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Cuentos para el andén Nº39

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En este número veraniego (o invernal) de Cuentos para el andén huiremos de un volcán ayudados por Giovanni Verga, un clásico italiano del XIX, custodiaremos con Tere Susmozas un pequeño brote de esperanza que surgió en no sabemos qué planeta y cojearemos un poco por culpa de Flavia Pantanelli, una de las seleccionadas en el I Microconcurso que organizamos en 2015, que nos dejará la carne rota en un texto inédito de su próximo libro. Hablaremos también del fenómeno cochousing: mayores que se independizan. Y más cosas. No te quitamos más tiempo, esperamos que lo disfrutes.

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Page 1: Cuentos para el andén Nº39
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metroligero [30]

brevemente [25]

Relatos en cadena

dindondin [26]

entrecocheyandén [28]

Bombazón, Ramón Molleda

andéndos [9]

Pájaros a la deriva entre constelaciones, Tere Susmozas

elmuro [3]

decamino [27]

cuentoscomochurros [18]

lapuertadelanevera [21]

juliagosto2015nº39

andénuno [5]

La agonía de un pueblo, Giovanni Verga

Publicamos el relato ganador de la VIII temporada de Relatos en Cadena, que se

hizo acreedor del premio anual de 6.000 € que otorgan Escuela de Escritores y

Cadena SER: ¡enhorabuena!

diccionariodesaturno [22]

sinopsis [23]

Edita: Grupo Andén C/ Feijoo, 6 - 4ºA - 28010 Madrid | [email protected] | www.grupoanden.com

Comité editorial: Alejandro Moreno, Víctor García Antón, Leticia Esteban | Editora: Natalia Muñoz.

Asesores de contenidos: Sergi Bellver, Juan Carlos Márquez, Kike Cherta, Juan Martini (Buenos Aires, Argentina)

y Mónica Pano (Argentina)

Publicidad: [email protected] | Diseño: www.jastenfrojen.com

Ilustración: Ilustración portada e interior: © Leticia Esteban | www.leticiaestebanilustracion.com | [email protected]

nove

dade

s

Con la colaboración de:

andéntres [15]

Carne rota, Flavia Pantanelli

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En este número veraniego (o invernal) de

Cuentos para el andén huiremos de un volcán

ayudados por Giovanni Verga, un clásico italiano

del XIX, custodiaremos con Tere Susmozas un

pequeño brote de esperanza que surgió en no

sabemos qué planeta y cojearemos un poco

por culpa de Flavia Pantanelli, una de las selec-

cionadas en el I Microconcurso que organiza-

mos en 2015, que nos dejará la carne rota en un

texto inédito de su próximo libro. Hablaremos

también del fenómeno cochousing: mayores

que se independizan. Y más cosas. No te quita-

mos más tiempo, esperamos que lo disfrutes.

Cuentos para el andén

@cuentosanden

[email protected]

www.grupoanden.com

Te escuchamos:

elmuro

Finalistas:

Sin título - Alejandra Montiel.

Neuquén Capital (Argentina)

Rompiendo barreras - Pablo Vargas.

Granada (España)

Sin título - Edurne Oyanguren.

Bilbao (España)

Tema: Barreras Ganador: Barreras - Isabel Palop. Granada (España)

Concurso de fotografía Participa enviando tus fotos a [email protected] las bases y mira las fotos en Facebook y grupoanden.comTema del próximo concurso: Calor

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Page 5: Cuentos para el andén Nº39

andénuno

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"¡BOLETÍN sobre la erupción! Fuego en Nicolosi". La gente

acudía de las inmediaciones, a pie, a caballo, en carroza,

según sus posibilidades. Una densa polvareda dibujaba el

zigzag de la carretera a lo largo de la cuesta, entre el verdor

de los viñedos. A cada paso se veían carros que venían del

pueblo amenazado, cargados de enseres, mercancías,

maderas e incluso postigos y barandas de balcones; el des-

mantelamiento de un pueblo a punto de desaparecer. Y

con los bártulos, encima de los carros y a pie, hombres y

mujeres taciturnos que llevaban a cuestas niños soñolien-

tos, con los rostros rojos por el calor y la angustia. A lo largo

del camino, los lugareños de caseríos y villorrios se asoma-

ban para ver con las manos en la barriga; alguna viejecita

que colocaba una imagen milagrosa en el dintel de la puer-

ta o en la cancela del huerto; los chiquillos que jugaban tira-

dos en el suelo; y en las puertas de par en par de las ermi-

tas, la estatua del santo patrón, reluciente bajo el baldaquín,

como un fantasma aterido, con las velas apagadas y flores

de papel delante. En la plazoleta de Torre del Grifo descar-

gaban carretadas enteras de puntales y tablas para las case-

tas de los desterrados. Las bombas de agua regresaban a

galope, con el estrépito de carros de artillería, y en lo alto, allí

enfrente, detrás de un telón de ceniza, el volcán tenebroso

arrojaba al aire, con un estruendo subterráneo, columnas de

fuego a quinientos metros de altura.

