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Coloquios espirituales 1 Casa de Formación Santa Verónica Giuliani Hermanas Clarisas Capuchinas * Cuautitlán Izcalli (Edo. de México) 2004 El epitafio de san Francisco Mi querida Lidia: ¿Continuamos...? Pues... sí, si te parece. La última vez (Lectio divina 25) era a mediados de agosto (16 de agosto). Habíamos compartido nuestros pensamientos de corazón en torno a esencias capuchinas y en torno también a la Eucaristía Desde entonces han invadido mi espíritu muchas reflexiones; no dudo que también el tuyo, si has dado vueltas, con paz, a esas esencias capuchinas, que a toda costa, frente a cualquier falso espiritualismo, queremos salvar. Mis pasos me han traído a esta tierra mía, que quiéralo o no, está dentro, aunque yo estuviera lejos; tierra amada como uno se ama a sí mismo - quiéralo o no lo quiera - y tierra dolorida como uno se duele en sí mismo, quiéralo o no lo quiera. Un corrosivo laicismo va impregnando todo poco a poco, y la que era no es, y uno se siente fuera de su casa sin dejar de estar dentro... Inhóspita y solitaria, al tiempo que todo es más hermoso, más confortable, con un imparable progreso, más humanizador: los hospitales que yo visito, las carreteras, las calles y los comercios, la fantasía de la informática, las estaciones... y lo mismo los conventos. Desde que vine a México va martilleando mi cabeza, insistente, esta frase que yo mismo me inventé: “Pasó lo viejo, y lo nuevo no ha llegado todavía...” Alguien me añadió sabiamente: “...y lo nuevo, entre nosotros, no ha llegado todavía”. Es muy doloroso vivir entre dos vidas, constatando, además, que la nueva, la profética, la ansiada... se va gestando para el momento que Dios quiera, que no sabemos cuándo será. Entretanto padecemos los tiempos bíblicos de la desolación de Jerusalén, que son tiempos bíblicos, y que negarlos es negar la Biblia. Vivir entre dos vidas... tengo que remontarme místicamente a lo que la sagrada Escritura dice de la inmolación del Cordero Pascual: “entre dos luces” (Ex 12,6, entre dos “tardes”) murió entre dos luces, y hoy entre dos luces vamos muriendo poquito a poco. Es duro, sí, tan duro como la muerte y la esperanza. Entre dos luces... Hay un libro dentro de mi cabeza que, quizás, algún día salga fuera. Entre dos luces, entre dos “tardes”...: silencio sin doblegarse, sabiduría con luz, espera con la alegría que se pueda, resistencia sin agresividad, lucha en la guardia..., misericordia, gloria de Dios. Y mientras tanto mi Provincia, la más fuerte, se va extinguiendo poquito a poco: de menos de 35 años solo hay 1, y el contingente más fuerte de hermanos lo forman los de 70 años para arriba. No quiero entristecer tu frente, mi querida Lidia (ya basta con que la mía esté marcada). Y escribiendo estas cosas, llega la dolorosa comunicación oficial de que un hermano de 60 - del cual puedo referir buenos ejemplos - ha abandonado la Orden en nuestra Viceprovincia de Texas. Con sumo respeto constato: ni el sacerdocio ni la Fraternidad le habían comunicado la felicidad que todo ser humano ansía. Pido a Jesús que en una caricia cariñosa la encuentre... ¡Ojalá! El Tránsito Negarte estos pensamientos, con una sonrisa placentera, sería negarte mi amistad, cosa que, a estas alturas, para ti sería un fraude, y un nuevo dolor para mí. Y siendo verdad lo que digo, un aura del Espíritu orea mis sentimientos, para acercarme a la fiesta de san Francisco con deseo, con piedad y con ternura, en busca de esa comunión misteriosa que se establece entre él y nosotros. Estando con estos piadosos pensamientos, cayó en mis manos providencialmente un Epitafio que encontré en la revista oficial de la Orden, Analecta OFMCap, en su primer volumen, que corresponde a 1884 y 1885, el Epitafio de la Tumba de san Francisco. Era una página 1

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Reflexiones circunstanciales.

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Coloquios espirituales 1 Casa de Formación Santa Verónica Giuliani Hermanas Clarisas Capuchinas * Cuautitlán Izcalli (Edo. de México) 2004 El epitafio de san Francisco Mi querida Lidia: ¿Continuamos...? Pues... sí, si te parece. La última vez (Lectio divina 25) era a mediados de agosto (16 de agosto). Habíamos compartido nuestros pensamientos de corazón en torno a esencias capuchinas y en torno también a la Eucaristía Desde entonces han invadido mi espíritu muchas reflexiones; no dudo que también el tuyo, si has dado vueltas, con paz, a esas esencias capuchinas, que a toda costa, frente a cualquier falso espiritualismo, queremos salvar. Mis pasos me han traído a esta tierra mía, que quiéralo o no, está dentro, aunque yo estuviera lejos; tierra amada como uno se ama a sí mismo - quiéralo o no lo quiera - y tierra dolorida como uno se duele en sí mismo, quiéralo o no lo quiera. Un corrosivo laicismo va impregnando todo poco a poco, y la que era no es, y uno se siente fuera de su casa sin dejar de estar dentro... Inhóspita y solitaria, al tiempo que todo es más hermoso, más confortable, con un imparable progreso, más humanizador: los hospitales que yo visito, las carreteras, las calles y los comercios, la fantasía de la informática, las estaciones... y lo mismo los conventos. Desde que vine a México va martilleando mi cabeza, insistente, esta frase que yo mismo me inventé: “Pasó lo viejo, y lo nuevo no ha llegado todavía...” Alguien me añadió sabiamente: “...y lo nuevo, entre nosotros, no ha llegado todavía”. Es muy doloroso vivir entre dos vidas, constatando, además, que la nueva, la profética, la ansiada... se va gestando para el momento que Dios quiera, que no sabemos cuándo será. Entretanto padecemos los tiempos bíblicos de la desolación de Jerusalén, que son tiempos bíblicos, y que negarlos es negar la Biblia. Vivir entre dos vidas... tengo que remontarme místicamente a lo que la sagrada Escritura dice de la inmolación del Cordero Pascual: “entre dos luces” (Ex 12,6, entre dos “tardes”) murió entre dos luces, y hoy entre dos luces vamos muriendo poquito a poco. Es duro, sí, tan duro como la muerte y la esperanza. Entre dos luces... Hay un libro dentro de mi cabeza que, quizás, algún día salga fuera. Entre dos luces, entre dos “tardes”...: silencio sin doblegarse, sabiduría con luz, espera con la alegría que se pueda, resistencia sin agresividad, lucha en la guardia..., misericordia, gloria de Dios. Y mientras tanto mi Provincia, la más fuerte, se va extinguiendo poquito a poco: de menos de 35 años solo hay 1, y el contingente más fuerte de hermanos lo forman los de 70 años para arriba. No quiero entristecer tu frente, mi querida Lidia (ya basta con que la mía esté marcada). Y escribiendo estas cosas, llega la dolorosa comunicación oficial de que un hermano de 60 - del cual puedo referir buenos ejemplos - ha abandonado la Orden en nuestra Viceprovincia de Texas. Con sumo respeto constato: ni el sacerdocio ni la Fraternidad le habían comunicado la felicidad que todo ser humano ansía. Pido a Jesús que en una caricia cariñosa la encuentre... ¡Ojalá! El Tránsito

Negarte estos pensamientos, con una sonrisa placentera, sería negarte mi amistad, cosa que, a estas alturas, para ti sería un fraude, y un nuevo dolor para mí. Y siendo verdad lo que digo, un aura del Espíritu orea mis sentimientos, para acercarme a la fiesta de san Francisco con deseo, con piedad y con ternura, en busca de esa comunión misteriosa que se establece entre él y nosotros. Estando con estos piadosos pensamientos, cayó en mis manos providencialmente un Epitafio que encontré en la revista oficial de la Orden, Analecta OFMCap, en su primer volumen, que corresponde a 1884 y 1885, el Epitafio de la Tumba de san Francisco. Era una página

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artísticamente dispuesta con este título: S. P. Francisci epitaphium a Gregorio IX exaratum: “Epitafio del seráfico Padre Francisco redactado por Gregorio IX”. He aquí el texto latino, dispuesto en líneas como lo he encontrado en Analecta. Viene luego la versión castellana. Grande es mi audacia al traducirlo, no teniendo a mi alcance instrumentos científicos para la latinidad de la Edad Media. No puedo garantizar la verdadera exactitud del perfile de las palabras. V. S. C. A.

(Viro Seraphico Catholico Apostolico)

FRANCISCI ROMANI CELSA HUMILITATE CONSPICUI, CHRISTIANI ORBIS FULCIMENTI ECCLESIAEREPARATORIS CORPORI NEC VIVENTI NEC MORTUO CHRISTI CRUCIFIXI PLAGARUM CLAVORUM INSIGNIBUS ADMIRANDO PAPA NOVEAE FOETURAE COLLACRYMANS LAETIFICANS ET EXULTANS IUSSU MANU MUNIFICENTIA POSUIT. ANNO DOMINI M. CC. XXVIII. XVI KALENDAS AUGUSTI. ANTE OBITUM MORTUUS, POST OBITUM VIVUS. Al Varón Seráfico, Católico, Apostólico Para el cuerpo digno de admiración que vivo y muerto tuvo las llagas de Cristo Crucificado y las insignias de los clavos de Francisco Romano, conspicuo en excelsa humildad, soporte del orbe cristiano, reparador de la Iglesia el Papa con lágrimas, con gozo y exultación por esta nueva criatura mandó poner escrita de su mano y a sus expensas (con munificencia) [esta inscripción]. En el año del Señor 1228, en el día XVI de las Kalendas de agosto. Muerto antes del óbito, después del óbito vivo. Aquel tránsito, aquel entierro, aquella tumba

Para entender el texto hay que comenzar evocando aquella muerte de Francisco, que tiene su nombre propio con la palabra Tránsito. Mi querida Lidia, tu corazón y el mío guardan silencio cuando rememoramos el final de Francisco: su llegada a Asís (venía de Rieti), su bajada por la pendiente que le llevó a la Porciúncula, su bendición a su amada Assisi, su estancia final junto a la capilla de la Virgen, donde todo había comenzado: el camino definitivo de Francisco y el camino decisivo de Clara. Francisco iba a pasar al Padre, como Jesús. Quiso que le leyeran el Evangelio del tránsito de Jesús; pidió de limosna un hábito que cubriera su macerado cuerpo ; quiso, además, que, una vez que hubiera expirado, lo dejaron un tiempo desnudo, como Adán salido, puro, de las manos de

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Dios. ¡Bella desnudez! Agonizaba con un salmo bíblico en sus labios. Madonna Giacobba da Settesoli, noble romana, le alcanzó, antes de morir, brindándole unos dulces que ella había preparado y un lienzo color ceniza, con el que los hermanos hicieron un hábito. Fray Jacoba fue admitida en el recinto de los hermanos, porque Francisco la consideraba del todo hermana, que era como decir del todo pura. Abro la Vida de san Francisco de Joergensen, aquel luterano sueco, que quedó flechado en Assisi y, de mano de Francisco, abrazó la fe católica. La última palabra de su Vida es: ¡Fray Jacoba! Es que dice que las biografías no mencionan a esta admirable mujer en el entierro de Francisco, y él, historiador entre poeta y místico, supone que Fray Jacoba se quedó, llorando, en la Porciúncula. Por eso, termina los funerales con esta exclamación: - ¡Fray Jacoba! Murió, pues, Francisco, con un coro de alondras sobre el lecho. Permite, querida Lidia, que yo presente aquí mi evocación en estrofas, que tienen un dulce balanceo para cantar la despedida de Francisco. Es un himno que compuse, para el Tránsito, la noche del 3 de octubre de 1980. Escuchémosla, o escucho yo mientras tú, unida al coro, cantas. (La música la tienes en Himnos para el Señor. 1983). La paz se ha derramado suavemente desde la cruz sobre el llagado cuerpo; Francisco dice adiós a sus hermanos, los ángeles le salen al encuentro. Todo está consumado. La fatiga es ahora el cantar del gavillero; la pobreza, la esposa engalanada, heredera feliz del reino eterno. Viene la muerte en además de hermana, la recibe con cantos y con besos; y a Cristo entona el salmo vespertino con un coro de alondras junto al lecho. Se han abierto las puertas de la gloria, se abalanza celestes mensajeros: ¡Francisco, ven, hermano con nosotros, junto al Señor guardado está tu puesto! Llegó la noche plácida a la tierra, mientras Francisco amaneció en el cielo; era por fuera el muerto del Calvario, era por dentro el que surgió en el huerto. ¡Oh Padre, cuyo pecho es nuestro hogar, hoy arriba Francisco del destierro; a tu divino pecho llamaremos cuando un día nosotros arribemos! Amén. El “llanto y gozo de los hermanos en una vigilia de ángeles Nuestro hermano Tomás de Celano, que llevaba al literatura en las yemas de sus dedos, que era un teólogo... y un santo, desató su corazón para describir cómo fue la muerte y el entierro de Francisco, aquella vigilia de ángeles. “... Un gozo inexplicable templaba esta tristeza, y lo singular del milagro los había llenado de estupor. El luto se convirtió en cántico, y el llanto en júbilo. No habían oído ni jamás habían leído en las Escrituras lo que ahora estaba patente a los ojos de todos; y difícilmente se hubiera podido persuadir de ello a nadie de no tener pruebas tan evidentes. Podía, en efecto, apreciarse en él una reproducción de la cruz y pasión del Cordero inmaculado que lavó los crímenes del mundo;

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cual si todavía recientemente hubiera sido bajado de la cruz, ostentaba las manos y pies traspasados por los clavos, y el costado derecho como atravesado por una lanza. Además contemplaban su carne, antes morena, ahora resplandeciente de blancura; su hermosura venía a ser garantía del premio de la feliz resurrección. Su rostro era como rostro de ángel, como de quien vive y no de quien está muerto; los demás miembros quedaron blandos y frescos como los de un niño inocente. No se contrajeron los nervios, como sucede con los cadáveres, ni se endureció la piel; no quedaron rígidos los miembros, sino que, flexibles, permitían cualquier movimiento. A la vista de todos resplandecía tan maravillosa belleza; su carne se había vuelto más blanca; pero era sorprendente contemplar, en el centro de manos y pies, no vestigios de clavos, sino los clavos mismos, que, hechos de su propia carne, presentaban el color oscuro del hierro, y el costado derecho tinto en sangre. Estas señales de martirio no causaban espanto a quienes las veían; es más, prestaban a su carne mucha gracia y hermosura, como las piedrecillas negras en pavimento blanco. Llegábanse presurosos los hermanos e hijos, y, derramando lágrimas, besaban las manos y los pies del piadoso Padre que los había dejado, y el costado derecho, cuya herida recordaba la de Aquel que, derramando sangre y agua, reconcilió el mundo con el Padre. Muy honrada se sentía la gente; no sólo aquellos a quienes era dado el besar, sino también los que no podían más que ver las sagradas llagas de Jesucristo que san Francisco llevaba en su cuerpo” (1 Cel 112-113). Fray Tomás, extasiado, ha cantado luego como un himno, como un poema, a ese Jesús que Francisco llevaba en su intimidad: “Jesús en el corazón, Jesús en los labios, Jesús en los oídos, Jesús en los ojos, Jesús en las manos, Jesús presente siempre en todos sus miembros” (1 Cel 115). Y después nos ha invitado a una meditación sobre las seis alas del Serafín (1Cel 115), que en sus días recogerá fray Buenaventura... Querida Lidia, hermana mía, qué hermoso que leamos estos pasajes en la fiesta de san Francisco o en la novena de san Francisco. Fue llegando la ciudad de Asís, por grupos, y gentes de los alrededores. Para enterrarlo en San Jorge, no fueron por el camino derecho, sino que pasaron por San Damián. Pusieron el cuerpo en la iglesia. Clara y sus hermana pudieron no sólo verlo, sino tocarlo. Clara llora de amor a Francisco

“La señora Clara [Madonna Clara, más bien], en verdad Clara por la santidad de sus méritos, primera madre de todas las otras - fue la primera planta de esta Santa Orden -, se acercó con las demás hijas a contemplar al Padre, que ya no les hablaba y que, habiendo emprendido otras rutas, no retornaría a ellas. Al contemplarlo, rompieron en continuos suspiros, en profundos gemidos del corazón y copiosas lágrimas, y con voz entrecortada comenzaron a exclamar: "Padre, Padre, ¿qué vamos a hacer?, ¿Por qué nos dejas a nosotras, pobrecitas? ¿A quién nos confías en tanta desolación? ¿Por qué no hiciste que, gozosas, nos adelantáramos al lugar a donde vas !as que quedamos ahora desconsoladas? ¿Qué quieres que hagamos encerradas en esta cárcel, las que nunca volveremos a recibir las visitas que solías hacernos? Contigo ha desaparecido todo nuestro consuelo, y par a nosotras sepultadas al mundo, ya no queda solaz que se le pueda equiparar. ¿Quién nos ayudará en tanta pobreza de méritos, no menos que de bienes materiales? ¡Oh padre de los pobres, enamorado de la pobreza! Tú habías experimentado innumerables tentaciones y tenías un tacto fino para discernirlas; ¿quién nos socorrerá ahora en la tentación? Tú nos ayudaste en las muchas tribulaciones que nos visitaron; ¿quién será el que, desconsoladas en ellas, nos consuele? ¡Oh amarguísima separación!, ¡Oh ausencia dolorosa! ¡Oh muerte sin entrañas, que matas a miles de hijos e hijas arrebatándoles tal padre, cuando alejas de modo inexorable a quien dio a nuestros esfuerzos, si los hubo, máximo esplendor!» Mas el pudor virginal se imponía sobre tan copioso llanto; muy inoportuno resultaba llorar por aquel a cuyo tránsito habían asistido ejército de ángeles y por quien se habían alegrado los ciudadanos y los familiares de Dios. Dominadas por sentimientos de tristeza y alegría, besaban aquellas coruscantes manos, adornadas de preciosísimas gemas y rutilantes margaritas; retirado el cuerpo, se cerró para ellas aquella puerta que no volvería a abrirse para dolor semejante. ¡Cuanta era la pena de todos ante los afligidos y piadosos lamentos de estas vírgenes!” (1 Cel

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116-117). Elegía pascual al eco del Llanto de San Damián

Lidia, yo detengo aquí mi reflexión, para dejarme llevar por el Llanto de las Hermanas, y de mi corazón salen estos versos: Lloraba la virgen Clara, lloraba con sus hermanas: lloraba de inmensa pena, de gozo pascual lloraba. Miraban el cuerpo blanco, de puro amor lo miraban, y mirándole entre lágrimas su soledad le contaban. Le hablaban del todo huérfanas, con una espada en el alma; y cuanto más lo miraban los ojos se abrillantaban. Besaban las santas llagas, las vírgenes lo besaban; los labios se enternecían cuando las llagas besaban. Las llagas de pies y manos ungían con su mirada, y con ojos de mujer mirando, lo acariciaban. La llaga de su costado a la derecha manaba, ríos de amor de Jesús salían de aquella llaga. Clara la reconocía la llaga que al pecho estaba, y con pureza amorosa Clara virgen la besaba. Lloraban en San Damián bajo el Cristo que miraba: en la cruz o en este cuerpo, ¿en dónde Jesús estaba? El dolor y la alegría eran uno y se mezclaban: una liturgia celeste de lágrimas perfumada. Era el amor sin rubores, eran las pobres hermanas; lloraba la virgen Clara y todas juntas amaban. La tumba de san Francisco

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Bien sabes que la Tumba de san Francisco es un asunto tan importante, para la historia y la espiritualidad en nuestra Familia Franciscana, que el Dizionario Francescano - Spiritualità (Padova 1983) consagra un artículo muy detallado (columnas 1849-1868). Fue enterrado en la iglesia de san Jorge, la iglesia de su bautismo y su escuela parroquial, donde aprendió a leer y donde conoció el Salterio. Sabemos que no fue inhumado sino colocado en un sarcófago de piedra. Este sepulcro, al que la gente se acercaba, y podía tocarlos con las manos, fue lugar de muchos milagros, que, junto con otros, se leyeron notarialmente ante el papa y los cardenales en el proceso de la canonización. Por los disturbios de Roma, la Curia pontificia estaba en Perusa. Fray Tomás, que nos ha dado tantos pormenores de la canonización, nos cuenta cómo el Papa llegó a Asís. Querida Lidia, tenemos que leer todo el capítulo pausadamente, amorosamente. Ahora sólo tomo algunos extractos, para tu gozo y el mío. En tiempos aciagos tiene que salir de Roma; viene a Perusa por el valle de Rieti, pasa brevemente por Espoleto..., donde hay Hermanas Pobres, igual que las de San Damián. “Breve es el tiempo que se detiene en esta ciudad; así y todo, tras haber informado de la situación de la Iglesia, tiene a bien visitar, en compañía de los venerables cardenales, a las siervas de Cristo, muertas y sepultadas para el mundo. Su santa vida, su altísima pobreza, su gloriosa institución, mueven a lágrimas al pontífice y a sus acompañantes, los induce al desprecio del siglo y los enardece para una vida célibe” (1Cel 122). “Aligera el paso y se da prisa por llegar a Asís, donde se conserva aquel preclaro depósito par a él tan querido; buscaba olvidarse de todos los sufrimientos y de las tribulaciones que le amenazaban. Toda la comarca se alegra con su llegada, la ciudad se ve inundada de gozo, el pueblo en masa lo celebra con regocijo, y aquel día luminoso resplandece con nuevas claridades. (...) Llega al lugar el vicario de Cristo, y, en cuanto se apea, saluda, reverente y feliz, el sepulcro de San Francisco. Rompe en suspiros, golpéase el pecho, llora, y con gran devoción inclina su veneranda cabeza” (1Cel 123).. La homilía de la canonización

“...El papa Gregorio primero predica a la multitud; con dulce afecto y voz sonora, proclama las alabanzas de Dios; con magníficas palabras hace también el elogio del santo padre Francisco, y prorrumpe en lágrimas cuando recuerda y pregona la pureza de su vida. Su sermón comienza así: Como la estrella de la mañana en medio de la niebla, y como la luna llena en sus días, y como el sol refulgente, así resplandeció este hombre en el templo de Dios” (Véase Eclesiástico 50,6-7). Este pasaje nos ilumina para comprender los textos del Oficio de san Francisco. Fray Tomás de Celano concluye la canonización (seguro que estuvo allí presente) con esta frase, a modo de firma: “Todo esto sucedió en la ciudad de Asís el día 16 de julio del Segundo año del pontificado del señor papa Gregorio IX” (1 Cel 126). Hugolino era Papa con el nombre de Gregorio desde el 19 de marzo del año 1227. El Papa poeta

Para la canonización el mismo Papa compuso algunas piezas: el himno Proles de caelo prodiit (I vísperas de S. Francisco), el responsorio De paupertatis horreo (responsorio octavo del oficio) y la “prosa” Caput draconis (Véase Escritos, BAC, 1Cel 126 nota 14). Como cardenal Hugolino, lo había conocido tan de cerca... Y un cardenal cisterciense, Rainerio Cappocci, poeta, había escrito el himno Plaude, turba paupercula (Himno de Laudes en el último oficio latino) y la antífona Caelorum candor splenduit (Escritos, BAC 1Cel 125, nota 12). Varón Seráfico, Católico, Apostólico

Vayamos, pues, al epitafio que escribió el Papa para el sarcófago de piedra. Las inscripciones tantas veces tienen unas siglas que saber leer los iniciados, por ejemplo: D. O. M. (A Dios Omnipotente Máximo). La sigla que estamos leyendo - y ahora estoy contigo, Lidia, ante el sepulcro de nuestro padre

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Francisco -, tiene estos tres títulos: Seráfico, Católico, Apostólico. Seráfico. Esta palabra entra en la Orden a partir de La Verna, desde que Cristo se muestra en la efigie del Serafín. Seráfico (palabra que no aparece en los escritos de San Francisco, sí en Celano y más en San Buenaventura) es la cualidad que pertenece al Serafín; es el ardiente. La aparición que tuvo Francisco y la visión son una “aparición seráfica”, una “visión seráfica”. Cuando san Buenaventura, en su escritos utiliza el vocablo “seráfico”, habla del amor seráfico, del ardor seráfico y del espíritu seráfico. Y esto ¿qué es? El amor, o, mejor dicho, el amor que arde. El Papa, pues, ve a Francisco, ante todo como un Varón Amante, como un Varón Ardiente. Algo se le habrá contagiado a fray Buenaventura para llamarle a él también, por el fuego de sus escritos, el Doctor Seráfico. En resumen, Francisco es, ante todo, el Seráfico. Católico. Católico es el que está de acuerdo con la Iglesia, con la “Una-Santa”, que, al ser así, es Católica, destinada al orbe entero; es Apostólica, heredera de los Apóstoles. Francisco es Católico, es Apostólico, es sencillamente Iglesia. Ser Iglesia está en pura entraña de su vocación. Es la herencia que en este momento, Lidia, querida Lidia, nosotros estamos recibiendo en su tumba. Francisco Romano

Comienza el elogio del Epitafio. Francisco es Romano: Franciscus Romanus. Lo que habría que estar, al parecer, y por estar escrito el epitafio donde está, es esto: Franciscus Assisiensis. El Papa - Poeta y Teólogo - ha preferido volver a Roma. Es la misma forma de decir Católico y Apostólico. Además hay otra cosa: el Papa, Obispo de Roma, está fuera de su sede natural, de donde ha tenido que salir el lunes de Pascua de 1228 y permanecerá en este exilio hasta 1230. Por eso, con especial placer espiritual podrá llamar a Francisco Francisco Romano. En Roma había recibido Francisco la aprobación de su Regla. Soporte del orbe cristiano, reparador de la Iglesia

El carisma y la misión de Francisco son anchos como la Iglesia, y se dilatan hasta los confines del orbe cristiano. No son palabras heroicas; son palabras testimoniales para comprender a Francisco por dentro, desde el designio de Dios. Tuvo las llagas de Cristo Crucificado y las insignias de los clavos Como lo ha hecho notar fray Tomás de Celano (1Cel 112) ni habían oído jamás ni había leído en la Escritura lo que ahora estaba patente a los ojos de todos: las llagas del Crucificado en el cuerpo de Francisco. Distinguen las fuentes las llagas con los signos de los clavos y la llaga del costado. San Buenaventura vuelve sobre la explicación, detallando la forma de los clavos y la llaga del costado, que parecía una rosa (LM 15,2-3).. En un sueño misterioso el Papa Gregorio vio brotar la sangre de la llaga del costado, que recogió en una copa (San Buen., Milagros 1,2). El Papa con lágrimas, con gozo y exultación

Ya se ve que el Papa Gregorio es un hombre de una inmensa afectividad (1Cel 112. 113). “Lloran también los demás prelados de la Iglesia; y tan abundantes son las lágrimas, que llegan a humedecer los ornamentos sagrados. Todo el pueblo, en fin, se deshace en llanto...” (1Cel 125). Las lágrimas humanas de Gregorio IX han quedado recogidas en la lápida del sarcófago. Ahora ya, en el día de la canonización, no son lágrimas de dolor; son, por el contrario, lágrimas de gozo yt exultación. * * * Muy querida Lidia: En tiempos de intemperie, vayamos a guarecernos junto a Francisco. Tenemos a la mano

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unos textos bellísimos. Son patrimonio de familia, y podemos disfrutar de esta herencia que se nos ha confiado. Páginas que rezuman espiritualidad. Y que son nuestras, nuestras, nuestras..., memoria de nuestra familia. Te deseo un banquete espiritual en la zona de tus más bellos sentimientos. Y me lo deseo igualmente para mí. Y para terminar una cosa poética: el precedente Oficio divino latino de san Francisco está plagado de versos y poesía. Todas las nueve antífonas de los tres nocturnos, por ejemplo, están escritas en versos breves. Envolvamos nuestra vida de poesía... y amor. Hasta San Francisco. Alfaro (La Rioja, España), memoria de San Pío de Pietrelcina, 23 de septiembre de 2004 fr. Rufino María Grández

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Coloquios espirituales 2 El epitafio del Padre Jaime Mi querida Lidia: ¿Pasó por mi mente, cuando, como preparación para la fiesta de san Francisco, contemplamos el Epitafio de san Francisco, escrito por el Papa Gregorio IX, que un día, y bien cercano, íbamos a prolongar nuestro coloquio espiritual escribiendo sobre “El Epitafio del Padre Jaime”...? De ninguna manera. Y aquí estamos, a la vuelta de una semana, domingo 10 de octubre de 2004, evocando que el domingo pasado los Hermanos Capuchinos, la Casa de Formación “Santa Verónica”, y muchas otras hermanas, venidas de los monasterios estaban dando cristiana sepultura a nuestro querido Padre Jaime... Ese domingo yo me encontraba ausente, en España, con el corazón presente, y en diversos ratos con el teléfono en la mano... Y, en este domingo, yo escribo en Guadalajara, statio orbis, cuando a las 12 del mediodía van a voltear todas las campanas de la arquidiócesis, anunciando que comienza el XVLIII Congreso Eucarístico Internacional. Pasó la muerte y la vida sigue... Las clases que este hermano eminente dejó, otro tendrá que recogerlas... “La vida sigue”, frase que se me quedó clavada en el corazón, años atrás, cuando una persona me hablaba de una muerte familiar, que dejaba un inmenso vacío. La vida sigue... La vida sigue... El río de la vida sigue, como hace muchísimos siglos lo dijo el filósofo Heráclito: “Panta rei”. “Todo fluye” como la corriente del río. Nosotros también fluiremos en la corriente de este Río Augusto de la Vida, y poquito a poco nos iremos perdiendo del recuerdo de los humanos... Pero esta muerte, lo que ha rodeado a esta muerte, ha sido particularmente intenso. Y esta carga de vida que ha llevado esta muerte, en tu corazón y en el mío, no podemos, sin más, echarla en el olvido. La vida es maestra; y la muerte, la última lección magisterial. Aprendamos como discípulos de la vida; aprendamos, mi querida Lidia, sabiendo que vida y muerte pertenecen, en nuestro caso, al entramado de nuestra fraternidad. El primer impacto

