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Dávalos, Marcela - Los Letrados Interpretan La Ciudad

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Los Letrados interpretan La ciudad Los barrios de indios en eL umbraL

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ColeCCión CientífiCaserie historia

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Los Letrados interpretan La ciudad Los barrios de indios en eL umbraL

de La independencia

Marcela Dávalos

instituto naCional de antropología e historia

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dávalos lópez, Marcela,los letrados interpretan la ciudad: los barrios de indios en el umbral de la independencia /

Marcela dávalos. – México: instituto nacional de antropología e historia, 2009.

188 p.: il.; 26 cm. – (Colección Científica; 552)

isBn: 978-607-484-037-7

1. Barrios indígenas – México (Ciudad) – historia. 2. Comunidades indígenas – México (Ciudad). i. t. ii. serie.

lC: f1386.4/M62/d38

portada: “plano de la Ymperial México”, de 1772, realizado por José antonio alzate y

ramírez.

primera edición: 2009

d.r. © instituto nacional de antropología e historia

Córdoba 45, col. roma, 06700, México, d.f.

[email protected]

isBn: 978-607-484-037-7

todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de

esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el

tratamiento informático, la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización por

escrito de los titulares de los derechos de esta edición.

impreso y hecho en México.

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Índice

prólogo 9

párrocos y funcionarios describen los barrios 15

representación espacial de los barrios 43

Versiones sobre la apropiación de los bienes comunes 75

prácticas culturales en el juzgado: letrados y oralidad 103

observaciones sobre el uso del agua en los barrios 139

Conclusiones 165

Bibliografía 169

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próLogo

La historia es relato de acontecimientos y todo lo demás se sigue de esto. Dado que no es más que un relato, no nos hace revivir nada,

como tampoco lo hace la novela.Paul Veyne

hace un par de años, en el archivo de la parro-quia de santo tomás la palma mientras con-sultaba las actas de bautismo de indígenas del siglo xviii, llegó una anciana que desconocía su fecha de nacimiento. María Josefa explicó que sin acta de bautismo no podría tramitar la de nacimiento, y que sin ésta no le darían la visa para “ir al otro lado” a ver a sus hijas. Como además no sabía leer, el párroco, luego de revisar sin éxito en 1923 su probable fecha de nacimiento, le “mandó volver” con alguien que le ayudara a buscarse mes por mes y día por día entre las centenas de bautizados.

su figura asemejaba a cualquiera de las de los indígenas descritos siglos antes en los do-cumentos; su única identidad la contenían los archivos parroquiales. María Josefa nació, al igual que sus padres y abuelos, en la Concep-ción ixnahuatongo, barrio que en otra época dependió de santo tomás la palma, cuando la ciudad —antes de ser seccionada en cuarteles, delegaciones o colonias— se dividía en 14 pa-rroquias.

del mismo modo que los indígenas diecio-chescos, María Josefa declaró no tener segun-do apellido; no saber leer ni escribir; no haber nunca antes requerido documentación oficial y haberse “creado” siempre en el mismo barrio. además de revivir a la ciudad virreinal que se-paraba a su población por calidad racial —el

centro para los españoles y la circunferencia para las parcialidades indígenas—, parecía per-sonificar un mundo en el que el texto escrito jugaba un papel secundario y la memoria pre-servaba el recuerdo. el analfabetismo de María Josefa se compensaba —al igual que para los ve-cinos1 presentados en los documentos consulta-dos—, con el uso del rumor, los rituales, la tea-tralidad, las alegorías o los símbolos verbales.

para los ilustrados esas prácticas2 eran sinó-

1 a lo largo del libro uso la palabra “vecino” tal como aparece en numerosos documentos del siglo xviii: ubica-do en su gremio, vecindad, feligresía, barrio, etcétera, es decir, era un vecino que pertenecía a una colectividad pre-viamente normada. su significado es contrapuesto al de ve-cino ciudadano decimonónico que designaba a un hombre individual, homologado ante las leyes y ajeno a la calidad racial o jerárquica. “la igualdad civil, tal como se formula en el alba de nuestra modernidad, se deriva directamente del reconocimiento de que cada hombre es igual en digni-dad ante dios, y que su salvación es un asunto único ante sus ojos”. Cfr. pierre rosanvallon, La consagración del ciuda-dano. Historia del sufragio universal en Francia, 1999, p.11; hilda sabato (Coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspectivas históricas de América Latina, 1999; antonio annino y françois-Xavier guerra (coords.), Inven-tando la nación. Iberoamérica. Siglo xix, 2003.

2 el término “prácticas culturales” es resultado de una larga discusión entre los ritmos de la vida material y las for-mas de pensamiento, esto derivó en cómo los individuos representan su mundo social en un momento específico. las prácticas culturales serán entendidas aquí como “siste-mas de valores subyacentes que estructuran las cuestiones fundamentales que están en juego en la vida cotidiana, in-advertidas a través de la conciencia de los sujetos, pero

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nimo de atraso. Y aunque antes de reparar en el analfabetismo advertían la inmoralidad, des-orden, suciedad e indecencia de los pobladores de los barrios, esos estigmas les sirvieron para distinguirse y proyectar su modelo ideal de ciu-dad moderna. desde una racionalidad supues-tamente científica —creencias mecanicistas que a la distancia bien podríamos leer como metafí-sica pura3—, descalificaron todo aquello que se opusiera a su proyecto. así, uno de los propósi-tos de este trabajo es comprender de qué habla-ban aquellos letrados cuando increpaban a los barrios por su atraso y falta de civilización.

la idea de françois-Xavier guerra de la persistencia de la sociedad tradicional sigue vigente. de la permanencia de esas “formas sociales antiguas” hablan vidas como la de María Josefa o la de don Manuel —un hombre que desde los siete años, huérfano, se dedicó a manufacturar y vender huacales de madera. ambos maduraron en un ambiente tecnológi-co pero inmersos en un molde mental ante-rior. sus biografías son muestra de que en la ciudad de México han convivido dos mundos totalmente diferentes y extraños uno al otro: un estado moderno surgido de la ilustración y dirigido por una pequeña minoría de ciuda-danos concientes, por una parte, frente a una enorme sociedad tradicional u “holista”, here-dada del antiguo régimen [por la otra].4

la oposición de dos mundos, la traducción del contrato ciudadano en una ficción de-mocrática y la disparidad entre un reducido

decisivas para su identidad individual y de grupo”, cfr. Mi-chel de Certeau, luce giard, pierre Mayol, La invención de lo cotidiano 2. Habitar, cocinar, 1999, p. 7. también peter Burke, Formas de historia cultural, 2000; roger Chartier, “al borde del acantilado”, Pluma de ganso, libro de letras, ojo viajero, 1997; roger Chartier, El mundo como representación. Historia cultural: entre práctica y representación, 1992; Jean-pierre rioux y Jean-francois sirinelli (coords.), Para una historia cultural, 1999; Clifford geertz, La interpretación de las culturas, 1988.

3 Cfr. alain Corbin, El perfume o el miasma. El olfato y lo imaginario social. Siglos xviii y xix, 1987; Marcela dávalos, Basura e ilustración. La limpieza de la ciudad de México a fines del siglo xviii, 1997, cap. 1.

4 Cfr. françois-Xavier guerra, México: del Antiguo Régi-men a la Revolución, tomo i, 1988, p.10.

grupo de letrados y una mayoría analfabeta, son reflexiones que se suman a las recientes inquietudes por comparar las racionalidades derivadas de las culturas orales, con las ema-nadas de sociedades letradas.

el fortuito tropiezo con María Josefa y don Manuel perdió toda su casualidad en los archi-vos. en el siglo xviii una abrumadora mayoría era partícipe de una cultura oral secundaria —es decir, ágrafos aunque familiarizados con la escritura. sus códigos usuales eran el ru-mor; desconfiar de los extraños; no saber leer ni escribir o remitir su historia local a la me-moria de los ancianos. el uso de la retórica, el recuerdo, las alegorías, los rituales, la teatrali-dad o los símbolos verbales, son síntomas de que la escritura no era el requisito primordial para acreditar, cotejar o legitimar. todos esos gestos nos hablan de la coexistencia de dos ra-cionalidades.5 para finiquitar cualquier trato, luego de declararse ignorantes de las letras, los indígenas respaldaban sus palabras en ac-tos que refrendaban públicamente sus declara-ciones y su honor.

los ilustrados intentaron distanciarse de aquel sistema cognitivo oral,6 del que eran inevitablemente partícipes. sus manuscritos nos resultan una puerta privilegiada para re-

5 racionalidad refiere a formas de comunicación singu-lares, propias de un contexto histórico. la razón ilustrada que enunció desde leyes naturales y absolutas a su socie-dad, se distingue de la racionalidad “retórica” o cultura oral a la que referimos aquí a los indígenas de los barrios. Cfr. alfonso Mendiola, “las tecnologías de la comunica-ción. de la racionalidad oral a la racionalidad impresa”, Historia y Grafía, núm. 18, 2002.

6 una extensa discusión pregunta hoy día si los cambios en las formas de comunicación, tales como la escritura o la telemática, alteran los procesos cognitivos y las prácticas sociales. “la competencia requerida para usar la cultura escrita…posibilitó la diferenciación entre lo dado y lo in-terpretado”. Cfr. david r. olson, “Cultura escrita y objeti-vidad: el surgimiento de la ciencia moderna”, en david r. olson y nancy torrance (comps.), Cultura escrita y oralidad, 1998, p. 206. también david r. olson, El mundo sobre el pa-pel. Impacto de la escritura y la lectura en la estructura del cono-cimiento, 1998; elizabeth eisenstein, the printing press as an agent of change, 1979; Walter J. ong., “oralidad y escri-tura”. Tecnologías de la palabra, 1999; Jack goody (comp.), Cultura escrita en sociedades tradicionales, 1996.

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interpretar a los barrios. al calificar las prác-ticas indígenas como opuestas a sus criterios de civilización y modernidad, nos dejaron ver su punto de vista y forma de describir a los in-dios. de modo que el acceso a los barrios está mediado tanto por la observación de quienes escribieron como por nuestra propia mirada. entonces, ¿a cuáles indígenas tenemos acceso? ¿Cómo referirnos a las prácticas culturales en los barrios? ¿es posible deducir de los manus-critos los postulados de aquella sociedad tra-dicional? ¿Cómo acceder a esa cultura oral se-cundaria que convivía con la cultura impresa? reconocer las distintas maneras en que se han observado los barrios, responde al diálogo en-tre una historia de pretensiones objetivistas y otra que presupone que ninguna narrativa his-tórica se aparta del contexto que la produjo.7

pondremos la mirada en doce barrios ubi-cados hacia el oriente de la capital virreinal. si en una primera lectura parecieron ser un conjunto homogéneo, dejaron de serlo a la se-gunda. Conforme se accede a los documentos, la región se diferencia por zonas según sus ras-gos naturales y sociales. las acequias parecen haber sido determinantes. aquel fragmento de la ciudad se hallaba, a su vez, dividido por agua: hacia el este por el lago de texcoco; al oeste la acequia real y en medio lo cruzaba otra enorme acequia —poco referida por la

7 algunas referencias sobre esta discusión, cfr. Jean-pie-rre rioux y Jean-françois sirinelli, (coords.), op. cit.; roger Chartier, op. cit.; peter novick, Ese noble sueño. La objetivi-dad y la historia profesional norteamericana, 1997 [1988], 2 vols.; david r. olson y nancy torrance (comps.); hayden White, Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo xix, México, fce, 1992; richard rorty, La filosofía y el espejo de la naturaleza, Madrid, Cátedra, 1983; alfonso Mendiola, “el giro historiográfico: la observación de ob-servaciones del pasado”, Historia y Grafía, núm. 15, 2000; alfonso Mendiola, Retórica, comunicación y realidad. La cons-trucción retórica de las batallas en las crónicas de la conquista, 2003; norma durán, “la transformación en las formas de lectura: del formalismo al contextualismo” Formas de hacer la Historia. Historiografía grecolatina y medieval, 2001, tho-mas Kuhn, “las revoluciones como cambios de la concep-ción del mundo”, en león olivé y ana rosa pérez ransanz (comps.), Filosofía de la ciencia: teoría y observación, 1989; thomas Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, 1975; Michel de Certeau, La escritura de la historia, 1985.

historia— que reconoceremos como la acequia del resguardo.

dividimos a los barrios en dos grandes zo-nas: los ubicados al norte del resguardo, defi-nidos por su cercanía con la parte urbana espa-ñola; y los del sur, plagados de construcciones efímeras. Mientras que los más cercanos a la plaza Mayor carecían de tierras —por lo que desde 1642 les fue concedido el derecho de uso sobre los productos del lago de texcoco—, los del sur las tenían para sembrar y arrendar. en consecuencia, aquel conjunto inicialmente concebido como los doce barrios al oriente de la acequia real, quedó separado por sus ras-gos naturales.

en contadas ocasiones los indígenas hablan en primera persona. su figura nunca se asocia al concepto de individuo porque esta abstrac-ción comenzó a tomar forma hacia el último tercio del siglo xviii, y porque los barrios, co-mo corporaciones, sobrevivieron hasta el si-guiente siglo.

en los censos de población, textos parro-quiales, pleitos ante juzgados, impresos o pla-nos, antes que la palabra de los indios aparecen la del juez, la del párroco o la del escribano en su rol de mediadores e intérpretes del mundo barrial. incluso en las ocasiones excepciona-les en que los indios declaran en singular, sus voces fueron reinterpretadas y transcritas por otro. la distancia histórica entre este último y nosotros, nos obliga a aclarar desde dónde y para quién fueron escritos los documentos.

una inferencia directa es que cada uno de los cuerpos que conformaba a aquella sociedad tradicional poseía su propio punto de vista. los párrocos veían como feligreses a los veci-nos de los barrios; los alcaldes censores, preo-cupados por cuantificar, los registraron como tributarios y, finalmente, los jueces esperaban testimonios mediados por los significados de fe y verdad que refería el derecho castellano medieval. Cada cual los observó desde su ho-rizonte cultural y seleccionó de la voz de los indígenas la información que les permitía re-afirmar su punto de vista.

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de modo que para reconstruir el pasado de los barrios de indios no tenemos la voz de sus habitantes, sino las representaciones de quienes los interpretaron. nuestro acceso al barrio está mediado por la pluma que tradujo sus necesidades, peticiones, declaraciones o descripciones a través de ópticas no siempre desinteresadas. Cada uno de los párrocos, jue-ces, escribanos, alcaldes, técnicos o eruditos remiten a sus propias perspectivas.

la historiografía contemporánea nos ha permitido tomar distancia de aquella explica-ción —iniciada por la necesidad de los porfi-ristas de instaurar la fundación de la capital nacional—, de que la ciudad moderna comen-zó con el gobierno del virrey revillagigedo.8 desde entonces la historia urbana fue formula-da con la vara del cientificismo, sin reparar en que cada momento histórico construye, enun-cia y justifica sus propias verdades; nuestra tarea será no perder de vista las anotaciones de orden contemporáneo de las realizadas por los letrados dieciochescos o de las de los cien-tíficos decimonónicos.

las líneas dejadas por esas autoridades vitalicias —los párrocos—, muestran que al interceder por los feligreses proyectaron una concepción que ataba las mejoras del espacio físico barrial con el pecado y el cumplimiento de los ejercicios espirituales. sus textos, favo-recidos por una ciudad que años después de la

8 Cfr. pedro pérez herrero, “el México borbónico: ¿un ‘éxito’ fracasado?”, en Josefina Zoraida Vázquez (coord.), Interpretaciones del siglo xviii mexicano. El impacto de las refor-mas borbónicas, 1992, pp.109-151; La América Española en el Época de las Luces. Tradición-Innovación-Representaciones, 1988; sonia lombardo de ruiz (coord.), El impacto de las reformas borbónicas en la estructura de las ciudades. Un enfoque comparativo, Memoria del I Simposio Internacional sobre Histo-ria del Centro Histórico de la ciudad de México, 2000; regina hernández franyuti, “ideología, proyectos y urbanización en la ciudad de México 1760-1850”, en regina hernández franyuti (comp.), La ciudad de México en la primera parte del siglo xix, Economía y estructura urbana, tomo i, 1994, pp.116-160; Jesús pereira pereira, “la religiosidad y sociabilidad popular como aspectos del conflicto social en el Madrid de la segunda mitad del siglo xviii”, en Carlos III, Madrid y la Ilustración, 1988, pp.223-254; roger Chartier, Espacio público, crítica y desacralización en el siglo xviii, 1995.

independencia aún se regía por una distribu-ción geográfica parroquial, revelan la influen-cia que tenían entre aquella sociedad prealfa-betizada.

otro punto de vista será el de los alcaldes censores que levantaron el primer censo civil que abarcó a toda la nueva españa. entre sus anotaciones nos dejaron ver un espacio barrial ajeno a los criterios racionalistas de alinear, limpiar, aplanar, cuantificar o embellecer. sin pretenderlo, abrieron la ventana a un paisaje distinto, en el que los vecinos de los barrios describieron sus entornos a partir de referen-tes dados por la experiencia y la historia de sus pequeñas localidades. al campo visual y empírico con que reconocían sus territorios los vecinos de los barrios, se suma el espacio representado en los planos. haremos mención de los mapas elaborados por el padre José an-tonio de alzate, por ser los únicos que bus-caron explicar las parcialidades indígenas sin pretender arrasar con ellas (como sí lo hizo, por ejemplo, su contemporáneo, el arquitecto Castera). dos miradas sobre un mismo punto geográfico se diferencian porque emanan de dos racionalidades: una de la representación planimétrica y la otra del espacio vivido, na-rrado por los vecinos de los barrios.

Mientras que alzate practicaba un saber especializado, los indígenas traducían el espa-cio a símbolos y señales efímeras cada vez que refrendaban los límites y mojoneras, recorrían a pie o a caballo sus propiedades, a fin de vali-dar los recuerdos grabados por la memoria co-lectiva. al atravesar sus tierras, mostraron que los bordes se asociaban más con elementos na-turales del paisaje y con señales consensuadas y heredadas que con medidas matemáticas, planos o escrituras.

aunque la voz de los indígenas rara vez se muestra en singular sino que alude a un repre-sentante de la colectividad, es posible recons-truir su mundo. los testimonios remiten a un orden dispuesto por privilegios y prestigios, más que por clases sociales; los acuerdos en-fatizan más el honor que las diferencias eco-

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nómicas. sus palabras traslucen que el estatus social, la fortuna, la posesión de propiedades y el poder no siempre iban de la mano. los ba-rrios indígenas aparecen habituados a la trans-misión oral, al reconocimiento en la palabra del otro, a la vigilancia mutua, a la buena fe, al honor, al reaprovechamiento, a lo inevita-ble (catástrofes y castigos divinos) y a reglas sociales traducidas a códigos y símbolos cons-truidos desde una historia local, en fin, la tra-ducción de su mundo, hasta el momento, sólo puede hacerse considerándola inmersa en una racional retórica.

los pleitos, discordias o pactos advierten sobre las formas comunicativas barriales. Cier-tos enunciados empleados en el juzgado remi-ten a convenciones sociales, a gestos y códigos implícitos de la época. los indios se muestran familiarizados con una gestualidad9 y lenguaje del que se habían apropiado; por ello desem-peñaban con facilidad su rol de testigos en el juzgado. actuaban y exponían desde reglas de socialización practicadas y reconocidas, que en los documentos se convierten en actos de habla. los manuscritos judiciales son una pan-talla de aquel tejido social que refiere a saberes y conductas, las más de las veces inadvertidas a sus usuarios.10 así se muestra la importancia

9 la gestualidad entre los habitantes de las ciudades de antiguo régimen ha sido decodificada como una comu-nicación a través del vestuario, modales o fórmulas sobre las que se construía la identidad colectiva. Cfr. richard sennett, La decadencia del hombre público, 1980; Jean-Claude schmitt, La raison des gestes dans l’occident médiéval, paris, 1990; Jacques le goff , La Historia del Purgatorio, 1987; Jan Bremmer y herman roodenburg (coords.), A Cultural His-tory of Gesture, 1991; peter Burke, Formas de historia cultural, 2000; Mary douglas, Símbolos naturales, 1978.

