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Curso de formación -1. El marxismo: Fundamento científico de la crítica a la sociedad capitalista - 2. De Marx a Lenin: El partido y el estado - 3. El leninismo: Sistematización de las leyes de la revolución 2 o quincena de febrero 2014 Facultad de Cs. Sociales - UBA MT. de Alvear 2230 Introducción a los conceptos básicos del marxismo - leninismo contacto: [email protected]

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Fundamentación Los socialistas previos y contemporáneos a Marx y Engels tuvieron el mérito de plantear un problema: la sociedad capitalista es injusta. Si los esquemas y las teorías que elaboraron no dieron con una respuesta acertada, fue por la falta de entendimiento sobre su funcionamiento objetivo. Así, mientras todo el socialismo previo fue fundamentalmente subjetivista, el socialismo de Marx parte de premisas objetivas de la sociedad capitalista para fundamentar científicamente la factibilidad de la revolución y sus objetivos. El método marxiano plantea las determinaciones de lo social, pero lo social no se entiende por fuera de la actividad de los seres humanos. El sujeto revolucionario -la clase trabajadora- debe descorrer el velo que le impide concebir el lugar que ocupa en la realidad para su transformación, fin último de la ciencia en un sentido revolucionario. Tanto Marx (y Engels) como Lenin fueron hombres de teoría y de acción; intelectuales en el sentido “marxista” del té

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Curso de formación

-1. El marxismo:Fundamento científico de la crítica

a la sociedad capitalista- 2. De Marx a Lenin: El partido y el estado

- 3. El leninismo: Sistematización de las leyes de la revolución

2o quincena de febrero 2014Facultad de Cs. Sociales - UBA

MT. de Alvear 2230

Introducción a los conceptos básicos del marxismo - leninismo

contacto: [email protected]

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Curso básico: Introducción al marxismo - leninismoFundamentaciónLos socialistas previos y contemporáneos a Marx y Engels tuvieron el mérito de plantear un proble-ma: la sociedad capitalista es injusta. Si los esquemas y las teorías que elaboraron no dieron con una respuesta acertada, fue por la falta de entendimiento sobre su funcionamiento objetivo. Así, mientras todo el socialismo previo fue fundamentalmente subjetivista, el socialismo de Marx parte de premisas objetivas de la sociedad capitalista para fundamentar científicamente la factibilidad de la revolución y sus objetivos. El método marxiano plantea las determinaciones de lo social, pero lo social no se entiende por fuera de la actividad de los seres humanos. El sujeto revolucionario -la clase trabajadora- debe descorrer el velo que le impide concebir el lugar que ocupa en la realidad para su transformación, fin último de la ciencia en un sentido revolucionario. Tanto Marx (y Engels) como Lenin fueron hombres de teoría y de acción; intelectuales en el sentido “marxista” del término, es decir, personas que sistematizaron un cuerpo teórico a partir de la inter-vención práctica en la realidad. La diferencia entre los dos es, precisamente, esa experiencia, en función de la etapa histórica vivida por cada uno. Marx sintetizó el estudio científico de alrededor más de un siglo de funcionamiento de la sociedad capitalista y sistematizó la experiencia de las luchas obreras. Entre sus principales postulados se cuentan el antagonismo de clases como fundamento de la sociedad, el carácter alienante, explota-dor y expropiador del modo de producción capitalista, la necesidad histórica de la clase obrera de organizarse en un partido propio para luchar por el comunismo, la necesidad de la revolución para lograr dicho objetivo, el carácter de clase del Estado. Lenin partió de dichos planteos y los desarrolló a la luz de las novedades registradas tras medio siglo. Entre ellas podemos contar tres puntos centrales: la experiencia de la Comuna de París (pro-ducida en vida de Marx), el paso del capitalismo de libre concurrencia al capitalismo imperialista y el desarrollo de la Revolución Rusa. De esta manera, a través de su obra y de su intervención práctica, Lenin le dio continuidad al marxismo respetando su contenido revolucionario, legando un poderoso acervo teórico práctico a la clase obrera mundial, cuyas leyes generales conservan la capacidad de interpelar el presente: el marxismo - leninismo.

Contenidos:

Unidad 1. El marxismo: fundamento científico de la crítica a la sociedad capitalistaEl método marxista: el materialismo histórico. La relación entre el sujeto y el objeto: rol del trabajo. Ser social y conciencia: el concepto de determinación. Ideología y falsa conciencia. La división so-cial del trabajo: de la separación entre trabajo intelectual y trabajo manual a la apropiación privada de la producción social. La separación del productor de su producto: la alienación. Las leyes obje-tivas de la sociedad capitalista: mercancía, fetichismo, plusvalía, explotación, capital constante y variable, tendencia decreciente de la tasa de ganancia.Contexto histórico: los medios filosóficos alemanes en el siglo XIX: de Hegel a los neohegelianos y Feuerbach, hasta Marx y Engels. El socialismo “utópico”. El desarrollo del capitalismo en Gran Bretaña desde la primera revolución industrial.

Bibliografía obligatoria: Selección de los siguientes trabajos-Marx, K. y Engels, F: La Ideología Alemana-Marx, K: “Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política” y “El trabajo alienado” (en Manuscritos económico - filosóficos)-Lenin, V.: “Carlos Marx. Breve esbozo biográfico, con una exposición del marxismo”Bibliografía sugerida: -Marx, K: El Capital, libro 1, capítulo 1.

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Unidad 2. De Marx a Lenin: el partido y el estadoBurguesía y proletariado: clases sociales antagónicas. Lucha de clases y revolución. La clase obre-ra, única clase revolucionaria. El comunismo, objetivo histórico de la clase obrera. La necesidad del partido de la clase. El partido de cuadros, modelo opuesto al partido economicista y espontaneísta. El Estado burgués: una “máquina de guerra” contra el proletariado. Revolución y destrucción del Estado burgués. El “Estado Comuna”. Contexto histórico: El ciclo de la revolución y la contrarrevolución europeas, particularmente en Francia: 1830, 1848 y golpe de Bonaparte. Las tendencias en el movimiento obrero y la Asociación Internacional de los Trabajadores. La guerra franco - prusiana y la Comuna de París de 1870. El zarismo y la organización de los marxistas en Rusia. La II Internacional, debates con los “revisio-nistas”. Bibliografía obligatoria: selección de fragmentos de las siguientes obras:-Marx, K. y Engels, F: Manifiesto del Partido Comunista-Marx, K: La guerra civil en Francia -Lenin, V.: “Enseñanzas de la Comuna” y “En memoria de la Comuna”-Comité Central del Partido Comunista (bolchevique) de la URSS: Historia del PC(b) de la URSS (pasaje referido al ¿Qué hacer? de Lenin) -Lenin, V: El estado y la revoluciónBibliografía sugerida: -Lenin, V: ¿Qué Hacer?

Unidad 3. El leninismo: sistematización de las leyes de la revoluciónLas clases y las fracciones de clase en el proceso revolucionario de 1905, sus programas y la táctica de la clase obrera: contradicción principal y contradicción secundaria, programa mínimo y programa máximo. Revolución democrática y socialismo: la dictadura democrática del proletaria-do y el campesinado. Insurrección armada, gobierno provisional y asamblea constituyente: rol del partido de la clase obrera en el proceso político. La revolución de febrero de 1917, el doble poder y la “originalidad histórica” de los soviets. Tránsito de la revolución democrática a la revolución so-cialista: fundamentos. Capitalismo de libre concurrencia y capitalismo monopólico. Características del desarrollo de las fuerzas productivas en el monopolio. Características del imperialismo. Países centrales, países coloniales y países dependientes.Contexto histórico: el POSDR: bolcheviques y mencheviques. Las revoluciones en 1905 y 1917 en Rusia. La I Guerra Mundial y la fractura de la II Internacional. Bibliografía obligatoria:-Lenin, V: “Tesis de Abril” y “Cartas sobre táctica”-Fichas de elaboración propia en base a Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución de-mocrática y El imperialismo, etapa superior del capitalismoBibliografía sugerida: -Lenin, V: Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática y El imperialismo, etapa superior del capitalismo

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Marx y Engels: La ideología Alemana (1846). Fragmentos del capítulo 1

Premisas de las que arranca la concepción materialista de la historia

Las premisas de que partimos no son arbitrarias, no son dogmas, sino premisas reales, de las que sólo es posible abstraerse en la imaginación. Son los individuos reales, su acción y sus condiciones materiales de vida, tanto aquellas con que se han encontrado ya hechas, como las engendradas por su propia acción. Estas premisas pueden comprobarse, consiguientemente, por la vía puramente empírica.

La primera premisa de toda historia humana es, naturalmente, la existencia de individuos humanos vivientes. El primer estado que cabe constatar es, por tanto, la organización corpórea de estos individuos y, como consecuencia de ello, su relación con el resto de la naturaleza. No podemos entrar a examinar aquí, naturalmente, ni la contextura física de los hombres mismos ni las condiciones naturales con que los hombres se encuentran: las geológicas, las oro-hidrográficas, las climáticas y las de otro tipo. Toda historiografía tiene necesariamente que partir de estos fundamentos naturales y de la modificación que experimentan en el curso de la historia por la acción de los hombres.

Podemos distinguir los hombres de los animales por la conciencia, por la religión o por lo que se quiera. Pero los hombres mismos comienzan a ver la diferencia entre ellos y los animales tan pronto comienzan a producir sus medios de vida, paso este que se halla condicionado por su organización corpórea. Al producir sus medios de vida, el hombre produce indirectamente su propia vida material.

El modo de producir los medios de vida de los hombres depende, ante todo, de la naturaleza misma de los medios de vida con que se encuentran y que hay que reproducir.

Este modo de producción no debe considerarse solamente en el sentido de la reproducción de la existencia física de los individuos. Es ya, más bien, un determinado modo de la actividad de estos individuos, un determinado modo de manifestar su vida, un determinado modo de vida de los mismos. Los individuos son tal y como manifiestan su vida. Lo que son coincide, por consiguiente, con su producción, tanto con lo que producen como con el modo de cómo producen. Lo que los individuos son depende, por tanto, de las condiciones materiales de su producción.

Esta producción sólo aparece al multiplicarse la población. Y presupone, a su vez, un trato entre los individuos. La forma de esté intercambio se halla condicionada, a su vez, por la producción.

Las relaciones entre unas naciones y otras dependen del grado en que cada una de ellas haya desarrollado sus fuerzas productivas, la división del trabajo y el trato interior. Es éste un hecho generalmente reconocido. Pero, no sólo las relaciones entre una nación y otra, sino también toda la estructura interna de cada nación depende del grado de desarrollo de su producción y de su trato interior y exterior. Hasta qué punto se han desarrollado las fuerzas productivas de una nación lo indica del modo más palpable el grado hasta el que se ha desarrollado en ella la división del trabajo. Toda nueva fuerza productiva, cuando no se trata de una simple extensión cuantitativa de fuerzas productivas ya conocidas con anterioridad (como ocurre, por ejemplo, con la roturación de tierras) trae como consecuencia un nuevo desarrollo de la división del trabajo.

La división del trabajo dentro de una nación se traduce, ante todo, en la separación del trabajo industrial y comercial con respecto al trabajo agrícola y, con ello, en la separación de la ciudad y el campo y en la oposición de sus intereses. Su desarrollo ulterior conduce a que el trabajo comercial se separe del industrial. Al mismo tiempo, la división del trabajo dentro de estas diferentes ramas acarrea, a su vez, la formación de diversos sectores entre los individuos que cooperan en determinados trabajos. La posición que ocupan entre sí estos diferentes sectores se halla condicionada por el modo de aplicar el trabajo agrícola, industrial y comercial (patriarcalismo, esclavitud, estamentos, clases). Y las mismas relaciones se revelan, al desarrollarse el trato, en las relaciones entre diferentes naciones.

Las diferentes fases de desarrollo de la división del trabajo son otras tantas formas distintas de la propiedad; o, dicho en otros términos, cada etapa de la división del trabajo determina también las relaciones de los individuos entre sí, en lo tocante al material, el instrumento y el producto del trabajo.

Esencia de la concepción materialista de la historia. El ser social y la conciencia social

Nos encontramos, pues, con el hecho de que determinados individuos que se dedican de un determinado modo a la producción, contraen entre sí estas relaciones sociales y políticas determinadas. La observación empírica tiene necesariamente que poner de relieve en cada caso concreto, empíricamente y sin

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ninguna clase de embaucamiento y especulación, la relación existente entre la estructura social y política y la producción. La estructura social y el Estado brotan constantemente del proceso de vida de determinados individuos; pero de estos individuos, no como puedan presentarse ante la imaginación propia o ajena, sino tal y como realmente son; es decir, tal y como actúan y como producen materialmente y, por tanto, tal y como desarrollan sus actividades bajo determinados límites, premisas y condiciones materiales, independientes de su voluntad.

La producción de las ideas, las representaciones y la conciencia aparece, al principio, directamente entrelazada con la actividad material y el trato material de los hombres, como el lenguaje de la vida real. La formación de las ideas, el pensamiento, el trato espiritual de los hombres se presentan aquí todavía como emanación directa de su comportamiento material. Y lo mismo ocurre con la producción espiritual, tal y como se manifiesta en el lenguaje de la política, de las leyes, de la moral, de la religión, de la metafísica, etc., de un pueblo. Los hombres son los productores de sus representaciones, de sus ideas, etc., pero se trata de hombres reales y activos tal y como se hallan condicionados por un determinado desarrollo de sus fuerzas productivas y por el trato que a él corresponde, hasta llegar a sus formas más lejanas. La conciencia jamás puede ser otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres es su proceso de vida real. Y si en toda la ideología, los hombres y sus relaciones aparecen invertidos como en la cámara oscura, este fenómeno proviene igualmente de su proceso histórico de vida, como la inversión de los objetos al proyectarse sobre la retina proviene de su proceso de vida directamente físico.

Totalmente al contrario de lo que ocurre en la filosofía alemana, que desciende del cielo sobre la tierra, aquí se asciende de la tierra al cielo. Es decir, no se parte de lo que los hombres dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, pensado, representado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y hueso; se parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de vida. También las formaciones nebulosas que se condensan en el cerebro de los hombres son sublimaciones necesarias de su proceso material de vida, proceso empíricamente registrable y ligado a condiciones materiales. La moral, la religión, la metafísica y cualquier otra ideología y las formas de conciencia que a ellos correspondan pierden, así, la apariencia de su propia sustantividad.

No tienen su propia historia ni su propio desarrollo, sino que los hombres que desarrollan su producción material y su trato material cambian también, al cambiar esta realidad, su pensamiento y los productos de su pensamiento. No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia. Desde el primer punto de vista, se parte de la conciencia como si fuera un individuo viviente; desde el segundo punto de vista, que es el que corresponde a la vida real, se parte del mismo individuo real viviente y se considera la conciencia solamente como su conciencia.

Y este modo de considerar las cosas posee sus premisas. Parte de las condicionas reales y no las pierde de vista ni por un momento. Sus premisas son los hombres, pero no tomados en un aislamiento y rigidez fantástica, sino en su proceso de desarrollo real y empíricamente registrable, bajo la acción de determinadas condiciones. En cuanto se expone este proceso activo de vida, la historia deja de ser una colección de hechos muertos, como lo es para los empíricos, todavía abstractos, o una acción imaginaria de sujetos imaginarios, como lo es para los idealistas.

Marx: Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política (1859). Extracto

Mi investigación me llevó a la conclusión de que, tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado no pueden comprenderse por sí mismas ni por la llamada evolución general del espíritu humano, sino que, por el contrario, radican en las condiciones materiales de vida cuyo conjunto resume Hegel siguiendo el precedente de los ingleses y franceses del siglo XVIII, bajo el nombre de “sociedad civil”, y que la anatomía de la sociedad civil hay que buscarla en la economía política. En Bruselas a donde me trasladé a consecuencia de una orden de destierro dictada por el señor Guizot proseguí mis estudios de economía política comenzados en París. El resultado general al que llegué y que una vez obtenido sirvió de hilo conductor a mis estudios puede resumirse así: en la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas

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formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una fase determinada de desarrollo las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica se transforma, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella. Cuando se estudian esas transformaciones hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas de producción y que pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo. Y del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de transformación por su conciencia, sino que, por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción. Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado dentro de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, porque, mirando mejor, se encontrará siempre que estos objetivos sólo surgen cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización. A grandes rasgos, podemos designar como otras tantas épocas de progreso en la formación económica de la sociedad el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués. Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso social de producción; antagónica, no en el sentido de un antagonismo individual, sino de un antagonismo que proviene de las condiciones sociales de vida de los individuos. Pero las fuerzas productivas que se desarrollan en la sociedad burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la solución de este

antagonismo. Con esta formación social se cierra, por lo tanto, la prehistoria de la sociedad humana.

Marx: “El trabajo enajenado” (1844)

Hemos partido de los presupuestos de la Economía Política. Hemos aceptado su terminología y sus leyes. Damos por supuestas la propiedad privada, la separación del trabajo, capital y tierra, y la de salario, beneficio del capital y renta de la tierra; admitamos la división del trabajo, la competencia, el concepto de valor de cambio, etc. Con la misma Economía Política, con sus mismas palabras, hemos demostrado que el trabajador queda rebajado a mercancía, a la más miserable de todas las mercancías; que la miseria del obrero está en razón inversa de la potencia y magnitud de su producción; que el resultado necesario de la competencia es la acumulación del capital en pocas manos, es decir, la más terrible reconstitución de los monopolios; que, por último; desaparece la diferencia entre capitalistas y terratenientes, entre campesino y obrero fabril, y la sociedad toda ha de quedar dividida en las dos clases de propietarios y obreros desposeídos.

La Economía Política parte del hecho de la propiedad privada, pero no lo explica. Capta el proceso material de la propiedad privada, que esta recorre en la realidad, con fórmulas abstractas y generales a las que luego presta valor de ley. No comprende estas leyes, es decir, no prueba cómo proceden de la esencia de la propiedad privada. La Economía Política no nos proporciona ninguna explicación sobre el fundamento de la división de trabajo y capital, de capital y tierra. Cuando determina, por ejemplo, la relación entre beneficio del capital y salario, acepta como fundamento último el interés del capitalista, en otras palabras, parte de aquello que debería explicar. Otro tanto ocurre con la competencia, explicada siempre por circunstancias externas. En qué medida estas circunstancias externas y aparentemente casuales son sólo expresión de un desarrollo necesario, es algo sobre lo que la Economía Política nada nos dice. Hemos visto cómo para ella hasta el intercambio mismo aparece como un hecho ocasional. Las únicas ruedas que la Economía Política pone en movimiento son la codicia y la guerra entre los codiciosos, la competencia.

Justamente porque la Economía Política no comprende la coherencia del movimiento pudo, por ejemplo, oponer la teoría de la competencia a la del monopolio, la de la libre empresa a la de la corporación, la de la división de la tierra a la del gran latifundio, pues competencia, libertad de

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empresa y división de la tierra fueron comprendidas y estudiadas sólo como consecuencias casuales, deliberadas e impuestas por la fuerza del monopolio, la corporación y la propiedad feudal, y no como sus resultados necesarios, inevitables y naturales.

Nuestra tarea es ahora, por tanto, la de comprender la conexión esencial entre la propiedad privada, la codicia, la separación de trabajo, capital y tierra, la de intercambio y competencia, valor y desvalorización del hombre; monopolio y competencia; tenemos que comprender la conexión de toda esta enajenación con el sistema monetario.

No nos coloquemos, como el economista cuando quiere explicar algo, en una imaginaria situación primitiva. Tal situación primitiva no explica nada, simplemente traslada la cuestión a uña lejanía nebulosa y grisácea. Supone como hecho, como acontecimiento lo que debería deducir, esto es, la relación necesaria entre dos cosas, Por ejemplo, entre división del trabajo e intercambio. Así es también como la teología explica el origen del mal por el pecado original dando por supuesto como hecho, como historia, aquello que debe explicar.

Nosotros partimos de un hecho económico, actual. El obrero es más pobre cuanta más riqueza produce, cuanto más crece su producción en potencia y en volumen. El trabajador se convierte en una mercancía tanto más barata cuantas más mercancías produce. La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas. El trabajo no sólo produce mercancías; se produce también a sí mismo y al obrero como mercancía, y justamente en la proporción en que produce mercancías en general.

Este hecho, por lo demás, no expresa sino esto: el objeto que el trabajo produce, su producto, se enfrenta a él como un ser extraño, como un poder independiente del productor. El producto del trabajo es el trabajo que se ha fijado en un objeto, que se ha hecho cosa; el producto es la objetivación del trabajo. La realización del trabajo es su objetivación. Esta realización del trabajo aparece en el estadio de la Economía Política como desrealización del trabajador, la objetivación como pérdida del objeto y servidumbre a él, la apropiación como extrañamiento, como enajenación.

Hasta tal punto aparece la realización del trabajo como desrealización del trabajador, que éste es desrealizado hasta llegar a la muerte por inanición. La objetivación aparece hasta tal punto como perdida del objeto que el trabajador se ve privado

de los objetos más necesarios no sólo para la vida, sino incluso para el trabajo. Es más, el trabajo mismo se convierte en un objeto del que el trabajador sólo puede apoderarse con el mayor esfuerzo y las más extraordinarias interrupciones. La apropiación del objeto aparece en tal medida como extrañamiento, que cuantos más objetos produce el trabajador, tantos menos alcanza a poseer y tanto más sujeto queda a la dominación de su producto, es decir, del capital.

Todas estas consecuencias están determinadas por el hecho de que el trabajador se relaciona con el producto de su trabajo como un objeto extraño. Partiendo de este supuesto, es evidente que cuánto más se vuelca el trabajador en su trabajo, tanto más poderoso es el mundo extraño, objetivo que crea frente a sí y tanto más pobres son él mismo y su mundo interior, tanto menos dueño de sí mismo es. Lo mismo sucede en la religión. Cuanto más pone el hombre en Dios, tanto memos guarda en si mismo. El trabajador pone su vida en el objeto pero a partir de entonces ya no le pertenece a él, sino al objeto. Cuanto mayor es la actividad, tanto más carece de objetos el trabajador. Lo que es el producto de su trabajo, no lo es él. Cuanto mayor es, pues, este producto, tanto más insignificante es el trabajador. La enajenación del trabajador en su producto significa no solamente que su trabajo se convierte en un objeto, en una existencia exterior, sino que existe fuera de él, independiente, extraño, que se convierte en un poder independiente frente a él; que la vida que ha prestado al objeto se le enfrenta como cosa extraña y hostil.

Consideraremos ahora más de cerca la objetivación, la producción del trabajador, y en ella el extrañamiento, la pérdida del objeto, de su producto.

El trabajador no puede crear nada sin la naturaleza, sin el mundo exterior sensible. Esta es la materia en que su trabajo se realiza, en la que obra, en la que y con la que produce. Pero así como la naturaleza ofrece al trabajo medios de vida, en el sentido de que el trabajo no puede vivir sin objetos sobre los que ejercerse, así, de otro lado, ofrece también víveres en sentido estricto, es decir, medios para la subsistencia del trabajador mismo. En consecuencia, cuanto más se apropia el trabajador el mundo exterior, la naturaleza sensible, por medio de su trabajo, tanto más se priva de víveres en este doble sentido; en primer lugar, porque el mundo exterior sensible cesa de ser, en creciente medida, un objeto perteneciente a su trabajo, un medio de vida de su trabajo; en segundo término, porque este mismo mundo deja de representar, cada vez más pronunciadamente,

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víveres en sentido inmediato, medios para la subsistencia física del trabajador.

El trabajador se convierte en siervo de su objeto en un doble sentido: primeramente porque recibe un objeto de trabajo, es decir, porque recibe trabajo; en segundo lugar porque recibe medios de subsistencia. Es decir, en primer término porque puede existir como trabajador, en segundo término porque puede existir como sujeto físico. El colmo de esta servidumbre es que ya sólo en cuanto trabajador puede mantenerse como sujeto físico y que sólo como sujeto físico es ya trabajador.

(La enajenación del trabajador en su objeto se expresa, según las leyes económicas, de la siguiente forma: cuanto más produce el trabajador, tanto menos ha de consumir; cuanto más valores crea, tanto más sin valor, tanto más indigno es él; cuanto más elaborado su producto, tanto más deforme el trabajador; cuanto más civilizado su objeto, tanto más bárbaro el trabajador; cuanto mis rico espiritualmente se hace el trabajo, tanto más desespiritualizado y ligado a la naturaleza queda el trabajador.)

La Economía Política oculta la enajenación esencial del trabajo porque no considera la relación inmediata entre el trabajador (el trabajo) y la producción. Ciertamente el trabajo produce maravillas para los ricos, pero produce privaciones para el trabajador. Produce palacios, pero para el trabajador chozas. Produce belleza, pero deformidades para el trabajador. Sustituye el trabajo por máquinas, pero arroja una parte de los trabajadores a un trabajo bárbaro, y convierte en máquinas a la otra parte. Produce espíritu, pero origina estupidez y cretinismo para el trabajador.

La relación inmediata del trabajo y su producto es la relación del trabajador y el objeto de su producción. La relación del acaudalado con el objeto de la producción y con la producción misma es sólo una consecuencia de esta primera relación y la confirma. Consideraremos más tarde este otro aspecto. Cuando preguntamos, por tanto, cuál es la relación esencial del trabajo, preguntamos por la relación entre el trabajador y la producción.

Hasta ahora hemos considerado el extrañamiento, la enajenación del trabajador, sólo en un aspecto, concretamente en su relación con el producto de su trabajo. Pero el extrañamiento no se muestra sólo en el resultado, sino en el acto de la producción, dentro de la actividad productiva misma. ¿Cómo podría el trabajador enfrentarse con el producto de su actividad como con algo extraño si en el acto mismo de la

producción no se hiciese ya ajeno a sí mismo? El producto no es más que el resumen de la actividad, de la producción. Por tanto, si el producto del trabajo es la enajenación, la producción misma ha de ser la enajenación activa, la enajenación de la actividad; la actividad de la enajenación. En el extrañamiento del producto del trabajo no hace más que resumirse el extrañamiento, la enajenación en la actividad del trabajo mismo.

¿En qué consiste, entonces, la enajenación del trabajo?

Primeramente en que el trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en que en su trabajo, el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es, así, voluntario, sino forzado, trabajo forzado. Por eso no es la satisfacción de una necesidad, sino solamente un medio para satisfacer las necesidades fuera del trabajo. Su carácter extraño se evidencia claramente en el hecho de que tan pronto como no existe una coacción física o de cualquier otro tipo se huye del trabajo como de la peste. El trabajo externo, el trabajo en que el hombre se enajena, es un trabajo de autosacrificio, de ascetismo. En último término, para el trabajador se muestra la exterioridad del trabajo en que éste no es suyo, sino de otro, que no le pertenece; en que cuando está en él no se pertenece a si mismo, sino a otro. Así como en la religión la actividad propia de la fantasía humana, de la mente y del corazón humanos, actúa sobre el individuo independientemente de él, es decir, como una actividad extraña, divina o diabólica, así también la actividad del trabajador no es su propia actividad. Pertenece a otro, es la pérdida de sí mismo.

De esto resulta que el hombre (el trabajador) sólo se siente libre en sus funciones animales, en el comer, beber, engendrar, y todo lo más en aquello que toca a la habitación y al atavío, y en cambio en sus funciones humanas se siente como animal. Lo animal se convierte en lo humano y lo humano en lo animal.

Comer, beber y engendrar, etc., son realmente también auténticas funciones humanas. Pero en la abstracción que las separa del ámbito restante de la actividad humana y las convierte en un único y último son animales.

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Hemos considerado el acto de la enajenación de la actividad humana práctica, del trabajo, en dos aspectos: 1) la relación del trabajador con el producto del trabajo como con un objeto ajeno y que lo domina. Esta relación es, al mismo tiempo, la relación con el mundo exterior sensible, con los objetos naturales, como con un mundo extraño para él y que se le enfrenta con hostilidad; 2) la relación del trabajo con el acto de la producción dentro del trabajo. Esta relación es la relación del trabajador con su propia actividad, como con una actividad extraña, que no le pertenece, la acción como pasión, la fuerza como impotencia, la generación como castración, la propia energía física y espiritual del trabajador, su vida personal (pues qué es la vida sino actividad) como una actividad que no le pertenece, independiente de él, dirigida contra él. La enajenación respecto de si mismo como, en el primer caso, la enajenación respecto de la cosa.

Aún hemos de extraer de las dos anteriores una tercera determinación del trabajo enajenado.

El hombre es un ser genérico no sólo porque en la teoría y en la práctica toma como objeto suyo el género, tanto el suyo propio como el de las demás cosas, sino también, y esto no es más que otra expresión para lo mismo, porque se relaciona consigo mismo como el género actual, viviente, porque se relaciona consigo mismo como un ser universal y por eso libre.

