo dos figurasdescuellan: Polavieja y Weyler. Este úl-timo tiene muchos partidarios y no po-cos enemigos. Polavieja cuenta con elprestigio que le da su buena estrella y lacampaña de Filipinas. El Ejército quie-re a Polavieja; los paisanos, es decir, to-dos los empleados civiles, le temen por-que temen una dictadura militar”.

Sin embargo, en la valoracióndel hermano se advierte que losmilitares jóvenes abordaban elcambio de siglo con ideas muydistintas de las de sus progeni-tores. En aquella coyuntura, lageneración castrense de la Res-tauración, que he calificado co-mo premilitarista en otra obraque acaba de publicarse11, esta-ba a punto de ser relevada porotra compuesta por oficialesacostumbrados a que el Ejércitofuera dueño de sus destinos.

Oficiales que tachaban de inefi-caz al sistema parlamentario de-cimonónico y ansiaban ver pros-perar a su patria por medio desoluciones prácticas y eficaces.Conscientes de que eran dema-siado jóvenes para que de sus fi-las saliera el líder capaz de rege-nerar al país, les habría llenadode satisfacción respaldar a cual-quier general de prestigio quehubiera dado un paso al frente.

“Parte de esto lo ha comprendido elpaís. Pues en las Cortes, un señor con-de de las Almenas ha puesto al Ejércitocomo chupa de dómine, llegando a de-cir que a algunos generales les debíanpasar el fajín por el cuello, armándosecon éste el consiguiente escándalo y sinsacar nada de sustancia. Pues para nues-tra generación hace falta obrar, pero nohablar”.

“La desgracia es que no hay unhombre que levante la voz. Se creía queWeyler haría algo, pero permanece ca-llado. El único que parece respirar esPolavieja, que ha publicado una carta-manifiesto, al que han ponderado mu-cho El Heraldo y El Imparcial, y quesienta buenos precedentes. Pero, hastaahora, sólo lo podemos esperar comosinónimo de tener una esperanza, pueses que da vergüenza la dictadura de Sa-gasta. Al primer disparo salta toda laNación”.

En este punto se interrumpela correspondencia con Cuba.Weyler y Polavieja, típicos repre-sentantes de la generación militarsurgida del Sexenio, se mantu-vieron leales al Trono, represen-tado por una mujer que mantu-vo en todo momento el más ex-quisito respeto al ordenconstitucional, y desoyeron elclamor de cuantos les urgían aproclamarse salvadores de la pa-tria. Si la Regente se lo hubierainsinuado habrían representadogustosamente el papel de Pavíao de Martínez Campos (golpes detimón militares para resolver cri-sis concretas, sin propósito deocupar el poder), pero les repug-naba reencarnar a los espadonesisabelinos (personajes que les me-recían desprecio desde sus añosde juventud), y aún no estabanmentalizados ni preparados paraimponer modos castrenses en elGobierno del Estado.

El lote finaliza en 1906, contres cartas que el coronel remitea Burgos, donde estaban desti-nados sus tres hijos. Escribía re-

latándoles, con detalle, la extir-pación de unos pólipos nasales.El tema, de cierto interés paleo-quirúrgico, es ajeno al objeto delartículo. La operación costó1.000 pesetas, hubo que pagar aplazos y los tres hermanos con-tribuyeron con sus sueldos a li-quidar la deuda. Otra muestramás de las estrecheces financie-ras de aquellos hombres y de lasolidaridad familiar típica de laépoca. Aprovechó también pararecordar a sus hijos que tenían eldeber, “como militares y comociudadanos”, de educar a los sol-dados: “sólo se perfecciona elhombre cuando, al mismo tiem-po, se le hace más fuerte, másinteligente y más virtuoso”.Compendio del concepto demilicia, instaurado durante laRestauración, que orientó el es-tilo español de mando hastatiempos muy recientes.

Estas cuartillas obligarán a re-plantear algunas cuestiones, da-das en general por supuestas,acerca de la influencia del de-sastre de 1898 en la mentalidadmilitar del siglo XX. Se afirma-ba, como yo mismo lo he he-cho en varias ocasiones, que losmilitares se consideraron ajenosa la debacle naval. Era ciertoque, en su conjunto, las opera-ciones contra los insurrectos sesaldaron con éxito y que, en losdos brevísimos combates con lastropas estadounidenses, vencie-ron éstas gracias a la despropor-ción numérica (12.000 yanquisfrente a 800 españoles), y a cos-ta de inmensas pérdidas de vidashumanas. Si nos atenemos a lopublicado por la prensa militar,ésta era la opinión generalizada:los militares no fueron derrota-dos en Cuba, por lo que los ata-ques de políticos y periodistaseran desproporcionados e injus-tos, y provocaban indignacióny repulsa en la colectividad mi-litar.

Ahora comprobamos que di-cho juicio no se ajustaba exacta-mente a la realidad. Es muy pro-bable que a algunos oficiales lescausaran repulsa algunos discur-sos parlamentarios; también quemuchos se indignaran ante los

crueles comentarios aparecidosen la prensa, como corrobora-ron los varios asaltos de sus re-dacciones en los primeros añosdel siglo. Pero, si se acepta quenuestras cartas reflejan una rea-lidad objetiva, probablemente lamayoría de la colectividad cas-trense se sintió profundamenteavergonzada del papel que elEjército había desempeñado du-rante el conflicto. Y, también,que no se dedicó a buscar chivosexpiatorios sobre los que descar-gar responsabilidades, sino quelas interiorizó y asumió. A lapostre, el proceso derivó en unsentimiento de frustración, deineficacia, de convencimientode que el Ejército “nunca servi-ría para nada”, como dirá Mola.Ello puede explicar el alivio quesintieron los profesionales másinquietos cuando se les abrió elhorizonte africano, teatro deoperaciones utilizado para in-tentar demostrar su eficacia.Otros, y de aquí partirá el ger-men de desunión que nos des-peñaría hacia la tragedia de1936, se refugiaron en las ruti-nas de la vida de guarnición pa-ra lamerse las heridas y lamentarsu suerte. Los unos, arropadospor el monarca, se consideraronllamados a trasformar sus laure-les bélicos y su experiencia en laadministración colonial en prác-ticas dictatoriales. Los otros, in-mersos en un imparable procesode funcionarización, decidieronacudir a métodos seudosindica-les para defender sus intereses,creando las Juntas Militares deDefensa. n

VIVENCIAS DEL 98 EN UNA FAMILIA MILITAR

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Fernando Puell de la Villa es coronelde Infantería y doctor en Historia Au-tor de El soldado desconocido: de la levaa la “mili”.

11 Fernando Puell de la Villa, ‘El pre-militarismo canovista’: Javier Tusell yFlorentino Portero (eds.), Antonio Cá-novas y el sistema político de la Restaura-ción, págs. 289-312, Biblioteca Nueva,Madrid, 1998.

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n octubre de 1890 empezóla última guerra de Cuba, laguerra económica: el Con-

greso de Estados Unidos habíaaprobado el famoso bill Mc-Kinley que exigía un trato de“reciprocidad” para que el azú-car y también el tabaco cubanossiguieran entrando sin restric-ciones arancelarias en el merca-do norteamericano, que por esasfechas ya compraba más del90% del azúcar del que depen-día la economía de la isla.

Cuba dependía de EstadosUnidos pero el Gobierno de Ma-drid mandaba entonces comogobernador general de la isla almilitar Camilo Polavieja para re-primir el descontento social, fa-vorecer el españolismo políticoy conservar la soberanía en la co-lonia, mientras seguía sin apli-car los principales “Acuerdos delZanjón” firmados en 1878 al tér-mino de la primera guerra,acuerdos que significaban apli-car en las Antillas el mismo sis-tema constitucional que en lasprovincias peninsulares.

Y, por otra parte, la “recipro-cidad” exigida por Estados Uni-dos significaba no sólo una ame-naza directa a las exportacionesde azúcar, al gran pilar de la eco-nomía cubana, sino también el“desastre” económico para loscomerciantes españoles, para lostextiles catalanes, los harinerosde Castilla y los fabricantes dezapatos del Levante que vendíansus productos en la isla con unaprotección arancelaria que losblindaba frente a los productosnorteamericanos. Por eso Espa-ña se veía forzada a negociar unacuerdo comercial con EstadosUnidos si no quería que estalla-ra una rebelión económica enCuba contra la metrópoli, o por

el contrario, otra en la Penínsu-la de los empresarios españolescon intereses en el mercado an-tillano1.

En realidad, el bill Mc-Kinleyy el malestar insular fueron elpistoletazo de salida del llamadomovimiento económico por la re-ciprocidad, que fue seguido delmovimiento político por la in-dependencia. Así lo vieron yaentonces los responsables espa-ñoles del momento, el ministrode Ultramar Antonio María Fa-bié y el general Polavieja. Fabiéle escribiría al gobernador deCuba en noviembre de 1890, almes de aprobación de la ley Mc-Kinley, que

“no desconozco yo el espíritu del bill,aplicación al orden económico de la doc-trina de Monroe … el problema econó-mico no es más que el pretexto para tra-tar el problema político … con el billMc-Kinley se trata de promover un granmovimiento de oposición favorable alanexionismo o al separatismo”2.

Y Polavieja, al detallar su planpara el gobierno de Cuba, en unextenso informe remitido a Fabiéel día 30 del mismo mes, des-pués de subrayar las ambicionesanexionistas de Estados Unidos,escribirá con toda claridad que

“la mejor política colonial no harámás que alejar la catástrofe, nunca evi-tarla. Con honra y prez debemos salirde Cuba y no arrojados vergonzosa-mente”3.

En la inmediata contestacióndel ministro de Ultramar, des-pués de reconocer “la dolorosaimpresión” que le ha producidoel informe de Polavieja, y de re-conocer asimismo que el objetivoyanqui era hacerse con la isla,todavía dice

“confiar en que el porvenir de Cubasea semejante al presente de Canadá, ocuando menos al de las Antillas inglesaso francesas, añadiendo por mi parteque el ejemplo de éstas nos obliga aque el régimen de las nuestras no difie-ra mucho del de ellas”4.

Pero, como es sabido, el régi-men de gobierno de la isla diferíaradicalmente: Canadá disfruta-ba de una autonomía completa,mientras Cuba y Puerto Ricoeran gobernadas desde Madrid.Y ni el llamado “movimientoeconómico” de protesta iniciadoentonces, ni los intentos de in-

surrección en aquellos primerosaños de la década de los noventa,ni incluso el inicio de la guerra acomienzos de 1895, cambiaroneste estado de cosas. Hasta 1897,después de dos años de una cruelconfrontación entre el ejércitocolonial y los mambises cubanos,no se hicieron las primeras con-cesiones autonómicas; y hastapoco antes de consumada la de-rrota no se concedió una auto-nomía integral semejante a la deCanadá.