10 “el significado de la conducta depende por completo del contexto de su producción en, al menos, dos sentidos. un sentido del contexto es la organización temporal de las acciones y la interacción... hay otro sentido en el que la conducta depende del contexto: para entender una con-ducta, debemos saber cuál es la ocasión, quién interactúa con quién, dónde y cuándo”, cfr. anita pomerantz y B.J. fehr, “análisis de la conversación: enfoque del estudio de la acción social como prácticas de producción de sentido”, en teun a. Van dijk (comp.), El discurso como interacción social. Estudios sobre el discurso II. Una introducción multidisci-plinaria, 2000, p.108. Que los enunciados remiten a actua-

dada al honor, al peso que tenía la palabra, al valor atribuido al testigo ocular y a la buena fe como sustento de algún trato.

las prácticas con el agua refieren nueva-mente a dos racionalidades. los indígenas no forzosamente la remitían al significado de sa-lud pública con el que los ilustrados asociaban al líquido. los barrios convivían, sin juicios, con el agua que tenían a la mano: la de las acequias y la del lago. su relación con ella nos habla una vez más de prácticas tradicionales —siempre alejadas del “agua potable” prove-niente de los acueductos—, consensuadas entre la colectividad; porque el agua de las corrien-tes era empleada incluso para satisfacer las ne-cesidades básicas. Quizá por ello los acuerdos consuetudinarios les fueron imprescindibles; por ello su uso nos habla de saberes y prácticas regulatorias que prohibían, por ejemplo, bañar caballos o usar tintes antes de que las prime-ras aguas fueran recogidas en la madrugada.

prácticas desdeñadas explícitamente por los ilustrados, científicos y médicos, se realiza-ron en aquellos barrios hasta el último tercio del siglo xix. aquí veremos que a finales del virreinato esos vecinos del sureste aún estaban acostumbrados a la ausencia de las aguas de acueducto; el líquido que corría por sus ace-quias y desembocaba en el lago, era apreciado como un elemento que, además de cubrir sus necesidades, les pertenecía.

en fin, detrás de los enunciados escriturís-ticos aparece un mundo alejado a los criterios de cuantificación, productividad, uniformi-dad, prevención, estética, circulación y demás valores proyectados por los letrados. nuestras observaciones enfatizarán aquel mundo pola-rizado, en el que prevalecían dos racionalida-des: una colectividad mayoritariamente ágrafa

ciones es una sugerencia de la pragmática: “la pragmática es la ciencia del lenguaje considerada en relación con los usuarios, dicho de otro modo, su objeto son tanto los pro-cesos como los productos de la comunicación, incluyendo su inserción en la cultura y las consecuencias sociales”. Cfr. shoshana Blum-Kulka, “pragmática del discurso”, en teun a. Van dijk (comp.) op. cit., p.108; para los “actos de ha-bla”, cfr. J.l. austin, Cómo hacer cosas con palabras, 1988.

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y constituida en cuerpos y otra que comenza-ba a practicar el significado de un individuo independiente y forjador de su propio desti-no. la elección de las fuentes documentales fue definida por los problemas históricos aquí expuestos. los letrados mismos, al referirse francamente a la sociedad ágrafa con la que convivían, nos abrieron las puertas para repa-rar en los códigos de una comunicación oral

por la que la historiografía de las tres últimas décadas ha preguntado de forma insistente. es decir, de sus observaciones hemos deriva-do preguntas que nos inquietan: las diferentes maneras de representar al mundo, los docu-mentos como códigos de comunicación y, en última instancia, la comprensión de lenguajes pasados como una confrontación ante lo que nos es extraño y diferente.

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párrocos y funcionarios describen Los barrios

introduCCión

hace 30 años todo el mundo estaba de acuer-do en que el nacimiento de la capital moderna había sido en el siglo xviii. sin embargo, luego de releer los documentos surgió la duda: las re-formas urbanas promovidas por los gobernan-tes, apenas se insinuaron en la ciudad. detrás de los profusos reglamentos, que revelaban el anhelo de los ilustrados por transformar a la humanidad,1 existió un mundo ajeno y aparta-do de aquella misión.

ese proyecto reformador, en principio con-cebido sólo para el casco de la ciudad, fue ampliado hacia los barrios.2 los propósitos de alinear, numerar, cuantificar, registrar, sanear o embellecer se filtraron alrededor de 1750 hacia las parcialidades indígenas, cuando las autoridades coincidieron en que de no ser así, el bienestar público del conjunto de la ciudad se vería amenazado.

1 por medio de la educación se podría lograr la prospe-ridad y felicidad de la nación. Cfr. Josefina María Cristina torales pacheco, Ilustrados en la Nueva España. Los socios de la Real Sociedad Bascongada de los amigos del país, pp. 90-91.

2 para la separación del casco español de las parcialida-des indígenas, c fr. edmundo o’gorman, “sobre los incon-venientes de vivir los indios en el centro de la ciudad”, Bole-tín del Archivo General de la Nación, tomo iX, núm. 1, ene-feb, agn, 1938; edmundo o’gorman, “reflexiones sobre la dis-tribución urbana colonial de la ciudad de México”, Boletín del Archivo General de la Nación, tomo iX, núm. 4, 1938.

si en el casco los alcances de las reformas apenas fueron insinuaciones, en los barrios in-dígenas fueron aún menores. para lograr un cambio se debían sepultar costumbres ances-trales de sólidas raíces. Y eso no era fácil en una vecindad en la que los criterios de limpie-za, cuantificación, productividad, prevención, uniformidad, estética, circulación o ciudada-nía,3 le quedaba lejos de su experiencia coti-diana.

los barrios a los que nos referiremos aquí se ubicaban en una de las dos parcialidades en las que se dividía la ciudad de México, san Juan tenochtitlan. no haremos referencia a santiago tlatelolco. Como marco general to-maremos el cuadrante sureste de la ciudad, aunque la atención se centrará en los barrios de indios localizados al oriente de la acequia real que venía de Mexicalcingo. los límites del cuadrante —localizado aquí sobre el plano de alzate de 17694— eran la plaza de la san-

3 este tema es abordado por hilda sabato (coord.), op. cit., antonio annino y françois-Xavier guerra (coords.), Inventando la nación. Iberoamérica. Siglo xix, 2003; y pierre rosanvallon, op. cit.

4 Con la intención de conservar el contexto histórico y convenciones culturales dieciochescas, decidí respetar la orientación que se empleaba en los planos. el lector podrá notar que en ellos los puntos cardinales estaban girados en un cuadrante, es decir, en nuestro actual norte se hallaba el poniente y en nuestro actual sur el oriente. Cfr. Joseph

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tísima al noroeste; la garita de san lázaro al noreste; la Magdalena Mixiuca al sureste; la garita de la Viga al suroeste (véase mapa 1).

antes de referirnos a las distintas ópticas desde las que fueron descritos esos barrios, es decir, desde los ojos de los párrocos, jueces y escribanos, quisiera familiarizar al lector con los nombres de esos 16 poblados. todos, ex-cepto la Magdalena Mixiuca,5 como veremos más adelante, fueron considerados barrios de la ciudad: santa Cruz Cuautzinco, la Candela-ria ometochtitlán (de los patos), san Jerónimo atlixco, Manzanares, san Ciprián, rancho de pacheco (no es un barrio pero es un referente geográfico) , santo tomás la palma, san pablo (barrio al oeste de la acequia real), san die-guito, Concepción ixnahuatongo, ozolhuacán Jamaica (barrio al oeste de la acequia real), san nicolás, san agustín Zoquipan, resurrec-ción tultenco, san Mateo Zacatlán y Magdale-na Mixiuca (véase mapa 2).

los pleitos entre párroCos definen los líMites Barriales

en una ciudad que hasta 1772 se distribuyó en territorios parroquiales, la palabra de los reli-giosos y curas fue de gran importancia. para el último tercio del siglo xviii, el arzobispado controlaba ineludiblemente la distribución te-rritorial: las órdenes mendicantes habían sido ya recluidas al interior de sus templos y con-ventos. la política de secularización permitió al arzobispado afinar sus longevas intenciones

antonio de alzate y ramírez, Plano de la Ymperial México, con la nueva distribución de los territorios parroquiales para la más fácil y pronta administración de los Sagrados Sacramentos, dispúsolo en 1769 años de orden del Ilustrísimo Señor Don Fran-cisco Antonio Lorenzana Buitrón Dignísimo Arzobispo de esta Santa Iglesia Metropolitana, 1769.

5 la Magdalena Mixiuca aparece a veces como barrio de la ciudad y otras como pueblo. su complejidad tiene que ver con que era señalado como el último punto antes de “garitas afuera”, es decir, donde comenzaba lo “agreste”, lo ajeno al orden urbano. en 1772 se le consideró como un barrio de la parcialidad de san Juan y los alcaldes censores también se refieren a él como barrio.

de despojar a las órdenes religiosas de la inje-rencia, tutela, control y conocimiento que has-ta entonces habían tenido sobre la población de los barrios de indios.

un síntoma de esa política secularizadora fue la creación, en 1772, de cuatro nuevas parroquias en la ciudad. a partir de ese mo-mento, supuestamente, las iglesias y capillas quedarían prestas para recibir por igual, sin distinción de calidades raciales, la asistencia de españoles y de indígenas a los servicios re-ligiosos. asimismo, los párrocos intervendrían en la polémica del mejoramiento urbano. su intervención ante las autoridades virreinales habla de su punto de vista; para ellos, las soli-citudes de avances para los barrios, iba de la mano con el cumplimiento de las devociones religiosas.

Mientras los sacerdotes solicitaban mejoras en los barrios, cambios importantes sucedían en la ciudad. en 1782 el virrey Martín de Ma-yorga logró materializar los intentos previos (1713, 1744 y 1750) de crear una planta civil; desde entonces, la ciudad quedó dividida en ocho cuarteles mayores y 32 menores, es decir, organizada por dos entramados, uno religioso y otro civil. la metamorfosis de esa ciudad en vías de secularización también se reveló en la necesidad de fichar y cuantificar a su pobla-ción, así, el censo de 1790 por primera vez abarcó las parcialidades de indios y a toda la nueva españa.

a su modo, los párrocos estimularon esa política secularizadora. luego de que la orden agustina entregó en 1750 la última adscripción territorial que quedaba en manos regulares, la tutela de los barrios de indios quedó bajo las órdenes del arzobispado. la histórica rivalidad entre el clero secular y el regular, fortaleció a los párrocos y enclaustró a las órdenes reli-giosas, alternando así a la parroquia de santa Cruz y soledad (con la parroquia de san pablo teopan) el cuidado de los barrios indígenas ubicados al oriente de la acequia real.

Con la fundación de la ciudad en el siglo xvi, el territorio quedó dividido en cuatro pa-

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rroquias: santa María Cuepopan al noroeste; san sebastián atzacualco al noreste; san Juan Moyotla al suroeste y san pablo teopan al su-reste. su administración, en manos de doctri-nas regulares,6 fue repartida entre los frailes sobre esas cuatro cabeceras y sobre sus dife-rentes barrios, levantaron numerosas iglesias y ermitas.7 en un inicio el cuadrante sureste de la ciudad, san pablo teopan, correspondió a los franciscanos (véase mapa 3).

los párrocos seculares —de quienes provie-nen la mayor parte de los documentos que he-mos consultado aquí—, fueron herederos de la conflictiva historia de esa doctrina que fue san pablo teopan.8

desde su horizonte fueron escritas las in-tervenciones a favor de los barrios, por lo que para entender su punto de vista será necesario revisar la conformación de la ciudad antes de que los poderes virreinal y clerical tradujeran su política secularizadora en reformas que apuntaban a transformar las formas de vida que hasta entonces habían regido en la capital virreinal.

la extensión que tuvo a cargo la parroquia de san pablo teopan, iba de Xochimilco has-ta el límite con tlatelolco. la orden de los franciscanos la poseyó, hasta que en 1586, para defenderse de los intentos del arzobispo Montúfar de secularizarla, la entregaron a los carmelitas de san sebastián atzacualco.9 des-

6 Cfr. Descripción del Arzobispado de México. Hecha en 1750 y otros documentos, 1897.

7 francisco Morales, “santoral franciscano en los ba-rrios de indios de la ciudad de México”, Estudios de Cultura Náhuatl no. 24, 1994, p. 356.

8 al llegar los españoles, la ciudad fue dividida en cua-tro parroquias: santa María Cuepopan, san sebastián atza-cualco, san Juan Moyotla y san pablo teopan, cfr. roberto Moreno de los arcos, “los territorios parroquiales de la ciudad arzobispal”, Gaceta oficial del Arzobispado de México, 1981.

9 esta entrega fue virtual pues el “arzobispo y los pá-rrocos de santa Catarina”, que eran franciscanos siguieron interviniendo y tomando las decisiones políticas desde su parroquia, es decir, san pablo quedó bajo la atención de los carmelitas, aunque su gobierno en manos de los fran-ciscanos, hasta el año de 1750. Cfr. roberto Moreno de los arcos, op. cit., p.166

de entonces aquel territorio, sucesivamente fragmentado, participó de una cadena de dis-putas, diferencias religiosas, acuerdos admi-nistrativos, intereses económicos y jerárquicos entre los cleros regular y secular.10

una parte medular de los escritos consul-tados provienen del primer cura secular que recibió parte del territorio que gobernaba la orden de los agustinos. Él construyó la parro-quia secular de santa Cruz y soledad, cubrien-do el área en que se hallaban cinco de los 13 barrios ubicados al oriente de la acequia real. de modo que la primera división de san pa-blo teopan se hizo en 1633, cuando la capilla agustina de santa Cruz Cuautzinco se destru-yó y en el área que ocupaba se levantó la parro-quia secular de santa Cruz y soledad. así, para 1750, el antiguo curato de san pablo quedaría en manos del clero secular.

el primer párroco secular que administró a santa Cruz y soledad, gregorio pérez Can-cio,11 elaboró la historia de esa feligresía. por sus textos sabemos de la colaboración que re-cibió de los indios de los barrios aledaños, y de los materiales, costo y apoyo que recibió para su construcción. luego de recibirla de manos de los regulares agustinos, lo primero

10 desde el siglo xvi los prioratos del clero regular administraban los dos sacramentos (y cobraban por ello) como si fueran parroquias. apoyados en sus privilegios y exenciones medievales y en las facultades extraordinarias concedidas por los pontífices para las tierras de misión, se negaron a someterse a la jurisdicción episcopal cuan-do ésta fue creada y alegaron estar sujetos a sus propias autoridades. los obispos no tenían ningún control sobre los indígenas e iniciaron una campaña que duraría más de doscientos años para quitar a los frailes sus curatos y dar-los al obediente clero secular. Cfr. antonio rubial garcía, Una monarquía criolla (La provincia agustina en el siglo xvii), 1989, pp. 76-77

11 la historia de la parroquia de santa Cruz y soledad está marcada por la llegada del cura que fortaleció su se-cularización, gregorio pérez Cancio. Él coincidía con la óptica arzobispal de quitar a las órdenes la ascendencia que tenían entre los indígenas: “está en sus manos mandar y vedar a los indios, porque los tienen tan amedrentados que no hacen más ni otra cosa de lo que ellos quieren, y son tantos a su obediencia y mandado, que de los que hay en esta ciudad no falta ninguno”. Cfr. Descripción del Arzo-bispado de México. Hecha en 1570 y otros documentos, 1897, p. 272

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que hizo pérez Cancio fue levantar, sobre lo que antes era una capilla modesta, una estruc-tura monumental en el centro del barrio de la Candelaria que permanece hasta nuestros días.

Con la entrega de la parroquia de santa Cruz y soledad al clero secular en 1750, los agustinos cedieron la primacía que hasta en-tonces habían tenido las órdenes regulares en esa zona. las notas de pérez Cancio fueron escritas desde el apego a una política religiosa secular promovida desde el arzobispado. su intención era finiquitar el peso e influencia de las órdenes regulares entre los feligreses indí-genas. desde su punto de vista, la doctrina que franciscanos, carmelitas y agustinos habían al-ternado, era retrógrada; por ello, cuando se refería a la historia de santa Cruz, la definía como “en tiempos de la ermita”, expresión

Mapa 3. Croquis de las parroquias iniciales en que fue dividida la ciudad de México (tomado de roberto Moreno de los arcos, 1981).

que encerraba un claro sentido peyorativo de atraso y despoblado.12

las notas del párroco evidencian un pun-to de vista secular que se revela en su manera de describir la planta parroquial procedente. la ermita, como la llamaba pérez Cancio, era deficiente; de modo que sobre aquella peque-ña capilla que había sido “labrada” por los carpinteros (que en náhuatl significa cosa de madera,13) el padre secular construyó la repre-sentación del poder arzobispal en la ciudad. destruir la antigua capilla agustina de santa Cruz Cuautzinco y levantar sobre ella la de santa Cruz y soledad, era en sus palabras par-te de una evolución cristiana. de modo que la historia de esa ermita, además de mostrarnos que fue el cimiento de la parroquia que sim-bolizaría el triunfo secular, nos ha permitido deducir que la distribución de los territorios parroquiales y que la organización de la planta urbana, ha sido también resultado del conflic-to entre los cleros regular y secular, así como del vínculo entre las autoridades religiosas y los vecinos de los barrios.14

12 gregorio pérez Cancio, La Santa Cruz y Soledad de Nuestra Señora. Libro de fábrica del templo parroquial, 1970, p. 36.

13 aquí dejaremos de lado, debido a que el tema re-quiere de una amplia investigación, la discusión de si los barrios tenían o no orígenes prehispánicos. Varios autores han apuntado que al dividirse la ciudad en cuatro barrios para fines doctrinarios —santa María Cuecopan, san sebas-tián atzacoalco, san pablo teopan y san Juan Moyotla—, las capillas señalaban los barrios en que residían los indí-genas antes de la Conquista. Cfr. José María Marroquí, La ciudad de México, tomo 1, vol. 3, l969; pp. 100-101; alfonso Caso, “los barrios antiguos de tenochtitlan y tlatelolco”, Memorias de la Academia Mexicana de la Historia, enero-mar-zo, 1956; roberto Moreno de los arcos, op. cit.; José r. Benítez, “toponimia indígena de la ciudad de México”, 27 Congreso Internacional de Americanistas, México, actas de la primera sesión celebrada en la ciudad de México, tomo ii, 1939; agustín ávila Méndez, “antiguos barrios de indios de la ciudad de México en el siglo xix”, en Investigaciones so-bre historia de la ciudad de México, vol. ii, 1974, pp.155-178.