La vida genérica, tanto en el hombre como en el animal, consiste físicamente, en primer lugar, en que el hombre (como el animal) vive de la naturaleza inorgánica, y cuanto más universal es el hombre que el animal, tanto más universal es el ámbito de la naturaleza inorgánica de la que vive. Así como las plantas, los animales, las piedras, el aire, la luz, etc., constituyen teóricamente una parte de la conciencia humana, en parte como objetos de la ciencia natural, en parte como objetos del arte (su naturaleza inorgánica espiritual, los medios de subsistencia espiritual que él ha de preparar para el goce y asimilación), así también constituyen prácticamente una parte de la vida y de la actividad humano. Físicamente el hombre vive sólo de estos productos naturales, aparezcan en forma de alimentación, calefacción, vestido, vivienda, etc. La universalidad del hombre aparece en la práctica justamente en la universalidad que hace de la naturaleza toda su cuerpo inorgánico, tanto por ser (l) un medio de subsistencia inmediato, romo por ser (2) la materia, el objeto y el instrumento de su actividad vital. La naturaleza es el cuerpo inorgánico del hombre; la naturaleza, en cuanto ella misma, no es cuerpo humano. Que el hombre vive

de la naturaleza quiere decir que la naturaleza es su cuerpo, con el cual ha de mantenerse en proceso continuo para no morir. Que la vida física y espiritual del hombre está ligada con la naturaleza no tiene otro sentido que el de que la naturaleza está ligada consigo misma, pues el hombre es una parte de la naturaleza.

Como quiera que el trabajo enajenado (1) convierte a la naturaleza en algo ajeno al hombre, (2) lo hace ajeno de sí mismo, de su propia función activa, de su actividad vital, también hace del género algo ajeno al hombre; hace que para él la vida genérica se convierta en medio de la vida individual. En primer lugar hace extrañas entre sí la vida genérica y la vida individual, en segundo término convierte a la primera, en abstracta, en fin de la última, igualmente en su forma extrañada y abstracta.

Pues, en primer término, el trabajo, la actividad vital, la vida productiva misma, aparece ante el hombre sólo como un medio para la satisfacción de una necesidad, de la necesidad de mantener la existencia física. La vida productiva es, sin embargo, la vida genérica. Es la vida que crea vida. En la forma de la actividad vital reside el carácter dado de una especie, su carácter genérico, y la actividad libre, consciente, es el carácter genérico del hombre. La vida misma aparece sólo como medio de vida.

El animal es inmediatamente uno con su actividad vital. No se distingue de ella. Es ella. El hombre hace de su actividad vital misma objeto de su voluntad y de su conciencia. Tiene actividad vital consciente. No es una determinación con la que el hombre se funda inmediatamente. La actividad vital consciente distingue inmediatamente al hombre de la actividad vital animal. Justamente, y sólo por ello, es él un ser genérico. O, dicho de otra forma, sólo es ser consciente, es decir, sólo es su propia vida objeto para él, porque es un ser genérico. Sólo por ello es su actividad libre. El trabajo enajenado invierte la relación, de manera que el hombre, precisamente por ser un ser consciente hace de su actividad vital, de su esencia, un simple medio para su existencia.

La producción práctica de un mundo objetivo, la elaboración de la naturaleza inorgánica, es la afirmación del hombre como un ser genérico consciente, es decir, la afirmación de un ser que se relaciona con el género como con su propia esencia o que se relaciona consigo mismo como ser genérico. Es cierto que también el animal produce. Se construye un nido, viviendas, como las abejas, los castores, las hormigas, etc. Pero produce únicamente lo que necesita inmediatamente para sí o para su prole;

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produce unilateralmente, mientras que el hombre produce universalmente; produce únicamente por mandato de la necesidad física inmediata, mientras que el hombre produce incluso libre de la necesidad física y sólo produce realmente liberado de ella; el animal se produce sólo a sí mismo, mientras que el hombre reproduce la naturaleza entera; el producto del animal pertenece inmediatamente a su cuerpo físico, mientras que el hombre se enfrenta libremente a su producto. El animal forma únicamente según la necesidad y la medida de la especie a la que pertenece, mientras que el hombre sabe producir según la medida de cualquier especie y sabe siempre imponer al objeto la medida que le es inherente; por ello el hombre crea también según las leyes de la belleza.

Por eso precisamente es sólo en la elaboración del mundo objetivo en donde el hombre se afirma realmente como un ser genérico. Esta producción es su vida genérica activa. Mediante ella aparece la naturaleza como su obra y su realidad. El objeto del trabajo es por eso la objetivación de la vida genérica del hombre, pues éste se desdobla no sólo intelectualmente, como en la conciencia, sino activa y realmente, y se contempla a si mismo en un mundo creado Por él. Por esto el trabajo enajenado, al arrancar al hombre el objeto de su producción, le arranca su vida genérica, su real objetividad genérica y transforma su ventaja respecto del animal en desventaja, pues se ve privado de su cuerpo inorgánico, de la naturaleza. Del mismo modo, al degradar la actividad propia, la actividad libre, a la condición de medio, hace el trabajo enajenado de la vida genérica del hombre en medio para su existencia física.

Mediante la enajenación, la conciencia del hombre que el hombre tiene de su género se transforma, pues, de tal manera que la vida genérica se convierte para él en simple medio.

El trabajo enajenado, por tanto:

3) Hace del ser genérico del hombre, tanto de la naturaleza como de sus facultades espirituales genéricas, un ser ajeno para él, un medio de existencia individual. Hace extraños al hombre su propio cuerpo, la naturaleza fuera de él, su esencia espiritual, su esencia humana.

4) Una consecuencia inmediata del hecho de estar enajenado el hombre del producto de su trabajo, de su actividad vital, de su ser genérico, es la enajenación del hombre respecto del hombre. Si el hombre se enfrenta consigo mismo, se enfrenta también al

otro. Lo que es válido respecto de la relación del hombre con su trabajo, con el producto de su trabajo y consigo mismo, vale también para la relación del hombre con el otro y con trabajo y el producto del trabajo del otro.

En general, la afirmación de que el hombre está enajenado de su ser genérico quiere decir que un hombre esta enajenado del otro, como cada uno de ellos está enajenado de la esencia humana. La enajenación del hombre y, en general, toda relación del hombre consigo mismo, sólo encuentra realización y expresión verdaderas en la relación en que el hombre está con el otro. En la relación del trabajo enajenado, cada hombre considera, pues, a los demás según la medida y la relación en la que él se encuentra consigo mismo en cuanto trabajador.

Hemos partido de un hecho económico, el extrañamiento entre el trabajador y su producción. Hemos expuesto el concepto de este hecho: el trabajo enajenado, extrañado. Hemos analizado este concepto, es decir, hemos analizado simplemente un hecho económico.

Veamos ahora cómo ha de exponerse y representarse en la realidad el concepto del trabajo enajenado, extrañado.

Si el producto del trabajo me es ajeno, se me enfrenta como un poder extraño, entonces ¿a quién pertenece? Si mi propia actividad no me pertenece; si es una actividad ajena, forzada, ¿a quién pertenece entonces? A un ser otro que yo. ¿Quién es ese ser?

¿Los dioses? Cierto que en los primeros tiempos la producción principal, por ejemplo, la construcción de templos, etc., en Egipto, India, Méjico, aparece al servicio de los dioses, como también a los dioses pertenece el producto Pero los dioses por si solos no fueron nunca los dueños del trabajo. Aún menos de la naturaleza. Qué contradictorio sería que cuando más subyuga el hombre a la naturaleza mediante su trabajo, cuando más superfluos vienen a resultar los milagros de los dioses en razón de los milagros de la industria, tuviese que renunciar el hombre, por amor de estos poderes, a la alegría de la producción y al goce del producto.

El ser extraño al que pertenecen a trabajo y el producto del trabajo, a cuyo servicio está aquél y para cuyo placer sirve éste, solamente puede ser el hombre mismo

Si el producto del trabajo no pertenece al trabajador, si es frente él un poder extraño, esto sólo es posible porque pertenece a otro hombre que no es el

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trabajador. Si su actividad es para él dolor, ha de ser goce y alegría vital de otro. Ni los dioses, ni la naturaleza, sino sólo el hombre mismo, puede ser este poder extraño sobre los hombres.

Recuérdese la afirmación antes hecha de que la relación del hombre consigo mismo únicamente es para él objetiva y real a través de su relación con los otros hombres. Si él, pues, se relaciona con el producto de su trabajo, con su trabajo objetivado, como con un objeto poderoso, independiente de él, hostil, extraño, se está relacionando con él de forma que otro hombre independiente de él, poderoso, hostil, extraño a él, es el dueño de este objeto; Si él se relaciona con su actividad como con una actividad no libre, se está relacionando con ella como con la actividad al servicio de otro, bajo las órdenes, la compulsión y el yugo de otro.

Toda enajenación del hombre respecto de sí mismo y de la naturaleza aparece en la relación que él presume entre él, la naturaleza y los otros hombres distintos de él, Por eso la autoenajenación religiosa aparece necesariamente en la relación del laico con el sacerdote, o también, puesto que aquí se trata del mundo intelectual, con un mediador, etc. En el mundo práctico, real, el extrañamiento de si sólo puede manifestarse mediante la relación práctica, real, con los otros hombres. El medio mismo por el que el extrañamiento se opera es un medio práctico. En consecuencia mediante el trabajo enajenado no sólo produce el hombre su relación con el objeto y con el acto de la propia producción como con poderes que le son extraños y hostiles, sino también la relación en la que los otros hombres se encuentran con su producto y la relación en la que él está con estos otros hombres. De la misma manera que hace de su propia producción su desrealización, su castigo; de su propio producto su pérdida, un producto que no le pertenece, y así también crea el dominio de quien no produce sobre la producción y el producto. Al enajenarse de su propia actividad posesiona al extraño de la actividad que no le es propia.

Hasta ahora hemos considerado la relación sólo desde el lado del trabajador; la consideraremos más tarde también desde el lado del no trabajador.

Así, pues, mediante el trabajo enajenado crea el trabajador la relación de este trabajo con un hombre que está fuera del trabajo y le es extraño. La relación del trabajador con el trabajo engendra la relación de éste con el del capitalista o como quiera llamarse al patrono del trabajo. La propiedad privada es, pues, el producto, el resultado, la consecuencia necesaria del trabajo enajenado, de la relación externa del

trabajador con la naturaleza y consigo mismo.

Partiendo de la Economía Política hemos llegado, ciertamente, al concepto del trabajo enajenado (de la vida enajenada) como resultado del movimiento de la propiedad privada. Pero el análisis de este concepto muestra que aunque la propiedad privada aparece como fundamento, como causa del trabajo enajenado, es más bien una consecuencia del mismo, del mismo modo que los dioses no son originariamente la causa, sino el efecto de la confusión del entendimiento humano. Esta relación se transforma después en una interacción recíproca.

Sólo en el último punto culminante de su desarrollo descubre la propiedad privada de nuevo su secreto, es decir, en primer lugar que es el producto del trabajo enajenado, y en segundo término que es el medio por el cual el trabajo se enajena, la realización de esta enajenación.

Este desarrollo ilumina al mismo tiempo diversas colisiones no resueltas hasta ahora.

1) La Economía Política parte del trabajo como del alma verdadera de la producción y, sin embargo, no le da nada al trabajo y todo a la propiedad privada. Partiendo de esta contradicción ha fallado Proudhon en favor del trabajo y contra la Propiedad privaba. Nosotros, sin embargo, comprendemos, que esta aparente contradicción es la contradicción del trabajo enajenado consigo mismo y que la Economía Política simplemente ha expresado las leyes de este trabajo enajenado.

Comprendemos también por esto que salario y propiedad privada son idénticos, pues el salario que paga el producto, el objeto del trabajo, el trabajo mismo, es sólo una consecuencia necesaria de la enajenación del trabajo; en el salario el trabajo no aparece como un fin en si, sino como un servidor del salario. Detallaremos esto más tarde. Limitándonos a extraer ahora algunas consecuencias.

Un alza forzada de los salarios, prescindiendo de todas las demás dificultades (prescindiendo de que, por tratarse de una anomalía, sólo mediante la fuerza podría ser mantenida), no sería, por tanto, más que una mejor remuneración de los esclavos, y no conquistaría, ni para el trabajador, ni para el trabajo su vocación y su dignidad humanas.

Incluso la igualdad de salarios, como pide Proudhon no hace más que transformar la relación del trabajador actual con su trabajo en la relación de todos los hombres con el trabajo. La sociedad es comprendida entonces como capitalista abstracto.

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El salario es una consecuencia inmediata del trabajo enajenado y el trabajo enajenado es la causa inmediata de la propiedad privada. Al desaparecer un término debe también, por esto, desaparecer el otro.

2) De la relación del trabajo enajenado con la propiedad privada se sigue, además, que la emancipación de la sociedad de la propiedad privada, etc., de la servidumbre, se expresa en la forma política de la emancipación de los trabajadores, no como si se tratase sólo de la emancipación de éstos, sino porque su emancipación entraña la emancipación humana general; y esto es así porque toda la servidumbre humana está encerrada en la relación de trabajador con la producción, y todas las relaciones serviles son sólo modificaciones y consecuencias de esta relación.

Así como mediante el análisis hemos encontrado el concepto de propiedad privada partiendo del concepto de trabajo enajenado, extrañado, así también podrán desarrollarse con ayuda de estos dos factores todas las categorías económicas y encontraremos en cada una de estas categorías, por ejemplo, el tráfico, la competencia, el capital, el dinero, solamente una expresión determinada, desarrollada, de aquellos primeros fundamentos.

Antes de considerar esta estructuración, sin embargo, tratemos de resolver dos cuestiones.

1) Determinar la esencia general de la propiedad privada, evidenciada como resultado del trabajo enajenado, en su relación con la propiedad verdaderamente humana y social.

2) Hemos aceptado el extrañamiento del trabajo, su enajenación, como un hecho y hemos realizado este hecho. Ahora nos preguntamos ¿cómo llega el hombre a enajenar, a extrañar su trabajo? ¿Cómo se fundamenta este extrañamiento en la esencia de la evolución humana? Tenemos ya mucho ganado para la solución de este problema al haber transformado la cuestión del origen de la propiedad privada en la cuestión de la relación del trabajo enajenado con el proceso evolutivo de la humanidad. Pues cuando se habla de propiedad privada se cree tener que habérselas con una cosa fuera del hombre. Cuando se habla de trabajo nos las tenemos que haber inmediatamente con el hombre mismo. Esta nueva formulación de la pregunta es ya incluso su solución.

El trabajo enajenado se nos ha resuelto en dos componentes que se condicionan recíprocamente o que son sólo dos expresiones distintas de una

misma relación. La apropiación aparece como extrañamiento, como enajenación y la enajenación como apropiación, el extrañamiento como la verdadera naturalización.

Hemos considerado un aspecto, el trabajo enajenado en relación al trabajador mismo, es decir, la relación del trabajo enajenado consigo mismo. Como producto, como resultado necesario de esta relación hemos encontrado la relación de propiedad del no—trabajador con el trabajador y con el trabajo. La propiedad privada como expresión resumida, material, del trabajo enajenado abarca ambas relaciones, la relación del trabajador con el trabajo, con el producto de su trabajo y con el no trabajador, y la relación del no trabajador con el trabajador y con el producto de su trabajo.

Si hemos visto, pues, que respecto del trabajador, que mediante el trabajo se apropia de la naturaleza, la apropiación aparece como enajenación, la actividad propia como actividad para otro y de otro, la vitalidad como holocausto de la vida, la producción del objeto como pérdida del objeto en favor de un poder extraño, consideremos ahora la relación de este hombre extraño al trabajo y al trabajador con el trabajador, el trabajo y su objeto.

Por de pronto hay que observar que todo lo que en el trabajador aparece como actividad de la enajenación, aparece en el no trabajador como estado de la enajenación, del extrañamiento.

En segundo término, que el comportamiento práctico, real, del trabajador en la producción y respecto del producto (en cuanto estado de ánimo) aparece en el no trabajador a él enfrentado como comportamiento teórico.

Tercero. El no trabajador hace contra el trabajador todo lo que este hace contra sí mismo, pero no hace contra sí lo que hace contra el trabajador.

Lenin: Carlos Marx. Breve esbozo biográfico, con una exposición del marxismo. (1914) Extracto

La doctrina económica de Marx“Y la finalidad última de esta obra -dice Marx en el prólogo a El Capital- es, en efecto, descubrir la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna”, es decir, de la sociedad capitalista, burguesa. El estudio de las relaciones de producción de una sociedad dada, históricamente determinada, en su aparición, desarrollo y decadencia: tal es el

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contenido de la doctrina económica de Marx. En la sociedad capitalista impera la producción de mercancías; por eso, el análisis de Marx empieza con el análisis de la mercancía.

El Valor

La mercancía es, en primer lugar, una cosa que satisface una determinada necesidad humana y, en segundo lugar, una cosa que se cambia por otra. La utilidad de una cosa hace de ella un valor de uso. El valor de cambio (o, sencillamente el valor) es, ante todo, la relación o proporción en que se cambia cierto número de valores de uso de una clase por un determinado número de valores de uso de otra clase. La experiencia diaria nos muestra que, a través de millones y miles de millones de esos actos de intercambio, se equiparan constantemente todo género de valores de uso, aun los más diversos y menos equiparables entre sí. ¿Qué es lo que tienen de común esos diversos objetos, que constantemente son equiparados entre sí en determinado sistema de relaciones sociales? Tienen de común el que todos ellos son productos del trabajo. Al cambiar sus productos, los hombres equiparan los más diversos tipos de trabajo. La producción de mercancías es un sistema de relaciones sociales en que los distintos productores crean diversos productos (división social del trabajo), y todos estos productos se equiparan entre sí por medio del cambio. Por lo tanto, lo que todas las mercancías encierran de común no es el trabajo concreto de una determinada rama de producción, no es un trabajo de determinado tipo, sino el trabajo humano abstracto, el trabajo humano en general. Toda la fuerza de trabajo de una sociedad dada, representada por la suma de valores de todas las mercancías, es una y la misma fuerza humana de trabajo; así lo evidencian miles de millones de actos de cambio. Por consiguiente, cada mercancía en particular no representa más que una determinada parte del tiempo de trabajo socialmente necesario. La magnitud del valor se determina por la cantidad de trabajo socialmente necesario o por el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir cierta mercancía o cierto valor de uso. “Al equiparar unos con otros, en el cambio, sus diversos productos, lo que hacen los hombres es equiparar entre sí sus diversos trabajos como modalidades del trabajo humano. No lo saben, pero lo hacen.” El valor es, como dijo un viejo economista, una relación entre dos personas; pero debió añadir simplemente: relación encubierta por una envoltura material. Sólo partiendo del sistema de relaciones sociales de producción de una formación social históricamente determinada, relaciones que se manifiestan en el fenómeno masivo del cambio, repetido miles de

millones de veces, podemos comprender lo que es el valor. “Como valores, las mercancías no son más que cantidades determinadas de tiempo de trabajo coagulado.” Después de analizar en detalle el doble carácter del trabajo materializado en las mercancías, Marx pasa al análisis de la forma del valor y del dinero. Con ello se propone, fundamentalmente, investigar el origen de la forma monetaria del valor, estudiar el proceso histórico de desenvolvimiento del cambio, comenzando por las operaciones sueltas y fortuitas de trueque (“forma simple, suelta o fortuita del valor”, en que una cantidad de mercancía es cambiada por otra) hasta remontarse a la forma universal del valor, en que mercancías diferentes se cambian por una mercancía concreta, siempre la misma, y llegar a la forma monetaria del valor, en que la función de esta mercancía, o sea, la función de equivalente universal, la desempeña el oro. El dinero, producto supremo del desarrollo del cambio y de la producción de mercancías, disfraza y oculta el carácter social de los trabajos privados, la concatenación social existente entre los diversos productores unidos por el mercado. Marx somete a un análisis extraordinariamente minucioso las diversas funciones del dinero, debiendo advertirse, pues tiene gran importancia, que en este caso (como, en general, en todos los primeros capítulos de El Capital) la forma abstracta de la exposición, que a veces parece puramente deductiva, recoge en realidad un gigantesco material basado en hechos sobre la historia del desarrollo del cambio y de la producción de mercancías. “El dinero presupone cierto nivel del cambio de mercancías. Las diversas formas del dinero -simple equivalente de mercancías o medio de circulación, medio de pago, de atesoramiento y dinero mundial- señalan, según el distinto volumen y predominio relativo de tal o cual función, fases muy distintas del proceso social de producción” (El Capital, I).

La Plusvalía

Al alcanzar la producción de mercancías determinado grado de desarrollo, el dinero se convierte en capital. La fórmula de la circulación de mercancías era: M (mercancía) - D (dinero) - M (mercancía), o sea, venta de una mercancía para comprar otra. Por el contrario, la fórmula general del capital es D - M - D, o sea, la compra para la venta (con ganancia). Marx llama plusvalía a este incremento del valor primitivo del dinero que se lanza a la circulación. Que el dinero lanzado a la circulación capitalista “crece”, es un hecho conocido de todo el mundo. Y precisamente ese “crecimiento” es lo que convierte el dinero en capital, como relación social de producción particular, históricamente determinada. La plusvalía no puede brotar de la circulación de mercancías,

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pues ésta sólo conoce el intercambio de equivalentes; tampoco puede provenir de un alza de los precios, pues las pérdidas y las ganancias recíprocas de vendedores y compradores se equilibrarían; se trata de un fenómeno masivo, medio, social, y no de un fenómeno individual. Para obtener plusvalía “el poseedor del dinero necesita encontrar en el mercado una mercancía cuyo valor de uso posea la cualidad peculiar de ser fuente de valor”, una mercancía cuyo proceso de consumo sea, al mismo tiempo, proceso de creación de valor. Y esta mercancía existe: es la fuerza de trabajo del hombre. Su consumo es trabajo y el trabajo crea valor. El poseedor del dinero compra la fuerza de trabajo por su valor, valor que es determinado, como el de cualquier otra mercancía, por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción (es decir, por el costo del mantenimiento del obrero y su familia). Una vez que ha comprado la fuerza de trabajo el poseedor del dinero tiene derecho a consumirla, es decir, a obligarla a trabajar durante un día entero, por ejemplo, durante doce horas. En realidad el obrero crea en seis horas (tiempo de trabajo “necesario”) un producto con el que cubre los gastos de su mantenimiento; durante las seis horas restantes (tiempo de trabajo “suplementario”) crea un “plusproducto” no retribuido por el capitalista, que es la plusvalía. Por consiguiente, desde el punto de vista del proceso de la producción, en el capital hay que distinguir dos partes: capital constante, invertido en medios de producción (máquinas, instrumentos de trabajo, materias primas, etc.) -y cuyo valor se trasfiere sin cambio de magnitud (de una vez o en partes) a las mercancías producidas-, y capital variable, invertido en fuerza de trabajo. El valor de este capital no permanece invariable, sino que se acrecienta en el proceso del trabajo, al crear la plusvalía. Por lo tanto, para expresar el grado de explotación de la fuerza de trabajo por el capital, tenemos que comparar la plusvalía obtenida, no con el capital global, sino exclusivamente con el capital variable. La cuota de plusvalía, como llama Marx a esta relación, sería, pues, en nuestro ejemplo, de 6:6, es decir, del 100 por ciento.

Las premisas históricas para la aparición del capital son: primera, la acumulación de determinada suma de dinero en manos de ciertas personas, con un nivel de desarrollo relativamente alto de la producción de mercancías en general; segunda, la existencia de obreros “libres” en un doble sentido -libres de todas las trabas o restricciones impuestas a la venta de la fuerza de trabajo, y libres por carecer de tierra y, en general, de medios de producción-, de obreros desposeídos, de obreros “proletarios” que, para subsistir, no tienen más recursos que la venta de su fuerza de trabajo.

Dos son los modos principales para poder incrementar la plusvalía: mediante la prolongación de la jornada de trabajo (“plusvalía absoluta”) y mediante la reducción del tiempo de trabajo necesario (“plusvalía relativa”). Al analizar el primer modo, Marx hace desfilar ante nosotros el grandioso panorama de la lucha de la clase obrera para reducir la jornada de trabajo y de la intervención del poder estatal, primero para prolongarla (en el período que media entre los siglos XIV y XVII) y después para reducirla (legislación fabril del siglo XIX). Desde la aparición de El Capital, la historia del movimiento obrero de todos los países civilizados ha aportado miles y miles de nuevos hechos que ilustran este panorama.

Al proceder a su análisis de la producción de plusvalía relativa, Marx investiga las tres etapas históricas fundamenta les de la elevación de la productividad del trabajo por el capitalismo: 1) la cooperación simple; 2) la división del trabajo y la manufactura; 3) la maquinaria y la gran industria. La profundidad con que Marx aquí pone de relieve los rasgos fundamentales y típicos del desarrollo del capitalismo nos demuestra, entre otras cosas, el hecho de que el estudio de la llamada industria de los kustares [productores de objetos industriales que trabajaban para el mercado] en Rusia ha aportado un abundantísimo material para ilustrar las dos primeras etapas de las tres mencionadas. En cuanto a la acción revolucionaria de la gran industria maquinizada, descrita por Marx en 1867, durante el medio siglo trascurrido desde entonces ha venido a revelarse en toda una serie de países “nuevos” (Rusia, Japón, etc.).

Prosigamos. Importantísimo y nuevo es el análisis de Marx de la acumulación del capital, es decir, de la trasformación de una parte de la plusvalía en capital, y de su empleo, no para satisfacer las necesidades personales o los caprichos del capitalista, sino para renovar la producción. Marx hace ver el error de toda la economía política clásica anterior (desde Adam Smith) al suponer que toda la plusvalía que se convertía en capital pasaba a formar parte del capital variable, cuando en realidad se descompone en medios de producción más capital variable. En el proceso de desarrollo del capitalismo y de su trasformación en socialismo tiene una inmensa importancia el que la parte del capital constante (en la suma total del capital) se incremente con mayor rapidez que la parte del capital variable.

Al acelerar el desplazamiento de los obreros por la maquinaria, produciendo riqueza en un polo y miseria en el polo opuesto, la acumulación del capital crea también el llamado “ejército industrial de reserva”, el “sobrante relativo” de obreros o “superpoblación capitalista”, que reviste formas extraordinariamente

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diversas y permite al capital ampliar la producción con singular rapidez. Esta posibilidad, relacionada con el crédito y la acumulación de capital en medios de producción, nos proporciona, entre otras cosas, la clave para comprender las crisis de superproducción, que estallan periódicamente en los países capitalistas, primero cada diez años, término medio, y luego con intervalos mayores y menos precisos. De la acumulación del capital sobre la base del capitalismo hay que distinguir la llamada acumulación primitiva, que se lleva a cabo mediante la separación violenta del trabajador de los medios de producción, expulsión del campesino de su tierra, robo de los terrenos comunales, sistema colonial, sistema de la deuda pública, tarifas aduaneras proteccionistas, etc. La “acumulación primitiva” crea en un polo al proletario “libre” y en el otro al poseedor del dinero, el capitalista.

En el tomo III de El Capital se resuelve, sobre la base de la ley del valor, el problema de la formación de la cuota media de ganancia. Marx analiza primero el origen de la plusvalía y luego pasa a ver su descomposición en ganancia, interés y renta del suelo. La ganancia es la relación de la plusvalía con todo el capital invertido en una empresa. El capital de “alta composición orgánica” (es decir, aquel en el cual el capital constante predomina sobre el variable en proporciones superiores a la media social) arroja una cuota de ganancia inferior a la cuota media. El capital de “baja composición orgánica” da, por el contrario, una cuota de ganancia superior a la media. La competencia entre los capitales, su libre paso de unas ramas de producción a otras, reducen en ambos casos la cuota de ganancia a la cuota media.

La elevación de la productividad del trabajo significa un incremento más rápido del capital constante en comparación con el variable. Pero como la creación de plusvalía es función privativa de éste, se comprende que la cuota de ganancia (o sea, la

relación que guarda la plusvalía con todo el capital, y no sólo con su parte variable) acuse una tendencia a la baja.

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Marx y Engels: Manifiesto del Partido Comunista (1848). Capítulo 1: “Burgueses y proletarios”.

La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases.

Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases beligerantes.

En las anteriores épocas históricas encontramos casi por todas partes una completa división de la sociedad en diversos estamentos, una múltiple escala gradual de condiciones sociales. En la antigua Roma hallamos patricios, caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad Media, señores feudales, vasallos, maestros, oficiales y siervos, y, además, en casi todas estas clases todavía encontramos gradaciones especiales.