Ahora bien, en la Penínsulala situación se presentaba de otramanera. Hace un largo siglo, el 6de febrero de 1897, después deaprobar en Consejo de Minis-tros esas primeras reformas au-tonómicas para Cuba, la prensale preguntaba al presidente delGobierno, a Cánovas del Casti-llo, cómo veía la situación y éstedeclaraba que “he querido hacerde las reformas una obra nacio-nal; he trabajado en ellas por lapatria y para la patria”, y añadíaque “no cabe dudar que la guerrava bien”5. La guerra iba bien y,según Cánovas, las reformastambién, pero un año despuésperderíamos el imperio colonial.

Y ¿en qué consistían esas re-formas aprobadas para tratar demantener el control de las Anti-llas? En conceder una cierta au-tonomía administrativa a losayuntamientos de la isla, que po-drían nombrar a sus alcaldes, ytambién a las diputaciones, que,supervisadas por el gobernadorgeneral y por el llamado Conse-jo de Administración (una espe-cie de Parlamento autonómicocompuesto por 33 consejeros

E

H I S T O R I A E C O N Ó M I C A

ECONOMÍA POLÍTICA DEL 98

GERMÁN OJEDA

1 Para una magnífica visión de con-junto sobre estos problemas, véase Her-minio Portell Vilá, Historia de Cuba,tomo III, págs. 66-104, La Habana,1939.

2 Antonio María Fabié: Mi gestiónministerial respecto a la isla de Cuba,págs. 328-329, Madrid, 1898.

3 Camilo Polavieja, Relación docu-mentada de mi política en Cuba, pág.105, Madrid, 1898. Para Polavieja, lainevitable salida de España de la isla y

su control por Estados Unidos se basa-ba en razones estratégicas, económicasy también geográficas, tal como escribepocas semanas después al mismo Fa-bié: “Ahí todo es español dentro de lainfluencia europea, aquí todo es ameri-cano dentro de la influencia yanqui; laespañola va desapareciendo según vaaumentando la facilidad de las comu-nicaciones con el continente de estenuevo mundo. Cuando forzosamentepara ir a Estados Unidos había que de-sembarcar en Nueva York, aquel paísestaba lejos de Cuba. Hoy, con los fe-rrocarriles a la Florida, Estados Unidoses nuestro más próximo vecino, le te-nemos a 12 horas de viaje y esto moti-va que la ola yanqui comience a venirsobre Cuba. Durante el invierno, estaciudad se llena de viajeros yanquis …Hoy, en La Habana, comidas, trajes,distracciones, etcétera, todo es a la ame-ricana; lo criollo desapareció por com-pleto … También se preparan bajo elpunto de vista económico. Háblase yade que constituirán fuertes sociedadespara la compra de ingenios y estableci-mientos de comercio sucursales de susfábricas”, págs. 120-121.

4 Fabié: Mi gestión ministerial…, op.cit., págs. 336-337.

5 Fernando Soldevilla: Año político,pág. 45, 1897.

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elegidos a dedo desde Madrid),podrían informar y proponer so-bre orden público, presupuestos,aranceles, etcétera, pero nuncadecidir: el poder seguía estandoen la capital de la metrópoli6.

Después de dos años de gue-rra imposible de ganar, despuésde haber enviado más de200.000 soldados7, después delfracaso de la política del palo yla zanahoria del nuevo goberna-dor de la isla, general MartínezCampos, y de la cruel políticade “reconcentración” de su su-cesor, el espadón ValerianoWeyler, después de no poder pa-rar la insurrección extendida portoda la isla, después de intentara sangre y fuego detener la rebe-lión, las reacciones ante esta au-tonomía de gaceta, las críticas aesta última política (una vez fra-casada la anterior del últimohombre y la última peseta) fue-ron muchas y muy distintas; porejemplo, el jefe de la oposición,Sagasta, dijo sencillamente que“no se podían aplicar dada la si-tuación de guerra”8, y Labra,uno de los líderes del autono-mismo, declaraba que las refor-mas no prosperarían si no ibanacompañadas de una amplia re-forma electoral, con sufragiouniversal “lo mismo que en laPenínsula”, y en lo económico sebuscaba “una fórmula como elvigente concierto de las Vascon-gadas”9.

Mientras tanto, desde EstadosUnidos pedían indemnizacionespor los daños a sus intereses en la

isla, ayudaban a la parte más mo-derada del independentista Parti-do Revolucionario Cubano fun-dado en 1892 por José Martí, sequejaban contra la brutal repre-sión de Weyler y se planteaban elreconocimiento diplomático delas partes beligerantes, mientraspor otro lado desde Nueva Yorkel presidente de la junta revolu-cionaria cubana en el exilio, To-más Estrada Palma, declaraba que

“lo único que puede satisfacer a loscubanos es la independencia absolutade la isla (y que) la concesión de esas re-formas no ha de modificar la marcha dela lucha”10.

En efecto, las tímidas refor-mas autonómicas en lo político,sin conceder ninguna autono-mía económica, no sirvieronpara nada: la guerra continuó.En agosto de ese año fue asesi-nado Cánovas; en octubre Sa-

gasta asumía la presidencia delconsejo y decidía otorgar la au-tonomía más completa para fre-nar la temida intervención deEstados Unidos y el desastre deuna segura derrota. Desde elGobierno se habló de “una nue-va era y de nuevos procedi-mientos”11, se sustituía al odia-do general de la “reconcentra-ción” Weyler12, se cedía entodo, pero la suerte estaba echa-da: sólo faltaban unos meses yalgunos tiros para que los nor-

teamericanos desalojaran a Es-paña de los restos de su imperioultramarino.

Los costes de oportunidadPues bien, la economía políticadel 98 está enmarcada entre eseaño fatídico de 1897, el año delfracaso militar, del fracaso de laautonomía y de la ingerencia di-recta de Estados Unidos en elconflicto, y 1899, el año deladiós a las armas, de las cuentas,de la regeneración, de las asam-bleas de las Cámaras de Comer-cio, de ese movimiento de pro-testa de las clases medias articu-lado por la “Unión Nacional' ydel ascenso de los regionalismos.La economía política del 98 es-tá enmarcada, por personalizaren dos ejemplos bien represen-tativos, entre los planteamien-tos de 1897 de Pablo de Alzola,el gran estratega e ideólogo delproteccionismo económico fini-secular, y las propuestas en 1899de Joaquín Costa, el gran estra-tega e ideólogo de la regenera-ción ante el fracaso del régimeny del país entero por el “desas-tre”. El economista y dirigenteempresarial vasco Alzola, quetambién era un destacado cono-cedor de la cuestión antillana,escribía en septiembre de 1897en su libro El problema cubanolo siguiente:

“Al estallar la insurrección actual, ladeuda garantizada por la metrópoli erade unos 180 millones de pesos, y en elmes de junio último la calculaba el se-ñor Giberga en 400 millones de pesos,equivalentes a 2.000 millones de pese-tas, que requieren unos 120 millonesde pesetas para el servicio de intereses yamortización. Agréguese la gente sacri-ficada, los soldados anémicos y lisiadosque han regresado y regresarán a la Pe-nínsula transformados en esqueletos vi-vientes, la oficialidad creada al impro-visar un ejército muy superior a nuestrasnecesidades; el aumento de la Marina deguerra, el peso abrumador de las clasespasivas y los fuertes recargos de guerraen las contribuciones e impuestos y losnuevos monopolios; el empobreci-miento del mercado interior por efectode la extracción del ahorro con las re-denciones militares y del capital con losempréstitos repetidos; la subida alar-mante de los cambios, el aumento ince-sante de la circulación fiduciaria, el pe-ligro del curso forzoso, y se compren-derá toda la profundidad delambismo”13.

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6 Estas reformas venían a ser un re-medo del fracasado intento autono-mista de Antonio Maura en 1893,cuando éste había sido ministro de Ul-tramar. Véase Javier Tusell en su libroAntonio Maura. Una biografía política,págs. 23-48, 1994.

7 Moreno Fraginals, en su últimolibro, Cuba/España, España/Cuba, cal-cula que en total España envió 220.285hombres a Cuba; esto es, según sus pa-labras, “el mayor esfuerzo militar jamásllevado a cabo por una potencia colo-nial en América… el mayor ejércitoque jamás cruzara el Atlántico hasta laSegunda Guerra Mundial, cuando Es-tados Unidos se aprestó a la invasión deEuropa”, pág. 274, 1995.

8 Año político, pág. 139, 1997.9 Rafael María de Labra, La crisis

colonial de España, págs. 245-255,1901.

10 Emilio Portell Vilá, Historia deCuba, op. cit., págs. 269-366.

Joaquín Costa

11 Año político, págs. 390-391,1897.

12 El capitán general ValerianoWeyler, para tratar de cortar el apoyode los campesinos a los insurrectos, “re-concentró” a la población rural en po-blados y campamentos, en condicioneshigiénicas y alimenticias muy precarias,lo que provocó la muerte de más de300.000 personas, sobre todo niños,ancianos y mujeres. Sobre esta dramá-tica historia de la guerra hispano-cuba-na acaba de publicarse un libro de Raúl Izquierdo Canosa, La reconcen-tración, 1896-1897, La Habana, 1998.

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Y para salir del abismo “ha-ciendo números”, Alzola añadi-rá que no nos salen las cuentas,que “en los países regidos conbuen sentido las posesiones ul-tramarinas se conservan única-mente para obtener ventajas co-merciales y sólo a nosotros esta-ba reservada la insensatez deresignarnos a la pérdida del mer-cado, pagando en cambio su es-pantosa deuda y el déficit de supresupuesto”, que “la guerra deemboscadas es una empresa su-perior a las fuerzas de España” yque, como acaba diciendo contoda claridad, “muchos españo-les, entre los cuales nos encon-tramos, opinan que debería pro-cederse a la liquidación de tandesastroso negocio”14. Natural-mente, las reacciones contra Al-zola por semejante proposiciónno se hicieron esperar y el espa-ñolismo volvió a la carga acusan-do al empresario vasco y cere-bro del giro proteccionista pocomenos que de antipatriota.

No se liquidó a tiempo tandesastroso negocio y luego ven-dría lo peor: el hundimiento delMaine, la guerra con EstadosUnidos, la derrota en Cavite yen Santiago, la destrucción de laescuadra, la pérdida de los terri-torios ultramarinos, el “desastre”y el pago de las deudas –tambiénde las deudas de Cuba y Filipi-nas– con un Tesoro esquilmado,un país sin imperio, sin recursos,sin infraestructuras y, según la cé-lebre expresión del que despuésiba a ser presidente del Gobierno,Francisco Silvela, “sin pulso”.

Y, una vez consumada la de-rrota, Joaquín Costa, el hombrede la regeneración, de la políticaquirúrgica, del cirujano de hie-rro, de la “reconstitución y laeuropeización” de España, elprotagonista intelectual y políti-ca del cambio de siglo, hablando

en términos económicos del cos-te de oportunidad de las guerrascoloniales escribe que

“todo lo que era progreso, riqueza ycontento de la vida, todo lo que era au-mento de bienestar, de vigor, de salud,de vida media, de población, de cultu-ra, de aproximación a Europa, de por-venir en la historia del mundo, lo he-mos dilapidado ¡locos y criminales! enpólvora y en humo: durante cuatroaños la guerra se ha estado tragando uncanal de riego cada semana, un caminocada día, 10 escuelas en una hora… fi-jémonos nada más en los 4.000 millo-nes a los que se acerca el coste de laguerra en el cuatrienio último, ello re-presentan la suma de los objetos si-guientes: todos los canales y pantanosposibles en España, 250.000 kilóme-tros de caminos antiguos convertidosen vías perfeccionadas para carros y10.000 kilómetros de carreteras; unacolonización interior representada por1.000 poblaciones nuevas, con un au-mento de cuatro a cinco millones dehabitantes; adquisiciones territorialesen África para nuestra industria, paranuestra marina, para nuestra emigra-ción, en una superficie doble que la Pe-nínsula: toda la potencia vital, el almaentera de la nación”15.