A la entrada del pueblo había un montón de carros y

caballos, gente que gritaba y soldados con el fusil en ban-

dolera; casi la vanguardia de un ejército en retirada. Se cami-

naba sobre una arena negra, entre dos filas de casas des-

La agonía de un puebloGiovanni Verga

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andénuno

manteladas, deformes, con puertas y ventanas arrancadas.

La gente todavía se afanaba en llevarse algo consigo. Por el

balcón de una casa nueva bajaban un armario monumen-

tal, gritando: ¡Apartaos! Una vieja estaba al cuidado de unas

gallinas sentada encima de un cesto, en un patio atestado

con maderas y aros metálicos de hacer barricas. Y aquí y allá,

a través de las puertas sin hojas, se veía a algún pobre dia-

blo que daba la espalda a habitaciones desnudas, esperan-

do, cruzado de brazos y el rostro largo, en silencio, como en

la antesala de un moribundo. En la acera del Casino di

Compagnia, alineadas en dos filas de sillas, unas señoras

que habían ido a ver el espectáculo se abanicaban; los hom-

bres fumaban; un vendedor de sorbetes pasaba ofreciendo

agua fresca. El baldaquín del Santísimo estaba apoyado

contra el muro, con los postes en un haz, y delante de la

iglesia abierta, sin luces encendidas, se veía únicamente el

resplandor de unos santos dorados en el altar de luto, al

fondo. Y por encima de todo ello, del chismorreo y del

estruendo, por encima de las explosiones del volcán, la

campana tocaba a procesión, sin cesar un instante.

Al Norte, en dirección al Etna, la carretera se alejaba en

medio de dos hileras de arbustos de retamas, repleta de

curiosos que iban a ver, riendo y armando alboroto, llamán-

dose desde lejos. Se oían los chillidos sofocados de las seño-

ras que se balanceaban sobre las albardas mal sujetas de las

mulas, y las voces de quienes vendían gaseosa, cerveza,

huevos y limones en tenderetes improvisados. A medida

que los más alejados llegaban a la cuesta, se escuchaba gri-

tar: ¡Mirad! ¡Mirad!, en un tono casi de júbilo. Enfrente, a

derecha y a izquierda, hasta donde alcanzaba la vista, se veía

el borde de una ribera escarpada, negra, humeante, surcada

aquí y allá de grietas incandescentes, de las que brotaba

una corriente de lava con un rumor seco de inmensos mon-

tones de escombros al caer. A dos pasos, las retamas en flor

aún se movían con la brisa de la tarde; las señoras se agarra-

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andénuno

ban con fuerza del brazo de sus acompañantes, con un

estremecimiento delicioso; otros se dispersaban por entre

las viñas, siguiendo el curso de aquella corriente amenaza-

dora, saltando por encima de pretiles y hornachos, las muje-

res sujetándose las faldas, en un ondear infinito de velos y

sombrillas, mientras el crepúsculo moría al Oeste. Al fondo,

la marina se desvanecía al par que la riada de lava parecía

incendiarse en el horizonte tenebroso. Desde el pueblo per-

dido en la oscuridad llegaba ininterrumpido el tañido de las

campanas y un murmullo confuso y quejumbroso, un bullir

de luces que se acercaban como luciérnagas de paso. A

continuación, de entre las tinieblas de la carretera, surgió

una procesión extraña, hombres y mujeres, descalzos, gol-

peándose el pecho, recitando salmodias en voz baja, con

una nota insistente y llorosa en la cual no se oía más que:

¡Misericordia! ¡Misericordia! Y en el bullicio negro e indistin-

to de los penitentes, entre cuatro antorchas humeantes al

viento, se balanceaba un Cristo de madera, renegrido, rígi-

do, casi siniestro, sobre los hombros de los hombres que se

hundían en la niebla.

tw Del libro: Cuentos milaneses. Ed. Traspiés, 2013.Giovanni Verga (Catania, 1840 - 1922), fue uno de los precursores del "verismo", corriente artís-tica que influiría en la literatura, la pintura y la música de su momento, también en autores con-temporáneos como Francis Ford Coppola, que en El Padrino III le rindió un homenaje explícito.Es autor de Novelle rusticane (Cuentos rústicos, 1883), donde se encuentra el relato CavalleriaRusticana, que sirvió para escribir el libreto de la ópera homónima de Pietro Mascagni.