La moderna sociedad burguesa, que ha salido de entre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las contradicciones de clase. Únicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas condiciones de opresión, las viejas formas de lucha por otras nuevas.

Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado.

De los siervos de la Edad Media surgieron los villanos libres de las primeras ciudades; de este estamento urbano salieron los primeros elementos de la burguesía.

El descubrimiento de América y la circunnavegación de África ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de las Indias y de China, la colonización de América, el intercambio con las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta entonces desconocido, y aceleraron, con ello, el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición.

El antiguo modo de explotación feudal o gremial de la industria ya no podía satisfacer la demanda, que

crecía con la apertura de nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto la manufactura. La clase media industrial suplantó a los maestros de los gremios; la división del trabajo entre las diferentes corporaciones desapareció, ante la división del trabajo en el seno del mismo taller.

Pero los mercados crecían sin cesar; la demanda iba siempre en aumento. Ya no bastaba tampoco la manufactura. El vapor y la maquinaria revolucionaron entonces la producción industrial. La gran industria moderna sustituyó a la manufactura; el lugar de la clase media industrial vinieron a ocuparlo los industriales millonarios -jefes de verdaderos ejércitos industriales-, los burgueses modernos.

La gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la navegación y de todos los medios de transporte por tierra. Este desarrollo influyó a su vez en el auge de la industria, y a medida que se iban extendiendo la industria, el comercio, la navegación y los ferrocarriles, desarrollábase la burguesía, multiplicando sus capitales y relegando a segundo término a todas las clases legadas por la Edad Media.

La burguesía moderna, como vemos, es por sí misma fruto de un largo proceso de desarrollo, de una serie de revoluciones en el modo de producción y de cambio.

Cada e tapa de la evolución recorrida por la burguesía ha ido acompañada del correspondiente éxito político. Estamento oprimido bajo la dominación de los señores feudales; asociación armada y autónoma en la comuna; en unos sitios, República urbana independiente; en otros, tercer estado tributario de la monarquía; después, durante el período de la manufactura, contrapeso de la nobleza en las monarquías feudales o absolutas y, en general, piedra angular de las grandes monarquías, la burguesía, después del establecimiento de la gran industria y del mercado universal, conquistó finalmente la hegemonía exclusiva del Poder político en el Estado representativo moderno. El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa.

La burguesía ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario. Dondequiera que ha conquistado el Poder, la burguesía ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílicas. Las abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre a sus “superiores naturales” las ha desgarrado sin

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piedad para no dejar subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel “pago al contado”. Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta. Ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio. Ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y bien adquiridas por la única y desalmada libertad de comercio. En una palabra, en lugar de la explotación velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotación abierta, descarada, directa y brutal.

La burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, al poeta, al sabio, los ha convertido en sus servidores asalariados.

La burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que encubría las relaciones familiares, y las redujo a simples relaciones de dinero.

La burguesía ha revelado que la brutal manifestación de fuerza en la Edad Media, tan admirada por la reacción, tenía su complemento natural en la más relajada holgazanería. Ha sido ella la que primero ha demostrado lo que puede realizar la actividad humana; ha creado maravillas muy distintas a las pirámides de Egipto, a los acueductos romanos y a las catedrales góticas, y ha realizado campañas muy distintas a los éxodos de los pueblos y a las Cruzadas.

La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo modo de producción era, por el contrario, la primera condición de existencia de todas las clases industriales precedentes. Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de haber podido osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.

Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor

salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en todas partes.

Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía dio un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción se convierte en cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por industrias que ya no emplean materias primas indígenas, sino materias primas venidas de las más lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país, sino en todas las partes del globo. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con productos nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman para su satisfacción productos de los países más apartados y de los climas más diversos. En lugar del antiguo aislamiento de las regiones y naciones que se bastaban a sí mismas, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material, como a la producción intelectual. La producción intelectual de una nación se convierte en patrimonio común de todas. La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposibles; de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal.

Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones, hasta a las más bárbaras. Los bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba todas las murallas de China y hace capitular a los bárbaros más fanáticamente hostiles a los extranjeros. Obliga a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas. En una palabra: se forja un mundo a su imagen y semejanza.

La burguesía ha sometido el campo al dominio de la ciudad. Ha creado urbes inmensas; ha aumentado enormemente la población de las ciudades en comparación con la del campo, substrayendo una gran parte de la población al idiotismo de la vida rural. Del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o semibárbaros a los países civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente.

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La burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento de los medios de producción, de la propiedad y de la población. Ha aglomerado la población, centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La consecuencia obligada de ello ha sido la centralización política. Las provincias independientes, ligadas entre si casi únicamente por lazos federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras diferentes, han sido consolidadas en una sola nación, bajo un solo Gobierno, una sola ley, un solo interés nacional de clase y una sola línea aduanera.

La burguesía, con su dominio de clase, que cuenta apenas con un siglo de existencia, ha creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que todas las generaciones pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, el empleo de las máquinas, la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación de vapor, el ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la adaptación para el cultivo de continentes enteros, la apertura de los ríos a la navegación, poblaciones enteras surgiendo por encanto, como si salieran de la tierra. ¿Cuál de los siglos pasados pudo sospechar siquiera que semejantes fuerzas productivas dormitasen en el seno del trabajo social?

Hemos visto, pues, que los medios de producción y de cambio, sobre cuya base se ha formado la burguesía, fueron creados en la sociedad feudal. Al alcanzar un cierto grado de desarrollo estos medios de producción y de cambio, las condiciones en que la sociedad feudal producía y cambiaba, toda la organización feudal de la agricultura y de la industria manufacturera, en una palabra, las relaciones feudales de propiedad, cesaron de corresponder a las fuerzas productivas ya desarrolladas. Frenaban la producción en lugar de impulsarla. Se transformaron en otras tantas trabas. Era preciso romper esas trabas, y se rompieron.

En su lugar se estableció la libre concurrencia, con una constitución social y política adecuada a ella y con la dominación económica y política de la clase burguesa.

Ante nuestros ojos se está produciendo un movimiento análogo. Las relaciones burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros. Desde hace algunas décadas, la historia de la industria y del comercio no es

más que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las actuales relaciones de producción, contra las relaciones de propiedad que condicionan la existencia de la burguesía y su dominación. Basta mencionar las crisis comerciales que, con su retorno periódico, plantean, en forma cada vez más amenazante, la cuestión de la existencia de toda la sociedad burguesa. Durante cada crisis comercial, se destruye sistemáticamente, no sólo una parte considerable de productos elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas productivas ya creadas. Durante las crisis, una epidemia social, que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda, se extiende sobre la sociedad -- la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraída a un estado de barbarie momentánea: diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial la han privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comer cio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya al desarrollo de la civilización burguesa y de las relaciones de propiedad burguesas; por el contrario, resultan ya demasiado poderosas para estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su desarrollo; y cada vez que las fuerzas productivas salvan este obstáculo, precipitan en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia de la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno.

¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, entonces? Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas.

Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar al feudalismo se vuelven ahora contra la propia burguesía. Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido también los hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios.

En la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital, desarróllase también el proletariado, la clase de los obreros modernos, que no viven sino a condición de encontrar trabajo, y lo encuentran únicamente mientras su trabajo acrecienta el capital. Estos obreros, obligados a venderse, son una mercancía como cualquier otro

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artículo de comercio, sujeta, por tanto, a todas las vicisitudes de la competencia, a todas las fluctuaciones del mercado.

El creciente empleo de las máquinas y la división del trabajo quitan al trabajo del proletario todo carácter substantivo y le hacen perder con ello todo atractivo para el obrero. Este se convierte en un simple apéndice de la máquina, y sólo se le exigen las operaciones más sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje. Por tanto, lo que cuesta hoy día el obrero se reduce poco más o menos a los medios de subsistencia indispensables para vivir y para perpetuar su linaje. Pero el precio del trabajo, como el de toda mercancía, es igual a su coste de producción. Por consiguiente, cuanto más fastidioso resulta el trabajo más bajan los salarios. Más aún, cuanto más se desenvuelven el maquinismo y la división del trabajo, más aumenta la cantidad de trabajo bien mediante la prolongación de la jornada, bien por el aumento del trabajo exigido en un tiempo dado, la aceleración del movimiento de las máquinas, etc.

La industria moderna ha transformado el pequeño taller del maestro patriarcal en la gran fábrica del capitalista industrial. Masas de obreros, hacinados en la fábrica, están organizados en forma militar. Como soldados rasos de la industria, están colocados bajo la vigilancia de una jerarquía completa de oficiales y suboficiales. No son solamente esclavos de la clase burguesa, del Estado burgués, sino diariamente, a todas horas, esclavos de la máquina, del capataz y, sobre todo, del patrón de la fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino, odioso y exasperante, cuanto mayor es la franqueza con que proclama que no tiene otro fin que el lucro.

Cuanto menos habilidad y fuerza requiere el trabajo manual, es decir, cuanto mayor es el desarrollo de la industria moderna, mayor es la proporción en que el trabajo de los hombres es suplantado por el de las mujeres y los niños. Por lo que respecta a la clase obrera, las diferencias de edad y sexo pierden toda significación social. No hay más que instrumentos de trabajo, cuyo coste varía según la edad y el sexo.

Una vez que el obrero ha sufrido la explotación del fabricante y ha recibido su salario en metálico, se convierte en víctima de otros elementos de la burguesía: el casero, el tendero, el prestamista, etc.

Pequeños industriales, pequeños comerciantes y rentistas, artesanos y campesinos, toda la escala inferior de las clases medias de otro tiempo, caen en las filas del proletariado; unos, porque sus pequeños

capitales no les alcanzan para acometer grandes empresas industriales y sucumben en la competencia con los capitalistas más fuertes; otros, porque su habilidad profesional se ve despreciada ante los nuevos métodos de producción. De tal suerte, el proletariado se recluta entre todas las clases de la población.

El proletariado pasa por diferentes etapas de desarrollo. Su lucha contra la burguesía comienza con su surgimiento.

Al principio, la lucha es entablada por obreros aislados, después, por los obreros de una misma fábrica, más tarde, por los obreros del mismo oficio de la localidad contra el burgués aislado que los explota directamente. No se contentan con dirigir sus ataques contra las relaciones burguesas de producción, y los dirigen contra los mismos instrumentos de producción: destruyen las mercancías extranjeras que les hacen competencia, rompen las máquinas, incendian las fábricas, intentan reconquistar por la fuerza la posición perdida del trabajador de la Edad Media.

En esta etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y disgregada por la competencia. Si los obreros forman en masas compactas, esta acción no es todavía la consecuencia de su propia unidad, sino de la unidad de la burguesía, que para alcanzar sus propios fines políticos debe -y por ahora aún puede- poner en movimiento a todo el proletariado. Durante esta etapa, los proletarios no combaten, por tanto, contra sus propios enemigos, sino contra los enemigos de sus enemigos, es decir, contra los vestigios de la monarquía absoluta, los propietarios territoriales, los burgueses no industriales y los pequeños burgueses. Todo el movimiento histórico se concentra, de esta suerte, en manos de la burguesía; cada victoria alcanzada en estas condiciones es una victoria de la burguesía.

Pero la industria, en su desarrollo, no sólo acrecienta el número de proletarios, sino que los concentra en masas considerables; su fuerza aumenta y adquieren mayor conciencia de la misma. Los intereses y las condiciones de existencia de los proletarios se igualan cada vez más a medida que la máquina va borrando las diferencias en el trabajo y reduce el salario, casi en todas partes, a un nivel igualmente bajo. Como resultado de la creciente competencia de los burgueses entre sí y de las crisis comerciales que ella ocasiona, los salarios son cada vez más fluctuantes; el constante y acelerado perfeccionamiento de la máquina coloca al obrero en situación cada vez más precaria; las colisiones individuales entre el obrero

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y el burgués adquieren más y más el carácter de colisiones entre dos clases. Los obreros empiezan a formar coaliciones contra los burgueses y actúan en común para la defensa de sus salarios. Llegan hasta formar asociaciones permanentes para asegurarse los medios necesarios, en previsión de estos choques circunstanciales. Aquí y allá la lucha estalla en sublevación.

A veces los obreros triunfan; pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado de sus luchas no es el éxito inmediato, sino la unión cada vez más extensa de los obreros. Esta unión es favorecida por el crecimiento de los medios de comunicación creados por la gran industria y que ponen en contacto a los obreros de diferentes localidades. Y basta ese contacto para que las numerosas luchas locales, que en todas partes revisten el mismo carácter, se centralicen en una lucha nacional, en una lucha de clases. Mas toda lucha de clases es una lucha política. Y la unión que los habitantes de las ciudades de la Edad Media, con sus caminos vecinales, tardaron siglos en establecer, los proletarios modernos, con los ferrocarriles, la llevan a cabo en unos pocos años.

Esta organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político, es sin cesar socavada por la competencia entre los propios obreros. Pero surge de nuevo, y siempre más fuerte, más firme, más potente. Aprovecha las disensiones intestinas de los burgueses para obligarles a reconocer por la ley algunos intereses de la clase obrera; por ejemplo, la ley de la jornada de diez horas en Inglaterra.

En general, las colisiones en la vieja sociedad favorecen de diversas maneras el proceso de desarrollo del proletariado. La burguesía vive en lucha permanente: al principio, contra la aristocracia; después, contra aquellas fracciones de la misma burguesía, cuyos intereses entran en contradicción con los progresos de la industria, y siempre, en fin, contra la burguesía de todos los demás países. En todas estas luchas se ve forzada a apelar al proletariado, a reclamar su ayuda y a arrastrarle así al movimiento político. De tal manera, la burguesía proporciona a los proletarios los elementos de su propia educación, es decir, armas contra ella misma.

Además, como acabamos de ver, el progreso de la industria precipita en las filas del proletariado a capas enteras de la clase dominante, o al menos las amenaza en sus condiciones de existencia. También ellas aportan al proletariado numerosos elementos de educación.

Finalmente, en los períodos en que la lucha de clases se acerca a su desenlace, el proceso de desintegración de la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un carácter tan violento y tan patente que una pequeña fracción de esa clase reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el porvenir. Y así como antes una parte de la nobleza se pasó a la burguesía, en nuestros días un sector de la burguesía se pasa al proletariado, particularmente ese sector de ideólogos burgueses que se han elevado teóricamente hasta la comprensión del conjunto del movimiento histórico.

De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degenerando y desaparecen con el desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar.

Las capas medias -el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino-, todas ellas luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales capas medias. No son, pues, revolucionarias, sino conservadoras. Más todavía, son reaccionarias, ya que pretenden volver atrás la rueda de la Historia. Son revolucionarias únicamente cuando tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado, defendiendo así no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, cuando abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado.

El lumpenproletariado, ese producto pasivo de la putrefacción de las capas más bajas de la vieja sociedad, puede a veces ser arrastrado al movimiento por una revolución proletaria; sin embargo, en virtud de todas sus condiciones de vida está más bien dispuesto a venderse a la reacción para servir a sus maniobras.

Las condiciones de existencia de la vieja sociedad están ya abolidas en las condiciones de existencia del proletariado. El proletariado no tiene propiedad; sus relaciones con la mujer y con los hijos no tienen nada de común con las relaciones familiares burguesas; el trabajo industrial moderno, el moderno yugo del capital, que es el mismo en Inglaterra que en Francia, en Norteamérica que en Alemania, despoja al proletariado de todo carácter nacional. Las leyes, la moral, la religión son para él meros prejuicios burgueses, detrás de los cuales se ocultan otros tantos intereses de la burguesía.

Todas las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes trataron de consolidar la situación adquirida

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sometiendo a toda sociedad a las condiciones de su modo de apropiación. Los proletarios no pueden conquistar las fuerzas productivas sociales, sino aboliendo su propio modo de apropiación en vigor, y, por tanto, todo modo de apropiación existente hasta nuestros días. Los proletarios no tienen nada que salvaguardar; tienen que destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada existente.

Todos los movimientos han sido hasta ahora realizados por minorías o en provecho de minorías. El movimiento proletario es el movimiento independiente de la inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría. El proletariado, capa inferior de la sociedad actual, no puede levantarse, no puede enderezarse, sin hacer saltar toda la superestructura formada por las capas de la sociedad oficial.

Por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado contra la burguesía es primeramente una lucha nacional. Es natural que e! proletariado de cada país debe acabar en primer lugar con su propia burguesía.

Al esbozar las fases más generales del desarrollo del proletariado, hemos seguido el curso de la guerra civil más o menos oculta que se desarrolla en el seno de la sociedad existente, hasta el momento en que se transforma en una revolución abierta, y el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía, implanta su dominación.

Todas las sociedades anteriores, como hemos visto, han descansado en el antagonismo entre clases opresoras y oprimidas. Mas para oprimir a una clase, es preciso asegurarle, unas condiciones que le permitan, por lo menos, arrastrar su existencia de esclavitud. El siervo, en pleno régimen de servidumbre, llegó a miembro de la comuna, lo mismo que el pequeño burgués llegó a elevarse a la categoría de burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. El obrero moderno, por el contrario, lejos de elevarse con el progreso de la industria, desciende siempre más y más por debajo de las condiciones de vida de su propia clase. El trabajador cae en la miseria, y el pauperismo crece más rápidamente todavía que la población y la riqueza. Es, pues, evidente que la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante de la sociedad ni de imponer a ésta, como ley reguladora, las condiciones de existencia de su clase. No es capaz de dominar, porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia ni siquiera dentro del marco de la esclavitud, porque se ve obligada a dejarle decaer hasta el punto de tener que mantenerle,

en lugar de ser mantenida por él. La sociedad ya no puede vivir bajo su dominación; lo que equivale a decir que la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con la de la sociedad.

La condición esencial de la existencia y de la dominación de la clase burguesa es la acumulación de la riqueza en manos de particulares, la formación y el acrecentamiento del capital. La condición de existencia del capital es el trabajo asalariado. El trabajo asalariado descansa exclusivamente sobre la competencia de los obreros entre sí. El progreso de la industria, del que la burguesía, incapaz de oponérsele, es agente involuntario, sustituye el aislamiento de los obreros, resultante de la competencia, por su unión revolucionaria mediante la asociación. Así, el desarrollo de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía las bases sobre las que ésta produce y se apropia lo producido. La burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente inevitables.

Marx, Engels, Lenin: selección de textos sobre la Comuna de París

Engels: Introducción a La guerra civil en Francia (1871). Extracto

…El Segundo Imperio era la apelación al chovinismo francés… Proclamado el Segundo Imperio la reivindicación de la orilla izquierda del Rin, era simplemente una cuestión de tiempo. Y el tiempo llegó con la Guerra Austro-prusiana de 1866… Napoleón III no tenía otra salida que la guerra, que estalló en 1870 y le empujó primero a Sedán y después a Wilhelmshöhe.1

La consecuencia inevitable fue la Revolución de París del 4 de Septiembre de 1870. El Imperio se derrumbó como un castillo de naipes y nuevamente fue proclamada la República. Pero el enemigo estaba a las puertas. Los ejércitos del Imperio estaban sitiados en Metz sin esperanza de salvación o prisioneros en Alemania. En esta situación angustiosa, el pueblo permitió a los diputados parisinos del antiguo Cuerpo Legislativo constituirse en un “Gobierno de Defensa Nacional”. Lo que con mayor gusto lo llevó a acceder a esto fue que, para los fines de la defensa, todos los parisinos capaces de empuñar las armas se habían alistado en la Guardia Nacional y estaban armados, de modo que los obreros representaban dentro de ella una gran mayoría.

(…) Por fin, el 28 de enero de 1871, la ciudad de París, vencida por el hambre, capituló. Pero con honores

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sin precedentes en la historia de las guerras. Los fuertes fueron rendidos, las murallas desarmadas, las armas de las tropas de línea y de la Guardia Móvil entregadas, y sus hombres, considerados prisioneros de guerra. Pero la Guardia Nacional conservó sus armas y sus cañones y se limitó a sellar un armisticio con los vencedores. Y éstos no se atrevieron a entrar triunfalmente en París.

(…) Durante la guerra, los obreros de París habíanse limitado a exigir la enérgica continuación de la lucha. Pero ahora, sellada la paz después de la capitulación de París, Thiers, nuevo jefe del Gobierno, se vio obligado a entender que la dominación de las clases poseedoras -grandes terratenientes y capitalistas- estaba en constante peligro mientras los obreros de París tuviesen las armas en sus manos. Lo primero que hizo fue intentar desarmarlos. El 18 de marzo envió tropas de línea con orden de robar a la Guardia Nacional la artillería de su pertenencia, pues había sido construida durante el asedio de París y pagada por suscripción pública. El intento falló; París se movilizó como un solo hombre para la resistencia y se declaró la guerra entre París y el Gobierno francés, instalado en Versalles. El 26 de marzo fue elegida la Comuna de París, y proclamada dos días más tarde, el 28 del mismo mes. El Comité Central de la Guardia Nacional, que hasta entonces había ejercido el gobierno, dimitió en favor de la Comuna, después de haber decretado la abolición de la escandalosa “policía de moralidad” de París. El 30, la Comuna abolió la conscripción y el ejército permanente y declaró única fuerza armada a la Guardia Nacional, en la que debían enrolarse todos los ciudadanos capaces de empuñar las armas. Condonó los pagos de alquiler de viviendas desde octubre de 1870 hasta abril de 1871, abonando a futuros pagos de alquileres las cantidades ya pagadas, y suspendió la venta de objetos empeñados en el Monte de Piedad de la ciudad. El mismo día 30 fueron confirmados en sus cargos los extranjeros elegidos para la Comuna, pues “la bandera de la Comuna es la bandera de la República mundial”. El 1° de abril se acordó que el sueldo máximo que podría percibir un funcionario de la Comuna, y por tanto los mismos miembros de ésta, no excedería de 6.000 francos. Al día siguiente, la Comuna decretó la separación de la Iglesia y el Estado y la supresión de todas las asignaciones estatales para fines religiosos, así como la transformación de todos los bienes de la Iglesia en propiedad nacional; como consecuencia de esto, el 8 de abril se ordenó que se eliminasen de las escuelas todos los símbolos religiosos, imágenes, dogmas, oraciones, en una palabra, “todo lo que pertenece a la órbita de la conciencia individual”… El día 6, el

137° Batallón de la Guardia Nacional sacó a la calle la guillotina y la quemó públicamente en medio de la aclamación popular. El 12, la Comuna acordó que la Comuna Triunfal de la plaza Vendôme, fundida con los cañones tomados por Napoleón después de la guerra de 1809, se demoliese por ser un símbolo de chovinismo e incitación al odio entre naciones. El 16 de abril, ordenó un registro estadístico de las fábricas cerradas por los patronos y la elaboración de planes para ponerlas en funcionamiento con los obreros que antes trabajaban en ellas, organizándolos en sociedades cooperativas, y que se planease también la agrupación de todas estas cooperativas en una gran unión. El 20, declaró abolido el trabajo nocturno de los panaderos y suprimió también las bolsas de empleo, que durante el Segundo Imperio eran un monopolio de ciertos sujetos designados por la policía, explotadores de primera fila de los obreros. Esas bolsas fueron transferidas a las alcaldías de los veinte distritos de París. El 30 de abril, ordenó el cierre de las casas de empeño, que eran una forma de explotación privada a los obreros, y estaban en contradicción con el derecho de éstos a disponer de sus instrumentos de trabajo. El 5 de mayo, ordenó la demolición de la Capilla Expiatoria, que se había erigido para expiar la ejecución de Luis XVI.

(…) Desde comienzos de mayo, la llegada gradual de estas tropas2 dio una superioridad decisiva a las fuerzas de Versalles… El 21de mayo consiguieron abrirse paso hacia el interior de la ciudad... Hasta después de ocho días de lucha no cayeron los últimos defensores de la Comuna; y entonces llegó a su apogeo aquella matanza de hombres, mujeres y niños indefensos, que había hecho estragos durante toda la semana con furia creciente… El “Muro de los Federados” del cementerio de Pére Lachaise, donde se consumó el último asesinato en masa, queda todavía en pie, testimonio mudo pero elocuente del frenesí a que es capaz de llegar la clase dominante cuando el proletariado se atreve a reclamar sus derechos.

1.- La batalla de Sedán -2 de septiembre de 1870- culminó con una derrota completa del ejército francés. Napoleón III y más de 80.000 soldados, oficiales y generales franceses fueron hechos prisioneros de guerra y encarcelados en el castillo prusiano de Wilhelmshöhe. La derrota en Sedán aceleró la caída del Segundo Imperio. A consecuencia de ello, Francia fue proclamada República el 4 de septiembre de 1870, formándose el llamado “Gobierno de Defensa Nacional”.

2.- Se refiere a las tropas francesas hechas prisioneras que los prusianos liberaron a pedido del gobierno

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liderado por Thiers, para enfrentar a la Comuna.

Marx: La guerra civil en Francia (1871). Extracto

En la alborada del 18 de marzo de 1871, París despertó entre un clamor de gritos de “Vive la Commune!” ¿Qué es la Comuna, esa esfinge que tanto atormenta los espíritus burgueses?

“Los proletarios de París -decía el Comité Central en su manifiesto del 18 de marzo-, en medio de los fracasos y las traiciones de las clases dominantes, se han dado cuenta de que ha llegado la hora de salvar la situación tomando en sus manos la dirección de los asuntos públicos… Han comprendido que es su deber imperioso y su derecho indiscutible hacerse dueños de sus propios destinos, tomando el Poder.”

Pero la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal como está, y a servirse de ella para sus propios fines.

El Poder estatal centralizado, con sus órganos omnipresentes: el ejército permanente, la policía, la burocracia, el clero y la magistratura -órganos creados con arreglo a un plan de división sistemática y jerárquica del trabajo-, procede de los tiempos de la monarquía absoluta y sirvió a la naciente sociedad burguesa como un arma poderosa en sus luchas contra el feudalismo.

(…) Al paso que los progresos de la moderna industria desarrollaban, ensanchaban y profundizaban el antagonismo de clase entre el capital y el trabajo, el Poder estatal fue adquiriendo cada vez más el carácter de poder nacional del capital sobre el trabajo, de fuerza pública organizada para la esclavización social, de máquina del despotismo de clase.

(…) París, sede central del viejo Poder gubernamental y, al mismo tiempo, baluarte social de la clase obrera de Francia, se había levantado en armas contra el intento de Thiers y los “rurales”1 de restaurar y perpetuar aquel viejo Poder que les había sido legado por el Imperio. Y si París pudo resistir fue únicamente porque, a consecuencia del asedio, se había deshecho del ejército, substituyéndolo por una Guardia Nacional, cuyo principal contingente lo formaban los obreros. Ahora se trata de convertir este hecho en una institución duradera. Por eso, el primer decreto de la Comuna fue para suprimir el ejército permanente y sustituirlo por el pueblo armado.

La Comuna estaba formada por los consejeros municipales elegidos por sufragio universal en los diversos distritos de la ciudad. Eran responsables y revocables en todo momento. La mayoría de

sus miembros eran, naturalmente, obreros o representantes reconocidos de la clase obrera. La Comuna no había de ser un organismo parlamentario, sino una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo. En vez de continuar siendo un instrumento del Gobierno central, la policía fue despojada inmediatamente de sus atributos políticos y convertida en instrumento de la Comuna, responsable ante ella y revocable en todo momento. Lo mismo se hizo con los funcionarios de las demás ramas de la administración. Desde los miembros de la Comuna para abajo, todos los servidores públicos debían devengar salarios de obreros. Los intereses creados y los gastos de representación de los altos dignatarios del Estado desaparecieron con los altos dignatarios mismos. Los cargos públicos dejaron de ser propiedad privada de los testaferros del Gobierno central. En manos de la Comuna se pusieron no solamente la administración municipal, sino toda la iniciativa ejercida hasta entonces por el Estado.

Una vez suprimidos el ejército permanente y la policía, que eran los elementos de la fuerza física del antiguo Gobierno, la Comuna tomó medidas inmediatamente para destruir la fuerza espiritual de represión, el “poder de los curas”, decretando la separación de la Iglesia y el Estado y la expropiación de todas las iglesias como corporaciones poseedoras. Los curas fueron devueltos al retiro de la vida privada, a vivir de las limosnas de los fieles, como sus antecesores, los apóstoles. Todas las instituciones de enseñanza fueron abiertas gratuitamente al pueblo y al mismo tiempo emancipadas de toda intromisión de la Iglesia y del Estado. Así, no sólo se ponía la enseñanza al alcance de todos, sino que la propia ciencia se redimía de las trabas a que la tenían sujeta los prejuicios de clase y el poder del Gobierno.

Los funcionarios judiciales debían perder aquella fingida independencia que sólo había servido para disfrazar su abyecta sumisión a los sucesivos gobiernos, ante los cuales iban prestando y violando, sucesivamente, el juramento de fidelidad. Igual que los demás funcionarios públicos, los magistrados y los jueces habían de ser funcionarios electivos, responsables y revocables.