14 sobre los vínculos entre los curas párrocos y los veci-nos de los barrios cfr. William B. taylor, “el camino de los curas y de los Borbones hacia la modernidad” en álvaro Matute, evelia trejo, Brian Connaughton (coords.), Estado, Iglesia y sociedad en México. Siglo xix, 1995 Caps 5 y 7; tam-bién Marcela dávalos “la ciudad episcopal y la disputa por

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Que la parroquia secular se construyera so-bre la pequeña ermita del barrio de los carpin-teros, suscita inquietud. esa capilla no era la única existente. además, estaban las de san Ci-prián, san Jerónimo atlixco, la Candelaria de los patos o de Manzanares. aquí no podemos más que formular algunas preguntas que quizá en un futuro responderemos: ¿por qué santa Cruz y soledad no se construyó sobre cualquiera de las otras capillas registradas?, y ¿por qué sobre la vieja capilla de Cuautzinco y no sobre la de la Candelaria ometochtitlan? parte de la respuesta radica en su ubicación. su cercanía a la Catedral y al casco español fa-cilitaba las cosas a los seculares; además de la notoria población mestiza que le rodeaba, era un punto de intersección hacia el resto de los barrios. pero más allá de los motivos que po-drían explicar el asentamiento en santa Cruz y no en alguna de las otras capillas, quisiera resaltar las preguntas a las que nos conduce la óptica de los escritos seculares.

el reparto del espacio entre esos curas fue el preámbulo de una nueva planta urbana. dé-cadas después de que pérez Cancio construye-ra la parroquia de santa Cruz —cuando había ya reescrito la historia de la parroquia desde el punto de vista del clero secular—, vio llegar un nuevo cambio en su territorio, el cual le pareció, si hacemos caso a sus notas, muy incó-modo. el avance de la política secularizadora ocasionó la creación de dos nuevas adminis-traciones parroquiales al sur de santa Cruz y soledad: en 1772 fueron creadas las parro-quias de santo tomás la palma y santa Cruz acatlán (véase mapa 4).

diversos documentos refieren a los pleitos que a raíz de tales divisiones se suscitaron entre pérez Cancio y el sacerdote de la nue-va parroquia de santo tomás la palma, tomas folgar. los motivos que suscitaron los pleitos fueron: los límites, el número de feligreses, la jerarquía respecto al arzobispado, etcétera. pe-

las feligresías. Ciudad de México, siglo xviii”, Trace, núm. 32, dic. 1997, pp.13-21.

ro más allá del contenido mismo de las dispu-tas, esos textos nos muestran que la construc-ción de las fronteras parroquiales, así como la pertenencia de los barrios a una u otra, depen-dió en buena medida de las disputas intestinas del poder clerical. en suma, para comprender la construcción del territorio urbano es ne-cesario tomar en cuenta la presencia que por más de doscientos años tuvieron las órdenes regulares,15 tanto como la presencia de los pá-rrocos seculares. de su diálogo con la política secularizadora virreinal, nos ha sido posible reconstruir una mirada a la vida barrial.16

párrocos como pérez Cancio o folgar fue-ron testigos de la creación de nuevos territo-rios seculares,17 así como de los fallidos pro-pósitos arzobispales para que los feligreses asistieran a las iglesias, indistintamente, sin hacer caso de distinciones.18 luego, en 1782,

15 en suma, para mediados del siglo xviii la parroquia inicial, san pablo, había pasado por distintas situaciones: 1) de 1521 a 1586 los franciscanos tuvieron la adscripción de la parroquia, 2) de 1586 a 1633 la doctrina quedó a car-go de los carmelitas, 3) en 1633 se hizo una primera sub-división al crearse la parroquia de santa Cruz y soledad, a cargo de los agustinos hasta que en 1750 la entregaron al clero secular y 4) en 1772 se crearon las parroquia de santo tomás la palma y de santa Cruz acatlán.

16 la secularización implementada en el año de 1772 resultó ser “la primera ruptura de la planta original de la ciudad cristiana que había durado cien años”, cfr. roberto Moreno de los arcos, op. cit., p. 166.

17 a las 10 parroquias iniciales (el sagrario, san Mi-guel, santa Veracruz, santa Catarina, santa María la re-donda, san sebastián, san pablo, san José —llamada desde entonces san Juan—, santiago tlatelolco —trasladada desde entonces a santa ana— y santa Cruz y soledad) fueron aña-didas cuatro en 1772: salto del agua, santa Cruz acatlán, santo tomás la palma y santa ana, cfr. Moreno de los ar-cos roberto, op. cit., pp. 169-170.

18 las parroquias de santa Cruz y soledad y santo to-más la palma, fueron exclusivamente para indios hasta que en 1772 el arzobispo lorenzana, ordenó crear cua-tro parroquias más y suspender que la concurrencia a las iglesias dependiera de la calidad racial. por algunos docu-mentos sabemos que tal suspensión no se logró del todo, pues la población continuó ignorando las nuevas normas de separación racial. Cfr. Javier pescador, De bautizados a fieles difuntos. Familia y mentalidades en una parroquia urba-na: Santa Catarina de México, 1568-1820, 1992; también en Concepción lugo olín y emma rivas Mata, La muerte por escrito. Catálogo de la colección “Sermones fúnebres” de la Bi-blioteca Nacional de Antropología e Historia, 1994; Verónica

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experimentaron la división de la ciudad en cuarteles, así como de la difusión de numero-sos bandos y reglamentos destinados a reorde-nar las prácticas en los barrios de indios. sus vidas ocurrieron durante uno de los periodos de mayores cambios en la ciudad, de los que parecen haber estado conscientes.

“la historia de la administración religiosa durante ese periodo es la historia de una pug-na entre regulares y seculares por controlar las parroquias indígenas”.19 las subdivisiones te-rritoriales son parte de la historia de la planta urbana, en tanto que los límites se desplaza-ban, negociaban y definían por medio de las disputas de los párrocos, quienes detentaban los derechos y aranceles de sus parroquias.20 así, la historia de las parcialidades, la de los conflictos religiosos y la de la distribución del territorio urbano, van de la mano: “de los in-formes de los ministros de doctrina de indios, de parcialidades y barrios de esta ciudad, se percibe la confusión y duda de términos de las parroquias y administraciones de su car-go[...]”.21 la historia de las parcialidades es, en suma, la historia del desplazamiento de sus bordes; del desconcierto sobre las jurisdiccio-nes y de la disputa por la administración de las feligresías

perManenCia de la Ciudad parroQuial

a su modo, los párrocos participaron en el proyecto de transformación de la ciudad. des-de sus puestos vitalicios y la solidez de un or-den que pesaba, hicieron eco a las reformas

Zárate, “los nobles ante la muerte en México. actitudes, ceremonias y memoria 1750-1850”, tesis de doctorado en historia, 1996, pp. 343-364.

19 Javier pescador, op. cit., pp. 24-25.20 Cfr. Arancel de derechos Parroquiales expedido por el Ilmo.

Sr. Dr. D. Manuel José Rubio y Salinas, arzobispo de México, para los curas de las parroquias de la Muy Noble y Muy leal Ciudad de México, México, imp. Viuda José Bernardo de hogal, 1757.

21 edmundo o’gorman, op. cit., 1938, p.9.

urbanas, sin que su figura de autoridad se extraviase de las localidades. la fortaleza de esa administración no podía borrarse de un plumazo; los curas, en diversas ocasiones, sir-vieron como voceros de las innovaciones emi-tidas por el ayuntamiento. décadas después de que la traza civil dividiera a la ciudad en cuar-teles, la ascendencia del mundo parroquial seguía vigente. los curas eran los únicos que desde su nacimiento reconocían como la pal-ma de su mano a los feligreses o al vecindario. su ascendencia y autoridad hizo que, incluso años después de la independencia, fueran soli-citados para que desde el púlpito difundieran eventos de orden social, como la aplicación de vacunas, los reportes de los difuntos durante las epidemias o bien la organización de las elecciones.

la ventaja del orden parroquial sobre el civil, en buena medida se debía a que la ad-ministración eclesiástica era la única capaz de persuadir a una colectividad a la que, hasta entonces, sólo los curas habían tenido acceso. el ingreso al corazón de los barrios sólo tenía sentido para los usuarios del entorno y para contados funcionarios u hombres de letras. por el contrario, los párrocos eran asiduos y parte de ellos:

no hay cura que pueda ignorar a qué rumbo, a qué distancia, están los lugares de su curato, como también las corrientes de los ríos, direc-ción de las montañas y demás cosas dignas de atención de su curato.22

una de las vetas documentales que revela el conocimiento que los curas tenían de los barrios y sus feligreses, son las actas de bautis-mo. en ellas registraban a cada vecino según su calidad racial y se anotaban los nombres de padres y padrinos, el origen barrial de los bautizados o la edad de los niños al recibir el

22 José antonio de alzate y ramírez, Obras 1. Periódicos, edición, introducción, notas e índices por roberto More-no, México, unam/instituto de investigaciones Bibliográfi-cas, 1980, p.108.

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sacramento. asimismo enfatizaban los datos según su propio interés. un elemento que las actas bautismales hicieron plausible a nuestros ojos, fue la ausencia o presencia del barrio de procedencia de los indígenas. si para los curas fue útil saber la procedencia de sus feligreses, para ellos parecía ser un acto de honor que el nombre de sus barrios quedase anotado.

los registros, siempre aparentando ser los mismos, dan pistas para reinterpretar a los vecinos de los barrios. los libros de bautis-mo para indios de santa Cruz y soledad de los años 1767-181423 y los de santo tomás la palma de 1772-1806,24 vinculan la calidad ra-cial al barrio, pero también muestran el gra-do de interés por registrar el origen de los infantes.

los registros de indios bautizados de santa Cruz y soledad comienzan en 1767, porque las actas anteriores se extraviaron; sin falta, hasta 1772 —año en que fueron creadas las cuatro nuevas parroquias—, los párrocos anotaron las calidades raciales y el origen barrial de los in-dios. la suspensión posterior seguramente se debió a la reacción de los párrocos ante la or-den de oficiar misa sin distinción de las calida-des raciales de sus feligreses. así, desde 1772, la rutina de anotar el origen del barrio en la parroquia de santa Cruz y soledad se volvió intermitente, mientras que en santo tomás la palma se continuó, e incluso reforzó. la cos-tumbre de registrar el nombre del barrio in-dígena de procedencia, se mantuvo en santo tomás hasta 1806, es decir, cuando el gobier-no virreinal ordenó que en los bautismos se omitiera la calidad racial.

la coincidencia entre los pocos bautismos practicados durante las epidemias de 1762 y 1779 o las hambrunas de 1787,25 también nos

23 archivo histórico de la parroquia de santa Cruz y soledad, México, d.f.

24 archivo histórico de la parroquia de santo tomás la palma, México, d.f.

25 donald B. Cooper, Las epidemias en la ciudad de Méxi-co 1761-1813, México, imss, colección salud y seguridad social, serie historia, 1980; enrique florescano y elsa Malvido, Ensayos sobre la historia de las epidemias en Méxi-

habla de los párrocos que intercedían por los indios ante las instancias de gobierno. durante las épocas de epidemia ellos eran quienes lle-vaban los registros de difuntos. el cura grego-rio pérez Cancio entregó su informe sobre la viruela y matlazáhuatl en respuesta al encargo de su excelentísima, quien le había solicitado “noticia del número de personas [...] que han fallecido en esta capital en la pasada epidemia de viruelas, y la presente de Matlazáhuatl [...] y reconocido puntualmente los libros de esta parroquia”.26

Que los párrocos aparezcan aquí como unos de los pocos personajes de élite que accedían a las parcialidades indígenas, se debe a la pre-ocupación actual por comprender las sociabi-lidades en los barrios. a partir de los reportes epidémicos, los curas revelaban el grado de conocimiento que tenían de las feligresías. du-rante las epidemias, como la de 1761, el cura de santa Cruz y soledad demostró el conoci-miento que tenía de cuántos adultos, cuántos párvulos, así como de cuántos “feligreses que no habían llegado al tiempo de la pubertad”, habían muerto. además, sabía cuántos y quié-nes pertenecían a otras parroquias, ubicaba los cementerios en que habían sido enterra-dos, etcétera. 27

la misma condición tienen los informes de viruela de 1797. en un cuaderno sistemá-ticamente llenado semana a semana,28 los pá-rrocos sabían el número de feligreses muertos “de viruelas naturales” o “inoculados”. pérez Cancio estaba enterado de los 37 muertos en el hospital ubicado “en el puente de las man-zanas”, de otros 10 a los que él mismo sepultó en la capilla de san simpliciano, de otros siete que “murieron en su casa” y de algunos más fuera de los barrios que a él le correspondía.

co, México, imss, colección salud y seguridad social, serie historia, 1982.

26 agn, ramo epidemias, tomo Xiii, 1762.27 agn, ramo epidemias, tomo lXiii, 1762.28 “semanario de los cadáveres virulentos que se extien-

den en las respectivas feligresías de esta capital... para ase-gurarse del progreso y estado del la presente epidemia”, agn, ramo epidemias, tomo ii, 1797.

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los documentos parroquiales hablan de la importancia, influencia y conocimiento que los curas tenían de sus feligreses.29 de octubre de 1797 al 27 de enero de 1798, Cancio en-vió informes mensuales sobre la epidemia de “viruelas naturales”. por días30 inventarió a los fallecidos, hasta que la epidemia cedió31. su fi-gura fue el símbolo del orden parroquial. los párrocos eran los únicos capaces de elaborar seguimientos epidémicos de esa naturaleza, así como de servir de emisores de algún even-to relevante en el vecindario.

los reportes epidémicos para los años 1813 y 1814 también fueron elaborados desde la administración parroquial; el lenguaje natural antes empleado por los párrocos, comenzó a convertirse en una jerga precientífica especia-lizada. de referir en 1797 al “número de per-sonas de todas clases que han fallecido en esta capital”, en 1813 se pasó al “estado necroló-gico de las parroquias de esta capital”.32 las parroquias continuaron con su rol mediático. en 1804, el párroco en turno de santa Cruz y soledad, félix flores alatorre, fue el encar-gado de difundir la vacuna entre los vecinos. recibió del rey un ejemplar del Tratado histó-rico práctico de la Vacuna, a fin de que “que en esta feligresía se haga de el uso que desea su magestad”.33

esto reitera la importancia de la adminis-tración parroquial hasta las primeras décadas del siglo xix y muestra la estrecha relación de los curas con los vecinos de los barrios; por su puño y letra sabemos que eran de los pocos le-trados que in situ conocieron a los indígenas.

desde este escenario los curas intervinieron

29 Cfr. Celia Maldonado lópez, Ciudad de México, 1800-1860: epidemias y población, 1995.

30 agn, epidemias, tomo i, 1797.31 en la semana que ha corrido desde el 21 de este hasta

hoy, no ha habido muerto alguno, ni enfermo de viruelas. Con que parece que ha cesado ya enteramente la epidemia en esta parroquia de santa Cruz y soledad. México, enero 27 de 1798, agn, epidemias, tomo ii, 1797

32 agn, epidemias, tomo iX, 1813, agn, epidemias, tomo Xi, 1813.

33 agn, epidemias, tomo X, 1804.

para solicitar mejoras en los barrios. al tiem-po que fueron continuadores de una ancestral traza religiosa, participaron en el proceso de construcción de la planta urbana moderna. al lado de la concurrencia del poder virreinal, las órdenes regulares, el clero secular, los fun-cionarios del ayuntamiento, los letrados, los barrios de indios y una cadena de actores más, los párrocos certificaron el paulatino andar de una ciudad desacralizada.

así, aún a finales del virreinato, la antigua distribución parroquial alternó con la civil. se trataba de un entramado ambiguo. por un lado actuaba un gobierno virreinal que simul-táneamente a sus exigencias de Te deums, ce-lebraciones de misas y repique de campanas que hicieran públicos sus episodios, pretendía disociar el sermón religioso de los sucesos co-tidianos. por el otro lado fungía un arzobispa-do que concentró sus fuerzas en secularizar la administración urbana, lo cual se traducía en la expulsión de la participación pública a las órdenes regulares.

alCaldes Censores interpretados en Cifras

en la ciudad del último tercio del siglo xviii no había uniformidad. en los barrios estaban impresas huellas del viejo orden mendicante, de la planta parroquial arzobispal y de la divi-sión civil por cuarteles. aunque su población respondía, en general, a dos autoridades —la religiosa y la civil—, en los barrios coexistieron otros órdenes territoriales, marcados no tanto por las normas institucionales, como por cos-tumbres sedimentadas a lo largo de las gene-raciones.

en este apartado haremos uso de las cifras a fin de entender la forma en que se traducía la política ilustrada hacia los barrios. además de la pretensión de difuminar la separación racial en las iglesias, se sumó la distinción de dónde y de qué manera residía la población. Veremos que los barrios ubicados al oriente de la ace-

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quia real alcanzan a distinguirse entre sí por esa contabilidad hecha casa por casa y persona por persona. los feligreses, antes bajo la tutela de los mendicantes, comenzarían a participar o a tomar distancia de la normatividad secular naciente.

para los alcaldes censores, servidores di-rectos de la política del virrey, la distribución parroquial debía ser vista como sinónimo de atraso.34 Como servidores de la política secula-

34 hipólito Villaroel, Enfermedades políticas que padece la capital de esta Nueva España, en que casi todos los cuerpos de que se compone y remedios que se le deben aplicar para su cura-ción si se quiere que sea útil al Rey y al público, 1979; ignacio gonzález polo (introducción y notas), Reflexiones y apuntes

rizadora —aunque al parecer en ocasiones no se adhirieron a ella—, su función se vinculó a un nuevo significado de lo social que, de manera inmediata, se traducía en registrar, cuantificar y reconocer a fondo al conjunto de la población.

el primer gran censo civil, ordenado por el segundo virrey revillagigedo en 1790,35 tuvo equivalentes en censos religiosos como el de 1793, levantado por los curas de la parroquia

sobre la ciudad de México (fines de la Colonia). Discurso sobre la policía de México, 1788, 1984.

35 Padrón de Población mandado a hacer por orden del virrey Revillagigedo, 1790, ahem, ciudad de México, C 21, exps. 1 al 4 (en adelante padrón 1790).

Mapa 5. plano que destaca los cuarteles menores ubicados al sureste de la ciudad (seminario de historia urbana, deh-inah).

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de santa Cruz y soledad.36 esto, además de ratificar la coincidencia del clero secular y la política virreinal, resalta la importancia de los censos de población en esa política desacrali-zadora. elaborados con el fin de implementar una nueva custodia de la colectividad, esos registros tuvieron como objetivo reconocer quiénes, cómo, en dónde, cuántos y de qué manera vivían los vecinos de la ciudad. noso-tros hemos restringido la consulta del censo de 1790 a los barrios ubicados al oriente de la acequia real.

en los censos, los barrios aparecen trazados por el recorrido de los alcaldes. su geografía, delineada por los cuarteles menores y señala-da vecindad por vecindad y casa por casa, se llenó con los nombres de los jefes de familia, esposa, hijos y toda clase de allegados —desde ahijados hasta sirvientes—. además, sus textos refieren el número de quienes ejercían oficios y su tipo, edades, calidades raciales, y condi-ción de tributario.

Más allá de esas anotaciones estudiadas desde la historia cuantitativa, los censos tam-bién dan pistas sobre algunas relaciones enta-bladas entre los vecinos y su espacio barrial. los alcaldes dejaron impresa su percepción de los barrios, así como diversos referentes dados por los vecinos de las localidades. de su puño y letra hemos reconocido descripciones que nos hablan de las costumbres y del sentido que los usuarios le daban al lugar.

esas descripciones nos permitieron dis-tinguir a los barrios que en un principio nos parecieron un conjunto homogéneo. aunque todos estaban delimitados por la acequia real y el lago de texcoco, una segunda lectura exi-gió separarlos de acuerdo con su ubicación al norte —como parte de la parroquia de santa Cruz y soledad— o al sur —en la parroquia de santo tomás la palma. la aparente correspon-

36 Padrón de los feligreses de la Parroquia de Santa Cruz y Soledad de esta Corte de México, formado por su Cura el Br Dn Josef Mariano Garduño, México, archivo histórico del arzobispado, año de 1793.

dencia entre el territorio ocupado por esas parroquias y el de los cuarteles 19 y 20, res-pectivamente, sugiere preguntar sobre el uso que la división civil dio a la administración de la planta religiosa anterior. esta apreciación, sin embargo, no se resolverá en este trabajo; lo que sí quisiera resaltar es el papel que tuvo el casco español en los barrios ubicados al orien-te de la acequia real.