A la vista de este lamentablecuadro macroeconómico, Costa pe-dirá a los pequeños empresariosorganizados en las Cámaras deComercio y además a las Cáma-ras Agrícolas, a los intelectuales, alas clases medias y a los ciudada-nos en general, echar a los res-ponsables del “desastre”, prepa-rarse para “recoger a España delarroyo, donde la han arrojado,muerta o moribunda, sus tutoresdespués de haberle dilapidado lafortuna”16. Pero tampoco Costa,como antes Alzola, vio realizadossus planteamientos, y no consi-guió montar su “partido regene-rador”, pues la “Unión Nacio-nal”, creada al efecto, no pudopasar de organizar alguna cam-paña de prensa y alguna huelgade contribuyentes contra la polí-tica de nuevas contribuciones yde ajuste presupuestario que ha-bía emprendido el nuevo minis-tro de Hacienda Raimundo Fer-nández Villaverde en el Gobiernopresidido por Francisco Silvela.

El antes y el despuésY, sin embargo, hay un antes yun después del 98; esto es, la Es-paña contemporánea tiene un si-glo, empezó en realidad en ene-ro de 1899 después de la firmadel Tratado de París que obligó aEspaña a renunciar a la soberaníaen Cuba y Puerto Rico, a asumirsus deudas de ultramar, y ade-más a entregar el control de lasFilipinas a Estados Unidos17.

Como es sabido, tiene un an-tes en Cánovas y en Sagasta, enla Restauración, en el centralis-mo, en el sistema oligárquico yen las colonias. Tiene un des-pués en los nuevos dirigentes co-mo Maura y Canalejas, en lasnuevas políticas y en los nuevosprotagonistas colectivos. El findel imperio, las guerras colonia-les y el “desastre” alumbran, enefecto, un nuevo tiempo que esel nuestro. Valgan cuatro gran-des ejemplos para demostrarlo.Entonces empezaron las gran-des campañas de información (yde desinformación) en la prensay surgen los intelectuales comolíderes de opinión. Entonces seabre paso, con la crisis del Esta-do, la diversidad nacional y elavance de los regionalismos:tiempo después, Ortega y Gas-set escribirá que “el hecho radi-cal y constante que se produjo(después del 98) fue la subleva-ción de las provincias contraMadrid”18. Entonces Europa seconvierte en el horizonte de lasociedad española y, desde Cos-ta a Unamuno, la llamada euro-peización se identifica con lamodernización del país. Enton-ces, por último, se impone unanueva cultura económica quetambién es la de ahora: presu-puesto equilibrado, indepen-dencia del Banco de España dela Hacienda, política de “re-constitución”, es decir, inversio-

nes en educación, infraestructu-ras, etcétera, y además, el im-puesto como base de la nuevapolítica económica, pues, comodirá el gran protagonista de estecambio, el ministro de Hacien-da Villaverde, frente a

“la eterna excusa de la inercia fiscal yde la pereza administrativa, otros lo hanformulado así: a la riqueza que nace nose la debe gravar, para que crezca; a la ri-queza que crece no se la puede gravar,para no estorbar su crecimiento, y la ri-queza que decae es también intangible,porque gravarla precipitaría su ruina. Deesta manera no se organiza ninguna Ha-cienda. La regla es gravar toda la rique-za, pero gravarla en armonía con suscondiciones, sin dañar a su desarrollo”19.

Hay pues un antes y un des-pués del 98, que sin embargono se suele subrayar en los estu-dios recientes sobre la economíadel periodo o simplemente seniega, como se pone de relieveen un trabajo sobre la situacióneconómica en torno a la crisiscolonial de A. Gómez Mendoza,donde afirma que

“a mi entender, 1898 pierde en lotocante a la economía buena parte de laconnotación de fractura que se le haotorgado desde otras perspectivas, cul-tural o ideológica. En lo económico, noexistió un antes y un después de 1898,sino continuidad en el esfuerzo por mo-dernizar la estructura del país”20.

Pero dos maestros, dos clási-cos, han distinguido claramenteel antes y el después del 98, En-rique Fuentes Quintana y Va-lentín Andrés Álvarez: el profe-sor Fuentes en su viejo artículoLa carga tributaria de España, alanalizar el cambio de políticapresupuestaria en aquellos años,y Valentín Andrés estimandoque la repatriación de capitales yde empresarios después del 98determina un vuelco radical queimpulsa el dinamismo y la mo-dernización en la economía es-pañola desde el cambio de cen-turia, el ya famoso en la histo-

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13 Pablo Alzola Minondo: El pro-blema cubano, pág. 25, Bilbao, 1898.Alzola había escrito también en 1895un documentado libro titulado Rela-ciones comerciales entre la Península ylas Antillas, Bilbao, 331 páginas, dondeanaliza en detalle el alcance económicode estas relaciones.

14 Ibídem, págs. 37-48.

15 Joaquín Costa: Reconstitución yeuropeización de España. Programa pa-ra un partido nacional, Madrid, pág.89, 1900.

16 Ibídem, pág. 14.

17 Los detalles de las negociacionespueden consultarse en E. Montero Rí-os, que fue presidente de la comisiónque negoció por parte de España elTratado de París. Conferencias pronun-ciadas en el círculo de la Unión Mer-cantil, Madrid, 1904.

18 José Ortega y Gasset: La reden-ción de las provincias, Obras Completas,tomo XI, págs. 233-237.

19 Raimundo Fernández Villaver-de: Discursos pronunciados en el Con-greso de los Diputados los días 23, 24y 25 de mayo de 1898, pág. 53, Ma-drid, 1898.

20 En ‘Del desastre a la moderniza-ción económica” en el libro Vísperasdel 98, pág. 78, Madrid, 1997.

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riografía económica “auge de finde siglo”. Aunque es verdad que,como también apunta GómezMendoza, hay un proceso demodernización anterior al 98 enalgunos sectores industriales,que la minería crece y la agri-cultura levantina tiende a espe-cializarse, que el proteccionismose aplica desde comienzos de losaños noventa, y que además (co-mo se concluye en otro intere-sante trabajo sobre la crisis fini-secular) “el Desastre no fue undesastre económico”, sin em-bargo creemos que, en conjun-to, la economía española sufrióimportantes transformaciones–cualitativas y cuantitativas– apartir del desastre colonial21.

Con deudas y sin pulsoLa situación económica de losaños noventa, el antes, es bien co-nocida. En Cuba, una cierta aper-tura entre 1891 y 1894 gracias alos acuerdos de “reciprocidad” es-tablecidos con Estados Unidostratando de contener el llamado“movimiento económico” de pro-testa contra la política arancelariay comercial en la isla, que, comovimos, no consigue apaciguar elmalestar en la Gran Antilla22. Enla Península, al contrario, se cierrael mercado con el giro proteccio-nista arancelario aprobado al ter-minar 1891 para hacer frente a lacrisis de sobreproducción, losavances tecnológicos y la caída deprecios internacionales. Y pocodespués se pondrá la doble llave alsepulcro del librecambio gracias alempeño de los siderúrgicos delNorte en acabar con las franqui-cias a la introducción de material

ferroviario, y también al empeñocompartido con los catalanes pa-ra reservar el mercado nacionalamenazado por los tratados co-merciales con países europeos; es-to es, los grandes empresarios delas regiones industriales se juntanpara imponer definitivamente laproclamada política proteccionis-tas de “España para los españo-les”, mientras, por otra parte, eldéficit presupuestario es crónicoporque se gasta poco pero se in-gresa menos23.

Blindada frente a la compe-tencia exterior, sin acuerdos co-merciales estables ni con los países europeos ni tampoco conEstados Unidos, endeudada, Es-paña echa sin embargo el restouna vez iniciada la guerra en1895: empréstitos patrióticos,emisión de deuda, continuas pe-ticiones de anticipos al Banco deEspaña, al que se le autoriza paraque aumente su emisión de pa-pel, y varias acuñaciones de plata,con la consiguiente inflación, ladepreciación de la moneda y lacaída de capacidad de la inver-sión productiva. La guerra no sefinancia, como había hecho antesFrancia en su guerra contra Ale-mania, apelando a los recursosdel país, al impuesto, a los gravá-menes, a las contribuciones ex-traordinarias, porque entoncesseguramente el país se hubieraopuesto a esa lejana guerra im-perial. No se financia tampocoprivatizando, vendiendo bienesnacionales que ya se habían li-quidado en las desamortizacio-

nes. Se financia, como ha puestode relieve en un artículo que aca-ba de salir el profesor Jordi Ma-luquer, endeudándose más ymás: en 1895, poniendo en cir-culación cerca de medio millónde billetes hipotecarios de la islade Cuba –los famosos cubas–; en1896 otro empréstito con la ga-rantía de las rentas de aduanas;en 1897 nuevas emisiones pig-norando además otras rentas, yasí cada vez con más intensidadhasta el término de la guerra24.

Al final, la guerra ha costado,según A. García Alix, un minis-tro conservador que se encargóde estudiarlo poco tiempo des-pués, 2.230 millones de pesetas,esto es, tres veces más que el pre-supuesto de ingresos del año1899, de los cuales sólo 51 mi-llones se habían pagado sin acu-dir al crédito, mientras las llama-das deudas de ultramar ascien-den a 1.469 millones. Para 1899,el primer año de la paz, 408 mi-llones, es decir, casi el 50% delpresupuesto, deben destinarse apagar intereses y amortizacio-nes25. Total, un desastre para to-dos, menos para aquellos que ju-garon en la bolsa de la guerra.

El crédito, la deuda al serviciode la financiación del conflicto,ocupa toda la economía y casitoda la política económica du-rante los casi cuatro años que du-

ra la guerra, mientras la agricul-tura se estanca por falta de bra-zos, el ahorro campesino se gastaen la redención del servicio mili-tar y los circuitos comerciales es-tán medio paralizados. Cuandoya todo está decidido, en agostode 1898, Francisco Silvela, elconservador que va a pilotar elGobierno salido de ese desastreeconómico y político, escribe sucélebre artículo Sin pulso, don-de, después de afirmar que a Es-paña “donde quiera que se pongael tacto no se le encuentra el pul-so”, propone con énfasis que

“hay que dejar la mentira y despo-sarse con la verdad; hay que abandonarlas vanidades y sujetarse a la realidad,reconstituyendo todos los organismosde la vida nacional sobre los cimientos,modestos, pero firmes, que nuestros me-dios nos consienten … y hay que levan-tar a toda costa, y sin pararse en amar-guras y sacrificios y riesgos de parcialesdisgustos y rebel días, el concepto moralde los Gobiernos centrales, porque si esadignificación no se logra, la descompo-sición del cuerpo nacional es segura”26.