Como es lógico, la Comuna de París había de servir de modelo a todos los grandes centros industriales de Francia. Una vez establecido en París y en los centros secundarios el régimen comunal, el antiguo Gobierno centralizado tendría que dejar paso también en las provincias a la autoadministración de los productores. En el breve esbozo de organización nacional que la Comuna no tuvo tiempo de desarrollar, se dice claramente que la Comuna

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habría de ser la forma política que revistiese hasta la aldea más pequeña del país y que en los distritos rurales el ejército permanente habría de ser reemplazado por una milicia popular, con un período de servicio extraordinariamente corto. Las comunas rurales de cada distrito administrarían sus asuntos colectivos por medio de una asamblea de delegados en la capital del distrito correspondiente y estas asambleas, a su vez, enviarían diputados a la Asamblea Nacional de Delegados de París, entendiéndose que todos los delegados serían revocables en todo momento y se hallarían obligados por el mandat impératif (instrucciones formales) de sus electores. Las pocas, pero importantes funciones que aún quedarían para un gobierno central, no se suprimirían, como se ha dicho, falseando intencionadamente la verdad, sino que serían desempeñadas por agentes comunales que, gracias a esta condición, serían estrictamente responsables. No se trataba de destruir la unidad de la nación, sino por el contrario, de organizarla mediante un régimen comunal, convirtiéndola en una realidad al destruir el Poder del Estado, que pretendía ser la encarnación de aquella unidad, independiente y situado por encima de la nación misma, de la cual no era más que una excrecencia parasitaria. Mientras que los órganos puramente represivos del viejo Poder estatal habían de ser amputados, sus funciones legitimas serían arrancadas a una autoridad que usurpaba una posición preeminente sobre la sociedad misma, para restituirlas a los servidores responsables de esta sociedad. En vez de decidir una vez cada tres o seis años qué miembros de la clase dominante habían de “representar” al pueblo en el parlamento, el sufragio universal habría de servir al pueblo organizado en comunas…

La Comuna tenía toda la razón cuando decía a los campesinos: “Nuestro triunfo es vuestra única esperanza”… La Comuna habría redimido al campesino de la contribución de sangre, le habría dado un gobierno barato, habría convertido a los que hoy son sus vampiros -el notario, el abogado, el agente ejecutivo y otros chupasangre de juzgados- en empleados comunales asalariados, elegidos por él y responsables ante él mismo. Le habría librado de la tiranía del alguacil rural, el gendarme y el prefecto; la ilustración en manos del maestro de escuela habría ocupado el lugar del embrutecimiento por parte del cura. Y el campesino francés es, ante todo y sobre todo, un hombre calculador. Le habría parecido extremadamente razonable que la paga del cura, en vez de serle arrancada a él por el recaudador de contribuciones, dependiese de la espontánea manifestación de los sentimientos religiosos de los

feligreses. Tales eran los grandes beneficios que el régimen de la Comuna -y sólo él- brindaba como cosa inmediata a los campesinos franceses. Huelga, por tanto, detenerse a examinar los problemas más complicados, pero vitales, que sólo la Comuna era capaz de resolver -y que al mismo tiempo estaba obligada a resolver-, en favor de los campesinos, a saber: la deuda hipotecaria, que pesaba como una pesadilla sobre su parcela; el proletariado rural, que crecía constantemente, y el proceso de su expropiación de dicha parcela, proceso cada vez más acelerado en virtud del desarrollo de la agricultura moderna y la competencia de la producción agrícola capitalista.

(…) Los “rurales” -tal era, en realidad, su principal temor- sabían que tres meses de libre contacto del París de la Comuna con las provincias bastarían para desencadenar una sublevación general de campesinos, y de ahí su prisa por establecer el bloqueo policíaco de París para impedir que la epidemia se propagase.

La Comuna era, pues, la verdadera representación de todos los elementos sanos de la sociedad francesa, y por consiguiente, el auténtico gobierno nacional.

1.- Por “los rurales” Marx se refiere a la Asamblea Nacional 1871, órgano legislativo del Gobierno de Defensa Nacional compuesto mayoritariamente por terratenientes y partidarios monárquicos.

Lenin: “Enseñanzas de la Comuna” (1908). Extracto

(…) A pesar de que el proletariado socialista estaba dividido en numerosas sectas, la comuna fue un ejemplo brillante de cómo el proletariado sabe cumplir unánime las tareas democráticas, que la burguesía solo sabía proclamar. Sin ninguna legislación complicada, con toda sencillez, el proletariado, que había conquistado el poder, llevo a cabo la democratización del régimen social, suprimió la burocracia y estableció la elección de los funcionarios por el pueblo.

Pero dos errores malograron los frutos de la brillante victoria. El proletariado se detuvo a mitad del camino: en lugar de proceder a la “expropiación de los expropiadores”, se puso a soñar con la entronización de la justicia suprema en un país unido por una tarea común a toda la nación; no se apoderó de instituciones como, por ejemplo, el banco; las teorías de los proudhonistas del “justo cambio”, etc., dominaban

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aun entre los socialistas. El segundo error consistió en la excesiva magnanimidad del proletariado: en lugar de exterminar a sus enemigos, que era lo que debía haber hecho, trato de influir moralmente sobre ellos, despreció la importancia que en la guerra civil tienen las acciones puramente militares y, en vez de coronar su victoria en Paris con una ofensiva resuelta sobre Versalles, dio largas al tiempo y permitió que el gobierno versallés reuniese las fuerzas tenebrosas y se preparase para la semana sangrienta de mayo.

Mas, pese a todos sus errores, la Comuna constituye un magno ejemplo del más importante movimiento proletario del siglo XIX. Marx concedió un gran valor al alcance histórico de la Comuna: si cuando la pandilla de Versalles efectuó s traicionera incursión para apoderarse de las armas del proletariado parisiense, los obreros se las hubiesen dejado arrebatar sin lucha, la funesta desmoralización que semejante debilidad hubiera sembrado en las filas del movimiento proletario habría sido muchísimo más grave que el daño ocasionado por las pérdidas que sufrió la clase obrera al luchar en defensa de sus armas. Por grandes que hayan sido las pérdidas de la Comuna, la significación de esta para la lucha general del proletariado las ha compensado: la Comuna puso en conmoción el movimiento socialista de Europa, mostro la fuerza de la guerra civil, disipo las ilusiones patrióticas y acabo con la fe ingenua en los anhelos nacionales de la burguesía. La Comuna enseño al proletariado europeo a plantear en forma concreta las taras de la revolución socialista.

Lenin: “En memoria de la Comuna” (1911). Extracto

Para que una revolución social pueda triunfar, necesita por lo menos dos condiciones: un alto desarrollo de las fuerzas productivas y un proletariado preparado para ella. Pero en 1871 se carecía de ambas condiciones. El capitalismo francés se hallaba aún poco desarrollado, y Francia era entonces, en lo fundamental, un país de pequeña burguesía (artesanos, campesinos, tenderos, etc.). Por otra parte, no existía un partido obrero, y la clase obrera no estaba preparada ni había tenido un largo adiestramiento, y en su mayoría ni siquiera comprendía con claridad cuáles eran sus fines ni cómo podía alcanzarlos. No había una organización política seria del proletariado, ni fuertes sindicatos, ni sociedades cooperativas...

Pero lo que le faltó a la Comuna fue, principalmente tiempo, posibilidad de darse cuenta de la situación y

emprender la realización de su programa. No había tenido tiempo de iniciar la tarea cuando el gobierno, atrincherado en Versalles y apoyado por toda la burguesía, inició las operaciones militares contra París. La Comuna tuvo que pensar ante todo en su propia defensa. Y hasta el final mismo, que sobrevino en la semana del 21 al 28 de mayo, no pudo pensar con seriedad en otra cosa.

Sin embargo, pese a esas condiciones tan desfavorables y a la brevedad de su existencia, la Comuna adoptó algunas medidas que caracterizan suficientemente su verdadero sentido y sus objetivos. La Comuna sustituyó el ejército regular, instrumento ciego en manos de las clases dominantes, y armó a todo el pueblo; proclamó la separación de la Iglesia del Estado; suprimió la subvención del culto (es decir, el sueldo que el Estado pagaba al clero) y dio un carácter estrictamente laico a la instrucción pública, con lo que asestó un fuerte golpe a los gendarmes de sotana. Poco fue lo que pudo hacer en el terreno puramente social, pero ese poco muestra con suficiente claridad su carácter de gobierno popular, de gobierno obrero: se prohibió el trabajo nocturno en las panaderías; fue abolido el sistema de multas, esa expoliación consagrada por ley de que se hacía víctima a los obreros; por último, se promulgó el famoso decreto en virtud del cual todas las fábricas y todos los talleres abandonados o paralizados por sus dueños eran entregados a las cooperativas obreras, con el fin de reanudar la producción. Y para subrayar, como si dijéramos, su carácter de gobierno auténticamente democrático y proletario, la Comuna dispuso que la remuneración de todos los funcionarios administrativos y del gobierno no fuera superior al salario normal de un obrero, ni pasara en ningún caso de los 6.000 francos al año (menos de 200 rublos mensuales).

Todas estas medidas mostraban elocuentemente que la Comuna era una amenaza mortal para el viejo mundo, basado en la opresión y la explotación. Esa era la razón de que la sociedad burguesa no pudiera dormir tranquila mientras en el ayuntamiento de París ondeara la bandera roja del proletariado. Y cuando la fuerza organizada del gobierno pudo, por fin, dominar a la fuerza mal organizada de la revolución, los generales bonapartistas, esos generales batidos por los alemanes y valientes ante sus compatriotas vencidos, esos Rénnenkampf y Meller-Zakomielski franceses, hicieron una matanza como París jamás había visto. Cerca de 30.000 parisienses fueron muertos por la soldadesca desenfrenada; unos 45.000 fueron detenidos y muchos de ellos ejecutados posteriormente; miles fueron los desterrados o

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condenados a trabajar forzados. En total, París perdió cerca de 100.000 de sus hijos, entre ellos a los mejores obreros de todos los oficios.

La burguesía estaba contenta. “¡Ahora se ha acabado con el socialismo para mucho tiempo!”, decía su jefe, el sanguinario enano Thiers, cuando él y sus generales ahogaron en sangre la sublevación del proletariado de París. Pero esos cuervos burgueses graznaron en vano. Después de seis años de haber sido aplastada la Comuna, cuando muchos de sus luchadores se hallaban aún en presidio o en el exilio, se iniciaba en Francia un nuevo movimiento obrero. La nueva generación socialista, enriquecida con la experiencia de sus predecesores, cuya derrota no la había desanimado en absoluto, recogió la bandera que había caído de las manos de los luchadores de la Comuna y la llevó adelante con firmeza y audacia, al grito de “¡Viva la revolución social, viva la Comuna!” Y tres o cuatro años más tarde, un nuevo partido obrero y la agitación levantada por éste en el país obligaron a las clases dominantes a poner en libertad a los communards que el gobierno aún mantenía presos.

(…) La causa de la Comuna es la causa de la revolución social, es la causa de la completa emancipación política y económica de los trabajadores, es la causa del proletariado mundial. Y en este sentido es inmortal.

Lenin: ¿Qué hacer? (1902). Extractos de Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la U.R.S.S., C.C. del P.C. (b) de la U.R.S.S., 1938

A pesar de haberse celebrado en 1898 el primer Congreso del Partido Obrero Social Demócrata de Rusia, en el que se había proclamado la creación del Partido, la realidad era que éste no estaba formado aún. No tenía programa ni estatutos. El Comité Central del Partido elegido en el primer Congreso, fue detenido y no volvió ya a reconstituirse, pues no hubo quien lo reconstituyera. Más aún; después del primer Congreso, la dispersión ideológica y la desarticulación orgánica del Partido, lejos de disminuir, aumentaron.

Los años de 1884 a 1894 habían sido el periodo de triunfo sobre el populismo y de preparación ideológica de la socialdemocracia; durante los años de 1894 a 1898, se hicieron una serie de intentos, ciertamente infructuosos, para crear, sobre la base de las diversas organizaciones marxistas, un partido socialdemócrata; el periodo que sigue a 1898 es un periodo de recrudecimiento del caos ideológico y orgánico dentro del Partido. El triunfo del marxismo

sobre el populismo y la actuación revolucionaria de la clase obrera pusieron de manifiesto la razón que asistía a los marxistas, con lo cual aumentaron las simpatías de la juventud revolucionaria por el marxismo. El marxismo se puso de moda. Esto hizo que invadiesen las organizaciones marxistas masas enteras de jóvenes revolucionarios procedentes del campo intelectual, de formación teórica endeble, inexpertos en el aspecto político y en materia de organización y que sólo tenían una idea confusa y en gran parte falsa del marxismo, nutrida en los escritos oportunistas de los “marxistas legales”, de que estaba plagada la Prensa. Esta circunstancia hizo que descendiese el nivel teórico y político de las organizaciones marxistas, deslizó en ellas las tendencias oportunistas de los “marxistas legales” y aumentó la dispersión ideológica, las vacilaciones políticas y el caos orgánico.

La marcha ascendente, cada vez más acentuada, del movimiento obrero y la clara inminencia de la revolución, reclamaban la creación de un partido único y centralizado de la clase obrera, capaz de ponerse al frente del movimiento revolucionario. Pero el estado en que se encontraban los órganos de base del Partido, los comités locales, los grupos y los círculos era tan poco halagüeño, su desarticulación orgánica y su falta de unidad ideológica tan grandes, que la creación de semejante partido ofrecía dificultades increíbles.

Estas dificultades no estribaban solamente en el hecho de tener que organizar el Partido bajo el fuego de las crueles persecuciones de zarismo, que arrebataba de las filas de las organizaciones a los mejores militantes, para mandarlos a la deportación, a la cárcel o al presidio. Había, además, otra dificultad, y era que una parte considerable de los comités locales y de sus militantes no querían levantar la vista de se pequeña labor práctica local, no comprendía el daño que hacía la falta de una unidad orgánica e ideológica del Partido, estaba acostumbrada al fraccionamiento de éste y al caos ideológico dentro de él, y se imaginaba que era posible prescindir de un partido único y centralizado.

Para crear un Partido centralizado, había que acabar con este atraso, con este estancamiento y practicismo estrecho de los órganos locales.

Pero aún había más. Existía dentro del Partido un grupo bastante numeroso de gente, que tenía sus órganos propios en la Prensa; en Rusia, “Rabochaia Misl” (“El pensamiento obrero”) y “Rabochee Dielo” (“La causa obrera”) en el extranjero, y que pretendía justificar teóricamente la desarticulación orgánica y

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la dispersión ideológica del Partido, llegando incluso, no pocas veces, a ensalzarlas, y considerando que la tarea de crear un partido político único y centralizado de la clase obrera era una tarea innecesaria y artificiosa.

Este grupo era el de los “economistas” y sus secuaces.

Lo primero que había que hacer, para poder crear el Partido político único del proletariado, era acabar con los “economistas”.

Lenin tomó en su mano esta tarea y la organización del Partido de la clase obrera.

Existían diversos criterios acerca del problema de por dónde debía comenzarse a organizar el Partido único de la clase obrera. Algunos entendían que la organización del Partido debía comenzar por la convocatoria del II Congreso de éste, dejando que él se encargase de unificar las organizaciones locales y de crear el Partido. Lenin era contrario a esta opinión. A su juicio, antes de convocar el congreso era necesario esclarecer el problema de los fines y tareas del Partido, saber qué clase de partido se pretendía organizar, deslindar ideológicamente los campos con los “economistas”, decirle al Partido, honrada y abiertamente, que existían respecto a sus fines y tareas dos criterios distintos: el de los “economistas” y el de los socialdemócratas revolucionarios, desarrollar una amplia campaña de propaganda en la Prensa en pro de las ideas de la socialdemocracia revolucionaria, como la desarrollaban los “economistas” en pro de las suyas desde sus órganos, dar a las organizaciones locales la posibilidad de elegir con plena conciencia entre estas dos corrientes; sólo después de realizar esta labor previa indispensable, podría convocarse el congreso del Partido.

Lenin decía, escuetamente: “Antes de unificarse y para unificarse es necesario empezar por deslindar los campos de un modo resuelto y definido”.

He aquí por qué Lenin entendía que la organización del Partido político de la clase obrera debía tener como punto de partida la creación de un periódico político combativo destinado a toda Rusia, en el que se hiciese propaganda y agitación en pro de las ideas de la socialdemocracia revolucionaria, y que la creación de este periódico tenía que ser el primer paso para la organización del Partido.

En su conocido artículo titulado “¿Por dónde empezar?”, Lenin esbozaba un plan concreto de organización del Partido, que luego había de

desarrollar en su célebre libro ¿Qué hacer?: “A nuestro juicio -decía Lenin en aquel artículo-, el punto de partida para la actuación, el primer paso práctico hacia la creación de la organización deseada y, finalmente, el hilo fundamental al que tendríamos que agarrarnos para desarrollar, ahondar y ensanchar inquebrantablemente esta organización, debe ser la creación de un periódico político destinado a toda Rusia... Sin éste, no sería posible desarrollar de un modo sistemático una propaganda y agitación, sólidas en el plano de los principios y extensivas a todos los aspectos, que son la tarea constante y fundamental de la socialdemocracia ahora y siempre y que deben ser, sobre todo, la tarea vital en los momentos actuales, en que el interés por la política, por los problemas del socialismo se ha despertado en las más extensas capas de la población”.

Lenin entendía que un periódico así serviría de medio, no sólo para la cohesión ideológica del Partido, sino también para la unificación orgánica de las diversas organizaciones locales, formando un partido. La red de camaradas agentes y corresponsales de este periódico, que serían al mismo tiempo representantes de las organizaciones locales, constituiría el armazón en torno al cual se aglutinaría orgánicamente el Partido. Pues, “el periódico -decía Lenin-, no es sólo un propagandista y un agitador colectivo, sino también un organizador colectivo”.

“Esta red servirá de armazón precisamente para la organización que necesitamos: será lo suficientemente grande para abarcar todo el país; lo suficientemente vasta y variada para poder introducir en ella una rigurosa y detallada división del trabajo; lo suficientemente resistente para saber proseguir inquebrantablemente su labor bajo todas las circunstancias y ante todos los ‘virajes’ y situaciones inesperadas; lo suficientemente flexible para saber, de un lado, rehuir las batallas en campo abierto contra un enemigo peligroso por su fuerza aplastante, cuando concentre toda su fuerza en un punto, pero sabiendo, de otro lado, aprovecharse de la torpeza de movimientos de este enemigo y lanzarse sobre él en el sitio y en el momento en que menos espere ser atacado”.

He ahí lo que quería que fuese el periódico “Iskra”. Y, en efecto, la “Iskra” fue precisamente el periódico político que preparó la cohesión ideológica y orgánica del Partido en toda Rusia.

Por lo que se refiere a su estructura y composición, Lenin entendía que el Partido debía constar de dos partes: a) un círculo reducido de militantes que formasen los cuadros de dirección fijos y

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en el cual debían entrar, fundamentalmente, los revolucionarios profesionales, es decir, los militantes sin más ocupación que el trabajo del Partido y dotados del mínimo indispensable de conocimientos teóricos, de experiencia política, de capacidad de organización y de habilidad para luchar con la policía zarista y escabullirse de ella, y b) una extensa red de organizaciones periféricas del Partido, integradas por una masa numerosísima de afiliados y rodeadas de la simpatía y el apoyo de cientos de miles de trabajadores.

“Yo afirmo: 1) que no puede haber un movimiento revolucionario sólido sin una organización de dirigentes estable y que asegure la continuidad; 2) que cuanto más extensa sea la masa que se sienta espontáneamente arrastrada a la lucha... más apremiante es la necesidad de semejante organización y más sólida tiene que ser ésta...; 3) que dicha organización debe estar formada, fundamentalmente, por hombres entregados profesionalmente a las actividades revolucionarias; 4) que en el país de la autocracia, cuanto más restrinjamos el contingente de los miembros de una organización de este tipo, hasta no incluir en ella más que aquellos afiliados que se ocupen profesionalmente de actividades revolucionarias y que tengan ya una preparación profesional en el arte de luchar con la policía política, más difícil será ‘cazar’ a esta organización, y 5) tanto mayor será el contingente de individuos de la clase obrera y de las demás clases de la sociedad que podrán participar en el movimiento y colaborar activamente en él”.

En cuanto al carácter del Partido que se trataba de crear y a su papel en relación con la clase obrera, así como en cuanto a los fines y tareas del Partido, Lenin entendía que éste debía ser el destacamento de vanguardia de la clase obrera, la fuerza dirigente del movimiento obrero, que unificase y orientase la lucha de clase del proletariado. La meta final del Partido había de ser el derrocamiento del capitalismo y la instauración del socialismo. Su meta inmediata, derribar al zarismo e implantar un régimen democrático. Y como el derrocamiento del capitalismo presumía el hundimiento del zarismo, el objetivo fundamental del Partido, en aquel momento concreto, consistía en poner en pie a la clase obrera y a todo el pueblo para la lucha contra el zarismo, en desencadenar un movimiento revolucionario popular contra el zarismo, y en derribar el régimen zarista, que era el primero y el gran obstáculo que se alzaba en el camino hacia el socialismo.

“La historia plantea hoy ante nosotros una tarea inmediata, que es la más revolucionaria de todas las

tareas inmediatas del proletariado de ningún otro país. La realización de esta tarea, el hundimiento del más poderoso baluarte, no ya de la reacción europea, sino también (podemos decir hoy) de la reacción asiática, convertiría al proletariado ruso en la vanguardia del proletariado revolucionario internacional”.

Y en otro lugar escribe:

“Debemos recordar que la lucha contra el gobierno por reivindicaciones parciales, la conquista de algunas concesiones aisladas, no son más que pequeñas escaramuzas con el enemigo, pequeños combates de avanzadas, y que la batalla decisiva no se ha dado aún. Ante nosotros se alza con todo su poder la fortaleza enemiga, desde la cual se nos hacen descargas cerradas que barren a nuestros mejores combatientes. Tenemos que tomar esta fortaleza y la tomaremos, si sabemos unir en un solo partido -al que se sumará cuanto hay en Rusia de vital y de honrado- todas las fuerzas del proletariado, que ya ha abierto los ojos, y todas las fuerzas revolucionarias rusas. Sólo entonces se cumplirá la gran profecía del revolucionario obrero ruso Piotr Alexeiev: ‘Se levantará el brazo vigoroso de los millones de hombres obreros, y el yugo del despotismo, defendido por las bayonetas de los soldados, saltará hecho añicos’”.

Tal era el plan de Lenin para la creación del Partido de la clase obrera, dentro de las condiciones de la Rusia zarista autocrática.

Los “economistas” no tardaron en romper el fuego contra el plan de Lenin. Afirmaban que la lucha en el plano político general contra el zarismo era incumbencia de todas las clases y sobre todo de la burguesía, y que no presentaba, por tanto, ningún interés considerable para la clase obrera, ya que lo que fundamentalmente interesaba a los obreros era la lucha económica contra los patronos por el aumento de los salarios, la mejora de las condiciones de trabajo, etc. Por consiguiente, los socialdemócratas no debían asignarse como tarea inmediata fundamental la lucha política contra el zarismo, el derrocamiento del régimen zarista, sino la organización de la “lucha económica de los obreros contra los patronos y el gobierno”, entendiendo por lucha económica contra el gobierno la lucha por el perfeccionamiento de la legislación industrial. Los “economistas” aseguraban que por este medio podía “darse a la misma lucha económica un carácter político”.

Los “economistas” ya no se atrevían a manifestarse formalmente en contra de la necesidad de un partido político para la clase obrera. Pero entendían que

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este partido no debía ser la fuerza dirigente del movimiento obrero, que no debía inmiscuirse en el movimiento espontáneo de la clase obrera, ni mucho menos dirigirlo, sino marchar a la zaga de él, estudiarlo y sacar de él enseñanzas.

Afirmaban asimismo los “economistas” que el papel del elemento consciente en el movimiento obrero, el papel organizador y orientador de la conciencia socialista, de la teoría socialista, era insignificante o poco menos, que la socialdemocracia no debía elevar a los obreros al nivel de la conciencia socialista, sino, por el contrario, descender ella y adaptarse al nivel de las capas medias e incluso de las más atrasadas de la clase obrera, que la socialdemocracia no debía inculcar en la clase obrera, una conciencia socialista, sino esperar a que el mismo movimiento espontáneo de la clase obrera forjase en ella una conciencia socialista por sus propias fuerzas.

En cuanto al plan orgánico de estructuración del Partido trazado por Lenin, lo consideraban como una especie de coacción a que se pretendía someter al movimiento espontáneo.

En las páginas de la “Iskra” y, sobre todo, en el ¿Qué hacer?, Lenin se lanzó contra esta filosofía oportunista del “economismo” y no dejó piedra sobre piedra de ella.

1) Lenin señaló que el desviar a la clase obrera de la lucha política general contra el zarismo, reduciendo su misión a la lucha económica contra los patronos y el gobierno y dejando en pie e indemnes a unos y otros, significaba condenar a los obreros a eterna esclavitud. La lucha económica de los obreros contra los patronos y el gobierno es una lucha de tipo tradeunionista por lograr mejores condiciones de venta de la fuerza de trabajo a los capitalistas, pero los obreros no quieren luchar solamente por mejorar las condiciones de venta de su fuerza de trabajo, sino que quieren luchar también para destruir el mismo sistema capitalista, que los condena a la necesidad de vender a los capitalistas su fuerza de trabajo y de someterse a la explotación. Ahora bien, los obreros no podrán desplegar la lucha contra el capitalismo, no podrán desplegar la lucha por el socialismo, mientras se alce en el camino del movimiento obrero el zarismo, que es el perro de presa del capitalismo. Por eso, la tarea más urgente del Partido y de la clase obrera consiste en quitar de en medio al zarismo, despejando con ello el camino hacia el socialismo.

2) Lenin señaló que el ensalzar el proceso espontáneo del movimiento obrero y el negar el papel dirigente del Partido, reduciendo su misión

a la de mero registrador de los acontecimientos, significaba: predicar el “seguidismo” (ir “a remolque” de los acontecimientos), predicar que el Partido debía marchar a la zaga del proceso espontáneo; convertirse en una fuerza pasiva del movimiento, apta solamente para contemplar el proceso espontáneo y abandonarse a su desarrollo automático. Preconizar esto equivalía a preconizar la destrucción del Partido, es decir, a dejar a la clase obrera sin partido o, lo que es lo mismo, a desarmar a la clase obrera. Y desarmar a la clase obrera en un momento en que se alzaban ante ella enemigos tan poderosos como el zarismo, armado con todos los medios de lucha, y la burguesía, organizada a la moderna y dotada de su propio partido que la dirigía en la lucha contra la clase obrera, equivalía a traicionar al proletariado.

3) Lenin señaló que el prosternarse ante el movimiento obrero espontáneo y rebajar el papel del elemento consciente, el papel de la conciencia socialista, de la teoría socialista, significaba, en primer lugar, burlarse de los obreros, que tienden hacia la conciencia como la planta hacia la luz, y en segundo lugar, desprestigiar a los ojos del Partido la teoría, es decir, el arma gracias a la cual el Partido tiene conciencia del presente y prevé el futuro, y en tercer lugar, hundirse total y definitivamente en la charca del oportunismo.

“Sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario... Sólo un partido dirigido por una teoría de vanguardia puede cumplir su misión de combatiente de vanguardia”.

4) Lenin señaló que los “economistas” engañaban a la clase obrera al afirmar que el movimiento espontáneo del proletariado podía engendrar una ideología socialista, pues en realidad ésta no brota del movimiento espontáneo, sino de la ciencia. Al negar la necesidad de inculcar en la clase obrera una conciencia socialista, los “economistas” allanaban el camino a la ideología burguesa, ayudándola a infiltrarse, a penetrar en la clase obrera, y por consiguiente, enterraban la idea de la fusión del movimiento obrero con el socialismo y prestaban un servicio a la burguesía.

“Todo lo que sea prosternarse ante el movimiento obrero espontáneo, todo lo que se rebajar la importancia del “elemento consciente”, la importancia de la socialdemocracia, equivale -independientemente en absoluto de la voluntad de quien lo hace- a fortalecer la influencia de la ideología burguesa sobre los obreros”.

Y más adelante:

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“El problema se plantea solamente así: ¿ideología burguesa o ideología socialista? No hay término medio... Por eso, todo lo que sea rebajar la ideología socialista, todo lo que sea alejarse de ella, equivale a fortalecer la ideología burguesa”.