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andéndos

CUANDO ya casi había olvidado el verde, nació otra vez la

hoja. Y nació erguida hacia el sol menguante y la luz estelar de

la semi-noche perpetua, violenta.

El primero en verla fue el niño sin pelo.

Se asombró tanto que bajó corriendo la ladera estéril, atrave-

sando el río sin cauce, hasta entrar en el poblado. Corrió tan

aprisa que, al llegar, sintió sed. Sólo pude darle unos cuantos

hongos desecados previos a la erupción del último volcán.

Luego, a voz en grito, bajo el cielo de estrellas fijas, nos contó lo

que había encontrado con tanto temblor en la voz que le creí-

mos loco. Durante tres jornadas, con sus lunas dobles, insistió

sin que le prestáramos atención hasta que, cansado de que

nadie le creyera, con el dedo índice de una de sus manos, la

dibujó en la tierra árida que nos encalla los pies. Desde sus ojos

a la yema escueta de su dedo, alumbrados por Venus, pudimos

reconocer la hoja. Fue tanta la emoción de los más viejos que,

si les hubiera quedado algún jugo en sus ojos, habrían llorado.

Con la mirada fija en la cabeza rosada del niño, los que aún

teníamos aspecto ágil, por ser jóvenes o estar todavía sanos,

ascendimos por la ladera tras él.

Mientras andábamos, saludé en silencio los lugares donde

habían estado mis cosas hacía algún tiempo. Lugares en los que

había habido algo de mí antes de que todo fuera del negro

basáltico y donde, ahora, nos esperaba la hoja. El niño no había

mentido. Ahí la encontramos, sola, única, huérfana, elíptica, frá-

gil, apenas larva, coronando un tallo corto y, quizá, débil. Su

color verde saltó a mis ojos con tanta viveza que caí de rodillas

en la tierra sintiéndome sin edad, ni nombre. Entendiendo la

semioscuridad constante como el paso uterino del propio

Pájaros a la deriva entre constelacionesTere Susmozas

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andéndos

mundo, capaz de renacer por sí sólo una y mil veces. Aunque no

pude evitar preguntarme qué arroyo subterráneo podía estar

dándole vida. O si le bastaba la fuerza decadente del sol para

nutrirse. O si era la luz inmóvil de las constelaciones quien le

daba alimento.

Como nos había guiado hasta ella, no pudimos hacer otra

cosa que abrazar al niño. Lo abrazamos hasta estrangularlo e

izando su cuerpo inerte, menudo como el de un ave, volvimos

al poblado. Dijimos que no habíamos encontrado nada. De lo

demás echamos la culpa a los perros enloquecidos por la rabia

mientras amontonábamos neumáticos, tan viejos como inservi-

bles, para construir una pira. El niño calvo era tan menudo que

se consumió en poco tiempo. Si aún tenía madre, nadie lloró

por él, pero sí graznaron algunos pájaros en lo alto al percibir,

quizá, la luz de la hoguera. Para no oírlos tuve que taparme los

oídos con las manos y mirar así, ensordecido, las llamas.

Después, aprovechando las sombras que proyectaba el fuego,

susurramos la existencia de la hoja a un grupo de elegidos.

Dispuestos a conquistarla, algo más tarde, cargamos con

unas pocas pertenencias y nos marchamos. Dejamos allí, dur-

miendo, a los ancianos con sus lamentos sin lágrimas, y a los

que padecían la enfermedad oscura de la sed. Sólo habíamos

dado unos cuantos pasos, cuando me pareció escuchar, como

lejana, una risa viva, radiante, gozosa. Miré hacia el cielo y supu-

se que era Venus, la estrella ancestral, centro de todo. Y segui-

mos caminando, en silencio, tanteando en la tenue luz constan-

te, hasta el lugar dónde nos esperaba la hoja.

Nada más llegar, el paisaje gris y áspero comenzó a difumi-

narse ante mis ojos, casi a desvanecerse, arrugándose por los

bordes como un mapa antiguo. Cuando logré rehacerme, tem-

blaba tanto que besé los ojos secos y el rostro macilento de la

mujer que estaba a mi lado. Luego miramos al cielo. Las estre-

llas colgaban tan bajas que parecía que el mundo estuviera a

punto de comenzar a girar otra vez, saliendo de su estanca-

miento.

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andéndos

Junto a la hoja, acampamos.

No podíamos hacer otra cosa que congregarnos alrededor

de ella, cuidarla y esperar. Por eso, aunque las noches, como los

días, eran siempre heladas, claras, rutilantes, no nos importó

dormir al raso. Y cada vez que se mecía con el viento, yo imagi-

naba en ella una bandera ondeando al aire. Porque la veía

inmensa, multiplicándose hasta saturar todo de verde, mientras

nosotros también crecíamos. Como ella, habíamos renacido.

