Constancio C Vigil - El Erial

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Constancio C Vigil (1876-1954) fue un escritor uruguayo de Literatura infantil. En esta obra vuelca toda su filosofia de vida y es considerada su obra de mayor madurez personal...

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EL ERIAL Constancio C Vigil

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PARBOLAS

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LA CONGOJA Aquel hombre quera ahondar en los dolores del mundo, para disminuirlos; aquilatar sus goces, para multiplicarlos. Atraves los campos y las ciudades; oy rugir las arenas del desierto y sollozar al ocano; comprendi el gesto de la montaa y el silencio de la tierra. Anduvo tanto que sus piernas temblaban cada vez que se dispona a caminar ms. Y, ya blanca la cabeza, volvi a su patria, lleg a su pueblo y penetr en su casa. Pero la gente supo su venida, y pidi a gritos lo que haba aprendido para mejorar la vida. Sali y la muchedumbre lo empuj hasta una altura. All todos le vean, y de todos seria odo. Las manitas crujan entre las manos nerviosas de las madres y los hombres dilataban el pecho, para no respirar seguido. En los rboles haba racimos de muchachos. Las viejas, sobre las puntas de los pies, parecan mozas, y las mozas tenan aire de viejas. Habl Qu voz era aquella? Qu idioma hablaba aquel hombre, que no era de ningn pueblo de la tierra?... Una voz rara, extraa, dolorosa; con sonido de bronce y de cristal; que recordaba todo; pero que nadie entenda. No era el tiempo de entenderlo; no estaban an preparados para recibir la verdad que habra de redimirlos! El hombre, entonces, dej caer bruscamente la cabeza sobre el pecho y sinti que toda aquella multitud, sin comprender una palabra, lloraba. EL SEOR Inclinado sobre la Tierra vio el Seor que los vecinos de una aldea iban en fila como apresuradas hormiguitas hacia el templo. Descendi y ponindose ante ellos dijo: --Deteneos!... No todos me encontraris en donde vais a buscarme. --Seor! Exclam un aldeano.- No entiendo eso; vamos a tu casa. --No entiendes, por que tus bueyes no pueden explicrtelo; ms sufren hambre y sed, y junto a ellos te aguardo. --Tambin lo dices por m? pregunt una mujer. --Tambin por ti, que cada hora inventas un pretexto para abandonar a tu pequeo hijo. En l me encontrars.

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--Verdad es observo un hombre. Mejor hara en no privarlo de la ternura maternal. --Y mejor haras t dijo el Seorsi aprendieras a amarme mostrando gratitud hacia tus ancianos padres. Al escucharlo, muchas de las hormiguitas se volvieron, decididas a cumplir su deber, y hallaron al Seor en su propia casa, y sintieron que les colmaba de dulzura el corazn. UN NEGOCIO Dormitaba Can en la caverna de la ignorancia y oy decir con voz bronca: --Levntate, Can! Sali Can y pregunt: --Qu pasa? --Que has de venir con nosotros. --Adonde me llevaris? --A la guerra. Te daremos un fusil y matars a todos los que puedas. --Quines son? --T no los conoces, estarn muy lejos. --Y ellos, Qu harn? --Ellos querrn tambin matarte a t. Si lo consiguen, paciencia. --Y si salgo con vida? --Entonces gozars con el regreso a tu casa. --Ya estoy en ella. No es esto estpido? --No, Can, no lo es. Fjate cuntos lo aceptan y con furioso entusiasmo. --Bueno. Y qu me daris? --Te lo hemos dicho: Un fusil. --Nada ms? --Vamos, hombre, decdete! Si por tus actos de arrojo te haces digno de ella, recibirs una medalla con una cinta para que te la cuelgues sobre el pecho. --Ah, bueno! Eso y es otro cantar Venga el fusil!

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PADRE E HIJO (Atribuido Len Tolstoi) N.E Padre, como t me dijiste, as lo hice. Compr primero el carro, un hermoso, slido carro de cuatro ruedas, y la yunta de caballos adiestrados; luego, compr las diversas provisiones, tu poncho de vicua, todo lo dems, hasta llenar el carro. Y todava me sobr la mitad del dinero. --Compraste bien, hijo mo. --Part, pues, de regreso. Al salir del pueblo, pas delante de una miserable choza. Cinco hombres sacaban de all un muerto. Me detuve. En medio de la pieza vi a una infeliz mujer con los brazos cruzados. Numerosas criaturas agrupbanse a su lado y se abrazaban a ella. Todos lloraban, menos la ms chiquita, que me mir fijamente. Comprend. Me puse de pie y desde lo alto arroj dentro el resto del dinero La viuda se inclin a recogerlo. Por la barba del viejo cruz furtivo un estremecimiento. --Reanud la marcha sigui diciendo el hijo. Un pobre hombre que temblaba de fro me tendi la mano. Le di el poncho. Despus encontr un grupo de muchachitos descalzos No pude menos que entregarles la caja de los dulces. El viejo miro al suelo para dejar caer una lgrima. --Al pasar por aquel bello monte de lamos que hay a la derecha de los cerros, los pjaros piaron desesperadamente. Abr la jaula. No lo pude resistir. Fui dejando despus, a lo largo del camino, las dems provisiones. El silln lo di a una pobre invlida. El perro Lo regal a un ciego Todo lo di, padre mo, y por ltimo el carro, ya vaco, lo necesitaba Juan, aquel Juan de la casucha de lata y de madera, que me mostr a sus hijos, su terrible lucha, su huerta tan bien cultivada, cuyos productos llevaba el infeliz marchando a pie por el largo camino, con la pesada carga Veo que lloras, padre --Tu corazn es grande y generoso! --Pero mi proceder!... Perdname, padre mo! --Tu proceder es el de un rey, si alguno existe que merezca serlo. Mi llanto es de alegra, una alegra tan viva que no podr atravesar mi corazn sin desgarrarlo Apresrome a dar gracias a Dios, por que t, oh dicha inmensa!, eres mi hijo.

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LAS SPLICAS Nosotros querramos algo que nos permitiera extraer de la tierra los frutos que deseramos; vivir sobre el suelo tan abrigados como en una caverna; poder desafiar el fri sin helarnos y el fuego del verano sin que nos tueste la piel. Querramos emplear las energas para disminuir las privaciones y acrecentar nuestros goces. El Seor les di el trabajo. Volvieron otra vez a su presencia y dijeron: --Todo cuanto nos has dado vale mucho, pero a veces sufrimos enfermedades, y tu, oh, Seor!, que todo lo sabes, ensanos algo que purifique nuestra sangre, cure nuestras llagas y nos preserve en lo posible del mal; algo que se halle al alcance del sabio y del ignorante, del opulento y el mendigo, y que no se acabe nunca. --Mucho peds dijo el Seor sonriendo dulcemente;-- pero quien tanto pide acaso sufre mucho. Y, levantando su mano, les mostr el Sol. Volvieron por tercera vez y le suplicaron: --Inmensa, oh Padre, es nuestra gratitud; mas ya que todo lo puedes, danos algo que nos anticipe el porvenir, pues nuestra permanencia aqu en la tierra es muy breve; que haga visible lo invisible, pues es muy poco lo que alcanzan nuestros ojos; que nos permita transmitir la propia vida a lo que carece de ella, ya que nuestro poder es tan limitado; algo, en fin, que propague las vibraciones de un alma a otra, y as, en su corta existencia, podr el hombre vivir muchas excelsas vidas. El Seor sonro de nuevo. Las almas encarceladas en este mundo tentaban el cerrojo de la prisin; presentan los misterios de la eternidad. Entonces les dio el arte.

LA CARIDAD Una seora muy rica deseaba practicar la caridad en una forma bien amplia y eficiente. Despus de reflexionarlo algunos das, resolvi aconsejarse de un hombre renombrado por su sabidura y buen corazn. Oy ste encantado los propsitos de su visitante. Aclar que no debe pedir consejo quien se reserva la decisin, por lo cual l se limitara a dar su parecer y se expreso as:

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--Hay una caridad, de primer grado, a la cual todos estamos obligados. Consiste en evitar que el prjimo padezca por nuestra culpa. La sencillez y la sobriedad, por ejemplo, inducen a imitarlas y disminuyen el dolor de la especie, mientras la vanidad, la gula, la ostentacin, el lujo lo acrecientan. Luego, no hay que olvidar que la buena caridad empieza por los que estn ms cerca; entre ellos, los ms humildes servidores. La caridad suprema de una madre es consagrarse a asegurar la salud fsica y moral del hijo. Todo esto cumplido, si an se puede ms, es permitida la caridad en otras esferas. --He pedido exclam la seorauna opinin para emplear mi dinero en buenas obras y no que me aconseje sobre mi vida. --Yo cre seora repuso el hombre de buen corazn--, que se trataba de la caridad y del amor a los que sufren; pero advierto que la duda consiste en lo que se ha de hacer con el dinero. En tal caso, corresponde el consejo de un hombre de negocios. Prometi ella reflexionarlo nuevamente. Es lo que hace ahora.

LA CASA CERRADA En aquel triste camino, a travs de la sierra desolada, solo exista una vivienda humana. Su puerta tena la forma de un corazn. Cuando en las tardes ardientes del verano preguntaban: Ser preciso derribar esta puerta para beber un poco de agua?; cuando en la noche oscura, en la que ni una estrella miraba el planeta, deca un transente extraviado: No hay aqu un cristiano que por temor de Dios, siquiera, se conduela del prjimo y le hospede hasta el alba?; cuando un viajero opulento consultaba: Cunto dinero es preciso para franquear este umbral?, slo el viento con sus gruidos responda. Y as pasaban los aos y los viajeros odiaban cada vez ms la casa y al morador. Vino por fin un bandido cuyos crmenes atemorizaban a la comarca y dijo: --Tengo hambre, mucha hambre, y me persiguen. Dme un pedazo de pan el que aqu vive y que no me conoce. Y aquella puerta que nunca se apiadaba y que a nadie tema, siempre cerrada a las amenazas y a las ddivas, se abri de par en par.

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LOS DESCONTENTOS Aquellos eran los que siempre se quejaban por la distribucin de los bienes naturales. Tan continuas y airadas eran sus protestas, que fueron conducidos a la presencia de Dios. Ante la Divina Majestad repitieron sus quejas y declararon que casi todo se les haba dado a los irracionales y poco a la humanidad. Por lo cual Dios les concedi el derecho de apropiarse libremente, en aqul mismo da, de las cualidades de los irracionales que quisieran. Apresurronse los descontentos a usar de tal franquicia y tomaron de la abeja el aguijn, del sapo el poder inflarse, de la hormiga la avaricia, de la lechuza el chirrido, del zorro la astucia, del elefante la venganza, del asno la gravedad, de la vbora el veneno. Y as quienes no vieron en su ignorancia la misericordia de Dios, buscaron ms dolor y lo encontraron.

LA VERGENZA El apesadumbrado marido le confes a un amigo: --Mi mujer ya no me quiere como antes, y esto me llena de vergenza. --Bah! Contestle el amigo.- la culpa de tu mujer no puede caer sobre t. El marido no se dio por satisfecho y repiti a otro amigo la causa de su amargura. --Alabo tu perspicacia dijole este,-- que te permite evitar el deshonor. Abandnala, pues que an estas a tiempo! Qudate solo y con tu dignidad! Pero tampoco esta vez qued el marido libre de su carga, y a un tercer amigo le confi su secreto. El cual despus de orlo, permaneci callado. --Nada me dices? Exclam el afligido.-- Psame haberte molestado! --Pienso repsoleque aquel hombre que adoraba tu mujer cuando erais novios es el que ella ama todava y amar siempre. Ella es la misma, y su alma estar de novia mientras viva; pero t has estrujado con tus groseras manos la mas bella y fragante de las flores Tienes sobrada razn para afligirte! Esto es una gran vergenza para t! El marido se sinti libre de su carga; abraz al amigo fiel, y, al llegar a su casa, grit desde la puerta: --Novia ma! Esposa ma! Mira las lindas rosas que te traigo!... He venido corriendo para besarte mas pronto!...