Corrió en tiempos un dicho amargo, volteriano, según el cual “Se juntan sin conocerse; viven sin amarse; mueren sin llorarse”. Era una pedrada de anticlericalismo contra la vida religiosa. Justo lo contrario es lo acontecido en el caso del Padre Jaime, llorado en el corazón, acompañado, junto al Sagrario y hasta la sepultura, por personas que han querido mostrar su cariño. Fue el 1 de octubre pasado. El Padre Jaime tenía su Misa en Tepojaco a las 7.30 aquel día. De ordinario era por la tarde; mas aquella tarde estaba reservada para una celebración penitencial preparatoria para San Francisco. Y a la hora en que vinieron a recogerle las Hermanas..., el Padre Jaime no acudía, pese a que la luz de su habitación estaba encendida desde el amanecer. El Padre Jaime, consciente, empezaba su agonía, habiendo derramado un charco de sangre. Era ésta su última Misa. Llamaron al doctor; lo llevaron a un establecimiento de salud (Cruz Roja); a la tarde, antes de las 7.00 horas, entregaba su alma al Señor. Las Hermanas lo atendían y el hermano capuchino que en ese tiempo se hallaba en la Casa de Formación, P. Jesús Arrondo, pudo darle la absolución sacramental y el sacramento de la Unción, que fue Extremaunción. A media noche el cuerpo exánime vino a la Capilla de nuestra Casa y allí estuvo, velado, dos noches y un día hasta su sepultura, en el Panteón de “Jardines del Recuerdo”. En España el impacto fue fortísimo. “Es la muerte que más me ha impresionado”, me decía alguien que había vivido en Santa Verónica, P. Julián Villar. “Es el hombre más inteligente que he conocido”, me decía por teléfono el P. Vicente Saurí, capuchino valenciano que había coincidido con él en Colombia. La inmediata memoria: Junto al altar y al sagrario

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¡Bendito privilegio el ser velado así junto a la Eucaristía! Súbitamente me trajo a mi el recuerdo de algo que yo le había oído al Padre Jaime en nuestra iglesia de la Inmaculada Concepción en Las Águilas, en el Distrito Federal. Yo uní al punto muerte y Eucaristía y quise expresarlo en un mensaje que envié para que se leyera, si parecía, como alocución, ante el cadáver. “...Testigo inmediato de tu vida en este último tiempo, oyente de tu palabra cuando anunciabas a la asamblea la Palabra de Dios, confidente fraterno de algunas intimidades, evoco en este momento lo que un día te escuché en la iglesia, al dar la Primera Comunión a un niño. Para animarle, le contabas en la homilía los recuerdos de tu Primera Comunión. Dando salida a una ingenuidad y ternura, que de ordinario moderabas con cautela, le decías a este niño y a su familia que, cuando recibiste a Jesús por primera vez, al mismo Hijo de Dios, te extrañabas ingenuamente de no haber muerto. Te parecía, entre el sentimiento y la imaginación, que el que recibía a Jesús, entraba ya en el cielo... Pero ahora, sí, has muerto... Y ahora estás con él, con Cristo, celebrando el triunfo de la Pascua eterna. Vivas por siempre”. Y tú, mi querida Lidia, ¿qué sentiste junto a este cuerpo difunto, expuesto ante el Altar y el Sagrario? Las primeras impresiones suelen ser explosivas, dominadas por la emoción, impresiones auténticas, que quizás no sean esas las más duraderas..., las que van a quedar cuando todo pase. La vivencia de fraternidad

Para ti, y para tantas hermanas que rodeasteis el cuerpo difunto del Padre Jaime, una suave experiencia interior fue la experiencia de fraternidad, de unidad de toda la familia franciscana. La familia era una: - Estaba la primera Orden, presente en los hermanos capuchinos, en la presencia de los conventuales, y también de algún franciscano. - Estaba la segunda Orden: todas vosotras, que fuisteis, en todo momento, el grupo mayor, verdaderas hermanas y madres. - Estaba la tercera Orden: los seglares franciscanos, y en especial los jóvenes de Jufra que allí se presentaron y en la Misa funeral se turnaron velando la guardia junto al cuerpo yacente. Mención especial merecen el matrimonio de amigos Roberto y Yolanda, quienes ofrecieron una sepultura familiar, para acoger el cuerpo del amigo Padre Jaime. En esto (me comentaba la Superiora) también el Padre Jaime se pareció a Jesús, al ser enterrado en una tumba prestada. Los hermanos de la oblación

Desde nuestra reciente presencia ya tenemos en México los capuchinos una corona de muertes imprevistas, muertes de hermanos que han dedicado su vida a la causa de Jesús y servicio de las capuchinas y de los hermanos. La primera, la del P. Javier Osés, el domingo de la Trinidad de 1978, en la carretera, volviendo un cursillo vocacional en Uruapan (+ 25 mayo 1978). Su muerte fue bendición para el monasterio..., pequeña historia que en su momento habrá que recuperar con detalle, porque aquella muerte, con la oblación que escondía, fue todo un signo. Luego murió inesperadamente, a los 65 años, en el convento de Oaxaca el P. José María Rubio (+ 12 abril 1981), que, sexagenario, había venido a México para ofrecer su ayuda a las capuchinas. De gran impacto fue la muerte del P. Francisco Jiménez (el P. Paco), infartado cuando comenzaba unos Ejercicios en Durango y acababa de escribir en el pizarrón: “El Espíritu del Señor y su santa operación...” (+ 17 febrero 1989). El P. Jesús Gil, a los 75 años, murió en Tudela, después de un infarto, el 30 de diciembre de 1996, con el billete de vuelta a México. Esta forma de llamar al Señor, a quienes nos dedicamos de manera especial al servicio de nuestra queridísimas hermanas, nos impacta... sin caer en fatalismos (que eso no es cristiano); y uno se preguntan: ¿Es que el Señor está esperando una oblación de este género...? Recordamos también que el superior de los capuchinos en México, llamado de Chile, cuando ya era mayor, el P. Matías Azcona, murió a los 72 años en el distrito atropellado por un vehículo (+

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7 agosto 1992). Y, en fin, no hace un año fallecía, bien enfermo por cierto, pero inesperadamente, después de cenar, el capuchino mexicano, P. Daniel Cabral Villegas, 1931-2003 (+ 5 diciembre 20003). Uno desea morir, cuando a bien lo tenga el Señor y si hubiese de ser en México, en paz, rodeado (e incluso con la frente acariciada) de sus hermanas..., rodeado de sus hermanos. Pero todo esto está en el misterio de Dios. ¡Fiat...! ¡Fiat...! Y ocurra lo que ocurra, te diré, Lidia, lo que dijo Mónica a su hijo Agustín: ¡Acordaos de mí ante el altar de Dios! La Eucaristía es la mejor memoria de nuestros difuntos queridos. La hora de Dios, la historia de Dios

Muchas veces el año pasado, por causas diversas, hemos dicho que la vida es “historia de salvación” (historia salutis), y que, por tanto, Dios el protagonista. Dios es el protagonista, y nuestra vida la sabe él. El P. Jaime había acariciado la idea de celebrar sus 80 años (3 septiembre 2005) en la Provincia madre, de regreso ya a la patria para sus años finales... Esta historia, planeada por nosotros, ya se ve que era algo distinta de la que Dios había trazado. Esto es una gran lección para mí, para ti, para todos. Somos, sí, los autores de nuestra propia vida, pero por encima de todos está Él, a quien adoramos. Nuestro Creador es el que nos marca el camino? Por eso, Señor y Dios mío, “cuando Tú quieras, donde Tú quieras, como Tú quieras”. Concédeme que esta oración sea verdadera y sincera en mi corazón y en mis labios. Tantas veces pensamos que uno se muere “fuera de tiempo”, cuando tenía, por ejemplo, tantas cosas por hacer... Nos morimos dejando mil asuntos pendientes... Pero, considerando las cosas con verdad, nada queda pendiente cuando Dios dice: ¡Vale! ¡Basta ya, hijo mío! El remate de nuestra vida es Dios mismo, el que le dio sentido al nacer. El paso de la frontera

Nuestra vida en este mundo, mi querida Lidia, fue crónica; en el mundo que viene, sólo misterio de amor, acogida que se pierde en el corazón infinito del Padre. Si volvemos los ojos a la crónica, ya vemos cómo estamos expuestos a todos los fluctuantes y parciales pensamientos de nuestros compañeros de camino... ¿Qué piensa mi hermano de mí? ¿Cómo me ve y me enjuicia? ¿Qué pienso yo de él? Es verdad que esto pertenece a la realidad de la vida; y que en estos planos nos calificamos unos a otros... Y en este punto la vida del P. Jaime, como será un día la mía y la tuya, está expuesta a diversos tipos de consideraciones, de acotaciones, y de apreciaciones distintas... (sin excluir los amables chistes y bromas de nuestra convivencia), si bien hay un “Sobresaliente” general que todos le otorgamos. Pero, al paso de la frontera, lo que nos domina es la vida que viene, esa vida en el corazón de Dios que purifica los perfiles discutibles de acá, y que le da el toque último y perfecto del amor. Y justamente, en la vivencia de un funeral o de los días inmediatos, es esto lo que resaltamos y valoramos. El carisma del Padre Jaime

El día 5 de octubre se celebró en nuestro convento de San Antonio de Pamplona una Misa memorial del Padre Jaime. En ausencia del Ministro Provincial, a quien correspondía presidir, se me concedió este servicio y honor a mí, como miembro de la fraternidad del hermano difunto. Quise que quedara bien claro que un funeral no es un elogio conmemorativo de la persona difunta, sino una súplica Cristo en sufragio por el difunto, al mismo tiempo que un testimonio de afirmación y alabanza a Cristo, autor de toda salvación, de todo bien que ocurre en la Iglesia. Pero en esta perspectiva no me pareció que me salía del cuadro espiritual, si, en honor a Jesús, proponía a los participantes, y en especial a los hermanos capuchinos, como carisma del Padre Jaime, unas notas espirituales que podíamos recibir como legado espiritual, a gloria de Jesús. Eran tres, a mi modo de ver, las características en que podíamos fijarnos. Traté de decirlas

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con las palabras que copio a continuación. “Mirando, pues a Jesús, a quien solo pertenece toda gracia y bendición, toda alabanza, y mirando a su sombra a nuestro hermano difunto, voy a evocar tres rasgos, que sean tres lecciones de vida en el camino del seguimiento. Advertimos en la vida del P. Jaime que la obediencia consciente - o, si queréis, la disponibilidad hecha obediencia - ha sido el hilo conductor de su existencia, lo que ha unido, uno tras otro, los jalones diversos de su vida, que han sido variados y sorprendentes. Su misma muerte metámosla, al lado de Jesús, dentro de este misterio de obediencia. Su muerte, iniciada a la hora en que iba a celebrar misa, ha sido, como realización del misterio pascual de Cristo, el sacrificio del Calvario, en amor y obediencia. Y llama la atención su obediencia, cuando tenemos acceso a las decisiones que ha tomado en la vida: se le ha propuesto un servicio que se pedía de él; con lealtad ha presentado sus puntos de vista; y ha dejado la resolución en manos del superior. No ha porfiado por seguir su camino, su agrado..., lo que acaso nosotros pensamos que es el carisma y vocación personal. Asunto delicado, y polémico según la perspectiva teológica que se adopte; pero debemos reconocer que esta sinceridad oblativa de nuestro hermano el Padre Jaime, empalma hondamente con el Evangelio. Y acaso a nosotros, especialmente a nosotros, hermanos menores capuchinos, nos invite a una reflexión personal iluminada. Con todo, lo que más destaca en la vida de este hermano es su celo apostólico, que brotaba de un apasionado amor a Jesucristo: amor a Cristo y amor ardiente a la Iglesia, sintiéndose libre, ante interlocutores que pudieran entenderle, para enjuiciar con amor criterios y actitudes que circulan en la Iglesia. El P. Jaime hablaba con convicción, desde su fe, preciosa herencia que le fue transmitida en familia. En su hoja de servicios hay incontables tandas de ejercicios o ejercitaciones a grupos de sacerdotes, religiosos y religiosas, conferencias a hombres públicos y a otras instancias del episcopado. Quizás el broche de oro de este servicio sea la disponibilidad para la gente sencilla allí en México, para esas “Presentaciones” de niños y niñas de tres años, para las celebraciones de los 15 años, para las confesiones gente muy sencilla... De estoy soy testigo directo. La última obra de cierta envergadura con la que ha coronado su ministerio ha sido la preparación del Congreso Latinoamericano de la Orden Franciscana Seglar hace medio mes, para el que dedicó muchos esfuerzos este año, como miembro del comité organizador. “Ayer por la tarde (me escribían el día 15 del pasado mes de la Casa de Formación Santa Verónica) fuimos a la apertura del Congreso Latinoamericano de la OFS, las hermanas participaron con algunos cantos en la celebración, fue un momento muy bonito, por la presencia de los miembros de toda la familia franciscana. El tema que reflexionarán es interesante y un reto no solo para los hermanos de OFS-JUFRA sino para todo cristiano, el tema es: Ser mensajeros de paz. El P. Jaime se veía emocionadísimo”. No sé si podría recordar el P. Jaime que el 1 de enero de 1949 en esta iglesia de San Antonio tuvo su cantamisa y que le predicó su hermano el P. Crisanto sobre este tema: “El sacerdote, príncipe de la paz”, según recoge la nota del periódico del día. Empezó su vida ministerial con la paz, como san Francisco, y con la paz la ha terminado. Su pasión por la vida franciscana es el tercer y último rasgo que quiero subrayar para nosotros, hermanos menores capuchinos; para vosotros, franciscanos seglares y hermanos amigos de san Francisco, que frecuentáis esta iglesia. El P. Jaime, que tenía un talento muy destacado para la historia, era un conocedor extraordinario de la historia franciscana, y eso le apasionaba. Quería, por ejemplo, que en el Instituto Santa Verónica se estudiasen las grandes figuras femeninas de la tradición clariana y franciscana Alentaba a las hermanas para que estudiasen a santa Clara, a santa Isabel, a santa Coleta de Corbie, a la Venerable Lorenza Longo, iniciadora de las capuchinas; en fin, todo lo que tuviese un sabor franciscano. Estaba orgulloso, por ejemplo, de que el Papa beatificara, como lo ha hecho, a un seglar franciscano, Anacleto, periodista mexicano, modelo de apóstol seglar en la Orden Tercera Franciscana en tiempos de la persecución religiosa”.

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Páginas espléndidas

Repasando la “Carpeta Personal” (así la llamamos, y que cada religioso tiene en el Archivo Provincial, y que se me ha brindado para redactar en su momento una amplia Semblanza para nuestro Boletín Oficial), he visto testimonios como estos que transcribo. “...En el capítulo de actividades no he indicado nada, por falta de espacio, de mis actividades como predicador. No han sido muy intensas en la línea tradicional de la Provincia. Lo más característico ha sido mi dedicación a sacerdotes y religiosos. Desde los primeros ejercicios a los religiosos del Verbo Divino, 1951, hasta hoy han sido muchas decenas de ejercicios espirituales y ejercitaciones en no menos de quince países. En la memoria de los cinco primeros años del Movimiento [por un Mundo Mejor] en Colombia, presentada al Cenáculo del Equipo Promotor en Rocca di Papa, se habla de un promedio de 42 a 45 cursos de cinco a siete días de duración. Excepto el último año en que el grupo fue muy nutrido y los cursos de ejercitaciones muchos más, en general tuve un solo compañero o a lo más dos” (hoja fechada el 20 de diciembre de 1983). Texto para un Epitafio

Llegamos al final, mi querida hermana Lidia, que era el título de este coloquio espiritual: un epitafio para el P. Jaime. Tal como es la tumba, no estará en una lápida; pero puede estar, como dice Pablo, escrito en las tablas de tu corazón y del mío. En este Epitafio recoge los tres signos del carisma, expuesto en la homilía. Se me ha ocurrido grabarlo en versos. Sobre la lápida de mármol escribimos esto: JAIME ZUDAIRE HUARTE 1925-2004 SACERDOTE-CAPUCHINO

Con dotes eminentes agraciado, su vida fue servicio en obediencia; la Iglesia y Cristo fueron su querencia, hablando con amor apasionado.

Llevó la voz de Cristo a muchas gentes, humilde sacerdote capuchino, y México fue paz de su destino, hermanas con hermanos muy dolientes.

Que Cristo sea gozo y vida tuya y eternamente cantes su Aleluya.

Hermana Lidia: Hemos de terminar nuestro coloquio. Y lo hacemos depositando una flor fragante sobre la tumba del Padre Jaime..., o, si quieres, sobre el altar de la Eucaristía. Domingo, 10 de octubre de 2004 fr. Rufino María Grández

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Coloquios espirituales 3 El Congreso Eucarístico,una oleada de amor Mi querida Lidia:

Te cuento el Congreso: una oleada de amor, un baño de Eucaristía, una gracia de su misteriosa Presencia. Te lo cuento; quiero decir, que te lo comunico como una carta amistosa, en la cual soy libre para acentuar impresiones mías, y para tocar puntos que a tu corazón pueden agradar. En realidad, si bien lo pensamos, sólo acontece lo que acontece en el corazón; lo demás es efímero. La Escritura habla de huésped de una noche. Lo que ha sucedido en el corazón es lo que queda. Perspectivas

Y vayan estas líneas por delante, porque del Congreso se puede escribir como un reportero y como un historiador. Decenas de ordenadores en la Sala de Prensa, para los acreditados con sus tarjetas, han comunicado a las agencias lo que les interesaba recalcar. Los periodistas informan, pero, según su talante y sus conocimientos, son pintorescos y sensacionalistas. Para periódicos de información religiosas, los periodistas serán buenos cronistas de este acontecimiento eclesial; para otros periódicos, no. Será necesario un buen historiador con gran visión de lo que pasa en la Iglesia y el mundo para que nos entregue serenamente la verdad de este 48º Congreso Eucarístico Internacional. Si un día puedes, lee la Historia de los Congresos Eucarísticos Internacionales, que se está publicando, uno a uno, en el Boletín Informativo de este Congreso de Guadalajara. El Primer Congreso Eucarístico Internacional fue en Lille (Francia) en 1881. El número 35 fue en Barcelona, en 1952. Y digo XXXV, porque hasta aquí ha llegado en el Boletín el historiador que nos va contando esta historia de amor; pero, sin duda, que el relato seguirá y continuará en los próximos fascículos. Yo era entonces un jovencito que terminaba los cinco años de humanidades del Seminario menor capuchino, y puedo decirte estos acontecimientos los seguíamos con mucho amor e ilusión. Famosísimo fue en aquel Congreso el hecho de que se ordenaran allí, en Barcelona, ante Jesús Sacramentado, 810 Sacerdotes... Parece que estamos hablando de un sueño. Hablando de historia, famoso en España fue el Congreso Eucarístico Internacional de Madrid en 1911, para el que se escribió aquel himno Cantemos al Amor de los amores, que es el himno eucarístico que perdura y más se canta - incluso en Guadalajara - y del cual hablaremos luego. Hace falta, pues, alguien que, con una visión del momento de la Iglesia y del mundo, sepa encuadrar lo vivido en esta semana. Pero pienso que mi crónica testimonial para ti será válida y provechosa. Es una crónica que hago en vista de nuestro amor a la Eucaristía. Leyendo la Historia de los Congresos Eucarísticos uno queda abrumado de amor. Lille 1881, Aviñón 1882, Lieja 1883, Fribourg 1885, Toulouse 1886, Paris 1888, Amberes 18890, Jerusalén 1893, Reims 1894, Paray-le-Monial 1897, Bruselas 1897, Lourdes 1899, Angers 1901, Namur 1902, Angulema 1905, Tournai 1906, Metz 1907, Londres 1908, Colonia 1909, Montreal 1910, MADRID 1911, Viena 1912, Malta 1913, Lourdes 1914 [Se interrumpen en la I Guerra Mundial], Roma 1922, Amsterdam 1924, Chicago 1926, Sydney 1928, Cartago 1930, Dublín 1932, Buenos Aires 1934, Manila 1937, Budapest 1938 [Se interrumpen en la II Guerra Mundial], Barcelona 1952... Siguen, y en la actualidad se celebran cada cuatro años; el anterior, el 2000, tuvo su sede en Roma, en el conjunto de las celebraciones del Año Jubilar de la Encarnación. Realmente la Eucaristía ha sido la fuente suprema del amor a Jesús en la Iglesia. En Guadalajara yo he flotado en mi interior, diciendo: Esto es el no va más de entusiasmo; mas ahora, conociendo lo que han sido otros congresos, he decir: el fervor popular en los Congresos ha sido multitudinario y extremo. El enclave espiritual

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Este XLVIII Congreso Internacional fue convocado en el Año Santo, y, al convocarlo, se puso los ojos en Guadalajara. El lema, en sintonía con la vibración de la Iglesia en tal circunstancia, fue éste: Jesucristo, Luz y Vida del Nuevo Milenio. Mirando a la Iglesia por dentro, el Congreso ha estado configurado por estos acontecimientos espirituales: 1) Ha habido un año del Jubileo de la Encarnación que concluyó con una carta apostólica: Novo Millennio ineunte. 2) Ha habido una encíclica eucarística para iniciar el Milenio: Ecclesia de Eucharistia (Jueves Santo 2003). 3) Se ha proclamado un Año Eucarístico para toda la Iglesia (Jueves Santo 2004). Y en la marcha del Simposio y del Congreso se han promulgado dos documentos para orientar el Año Eucarístico, que son: C La carta Apostólica Mane nobiscum, Domine (7 octubre 2004). (1. En el surco del Concilio y

del Jubileo; 2. La Eucaristía, misterio de luz; 3. la Eucaristía, fuente y epifanía de comunión; 4. La Eucaristía, principio y proyecto de misión).

C Las Sugerencias y Propuestas de la Congregación del Culto Divino para la realización y vivencia del Año Eucarístico (15 octubre 2004).

Los cuatro pilares del Congreso

El Cardenal de Guadalajara, Juan Sandoval, decía, en la Presentación, cuando ya el lunes comenzaron los trabajos, que el Congreso se proponía cuatro objetivos: El primero, celebrar. Y, en verdad, ha habido magnas y hermosísimas celebraciones de la Eucaristía. El segundo, adorar. Y para eso han estado abiertas unas iglesias señaladas con turnos ininterrumpidos de adoración. El tercero, catequizar. En la “Expo” de Guadalajara, donde nos juntábamos a diario los millares de Congresistas, se han dado estas catequesis (que antes se habrían llamado conferencias). Con las catequesis fueron de la mano los testimonios o Comunicaciones de experiencias, que tuvieron lugar varios días. Y el cuarto, proclamar por las calles nuestra fe. Y así se hizo el Jueves con una procesión que duró tres horas, y cuyo recorrido, desde la glorieta de la Minerva hasta la Catedral, estaba ocupado por millón y medio de personas..., según cálculos. Ya se sabe que quién puede controlar este tipo de estadísticas... Todo esto ha sido el armazón, el marco del Congreso. Hay que añadir un dato de primera importancia: que el Congreso, de orientación piadosa y pastoral, ha estado precedido de un Simposio Teológico Internacional, de tres días, estudiando la encíclica de la Eucaristía que nos regaló el Santo Padre el año pasado, en Jueves Santo: Ecclesia de Eucharistia. Números

Los participantes en el Congreso procedían de 85 países. Y si vamos a clasificarlos por áreas lingüísticas, según la lengua a la que uno se adscribía, el resultado es el siguiente: español 12.998; inglés 1.111; francés 185; portugués 128; coreano 106; italiano 41; alemán 16; polaco 13. Son datos que tomó del Semanario de la arquidiócesis (viernes, día 15), que en esta ocasión se convirtió en diario. Y para que te hagas una representación del lugar, copio de la misma página: “Pletórico se encontraba el mar de fieles que inundaban los 200 metros de ancho por 140 de largo del auditorio - quince veces más grande que el Salón de Usos Múltiples de la UNIVA, sede del Simposio Teológico desarrollado la semana pasada - “. Si hacemos cuentas, un espacio de 28.000 metros cuadrados. En su momento se van a publicar unos libros sobre el Congreso, para que quede: memorias del Simposio Teológico; Memorias de ponencias, etc... del Congreso; Memoria ilustrativa; Memoria visual-auditiva. Este capuchino que escribe es uno de los hermanos participado desde nuestra casa de Guadalajara, donde estábamos, con la tarjeta de “congresista”. Pero trato ahora de meterme en el alma de este Congreso.

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La entrada en la fiesta

La apertura del congreso en el estadio Jalisco fue una apoteosis popular, con una furia de vivas al Papa, a la Virgen, a Cristo Rey. En este Congreso he comprendido lo que significaba el “¡Viva Cristo Rey!” en labios de los mártires..., en los años de la persecución (1926 y siguientes), que era también el grito de los mártires de la Guerra civil española (1936-1939), en muchos aspectos verdadera persecución religiosa. Tras la misa una procesión eucarística por el estadio, con varias estaciones. Entonces comenzó a sonar, con toda la batería y trompetería, el “Gloria a Ti, Hostia santa y divina...!” El estadio era un horno ardiente de gritos y entusiasmo. Y en la custodia, el Héroe, o mejor dicho, el Amor, a quien se cantaba, callaba. Era el único que callaba, y el único que había desencadenado todo ese homenaje. De mi mente se desprendía un pensamiento, como el hijo de un poema: Dulcísimo Silencio de mi Dios... ¿Qué será, pues, ese Silencio de Dios, lleno de todas las palabras? Porque, sin duda, él tenía una respuesta amorosa a cada uno de los dardos con que la gente le hería suavemente el corazón. Pero Dios callaba. Dulcísimo Silencio de mi Dios... Quizás haya que salir del estadio y en otro momento, a solas, perderse, como empezando la eternidad, en se Silencio del Sacramentado: Dulcísimo Silencio de mi Dios... Era por la tarde, y terminó, ya oscuro, la Misa. Una voz en “off” anunció: ¡No se alarmen! Ahora se van a apagar las lunes. Y efectivamente, se apagaron los graderíos, y brotó una estallido de fuego y estrellas sobre la corona del estadio. Eran la fiesta de los fuegos artificiales. Todos mirábamos, arrebatados, a ese mar celeste de luces de colores que chisporroteaba sobre nuestras cabezas. Una sola Eucaristía por toda la tierra

El primer día de trabajo, lunes 11, tras la presentación del cardenal, con los puntos que arriba he recordado. Vinieron las presentaciones de la geografía espiritual que allí nos había citado, a saber: África, Asia, Oceanía, Europa, estados Unidos y Canadá, América Latina y el Caribe. Estas eran las áreas mundiales. Y aquí alcancé una honda vivencia del Congreso, serena y fortificante. Se hacía un repaso de cómo se vive la Eucaristía en tales áreas, con qué “luces” y “sombras”. Y vi que la Iglesia Católica es Una, eucarísticamente una. Vi, sentí, palpé que la celebración que nosotros tratamos de mimar en nuestra preciosa capillita de Santa Verónica es la misma que la Misa en Filipinas, en estados Unidos y en África. Pero al mismo tiempo vi, que la Eucaristía, hoy salvaguardada fuertemente por la normativa eclesiástica, que ciertamente los Obispos respetan, se incrusta de distinta manera en el corazón de los fieles, según latitudes y culturas. El Obispo de Burkina Faso, en este caso portavoz de África, nos hablaba de los valores del alma africana: la familia, la vida, el cuerpo..., valores hoy amenazados y expuestos a la degradación. La Eucaristía, en consecuencia, debe expresar la familia, la vida, el cuerpo; y por esto último a los africanos les gusta danzar en la celebración. ¡Cómo no danzar ante el cuerpo de Cristo y ante la comunidad reunida! Uno intuye que la Eucaristía, que no puede ser privativa de nadie, tiene que ser una fiesta que asuma nuestras íntimas raíces, desde la base de que somo hijos de Dios, y estamos iniciando el festín de la Pascua eterna. Un Congreso con la Virgen en medio

Yo sabía algo del delirio de las gentes de Guadalajara y Zapopan por su Patrona, por su “Generala”, y que el día 12 de octubre se juntan 2 millones en peregrinación. Ahora lo he visto. La Virgen ha estado muy presente en este Congreso. En la tarde del día lunes, en la explanada del instituto Cultural Cabañas, calles abajo detrás de la catedral, se hizo la solemne renovación del patronato de Nuestra Señora de Zapopan. Por la noche de ese día 11 a 12 de octubre se hizo la solemne romerías, con sus danzantes; y el día 12 la misa delante de la Basílica de Zapopan, confiada a los franciscanos. La Noche final la gran reunión de jóvenes a los pies d ela Virgen de Zapopan. La Virgen de Zapopan es una imagencita pequeña, una Inmaculada, que se puede llevar en

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brazos. Está revestida al modo usual de tantas imágenes de María. Lleva, por su sombrero, atuendo de Pastora, y en su canto de “¿Quién es esa Estrella, que a los hombres guía...?” es llamada “Divina Pastora”: “Divina Pastora / Tú eres nuestro encanto; /llévame, Señora / al Santuario Santo”. En 1530, antes de fundarse la ciudad de Guadalajara, el padre fray Antonio de Segovia trajo la imagencita de la Virgen. Con el auxilio de la Virgen predicó la fe y convirtió a los indígenas. En 1542 donó la imagen al pueblo de Zapopan, donde le fue construida la primera ermita. Y luego vinieron favores y títulos, hasta sr proclamada en 1989 por Juan Pablo II Patrona Universal del arzobispado de Guadalajara. Esta peregrinación ya lleva más de 200 años, y dice que este año el Congreso hizo subir los peregrinos a 2.800.000 de devotos. Algunos los ponían en tres y hasta en cuatro... Cuando después de la Misa de la renovación del patronato, en una suave tarde que hacía más íntima la comunión, comenzó el traslado a la catedral, el entusiasmo se hacía delirante, en medio de apretones que casi te quitaban la libertad de movimiento. Y todo era por una imagencita... Y ante aquel fenómeno popular de delirio... cruzó, de modo siniestro, como un relámpago, por mi mente, las imágenes de las multitudes egipcias detrás de sus dioses y de su faraones. Cuando Israel vio aquello, cuando vio las tumbas bellamente coloreadas de los faraones con la historia de los dioses, dijo: ¡Nunca más imágenes! Oh Virgencita mía, lo digo con respeto, desnudando mi corazón. Son tan seductoras las imágenes como presencia material y mágica de lo divino... En aquella tarde y todo el día siguiente había desaparecido la de Guadalupe (ni una vez la oír nombrar en aquella ocasión), y ahora sólo parecía existir la de Zapopan..., nuestra Generala...., porque desde 1821, por obra del ejército insurgente, la Virgen de Zapopan es la “Generala de Armas de la Nueva Galicia”... Te pedí, Madre mía, la pureza de mi fe: que sepa aceptar y discernir con sabiduría. En las religiones el deslumbramiento de la masa ha seducido, en las dinastías y en los imperios, y estábamos aquí, celebrando nuestra fe cristiana y católica, con unos hechos que desde milenios los conoce la humanidad. La suave Providencia de Dios se sirve de todo... María, la Madre del Señor, estaba presente en el Congreso, aunque yo, en silencio, desde mi sensibilidad no compartiera todos los vivas - algunos frenéticos - y todos los aplausos. La liturgia maronita

Para mí fue un momento de cielo y una puerta de oro para entrar más adentro en la Eucaristía. En una parroquia de entre tantas, en la Parroquia de San Nicolás de Bari, se celebró el miércoles por la tarde, en el marco del Congreso la Divina Liturgia en Rito Maronita. Acudí con otros hermanos; me uní a la concelebración con otros sacerdotes. Decir “maronita” es decir automáticamente católico. Esta Iglesia pretende remontarse a la comunidad primera de Jerusalén, presidida por Santiago, si bien toma el nombre de San Marón, en el siglo V. Iglesia mártir en el Líbano. Celebran la Eucaristía en castellano, por haber una comunidad en México, en árabe y en arameo... Las palabras de la consagración, por ejemplo, son el arameo; estamos tocando muy de cerca a Jesús con el sonido de la voz. Y esta Divina Liturgia, aun siendo la misma, es distinta... Venerable Liturgia, anterior a la Latina, que nos merece sumo respeto. Necesitamos conocer las liturgias de Oriente, para no absolutizar nuestra teología litúrgica de Occidente... Cuánto podemos aprender las personas que nos dedicamos al estudio. Era miércoles; por ello, día consagrado en la liturgia de Oriente a la santa Madre de Dios. En al liturgia cantábamos la luz de Cristo y la santidad de la virginidad de la Madre de Dios. La de Zapopan y la Madre de Dios de la Divina Liturgia ¿eran la misma? Sí, pero con un lenguaje distinto, con una densidad diferente... Doy gracias al Señor porque en el documento de los “Lineamenta” (o “Borrador”) para preparar el “Instrumentum laboris” del Sínodo de la Eucaristía, se han usado con abundancia las referencias a las Anáforas o Plegarias Eucarísticas de Oriente. Liturgia maronita: profundamente contemplativa y entrañablemente popular, con una compenetración constante del Obispo celebrante y concelebrantes con la asamblea santa. Nos repartieron estampas de San Charbel, monje maronita (1828-1898), beatificado en vísperas de la clausura del Concilio Vaticano II (5 dic. 1965), canonizado por Pablo VI en 1977. La comunidad libanesa quiere hacerle un templo en Guadalajara.