Por esas mismas fechas, antesde terminar 1898, el corresponsalamericano del New York Heralden Madrid había descrito la si-tuación de descomposición queatravesaba el país en estos térmi-nos: “La corriente del descon-tento va creciendo cada día másdeprisa y para contener ese to-rrente no hay más que la reina, elRey y Sagasta, una mujer, un ni-ño y un anciano”27. Pero Sagastano aguantó y Silvela se dispusodesde la presidencia del Gobier-no a recuperar el pulso del país, alevantar el Gobierno central, asalvar a la nación en 1899 con elsiguiente planteamiento estraté-gico: en lo institucional, tomar elEstado reorganizando la Admi-nistración y haciendo “la revolu-ción desde arriba” que proponíaMaura; en lo político, reforzar elpoder “central” para contener elavance de los regionalismos y,además, integrar en el sistema elmovimiento de protesta de lasCámaras de Comercio, de las cla-

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23 La situación de la Hacienda, te-ma central de debate durante la crisiscolonial, era descrita por el citado mi-nistro de Ultramar, A. M. Fabié, conestas palabras: “Se ha abusado en Espa-ña de lo que llaman los franceses el ar-te de agrupar las cifras, cuyo ejercicioes por cierto facilísimo, pues consiste enabultar la cifra de los ingresos y en dis-minuir la de los gastos públicos en elpapel: luego la realidad se encarga dedescubrir el engaño, por no decir la fal-sedad, resultando con déficit de cientosy más millones de pesetas presupuestosque se habían calculado con exceden-tes”, op. cit., pág. 645. Para una visiónde conjunto sobre la Hacienda duran-te la Restauración, véase Francisco Co-mín, Hacienda y economía en la Españacontemporánea (1800-1936), vol. II,págs. 575-645, Madrid, 1988.

24 En el magnífico trabajo de JordiMaluquer sobre la financiación de laguerra se hace un seguimiento detalla-do del volumen de la deuda públicaemitida y de las oscilaciones bursátilesde los títulos que reflejan la opinión delos compradores sobre la evolución delconflicto. Maluquer subraya que “aúnen los momentos de mayores dificulta-des, la caída no fue absoluta” y que “pe-se a la enorme magnitud de los sucesi-vos empréstitos, siempre quedaron cu-biertos con creces. El ahorro nacional,estimulado por la llamada de la patria ypor un tipo de interés francamenteatractivo, no faltó a la cita”. Véase ‘Lafinanciación de la guerra de Cuba y susconsecuencias sobre la economía espa-ñola. La deuda pública”, en La naciónsoñada: Cuba, Puerto Rico y Filipinasante el 98, págs. 325, Madrid, 1996.

25 A. García Alix: El presupuesto dereconstrucción, págs. 2-20 y sigs., Ma-drid, 1907, donde el autor analiza condetalle los costes de las guerras colonia-les de Cuba y Filipinas, aunque no in-cluye en el cálculo los gastos financierosni el valor de la escuadra destrozada.

26 Francisco Silvela: Artículos, dis-cursos, conferencias y cartas, pág. 497,tomo II, Madrid, 1923.

27 Reproducido en Montero Ríos:Conferencias…, pág. 50.

21 Juan Pan-Montojo: ‘El atrasoeconómico y la regeneración’, en Más seperdió en Cuba. España, 1898 y la cri-sis de fin de siglo, pág. 327, Madrid,1998. El empuje económico despuésdel 98 es destacado por José Luis Gar-cía Delgado y Juan Carlos Jiménez en‘La recuperación económica tras la pér-dida de los mercados de ultramar’, en ellibro editado por Pedro Laín Entralgo yCarlos Seco Serrano, España en 1898.Las claves del desastre, págs. 261-276,Madrid, 1998.

22 Portell Vilá: op. cit., págs. 71-77.Las maniobras de la metrópoli contraesas protestas están contadas con deta-lle en los libros citados de A. M. Fabiéy del general Polavieja.

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ses medias, el movimiento de Jo-aquín Costa, dejando fuera aCosta; y en lo económico, el ajus-te de caballo que encargará a suministro de Hacienda, Fernán-dez Villaverde28.

El después del 98, lo que vienepasado el “desastre”, es la políti-ca de estabilización y sanea-miento de Villaverde, que tuvotres patas, a saber: primero, ni-velar el presupuesto, aumentan-do los ingresos y reduciendo losgastos para pagar las deudas de laguerra; segundo, aumentar esosingresos mediante un nuevo sis-tema fiscal que incorpora el im-puesto de utilidades, aumentalos que gravaban los consumos eintroduce un impuesto sobre losrendimientos de los títulos de ladeuda; y, por último, dar auto-nomía al Banco de España ha-ciéndolo independiente del Go-bierno. Villaverde partía del he-cho central de que “no hayHacienda de partido, la Hacien-da es de todos”, y que su obra deequilibrio presupuestario, de pa-go de deudas y de aumento delos ingresos públicos con la re-forma tributaria, era su verdade-ra obra de “la regeneración de lapatria”29. Así, en efecto, lo juz-garía mucho tiempo después, co-mo ya apuntamos, EnriqueFuentes Quintana al valorar lalabor de Villaverde y destacarque, junto con la reforma tribu-taria de Mon-Santillán de 1845,había sido el segundo gran pasoen la modernización de la Ha-cienda pública española30.

Y esa política de saneamiento

y ajuste se juntó con la repatria-ción de capitales y la venida deempresarios durante la últimadécada del XIX para impulsar,acabada la contienda colonial,una activa recuperación de laeconomía española en los pri-meros años de este siglo, con lacreación de numerosos bancos,muchísimas sociedades indus-triales y mercantiles, y tambiénde servicios: fue la obra de losfamosos indianos, que el graneconomista asturiano ValentínAndrés Álvarez valoraría como“una obra de decisiva importan-cia histórica” por cuatro razonesprincipales: por lo que inyecta-ron de liquidez y de numerario ala economía española (él dio lacifra de 2.000 millones de pese-tas oro que todavía no ha sidorectificada); por lo que aportaronde espíritu empresarial moder-no, con nuevas técnicas de ges-tión y administración de los ne-gocios; por la creación de nuevosbancos, como el Hispano Ame-ricano; y por lo que contribuye-ron a la diversificación de la eco-nomía nacional.

En palabras elocuentes delpropio Valentín Andrés que,aunque sean largas, merecen re-petirse:

“Como el nuevo espíritu empresarialno podía desenvolverse dentro de losantiguos moldes del crédito, los gestoresde los nuevos bancos fueron influidospor el dinamismo mercantil de los ca-pitalistas indianos. Éstos introdujeronen España los métodos modernos delcrédito, vigentes en los países de dondeprocedían, métodos que sustituían elfundamento tradicional del préstamo, elvalor de los bienes de una persona, porel valor de la persona misma, porqueaquellos hombres habían aprendido, enla economía de los países nuevos, que elprogreso económico no es impulsadopor la riqueza presente sino por la futu-ra que el crédito mismo contribuye acrear. En este hecho se advierte bien laimportancia de la obra que realizaron: latransformación de nuestra sociedad tra-dicional en la moderna”31.

Las solucionesPero esa modernización, para sercompleta, requería, además deindianos, de nuevos bancos e in-dustrias, y de política de sanea-miento presupuestario, un cam-bio radical del sistema políticoque también saneara la Admi-nistración, el sufragio y toda lavida pública. Requería una eco-nomía política que adelgazara elEstado quitándole la grasa de laineficiencia y de la corrup-ción32, y una política económicaque impulsara la “reconstruc-ción”, el fomento de la riqueza,de las obras públicas y de la edu-cación, para hacer de España unpaís moderno. Requería, en fin,como dijo el viejo autonomistaLabra recién terminada la guerraen El pesimismo de última ho-ra33, que la atención principaldel presupuesto fuera sobre todopara la instrucción primaria, es-tableciendo si fuera preciso unimpuesto especial para finan-ciarla, porque sin esa base nopodría haber ni nueva políticani nueva economía, ni nueva ad-ministración, ni regeneración si-quiera.

Y en efecto no la hubo, co-mo no hubo tampoco presu-puesto de “reconstrucción” ni in-versiones “reproductivas” ni edu-cativas en bastante tiempo,porque el gasto público se man-tuvo estancado en los años pos-teriores; y cuando el desastreamainó, lo primero que se hizofue reconstruir la escuadra yequipar al ejército para volver alas andadas en Marruecos. Peroaunque ninguna de las grandessoluciones que se predicaron pa-ra salir sanos y salvos de la pér-dida del imperio colonial se lle-varon entonces a la práctica, ni elCirujano de hierro de Costa, nila dictadura militar que propo-

nía Polavieja, ni la revolucióndesde arriba de Maura, ni elcambio de régimen político quepidieron las organizaciones re-publicanas y obreras, ni la rege-neración que todos predicaban,el sistema oligárquico y caciquilde la Restauración también fuederrotado en el 98. n

[Este texto integra dos conferencias im-partidas en la Universidad Internacio-nal Menéndez Pelayo (UIMP) sobre lacrisis del 98.]

GERMÁN OJEDA

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Germán Ojeda es profesor en la Uni-versidad de Oviedo. Autor de Asturiasen la industrialización y Geografías eHistorias.

28 Para profundizar en estos plante-amientos políticos, véase Silvela: Artí-culos…, op. cit., tomos II y III.

29 Ricardo Mazo: Raimundo Fer-nández Villaverde, pág. 118, Madrid,1947. La política de saneamiento y ajus-te era planteada también por la oposi-ción; por ejemplo, en el momento enque Villaverde entraba en la cartera deHacienda en el Gobierno conservadorde Silvela, un destacado dirigente delpartido liberal, Segismundo Moret, de-fendía esa misma política en una im-portante Conferencia sobre el problemasde las asambleas de Zaragoza, en el Cír-culo de la Unión Mercantil, en marzo de1899. Para una valoración de la obra deVillaverde, véase Gabriel Solé Villalonga,La reforma fiscal de Villaverde, 1899-1900, págs. 118 y sigs., Madrid, 1967.

30 E. Fuentes Quintana: ‘Los prin-cipios del reparto de la carga tributariaen España’, Revista de Derecho Finan-ciero y de Hacienda Pública, nº 41,1961.

31 Valentín Andrés Álvarez: Guíaespiritual de Asturias y obra escogida,pág. 50, Oviedo, 1980.

32 Ramiro de Maeztu llegó a apoyarentonces el fraude fiscal, pues el dineroque se entregaría al Estado sería im-productivo, mientras que en manos pri-vadas serviría a la actividad económicadel país. Artículos desconocidos, 1897-1904, Castalia, págs. 106-107.