5) Resumiendo todos estos errores de los “economistas”, Lenin llegó a la conclusión de que a lo que ellos aspiraban no era a crear el partido de la revolución social, que emancipase a la clase obrera del capitalismo, sino un partido de “reformas sociales”, cuya premisa era el mantenimiento de la dominación del capitalismo; que, por lo tanto, los “economistas” eran reformistas que traicionaban los intereses fundamentales del proletariado.

6) Finalmente, Lenin señaló que el “economismo” no había brotado en Rusia por azar, sino que sus mantenedores eran el vehículo de la influencia burguesa sobre la clase obrera y que sus aliados en los partidos socialdemócratas de los países occidentales eran los revisionistas, los adeptos del oportunista Bernstein. Entre los socialdemócratas de la Europa occidental se había ido fortaleciendo cada vez más la corriente oportunista, que actuaba bajo la bandera de la “libertad de crítica” de marxismo, exigía la “revisión” de la teoría de Marx (de aquí el nombre de “revisionismo”) y exigía que se renunciase a la revolución, al socialismo, a la dictadura del proletariado. Pues bien, Lenin demostró que esta misma línea de renuncia a la lucha revolucionaria, al socialismo y a la dictadura del proletariado era la que seguían los “economistas” rusos.

Tales son las tesis teóricas fundamentales desarrolladas por Lenin en el ¿Qué hacer?

La difusión de esta obra de Lenin fue tan eficaz, que al año de su aparición (¿Qué hacer? vio la luz en marzo de 1902), por la fecha en que se celebró el II Congreso del Partido Social Demócrata de Rusia, no quedaban ya de las posiciones ideológicas de los “economistas” más que un recuerdo poco grato, y el apelativo de “economista” comenzaba a considerarse por la mayoría de los militantes del Partido como un insulto.

El “economismo”, la ideología del oportunismo, del “seguidismo” y del automatismo, había quedado completamente pulverizado.

Pero no se redujo a esto la importancia del ¿Qué hacer?. La significación histórica de esta famosa obra consiste en que en ella Lenin:

1) puso al desnudo, por vez primera en la historia del pensamiento marxista, hasta en sus últimas raíces,

las fuentes ideológicas del oportunismo, demostrando que consisten, ante todo, en prosternarse ante la espontaneidad del movimiento obrero y rebajar el papel de la conciencia socialista en el movimiento proletario;

2) reivindicó en todo su valor la importancia de la teoría, del elemento consciente, del Partido, como fuerza revolucionaria y dirigente del movimiento obrero espontáneo;

3) fundamentó de un modo brillante la tesis cardinal del marxismo, según la cual el Partido marxista es la fusión del movimiento obrero con el socialismo;

4) elaboró genialmente los fundamentos ideológicos del Partido marxista.

Las tesis teóricas desarrolladas en esta obra sirvieron luego de base para la ideología del Partido bolchevique.

Lenin, V.: El Estado y la Revolución. Resumen del capítulo 1: “La sociedad de clases y el Estado”.

1. El Estado, producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase

Ocurre hoy con la doctrina de Marx lo que ha solido ocurrir en la historia repetidas veces con las doctrinas de los pensadores revolucionarios y de los jefes de las clases oprimidas en su lucha por la liberación. En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras les someten a constantes persecuciones, acogen sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más furioso, con la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de su muerte, se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para “consolar” y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando su filo revolucionario, envileciéndola. En semejante “arreglo” del marxismo se dan la mano actualmente la burguesía y los oportunistas dentro del movimiento obrero. Olvidan, relegan a un segundo plano, tergiversan el aspecto revolucionario de esta doctrina, su espíritu revolucionario. Hacen pasar a primer plano, ensalzan lo que es o parece ser aceptable para la burguesía. Todos los socialchovinistas son hoy -¡bromas aparte!- “marxistas”. Y cada vez con mayor frecuencia los sabios burgueses alemanes, que ayer todavía eran especialistas en pulverizar el marxismo, hablan hoy ¡de un Marx “nacional-alemán” que, según ellos, educó estas asociaciones obreras

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tan magníficamente organizadas para llevar a cabo la guerra de rapiña!

Ante esta situación, ante la inaudita difusión de las tergiversaciones del marxismo, nuestra misión consiste, ante todo, en restaurar la verdadera doctrina de Marx sobre el Estado. Para esto es necesario citar toda una serie de pasajes largos de las obras mismas de Marx y Engels.

“El Estado -dice Engels, resumiendo su análisis histórico- no es, en modo alguno, un poder impuesto desde fuera a la sociedad; ni es tampoco ‘la realidad de la idea moral’, ‘la imagen y la realidad de la razón’, como afirma Hegel. El Estado es, más bien, un producto de la sociedad al llegar a una determinada fase de desarrollo; es la confesión de que esta sociedad se ha enredado con sigo misma en una contradicción insoluble, se ha dividido en antagonismos irreconciliables, que ella es impotente para conjurar. Y para que estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna, no se devoren a sí mismas y no devoren a la sociedad en una lucha estéril, para eso hízose necesario un poder situado, aparentemente, por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el conflicto, a mantenerlo dentro de los límites del ‘orden’. Y este poder, que brota de la sociedad, pero que se coloca por encima de ella y que se divorcia cada vez más de ella, es el Estado”.

Aquí aparece expresada con toda claridad la idea fundamental del marxismo en punto a la cuestión del papel histórico y de la significación del Estado. EI Estado es el producto y la manifestación del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase. El Estado surge en el sitio, en el momento y en el grado en que las contradicciones de clase no pueden, objetivamente, conciliarse. Y viceversa: la existencia del Estado demuestra que las contradicciones de clase son irreconciliables.

En torno a este punto importantísimo y cardinal comienza precisamente la tergiversación del marxismo, tergiversación que sigue dos direcciones fundamentales. De una parte, los ideólogos burgueses y especialmente los pequeñoburgueses, obligados por la presión de hechos históricos indiscutibles a reconocer que el Estado sólo existe allí donde existen las contradicciones de clase y la lucha de clases, “corrigen” a Marx de manera que el Estado resulta ser el órgano de la conciliación de clases. Según Marx, el Estado no podría ni surgir ni mantenerse si fuese posible la conciliación de las clases. Para los profesores y publicistas mezquinos y filisteos -¡que invocan a cada paso en actitud benévola a Marx!-

resulta que el Estado es precisamente el que concilia las clases. Según Marx, el Estado es un órgano de dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la creación del “orden” que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando los choques entre las clases. En opinión de los políticos pequeñoburgueses, el orden es precisamente la conciliación de las clases y no la opresión de una clase por otra. Amortiguar los choques significa para ellos conciliar y no privar a las clases oprimidas de ciertos medios y procedimientos de lucha para el derrocamiento de los opresores.

Por ejemplo, en la revolución de 1917, cuando la cuestión de la significación y del papel del Estado se planteó precisamente en toda su magnitud, en el terreno práctico, como una cuestión de acción inmediata, y además de acción de masas, todos los socialrevolucionarios y todos los mencheviques cayeron, de pronto y por entero, en la teoría pequeñoburguesa de la “conciliación” de las clases “por el Estado”. Hay innumerables resoluciones y artículos de los políticos de estos dos partidos saturados de esta teoría mezquina y filistea de la “conciliación”. Que el Estado es el órgano de dominación de una determinada clase, la cual no puede conciliarse con su antípoda (con la clase contrapuesta a ella), es algo que esta democracia pequeñoburguesa no podrá jamás comprender, La actitud ante el Estado es uno de los síntomas más patentes de que nuestros socialrevolucionarios y mencheviques no son en manera alguna socialistas (lo que nosotros, los bolcheviques, siempre hemos demostrado), sino demócratas pequeñoburgueses con una fraseología casi socialista.

De otra parte, la tergiversación “kautskiana” del marxismo es bastante más sutil. “Teóricamente”, no se niega ni que el Estado sea el órgano de dominación de clase, ni que las contradicciones de clase sean irreconciliables. Pero se pasa por alto u oculta lo siguiente: si el Estado es un producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase, si es una fuerza que está por encima de la sociedad y que “se divorcia cada vez más de la sociedad”, es evidente que la liberación de la clase oprimida es imposible, no sólo sin una revolución violenta, sino también sin la destrucción del aparato del poder estatal que ha sido creado por la clase dominante y en el que toma cuerpo aquel “divorcio”. Como veremos más abajo, Marx llegó a esta conclusión, teóricamente clara por sí misma, con la precisión más completa, a base del análisis histórico concreto de las tareas de la revolución. Y esta conclusión es precisamente -como expondremos con todo detalle

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en las páginas siguientes- la que Kautsky… ha “olvidado” y falseado.

2. Los destacamentos especiales de fuerzas armadas, las cárceles, etc.

“En comparación con las antiguas organizaciones gentilicias (de tribu o de clan) -prosigue Engels-, el Estado se caracteriza, en primer lugar, por la agrupación de sus súbditos según las divisiones territoriales”... A nosotros, esta agrupación nos parece ‘natural’, pero ella exigió una larga lucha contra la antigua organización en ‘gens’ o en tribus.

“La segunda característica es la instauración de un poder público, que ya no coincide directamente con la población organizada espontáneamente como fuerza armada. Este poder público especial hácese necesario porque desde la división de la sociedad en clases es ya imposible una organización armada espontánea de la población… Este Poder público existe en todo Estado; no está formado solamente por hombres armados, sino también por aditamentos materiales, las cárceles y las instituciones coercitivas de todo género, que la sociedad gentilicia no conocía…”

Engels desarrolla la noción de esa “fuerza” a que se da el nombre de Estado, fuerza que brota de la sociedad, pero que se sitúa por encima de ella y que se divorcia cada vez más de ella. ¿En qué consiste, fundamentalmente, esta fuerza? En destacamentos especiales de hombres armados, que tienen a su disposición cárceles y otros elementos.

Tenemos derecho a hablar de destacamentos especiales de hombres armados, pues el poder público propio de todo Estado “no coincide directamente” con la población armada, con su “organización armada espontánea”.

Como todos los grandes pensadores revolucionarios, Engels se esfuerza en dirigir la atención de los obreros conscientes precisamente hacia aquello que el filisteísmo dominante considera como lo menos digno de atención, como lo más habitual, santificado por prejuicios no ya sólidos, sino podríamos decir que petrificados El ejército permanente y la policía son los instrumentos fundamentales de la fuerza del poder del Estado. Pero ¿puede acaso ser de otro modo?

Desde el punto de vista de la inmensa mayoría de los europeos de fines del siglo XIX, a quienes se dirigía Engels y que no habían vivido ni visto de cerca ninguna gran revolución, esto no podía ser de otro modo. Para ellos, era completamente incomprensible

esto de una “organización armada espontanea de la población”.

Si no existiese esa división, la “organización armada espontánea de la población” se diferenciaría por su complejidad, por su elevada técnica, etc., de la organización primitiva de la manada de monos que manejan el palo, o de la del hombre prehistórico, o de la organización de los hombres agrupados en la sociedad del clan; pero semejante organización sería posible.

Si es imposible, es porque la sociedad civilizada se halla dividida en clases enemigas, y además irreconciliablemente enemigas, cuyo armamento “espontáneo” conduciría a la lucha armada entre ellas. Se forma el Estado, se crea una fuerza especial, destacamentos especiales de hombres armados, y cada revolución, al destruir el aparato del Estado, nos indica bien visiblemente cómo la clase dominante se esfuerza por restaurar los destacamentos especiales de hombres armados a su servicio, cómo la clase oprimida se esfuerza en crear una nueva organización de este tipo, que sea capaz de servir no a los explotadores, sino a los explotados.

En el pasaje citado, Engels plantea teóricamente la misma cuestión que cada gran revolución plantea ante nosotros prácticamente de un modo palpable y, además, sobre un plano de acción de masas, a saber: la cuestión de las relaciones mutuas entre los destacamentos “especiales” de hombres armados y la “organización armada espontánea de la población”. Hemos de ver cómo ilustra de un modo concreto esta cuestión la experiencia de las revoluciones europeas y rusas.

Pero volvamos a la exposición de Engels. Engels señala que, a veces, por ejemplo, en algunos sitios de Norteamérica, este poder público es débil (se trata aquí de excepciones raras dentro de la sociedad capitalista y de aquellos sitios de Norteamérica en que imperaba, en el período preimperialista, el colono libre), pero que, en términos generales, se fortalece:

“… Este poder público se fortalece a medida que los antagonismos de clase se agudizan dentro del Estado y a medida que se hacen más grandes y más poblados los Estados colindantes; basta fijarse en nuestra Europa actual, donde la lucha de clases y el pugilato de conquistas han encumbrado al Poder público a una altura en que amenaza con devorar a toda la sociedad y hasta al mismo Estado”.

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3. El Estado, arma de explotación de la clase oprimida

Para mantener un poder público aparte, situado por encima de la sociedad, son necesarios los impuestos y las deudas del Estado.

“Los funcionarios, pertrechados con el poder público y con el derecho a cobrar impuestos, están situados -dice Engels-, como órganos de la sociedad, por encima de la sociedad. A ellos ya no les basta, aun suponiendo que pudieran tenerlo, con el respeto libre y voluntario que se les tributa a los órganos del régimen gentilicio...” Se dictan leyes de excepción sobre la santidad y la inviolabilidad de los funcionarios. “El más despreciable polizonte” tiene más “autoridad” que los representantes del clan; pero incluso el jefe del poder militar de un Estado civilizado podría envidiar a un jefe de clan por “el respeto espontáneo” que le profesaba la sociedad.

Aquí se plantea la cuestión de la situación privilegiada de los funcionarios como órganos del poder del Estado. Lo fundamental es saber: ¿qué los coloca por encima de la sociedad? Veamos cómo esta cuestión teórica fue resuelta prácticamente por la Comuna de París en 1871:

“Como el Estado nació de la necesidad de tener a raya los antagonismos de clase, y como, al mismo tiempo, nació en medio del conflicto de estas clases, el Estado lo es, por regla general, de la clase más poderosa, de la clase económicamente dominante, que con ayuda de él se convierte también en la clase políticamente dominante, adquiriendo así nuevos medios para la represión y explotación de la clase oprimida…” No fueron sólo el Estado antiguo y el Estado feudal órganos de explotación de los esclavos y de los campesinos siervos y vasallos: también “el moderno Estado representativo es instrumento de explotación del trabajo asalariado por el capital. Sin embargo, excepcionalmente, hay períodos en que las clases en pugna se equilibran hasta tal punto, que el Poder del Estado adquiere momentáneamente, como aparente mediador, una cierta independencia respecto a ambas”. Tal aconteció con la monarquía absoluta de los siglos XVII y XVIII, con el bonapartismo del primero y del segundo Imperio en Francia, y con Bismarck en Alemania.

En la república democrática -prosigue Engels- “la riqueza ejerce su poder indirectamente, pero de un modo tanto más seguro”, y lo ejerce, en primer lugar, mediante la “corrupción directa de los funcionarios” (Norteamérica), y, en segundo lugar, mediante la “alianza del gobierno con la Bolsa” (Francia y

Norteamérica).

En la actualidad, el imperialismo y la dominación de los bancos han “desarrollado”, hasta convertirlos en un arte extraordinario, estos dos métodos adecuados para defender y llevar a la práctica la omnipotencia de la riqueza en las repúblicas democráticas, sean cuales fueren.

La omnipotencia de la “riqueza” es más segura en las repúblicas democráticas, porque no depende de la mala envoltura política del capitalismo. La república democrática es la mejor envoltura política de que puede revestirse el capitalismo, y por lo tanto el capital, al dominar esta envoltura, que es la mejor de todas, cimenta su Poder de un modo tan seguro, tan firme, que ningún cambio de personas, ni de instituciones, ni de partidos, dentro de la república democrática burguesa, hace vacilar este poder.

Hay que advertir, además, que Engels, con la mayor precisión, llama al sufragio universal arma de dominación de la burguesía. El sufragio universal, dice Engels, sacando evidentemente las enseñanzas de la larga experiencia de la socialdemocracia alemana, es “el índice que sirve para medir la madurez de la clase obrera. No puede ser más ni será nunca más, en el Estado actual”.

Los demócratas pequeñoburgueses, por el estilo de nuestros socialrevolucionarios y mencheviques, y sus hermanos carnales, todos los socialchovinistas y oportunistas de la Europa occidental, esperan, en efecto, “más” del sufragio universal.

Comparten ellos mismos e inculcan al pueblo la falsa idea de que el sufragio universal es, “en el Estado actual “, un medio capaz de expresar realmente la voluntad de la mayoría de los trabajadores y de garantizar su efectividad práctica.

Aquí no podemos hacer más que señalar esta idea mentirosa, poner de manifiesto que esta afirmación de Engels completamente clara, precisa y concreta, se falsea a cada paso en la propaganda y en la agitación de los partidos socialistas “oficiales” (es decir, oportunistas). Una explicación minuciosa de toda la falsedad de esta idea, rechazada aquí por Engels, la encontraremos más adelante, en nuestra exposición de los puntos de vista de Marx y Engels sobre el Estado “actual”.

En la más popular de sus obras, Engels traza el resumen general de sus puntos de vista en los siguientes términos:

“Por tanto, el Estado no ha existido eternamente. Ha

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habido sociedades que se las arreglaron sin él, que no tuvieron la menor noción del Estado ni del poder estatal. Al llegar a una determinada fase del desarrollo económico, que estaba ligada necesariamente a la división de la sociedad en clases, esta división hizo que el Estado se convirtiese en una necesidad. Ahora nos acercamos con paso veloz a una fase de desarrollo de la producción en que la existencia de estas clases no sólo deja de ser una necesidad, sino que se convierte en un obstáculo directo para la producción. Las clases desaparecerán de un modo tan inevitable como surgieron en su día. Con la desaparición de las clases, desaparecerá inevitablemente el Estado. La sociedad, reorganizando de un modo nuevo la producción sobre la base de una asociación libre e igual de productores, enviará toda la máquina del Estado al lugar que entonces le ha de corresponder: al museo de antigüedades, junto a la rueca y al hacha de bronce”.

4. La “extinción” del Estado y la revolución violenta

Las palabras de Engels sobre la “extinción” del Estado gozan de tanta celebridad y se citan con tanta frecuencia, muestran con tanto relieve dónde está el quid de la adulteración corriente del marxismo por la cual éste es adaptado al oportunismo, que se hace necesario detenerse a examinarlas detalladamente. Citaremos todo el pasaje donde figuran estas palabras:

“El proletariado toma en sus manos el poder del Estado y comienza por convertir los medios de producción en propiedad del Estado. Pero con este mismo acto se destruye a sí mismo como proletariado y destruye toda diferencia y todo antagonismo de clases, y, con ello mismo, el Estado como tal. La sociedad hasta el presente, movida entre los antagonismos de clase, ha necesitado del Estado, o sea de una organización de la correspondiente clase explotadora para mantener las condiciones exteriores de producción, y por tanto, particularmente para mantener por la fuerza a la clase explotada en las condiciones de opresión (la esclavitud, la servidumbre o el vasallaje y el trabajo asalariado), determinadas por el modo de producción existente. El Estado era el representante oficial de toda la sociedad, su síntesis en un cuerpo social visible; pero lo era sólo como Estado de la clase que en su época representaba a toda la sociedad: en la antigüedad era el Estado de los ciudadanos esclavistas; en la Edad Media el de la nobleza feudal; en nuestros tiempos es el de la burguesía. Cuando el Estado se convierta finalmente en representante efectivo de toda la sociedad, será por sí mismo superfluo. Cuando ya no exista ninguna clase

social a la que haya que mantener en la opresión; cuando desaparezcan, junto con la dominación de clase, junto con la lucha por la existencia individual, engendrada por la actual anarquía de la producción, los choques y los excesos resultantes de esta lucha, no habrá ya nada que reprimir ni hará falta, por tanto, esa fuerza especial de represión, el Estado. El primer acto en que el Estado se manifiesta efectivamente como representante de toda la sociedad: la toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad, es a la par su último acto independiente como Estado. La intervención de la autoridad del Estado en las relaciones sociales se hará superflua en un campo tras otro de la vida social y se adormecerá por sí misma. El gobierno sobre las personas es sustituido por la administración de las cosas y por la dirección de los procesos de producción. El Estado no será ‘abolido’; se extingue. Partiendo de esto es como hay que juzgar el valor de esa frase sobre el ‘Estado popular libre’ en lo que toca a su justificación provisional como consigna de agitación y en lo que se refiere a su fa]ta absoluta de fundamento científico. Partiendo de esto es también como debe ser considerada la exigencia de los llamados anarquistas de que el Estado sea abolido de la noche a la mañana” (“Anti-Dühring “ o “La subversión de la ciencia por el señor Eugenio Dühring”, págs. 301-303 de la tercera edición alemana).

Sin temor a equivocarnos, podemos decir que de estos pensamientos sobremanera ricos, expuestos aquí por Engels, lo único que ha pasado a ser verdadero patrimonio del pensamiento socialista, en los partidos socialistas actuales, es la tesis de que el Estado, según Marx, “se extingue”, a diferencia de la doctrina anarquista de la “abolición” del Estado. Truncar así el marxismo equivale a reducirlo al oportunismo, pues con esta “interpretación” no queda en pie más que una noción confusa de un cambio lento, paulatino, gradual, sin saltos ni tormentas, sin revoluciones. Hablar de “extinción” del Estado, en un sentido corriente, generalizado, de masas, si cabe decirlo así, equivale indudablemente a esfumar, si no a negar, la revolución.

Además, semejante “interpretación” es la más tosca tergiversación del marxismo, tergiversación que sólo favorece a la burguesía y que descansa teóricamente en la omisión de circunstancias y consideraciones importantísimas que se indican, por ejemplo, en el “resumen” contenido en el pasaje de Engels, citado aquí por nosotros en su integridad.

En primer lugar, Engels dice en el comienzo mismo de este pasaje que, al tomar el Poder del Estado, el proletariado “destruye, con ello mismo, el Estado

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como tal”. “No es uso” pararse a pensar qué significa esto. Lo corriente es ignorarlo en absoluto o considerarlo algo así como una “debilidad hegeliana” de Engels. En realidad, en estas palabras se expresa concisamente la experiencia de una de las más grandes revoluciones proletarias, la experiencia de la Comuna de París de 1871, de la cual hablaremos detalladamente en su lugar. En realidad, Engels habla aquí de la “destrucción” del Estado de la burguesía por la revolución proletaria, mientras que las palabras relativas a la extinción del Estado se refieren a los restos del Estado proletario después de la revolución socialista. El Estado burgués no se “extingue”, según Engels, sino que “es destruido” por el proletariado en la revolución. El que se extingue, después de esta revolución, es el Estado o semi-Estado proletario.

En segundo lugar, el Estado es una “fuerza especial de represión”. Esta magnífica y profundísima definición de Engels es dada aquí por éste con la más completa claridad. Y de ella se deduce que la “fuerza especial de represión” del proletariado por la burguesía, de millones de trabajadores por un puñado de ricachos, debe sustituirse por una “fuerza especial de represión” de la burguesía por el proletariado (dictadura del proletariado). En esto consiste precisamente la “destrucción del Estado como tal”. En esto consiste precisamente el “acto” de la toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad. Y es de suyo evidente que semejante sustitución de una “fuerza especial” (la burguesa) por otra (la proletaria) ya no puede operarse, en modo alguno, bajo la forma de “extinción”.

En tercer lugar, Engels, al hablar de la “extinción” y -con frase todavía más plástica y colorida- del “adormecimiento” del Estado, se refiere con absoluta claridad y precisión a la época posterior a la “toma de posesión de los medios de producción por el Estado en nombre de toda la sociedad”, es decir, posterior a la revolución socialista.

Todos nosotros sabemos que la forma política del “Estado”, en esta época, es la democracia más completa. Pero a ninguno de los oportunistas que tergiversan desvergonzadamente el marxismo se le viene a las mientes la idea de que, por consiguiente, Engels hable aquí del “adormecimiento” y de la “extinción” de la democracia. Esto parece, a primera vista, muy extraño. Pero esto sólo es “incomprensible” para quien no haya comprendido que la democracia también es un Estado y que, consiguientemente, la democracia también desaparecerá cuando desaparezca el Estado. El Estado burgués sólo puede ser “destruido” por la revolución. El Estado en general, es decir, la más completa democracia, sólo

puede “extinguirse”.

En cuarto lugar, al establecer su notable tesis de la “extinción del Estado”, Engels declara a renglón seguido, de un modo concreto, que esta tesis se dirige tanto contra los oportunistas, como contra los anarquistas. Además, Engels coloca en primer plano la conclusión que, derivada de su tesis sobre la “extinción del Estado”, se dirige contra los oportunistas.

Podría apostarse que de diez mil hombres que hayan leído u oído hablar acerca de la “extinción” del Estado, nueve mil novecientos noventa no saben u olvidan en absoluto que Engels no dirigió solamente contra los anarquistas sus conclusiones derivadas de esta tesis. Y de las diez personas restantes, lo más probable es que nueve no sepan qué es el “Estado popular libre” y por qué el atacar esta consigna significa atacar a los oportunistas. ¡Así se escribe la Historia! Así se adapta de un modo imperceptible la gran doctrina revolucionaria al filisteísmo dominante. La conclusión contra los anarquistas se ha repetido miles de veces, se ha vulgarizado, se ha inculcado en las cabezas del modo más simplificado, ha adquirido la solidez de un prejuicio. ¡Pero la conclusión contra los oportunistas la han esfumado y “olvidado”!

El “Estado popular libre” era una reivindicación programática y una consigna corriente de los socialdemócratas alemanes en la década del 70. En esta consigna no hay el menor contenido político, fuera de una filistea y enfática descripción de la noción de democracia. Engels estaba dispuesto a “justificar”, “por el momento”, esta consigna desde el punto de vista de la agitación, por cuanto con ella se insinuaba legalmente la república democrática. Pero esta consigna era oportunista, porque expresaba no sólo el embellecimiento de la democracia burguesa, sino también la incomprensión de la crítica socialista de todo Estado en general. Nosotros somos partidarios de la república democrática, como la mejor forma de Estado para el proletariado bajo el capitalismo, pero no tenemos ningún derecho a olvidar que la esclavitud asalariada es el destino reservado al pueblo, incluso bajo la república burguesa más democrática. Más aún. Todo Estado es una “fuerza especial para la represión” de la clase oprimida. Por eso, todo Estado ni es libre ni es popular. Marx y Engels explicaron esto reiteradamente a sus camaradas de partido en la década del 70.

En quinto lugar, en esta misma obra de Engels, de la que todos citan el pasaje sobre la extinción del Estado, se contiene un pasaje sobre la importancia de la revolución violenta. El análisis histórico de su

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papel lo convierte Engels en un verdadero panegírko de la revolución violenta. Esto “nadie lo recuerda”. Sobre la importancia de este pensamiento, no es uso hablar ni siquiera pensar en los partidos socialistas contemporáneos estos pensamientos no desempeñan ningún papel en la propaganda ni en la agitación cotidianas entre las masas. Y, sin embargo, se hallan indisolublemente unidos a la “extinción” del Estado y forman con ella un todo armónico.

He aquí el pasaje de Engels:

“…De que la violencia desempeña en la historia otro papel [además del de agente del mal], un papel revolucionario; de que, según la expresión de Marx, es la partera de toda vieja sociedad que lleva en sus entrañas otra nueva; de que la violencia es el instrumento con la ayuda del cual el movimiento social se abre camino y rompe las formas políticas muertas y fosilizadas, de todo eso no dice una palabra el señor Dühring. Sólo entre suspiros y gemidos admite la posibilidad de que para derrumbar el sistema de explotación sea necesaria acaso la violencia, desgraciadamente, afirma, pues el empleo de la misma, según él, desmoraliza a quien hace uso de ella. ¡Y esto se dice, a pesar del gran avance moral e intelectual, resultante de toda revolución victoriosa! Y esto se dice en Alemania, donde la colisión violenta que puede ser impuesta al pueblo tendría, cuando menos, la ventaja de destruir el espíritu de servilismo que ha penetrado en la conciencia nacional como consecuencia de la humillación de la Guerra de los Treinta años. ¿Y estos razonamientos turbios, anodinos, impotentes, propios de un párroco rural, se pretende im poner al partido más revolucionario de la historia?” (Lugar citado, pág. 193, tercera edición alemana, final del IV capítulo, II parte).

¿Cómo es posible conciliar en una sola doctrina este panegírico de la revolución violenta, presentado con insistencia por Engels a los socialdemócratas alemanes desde 1878 hasta1894, es decir, hasta los últimos días de su vida, con la teoría de la “extinción” del Estado?