Por eso, siempre bajo la atenta mirada de Venus, solíamos unir-

nos los unos a los otros con la lascivia que nos otorgaba saber-

nos el principio de todo. Rompíamos así la calma mortecina del

mundo con gemidos y susurros, risas que manaban del centro

de nuestros estómagos encogidos. Luego, mientras todos dor-

mían, a mí me parecía escuchar un croar de ranas a pesar de

que no habíamos descubierto cerca ninguna ciénaga. Y otra vez

la carcajada frenética de la vieja estrella que, ya en movimiento,

parecía ir desplazándose hacia el sur.

Poco a poco, la hoja iba creciendo.

Solíamos guarecerla con nuestros cuerpos de las ráfagas de

aire procedentes de la estepa. Mientras, pensábamos cómo la

aislaríamos cuando llegara el solsticio de invierno o el insopor-

table calor del equinoccio. Incluso llegamos a construirle un

cercado con piedras para guardarla de los hocicos de los perros

vagabundos. Con el paso de los días, yo mismo le hice un

espantapájaros con jirones de un traje viejo de buzo. Siempre

me asustaron esos esqueletos alados que de vez en cuando tiz-

naban el cielo con sus reclamos sedientos. Pájaros a la deriva

que no tenían dónde emigrar o posarse y que, a menudo, caían

desplomados en pleno vuelo ante nosotros.

Desapareció el sol por un tiempo y asomó de nuevo crecien-

te para cuando el tallo sobrepasaba nuestros tobillos. La semi-

oscuridad comenzó a disiparse durante varias horas por jorna-

da para dar paso a una claridad templada, seguida de una oscu-

ridad subterránea. El día y la noche parecían imponerse de

nuevo con continuidad cíclica.

Page 12: Cuentos para el andén Nº39

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andéndos

Cierto amanecer, cuando aún dormíamos, el sonido de esa

risa que yo achacaba a Venus me despertó, pareciéndome más

cercana que nunca. Al abrir los ojos descubrí que un niño había

saltado el cercado y estaba junto a la hoja. Tardé en incorporar-

me porque una de las mujeres dormía recostada sobre mí.

Cuando pude hacerlo, comprobé que no era uno de los nues-

tros. Tenía los ojos, la piel y el pelo color ceniza, en sintonía con

el paisaje volcánico. Como la primera vez que vimos la hoja,

también él parecía hipnotizado por el verde.

Al descubrirme mirándole, en vez de asustarse, con voz algo

ronca y la marcada pronunciación de un acento extranjero, dijo

algo que no pude entender. Mientras le susurraba que se aleja-

ra de allí, me levanté, cuidando de que mis movimientos fueran

lentos para no asustarle. El niño me miraba fascinado, repitien-

do una frase ininteligible mientras señalaba el tallo verde. Quizá

sonreía.

Poco a poco el resto se fueron despertando, poniéndose en

pie tan sorprendidos como somnolientos. Temerosos, fuimos

acercándonos al niño. Pero mientras lo hacíamos, se atrevió a

tocar la hoja. Le gritamos casi enloquecidos y él, con un tirón

brusco, la arrancó con su tallo y sus raíces que, largas, finas y

amarillentas, temblaron al aire desprotegidas. Noté un calambre

áspero en la boca del estómago mientras nos armábamos con

piedras que levantamos contra él. Amenazándole con ellas, le

ordenábamos que no se moviera. Aun así, el niño ladrón, saltó

fuera del cercado sin soltar la hoja.

Quisimos atraparlo.

Pero el miedo a perder lo único que teníamos nos volvió tan

torpes que él se zafaba hábilmente, una y otra vez, mientras yo

sentía que era el propio mundo el que se me escurría entre los

dedos. Finalmente salió corriendo. Aunque le perseguimos des-

esperados, era mucho más rápido que nosotros, debilitados ya

por la sed. No tardó en perderse en el infinito del horizonte sin

que supiéramos de dónde había venido, si fue real o sólo una

manera perversa de despertarnos del sueño.

Page 13: Cuentos para el andén Nº39

13

andéndos

tw Del libro: Terrestre océano. Ed. Torremozas, 2015.Tere Susmozas (Madrid). Ha participado en varias antologías como Relatos03 (Tres RosasAmarillas) y La carne despierta (Gens). La revista Letures d´Espagne ha traducido al francés algu-nos de sus microcuentos. En 2014 fue galardonada con el XVII Premio Internacional de RelatoJulio Cortázar.

Durante varias lunas estuvimos casi sin decir nada, sintiéndo-

nos desolados. Apenas habíamos renacido para acabar siendo

otra vez los mismos hombres. Luego, nos marchamos de allí

porque, sin la hoja, aquel lugar no era diferente a todo lo demás.