Más adelante veremos que a las diferencias raciales, tipo de oficios o construcciones y participación tributaria, se sumaban también los rasgos geográficos. la distinción entre los barrios del norte y sur coincide, grosso modo, con las administraciones parroquiales y con la delimitación de los cuarteles menores, sin em-bargo, otros aspectos socioculturales enfatizan sus diferencias. el tipo de construcción, las proporciones raciales o los oficios registrados, los vuelven disímiles. para comenzar a notar tales diferencias, veamos la distribución de la población en el censo de 1790.

si tomamos como referente el cuadrante su-reste —que iba de la parroquia de la santísima a san lázaro, de aquí a la Magdalena Mixiuca y por último a la garita de la Viga (véase ma-pa 1)—, veremos que la parte de la parcialidad que contenía al cuartel 19, donde estaban los barrios del norte, los más cercanos al casco, se habían vuelto candidatos para la población española y mestiza. una primera diferencia con los barrios ubicados al sur es que regis-traron una mínima variedad racial. hagamos una pausa para mostrar, en una instantánea derivada del censo de 1790, que los barrios no eran un conjunto homogéneo. no perdamos de vista que por un momento interpretaremos a los alcaldes en cifras, asunto que por su na-turaleza exige la paciencia del lector.

para un mejor análisis de la información referida a los barrios ubicados al oriente de la acequia real, opté por compararlos con otros pertenecientes al cuadrante sureste. los cuar-teles 17, 18, 19 y 20 se inscribían dentro del cuartel mayor número 5 (cuadro 1). los ba-rrios que nos interesan, los ubicados al oriente

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cuadro 3Cuartel 20. poBlaCión por Calidad en los Barrios

Español Indígena Mestizo/castizo Sin calidad Totalsanto tomás la palma 1 27 1 0 29san dieguito 2 9 15 0 26la Concepción ixnahuatongo 2 42 11 11 66san nicolás 0 307 0 7 314san agustín Zoquipan 0 289 0 34 323la resurrección tultenco 0 215 0 35 250san Mateo de Zacatlán 0 39 0 3 42la Magdalena Mixiuca 0 346 1 143 490totaL 5 1 274 28 233 1 540

cuadro 2Cuartel 19. poBlaCión por Calidad en los Barrios

Barrio Español Indígena Mest/Cast Sin calidad Totalsanta Cruz Cuautzinco 23 85 28 51 187la Candelaria ometochtitlan 28 138 15 23 204san gerónimo atlixco 13 272 44 60 389san Ciprián 2 42 9 11 64totaL 66 537 96 145 844

en el cuartel menor 20 los indígenas eran ma-yoría rotunda.

los números esbozan un camino que se detallará con la información surgida de otras fuentes documentales. Veremos que una cosa es referirse en general a las parcialidades indí-genas, y otra muy distinta hablar de los barrios de indios. Veamos cuáles barrios pertenecían a cada cuartel. Cuartel 19:38 santa Cruz Cuau-tzinco, la Candelaria ometochtitlan, san ge

38 ahem, Padrón 1790, “padrón echo por el alcande don Manuel rodríguez Balda, que lo es del Cuartel número 19, perteneciente al Quinto Mayor”, op. cit., exp. 2, f. 58-59.

cuadro 1poBlaCión por Calidad en Cuarteles (inCluidos en el

Cuartel MaYor 5)Núm. cuartel Españoles Indígenas Mestizaje Otros Total 37

C17 2 384 1 102 877 236 4 599C18 393 284 101 115 893C19 884 591 471 254 2 200C20 250 1 652 228 77 2 207

de la acequia real, se ubicaban en los dos últi-mos, es decir, en los cuarteles menores 19 y 20 (véase mapa 5).37

el cuadro 1 muestra el número de habitan-tes en cada uno de los cuarteles. los cuarteles 17 y 19, ubicados ambos al norte, registran mayor cantidad de población: mientras más cercanos del casco estuvieran, mayor variedad de población tenían. si consideramos al cua-drante en conjunto, los españoles eran mayo-ría en los cuarteles 17, 18 y 19, mientras que

37 ahem, Padrón 1790, México, 1790 C21, vol. 21, exp. 58fs.

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rónimo atlixco, san Ciprián. Cuartel 20:39 santo tomás la palma, san dieguito, la Con-cepción ixnahuatongo, san nicolás, san agus-tín Zoquipan, la resurrección tultenco, san Mateo de Zacatlán, la Magdalena Mixiuca.

los barrios ubicados al norte —los conte-nidos en el cuartel 19—, refieren a la misma lógica. la Candelaria y san gerónimo nos permiten suponer que a mayor lejanía del cas-co, mayor población indígena. Visualicemos la información.

al dirigirnos rumbo al sur la diferencia es rotunda. la información del censo nos permi-te deducir que en esos barrios la población es-pañola era casi inexistente. Veremos que esta tendencia se corrobora al consultar otras fuen-tes documentales.

sin perder de vista las pretensiones cuanti-tativas, los cuadros han servido para explicar-nos una información densa y difícil de deta-llar. si el cuadro 1 deja la impresión de que en el cuadrante sureste habitaban tanto españoles como indígenas, ésta se desvanece si distingui-mos a la población desde adentro del barrio. todos los documentos empleados a lo largo de este trabajo nos harán ver que si en los barrios la población era principalmente indígena, su proporción era menor en los ubicados al nor-te (77%), que en los del sur (96%).

en el mismo tenor de nuestra lectura nu-mérica de los censos, en los barrios predomi-

39 ahem, Padrón 1790, “padrón que de orden del exmo. señor Virrey, ha executado don Juan de portusah, alcalde del Cuartel núm. 20, perteneciente al 5o. Mayor”, op. cit., exp. 3, f. 74.

nó la población indígena. esta información es más relevante al contrastarla con barrios como oxolhuacan Jamaica y san pablo que, aunque pertenecían a la parcialidad de indios, se ha-llaban del otro lado de la acequia, también cercanos al casco español. en ellos fueron registrados numerosos españoles y mestizos, funcionarios y practicantes de oficios que ni por asomo aparecen al cruzar la acequia real. su cercanía con el centro, seguramente los lle-vó a volverse una opción de residencia para la población española y mestiza.

Y es así como la acequia real se nos volvió una frontera que diferenciaba a la población. Como en otras ciudades, el río —en este caso la acequia— hacía las funciones de frontera: separaba estatus y calidades. Mientras más ale-jados del casco español estuvieran los barrios, mayor población indígena registraron. la cer-canía de Jamaica y san pablo al casco y que su ubicación no estuviera del otro lado de la ace-quia, propiciaría su fusión con las actividades del centro. la acequia fungía como una espe-cie de barrera que diferenciaba a quienes ha-bitaban al otro lado. esta apreciación, es decir, el significado simbólico atribuido a la acequia real, quedará para una futura investigación.

Con sólo atravesar la acequia hacia el po-niente, los documentos transforman las cifras. Barrios, algún día semejantes a los que colin-daban con el lago de texcoco, refirieron a una mayoría de población indígena. ¿por qué los barrios ubicados al oriente de la acequia real sí la mantuvieron? ¿por qué mientras más nos acercamos al sur y al este, los documentos se-ñalan una menor diversidad racial? en los cin-co barrios ubicados al sur —la resurrección tultenco, san agustín Zoquipan, la Magdale-na Mixiuca y san Mateo de Zacatlán—, simple-mente no se matriculó a ningún español.

en suma, de una información dada en ci-fras es posible describir una instantánea que provoca preguntas ajenas al orden numérico. Con sus observaciones, los alcaldes no sólo nos permiten deducir porcentajes, sino tam-bién referencias sobre cómo percibían los veci-

cuadro 4Cuarteles 19 Y 20. poBlaCión por

Calidad en los Barrios.Calidad étnica Cuartel menor 19 Cuartel menor 20

españoles 66 (9.44%) 5 (0.38%)indios 537 (76.83%) 1 274 (97.48%)Mestizos/ castas 96 (13.73%) 28 (2.14%)totaL 699 1 307

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nos el entorno de los barrios. por sus jornadas deducimos una serie de cifras, y de sus notas cómo la población percibía e interactuaba con su entorno.

entorno Barrial desCrito por los alCaldes

los alcaldes fueron las primeras autoridades civiles que vigilaron los barrios. desde 1782, el reglamento dictado por el oidor ladrón de guevara concentró su atención en las rondas y vigilancia hacia los barrios. los alcaldes, nombrados y supervisados por el Consejo de su Magestad, se dieron a la tarea de recorrer calles y callejones a fin de registrar y enlistar a los residentes de los barrios; número de tribu-tarios; oficios, estado civil, edad y sexo, etcé-tera. en su numerología, sin proponérselo, esos hombres dejaron pistas para comprender referentes espaciales y lógicas de residencia empleados cotidianamente por aquella po-blación. Y aunque interpretaron desde una óptica distante, en primer lugar porque ellos no residían en los arrabales, sus observacio-nes son otra puerta de entrada a esa sociedad tradicional.

en su tránsito por esquinas y rincones, esos servidores virreinales anotaron frases como “de aquí en adelante las viviendas son parte de los barrios de indios...” o “hacia esa dirección todas son propiedades de los indios”, distin-guiéndose de ese modo de los indios. a lo largo de sus recorridos elaboraron una carto-grafía simbólica que revela la manera en que percibían ciertos detalles que saltaban a su vista —pulquerías, molinos, lavaderos, talleres artesanales, tiendas de pulpería, chocolaterías, capillas, etcétera—, hasta una morfología ba-rrial. su andar nos recuerda que los barrios se distribuían a partir de un centro enmarcado por la plaza, la iglesia y las casas principales, a semejanza de la estructura del casco, que en la plaza Mayor reunía a la Catedral, al Cabildo, al portal de mercaderes y las casas de los prin-

cipales.40 en barrios como la Candelaria de los patos, san gerónimo atlixco, san Ciprián, santa Cruz tultengo, san pablo o san sebas-tián,41 las familias importantes radicaban en el centro, frente a la capilla o iglesia principal, en donde, además, se ubicaban los talleres y negocios mayores.

de sus desplazamientos —que a veces ocu-paban la jornada completa, durante más de un mes42 en los cuarteles 17 y 9—,43 inferimos

40 algunos estudios han mostrado que para el siglo xviii la disposición de los barrios seguía siendo una peque-ña unidad que funcionalmente reproducía a la ciudad “a través de su disposición socioespacial con un centro fun-cional, que es la plaza del templo, y donde convergen las diferentes secuencias del barrio y se aglutinan los poderes, principalmente el económico”, asimismo la reproducían simbólicamente “porque en su ámbito territorial habitan los más ricos, los más pobres, los propietarios, los arte-sanos...en una amalgama de diferencias que termina por constituir una sociedad estructurada jerárquicamente”. Cfr. eduardo lópez Moreno, “Barrios, colonias y fraccio-namientos. historia de la evolución de una familia temática de palabras que designa una fracción del espacio urbano. México”, en Marie france prévôt schapira schapira, Cáte-dra de Geografía Humana Elisée Reclus, Sem. Geografía urbana nuevos paradigmas, 2-10 julio de 1998, punto 3.2.

41 en el centro de la Candelaria de los patos, las “gran-des familias” indígenas vivían junto a las contadas fami-lias de españoles que residían en el barrio. sus apellidos se habían heredado por generaciones a través del tiempo, se autodefinían como indios caciques, eran representantes de la parcialidad o maestros artesanos con sus propios ta-lleres. de los pocos nombres que aparecen con apellidos en el censo de 1790 en el barrio de la Candelaria, son los mismos que concentraban a la mayor cantidad de zapate-ros y quienes aparecieron una y otra vez ante el juzgado vendiendo tierras: pedro nolasco flores fue uno de los ancestros más tangibles en los documentos de finales del siglo dieciocho. la familia Xuarez se extendió por todo el barrio, casándose con otros grupos que también, aunque con menos constancia, poseían apellido, es decir, no eran un pedro o una pascuala cualquiera, el hecho de haberse distinguido con su apellido les daba una connotación de privilegio. Cfr. Marcela dávalos, “familia y vecindad en un barrio de México”, Familia, vida cotidiana y mentalidades en México y Costa Rica. Siglos xviii- xix, 1995, pp. 117-128.

42 el alcalde del cuartel 19 comenzó el 24 de febrero de 1790 y acabó el 22 de marzo del mismo año. “padron echo por el alcalde don Manuel rodríguez Balda...”, ahem, Pa-drón 1790, México, 1790, C. 21, vol. 21, exp. 2, 58 fs.

43 el del cuartel diecisiete comenzó “en veinte y dos de febrero del año de 1790 y terminado el 16 de agosto del mismo año. padrón del cuartel núm. 17 del que es Juez Mayor, el señor don francisco saavedra del consejo de su Magestad y alcalde de Corte y Juez de provincia echo

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algunos referentes espaciales de los vecinos de los barrios. sus cuadernos permiten asociar los oficios con el entorno físico así como re-lacionar la ayuda mutua y vínculos familiares: un curtidor, por ejemplo, requería del agua y salitre del lago para curtir pieles que distribuía a los zapateros, en tanto que vecinos cercanos elaboraban los tacones.

de los apuntes se deduce que la vecindad, los oficios y el parentesco iban de la mano. es-cudriñar quiénes y cómo fabricaban los tintes, en dónde se ventilaban las pieles curtidas o cómo se regulaban los días en un barrio de pescadores, a diferencia de otro poblado de curtidores, son preguntas que emanan luego de repasar sus recorridos. los alcaldes nos ad-vierten que los nombres de ciertos barrios se derivaban de los oficios que ahí se desempeña-ban, y que muchos de los referentes espaciales se asociaban a personajes relevantes, historias o características del lugar designados así por los mismos vecinos.

además, los alcaldes nos llevan por calles cerradas, callejones imposibles de transitar o puertas falsas que no llegaban a ningún lado. sus anotaciones nos dejan la tarea de interpre-tarlos, de discernir entre su criterio y el de los vecinos mismos; diferenciarlos de los vecinos, a través de sus mismas descripciones. en oca-siones los alcaldes se refirieron a los lugares de manera abstracta y general, sin embargo, detrás de tales representaciones, se alcanza a ver su percepción de aquel espacio: “barrio de san nicolás. siguen las chozas de adoves y caña sin números”; “barrio de san dieguito. ranchitos con sus pedacitos de tierras sembra-dos y jacales”; “barrio de san Ciprián. Casillas y jacales de adove y caña”.44 ¿Qué elementos usaban los vecinos de los barrios para ubicarse en el espacio? de esto dan cuenta las anota-ciones de los alcaldes, que refieren a huellas

por su Juez Menor don Miguel prieto”, ahem, Padrón 1790, México, 1790, C. 20, exp. 4, 109 f.

44 “padron del cuartel núm. 17...”, ahem, Padrón 1790, México, 1790, C. 20, exp. 4, fs. 50, 53 y 55.

acuñadas por la costumbre: junto a la casa de nuestra señora de guadalupe, la de san Cayetano, la de nuestra señora de la luz, la del Corazón, o bien la vieja casa Mayorazgo de los garnica,45 son algunos ejemplos de que las vecindades se bautizaban, tenían nombres distintivos propios, registraban algún suceso notable o bien tomaban el nombre de un santo para protegerlas.

Más adelante veremos que en aquellos es-pacios ajenos a las nomenclaturas modernas se empleaban relieves y símbolos colectivos construidos por los habitantes para distinguir al espacio. a eso invitan las anotaciones del al-calde don Manuel rodríguez Balda: “al llegar al callejón que nombran del vinagre”. ¿Qué nombran?, ¿quién? las frases apuntan a la ex-periencia acumulada de los vecinos:

“dando vuelta al puente de santa Cruz contiguo a las casas curales”, “pasando el puente que está inmediato a la casa del difunto don gregorio pérez Cancio”; “frente de san lázaro pegado a la acequia antes de subir el puente del guarda”; “pasando un puentecito”; “al lado de la pulque-ría de palacio”; “la casa nueva donde está la hor-ca”; “junto a la casa de pacheco”.

en fin, las frases que designan el espacio representan más símbolos gestados por el uso o referentes de historias comunes, que un or-den dispuesto por la escuadra, la numeración o el nombre de la calle. esto se enfatiza en una nota de la ordenanza de 1782 que marcarían los límites de los cuarteles:

que en algunos de los puntos en que terminan los cuarteles, y no hay señal cierta de puente, calle u otra con que distinguirlos, por caer en despoblado... se ponga un pilarcillo o mojonera de piedra.46

45 “padron echo por el alcalde don Manuel rodríguez Balda...”, ahem, Padrón 1790, México, 1790, C. 20, exp. 4.

46 Martín de Mayorga, Ordenanza de la división de la No-bilísima Ciudad de México en cuarteles, creación de los alcaldes de ellos, y reglas de su gobierno, 1782, p. 24.

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la información de los censos coincide, co-mo veremos en los siguientes capítulos, con otras fuentes. el pequeño mundo de los barrios oscilaba entre una modernidad que pretendía absorberlos y una permanencia cultural que les permitía interactuar y sobrevivir en aquel paradójico mundo. los oficios se vuelven más precarios conforme nos alejamos del casco de la ciudad, es decir, mientras más al sur estuvie-sen los barrios, menos variadas eran las ocupa-ciones registradas. las tareas predominantes eran de recolección y siembra, como en la re-surrección tultenco, san agustín Zoquipan, la Magdalena Mixiuca o san Mateo Zacatlán; ahí predominan los zacateros, hortelanos, pes-cadores o tiradores de pato, revelándonos su vínculo con la cultura lacustre.

Conforme más nos alejamos del casco espa-ñol, los barrios revelan más paradojas del pro-yecto ilustrado de modernización. en algunos casos, oficios como el de zapatero o taconero dependían de una sola familia, lo cual les daba prestigio entre los vecinos del barrio. un ejem-plo de esto es la Candelaria ometochtitlán, en donde solo algunas familias indias dedica-das a esos oficios empleaban, lo que era excep-cional en la época, apellidos para distinguirse. los flores se asociaban con el oficio de zapate-ro, al tiempo que residían en la misma manza-na en que habitaban los contados españoles y mestizos registrados en la Candelaria.

en ese minúsculo mundo, los flores fueron reconocidos por su estatus, su oficio o por los solares que poseían. ellos aparecen en los

en la actualidad ya nada significan, que están tomados de alguna iglesia o algún puente que ya no existe, de alguna leyenda olvidada con el tiempo, o del nombre de algún vecino prominente, que siendo muy conocido en su épo-ca por toda la ciudad, servía para definir con precisión el lugar en que habitaba. esos nombres, sin embargo, y to-dos los demás, no han podido dar jamás al extranjero ni remota idea del lugar en donde está situada la calle a que se refieren... aquello satisfizo las necesidades, cuando por decir así, ‘se vivía en familia’ en la ciudad”. Cfr. roberto gayol, Documentos relativos a la nomenclatura de calles y nu-meración de casas de la ciudad de México, México, tipografía y litografía “la europea” de José aguilar Vera y Cía., h. ayuntamiento, 1904, p.13.

todo sugiere que los alcaldes fueron recep-tores de las señalizaciones que la misma gente del barrio empleaba, y que eran referencias construidas por la experiencia de los vecinos: cada uno reconocía la casa en que antaño ha-bitó el sacerdote pérez Cancio, así como pro-bablemente se sabía que 20 años antes de que el censo fuera levantado, ese párroco fue el encargado de construir la parroquia de santa Cruz y soledad, sobre lo que fue una pequeña capilla indígena. en fin, al dibujar esos mapas, los alcaldes nos dejaron una geografía del en-torno.

de frases sueltas y de observaciones pues-tas al margen por los alcaldes, surgen señales que tienen tanta importancia como su segui-miento sistemático de las edades, cifras de na-cimiento, mortandad o porcentajes de edad al casarse. de esa información es posible suponer prácticas y recepciones culturales de aquellos vecinos que participaban de un tejido que iba de la iglesia a la plaza, pasando por los oficios, el parentesco y una cadena de sitios que daban significado a la convivencia diaria.

los censos trazan el mapa mental de los al-caldes, al tiempo que traducen los testimonios que les dieron los vecinos de los barrios. lo que aquellos nunca imaginaron fue que casi 200 años después, sus croquis suscitarían pre-guntas en torno al proceso de modernización urbano que nunca más se detendría. ellos for-maban parte de esa incipiente “cuestión social” que en adelante asociaría el contabilizar con controlar, porque, si construir atarjeas, nume-rar las casas, alinear las calles y darles nomen-clatura fue un asunto incipiente a finales del siglo xviii, su madurez se alcanzó hasta el porfi-riato y su alcance para la totalidad del conjunto urbano, se proyectó hasta el siglo pasado.47