Generalmente se concilian ambos pasajes con ayuda del eclecticismo, desgajando a capricho (o para complacer a los detentadores del Poder), sin atenerse a los principios o de un modo sofístico, ora uno ora otro argumento y haciendo pasar a primer plano, en el noventa y nueve por ciento de los casos, si no en más, precisamente la tesis de la “extinción”. Se suplanta la dialéctica por el eclecticismo: es la actitud más usual y más generalizada ante el marxismo en la literatura socialdemócrata oficial de nuestros días. Estas suplantaciones no tienen, ciertamente, nada

de nuevo; pueden observarse incluso en la historia de la filosofía clásica griega. Con la suplantación del marxismo por el oportunismo, el eclecticismo presentado como dialéctica engaña más fácilmente a las masas, les da una aparente satisfacción, parece tener en cuenta todos los aspectos del proceso, todas las tendencias del desarrollo, todas las influencias contradictorias, etc., cuando en realidad no da ninguna noción completa y revolucionaria del proceso del desarrollo social.

Ya hemos dicho más arriba, y demostraremos con mayor detalle en nuestra ulterior exposición, que la doctrina de Marx y Engels sobre el carácter inevitable de la revolución violenta se refiere al Estado burgués. Este no puede sustituirse por el Estado proletario (por la dictadura del proletariado) mediante la “extinción”, sino sólo, por regla general, mediante la revolución violenta. El panegírico que dedica Engels a ésta, y que coincide plenamente con reiteradas manifestaciones de Marx (recordaremos el final de “Miseria de la Filosofía” y del “Manifiesto Comunista” con la declaración orgullosa y franca sobre el carácter inevitable de la revolución violenta; recordaremos la crítica del Programa de Gotha, en 1875, cuando ya habían pasado casi treinta años, y en la que Marx fustiga implacablemente el oportunismo de este programa),este panegírico no tiene nada de “apasionamiento”, nada de declamatorio, nada de arranque polémico. La necesidad de educar sistemáticamente a las masas en esta, precisamente en esta idea sobre la revolución violenta, es algo básico en toda la doctrina de Marx y Engels. La traición cometida contra su doctrina por las corrientes socialchovinista y kautskiana hoy imperantes se manifiesta con singular relieve en el olvido por unos y otros de esta propaganda, de esta agitación.

La sustitución del Estado burgués por el Estado proletario es imposible sin una revolución violenta. La supresión del Estado proletario, es decir, la supresión de todo Estado, sólo es posible por medio de un proceso de “extinción”.

Marx y Engels desarrollaron estas ideas de un modo minucioso y concreto, estudiando cada situación revolucionaria por separado, analizando las enseñanzas sacadas de la experiencia de cada revolución. Y esta parte de su doctrina, que es, incuestionablemente, la más importante, es la que pasamos a analizar.

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Lenin: Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática (1905). Resumen de elaboración propia

La cuestión, es saber si el Partido podrá imponer el sello proletario a la revolución, paralizando la inconsecuencia de la burguesía, y llevarla hasta la verdadera victoria. Para esto el proletariado revolucionario debe plantearse adecuadamente las consignas tácticas de cada época y asegurarse de sostenerlas con la fuerza combativa de las masas obreras: es decir, establecer el centro de gravedad de la clase obrera, actualmente, en la preparación de la insurrección armada y en el mantenimiento de la dirección política de la revolución democrática (y no rebajar a la clase obrera al nivel de la burguesía). Si no se comprenden las tareas de la socialdemocracia en la revolución democrática, no se crearan las condiciones para la revolución socialista.

El III Congreso del POSDR propone la sustitución de la forma de gobierno autocrática por la república democrática; proceso que se dará como resultado de la insurrección popular victoriosa, cuyo órgano será el gobierno provisional revolucionario, y caracteriza que esta revolución democrática fortalecerá la dominación de la burguesía.

Sobre la Asamblea Constituyente de esta república, dice Lenin: es requisito para su cualidad de constituyente, que ésta cuente con, además de la facultad, el poder para constituir. De aquí proviene el llamamiento a la insurrección armada y a la formación y conservación de poder que Lenin hace al proletariado.

En cuanto a la posición del proletariado con respecto al gobierno provisional revolucionario, lo primero que se indica es la necesidad de su constitución y de la participación en él, en virtud de la tarea que la realidad impone hoy a los revolucionarios: el derrocamiento del zarismo.

A pesar de tener que cumplir con las tareas revolucionarias durante este período, no debe perderse de vista el carácter de clase de este gobierno y de la revolución actual, que son estrictamente democráticos –no socialistas. En este sentido es que se aclara que la dominación de la burguesía se extenderá luego de ésta revolución, en lugar de disminuir, y que esto la llevará a un enfrentamiento con el proletariado para arrebatarle las conquistas de la revolución que éste haya logrado obtener. Es necesario no olvidar esta contradicción que encierra la actual situación política, que estallará con el correr de los acontecimientos y desencadenará una nueva

etapa en la lucha de clases.

Ocurre que únicamente transitando la senda democrática se puede dar el primer paso hacia la revolución socialista; cualquiera que ignore esta necesidad y se lance en persecución de la revolución socialista hoy, llegará a conclusiones reaccionarias y contraproducentes.

Es por eso que se resalta la importancia de establecer tácticas y objetivos claros para la clase obrera en esta fase, camino hacia la revolución socialista.

En términos más generales, el Congreso del POSDR, de la premisa de que la revolución democrática no es una revolución socialista, de que interesa a toda la sociedad burguesa junto a los elementos proletarios, extrae la conclusión de que la clase de vanguardia debe plantear lo más avanzada y profundamente posible las tareas democráticas, para cumplirlas velozmente y aplastar a la contrarrevolución. Mientras tanto, la Conferencia disidente menchevique, al considerar esta revolución como “burguesa”, propone -conscientemente o no- dejar su dirección política a la burguesía, puesto que intentar cooptarla sería alejar a la burguesía como aliada y disminuir su alcance.

Hoy son solo dos las consignas más inmediatas que la revolución nos pide a gritos, a) un gobierno provisional revolucionario y b) la República. Estas consignas del III Congreso, coinciden con las de la burguesía democrático-revolucionaria y republicana. Nos proponemos justamente cooptar la dirección política de todos estos sectores capaces de marchar junto al proletariado y su programa revolucionario –como la masa campesina-, para que en efecto lo hagan.

La revolución no hará más que consolidar el régimen capitalista en Rusia -es de aquí se desprende la necesidad de total independencia del Partido proletario revolucionario en el proceso democrático actual. Sin embargo, ello no significa que el proletariado no tenga interés en la consecución de esta revolución: todo lo contrario, nadie hay más interesado en llevar a fondo este movimiento que los obreros, a nadie beneficia más, puesto que, groseramente hablando, su realización total significa el paso previo y aquel que le permite llevar la revolución hacia el socialismo. Es aquí donde el neoiskrismo se pone del lado de los liberales en función de su concepción de la revolución democrático-burguesa: al creer que por ser tal, solo puede beneficiar a la burguesía, dejan de lado las tareas que esta etapa les impone al proletariado revolucionario. La revolución burguesa es extremadamente beneficiosa para el proletariado:

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porque es absolutamente necesaria, porque cuanto más completa sea su realización, tanto más garantizada estará la lucha del proletariado contra la burguesía inconsecuente.

En resumen, el marxismo enseña al movimiento obrero a no quedarse al margen de la revolución burguesa y entregar su dirección política a la burguesía inconsecuente, sino a participar en ella del modo más enérgico posible y conquistar su desarrollo pleno, llevarla a su término, para así preparar las fuerzas que derrotaran a la burguesía en el combate futuro. Por eso es tarea del Partido dar las consignas democráticas de vanguardia, indicar de modo directo las tareas inmediatas de la lucha verdaderamente revolucionaria del proletariado y los campesinos durante este período.

La única fuerza capaz de desear y lograr el triunfo definitivo de la revolución es la del proletariado aliado a los campesinos y a la pequeña burguesía rural y urbana; lo único que puede calificarse como tal, como triunfo definitivo, es la dictadura revolucionario-democrática del proletariado y los campesinos, del pueblo alzado en armas, en pie de insurrección. Sin esta dictadura será virtualmente imposible la eliminación del zarismo y de toda la contrarrevolución que lanzará feroces ataques luego de conquistado el poder. Y sin embargo, ella no realizará más que el programa mínimo del proletariado, sus reivindicaciones más inmediatas; no se saldrá del marco de las relaciones socio-económicas burguesas en que está encerrada.

“Hoy es vital dar a todo el pueblo una noción clara e inequívoca de por qué queremos la constitución de un gobierno popular revolucionario, de cuáles son precisamente las transformaciones que realizaremos (...) en caso de desenlace victorioso de la insurrección popular (...) el III Congreso contesta (...) con el programa mínimo del Partido”.

En este programa, los bolcheviques explican cómo mantener el poder en manos de los revolucionarios: mediante la dictadura democrático-revolucionaria del proletariado y los campesinos (alianza fundamental para el sostenimiento del poder), que mantiene unidos a los sectores interesados en las transformaciones democráticas, frente a la reacción inevitable de la contrarrevolución que sobrevendrá ante el triunfo de la insurrección. Y no solo es necesario plantear esta consigna “ante la posibilidad de la toma del poder” (como la Conferencia) sino como aliciente para su realización, como tarea práctica que debe llevarse a cabo.

Además, esta consigna invoca a la unidad estratégica de los sectores que forman parte del arco revolucionario del actual periodo democrático (campesinado, proletariado y pequeña burguesía), que los mencheviques rechazan por considerar imposible a la unidad de voluntad entre el proletariado y la burguesía –rechazo que parte de la confusión entre la revolución socialista y la democrática y la negación del carácter popular de esta última. Fuera de la lucha democrática, dicha alianza se disiparía (y es necesario y positivo que así sea, por el bien mismo del proletariado en su lucha por eliminar la sociedad de clases), pero en el terreno de la república democrática, ella resulta necesaria para el triunfo de la insurrección popular –incluso más: cuánto más sólida sea y más profundamente se logre eliminar la autocracia, menor tiempo tardara en sobrevenir la lucha por el socialismo.

De ahí la necesidad de la alianza con estos sectores democráticamente revolucionarios y del mantenimiento de la independencia política del proletariado mediante el Partido de la clase trabajadora. Es decir, si bien las tareas de la revolución democrática son de carácter temporal, no por ello debemos olvidarlas ni dejarlas de lado: su transitoriedad no les quita importancia, y desconocerlas significa traicionar a la revolución, puesto que cada tarea política concreta debe ser planteada ante cada situación política concreta. En conclusión, “(...) En la actualidad, el Partido de la clase de vanguardia no puede dejar de aspirar del modo más enérgico a la victoria decisiva de la revolución democrática sobre el zarismo. Y la victoria decisiva no es otra cosa que la dictadura revolucionario-democrática del proletariado y de los campesinos (...) nuestra consigna reconoce incondicionalmente el carácter burgués de la revolución, que no es capaz de rebasar de un modo inmediato el marco de una revolución solamente democrática; al propio tiempo, nuestra consigna impulsa adelante esta revolución concreta, trata de darle las formas más convenientes para el proletariado, trata, por lo tanto, de aprovechar al máximo la revolución democrática para que la lucha que ha de seguir el proletariado por el socialismo tenga el mayor éxito”.

En el bando contrario, la declaración de la Conferencia sobre la necesidad de no participar en el gobierno provisional ilustra la idea neoiskrista tan oportunista de que, siendo la revolución “democrática” –y no “socialista”-, el proletariado debe ceder su dirección política a las clases burguesas y abandonar toda intención de consolidar el poder de la clase obrera en esta etapa de la revolución. Ello es el equivalente

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a entregar el movimiento obrero en bandeja a la tutela de la burguesía y forzándolo a moderar sus posiciones y acciones ante la amenaza de un posible retroceso de aquella, incluso sabiendo que ella es, “por naturaleza”, inconsecuente con sus mismos principios democráticos y republicanos.

Esta filosofía no hace más que transformar al proletariado en un apéndice de la burguesía. Lenin contesta que “debemos aspirar a hacer la revolución con el pueblo y obtener una victoria completa sobre el zarismo, a pesar de la burguesía (...)la burguesía está por la revolución de una manera inconsecuente, egoísta y cobarde (...) en su inmensa mayoría se volverá inevitablemente del lado de la contrarrevolución: queda “el pueblo”, es decir, el proletariado y los campesinos: sólo el proletariado es capaz de ir seguro hasta el fin, pues va mucho más allá de la revolución democrática”.

Así como decimos que “por naturaleza” la burguesía es inconsecuente y se hunde bajo las ideas monárquico-liberales, el campesinado tiene la tendencia a colocarse en una postura revolucionaria (o bajo la dirección del proletariado revolucionario), y es esta caracterización la que nos pone en la tarea de poner todos los esfuerzos en ganar al campesino a la revolución antes que de preocuparnos por la posibilidad de que la burguesía le dé la espalda a la revolución.

“(...) La revolución rusa no comenzará a adquirir su verdadero alcance, no comenzará a adquirir realmente la mayor envergadura posible en la época de la revolución democrático-burguesa, hasta que la burguesía no le vuelva la espalda y el elemento revolucionario activo sea la masa campesina, en unión con el proletariado. Para ser llevada consecuentemente hasta su término, nuestra revolución democrática debe apoyarse en fuerzas capaces de contrarrestar la inevitable inconsecuencia de la burguesía”.

En este sentido, se deben exigir y preparar nuevas tareas que preparen el terreno para el cumplimiento del objetivo final de la revolución, siendo la primera y principal la cuestión de la insurrección armada; y quienes no estén hoy planteando esta tarea simplemente es porque no están buscando llevar la revolución hasta el fin, hasta su término: la conquista del Poder y el inicio de una nueva sociedad.

Los neoiskristas han dejado bien en claro que entran dentro de esta categoría de gentes, con su idea de que la clase social fundamental en la revolución democrática es la burguesía y que por ende debe

dejársele su dirección política; y con la consecuencia lógica de esto: la rebaja de las tareas del proletariado hasta el nivel de la moderación burguesa.

Pero comprender que la revolución rusa es hoy democrática y quedarse con esa idea solamente es insuficiente: hay que saber qué significa, es decir, qué tipo de responsabilidad le cabe al proletariado en ella. En este sentido es que Lenin afirma que el proletariado espera su salvación no de la renuncia a la lucha de clases sino de su desarrollo, de su profundización; quien no comprenda que el movimiento obrero debe intervenir en ella aun en su etapa “democrático burguesa”, justamente para llevarla a fondo y superarla, está objetivamente traccionando para la burguesía: la revolución popular, es tal no para que el proletariado se quede inerte ante ella (por no ser socialista) sino para que luche consecuentemente por la causa de todo el pueblo, teniendo siempre en cuenta, pero sin temer, las contradicciones que se encuentran en el interior de éste.

Esto es así porque “(...) no hay y no puede haber otro camino hacia la libertad verdadera del proletariado y de los campesinos, que el camino de la libertad burguesa y el progreso burgués (...) no hay otro medio de acercar el socialismo que la libertad política completa, la república democrática, la dictadura democrática del proletariado y de los campesinos”.

Menospreciar y abandonar las tareas del proletariado y del pueblo en la revolución democrática es entregar la causa de la revolución a una clase social que es incapaz de realizarla y que se alejará de ella tarde o temprano; por eso es el movimiento obrero quien debe tomar en sus manos esta responsabilidad y llevarla a cabo, arrastrando bajo su causa a todos los sectores no-proletarios del pueblo, “es necesario que también los dirigentes de los partidos revolucionarios planteen sus tareas de un modo más amplio y audaz en tal períodos, que sus consignas se adelanten siempre a la iniciativa revolucionaria de las masas, sirviendo de faro a las mismas” .

A los obreros no les asusta vencer, no le tienen miedo a la inconsecuencia de la burguesía ni al hecho inevitable de que le volverá la espalda a la revolución. Deben llevarla más allá de los estrechos límites que aquella clase le quiere imponer, por el camino de su programa político mediante el planteamiento de tareas concretas que tengan como norte la revolución socialista. Y es por esto que hoy, sin miedo, debe apuntarse hacia la toma del poder y a la eliminación de todos los residuos autocráticos, a través de la consigna dictadura democrático-

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revolucionaria del proletariado y los campesinos.

El triunfo de esta lucha y el establecimiento de esta dictadura será el comienzo de la lucha definitiva del proletariado por el socialismo. “Cuanto más completa sea la revolución democrática, tanto más rápida y ampliamente, más neta y resueltamente se desplegará esta nueva lucha. La consigna de dictadura “democrática” expresa precisamente el carácter histórico limitado de la actual revolución y la necesidad de una nueva lucha sobre la base de un nuevo orden de cosas”.

Lenin: Las tareas del proletariado en la presente revolución - “Tesis de abril” (1917)

1-. En nuestra actitud ante la guerra, que por parte de Rusia sigue siendo indiscutiblemente una guerra imperialista, de rapiña, también bajo el nuevo gobierno de Lvov y Cía., en virtud del carácter capitalista de este gobierno, es intolerable la más pequeña concesión al “defensismo revolucionario”.

El proletariado consciente sólo puede dar su asentimiento a una guerra revolucionaria, que justifique verdaderamente el defensismo revolucionario, bajo las siguientes condiciones: a) paso del poder a manos del proletariado y de los sectores más pobres del campesinado a él adheridos; b) renuncia de hecho y no de palabra, a todas las anexiones; c) ruptura completa de hecho con todos los intereses del capital.

Dada la indudable buena fe de grandes sectores de defensistas revolucionarios de filas, que admiten la guerra sólo como una necesidad y no para fines de conquista, y dado su engaño por la burguesía, es preciso aclararles su error de un modo singularmente minucioso, paciente y perseverante, explicarles la ligazón indisoluble del capital con la guerra imperialista y demostrarles que sin derrocar el capital es imposible poner fin a la guerra con una paz verdaderamente democrática y no con una paz impuesta por la violencia.

Organizar la propaganda más amplia de este punto de vista en el ejército de operaciones.

Confraternización en el frente.

2-. La peculiaridad del momento actual en Rusia consiste en el paso de la primera etapa de la revolución, que ha dado el poder a la burguesía por carecer el proletariado del grado necesario de conciencia y de organización, a su segunda etapa,

que debe poner el poder en manos del proletariado y de las capas pobres del campesinado.

Este tránsito se caracteriza, de una parte, por el máximo de legalidad (Rusia es hoy el más libre de todos los países beligerantes); de otra parte, por la ausencia de violencia contra las masas y, finalmente, por la confianza inconsciente de éstas en el gobierno de los capitalistas, los peores enemigos de la paz y del socialismo.

Esta peculiaridad exige de nosotros habilidad para adaptarnos a las condiciones especiales de la labor del partido entre masas inusitadamente amplias del proletariado que acaban de despertar a la vida política.

3-. Ningún apoyo al Gobierno Provisional; explicar la completa falsedad de todas sus promesas, sobre todo de la renuncia a las anexiones. Desenmascarar a este gobierno, que es un gobierno de capitalistas, en vez de propugnar la inadmisible e ilusoria “exigencia” de que deje de ser imperialista.

4.- Reconocer que, en la mayor parte de los Soviets de diputados obreros, nuestro partido está en minoría y, por el momento, en una minoría reducida, frente al bloque de todos los elementos pequeñoburgueses y oportunistas -sometidos a la influencia de la burguesía y que llevan dicha influencia al seno del proletariado-, desde los socialistas populares y los socialistas revolucionarios hasta el Comité de Organización, etc.

Explicar a las masas que los Soviets de diputados obreros son la única forma posible de gobierno revolucionario y que, por ello, mientras este gobierno se someta a la influencia de la burguesía, nuestra misión sólo puede consistir en explicar los errores de su táctica de un modo paciente, sistemático, tenaz y adaptado especialmente a las necesidades prácticas de las masas.

Mientras estemos en minoría, desarrollaremos una labor de crítica y esclarecimiento de los errores, propugnando al mismo tiempo, la necesidad de que todo el poder del Estado pase a los Soviets de diputados obreros, a fin de que, sobre la base de la experiencia, las masas corrijan sus errores.

5.- No una república parlamentaria -volver a ella desde los Soviets de diputados obreros sería dar un paso atrás- sino una república de los Soviets de diputados obreros, braceros y campesinos en todo el país, de abajo arriba.

Supresión de la policía, del ejército y de la

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burocracia.1

La remuneración de los funcionarios, todos ellos elegibles y amovibles en cualquier momento, no deberá exceder del salario medio de un obrero calificado.

6.- En el programa agrario, trasladar el centro de gravedad a los Soviets de diputados braceros.

Confiscación de todas las tierras de los latifundios.

Nacionalización de todas las tierras del país, de las que dispondrán los Soviets locales de diputados braceros y campesinos. Creación de Soviets especiales de diputados de los campesinos pobres. Hacer de cada gran finca (con una extensión de 100 a 300 deciatinas, según las condiciones locales y de otro género y a juicio de las instituciones locales) una hacienda modelo bajo el control del Soviet de diputados braceros y sobre bases colectivas.

Nacionalización de todas las tierras del país, de las que dispondrán los Soviets locales de diputados braceros y campesinos. Creación de Soviets especiales de diputados campesinos pobres. Hacer de cada gran finca (con una extensión de 100 a 300 deciatinas, según las condiciones locales y de otro género y a juicio de las instituciones locales) una hacienda modelo bajo el control de diputados braceros y a cuenta de la administración local.

7.- Fusión inmediata de todos los bancos del país en un Banco Nacional único, sometido al control de los Soviets de diputados obreros.

8.- No “implantación” del socialismo como nuestra tarea inmediata, sino pasar únicamente a la instauración inmediata del control de la producción social y de la distribución de los productos por los Soviets de diputados obreros.

9.- Tareas del partido:

a) celebración inmediata de un congreso del partido;

b) modificación del programa del partido, principalmente:

1) sobre el imperialismo y la guerra imperialista,

2) sobre la posición ante el Estado y nuestra reivindicación de un “Estado-Comuna”2

3) reforma del programa mínimo, ya anticuado;

c) cambio de denominación del partido3

10.- Renovación de la Internacional. Iniciativa de constituir una Internacional revolucionaria, una Internacional contra los socialchovinistas y contra el “centro”.4

Para que el lector comprenda por qué hube de resaltar de manera especial, como rara excepción, el “caso” de opositores de buena fe, le invito a comparar estas tesis con la siguiente objeción del señor Goldenberg: Lenin -dice- “ha enarbolado la bandera de la guerra civil en el seno de la democracia revolucionaria”.

Una perla, ¿verdad?

Escribo, leo y machaco: “Dada la indudable buena fe de grandes sectores de defensistas revolucionarios de filas..., dado su engaño por la burguesía, es preciso aclararles su error de un modo singularmente minucioso, paciente y perseverante...”

Y esos señores de la burguesía, que se llaman socialdemócratas, que no pertenecen ni a los grandes sectores ni a los defensistas revolucionarios de filas, tienen la osadía de reproducir sin escrúpulos mis opiniones, interpretándolas así: “ha enarbolado (!) la bandera (!) de la guerra civil” (¡ni en las tesis ni en el informe se habla de ella para nada!) “en el seno (!!) de la democracia revolucionaria...”

¿Qué significa eso? ¿En qué se distingue de una incitación al pogromo?

Escribo, leo y machaco: “Los Soviets de diputados obreros son la única forma posible de gobierno revolucionario y, por ello, nuestra misión sólo puede consistir en explicar los errores de su táctica de un modo paciente, sistemático, tenaz y adaptado especialmente a las necesidades prácticas de las masas...”

Pero cierta clase de opositores exponen mis puntos de vista ¡¡como un llamamiento a la “guerra civil en el seno de la democracia revolucionaria”!!

He atacado al Gobierno Provisional por no señalar un plazo, ni próximo ni remoto, para la convocatoria de la Asamblea Constituyente y limitarse a simples promesas. Y he demostrado que sin los Soviets de diputados obreros y soldados no está garantizada la convocatoria de la Asamblea Constituyente ni es posible su éxito.

¡¡¡Y se me imputa que soy contrario a la convocatoria inmediata de la Asamblea Constituyente!!!

Calificaría todo eso de expresiones “delirantes” si decenas de años de lucha política no me hubiesen enseñado a considerar una rara excepción la buena

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fe de los opositores.

En su periódico, el señor Pléjanov ha calificado mi discurso de “delirante”. ¡Muy bien, señor Pléjanov! Pero fíjese cuán torpón, inhábil y poco perspicaz es usted en su polémica. Si me pasé dos horas delirando, ¿por qué aguantaron cientos de oyentes ese “delirio”? ¿Y para qué dedica su periódico toda una columna a reseñar un “delirio”? Mal liga eso, señor Pléjanov, muy mal.

Es mucho más fácil, naturalmente, gritar, insultar y vociferar que intentar exponer, explicar y recordar cómo enjuiciaban Marx y Engels en 1871, 1872 y 1875 las experiencias de la Comuna de París y qué decían acerca del tipo de Estado que necesita el proletariado.

Por lo visto, el ex marxista señor Pléjanov no desea recordar el marxismo.

He citado las palabras de Rosa Luxemburgo, que el 4 de agosto de 1914 denominó a la socialdemocracia alemana “cadáver maloliente”. Y los señores Pléjanov, Goldenberg y cía. se sienten “ofendidos”... ¿en nombre de quién? ¡En nombre de los chovinistas alemanes, calificados de chovinistas!

Los pobres socialchovinistas rusos, socialistas de palabra y chovinistas de hecho, se han armado un lío.

1. Es decir, sustitución del ejército permanente con el armamento general del pueblo. 2. Es decir, de un Estado cuyo prototipo dio la Comuna de Paris. 3. En lugar de “socialdemocracia”, cuyos líderes oficiales han traicionado al socialismo en el mundo entero, pasándose a la burguesía (lo mismo los “defensistas” que los vacilantes “kautskianos”), debemos denominarnos Partido Comunista. 4. En la socialdemocracia internacional se llama “centro” a la tendencia que vacila entre los chovinistas (o “defensistas”) y los internacionalistas, es decir: Kautsky y Cía. en Alemania, Longuet y Cía. en Francia, Chjeídze y Cía. en Rusia, Turati y Cía. en Italia, McDonald y Cía. en Inglaterra, etc.

Lenin: Cartas sobre táctica (1917)

El marxismo exige de nosotros el análisis más exacto, objetivamente comprobable, de la correlación de las clases y de las peculiaridades concretas de cada momento histórico. Nosotros, los bolcheviques, hemos procurado siempre ser fieles a esta exigencia,

indiscutiblemente obligatoria desde el punto de vista de toda fundamentación científica de la política.

“Nuestra doctrina no es un dogma, sino una guía para la acción”: así decían siempre Marx y Engels, quienes se burlaban, con razón, del aprendizaje mecánico y de la simple repetición de “formulas” que, en el mejor de los casos, solo sirven para trazar las tareas generales, que cambian necesariamente de acuerdo con las condiciones económicas y políticas concretas de cada fase particular del proceso histórico.

¿Cuáles son los hechos objetivos, establecidos con exactitud, que deben servir hoy de guía al partido del proletariado revolucionario para determinar las tareas y las formas de su actuación?

Ya en mi primera “Carta desde lejos”, publicada en Pravda, números 14 y 15, del 21 y 22 de marzo de 1917, y también en mis tesis determine “la peculiaridad del momento actual en Rusia”, como fase de transición de la primera etapa de la revolución a la segunda. Por lo tanto, consideraba que la consigna fundamental, la “tarea del día”, en ese momento era: “¡Obreros! Habéis hecho prodigios de heroísmo proletario y popular en la guerra civil contra el zarismo. Tendréis que hacer prodigios de organización del proletariado y de todo el pueblo para preparar vuestro triunfo en la segunda etapa de la revolución”.

¿En qué consiste, pues, la primera etapa? En el paso del poder del Estado a manos de la burguesía.

Hasta la revolución de febrero-marzo de 1917, el poder del Estado en Rusia se encontraba en manos de una vieja clase, a saber: la nobleza feudal - terrateniente, encabezada por Nicolás Romanov. Después de esta revolución, el poder ha pasado a manos de otra clase, de una clase nueva, a saber: la burguesía.

El paso del poder del Estado de manos de una clase a manos de otra es el primer rasgo, el principal, el fundamental de la revolución, tanto en el significado rigurosamente científico como en el sentido político-práctico de este concepto. Por tanto, la revolución burguesa o democrática burguesa en Rusia ha terminado.

Aquí oímos el alboroto de las réplicas de aquellos a quienes gusta llamarse “viejos bolcheviques”: ¿Acaso no he dicho siempre que la revolución democrática burguesa seria terminada solamente por la “dictadura democrática revolucionaria del proletariado y de los campesinos”? ¿Acaso la revolución agraria, también

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democrática burguesa, ha terminado? ¿Acaso no es, por el contrario, un hecho que esta última todavía no ha comenzado?