Ahora nos hemos vuelto errantes.

El brillo de Venus no es visible a pleno sol y sólo a veces, en

las noches más claras, la vemos parpadear a lo lejos. Ya no

hablamos de futuro, pero tampoco dejamos de buscar algo que

rompa el paisaje ceniciento. Por ahora no hay rastro del verde.

Tampoco de nadie más, por ahora. Mientras caminamos, a

veces, pienso en el espantapájaros que hice para la hoja y que

quedó junto al cercado vacío. Me pregunto si seguirá allí, solo,

olvidado, fantasmal, ridículo, quizá expectante.

Page 14: Cuentos para el andén Nº39
Page 15: Cuentos para el andén Nº39

andéntres

15

SERVIME otra, Turco.

Y cómo querés que ande, Turquito. No puedo pisar

bien del todo, me tira la pierna, de noche me arde como

el fuego. Mañana tengo que volver al puesto, todavía

con la pierna inútil. Y ahí va a estar el patrón. El patrón

de mierda y su perro también de mierda. Lo calé ense-

guida, apenas lo vi, que ese perro era jodido. Fue al

pedo decírselo a Don Julio, qué me iba a dar bola, creí-

do, como todos los de la ciudad. No, si el patrón es mas

gil con los perros que con las minas. Al menos este no

lo cornea, pero ya le bajó como tres terneros. Pedazo de

perro es, para qué te voy a mentir. Un ovejero

como hace mucho que no se ve.

Dame otra caña, Turco. Sí, ya sé que es la última.

A ver si se me apaga un

poco algo acá adentro.

Salud, hermano.

Más de una

vez le dije al

viejo que el

Rob se le

estaba ceban-

do. Una tarde,

mientras volvía de la

ronda, lo vi corriendo

a los animales, entre-

verado con otros

perros, de los que cru-

Carne rotaFlavia Pantanelli

Page 16: Cuentos para el andén Nº39

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zan la alambrada. Y yo de perros sé largo rato. Se lo vi en

la mirada. La mirada roja del perro cebado de sangre. Se

debe haber cebado primero de hembra, después de

sangre. Qué carajo importa si un perro es de raza, o de

monte, un perro es un perro y, o tiene huevos, o no

tiene. Y este tiene. Creéme, Turco, este tiene.

Al principio no se siente mucho, y uno un poco se lo

toma a joda, cree que el bicho está jugando. Después,

cuando ves que no larga, cuando sigue, y empieza des-

pacito a doblar la cabeza para la derecha sin dejar de

mirarte con esos ojos de diablo, y tira para la izquierda.

Tira de la carne y sentís como un trac y después otro trac

de los músculos, los tendones cortándose, reventándo-

se, ahí tampoco sentís dolor. No es dolor lo que sentís,

es otra cosa. Y cuando empieza a saltar la sangre, te que-

das mirando porque no entendés qué es eso. Ahí tam-

poco.

Ah, me das la yapa. Salud, Turquito. A ver si me aga-

rro una curda y después le van con el cuento al patrón,

que lo vieron a Caballero salir borracho de lo del Turco.

El dolor viene después, cuando la cosa empieza a

enfriarse, y te ves la carne colgando del flanco, y sentís

algo ahí que te late, y no es el corazón porque está en la

pierna, más abajo de la rodilla, y la sangre que antes era

roja y líquida se te empieza a poner negra. Ahí sí duele,

pero lo que te mata es la desesperación porque sabés

que estás a dos potreros del puesto, y montás con la

fuerza de los brazos, porque la pierna la tenés inútil, y

gracias a dios que el caballo sabe el camino, porque

quedás boleado, cruzado en el apero y el campo se

empieza a poner amarillo. Amarillo como el cielo, y de

pronto ves todo negro y lo único que brilla en la negru-

ra son los ojos del bicho, esos ojos endemoniados, y

seguís escuchando por días y días el trac, trac de tu

carne rompiéndose.

andéntres

Page 17: Cuentos para el andén Nº39

17

andéntres

Y mañana va a estar ahí, tirado a los pies del patrón.

Los dos tomando el fresco en la galería, y mientras Don

Julio da las órdenes del día, el Rob se va a estar lamien-

do las patas o descarnando algún hueso, igual que des-

carnaba mi pierna, mientras el viejo le pasa la mano por

el lomo, le acaricia las orejas. Y yo: Sí, Don Julio; No, Don

Julio, que no me vuelvo a meter con su perro; Sí, Don

Julio, es como usted dice; Sí, Don Julio, hay dos terneros

muertos en la zanja; No, Patrón, no son cazadores, son

los perros cimarrones. Si, Patrón, mañana mismo le arre-

glo el alambre.