33 Rafael María de Labra: El pesi-mismo de última hora, Centro de Ins-trucción Comercial de Madrid, 9 deenero de 1899.

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e diga lo que se diga, tam-bién la escritura y la razónque la sustenta pueden in-

currir o son vulnerables al tediomás absoluto. Nadie está libre deun mal año, una mala temporada,una racha pésima. Pero tal vez to-davía hay algo peor. La simula-ción del entusiasmo, la esponta-neidad fingida, el camelo comométodo. Puede ser que con todoeste cúmulo de barruntaciones li-vianas me haya propuesto una ta-rea algo insensata. Escribir un bre-ve ensayo con alegría no fingida.

La elección del tema está en elfilo justo entre el capricho y lapasión literaria. Me ha pilladopor sorpresa descubrir en unanovela de 1925 que un persona-je ilustrado haga una extraña sín-tesis de su Europa ideal, en ma-teria literaria, con estos nombres:Cervantes, Sterne y Goethe. Lanovela es de Azorín –Doña Inés–.Con los ojos eruditos de 1998, lavigencia canónica sería Shakes-peare. Borges señalaría, con suojo clínico de aguafiestas, que ellibro sagrado de los ingleses esla Biblia. Pero voy a ser fiel alcapricho azoriniano de 1925.¿Qué razón le impulsa en tal fe-cha –a dos años del centenariode Góngora– para preferir yequiparar a Sterne con Cervantesy con Goethe? Es extraño queAzorín se saltase su genio fran-cés. Quizá dudaba entre sus ído-los –Montaigne, Racine, Flau-bert– y prefirió el silencio alagravio comparativo o selectivo.

El primer español que descu-bre y traduce a Shakespeare esMoratín, que trasladó el Ham-let. Goya conoció sin duda losgrabados de Hogarth y los retra-tos de Lawrence. Es obvio que laEspaña de fines del XVIII tieneuna importante veta inglesa.

Pero Sterne brilla por su ausen-cia. La estela cervantina en Fiel-ding, Hogarth o Sterne o el pro-pio Dickens –Pickwick– ha he-cho muy tardía mella en lanovela española. El viaje de ida yvuelta ha durado siglo y medio.Es posible que el gracejo cock-ney o pícaro de Dickens hayaeclipsado al ingenio sutil de Ster-ne. Galdós o Baroja se saben aDickens de memoria, pero deSterne nadie nos pone los dienteslargos hasta que aparece Azorín ylo encumbra en su estimaciónentre Cervantes y Goethe.

Es menester esperar hasta1989 para volver a encontrar enuna novela española idéntica ad-miración por Sterne. “Yo adoroese libro”. Quien habla es TobyRylands, un experto de Oxforden Sterne, de la novela Todas lasalmas, de Javier Marías. Y el li-bro adorado es The SentimentalJourney. Es posible que una mez-cla de flema e ironía aflore enesa predilección por tal novelade Sterne, ya que Marías tradu-jo el Shandy en 1978 y lo consi-dera su obra maestra, o, dichocon sus palabras, su mejor libro.

Si se echan cuentas, hay me-dio siglo entre la alta estimaciónde Azorín en 1925 y la traduc-ción de Shandy de Marías en1978. No es más explícito Azo-rín sobre qué título de Sterne ba-sa su crédito pleno respecto alnovelista inglés. Pero es muy po-sible que esa idolatría sternianase despertase con la traducciónque Alfonso Reyes hizo para laColección Universal de Calpe en1919 de El viaje sentimental. Ha-bía versiones previas pero de du-dosa capacidad para excitar laeuforia. Benet sostenía que unbuen libro eclipsa al peor o mástorpe traductor. Lo decía respec-to a Dostoievski. No cabía deciro pensar que su prosa a escobazolimpio fuese achacable a la nuli-dad o incompetencia del traduc-tor. Las novelas del ruso eran pe-tardos o bodrios en su idiomaoriginal. Yo lamento –en estaocasión– discrepar de tan fan-tástico escritor. Pero sospechoque, igual que un mal intérpretefusila a Mozart y un cicerone debrocha gorda anubla a Veláz-quez, de igual forma un traduc-tor flojo contagia su inopia expresiva a un Shakespeare, o, como es el caso, a un Sterne. Po-seo un ejemplar de la traducciónque Edmundo González Blancollevó a cabo en 1915 de El viajesentimental (editorial Mundo La-tino, Madrid). Y me barruntoque es traducción del francés,una edición de 1866, de la Bi-blioteque Nationale, de París, detraductor anónimo, que tambiénme pertenece. Los libros son expertos en correr rumbos o aza-res imprevisibles. La conclusión–si no me engaño– es que esmuy raro que Reyes publicase enCalpe en 1919 su versión delViaje de Sterne sabiendo que ha-

S

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L I T E R A T U R A

LAURENCE STERNE EN ESPAÑOLDe Alfonso Reyes, 1919, a Javier Marías, 1978

CÉSAR PÉREZ GRACIA

Laurence Stene

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bía edición reciente de 1915, enel propio Madrid. Pero, comotodavía creo en la espuela felizdel entusiasmo, me temo queAlfonso Reyes, cuya estancia enMadrid corrió entre 1914-1924,se tomó su versión de Sterne co-mo una subsanación del delitode impunidad literaria, cometi-do por don Edmundo en 1915.Tengo leído en algún autor me-xicano que Reyes supera a Sternecon su texto del Viaje. Qué atre-vido es el aldeanismo seudoilus-trado. Si el señor González Blan-co es penoso, peor todavía es po-ner sobre los cuernos de la lunaal embajador Reyes. Pero loesencial creo que se logró. Azorínpudo leer el Viaje en la traduc-ción de 1919, llevada a cabo porAlfonso Reyes, y en 1925 Sternegoza de la máxima estimaciónen el panteón inglés, por encimade Shakespeare o Dickens, y enigualdad olímpica europea conCervantes y Goethe.

Pero siempre cabe otro derro-tero, otra hipótesis, otro hilo bo-rroso o nítido en la pesquisa. Aligual que Baudelaire fue el magointroductor de Poe en Europa,el poeta romántico italiano UgoFoscolo publicó su traducciónde Sterne –Viaggio Sentimentale–en Pisa en 1813, a la que siguióotra de Londres, en 1817, du-rante el exilio del poeta. Perocuesta creer que un libro duermaun siglo y se despierte por arte demagia. Del Sterne de Foscolo alde Reyes –1813-1919– ha llovi-do mucho en Europa. El puntocrítico de esta errática deriva deSterne, antes de ser asimilado enEspaña, reside en que Moratínquedó hechizado por Hamlet;pero ¿qué hubiera sucedido si, aligual que hizo Foscolo, le hubie-se fascinado el Viaje de Sterne?

Acaso tendríamos un Manzonien la primera mitad del XIX. Unlibro de Vincenzo Tripodi (Studisu Laurence Sterne ed Ugo Fosco-lo), Madrid, 1978, me informasobre los traductores franceses deSterne (Frenais, 1797; Crassous,1801, ambas en París) que pudoleer Foscolo antes de lanzarse a laarriesgada aventura de la traduc-ción. Lo divertido es constatarque todo el mundo barre parasu casa. También Tripodi cae enla endeble pretensión de suponerque Foscolo mejora a Sterne enciertos pasajes. Muy dudoso, pe-ro quién sabe. No en vano tantoFoscolo como Reyes han sidopoetas eminentes. El italiano,una cima romántica, como Es-pronceda o Bécquer entre noso-tros. El mexicano, una figura ci-mera de las letras hispanoameri-canas, descubridor de Borgescuando fue embajador de Méxi-co en Buenos Aires, y un maes-tro y precursor de Octavio Paz. Yde este modo tan inesperado, te-nemos a Sterne resucitado enMadrid entre 1919 y 1925; y,por azares históricos imprevisi-bles, Alfonso Reyes contagia supasión literaria por Sterne a Azo-rín, y su pasión por Chesterton aBorges. De ambos autores fuetraductor el humanista mexica-no. No me siento con fuerzaspara tirar de tan sabrosos hilos.Me contentaré con el Sterne deAlfonso Reyes, con el descubri-miento de Azorín en 1925. EnLa experiencia literaria, Reyesnos confiesa en su ensayo sobrela traducción (hace referencia altítulo de Ortega Esplendor y mi-seria de la traducción) que encierta conversación con Wells, le“resultó más difícil reducir al es-pañol a Sterne que a Chesterton,porque para aquél no encontra-

ba yo el molde hecho, y para és-te me lo daba nuestra prosa delsiglo de oro”. Y nos hace otraconfidencia, al cabo de dos de-cenios de la traducción de Ma-drid –lamenta deplorables erra-tas, una Mrs. Draper que se con-vierte, por vuelo de una ese, enun Mr. Draper, de modo que ellance de amor en inglés es conuna madama y en español conun monsieur– y Reyes nos con-tagia su humor sensual. Y ahí re-side la cifra de esa veta inédita–tan borrosa y desvaída desdeCervantes– que regresa al campode la ficción española. Una to-nalidad preciosa y preciosista dela zumba radiante que Sterneimprime a sus mejores páginas.Diderot es alegre como unascampanillas; el propio Schillertambién posee esa gracia diecio-chesca, pero agriada por su fustajacobina. Goethe es lector deSterne, pero su serenidad olím-pica está en las antípodas del no-velista inglés, o, por ser más pre-ciso, del irlandés educado enCambridge y retratado por Rey-nolds. Pero el quid no debe es-fumarse. Sterne no se parece anadie. Shakespeare es terrible co-mo el Moisés de Miguel Ángel ydivertido como un Chaucer queconoce a Montaigne. Lear yFalstaff, Cordelia y Próspero,Edmund y Ricardo III. A su la-do, la familia Karamazov son uncolegio de ursulinas. Sterne, porbuscarle un parangón imposible,sería el bufón Yorick cruzadocon el genio alado de Ariel. Unamezcla milagrosa, un espíritu dela comicidad volátil, de la ubi-cuidad radiante.

¿Cómo traduce un poeta? ASentimental Journey, 1768, esuna novela breve, 125 páginasen la edición de Oxford Univer-

sity Press. La edición de Calpe,Madrid 1919, lleva por títuloViaje sentimental por Francia eItalia. Ya en la primera páginaasoma el complejo de le mot jus-te, y Alfonso Reyes –cuatro de-cenios después– rectifica el tér-mino usado para trasladar o ver-ter el vocablo breeches. Dondedijo pantalones debería haberescrito calzones. Ah, el léxicoanacrónico y sus infinitos sinsa-bores. ¿Son minucias o son in-dicios de perfección?

Hay docenas de pasajes deli-ciosos en un libro como El Via-je de Sterne. Uno de mis prefe-ridos es el concierto en Milán, eltête a tête en la escalera del teatroy la invocación archicómica aSanta Cecilia, patrona de la mú-sica. Pero casi es una delicia con-tinua, sin altibajos, una chispade gran literatura y gran humorsensual en cada página. Su agili-dad narrativa es magistral, puraacrobacia o equilibrio en la cuer-da en vilo del tiempo.

“So taking up, Much Ado about Not-hing I transported myself instantly fromthe chair I sat in to Messina in Sicily, andgot so busy with Don Pedro and Benedickand Beatrice, that I thought not of Ver-salles, the Count, or the Passport”.