47 esto lo ejemplifica roberto gayol, uno de los ingenie-ros planificadores de obras públicas durante el porfiriato: “la nomenclatura de las calles de la ciudad de México, formada según las ideas que prevalecían en la época de su fundación, no obedece a ningún principio racional, pues en una misma línea hay 20 o más distintos nombres ca-prichosos y aún ridículos, nombres que muchos de ellos

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documentos con una investidura privilegiada. tampoco era casual que casi todos los zapate-ros del barrio se apellidaran flores o que fue-ran vecinos colindantes

todo esto muestra a una comunidad de zapateros, en donde el apellido, el oficio y la residencia son parte de una vinculación que permitiría hacer más fácil la existencia. no es casual que el nona-genario Josef Manuel flores, petra nolasco y Ma-ría antonia María se apelliden también flores, como tampoco lo es el que sus hijos o parientes posean el mismo oficio, pertenezcan al mismo barrio y, además, sean vecinos inmediatos.48

la gente de los barrios, al igual que en otras muchas partes de la ciudad, trabajaba en su lugar de residencia, es decir, vivía y produ-cía en un mismo terreno:

hay en esta ciudad otras casas donde se fabrican bayetas y frazadas (que llaman obrajes), en las que se entretiene muchísima gente trabajando en los telares que hay de ropas de algodón; pues hay dos barrios (que son san pablo, y la Cande-laria) donde cada casa es un obrador.49

si en esos barrios nos topamos con oficios centenarios que parecen haberse prolongado desde un estadio de recolección, también ha-llamos talleres de curtidores, badaneros, zu-rradores, pintadores de indianilla, botoneros o gamuzeros a quienes el agua salada les faci-litaba la realización de sus tareas. el contraste entre la vida de chiquihuiteros, zacateros, re-meros y cazadores de patos, chichicuilotes o pescadores y la de oficiales especializados co-mo el de los trabajadores de la piel, resaltan aún más los contrastes y heterogeneidad de aquella parte de la ciudad que oscilaba entre una organización tradicional y los ecos de la normatividad ilustrada que pretendía moder-nizarla. estos contrastes nos han permitido deducir que actividades centenarias se practi-

48 Cfr. Marcela dávalos, op. cit.,1995, p.123.49 Juan de Viera, Breve y compendiosa narración de la ciu-

dad de México, 1992.

caban en una ciudad también ordenada por cientos de talleres artesanales, construcciones sólidas y autoridades establecidas. los indios de los barrios recolectaban y cosechaban al tiempo que estaban familiarizados, como ve-remos en los siguientes capítulos, con las ins-tancias y representantes del gobierno hispano, tales como alcaldes, religiosos, curas o escri-banos.

de modo que los censos nos permiten in-terpretar las observaciones anotadas por los alcaldes. deducimos que los barrios ubicados al oriente de la acequia real muestran fuertes contrastes; sus pobladores estaban familiari-zados con un ámbito labriego, al tiempo que también eran partícipes de la normatividad urbana. en esos barrios convivía el modelo de urbe castellana con una cultura tradicional indígena vinculada, sobre todo, con las tareas lacustres.

estamos lejos de afirmar que esos barrios eran continuación de los núcleos prehispáni-cos.50 al remitirnos en sentido estricto a las descripciones de esas prácticas lacustres des-de el siglo xviii, hemos advertido una conti-nuidad histórica que —cada una desde sus propias racionalidades— las describe. ¿por qué los autores tuvieron necesidad de observar las costumbres indígenas con su entorno lacustre? este tipo de narraciones continuaron en los siguientes siglos. ¿en dónde debemos inscribir esas descripciones que nos hablan de una con-tinuidad historiográfica sine qua non respecto al entorno lacustre?

aunque algunos autores consideran que las razones implícitas no debieran coincidir con las descripciones vertidas por un observador consciente de lo que describe,51 creo que en

50 Queda fuera de nuestro alcance referir aquí a los llamados barrios prehispánicos, en tanto requieren de un análisis a fondo que los ubique en su contexto histórico propio. “el barrio ha atravesado por diversos momentos en que han variado radicalmente tanto sus funciones como sus pobladores y sus condiciones espaciales”, cfr. ernesto aréchiga Córdoba, Tepito: del antiguo barrio de indios al arrabal, 2003, p. 2.

51 alfonso Mendiola, “las tecnologías de la comunica-

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este punto nos toparemos con una reflexión distinta. Más allá de constatar si los autores dieciochescos o decimonónicos hablaron de los indígenas actuando en su entorno lacustre, me interesaría subrayar que la persistencia de referir a tales prácticas, revela una continui-dad historiográfica. Bien podría entendérsele como una obstinación histórica que, más que importar si opera realmente o funge como razón explícita, apunta a diferenciar que dis-tintas racionalidades —las de los tres siglos pa-sados— tuvieron necesidad de referirse a tales prácticas lacustres.

¿por qué en distintos momentos históricos hubo necesidad de describir las prácticas la-custres? por dos coincidencias: la primera coincidencia es la relación distante que los actores letrados mostraron hacia la relación de los indígenas con el agua (obtención de recursos, explotación del medio, métodos de pesca o recolección. el alejamiento explica por qué la observación de todos los letrados, aparece como necesidad de describir lo otro, lo diferente. una segunda coincidencia entre quienes escribieron sobre los indígenas en el entorno lacustre es el desinterés por apropiar-se de esas prácticas y recursos; las tareas vin-culadas con el mundo lacustre, escaparon de su interés, control e injerencia, derivándose de ello la necesidad de describir lo extraño. am-bas hipótesis nos han llevado a deducir que, más allá de la manera en que fueran descritas las prácticas lacustres, la persistencia de ese discurso da cuenta de las distintas recepciones que se han hecho de ellas. es decir, la perma-nencia de las observaciones sobre las prácticas lacustres revela una realidad observada desde distintos horizontes.

de nuevo surge la inacabada discusión sobre el vínculo entre la representación de la realidad y la posibilidad de conocer la realidad misma. la continuidad historiográfica que describe lo lacustre, refiere a unas prácticas que nunca de-

ción. de la racionalidad oral a la racionalidad impresa”, op. cit., pp.11-16.

jaron de actuarse, pero tampoco de recrearse y reapropiarse. el desinterés de los españoles y mestizos —hasta la segunda mitad del siglo xviii— del interés por los bienes lacustres, con-dujo a que las prácticas indígenas, al menos en ese renglón, quedaran fuera de los criterios y normatividad castellanos. excepto los zacates y patos, la recolección de otras especies quedó en manos de los indígenas; lo lacustre fue visto con indiferencia y desdén. para la racionalidad higienista de los funcionarios decimonónicos, las tareas lacustres eran ajenas a la racionali-dad urbana. Como consecuencia, las prácticas culturales indígenas fueron reapropiadas y re-creadas a lo largo de las generaciones. Volvere-mos a esto más adelante.

oBserVaCiones a las práCtiCas JurídiCas tradiCionales

el enfoque desde el cual algunos historiadores del derecho indiano han explicado las prácti-cas jurídicas en la nueva españa, nos ha per-mitido comprender desde dónde los jueces y escribanos dieciochescos interpretaban los procesos judiciales. esos autores nos advier-ten que la cultura, referencias y citas emplea-das por los jueces virreinales —incluso hasta un siglo después—, se remontaban más allá del periodo medieval.52

este supuesto crea un puente con una de las reflexiones centrales de nuestro trabajo, o

52 Ma. del refugio gonzález, “la presencia del derecho indiano en México a través de las fuentes legales del Dic-cionario Razonado de Legislación y Jurisprudencia de escri-che, anotadas por Juan n. rodríguez de san Miguel”, La supervivencia del derecho español en Hispanoamérica durante la época independiente, 1998. en el mismo libro, cfr. Marta lorente sariñena, “las resistencias a la ley en el primer constitucionalismo mexicano”, La supervivencia..., pp. 299-328; Carlos garriga, “la recusación judicial: del derecho indiano al derecho mexicano”, La supervivencia..., pp. 203-239; Jaime del arenal, “Ciencia jurídica española en el México del siglo xix”, La supervivencia..., pp. 31-47; an-tonio dougnac rodríguez, Manual de Historia del Derecho Indiano, 1994; alfonso garcía gallo, “la ley como fuente del derecho en indias en el siglo xvi”, Estudios de Historia del Derecho Indiano, 1972.

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sea la continuidad del antiguo régimen hasta el siglo xix. el ámbito jurídico es, por tanto, otro de los vértices que dificultan suponer que la cultura ilustrada logró ser aprehendida de igual manera por todos. el poder legal de los barrios estaba representado por los jueces, al-caldes, protectores de indios o escribanos. pe-ro, ¿cuál era el vínculo entre esas autoridades y los vecinos?, ¿cómo se manifestaba la auto-ridad en ese minúsculo espacio que eran los barrios de indios?, ¿de qué modo los indígenas hacían uso de sus fueros? las narraciones ju-rídicas refieren a relaciones jerárquicas y es-tamentales, así como a formas de castigo cor-porales, a lazos de prestigio y honor, etcétera. pero antes de asomarnos a ver algunos casos que muestran cómo se ejercía ese poder en los barrios, es necesario ver cómo la historiogra-fía ha explicado la continuidad jurídica incluso hasta la década de 1890.

si antes aludimos a la permanencia de cier-tos aspectos como el paisaje, el uso del espa-cio o las formas de residencia en los barrios, ahora el argumento se extiende también a las instancias jurídicas:

hoy en día a nadie le cabe la menor duda de que el llamado derecho indiano continuó con vida años después de la consumación de la indepen-dencia en todos los países que habían perteneci-do a la Corona española. ello fue así por el he-cho de que los mismos funcionarios, las mismas leyes y los mismos procedimientos seguían en vigor, como no podía ser de otro modo. tuvo que transcurrir un siglo para que esta situación cambiara paulatinamente [...] a fines del siglo xix aun los grandes abogados de México utilizaban constantemente las fuentes coloniales, a partir cuando menos de las siete partidas.53

después de una revisión de sus propias fuentes, la historiografía jurídica ha mostrado que los textos virreinales —y constituciona-

53 rafael diego fernández, “la historia de las insti-tuciones novohispanas en el siglo xix (alamán, ramírez, orozco y Berra, icazbalceta)”, en La supervivencia [...], pp. 139-140.

listas— hacían referencia a viejas figuras em-pleadas desde la españa imperial: desde las sagradas escrituras a los padres de la iglesia, pasando por los Concilios (desde el iV Carta-ginense realizado en el siglo v), las bulas papa-les, las constituciones apostólicas y la lectura de autores clásicos como aristóteles, Cicerón o tertuliano, hasta los cuerpos jurídicos, legis-laciones reales y decretos de Cortes,54 todos son elementos que han dado argumentos a esa historia del derecho. de modo que el derecho positivo, entendido como un cuerpo legislati-vo único emitido y dictado por el estado, es una elaboración que logró tomar cuerpo hasta las últimas décadas del siglo xix.

ahora es más claro que la sociedad de fines del siglo xviii —o parte de ella—, puede ser ex-plicada desde parámetros ajenos a la racionali-dad moderna. la mirada de esa historiografía jurídica apunta hacia la permanencia de un lar-go periodo marcado por “una compleja socie-dad estamental” que no es explicable desde “la racionalidad moderna del poder o del estado sino desde la teología de la época y el realismo filosófico que contempló al hombre dentro de una sociedad cargada de desigualdades”.55

aquella mirada que ha supuesto al siglo xviii como burgués, y preocupado por el desa-rrollo de la economía o el derecho legalista,56 no explica el contenido de los documentos que refieren a los barrios. una lectura desde aquella historiografía nos los hacen compren-sibles desde el derecho natural y no desde el

54 Cfr. Ma. del refugio gonzález, “la presencia del de-recho indiano [...]”, op. cit., 266-274.

55 “...porque el hombre mismo no se concibió igual a sus semejantes sino únicamente en los planos teológico y metafísico...un hombre concreto y diferente, único y singu-lar, cargado de defectos y virtudes; preocupado por su vida cotidiana y diverso desde su nacimiento a los demás por las distintas posiciones que ocupaba según su origen, su estado, su sexo, su profesión, su edad, etcétera. posiciones todas que impedían tratarlo del mismo modo que se trata-ría a otro hombre [...] de aquí que sus problemas jurídicos no pudieran reducirse a soluciones genéricas abstractas”.Cfr. Jaime del arenal fenochio, “las virtudes del jurista”, op. cit., p. 17.

56 Cfr. antonio dougnac domínguez, op. cit., p. 27.

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positivo.57 las referencias, criterios de verdad y manera de proceder de los hombres del juz-gado dieciochesco, se remontaban a cinco o seis siglos atrás; al derecho romano o los edic-tos imperiales compilados en la época de Justi-niano. los letrados jurídicos virreinales parti-cipaban de una lectura medieval de las fuentes grecolatinas. Más adelante veremos que quie-nes fungían como autoridades de justicia, em-pleaban de manera habitual esas antiquísimas tradiciones.

los criterios jurídicos positivistas fueron practicados décadas después de terminada la independencia. la vigencia de la casuística medieval como norma para resolver las dispu-tas se prolongó hasta el último tercio del siglo xix, en tanto una legislación positiva aún no había tomado forma ante los usos y costum-bres de aquella sociedad tradicional.58 por este motivo es posible asociar la continuidad de las prácticas jurídicas de antiguo régimen con la permanencia del paisaje barrial. la propuesta es mostrar cómo, más allá de los nuevos car-gos creados por los gobiernos ilustrados a fin de concentrar el poder en el monarca la crea-ción de las intendencias la restricción a los pri-vilegios corporativos o la severa recaudación de los tributos, las prácticas jurídicas no se modificaron. para ello me remito al pequeño entorno de los barrios de indios.

57 en defensa de la instauración temprana de un de-recho positivo “algunos autores comenzaron a erigir una sólida y fundamentada crítica a ese positivismo legalista, al monopolio estatal sobre el derecho y a la servidumbre del juzgador frente al legislador [...] los fines del estado moderno donde el derecho se identifica sin más con la ley positiva considerada ésta, obviamente, como resultado de la voluntad estatal, sin ni siquiera reconocer ya los argu-mentos medievales o ilustrados que la vincularon o pre-tendieron vincularla con la ley natural [...] investigar si en otros tiempos y lugares habían existido órdenes jurídicos no puramente legalistas, si dichos órdenes habían procura-do buenas soluciones a los conflictos humanos. Cfr. Jaime del arenal fenochio, “las virtudes del jurista”, Revista de Investigaciones Jurídicas, año 21, núm. 21, 1997, pp.10-11.

58 Cfr. Jaime del arenal fenochio, “derecho de juristas: un tema ignorado por la historiografía jurídica mexicana”, Revista de Investigaciones Jurídicas, año 15, núm. 15, 1991, p. 149.

a partir del último tercio del siglo xviii, los privilegios y fueros propios de los que goza-ban los barrios de indios, en tanto cuerpos jurídicos, comenzaron a cuestionarse: se les acusó de derrochar y desperdiciar dinero en todo tipo de fiestas y celebraciones religiosas o de hacer mal uso de los bienes colectivos. se les quitó el derecho de administrar las ca-jas de comunidad que antes les eran propias y sus bienes colectivos quedaron expuestos a la usura. Con esto comenzó su paulatino y lento declive: al expulsarlos de sus bienes y disputar otros grupos, distintos a los indígenas, el apro-vechamiento de los recursos lacustres, el paisa-je sobre el que se asentaban abrió las puertas a un proceso de mercantilismo y urbanización que terminaría hasta la primera mitad del si-glo pasado.

¿Cuáles eran esas prácticas “no legalistas”?, ¿cómo se aplicaba el derecho casuístico? esto podrá verse en los pleitos cotidianos en los barrios, en donde se muestra que desde los machotes empleados por los escribanos hasta la relación de los indios con las autoridades judiciales, se evocaban prácticas jurídicas an-cestrales. tanto las referencias empleadas por los juristas59 como las prácticas colectivas de los vecinos, formaron parte de una muy longe-va tradición. Quiero suponer que ambas iban de la mano.

59 Quizá sería oportuno recordar rápidamente que ese derecho fue transferido por primera vez al nuevo Mun-do, al crearse el Consejo de indias en 1524, instancia que tuvo el papel de ser un órgano de la administración real que tenía como cometido asesorar al rey en los asuntos indianos, órgano que terminaría elaborando un derecho especial propio para las indias que nunca dejaría de correr paralelamente y de estar en diálogo continuo con el régi-men jurídico que regía para en Castilla “[...] hasta 1614 de-recho Castellano y derecho indiano no forman realmente sistemas autónomos desde el momento en que el régimen jurídico que se elabora para Castilla se considera, salvo ex-cepciones, dado para las indias”. Cfr. Carlos díaz remen-tería, “la formación y el concepto del derecho indiano”, en sánchez Bella ismael, alberto de la hera, Carlos díaz rementería, Historia del Derecho Indiano, Madrid, 1992, p. 39. la extensa discusión sobre la validez de la recopilación de las leyes de indias de 1680 está cargada de esa misma pregunta.

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la lectura de esa historiografía contem-poránea nos ha facilitado escudriñar a una sociedad jerárquica, corporativa, integrada por estamentos y regida por valores sociales de antiguo régimen.60 una sociedad concebi-da como un cuerpo, en el que cada persona cumplía una función específica, determinada de antemano. una colectividad que nos habla de órdenes y no de clases sociales, que señala prestigios y no diferencias económicas.

¿Quiénes eran los hombres que representa-ban al mundo jurídico en los barrios?, ¿cómo era vista la figura del juez?, ¿cuál era el papel que jugaban los escribanos, quienes cara a ca-ra interpretaban las palabras de los indígenas, para luego convertirlas en textos?,61 ¿cómo se vinculaba la población con las instancias pro-curadoras de justicia?

una buena cantidad de documentos que refieren a los barrios, fueron producidos en el juzgado de indios luego de que el virrey y la audiencia, supuestamente, dejaron de dis-putarse dicha jurisdicción. para nosotros tiene sentido referir a la creación del Juzgado de in-dios,62 porque no estamos de acuerdo con la discusión que niega o rechaza la importancia hasta el siglo xviii de la figura del virrey como hacedor de justicia.

60 françois-Xavier guerra, Del Antiguo Régimen..., op. cit., cap. iV.

61 “los juristas no son legisladores ni siquiera legistas, sino prudentes de lo justo, y al derecho no lo identifican con la ley, sino con lo justo; lo que supone ante todo el desarrollo de una virtud, la justicia. será la modernidad la que trastoque esta visión tanto romana como medieval y construya la visión que identifica al derecho... como cien-cia de la normatividad, y que en lugar de virtudes enseñe e imponga preceptos...”. Jaime del arenal fenochio, op. cit., pp. 26-27. rafael altamira y Crevea, quien critica la “so-breestimación jurista de las leyes strictu sensu”. Cfr. Manual de Investigación de la Historia del Derecho Indiano, Comisión de historia, 1948.

62 el juzgado se creó luego de varios intentos por im-plantar una jurisdicción especial para los asuntos indíge-nas: el “abogado de pobres, jurista asalariado al servicio de los menesterosos”, el “procurador general de indios” como representante ante las audiencias de México o el “defensor de los indios” fueron ejemplo de tales intentos. Cfr. Woo-drow Borah, op. cit., cap iii, “la experiencia de la nueva españa”, pp. 37-89.

el virrey como símbolo del poder siguió te-niendo peso entre los indios; antes de la crea-ción del Juzgado, los indígenas estaban “pues-tos bajo la jurisdicción exclusiva del virrey...para los efectos del gobierno y justicia loca-les”.63 a lo mismo nos lleva resaltar que antes de la creación del juzgado, el responsable de la aplicación de las leyes, en primer término, era el virrey;64 o bien el considerar el enalteci-miento de su figura en los amparos en los que los indios se autonombraban “vasallos” de un virrey visto como el protector de los indios.65

por la manera en que los barrios expre-saban sus peticiones, se deduce que para los indígenas aquella instancia, incluso hasta fi-nales del siglo xviii, seguía simbolizando a la persona del virrey. el presupuesto de que la figura del virrey continuó por muchos años más (aun después de la creación del juzgado de indios) 66 fungiendo como figura defensora de los fueros indígenas,67 complementa nues-tra óptica de que en los barrios al oriente de la acequia real se prolongaron sociabilidades tradicionales. los indígenas, solicitaban desde un imaginario jurídico que proyectaba la pro-tección y la autoridad en la figura del virrey.68

63 andrés lira, “la extinción del Juzgado de indios”, Revista de la Facultad de Derecho, núm. 101-102, enero-junio de 1976.