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LO MAS DIFICIL Al cabo de muchos aos de afanosos esfuerzos haba logrado descubrir una verdad beneficiosa para sus semejantes. Pero cuando el amigo lo felicit por su conquista, vi sus ojos velados por el dolor. --Cmo! Exclam el amigo sorprendido.-- Triste, t, tan luego ahora! --Es que ahora repuso el pensadorme falta descubrir lo mas difcil: el modo de que la gente acepte esa verdad Y ya soy viejo para poder evitar que ella sea como una hija que muere con su padre! LO INVISIBLE Estoy solo, nadie me oye pens el hombre. Pero l senta que alguien lo escuchaba. --Robar esto propsose cierta vez. Ahora no me ve nadie. Pero l sabia que alguien, sin duda alguna lo miraba. --Lo engaar dijo en otra ocasin. Nadie podr desmentirme. Pero estaba seguro de que alguien lo desmentira. --Matar a mi enemigo! exclamo un da enfurecido. Pero alguien trab sus manos con manos ms poderosas que las suyas. Y as fue cmo el hombre supo que tena espritu. LOS HROES Volva el trabajador, a travs del vasto campo, de su penosa jornada, y con la misma mano sostena su azadn apoyado en el hombro y una pequea bolsa con monedas de cobre. All, a lo lejos, delante de su choza, el viejo rbol familiar mova las ramas llamndolo. Un bizarro militar se detuvo ante l, y le dijo: --Yo soy el que est pronto en todo tiempo para defenderte de los que te atacaren. El trabajador le di parte del dinero. --Amigo dijole el mdico. no te olvides de m: soy el que te defiende de la muerte. El trabajador pagle lo que le reclamaba. Vena por el mismo camino el sacerdote y le pidi su ddiva para las obras del templo.

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--Soy dijole luego el polticoquien vela por tu seguridad, quien vigila la equitativa distribucin de las riquezas, quien estudia el pasado, el presente y el porvenir, para aumentar tu bienestar. Contribuye. El trabajador dej caer la azada y se cruz de brazos, y el poltico tom lo que juzg conveniente. Faltaba an el propietario de la tierra, el cual revis la bolsa y la devolvi, dejando en ella lo que supuso que bastaba. El trabajador recomenz pesadamente la marcha. Lleg, al fin, a su choza. Entreg a su compaera lo que restaba del dinero y tocando una a una con la tosca mano las hirsutas cabezas de sus hijos, se inclin sobre la cuna del ms chiquito que dorma, lo contempl un momento, y, serenado de pronto, lo bes. --Demos gracias a Dios dijo al sentarse a la mesa.El patrn me ha hablado hoy... Me ha declarado que est contento de m y que por este ao no me faltar trabajo. Y endulz con su sonrisa el negro pan que cortaba. Sonri ms dulcemente an su mujer, rugosa y requemada como el pan, y dijo: --No te preocupes, querido. Yo tambin, llegando el caso, podra trabajar en algo EL REPARTO Un hombre alcanz la suma del poder de su nacin, y apesadumbrado de las miserias que vea, cifr su felicidad en lograrla para sus compatriotas. Medit todo lo que hara, y decidi que se le entregaran todos los bienes materiales para repartirlos. As se hizo, se distribuy con extremada equidad entre todos, y suponiendo cumplida su misin, se alej del pas. Pero pronto volvieron las desigualdades y aflicciones, y anhelaron el regreso de quien les prometiera la felicidad. Por fin un da entr en la capital un pobre viejo encorvado, y ante la ansiosa muchedumbre, habl de esta manera: --Al repartir las cosas, cre haceros iguales y dichosos, y no hice ms que perturbar las leyes de la vida, que dan la compensacin a cada esfuerzo, que empujan al indolente, que liman con el dolor las asperezas, que restablecen la justicia, a travs de aparentes contradicciones Y ahora estoy nuevamente entre ricos y pobres, amos y esclavos, sinceros y traidores, laboriosos y haraganes, ingeniosos y torpes, sangradores y desangrados. Y juntando las manos cual si rezara, exclam: --Lo verdaderos bienes no pueden ser repartidos! Nadie cambiar vuestro destino, sin vosotros mismos! Conseguid por vuestro propio esfuerzo la inteligencia y la virtud, y entonces seris iguales; entonces, s, tendris toda la felicidad posible en este mundo.

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ALICHARAN La clientela era tan pobre, que nicamente en su amor se fiaba Alicharn para asistirla. En su primera visita de aquella maana, al disponerse a indicar el tratamiento, vi que la esposa del enfermo le hacia una sea. --Doctor le dijo en voz baja. estamos sin dinero; Qu ordenar usted? Solo tengo aceite. --Eso es lo que conviene contest. Y le dio la manera de aplicarlo. En la segunda visita, los pacientes le advirtieron: --Nada tenemos. Quiz servir la sal? --Con ella curaremos al enfermo repuso Alicharn. En otras casas ni siquiera posean tales substancias, y haba que recurrir a la tierra, al agua, a la ceniza, a las hojas de las plantas. As todos los das, y todos los das curaba. Era un mdico sabio Alicharn; pero no se supo entonces, no se sabe quiz hoy, que era lo mas grande en l, si la bondad o la sabidura.

LA SANTA Despus de haber andado mucho, y ya en el linde del cielo, vi a un anciano luminoso. Y el anciano le pregunt: --Qu buscas, mujer? --Alivio para el dolor de mis hermanos, ayuda para que alcancen la felicidad. --Ellos debieran venir, no t, a buscarlo. --Los pobrecitos no pueden. --Y t Cmo pudiste? Quin te enseo el camino y te dio fuerzas para llegar hasta aqu? Quin te hizo olvidar tus amarguras y pedir por tus hermanos? --Dios Misericordioso! repuso ella sonriente. Con l, Todo es tan fcil y tan dulce! --Anda, mujer, diles eso, sonre como ahora, Y sentirn pequeos sus pesares y al alcance de la mano su esperanza!

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LA ESCALERA Un carpintero se puso a construir una escalera. Pero vino un desdichado y le pidi un pedazo de su obra. Se rasc la cabeza, y se lo di. Vino otro, y le explic que, permitindole usar unos peldaos, trabajara y alimentara a sus hijos. Vinieron muchos ms. El invierno era duro, la miseria muy grande, y el carpintero daba a todos pedazos de su escalera, aun para quemarlos como lea. Y deca: --No comprendo, mujer. Mi escalera es cada vez ms chica y, sin embargo, subo por ella al cielo!

EL GRAN REY Para llegar a la sala del Gran Rey es necesario pasar por siete estancias y subir siete escaleras. En la primera estancia se ofrecen al que llega mil motivos que deleitan los sentidos. Cuntos se quedan para siempre en ella! En la segunda, cautivan las riquezas y a muchos los retienen para siempre. En la tercera, reina la vanidad. La lisonja se enrosca en el que llega y lo aprisiona, si su voluntad no es poderosa. En la cuarta, el amor de una mujer invita al grato reposo y al menosprecio de todo lo dems. En la quinta se alcanza la fama, la celebridad, la gloria. Brillan algunas luces verdaderas y muchos fuegos fatuos. Quien entra en la sexta estancia, slo ve all la sptima escalera y estas palabras: Si retrocedes reconquistars cuanto anhelaste y poseste; si subes, has de dejarlo todo: el mundo con sus placeres y triunfos se desvanecer. Raro es el ser humano que asciende por esta ltima escalera, la ms larga y empinada; ms quien lo hace llega a la presencia del Gran Rey, y el Gran Rey, al mirarlo, llena su alma de luz incomparable y le da todos los goces y todas las riquezas que no se extinguen jams.

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LOS TRABAJOS El barro dice: --Todos estos hombres trabajan para m. Me amasan para hermosearme. La verdad es que tal como soy valgo bien poco. Me convertirn en bonitos cacharros de alfarera. Los cacharros negros dicen: --Ved cmo trabajan para nosotros los que caldean el horno donde habrn de cocernos y darnos dureza y ese lindo color con que nos pinta el fuego. Los cacharros rojos dicen: --Ese carro est a nuestro servicio. Viene a buscarnos para conducirnos a la ciudad, humildes como somos, merecemos el gran honor de que carrero y caballos trabajen para nosotros. Los caballos del carro dicen: --Aqu estamos muy quietos, mientras esos pobres hombres se afanan para colocar el fruto de su labor en nuestro carro. Trabajaron antes tambin para nosotros desde que comenzaron a moldear el barro. Todo lo llevaremos orgullosamente ahora, como una cosa nuestra!

EL CONSEJO INFALIBLE Tena aquel viejecito fama de buen consejero y en secreto le consultaban sobre sus dificultades hombres y mujeres de toda condicin. El viejecito aparentaba escuchar las dudas y aspiraciones del consultante, y permaneca un momento como abstrado en la meditacin. Luego, sintetizaba su parecer en estas pocas palabras: --Simplifica, hijo, simplifica! El consejo, siempre, el mismo, maravillaba por su eficacia. Y ninguno sabia que el propio viejecito, mucho ms sordo de lo que se supona, simplificaba igualmente su tarea, pues opinaba y acertaba sin escuchar una palabra de la disertacin del consultante.

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LAS TRES MUJERES Buscaba el Hombre la Felicidad por todas partes y al no hallarla se senta muy afligido. La Felicidad, entonces, le dijo a la verdad: --Te suplico que vayas a la casa del Hombre. Explcale que yo paso cada da ante su puerta, y la encuentro cerrada; que me ve de continuo y no me reconoce. Fu la Verdad, volvi y dijo: --Dentro de la casa estaba mi enemiga la Mentira, que es muy hermosa y vive esplndidamente. Quiz por verme tan simple, tan humilde y sencilla, el Hombre no me preemiti siquiera entrar y nada pude decirle. Y la felicidad insisti: --Te suplico que vuelvas; sintate en el umbral de su morada, y aguarda a que te reciba. Fue de nuevo la Verdad. Pas un tiempo, volvi apresurada y dijo: --Sali la otra, pude entrar y el Hombre al verme se abraz a m llorando. --Corro hacia l! exclamo la felicidad. Pero cuando ella lleg, ya estaba el Hombre acostado y rgido. Solo pudo inclinarse y besarlo en la frente. EL PALACIO DEL CIEGO Un ngel se le haba aparecido muchas veces para brindarle lo que considerara ms importante y deseable. El hombre se decida siempre por cosas triviales, vanas apariencias, ftiles halagos de su vanidad. Y en todo fue complacido hasta que un da cay en trance de muerte, y vi al ngel, y clam: --La vida! Dame la vida, que es lo ms importante! En esta ocasin el ngel no le hizo caso, lo dejo morir, llevse su alma y la hizo entrar en un magnifico palacio dorando con esplendidos tapices y pinturas, y bronces, y cristales. Pregunt el alma de quien era todo aquello. --De un ciego repuso el ngel. --Y para qu dijo el alma,-- para qu quiere el ciego todo esto si no ve? --No has comprendido an exclam el ngel. El ciego eres t mismo, este palacio es la vida. No la veas y queras vivir!