Contesto: las consignas y las ideas bolcheviques, en general, han sido plenamente confirmadas por la historia, pero, concretamente, las cosas han resultado de otro modo de lo que podía (quienquiera que fuese) esperar, de un modo más original, más peculiar, más variado.

Desconocer, olvidar este hecho, significaría semejarse a aquellos “viejos bolcheviques”, que ya más de una vez desempeñaron un triste papel en la historia de nuestro partido, repitiendo una fórmula tontamente aprendida, en vez de dedicarse al estudio de las nuevas peculiaridades de la nueva y viva realidad.

“La dictadura democrática revolucionaria del proletariado y de los campesinos” ya se ha realizado en la revolución rusa en cierta forma y hasta cierto grado, puesto que esta “formula” solo prevé una correlación de clases y no una institución política concreta llamada a realizar esta correlación, esta colaboración. El “Soviet de diputados obreros y soldados” es ya la realización, impuesta por la vida, de la “dictadura democrática revolucionaria del proletariado y de los campesinos”.

Esta fórmula ha caducado ya. La vida la ha trasladado del reino de las fórmulas al reino de la realidad, haciéndola de carne y hueso, concretándola, y, con ello, transformándola.

A la orden del día se plantea ya otra nueva tarea: la escisión entre los elementos proletarios (antidefensistas, internacionalistas, “comunistas”, partidarios del paso a la comuna) dentro de esta dictadura y los elementos partidarios de la pequeña propiedad o pequeñoburgueses (Chjeidze, Tsereteli, Steklov, los socialistas-revolucionarios y otros tantos defensistas revolucionarios, enemigos de tomar el camino de la comuna, partidarios del “apoyo” a la burguesía y al gobierno burgués).

Quien ahora hable solamente de la “dictadura democrática revolucionaria del proletariado y de los campesinos”, se ha rezagado de la realidad y, por esta razón, se ha pasado de hecho a la pequeña burguesía contra la lucha proletaria de clase y hay que mandarlo al archivo de las curiosidades “bolcheviques” prerrevolucionarias (al archivo que podríamos llamar “de los viejos bolcheviques”).

La dictadura democrática revolucionaria del proletariado y de los campesinos se ha realizado ya,

pero de un modo sumamente original, con una serie de importantísimos cambios. De ellos hablare aparte en una de mis cartas posteriores. Por ahora es necesario asimilarse la verdad indiscutible de que un marxista debe tener en cuenta la vida real, los hechos exactos de la realidad, y no seguir aferrándose a la teoría de ayer, que, como toda teoría, en el mejor de los casos, solo traza lo fundamental, lo general, solo abarca de un modo aproximado la complejidad de la vida. “La teoría, amigo mío, es gris; pero el árbol de la vida es eternamente verde”1.

Quien plantee la cuestión de la “terminación” de la revolución burguesa al viejo estilo, sacrifica el marxismo vivo en aras de la letra muerta.

Con arreglo al viejo estilo resulta que tras el dominio de la burguesía puede y debe llegar el dominio del proletariado y del campesinado, su dictadura. Pero en la vida real las cosas han resultado ya de otro modo: ha resultado un entrelazamiento de lo uno y de lo otro en forma extraordinariamente original, nueva e inaudita. Existen paralelamente, juntos, simultáneamente, tanto el dominio de la burguesía (gobierno de Lvov y Guchkv) como la dictadura democrática revolucionaria del proletariado y del campesinado, que voluntariamente entrega el poder a la burguesía, convirtiéndose voluntariamente en apéndice suyo.

Pues no se debe olvidar que, de hecho, en Petrogrado el poder está en manos de los obreros y soldados: el nuevo gobierno no ejerce, ni puede ejercer, violencia alguna contra ellos, puesto que no existe policía, ni ejercito separado del pueblo, ni burocracia que se sitúe de un modo omnipotente por encima del pueblo. Esto es un hecho. Este es precisamente el hecho característico de un Estado del tipo de la Comuna de Paris. Este hecho no encaja en los esquemas antiguos. Es necesario saber adaptarse a los esquemas a la vida y no repetir las palabras sobre la “dictadura del proletariado y de los campesinos” en general, que se han vuelto absurdas.

Para enfocarla mejor, abordemos la cuestión desde otro aspecto. Un marxista no debe apartarse del terreno exacto del análisis de las relaciones entre clases. En el poder se encuentra la burguesía. ¿Pero acaso la masa de campesinos no es también una burguesía de otra capa, de otro género, de un carácter distinto? ¿De dónde se deduce que esta capa no puede llegar al poder, “terminando” la revolución democrática burguesa? ¿Por qué no es posible? Así razonan con frecuencia los viejos bolcheviques.

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Contesto: esto es muy posible. Pero un marxista, al apreciar el momento dado, no debe partir de lo posible, sino de lo real. Y la realidad nos demuestra el hecho de que los diputados soldados y campesinos, libremente elegidos, entran libremente a formar parte del segundo gobierno, del gobierno paralelo completándolo, desarrollándolo perfeccionándolo también libremente. Y con la misma libertad entregan el poder a la burguesía: fenómeno que no “contradice” en lo más mínimo la teoría del marxismo, puesto que siempre hemos sabido e indicado reiteradamente que la burguesía se mantiene no solo por medio de la violencia, sino también gracias a la falta de conciencia, la rutina, la ignorancia y la desorganización de las masas. Y ante esta realidad de hoy, es francamente ridículo volver la espalda a los hechos y hablar de las “posibilidades”.

Es posible que los campesinos tomen toda la tierra y todo el poder. Yo no solo no pierdo de vista esta posibilidad ni limito mi horizonte al día de hoy, sino que formulo, directa y exactamente, el programa agrario teniendo en cuenta un nuevo fenómeno: la escisión más profunda entre los jornaleros del campo y los campesinos pobres, de un lado, y los propietarios campesinos, de otro.

Pero también es posible que suceda otra cosa: es posible que los campesinos sigan los consejos del partido pequeñoburgués eserista, influenciado por la burguesía y que se ha pasado a la posición defensista, que les aconseja esperar hasta la Asamblea Constituyente, a pesar de que, hasta ahora, ni siquiera se ha fijado la fecha de su convocatoria. Es posible que los campesinos conserven, continúen su pacto con la burguesía, pacto concertado por ellos en la actualidad por medio de los Soviets de diputados obreros y soldados no solo de un modo formal, sino también de hecho.

Son posibles muchas cosas. Sería el más craso de los errores olvidarse del movimiento agrario y del programa agrario. Pero un error igual constituiría el olvidarse de la realidad, que nos indica el hecho del acuerdo -o empleando un término más exacto, menos jurídico, de mayor sentido económico-clasista-, el hecho de la colaboración entre las clases: la burguesía y el campesinado.

Cuando este hecho deje de ser un hecho, cuando el campesinado se separe de la burguesía, tome la tierra, a pesar de ella, se adueñe del poder, contra ella, entonces esta será una nueva etapa de la revolución democrática burguesa, de la que hablaremos aparte.

El marxista que ante la posibilidad de semejante etapa futura olvide sus deberes en la actualidad, cuando el campesinado pacta con la burguesía, se convertirá en un pequeño burgués. Pues de hecho predicará al proletariado confianza en la pequeña burguesía (“ella, la pequeña burguesía, el campesinado, todavía dentro de los límites de la revolución democrática burguesa, tendrá que separarse de la burguesía”). Ante la “posibilidad” de un futuro agradable y dulce, en que el campesinado no vaya a remolque de la burguesía, y los socialistas-revolucionarios, los Chjeidze, los Tsereteli y los Steklov, no sean apéndice del gobierno burgués, ante esta “posibilidad”, dicho marxista olvidará el presente desagradable, en que el campesinado sigue yendo a remolque de la burguesía, en que los eseristas y socialdemócratas no han abandonado todavía su papel de apéndice del gobierno burgués, su papel de la oposición de “Su Majestad”2 Lvov.

¿Pero quizá corremos el peligro de caer en el subjetivismo, de querer “saltar por encima” de la revolución de carácter democrático burgués, aun no terminada -trabada todavía por el movimiento campesino-, a la revolución socialista?

Si yo hubiese dicho: “Sin zar, por un gobierno obrero”3, me amenazaría semejante peligro. Pero yo no he dicho eso, he dicho otra cosa distinta. Yo he afirmado que fuera de los Soviets de diputados obreros, braceros, soldados y campesinos no puede haber otro gobierno en Rusia (sin contar el gobierno burgués). Yo he afirmado que el poder en Rusia puede pasar, ahora, de Guchkov y Lvov únicamente a estos Soviets, y en ellos justamente prevalecen los campesinos, prevalecen los soldados, prevalece la pequeña burguesía, para expresarlo en términos científicos, marxistas, y no empleando una caracterización habitual, filistea, ni profesional, sino una caracterización clasista.

En mis tesis, me aseguré completamente de todo salto por encima del movimiento campesino o, en general, pequeñoburgués aún latente, de todo juego a la “conquista del poder” por parte de un gobierno obrero, de cualquier aventura blanquista, puesto que me refería directamente a la experiencia de la Comuna de Paris. Como se sabe, y como lo indicaron detalladamente Marx en 1871 y Engels en 1891, esta experiencia excluía totalmente el blanquismo4, asegurando completamente el dominio directo, inmediato e incondicional de la mayoría y la actividad de las masas, solo en la medida de la actuación consciente de la mayoría misma.

En las tesis reduje la cuestión, con plena claridad,

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a la lucha por la influencia dentro de los Soviets de diputados obreros, braceros, campesinos y soldados. Para no dejar asomo de duda a este respecto, subrayé dos veces, en las tesis, la necesidad de un trabajo de paciente e insistente “explicación”, “que se adapte a las necesidades prácticas de las masas”.

Gente ignorante o renegados del marxismo, como el señor Plejanov y otros, pueden gritar sobre anarquismo, blanquismo, etc. Quien quiera meditar y estudiar deberá comprender que el blanquismo significa la conquista del poder por una minoría, mientras que los Soviets de diputados obreros, etc., constituyen evidentemente una organización directa e inmediata de la mayoría del pueblo. El trabajo o la lucha por la influencia dentro de tales Soviets no puede, sencillamente no puede, desviarse a la charca del blanquismo. Y tampoco puede caer en la charca del anarquismo, puesto que el anarquismo es la negación de la necesidad del Estado y del poder estatal en la época de transición del dominio de la burguesía al dominio del proletariado. Mientras que yo defiendo, con una claridad que excluye toda posibilidad de confusión, la necesidad del Estado en esta época, pero -de acuerdo con Marx y con la experiencia de la Comuna de Paris-, no de un Estado parlamentario burgués de tipo corriente, sino de un Estado sin un ejército permanente, sin una policía opuesta al pueblo, sin una burocracia situada por encima del pueblo.

Veamos ahora como formula el camarada Y. Kamenev, en el comentario del número 27 de Pravda, sus “discrepancias” con mis tesis y concepciones expuestas más arriba. Ello nos ayudará a esclarecerlas con mayor exactitud.

“En lo que respecta al esquema general del camarada Lenin -dice el camarada Kamenev- nos parece inaceptable, ya que arranca del reconocimiento de que la revolución democrática burguesa ha terminado y confía en la transformación inmediata de esta revolución en socialista...”

Tenernos aquí dos grandes errores. Primero. El problema de la “terminación” de la revolución democrática burguesa está planteado erróneamente. Este problema es enfocado de una manera abstracta, simple, unicolor, por así decirlo, que no corresponde a la realidad objetiva. Quien plantea así la cuestión, quien pregunta ahora si “está terminada o no la revolución democrática burguesa”, y nada más, se priva a sí mismo de la posibilidad de comprender la realidad, extraordinariamente compleja y, por lo menos, “bicolor”. Eso en el terreno de la teoría. Y en el terreno de la práctica, se rinde impotente ante el

revolucionarismo pequeñoburgués.

En efecto. La realidad nos muestra tanto el paso del poder a la burguesía (la revolución democrática burguesa de tipo corriente “terminada”) como la existencia, al lado del gobierno autentico, de otro accesorio, que representa la “dictadura democrática revolucionaria del proletariado y de los campesinos”. Este último “también-gobierno” ha cedido él mismo el poder a la burguesía, se ha atado él mismo al gobierno burgués.

¿Abarca esta realidad la fórmula de viejos bolcheviques del camarada Kamenev: “la revolución democrática burguesa no ha terminado”? No, la formula ha envejecido. No sirve para nada. Está muerta. Y serán inútiles las tentativas de resucitarla.

Segundo. La cuestión práctica. Se desconoce si ahora puede todavía existir en Rusia una “dictadura democrática revolucionaria del proletariado y de los campesinos” independiente, apartada del gobierno burgués. No se debe basar la táctica marxista en lo desconocido.

Pero si eso puede ocurrir aun, el camino para llegar a ello es uno y solo uno: la separación inmediata, resuelta e irreversible entre los elementos proletarios, comunistas, del movimiento y los elementos pequeñoburgueses.

¿Por qué? Porque toda la pequeña burguesía no ha girado de manera casual, sino necesariamente, hacia el chovinismo (=defensismo), hacia el “apoyo” a la burguesía, hacia la dependencia de ella, hacia el temor de pasarse sin ella, etc., etc.

¡Cómo se puede “empujar” a la pequeña burguesía al poder si esta pequeña burguesía puede tomarlo ya, hoy, pero no lo quiere! Únicamente con la separación del partido proletario, comunista, con la lucha de clase proletaria exenta de la timidez de esos pequeños burgueses. Solo la cohesión de los proletarios, libres de hecho, y no de palabra, de la influencia de la pequeña burguesía, es capaz de hacer “arder” de tal modo la tierra bajo las plantas de la pequeña burguesía que esta, en determinadas condiciones, se vea obligada a tomar el poder; no está excluido, incluso, que Guchkov y Miliukov se declaren partidarios -también en determinadas circunstancias- del poder ilimitado, del poder absoluto de Chjeidze, de Tsereteli, de los eseristas, de Steklov, porque, pese a todo, son “defensistas”.

Quien separa ahora mismo, inmediata e irreversiblemente, a los elementos proletarios,

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que forman parte de los Soviets (es decir, al partido proletario, comunista), de los elementos pequeñoburgueses, expresa con acierto los intereses del movimiento en ambos casos posibles: tanto en el caso de que Rusia pase aun por la “dictadura del proletariado y del campesinado” independiente, separada, no subordinada a la burguesía, como en el caso de que la pequeña burguesía no sepa desligarse de la burguesía y vacile eternamente (es decir, hasta el socialismo) entre ella y nosotros.

Quien se guía en su actividad únicamente por la simple formula de la “revolución democrática burguesa no ha terminado”, contrae en cierto sentido el compromiso de garantizar que la pequeña burguesía tiene la probabilidad de ser independiente de la burguesía. Y con ello se entrega impotente, en el momento actual, a merced de la pequeña burguesía.

A propósito. Al hablar de la “formula” de la dictadura del proletariado y de los campesinos, será oportuno recordar que en Dos tácticas (julio de 1905) subrayaba especialmente: “La dictadura democrática revolucionaria del proletariado y de los campesinos tiene, como todo el mundo, su pasado y su porvenir. Su pasado es la autocracia, el régimen feudal, la monarquía, los privilegios... Su porvenir es la lucha contra la propiedad privada, la lucha del obrero asalariado contra el patrono, la lucha por el socialismo...”

El error del camarada Kamenev consiste en que en 1917 sigue mirando solo al pasado de la dictadura democrática revolucionaria del proletariado y de los campesinos. Mas para ella ha empezado ya, de hecho, el porvenir, pues los intereses y la política del obrero asalariado y del pequeño patrono se han divorciado ya de hecho y, además, ante un problema tan importantísimo como el “defensismo”, como la actitud frente a la guerra imperialista.

Y llego así al segundo error de las mencionadas consideraciones del camarada Kamenev. Me reprocha que mi esquema “confía” en la “transformación inmediata de esta revolución (la democrática burguesa) en socialista”. Eso no es justo. Lejos de “confiar” en la “transformación inmediata” de nuestra revolución en socialista, pongo en guardia francamente contra ello, declaro sin rodeos en la tesis numero 8: “...No “implantación” del socialismo como nuestra tarea inmediata.”

¿No está claro que quien confiase en la transformación inmediata de nuestra revolución en socialista no podría levantarse contra la tarea inmediata de

implantar el socialismo?

Es más. En Rusia es incluso imposible implantar “inmediatamente el “Estado-Comuna” (es decir, el Estado organizado según el tipo de la Comuna de Paris), pues para ello es necesario que la mayoría de los diputados en todos los Soviets (o en su mayor parte) comprendan claramente hasta qué extremo son erróneas y nocivas la táctica y la política de los eseristas, Chjeidze, Tsereteli, Steklov y demás. ¡Pero yo he declarado con toda precisión que en este terreno “confío” solo en el esclarecimiento “paciente” (‘hace falta, acaso, tener paciencia para conseguir un cambio que se puede realizar “inmediatamente”?)!

El camarada Kamenev ha procedido un poquito “impacientemente” y ha repetido el prejuicio burgués de que la Comuna de Paris quería implantar “inmediatamente” el socialismo. Eso no es así. La Comuna, por desgracia, demoró demasiado la implantación del socialismo. La esencia autentica de la Comuna no está donde la buscan habitualmente los burgueses, sino en la creación de un Estado de tipo especial. ¡Y ese Estado ha nacido ya en Rusia, son precisamente los Soviets de diputados obreros y soldados!

El camarada Kamenev no ha reflexionado sobre el hecho, sobre la significación de los Soviets existentes, sobre su identidad con el Estado de la Comuna por el tipo, por el carácter sociopolítico, y en vez de estudiar el hecho, ha hablado de algo en lo que yo “confío”, según él, como en un futuro “inmediato”. Ha resultado, lamentablemente, una repetición del procedimiento que emplean muchos burgueses: se desvía la atención del problema de que son los Soviets de diputados obreros y soldados, de si son por su tipo superiores a la republica parlamentaria, de si son más útiles para el pueblo, de si son más democráticos, de si son más adecuados para luchar, por ejemplo, contra la falta de pan etc.: se desvía la atención de este problema candente, real, puesto por la vida a la orden del día, hacia el problema fútil, aparentemente científico, pero de hecho baladí, escolástico, de la “confianza en la transformación inmediata”. Es un problema fútil, planteado falsamente. Yo “confío” única y exclusivamente en que los obreros, los soldados y los campesinos resolverán mejor que los funcionarios, mejor que los policías, los difíciles problemas prácticos de intensificarla producción de cereales, de mejorar su distribución, de abastecer mejor a los soldados, etc., etc. Estoy profundísimamente convencido de que los Soviets de diputados obreros y soldados llevaran a la práctica la independencia de la masa del pueblo con mayor rapidez y mejor que la republica parlamentaria

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(en otra carta compararemos con más detalle ambos tipos de Estado). Los Soviets de diputados obreros y soldados decidirán mejor, de manera más práctica y con mayor acierto que pasos hay que dar hacia el socialismo y cómo darlos. El control del banco y la fusión de todos los bancos en uno solo no es todavía el socialismo, pero es un paso hacia el socialismo. Hoy dan pasos de ese tipo contra el pueblo los junkers y los burgueses de Alemania. Mañana sabrá darlos muchísimo mejor en beneficio del pueblo el Soviet de diputados obreros y soldados, si tiene en sus manos todo el poder del Estado.

¿Y qué es lo que obliga a dar esos pasos? El hambre. El desbarajuste de la economía. La bancarrota amenazante. Los horrores de la guerra. Los horrores de las heridas causadas por la guerra contra la humanidad.

El camarada Kamenev termina su comentario declarando que “espera defender su punto de vista en una amplia discusión como único posible para la socialdemocracia revolucionaria, ya que esta quiere y deberá ser hasta el fin el partido de las masas revolucionarias del proletariado, y no convertirse en un grupo de propagandistas comunistas”.

Me parece que estas palabras evidencian una apreciación profundamente errónea del momento. El camarada Kamenev contrapone el “Partido de las masas a “un grupo de propagandistas”. Pero las “masas” se han dejado llevar precisamente ahora por la embriaguez del defensismo “revolucionario”. ¿No será más decoroso también para los internacionalistas saber oponerse en un momento como este a la embriaguez “masiva” que “querer seguir” con las masas, es decir, contagiarse de la epidemia general? ¿Es que no hemos visto en todos los países beligerantes europeos cómo se justificaban los chovinistas con el deseo de “seguir” con las masas? ¿No es obligatorio, acaso, saber estar en minoría durante cierto tiempo frente a la embriaguez “masiva”? ¿No es precisamente el trabajo de los propagandistas en el momento actual el punto central para liberar la línea proletaria de la embriaguez defensista y pequeñoburguesa “masiva”? Cabalmente la unión de las masas, proletarias y no proletarias, sin importar las diferencias de clase en el seno de las masas, ha sido una de las premisas de la epidemia defensista. No creemos que este bien hablar con desprecio de “un grupo de propagandistas” de la línea proletaria.

1.- Lenin cita palabras de Mefistófeles, personaje de la tragedia Fausto de J.W. Goethe.

2.- Expresión de P. Miliukov, líder del partido de los demócratas-constitucionalistas, quien en 1909 había dicho: “Mientras en Rusia exista la cámara legislativa que controla el presupuesto, la oposición rusa seguirá siendo la oposición de Su Majestad y no la oposición a Su Majestad”.

3.- Consigna antibolchevique lanzada por primera vez en 1905. Era uno de los postulados fundamentales de la teoría trotskista de la “revolución permanente”.

4.- Corriente socialista utópica fundada por el revolucionario francés Augusto Blanqui (1805 - 1881). Básicamente, el desconocimiento de las leyes de la lucha de clases llevaba a los blanquistas a sustituir la la labor del partido de vanguardia en la conducción del movimiento de masas por la acción resuelta de un grupo de conspiradores.

Lenin: El imperialismo, fase superior del capitalismo (1916). Resumen de elaboración propia

Los rasgos económicos del imperialismo

En el debate teórico sobre la naturaleza del imperialismo, las posiciones en la II Internacional rondaron sobre la idea unilateral de que se trataba de una cuestión de comercio exterior o de “intercambio desigual” entre “centro y periferia”, que luego ha proliferado en la posteridad.

Para Lenin, el imperialismo es el capitalismo altamente desarrollado, cuya esencia económica es el monopolio, y cuyos rasgos principales describe y articula, desde la concepción materialista de la historia, por los cambios operados en la producción (y no por la esfera de la circulación y los mercados). Los cinco rasgos económicos principales descritos por Lenin son:

1) El elevado desarrollo de la producción capitalista conduce al monopolio (hoy desplegado en las empresas monopolistas que dominan la economía de todos los países);

2) el nuevo papel de los bancos y la fusión de estos con el capital industrial lleva a la formación del capital financiero y al poder de la oligarquía financiera (hoy representado por ej. en el FMI, Banco Mundial, etc.);

3) la exportación de capital adquiere una gran importancia respecto a la exportación de mercancías, característica de la fase precedente (fenómeno patentizado en las siderales deudas internas y externas);

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4) la formación de asociaciones de capitalistas internacionales que se reparten el mundo (empresas trasnacionales) y

5) la terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes (lo que conduce, invariablemente, a guerras por nuevos repartos).

Hay que señalar, por tanto, el paso del capitalismo de libre concurrencia al ascenso del capitalismo monopolista. Lenin señala:

1) que las décadas de 1860-1880, representan “el punto culminante de la libre competencia”;

2) que ya la crisis de 1873 impulsa la creación de los cárteles, como “un fenómeno pasajero”, y

3) que es la crisis de 1900-1903 la que hace de la cartelización de la industria una base poderosa de la vida económica, operando la transformación del capitalismo en imperialismo.

Lenin no deja de evocar la gran contribución de Marx al exponer la ley de concentración y centralización del capital, en la época del capitalismo concurrencial, cuando la libre competencia era concebida por la economía burguesa como el “orden natural” de la vida económica. En ese sentido, la perspectiva histórica trazada por Marx se había impuesto de forma evidente. Recordemos al efecto la diferencia entre concentración y centralización, establecida por Marx en El Capital. A diferencia de la mera concentración de capital que todo capitalista individual representa, la centralización de capital significa: “concentración de capitales ya formados, abolición de la independencia individual, expropiación de un capitalista por otro, transformación de muchos capitales menores en pocos capitalistas mayores”. Y añadía Marx: “La centralización alcanzaría su límite extremo en una rama dada de la producción cuando todos los capitales invertidos en ella se fundieran en un capital único”. A lo que agrega Engels en una nota a la cuarta edición: “Los recientísimos ‘trusts’ ingleses y norteamericanos tienden ya a esa finalidad, intentando unificar en una gran sociedad anónima, con un monopolio práctico, a todas las grandes empresas, por lo menos de una rama económica”.

El monopolio en la producción capitalista

Los monopolios capitalistas son grandes o gigantescas empresas que concentran la mayor parte de la producción en las principales ramas de la industria. Esta supremacía les permite fijar los precios en el mercado y obtener elevadas ganancias de forma

continuada, de ahí que las formas monopolistas más destacables de los comienzos sean los cárteles, trusts, sindicatos y consorcios. En el surgimiento de los monopolios, finales del siglo XIX, interviene el desarrollo de las fuerzas productivas que caracteriza a la llamada Segunda Revolución Industrial, y la reorganización de las relaciones de producción que lleva a la creación de la gran empresa:

a) Las grandes o gigantescas empresas aparecen como resultado y agente de la monopolización, señaladamente en Alemania, Inglaterra y Estados Unidos. En contraste con la típica empresa individual o familiar del siglo XIX, la formación de la gran empresa, luego corporaciones gigantes, están vinculadas a las sociedades anónimas. Ilustrando los efectos de la centralización de capital, ya Marx había señalado: “El mundo no contaría aún con ferrocarriles si hubiera tenido que esperar hasta que la acumulación (de capital) hubiera puesto algunos capitales individuales a la altura de la construcción de ferrocarriles. En cambio, la centralización consiguió eso en un abrir y cerrar de ojos, gracias a las sociedades por acciones”. Pero no quedan ahí los efectos de la centralización. “La masa de capitales fundidos de un día para otro por la centralización -agrega Marx- se reproducen y aumentan como los demás, aunque más deprisa y se convierten así en nuevas palancas potentes de la acumulación social. Por eso cuando se habla del progreso de la acumulación social se incluye implícitamente los efectos de la centralización”.

b) Pese a que los cárteles y trusts se habían fraguado bajo los efectos de las crisis económicas, la estabilización y expansión de las primeras formas monopolistas hizo concebir la idea de que los monopolios reducían el alcance de las crisis económicas. En los círculos revisionistas del marxismo se argumentaba el dominio del mercado que suponía la organización del monopolio, frente al desconocimiento del mercado que caracterizaba a la competencia anárquica de las empresas no monopolistas. De lo cual se deducía que, si las crisis parciales eran factibles, una crisis general de superproducción sería imposible, dada la correspondencia del volumen de producción monopolizada con la demanda de la misma.

Lenin, por el contrario, considera que la eliminación de la crisis por los monopolios “es una fábula de los economistas burgueses, los cuales ponen todo su empeño en embellecer el capitalismo”. Primero, porque considera que “el monopolio que se crea en varias ramas aumenta y agrava el caos propio de todo el sistema de la producción capitalista en su conjunto”; segundo, porque “se acentúa

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aún más la desproporción entre el desarrollo de la agricultura y el de la industria, desproporción que es característica del capitalismo en general”; tercero, porque “la situación de privilegio en que se halla la industria más cartelizada, lo que se llama industria pesada, particularmente la hulla y el hierro determinan en las demás ramas de la industria la falta mayor de armonía”; cuarto, porque “junto a ello los progresos extremadamente rápidos de la técnica traen aparejados consigo cada vez más elementos de desproporción entre las distintas parte de la economía nacional, elementos de caos y crisis”, y quinto, porque “las crisis -crisis de todas clases, sobre todo las económicas, pero no sólo éstas- aumentan a su vez, en proporciones enormes, la tendencia a la concentración y el monopolio”.

c) La contradicción netamente capitalista entre el carácter social de la producción y la concentración de la propiedad privada de los medios de producción en pocas manos, se agudiza bajo el imperialismo. Eso significa, 1) que el imperialismo “arrastra, por decirlo así, a los capitalistas, en contra de su voluntad y de su conciencia, a un cierto nuevo régimen social, la transición entre la absoluta libertad de competencia y la socialización completa”; 2) el yugo monopolista “sobre el resto de la población se hace cien veces más duro, más sensible, más insoportable”; 3) “aunque la producción mercantil sigue ‘reinando’ como antes y es considerada la base de toda la economía, en realidad se halla ya quebrantada, y las ganancias principales van a parar a los ‘genios’ de las maquinaciones financieras”.