64 Magnus Mörner, La corona española y los foráneos en los pueblos de indios de América, 1970, p. 193.

65 andrés lira, El amparo colonial y el juicio de amparo mexicano, 1971, p.11.

66 “las instituciones jurídicas no se encuentran total-mente definidas en los momentos en que se establecen; aún en los sistemas de derecho legislado y suficientemente racionalizado...es necesaria la vigencia de esas institucio-nes para que muestren sus perfiles verdaderos”. andrés lira, El amparo colonial y el juicio... op. cit., p.10.

67 la creación del juzgado de indios fue una salida ins-titucional a los conflictos de jurisdicción, que participó al igual sobre los fueros indígenas que en la política de pobla-miento de las ciudades, ofreciendo a los indios “protección y amparo...separándolos de la sociedad en general”. Cfr. andrés lira, “la extinción del Juzgado de indios”, op. cit., p. 300; Magnus Mörner, op. cit., pp. 191-193.

68 “[...] los virreyes mexicanos recibieron en audiencias regulares a los indios, cuyos asuntos gubernativos o judi-ciales resolvían de manera simple y sumaria, ordenando, cuando era necesario, la práctica de diligencias y averi-guaciones; y el caso es también que los indios preferían

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pero más allá de analizar al Juzgado de indios como parte del cuerpo social o de un equilibrio de fuerzas entre el virrey, la inten-dencia, los corregidores y los alcaldes, en este apartado hemos resaltado la explicación del proceso de aquella instancia que emitió buena parte de los documentos consultados. el cen-tro de atención será entonces ver al juzgado como el lugar en que interactuaban, desde presupuestos dados, la autoridad y los indíge-nas. desde dónde los barrios de indios elabo-raban sus peticiones o cómo se acercaban y expresaban ante el juzgado, son preguntas que nos llevan al ámbito de la recepción que los indígenas tenían de los jueces y escribanos.

JueCes, esCriBanos Y oralidad

transcribir la declaración oral de un indígena; transferir un lenguaje oral hacia otro escrito, o discernir los elementos importantes de una narración oral, eran actos que los escribanos y jueces dieciochescos hacían todos los días.69 los documentos en que los hombres del juzga-do asentaron las disputas barriales, vinculan a una comunidad que se hacía presente de ma-nera verbal, con otra letrada habituada a llevar sus palabras al papel. los documentos, en este caso los jurídicos, reflejan el horizonte de los actores sociales letrados, tanto como el de los analfabetas.

la decisión rápida y expeditiva del cabeza de la Colonia a la lenta y sentada de la audiencia, también ellos fueron empujando al virrey a intervenir cada vez más en el arreglo de sus negocios”. Cfr. José Miranda, Instituciones indígenas en la Colonia, 1977, p. 110.

69 sobre este punto hay una extensa bibliografía a con-sultar. Jack goody (comp.), Cultura escrita en sociedades tra-dicionales, 1996; Jack goody y Watt i, The consequences of literacy, Comparative Studies in Society and History, V, 1963; david r. olson y nancy torrance (comps.), Cultura escrita y oralidad, 1998; armando petrucci, Alfabetismo, escritura, so-ciedad, 1999; david r. olson, El mundo sobre el papel, 1998; roy harris, Signos de escritura, 1999; Walter ong, Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra, 1999; Carlos aguirre, Jesus anaya, daniel golding, antonio saborit, Cultura es-crita, literatura e historia, Conversaciones con Roger Chartier, 1999.

hace más de 40 años la historiografía indi-genista señaló el contraste entre las declaracio-nes verbales de los indígenas y sus transcripto-res. refiriéndose a las formas de propiedad de la tierra en el periodo prehispánico, José Mi-randa expresaba que la transcripción “adolece de un grave defecto”, en tanto “casi toda es traslado o traducción al español de noticias su-ministradas verbalmente por los indígenas”.70 el contraste entre el mundo jurídico letrado y las declaraciones orales también fue señalado por antonio dougnac al anotar que los indios eran “los más expuestos a abusos” por no sa-ber “darse a entender en la lengua comúnmen-te empleada —el castellano”.71

a lo largo de este trabajo veremos que en los barrios de indios la oralidad era un elemento primordial. un sistema de comunicación con sus propias reglas que, en el ámbito jurídico se evidenciaba como la interacción entre un saber especializado y la narración de la experiencia cotidiana. de ahí la importancia de detenernos a pensar cuál era el modo de vida de aquellos hombres que transcribieron las palabras de los indígenas. sus notas muestran cómo aprehen-dían y explicaban a los indios de los barrios.

en el siglo xviii la frase “y no requiere de in-térprete por ser bastante ladino” habitualmen-te era registrada, momentos antes de que los indígenas comenzaran a dar sus testimonios. esto nos introduce de inmediato en varias re-

70 “de modo que la desnaturalización o deformación en que se cae al hacerse el trasiego de los conceptos y términos de una cultura a otra, tan distintas entre sí, ha tenido por fuerza que reflejarse en las ideas de imágenes institucionales extraídas de tales transposiciones. el vicio de la fuente se transmite a los que en ella abrevan”. Cfr. José Miranda, “la propiedad prehispánica en México”, en Vida colonial y albores de la Independencia, México, 1972, p. 23. esta idea la repite Miranda en otros de sus escritos: “pero con estas fuentes, por muy valiosas que sean, no cabe completar bien el cuadro institucional [...] adolecen del de-fecto, ya muy percibido en nuestros días, de ser vistas o visiones logradas a través de prismas europeos, o en una palabra, traducciones o mejor aún, trasposiciones”. Cfr. “importancia de los cambios experimentados por los pue-blos indígenas desde la conquista” en José Miranda, op. cit., 1977, indígenas [...] p. 32.

71 antonio dougnac rodríguez, op. cit., p. 321.

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flexiones sobre la distancia entre la oralidad y el lenguaje escrito. parte de esas respuestas serán tratadas más adelante; por el momento sólo quisiera señalar el abismo cultural entre los indígenas analfabetos y los letrados que atendían el juzgado. en aquella sociedad die-ciochesca, en que la rotunda mayoría de los indígenas no sabían leer ni escribir, las institu-ciones virreinales convocaban a que sus cargos fueran ocupados por gente letrada.72

la normatividad jurídica referida se ubica en esa gran frontera de difusión del escrito que va del siglo xvi al xix. esto explica las di-versas reglamentaciones respecto al papel que deberían jugar los escribanos,73 esos persona-jes apenas recién atendidos por la historiogra-fía.74 de modo que esa figura con la que los in-

72 la importancia de saber escribir al ocupar puestos se consideraba incluso cuando se elegía al presidente de la audiencia en indias: “en materia judicial los cometidos de los presidentes de las audiencias serán muy escasos y en general puede decirse que el reconocimiento de su inter-vención dependerá de que el titular tenga la condición de letrado”. Y más adelante: “a tenor de todo lo expuesto es obvio que el cargo de presidente de la audiencia en indias se configura sobre el modelo castellano bajomedieval. un modelo que contemplaba un cargo de carácter eminente-mente honorífico. sus facultades judiciales dependían de su condición de letrado y sus restantes prerrogativas una mínima parte le eran reconocidas en exclusividad, pasan-do el resto, esto es la gran mayoría, a compartirlas con los oidores”. Cfr. agustín Bermúdez aznar, “las funciones del presidente de la audiencia en indias”, Revista de la Facul-tad de Derecho de México, México, unam, tomo XXVi, núms. 101-102, enero-julio de 1976, pp. 90 y 95.

73 dougnac explica que, para el protector de naturales, por ejemplo, se estableció que el cargo debía recaer en “le-gos de capa y espada, de modo que su titular necesitaba contar con un asesor letrado, lo que no dejaba de producir problemas, pues resultaba aquél demasiado dependiente del letrado. Más tarde se decidió que “serían protectores letrados, para cuya autoridad les dio el uso de garnacha o túnica propia de los oidores y fiscales [...] pero tras un tiempo se dejó de nombrarlos, volviéndose al antiguo siste-ma de los protectores no letrados [...]”. Cfr. antonio doug-nac rodríguez, op. cit., p. 317.

74 la existencia regular de este personaje proviene del siglo xiii, cuando alfonso X al realizar su obra legis-lativa recurrió a los notarios; desde entonces el escribano acompañó a la corte y se volvió parte imprescindible de las autoridades establecidas. desde entonces los escribanos fueron definidos como “hombres que saben escribir” y de-finidos en dos rangos: los que escribían los privilegios y asuntos del rey, los escribanos de cámara, y los escribanos

dios de los barrios trataban en el juzgado, era un escribano público que, entre otras tareas, sería el receptor directo de los testimonios.75

algunos autores han comparado a los escri-banos con los solicitadores, es decir, “las per-sonas a quienes primero iban a ver los clientes potenciales, a los que aconsejaban sobre el pro-curador más apropiado”.76 tuviesen o no los mismos títulos que los abogados, o tareas simi-lares a los solicitadores, los escribanos aparecen en nuestros documentos como la escucha que tradujo a letras la palabra de los indígenas. los escribanos se reunían cara a cara con ellos y seleccionaban de sus narraciones lo importan-te, o lo que así consideraban. de esa selección se preparaba el texto para iniciar los procesos; los escribanos eran el puente más directo entre la cultura que regía en el juzgado y la oralidad que sustentaba a la vida barrial. Más adelante veremos las herramientas que empleaban para

públicos que eran solicitados por la población en general. nombrar a los escribanos de cámara fue un privilegio del rey, lo que en otras palabras significaría que se trataba de un colaborador muy cercano, con acceso a los secretos rea-les...se los denominaba secretarios por la obligación que tenían de guardar secreto”. Cfr. alejandro diego Miguez, “los escribanos de cámara de la real audiencia pretorial de Buenos aires”, Revista Chilena de Historia del Derecho, núm. 13, 1987, p. 76. Cfr. francisco de icaza dufor, De los escribanos públicos en la Nueva España, 1984; Jorge luján Muñoz, Los escribanos en las Indias Occidentales, 1982; Jose-ph Juan y Colom, Instrucción jurídica de escribanos, abogados y jueces ordinarios de Juzgados Inferiores, 1779.

75 los escribanos públicos tenían contacto con los plei-tos y asuntos expuestos por los vecinos: “aparte de su actua-ción como funcionario público, con derecho a retribución, el escribano podía ejercer su actividad entre particulares” Cfr. olga Cristina salinas, “los escribanos públicos y de ca-bildo de la ciudad de san Juan de la frontera 1562-1824”, Revista de Historia del Derecho, 1999, p. 427.

76 “aunque no se les exigía una preparación jurídica en toda forma, en su mayoría debieron de adquirir experien-cia prestando servicio a practicantes más experimentados del derecho o en las oficinas de procuradores y abogados. en la práctica, los solicitadores, invadiendo la esfera de los procuradores, empezaban a preparar los documentos ju-diciales y a redactar documentos legales de importancia para que los abogados y procuradores, los revisaran o mo-dificaran... trabajaban tiempo completo y eran empleados laboriosos que tenían más trato con los clientes indios que ninguna otra categoría de empleados”. Cfr. Woodrow Bo-rah, op. cit., pp. 243-244.

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efectuar su trabajo; es decir, cuál era su forma-ción y desde dónde construían los criterios al discernir de los testimonios.

en el lado opuesto a la cultura letrada está la oralidad. ante el juzgado los indios de los barrios, iletrados, recurrían a la palabra y al gesto como una forma de comunicación para-lela a la del texto escrito. para dar posesión de la tierra, por ejemplo, se aventaban piedras, se recogía tierra o se daban estocadas a los árbo-les frente a testigos —a modo de rito teatraliza-do—, al tiempo que el escribano daba constan-cia, por escrito, de lo ocurrido.

durante el virreinato el peso de la oralidad fue de la mano con el papel de los testigos. Cuánto más si consideramos que el conjunto total de los indígenas era iletrado y que la mi-rada colectiva vigilante era parte del sistema comunicativo: en esos actos, públicos, encon-tramos una relación entre lo actuado, a la vista de todos, con lo que debía quedar impreso. los acuerdos quedaban así grabados en la memo-ria de los vecinos presentes, al tiempo que el es-cribano con su puño daba “fe de lo ocurrido”.

así, los documentos del juzgado, y en par-ticular los que registran pleitos por propieda-des, se transforman en un escenario rico en historia consuetudinaria.77 es decir, en un con-junto de normas que

se realizaban concretamente, caso por caso y frente a situaciones humanas irrepetibles y di-

77 el término consuetudinario se halla asociado a la voz costumbre, uso y en ocasiones fuero. a pesar de que su empleo a veces posee un alcance mucho más general, “cos-tumbre era usada tanto para designar el hábito adquirido de ejecutar una misma cosa continuamente, como para aludir a la inclinación y calidad que reside en algún suje-to —persona o comunidad—. estas acepciones no excluían [...] (asociarlo con) el precepto no escrito [...] la voz uso...en el derecho indiano es frecuente observar su utilización indistinta [...] la palabra costumbre, en fin, tiene en amé-rica un sospechoso parentesco con la voz fuero, utilizada de modo genérico para aludir a ciertos privilegios, o pre-ceptos fundamentales que gozaban las ciudades; o también para referirse a costumbres antiguas y admitidas a los indí-gena [...]” Victor tau anzostegui, “la costumbre jurídica en la américa española (siglos xvi-xviii)”, Revista de Histo-ria del Derecho, núm. 14, 1986, pp. 359-361.

versas, y no como resultado de la aplicación de un modelo universal y abstracto de justicia, de características matemáticas y casi geométricas.78

al referir al derecho consuetudinario apun-tamos nuevamente a la herencia jurídica caste-llano medieval a la que refieren los historiado-res del derecho novohispano. la revalorización del derecho medieval cuestiona los postulados de una historiografía que había reducido el derecho a la ley positiva,79 permitiéndonos in-terpretar los documentos desde una mentali-dad tradicional, preconstitucionalista.

la justicia dieciochesca, aun cuando la costumbre comenzó a ser cuestionada80 por cierto derecho positivo, rigió entre los jueces y escribanos que atendieron a los indios de los barrios. en esas localidades la costumbre era considerada como ley misma,

tan sagrada, tan digna de respeto y observancia como lo es la misma voluntad del legislador’...frente a la ley, ya se tratase de una incluida en la recopilación de Castilla o de indias, ya fue-se otro precepto general o particular, gozaba de tanta fuerza que podía prevalecer contra ella...81

de modo que los documentos que anali-zaremos aquí fueron resueltos desde esas an-cestrales figuras jurídicas castellanas. ni los intendentes, los indígenas, los escribanos, o

78 Cfr. Jaime del arenal fenochio, “las virtudes del ju-rista”, op. cit., pp.15-16.

79 por ello “se vuelve del todo indispensable que el tra-bajo historiográfico que se haga sobre cualquier institución tome en cuenta el papel que jugó la costumbre y considere el peso específico que la jurisprudencia tuvo para resolver los conflictos jurídicos”. Cfr. Jaime del arenal fenochio, “derecho de juristas...” op. cit., pp.152-153.

80 “[...] los juristas de la segunda mitad [del siglo die-ciocho] empezaron a observar una actitud más restrictiva o recelosa ante la costumbre, sobre todo cuando se trataba de enfrentar a la ley [...] sin embargo, esta corriente tardó algún tiempo en llegar a los infinitos recodos de un orden jurídico tan antiguo como sólidamente construido. sus efectos prácticos apenas se advirtieron al final del periodo estudiado y posiblemente con mayor claridad en el trans-curso del siglo xix” Victor tau anzoategui, “la costumbre jurídica en la [...]” op. cit., p. 360.

81 Víctor tau anzostegui, “la costumbre jurídica en la [...]”, op. cit., p. 362.

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los vecinos de las parcialidades podrían ser ex-plicados del todo desde un derecho positivo,82 en tanto este logró imponerse hasta el porfi-riato y el siglo xx. en suma, todo nos lleva a pensar que la vigencia del derecho castellano medieval, de la comunicación oral, de la per-

82 el jurista, como el teólogo y como el moralista, sa-bría acudir a los primeros principios del derecho natural para orientar la solución jurídica (justa, útil, razonable y ética), pero a la vez no podía desconocer la aplicación de un derecho positivo [...] de aquí que elaborase con ambos elementos una dogmática jurídica a todas luces ejemplar por su racionalidad, por su método, por su respeto a la compleja naturaleza del hombre: el ius commune, llamado a perpetuarse por siglos. Cfr. Jaime del arenal fenochio, op. cit., 1997, p 19.

manencia de la ciudad parroquial o del uso del espacio barrial a partir de experiencias lo-cales y referentes vividos, eran parte de una sociedad de antiguo régimen que se resistía a someter sus pautas vivenciales al dictado de una única y suprema norma.

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representación espaciaL de Los barrios

introduCCión

los planos analizados muestran los motivos por los que fueron elaborados y la recepción que sus contemporáneos tenían del espacio. en esas representaciones, los barrios del orien-te de la acequia real aparecen apiñados y sin detalles, sin embargo, al contrastar su lengua-je planimétrico con las descripciones de los le-gajos, se nos aparecen dos mundos opuestos, dos maneras de percibir a los barrios ubicados al norte o sur de la acequia del resguardo.

por un lado, emplearemos los planos de antonio de alzate, en tanto fue el único que representó a las parcialidades indígenas sin pretender arrasarlas o moldearlas copnforme a los conceptos urbanísticos ilustrados.1 por el

1 Como sí lo hizo, por ejemplo, el arquitecto ignacio Castera. Cfr. “plano iconográfico de México que demues-tra su centro principal y Barrios formados para fijar el término de éstos y establecer el buen orden de su limpia por el Mtro. Mayor don ignacio Castera. año 1793”; “pla-no Ygnográfico de la ciudad de México Capital del Ym-perio que demuestra el reglamento general de sus calles hasi para la comodidad y hermosura como igualmente conciliar el mejor orden de policía y construcción futura levantado de orden exmo. sr. Conde de revillagigedo”, 1794; “plano de la ciudad de México de las acequias de su circunferencia y de las trece garitas que tiene para el res-guardo de rentas reales con expresión del proyecto para reducir a dichas acequias a figura regular con solas quatro entradas por tierra a los quatro vientos principales y otra por agua dispuesta de orden del exmo. sor. Virrey Conde de revillagigedo” 1793; y “plano ichnográfico de la ciudad

otro haremos uso de fuentes documentales en que los vecinos describieron su entorno desde referentes que habían sido construidos desde la experiencia cotidiana y transmitidos oral-mente entre los vecinos: cada vez que asenta-ban sus tierras, las recorrían de principio a fin. sus caminatas revelan que la memoria, las imá-genes y las descripciones eran el sostén para autentificar la propiedad. la escritura no era independiente de la oralidad y de la memoria; cualquier descripción espacial era reforzada, ante los vecinos, por una actuación en la que el peso de la retórica y la alegoría eran funda-mento de aquella sociedad iletrada.

alzate fue partícipe de la cartografía empí-rica de la primera mitad del siglo xviii y de la científica que comenzó hacia la segunda mitad del siglo. fue maestro de una planimetría ape-gada a contextos singulares y ajena a los cri-terios universales, y de la “científica” que, de manera incipiente, exigía el uso universal de métodos y escalas uniformes. para distinguir a

de México, que demuestra el reglamento general de sus calles, así para la comodidad y hermosura, como para la corrección y extirpación de las maldades que hay en sus barrios, por la infinidad de sitios escondidos, callejones sin tránsito, ruinas y paderones que las ocasionan, a pesar del selo de las Justicias de orden del exmo. señor Conde de revillagigedo” 1794. estos planos pueden consultarse en sonia lombardo, Atlas histórico de la ciudad de México, 1996 y también en 500 Planos de la ciudad de México. 1325-1933, 1982, pp. 126-129.