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Me tocó el alma la oración personal de despedida del sacerdote al altar, que ya la conocía y que en su momento me invitó a hacerle unos versos al altar, al primer beso y al último beso. Dice el sagrado rito: “El sacerdote besa el altar y dice en secreto: Queda en paz, oh santo altar. Espero volver a ti en paz. Que este don que he recibido de ti perdone mis pecados y me prepare para presentarme sin mancha delante del trono de Cristo. No sé si volveré a ti de nuevo para ofrecer el sacrificio otra vez. Protégeme, Señor, y a tu santa Iglesia, a fin de que sea camino y guía para la salvación. Amén”. Cantemos al amor de los amores

Voy desgranando impresiones, mi querida Lidia, y poniéndolas en tu corazón, con la fraterna seguridad de que son bien acogidas, ¿no es así? Ahora quisiera comentar el canto más cantado de la Eucaristía, el Cantemos al amor de los amores, el Himno que se estrenó en el Congreso Eucarístico de Madrid en el hoy lejano 1911. ¡Cómo ha durado y sigue durando...! El autor de la letra es un fraile agustino Restituto del Valle, que, entre otras cosas, escribió sobre el Quijote y compuso el Himno a la Virgen de Covadonga (1918), que los asturianos llaman “la Santina”. Pienso que él también era asturiano. La música - ésta sí que es bella - la escribió un músico vasco, Juan Ignacio Busca Sagastizábal (1868-1950), nacido en Zumárraga (Guipúzcoa), que se hizo también famoso por una alegre Misa navideña, llamada “La Pastorela”. El Cantemos al amor de los amores se encuentra en todos los repertorios de música de iglesia, pero sólo con algunas estrofas, no completo. Y de forma abreviada también, ha pasado a la Liturgia de las Horas. Por eso, ha sido una sorpresa para mí el encontrarlo incluido, con nueve estrofas en el Misal para los delegados del Congreso, que se nos repartió (pp. 138-139; 175-176). Está compuesto con una métrica caprichosa, que se cultivaba en modelos literarios de entonces, y que queda disuelta en al música. Copiando la primera estrofa y ele estribillo en verso, queda así:

Cantemos al amor de los amores, (11) cantemos al Señor: (7) ¡Dios está aquí! (6) Venid, adoradores; (7) adoremos a Cristo Redentor (11)

Estribillo ¡Gloria a Cristo Jesús! (7) Cielos y tierra, (5) bendecid al Señor. (7) ¡Honor y gloria a ti, (7) Rey de la gloria! (5) ¡Amor por siempre a ti, (7) Dios del amor! (5) La siguiente estrofa, que no se suele poner, dice: Unamos nuestra voz a los cantares / del coro celestial. / ¡Dios está aquí! / Al Dios de los altares / alabemos con gozo angelical. Copio las estrofas del Misal del Congreso, dividiendo con barras los versos: 2. Por nuestro amor oculta en el sagrario / su gloria y esplendor. / Por nuestro bien / se queda en el santuario, / esperando a justo y pecador.

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3. ¡Oh, gran prodigio del amor divino! / ¡Milagro sin igual! / Prenda de amistad / banquete peregrino / do se come el Cordero Celestial! 4. ¡Jesús piadoso, Rey de las victorias, / a Ti loor sin fin. / Canten tu poder, / Autor de nuestras glorias, / cielo y tierra hasta el último confín! 5. Tu nombre ensalzamos y alabamos [!], /con toda nuestra voz; / ¡Rey de Majestad, / por siempre te aclamamos, / y Señor de las almas, Cristo Dios! 6. El mundo impío contra Ti se agita, / sembrando por doquier / el error, el mal; / y a todos nos invita / a beber [de] la copa del placer. 7. Mas, he aquí que tu Vicario augusto, / de Roma el solo Rey, / por tan gran maldad /no oculta su disgusto, / y desea salvar su no ble grey. 8. Al pie de tu sagrario nos convida / a recibir su amor: / porque Tú, Jesús, / del alma das la vida, / y la llenas de fuerza y de valor. 9. ¡Oh, sí, cristianos fervorosos, vamos / a Cristo en el altar; / y con viva fe, / su Cuerpo recibamos, / cada día y siempre hasta expirar. Es muy válido lo que en este himno se dice de la adoración. Pero no en vano ha pasado el Concilio para que hoy hablemos de la Eucaristía con otro lenguaje. Por los años 50, que yo sepa, entra en al teología la expresión “Misterio pascual”. Es clave para la comprensión de la Eucaristía, Cena pascual del Señor, hasta que celebremos la Pascua con él. Por esta línea teológica nos hemos movido, al presentar las estrofas del Himno del Congreso. “Es memoria Jesús y presencia...; es la Pascua que aquí celebramos, mientras llega el festín prometido”. Por otra parte, hoy no le llamaremos al Papa “de Roma el solo Rey”, donde suena una reivindicación frente al despojo de los estados Pontificios... No, no...; la Eucaristía del Siervo sufriente no reclama esos derechos... En este punto, en verdad que estamos en otra órbita. La espiritualidad y la mística eucarística

Vuelvo directamente a ti, mi querida Lidia. Hay una espiritualidad eucarística de la cual nos habla el documento de Sugerimenti e proposte, con estos puntos: “Escucha de la Palabra. Conversión. Memoria. Sacrificio. Acción de gracias. Presencia de Cristo. Comunión by caridad. Silencio. Adoración. Gozo. Misión”. Tendremos mucho que reflexionar y que hablar este año. En realidad la espiritualidad eucarística nos abre a la mística. Para iniciar un discurso místico (permíteme este lenguaje, que no quiero que sea altisonante). ¿Es que hay mística, objetivamente superior que al unión con Cristo en el Sacramento). La memoria humana, el entendimiento humano del Jesús histórico... se encontraban absolutamente restringidos para que yo fuera ese “Uno” que soy en su corazón. Pero hoy no sucede eso. Yo soy Uno, o mejor, Único, en el corazón de Cristo glorioso omnipotente. pero este Jesús de hoy es Aquél, no otro. Y en Eucaristía confluye, en una misma persona, ese Jesús de Nazaret y ese Jesús de la gloria. En el Estadio Jalisco yo pensaba que Jesús de Nazaret nunca supo esto que le íbamos hacer..., pero él, Siervo de Dios, lo aceptó todo... Y desde el estadio yo quería recuperarle a él, el que pasaba enseñando y sanando... Y de pronto, me parecía que éramos contemporáneos..., y que ciertamente trabajamos por al misma causa, yo a sus órdenes. La causa es el Amor del Padre. Y este pensamiento me trajo algún consuelo. Primicias para un Año Eucarístico: “Un Año de gracia, de fervor, de mistagogía”

La Conclusión de las Sugerencias y Propuestas que presenta la Congregación para el Culto Divino nos augura que el Año de la Eucarística sea “un Año de gracia, de fervor, de mistagogía”, y da una llamada a los artistas. El P. Gabriel Chávez de la Mora, de nuestra vecina abadía del Tepeyac, (de quien acaba de escribir un artículo Actualidad Litúrgica, nov.-dic. 2004: Fray Gabriel Chávez de la Mora, OSB. Un renovador del arte litúrgico), ha preparado una carpeta de dibujos eucarísticos, cada uno de ellos con un texto de la Escritura. El monje artista hace una interpretación mistagógica de la Escritura, en estos pasajes, en función de la Eucaristía. En el auditorio del Congreso había, como decoración de la pared de la presidencia, cinco de estas

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viñetas. Ante la viñeta del Cordero sacrificado por Abel compuse estos versitos para la Comunión. Podemos leer la Sagrada Escritura, historia de amor de Dios con sus hijos, iluminados por este punto terminal que es la Eucaristía. En el momento supremo de su vida Jesús alaba al Padre, le da gracias por la obra que desde la creación del mundo el Dios Creador y Padre ha realizado, y se ofrece en la oblación de su vida. El Padre devuelve el don de amor de su Hijo en el convite pascual del Pan y el Vino, y de esta manera la Encarnación se prolonga en el Historia hasta la vuelta del Señor. Con esta visión del todo podemos recuperar los detalles. El primer sacrificio fue el sacrificio de Abel, aceptado por Dios. Aquel cordero inmolado era al mismo tiempo el signo del sacrificio de Abel inocente y el presagio del Sacrificio del Hijo. La viñeta eucarística de Fray Gabriel Chávez de la Mora, OSB, al representarnos al Cordero inmolado, Cordero sumiso, sobre una piedra que anuncia el Calvario y la tumba del Resucitado nos lo está diciendo. Es lo que queremos interpretar en este cántico, concebido como Cántico de comunión. Cántico de Comunión sobre Gen 4,4Estribillo

Cordero Divino, Jesús Eucarístico, como Hijo del Padre hoy te recibimos. Estrofas

1. Cordero del alba, Primer Sacrificio, tu cuerpo anunciaba la ofrenda del Hijo.

2. La leña, la Cruz, carbón encendido, del Gólgota y tumba la piedra era indicio.

3. Abel ofrecía su don escogido, y Dios se gozaba del puro y sencillo.

4. Aquel holocausto de aroma exquisito se hacía plegaria de dulce sonido.

5. Oh blanco Cordero, en sangre teñido, heraldo de Cristo, Cordero sumiso.

6. Cordero inocente, hermoso y purísimo, tu sangre nos limpie de todo delito.

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7. Y el gozo del Padre nos llene contigo, pues fuiste en el mundo primer sacrificio. Mi querida Lidia, tenemos mucho que hablar. Otro día, por carta o por exposición, continuaremos nuestro coloquio. Mientras tanto, un abrazo. Acuérdate de mí. Guadalajara, al concluir el Congreso, 17/18 de octubre de 2004 fr. Rufino María Grández

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C oloquios espirituales 4 Mane nobiscum, Domine

Carta apostólica de Juan Pablo II para el Añó de la Eucaristía INTRODUCCIÓN 1. «Quédate con nosotros, Señor, porque atardece y el día va de caída» (cf.Lc 24,29). Ésta fue la invitación apremiante que, la tarde misma del día de la resurrección, los dos discípulos que se dirigían hacia Emaús hicieron al Caminante que a lo largo del trayecto se había unido a ellos. Abrumados por tristes pensamientos, no se imaginaban que aquel desconocido fuera precisamente su Maestro, ya resucitado. No obstante, habían experimentado cómo «ardía» su corazón (cf. ibíd. 32) mientras él les hablaba «explicando» las Escrituras. La luz de la Palabra ablandaba la dureza de su corazón y «se les abrieron los ojos» (cf. ibíd. 31). Entre la penumbra del crepúsculo y el ánimo sombrío que les embargaba, aquel Caminante era un rayo de luz que despertaba la esperanza y abría su espíritu al deseo de la plena luz. «Quédate con nosotros», suplicaron, y Él aceptó. Poco después el rostro de Jesús desaparecería, pero el Maestro se había quedado veladamente en el «pan partido», ante el cual se habían abierto sus ojos. 2. El icono de los discípulos de Emaús viene bien para orientar un Año en que la Iglesia estará dedicada especialmente a vivir el misterio de la Santísima Eucaristía. En el camino de nuestras dudas e inquietudes, y a veces de nuestras amargas desilusiones, el divino Caminante sigue haciéndose nuestro compañero para introducirnos, con la interpretación de las Escrituras, en la comprensión de los misterios de Dios. Cuando el encuentro llega a su plenitud, a la luz de la Palabra se añade la que brota del «Pan de vida», con el cual Cristo cumple a la perfección su promesa de «estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo» (cf. Mt 28,20). 3. La «fracción del pan» —como al principio se llamaba a la Eucaristía— ha estado siempre en el centro de la vida de la Iglesia. Por ella, Cristo hace presente a lo largo de los siglos el misterio de su muerte y resurrección. En ella se le recibe a Él en persona, como «pan vivo que ha bajado del cielo» (Jn 6,51), y con Él se nos da la prenda de la vida eterna, merced a la cual se pregusta el banquete eterno en la Jerusalén celeste. Varias veces, y recientemente en la Encíclica Ecclesia de Eucharistia, siguiendo la enseñanza de los Padres, de los Concilios Ecuménicos y también de mis Predecesores, he invitado a la Iglesia a reflexionar sobre la Eucaristía. Por tanto, en este documento no pretendo repetir las enseñanzas ya expuestas, a las que me remito para que se profundicen y asimilen. No obstante, he considerado que sería de gran ayuda, precisamente para lograr este objetivo, un Año entero dedicado a este admirable Sacramento. 4. Como es sabido, el Año de la Eucaristía abarca desde octubre de 2004 a octubre de 2005. Dos acontecimientos me han brindado una ocasión propicia para esta iniciativa, y marcarán su comienzo y su final: el Congreso Eucarístico Internacional, en programa del 10 al 17 de octubre de 2004 en Guadalajara (México), y la Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que se tendrá en el Vaticano del 2 al 29 de octubre de 2005 sobre el tema «La Eucaristía: fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia». Otra consideración me ha inducido a dar este paso: durante este año se celebrará la Jornada Mundial de la Juventud, que tendrá lugar en Colonia del 16 al 21 de agosto de 2005. La Eucaristía es el centro vital en torno al cual deseo que se reúnan los jóvenes para alimentar su fe y su entusiasmo. Ya desde hace tiempo pensaba en una iniciativa eucarística de este tipo. En efecto, la Eucaristía representa una etapa natural de la trayectoria pastoral que he marcado a la Iglesia, especialmente desde los años de preparación del Jubileo, y que he retomado en los años sucesivos. 5. En esta Carta apostólica me propongo subrayar la continuidad de dicha trayectoria, para que sea más fácil a todos comprender su alcance espiritual. Por lo que se refiere al desarrollo concreto del Año de la Eucaristía, cuento con la solicitud personal de los Pastores de las Iglesias particulares, a los cuales la devoción a tan gran Misterio inspirará diversas actividades. Además, mis Hermanos Obispos comprenderán fácilmente que esta iniciativa, al poco de concluir el Año del Rosario, se sitúa en un nivel espiritual tan profundo que en modo alguno interfiere en los

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programas pastorales de cada Iglesia. Más aún, puede iluminarlos con provecho, anclándolos, por así decir, en el Misterio que es la raíz y el secreto de la vida espiritual tanto de los fieles, como de toda iniciativa eclesial. Por tanto, no pretendo interrumpir el «camino» pastoral que está siguiendo cada Iglesia, sino acentuar en él la dimensión eucarística propia de toda la vida cristiana. Por mi parte, deseo ofrecer con esta Carta algunas orientaciones de fondo, confiando en que el Pueblo de Dios, en sus diferentes sectores, acoja mi propuesta con diligente docilidad y férvido amor. I EN LA LÍNEA DEL CONCILIO Y DEL JUBILEO Con la mirada puesta en Cristo 6. Hace diez años, con la Tertio millennio adveniente (10 de noviembre de 1994), tuve el gozo de indicar a la Iglesia el camino de preparación para el Gran Jubileo del Año 2000. Consideré que esta ocasión histórica se perfilaba en el horizonte como una gracia singular. Ciertamente no me hacía ilusiones de que un simple dato cronológico, aunque fuera sugestivo, comportara de por sí grandes cambios. Desafortunadamente, después del principio del Milenio los hechos se han encargado de poner de relieve una especie de cruda continuidad respecto a los acontecimientos anteriores y, a menudo, los peores. Se ha ido perfilando así un panorama que, junto con perspectivas alentadoras, deja entrever oscuras sombras de violencia y sangre que nos siguen entristeciendo. Pero, invitando a la Iglesia a celebrar el Jubileo de los dos mil años de la Encarnación, estaba muy convencido —y lo estoy todavía, ¡más que nunca!— de trabajar «a largo plazo» para la humanidad. En efecto, Cristo no sólo es el centro de la historia de la Iglesia, sino también de la historia de la humanidad. Todo se recapitula en Él (cf. Ef 1,10; Col 1,15-20). Hemos de recordar el vigor con el cual el Concilio Ecuménico Vaticano II, citando al Papa Pablo VI, afirmó que Cristo «es el fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización, centro del género humano, gozo de todos los corazones y plenitud de sus aspiraciones».[1] La enseñanza del Concilio profundizó en el conocimiento de la naturaleza de la Iglesia, abriendo el ánimo de los creyentes a una mejor comprensión, tanto de los misterios de la fe como de las realidades terrenas a la luz de Cristo. En Él, Verbo hecho carne, se revela no sólo el misterio de Dios, sino también el misterio del hombre mismo.[2] En Él, el hombre encuentra redención y plenitud. 7. Al inicio de mi Pontificado, en la Encíclica Redemptor hominis, expuse ampliamente esta temática que he retomado en otras ocasiones. El Jubileo fue el momento propicio para llamar la atención de los creyentes sobre esta verdad fundamental. La preparación de aquel gran acontecimiento fue totalmente trinitaria y cristocéntrica. En dicho planteamiento no se podía olvidar la Eucaristía. Al disponernos hoy a celebrar un Año de la Eucaristía, me es grato recordar que ya en la Tertio millennio adveniente escribí: «El Dos mil será un año intensamente eucarístico: en el sacramento de la Eucaristía el Salvador, encarnado en el seno de María hace veinte siglos, continúa ofreciéndose a la humanidad como fuente de vida divina».[3] El Congreso Eucarístico Internacional celebrado en Roma concretó este aspecto del Gran Jubileo. Vale la pena recordar también que, en plena preparación del Jubileo, en la Carta apostólica Dies Domini propuse a la consideración de los creyentes el tema del «Domingo» como día del Señor resucitado y día especial de la Iglesia. Invité entonces a todos a redescubrir el corazón del domingo en la Celebración eucarística.[4] Contemplar con María el rostro de Cristo 8. La herencia del Gran Jubileo se recogió en cierto modo en la Carta apostólica Novo millennio ineunte. En este documento de carácter programático sugerí una perspectiva de compromiso pastoral basado en la contemplación del rostro de Cristo, en el marco de una pedagogía eclesial capaz de aspirar a un «alto grado» de santidad, al que se llega especialmente mediante el arte de la oración.[5] Tampoco podía faltar en esta perspectiva el compromiso litúrgico y, de modo particular, la atención a la vida eucarística. Escribí entonces: «En el siglo XX, especialmente a partir del Concilio, la comunidad cristiana ha ganado mucho en el modo de celebrar los Sacramentos y sobre todo la Eucaristía. Es preciso insistir en este sentido, dando un realce particular a la Eucaristía dominical y al domingo mismo, sentido como día especial de la fe, día del Señor resucitado y del don del Espíritu, verdadera Pascua de la semana».[6] En el contexto de la

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educación a la oración, invité también a cultivar la Liturgia de las Horas, con la que la Iglesia santifica el curso del día y la sucesión del tiempo en la articulación propia del año litúrgico. 9. Posteriormente, con la convocatoria del Año del Rosario y la publicación de la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, mediante la reiterada propuesta del Rosario, volví a proponer la contemplación del rostro de Cristo desde la perspectiva mariana. Efectivamente, esta oración tradicional, tan recomendada por el Magisterio y tan arraigada en el Pueblo de Dios, tiene un carácter marcadamente bíblico y evangélico, centrado sobre todo en el nombre y el rostro de Jesús, contemplando sus misterios y repitiendo las avemarías. Su ritmo repetitivo es una especie de pedagogía del amor, orientada a promover el mismo amor que María tiene por su Hijo. Por eso, madurando ulteriormente un itinerario multisecular, he querido que esta forma privilegiada de contemplación completara su estructura de verdadero «compendio del Evangelio», integrando en ella los misterios de la luz.[7] Y, ¿no corresponde a la Santísima Eucaristía estar en el vértice de los misterios de luz? Del Año del Rosario al Año de la Eucaristía 10. Justo en el corazón del Año del Rosario promulgué la Encíclica Ecclesia de Eucharistia, en la cual ilustré el misterio de la Eucaristía en su relación inseparable y vital con la Iglesia. Exhorté a todos a celebrar el Sacrificio eucarístico con el esmero que se merece, dando a Jesús presente en la Eucaristía, incluso fuera de la Misa, un culto de adoración digno de un Misterio tan grande. Recordé sobre todo la exigencia de una espiritualidad eucarística, presentando el modelo de María como «mujer eucarística».[8] El Año de la Eucaristía tiene, pues, un trasfondo que se ha ido enriqueciendo de año en año, si bien permaneciendo firmemente centrado en el tema de Cristo y la contemplación de su rostro. En cierto sentido, se propone como un año de síntesis, una especie de culminación de todo el camino recorrido. Podrían decirse muchas cosas para vivir bien este Año. Me limitaré a indicar algunas perspectivas que pueden ayudar a que todos adopten actitudes claras y fecundas. II LA EUCARISTÍA, MISTERIO DE LUZ «Les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura» (Lc 24,27) 11. El relato de la aparición de Jesús resucitado a los dos discípulos de Emaús nos ayuda a enfocar un primer aspecto del misterio eucarístico que nunca debe faltar en la devoción del Pueblo de Dios: ¡La Eucaristía misterio de luz! ¿En qué sentido puede decirse esto y qué implica para la espiritualidad y la vida cristiana? Jesús se presentó a sí mismo como la «luz del mundo» (Jn 8,12), y esta característica resulta evidente en aquellos momentos de su vida, como la Transfiguración y la Resurrección, en los que resplandece claramente su gloria divina. En la Eucaristía, sin embargo, la gloria de Cristo está velada. El Sacramento eucarístico es un «mysterium fidei» por excelencia. Pero, precisamente a través del misterio de su ocultamiento total, Cristo se convierte en misterio de luz, gracias al cual se introduce al creyente en las profundidades de la vida divina. En una feliz intuición, el célebre icono de la Trinidad de Rublëv pone la Eucaristía de manera significativa en el centro de la vida trinitaria. 12. La Eucaristía es luz, ante todo, porque en cada Misa la liturgia de la Palabra de Dios precede a la liturgia eucarística, en la unidad de las dos «mesas», la de la Palabra y la del Pan. Esta continuidad aparece en el discurso eucarístico del Evangelio de Juan, donde el anuncio de Jesús pasa de la presentación fundamental de su misterio a la declaración de la dimensión propiamente eucarística: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida» (Jn 6,55). Sabemos que esto fue lo que puso en crisis a gran parte de los oyentes, llevando a Pedro a hacerse portavoz de la fe de los otros Apóstoles y de la Iglesia de todos los tiempos: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68). En la narración de los discípulos de Emaús Cristo mismo interviene para enseñar, «comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas», cómo «toda la Escritura» lleva al misterio de su persona (cf. Lc 24,27). Sus palabras hacen «arder» los corazones de los discípulos, los sacan de la oscuridad de la tristeza y desesperación y suscitan en ellos el deseo de permanecer con Él: «Quédate con nosotros,

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Señor» (cf. Lc24,29). 13. Los Padres del Concilio Vaticano II, en la Constitución Sacrosanctum Concilium, establecieron que la «mesa de la Palabra» abriera más ampliamente los tesoros de la Escritura a los fieles.[9] Por eso permitieron que la Celebración litúrgica, especialmente las lecturas bíblicas, se hiciera en una lengua conocida por todos. Es Cristo mismo quien habla cuando en la Iglesia se lee la Escritura.[10] Al mismo tiempo, recomendaron encarecidamente la homilía como parte de la Liturgia misma, destinada a ilustrar la Palabra de Dios y actualizarla para la vida cristiana.[11] Cuarenta años después del Concilio, el Año de la Eucaristía puede ser una buena ocasión para que las comunidades cristianas hagan una revisión sobre este punto. En efecto, no basta que los fragmentos bíblicos se proclamen en una lengua conocida si la proclamación no se hace con el cuidado, preparación previa, escucha devota y silencio meditativo, tan necesarios para que la Palabra de Dios toque la vida y la ilumine. «Lo reconocieron al partir el pan» (Lc 24,35) 14. Es significativo que los dos discípulos de Emaús, oportunamente preparados por las palabras del Señor, lo reconocieran mientras estaban a la mesa en el gesto sencillo de la «fracción del pan». Una vez que las mentes están iluminadas y los corazones enfervorizados, los signos «hablan». La Eucaristía se desarrolla por entero en el contexto dinámico de signos que llevan consigo un mensaje denso y luminoso. A través de los signos, el misterio se abre de alguna manera a los ojos del creyente. Como he subrayado en la Encíclica Ecclesia de Eucharistia, es importante que no se olvide ningún aspecto de este Sacramento. En efecto, el hombre está siempre tentado a reducir a su propia medida la Eucaristía, mientras que en realidad es él quien debe abrirse a las dimensiones del Misterio. «La Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones».[12] 15. No hay duda de que el aspecto más evidente de la Eucaristía es el de banquete. La Eucaristía nació la noche del Jueves Santo en el contexto de la cena pascual. Por tanto, conlleva en su estructura el sentido del convite: «Tomad, comed... Tomó luego una copa y... se la dio diciendo: Bebed de ella todos...» (Mt 26,26.27). Este aspecto expresa muy bien la relación de comunión que Dios quiere establecer con nosotros y que nosotros mismos debemos desarrollar recíprocamente. Sin embargo, no se puede olvidar que el banquete eucarístico tiene también un sentido profunda y primordialmente sacrificial.[13] En él Cristo nos presenta el sacrificio ofrecido una vez por todas en el Gólgota. Aun estando presente en su condición de resucitado, Él muestra las señales de su pasión, de la cual cada Santa Misa es su «memorial», como nos recuerda la Liturgia con la aclamación después de la consagración: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección...». Al mismo tiempo, mientras actualiza el pasado, la Eucaristía nos proyecta hacia el futuro de la última venida de Cristo, al final de la historia. Este aspecto «escatológico» da al Sacramento eucarístico un dinamismo que abre al camino cristiano el paso a la esperanza. «Yo estoy con vosotros todos los días» (Mt 28,20) 16. Todos estos aspectos de la Eucaristía confluyen en lo que más pone a prueba nuestra fe: el misterio de la presencia «real». Junto con toda la tradición de la Iglesia, nosotros creemos que bajo las especies eucarísticas está realmente presente Jesús. Una presencia —como explicó muy claramente el Papa Pablo VI— que se llama «real» no por exclusión, como si las otras formas de presencia no fueran reales, sino por antonomasia, porque por medio de ella Cristo se hace sustancialmente presente en la realidad de su cuerpo y de su sangre.[14] Por esto la fe nos pide que, ante la Eucaristía, seamos conscientes de que estamos ante Cristo mismo. Precisamente su presencia da a los diversos aspectos —banquete, memorial de la Pascua, anticipación escatológica— un alcance que va mucho más allá del puro simbolismo. La Eucaristía es misterio de presencia, a través del que se realiza de modo supremo la promesa de Jesús de estar con nosotros hasta el final del mundo. Celebrar, adorar, contemplar 17. ¡Gran misterio la Eucaristía! Misterio que ante todo debe ser celebrado bien. Es necesario que la Santa Misa sea el centro de la vida cristiana y que en cada comunidad se haga lo posible por celebrarla decorosamente, según las normas establecidas, con la participación del pueblo, la