Pero mirá, Turco: cualquier día de estos, apenas el

viejo salga para la Capital me lo agarro al perro de mier-

da, lo llevo al bañado en la chata, y como que me llamo

Carlos José Caballero, ahí nomás, le meto un chumbazo

en la boca.

tw Relato inédito, será publicado en el libro Carne Rota, Ed. Modesto Rimba, en agosto de 2015. Flavia Pantanelli: Vivo en Buenos Aires. Tengo 48 años. Escribo lo que me raja el pecho y todo lo que me lozurza. Escribo con todo el cuerpo, sin parar, hasta agotarme. Escribo con furia pero, más, con melancolía.Escribo porque ahí, negro sobre blanco, me despliego. Y entonces respiro. Y me miro. Y me comprendo.

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cuentoscomochurros

bosque18

El

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19

cuentoscomochurros

EN el corazón de nuestra ciudad hay un

bosque frondoso de castaños. Cuando las muje-

res de la ciudad echamos una cana al aire, decimos que

nos hemos perdido en el bosque. Es la excusa que

ponemos.

—Dónde has pasado la noche —preguntan nues-

tros maridos.

—Me perdí en el bosque —decimos nosotras.

Por eso la autoridad ha iluminado el bosque, para

que no se pierda la gente. Instaló fluorescentes de colo-

res en los troncos de los árboles. Hay torretas con focos

halógenos. Farolillos y capuchinas cuelgan de rama en

rama. Nuestro bosque parece una verbena y, a poco que

una se descuide, tropieza con los cables eléctricos que

hay por todas partes.

Pero no todo iba a ser negativo. Gracias a la ilumina-

ción, hemos descubierto las ruinas de un castillo en lo

más intrincado del bosque. Nunca las hubiéramos visto,

es verdad, de no ser por los focos. Como en bosque ilu-

minado ya no hay manera de perderse, las ruinas nos

valen de excusa.

—Llegaste muy tarde anoche —dicen nuestros

padres.

—Me perdí en las ruinas —contestamos nosotras.

Ha habido reclamaciones. Por eso la autoridad ha

rehabilitado las ruinas del castillo, para que no se pierda

la gente. Llevaron piedras de la cantera para levantar

almenas y empalizadas. Se ha limpiado de hojas secas el

foso. En el patio del castillo hay ahora banderolas y un

estanque con carpas azules. Cada vez es más complica-

do echar una cana al aire.

—Por qué llegas tarde a trabajar -preguntan nues-

tros jefes.

—Me mordieron las carpas y fui a la enfermería —

decimos ahora las mujeres.

La autoridad está encerrada en su despacho buscan-

do cómo domesticar las carpas azules del estanque.

tw Colaboración mensual con Cuentos como Churros: ellos eligen una de lascuatro fotografías seleccionadas de El muro y cocinan con ella un rico churroque publicamos aquí. La fotografía es de Alejandra Montiel, finalista de nues-tro Concurso de Fotografía de este mes.

ilu

min

ad

o

ue

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Page 21: Cuentos para el andén Nº39

Juan Carlos SantaLa deuda exterior se dis-para. Mis pulsacionesestán al mínimo. La bolsafluctúa y mi sueldo sigueen el congelador.

Sandra

Mis acreedores dicen

que les debo dinero. Yo

les otorgo el beneficio

de la deuda

Pepa M.B.Tú ves en ella un vampiroeléctrico, yo una amantemadre nutricia...¡ ¿Quieresaún discutir quien se queda

esta nevera?!

Mª José Mellado

Si vendes humo corres

el riesgo de que se

transforme en nube y la

tormenta descargue

sobre tu cabeza.

MikelLe he vendido mi

alma al diablo, total,no creo en esas

mierdas...

Vender

Noelia Antonietta

Ha llegado el punto en

que no quieres discutir, te

entiendo. Yo también he

recurrido a la nevera,

y no hay nada allí.

https://fotosdesdelabase.wordpress.com/

http://desiertosyjardines.blogspot.com.es/

Déjale una nota al mundo en La puerta de la nevera: www.grupoanden.com

DDiissccuuttiirr

DDeeuuddaa

lapuertadelanevera

21

Page 22: Cuentos para el andén Nº39

ESTADO

1. Reunión de humanos no necesaria

-

mente permanente, en un esp

acio no nece-

sariamente contin

uo, bajo una autorid

ad no

necesariamente le

gítima. Algur.

2. Ente imaginario

, situado por e

ncima del b

ien y

del mal, q

ue maneja a lo

s ciudadanos c

omo si fue-

ran sus marionetas,

disfrazando sus actos en el

objetivo utópico del b

ien común. Pepa M.B.