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EL ABUELO Y LA NIETA El trabajo canta su salud y su alegra. La Miseria se le aproxima y exclama: --Feliz de t, que puedes estar contento! El Trabajo la mira compadecido de su tristeza, y le dice: --No me conoces, pero yo s quin eres. --Imposible que sepas mi alto origen! --Lo s mejor de lo que te imaginas. Tuve una hija, la Riqueza, y me senta dichoso de poseerla; pero se uni con el Ocio. Yo era madrugador, sobrio y diligente; ellos, en cambio, se entregaron al Vicio y a la Molicie. Te estoy hablando de tus padres. --As es, en verdad dijo la Miseria. Has dicho mi triste historia. --Y aqu est ante t, tu abuelo, al que ellos menospreciaron. Vuelve a m y hallars la salud y la alegra! LA IGNORANCIA La Caridad, puesta por Dios en el mundo para acompaar al prjimo hasta el cielo de la redencin, se convenci de que poco, muy poco, conseguira en su empresa si no triunfara de la Ignorancia. Ardiendo en cristiano amor, fue en busca de ella. Estaba en una caverna. Lleg all la Caridad, con una luz encendida, pero la Ignorancia es ciega y no distingua la luz de las tinieblas. Le habl, pero la Ignorancia es sorda, y no entenda. Quiso sacarla del antro, pero la Ignorancia es paraltica, y se resiste a todo cambio. Entonces la Caridad curvo la espalda y, con el rostro abatido sobre el pecho, se convirti en plegaria. LOS DOS ANCIANOS Dos ancianos conversan mientras descienden por la montaa de la vida. --Me afan locamente dice uno. Todo es una ilusin. Vuelvo decepcionado. --Por que buscaste los bienes fuera de t. Queras el poder para mandar a otros, no a ti mismo, que era lo necesario; no te preocup sentir amor, sino ser t mismo amado; atesoraste la riqueza de otros, soaste con una felicidad que no era la tuya. --Renunci a todo eso, y busqu la paz. En ningn lado pude descubrirla y disfrutarla!

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--Dentro de t tan slo la hallaras. --Me entregu a la devocin. Intilmente! Ni siquiera pude entrever aquella mansin sublime que es el cielo. --Porque t mismo deberas tenerlo dentro de ti. --Ni aun Dios misericordioso ha escuchado mis splicas! No ha permitido que me acercara a l! --Es que no lo buscaste donde podas encontrarlo, que era en tu propio ser. --Si sabas todo eso, t habrs sido feliz. --Tampoco yo lo saba. Viv para aprenderlo. Y solo ahora comprendo que todo est en nuestro espritu. Nada existe fuera de l.

LOS OTROS CRUCIFICADOS Algo traer, sin duda, aquel que avanza con la firmeza y la serenidad de un astro por el camino que une la tierra al cielo. Del cielo es la verdad y la virtud, la belleza y la justicia, la caridad y el amor. As dijo la Historia, la del cabello blanco y los ojos siempre nublados por las lgrimas. El que vena lleg, y de su alma, trmula como el arco, parti hacia la multitud la flecha luminosa de su mensaje. Prodjose un remolino de sorpresa. Y resonaron, despus, las mismas voces que hace veinte siglos: --Crucificadle! El hombre del mensaje fue llevado adonde haba muchas cruces y muchos crucificados en torno de la gran cruz del Nazareno, que crece siempre, por que sus maderos tienen vida, y es tan alta que no se alcanza a verle el fin. Las mismas horrendas voces repetan: --Crucificadle! Y al fin, el hombre aquel, pequeito en su humildad, mereci y tuvo el grandioso destino del Salvador. Con un mechn de sus cabellos blancos sec sus ojos la Historia, y escribi: --Traer algo de all arriba es peligroso!

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EL HOMBRE DEL PORVENIR Un hombre va de fuente en fuente, y en cada una bebe, con sed que no es del cuerpo, sino del alma, con esa sed sagrada de la gracia de Dios, gracia que tambin se manifiesta en esas aguas tan puras. Arrodllase ante los ros y en todos lava su boca. En todos lava su boca, sus labios y sus palabras! Despus se dirige al mar y hunde sus manos en l. Es posible que no le basten los ros para limpiarlas? Tanta es la infamia heredada? Tantos los crmenes de estas mseras manos de la especie?... Ay, mejor seria no ver!... All donde las restriega, all queda el mar turbio y sanguinolento! Preguntan: --Quin, quin busca la pureza con ese ahnco sobrenatural? Qu hombre es el que pretende dejar de ser lo que fu y surgir como una aurora entre las viejas tinieblas? Una voz nos responde, una voz que no sabemos si sale de nuestra alma, o si nos llega del cielo. Y ella dice: --El hombre aquel que esperabais! El hombre del porvenir!

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TEMAS DE LA MISERIACierto es que hay mucha miseria. No solamente la miseria que viene de la esterilidad de la tierra, sino la gran miseria, la que procede de la esterilidad de las almas y de la dureza de los corazones. El mundo es viejo, y sus generaciones, ms renovadas que las hojas de los rboles, ms segadas y vueltas a crecer que la hierba de los prados, han padecido muchas veces hambre, y tantas otras esta hambre de comer fue satisfecha. Mas la miseria sigui, debido a los miserables. En vano es que se pretenda distraer a la gente. Cada vida y todas las vidas transcurren para el gran tema de la miseria que no acaba. En vano es que los que estamos ahora pretendamos ocultarla con nuestro silencio, con alguna ilusin, o una mentira. Prontamente seremos renovados, como las hojas de los rboles, como la hierba de los prados, y aquellos que llegaran pondrn sus ojos en esta enorme desdicha. Unos hay que procuran desentenderse. Cuando el ave perseguida no puede huir, esconde la cabeza para no ver, y cree todo peligro conjurado. Pero la inteligencia del hombre debe sobrepujar a la del ave. No aportaran luz quienes buscan la paz en las tinieblas. Tengmoslos por los ms necesitados. Los dems, todos miran y procuran ver, con ojos que parecen dos grandes lgrimas, y, cuando la muerte les oprime los prpados, su misma visin es la del mundo rodando como una lgrima en el vaco. Dentro, en el hogar, hay calor; fuera, el aire esta helado, y los cristales se cubren de roco.

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II Y piensan unos que no habra miseria si todos trabajaran. Piensan bien. Pero podran pensar mejor. La suma de trabajo supera las necesidades de la especie. No obstante, todo hombre cierra con dficit el balance de su vida. Todos los pueblos viven con escasez de pan y de alegra. Todas las pocas han perecido a manos de la desgracia. No bastar, en consecuencia, suprimir a los holgazanes. Ser preciso que el trabajo sea retribuido con equidad. Si pernicioso es el haragn, tambin lo es el hombre que hace de burro. La falta de coordinacin en el esfuerzo es una dolorosa realidad. Guerra sin pausa la que libran los hombres en su trabajo! Desenvuelven sus actividades en rbitas separadas, todas con centros distintos, de manera que, en los puntos en que las rbitas se cruzan, las actividades se destruyen. As, quien empleara cien energas, emplear mil. El exceso se gasta en contrarrestar los afanes de otros trabajadores. Considerad en cualquier individuo, empresa o gremio los mounstruosos sacrificios consagrados a malograr la obra ajena. Fracasar la lucha contra el dolor mientras este no sea comprendido, mientras dure la gran miseria que viene de la esterilidad de las almas y de la dureza de los corazones. III Piensan otros, que la miseria no acaba por culpa de los malos. Desde un principio ellos cobran esta culpa. Con el hacha o el veneno, con la hoguera o la guillotina, con el fusilamiento, con la horca, con la fulminacin elctrica. Sin la benignidad de la naturaleza, que todo lo disuelve y transfigura, la obra de stos que se juzgan buenos rebosara de la atmsfera. No habra montaas tan altas como las levantadas con los huesos de los malos; no habra ya sitio en el orbe donde apilar o enterrar tantos escombros humanos. La maldad, empero, contina. Ni la exterminaran, aunque conviertan el mundo en una crcel y aunque enrojezcan con su bondad los mares. Antes, pues, que tanto apremio en cobrar culpas, averiguad si es mayor la maldad del que sepulta vivos o la del que se pudre en la prisin; la del que arma la horca o la del ahorcado.

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Mas los buenos que no matan y no roban, tambin tienen su parte. Ellos ven la interminable caravana de las almas sedientas de placer. Ven cmo ahonda en el arenal el pozo de cada vida, en busca del agua que aplaca la gran sed. Y no ponen el agua que redime al alcance de las bocas, cuya avidez hace llorar. Pero hay alguien que sabe del manantial, sabe lo que todos buscan, sabe de la caravana que pasa junto a los buenos y sigue con su gran sed por el inmenso arenal. Despus de la ltima posta, cuando las horas del camello no andan, cuando el viajero se echa, y las arenas lo cubren, y la caravana sigue hay quien todo lo mira. Y ve al malo, con el martirio que encubri su falsa dicha; y ve al supuesto bueno, ahto de placer disimulado tras su hipocresa. Lo de buenos y malos puede cambiar. Acaso muchos se creen en demasa aliviados. Muchos estn, quiz, cargados en exceso. Dejaos, pues, de malos y de buenos, de culpas y de castigos. La gran miseria que entristece al mundo, la vida vuestra que la puede aliviar; stos son los dos hechos, las dos grandes verdades que debierais contemplar. IV Otros dicen que el hombre se librara de su miseria si pediera el instinto de propiedad. Sin propiedad individual, no hay libertad. El hombre ya no es dueo de s. Con collar y cadena sigue a la mano que lleva su alimento y su destino social. Para evitar que lo exploten, retornara a la esclavitud. Sin propiedad individual, desaparecera la nica igualdad posible, la que nos hace iguales, respecto a la consecuencia de cada accin y en el derecho a la justicia terrenal. No habr quien restablezca la igualdad una vez rota la ley natural de la compensacin. Sin propiedad individual, no hay esperanza de fraternidad. El odio, como una peste, se propaga entre los esclavos. Las fallas del sistema suscitan repulsiones feroces. Los disimulados amos aprecian de tal manera el trabajo de cada esclavo, que ni uno solo se conforma con su apreciacin. La astucia ergese en cualidad victoriosa, substitutiva de las reales que ahora prevalecen y prevalecern an ms en lo por venir.