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colaboración de los diversos ministros en el ejercicio de las funciones previstas para ellos, y cuidando también el aspecto sacro que debe caracterizar la música litúrgica. Un objetivo concreto de este Año de la Eucaristía podría ser estudiar a fondo en cada comunidad parroquial la Ordenación General del Misal Romano. El modo más adecuado para profundizar en el misterio de la salvación realizada a través de los «signos» es seguir con fidelidad el proceso del año litúrgico. Los Pastores deben dedicarse a la catequesis «mistagógica», tan valorada por los Padres de la Iglesia, la cual ayuda a descubrir el sentido de los gestos y palabras de la Liturgia, orientando a los fieles a pasar de los signos al misterio y a centrar en él toda su vida. 18. Hace falta, en concreto, fomentar, tanto en la celebración de la Misa como en el culto eucarístico fuera de ella, la conciencia viva de la presencia real de Cristo, tratando de testimoniarla con el tono de la voz, con los gestos, los movimientos y todo el modo de comportarse. A este respecto, las normas recuerdan —y yo mismo lo he recordado recientemente[15]— el relieve que se debe dar a los momentos de silencio, tanto en la celebración como en la adoración eucarística. En una palabra, es necesario que la manera de tratar la Eucaristía por parte de los ministros y de los fieles exprese el máximo respeto.[16] La presencia de Jesús en el tabernáculo ha de ser como un polo de atracción para un número cada vez mayor de almas enamoradas de Él, capaces de estar largo tiempo como escuchando su voz y sintiendo los latidos de su corazón. «¡Gustad y ved qué bueno es el Señor¡» (Sal 33 [34],9). La adoración eucarística fuera de la Misa debe ser durante este año un objetivo especial para las comunidades religiosas y parroquiales. Postrémonos largo rato ante Jesús presente en la Eucaristía, reparando con nuestra fe y nuestro amor los descuidos, los olvidos e incluso los ultrajes que nuestro Salvador padece en tantas partes del mundo. Profundicemos nuestra contemplación personal y comunitaria en la adoración, con la ayuda de reflexiones y plegarias centradas siempre en la Palabra de Dios y en la experiencia de tantos místicos antiguos y recientes. El Rosario mismo, considerado en su sentido profundo, bíblico y cristocéntrico, que he recomendado en la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, puede ser una ayuda adecuada para la contemplación eucarística, hecha según la escuela de María y en su compañía.[17] Que este año se viva con particular fervor la solemnidad del Corpus Christi con la tradicional procesión. Que la fe en Dios que, encarnándose, se hizo nuestro compañero de viaje, se proclame por doquier y particularmente por nuestras calles y en nuestras casas, como expresión de nuestro amor agradecido y fuente de inagotable bendición. III LA EUCARISTÍA FUENTE Y EPIFANÍA DE COMUNIÓN «Permaneced en mí, y yo en vosotros» (Jn 15,4) 19. Cuando los discípulos de Emaús le pidieron que se quedara «con» ellos, Jesús contestó con un don mucho mayor. Mediante el sacramento de la Eucaristía encontró el modo de quedarse «en» ellos. Recibir la Eucaristía es entrar en profunda comunión con Jesús. «Permaneced en mí, y yo en vosotros» (Jn 15,4). Esta relación de íntima y recíproca «permanencia» nos permite anticipar en cierto modo el cielo en la tierra. ¿No es quizás éste el mayor anhelo del hombre? ¿No es esto lo que Dios se ha propuesto realizando en la historia su designio de salvación? Él ha puesto en el corazón del hombre el «hambre» de su Palabra (cf. Am 8,11), un hambre que sólo se satisfará en la plena unión con Él. Se nos da la comunión eucarística para «saciarnos» de Dios en esta tierra, a la espera de la plena satisfacción en el cielo. Un solo pan, un solo cuerpo 20. Pero la especial intimidad que se da en la «comunión» eucarística no puede comprenderse adecuadamente ni experimentarse plenamente fuera de la comunión eclesial. Esto lo he subrayado repetidamente en la Encíclica Ecclesia de Eucharistia. La Iglesia es el cuerpo de Cristo: se camina «con Cristo» en la medida en que se está en relación «con su cuerpo». Para crear y fomentar esta unidad Cristo envía el Espíritu Santo. Y Él mismo la promueve mediante su presencia eucarística. En efecto, es precisamente el único Pan eucarístico el que nos hace un solo cuerpo. El apóstol Pablo lo afirma: «Un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos

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participamos de un solo pan» (1 Co 10,17). En el misterio eucarístico Jesús edifica la Iglesia como comunión, según el supremo modelo expresado en la oración sacerdotal: «Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21). 21. La Eucaristía es fuente de la unidad eclesial y, a la vez, su máxima manifestación. La Eucaristía es epifanía de comunión. Por ello la Iglesia establece ciertas condiciones para poder participar de manera plena en la Celebración eucarística.[18] Son exigencias que deben hacernos tomar conciencia cada vez más clara de cuán exigente es la comunión que Jesús nos pide. Es comunión jerárquica, basada en la conciencia de las distintas funciones y ministerios, recordada también continuamente en la plegaria eucarística al mencionar al Papa y al Obispo diocesano. Es comunión fraterna, cultivada por una «espiritualidad de comunión» que nos mueve a sentimientos recíprocos de apertura, afecto, comprensión y perdón.[19] «Un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32) 22. En cada Santa Misa nos sentimos interpelados por el ideal de comunión que el libro de los Hechos de los Apóstoles presenta como modelo para la Iglesia de todos los tiempos. La Iglesia congregada alrededor de los Apóstoles, convocada por la Palabra de Dios, es capaz de compartir no sólo lo que concierne los bienes espirituales, sino también los bienes materiales (cf. Hch 2,42- 47; 4,32-35). En este Año de la Eucaristía el Señor nos invita a acercarnos lo más posible a este ideal. Que se vivan con particular intensidad los momentos ya sugeridos por la liturgia para la «Misa estacional», que el Obispo celebra en la catedral con sus presbíteros y diáconos, y con la participación de todo el Pueblo de Dios. Ésta es la principal «manifestación» de la Iglesia.[20] Pero será bueno promover otras ocasiones significativas también en las parroquias, para que se acreciente el sentido de la comunión, encontrando en la Celebración eucarística un renovado fervor. El Día del Señor 23. Es de desear vivamente que en este año se haga un especial esfuerzo por redescubrir y vivir plenamente el Domingo como día del Señor y día de la Iglesia. Sería motivo de satisfacción si se meditase de nuevo lo que ya escribí en la Carta apostólica Dies Domini. «En efecto, precisamente en la Misa dominical es donde los cristianos reviven de manera particularmente intensa la experiencia que tuvieron los Apóstoles la tarde de Pascua, cuando el Resucitado se les manifestó estando reunidos (cf. Jn 20,19). En aquel pequeño núcleo de discípulos, primicia de la Iglesia, estaba en cierto modo presente el Pueblo de Dios de todos los tiempos».[21] Que los sacerdotes en su trabajo pastoral presten, durante este año de gracia, una atención todavía mayor a la Misa dominical, como celebración en la que los fieles de una parroquia se reúnen en comunidad, constatando cómo participan también ordinariamente los diversos grupos, movimientos y asociaciones presentes en la parroquia. IV LA EUCARISTÍA PRINCIPIO Y PROYECTO DE «MISIÓN» «Levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén» (Lc 24,33) 24. Los dos discípulos de Emaús, tras haber reconocido al Señor, «se levantaron al momento» (Lc 24,33) para ir a comunicar lo que habían visto y oído. Cuando se ha tenido verdadera experiencia del Resucitado, alimentándose de su cuerpo y de su sangre, no se puede guardar la alegría sólo para uno mismo. El encuentro con Cristo, profundizado continuamente en la intimidad eucarística, suscita en la Iglesia y en cada cristiano la exigencia de evangelizar y dar testimonio. Lo subrayé precisamente en la homilía en que anuncié el Año de la Eucaristía, refiriéndome a las palabras de Pablo: «Cada vez que coméis de este pan y bebéis de la copa, proclamaréis la muerte del Señor, hasta que vuelva» (1Co 11,26). El Apóstol relaciona íntimamente el banquete y el anuncio: entrar en comunión con Cristo en el memorial de la Pascua significa experimentar al mismo tiempo el deber de ser misioneros del acontecimiento actualizado en el rito.[22] La despedida al finalizar la Misa es como una consigna que impulsa al cristiano a comprometerse en la propagación del Evangelio y en la animación cristiana de la sociedad. 25. La Eucaristía no sólo proporciona la fuerza interior para dicha misión, sino también, en cierto

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sentido, su proyecto. En efecto, la Eucaristía es un modo de ser que pasa de Jesús al cristiano y, por su testimonio, tiende a irradiarse en la sociedad y en la cultura. Para lograrlo, es necesario que cada fiel asimile, en la meditación personal y comunitaria, los valores que la Eucaristía expresa, las actitudes que inspira, los propósitos de vida que suscita. ¿Por qué no ver en esto la consigna especial que podría surgir del Año de la Eucaristía? Acción de gracias 26. Un elemento fundamental de este «proyecto» aparece ya en el sentido mismo de la palabra «eucaristía»: acción de gracias. En Jesús, en su sacrificio, en su «sí» incondicional a la voluntad del Padre, está el «sí», el «gracias», el «amén» de toda la humanidad. La Iglesia está llamada a recordar a los hombres esta gran verdad. Es urgente hacerlo sobre todo en nuestra cultura secularizada, que respira el olvido de Dios y cultiva la vana autosuficiencia del hombre. Encarnar el proyecto eucarístico en la vida cotidiana, donde se trabaja y se vive —en la familia, la escuela, la fábrica y en las diversas condiciones de vida—, significa, además, testimoniar que la realidad humana no se justifica sin referirla al Creador: «Sin el Creador la criatura se diluye».[23] Esta referencia trascendente, que nos obliga a un continuo «dar gracias» —justamente a una actitud eucarística— por lo todo lo que tenemos y somos, no perjudica la legítima autonomía de las realidades terrenas,[24] sino que la sitúa en su auténtico fundamento, marcando al mismo tiempo sus propios límites. En este Año de la Eucaristía los cristianos se han de comprometer más decididamente a dar testimonio de la presencia de Dios en el mundo. No tengamos miedo de hablar de Dios ni de mostrar los signos de la fe con la frente muy alta. La «cultura de la Eucaristía» promueve una cultura del diálogo, que en ella encuentra fuerza y alimento. Se equivoca quien cree que la referencia pública a la fe menoscaba la justa autonomía del Estado y de las instituciones civiles, o que puede incluso fomentar actitudes de intolerancia. Si bien no han faltado en la historia errores, inclusive entre los creyentes, como reconocí con ocasión del Jubileo, esto no se debe a las «raíces cristianas», sino a la incoherencia de los cristianos con sus propias raíces. Quien aprende a decir «gracias» como lo hizo Cristo en la cruz, podrá ser un mártir, pero nunca será un torturador. El camino de la solidaridad 27. La Eucaristía no sólo es expresión de comunión en la vida de la Iglesia; es también proyecto de solidaridad para toda la humanidad. En la celebración eucarística la Iglesia renueva continuamente su conciencia de ser «signo e instrumento» no sólo de la íntima unión con Dios, sino también de la unidad de todo el género humano.[25] La Misa, aun cuando se celebre de manera oculta o en lugares recónditos de la tierra, tiene siempre un carácter de universalidad. El cristiano que participa en la Eucaristía aprende de ella a ser promotor de comunión, de paz y de solidaridad en todas las circunstancias de la vida. La imagen lacerante de nuestro mundo, que ha comenzado el nuevo Milenio con el espectro del terrorismo y la tragedia de la guerra, interpela más que nunca a los cristianos a vivir la Eucaristía como una gran escuela de paz, donde se forman hombres y mujeres que, en los diversos ámbitos de responsabilidad de la vida social, cultural y política, sean artesanos de diálogo y comunión. Al servicio de los últimos 28. Hay otro punto aún sobre el que quisiera llamar la atención, porque en él se refleja en gran parte la autenticidad de la participación en la Eucaristía celebrada en la comunidad: se trata de su impulso para un compromiso activo en la edificación de una sociedad más equitativa y fraterna. Nuestro Dios ha manifestado en la Eucaristía la forma suprema del amor, trastocando todos los criterios de dominio, que rigen con demasiada frecuencia las relaciones humanas, y afirmando de modo radical el criterio del servicio: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35). No es casual que en el Evangelio de Juan no se encuentre el relato de la institución eucarística, pero sí el «lavatorio de los pies» (cf. Jn 13,1-20): inclinándose para lavar los pies a sus discípulos, Jesús explica de modo inequívoco el sentido de la Eucaristía. A su vez, san Pablo reitera con vigor que no es lícita una celebración eucarística en la cual no brille la caridad, corroborada al compartir efectivamente los bienes con los más pobres (cf. 1 Co 11,17-22.27-34). ¿Por qué, pues, no hacer de este Año de la Eucaristía un tiempo en que las comunidades

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diocesanas y parroquiales se comprometan especialmente a afrontar con generosidad fraterna alguna de las múltiples pobrezas de nuestro mundo? Pienso en el drama del hambre que atormenta a cientos de millones de seres humanos, en las enfermedades que flagelan a los Países en desarrollo, en la soledad de los ancianos, la desazón de los parados, el trasiego de los emigrantes. Se trata de males que, si bien en diversa medida, afectan también a las regiones más opulentas. No podemos hacernos ilusiones: por el amor mutuo y, en particular, por la atención a los necesitados se nos reconocerá como verdaderos discípulos de Cristo (cf. Jn 13,35; Mt 25,31-46). En base a este criterio se comprobará la autenticidad de nuestras celebraciones eucarísticas. CONCLUSIÓN 29.O Sacrum Convivium, in quo Christus sumitur! El Año de la Eucaristía nace de la conmoción de la Iglesia ante este gran Misterio. Una conmoción que me embarga continuamente. De ella surgió la Encíclica Ecclesia de Eucharistia. Considero como una grande gracia del vigésimo séptimo año de ministerio petrino que estoy a punto de iniciar, el poder invitar ahora a toda la Iglesia a contemplar, alabar y adorar de manera especial este inefable Sacramento. Que el Año de la Eucaristía sea para todos una excelente ocasión para tomar conciencia del tesoro incomparable que Cristo ha confiado a su Iglesia. Que sea estímulo para celebrar la Eucaristía con mayor vitalidad y fervor, y que ello se traduzca en una vida cristiana transformada por el amor. En esta perspectiva se podrán realizar muchas iniciativas, según el criterio de los Pastores de las Iglesias particulares. A este respecto, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos ofrecerá propuestas y sugerencias útiles. Pero no pido que se hagan cosas extraordinarias, sino que todas las iniciativas se orienten a una mayor interioridad. Aunque el fruto de este Año fuera solamente avivar en todas las comunidades cristianas la celebración de la Misa dominical e incrementar la adoración eucarística fuera de la Misa, este Año de gracia habría conseguido un resultado significativo. No obstante, es bueno apuntar hacia arriba, sin conformarse con medidas mediocres, porque sabemos que podemos contar siempre con la ayuda Dios. 30. A vosotros, queridos Hermanos en el Episcopado, os confío este Año, con la seguridad de que acogeréis mi invitación con todo vuestro ardor apostólico. Vosotros, sacerdotes, que repetís cada día las palabras de la consagración y sois testigos y anunciadores del gran milagro de amor que se realiza en vuestras manos, dejaos interpelar por la gracia de este Año especial, celebrando cada día la Santa Misa con la alegría y el fervor de la primera vez, y haciendo oración frecuentemente ante el Sagrario. Que sea un Año de gracia para vosotros, diáconos, entregados al ministerio de la Palabra y al servicio del Altar. También vosotros, lectores, acólitos, ministros extraordinarios de la comunión, tomad conciencia viva del don recibido con las funciones que se os han confiado para una celebración digna de la Eucaristía. Me dirijo el particular a vosotros, futuros sacerdotes: en la vida del Seminario tratad de experimentar la delicia, no sólo de participar cada día en la Santa Misa, sino también de dialogar reposadamente con Jesús Eucaristía. Vosotros, consagrados y consagradas, llamados por vuestra propia consagración a una contemplación más prolongada, recordad que Jesús en el Sagrario espera teneros a su lado para rociar vuestros corazones con esa íntima experiencia de su amistad, la única que puede dar sentido y plenitud a vuestra vida. Todos vosotros, fieles, descubrid nuevamente el don de la Eucaristía como luz y fuerza para vuestra vida cotidiana en el mundo, en el ejercicio de la respectiva profesión y en las más diversas situaciones. Descubridlo sobre todo para vivir plenamente la belleza y la misión de la familia. En fin, espero mucho de vosotros, jóvenes, y os renuevo la cita en Colonia para la Jornada Mundial de la Juventud. El tema elegido —«Venimos a adorarlo» (Mt 2,2)— es particularmente adecuado para sugeriros la actitud apropiada para vivir este año eucarístico. Llevad al encuentro con Jesús oculto bajo las especies eucarísticas todo el entusiasmo de vuestra edad, de vuestra esperanza, de vuestra capacidad de amar. 31. Tenemos ante nuestros ojos los ejemplos de los Santos, que han encontrado en la Eucaristía

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el alimento para su camino de perfección. Cuántas veces han derramado lágrimas de conmoción en la experiencia de tan gran misterio y han vivido indecibles horas de gozo «nupcial» ante el Sacramento del altar. Que nos ayude sobre todo la Santísima Virgen, que encarnó con toda su existencia la lógica de la Eucaristía. «La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio».[26] El Pan eucarístico que recibimos es la carne inmaculada del Hijo: «Ave verum corpus natum de Maria Virgine». Que en este Año de gracia, con la ayuda de María, la Iglesia reciba un nuevo impulso para su misión y reconozca cada vez más en la Eucaristía la fuente y la cumbre de toda su vida. Que llegue a todos, como portadora de gracia y gozo, mi Bendición. Vaticano, 7 de octubre, memoria de Nuestra Señora del Rosario, del año 2004, vigésimo sexto de Pontificado. Notas [1] Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 45. [2] Cf. ibíd., 22. [3] N. 55: AAS 87 (1995), 38. [4] Cf. n.32-34: AAS 90 (1998), 732-734. [5] Cf. n.30-32: AAS 93 (2001), 287-289. [6] Ibíd., 35: l.c., 290-291. [7] Cf. Carta ap. Rosarium Virginis Mariae (16 octubre 2002), 19.21: AAS 95 (2003), 18-20. [8] Enc. Ecclesia de Eucharistia (17 abril 2003), 53: AAS 95 (2003), 469. [9] Cf. n.51. [10] Cf. ibíd, 7. [11] Cf. ibíd., 52. [12] Enc. Ecclesia de Eucharistia (17 abril 2003), 10: AAS 95 (2003), 439. [13] Cf. ibíd.; Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Instr. Redemptionis Sacramentum, sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la santísima Eucaristía (25 marzo 2004), 38: L'Osservatore Romano ed. en lengua española, 30 abril 2004, 7. [14] Cf. Enc. Mysterium fidei (3 septiembre 1965), 39: AAS 57 (1965), 764; S. Congregación de Ritos, Instr. Eucharisticum mysterium, sobre el culto del misterio eucarístico (25 mayo 1967), 9: AAS 59 (1967), 547. [15] Cf. Mensaje Spiritus et Sponsa, en el XL aniversario de la Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia (4 diciembre 2003), 13: AAS 96 (2004), 425. [16] Cf. Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Instr. Redemptionis Sacramentum, sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la santísima Eucaristía (25 marzo 2004): L'Osservatore Romano ed. en lengua española, 30 abril 2004, 5-15. [17] Cf. ibíd. 137: l.c., p.11. [18] Cf. Enc. Ecclesia de Eucharistia (17 abril 2003), 44: AAS 95 (2003), 462; Código de Derecho Canónico, can. 908; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 702; Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, Directorium Oecumenicum (25 marzo 1993), 122-125, 129-131: AAS 85 (1993), 1086-1089; Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Ad esequendam (18 mayo 2001): AAS 93 (2001), 786. [19] Cf. Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 43: AAS 93 (2001), 297. [20] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 41. [21] N. 33: AAS 90 (1998), 733. [22] Cf. Homilía en la solemnidad del «Corpus Christi» (10 junio 2004), 1: L'Osservatore Romano ed. en lengua española, 18 junio 2004, p.3. [23] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 36. [24] Cf. ibíd. [25] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 1. [26] Enc. Ecclesia de Eucharistia (17 abril 2003), 53: AAS 95 (2003), 469.

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Cuautitlán Izcalli, 20 de octubre de 2004 (Fr. Rufino María Grández)

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Coloquios espirituales 5 Ante la fiesta de Todos los Santos Sobre el cielo...y las Santas capuchinas Mi querida Lidia: Hoy vamos a hablar del cielo. Está inminente la fiesta de Todos los Santos, la fiesta de Jesús, Corona de todos los Santos. Despego y sabiduría

El pensamiento del cielo nos despereza, porque el peso de esta vida nos ata a esta tierra. Así lo dice la vieja Sabiduría de aquel místico que cincuenta años antes de Cristo, en la culta Alejandría, meditó sobre la belleza inmarcesible de la Sabiduría, abierta al mundo. Escribió aquel espiritual: “Los pensamientos humanos son mezquinos / y nuestros proyectos, caducos; / pues el cuerpo mortal oprime el alma / y la tienda terrenal abruma la mente reflexiva. / Si a duras penas vislumbramos lo que hay en la tierra / y con dificultad encontramos lo que tenemos a mano, / ¿quién puede rastrear lo que está en los cielos?” (Sb 9,14-16). El pensamiento del cielo nos arrebata, nos pide la salida de nosotros mismo y nos llena la mente de sabiduría. Si, por gracia de Dios, empalmamos, pensar en el cielo es, de alguna forma, entrar en el cielo, y empezar a gustar sus delicias. Por el cielo de la Escritura

Y ¿a qué pasajes de la Escritura vamos a mirar? Ay, cortos de nosotros, si queremos encajonar la Escritura en un casillero..., como si fijáramos que estos textos nos hablan del cielo, estos solos. No, la Divina Escritura transpira el cielo, y el rayo de la luz divina puede traspasar cualquier texto, que, de pronto, se convierte en el mensaje de nuestra esperanza y de nuestra alegría. A mí me agradan mucho los del premio del Vencedor, cuando se habla, en Apocalipsis 2-3, a cada una de las Iglesias Asia: Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia, Laodicea. El cielo será estar con Jesús y recibir el mismo premio de Jesús. Aspiraciones del corazón

Pureza. Mirando a las aspiraciones que uno lleva dentro, consigo, como estructura de su ser, entonces uno comienza a pensar en el cielo como la plenitud inefable de lo que ansía y le falta. Por ejemplo, puede ser que sintamos muy dura la experiencia del pecado, esa especie de agarrotamiento interior, de que no puedes..., no puedes..., porque soy malo y “hediondo” (S. Francisco), entonces uno piensa que el cielo será lo infinitamente contrario a eso: será la santidad de Dios en mí. Amor Y cuando uno piensa que el amor es el cenit de su vida, lo más deseado, lo que no se cambia por ningún bien, porque el amor como experiencia humana es el supremo bien, y como experiencia divina es la divinización de la criatura, entonces uno piensa que el cielo será puramente el amor. Entonces podrá uno dejarse amar; y a ese amor responderá con el amor exhaustivo. Sin duda que has grabado en tu mente lo que escribíamos en el pizarrón para comenzar a explicar el Libro de Oseas, libro de amor. Eran tres amores que existen en nuestro corazón Si yo te amo a ti, Lidia, porque te necesito, en muy alto sentido - porque yo quiero personas

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espirituales, de mi estilo - es buen amor, pero ¿el día en que no te necesite...? Y si te amo porque te lo mereces, ¿el día en que tú cambies y ya no te lo “merezcas”...? Pero si te amo así, porque sí, sin esperar tu respuesta (que esto es amor de amistad, amor que humanamente sería perfecto porque lleva a la unidad), sin más porque sí, porque te amo..., esto es un amor divino, plenamente divino. Y parece como que en esta tierra no pudiera darse (?), porque en nosotros es normal que coexistan los tres amores... Pero en Dios sólo hay uno, el gratuito, que es exhaustivo. Por eso Dios, como ama amando, pues su vida es amar, Dios por amor perdona aun sin pedirle perdón... Así pasa escandalosamente en Oseas. Pues, cuando uno ve en su corazón que, amando, busca ventaja - fuera solo la ventaja de mi propia perfección amando, porque yo me engrandezco, me sublimo al amar, me perfecciono...-, cuando uno ve que mi realidad personal es esa, uno gime: ¡Dios mío, cuándo podré amar amando...! Y la respuesta es: Cuando ya el pecado no habite en mí. Pero el pecado está... Y entonces uno intuye que el cielo es un sueño de amor... Claro, que siguiendo este pensamiento, podríamos ir todavía más lejos, hasta sospechar que Dios nos necesita, porque es un indigente apasionado..., porque el Amor quiere tener alguien a quien amar..., porque el Amante agradece el poder amar..., hasta el punto de que yo, pobrecito, soy la felicidad de Dios, la que él no tenía y necesitaba..., entonces llegamos a la Encarnación. Sí, como la Encarnación fuese un hambre irresistible de amor, de parte del todopoderoso. El cielo, pues, es la nostalgia, mientras llega. El Pre-cielo de Efesios

Pero en este momento quiero remontarme al “pre-cielo”, cuando Dios estaba solo en sí, con una llamada infinta a compartir, y quiso al hombre como “Co-Amador” de Él (Con-diligente, Bto. Juan Duns Scoto) y nos lanzó a la creación, creando al Hijo. Mira, Lidia, nuestra fe es simple como la luz. Lo que podemos creer es esto:

- Dios amó a Cristo y lo creó, porque necesitaba de un “Co-amador” igual a sí. - Dios amó al hombre, porque Cristo no podía estar solo, dado que él es raza humana, y en el Hijo nos creó. - Y en el hombre y por el hombre Dios amó al mundo y creó el mundo.

Esta es la revolución celeste que podemos sacar leyendo el Himno de Efesios, que todas las semanas cantamos en Vísperas, los lunes: Efesios 1,3-10. Ya antes de la constitución del mundo, estábamos en su pensamiento, en su corazón, en su querer. Allí nos eligió, “hijos en el Hijo” (como dijeron los Santos Padres); allí desde su corazón nos lanzó al mundo. Nuestra patria primitiva fue el corazón de Dios y el final es la misma. Los Padres griegos hablan sencilla y audazmente de la divinización... Si nos dejamos llevar por estas cosas, sentimos que nuestro pensamiento asciende y que el corazón se pacifica. Hemos entrado en el santuario de unas verdades que no son, tristemente, las cotidianas, si bien es verdad que la liturgia toda está abocada al cielo. Recuerdos de antaño: una chispita de cielo

Permíteme, querida Lidia, que yo regrese a mi noviciado (1955-56), y que dando vueltas a estos pensamientos de cielo, te hable de lo que nos pasó allá, en vísperas de Todos los Santos y Difuntos. El Padre Maestro tuvo que salir, por lo que fuera. Entonces el Padre Vicemaestro se encargó de hacernos la lectura. Era un hombre humilde y santo. Había sido misionero en China, y la verdad es que luego murió “misionero” en Chile. Se llamaba P. Jenaro de Artabia (hermano carnal del P. Florencio, conocidísimo de todas las capuchinas de España). Con esta ocasión, nos hizo

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una lectura acerca de la resurrección y de la Comunión de los Santos... (¿El libro era de un tal Gräf). Un suave gozo invadió mi corazón, al saber que ellos y nosotros vivimos la Comunión de los Santos. Fue una cosita simple, sencilla, pero me parece que auténtica. Y muchísimas veces lo he recordado, sin poder recuperar la calidad de aquel sentimiento que entonces se produjo en mí; ni tampoco ahora, al contarlo, recobro aquel placer estético y espiritual que entonces sentí... Pues, mira, lo cuento, porque eso es el camino del cielo. La Virgen de Todos los Santos

Hay otro episodio en mi vida que siempre viene a mi mente cuando llega la fiesta de todos los Santos, que no tienen ninguna mística especial, pero que es un hecho eclesial muy bonito. A lo mejor me lo oíste el año pasado. Fue el 1 de noviembre de 1950... (quizás estabas tú en la mente divina). Yo estaba en esta tierra, en tercero del seminario, tenía 13 años e iba a cumplir 14. Pío XII había escogido el día de Todos los Santos para proclamar a María Asunta al cielo. Pienso que la idea era teológica y hermosa, aunque desde la tierna infancia el día de Todos los Santos era el Día del Cementerio..., no menos que el Día de Difuntos... Es una vivencia psicológica ésta de juntar los dos días en uno, que resulta estorbo y molestia. Hay que deshacerse como podamos, nada fácil en México, donde, anticipándonos a la fiesta, ya hemos mordido el rico y sabroso “Pan de los Muertos”. Pues bien, era el día de Todos los Santos y el Papa iba a proclamar a María la “Asunta al cielo”. En aquel tiempo, hace más de medio siglo, no había TV. Había radio, pero en el seminario, austero, no teníamos radio; pocas familias tenían radio. Los superiores pidieron una radio prestada (al Sr. Maiza, amigo de los capuchinos), para escuchar en el comedor por la magia de la radio la proclamación dogmática de la Asunción de María. Y así fue. En el comedor escuchamos la palabra del Papa, que para nosotros era realmente un personaje augusto. Cuando pronunció la fórmula definitoria nos pusimos de rodillas... y escuchamos orando y dando gracias. En recreo un compañero, muy inteligente, recuerdo que había comentado: Pues, mira, si esto no fuese verdad, al Papa, al ir a pronunciar esas palabras, le daría un ataque y se moriría... No le dio un ataque. Hermoso recuerdo. Luego, cuando he estado en Roma, he visto grabados en lápidas de mármol, en las arcadas de la entrada a la Basílica de San Pedro los nombres de los cardenales y obispos que estuvieron allí presentes. Yo también estuve presente, pero de otra manera. ¡Ay, Lidia!, me voy haciendo viejo (digo, mayor), y ¿qué quieres...?, que a veces recuerdo cosas de antes. Claro ésta permanece, y el recuerdo es un bonito homenaje a María. * * * Sobre las Santas capuchinas y el Santoral y el calendario Hay otros asunto, que es celeste, pero que es bastante distinto de las cosas que estamos compartiendo. Yo quería comentarte alguna vez algo de los santos que celebramos en la liturgia, y concretamente de las santos de la familia franciscana, y más en particular de esas santas que vosotras, hijas de santa Clara, veneráis con especial devoción. Si de Jesús, y sólo de él, decimos: Tu solus sanctus..., la verdad es que nuestro Calendario litúrgico, nuestro Santoral, queda muy relativizado. ¿Tendremos nosotros la osadía de “santificar” lo que sólo Dios puede santificar...? Estos pensamientos vienen a la mente cuando recurre la fiesta de Todos los Santos. Sólo Jesús es el Santo de Dios, y los demás somos sus Siervos... Pero destacamos algunos nombres, transitoriamente, y mientras dure la Iglesia - que en su día dará paso al Reino de Dios -; y entonces, sí, todos seremos Santos, si tener necesidad de ninguna distinción. Pues bien, mi querida Lidia, me refiero a los santos que celebramos. Hace un par de años (en la fiesta de san Lorenzo de Brindis de 2002) el Ministro General de los Capuchinos promulgó el nuevo Calendario de los Capuchinos, aprobado por la Santa Sede. Advertía que este Calendario sustituía al anterior aprobado, en 1971, promulgado por el entonces Ministro General, P. Pascual Rywalski. Cuando el P. Pascual promulgó el calendario de los Capuchinos, añadió:

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- las Capuchinas sigue el Calendario de los Capuchinos (y por lo tanto, los libros litúrgicos de los Hermanos), - pero además, se aprueba un Suplemento propio para nuestras Hermanas Clarisas Capuchinas. Hoy - o mejor dicho, hasta el presente - las Hermanas Capuchinas no tienen un Suplemento propio, que debe incluir las figuras femeninas dignas de ser destacadas. Y, por lo tanto, si las Hermanas se atienen, en exclusiva, al Calendario (al “Ordo”, a la “Epacta”) de los Capuchinos, se van a quedar sin celebrar figuras de su específica tradición clariana, que les interesa mucho. A mi modo de ver, esta es una laguna que hay que subsanar. Las Hermanas se quedarán sin celebrar, por ejemplo, a Santa Inés de Asís..., porque esta santa, hermana de santa Clara, no existe en el Calendario de los Capuchinos... Salta a la vista que esto no es lógico, ¿verdad? Algo hay que hacer... Para que veas: como apéndice de esta carta te entrego la listas de las Santas y Beatas unidas a la Regla de santa Clara. Algunas de ellas deben pasar al Calendario de las Clarisas y de las Clarisas Capuchinas. ¿Cuáles? Esto está sin determinar. Pero además habría otras mujeres, dignas de especial recuerdo, que no han sido de la II Orden, sino de la III, como, por ejemplo, la Beata Ángela de Foligno, que es conveniente que las Hermanas celebren. Son pensamientos que rondan por mi cabeza y que quiero compartir contigo. Y sea bastante por hoy. Te deseo una fiesta de Todos los Santos toda divina. Cuenta con mi cariño y un abrazo Cuautitlán Izcalli, 29 de octubre de 2004 fr. Rufino María Grández Santas y Beatas de la II Orden Franciscana [Tomado de http://fratefrancesco.org/santos/85.clar.htm Fr. Tomás Gálvez (22-5-2002)]. 1 Santa Clara de Asís virgen, fundadora de la segunda Orden franciscana, nacida en 1194 - +

11-8-1253; celebración el 11 agosto. 2 Santa Inés de Asís, virgen, hermana de Santa Clara, nacida en 1197 - + 27-8-1253;

Benedicto XIV; celebración el 19 noviembre. 3 Santa Inés de Praga, virgen, Bohemia, nacida en 1211 - + 2-3-1282; celebración el 2 marzo. 4 Santa Coleta de Corbie virgen, francesa fundadora de las Coletinas, 13-1-1981 - + Gand,

Bélgica 6-3-1447; celebración el 7 febrero. 5 Santa Catalina Vigri de Bolonia virgen, italiana, nacida en 8-9-1413, + 9-3-1463; celebración

el 9 mayo. 6 Santa Eustoquia Esmeralda Calafato de Messina virgen, italiana, nacida en Annunziata di

Sant'Angelo di Brolo 25.3.1434 - + Mesina 20-1-1485; celebración el 19 enero. 7 Santa Beatriz de Silva Meneses virgen,, fundadora de las Hermanas Concepcionistas,

nacida en Ceuta hacia 1426 - + Toledo 9-8-1492; celebración el 17 agosto. [Nota. Las hijas de Santa Beatriz de Silva se llaman “concepcionistas franciscanas”, pero no profesan la Regla de tradición clariana].