Reyes moldea su español deSterne así:

“Veamos: Mucho ruido para na-da… Heme transportado desde mi si-llón hasta la siciliana Messina, y tanpreocupado con don Pedro y Benedic-to y Beatriz, que ya ni me acuerdo deVersalles ni del conde ni del dichosopasaporte”.

“Sweet pliability of man’s spirit, thatcan at once surrender itself to illusions–¡Oh, dulce plasticidad del alma, queasí sabe entregarse a las ilusiones!– wichcheat expectation and sorrow of their we-ary moments! –panacea de la aflición yremedio de las crueles horas de espera!–long– long since had ye number’d outmy days had I not trod so great a part of

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them upon this enchanted ground: Hacemucho, mucho tiempo, que mis días sehabrían acabado, a no ser por mis fre-cuentes paseos a esta tierra encantada”.

Es posible que el idioma deSterne-Reyes nos suene hoy co-mo velado por una patina anti-cuada, pero cuesta creer que elendecasílabo de Sweet pliabilityof man’s spirit pueda ser superadoo mejorado en la lírica formula-ción de Reyes –¡Oh, dulce plas-ticidad del alma–. Pero hay quedejar la puerta abierta a todanueva perfección, oh dulce elas-ticidad del espíritu humano. Entodo caso, el duende de Arielaflora en este fragmento de Ster-ne. Esa gota de rebeldía ante ellado plomizo del mundo y esehimno a la lectura de Shakespe-are o de Cervantes –this enchan-ted ground– la lectura como tie-rra encantada y panacea de laaflición, nos asoma al mundo delmago Sterne, experto en irisar ybalsamizar la terca acechanza dela vulgaridad del mundo. O desu terrible propensión al tedio.¿No es lo mismo?

A Sterne le pirran los juegosjocosos, la chanza coloquial, eldoble sentido de las palabras, eldiálogo jovial y festivo. A su la-do, Hamlet es un cenizo con pi-co de oro funerario. No es extra-ño que Sterne haya resucitado aljuglar Yorick, la alegría del casti-llo cuando Dinamarca estabamuy lejos de apestar a podrido.

“There ir not a more perplexing affair

in life to me, than to set about telling

any one who I am”.

Y Reyes traslada así: “No haycosa que me desconcierte tantocomo tener que decir quiénsoy”.

Una de las muchas graciasque adorna la prosa de Sterne essu peculiar sintaxis. Tiene el en-canto y la elegancia de un caba-llo de ajedrez. Leves titutebos o simulación de sintaxis en rizoo espiral constante. Si Góngorao Milton, Quevedo o Donne,tienen y sienten la holgura tex-tual, si puedo decirlo así, de le-er a Virgilio o saberlo de me-moria, e improvisar variantesinéditas que ocultan su espinazoromano, el caso de Sterne es tanespecial como el de un Tinto-

retto en Venecia. Tan cerca deun genio como Tiziano que só-lo cabe la audacia feliz de unamanera inexplorada. Más o me-nos así fue el dictamen del doc-tor Johnson sobre Sterne: unaexcentricidad sin futuro. Sternebrota de Shakespeare –resucita aYorick para su viaje continen-tal–, pero necesita insuflar en elpanteón inglés un poco de airefresco. ¿De dónde saca ese hu-mor, esa volubilidad encantado-ra, ese temple de infinita lumi-nosidad del mundo? Sterne esun niño irlandés injertado en laculta Cambridge, tal vez correpor su fantasía infantil toda lalegión de duendes de la dulce Ir-landa, pero es más rico su face-tado estilo. La Biblia, los clásicos,Shakespeare, su personalísimainterpretación del siglo XVIII:la joie de vivre de un Diderot oVoltaire, la veta libertina de unCasanova, la música de Italia –elperfecto libretista del Don Gio-vanni de Mozart– y, por último,pero no por ello menos impor-tante, la tradición cervantina dela novela inglesa en su precursorFielding (sin olvidar los graba-dos cervantinos de Hogarth y suimpronta en los Caprichos deGoya) que alcanzará en él su co-ta o nota más radiante. Pero esteaspecto de la reviviscencia deCervantes en Sterne se apreciamucho mejor en su Shandy.

Pero me resisto a abandonarel Journey de Sterne sin darme elgustazo de saborear su humorsensual.

“And what became of the concert, St.Cecilia, who, I suppose, was at it, knowsmore than I”.

“I will only add, that the connectionwhich arose out of that translation, gaveme more pleasure than any one I had thehonour to make in Italy”.

Sterne es increíble. Escribecomo un Casanova con la fle-ma de Henry James. Un impo-sible. Joie de vivre a la veneciana,más una prosa de una sofistica-ción sintáctica y expresiva deuna elegancia insólita. Veamoscómo traduce esta joya el poetamexicano Alfonso Reyes.

“Y del concierto, Santa Cecilia–que, sin duda, estaba presente– sabrálo que hubo; yo, no”.

Es una delicia cotejar ambostextos. Si el humor británico-musical es de una finura de altaguasa, Reyes consigue con su su-til pitorreo que la sonrisa –si nola carcajada– acuda con relam-pagueante celeridad a nuestroslabios. El espíritu aflora dondele da la real gana. Su templo esla libertad literaria.

Reyes traslada así:

“Sólo debo añadir que ninguna otrarelación me fue más grata durante miestancia en Italia que ésta, debida, sinduda, a una traducción acertada”.

El capítulo es perfecto –Latraducción, París– y evoca en unpalco milanés a Toby Shandy.Sterne imagina la locuacidad deun veterano leyendo su mirada.Yorick –el narrador– es el pe-renne traductor de la Rossettade la realidad, una calle de Lon-dres, o la Scala de Milán. Es unaobra maestra de humor cordial ylibertino. Un Casanova transfi-gurado por el toque inconfun-dible de un Cervantes. Tal es laproeza y gusto único de Sterne.El arte de ceder el paso es unapágina maestra de humor galan-te, de humor radiante, de hu-mor musical. Santa Cecilia como Cupido de un duettonocturno en Milán.

Laurence Sterne (1713-1768)publicó la primera parte de TheLife and Opinions of TristramShandy en 1759. El éxito fue in-mediato. En 1760 sigue la se-gunda parte; en 1761, la tercera;en 1765, la cuarta; en 1767, laquinta. En total, nueve libros ennueve años. Una novela impara-ble, andante, entre su fama enLondres, sus viajes de medio añoa París y Toulouse, al Nápolesde lady Hamilton. Su salud espenosa y los viajes son placer cu-rativo, ocio melancólico. Shandytiene 615 páginas en la ediciónPenguin. El tomo de clásicos Al-faguara de 1978 –la traducciónde Marías– tiene 575 páginas,pero con la addenda de sermonesde Yorick y las notas y glosariollega hasta las 718 páginas.

¿Qué significa una empresacomo la traducción del Shandyal español? Alfonso Reyes fueaudaz y jovial al emprender la

versión del Viaje. Pero tenía asu favor que es una novela breve,apenas un centenar de páginas.El Shandy es como media doce-na de Viajes. Desde luego, no estarea imposible, de hecho hubotraducciones previas y las huboposteriores, pero la cuestión cla-ve es la calidad de la traducción.Se dice que Quevedo y Valle-Inclán no pueden traducirse aotros idiomas porque quedanpoco menos que irreconocibles.Es un viejísimo y tedioso deba-te. Cuanto más lee uno a Cer-vantes, cuesta creer que funcio-ne en otros idiomas. Su Quijotees un libro tan recio en su co-micidad dialogada que funcionaincluso al 50% de fidelidad aloriginal. La gran sutileza quedapara el idioma de origen y esa esnuestra fortuna, poder saborearesa riqueza inicial. Con Sternepasa lo propio. Es un meteoritoo un precioso excéntrico en supropia lengua. De hecho, el pro-nóstico del doctor Johnson seha cumplido, no nos engañe-mos. Shakespeare es el genio in-glés de la Inglaterra cultivada yDickens es el ídolo de la Ingla-terra plebeya. Sterne es una pie-za demasiado sofisticada parapaladares masivos. Un exquisitopara la inmensa minoría. De ahími sorpresa, cuando Azorín en1925 elige a Sterne como par deGoethe o Cervantes, de Mon-taigne o Dante en el panoramade cimas literarias de una Euro-pa ideal.

Sterne lograba casi lo imposi-ble, abrirse hueco y paso entrelos dos colosos rivales, el autorde El rey Lear y el autor de Pick-wick. ¿Acaso Reyes con su tra-ducción de 1919 del Viaje yAzorín con su estimación inédi-ta representan una tendencia deuna España demasiado selecta yexquisita? Siguió otro medio si-glo de eclipse para Sterne y susdos grandes rivales volvieron aocupar el primer plano. Shakes-peare alcanzó una idolatría absoluta. El reciente ensayo deHarold Bloom no me dejarámentir. Pero me temo que esuna gran simpleza el intentardespejar misterios tan inextin-guibles como la potencia de se-

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ducción literaria que ejercen ta-les o cuales autores.

Los hechos son tercos. JavierMarías (1951) emprende lagran aventura de traducir elShandy durante casi dos años desu vida, tecleando mil folios ycomponiendo mil notas, a unaedad en que uno suele tenersiempre mejores cosas que ha-cer. Dar volatines en Recoletos,seducir bellas acróbatas o escri-bir sus propias novelas. Pareceser que tuvo tiempo para todo.Un marciano de nuestras letras.Ahí tenemos al traductor-artis-ta adolescente entre 1975 y1978 en plena brega con el to-cho de Sterne. Un mozo de 24años, de 27, que ha escrito unpar de pastiches y que buscacon denuedo su propio rumbolibresco.

El Shandy se inicia así:

“I wish either my father or my motheror indeed both of them, as they were induty both equally bound to it, had min-ded what they were about when they be-got me”.

El tono reflexivo o meditantede Sterne es inconfundible y deuna finura socarrona espléndi-da. Se consideraba a sí mismocomo un híbrido de Locke y laBiblia, un lector crítico-jovialdel Antiguo y Nuevo Testamen-to. La era moderna de Europa esuna progresiva criba del legadoclásico. Dante o Shakespeare oCervantes no horadan la Bastillade Homero y Salomón. Perodesde Descartes hasta Kant oHeidegger, todo filósofo es unjacobino de la Bastilla clásica.Sterne es un punto de vista muyexótico en el panorama intelec-tual y literario de la Europa deKant y Voltaire. Voltaire se bur-la de Leibniz y su aforismo oprincipio de optimización delmundo. Kant es un heredero excéntrico de Hume y Rousse-au, dos músicos de la prosa die-ciochesca. Kant era un ser deli-cioso y metódico, y nos cuentaque sometió a su adorado Rous-seau a la peor prueba, sopesarsu melodía y su grado de razón.Separar la idea de su nube tonalo vestimenta melódica. En el ca-so de Sterne tenemos a un prín-cipe de la prosa caprichosa cuyo

lema es la joie de vivre; la verdadtiene que ser jovial y radiante, delo contrario es pura patrañadogmática. Pozo gótico. Un en-sayo como el de Paul Hazard sir-ve de orientación en el curso delXVIII –El pensamiento europeoen el siglo XVIII, traducción deJulián Marías en 1946– y allí sevuelve a hablar y valorar a Ster-ne, con tino. Otra sorpresa más.No sólo Reyes y Azorín valoranal Sterne del Viaje; también Ju-lián Marías en 1946 –cinco an-tes de que nazca su hijo Javier–sabe quién es Sterne. De modoque la pregunta de Shandy, ensu caso, tiene una ración extrade guasa erudita a la española.Su padre estaba traduciendo aldieciochesco Hazard.