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Aumentan la miseria de la vida, no la propiedad en s, sino su mal origen y sus perversiones. La adquisicin de riquezas por la violencia o el fraude ocasiona el exceso de riquezas y su mal uso, males que castigan de por s y que principalmente la cultura evitar. Lo ms pernicioso del derecho de propiedad es su aplicacin a algo indebido. Lo que es necesario no puede ser vedado, no puede ser acaparado, sin culpa, por un solo hombre o por una clase. Delinquen los que se apoderan de extensiones enormes del suelo comn o de cualquier otra cosa indispensable a los dems. Ved en los contrahechos de cuerpo o de alma, testimonios vivientes del abuso en el derecho de propiedad. Considerad tan delincuente al que comete este abuso, como al que mutila o mata a un ser humano. Y quitareis la miseria que aflige al que posee en exceso y al que se priva de lo necesario. V Otros dividen a la humanidad en ricos y pobres y mutuamente se acusan de la miseria que les devora el corazn. Llaman ricos a los que poseen en abundancia bienes materiales; pero no juzgan por la riqueza en s, como los que condenan la propiedad, sino por las circunstancias que dificultan o favorecen la riqueza. Por algo sois pobres!, Por algo sois ricos!, se dicen con esto, tratndose con esto de torpes o de ladrones. Mas, al echarse el camello cuando silba ya el viento que levanta la arena cubridora, ricos y pobres, tiemblan como en el patbulo, y buscan por todo el cuerpo la causa del temblor, como una mujer su aguja en una sala de fiesta. No sois todos iguales? Muchos pobres, No fueron ricos? Muchos ricos No padecieron antes hambre? Los mismos pobres, No son los ms enemigos de los necesitados? Y si el rico es por algn vicio, el pobre, no lo ser por algn vicio mayor? Pobres los que han robado el trabajo de los otros; pobres los condenados por su egosmo a comer en demasa; pobres los que no beben nunca agua; los que no tienen necesidad de trabajar; los que matan el tiempo para que el tiempo no los atormente;

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los que satisfacen todos sus gustos; los que se convierten en alcanca; los que saben que con dinero todo se consigue; los que han despojado al labrador de su tierra y al hijo de la madre para tenerla de nodriza; los que se valen de las manos y la espalda de los dems; los de lengua spera y los de ojo soberbio; los que pasean su joroba de oro y creen que nadie los nota; los que llevan joyas a los santos y pasan insensibles ante los nios que tiemblan de hambre y de fro; pobres los que caminan y no conocen su camino; pobres los que van cargados y no saben de qu; pobres los que se apuran por llegar y nunca se han preguntado adnde van. Ricos, los ricos de paz, los sobrios y los rectos; los que gozan de la alegra de su buen corazn y no roban la ajena; los que siembran con sus manos, y no necesitan que los otros siembren y sieguen para ellos; los que pueden mostrarse como son, y no niegan y no desfiguran a los dems; los que se dicen a si mismos la verdad, y se juzgan a si mismos con justicia y pueden dar a los dems de su bien y de su paz, de su alegra y de su riqueza, y de todo esto dan, en la buena palabra de la verdad y en la buena caridad de la justicia. No os acusis los unos a los otros; miraos los corazones y las almas. No os limpiis slo por fuera; limpiaos tambin por dentro. Quitaos la propia miseria, y la miseria del mundo acabar.

VI Otros juzgan que hay miseria por que falta caridad. Primeramente, para hacer caridad digna de aplauso, tendrais que hacerla en secreto. Hacis la caridad de tal manera que parece un negocio en el que traficis con las penas de los afligidos. Cuantos tristes! - Alegrmonos! - Cuntos tuberculosos! Cuntos nios hambrientos! - Hagamos una gran fiesta! Luego, habr que saber si dais lo propio, a su tiempo y en la cantidad debida. Cmo sabis que es vuestro lo que dais? Por qu la caridad es necesaria? Cunto es lo que debis dar? La madre se ve forzada a abandonar a su hijo; una spera nodriza viene y se encarga de la crianza del nio. Esa es vuestra caridad!

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El viejo amanece en el umbral. Tose y mira tristemente. Levant muchas paredes con sus manos; pero no tiene donde refugiarse. Alguien viene, lo recoge y lo pone en la antecmara de la muerte. Esa es vuestra caridad! El propietario de las casas inhumanas, donde los nios languidecen privados de sol y de aire puro, y tienen por pradera hmedas losas, da una suma de dinero por la infancia desvalida. El rico se conduele de los pobres de quienes le hablan, y da su bolo. La verdadera caridad quiere que aquella madre viva en salud y en honra, y cre a su hijo con la doble dulzura de su seno y su corazn. Que el trabajador sea pagado con equidad durante toda su vida y acompaado por los buenos al bien. Que nadie lucre con la salud del semejante. Que el rico se conduela de los pobres que ve, los pobres de su casa, sus empleados, sus obreros, sus sirvientes. Pero en vez de dar esto, que es amor, dais aquello que os sobra, dais lo de unos a otros y trocis toda justicia, como ladrones y malversadores que sois de los ajenos caudales. Tal es vuestra caridad, engendrada y amamantada por el egosmo. No hay palabra ms triste que la palabra caridad. Baj del cielo para endulzar el corazn humano, y la habis convertido en instrumento de la iniquidad Jess se alejo, una vez, desalentado por la multitud; fu al notar que lo segua en espera de la repeticin del milagro de los panes. Mas vosotros hacis reparto de panes cada da, con mucha complacencia, y ciertamente que no es honra en vosotros, ni es milagro. Os debais avergonzar. Si antes hicierais justicia, vuestra caridad seria imposible. La verdadera caridad no es dar al necesitado, sino evitar que el necesitado exista. L a verdadera caridad consiste en darlo todo; no todo lo del que da, sino todo lo que corresponde al que recibe. Y ms an: La verdadera caridad no es dar, sino reconocer. VII Otros por ltimo, afirman que la miseria del hombre subsiste por su ignorancia. Mas cuando queris saber qu entienden por ignorancia, entonces veis con dolor que cada uno llama sabidura a lo que el sabe, e ignorancia a lo que saben los dems. Por que estn los conocimientos compensados entre si y todos ellos son limitados e imperfectos.

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El que sigue a los astros en su vuelo quiz ignora lo que ocurre en su casa. El que encuentra la solucin a los mas arduos problemas, deja a menudo sin ninguna el de su vida. Y hay quien, buscando el porqu de todas las cosas, no se ha buscado a si mismo. Pues la sabidura que viene de Dios la recoge lo mismo el humilde labrador durante el da que el astrnomo en la noche, y para siempre perdura. Mas la que viene del hombre cambia para cada tiempo y con cada tiempo acaba. Todas las ciencias van, como los ros al mar, al misterio de la materia y de la fuerza. Y as como suele un perro guiar a un hombre que no ve, suele el que no sabe nada servir de sostn y gua al que supone saber mucho, y esta ciego. Por que no ve que este mundo es cual un barco que repite sus viajes siempre iguales, mientras los viajeros cambian; no ve cmo salen de l los enjambres de almas, cada vez con un nuevo aprendizaje. Y busca el bien y el progreso en lo que queda en el barco.

VII Pero uno, a los de Occidente, os ense que la miseria acabar por el amor. Despus de l, sesenta generaciones se han sucedido, y los sesenta obstinaronse en destruir su doctrina. Habis escrito millones de libros, reverenciando a centenares de sabios, inventando sistemas y palabras para explicar el bien y el mal; mas la miseria siempre permanece y vuestra gran turbacin aumenta cada siglo. Cierto es que Jess esta crucificado con los clavos de vuestros egosmos; pero un da tendris que descolgarlo y dejarlo vivir entre vosotros. Matis al semejante. Matad mejor, las perfidias que cual serpientes anidan en vuestro corazn. Alumbris los templos y os prosternis ante imgenes. Alumbrad, tambin, vuestra conciencia. Arrodillaos ante las victimas de vuestra perversidad. Lloris a Jess; mas no lo conocis, pues si lo conocierais, sabrais que no muri, ni morir. Lloraos a vosotros mismos; ablandad en lgrimas vuestro propio corazn. Todo lo puede el amor y l es quien ha de mejorar la vida. Con ms amor florecern los muros de vuestra vivienda y anidarn en ellos los pjaros silvestres. Pero estos, buenos y alegres como son, huyen a vuestro paso; si no pueden huir se esconden, y si no se pueden esconder tiemblan, por que os falta amor.

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Se habla del bien, de la verdad y de la belleza, y todo esto es amor, sin el cual, nada conoceris en plenitud. Se anhelan triunfos y progresos, y todo esto es amor, sin el cual, nada de lo que valga se alcanza. Por ms vueltas que d la especie humana en la noria de vuestras vanidades no sacara otra agua que esta verdad. Por poco amor se llora en cada jornada y al morir. Aun ante vuestros muertos, dobla vuestra afliccin el pensamiento de los que disteis en vida menos amor del que necesitaban. Preparaos el buen dormir, amando durante el da. Preparaos el buen morir, amando mientras vivs. Amad al rico, que padece su riqueza, y al pobre, que envidia al rico. Del ladrn o el impostor, pasad la vista a su casa, y ved all a su mujer y a sus hijos que los esperan. Amad a los desconocidos, pues entre ellos muchos os amaron al sacrificarse en beneficio de la especie. Y amad tambin a los sucios, a los lisiados, los de spera lengua, los de ojos mentirosos, los que esgrimen cinco puales en cada mano; por que tenis vuestra parte de culpa en la desgracia de ellos y vuestro amor es lo nico que los puede redimir. Amad a los hijos de todos, y aprenderis a amar a vuestros hijos. Pensad, ante un hombre, cuando estaba en los brazos de su madre que soaba. Si este sueo se cumpli, amad al hombre bueno; y si no, amadlo por aquella pobre madre. Y as aprenderis a amaros, pues ni a vosotros mismos os amis al buscar vuestro bien en vuestro mal, el placer en el exceso, la dulzura en la hiel del egosmo. Todo lo que el hombre arroja con su mano desde la tierra al mar, el mar se lo devuelve. Mil veces lo arrojara y otras mil el oleaje se lo traer. As es tambin el mar de lo infinito. Mil veces os desprenderis de un bien para entregarlo a los dems y otras mil os ser restituido. Amad sin medida, y sin medida os amaran. Dad esta vida y otra mejor os ser dada. Alguien os devolver mal por bien; pero este alguien no es la vida, ni ese mal es positivo y duradero. La vida devuelve aquello que recibe. Os parecer obtener en algn caso bien del mal. No os engais: del mal, mal recogeris.

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Amad al sol, que os da su amor en su luz, y a la bveda estrellada que os envuelve en su paz mientras dorms. Amad a los rboles, que os entregan cuanto tienen y cuanto pueden hacer con su trabajo, y slo hablan con su belleza y en la dulzura de sus frutos. Amad los pjaros, que parecen nada ms que lindos cantorcillos vagabundos, y luego se ponen serios, forman el nido, el sorprendente hogar, y cran a sus hijitos a fuerza de incomparables sacrificios y con ternura de abuelos. Amad a todos los seres, por que aun la serpiente no hiere si no es herida y salva vuestras cosechas de ser devoradas por las ratas. Amad a todas las cosas, por que el mismo veneno que en una dosis mata, en otra cura, como toda virtud se prostituye por el odio, y todo vicio atena su fealdad con el amor. All donde viene uno, y hace diez, poned ms amor que l, y haris ciento. Y al que levanta su furor contra vosotros, amadlo, y su furor e aplacara; amadlo mas an y os amar a su vez. Mientras no amis, la vida ser triste, como una mujer que llora bajo un duraznero en flor. Por que el amor es la vida, y al no sentirlo, estamos como muertos. Por que el amor es la luz, y si falta anochece en nuestra alma. Por que el amor es la felicidad, y mientras vuestro saber no alcance a esto, la miseria os araar y angustiar Amad a la naturaleza, y curar vuestra congoja; amad a los hombres, y compartirn vuestros anhelos; amad a Dios, y alumbrar vuestro espritu.

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PLEGARIASPLEGARIA DEL SEMBRADOR Es el tiempo de sembrar. Hombres de las ciudades: id a ver a los que escriben su plegaria al Seor con esa pluma grande del arado, y ved cmo el Seor pone en los rasgos de la escritura sus presentes, como los Reyes Magos en los zapatitos de los nios. De los granos de la tierra saldrn granos de trigo. Ved el parto de la tierra, negra, humilde y hollada sin cesar, frente a la esterilidad de la cumbre altiva y fra! Mientras se elogia a quienes mucho hablan, gesticulan y cambian la forma y el sitio de las cosas, pocos recuerdan a los que siembran el trigo que convertido en pan ha de saciar el hambre de la especie. Su plegaria es gratan a Dios. Primero es tierra labrada; despus, esmeralda; despus, oro; despus, armio; despus, alegra y paz en los hogares. Andando el sembrador halla una piedra que no puede remover. Bajo ella, la tierra queda estril y se convierte en refugio de seres dainos. Y piensa: As la mano del hombre suele posarse, fra y dura, sobre un pueblo o una poca. Luego, encuentra un hoyo, y dice: La tierra me pregunta por quienes de ella se alejaron con los bolsillos llenos y andan por ah borrachos de artificio y disfrazados. Vendrn por s o esperarn que los traigan? Slo en ella, vivos o muertos, tendrn paz. Y el otro sembrador dice: Ya mi tierra esta arada y rastrillada; ya mi tierra esta pronta para la germinacin. Cae, bendita simiente!... amo a todos los hombres y para todos siembro. Yo no quiero saber quin comer mi trigo.