8 Santa Juana de Valois o de Francia viuda, nacida en Nogent-le Roy 23-4-1464 - + Buorges 4-2-1505; celebración el 3 febrero

9 SANTA VERÓNICA GIULIANI virgen, italiana, clarisa capuchina, nacida en Mercatello sul Metauro 27-12-1660 - + Cittá di Castello 9-7-1727; celebración el 10 julio.

10 Santa Cunegunda de Hungría o Kinga de Polonia virgen, urbanista, nacida en 1224 - + Stary Sacz 25-7-1292; celebración el 22 julio.

11 Beata Salomé de Cracovia virgen, polaca, nacida en 1211 - + 17-11-1268; celebración el 18 noviembre

12 Beata Isabel de Francia virgen, hermana del rey Luis IX, nacida en París 1225 + 23-2-1270; celebración el 23 febrero

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13 Beata Margarita Colonna virgen, urbanista italiana, nacida en Palestrina 1254 - + Castel Santa Pietro 30-12-1280; celebración el 30 dic.

14 Beata Felipa Mareri virgen, italiana, nacida en Borgo Santa Pietro hacia 1195 - + 16-2-1236; celebración el 16 febrero

15 Beata Yolanda de Hungría virgen, urbanista, nacida en Budapest hacia 1235 - + Gniezno, Polonia 11-6-1298; celebración el 12 junio.

16 Beata Matía De Nazzarei virgen, urbanista italiana, nacida en Matélica hacia 1253 + 28-12-1320; celebración el 28 julio

17 Beata Clara de Rímini viuda italiana, nacida en 1280 + 10-2-1326; celebración el 11 febrero 18 Beata Petronila de Troyes virgen, francesa, nacida en hacia 1300 + Moncel 1-5-1355;

celebración el 3 mayo. 19 Beata Feliz Meda de Milán, nacida en 1378 - + Pésaro 30-9-1444; celebración el 30

septiembre. 20 Beata Antonia de Florencia virgen, italiana, nacida en 1401 - + L'Áquila 28-2-1472;

celebración el 28 febrero 21 Beata Serafina Sforza viuda italiana, nacida en Urbino 1434 - + Pésaro 8-9-1478; celebración

el 8 septiembre. 22 Beata Luisa de Saboya viuda coletina suiza, nacida en Ginebra 28-12-1462 - + Orbe 24-7-

1503; celebración el 24 julio. 23 Beata Paula Montaldi de Mántua virgen, urbanista, nacida en Volta Mantovana 1443 - +

Mántua 18-8-1514; celebración el 20 noviembre. 24 Beata Margarita de Lorena viuda francesa, nacida en Vaudémont 1463 - + Mortagne 2-11-

1521; celebración el 3 noviembre. 25 Beata Camila Bautista de Varano virgen, italiana, nacida en Camerino 9-4-1458 - + 31-5-

1524; celebración el 30 mayo. 26 BEATA ÁNGELA MARÍA ASTORCH virgen, clarisa capuchina española, nacida en Barcelona 1-9-

1592 - + Murcia 2-12-1665; celebración el 21 dic. 27 BEATA MARÍA MAGDALENA MARTINENGO virgen, clarisa capuchina italiana, nacida en Brescia 4-

10-1687 - + 27-7-1737; celebración el 27 julio. 28 Beata Josefina Leroux virgen y mártir, urbanista francesa, nacida en Cambrai 23-1-1747 - +

Valenciennes 23-10-1794; celebración el 24 oct. 29 BEATA FLORIDA CÉVOLI (Lucrecia Elena) virgen, clarisa capuchina italiana, Pisa 11-12-1685 -

+ Cittá di Castello 12-6-1767; Beatificada el 16-5-1993; celebración el 12 junio. 30 BEATA MARÍA TERESA KOWALSLA virgen y mártir, clarisa capuchina polaca, nacida en 1902 - +

Dzialdowo 25-7-1941; celebración el 26 junio. 31 Beata Elena Enselmini virgen, italiana, nacida en Padua hacia 1208 - + 4-11-1242;

celebración el 7 noviembre.,. 32 Beata María Crucificada Satellico virgen, italiana, nacida en Venecia 31-12-1706 - + Ostra

Vetere 8-11-1745; celebración el 21 noviembre. 33-37 Cinco mártires españolas clarisas capuchinas Tres hermanas carnales de Algemesí C BEATA MARÍA DE JESÚS (M. Vicenta), nacida en Algemesí 12-1-1882). C BEATA MARÍA VERÓNICA (M. Joaquina), nacida en 15-6-1884 y C BEATA MARÍA FELICIDAD MASIÁ FERRAGUD, nacida en 28-8-1890, + Cruz Cubierta de Alzira,

25-10-1936, asesinadas junto con su madre y otra hermana, religiosa agustina. C BEATA ISABEL CALDUCH ROVIRA, nacida en Alcalá de Chivert (Castellón) 9-5-1882, +

Cuevas de Vinromá (Castellón) 14-4-1937. C BEATA MILAGRO ORTELLS GIMENO, nacida en Valencia 29-9-1882, + Picadero de Paterna

20-11-1936. Beatificadas por Juan Pablo II 11-3-2001. Del grupo de los 233 mártires de Valencia. [Celebración el 25 de octubre].

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Coloquios espirituales 6 La Presentación de María Mi querida Lidia: Hoy es 20 de noviembre, sábado, día libre en el calendario de la Iglesia; y mañana es día 21, Presentación de María. Pero...no: mañana es domingo, domingo final del ciclo litúrgico, por lo mismo, Solemnidad de Jesucristo Rey del universo. La querencia filial a la Virgen María nos invita a trasladar votivamente a hoy la Memoria de la Presentación. ¡Qué misteriosa presencia la de la Virgen María, cuyo amor nos han inculcado desde niño y que se nos ha quedado por dentro como una marca que permanece hasta la muerte! La Presentación de María en nuestra adolescencia de Niños Seráficos era la fiesta bella de María, allí en el Seminario de la Divina Pastora de Alsasua ( Navarra). Ese día se engalanaban los pasillos con guirnaldas de papel en colores; se le paseaba a la Virgen, y se hacía la consagración a la Virgen como “esclavos de María”, según la práctica de Luis María Grignion de Montfort Sí que es importante que en nuestra vida haya parques de poesía que podamos recordar con agrado, y que en estos parques al figura de la Virgen sea una memoria grata, serena y convincente... Hoy celebramos la Presentación de María y ese parque de Belleza al que aludo, para mí en este momento lo constituye la liturgia, que celebra el misterio y nos educa para el misterio. Una fiesta sorprendente y razonable

Pablo VI, de benditísima memoria, tras el Concilio escribió una de sus perlas, la exhortación Marialis cultus (1974), “para la recta ordenación y desarrollo del culto a la Santísima Virgen María”. Habla en la parte primera de “el culto a la Virgen en la liturgia”. Dice que las fiestas de la Virgen se estructuran en tres categorías: las cuatro celebraciones centrales (Inmaculada, Santa María Madre de Dios, Anunciación del Señor, Asunción de María); vienen a continuación las fiestas “que conmemoran acontecimientos salvíficos, en los que la Virgen estuvo estrechamente vinculada al Hijo” (Natividad, Visitación, Dolores, Presentación del Señor); en tercer lugar, un capítulo amplísimo de celebraciones por diversos títulos: de origen local, advocaciones, devociones, etc. Aquí entra la Presentación de María, de la que dice: “...y algunas más que, prescindiendo del aspecto apócrifo, proponen contenido de alto valor ejemplar, continuando venerables tradiciones, enraizadas sobre todo en Oriente (21 de noviembre: La Presentación de la Virgen María)” (núm. 8). La Presentación de María ha quedado, pues, como memoria obligatoria para la Iglesia latina, y es un modo de enlazar con nuestros hermanos de Oriente, que honran a María con verdadera gracia del Espíritu. No pretendemos con ello canonizar ningún Evangelio apócrifo, sino penetrar en lo profundo... Seguramente que los Evangelios apócrifos no los entendemos. Los descartamos como fantasías - por eso la Iglesia no los admitió - pero, aun con todo, no sabemos hacer una lectura en profundidad, una lectura simbólica de sus contenidos. El relato apócrifo de María en el Templo desde los tres años

El relato procede del Evangelio de Santiago, que llaman Protoevangelio de Santiago, que procede del siglo II, en sus orígenes; dato muy interesante para percibir tradiciones teológicas que tratan de dar razón del misterio de la virginidad de María, que así lo consignaron, como dato revelado, los Evangelios de Mateo y Lucas. Leamos el apócrifo (Los Evangelios Apócrifos, por Edmundo González Blanco. Puede verse en Internet, mediante un “Buscador”, poniendo: Protoevangelio de Santiago). Fiesta del primer año

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VI 1. Y la niña se fortificaba de día en día. Y, cuando tuvo seis meses, su madre la puso en el suelo, para ver si se mantenía en pie. Y la niña dio siete pasos, y luego avanzó hacia el regazo de su madre, que la levantó, diciendo: Por la vida del Señor, que no marcharás sobre el suelo hasta el día que te lleve al templo del Altísimo. Y estableció un santuario en su dormitorio, y no le dejaba tocar nada que estuviese manchado, o que fuese impuro. Y llamó a las hijas de los hebreos que se conservaban sin mancilla, y que entretenían a la niña con sus juegos.

2. Y, cuando la niña llegó a la edad de un año, Joaquín celebró un gran banquete, e invitó a él a los sacerdotes y a los escribas y al Consejo de los Ancianos y a todo el pueblo israelita. Y presentó la niña a los sacerdotes, y ellos la bendijeron, diciendo: Dios de nuestros padres, bendice a esta niña, y dale un nombre que se repita siglos y siglos, a través de las generaciones. Y el pueblo dijo: Así sea, así sea. Y Joaquín la presentó a los príncipes de los sacerdotes, y ellos la bendijeron, diciendo: Dios de las alturas, dirige tu mirada a esta niña, y dale una bendición suprema.

3. Y su madre la llevó al santuario de su dormitorio, y le dio el pecho. Y Ana entonó un cántico al Señor Dios, diciendo: Elevará un himno al Señor mi Dios, porque me ha visitado, y ha alejado de mí los ultrajes de mis enemigos, y me ha dado un fruto de su justicia a la vez uno y múltiple ante Él. ¿Quién anunciará a los hijos de Rubén que Ana amamanta a un hijo? Sabed, sabed, vosotras las doce tribus de Israel, que Ana amamanta a un hijo. Y dejó reposando a la niña en el santuario del dormitorio, y salió, y sirvió a los invitados. Y, terminado el convite, todos salieron llenos de júbilo, y glorificando al Dios de Israel.

Consagración de María en el templo

VII 1. Y los meses se sucedían para la niña. Y, cuando llegó a la edad de dos años, Joaquín dijo: Llevémosla al templo del Señor, para cumplir la promesa que le hemos hecho, no sea que nos la reclame, y rechace nuestra ofrenda. Y Ana respondió: Esperemos al tercer año, a fin de que la niña no nos eche de menos. Y Joaquín repuso: Esperemos.

2. Y, cuando la niña llegó a la edad de tres años, Joaquín dijo: Llamad a las hijas de los hebreos que estén sin mancilla, y que tome cada cual una lámpara, y que estas lámparas se enciendan, para que la niña no vuelva atrás, y para que su corazón no se fije en nada que esté fuera del templo del Señor. Y ellas hicieron lo que se les mandaba, hasta el momento en que subieron al templo del Señor. Y el Gran Sacerdote recibió a la niña, y, abrazándola, la bendijo, y exclamó: El Señor ha glorificado tu nombre en todas las generaciones. Y en ti, hasta el último día, el Señor hará ver la redención por Él concedida a los hijos de Israel.

3. E hizo sentarse a la niña en la tercera grada del altar, y el Señor envió su gracia sobre ella, y ella danzó sobre sus pies y toda la casa de Israel la amó.

Pubertad de María

VIII 1. Y sus padres salieron del templo llenos de admiración, y glorificando al Omnipotente, porque la niña no se había vuelto atrás. Y María permaneció en el templo del Señor, nutriéndose como una paloma, y recibía su alimento de manos de un ángel.

2. Y, cuando llegó a la edad de doce años, los sacerdotes se congregaron, y dijeron: He aquí que María ha llegado a la edad de doce años en el templo del Señor. ¿Qué medida tomaremos

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con ella, para que no mancille el santuario? Y dijeron al Gran Sacerdote: Tú, que estás encargado del altar, entra y ruega por María, y hagamos lo que te revele el Señor.

3. Y el Gran Sacerdote, poniéndose su traje de doce campanillas, entró en el Santo de los Santos, y rogó por María. Y he aquí que un ángel del Señor se le apareció, diciéndole: Zacarías, Zacarías, sal y reúne a todos los viudos del pueblo, y que éstos vengan cada cual con una vara, y aquel a quien el Señor envíe un prodigio, de aquel será María la esposa. Y los heraldos salieron, y recorrieron todo el país de Judea, y la trompeta del Señor resonó, y todos los viudos acudieron a su llamada.

José, guardián de María

Y José, abandonando sus herramientas, salió para juntarse a los demás viudos, y, todos congregados, fueron a encontrar al Gran Sacerdote. Este tomó las varas de cada cual, penetró en el templo, y oró. Y, cuando hubo terminado su plegaria, volvió a tomar las varas, salió, se las devolvió a sus dueños respectivos, y no notó en ellas prodigio alguno. Y José tomó la última, y he aquí que una paloma salió de ella, y voló sobre la cabeza del viudo. Y el Gran Sacerdote dijo a José: Tú eres el designado por la suerte, para tomar bajo tu guarda a la Virgen del Señor. * * * María es virgen, es sin mancha. Se nutre en el Templo como una paloma. Es alimentada por los ángeles. La escena nos evoca el estado paradisíaco de Adán. María, a la edad de la primera menstruación, no ha de mancillar el Templo: signo de una mentalidad levítica, totalmente superada en la evolución de la fe cristiana. Se le busca un guardián de su virginidad. Por eso se convoca a los viudos de Israel para saber quién es el elegido. José es el elegido por Dios. “Tú eres el designado por la suerte, para tomar bajo tu guarda a la Virgen del Señor”. José es viudo - y así se explican “los hermanos” de Jesús - y es anciano, lo que favorece para explicar la virginidad integral de María. Una fiesta con sabor a Jerusalén

Mi querida Lidia, la hermosura de esta fiesta la entendemos mejor, si captamos su sentido histórico. He aquí lo que yo aprendí en Jerusalén, al poco tiempo de llegar, estudiando en el convento de La Flagelación (en la Via Dolorosa) y lo que dejé plasmado en himno para este día. Me copio a mí mismo del Himnario de la Virgen María: Ciclo anualde celebraciones de la Virgen en la Liturgia de las Horas (Burlada, Curia provincial de capuchinos, 1989).

“El 20 de noviembre del año 543, bajo el emperador Justiniano, fue dedicada en Jerusalén la iglesia llamada Santa María la Nueva, la Nea [en griego] (excavaciones arqueológicas en 1969-1971), espléndida iglesia descrita por el contemporáneo Procopius. Asociada a esta dedicación se celebra la fiesta de la Presentación de María. La Theotokos antigua era la iglesia constantiniana, emplazada donde hoy está la de Santa Ana (entre la Via Dolorosa y la Puerta de San Esteban). Pero el culto de María estaba asociado en Jerusalén, desde tiempos anteriores, a la tumba, hoy llamamos Tumba de la Virgen, en la zona del Monte de los Olivos, en un terreno que era zona sepulcral en el siglo I. ... La Virgen toda santa, consagrada al Señor, es la Virgen pensada por la Iglesia de Jerusalén. Con este trasfondo de Iglesia Madre jerosolimitana cantamos a la Virgen, un himno compuesto precisamente en Jerusalén y en la fiesta de la Presentación de María”. Himno para este día, compuesto en Jerusalén, en la fiesta de la Presentación del Señor, 1984

Jerusalén la amó desde el principio

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y santa la pensó, Eva sin mancha, María siempre Virgen, bendecida, por gracia de Jesús santificada.

Jerusalén guardó entre sus olivos al huella de una tumba iluminada; no cae en el torrente de la muerte quien va a María, senda de esperanza.

Jerusalén la amaba y bendecía, porque era suya y en ella se gozaba; ¡oh santa Iglesia, madre de las gentes, que miras a María y ves tu alma!

Jerusalén por ella, toda hermosa, un templo y otro templo dedicaba; ¡oh templo santo tú, Virgen humilde, en ti por fe y amor tu Dios descansa!

Jerusalén recuerda eternamente y sabe de ella que es la consagrada; oh Madre del Señor, santa María, por ti, por tu oración, venga su gracia!

¡Oh Cristo del Calvario y del Jardín, al Padre consagrado en las entrañas, la gloria tuya brille con los tuyos y sea él la gloria de su casa! Amén.

Mi querida Lidia, quizás en tu comunidad tengáis a la Divina Infantita, o “acostadita” (Natividad de María) o “paradita” (Presentación de María). De esta Divina Infantita hay divinos primores..., en su rostro y en sus vestidos de encaje..., primores del amor. Los caminos del amor, Él los sabe. Recibe mi saludo y mi cariño Casa de Formación Santa Verónica, 20 de noviembre de 2004 fr. Rufino María Grández

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Coloquios espirituales 7

Dominus flevit (Lc 19,41)

Sobre las lágrimas de Jesús, puerta de su santa e insondable humanidad, y sobre el borriquillo que llevó a Jesús Mi querida Lidia: El jueves de la semana pasada, al pasar la lectio del miércoles, tuvimos el Evangelio del Dominus flevit (Lc 19,41-44. Dominus flevit

¡Qué emoción y qué recuerdos! Al punto quise escribir una “lectio divina” sobre ese solo versículo. Et cum appropinquavit, videns civitatem flevit super illam. Mi mente voló a Jerusalén, al Monte de los Olivos. En la bajada al torrente Cedrón (vaguada seca todo el año; sólo cuando llueve, cauce de aguas) de frente al muro oriental de la ciudad, hay una capillita. El altar está puesto de modo que, al celebrar, uno mire a Jerusalén; y la pared de fondo no es pared, es una cristalera: antes mis ojos, Jerusalén, el muro de la ciudad, que es la terminación del área del templo, la cúpula dorada de la mezquita levantada donde en tiempos estaba el templo. Este lugar se llama Dominus flevit: el Señor lloró. Hay tres lloros de Jesús en el Nuevo Testamento. El primer cuando la muerte de su amigo Lázaro: “Jesús derramó lágrimas” (ésta es la frase), lágrimas que recogió el evangelista Juan (Jn 11,35). Observa, querida Lidia, que estas lágrimas se las pegó María de Betania, que “lloraba” y también “lloraban” los amigos judíos (11,33). Pero los sutiles intérpretes anotan que el evangelista, hablando de María y otros (como la viuda de Naím: “No llores” Lc 7,13), dicen “llorar”, y en este caso, hablando de Jesús, dice: “Jesús derramó lágrimas”. Lágrimas que, a lo mejor, hay que ponerlas en relación con otro lloro de Jesús, en el Monte de los Olivos, cuando Jesús ofreció “ruegos y súplicas, con poderoso clamor y lágrimas, al que podía salvarle de la muerte” (Hb 5,7). La frase de Hebreos, la han escrito en el frontispicio de la Basílica del Monte de los Olivos. Lágrimas de agonía. En la muerte de Lázaro ¿también hay lágrimas de agonía? Sabemos, ciertamente, que son lágrimas de amor, como la gente lo ha comentado: “Mirad cómo lo quería” (Jn 11,36). Jesús, como derribado por sus sentimientos, al igual que los demás, ha llorado humanamente. Pensé, pues, en una “lectio divina”, y pensé, incluso, que esta “lectio divina” sería “mistagogía”; es decir, que estas lágrimas iban a ser la puerta para meternos por los caminos de la santa humanidad de Jesús, para preguntarnos cómo vibra esta humanidad, cómo se funden el misterio divino y humano en un solo sujeto. Este Año Eucarístico es un año de mistagogía. Referida la palabra a la liturgia, recordarás lo que nos escribió el Papa en la carta apostólica Mane nobiscum: “Los Pastores deben dedicarse a la catequesis mistagógica, tan valorada por los Padres de la Iglesia, la cual ayuda a descubrir el sentido de los gestos y palabras de la Liturgia, orientando a los fieles a pasar de los signos al misterio y a centrar en él toda su vida. Yo también quiero pasar de los signos al misterio, y centrarme en el misterio. Los signos y la realidad son las lágrimas que derramó Jesús; el misterio es su santa humanidad, que es lo más cercano a nosotros, pero, simultáneamente, del todo divino. Las cosas que quiero decirte, me resulta difícil ponerlas en forma esquemática de “lectio”, con sus pasos, con su proceso (que, al fin y al cabo, es convencional). En estos momentos mi corazón es más exuberante que los pasos metódicos de una lectio; y, aunque lo que quiero entregarte, mi amada Lidia, es “lectio”, creo que es también más que lectio y distinto de lectio. Aquí va. Y te anticipo:

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- Pongo unos apuntes dispersos sobre lágrimas. Como mujer es muy fácil que sepas, que vivas, que intuyas... más que yo. - Luego, penetrando las lágrimas de Jesús, quisiera hacer “mistagogía”. - Pero después de estas lágrimas de la bajada del Monte de los Olivos en Lc 19,14, quiero ir un poquito más atrás para observar esa explosión de sentimiento humanos, tomando algunos rasgos desde la decisión, con plena voluntad, de entrar en Jerusalén: “marchaba por delante, subiendo a Jerusalén” (19,26). Nos entendemos perfectamente, ¿no es así? I APUNTES DISPERSOS SOBRE LÁGRIMAS Lágrimas humanas, signo del corazón

Las lágrimas humanas las asociamos a la percepción sensorial del gusto, y con palabras que afectan al paladar hablamos de lágrimas amargas, y lágrimas dulces. Las lágrimas de “dis-gusto” son las lágrimas amargas. Mirando a las impresiones que producen en el alma, hablamos de lágrimas de pena, y lágrimas de alegría. Nuestra lengua ha creado expresiones varias con las lágrimas que se lloran: lágrimas de piedad, lágrimas de sangre, valle de lágrimas, paño de lágrimas, deshacerse

en lágrimas, llorar a lágrima viva, quedar bañado en lágrimas. Los animales padecen algún fenómeno de secreción que, en algunas ocasiones, tienen una semejanza externa con las lágrimas. En el fondo, es del todo diverso, porque el animal ni sonríe, ni llora. Derramar lágrimas es algo específicamente humano. Por las lágrimas el hombre manifiesta su interioridad. Las lágrimas son simbólicas. Se producen simbólicamente cuando la carga de sentimientos rompe la membrana frágil que, por así decir, separa la zona interior de la exterior. Las lágrimas pertenecen a la “pasión” de las emociones, y nos revelan algo del misterio del ser humano. Tomamos, pues, las lágrimas como signos del ser, signos naturales, no signos convencionales. La fenomenología de las lágrimas se despliega en muchísimos matices: - impotencia y rabia - dolor por un sentimiento suscitado en el alma ante la presencia de lo adverso, inevitable o evitable - ternura, que es como el “amor derretido”, - pura suavidad. Hay una experiencia rica de lágrimas: lágrimas derramadas, lágrimas retenidas, lágrimas nunca jamás suscitadas. Hay - o puede haber - un rechazo latente a las lágrimas, como algo impropio de la “fuerza” que compete al varón. Privarnos de nuestras propias lágrimas es secar el corazón. Las lágrimas pertenecen al ser, tanto - las lágrimas a solas, - como las lágrimas en público (sin espectáculo). Si uno se detiene sobre sí mismo, observa que el terreno de la afectividad en muchas zonas es un terreno inculto. Esto en modo alguno es una perfección humana, sino, por el contrario, un “minus”. II MISTAGOGÍA DE LAS LÁGRIMAS DE JESÚS Don de lágrimas

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El don de lágrimas es un don espiritual, unido a la oración, o mejor a momentos concentrados que ha suscitado la fe. Y los motivos son varios: - Lágrimas de dolor (de los pecados). Son las lágrimas de Pedro: “lloró amargamente”. - Lágrimas de ternura, es decir, lágrimas de amor que aboca a la ternura. - Lágrimas de “com-pasión”. Haciendo propio el sufrimiento de otro; y especialmente el sufrimiento de Jesús. Jesús bajo el don de lágrimas

Las lágrimas de Jesús nos delatan y retratan su sensibilidad humana, y al mismo tiempo nos llevan al terreno del Espíritu para empezar a entender que sus lágrimas son un “don de Encarnación”. Lágrimas de Adán: El llanto de Adán El santo monje Silvano del Monte Athos tiene un tratado sobre El llanto de Adán. Las lágrimas de Adán bañan a la humanidad y preparan el misterio de la redención que Dios, de su parte, lo ha decidido por amor. Las lágrimas de Jesús, acceso a su misterio Las lágrimas de Jesús son evidencia de su sensibilidad humana. Es un primer plano de comprensión. Las lágrimas de Jesús son signo de que el Espíritu actúa en su corazón. Es un segundo plano. Las lágrimas de Jesús son signo de las “lágrimas de Dios” por el hombre. Si efectivamente en Dios hay “alegría”, por el mismo argumento en Dios hay lágrimas. La realidad de las lágrimas de Jesús nos llevan - a descubrir una antropología en el corazón de Jesús, el Señor; - y nos lanzan al misterio de Dios (la pura Teología), que se alegra y que llora. “Com-pasión” (Rm 8,17) Entrar en las lágrimas de Jesús es igual que entrar en la “com-pasión”. Podemos “padecer-con” Jesús (syn-pasjô), para ser “con-glorificados” (com-patimur - con-glorificemur). III LAS LÁGRIMAS DE “DOMINUS FLEVIT” Las lágrimas, estallido de un cúmulo sucesivo de sentimientos

Las lágrimas de Jesús (Lc 19,41) se producen, no repentinas y efímeras, sino como el estallido de unos sucesos que se han ido concatenando. Podemos descubrir en el Evangelio el relato de los sentimientos de Jesús. El exegeta sabe que no puede leer los Evangelios como una biografía, y menos como una biografía psicológica; pero seríamos traidores a Lucas, si no captamos que, en realidad, el evangelista perito en la narración, al tejer su relato, está describiendo sentimientos. Al captarlos, tenemos datos para plantear algo que transciende a la misma narración: cómo era - y en consecuencia, es - la santa humanidad de Jesús, dote de la Encarnación. Análisis de la voluntad que manifiesta Jesús

Podemos iniciar nuestro análisis, al filo del tercer Evangelio, en Lc 19,28: “Y dicho esto, marchaba por delante subiendo a Jerusalén”. El viaje ha comenzado 9,51: “se afirmó en su voluntad de subir a Jerusalén”. Los sentimientos de Jesús radican aquí en una decisión iluminada, firme, que no admite marcha atrás, la decisión de “subir” (es la expresión técnica) a Jerusalén. Imposible hurtarse, en una exégesis rigurosa, a interpretar ambos versículos en la zona de los sentimientos, en el aspecto volitivo del hombre Jesús. El estudio de la voluntad de Jesús, que ofrece múltiples rasgos en el Evangelio, nos lleva a estas observaciones:

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- una voluntad iluminada, y la iluminación procede de la misma identidad de Jesús, que “hace lo que quiere”. - una voluntad diamantina, en la que él es el autor de sus propias decisiones, - una voluntad de cara a la causa total; a Jesús nunca se le ve dudoso de lo que debe hacer, - una voluntad no compartida en este caso con nadie: las decisiones últimas las tomamos en solitario, y no son el resultado de un consenso (Jesús no ha consensuado con nadie su misión); - pero una voluntad que supone obediencia al Padre, dependencia del Padre. - Una voluntad conquistadora: se trata, en realidad, no de un viaje, sino de una marcha dinámica a Jerusalén. - Una voluntad que le convierte en pionero de la causa: Jesús “va por delante”. - Una voluntad enamorada: ir a Jerusalén es ir a la muerte. - Una voluntad que asume la totalidad de destino, pasando por encima de todos los riesgos. Nuestra voluntad, dañada por el pecado, no la podemos poner en paragón con Jesús. Nuestra voluntad oscila entre la terquedad y la valentía. A nuestra voluntad le falta iluminación. Esta voluntad mía no ofrece condiciones para ser santo, si Dios no la arregla. Una voluntad de santo supone: clarividencia, para afirmar y no dudar; decisión para lanzarse y no volver atrás; goce secreto de vida en la donación de la voluntad.