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los barrios desde la mirada de alzate, emplea-remos sus planos de la ciudad de México, en los que el espacio barrial aparece sin escalas rigurosas ni pretensiones objetivistas. Cuando los elaboró, los paralelos, mediciones o cálcu-los geométricos podían obviarse, en tanto su hechura respondía a contextos y fines singu-lares, no obstante su óptica sobre los barrios, dista de la contenida en los manuscritos de fi-nales del virreinato.

los Barrios, MiCrorregiones

además de las jurisdicciones eclesiástica y ci-vil, otra distribución territorial aparece en los documentos: la de un espacio narrado por los vecinos de los barrios.

Mientras los planos representan a las parcia-lidades indígenas como lugares abigarrados, las fuentes documentales abundan en descrip-ciones y detalles vertidos por los vecinos sobre su entorno barrial. en los mapas la regularidad del trazo empleada para el casco se diluye con-forme el dibujo se aleja hacia el oriente de la plaza de la santísima trinidad y hacia el sureste de la parroquia de san pablo. las líneas rectas se desvanecen hacia los barrios; la regularidad se sustituye por la representación de numero-sos canales y acequias, barrizales, pantanos, arbolados aislados y unas cuantas construccio-nes sólidas. en los testimonios documentales las narraciones revelan que los habitantes de los barrios se apropiaban del espacio, diferen-ciándose en microrregiones. ambas miradas se conjugan y hablan de la recepción y uso que los vecinos hacían de su entorno cotidiano.

aquellos barrios, que inicialmente ubica-mos como al oriente de la acequia real, se distinguieron según su posición al norte o sur de la acequia del resguardo. a las dos plantas que entrelazaban la zona, la parroquial (santa Cruz y soledad y santo tomás la palma) y la ci-vil (los cuarteles menores: 19 y 20), se sumaron entonces esas microrregiones. si la geografía de los alcaldes censores nos había permitido

diferenciar entre el poniente y el oriente de la acequia real, ahora, además, la planimetría y los manuscritos, los hicieron perder su aparen-te homogeneidad.

un acercamiento (microscópico) permitió fraccionar lo que parecía una unidad. la ace-quia del resguardo2 los separó, ubicándolos al norte o sur de ella. esta distinción coincidió con las referencias dadas por los párrocos y alcaldes; según los barrios se ubicaran, cam-biaba su población, oficios, clase de tierras que poseían; conflictos que entablaban tipo de construcciones número de negocios y ta-lleres artesanales; calidad racial de sus vecinos o disposición de fuentes y plazas, entre otros aspectos. al tomar en cuenta esos elementos, el oriente de la acequia real no podía ya inter-pretarse como un conjunto uniforme. de mo-do que en adelante distinguiremos los barrios ubicados al norte de los del sur de la acequia del resguardo (véase mapa 6).

los barrios de indios ubicados al norte de la acequia del resguardo, adscritos a la parroquia de santa Cruz y soledad y al cuartel 19 son: san-ta Cruz Cuautzinco, la Candelaria ometochti-tlán (de los patos), san Jerónimo atlixco, Man-zanares (ayuda de parroquia) y san Ciprián.

los barrios de indios ubicados al sur de la acequia del resguardo, adscritos a la parroquia de santo tomás la palma y al cuartel 20: san dieguito ozolhuacán, Concepción ixnahua-tongo, san nicolás, san agustín Zoquipan, resurrección tultenco, san Mateo Zacatlán y Magdalena Mixiuca.

la acequia del resguardo aparece como frontera de dos modelos barriales. Mientras que los del norte eran semejantes al casco es-

2 después de revisar diversos planos, así como referen-cias bibliográficas y de archivo, constaté que la acequia que separa a los barrios del norte de los del sur, nunca tuvo un nombre específico (al menos impreso). luego de conver-sar con guadalupe de la torre, quien ha investigado con detalle las rutas y nombres de las acequias de la ciudad de México, concluimos que la acequia en cuestión era una vertiente de la acequia del resguardo, por lo que decidi-mos nombrarla así. Cfr. guadalupe de la torre, Los muros de agua. El resguardo de la ciudad de México, 1999.

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pañol, los del sur se alejaban de la geometría urbana. aunque ambos eran parte de la par-cialidad de indios de san Juan, dependían de sus alcaldes indígenas en turno, eran partíci-pes de sus propios fueros, acudían al Juzgado de indios, respondían a una autoridad religio-sa, etcétera.

la aCeQuia real: protagonista en la historiografía del sureste

Mucho se ha escrito acerca del colorido, abun-dancia, diversidad y folclor de las trajineras que circulaban a todo lo largo de la acequia real.3 su historia ha creado una mirada sobre el cuadrante sureste de la ciudad, en la que esa corriente aparece como figura principal, sin considerar las distintas recepciones que los actores tuvieron respecto al contacto y uso de aquel torrente. al reducir la escala, historias singulares nos hablan de las relaciones que los vecinos mantuvieron con los afluentes de la acequia real. sus vínculos con la acequia real eran parte de una experiencia local, era la rela-ción de una población que la conocía a la per-fección. su fluir se vinculaba con la circulación y abastecimiento de numerosos bienes que lle-gaban por agua desde un sur lejano hasta los portales de la plaza Mayor, pero también con el contacto local que los vecinos tenían con los brazos y afluentes que se abrían desde aquella corriente principal, la de la acequia real, hacia sus barrios.

la recolección, elaboración o distribución de productos que hacían uso del agua, se regis-tran con frecuencia en los documentos virrei-nales y decimonónicos; se detalla el lugar del que procedían o el de su destino. la acequia real se vincula con unos barrios que a su vez se distinguían según estuvieran al norte o al sur de la acequia del resguardo.

3 para consultar una extensa bibliografía sobre el tema Cfr. elsa Cristina hernández pons, La acequia real: historia de un canal de navegación, 2002.

estudios recientes confirman que los ba-rrios tenían funciones específicas a lo largo de aquel fluir acuático. la principal introducción de leña a la capital durante el siglo xviii, pro-venía

del sur y oriente, donde la madera entraba a la ciudad a través de las acequias que existían en la zona. las principales entradas, por lo menos desde los años setenta eran las acequias de Mexi-calcingo y san lázaro.4

la venta de carbón en la plaza de pache-co, en el barrio de la Candelaria,5 fue una actividad que se describió en los documentos del siglo xix, sobre todo cuando se prohibió a los vecinos llevarla a cabo.6 Manuel payno se refiere a la garita de san lázaro como “una especie de puerto de depósito” al que llegaba “el carbón, leña y madera que se labra en las montañas”,7 esto confirma la presencia de la leña en la plaza de pacheco.8

las notas dieciochescas, las narraciones decimonónicas y las investigaciones recientes nos llevan a reflexionar sobre la relación en-tre lo descrito y la realidad. además de insistir en la venta del carbón en lugares específicos —que provenía de zonas boscosas ubicadas al sureste de la ciudad y llegaba a san lázaro y

4 enriqueta Quiroz, Entre el lujo y la subsistencia. Merca-do, abastecimiento y precios de la carne en la ciudad de México, 1750-1812, 2005, p. 255; Manuel payno, Los bandidos de Río Frío, 1979, pp. 218-220.

5 ahaa, policía en general, vol. 3630, exp., 27.6 “...hoy se nos haya estorbado el vender nuestro car-

bón, a más de esto ser en beneficio al público... ha pasado la comisión a la plazuela de pacheco a examinar por que no se permiten a los carboneros hacer su venta en aquel lugar donde siempre se les ha consentido y no encuentran ninguna causa que pueda exigir esa prohibición.... parece que algún agente subalterno de policía tiene empeño en modificarlos para que redunde en su provecho personal pues tiene en aquellas inmediaciones una casilla donde expende carbón y le conviene alejar la competencia de los naturales que trafican en este artículo”. ahaa, policía en general, vol. 3633, exp. 470, 1858.

7 Manuel payno, op. cit., pp. 219-220.8 entre los años de 1770-1797, entre 70 y 90% de la

recolección de madera entraba a la ciudad por la acequia de Mexicalcingo y la garita de san lázaro. Cfr. enriqueta Quiroz, op. cit., p. 255.

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la Candelaria—, se añade información sobre el entorno que abarcaba la acequia real o sobre las zonas boscosas, lagunas y ciénagas cercanas a la garita de la Viga. asimismo, las referencias al trayecto de la acequia real que conducía productos desde los bosques y pan-tanos de Mexicalcingo, Xochimilco y Chalco, fortalecen la idea de un circuito estructurado por medio de las acequias.9

el transporte acuático del carbón es un ejemplo de la relación de un barrio con la ace-quia real. otro caso podrían ser los afluentes que los vecinos jalaban desde la acequia real, o bien las quejas que surgían cuando el ayunta-miento pretendía cegar las acequias que pasa-ban por sus barrios, como la que pasaba detrás de la capilla de Manzanares.

antes de continuar quisiera mostrar las des-cripciones que vinculan a aquel extenso paisa-je lacustre con las corrientes acuáticas. los tes-timonios sobre la dificultad para circular en la acequia real, nos mostrarán el conocimiento que los vecinos del sureste tenían sobre el en-torno.10 entre anotaciones refieren a la compli-cación del recorrido desde Mexicalzingo hasta iztacalco y luego por san francisco, debido a la estrechez del canal que, por estar cubierto de tulares y pantanos, dificultaba el camino de las canoas.11

la conducción de productos de México a texcoco se hacía en canoas y chalupas que a veces evitaban las atiborradas y usuales rutas para llegar a las garitas. “las entradas más cuantiosas, por importancia de géneros, y mul-titud de traseúntes” se hacían por las “dos úni-cas gargantas, las de la Viga o san lázaro [por donde entraban] azúcares, la panocha [además de lanas, semillas, arroz] y otros géneros gro-seros”.12 sin embargo, los documentos que or-

9 Ibidem, p. 117.10 agn, ríos y acequias, vol. 4, exp. 1, 1759.11 francisco de Cuevas aguirre y espinoza, “estracto

de los autos de diligencias y reconocimiento de los ríos, lagunas, vertientes y desagües de la capital de México y su Valle”, Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadís-tica, 1a época, V. 1-2, núm. 10, 1865-1875, p. 120.

12 Citado por guadalupe de la torre, op. cit., p. 53.

denaban el tráfico de las canoas, nos informan que para evitar entrar por la Viga y seguir el cauce de la acequia real, los canoeros toma-ban otras rutas, como rodear por el lago el su-reste de la ciudad y llegar a la acequia real por la garita de san lázaro. la prohibición de que canoas chicas circularan fuera de la acequia real, es decir, que el tráfico y comercio que se hacía desde Mexicalzingo a la ciudad de Méxi-co por la laguna no se hiciera en canoas chicas y chalupas, sino en canoas de porte, o medio porte, se debía a las fatales muertes acaecidas al conducir carbón, cebadas, papa, leña y otras cosas a la ciudad.13

los canoeros demostraban el conocimiento que tenían de su entorno al emplear rutas di-ferentes a la de la acequia real. la navegación hacia la ciudad se hacía por atajos paralelos. los indios evadían la acequia real tomando conductos y acalotes convertidos en salidas al-ternas para llegar al lago de texcoco y evitar el tráfico de las acequias acostumbradas:

la garita de san lázaro no es bastante remedio respecto a que los indios de los alrededores de esa ciudad ya nominados no salen de esa ciudad por la acequia de dicha garita sino es que se salen desde su territorio por varios conductos y acalotes que tienen para esta laguna, por quienes consideran más evidentes las desgracias así por su embria-guez como por las canoas chicas y lo mucho que las canoas inundándose éstas con más facilidad.14

esta cita da cuenta del conocimiento que los indios tenían del espacio, pero también habla de que el papel protagónico que la his-toriografía le ha dado a la acequia real, era compartido por otras rutas de circulación. al parecer, el sureste tuvo muchas más acequias que las que cualquier plano pudo alcanzar a representar. los conductos y acalotes eran ca-minos de agua abiertos para el uso local de los vecinos. eran vías de entrada inaccesibles a personas ajenas al sitio.

13 agn, ríos y acequias, vol. 4, exp. 1, 1759.14 Idem.

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el agua aparece como el medio de trans-porte de un sinnúmero de productos que lle-gaban desde Mexicalzingo hasta los barrios asentados a lo largo de la acequia real. detrás de un discurso que anudaba el riesgo de los indios ebrios15 a ahogarse, con el de ordenar la entrada y salida de canoas, emerge una geo-grafía de acequias y conductos navegables. “en el tránsito de la laguna” corren “igual pe-ligro las canoas de porte o medio porte como las chicas y chalupas”, pues el fuerte viento que corre en “dicha laguna” provoca que las canoas de la ciudad y “sus contornos, como es Jamaica, Mixiuca, ixtacalco y Mexicalzingo” extravíen sus productos.16 para evitar que se ahogaran los “indios e indias que trafican a esta corte el comercio de sus géneros”, debía notificarse al “guarda de la garita de san lá-zaro” en dónde “se embarcan y desembarcan las personas de este comercio”, a fin de que anunciándolo “en la pared de los portales de la misma garita”, llegara “a noticia de todos”.

las órdenes estaban dirigidas principal-mente a las canoas que comerciaban, porque los indígenas que cazaban pato estaban exen-tos de ellas: “entendiéndose que esta providen-cia no se extiende con los indios que en sus chalupas y canoas chicas salen de esta ciudad a matar patos, porque éstos en su ejercicio no se internan en la laguna”.17 los reglamentos distinguían a los indios que evitaban pasar por la acequia real y se internaban en la laguna, de los que solamente salían a las orillas a ca-zar patos. los primeros recorrían distancias largas y pasaban por las garitas, mientras que los segundos encallaban para pescar, cerca del litoral.

15 “...esto se experimenta en las canoas que de una ciu-dad y sus contornos como es Jamaica, Mixiuca, ixtacalco, Mexicalzingo y otros vienen del comercio de esta ciudad con legumbres y otros frutos viniendo como siempre acon-tece los remeros hebrios”. agn, ríos y acequias, vol. 4, exp. 1, 1759.

16 Idem.17 agn, ríos y acequias, vol. 4, exp. 1, 1758.

una leCtura de los Barrios: al norte Y sur de la aCeQuia

del resguardo

las notas de los alcaldes explican la geografía barrial. en ellas, el agua se vuelve un elemen-to clave con el que los barrios mantenían re-laciones singulares. los manuscritos dejaron rastros para diferenciar a los barrios según su ubicación al norte o sur de la acequia del resguardo. una primera diferencia que los al-caldes detectaron fue el tipo de habitaciones; mientras que en los barrios del norte halla-ron muchas más construcciones sólidas, en el sur refieren construcciones efímeras. las 309 nueve fincas18 contrastan con un sinnúmero de jacales. las viviendas referidas al norte del resguardo fueron construcciones sólidas —casas de vecindad, casas altas, casas entreso-ladas o particulares—, dispuestas en el terre-no con una orientación más o menos clara. los alcaldes podían seguir allí los “cuadros” (manzanas) hacia los cuatro puntos cardinales con cierta precisión —incierta si la compara-mos con la regularidad de las calles del casco. además, señalaban puentes con nombres que distinguían al lugar, según los productos que ahí desembarcaban; por el nombre de la calle en que desembocaban, o bien, por cualquier otra señal que designaba al sitio desde una no-menclatura dada por el uso cotidiano.

los alcaldes explicaban así la orientación de los jacales:

siguiendo el cuadro y centro del sur a norte y de oriente a poniente se hallan 26 jacales, rumbo por un albarradón dos jacales, un jacal de terra-do que termina con la Capilla de san gerónimo o volviendo al mismo callejón.19

sin embargo, conforme más se alejaban del

18 Quaderno de lo que rentan las fincas anualmente del Quartel, núm. 19 de Barrio de santa Cruz y soledad perteneciente al 5o Mayor, ahem, ciudad de México, 1790, C. 21, exp. 2, 97 fs.

19 Quaderno de lo que rentan las fincas anualmente del Quartel, núm. 19[...]op. cit.

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casco urbano, internándose rumbo al lago de texcoco y hacia la acequia del resguardo, la geometría y ortogonalidad de las calles dismi-nuían. las líneas regulares se desvanecían y la nomenclatura se volvía incierta. pocas de ellas proyectaban trazos rectilíneos, en tanto los al-caldes llegaban a un callejón, a una cerrada o a una puerta falsa que, dejaban ver, distribuían los espacios a capricho. en comparación con los barrios del sur, los del norte del resguardo parecían accesibles a la orientación.

Y aunque para los barrios ubicados al norte de la acequia del resguardo se repiten algunos gestos característicos de la ciudad española, como por ejemplo cierta perpendicularidad entre sus callejones y calles o que su distri-bución partiera de un pequeño centro que radiaba al resto del barrio,20 esa geometría se diluía conforme los alcaldes avanzaban. en la estructura interna de los barrios ubicados al norte del resguardo (santa Cruz Cuauhtzin-co, la Candelaria, san gerónimo, san Ciprián y Manzanares) se advierten la plaza, la iglesia o algún edificio importante que servían como símbolo del entorno. ese centro, que aparece siempre como punto centrífugo a los alcaldes, perdía su presencia discursiva conforme las anotaciones se alejaban de aquellas localida-des relativamente bien trazadas.

la humedad, las acequias o un paisaje agres-te lacustre aumentaban su asistencia mientras más al sureste se desplazaran los alcaldes. la geometría espacial de los barrios al sur del resguardo es casi inexistente; el registro del valor de las fincas, no fue más allá de enlistar la existencia de las catorce fincas construidas sólidamente. los indígenas, decían, eran pro-pietarios de sus solares, no pagaban renta y habitaban en jacales. no deja de sorprender la narración contrastante entre una situación efímera y otra estable.

las 14 residencias, repartidas entre perso-

20 “Cada uno de esos barrios es una pequeña unidad que simbólica y funcionalmente reproduce y en cierto sen-tido busca sustituirse a la ciudad”, Cfr. eduardo lópez Mo-reno, op. cit., punto 3.2 (s.p.).

najes distinguidos de la época, divergen con el anonimato de las fincas indígenas. hay un abismo entre la descripción de las “viviendas propias” —del doctor don Xpal folgar, don andrés ambrosio llano y Valdes, doña there-sa torres y silva: don José oyazabal; don Juan Manuel de Valderrayn, doña Josefa Medina y granados, doña María Josefa lópez y ortuño, Conde de regla; don José dávalos, don anto-nio león y gama; don Manuel Vergara o don Miguel Valle— y la de los jacales: “varias ca-sillas de adoves arruinadas, con jacalitos, los habitan los indios y otros como dueños que no pagan nada”.21

el alcalde Juan portusach, quien recorrió los barrios de indios al sur de la acequia del resguardo nos hace preguntar sobre la pre-sencia de aquellos propietarios y notables en los barrios. la manera en que diferenció las construcciones sólidas de las efímeras; la mira-da general con que agrupó a los indígenas que residían en jacales y, desde luego, las propor-ciones aritméticas entre las viviendas construi-das con materiales firmes y los jacalones, son todos elementos que refieren a las observacio-nes de los alcaldes. Quiénes eran o qué llevó a esos notables a hacerse de una propiedad en aquel sureste, es tema de otra investigación lo que me interesa resaltar es que el contraste discursivo nos obligó a diferenciar los barrios ubicados al norte de los del sur de la acequia del resguardo.

las fincas registradas al norte de la acequia del resguardo son: 74 en santa Cruz Cuautzin-co, 131 en la Candelaria ometochtitlán, 84 en san gerónimo atlixco y 20 en san Ciprián, haciendo un total de 309.

las fincas registradas al sur de la acequia del resguardo son: 14 propiedad de notables22

21 razón de los que rentan las fincas del quartel núme-ro 20, sujeto al 5to Mayor, ahem, ciudad de México, 1790, C. 21, exp. 4, 68 fs.