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Unos das ms y, en vez de entregar mi siembra, pondrn mi cuerpo entero bajo tierra. Qu l tambin sirva de algo, hermanos mos, y nutra aunque sea una flor en que descanse un segundo vuestra vista! Sembrad, igual que yo, cuntos amis la verdad, la belleza y la justicia, y tendris la alegra de la buena cosecha. Aunque vuestra era los siglos, y vuestra troje el mundo, a vosotros os quedar la paz de la obrar del bien y hasta las piedras del campo os querrn alimentar. Por fin la hora del descanso llega y el sembrador de la buena palabra se pierde en la oscuridad, como en su choza aquel que siembre trigo. Su boca, seca de sed; sus pies, pesados de barro: sus manos, sarmientos secos. A veces, a mitad de la noche siente fro; pero olvidado de s, percibe en aquel silencio que lo envuelve la angustia de los otros sembradores que se afanan como l cada jornada, y quisiera consolarlos y alentarlos, y les dice: El amor de los buenos os acompae, Oh, escritores y artistas, curadores del hambre del espritu, pintores y escultores de la mgica espiga de la belleza, msicos de la cancin fortificante, forjadores del verbo que entra en todos y de todos es comprendido y alabado!

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PLEGARIA DE NOCHEBUENA Y aconteci que, estando ellos all, se le cumplieron los das en que haba de dar a luz, y naci su hijo primognito, y le envolvi en paales, y lo acost en el pesebre, por que no haba lugar para ellos en el mesn Nace un nio y muere otro a cada golpe que da la sangre en nuestras arterias, y si la humanidad est hoy de fiesta por uno que naci hace veinte siglos, forzoso ser creer que ese nio inolvidable ha sido inmensamente grande. Creci y fue siempre humilde, sin dejar de ser valiente hasta el supremo herosmo; fue pobre hasta no tener donde reclinar su cabeza; pero prodig a raudales los tesoros de ms precio, ense, alivi, cur, rondando por aldeas y ciudades, hasta que al fin lo mataron aquellos en quienes no haba cado su palabra. Como alguien le dijeraMaestro bueno. l repuso: Por qu me dices bueno? Ninguno es bueno, sino uno: Dios. Mas s l ni siquiera quiso que un solo hombre le llamara bueno, bueno le han dicho y bueno le dirn tantos millones de hombres como arenas tiene el mar. Qu buscan los reformadores que se han sucedido en estos diecinueve siglos y en los siglos que antes fueron? Nada beneficioso para el hombre, que no haya salido en palabra armoniosa, bella y pura de la boca de Jess. Y en la absoluta abnegacin por el ideal, Quin lo ha igualado? Quin como l tuvo amor para sus enemigos, hizo bien a sus perseguidores y muri pidiendo al cielo el perdn de sus verdugos? Aquellas multitudes semibarbaras, amamantadas en la crueldad, enceguecidas por los bajos instintos, iban en pos de l, cautivas de su mirar sereno y su palabra armoniosa, como sedientos detrs de un cntaro de agua fresca. Parbase Jess y les deca: Si alguno tiene sed, venga a m y beba. Y a raudales beban amor en su corazn, mientras l dulcemente les deca: Bienaventurados los tristes, los mansos, los que tienen hambre de justicia. Los misericordiosos, los de limpio corazn. Sobre los expoliadores y parsitos su palabra caa cual vivo fuego, por que l nunca temi a los poderosos. No todos los que dicen ser discpulos de Jess saben quien fue ste formidable revolucionario. Pero menos an lo han comprendido aquellos que prosiguen en los siglos la triste obra de injuriarlo! Muchos hay que tienen sed y que no saben adnde irn a beber el agua que la quita, y que parecen malos, por que la engaan con vicios o con licores que creen de sabidura los que un instante la aplacan, y luego vuelve ms devoradora an.-- Decid a los sedientos de toda condicin que se incorporen a aquellas multitudes que seguan a Jess y, renovadas sin cesar, lo siguen todava!

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PLEGARIA DE AO NUEVO Cuan ligeros pasan los aos! Este otro ao, Qu pronto acabar! Nuestra vida misma terminara muy en breve; antes que se agriete el techo de nuestra morada, antes que se seque el rbol que nos da su fruto. Si atrapramos las horas! Si moderramos la marcha de los das! Si furamos, si hiciramos aquello que anhelamos! Terminemos el ao bruendo la voluntad para la nueva batalla. Esta alegra con que se despide el ao que se va y se recibe al que llega muestra la decepcin de lo vivido y la esperanza, siempre renovada, en un porvenir mejor. Corazones templados y espritus vidos de luz, no desmayis. Sucede el alba a la noche, la calma a la tempestad y la reconciliacin a la feroz matanza. Que la bondad divina descienda en mayor porcin sobre la especie! Que sean ms buenos los buenos, para que el amor rebose de sus corazones y se infiltre hasta en las fieras que hablan, y las amanse y las redima! Que redoblen su afn los plantadores de la buena simiente, para que no quede un palmo donde puedan crecer las malas hierbas, cuyo solo contacto con el aire envenena las almas! Plantan algunos un rbol y lo consagran al culto de un recuerdo, o al hijo recin nacido Por qu no plantar este ao un rbol en nuestro corazn, consagrndolo al amor? Que se nutra de nuestra sangre, que forme de nuestra carne su ramaje, que florezca en piedad, que fructifique en comprensin de todas las ansiedades! Marca ya la media noche el reloj de diamantes estelares. Ven, bscame en la soledad, bajo el inmenso cielo y ante la enorme angustia de esta vida. Ven y brinda conmigo por que los dormidos del corazn o del alma, de pena o alegra, de soberbia o de odio, despiertan en la prxima aurora para siempre, y abran los ojos a la blanca luz, y abran el pecho al puro aire que sopla del naciente. Pidamos juntos al cielo que su misericordia se derrame sobre este infinito de ansiedades que es nuestra especie, atormentadas entraas en que se gesta la humanidad futura!

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PLEGARIA POR EL ARBOL El rbol purifica y fecundiza, no solo el aire y la tierra, nuestro corazn tambin. Apstol silencioso, nos predica el bien, prodigndolo a cuanto se le acerca. Basta mirarlo para sentir su dulzura; basta tocarlo, para sentir su paz. l siempre esta aconsejndonos. Los malhechores tiemblan al orlo de noche, como si murmurara. Tiemblan por que no oyen lo que dice, y temen amenazas como las del hombre. Si entendiesen serian buenos! La armona y la bondad fluyen de cada una de sus hojas, como de un libro santo. El omb es la historia de la patria vieja; y la palmera, la del indio. Adems de filsofo, historiador y poeta, el rbol es profeta. Contis los rboles de una nacin y leeris su porvenir. Nada grande hay que esperar de los pases sin abundancia de rboles. Felices, fuertes y triunfadores son los pueblos que surgen en medio de los rboles, y gozan de su caricia de su sombra y de la teraputica de su fruto. Sabis de donde viene, si no es de sus bosques, esta fragancia virginal de Amrica, que con fruicin aspira el mundo? Hay de Amrica si sus bosques desaparecen! En ellos est el secreto de su vitalidad exuberante, en ellos nace el soplo soberano que nos empuja al porvenir. Amar el rbol es comprender la vida. Sali de debajo de la tierra para mirar el sol, y compadecido de los pjaros, abri los brazos para protegerlos, y compadecido de los hombres, les da, cuanto posee. Recibe cada mirada como una caricia, y cada gota de agua como un tesoro. Trasunto del universo, por su serenidad, belleza y armona. Sabio que ensea en silencio, santo que con cada mano pide al cielo la bienaventuranza universal, artesano y artista que trabaja da y noche para convertirse l mismo en una plegaria que asciende al cielo!

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PLEGARIA POR EL INDIO Cmo ha de ser cabal la beneficencia si no contempla y ampara a los indgenas de Amrica, los habitantes ms dignos de piedad y de proteccin? Tantos asilos, tantas instituciones piadosas!... Y todas aquellas manos de mendigos que se alzan a millares en el desierto y en la selva, implorando la caridad de la repblica? Preciso es quitar al indio el temor al blanco, el temor al soldado; darle parte en la heredad, personera en los estrados de la justicia: luz, por que esta ciego; amor, por que esta dolorido de martirio tan cruento y prolongado. Una ley debe declararlo hijo menor de la patria, colocado bajo su amparo y potestad, y concederle garantas en el trabajo, ropas para cubrir su desnudez, toda la ayuda material y moral que necesita. Que salga cuanto antes de su precaria y lastimosa situacin! Repudiemos la solidaridad con el despojo que signific la conquista, purifiqumonos de esta herencia de culpa; demos al mundo ejemplo de equidad con el dbil, de regeneracin por la cultura, de comprensin de la fraternidad, de acatamiento a las supremas leyes.

PLEGARIA POR UN HEROE DE CUATRO PATAS Hubo un tiempo en que fu el tren, la diligencia, la carreta, el nico vehculo, el nico medio de transporte. Su casco puso el bautismo en las llanuras de Amrica, en el suelo misterioso de sus bosques, en las speras cuchillas. Su crin fue el primer penacho del progreso que eriz el viento en la pampa. Cuntas noches ha llevado en su jinete aquel ensueo que hoy es realidad triunfal! Y el breve descanso, su comida era el pasto, si haba pasto que tapizara el campamento; su box era el campo abierto, sin ms abrigo que el Sol. Tascando el freno en silencio, vel innmeras noches el sueo de los que ganaron el continente para la vida civilizada. Y ahora, en campos y ciudades, trabaja para el hombre, sumiso y dcil, ofuscada su inteligencia por el trato brutal, perdida su libertad, privado de los goces naturales, sin otro premio que una rara caricia que l no puede explicarse entre tantas crueldades y tan horrenda ingratitud.

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PLEGARIA POR LOS MUERTOS Es el da de los muertos. Lloraremos a aquellos que desaparecieron para convertirse en polvo igual al que ellos levantaban en la marcha? Sea mas bien esta vez nuestra plegaria por los muertos que estn entre nosotros! Los de odos que no oyen, los de ojos que no ven, los de corazn sin amor, los de alma sin la pasin de la justicia. Los que se apesadumbran ante los nichos de los cementerios y no recuerdan los nichos de las crceles; los que tiemblan al agitarse los cipreses, y pasan junto a los muros de los hospitales sin sentir el dolor que los conmueve. Los que condenan sin misericordia. Los que se hartan sin pudor ante el hambriento. Lo que cobran una ofensa, y un error y un centavo. Los que sonren ante la mujer que se hizo madre y no tiene hombre ni ley que la ampare. Los que vuelven la espalda al que est sucio por dentro y no se sabe limpiar. Los mordidos por la envidia y que ignoran que todos somos uno y que el triunfo de uno es el de todos. Los que pisan la alfombra sin recordar las manos que febriles la tejieron, y el csped, sin saber que cada paso destruye muchas vidas, al pueblo, sin apiadarse de su martirio. Los que saborean la fruta sin cario hacia el rbol; los que comen el pan sin gratitud para el labrador ni compasin para el buey. Los que visten la seda que elabora un gusano y tienen aversin a los dbiles seres que se arrastran en la tierra. Los que aman a las mariposas para verlas morir, y a los pjaros, para encarcelarlos, y a las flores, para arrancarlas de la planta. Los otros pobrecitos, que uno es juez, y no sufre porque el inocente est en presidio por su negligencia; otro, mdico, y duerme despus de negar alivio al dolorido; otros, funcionarios y traficantes; que guardan sonriendo el fruto del despojo; otros, que llenan su bolsa de odio a falta de oro. Los otros, muertos tambin, que mat el fro social; los sin pan, los sin hogar, sin un afecto y sin rumbo; y los nios, que son como si no existieran para el bien y la cultura; y los infelices indios, todos muertos a manos de la codicia y la crueldad; y aquellas sacrificadas a la lujuria, que mueren acurrucadas en las cavernas del vicio. Ammoslos a todos! Ya que el amor de dos les di la vida, pueda el amor de muchos realizar el milagro de la resurreccin. Elevemos al cielo la plegaria por todos estos muertos!