Sin una voluntad regenerada yo no puedo ser santo: voluntad firmísima sin terquedad u obstinación, voluntad compenetrada con los ideales de la propia identidad. La inconsciencia con respecto a mi propia voluntad paraliza mi labor. Saber lo que quiero es llegar al centro del ser. Puedo uno pasarse la vida en los bordes de la propio voluntad, sin entrar en sí, sin dialogar hasta el fondo con la potencia de la propio voluntad.

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La observación de la propia voluntad nos lleva a resultados descorazonadores. Nuestra voluntad aparece sin consistencia, sin la capacidad generadora suficiente para formar un proyecto. Y entonces nos dejamos ir al “vaivén” de sentimientos, que no puede fraguar en nosotros Señorío y dignidad, sencillez, magnificencia, goce y ternura

La escena del borriquillo, en el que nadie ha montado todavía, nos abre a una fascinante interioridad de Jesús. La designación por parte del evangelista de Jesús como “el Señor” nos remite a algo muy personal que Jesús ha irradiado de sí. En todo

instante él ha sido el Señor, tanto que Lucas pone la palabra en labios mismos de Jesús para aplicárselo a sí mismo. Tocamos una vivencia que pertenece a Jesús y en al cual no se puede entrar sino de modo contemplativo. El señorío lo lleva Jesús de Nazaret en todas las células del ser. IV SOBRE EL BORRICO QUE LLEVÓ A JESÚS Y LOS SENTIMIENTOS QUE JESÚS PUDO TENER Canción para el borrico que llevó a Jesús, titulada. “¡Si el borrico lo supiera...!” 1. Este borrico no sabe el Borriquero que lleva: ¡oh divino Caballero, que en un borrico te asientas...! ¡Si el borrico lo supiera...! 2. Nunca tuvo a un hombre encima,

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porque ésta es la vez primera, y le ha tocado ser silla del Hombre-Dios en la tierra. ¡Si el borrico lo supiera...! 3. Con su pelito mullido a una cuna se asemeja; ya Jesús huele a pesebre, que Encarnación le recuerda. ¡Si el borrico lo supiera...! 4. Camina con alegría el borrico que se estrena, y con ojos infantiles mira a derecha e izquierda. ¡Si el borrico lo supiera...! 5. Sus pezuñas marcan paso, pero no tocan la tierra, que va pisando los mantos de los discípulos echan ¡Si el borrico lo supiera...! 6. Va pisando corazones, mientras cabalga y alienta: el mío también lo pisa, mi sangre que a Cristo besa. ¡Si el borrico lo supiera...! 7. Y Jesús, alma de niño, fuego de Dios y profeta, envuelto en adoraciones a su pueblo se presenta ¡Si el borrico lo supiera...! 8. ¿Por qué eres así, Jesús, con alma tan fuerte y tierna? ¿Por qué tuviste al final esa divina ocurrencia? ¡Si el borrico lo supiera...! 9. ¿Por qué eres de enamorar en borrico de faena? ¿Por qué eres un Dios humano tan cerca, tan cerca-cerca...? ¡Si el borrico lo supiera...! 10. Una caricia le hiciste con tu mano a su cabeza, y con cariño aldeano le miraste las orejas. ¡Si el borrico lo supiera...! 11. ¡Ya viene el Rey anunciado, Mesías de las promesas! Miradle glorioso y bello, que en un pollino se acerca. ¡Si el borrico lo supiera...!

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12. Jesús de mis labios y ojos, Jesús de la tumba nueva: beso tus pies adorables y la bestia que te lleva. ¡Si el borrico lo supiera...! La necesidad que el Señor tiene de un borrico - “Porque el Señor lo necesita” (v. 34) - nos adentra más en las necesidades de su santa humanidad. Es el Señor... ¡y lo necesita! Su humana sensibilidad se hace partícipe de nuestras necesidades. Lo necesita porque el borriquillo va a ser, en este caso, un heraldo profético. ¡Bendito él! La sensibilidad de Jesús se acerca a un animalito, que en este momento le va a hacer un precioso servicio. ¡Qué mejor consagración para su tarea que el haber servido de trono a este divino personaje! No sabemos cómo se comportó Jesús con los animales domésticos: los perros, los gatos, las gallinas..., animales y bichos que le dieron buenos servicios. Pero en este caso le vemos frente a un pollino, hijo de asna, porque es el Señor, y ¡el Señor lo necesita! Tanto es así, que sin el pollino no había profecía... La ternura poética de Jesús por el mundo bello, por el mundo inocente, en este caso se hizo ternura profética, y dio gracias a aquel sumiso animal que le prestó el lomo como silla de cabalgadura. Aquel hijo de asna fue más amable que la sabia burra de Balaam, que con todo derecho se indignó contra su duro dueño. De todas maneras, y sea lo que sea de lo que vamos diciendo, Jesús, por su sensibilidad humana, entró en contacto con el burrito, al que acarició..., y le habló como se habla a los animales: ¡Hala, pórtate bien! Y ¡gracias! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! Y ¡bendito también el borrico que lo ha traído! La explosión de las lágrimas

Toda esta carga de ternura llevaba Jesús por dentro cuando lloró. Las lágrimas se hacen más lágrimas cuando van cargadas de una inmensa espesura de ternura. Debajo de las lágrimas de Jesús estaba lo que antecede: voluntad, ternura y... también indignación. Porque, mirando a algunos fariseos, miró también a las piedras, y dijo: “Si éstos se callan (el pueblo que le rinde el homenaje), gritarán las piedras”. * * * No, no griten las piedras, querida Lidia. Griten nuestros corazones y acérquense reverentes a honrar la santa humanidad de Jesús. Desde él recibe mi afecto Cuautitlán Izcalli, 24 de noviembre de 2004 fr. Rufino María Grández

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Coloquios espirituales 8 Navegando por el misterio de la vida (Meditación a los 68 años) Mi querida Lidia: Hoy cumplo 68 años. He de hacer uso de la imaginación para saber lo que estoy diciendo: que cumplo 68 años. Porque yo fui siempre joven, desde que, niño de once años sin cumplir, el 27 de agosto de 1947, traspasé el umbral del Seminario Seráfico de Alsasua, y recibí el hábito de Seráfico. En el noviciado me quedé el último de la lista, que se hacía no por alfabeto, sino “por orden de antigüedad”, según decíamos de niños. Y, al llegar a la ordenación sacerdotal (2 abril 1960), hubo que acudir a Roma, por defecto de edad, para pedir dispensa de ocho meses que faltaban hasta alcanzar la edad canónica. Fui a estudiar Teología y Biblia: Friburgo de Suiza y Roma. A los 27 años era profesor de Sagrada Escritura en nuestro Teologado de Pamplona; a los 28, director espiritual de aquella Casa de formación que tenía 40 alumnos. Datos que me hacen sonreír con cierta malicia, porque hoy, para hablar del grupo de los jóvenes, suelen incluir a los de menos de 50 años, y el más joven de estos adultos tiene 31 años, edad en la que no se puede tener el carnet de joven en la Unesco... Recuerdos..., sí, porque estoy hablando de hace 40 años. Pero hoy, quiéralo o no, tengo esa edad..., que no me apetece repetir. Como otros años, por la noche he tomado el Breviario y he rezado el Te Deum; por la noche, porque yo nací a las 01 horas del 5 de diciembre de 1936. Lidia, acaso tenga la edad de tu papá, o, como me dijo un día una candorosa profesa, para hacerme un obsequio: “¡Ay!, los mismos años que mi abuelita...” Y decía la verdad con todo candor. Claro que yo me pensé: ¡Pero qué abuelita más joven tiene esta hermana! Aquí, en México, en esta vertiente de mi vida me voy acostumbrando a ser padre indulgente y abuelo cariñoso, a quien le parece bien todo lo que hacen sus nietas..., por una sabia ley intrínseca del amor. Evocaciones

Estoy diciendo estas cosas a ti, que eres Lidia; porque, si no fueras Lidia, una súplica: No sigas leyendo, pues a nadie le gusta que le tengan por un insulso, por un ridículo narcisista al hablar de sí. Si lo escribo, lo hago porque quiero compartir contigo - por la dulce necesidad de la amistad - una granito de sabiduría de vida. ¡La vida! ¡La vida...! ¡Qué bella... y qué fugaz! ¡Qué fascinante! ¡Qué frágil! La sensación de la fugacidad de la vida me ha acompañado siempre. Déjame que vuelva con el corazón a los días de mis decenas, que han marcado las etapas de la vida. De los 30 años recuerdo que aquel día, en clase de Biblia, hice alguna consideración sabia. Un alumno teólogo, que en edad era mayor que yo, me suele recordar las reflexiones graves que yo hice, cual si fuera persona mayor A los 40 yo había corrido mucho. Vivía en la ermita de la Virgen del Castillo. Recuerdo perfectamente que al levantarme (en la ermita dormía sobre la tarima de la habitación), tuve que vencer ciertos pensamientos que me oprimían. Me hice esta reflexión: Ya Dios me acaba de regalar 18 días; puedo decir que todo lo que vivo, lo vivo de propina. Es que mi padre había muerto (1/XII/1947) cuando le faltaban 18 días para cumplir sus cuarenta. Yo me levantaba, pues, con la gracia de Dios, ¡con 40 años! (5/XII/1976). Dicen los americanos: Life starts at forty: “La vida empieza a los cuarenta”, cuando uno se ha preparado, ha criado una familia, que va adelante..., y se encuentra uno en la plenitud del negocio y de la política, con la vida asentada y la vida por delante... A lo mejor tú, Lidia, estás por ahí, rondando los 40..., edad importante. Pero del amor, que es la vida-vida, hablaremos luego; el amor es el reloj de la vida. Los 50 los cumplí de estudiante en Jerusalén (ya había sido provincial de mi querida y gloriosa provincia). En aquella ocasión, mi profesor de tesis, Giovanni Claudio Bottini, de gratísimo recuerdo, me dijo: Mira, en mi Provincia (Los Abruzos, en Italia), había una fraile que decía:

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Mientras no llegues a los 50, mira a los ancianos, a ver cómo hacen; pero cuando llegues a los 50, mira hacia atrás, vuelve la mirada a los jóvenes para enterarte de por dónde va la vida. Me pareció un ingenioso y sensato consejo. Yo tenía que comenzar a mirar hacia atrás para ver por dónde iba la vida. Lástima que ya comenzaban a ser minoría. A los 60, yo me encontraba en Estella, guardián del convento noviciado de la CIC. Y pensé: ¡Es la hora de la sabiduría!; Señor dame tu sabiduría... Los romanos, cuando una llegaba a los 60, le daban el título de “senex”... De manera que yo, retrayendo la mirada hacia atrás, soy un senex de 68 diciembres... Me he acordado muchas veces de que, según pensaba el P. Lázaro, cada etapa de la vida es mejor que la anterior: ¡buen consuelo!; que cada etapa es más rica que la que precede... Esta cura de optimismo viene bien; sólo que hay que estar muy convencido de que así sea. Me dirás: ¡cuánto has vivido...! Sí, he vivido bastante, sobre todo cuando me comparo con la galería de los santos expuestos a nuestra devoción, que me causan rubor. Santos de menos de sesenta años los ha habido a montón... ¿y yo? Este pensamiento me ha dado, en ocasiones, una fuerte sacudida. He vivido - o mejor, voy viviendo - al ritmo de acontecimientos que hacen gruesa historia en la historia de la humanidad. En el ámbito de la Iglesia, el Concilio, verdadero Sinaí o Pentecostés de nuestra era. Allí estaba yo, en la Plaza de San Pedro, estudiante, cuando se abrió el Concilio. En el ámbito de la sociedad el paso, en Europa y América, a la época secular, con el aturdimiento, la quiebra, la dolorosa esperanza que todo esto nos ha producido. Y en nuestra historia doméstica y provinciana, la caída y desmantelamiento de nuestras Provincias, la apertura a un mundo nuevo que viene, nacido bello en los pensamientos, pero con parto dolorido e incierto en la realidad. Estas circunstancias han estado viviendo en mí, y viviendo conmigo; en ellas he respirado. Nuestra vida ha estado zarandeada como en ninguna época precedente de la historia. Pero, navegando por el misterio de la vida, en esta altura hermosa, yo me pregunto por esa confidencia que quiero compartir: ¿Qué es la vida? O: ¿qué es mi vida? Qué es mi vida, sí, para que un día, no sé si inminente o muy lejano, pueda yo coronarla con un éxtasis de amor como nuestra hermana Clara, que, muy cercana a su tránsito, balbució estas palabras: ¡Bendito seas, Señor, porque me creaste! En mi cumpleaños me he visto extremadamente obsequiado por las hermanas de Casa Santa Verónica. De víspera una íntima resistencia me retenía de eso que yo preveía que iba a ser un homenaje efusivo, como lo fue...; pero una hermana, con mucha sencillez y cariño, me dijo: No, hay que aceptarlo, porque, si bien lo entendemos, es una fiesta de todos... Con ojos limpios así quise verlo, y, de mi parte, como respuesta he querido devolver este obsequio confidencial. Acepta estas páginas así. El sentido, cuando todo acabe

Muchas veces nos puede acosar un pensamiento de apariencia humilde, pero sombrío: Yo... ¿qué he hecho en la vida? Porque la las oportunidades se van reduciendo, se van terminando... Pensamiento que se agrava, si entra la comparación viendo a otros compañeros, porque en la vida y a mi edad han hecho “algo”, algo visible, algo en su propia especialidad. Y uno se mira a sí, y vea que ha hecho “cositas”, pero no ha hecho “algo”. Ahora esto, luego aquello..., pero todavía no hay “algo”. Este pensamiento amenaza al sentido de la vida, y hay que encararlo con sabiduría. Una vida sin sentido va a la deriva. Sin sentido no se puede vivir; pero, a decir verdad, el último sentido se nos escapa, y hay que dejarlo a la soberanía divina. Muchas veces ocurre que el sentido trasparece cuando ya la vida ha pasado. Hace falta que todo termine para que uno empiece. El sentido total es lo que da unidad al conjunto. Y la unidad del todo sólo Dios la sabe. He pensado que, si de verdad queremos ser algo, hemos de renunciar a serlo. ¡Qué peligroso es mirar la importancia de la vida por la fama presente! Como si la densidad de la vida fuese el alboroto que se forma en torno a uno, la eficacia de unas realizaciones que se puede contabilizar. Creo que es bueno que uno se proponga, de modo concreto, algo determinado y se empeñe en ello. Un gran humanista español, médico y castizo escritor, sutil investigador de vidas

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humanas, don Gregorio Marañón, escribió un día: “Todo lo que se hace por vocación, por insignificante que parezca, permanece para siempre”. Por esta vocación, que venía de un misterioso latido interior, yo he escrito varios centenares de poemas para orar... Permanecerán un tiempo, incluso cuando yo me vaya. Por vocación, que es cosa más consistente que la profesión; en suma, por amor. Ahí quedará como humilde y válido fruto de vida, que otros han de gustar. Y le da a uno el sabor espiritual de haber visto que la vida es comunión. Pero iba diciendo, mi querida Lidia, que el “sentido” está bajo la soberanía de Dios, y que, algunas veces, surge cuando todo ha pasado. En efecto, hay vidas destinadas a que empiecen cuando todo ha pasado. No nos ha de llevar este pensamiento a declinar nuestra responsabilidad creadora de hoy, sino a entrar mejor en la órbita del misterio y dejar a Dios su plena sabiduría. Las oportunidades, que son muy aleatorias, y que, por otra parte, suelen ser las que dan suerte, fortuna, éxito... en la vida no pueden medir mi talla ante Dios, mi Señor, mi Creador. El sentido es el amor

Una vida que no fue hecha para el amor ¿para qué fue hecha? Un vida que no floreció en el amor, ¿en qué floreció?, mi querida Lidia. El amor es la tarea. El amor es el gozo, superior a cualquier otro, a todos los ensalzamientos profesionales en que puedas alcanzar un logro superior. Aquella locura del “amar y ser amado” (amare et amari) confundió al joven san Agustín, cuya vocación fue el amor desde las raíces. Esa locura del brioso joven fue luego sabiduría y fuego, y ha alimentando, y sigue alimentando, el corazón contemplativo de la Iglesia. El amor es el sentido humano por excelencia de los contados días del hombre sobre la tierra... Es un asunto que cada uno resuelve, desde su plena indigencia, según su visión personal, su audacia, y la gracia del Señor. Asunto sin terminar, porque opino que hasta el último respiro será así: amare et amari..., caso de que uno no atrofie su propio corazón o lo ampute cruelmente. Vale más - opino - haberse equivocado en el amor amando, que no haberse nunca equivocado, por no haber amado. La Encarnación es un misterio de amor, y esto es algo absolutamente divino, absolutamente humano. Per avancemos más y más mar adentro del corazón. Vivir es amar, y vida sin amar, es la vida de un palo seco. Amari et amare

Te diré, porque sé que me entiendes, que el misterio y la esencia de la vida no es el agustiniano amare et amari, sino, dando un salto al infinito: amari et amare, haber sentido el amor para amar y fecundar amor. Primero ser amado, y amar siendo amado; expandir amor cuando el amor está dentro. Cuando alguien habla del amor, puede divagar filosóficamente y emitir, como un surtidor, pensamientos sublimes. Somos luchadores de las palabras, de las ideas y de los sentimientos. Pero, al latido de estos párrafos, verás que no hablo así. Puede una anciana y santa madre, con una soledad de cerca de sesenta años de viudedad, preguntarse: ¿Por qué Dios, en mi juventud, me hizo esto? ¿Por qué me lo quitó? Pregunta que da en la diana del sentido de la vida y se queda sin respuesta. Exactamente igual que la contraria, que acaso uno pueda hacerse: ¿Por qué Dios me quitó al consorte de mi vida, antes de habérmelo dado? Pregunta sabia sin respuesta. Estamos navegando por el misterio de la vida. El celibato o virginidad, antes que una elección bonita de la vida, es un proyecto divino que Dios te revela desde los hontanares de su propio amor, desde la hondura de su propio corazón. Lidia muy querida, el día de tu profesión religiosa ciñeron tus sienes con una corona de flores. ¡Qué hermosa y primaveral estabas! Y seguramente que llevaste un rato esa corona y que guardas fotos. El día de tu profesión perpetua, según costumbre de las Capuchinas, te ciñeron con corona de espinas, y el sacerdote te dijo: “Recibe esta corona de espinas en señal de que

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seguirás a tu Esposo Jesucristo pobre, humilde y crucificado, el Hijo Unigénito de Dios: que or su pasión en la tierra, merezcas participar en su gloria del cielo”. Un signo demasiado austero..., que ciertamente no es preceptivo. Quizás las hermanas te la quitaron para el abrazo, y ya ni las fotos te la recuerdan. El amor ¿es rosas? Oh sí que lo es. ¿Y espinas? ¿Por qué el amor ha de ser espinas...? El amor de cada día, filigrana del sentido de la vida Si decimos que la tarea de la vida es el amor, no nos equivocamos. Pero a esta frase tenemos que darle carne y sangre, para que el amor, de la sublime esfera del pensamiento baje a la crónica del día. ¿Qué hizo este hombre en la vida? Amó. Sería el mejor elogio a la hora del epitafio. - Ciudadano del Mundo, ¿qué servicio has prestado a los hombres? - He amado, puramente he amado, y en eso me jugué la vida. - Pero además de eso ¿qué hiciste? ¿Qué dejas a los hederos de la Tierra? - Dejo el amor perdido como vida. - ¿Qué obra para la posteridad? - ¿Es que el amor necesita otra obra distinta de sí mismo...? - ¿Qué casa has construido? ¿Qué hijos has criado? ¿Qué hospital has levantado? ¿Qué libros has escrito? ¿Qué revolución has promovido? ¿Qué cambios has liderado...? - Amé. Gasté mi corazón amando, y he muerto de amor. Mis obras fueron como flores de primavera... Alguien las miró, alguien las gustó... Ya se fueron todas como la primavera... El Señor de la Gloria las ha visto, y no puedo decir otra cosa, a mi regreso, sino que la ternura llenó mi vida, y amé con ternura... - Pasa al gozo de tu Señor. - Desde el Corazón seguiré amando. Si alguno me recuerda, que reciba un fresco aliento de amor. Mi querida Lidia, me he visto transportado de repente al Juicio de la Verdad, y Dios me ha examinado. Y he sido hallado con la justicia del amor, que es como decirte, con el toque gratuito del amor de Dios. Si no me atengo a esta mística del amor, mi vida sería una frustración. Porque cosas y cosas han pasado por mi cabeza. Proyectos que mi incapacidad, mi obediencia las circunstancias, la oportunidad que no llegó... han quedado perdidos. ¿Qué dejo a la Humanidad? Ojalá que una florcita. Sí, la dejo: una florcita de amor. Mi testigo: mi Dios que me ha creado y criado; acaso un poquito también tú. Capuchinas

Pero yo estoy en México, desde la Virgen del Rosario de 2002, Y vine casi destinado a esta Casa de Formación... Las Capuchinas ¿son mi tarea mexicana?, ¿son la empresa y logro de estos años de grises cabellos? Pues... no lo sé. Estoy viviendo la sorpresa de Dios. Recordarás que en septiembre yo te escribí un Coloquio sobre “El Epitafio de San Francisco”, para preparar la fiesta de san Francisco. Recordaba aquellas palabras que Gregorio IX escribió para el sarcófago de san Francisco, cuando lo enterraron en la iglesia de san Jorge. A la semana siguiente entré de nuevo en coloquio, y, sin que nadie nunca lo hubiese esperado, escribí sobre “El Epitafio del P. Jaime”, que había fallecido el 1 de octubre. Estamos navegando por el misterio de la vida. Mi venida a México no fue efecto de una petición personal mía; sí, fruto de un ofrecimiento mío, con ocasión del capítulo, al Ministro Provincial, a lugares donde la Provincia tenía puestos de avanzada: a éste, éste y éste, “sin orden de preferencia”. Y estoy aquí. Y, ya metido en la brega, ¿qué busco? Cumplir lo mejor posible un servicio fraterno, poniendo todos los recursos que Dios me ha dado por el florecimiento de una auténtica vida capuchina renovada.

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Cuando veo los antiguos moldes de espiritualidad, aprecio qué distancia tan grande nos separa del ayer al hoy. Por ejemplo, el Manual Seráfico de las Monjas Capuchinas (año 1958), en vísperas del Concilio, por lo tanto, antes de las nuevas Constituciones. Es mucho más fácil descubrir la mística de una ideal superiora (cosa que siempre se ha trabajado en teología) que no la mística de una hermana (cosa que no ha trabajado en el mismo grado la teología). ¡Cuánto humanismo hace falta en nuestras comunidades, si deseamos, en verdad, que toda hermana se sienta de verdad hermana antes que súbdita, y que toda madre se sienta hermana-madre antes que madre-hermana (cosa diferente)! ¡Cuánto humanismo nos hace falta para que cada hermana se siente plenamente libre, como familia, plenamente responsable de la marcha espiritual de la fraternidad, no simple ejecutora de las normas de santidad! ¡Cuántos permisos y ceremonias todavía hay que suprimir si anhelamos una fraternidad adulta en el Señor, en que la confianza total sea la base de todas las reglas de comunidad! Una vieja ascética está llena de cautelas y precauciones..., que, en el fondo, reflejan una comunidad no libre ni transparente, no adulta en el Señor. ¡Cuánto humanismo nos hace falta...! Y es una frase que no la invento yo, sino que la oí (dándole yo la razón) a una de tus hermanas, ejemplar, que da cursos de formación en esta Casa. Mi querida Lidia, no pienso que suene escandaloso a tus oídos este consejo, este criterio: Cuanto menos permisos, más obediencia..., a condición, claro está, de que seamos limpios y transparentes en fraternidad, de que podamos decir en comunidad lo que sentimos, de que nuestras relaciones sean “cara a cara”, como indica nuestro documento de VII Consejo Plenario de la Orden sobre “Nuestra vida fraterna en minoridad” (Asis, marzo 2004). Una súplica por un desvalido

He de concluir estas consideraciones sobre el reloj de mi vida. Los seres humanos, quitado el antifaz de nuestro oficio - que es el cargo que le han dado, la ciencia que ha adquirido y que ejerce en una cátedra, y otras cosas que no tocan la esencia del ser - somos todos muy pobrecitos, muy desvalidos. Pero ¡qué ternura nace en el corazón, cuando así nos sentimos y así podemos comunicarnos! Solamente con los amigos muy amigos podemos compartir nuestro desvalimiento; con los otros seguimos usando el antifaz. La educación es necesaria, porque es vehículo de caridad. Pero no olvides, Lidia, que en ocasiones la cortesía es la armadura de la desconfianza. Yo te ruego, si algo intuyes en mi corazón, si hay un calorcillo de ternura que en ti brota (que sí brota, lo sé), yo te ruego que en le secreto de tu corazón hagas una súplica por mí. He buscado en la vida la verdad y el amor. He procurado ser transparente. Adiós, mi querida Lidia. Respira como un flor Diciembre 2004 fr. Rufino María Grández Nota del 5 de febrero de 2005 (en el que dirijo un retiro a las Hermanas). Este escrito ha quedado dormido desde el día en que lo compuse. Entiendo que este estilo de confidencias no las puedo impartir como “conferencia” a las hermanas, que no tengo derecho a ello, que no se me ha dado tal encomienda. No obstante, puede haber interesadas en conocer este Testimonio. Que sepan, tan sólo, que, para quien desee una copia, queda en Secretaría.

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Coloquios espirituales 9 Del amor y la amistad Para mi querida Lidia Mi querida y bella Lidia, hoy te escribo en Poesía: para ti mi cortesía, sin que nadie tenga envidia. La tradición mexicana pide una flor en febrero: que yo te diga un “Te quiero” con alma fresca y cristiana. ¿Qué es el amor para ti?, me dices con la mirada; y una respuesta callada la sientes dentro de ti. Es un decir sin decir lo que decirse no puede, porque el amor siempre excede, y decir... casi es mentir. Mi historia de amor ha sido: amor sufrido y gozado, un amor arrodillado que mi Dios lo ha conocido. Es un río de ternura y es un volcán de pasión, aventón del corazón que te avienta hacia la altura. Es la piel enternecida, de la carne sacramento; es delicia y es tormento, es la vida de la vida. Es sentido sin sentido, atisbo de la Ribera, en esta Pascua primera, sorbo de un vino encendido. Hay amor y hay amoríos, que salen del mismo pecho, mas yo me quedo al acecho, que hay verdad y hay extravíos. Amor es la pura esencia de la Biblia que he estudiado, porque hay Amor Encarnado que es cual divina demencia.

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Y entonces... ¿qué es el amor?, cualquiera se lo pregunta; mas toda la ciencia junta no tiene de amor Doctor. Es boda divino-humana, de todo el cuerpo y el alma. que claman, alzando palma, por la unidad que nos sana. ¡Oh Peregrina amorosa, Peregrina enlagrimada, en la senda roseada hay una espina... sabrosa! Llora adentro, Lidia mía, cuando el amor te deshace, porque la Vida renace y el amor no es demasía. Dulzura y Serenidad y no mientes con tu cara, que es el amor agua clara, milagro de Caridad. ¡Amar y sentirte amada!: Dios te conceda tal dicha, sabes bien que esa es mi ficha, y mi mística humanada. Mas ¿he de seguir mi rima de amor, amores gimiendo, si lo que voy intuyendo yo lo veo por encima...? Vendrá la tarde serena, y los ojos se abrirán... Y han de ver..., ¿y qué verán, dulce Jesús de la Cena? Verán un anillo de oro, que Jesús pone en tu mano, “Es éste mi amor humano, pasa tú al divino coro”. Llora, mi Lidia, de amor, como yo quiero llorar, y cántale tu cantar, mirando su resplandor. Casa de formación Santa Verónica, 13 de febrero de 2005 (primer domingo de Cuaresma). fr. Rufino María Grández

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Coloquios espirituales 10 El Soñador Pascua 2005 (27 marzo 2005) Mi querida Lidia: La Madre Tierra - “nuestra hermana la Madre Tierra, la cual nos sustenta y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas” (...e produce diversi fructi con coloriti fiori ed erba) - nos acaba de hacer un regalo: La Flor de Durazno. ¿Las has visto? ¿Las has orado? Te enviaré una foto. No son, es verdad, aquellos campos de melocotón de mi tierra (allí no los llamamos “duraznos”), que, cuando vienen, son como una alfombra celeste, de una belleza embriagadora... pero también estos tres duraznos del huerto son bellos, hijos de la Madre Tierra, y sus flores son, por sí solas, bellas hasta decir basta. Ya vino la Flor de Durazno. Sal al huerto, Lidia; ¡ya vino la Primavera! Ya vino la Poesía; quiero decirte: está a la puerta la Pascua, pues Él es la Primavera. Ya pasó el domingo “Laetare” y mi corazón se acelera... No es todavía tiempo..., pero te lo envío, como regalo anticipado de bodas, para que te prepares. Quiero enviarte en este Coloquio mi Felicitación Pascual. He sido fiel a la cita anual de la Pascua, y este año, desde 1977, que fue la primera, es la felicitación en versos parar orar, número vigésimo noveno. Este año va dedicada al Soñador. ¿Quién es el Soñador? Pues ¡quién va a ser, sino Jesús! La escribí cuando el viernes de la II semana de Cuaresma (25 de febrero este año) la lectura cuaresmal de la Misa nos hablaba de José, el soñador. Hubo otro Soñador Mayor, como estarás de acuerdo. Te envío, pues, esta felicitación, dejando para otra vez pensamientos que bullen en mi corazón, y que quisiera compartir, como éstos: “Yo quiero ser santo con los ojos abiertos”, y “Dos formas de ser capuchina”. Tendremos ocasión. Ahora miremos a Jesús pascual, y gocémonos con él, preparando primorosamente la Vigilia. I MI FELICITACIÓN “Jacob amaba a José más que a todos sus demás hijos, porque lo había engendrado en la ancianidad. A él le había hecho una túnica de amplias mangas. Sus hermanos, viendo que lo amaba más que a todos ellos, llegaron a odiarlo, al grado de negarle la palabra. Ahí viene ese soñador. Démosle muerte. Démosle muerte... Vamos a ver de qué le sirven sus sueños” (Génesis 37, lectura del viernes de la II semana de Cuaresma).