El nuevo papel de los bancos

La crisis de 1900 también intervino en el proceso de concentración y centralización de la banca en las economías nacionales avanzadas, arrojando cuatro aspectos principales en la transformación del capitalismo en imperialismo:

a) El proceso por el cual “los bancos se convierten en monopolios omnipotentes que disponen de casi todo el capital monetario de todos los capitalistas y pequeños patronos, así como de la mayor parte de los medios de producción, y de las fuentes de materias primas de uno o muchos países”. El incremento del capital bancario como la expansión de las redes bancarias (por el número de oficinas y el drenaje de ingresos de todo género), redunda en otro aspecto del papel de los bancos, señalado por Marx: “Los bancos crean a escala social la forma y nada más que la forma de la contabilidad general y la distribución de los medios de producción”.

b) Entrelazamiento de los grandes bancos con la industria. Este aspecto, subraya Lenin, es el más evidente del nuevo papel de los bancos. Los bancos no se resignan a ser simples intermediarios y aspiran a la ganancia monopolista y hacerse copropietarios de las empresas, por medio de los hilos que facilitan las sociedades anónimas. El entrelazamiento, por medio de este u otros procedimientos, contribuye a dar celeridad e intensidad a los monopolios en la industria y el comercio, al tiempo que supone el resultado de la subordinación, cada vez mayor, del capital industrial. Dada la magnitud del negocio bancario y las relaciones de control de los bancos con las empresas industriales afines y los grupos de empresa que giran en su órbita, aparece una especialización de la banca y la introducción de los servicios de estudios financieros que sirven a esos fines.

c) La “unión personal” de los grandes bancos con las grandes empresas industriales y comerciales, se refuerza con la “unión personal” de estos con los altos funcionarios de los gobiernos.

d) El poder de los bancos influye en la pérdida de importancia del papel de la bolsa, “desde el momento que los bancos pueden colocar la mayor parte de las emisiones entre sus clientes”, resumido en el dicho de que “todo banco es una bolsa”. Esta circunstancia típica del caso alemán, era interpretada como “la expresión del Estado Industrial, completamente organizado y la manifestación de la “regulación consciente” de las leyes económicas a través de los bancos”. A lo cual responde Lenin: que esa regulación consciente a través de los bancos consiste en el despojo del público por un puñado de monopolios “completamente organizados”. Por eso, de este periodo datan las quejas del pequeño capital, contra el “terrorismo de los bancos”.

El poder de la oligarquía financiera

La fusión de los grandes bancos con la gran industria da como resultado la aparición del capital financiero. El capital financiero predomina sobre las otras ramas del capital en la etapa imperialista. El dominio “monstruoso” de la oligarquía financiera que dispone de considerables fortunas en capital dinero, por lo cual crea “una espesa red de relaciones de dependencia sobre todas las instituciones económicas y políticas de la sociedad burguesa contemporánea sin excepción”.

Un medio de reforzar el poder piramidal de los grupos financieros, son las redes creadas por la difusión de las sociedades por acciones y el “sistema de

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participación” entre éstas. El sistema de participación consiste en la posesión de acciones de una compañía por otra. De esta suerte, un grupo financiero adquiere el control de una sociedad anónima, sin una gran inversión, mediante un paquete de control del total de las acciones, y puede, a partir del capital de esta “sociedad madre”, crear otra sociedad anónima “hija”, que a su vez puede crear otra “sociedad nieta”, en todas las cuales el grupo financiero en cuestión tiene el paquete de control y ocupa el papel dirigente. Estos efectos multiplicadores del poder de los grupos financieros cuentan con la impunidad para realizar todo tipo de negocios oscuros y especulativos, dado que las distintas sociedades creadas son formalmente independientes.

A esto se suman las prácticas de ocultación, en las sociedades anónimas, los “malabarismos en los balances” (ingeniería contable), son otro de los medios empleados para engañar al público y al accionista medio, y a la vez salvarse los responsables en caso de fracaso o quiebra. No menos destacables resultan los manejos de los trusts norteamericanos, que mediante la expresión de capital “diluido” multiplicaban por ocho el monto de capital fusionado en el trust del azúcar, y que mediante la llamada “recapitalización” calculaban de antemano los beneficios monopolistas y pagaban monstruosos dividendos “diluidos”.

Frente al supuesto de “capital popular” o de “democratización del capital”, al que se presta la apología de la sociedad anónima, Lenin señala el reforzamiento que éstas representan del capital financiero, lo cual pasa por “la emisión de acciones más pequeñas”. Algo que tenía claro el capitalista alemán Siemens, al decir que “la acción de una libra esterlina es la base del imperialismo británico”.

La emisión de valores es otra de las operaciones más lucrativas del capital financiero, ya sea la emisión de valores industriales, como el servir de intermediario en la emisión de empréstitos al extranjero, (en consonancia con la importancia del capital de préstamo en la exportación de capital de este periodo). En ese sentido, Francia ocupa un papel de primer orden, dado que “el dominio de la oligarquía financiera se basa en los cuatro bancos más importantes, que gozan del monopolio absoluto en la emisión de valores. De hecho se trata de un trust de los grandes bancos. Y el monopolio garantiza beneficios monopolistas de las emisiones”.

También los procesos de urbanización de las ciudades, resultantes del crecimiento de la industria, hacen de la especulación de terrenos -por parte de

los bancos- una operación especialmente lucrativa. “En este caso -dice Lenin- el monopolio del banco se funde con el monopolio de la renta del suelo y con el monopolio del transporte, pues el aumento de los precios de los terrenos depende principalmente de los buenos medios de comunicación con la parte céntrica de la ciudad”.

El poder de la oligarquía financiera se consolida gracias a los enormes beneficios que sacan tanto de la coyuntura de auge económico, en general, como de la depresión económica, en particular, que arruina las empresas más débiles, y que los bancos adquieren “a bajo precio en su lucrativo negocio de “saneamiento” y “reorganización”. En definitiva, por la propia naturaleza y práctica de la ganancia monopolista, el dominio de los grupos financieros impone “a toda la sociedad un tributo en provecho de los monopolistas”.

El predominio del capital financiero lleva a “proporciones inmensas” la separación propiamente capitalista entre la propiedad del capital y la gestión de éste en la producción, dada la difusión de la sociedad anónima; al separar el capital dinero del capital industrial o productivo; al separar el rentista que vive del corte del cupón, el especulador que se lucra de los empréstitos, de las operaciones bursátiles y del tráfico de capitales monetarios, respecto a los empresarios y gerentes que participan en el funcionamiento del capital productivo.

Pero es justamente la potencia del capital financiero “sobre todas las demás formas de capital”, en los cuatro países más importantes de este periodo: Inglaterra, EE.UU, Francia y Alemania, lo que convierte a estos Estados en potencias financieras, “respecto a los cuales, el resto del mundo tiene funciones de deudor y tributario de esos países banqueros internacionales, de esos cuatro ‘pilares’ del capital financiero mundial”.

La exportación de capital

El sello distintivo del ascenso de los monopolios es la exportación de capital, a diferencia de la primacía en la exportación de mercancías, característica del capitalismo concurrencial o premonopolista. Lo cual, a su vez, redunda en reforzar la exportación de mercancías, introduciendo en las transacciones “los principios monopolistas”.

Ahora bien, la exportación de capitales exige dos premisas fundamentales: un excedente de capital en los países avanzados, y la creación de un mercado mundial, en el que los países atrasados ofrecen

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oportunidades de inversión más lucrativas, o donde “se han asegurado las condiciones elementales de desarrollo de la industria”. La primacía de Inglaterra, derivada de ser el primer país capitalista del mundo, explica que tras “implantar el libre cambio pretendió ser el taller del mundo, el proveedor de artículos manufacturados para todos los países, los cuales debían suministrarle a cambio materias primas”, se refleja en el volumen de exportación de capitales a sus colonias.

La exportación de capital aparece relacionada inicialmente con unos pocos países europeos, principalmente: Inglaterra, Francia y Alemania, en los que la acumulación arroja un excedente de capital, equiparable a una “maduración excesiva de capital” en las metrópolis imperialistas. A la objeción de por qué se invierte el capital fuera, en lugar de hacerlo en el propio país, ya había respondido Marx: “Cuando se envía capital al extranjero, no es porque este capital no encuentre en términos absolutos ocupación dentro del país. Es porque en el extranjero puede invertirse con una cuota más alta de ganancia.” Objeción que vuelve a plantearse y a la que responde Lenin: “Mientras el capitalismo sea capitalismo el excedente de capital no se consagra a la elevación del nivel de vida de las masas del país, ya que esto significaría la disminución de las ganancias de los capitalistas, sino al acrecentamiento de estos beneficios mediante la exportación de capitales al extranjero, a los países atrasados”.

La exportación de capital se realiza por consiguiente para obtener una ganancia más elevada, la cual, en el caso de los países atrasados, se basa en el hecho de que “los capitales son escasos, el precio de la tierra relativamente poco considerable, los salarios bajos y las materias primas baratas”. A su vez esta exportación de capital acelera el desarrollo capitalista en estos países. El imperialismo crea capitalismo y se agudiza la ley capitalista del desarrollo desigual.

El capital invertido en el extranjero por Inglaterra, Francia y Alemania hasta 1914, refleja la supremacía de Inglaterra, dada la gran magnitud de su imperio colonial; seguida por Francia cuyo exportación de capital se dirigía principalmente a otros países europeos, encabezados por Rusia, con la particularidad de que a diferencia de Inglaterra, se trataba de capital de préstamo, de empréstitos públicos. En tercer lugar, estaba Alemania, con el menor peso colonial y un capital invertido sobre todo entre Europa y América.

La exportación de capital estimula la exportación de mercancías bajo “principios monopolistas”. Esto

significa: “la utilización de las ‘relaciones’ para las transacciones provechosas”. En el caso del capital de préstamo, Lenin cita como ejemplo el que las cláusulas del empréstito imponga la inversiones de una parte del mismo en la compra de productos al país acreedor, particularmente barcos y armamentos.

El reparto económico del mundo entre los monopolios internacionales

Las asociaciones monopolistas -cárteles, sindicatos, trusts- se reparten entre sí el mercado interior, en primer lugar, al apoderarse de las principales ramas de la producción del país, para pasar luego a los mercados exteriores, en los que la exportación de capital, la existencia de las colonias y el mercado mundial preparan el terreno.

La formación de los cárteles internacionales mediante el acuerdo entre monopolios de distintos países, es considerado por Lenin “un nuevo grado de concentración mundial del capital y de la producción, un grado incomparablemente más alto que los anteriores”. Los cárteles internacionales, a semejanza de los nacionales, fijan los precios y condiciones de venta, y se reparten los mercados. Son acuerdos que afectan al campo de las materias primas, metales y fuentes de energía, como la electricidad y el petróleo.

El hecho de que en estos acuerdos internacionales se unan los monopolios privados y los monopolios estatales, significa que “tanto los unos como los otros no son más que distintos eslabones de la lucha imperialista que los más grandes monopolistas sostienen en torno al reparto del mundo”.

Los acuerdos monopolistas de los cárteles en el reparto económico del mundo son tenidos por modelos pacíficos de entendimiento internacional, en los medios burgueses y socialdemócratas. Lenin responde que eso significa ocultar y confundir los objetivos de la lucha -entre los grupos monopolistas- con las formas de lucha que revisten. Cuando son los objetivos de la lucha, los que “aclaran el sentido histórico-económico de los acontecimientos, pues la forma de lucha puede cambiar constantemente en dependencia de diversas causas, relativamente particulares y temporales, mientras la esencia de la lucha, su contenido de clase, no puede cambiar mientras subsistan las clases”. “Suplantar el contenido de la lucha y de las transacciones entre los grupos capitalistas por la forma de esta lucha y de estas transacciones (hoy pacífica, mañana no pacífica, pasado mañana otra vez no pacífica) significa descender al papel de sofista”.

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El reparto económico del mundo, la internacionalización del capital en manos de los monopolios, no es un simple efecto perverso del capitalismo, sino el único camino para la superganancia. Este reparto se hace en función de la “fuerza” de los grupos capitalistas, dado que “otro procedimiento de reparto es imposible en el sistema de la producción mercantil y del capitalismo”. Y cómo la fuerza está en razón del desarrollo económico y político, para entender las correlaciones de fuerzas “hay que saber cuáles son los problemas que se solucionan con los cambios de las fuerzas, pero saber si dichos cambios son “puramente” económicos o extraeconómicos (por ejemplo militares) es un asunto secundario que no puede hacer variar en nada la concepción fundamental sobre la época actual del capitalismo”.

El reparto del mundo entre las grandes potencias capitalistas

El rasgo distintivo a comienzos del siglo XX es el reparto territorial definitivo del planeta, por vez primera, “no en el sentido de que sea imposible repartirlo de nuevo, sino en el de que la política colonial de los países capitalistas ha terminado ya las conquistas de todas las tierras no ocupadas que había en nuestro planeta”; “de modo que lo que en adelante puede efectuarse son únicamente nuevos repartos, es decir, el paso de territorios de un ‘propietario’ a otro y no el paso de un territorio sin propietario a un ‘dueño’”.

Desde finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX se ha realizado el reparto del mundo entre Inglaterra, Francia y Alemania, las principales potencias coloniales europeas. ¿Por qué esta relación entre auge de la conquista colonial y el ascenso del capital financiero? Porque el control de las materias primas es indispensable para la solidez del dominio monopolista, que se asegura de una manera más “cómoda” y lucrativa mediante la opresión colonial. Además no se trata sólo del presente. “Para el capital financiero no tienen importancia sólo las fuentes de materias primas ya descubiertas, sino también las posibles, pues la técnica avanza en nuestros días con una rapidez increíble y las tierras hoy inservibles pueden ser convertidas mañana en tierras útiles...”.

A diferencia de la época clásica de la libre competencia, en la que la política burguesa era partidaria de la independencia de las colonias, el ascenso de los monopolios se vincula al florecimiento de la ideología y política imperialista, señaladamente durante este periodo en el caso de Inglaterra y extensible al entusiasmo por la panacea de la riqueza de las naciones. “La salvación está en el monopolio, decían

los capitalistas al fundar los cárteles, sindicatos y trusts. La salvación está en el monopolio, repetían los jefes políticos de la burguesía, apresurándose a adueñarse de las partes del mundo todavía no repartidas”.

El reparto del mundo entre las grandes potencias capitalistas abarca una variedad de formas de dependencia política-estatal. Desde las colonias, en sentido estricto, que son los países sometidos económica y políticamente a las metrópolis imperialistas, a los países semicoloniales y dependientes, que son los que, pese a gozar de independencia política, están sometidos de hecho, en mayor o menor grado, a las redes financieras del imperialismo. Y esto porque: “El capital financiero es una fuerza tan considerable, puede decirse tan decisiva, en todas las relaciones económicas e internacionales, que es capaz de subordinar y en efecto subordina, incluso a los Estados que gozan de la independencia política más completa”.

Los nuevos repartos del mundo y la redistribución de las “áreas de influencia” expresan las correlaciones de fuerzas de las potencias imperialistas, tanto en el sentido de la lucha por la supremacía entre ellas, como por la necesidad de debilitar a los adversarios.

La revolución social y la alianza con la liberación nacional de las colonias

Las grandes cuestiones que se perfilan en la coyuntura revolucionaria explicitan del todo la teoría del imperialismo, en su sentido político e ideológico. En ese orden, aparece en primer lugar la necesidad del partido de nuevo tipo ya entrevisto, por un lado, en la obligatoria lucha contra el oportunismo, y las condiciones requeridas, por otro, para la creación de la nueva Internacional. En esa dirección, importará antes que nada saber que el modelo de la II Internacional es el desechable, a la par que se presagia, en términos alternativos, el modelo del partido bolchevique, cuya fuerza teórica y práctica sobresale muy por encima de los grupos internacionalistas europeos, llamados a organizarse en torno a “la vieja bandera del marxismo”, que dirá Lenin.

En esas circunstancias de máxima agudización de la lucha de clases, el pensamiento de Lenin, siempre complejo y vigoroso se agiganta, ante los desafíos que lleva aparejado el desarrollo del marxismo, especificado en los debates de los innumerables problemas planteados y la pertinencia de las soluciones marxistas dadas. La problemática candente de la guerra y la revolución es la esfera

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estratégica sustancial, en la que se debate la conexión de la revolución socialista con el progreso de la lucha de clases y la eficacia práctica de las consignas políticas basadas en el análisis concreto. “El progreso -como dice Lenin en 1916-, si no se toman en cuenta los posibles y transitorios pasos atrás, es factible sólo en dirección a la sociedad socialista, a la revolución socialista”. Pero la ley capitalista del desarrollo desigual en la economía y en la política permite presagiar que la revolución socialista pueda realizarse en Europa, en uno o varios países.

La alianza de la revolución europea con la liberación de las colonias, que son naciones y pueblos oprimidos y sojuzgados por las grandes potencias imperialistas, vuelve a poner en primer plano la discusión sobre la autodeterminación de las naciones, y la exigencia primordial que ésta comporta para el proletariado de la nación opresora. No obstante los numerosos escritos de Lenin sobre la temática de la autodeterminación nacional, volverán a ella en la controversia con los “izquierdistas”, poniendo el dedo en el “economismo imperialista”, como exponente del aplastamiento u opresión del pensamiento humano por los horrores de la guerra imperialista, y el menosprecio de la democracia y la renuncia al análisis que de ello resulta.

“Desde el punto de vista teórico, sería totalmente erróneo olvidar que toda guerra no es más que la continuación de la política con otros medios. La actual guerra imperialista es la continuación de la política imperialista de dos grupos de grandes potencias, y esa política es originada y nutrida por el conjunto de las relaciones de la época imperialista. Pero esta misma época imperialista ha de originar y nutrir, también inevitablemente, la política de lucha contra la opresión nacional y de lucha del proletariado contra la burguesía, y por ello mismo, la posibilidad y la inevitabilidad, en primer lugar, de las insurrecciones y de las guerras nacionales revolucionarias; en segundo lugar, de las guerras e insurrecciones del proletariado contra la burguesía; en tercer lugar, de la fusión de los dos tipos de guerras revolucionarias, etc”.

Además, no sólo la revolución socialista es una guerra, sino que el triunfo de la revolución social desatará más guerras, tanto desde fuera, como desde dentro, dado que la resistencia de la burguesía a ceder el paso a la sociedad socialista es la más encarnizada de todas las guerras. Sin embargo, es todo este cúmulo de cuestiones y problemas concretos de la revolución los que pasan por alto los defensores de la consigna del desarme, con su huída de una “realidad detestable y no la lucha contra ella”. “¿O es que

los partidarios del desarme están a favor de un tipo completamente nuevo de revolución sin armas?”

En consecuencia, subraya Lenin, “el socialismo triunfante en un país no excluye en modo alguno, de golpe todas las guerras en general. Al contrario, las presupone. El desarrollo del capitalismo sigue un curso extraordinariamente desigual en los diversos países. No puede ser de otro modo, bajo el régimen de la producción mercantil. De aquí la conclusión irrefutable de que el socialismo no puede triunfar simultáneamente en todos los países. Empezará triunfando en uno o varios países, y los demás países seguirán siendo países burgueses y preburgueses. Esto habrá de provocar no sólo rozamientos, sino incluso la tendencia directa de la burguesía de los demás países a aplastar al proletariado triunfante del Estado Socialista. En tales casos, la guerra sería de nuestra parte una guerra legítima y justa. (..) Sólo cuando hayamos derribado, cuando hayamos vencido y expropiado definitivamente a la burguesía en todo el mundo, y no sólo en un país, serán imposibles las guerras. Y desde un punto de vista científico, sería completamente erróneo y antirrevolucionario pasar por alto o velar lo que tiene precisamente más importancia: el aplastamiento de la resistencia de la burguesía, que es lo más difícil, lo que más lucha exige durante el paso al socialismo”.

El hecho de que el desarrollo desigual económico y político sea una ley absoluta del capitalismo, permite a Lenin presagiar el socialismo en un solo país, antes de 1917, apuntando las tareas internas e internacionales que acometería. Se refería, en base a dicha ley, a la posibilidad de que “el socialismo triunfe primeramente en unos cuantos países capitalistas, o incluso en un solo país capitalista. El proletariado triunfante de este país, después de expropiar a los capitalistas y de organizar la producción socialista dentro de sus fronteras, se enfrentaría con el resto del mundo, con el mundo capitalista, atrayendo a su lado a las clases oprimidas, levantando en ellas la insurrección contra los capitalistas, empleando en caso necesario, incluso la fuerza de las armas contra las clases explotadoras y sus Estados”.

Pero cuando se trata de empezar a enfocar el objetivo de la lucha revolucionaria de masas, en algunos países, en los que los grupos internacionalistas son débiles, la pregunta es ¿cómo hacerlo de manera concreta? “El objetivo concreto de la lucha revolucionaria de masas -responde Lenin- sólo puede consistir en medidas concretas de la revolución socialista y no del socialismo en general”. Porque del socialismo en términos vagos, se reclamaban entonces hasta los socialchovinistas y los políticos sociales burgueses,

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cuando de lo que se trata, para elevar el grado de conciencia y organización de las masas, es de llevar a término medidas concretas. En ese sentido pondrá de ejemplo el programa de “los camaradas holandeses”, que proponía medidas tales como: la “cancelación de las deudas del Estado, expropiación de los bancos y todas las grandes empresas”. Además, añade Lenin: “Sería absolutamente erróneo pensar que la lucha inmediata por la revolución socialista significa que podemos o debemos abandonar la lucha por las reformas. De ningún modo. No podemos saber de antemano cuándo lograremos el éxito, cuándo permitirán las condiciones objetivas el surgimiento de esta revolución. Debemos apoyar toda mejora de la situación de las masas, tanto económica como política. La diferencia entre nosotros y los reformistas no consiste en que nosotros nos oponemos a las reformas, mientras que ellos las apoyan. Nada de eso. Ellos se limitan a las reformas y como resultado descienden...al “papel de enfermeros del capitalismo”. (..) Las condiciones de la democracia burguesa muy a menudo nos obligan a adoptar una u otra posición respecto de un sinnúmero de reformas pequeñas y minúsculas; pero debemos saber adoptar esta posición -o aprenderlo- respecto de dichas reformas, de tal modo que simplificando el problema para mayor claridad, en todo discurso de media hora, se dediquen cinco minutos a las reformas y 25 minutos a la revolución venidera”. En definitiva, a los oportunistas les vendría de perlas el que se les dejase por completo a ellos las reformas, mientras los revolucionarios se limitan a la fraseología y las vaguedades sobre el socialismo. Por el contrario se trata de que estos afronten las medidas de revolución socialista y un “programa de reformas que también debe ser dirigido contra los oportunistas”.

Autodeterminación de las naciones e independencia de las colonias

La imposibilidad de las guerras nacionales bajo el imperialismo, planteada por la eminente Rosa Luxemburg y ratificada por el grupo alemán “La Internacional”, que ella lideraba, constituye, como se dijo, otro de los sonados errores combatidos por Lenin. El error en cuestión era argumentado en base a que, en la época imperialista, toda guerra nacional contra una de las grandes potencias imperialistas conduce a la intervención de otra gran potencia, también imperialista, que compite con la primera, por lo que toda guerra en principio nacional se convierte en guerra imperialista. Lenin responde que este argumento es falso, que puede suceder, pero que no siempre sucede así. “Muchas guerras coloniales, entre 1900 y 1914 han seguido otro camino. Y

sería sencillamente ridículo decir que, por ejemplo, después de la guerra actual, si termina por un agotamiento extremo de los países beligerantes “no puede” haber “ninguna” guerra nacional, progresista y revolucionaria, por parte de China, pongamos por caso, en unión de la India, Persia, Sian, etc., contra las grandes potencias”. En definitiva, rechazar la posibilidad de las guerras nacionales bajo el imperialismo es teóricamente falso y erróneo desde el punto de vista histórico y equivale “en la práctica al chovinismo europeo: ¡nosotros que pertenecemos a naciones que oprimen a centenares de millones de personas en Europa, en África, en Asia, etc., tenemos que decir a los pueblos oprimidos que su guerra contra “nuestras” naciones es “imposible!”

Para Lenin, las guerras nacionales de las colonias y semicolonias no sólo son probables, sino inevitables. “En las colonias y semicolonias (China, Turquía y Persia) viven cerca de 1.000 millones de almas, es decir, más de la mitad de la población de la tierra. En estos países, los movimientos de liberación nacional, o bien son ya muy fuertes, o bien crecen y maduran. Toda guerra es la continuación de la política con otros medios. Las guerras nacionales de las colonias contra el imperialismo serán inevitablemente una continuación de la política de liberación nacional de las mismas. Esas guerras pueden conducir a una guerra imperialista de las grandes potencias imperialistas actuales, pero pueden también no conducir a ella: eso dependerá de muchas circunstancias. Las guerras nacionales contra las potencias imperialistas son inevitables, progresistas y revolucionarias, aunque su éxito depende de la fuerza del número, de los millones de habitantes en los países oprimidos, así como el que se produzca una coyuntura favorable, como sería la paralización de la intervención de las potencias imperialistas, agotadas por la guerra, o la insurrección del proletariado en una de las grandes potencias, lo cual sería ‘lo más deseable y ventajoso’ para la revolución socialista y su alianza con la liberación de las naciones coloniales.”

En conexión con la imposibilidad de la guerra nacional, de la que se desprende la negación de la autodeterminación de las naciones bajo el imperialismo, aparece “la caricatura del marxismo a que han llegado algunos socialdemócratas holandeses y polacos al negar la autodeterminación de las naciones incluso en el socialismo”. Se recordará que la autodeterminación de las naciones también había enfrentado a Rosa Luxemburg con Lenin, siendo decisivas las aportaciones de éste último para enfocar y aclarar el problema. Ahora se argumenta que la autodeterminación o independencia política

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de las naciones era irrealizable bajo el imperialismo e innecesaria en el socialismo. A ese respecto, Lenin señalará a ese respecto:

1) que, desde el punto de vista del capital financiero, puede darse el caso de ser ventajoso para sus intereses el conceder la independencia política a algunas naciones, “llegando incluso a la independencia estatal de algunas pequeñas naciones, a fin de no correr el riesgo de ver perturbadas “sus” operaciones militares”. Hay que estudiar “la originalidad de los alineamientos políticos y estratégicos y repetir, venga o no a cuento la palabreja imperialismo”. Y hay que tener en cuenta que las colonias son también naciones;

2) que la guerra de los pueblos oprimidos, como los de las colonias, es una guerra verdaderamente nacional, y en ésta la “defensa de la patria” sí es del todo justa, cuando por otro lado era un engaño en la guerra imperialista; ya que esta última no se hace para la liberación de las naciones, sino para decidir qué grupo de carniceros someterá a mayor número de naciones;

3) que las guerras nacionales contra las potencias imperialistas, como luchas que son por la autodeterminación nacional, implican: “1º la acción del proletariado y el campesinado oprimidos nacionalmente, junto con la burguesía oprimida nacionalmente contra la nación opresora; 2º la acción del proletariado, de su partido consciente, en la nación opresora, contra la burguesía y todos los elementos de la nación opresora que le sigan”;

4) que la consigna de autodeterminación en relación con las colonias, planteada por el partido obrero, aún en colonias donde no haya obreros, “no sólo no es un absurdo, sino obligatorio para todo marxista”; aunque en China, Persia, India, Egipto hay obreros, también habría que promoverla, en caso de no haber más que esclavos y esclavistas; sobre todo, teniendo en cuenta que la autodeterminación es una cuestión de dos naciones, la opresora y la oprimida, y debe ser el proletariado de la nación opresora el más interesado en proclamar el derecho a la independencia política de la nación oprimida.

En definitiva: “La lucha nacional, la insurrección nacional y la separación nacional son completamente “realizables” y se observan de verdad bajo el imperialismo; es más, incluso se intensifican, pues el imperialismo no detiene el desarrollo del capitalismo ni el crecimiento de las tendencias democráticas en la masa de la población, sino que exacerba el antagonismo entre dichas tendencias democráticas

y la tendencia antidemocrática de los trusts”.

Pero esta incomprensión de la lucha contra el imperialismo, calificada de “caricatura del marxismo” y “economismo imperialista”, plantea el problema de la democracia política, ya señalado en la temática de las reformas, y al que Lenin responde una vez más. Por un lado, al tratar de la opresión nacional, en la que rechaza que se salga del paso, con frases tendentes al socialismo ya resolverá. Pues hay que distinguir, los males económicos propios del capitalismo y que no tienen solución, mientras no se suprima el capitalismo, y los males que provienen de la falta de democracia política, que es a la que pertenece la autodeterminación de las naciones, y por lo tanto es realizable bajo el régimen capitalista. Tan a ciencia cierta, como que “la sociedad socialista no poseerá colonias ni tampoco naciones oprimidas”.

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