FRONTERA

1. Una línea que sin

serlo

divide la historia

de los

hombres. Hugo Passa

s. http

s://hugopassa

s.wordpress.c

om/

2. Dícese de la línea im

aginaria donde los ig

uales se

piensan diferentes. A veces s

u desarrollo

transcurre

paralelo a accidentes naturales, b

uscando en ellos

un sentid

o que no tienen. Pedro Gda

GUERRA

1. Pelea concentrada de naranjas e

xprimidas y

limones d

eprimidos. R

osi García.

http://d

ibujandounpensamiento.blogspot.com.es/

2. Juego destr

uctivo en el cual si

empre pierden

los mism

os. Antonio.

ttp://e

lpaseodelcancerbero.blogspot.com.es/

Una nueva civilización está empezando de cero en

Saturno, aún no tienen claros algunos conceptos,

¿les echas una mano con el diccionario?

Participa en www.grupoanden.com

2

3

1

22

diccionariodesaturno

Page 23: Cuentos para el andén Nº39

23

sinopsis

Tenemos el título del próximo éxito editorial, nos falta la

sinopsis ¿nos ayudas? Participa en www.grupoanden.com

«El último día»

Aterrados ante el descubrimiento fortuito de una fórmula para

paliar los efectos de la estupidez humana, tres jóvenes científicos

polacos debaten sobre los devastadores efectos que podría desatar

su hallazgo. Está en juego el fin de una especie, del planeta, más

aún: de la liga de fútbol profesional...

Olsen

«La mentira»

"¿Deseas realmente conocer la verdad?" Con este desafío a la curio-

sidad comienza la biografía no autorizada de uno de los líderes polí-

ticos más influyentes del pasado siglo. La desclasificación de sus

notas en cajas de cerillas, servilletas y posavasos ha permitido des-

velar la irrenunciable mentira diplomática que sostiene al mundo.

Maribel Rodríguez

¿Que los niños siempre dicen la verdad? Falso. Un ensayo psicológi-

co que pone al descubierto las estrategias mentales que utilizan

niñas y niños para mentir. Porque la mentira comienza antes de lo

que tú piensas.

Gabriela Romero

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En el olvidoSemana 33 de concurso: 22 de junio de 2015Ganador: Ignacio J. Borraz

Aquel ser diminuto que golpeaba la lente desde el

otro lado bien podría haber sido el tío Francisco. Era una

epidemia extraña aquella que azotaba a la tercera edad. A

medida que nos íbamos olvidando de ellos, empequeñe-

cían hasta casi desaparecer. Volví a mirar al ser y ya no le

reconocí, solo me parecía vagamente familiar. En ese

momento estalló como una frágil pompa de jabón y yo

pude seguir con mis deberes de química.

La costumbreIgnacio Artacho Lara

Todo estaba dibujado en la pequeña libreta gris que llevaba en

el bolsillo de su pantalón: los primeros garabatos intrascendentes;

los avances prometedores que llevarían a laboratorios de medio

mundo a disputarse sus servicios; aquellos insoportables castillos

de ecuaciones que le consumieron las noches y el matrimonio; la

hermosísima serie de bocetos de virus y bacterias merecedora de

figurar en el catálogo de cualquier pinacoteca. Y, por fin, el hallazgo

formidable, la cifra y la fórmula que -de demostrarse- supondrían el

fin de la enfermedad. Todo estaba en aquella libreta que siempre

llevaba en el bolsillo del pantalón y que ahora golpeaba rítmica-

mente contra el cristal a cada vuelta del tambor de la lavadora.

juni

o

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brevemente

Ganador anual de la VIII Edición de Relatos en Cadena

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26

dindondin

Mongolia, el musical18 de septiembre en La Rambleta

Entrada: 15€. Valencia

http://www.lovevalencia.com

I Concurso iberoamericano de cuentos sobre discapacidadEntrega de materiales: 7 de septiembreOrganiza: La Red

http://www.escritores.org/

Festival de música contemporánea6, 13, 20 y 27 de septiembre. Organizado por laAsociación Madrileña de CompositoresTeatros del Canal. Entrada libre. Madrid

http://www.teatroscanal.com

Taller: Documental y periodismo de investigación8, 15, 22 y 29 de agostoDistrito de Pueblo Libre. Lima

http://www.enlima.pe

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27

decamino

Un jubilar (de iubilare=gritar de alegría y

lar=hogar) es una cooperativa autogestiona-

da de personas mayores que diseñan con

métodos participativos el lugar donde

desean vivir. Existen cientos de experiencias

en muchos países, muchas se conocen como

"senior cohousing".

El fin de la Asociación Jubilares es la creación y

mejora de entornos donde envejecer con

autonomía y participando en la comunidad.