Ahí viene el Soñador, el de la túnica bella.

Soñaba que eran familia: la luna, el sol, las estrellas, y él más hermoso y radiante, corazón de toda ella, que Dios le hacía soñar lo que quería que fuera.

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Ahí viene el Soñador, el de la túnica bella.

Soñaba como el amor sueña verdad lo que sueña: que era la siega dorada y había una gran cosecha; las gavillas se inclinaban, le rendían la cabeza.

Ahí viene el Soñador, el de la túnica bella.

Soñaba desde la Cruz con las heridas sangrientas; con la corona de espinas, y con las manos abiertas; soñaba amor victorioso, como divino Profeta.

Ahí viene el Soñador, el de la túnica bella.

Soñaba Jesús muriendo, soñaba en su santa Iglesia; y le abría su costado para que adentro durmiera, soñaba y, al despertar, vio que la Pascua ya era.

Ahí viene el Soñador, el de la túnica bella.

¡Oh Jesús que infundes sueños del Espíritu en la tierra, Señor de la profecía, Artífice de belleza!, tus hijos, los Soñadores, tu gracia infinita sueñan.

Ahí viene el Soñador, el de la túnica bella.

¡Loor en el mundo nuevo, a Cristo que vive y reina!: no se perdieron los sueños del de la túnica bella. ¡Loor a ti, Jesucristo, en Trinidad verdadera!

Ya ha llegado el Soñador, la Pascua y la Primavera.

(Santa Úrsula 25/II/2005)

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II RESPUESTA A “EL SOÑADOR” Yo pensé en estos divinos sueños, y, de pronto, me vino la idea de que yo podía dar una respuesta. Es un Coloquio con Jesús. Primero, me atrevo a hablar yo; luego él habla; y, al final, suplicante, yo mismo, es decir, si te agrada, tú. (I) A los ojos del Soñador

¿Qué estás soñando de mí, oh Jesús, cuando me sueñas, y por tus ojos me enseñas caminos que antes no vi?

1. Bellos ojos soñadores, donde me miro sin miedo, donde me encuentro y me quedo con Pedro y tus seguidores.

2. Ojos de Cristo que un día prendieron pasión y fuego, contemplación y sosiego, silencio, luz y armonía.

3. Ojos bañados de amor como una playa infinita, lo que mi amor necesita para aliviar su dolor.

4. Ojos de pura amistad, ceñida en fiel atadura, que dura lo que perdura su Pascua en la eternidad.

5. Ojos humano-divinos, posada de Encarnación, alberca del corazón y paz de mis desatinos.

(II) El Soñador muy amante

¿Qué estás soñando de mí, oh Jesús, cuando me sueñas, y por tus ojos me enseñas caminos que antes no vi?

1. Yo te pensé eternamente y eternamente te amé, te elegí y santifiqué y puse un beso en tu frente.

2. Pensé para ti una cuna con cariño maternal,

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y una fuente bautismal, que es gracia cual gracia alguna.

3. Pensé por ti Eucaristía, locura de mi ternura, para que vengas segura pues Alguien se te confía.

4. Te formé para ser santa y te pensé luminosa, luz que presagia, preciosa, que el bello Sol se adelanta.

5. Eres tú mi pensamiento y no te puedo quitar; mi corazón es altar y tú eres mi ofrecimiento.

(III) El corazón anhelante

¿Qué estás soñando de mí, oh Jesús, cuando me sueñas, y por tus ojos me enseñas caminos que antes no vi?

1. ¡Oh Jesús!, mira quien soy: un corazón anhelante, sufriente por ser amante, gozante porque a ti voy.

2. No sea un sueño perdido de tu amor apasionado; sea un fruto sazonado de tu huerto florecido.

3. Sea por ti, mi Señor, no por mí, sino por ti, maestro mío, Rabbí, mi dueño enloquecedor.

4. La vida troncha proyectos y al final quedas tú solo, luz de mis mares y polo de mis ideas y afectos.

5. ¡Oh Jesús!, dulce aventura de un corazón que te ama, abrasa, y quede cual llama tu amor, tu Presencia pura. ¿Qué estás soñando de mí, oh Jesús, cuando me sueñas, y por tus ojos me enseñas caminos que antes no vi?

(Puebla, 7 de marzo de 2005)

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Casa de formación Santa Verónica, 8 de marzo de 2005, Día Internacional de la Mujer trabajadora. Ruega por mí. Un abrazo fr. Rufino María Grández

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Coloquios espirituales 11 Pascua 2005 (27 marzo 2005) LA ALEGRÍA PASCUAL EN LA VIDA DEL PADRE PIO (Rescate de una entrevista del P. Jaime Zudaire) Mi querida Lidia: ¡Pascua a los ojos! El día pasado desgranábamos al viento versos de Pascua para cantar amores al Señor de la Pascua. Como en la vida a veces uno trabaja fuera de programa, a golpes de espíritu, he de decirte que esta añadidura a la felicitación pascual - y que pienso que es oportuna - viene a golpe de espíritu. Y me explico con una breve introducción. Como sabes, estoy trabajando una vida del P. Jaime, cuyo título podrá ser Jaime Zudaire: capuchino, sacerdote, apóstol. Comencé con un proyecto muy comedido: un manojo de páginas, con cierta extensión (unas 15), podrían darnos una semblanza lograda de nuestro hermano, de quien escribí, en estos mismos Coloquios, a raíz de su muerte, acaecida el 1 de octubre de 2004, “El epitafio del P. Jaime”. Aquella idea inicial, al entrar en la tarea, se fue engrosando, engrosando..., hasta que, al fin, la Semblanza ha salido un libro, ya muy adelantado con las 115 páginas que llevo tecleadas. Son tantas..., que a lo mejor no he acertado a tomar el hilo que va enhebrando esta vida, que es lo que más interesaba. Los capítulos de este libro son estos: Pórtico C La infancia y los años de formación (1925-1950) C En España, la primera etapa ministerial (1950-1960) C Colombia, “mi segunda patria” (1960-1974) C Roma: al servicio de la Orden Franciscana Seglar (1974-1990). Inicio y balance anticipado. C Desde Roma y por 38 países. C Por un nuevo camino que comienza a hacerse. C El P. Jaime en México (1991-2004). C En México por la familia franciscana. C El día la hora (1 octubre 2004). Conclusión: La herencia del P. Jaime. Estando en estos menesteres, que yo los considero como un obsequio de fraternidad a él y a los que lo han querido cercanamente, he aquí que encuentro en la bodega de su ordenador un escrito que me ha llegado al alma, y que él ha titulado “La alegría pascual en la vida del Padre Pío”. Me parece precioso y muy oportuno para esta Pascua. No tiene fecha, no tiene indicación de destino; pero resulta suficientemente claro que se trata de una entrevista que le hacen, con toda probabilidad en María Visión, por donde varios hermanos de la Viceprovincia - y también alguna capuchina - hemos pasado. Como se dice en la conversación, es un diálogo antes de la canonización. Recordemos que ésta fue el domingo 16 de junio de 2002. Allí estuvimos presentes, como uno de los tantísimos sacerdotes concelebrantes. El P. Pío escribió: “Gesú glorificato é bello, ma quantumque egli sia tale, sembrami che lo sia maggiormente crocifisso” (Jesús glorificado es bello, pero aun cuando así lo sea, a mí me parece que es más crucificado: 14 diciembre 1917, al P. Evangelista da San Marco in Lamis). También para san Buenaventura el Crucificado, centro de su teología, clave de la vida que escribió de Francisco, era la dulzura pura y la belleza. Te dejo con pensamientos de Pascua, mirando al Señor de la Belleza.

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fr. Rufino María Grández La alegría pascual en la vida del Padre Pío P. Jaime Zudaire Huarte El tiempo pascual es una insistente invitación a la alabanza a Dios y a la alegría. Esto nos da motivo para acercarnos a esta faceta de la espiritualidad del Padre Pio de Pietrelcina. 1 - La próxima canonización del P. Pío es, sin duda, motivo de alegría desbordante para sus innumerables seguidores; pero la personalidad misma del P. Pío,”un crucificado sin cruz”, ¿invita a la alegría?.

- El Padre Pío vivió permanentemente la Pascua de Cristo ,uniendo en forma honda y misteriosa dolor y alegría. Voy a leerle unas palabras suyas escritas cuando era joven sacerdote : “El corazón de Jesús y el mío se fusionaron... Mi alegría era tan intensa y profunda que no me fue posible contenerme más tiempo. Las lágrimas más deliciosas me bañaron el rostro... Cuando el paraíso se vierte en un corazón, este corazón... débil y mortal no lo puede soportar sin llorar”.Y unos años más tarde escribe como tratando de explicar esta realidad, a una dirigida suya :”Hay gustos sublimes y dolores tan profundos que es imposible explicarlos con palabras. El silencio es el último recurso del alma...” 2 - Ante los horrores de la violencia en la tierra de Jesús o ante el espectro del hambre, todavía ¿es posible la alegría?

- También el P. Pío se ha estremecido ante estas realidades. En los días de la Primera Guerra Mundial escribe: “Los horrores de la guerra me tienen en mortal agonía .Quisiera morir para no ver tantos estragos y, si el buen Dios quisiera concederme esta gracia, le quedaría muy reconocido...”Pero más allá de esta tragedia descubre motivos de esperanza y confía en que el Señor haga florecer una sociedad nueva, por el mérito mismo de tanto heroísmo y de tantas lágrimas. Escribe a una dirigida suya : “Camina con alegría y con un corazón lo más sincero y abierto que puedas ; y cuando no puedas mantener esta santa alegría, al menos no pierdas nunca el valor y la confianza en Dios”(Cartas IV, p.418). 3 - Hay otros motivos de honda tristeza: el pecado y los pecados que él pudo conocer por su mismo ministerio de confesor.

- Como tantos otros santos, el P. Pío se califica a sí mismo de pecador y en momentos de desolación se siente abrumado; porque es muy consciente de las muchas gracias recibidas de Dios y estas gracias y favores le hacen experimentar la distancia sin medida que hay entre la bondad de Dios y la respuesta del hombre. Llega como a temer que no alcance ese encuentro con Dios que es todo su anhelo. El Dios del P. Pío es el Dios de la misericordia y esta misericordia reanima el corazón. El cardenal Lercaro se refería así a la actitud del P. Pío ante el hombre que se acercaba a él para pedirle la absolución como sacerdote :”El pecado pesaba sobre él. El pecado que escuchaba y reprendía, pero para implorar la misericordia de Dios. Aquel pecado que perdonaba en nombre de Dios era una herida para su alma. Y él unía su sufrimiento al de Cristo para que se perdonasen los pecados a los hermanos “. Y los hermanos se retiraban consolados y serenos, aun aquellos a los que reconvenía enérgicamente Un día un hombre que se reconocía sinceramente ateo, se acercó al P. Pío diciéndole:”Padre, yo no creo en Dios”.La respuesta del P. Pío fue inmediata :”Pero, hijo mío, Dios, sí, cree en ti”. El hombre sintió que se le abría el corazón a la luz divina 4 - Indudablemente para que las penas y las contradicciones no apaguen la llama de la alegría, una persona, cristiana o no, tiene que estar animada por motivaciones profundas

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- El P. Pío sintió desde muy joven y hasta el fin de su vida esta vocación: reparar y salvar; ser propiciación y ofrecerse en inmolación por los demás. Hablando a los especialistas que participaban en un congreso de cardiólogos, les decía con sencillez: “También vosotros lo mismo que yo habéis venido al mundo con una misión que cumplir. Como religioso, como capuchino, la observancia perfecta y amorosa de mi regla y de mis votos; como sacerdote es la mía una misión de propiciación: hacer que Dios se muestre propicio con toda la familia humana”. Es una misión recibida del Señor. Efectivamente escribe :”El escoge las almas y entre éstas, a pesar de mi carencia de méritos, también la mía, para ayudarse en la gran tarea de la salvación de los hombres... Esta es la razón por la que deseo sufrir cada vez más... en esto consiste toda mi gloria”. 5 - ¿En que manera concreta cumplió él y tal vez podamos cumplir los demás esta misión de propiciación ?.

- El papa Pablo VI, hablando al capítulo general de los Capuchinos, decía como en síntesis:” era un hombre que oraba y sufría” Oraba en continuidad. Se describía a sí mismo “como un hombre que en todo momento va a mendigar y a pedir favores a las puertas de la Divina Misericordia”.”Rezo más por ellos que por mí. Si la oración por los demás no incluyese también la oración por uno mismo, ciertamente que la más olvidada sería mi alma...Esto parece imposible y, sin embargo, es lo que me sucede de ordinario”. Sufría la debilidad física, las incomprensiones y aun la persecución que padeció y las llagas de Cristo en su cuerpo hicieron que alguien que lo estimaba altamente se permitió decirle: “Padre, usted sufre tanto, porque tuvo la divina imprudencia de ofrecerse como víctima por el género humano. Lleva usted en un hombro la Iglesia y en el otro el mundo desquiciado por la fuerza del mal”. El P. Mondrone, jesuita, escribe: “Como Jesús andaba encorvado ...bajo el peso de la cruz. Sin duda por su organismo desfallecido y desangrado....pero ,sobre todo porque sobre mi espalda fabricaron los pecadores”. Oraba, sufría y trabajaba escuchando, aconsejando y absolviendo hasta quince y hasta diecinueve horas en un día. Al inicio de su sacerdocio nos revela su secreto: “Jesús comienza a hacerme sentir lo dulce que es vivir y sufrir por los hermanos”. 6 - Siendo esta su experiencia, ¿no es extraño que fuera a veces duro con los penitentes?

Su carácter ,su origen familiar y su experiencia espiritual no hicieron fácil en él la suavidad. El da testimonio de sí mismo :”Jamás me he arrepentido de actuar con dulzura; pero, sí , he sentido remordimiento ...cuando he sido un poco duro. Cuando hablo de suavidad no me refiero aquella que transige en todo...que transforma la disciplina en un dulce. El cardenal Lercaro daba este testimonio :”Firme e inflexible ,hasta ser brusco y huraño; y al mismo tiempo abierto y acogedor hasta el punto de devolver la paz y la serenidad a quien hacía años no la tenía, o que acaso nunca la había gustado”. El mostrarse a veces rudo era para el P. Pío muy doloroso. Se sentía devorado por el amor a Dios y al prójimo. Y decía : “Yo puedo incluso pegar a mis hijos, pero ¡ay del que me los toque!”. 7 - La vida no está integrada sólo por momentos sublimes. Importa mucho dar testimonio de alegría en la vida diaria

En parte por herencia familiar , de niño y adolescente - lo recordaban sus compañeros - era alegre e ingenioso, aunque moderado y reservado en sus expresiones. Como religioso, he oído contar a quienes convivieron con él bromas y juegos de palabras, con las que tomaba parte en la alegría de la vida fraterna. Me refería uno de ellos que, siendo joven, le encargaron de algunas atenciones, como de enfermero, respecto del P. Pío y que, viendo su serenidad y su sonrisa, se atrevió a preguntarle con ingenuidad juvenil: “Pero ¿a usted estas llagas le duelen? Y el Padre le respondió en su estilo a veces un poco rudo y campesino: “¿Crees que Dios da estas cosas para regalo”?

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8 - Si tanto estimaba el sufrir por los hermanos, ¿cómo le dio a la Clínica fundada por él ese título sugestivo de Sollievo della Sofferenza, Alivio del Sufrimiento?

Quería para la clínica todos los adelantos técnicos; pero quería algo más .Tomamos sus palabras :”Que sea lugar de oración y de ciencia, donde el género humano se reencuentre con Cristo crucificado... El que sufre debe vivir en ella el amor de Dios... que emanará de aquellos que atienden la enfermedad de su cuerpo y la enfermedad de su espíritu”.El amor es la palabra; este amor le hacia sentir como propios los dolores y contradicciones de los demás y buscar todos los medios de aliviarlos y por otra parte comunicar la disponibilidad ante el dolor redentor sufrido con Cristo. 9 - Hay fotografías del P. Pío en las que se adivina una hermosa sonrisa y los ojos invitan a mirar al cielo. ¿No tuvo alguna experiencia de las llamas del infierno, al modo de los videntes de Fátima?. El P. Pío tuvo experiencia notables acerca del mal y del maligno y del riesgo de que las almas se pierdan pero de acuerdo con su vocación todo lo tradujo en abandono a la misericordia de Dios y en oblación de sí mismo: Vea unas palabras suyas escritas cuando aún era joven sacerdote: “Castígame a mí y no a los otros...mándame incluso al infierno, con tal que yo te ame y que se salven todos... Castígame a mí, Jesús mío... pero sálvalos a todos, sí a todos...” En la legítima aspiración de todos a ser felices el P. Pío muestra un camino que sólo puede entenderse a la luz de la Pascua de Cristo. Un camino que rebosa de amor y de superior felicidad.

(Casa de Formación Santa Verónica, 12 de marzo de 2005)

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Coloquios espirituales 12 IOANNES PAULUS PP. II 1978-2005 (Meditatio in exsequiis) Mi querida Lidia: En el momento en que comienzan a deslizarse mis manos sobre la computadora el Santo Padre Juan Pablo II está siendo depositado en las Grutas Vaticanas, en el lugar que llaman “Tombe dei Papi”. Fluyen pensamientos de mi corazón; no de ahora... Pensamientos que vienen de lejos, como vena de manantial. Me resulta suficientemente cómodo dejarlos reposar ahora en estas hojas “in memoriam”. El Papa reposa en aquel espacio abovedado que configura una especie de capilla. Seguro que para pocos años, porque la celebración del funeral, bellísimo en su sobriedad (ninguna flor sobre el altar, ni junto al altar aun estando en Pascua), ha sido sensiblemente una canonización anticipada. Y algunas pancartas populares clamaban: Santo subito (Santo... ya) Este hecho eclesial requerirá en su día un proceso canónico - ¿quizás simplificado? -; pero no es necesario ser un teólogo de primera fila para mostrar cómo todo lo que ha acompañado a la muerte y funeral del Santo Padre ha sido, de parte de la conciencia cristiana, una carta certificada de que el Papa puede pasar, sin más, a los altares. Como ciertamente su predecesor (para mí, veneradísimo) Pablo VI. La Misa funeral se ha prolongado - hermosa, hermosa, hermosa... - por tres horas, de las 10.00 a las 13.00, que aquí, en México, era las 3 de la noche hasta las 6 del amanecer. Allí estábamos, con los ojos ocupando la pantalla. No se oía ante aquella Pantalla-Plaza de San Pedro ningún comentario, porque el acto nos envolvía con el espíritu de una celebración en la que estábamos. Y ahora yace allí, en aquel lugar que un día, en una foto, Juan XXIII, indicó con esta frase: “Locus depositionis meae” (lugar de mi sepultura). Se hizo para él un sarcófago sencillo. Juan XXIII hoy es Beato y su cuerpo fue trasladado a la Basílica, a la nave derecha (mirando al altar) y yace en un urna transparente, cerca del Papa Beato Inocencio XI, según recuerdo, y de San Josafat. Mi mente peregrina ha bajado a las Grutas y ha subido ahora a la Basílica. Pero descendamos de nuevo. El féretro liso de madera de ciprés (que tiene tan sólo en la superficie el signo de la Cruz y la M de María) será metido en otro hermético de cinc. Pablo VI, en un Testamento (que es una página preciosa de espiritualidad) dejó escrito que le enterraran en tierra. Y allí reposa, en un espacio vecino. Sobre la tumba, solo su nombre. A Juan Pablo II le emocionó el testamento de su admirado predecesor, y en 1979 escribió: “Durante los ejercicios espirituales he releído el testamento del Santo Padre Pablo VI. Esta lectura me ha impulsado a escribir el presente testamento. No dejo detrás de mí ninguna propiedad de la que sea necesario disponer. (...) Por lo que se refiere al funeral, repito las mismas disposiciones, que dio el Santo Padre Pablo VI (nota marginal: el sepulcro en la tierra, no en un sarcófago, 13.3.92)”. Al año siguiente (1980) volvía con estas palabras: “He leído, pues, las anotaciones de mi testamento del último año, escrito también durante los ejercicios espirituales - las he comparado con el testamento de mi gran Predecesor y Padre Pablo VI, con aquel sublime testimonio sobre la muerte de un cristiano y de un papa - y he renovado en mi la conciencia de las cuestiones a las cuales se refiere la anotación del 6. III. 1979 preparada por mí (de una manera muy provisional)”. Es conmovedor que Juan Pablo II llame a Pablo VI “mi Padre”. Lo insólito

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Un funeral como éste no lo ha habido, al parecer, en la historia...; ciertamente no en la historia del Pontificado. ¿Emperadores o Mandatarios de Oriente han podido concentrar, tal en la inmensa China, multitudes de este género...? Pero, en cualquier caso, no ese coro mundial de respuesta a un hombre que ha pasado por la humanidad entregando una palabra de amor. En todas las latitudes de la tierra han llorado a Juan Pablo II. Lo han llorado los cristianos sencillos, que no han estudiado teología, y que no saben sino lo que les van enseñando el Espíritu de Dios. Es un hecho ante el cual tienen que rendirse los Teólogos. La magnitud de este funeral se corresponde con la talla histórica con la que el Difunto pasa a los Anales del Siglo XX y al cruce del nuevo Milenio. Ante tal magnitud uno se pone a pensar: ¿Quién ha sido Juan Pablo II? Esta pregunta, por vía de confianza y de amor, quiero reducirla ahora a unos límites muy nuestros, muy verdaderos: ¿Quién ha sido Juan Pablo II para ti? ¿Qué legado de amor deja en tu corazón? ¿Qué clamor de fe te deja en herencia? ¿Cómo va a enriquecer tu vida evangélica del seguimiento? Hablando con este lenguaje, nos situamos lejos de lo espectacular, que sirve para los periódicos, pero que no nos suministra esa verdad callada y serena que alimenta el corazón. Por aquí quiere ir el hilo de mi reflexión, que te brindo, al eco de estos días sagrados. Viajes, discursos, papeles... y unos escritos del corazón

Hoy el Internet nos da de golpe el balance gloriosísimo de este pontificado: 106 viajes fuera de Roma y Vaticano, la mayor parte fuera de Italia. He aquí un muestrario, por curiosidad para saber por dónde ha andado este Viajero del Evangelio.

POLONIA (9 veces): 1979, 1983, 1987, 1991, 1991, 1995, 1997, 1999, 2002 FRANCIA (6): 1980, 1983, 1986, 1988, 1996, 1997, 2004 ESPAÑA (5): 1982, 1984, 1989, 1993, 2003 USA (5): 1979, 1987, 1993, 1995, 1999 MEXICO (5): 1979, 1990, 1993, 1999, 2002 BRASIL (4): 1980, 1987, 1989, 1997 PORTUGAL (4): 1982,1983, 1991, 2000 ALEMANIA (3):1980, 1987, 1996 AUSTRIA (3): 1983, 1988, 1998 CANADÁ (3): 1984,1987,2002 GUATEMALA (3):1983,1996, 2002 KENIA (3): 1980,1985, 1995 REPUBLICA DOMINICANA (3): 1979, 1984, 1992 SUIZA (3): 1982, 1984, 1985, 2004 ¿Qué diremos de la estadística de encíclicas, discursos, cartas, catequesis..., que también son informaciones deslumbrantes de Internet? Se acumulan millares y millares y millares de páginas... No es ningún deterioro para la persona del Pontífice el resaltar que tras este inmenso material, convertido así en magisterio, hay centenares de personas que han trabajado, en su momento, “sub secreto pontificio”. Por eso, nos resulta entrañable acudir a esos escritos autobiográficos, que no son magisterio, pero que nos introducen en el corazón sencillo, limpio y fragante de Karol y de Juan Pablo. Helos aquí:

C Cruzando el umbral de la esperanza, entrevista con Vittorio Messori, Plaza y Janes, 1994. C Don y misterio, BAC, 1996. (Escrito con motivo de sus 50 años de vida sacerdotal, desde el 1

de noviembre de 1946). C "¡Levantaos! ¡Vamos!", Plaza & Janés, 2004. (Su experiencia como obispo, “con ocasión del

45° aniversario de mi consagración episcopal y dl 25° de mi pontificado”).

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C "Memoria e identidad", La Esfera de los Libros, 2005 (No lo conozco personalmente). Por el camino de la interioridad

Nada extraño que ya, al día siguiente de su muerte, comience a ser llamado “el Grande”, Juan Pablo II el Grande. Acaso el primero que puso en circulación este apelativo fuera el cardenal Secretario de Estado Angelo Sodano. Pero seguramente que la grandeza, la magnitud como figura pública... no es el camino más adecuado para penetrar en su figura evangélica, humilde, fuerte, que está en el centro de su servicio a Cristo. Puede ser que uno, sin afán de crítica morbosa, se sienta por dentro incómodo para aceptar esa presentación de inmensidad y grandeza con la cual se quiere dar el valor específico a hombres muy destacados, y en este momento a Juan Pablo II. Lo grande, lo deslumbrante... puede ser una creación ciega de sentimientos primarios e incontrolados. Cuando uno se acerca a la interioridad y al itinerario de este hombre, tal como él nos lo ha revelado, la misteriosa atracción de corazones que se establece, no se produce porque hayamos visto en él a un genio - que así comienzan los mitos -, sino por otro camino de intimidad, de igualdad, de sintonía profunda en la corriente vital de su vida. ¿Quién fue él...? Si nos distanciamos un tanto del tiempo y comenzamos a hablar como se puede hablar de un protagonista de la Historia reciente, se multiplicarán, sin duda, las opiniones. De hecho, Juan Pablo II ha tenido fuertes resistencias en ámbitos teológicos, y críticas para la imagen de Iglesia que él ha proyectado. Y cierto que el papado llega a su cenit en cuanto a imagen social con la gestión esplendorosa de este Pontífice, que ha superado en brillantez a los Papas anteriores desde la terminación de los Estados Pontificios. Mas todavía la Iglesia sigue siendo “Estado Vaticano” (mínimo, casi simbólico), cosa que se dice ser necesaria para el ejercicio de su libertad..., que será una contingencia histórica, pero que, no obstante, no está postulada por el Evangelio. En el ejercicio de este su puesto histórico el Papa ha sido de verdad humilde, por ejemplo, al proponer en la encíclica “Ut unum sint” a obispos y teólogos: Decidme, ¿cómo debe ser hoy el ejercicio del ministerio de Pedro...? Y ciertamente que la mayoría de los fieles anhelan, de hecho (quizás no en sus ideas) un pontificado esplendente y hasta “grandioso”... Quieren ver al Papa como árbitro de la paz, árbitro moral de los grandes acontecimientos de la humanidad. El Papa ha sido humilde y se ve llevado en este Carro de la Historia... Entremos en su corazón. Y veamos en él a una persona sencilla y pía, que reza el rosario, que en la víspera de su muerte pide, como era viernes, hacer lo que solía hacer todos los viernes: el Vía crucis. ¿Cuál es la verdadera efigie de este Hombre que se nos ha ido a la eternidad y queda para la Historia? Las evidencias

Entre, sí, en el juicio de la Historia; pero todos los crí-ticos tendrán que rendirse ante unas evidencias patentes, si sabemos leer la realidad interior:

S Él ha sido de una calidad humana plena y rotunda. S Ha sido un cristiano profundamente piadoso, con piedad tradicional; piedad que la ha vivido

con una fe recia, por la cual ha luchado; piedad que ha tenido un sello mariano muy visible. S Ha sido un hombre de una entrega sin condiciones a la causa de Jesús y de los hombres. Si

ha viajado, él personalmente lo ha hecho por querer llevar el Evangelio, no por otro motivo. O ha viajado devotamente a los pies del Sinaí y al Cenáculo...

S Desde el punto de vista de la conciencia católica reúne más que de sobra los requisitos para que de su sepultura pueda subir al retablo de un altar...

La herencia para mí Los que vamos viviendo nuestra vida al tic-tac de la vida de la Iglesia, vamos poniendo en nuestra pequeña biblioteca pequeños libros que son tesoros, manuales de espiritualidad que son historia nuestra, forma de vida nuestra...

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De estas perlas de que se va esmaltando la Iglesia, ¿cuáles son nuestras perlas...? Claro que depende de gustos, de oportunidades, de ministerios. Yo me quedo con la Nova Vulgata... auctoritate Ioannis Pauli PP. II promulgata; con el Missale Romanum, editio tertia (2002) y su “Intitutio”, libros que, a mi vera, son manantial espiritual. Y, por venir a cosas menores, esas joyas que son folletitos..., repletos de sabiduría: Dies Domini (1998), Novo Millennio ineunte (2001)... Lo último Mane nobiscum, Domine (2004). Pero vuelvo también con mi recuerdo a algo muy..., muy de Juan Pablo II: Redemptoris Mater (1987), su encíclica mariana, que es la Palabra que el Papa del “Totus tuus” quiso entregar a la Iglesia. Adiós, Santo Padre. Desde el Novenario de Misas que por ti estamos celebrando, ¡un beso y una flor sobre tu tumba! * * * Lidia, es el obsequio que te envío para duradera memoria en el día del funeral de Juan Pablo II. En Cristo Jesús

Viernes II semana de Pascua, 8 de abril de 2005

fr. Rufino María Grández

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Coloquios espirituales 13 BENEDICTUS PP. XVI HODIE Primeras palabras, primera bendición

Hoy, 19 de abril de 2005, ha sido elegido Papa el nuevo Sucesor de Pedro, el Papa número 265 de los Obispos de Roma, el Cardenal Josep Ratzinger, que ha adoptado el nombre de Benedicto XVI. Sus primeras palabras, dichas en italiano, han sido éstas: “Queridos hermanos y hermanas: Después del gran Papa Juan Pablo II, los cardenales me han elegido, a mí, un sencillo y humilde obrero de la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con herramientas insuficientes y sobre todo me confío a vuestras oraciones. En la alegría del Señor Resucitado, confiados en su ayuda permanente, prosigamos. El Señor nos ayudará y María, su Madre Santísima, estará a nuestro lado. Gracias". Después ha impartido su bendición “urbi et orbi”.