“Ojalá mi padre o mi madre, o, me-jor dicho, ambos, hubieran sido másconscientes, mientras los dos se afana-ban por igual en el cumplimiento desus obligaciones, de lo que se traían en-tre manos cuando me engendraron”.

Es, como puede verse, un co-mienzo de novela de una extra-vagancia insólita. Un cuadro delGénesis personal y familiar deuna chispa o duende inglés sinparangón. Es como una páginade Freud, siglo y medio antes,pero con un tono de especula-ción absolutamente antagónicoal del divanista vienés, que diríaNabokov. Por cierto, hay unahermosa veta o escuela Sterneen el despertar de la mejor lite-ratura rusa del XIX. Pushkin eslector de Sterne y su Oneguintiene el tono vital de Shandy oYorick; y lectores de Sterne hansido Tolstoi y el propio Nabo-kov, alumno del Cambridgedonde se formó Sterne.

Ese comienzo tan rebosantede guasa controlada, que es co-mo una meditación erótica–Sterne o el Eros contemplati-vo– en torno a la más recia ydemente de las pasiones huma-nas, la fogosa urdimbre corporalde la que todos somos hijos os-curos, es la mayor proeza litera-ria de Sterne. Es su filón perso-nal. Una mezcla de humor, ero-tismo, erudición, gusto absolutodel idioma inglés. Un amasijofeliz que hace de sus páginas unaexperiencia inolvidable. Diderot

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divierte, Goethe reflexiona conencanto pastoral, Jovellanos cu-riosea a lomos de mula por As-turias, Casanova es una máqui-na de fornicar que sabe escribir,Sade es una bestia gótica. PeroSterne es Ariel o un extraño Cu-pido kantiano y ubícuo que nosengatusa y lleva donde quiere.Quizá su forma personal de ra-zón nos convence más que otras.

La serenidad o erotismo al-ciónico de su peculiar humoringlés nos encanta y su mundodel Shandy es siempre la vísperadel futuro cordial. ¿Se casará elpobre tío Toby con la viuda es-plendorosa y coqueta? ¿Naceráde una vez el narrador amnióti-co o fetal, ese Shandy flotanteen el paraíso de la piscina ma-ternal? ¿Concluirán sus escara-muzas dialécticas los dos her-manos Shandy?, ¿terminarán lasguerras continentales del Blimpde Sterne?, ¿se descubrirá si susvergüenzas o partes pudendasestán todavía listas para el com-bate de Cupido o han sucumbi-do para siempre en los camposde la historiada y belicosa Euro-pa? El tío Toby se nos antoja unpobre Zeus con la tía Europa acuestas, la viuda Europa a hom-bros de un curtido veterano, delque Sterne nunca despeja la du-da clave, una duda heredada deCervantes y su héroe manche-go. ¿Son herederos de Orígenes,príncipes de la castidad drásticay demencial que llega hasta elpadre Sergio de Tolstoi? ¿Sonparodia mohína y melancólicade donjuanes fatigados que seburlan de sus pasiones depreda-doras de juventud, mediante po-bres payasos aterrados por elfantasma de su impotencia se-nil? ¡Dios mío, parezco unFreud de pacotilla! ¿Y qué sé yode esas profundidades del deseoy la pasión más devastadora queacosa al género humano? Comodiría el príncipe de la guasa in-glesa, san Agustín sabrá mejorque yo en qué terminó todo es-to, o cómo empezó, o cómo ter-minará. No yo.

Al elegir su libro favorito–Shandy– y escribir sobre la ra-zón de esa querencia, Marías haescrito:

“No concibo cómo alguien puedeverter o haber vertido al castellano, demanera aceptable, todas y cada una de laspáginas de este libro, y no acierto a ex-plicarme cómo quien fui lo hizo una vez.El que soy hoy, creo, no sería capaz”.

Y poco después añade:

“Es la novela más cercana al Quijo-te y la más cercana a la novela de mipropio siglo; tanto su recuerdo como sufrecuentación esporádica me producenun indefectible placer”.

“Además de leerlo, hubo un día enque lo volví a escribir”.

El texto de Marías pertenecea un artículo de septiembre de1989.

¿Cómo se ha producido ellargo camino de ida y vuelta en-tre la gran novela publicada enMadrid entre 1605 y 1615, y lagran novela de Sterne publicadaen Londres entre 1759 y 1767?En este breve y modesto ensayo–no sé si tan alegre como yo melas prometía– he intentado ras-trear ese curioso viaje tan llenode eclipses. Sterne no podía pre-ver –ni él ni nadie, claro– queWalter Scott resucitaría a Ama-dís en su Ivanhoe, 1819, mien-tras que Dickens retomaría lasaga cervantina de Fielding ySterne en su delicioso Pickwick.

La España literaria del XIXfue terca lectora de Balzac y Dic-kens y a comienzos del siglo XX,con motivo del tercer centenariodel Quijote –1905–, hubo revi-val cervantino: Unamuno, Azo-rín, meditan y reflexionan sobreel libro o sobre el paisaje concre-to de ese libro. Llegamos enton-ces a la famosa traducción de Al-fonso Reyes en 1919, para loshermosos y menudos libritos deCalpe. Azorín lee esa versión deEl viaje sentimental y se quedaprendado con Sterne. Dickenspierde la primacía en favor de esepetimetre zumbón que admirabaa Cervantes –“obrará muy sabia-mente el que pueda dispensarsede conocimientos extranjeros yextranjeros provechos; y más sivive en un país donde ni una niotra cosa faltan en absoluto. Queen verdad me causa mucha pe-na… el considerar todos los pa-sos inútiles que da el viajero cu-rioso para adquirir puntos de vis-ta y hacer descubrimientos que,

como Sancho Panza le decía muybien a Don Quijote, lo mismopudiera haber logrado con estar-se quietecito en su casa”– y queexplaya su maravilloso y melan-cólico humor sensual, vagandopor tierras de Francia e Italia co-mo una insólita reedición del hé-roe cervantino. Es menester es-perar medio siglo más para en-contrar otro español tan audaz yextravagante como para acometertamaña aventura. Traducir demodo aceptable el Shandy. Ese añofeliz fue 1978. Fue galardonadocon el Premio Nacional de Tra-ducción. Por una vez, la Españaoficial acertaba. Benet pasó in al-bis para esa España mezquina yseudoprogresista. La presuntaalegría de este pequeño ensayono está reñida con la pura y sim-ple verdad. Benet se merecía elNobel o el Premio Cervantes. Ysu mejor discípulo, Javier Marías,lo sabe mejor que nadie.

La inclinación cervantina deSterne es patente a cada paso y acada página, tanto en el Shandycomo en el Viaje. La página so-bre la continencia de Rocinanteen el Shandy es pura delicia.

“Sé muy bien que el caballo del hé-roe era un caballo de castísima conduc-ta que, sin embargo, pudo haber dadomotivos para sostener la opinión con-traria. Pero también es cierto, al mismotiempo, que la continencia de Rocinan-te (como puede demostrarse con laaventura de los arrieros yangüeses) noera debida a ningún defecto físico ni aninguna otra causa de esta índole, sinoa la templanza y regular circulación desu sangre”.

La afección o enigmática do-lencia que aqueja al pobre tíoToby no anda lejos de estas ca-briolas sternianas y cervantinassobre la dudosa envergadura deljamelguito manchego. Fernan-do Savater, que es un Erasmo delas ciencias equinas, sabe mejorque yo en qué consiste la gloriade ganar un Derby montando aReina del Nilo. No menos aptopara la lírica del hipódromo eranuestro Nobel onubense. En surocinantesco Platero galopa estacita –nada pueril– del Antonio yCleopatra, de Shakespeare –o,happy horse, to bear the weight ofAntony–. Su asno no es, comopiensan los simples, un burrito

de peluche en un cuento de ha-das andaluz. De hecho, ese fres-co y vigente desdén o rencor libresco hacia Platero huele acien millas al mismo efecto queprodujo Rocinante entre los ma-melucos ilustrados del barroco.Gracián o el doctor Johnson re-piten el viejo esquema o espejis-mo puritano de Platón cuandoningunea los mitos de Homero.En la milenaria brega o torneoentre la razón y la imaginación o ficción, a la larga, siempre selleva el gato al agua Cervantes o Sterne. El presente es, por su-puestísimo, campo predilectodel dogma. ¡Faltaría más!

“Nature is shy, and hates to actbefores spectators”. La naturaleza–traduce Reyes– es pudorosa yno le gusta representar en pú-blico. El pasaje emana primordinámico en cada palabra. Haydos ariscas vestales esperando uncoche y el jocundo Yorick deSterne nos confiesa:

“Yo hubiera dado la luna por ha-cerlas felices. Pero aquella noche el des-tino quiso que la felicidad les llegarapor otra parte”.

La expresión exacta de Sternedice –to come from another quar-ter– y, desde luego, Reyes es har-to pudoroso al elegir en ese puno juego de vocablos el términomenos comprometido. Quarter-horse es un tipo de caballo quecorre de perlas el cuarto de mi-lla. Y sospecho que Sterne ibaal hipódromo casi tanto o másque Fernando Savater.

“Probablemente es y será mi mejortexto, y si digo probablemente es pen-sando en alguna otra traducción quehe hecho (El espejo del mar, de Conrado las obras de Sir Thomas Browne) oen alguna que quizá me gustaría haceralgún día”.

La confidencia es de JavierMarías respecto a su Shandy, adiez años de la traducción de1978, y sin sospechar que undecenio después toda Europaconocería un par de sus nove-las, y su mejor texto iba a ser suobra maestra más secreta. n

LAURENCE STERNE EN ESPAÑOL

78 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 88

César Pérez Gracia es crítico literario.Autor de La Venus Jónica.