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PLEGARIAS POR LA PAZ I Bendita sea la paz y sus cosechas! Bendito el amor y todos sus frutos! Benditos los pensamientos de las madres, que uno solo de ellos pesa ms en la balanza de los cielos que toda la soberbia de los Csares! Maldita sea la guerra! Malditas sean las armas y los planes homicidas! Muera el gran monstruo que devora en la paz el trabajo de los pueblos, que se bebe en la guerra la sangre de los hombres! Unmonos, hermanos! Levantemos bajo la mirada de Dios que la bendice nuestra ensea de paz y de justicia! Slvese, oh santas madres, el fruto de vuestro vientre, vuestro imperio y vuestra gloria, y mueran para siempre las torpes y funestas ambiciones! Abominacin para la guerra! Abstengmonos de toda manifestacin de ferocidad. Emplacemos las energas para las nobles luchas del trabajo, para las honradas victorias de la paz. Quin llorar a los muertos? Quin sufrir el dolor y la carga de los mutilados? Quin edificar sobre las ruinas? El pueblo, vencedor o vencido, que di su juventud y su alegra, su sangre y sus esperanzas, que soport el martirio en el hogar, en los cuarteles y en los campos de batalla, y que recoge en su cuerpo y en su alma las inmensas aflicciones que son el nico fruto de la guerra. Perfmate de amor, oh Amrica! Sers la mano en que el mundo apoyar su frente vuelta fuego! Cuida tu huerto! La dulzura de sus frutos aliviar a vencedores y vencidos. Vigila la pureza de tu fuente! Sers la copa de agua para la especie sedienta! Alabada sea la paz que deja a los bueyes uncidos al arado, y el arado abriendo el surco, y el surco en hervor de vida, y la vida derramndose prodiga y triunfal sobre la haz de la Tierra.

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Alabada sea la paz en la que el rosal florece, el rbol fructifica, la mies madura, y estn juntos aquellos que se aman, y se aman todos aquellos que se juntan en las lides del trabajo y en las fiestas del placer. Alabada sea la paz, en cuyo seno se ganan las batallas contra el hambre y la ignorancia, y se acrecientan sin cesar las filas de los ejercitos de Dios. Compasin para las madres que no infunden a sus hijos la aversin a Can! Compasin para los padres hacedores de hurfanos! Compasin para los que con el culto de la guerra preparan la desolacin de las ciudades y de los corazones, la matanza de los hombres y de sublimes pensamientos! II Vosotras, madres, decs: Los hombres hacen esto! Los hombres lo han querido! Los hombres se han vuelto fieras! Y quienes son los hombres? Miradlos, pues. Son esa cosa diminuta que sonre y crece a la sombra de vuestro seno, como se agranda y dora el grano de uva a la sombra del parral. De vosotras salieron; vosotras los alzasteis en vuestros brazos mientras ellos no pudieron caminar; vosotras los trajisteis de la mano hasta juntarlos a los que estaban antes y ahora os sents extraas de ellos, os asustis de sus crmenes y exclamis: Los hombres! Los hombres!, como gritaran las madres del rebao devorado en la noche: Los lobos! Los lobos! En todas esas horas, en todos esos aos que estis a solas con ellos Salvad con vuestro amor a la humanidad del siniestro delirio de la guerra! Arrancad la crueldad de su carne y de su alma! Redimid a la especie de los instintos feroces! Ahora, que con una palabra vuestra llena su corazn! Ahora, que con un beso vuestro vibra su alma! Trabajad sin descanso, madrecitas! III Sed, maestros, consientes de vuestro inmenso poder sobre la vida; sed como fuisteis en aquel sublime ensueo de la adolescencia en que se pronunci vuestra vocacin. Si un padre puede hacer mucho dignificando a su hijo, Cunto no haris vosotros con vuestros hijos espirituales, cada ao renovados, para darles la paz de la conciencia y la del corazn, que es dar la paz al mundo?

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Deseen vuestros alumnos buena cosecha para todos los labradores de la tierra, y que los pescadores de tantos mares regresen a la playa cantando su alegra, el barco henchido de abundante pesca! Difundid el culto por los hroes aliados de la vida y la pasin por las guerras necesarias: las guerras contra la ignorancia, la miseria, la violencia y el dolor. Vibre en vuestra palabra el fervoroso anhelo de bienestar y de dulzura para todos los pueblos, todos merecedores, por su infortunio o sus virtudes, de una mayor felicidad! Diseminad amor en el futuro que germina al alcance de vuestra mano!

PLEGARIA POR LOS PRESOS Por la miseria cae el ser en la prisin, y la prisin agranda su miseria. No hay en la tierra seres mas necesitados. Y la limosna que reciben es de odio! Cuantos hermanos y hermanas, cuntos padres y madres, cuantos hijos tenemos en la crcel! Y no nos ha de doler? Carne de nuestra carne ha de llenarla maana, Y no nos ha de afligir? Ante tales cementerios de cuerpos y de almas, tentada est la piedad de pronunciarse por la pena de muerte, por que no vivirn los que salgan de all, aunque anden por el mundo. Llegue un rayo de sol, una sonrisa de amor, una palabra de misericordia a los hermanos que lagrimean de fro, mientras deliran o suean, sepultados en vida bajo la piedra y la sombra de nuestras crceles!

PLEGARIA MATINAL De cuantos se me allegan, yo te pido, Dios mo: Que ninguno deje de escuchar algo que pueda serle til; Ninguno dude de mi serenidad y mi paciencia; Ninguno note debilitada su fe en si mismo; ninguno lleve de mi alma menos de lo que l me entregue; Ninguno piense que me considero superior a l; Ninguno sienta disminuido su contento; Ninguno se retire sin alivio para su dolor.

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PLEGARIAS POR EL NIO I He aqu, Dios mo, que voy perdiendo las hojas, que se agrieta mi piel y que mi tronco se inclina como para caer al primer vendaval que lo sacuda, y no brind a los que llegan a la vida el fruto que dulcifica el corazn, ni la frescura que serena el alma. Ahonden ms mis races en tu misericordia. Pon en mi savia el fuego de tu amor y har un milagro en cada vieja rama. Cada vez que pase un nio dejar caer una fruta. Cada vez que un nio llore Qu puede hacer un rbol para que un nio no llore? Vulveme pjaro, para que lo alegre con sus cantos y sus vuelos. Cada vez que lo maltraten Qu har un pobre pajarito para que se maltrate a un nio? Vulveme nave, Santo Dios clemente. Me lo llevar bien lejos, donde no suenen las palabras speras Ms, Qu podar hacer la nave cuando el nio tenga miedo y pregunte por su madre? Llega as mi vejez y no encontr todava lo que te ped en mi mocedad. Yo s que T me has odo; yo se que T me lo has dado; pero yo no lo encuentro; mi boca entorpecida no sabe repetirlo Habla, habla T, Padre mo! Dilo a todos los hombres! II Creed, seres piadosos, que deplorarlo en un rincn no basta para redimir a tantos nios incomprendidos, desamparados y olvidados entre las fieras que hablan. Mirad en el adulto al pequeito de ayer desfigurado por la torpeza, la incomprensin y la crueldad, y deseareis convertiros en mano que mendiga para los nios el amor que se derrama sobre los irracionales y sobre las cosas insensibles! Creed que hasta las rocas vierten a veces lagrimas por los chiquitos que padecen hambre, mientras tantos hombres mueren por que comen demasiado; por los que sufren en su carne y en su alma las amarguras de los padres; por los que se hallan confiados a cuidadores mercenarios; por los que miran como los gorriones, sin que sepan como ellos por qu se les persigue; por los que al dormirse clavan como alfileres sus gemidos en la almohada.

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III Colme el Seor sus bienes a los padres que tienen al hijo en su corazn y en su conciencia, y crece como un rosal a pleno sol sin padecer la dureza de la tierra! Los que saben que an as se puede morir, y de su muerte hay consuelo, mas no lo hay para el dolor de haberlo torturado, que sube cada hora de las entraas al corazn y del corazn a la boca. Los que contemplan en su hijo a la patria que renace, a la humanidad futura que se malogra o triunfa. Los que reconocen que es imposible dignificar al nio sin que los propios padres se dignifiquen a si mismos. Los que embellecen su vida y la vida del hijo con la luz del amor.

IV Yo iba en busca de los hombres para mejorar en ellos a la humanidad, y a ms de la mitad de la jornada comprend que mi afn era ilusorio, y me detuve, y me volv hacia los nios. Ojal todos lo comprendan como yo! Ojal que amis mas a los chiquitos, a los del propio hogar y a los que hallis en la calle, a los que ren y a los que lloran, a los que veis y a los que no podis ver! Ojal verifiquis cun poco roban los ladrones de dinero comparados con los que roban la alegra y la dulzura de quienes seran los dueos del mundo! Ojal distingis entre las culpas aquella tan horrenda de matar en un nio a un hombre a quien no se conoce y que la vida reclama! Pidamos a Dios clemente y misericordioso que el espritu humano se redima por el amor al nio; que las mentes que vagan en las tinieblas busquen la luz en la mirada del nio; que las conciencias torturadas hallen la paz en el amor al nio!

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PLEGARIA AL SOL Entra como buen padre a los hogares y algralos con tus caricias vivificantes! Mzclate con nuestra sangre y purifcala! Arrastra en el torrente de tu luz la angustia de la especie. Reconfrtanos con tu palabra luminosa. Contempla, Oh Sol, a tantos nios plidos que vacilan por el camino de la vida, a tantas madres dbiles, a los ancianos que con pesada carga descienden por la empinada cuesta hacia el olvido. Mira las mieses y los frutos de todos, y ms an los de los pobres. Tu mirar basta para que se llenen de jugos nutritivos. Tambin la gil hormiga te reclama tu fuego; y la leona, a la entrada de la cueva, te aguarda ansiosa para presentarte a sus cachorros.

PLEGARIA POR UN MUERTO. Slo s que fue un buen hombre, ese que pasa acostado entre el bullicio de la gran ciudad. Va, Seor, hacia T. A T slo te ve y te escucha, y en T slo confa por que para todos hay en tu casa un aposento, para todos un sitio en tu corazn. Si sus ojos miraron maliciosamente, si su lengua o sus manos destruyeron alguna esperanza, si con sus pies holl este hermano mo algo sagrado ahora, que su ser visible ha de convertirse en polvo y va hacia T su pobrecita alma, temblorosa y desnuda, cbrela, oh Padre, con el divino manto de tu misericordia!