Lo hacemos mediante la difusión de modelos

de vida colaborativa a distintas escalas, investi-

gación, promoción del paradigma de envejeci-

miento activo, o planificación de sistemas inte-

grales y centrados en la persona.

tw En la actualidad facilitamos la creación de comunidades jubilares en Madrid, Barcelona, Extremadura,Asturias, Canarias… Formamos parte del Grupo de Trabajo español de la Red de Ciudades Amigables conlas Personas Mayores de la OMS. Estamos traduciendo al castellano el mítico "Manual de Senior Cohousing"de Charles Durrett. Visita nuestra web www.jubilares.es y participa en: blog.jubilares.es. También puedeshacerte socio/a.

www.jubilares.es

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entrecocheyandén

Aquella noche llovió torrencialmente y el agua limpió el

polvo acumulado en las calles. A la mañana siguiente había dos

novedades en la ciudad. La primera, el aire fresco y respirable

que purificaba los pulmones de todos los ciudadanos. La

segunda, un tipo desgarbado, sin reloj y sin corbata que ama-

neció tumbado bajo la estatua del ángel caído. Hasta tal punto

estaba empapado que se hubiesen necesitado un par de cubos

para escurrir su camisa de franela. Pero se levantó sin pereza, sin

sentir el peso de la lluvia caída, y caminó con los brazos abier-

tos para secarse al sol o, quizás, para dar un abrazo a quien se lo

pidiese. Así se comportan los tipos que no llevan reloj ni corba-

ta, o los que no tienen el rostro enjuto ni impertérrito, ni los ojos

enterrados en las fosas, esa clase de tipos que ya no existen en

el tiempo pretérito en el que nos encontramos (encontraremos,

encontraríamos).

Pasaban las horas y la expectación comenzó a crecer en las

avenidas del parque, por donde seguía transitando con los bra-

zos abiertos, sin cerrar su sonrisa ni morderse la lengua. Y como

tampoco evitaba el saludo ni escondía sus intenciones, alguien

llamó a la policía. La cosa tenía mala pinta para él, pues ni

siquiera sufría el acto reflejo de mirarse la muñeca aunque se

hubiese olvidado el reloj, ni se llevaba la mano al cuello para

ajustarse la corbata, que bien podría haberse dejado en casa

(todos somos humanos; o seremos, o seríamos). Lo que levantó

más suspicacias entre los agentes fue el hecho de que no le

temblase el pulso, ni le importase pisar los charcos en su pre-

sencia. Además, se empeñaba en sonreír sin bajar la vista, dispa-

rándoles con aquellos ojos abiertos de par en par.

BombazónRamón Molleda Alumno de Creatividad literaria

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entrecocheyandén

El hombre que le había denunciado se acercó para señalar

algún que otro aspecto que la policía —absorta como estaba

ante aquella mirada desafiante— había pasado por alto. Y eso

que el bulto en el pecho —bajo los cuadros simétricos de su

camisa— no era poca cosa, sino del tamaño de una cantimplora.

—¡Quieto! —gritó uno de los agentes dando un paso atrás y

desenfundando su pistola.

El tipo sin reloj y sin corbata, que no tuvo que levantar los

brazos porque aún no los había bajado, dijo unas palabras que

nadie escuchó.

—¡Atrás todos! —Ordenó el policía a sus compañeros- creo

que lleva una bomba.

Colocados a los metros reglamentarios le pidieron que se

desabrochase poco a poco, muy poco a poco, la camisa.

Decenas de paseantes se habían detenido también a una

prudente distancia y, sin perder detalle, se hacían la señal de la

santa cruz: líbranos, Señor, Dios nuestro (vuestro, de ellos). Una

nube solitaria, no más grande que un elefante, ocultó el sol por

espacio de unos segundos y se borró de repente sin dejar ras-

tro.

Cuando los rayos del sol volvieron a resplandecer en sus

armas, los agentes ya estaban cegados por aquel órgano prohi-

bido. En realidad nunca habían visto ninguno. Y qué tamaño.

Un corazón viscoso como un animal despellejado, y a la vista de

todo el mundo, palpitando a un ritmo intrépido.

—¡Llamen a los artificieros! —vociferó el delator al borde de

un ataque de nervios.

tw Ramón Molleda: Escribe relato corto y microrrelato desde hace veinte años. Ha escrito cuatro volúmenes caseros de relato: No se preocupe, Corramos un tupido velo,Episodios en REM y Mis primeras impresiones de ti, finalista del concurso Asturias Joven deNarrativa, 2002. Actualmente compagina la escritura con su trabajo como desarrollador decontenidos on-line. Su blog: www.deliberado.com

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metroligero - holakokoro

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tw Kokoro es un personaje singular, que se cuela en CpA, para contarte historias en pocas palabras.

© Jasten Fröjen

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