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79Nº 88 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA

Convicciones morales / razón de Estado(De La historia de mi tiempo)

n Espero que la posteridad acierte a dis-tinguir en mí al filósofo del príncipe y alhombre honesto del político. Debo con-fesar que resulta muy difícil conservarun talante ingenuo y caracterizado por lahonestidad al quedar atrapado en el grantorbellino político de Europa. Expuestoa ser constantemente traicionado por susaliados, abandonado por sus amigos,avasallado por los celos y la envidia, unose ve constreñido finalmente a escogerentre la terrible resolución de sacrificar asus pueblos o ser infiel a su palabra. (Prólogo de 1743).

n El arte de la política se diría diametral-mente opuesto en muchos extremos a lamoral de los particulares, mas no lo escon respecto a la de los príncipes, quie-nes, basándose en un mutuo consenti-miento tácito, se otorgan el privilegio depropiciar su ambición al precio que sea,aunque para ello tengan que secundartodo cuanto exija su interés e imponerloa sangre y fuego, cuando no medianteintrigas o añagazas en las negociaciones,faltando incluso a la escrupulosa obser-vancia de los tratados, que para ser fran-cos no son sino juramentos consagradosal fraude y la perfidia. (Prefacio de 1746).

n En tanto que particular, un hombreque compromete a otro su palabra debemantenerla, por mucho que su promesapueda perjudicarle al haberla hecho deun modo irreflexivo, pues el honor se

halla por debajo del interés; sin embar-go, un príncipe podría exponer sus Esta-dos a enormes desgracias actuando así.¿Acaso el pueblo debe perecer antes deque su soberano rompa un tratado?¿Qué se diría del cirujano que, haciendogala de una ridícula escrupulosidad, noamputara el brazo gangrenado de unhombre porque cortar algún miembrosupone algo malo? (Introducción de 1775).

Del Ensayo acerca del amor propio considerado como principio de la moral(1770).

n Este resorte tan poderoso es el amorpropio, ese guardián de nuestra conser-vación, ese artesano de nuestra felicidad,ese manantial inagotable de nuestros vi-cios y nuestras virtudes, ese principiooculto bajo todas las acciones humanas.

n Se me objetará sin duda de mi hipóte-sis encontrará ciertas dificultades paraconciliar ese felicidad que atribuyo a lasbuenas acciones con esas persecucionesque padece la virtud, así como con esaprosperidad que disfrutan tantas almasperversas. Esta dificultad es fácil de sortear, siempre que restrinjamos la pala-bra felicidad a un perfecto sosiego delánimo. Esta paz interior se funda en el hecho de hallarse contento con unomismo.

n No intentamos desmentir a la expe-riencia; reconocemos la existencia de unsinfín de crímenes impunes. ¿Mas no te-

men estos criminales que con el tiempono termine por desvelarse aquella verdadtan terrible para ellos y se descubra su oprobio? ¿Acaso las banalidades de que disfrutan les impide oír esa secreta voz de la conciencia que los condena y les devora con los remordimientos como un látigo que, aunque invisible, les fustiga?.

n Pues no es en los objetos, ni tampocoen esas fortunas que el mudable escena-rio del mundo crea y destruye sin ton nison, donde podemos encontrar una feli-cidad que sólo podemos buscar dentrode nosotros mismos. No hay otra dichaque la tranquilidad del alma; de ahí quenos interese aprestarnos a la búsqueda deun bien tan preciado; y si las pasiones loperturban, habrá que domarlas.

n El afán de amasar riquezas se imponesin tregua el avaro; sin embargo, el mie-do de dispersar lo que tanto esfuerzo leha costado juntar le hurta el disfrute decuanto posee. El ambicioso pierde de vis-ta el presente para precipitarse a ciegasen el porvenir; abriga continuamentenuevos proyectos; los obstáculos con quetopa en su camino le irritan, y la pose-sión de lo que tanto anhelaba se veacompañada por el hastío. El pródigo, algastar el doble de lo que recauda, es co-mo el tonel de las Danaides; no se colmanunca y siempre anda buscando nuevosrecursos para unos deseos que multipli-can incesantemente sus necesidades. Elenamoradizo que ama tiernamente sueleverse convertido en el juguete de aman-tes que lo engañan.

Federico II de Prusia representa el prototipo del déspotailustrado. Además de un refinado estratega militar, fue unhombre culto que, pese a los esfuerzos de su padre (apoda-do el rey sargento) por hacerle abandonar su afición al estu-dio, gustaba de componer música y escribir poesía. Pero,sobre todo, se consideraba un amante de la filosofía quesolía publicar sus escritos como las Obras del filósofo deSans-Souci (el nombre que puso a su palacio de Postdam).Apreciado por ese mismo Kant, que también veneró la Re-

volución Francesa, este monarca prusiano con vocación fi-losófica llegó a representar para Voltaire la posible personi-ficación de aquel rey-filósofo que según Platón constituiríatoda una panacea para los males políticos. El punto álgidode dicha esperanza se cifra en un texto que Voltaire mismoeditó, y que ha sido publicado hace poco en el Centro deEstudios Constitucionales por quien ha realizado esta selec-ción de textos: el Antimaquiavelo.

Roberto R. Aramayo

C A S A D E C I T A S

FEDERICO EL GRANDE

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Del Ensayo sobre los deberes del soberano (1777)

n Esa gran verdad (actuar para con los de-más como quisiéramos que se comporta-ran respecto a nosotros) es el principio delas leyes y del pacto social, de donde manael amor a la patria, considerada como elasilo de nuestra felicidad.

n Si el príncipe, por pereza, decide abando-nar el gobierno del Estado en manos mer-cenarias, quiero decir, de sus ministros, en-tonces todo marcha mal, pues el uno que-rrá tirar hacia la derecha y el otro hacia laizquierda, mas ninguno trabaja teniendopresente un plan general; cada ministrotiende a deshacerlo todo, por bueno quepueda ser, para pasar por un innovador yponer en práctica sus fantasías.

nCon objeto de que no falte jamás a susdeberes, el príncipe debe recordar a menu-do que sólo es un hombre más, como cual-quiera de sus vasallos. El príncipe sólo es elprimer servidor del Estado y está obligadoa conducirse con probidad, prudencia ydesinterés, como si en cada momento de-biera rendir cuentas de su administración asus ciudadanos.

Del Antimaquiavelo (1740)

n Cordura y prudencia constituyen virtu-des tan imprescindibles para los príncipes,como la brújula y el compás, que guían alas gentes del mar, lo son a los pilotos.(Capítulo 20).

n La fortuna y el azar son palabras vacíasde sentido que han sido alumbradas por lamente de los poetas y que, según parece,deben su origen a esa profunda ignoranciaen que se hallaba estancado el mundocuando daba nombres vagos a efectos cu-yas causas les resultaban desconocidas. (Capítulo 25).

n El vulgo, que no sabe apreciar bien las re-putaciones, se deja seducir fácilmente porlas apariencias de cuanto es grande y mara-villoso, llegando a confundir las buenas ac-ciones con las extraordinarias, la riquezacon el mérito, aquello que relumbra con loque posee solidez. Las gentes ilustradas ysensatas tienen un juicio completamentedistinto; supone una dura prueba pasarpor su crisol, ya que disecan la vida de losgrandes hombres como los anatomistas ha-cen con sus cadáveres. Examinan si su in-tención fue honesta, si fueron justos, si hi-

cieron más mal que bien a los hombres, sisu coraje estuvo supeditado a su sensatez osi se debió a un ardor de su temperamento;enjuician los efectos por sus causas y no alas causas por sus efectos. (Capítulo 21).

n Se sabe muy bien hasta qué punto es cu-riosa la gente. También los príncipes se ha-llan expuestos, y más que el resto de loshombres, a la curiosidad de la opinión pú-blica; son como astros hacia los que unpueblo de astrónomos hubiese dirigido sustelescopios y astrolabios; un gesto, un gui-ño, una mirada les traiciona; y los pueblosse familiarizan con ellos a base de conjetu-ras; en una palabra, en tan escasa medidacomo el sol puede cubrir sus manchas, laluna sus fases o Saturno sus anillos, pocopueden hacer los grandes príncipes porocultar sus vicios y el fondo de su caráctera los ojos de tantos observadores.(Capítulo 18).

n El lujo que nace de la abundancia y quehace circular las riquezas por las venas deun Estado es lo que multiplica las necesida-des de los ricos y de los opulentos para ter-minar igualándolos en menesterosidad conlos pobres indigentes; es como el movi-miento de sístole y diástole atribuido al co-razón dentro del cuerpo humano. Se tratadel resorte que manda la sangre a través deunas grandes arterias hasta las extremidadesde nuestros miembros y que la hace circularpor las venas, las cuales la conducen al co-razón para que sea distribuida de nuevo porlas diferentes partes del cuerpo. Si algúntorpe político intentase desterrar el lujo deun gran Estado, éste se desplomaría y se de-bilitaría considerablemente; el dinero sevolvería inútil, quedaría en los cofres de losricos, el comercio languidecería, las manu-facturas caerían por falta de venta, la indus-tria perecería, las familias ricas lo serían aperpetuidad y los indigentes no tendríanrecurso alguno para salir de su miseria.(Capítulo. 16).

n El mundo sería dichoso si no hubieseotros medios salvo el de la negociación pa-ra mantener la justicia y restablecer la pazentre las naciones. Se emplearían entonceslos argumentos en lugar de armas y se dis-putaría en vez de degollarse mutuamente.(Capítulo 26).

n Conforme al hábito de los hombres, sepretenden cosas contradictorias. Como elamor propio es el príncipe de nuestras vir-tudes, y por consiguiente de la felicidaddel mundo, se quiere que los príncipes ten-

gan bastante amor propio como para mos-trarse susceptibles a la hermosa gloria queanima sus grandes acciones y que, al mis-mo tiempo, se muestren bastante indife-rentes como para renunciar de buen gradoal salario de sus trabajos; uno y el mismopríncipe debe esforzarse por merecer el elo-gio y por menospreciarlo.(Capítulo 23).

n Los príncipes prudentes optan por aque-llos en quienes prevalecen las cualidades delcorazón para emplearlos en el interior de supaís. Por el contrario, prefieren a quienestienen más vivacidad e imaginación paraconformar el cuerpo diplomático. Mientrasno se trata sino de mantener el orden y lajusticia en sus Estados, basta con la hones-tidad, pero cuando se trata de seducir a losvecinos mediante argumentos especiosos oempleando la vía de la intriga o la corrup-ción en las misiones del extranjero, se com-prende muy bien que la probidad no hagatanta falta como la maña y el ingenio. (Capítulo 12).

n Los ministros que un soberano mantieneen las cortes extranjeras representan unasuerte de espías privilegiados, cuyo encargoes vigilar las acciones del rey de turno, paradescubrir si hay alguna que contravengalos intereses de su señor; ellos deben ci-mentar los lazos de amistad entre los sobe-ranos, pero con frecuencia, en lugar de serlos artesanos de la paz, son los órganos dela guerra.Capítulo 26).

nComoquiera que no hay tribunales porencima de reyes ni existe ningún magistra-do en el mundo que pueda dirimir sus di-ferencias, corresponde a los combates eldecidir sobre sus derechos y enjuiciar la va-lidez de sus razones. Los soberanos pleite-an con las armas en la mano. Así pues, estetipo de guerras se llevan a cabo para man-tener la equidad en el mundo, siendo estoalgo que las imprime un carácter sacro ylas hace indispensables.(Capítulo 26).

n Todas las guerras que sean emprendidaspara repeler a los usurpadores, mantener losderechos legítimos y garantizar la libertaddel universo, resultan conformes a la justi-cia y a la equidad; en tales circunstancias, laguerra es un infortunio menor que la paz.

FEDERICO EL GRANDE

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Roberto R. Aramayo es investigador en el Institutode Filosofía del CSIC. Autor de Crítica de la razónucrónica y La Quimera del Rey Filósofo (en prensa).