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PLEGARIAS DEL HOMBRE DEL NUEVO MUNDO Salve, Amrica, nuevo milagro de Dios para la redencin del hombre! Sobre la esfera terrquea, tus letras brillan como una constelacin. Tu nombre suena como promesa de bienaventuranza. Extraas fulguraciones se perciben en tus montaas. Misteriosos ecos se oyen en tus llanuras. Una mano invisible alisa aqu la frente del hombre dolorido. Alma de Amrica! Manifistate francamente! Llueva sobre los hombres tu justicia y tu amor! Las multitudes sienten al llegar a t los afanes del viento; como l se diseminan por tus vastas soledades; y piensan: hemos encontrado el Paraso. Y se deleitan con los perdidos bienes: recobran el ritmo del movimiento, la ntima dulzura de la armona universal, la serenidad que rejuvenece, mientras escuchan trmulas el himno de los seres y de las cosas al hombre que llega: Salve, extranjero, que vienes desde lejos con tu hijo en los brazos! Seca tus ojos, y entra! Amrica es el hogar de los desdichados! Y todo hombre se inclina confiadamente sobre tu tierra, cuyo vigor fecundo pasa a su corazn. Y todo hombre se hace bueno, y dice junto contigo: Paz y amor! Tu sol despierte a las almas, tus aguas calmen su sed, tus vientos las saturen de libertad y de amor. Siquiera en tus entraas se nutra y crezca el germen de la paz! Siquiera en tu corazn vibre el ensueo de la fraternidad!

II Mantengmonos firmes en nuestros ideales, en nuestra moral y en nuestro rumbo. Todava no esta en nuestro cdigo; pero lo llevamos en el corazn. Representamos el nuevo mundo moral que corresponde al nuevo mundo fsico.

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Avancemos un paso cada da. Nada podemos perder; todo est por conquistar. All donde otros hombres ponen su duda, pongamos nuestra fe. Purifiquemos el corazn, oigamos a la conciencia. El mundo no comprende nuestro destino; tampoco comprendemos nosotros que haya rodado hasta hoy por lo infinito sin contagiarse de su serenidad y su pureza. Tantas crueldades, tantas ambiciones viles, y tan distinta la dicha; tan breve la duracin de la existencia! No ambicionamos ninguno de los trofeos que se conquistan con el crimen. No confundimos la ferocidad con la nobleza y la gloria. No olvidamos jams que sin amor y justicia no hay felicidad posible.

III Compaeros que dormiremos bajo la misma manta: Vivamos en nuestra ley! El nuevo mundo tiene alma, y esta alma va al porvenir, jinete de los siglos, en el galope tendido del gaucho por la pampa. Od el clamor de los bosques, de las montaas y los ros, y de las razas que soportaron exterminio. No vacilis ante lo desconocido. Nada hay ms pavoroso que los abismos llenos de sangre del pasado y las tinieblas erizadas por los gemidos de las generaciones que murieron en las garras del odio y la crueldad. Que la divina misericordia nos ayude para cerrar el alma y las fronteras a las torpes ambiciones, para distinguir en lo moral el da de la noche, para ser menos traidores que el jaguar, menos malos que las humildes criaturas desposedas de razn! Llenos de la claridad de nuestro cielo, de la serenidad de nuestras pampas, erguidos los espritus como las cumbres de los Andes, contemplemos los albores del nuevo da. Cristo ha de renacer en cada uno de nosotros!

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PADRE NUESTRO! Intilmente se ha pretendido suplantarte en el reinado del mundo. Los que se levantan contra T desaparecen como las estrellas al asomarse el Sol. T, solo, en mi voluntad y en mis das, y en mi destino. A T te entregu mi vida, y la acrecientas y pones tus tesoros a mi disposicin, y vienes a m cuando te llamo, y me consuelas en mis penas, y me orientas en las dificultades. Junto a m ests, Padre y Rey mo, al dormirme cada noche, a mi lado te encuentro, al despertarme y s que estars conmigo en la hora de la muerte. Para mejor servirte y ver nicamente tu grandeza prefiero tomar el rumbo de tus aflicciones. Para mejor escucharte te busco en la soledad y en ella ante T me humillo.

II Padre nuestro! Los hombres hablan mucho, y cuanto ms hablan menos se entienden, Multiplican sus afanes, y cuanto mas se afanan, ms padecen. Juntan tu agua en cestos y la derraman sin beberla. Caminan pisoteando su propia vida. No miden la pequeez de sus grandezas, ni la mezquindad de su opulencia, ni la amargura de sus goces. Mucha es su hambre de pan a pesar de que en la tierra y en el mar hallaran lo necesario para el sustento; mucho es lo que sufren, a pesar de que Tu amor debi ya redimirlos. Por las veredas de la mentira quieren llegar a la verdad; sin renunciar a las iniquidades, elogian a la justicia, y en la dura esclavitud de la ignorancia exaltan los beneficios de la libertad. Padre nuestro! Aydalos para que estas dos palabras que viajan ha dos mil aos desde Tus labios al corazn del hombre, lleguen, por fin, a su destino!

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LAS ENFERMEDADESDice el hombre que es la salud el primero de los bienes terrenales. Lo confirman sus lamentos, su angustia, sus clamores de auxilio cuando le falta. Pero sera forzoso dudar de su sinceridad si no aceptramos su ignorancia y confusin, pues compromete ese bien en todas las circunstancias. No hay mayor infortunio que la enfermedad, ni miseria mas extremada, ni estado que tanto exija piedad, ayuda y consuelo. Todas las exigencias populares tienden a la conquista de la salud, la triple salud: la del cuerpo, de la mente y del espritu, la dicha tan ansiada como desconocida y escondida dentro de vosotros mismos.

II Lo primero que deberais hacer ante las enfermedades es clasificarlas por su origen. Unas no dependen de vosotros; otras, las ms numerosas y terribles, salen de vuestra propia intimidad. Inacabables anomalas orgnicas brotan del alma perturbada por las bajas pasiones, del corazn petrificado, del cerebro entenebrecido por la ignorancia. Abundan quienes sistemticamente esquivan del cumplimiento del deber, respiran en atmsfera de simulaciones y mentiras y hieren al prjimo con sus maldades y calumnias. Luego reclaman salud para su cuerpo y paz para su alma. Tanto suelen parecerse ciertas enfermedades a los remordimientos de conciencia, que es imposible dudar de su identidad originaria. Pero el vulgo solo quiere que el mdico suprima los efectos mas visibles o dolorosos del mal y nicamente menciona estos efectos. Nunca se oye decir que alguien est enfermo de torpeza, holgazanera, soberbia, gula, codicia, lujuria. No obstante, son las enfermedades ms comunes.

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Como hay quienes esperan morir para ir al cielo, que es un estado de conciencia, existen, quienes, viciosos, haraganes o perversos, confan en que se les inyecte esa serena y apacible regularidad orgnica que es la salud. El tomo se halla sujeto como Jpiter al ritmo augusto. No hay una idea, un sentimiento, que no produzcan reacciones disonantes o conformes con la universal armona. Nada existe en secreto para la vida; nada esta aislado; todo influye en los dems y es influido por todo. Cada mentira, cada injusticia, cada culpa repercuten en cierto rgano y modifican su actividad. Hay vicios y pasiones que alteran todas las clulas, comunicndoles una vibracin anormal. En rigor, la mayora de las enfermedades son consecuencia de las perturbaciones del espritu. Por la ignorancia de estos hechos, agranda el ser humano su martirio.

III Nada ms humano y triste que vuestra confusin en cuanto se refiere a la salud. Lo frecuente es que evitis como un mal lo que os conviene; que busquis como beneficioso lo que solo redunda en vuestro dao. Es que no tenis el gua casi infalible que es el instinto, para asegurar la salud en cuanto depende de causas materiales. Si un gato es atravesado por una bala, y no muere en seguida, se esconde en un rincn, sale de all, si le es posible arrastrarse, para tomar sol, no come; y en muchos casos, ni agua puede beber. Sus posibilidades de curacin son a veces mayores que la de un prncipe rodeado de los ms eminentes facultativos. Mi perro elige el alimento mas adecuado para l; cualquiera sea la cantidad que se le ofrezca, toma solamente lo necesario, no come nunca sin hambre, no come dos veces algo que le haya daado; si enferma, se prescribe la quietud, la dieta, y busca e ingiere hierba que le ayudan a recobrar la salud. Es lo probable que muera de vejez. Todo esto, slo por excepcin ocurre entre los humanos. Verdades tiles y trascendentales de la higiene moderna, como la influencia benfica del sol, son conocidas por los irracionales y aprovechadas por ellos con acierto.

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Y hasta parece que supieran lo que vosotros olvidis: que si el reposo de la noche cura del da, que es una enfermedad, el reposo continuado puede curar mayores males. Algo ms extraordinario an confunde vuestra muy limitada sabidura. No slo tiene o debera tener cada organismo el instinto que advierte en forma indudable lo que le conviene o perjudica sino que cada rgano y tambin cada clula poseen un instinto propio, una especie de singular inteligencia que tiende a mantener su integridad y la normalidad de sus funciones. Si el estmago recibe variados alimentos y se produce el vmito, no los devu8elve en el orden que fueron ingeridos, sino en razn inversa a su digestibilidad, como si los tuviera ya clasificados. Al producirse una herida, con maravillosa prontitud la sangre trae hasta all los elementos necesarios para detener su propia salida y para reponer el tejido que falta. Pervertido o anulado su instinto, estrujado por mltiples prejuicios, el hombre civilizado es incapaz de vivir naturalmente. Muchas veces se ve forzado a imitar procedimientos de los irracionales. La higiene moderna busca la recuperacin de las normas instintivas para el mantenimiento de la salud.

IV La inteligencia viene en vuestra ayuda. Tenis, gracias a ella, la medicina, ciencia y arte que previene muchos males, normaliza las funciones orgnicas y suprime o alivia los sufrimientos fsicos. Cuando estis en pleno goce de vuestras facultades distinguiris a los verdaderos mdicos. Mercaderes que estn siempre en la cuenta de sus caudales, y a la pesca de lo que pueda acrecentarlos, debieron ser alejados del que padece y dedicarse a su oficio. Son los que al desdichado que se retuerce de dolor le dicen: Procurare curarlo si usted me paga tanto. Son quienes se jactan en los hospitales de menospreciar la vida y el sufrimiento ajenos y dividen a los dolientes en ricos y pobres, y segn esto les hablan y les tratan. Mas por tales excepciones no ha de juzgarse a los mdicos dignos de este ttulo, siempre abnegados, encendido su corazn en amor al prjimo, embellecida su alma por el sublime anhelo de disminuir sus dolores.

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Ellos luchan, no slo con las enfermedades, sino tambin con la muy humana resistencia a la verdad, con las majaderas de la ignorancia, con la presuncin de que la salud se obtiene con el empleo de ingeniosas tretas. Bien sabe el mdico que lo infinitamente pequeo es tan inaccesible como lo infinitamente grande; que de igual modo percibe el dbil ojo humano el misterio de los mundos celulares, como lo que sucede en la Va Lctea; que observar un fenmeno y bautizarlo con un nombre, no implica saber la causa ni mucho menos poder evitarlo o producirlo. Imprescindible es el mdico, ms an porque la mente enferma junto con el cuerpo, y entonces las ideas son confusas y por lo comn absurdas. Alguien, que sabe el arte de curar, y que ve y raciocina con la debida claridad, ha de pensar por vosotros lo que os conviene.