Guardamos este recuerdo para nuestra vida. De este discurso, salido del corazón, podemos meditar estas palabras: - Hermanos y hermanas. - El gran Papa Juan Pablo II. - Sencillo y humilde obrero de la viña del Señor. - Instrumentos insuficientes. - Me confío a vuestras oraciones. - La alegría del Señor Resucitado. - María, su santísima Madre. La Oficina de prensa ha comunicado: El Papa cenará con los cardenales en Santa Marta. Dormirá en Santa Marta. Mañana presidirá la Eucaristía concelebrada con los cardenales en la Capilla Sixtina, y pronunciará su homilía en latín. La solemne inauguración del pontificado será el próximo domingo, día 24, a las 10 de la mañana. Evocación

Los datos escuetos de la trayectoria del nuevo Papa son los siguientes:

— Nació el 16 de abril de 1927 en Marktl am Inn, Alemania. — Fue Ordenado el 29 de junio de 1951. — Creado Cardenal el 27 de junio de 1977 por Pablo VI. — Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe desde el 25 de noviembre de 1981. — Presidente de la Pontificia Comisión Bíblica de la Comisión Teológica Internacional desde el 25 de noviembre de 1981. — Decano del Colegio Cardenalicio desde el 30 de noviembre de 2002. TRES RECUERDOS

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Una persona se refleja en una fotografía, en un escrito, en una palabras. A nuestro amado Papa Benedicto XVI lo acabamos de ver y escuchar en dos magnas ocasiones, ejerciendo su servicio de Decano del Colegio cardenalicio: - En la homilía del funeral de Juan Pablo II (8 de abril). - En la homilía del inicio del cónclave (18 abril) La homilía en los funerales de su antecesor fue bellísima, llena de unción, dejándose llevar de sentimientos que traducían el sentir de la cristiandad católica, y la admiración de innumerables hombres de buena voluntad. La homilía de inauguración del cónclave fue homilía ajustada directamente a los textos bíblicos. La prensa ha acentuando intencionadamente unas determinadas frases, con cierta tendencia a la caricatura; léase entera. Suponemos que, junto con otras consideraciones, el talante expresado en estas homilías ha influido en su elección. Texto de la homilía en los funerales de Juan Pablo II «Sígueme», dice el Señor resucitado a Pedro, como última palabra a este discípulo elegido para apacentar a sus ovejas. «Sígueme», esta palabra lapidaria de Cristo puede considerarse como la clave para comprender el mensaje que deja la vida de nuestro difunto y amado Papa Juan Pablo II, cuyos restos depositamos hoy en la tierra como semilla de inmortalidad, con el corazón lleno de tristeza pero también de gozosa esperanza y de profunda gratitud. Con estos sentimientos y este espíritu, hermanos y hermanas en Cristo, nos encontramos en la plaza de San Pedro, en las calles adyacentes y en otros diferentes lugares de la ciudad de Roma, poblada en estos días por una inmensa multitud silenciosa y orante. Saludo a todos cordialmente. En nombre del Colegio de los cardenales saludo con deferencia a los jefes de Estado, de gobierno y a las delegaciones de los diferentes países. Saludo a las autoridades y a los representantes de las Iglesias y comunidades cristianas, al igual que a los de las diferentes religiones. Saludo a los arzobispos, a los obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles, llegados de todos los continentes; de forma especial a los jóvenes a los que Juan Pablo II definía como el futuro y la esperanza de la Iglesia. Mi saludo alcanza también a todos los que en cualquier lugar del mundo están unidos a nosotros a través de la radio y la televisión, en esta participación conjunta en el solemne rito de despedida del querido pontífice. «Sígueme». Cuando era joven estudiante, Karol Wojtyla era un apasionado de la literatura, del teatro, de la poesía. Mientras trabajaba en una fábrica química, rodeado y amenazado por el terror nazi, escuchó la voz del Señor: ¡Sígueme! En este contexto tan particular comenzó a leer libros de filosofía y de teología, entró después en el seminario clandestino creado por el cardenal Sapieha y después de la guerra pudo completar sus estudios en la Facultad de Teología de la Universidad Jagellónica de Cracovia. Muchas veces en sus cartas a los sacerdotes y en sus libros autobiográficos nos habló de su sacerdocio, en el que fue ordenado el 1 de noviembre de 1946. En esos textos interpreta su sacerdocio a partir de tres frases del Señor. Ante todo ésta: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca» (Juan 15, 16). La segunda palabra es: «El buen pastor da su vida por las ovejas» (Juan 10, 11). Y por último: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor» (Juan 15, 9). En estas tres frases podemos ver el alma entera de nuestro Santo Padre. Realmente ha ido a todos los lugares sin descanso para llevar fruto, un fruto que permanece. «Levantaos, vamos», es el título de su penúltimo libro. «Levantaos, vamos». Con esas palabras nos ha despertado de una fe cansada, del sueño de los discípulos de ayer y hoy. «Levantaos, vamos», nos dice hoy también a nosotros. El Santo Padre fue además sacerdote hasta el final porque ofreció su vida a Dios por sus ovejas y por toda la familia humana, en una entrega cotidiana al servicio de la Iglesia y sobre todo en las duras pruebas de los últimos meses. Así se ha convertido en una sola cosa con Cristo, el buen pastor que ama sus ovejas. Y finalmente «permaneced en mi amor»: el Papa, que buscó el encuentro con todos, que tuvo una capacidad de perdón y de apertura de corazón para todos, nos dice hoy también con estas palabras del Señor: «Permaneciendo en el amor de Cristo,

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aprendemos, en la escuela de Cristo, el arte del verdadero amor». «Sígueme». En julio de 1958 comienza para el joven sacerdote Karol Wojtyla una nueva etapa en el camino con el Señor y tras el Señor. Karol fue, como era habitual, con un grupo de jóvenes apasionados de canoa a los lagos Masuri para pasar unos días de vacaciones juntos. Pero llevaba consigo una carta que le invitaba a presentarse ante el primado de Polonia, el cardenal Wyszynski, y podía adivinar el motivo del encuentro: su nombramiento como obispo auxiliar de Cracovia. Dejar la docencia universitaria, dejar esta comunión estimulante con los jóvenes, dejar la gran liza intelectual para conocer e interpretar el misterio de la criatura humana, para hacer presente en el mundo de hoy la interpretación cristiana de nuestro ser, todo aquello debía parecerle como un perderse a sí mismo, perder aquello que constituía la identidad humana de ese joven sacerdote. Sígueme, Karol Wojtyla aceptó, escuchando en la llamada de la Iglesia la voz de Cristo. De este modo, se dio cuenta de que es verdadera la palabra del Señor: «Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará» (Lucas 17, 33). Nuestro Papa, todos lo sabemos, nunca quiso salvar su propia vida, guardársela; se entregó sin reservas, hasta el último momento, por Cristo y por nosotros. De esa forma experimentó que todo lo que había puesto en manos del Señor se lo devolvía de una nueva manera: el amor a la palabra, a la poesía, a las letras fue una parte esencial de su misión pastoral y dio nueva frescura, actualidad nueva, atracción nueva al anuncio del Evangelio, precisamente cuando éste es signo de contradicción. «Sígueme». En octubre de 1978 el cardenal Wojtyla escucha de nuevo la voz del Señor. Se renueva el diálogo con Pedro narrado en el Evangelio de esta ceremonia: «Simón de Juan, ¿me quieres?... Apacienta mis ovejas». A la pregunta del Señor: Karol ¿me quieres?, el arzobispo de Cracovia respondió desde lo profundo de su corazón: « Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero». El amor de Cristo fue la fuerza dominante en nuestro querido Santo Padre; quien lo ha visto rezar, quien lo ha oído predicar, lo sabe. Y así, gracias a su profundo arraigamiento en Cristo pudo llevar un peso, que supera las fuerzas puramente humanas: ser pastor del rebaño de Cristo, de su Iglesia universal. Éste no es el momento de hablar de los diferentes aspectos de un pontificado tan rico. Quisiera leer solamente dos pasajes de la liturgia de hoy, en los que aparecen elementos centrales de su anuncio. En la primera lectura dice San Pedro --y el Papa nos dice con San Pedro--: «Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato. Él ha enviado su Palabra a los hijos de Israel, anunciándoles la Buena Nueva de la paz por medio de Jesucristo que es el Señor de todos» (Hechos 10, 34-36). Y en la segunda lectura, San Pablo --con San Pablo nuestro Papa difunto-- nos exhorta intensamente: «Por tanto, hermanos míos queridos y añorados, mi gozo y mi corona, manteneos así firmes en el Señor» (Filipenses 4, 1). ¡Sígueme! Junto al mandato de apacentar su rebaño, Cristo anunció a Pedro su martirio. Con esta palabra conclusiva, que resume el diálogo sobre el amor y sobre el mandato de pastor universal, el Señor recuerda otro diálogo, que tuvo lugar en la Última Cena. Esa vez, Jesús dijo: «Adonde yo voy, vosotros no podéis venir». Pedro dijo: «Señor, ¿a dónde vas?». Le respondió Jesús: «Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde.» (Juan 13, 33.36). Jesús va de la Cena a la Cruz y a la Resurrección y entra en el misterio pascual; Pedro, sin embargo, todavía no le puede seguir. Ahora, tras la Resurrección, llegó este momento, este «más tarde». Apacentando el rebaño de Cristo, Pedro entra en el misterio pascual, se dirige hacia la Cruz y la Resurrección. El Señor lo dice con estas palabras, «cuando eras joven…, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras» (Juan 21, 18). En el primer período de su pontificado el Santo Padre, todavía joven y repleto de fuerzas, bajo la guía de Cristo fue hasta los confines del mundo. Pero después compartió cada vez más los sufrimientos de Cristo, comprendió cada vez mejor la verdad de las palabras: «Otro te ceñirá...». Y precisamente en esta comunión con el Señor que sufre anunció el Evangelio infatigablemente y con renovada intensidad el misterio del amor hasta el fin. Él nos ha interpretado el misterio pascual como misterio de la divina misericordia. Escribe en su último libro: El límite impuesto al mal «es en definitiva la divina misericordia» («Memoria e identidad», página 70). Y reflexionando sobre el atentado dice: «Cristo, sufriendo por todos

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nosotros, ha conferido un nuevo sentido al sufrimiento; lo ha introducido en una nueva dimensión, en un nuevo orden: el del amor... Es el sufrimiento que quema y consume el mal con la llama del amor y obtiene también del pecado un multiforme florecimiento de bien» (página 199). Alentado por esta visión, el Papa ha sufrido y amado en comunión con Cristo, y por eso, el mensaje de su sufrimiento y de su silencio ha sido tan elocuente y fecundo. Divina Misericordia: El Santo Padre encontró el reflejo más puro de la misericordia de Dios en la Madre de Dios. El, que había perdido a su madre cuando era muy joven, amó todavía más a la Madre de Dios. Escuchó las palabras del Señor crucificado como si estuvieran dirigidas a él personalmente: «¡Aquí tienes a tu madre!». E hizo como el discípulo predilecto: la acogió en lo íntimo de su ser («eis ta idia»: Juan 19,27) -- Tous tuus. Y de la madre aprendió a conformarse con Cristo. Ninguno de nosotros podrá olvidar que en el último domingo de Pascua de su vida, el Santo Padre, marcado por el sufrimiento, se asomó una vez más a la ventana del Palacio Apostólico Vaticano e impartió la bendición «Urbi et Orbi» por última vez. Podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice. Sí, bendíganos, Santo Padre. Confiamos tu querida alma a la Madre de Dios, tu Madre, que te ha guiado cada día y te guiará ahora a la gloria eterna de su Hijo, Jesucristo Señor nuestro. Amén. [Traducción del original italiano realizada por Zenit] Texto de la homilía pronunciada en la apertura del cónclave en la Basílica de San Pedro Isaías 61, 1 - 3a. 6a. 8b - 9; Efesios 4, 11 - 16 Juan 15, 9 - 17 En esta hora de gran responsabilidad, escuchemos con particular atención lo que nos dice el Señor con sus mismas palabras. De las tres lecturas, quisiera escoger sólo algún pasaje que nos afecta directamente en un momento como éste. La primera lectura ofrece un retrato profético de la figura del Mesías, un retrato que alcanza todo su significado en el momento en el que Jesús lee este texto en la sinagoga de Nazaret, cuando dice: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy» (Lucas 4, 21). En el centro de este texto profético, encontramos una frase que, al menos a primera vista, parece contradictoria. Al hablar de sí mismo, el Mesías dice que ha sido enviado «a pregonar el año de gracia del Señor, el día de venganza de nuestro Dios» (Isaías 61, 2). Escuchamos, con alegría, el anuncio del año de la misericordia: la misericordia divina pone un límite al mal, nos ha dicho el Santo Padre. Jesucristo es la misericordia divina en persona: encontrar a Cristo significa encontrar la misericordia de Dios. El mandato de Cristo se ha convertido en nuestro mandato a través de la unción sacerdotal; estamos llamados a promulgar no sólo con las palabras sino también con la vida y con los signos eficaces de los sacramentos «el año de la misericordia del Señor». Pero, ¿qué quiere decir Isaías cuando anuncia el «día de venganza de nuestro Dios»? Jesús, en Nazaret, al leer el texto profético, no pronunció estas palabras, concluyó anunciando el año de la misericordia. ¿Fue éste quizá el motivo del escándalo que tuvo lugar tras su predicación? No lo sabemos. De todos modos, el Señor ofreció su comentario auténtico a estas palabras con su muerte en la cruz. «Él mismo sobre el madero llevó nuestros pecados…», dice san Pedro (1 Pedro 2, 24). Y san Pablo escribe a los Gálatas: «Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros, pues dice la Escritura: maldito todo el que está colgado de un madero, a fin de que llegara a los gentiles, en Cristo Jesús, la bendición de Abraham, y por la fe recibiéramos el Espíritu de la Promesa» (Gálatas 3, 13s). La misericordia de Cristo no es una gracia barata, no supone la banalización del mal. Cristo lleva en su cuerpo y en su alma todo el peso del mal, toda su fuerza destructora. El día de la venganza y el año de la misericordia coinciden en el misterio pascual, en Cristo, muerto y resucitado. Esta es la venganza de Dios: él mismo, en la persona del Hijo, sufre por nosotros. Cuanto más quedamos tocados por la misericordia del Señor, más solidarios somos con su sufrimiento, más disponibles estamos para completar en nuestra carne «lo que falta a las tribulaciones de Cristo» (Colosenses 1, 24).

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Pasemos a la segunda lectura, la carta a los Efesios. Afronta esencialmente tres argumentos: en primer lugar, los ministerios y los carismas en la Iglesia, como dones del Señor resucitado y elevado al cielo; a continuación, la maduración en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, como condición y contenido de la unidad en el cuerpo de Cristo; y, por último, la participación común en el crecimiento del Cuerpo de Cristo, es decir, la transformación del mundo en la comunión con el Señor. Detengámonos en dos puntos. El primero, es el camino hacia la «madurez de Cristo», como dice, simplificando, el texto en italiano. Más en concreto tendríamos que hablar, según el texto griego, de la «medida de la plenitud de Cristo», a la que estamos llamados a llegar para ser realmente adultos en la fe. No deberíamos quedarnos como niños en la fe, en estado de minoría de edad. Y, ¿qué significa ser niños en la fe? Responde san Pablo: significa ser «llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina» (Efesios 4, 14). ¡Una descripción muy actual! Cuántos vientos de doctrina hemos conocido en estas últimas décadas, cuántas corrientes ideológicas, cuántas modas del pensamiento… La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos con frecuencia ha quedado agitada por las olas, zarandeada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinismo; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc. Cada día nacen nuevas sectas y se realiza lo que dice san Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a inducir en el error (Cf. Efesios 4, 14). Tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, es etiquetado con frecuencia como fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, el dejarse llevar «zarandear por cualquier viento de doctrina», parece ser la única actitud que está de moda. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que sólo deja como última medida el propio yo y sus ganas. Nosotros tenemos otra medida: el Hijo de Dios, el verdadero hombre. Él es la medida del verdadero humanismo. «Adulta» no es una fe que sigue las olas de la moda y de la última novedad; adulta y madura es una fe profundamente arraigada en la amistad con Cristo. Esta amistad nos abre a todo lo que es bueno y nos da la medida para discernir entre lo verdadero y lo falso, entre el engaño y la verdad. Tenemos que madurar en esta fe adulta, tenemos que guiar hacia esta fe al rebaño de Cristo. Y esta fe, sólo la fe, crea unidad y tiene lugar en la caridad. San Pablo nos ofrece, en oposición a las continuas peripecias de quienes son como niños zarandeados por las olas, una bella frase: hacer la verdad en la caridad, como fórmula fundamental de la existencia cristiana. En Cristo, coinciden verdad y caridad. En la medida en que nos acercamos a Cristo, también en nuestra vida, verdad y caridad se funden. La caridad sin verdad sería ciega; la verdad sin caridad, sería como «un címbalo que retiñe» (1 Corintios13, 1). Pasemos ahora al Evangelio, de cuya riqueza quisiera sacar tan sólo dos pequeñas observaciones. El Señor nos dirige estas maravillosas palabras: «No os llamo ya siervos… a vosotros os he llamado amigos» (Juan 15, 15). Muchas veces no sentimos simplemente siervos inútiles, y es verdad (Cf. Lucas 17, 10). Y, a pesar de ello, el Señor nos llama amigos, nos hace sus amigos, nos da su amistad. El Señor define la amistad de dos maneras. No hay secretos entre amigos: Cristo nos dice todo lo que escucha al Padre; nos da su plena confianza y, con la confianza, también el conocimiento. Nos revela su rostro, su corazón. Nos muestra su ternura por nosotros, su amor apasionado que va hasta la locura de la cruz. Nos da su confianza, nos da el poder de hablar con su yo: «este es mi cuerpo…», «yo te absuelvo…». Nos confía su cuerpo, la Iglesia. Confía a nuestras débiles mentes, a nuestras débiles manos su verdad, el misterio del Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; el misterio del Dios que «tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Juan 3, 16). Nos ha hecho sus amigos y, nosotros, ¿cómo respondemos? El segundo elemento con el que Jesús define la amistad es la comunión de las voluntades. «Idem velle – idem nolle», era también para los romanos la definición de la amistad. «Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando» (Juan 15, 14). La amistad con Cristo coincide con lo que

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expresa la tercera petición del Padrenuestro: «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo». En la hora de Getsemaní, Jesús transformó nuestra voluntad humana rebelde en voluntad conformada y unida con la voluntad divina. Sufrió todo el drama de nuestra autonomía y, al llevar nuestra voluntad en las manos de Dios, nos da la verdadera libertad: «pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú» (Mateo 26, 39). En esta comunión de las voluntades tiene lugar nuestra redención: ser amigos de Jesús, convertirse en amigos de Dios. Cuanto más amamos a Jesús, más le conocemos, más crece nuestra auténtica libertad, la alegría de ser redimidos. ¡Gracias, Jesús, por tu amistad! El otro elemento del Evangelio que quería mencionar es el discurso de Jesús sobre llevar fruto: «os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca» (Juan 15, 16). Aquí aparece el dinamismo de la existencia del cristiano, del apóstol: os he destinado para que vayáis… Tenemos que estar animados por una santa inquietud: la inquietud de llevar a todos el don de la fe, de la amistad con Cristo. En verdad, el amor, la amistad de Dios, nos ha sido dada para que llegue también a los demás. Hemos recibido la fe para entregarla a los demás, somos sacerdotes para servir a los demás. Y tenemos que llevar un fruto que permanezca. Pero, ¿qué queda? El dinero no se queda. Los edificios tampoco se quedan, ni los libros. Después de un cierto tiempo, más o menos largo, todo esto desaparece. Lo único que permanece eternamente es el alma humana, el hombre creado por Dios para la eternidad. El fruto que queda, por tanto, es el que hemos sembrado en las almas humanas, el amor, el conocimiento; el gesto capaz de tocar el corazón; la palabra que abre el alma a la alegría del Señor. Entonces, vayamos y pidamos al Señor que nos ayude a llevar fruto, un fruto que permanezca. Sólo así la tierra se transforma de valle de lágrimas en jardín de Dios. Volvamos, por último, una vez más a la carta a los Efesios. La carta dice, con las palabras del Salmo 68, que Cristo, al ascender al cielos, «subiendo al cielo, dio dones a los hombres» (Efesios 4, 8). El vencedor distribuye dones. Y estos dones son apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. Nuestro ministerio es un don de Cristo a los hombres para edificar su cuerpo, el mundo nuevo. Vivamos nuestro ministerio de este modo, ¡como don de Cristo a los hombres! Pero, en este momento, pidamos sobre todo con insistencia al Señor que, después del gran don del Papa Juan Pablo II, nos dé de nuevo un pastor según su corazón, un pastor que nos guíe al conocimiento de Cristo, a su amor, a la verdadera alegría. Amén. [Traducción del original italiano realizada por Zenit] Para conocer al nuevo Papa Para ciertos sectores de la Iglesia el nuevo Papa está marcado por la Figura del Prefecto de la Congregación de la Fe. La Congregación de la Fe ha publicado numerosos documentos en los más de 23 años que el antiguo Cardenal la ha presidido. Estos documentos se dividen en dos clases: Documentos “doctrinales” y documentos “disciplinares”. El elenco y el texto puede encontrarse en el sitio “Vatican.va”. El Cardenal era igualmente Presidente de la Pontificia Comisión Bíblica y bajo su dirección fue publicado el documento extraordinariamente bello y fecundo de La interpretación de la Biblia en la Iglesia (1993), en el centenario de la encíclica “Providentissimus Deus”. El hasta ahora gran teólogo (y por ello, bien alejado del integrismo) tiene otras perfiles de esteta, que delatan la extraordinaria capacidad de un alma abierta a la belleza. Como texto significativo, véase algunos párrafos de su intervención en Rímini (agosto 2002) en el “meeting” para la amistad de los pueblos, cuando intervino con el mensaje de La contemplación de la belleza. “... Sigue siendo una experiencia inolvidable para mí el concierto de Bach dirigido por Leonard Bernstein en Munich, tras la prematura muerte de Karl Richter. Estaba sentado al lado del obispo evangélico Hanselmann. Cuando se apagó triunfalmente la última nota de una de las grandes cantatas del solista Thomas, nos miramos espontáneamente el uno al otro y con la misma espontaneidad dijimos: «Los que hayan escuchado esta música saben que la fe es verdadera». En esa música se percibía una fuerza extraordinaria de Realidad presente, que suscitaba, no mediante deducciones, sino a través del impacto del corazón, la evidencia de que aquello no

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podía surgir de la nada; sólo podía nacer gracias a la fuerza de la Verdad, que se actualiza en la inspiración del compositor. Y ¿no resulta evidente lo mismo cuando nos dejamos conmover por el icono de la Trinidad de Rublëv? En el arte de los iconos, al igual que en las obras de los grandes pintores occidentales del románico y del gótico, la experiencia que describe Kabasilas se hace visible partiendo de la interioridad, y se puede participar en ella. Pavel Evdokimov ha descrito de manera significativa el recorrido interior que supone el icono. El icono no es simplemente la reproducción de lo que perciben los sentidos; más bien, supone lo que él define como «un ayuno de la mirada». La percepción interior debe liberarse de la mera percepción de los sentidos para, mediante la oración y la ascesis, adquirir una nueva y más profunda capacidad de ver; debe recorrer el paso de lo que es meramente exterior a la realidad en su profundidad, de manera que el artista vea lo que los sentidos por sí mismos no ven y, sin embargo, aparece en el campo de lo sensible: el esplendor de la gloria de Dios, «la gloria de Dios que está en el rostro de Cristo» (2 Co 4, 6). Admirar los iconos, y en general los grandes cuadros del arte cristiano, nos conduce por una vía interior, una vía de superación de uno mismo y, en esta purificación de la mirada, que es purificación del corazón, nos revela la Belleza, o al menos un rayo de su esplendor. Precisamente de esta manera nos pone en relación con la fuerza de la verdad. A menudo he afirmado que estoy convencido de que la verdadera apología de la fe cristiana, la demostración más convincente de su verdad contra cualquier negación, se encuentra, por un lado, en sus santos y, por otro, en la belleza que la fe genera. Para que actualmente la fe pueda crecer, tanto nosotros como los hombres que encontramos, debemos dirigirnos hacia los santos y hacia lo Bello. En el Día de la elección, 19 de abril de 2005 fr. Rufino María Grández

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Coloquios espirituales 14 DÍA DE LA MADRE Y Dios hizo la madre En España el “Día de la madre” es el primer domingo de mayo, aquí en México, en día fijo, el 11 de mayo. El Primer Día de la Madre fue aquel día en que una mujer del pueblo levantó la voz para lanzar una saeta a la mejor de las Madres, y dijo: ¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron! ¡La madre! La frente se queda pensativa, y el corazón silencioso, con un poema callado. Acaso un día lo diga en honor y justicia de mi santa madre (hoy 96 años)... Podría ser el eco de aquello que maravillosamente pronunció Jesús (tantas veces lo he pensado): Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos... Quizás Jesús se las dedicó, las Bienaventuranzas, en el secreto, a su madre. Pero hoy, en este día evocador, yo quiero rescatar un poema de un hermano, cuyo recuerdo vive y flota en medio de nosotros: el P. Jaime. Esto es lo que escribió “velando el cadáver” de su santa madre, el 23 de octubre de 1957. Tenía él entonces 32 años; era director de una revista popular de los Capuchinos de Navarra, revista que lleva este título paulino: “Verdad y Caridad” (veritatem facientes in caritate, Ef 4,15). Y está publicado en el número de Noviembre de aquel año (núm. 373, p. 291). Se sirve, al principio, de una frase del P. Duval, entonces en su apogeo. El P. Aimé Duval, S.I. (1918-1984) era un músico de aquellos años, que con su guitarra vendió millares y millares de discos. (Luego contó humildemente su vida en “El niño que jugaba con la luna”). Pero eso no es más que una frase de arranque. El corazón del P. Jaime, tierno y limpio como un flor, viene luego. El escrito fue publicado, insertando, como ilustración, una imagen de la Virgen de Lourdes. Tenía prisa por ver a la Virgen de Lourdes... y la Virgen abrevió el camino “A mi madre, que siempre fue pobre y no esperó otro paraíso que el de Jesucristo” (P. Duval) Así dedica a su madre el P. Duval su canción: “El Señor vendrá”. Para mi madre el Señor ha llegado ya; llegó exactamente el día 23 de octubre y, al dedicarle este breve recuerdo, me he acordado de la cita del P. Duval que a ella le cumplía maravillosamente. La muerte se preveía cercana. El señor párroco que la asistía la invitó a dar gracias a Dios por todos los bienes recibidos de sus manos. - Sí, sí - respondió mi madre - porque Dios me ha dado de todo... “ y excesivamente”. Yo contemplaba atónito la expresión de profunda y gozosa sinceridad de su rostro. Pensaba: - ¿A qué grandes bienes alude en estos momentos mi madre? Dios no le dio bienes de fortuna; bien es verdad que la pobreza, nuestra dolorosa amiga, nunca fue mal recibida en casa. Tampoco fue el Señor muy piadoso con su pobre cuerpo. Entre la primera vez en que vio los santos Óleos en su habitación y la hora postrera mediaron cuarenta y dos años de ininterrumpidos padecimientos físicos. Recuerdo que de niño, viéndola a ella, creía que todas las mamás sufren mucho - tal vez sea verdad - y tienen sobre los ojos siempre un sutil velo de lágrimas. Creía que las mamás no comen nunca - su estómago no admitía apenas alimento - y que se limitaban a probar si estaban en su punto los alimentos que preparaban para los demás. Yo creía que las madres “no eran más que madres”, es decir, entrañas siempre abiertas para los hijos, incapaces de pensar en sí mismas. Ella fue siempre así.

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Dios le concedió un alma muy grande y un gran sentido del dolor. Por ello vivía tan convencida de la espléndida generosidad de Dios para con ella, que nunca se atrevió a negarle nada... y eso que Dios sabe pedir. Comenzó por concederle once hijos, pero de ellos le arrebató tres en la primera infancia y dos a la misma hermosa edad de treinta y cuatro años. Su pérdida le costó muchas lágrimas, pero nunca le oímos una queja. Cinco de sus hijos fueron llamados por Dios a la vida religiosa, cuatro de ellos al sacerdocio. Era ya sacerdote, cuando supe por qué mi madre, tan efusiva siempre, fue tan breve, al despedirme para el seminario. Corrió a ocultarse, para que la vista de las lágrimas que mi partida le causaba no fuese parte a hacerme dudar en la vocación. En la última enfermedad pudo ver a tres de sus hijos junto a ella; pero en el momento mismo de su muerte, que sobrevino antes de los esperado, Dios le pidió el último sacrificio: no estar junto a ella ninguno de sus hijos, reclamados por distintas obligaciones en otro lugar. Y en se momento todavía dio gracias, porque tenía junto a sí a su esposo y a un grupo de mujeres, ejemplo de caridad y de piedad. Mi padre fue recitando las letanías de los santos y las oraciones de la preparación para la muerte, que ella fue respondiendo suavemente con plena conciencia, hasta que, viendo a la Virgen de Lourdes sobre la mesilla de noche, pidió a su esposo como último favor que en el momento de entrar en la agonía hiciera sonar el “Ave” de Lourdes. Comenzó a sonar el pequeño evocador carillón. Al terminar el Ave, sobrevino un nuevo amago de vómito. Dirigió una mirada a los que la rodeaban y como último y supremo gesto se reclinó estrechando el crucifijo. En aquel momento llegábamos sus hijos. ¡¡Mamá, desde el cielo, no se ofenda de estas líneas que he escrito, mientras velaba su cadáver. Con ellas quiero rendir homenaje a todas las madres de los sacerdotes y quiero decirle un secreto que nunca le dije en vida. El recuerdo de su alma sacerdotal ha sido muchas veces y lo será más aún en lo sucesivo resorte que alentó mi vocación. Espero que ahora que está ya en el paraíso de Jesucristo, el único que le importó en vida, su intercesión hará fecundo el sacerdocio de sus hijos!! Firmaré con el nombre que tú me diste.

JESÚS ZUDAIRE HUARTE (P. Jaime de Lezáun)

(7 de mayo de 2005) fr. Rufino María Grández