V Pero, engreda como un adolescente por sus magnficas conquistas, tambin la inteligencia se extrava cuando quiere ir demasiado lejos. Con la naturaleza no valen artimaas. Es tan rgida e inexorable como la suponen los irracionales. Las supersticiones curativas atestiguan la influencia de la mente y del espritu en el cuerpo. La ignorancia del vulgo se manifiesta al explicar la curacin, y la del mdico cuando no aprovecha la verdadera fuerza curativa. El ser humano es, principalmente, un producto de la imaginacin y sta acta de manera decisiva en el organismo. El buen medico comprende mi parbola de Alicharan. Qu dirais de un astrnomo que, por que conoce el peso, la distancia, el aspecto, la composicin, la atmsfera y la rbita de los planetas, pretendiese gobernar sus cambios y evoluciones? Sera el caso del mdico que intentara sustituir lo natural por lo artificioso. No es el mdico responsable del papel a veces fatuo y absurdo que se le asigna. El vulgo le atribuye la omnisciencia, le reclama lo que no depende de l y lo impulsa a la simulacin.

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El ingeniero calcular con exactitud la resistencia de un puente; el militar, la trayectoria de un proyectil; el astrnomo, el da en que ser visible determinado cometa. Recabis la opinin de los dems ingenieros, militares y astrnomos, y todos ellos llegan a idntica conclusin. Pero diez mdicos delante de un paciente pueden ser diez interrogantes inclinadas ante un enigma. Y se explica. Si no se existen dos hojas de una planta ni dos gotas de agua iguales, tampoco puede haber dos organismos, ni dos enfermos iguales. Es prueba de locura suponer que con astucia se suprimir un dolo que la Vida juzgue adecuado a sus designios, frecuentemente impenetrables para nosotros. Cada aparente triunfo contra lo inmutable es indicio seguro de que aparecern males peores que los conocidos. As ocurre con la disminucin de la natalidad, con la abstencin de la lactancia y con otros muchos cambios. Cal mitades orgnicas y morales evidencian lo que son estas victorias. A veces cuando el mdico declara que nada queda por hacer y que slo un milagro puede salvar a un enfermo, se produce algo parecido a la suspensin de hostilidades entre los ejrcitos. La Naturaleza suele aprovechar esta tregua para salvar al organismo de su disolucin. Ella anda por caminos que nuestra inteligencia no conoce. La medicina realiza verdaderas proezas para disminuir vuestros padecimientos. No le exijis el milagro de sustituir vuestra voluntad en la conquista de aquella normalidad orgnica que es un reflejo de la paz de la conciencia.

VI No hay mayor infortunio que la enfermedad, ni miseria ms extremada, ni estado que tanto exija piedad, ayuda y consuelo. Es cuando el mundo ilusorio se desploma, y habla el dolor, y no entendis lo que os dice. Y si el mal es incurable, y se apagan todas las luces de la tierra, quisierais haber sido lo que no fuisteis, y quisierais haber hecho lo que no hicisteis, y os volvis con los ojos cerrados hacia el cielo. Entonces, esto, y aquello, y lo otro ya son nada, y veis lo que mirabais, y escuchis lo no odo y buscis lo que fu menospreciado.

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En nada ms patente la diferencia entre el hombre y el irracional que en las enfermedades, por que en el irracional todas llegan de fuera y en le hombre las ms graves provienen de la ausencia de la vida espiritual, de la falta de contacto con lo eterno de comunicacin con lo divino. Temerario es el desorden dentro del orden que rige en el Universo, y nadie sin padecer pretender quebrantar su majestuosa armona y su sagrado ritmo. Nunca estis ms enfermos, de la triple enfermedad que roe el cuerpo, el intelecto y el alma, que cuando, a espaldas del Seor, buscis sus bienes, y siendo trotacalles y buscaplaceres, queris el dulce sosiego, que rueda en gotas de serenidad por el firmamento del espritu y cae como bienhechor roco sobre la carne. Confiad en la plegaria, por que sois ignorantes o por que sabis algo, por que sois poderosos o muy dbiles, por que os sents tristes o contentos, porque estis sanos o enfermos, o por que os llega la hora de la muerte. Confiad en la plegaria, que os une a lo invisible, al Regidor Supremo, al Dispensador de todo bien. Ella es luz encendida dentro de vosotros, alba que se levanta de la tierra al cielo y que os orienta hacia la nica felicidad posible. Pues la salud integral viene de adentro y es la bondad que se manifiesta y crece bajo el influjo de vuestra voluntad, la voluntad que os ha de redimir. No la conquistareis con arrogancias, novedades o malicias, no la tendrn jams el iracundo, el glotn, el envidioso, el holgazn, el avaro, ni el soberbio, ni el codicioso de los placeres fugaces. Es la conciliacin con las verdades supremas, es la fe, es el trabajo, es el amor a cuantos tienen en el cielo a un mismo Padre. Huye de los inquietos y ambiciosos, y se asienta en los de humilde corazn, en los que saben de la frescura del reposo, y buscan el aroma de la soledad y escuchan la gran voz que habla en el silencio. Mansedumbre de arroyuelo que se desliza suavemente como un rezo; florecilla que brota en lo escondido como una ddiva del todo poderoso.

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CARTAS INTIMASA una madre. Ayer te vi que golpeabas el cuerpo de tu hijo. Fu un mal momento tuyo; lo comprendo. En seguida te arrepentiste. Pasaron horas y no podas olvidar aquella tierna carne estrujada por tus manos. No te pareci, al dormirte, que el nio te miraba y te preguntaba con sus ojos cmo, habindole dado la vida, se robabas as? Me has dicho que tu hijo es malo y que si no lo corriges ser peor. El no hace nada que no aprenda de ti, de tu marido o de otras personas. No es posible que un nio sea tan sabio y tan santo para discernir siempre entre lo bueno y lo malo, y no hacer lo malo jams! Si es violento, de guen copia la violencia? Si miente. A quien oy mentir? Si es nervioso, Cmo podremos exigirle que restablezca por s mismo el equilibrio de su organismo? No has visto que los caballos tratados con rigor son ms dscolos y enflaquecen y mueren antes de tiempo? No sabes que los nios flagelados juntan odio y cuando llegan a hombres este odio perdura en su corazn y devora su bondad y su alegra? S dulce con tu hijo, madrecita. Sonre y bsalo cuando menos bueno te parezca. Quiz la visin de las acciones incorrectas, los ritos y los castigos han trastornado su naturaleza. Pero se curar con tu ternura. Convncelo de que es bueno, y con tus palabras y caricias aydalo, madrecita, para que comprenda el bien, para que su corazn se dulcifique y su mirada sea franca y luminosa.

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A LA HIJA QUE SE FUE Vuelva al hogar la ovejita descarriada! No conozco a tus padres, pero es seguro que te abrazarn llorando de alegra. Si te asustan sus gestos y amenazas, comprende que los hacen para que te detengas, como cuando eras chiquita y correteando te acercabas a un abismo. Vuelve, que, como ellos, nadie te querr; como su corazn, ninguno comprender tu tontera. El amor de los padres es tan puro que cree con la traicin del ser amado. Imagina que de noche, tu padre, desvelado, oye el suspiro de tu madre y dice: Que vergenza!... Sufrir por esta perdida! Y es bien posible que ella, entonces, finja que duerme, y l tambin, y que las cabezas blancas cambien de cada sitio a cada rato sobre la almohada hmeda de lgrimas. Vuelve! Dormirn tranquilos y en secreto se dirn que ya eres buena y que aquello No importa! AL QUE ANHELA RIQUEZAS Yo tambin veo la reverencia del mundo para los poderosos y s que con voluntad y tiempo de es posible acumular una gran fortuna. Yo, como t, como todos los seres, busco el placer; as que consult a mis consejeros. La conciencia me dijo: Quieres apoderarte del ro entero, y basta para tu sed un jarro de agua. Grandes riquezas reclaman una gran inteligencia, pues para nadie pueden ser ellas mas daosas que para quien las posee. Lo que sobra se emplea generalmente en adquirir estorbos, enfermedades, falsos amigos y arrepentimientos a montones. Considera, adems, la dificultad que existe para alcanzar la opulencia sin robar el tiempo, la salud y la alegra de muchos semejantes. Y si, al llenar sus arcas, dejas vaca tu alma, nada te impedir que en tus das de soledad y de morir recuerdes a los que despojaste de lo que ellos y sus hijos necesitaban. El corazn me dijo: No seas malo contigo. Tus vecinos creyndote feliz, te clavaran los dardos de su envidia; los ladrones rondarn alrededor de tu persona y de tu casa; tus hijos, endurecidos por esa especie de orfandad a que habra de condenarlos tu ambicin y siguiendo tu ejemplo de codicia, esperarn con impaciencia tu muerte.

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Para retener grandes riquezas debers ser todos los das egosta, cruel, avaro, hipcrita Y cuando a solas te preguntes si eres feliz, quin ya muerta tu madre, te absolver y consolar? As me aconsejaron, igual casi los dos, como si la conciencia y el corazn fueran lo mismo. Acaso, alguna vez, detuviste tu mano que iba a herir un pajarillo, escuchndolos a ellos. Ahora, que tu vida entera est en peligro, Por qu no los consultas? A UN PRESIDIARIO Cuando pasan los das y los aos y no recibes ninguna carta, deseo que sta te lleve mis pensamientos. Hace ya tanto tiempo que vives sepultado, que quiz no recuerdas que tambin la ciudad y el mundo entero son sitios de expiacin y de arrepentimiento, donde la condena del dolor se cumple por los delitos ms ocultos. Yo te pido que pienses en otro mundo inmenso, poblado de estrellas ahora invisibles; aquel a donde irs cuando te mueras. Y te pido tambin que te convenzas de que no ests tan encerrado que no puedas llegar a Dios. A travs de esos muros y por encima de tus guardianes y compaeros de desdicha, hay quien te mira y sabe si siempre eres el de antes, o eres ya otro por la serenidad y la pureza de tu alma. l tambin entra en las celdas. Pesa con igual medida la conciencia de un santo que la tuya. Y la perenne dulzura de su amor cabe en el corazn de un presidiario. A UN VANIDOSO Viva hace siglos un seor tan inclinado el lujo como t. Tena muchos criados, primorosos vestidos y una carroza casi ms esplndida que la del rey. Su palacio estaba lleno de tesoros. Era su preocupacin constante sobresalir de los dems. Como le atormentaba cualquier detalle que le pareca impropio de la morada de un gran seor! Cunto anhel cierta joya y al fin la obtuvo y la ostent con orgulloso jbilo! Que tremenda contrariedad le produjo, cierto da, sorprenderse de paseo sin la hebilla de plata en un zapato! Y mas no puedo contarte, por que enterraron toda su enorme vanidad con l. Cmo se llamaba?... No s. Nadie en la tierra lo recuerda!

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LO MEJOR Bueno es tener de sobra, y mejor slo tener lo necesario; bueno es gozar la vida, y mejor an conocerla; bueno es que te ayuden, y mejor triunfar solo; bueno es saber hablar, y mejor saber callar; buena es la adecuada compaa, pero es mejor poder estarse solo; bueno es vivir exento de trabajos, pero mejor es tenerlos; bueno es que te aplaudan, mejor an que te sealen los defectos; bueno es ser libre, pero es mejor la esclavitud del recto; bueno es llegar a ser grande, pero es mejor an que sigas siendo nio; bueno es que te amen, pero es mejor que ames t; bueno es saber viviendo todo esto, y mejor an vivir como ignorndolo. A UN IMPACIENTE Todo, en efecto, lo tienes para realizar lo que deseas. No obstante tu obra te resulta imprecisa y confusa. Y esta imperfeccin te aflige. Olvidas, amigo mo, que nada completo se hace sin el concurso del tiempo. Slo con l se transforma el carbn en diamante, slo con l cristaliza un pensamiento y adquiere la obra de arte serenidad, pureza, luminosidad, armona. No te presuras ha hacer lo que concibas. Si t