22 las 14 fincas levantadas: casas de folgar 35 pesos al año; casa vecindad folgar, 96; tienda pulpería y habitación, 30; casas vecindad don José oyazabal, 592; casa vecindad de oyazabal, 98; casa vecindad, 315; vivienda doña Josefa, 300; casa y pulquería orilla, 365; casa vecindad y pulque-

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y ningún barrio de indios (sólo jacales), es de-cir, en total 14.

¿por qué el alcalde portusach no detalló la información de los más de mil indios que habi-taban al sur de la acequia del resguardo? ¿por qué solamente anotó que “todos eran dueños de sus jacales”? Conforme seguimos los recorri-dos hacia el sur del resguardo, los alcaldes refi-rieron cada vez menos casas sólidas. para ellos el objetivo —que desde luego tenía que ver con la finalidad del documento que preparaban—, eran las fincas y, sobre todo, su valor. por eso ni siquiera intentaron recorrer o pormenorizar la zona. simplemente era región de jacales que no requerían de descripciones singulares.

la geometría urbana se desdibuja mientras más lejos estuviesen los alcaldes de la plaza Ma-yor. si en las áreas próximas a la parroquia de santa Cruz y soledad fueron registradas casas particulares, casas de vecindad y casas entreso-ladas, en los barrios de indios más alejados, co-mo san gerónimo, la Candelaria o Camingo, el número de jacales y chinampas aumentaban. Mientras que en san gerónimo los alcaldes re-firieron 35 casas sólidas contra 22 construccio-nes efímeras,23 en la Candelaria catalogaron 15 viviendas construidas en firme y 28 jaca-les.24 así las casas se iban desvaneciendo, hasta que al sur de la acequia del resguardo sólo se habló de chinampas (véase cuadro 1).

Conforme los recorridos se distanciaban del casco, acercándose al oriente y sur, menos

ría Jamaica, 95; casa vecindad tienda pulpería, 108; cuatro accesoritas barbero, 48; tienda pulpería, 100; casas arrui-nadas, 79; casas, ocho.

23 san gerónimo atlixco: 20 jacales (de terrado o me-dio terrado); 2 chinampas con jacales y 35 casas de terrado o de medio terrado. en san Ciprián las viviendas sólidas fueron caracterizadas por el alcalde como “maltratadas”, “muy maltratadas” o “en ruinas”, dejándonos ver cómo el paisaje, conforme más al sureste se estuviera, iba siendo cada vez más efímero. san Ciprián: jacales, 19; viviendas arruinadas, seis; patio o solar con, cuartos 12; casa de ve-cindad 11; chinampa, tres; casas grandes, (varias piezas, entresolada o de trato), 18.

24 la Candelaria. Vivienda de terrado o medio terrado, siete; vivienda de adobes, ocho; jacales 19; vivienda con jacales, siete; chinampas, dos.

construcciones firmes fueron consignadas. los jacales aumentaron hasta que, excepto las 14 fincas de los notables ya mencionadas, los alcaldes no vieron más que jacales. la región fue descrita con frases como: “en adelante si-guen las chozas de adoves y caña. sin núme-ros”,25 “Varias casillas de adoves arruinadas, con jacalitos, los habitan los indios y otros que no pagan nada” 26 o “siguen varias casillas de adoves arruinadas, con jacalitos, los habitan los indios y otros como dueños que no pagan nada”.27 si la geometría urbana disminuyó en

25 ahem, padrones, ciudad de México, cuartel 19, 1790, c. 21, exp. 2, f. 50.

26 razón de los que rentan las fincas del Quartel nú-mero 20, sujeto al 5o Mayor, op. cit.

27 el valor de las fincas y las rentas son otro referen-te que muestra el contraste entre los barrios ubicados al norte y sur de la acequia del resguardo. ninguno de los

cuadro 1tipos de Casas en los Barrios

Barrios al norte del Resguardo

Santa Cruz Cuautzinco Número fincasCasa de vecindad 18Casa particular o propia 11Casa entresolada 12

totaL 41San Gerónimo (Todas propias)Jacales (de terrado o medio terrado) 20Chinampa con jacales 2Casa de terrado o de medio terrado 35

totaL 57La CandelariaJacales 19Vivienda con jacales 7Chinampa 2Vivienda de terrado o medio terrado 7Vivienda de adobes 8

totaL 43San CipriánJacal 19Chinampa 3Vivienda arruinada 6patio o solar con cuartos 12Casa de vecindad 11Casa grande 18

totaL 69Barrios al sur del ResguardoCasas 14“todos jacales”

totaL 14

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zacate.30 además, sus calles, sin nombre, eran prácticamente de agua y la población española y mestiza inexistente.

los alcaldes reportaron algo similar pa-ra santa Cruz Cuautzinco, barrio ubicado al norte de la acequia del resguardo. Con una variedad de oficios: soldados (de milicia, de cuerpo, alavardón), maestros (de farmacia, de escuela, de amiga, tejedor, zapateros, sastre, etcétera) o funcionarios. de aquí podría sur-gir una investigación en la que se analizara la relación entre oficios y calidades raciales. los oficios de sastre y tejedor, por ejemplo están asociados principalmente con españoles y a ve-ces con mestizos, mientras que sólo dos indios fungen como sastres.31 los oficios notorios de zapatero, curtidor y zurrador son comunes en los barrios de la Candelaria, san gerónimo y san Ciprián.

la lectura de las notas de los alcaldes, de nuevo nos conduce a la idea de que mientras más lejos estuviesen los barrios del casco, más se alejaban de la diversidad. los postulados del proyecto modernizador urbano se desvanecían conforme más distante se estuviera de la traza española. Mientras más hacia el sur y oriente refieran, las notas de los alcaldes declinan la variedad y cantidad de oficios, al tiempo que registran el peso que los lazos familiares o ve-cinales tenían en el desempeño de tales tareas. los zapateros, curtidores y taconeros revelan la fortaleza que tenían los lazos entre familia, oficio y vecindad;32 asimismo, se explica que

30 los oficios artesanales no fueron expulsados del cas-co hacia las parcialidades. sonia pérez toledo demuestra que los talleres artesanales continuaron laborando en el centro de la ciudad hasta mediados del siglo xix: en 1794 esta zona contaba con 54% y para 1842, muy lejos de des-aparecer, representaba 59.4%. Cfr. Los hijos del trabajo. Los artesanos de la ciudad de México, 1780-1853, 1996, p. 388.

31 ahem, padrones, ciudad de México, cuartel 19, 1790, c. 21, exp. 2.

32 en el cuartel menor 19 se registraron 64 talleres de artesanos que, debiéramos recordar, estaban “ubicados en los domicilios de los productores”, es decir se trataba de productos que los integrantes de las familias elaboraban en sus casas. en aquel entonces no había separación entre lugar de trabajo y habitación. en términos amplios, al nor-te de la acequia del resguardo los trabajadores laboraban

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el vocabulario de los alcaldes conforme se acercaron al resguardo, al cruzar la acequia ya no vieron más que jacales.

un segundo aspecto que diferencia a los barrios al norte y sur del resguardo son los oficios: vinculados con los textiles, el cuero, la siembra o la recolección de recursos pro-venientes del lago, se practicaban en ambas zonas, aunque en distintas proporciones se-gún su inscripción geográfica. en los barrios ubicados al sur del resguardo aparecen con más frecuencia indígenas pescadores, pateros, zacateros u hortelanos (chinamperos)28 —en la Magdalena Mixiuca residían 230 indígenas en su mayoría hortelanos y zacateros—, mien-tras que en los del norte, como el barrio de la Candelaria de los patos, con una población de 204 personas, se registraron labores de cur-tido29. para extrapolar lo anterior podríamos comparar a uno de los barrios ubicados ha-cia el poniente de la acequia real y más cerca del casco español, como por ejemplo Jamaica oxolhuacan (que los documentos algún día refirieron como barrio de indios), con otro del extremo sureste, la Magdalena Mixiuca. Mientras que el primero registró población mestiza y española; oficios como sastres o fun-cionarios, la gran mayoría de los vecinos de la Mixiuca estaban vinculados con la siembra y el

barrios al sur de la acequia pagaba renta, y conforme as-cendemos al norte, hacia santa Cruz y soledad, el valor de las fincas ascendía: esto sugiere pensar, entre otras cosas, en que las tierras de los barrios al norte de la acequia del resguardo participaron, antes que los del sur, de la especu-lación del suelo urbano. un punto más que diferencia am-bas matrículas son las rentas. en santa Cruz Cuautzingo, a reserva de que este punto requeriría de una investigación detallada que compare los diferentes montos registrados en otras partes de la ciudad, las rentas fueron presentadas de la siguiente manera: 1) una casa de vecindad oscilaba entre 18p 6rls (el precio más alto registrado) y 4p 4rls men-suales. 2) una casa particular o propia oscilaba entre siete y 12 pesos mensuales. 3) una casa entresolada entre 12 y 30 pesos mensuales.

28 Cfr. Marcela dávalos, “familia y vecindad en un ba-rrio de México”, op. cit., pp. 120-122.

29 ahem, padrones, Ciudad de México, Cuartel 19, 1790, c. 21, exp. 2, y ahem, padrones, ciudad de México, Cuartel 20, 1790, c. 21, exp. 3.

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vieron los dos barrios, que andando el tiempo y perdida la población del de san Ciprián, se le confundió con el de la Candelaria no solamente en el vulgo, sino aun en documentos oficiales.35

así, el agua no llevó a diferenciar los ba-rrios del norte y sur de la acequia del resguar-do, tanto como nos dio pistas para reconstruir a la acequia real no ya como un conjunto ho-mogéneo que comenzaba en Mexicalzingo, si-no como un afluente que cumplía, a lo largo de su recorrido, funciones específicas con los barrios. al acercar la lente, los manuscritos muestran a vecinos relacionados con ese ca-mino de agua que venía desde la Magdalena Mixiuca y abría sus brazos hacia la Candelaria o san gerónimo, pasando por san agustín Zoquipan o la resurrección tultenco.

el uso y manera de referirse a la acequia real era distinta según el barrio. sus afluentes, que a lo largo de su recorrido se abrían hacia el oriente hasta llegar al lago, eran corrientes empleadas por los vecinos. el uso del agua esboza parte de los vínculos sociales entre los habitantes de los barrios que disputaban, con-trolaban o secaban las corrientes de acuerdo con las distintas necesidades. en el barrio de Manzanares, por ejemplo, en 1775 los vecinos se quejaban de que se estuviera cegando su acequia “que se les ha despojado de la posesión en que estaban de sus aguas”.36 al examinar la viabilidad o no de secarla, el maestro fran-cisco guerrero, veedor encargado de zanjas, la comparó con “otras zanjas por donde pasa más limpia agua”, en tanto “no tiene tantos vecinos”. para el maestro veedor los vecinos del barrio debían abastecerse de otras dos co-rrientes, “una que corta el agua de la que sale de la acequia real por santo tomás y transita por la alamedita, y la otra por la Candelaria, que ambas corren de sur a norte”.37

Cuando los vecinos, en 1744, pidieron per-

35 José María Marroquí, op. cit., vol. 2, pp. 115-116.36 ahaa, ríos y acequias, vol. 3873, exp. 103, p. 1775.37 ahaa, ríos y acequias, vol. 3873, exp. 103, p. 1775.

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los cazadores de pato o zacateros residieran en la Candelaria, san gerónimo o san Ciprián, desempeñando tareas que, además de depen-der del medio lacustre que los rodeaba, pare-cen haberse heredado por generaciones.

las rutas por agua eran un elemento co-municante entre los barrios; el agua además de conectar vías y circulación de mercancías, también tejía lazos entre las labores de los in-dígenas. en los documentos en los que los veci-nos se quejaban del mal uso que se hacía de las acequias, aparece aquella escenografía. Varios de los oficios del sureste requerían del agua de las acequias y del lago: “los zurradores o curti-dores lavan sus cueros en la acequia”,33 sin per-mitir que el agua se empleara para otras tareas.

todos los datos refieren a un paisaje lacus-tre que, vale la pena adelantarlo, prolongó su vida más allá del siglo xix.34 esa parte de la ciudad que fue absorbida muy lentamente por la urbe, fue descrita sin mayores cambios dé-cadas después de la independencia. ejemplo de esto es la narración de Marroquí sobre la disolución del barrio de san Ciprián:

sus chinampas daban sustento a sus moradores, y lo mismo que los de la Candelaria, en el in-vierno se dedicaban al comercio nocturno de los patos. tan unidos en lo material y tan identifica-dos en costumbres y demás circunstancias estu-

y vivían en calles que eran determinadas por sus oficios. Jorge gonzález angulo, Artesanado y ciudad a finales del si-glo xviii, 1983, p. 94.

33 Cfr. ahaa, ríos y acequias, vol. 3876, exp. 288, 1818. también francisco de Cuevas aguirre y espinoza, op. cit., p. 121.

34 la continuidad de las descripciones resaltadas en los documentos dieciochescos, que coinciden con las de-cimonónicas, e incluso algunas del siglo xx, nos invitan a suponer que la persistencia historiográfica corresponde también a la continuidad de unas prácticas: san Ciprián, aparece como cenagoso, rodeado de acequias, cubierto de chinampas, hasta el siglo diecinueve. Cfr. José María Ma-rroquí, op. cit., vol. 2, p. 60; la Candelaria de los patos fue descrito aún como “muy fértil y húmedo; era a modo de isla rodeado de una acequia de forma de parábola alarga-da, cuyos extremos terminaban en otra acequia, y recibía sus aguas de otra que venía de hacia el sur, de no muy corta distancia. Cfr. José María Marroquí, op. cit., vol. 2, pp. 115-116.

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miso para fabricar una capilla el escribano anotó que querían levantarla “junto al puente que llaman de Manzanares en un pedazo de sitio eriazo”, junto a “la acequia que llaman de Manzanares, que viene de la Merced para san lázaro por sus espaldas”.38 ese párrafo revela lo presente que tenían los vecinos la acequia finalmente cegada. en el polo opuesto, con-trasta la descripción que el mismo veedor hizo de otra acequia que colindaba con el barrio de san Ciprián: “a sus orillas solamente hay pra-dos, sitios, eriales, potreros y huertecillas”,39 por lo que la proponía a los de Manzanares como sustituto de la suya, no obstante la dis-tancia que mediaba entre ellas. Más adelante volveremos a esto, por ahora he querido sólo resaltar que esa corriente principal, descrita por la historiografía como un cuerpo homogé-neo, cruzaba a los barrios del sureste gestando una cadena de historias singulares que hablan de la relación que aquellos pequeños ámbitos sostenían con la acequia real.

los Barrios en los planos dieCioChesCos

los planos del siglo xviii en los que los barrios aparecen dibujados a detalle son muy pocos. la mayoría de los autores se concentró en el centro de la ciudad y, cuando en ocasiones su mirada se dirigió hacia la circunferencia indígena, saltó por encima de los barrios para más bien seña-lar las garitas, calzadas, albarradones, acequias, lagunas u otros puntos relevantes ubicados fue-ra del casco. podemos señalar tres etapas en la historia de la cartografía de la ciudad:

1) el periodo que va del plano de upsala —elaborado alrededor de 1524— al de lópez de trasmonte de 1628 —primera vista de la ciudad en perspectiva—; de la perspectiva de trasmonte hasta mediados del siglo xviii y de la segunda mitad de este mismo siglo al porfi-riato (aquí no consideraremos a los de perio-

38 ahaa, terrenos, vol. 4025, exp. 95, p. 1744.39 ahaa, ríos y acequias, vol. 3873, exp. 103, p. 1775.

dos posteriores). en este último periodo apa-recen por vez primera para su reconocimiento o supresión los barrios en los planos; 2) el pla-no “la gran ciudad de tenochtitlan”, mejor conocido como el “plano de upsala”, sirvió durante casi dos siglos como modelo para re-presentar a la ciudad. de la copia del original, dibujado en nuremberg, que “apareció como prefacio de la edición latina publicada en 1524 de la segunda carta (o carta de relación) que Cortés envió desde México al emperador Car-los V”,40 se derivó una larga serie de materiales. el origen del plano de upsala es incierto: algu-nos estudiosos opinan que fue elaborado por manos indígenas en el Colegio de santa Cruz en tlatelolco y enviado al rey, y otros piensan que su hechura se debe al cosmógrafo alonso de santa Cruz. después de este mapa, la mayo-ría de las representaciones se basaron en esa concepción de tenochtitlan. un ejemplo es el plano contenido en el Universus terrarum orbis de girolamo savonarola de 1713, en el que se muestra la capital novohispana siguiendo el trazo del plano de upsala.

la forma, perspectiva y copias derivadas de “la gran ciudad de tenochtitlan” fueron transformadas en 1628 por Juan gómez de trasmonte, maestro mayor de obras de la ca-tedral de 1630 a 1647. su representación de la ciudad, “a vista de pájaro”, dejó de lado la concepción plana de tenochtitlan. durante su colaboración en el proyecto —fallido— del ingeniero flamenco adrian Boot de desaguar la ciudad para evitar inundaciones, trasmonte la enfocó desde un punto alto del poniente. pretendía representar cómo quedaría la ciu-dad una vez terminados los desagües; “la vista resultante, denominada oficialmente ‘forma y levantado’, mostraba un amplio panorama que abarcaba toda la extensión física de la ciu-dad...”.41 el plano de trasmonte, descubierto por francisco del paso y troncoso en Bélgica,

40 Cfr. richard l. Kagan, Imágenes urbanas del mundo hispánico 1493-1780, 1998, p. 110.

41 Ibidem, pp. 241-242.

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fue referente obligado para diversos planos posteriores.42

una tercera representación de la ciudad es de la administración borbónica. en 1737 el Ca-bildo mandó hacer un plano que sirviera para afinar los asuntos fiscales, “a un equipo de ar-quitectos y agrimensores encabezado por pe-dro de arrieta, ‘maestro arquitecto de nueva españa’...’un mapa original y perfecto de toda la ciudad que se necesitaba para fines fisca-les”.43 el plano de arrieta tenía como “objetivo que los maestros del gremio de arquitectura definieran los límites urbanos y acordaran los valores de los terrenos, según posibilidades de uso comercial[...] para aplicar un solo criterio en sus avalúos”,44 sin embargo, las expectativas resultaron decepcionantes.

desconocemos los motivos del profundo rechazo que generó el plano de arrieta, aun-que es posible suponer que la falta de escala gráfica lo hacía ineficaz para detectar valores comerciales y afinar cuestiones fiscales para los que se pretendía destinarlo. su técnica arcaizante, como lo señaló sonia lombardo, mezcló elementos planos con proyecciones en “geometral de norma lateral como se hacía en los planos antiguos. Combinaba así elementos planimétricos con una vista en perspectiva. pese a sus defectos, el Cabildo tuvo con él un primer mapa de la ciudad que podía utilizar para tareas administrativas”.45

no tardaron, sin embargo, en surgir otras representaciones de la capital novohispana.

José antonio Villaseñor y sánchez preparó una nueva vista cartográfica en el “Mapa, pla-no, de la muy noble, leal e imperial Ciudad de México”, que incluía una escala de distan-cias...”.46 la minuciosidad e investigaciones que Villaseñor realizó antes de la hechura del mapa, en su Theatro Americano, marcaron un

42 sonia lombardo, op. cit., 1996, p. 290.43 richard l. Kagan, op. cit., p. 262.44 sonia lombardo, Atlas[...] op. cit., 1996, p. 314.45 Idem.46 Cfr. José antonio de Villaseñor y sánchez, Suplemento

al Theatro Americano (La ciudad de México en 1755), 1980.

hito en la especialización de la planimetría,47 tal como veremos adelante. el plano que cerró este periodo fue el del ingeniero militar diego garcía Conde, realizado en 1793 y grabado en 1807. este plano, calificado de alta calidad, es-tuvo a cargo del director de grabado de la real academia de san Carlos:

ejecutado con excepcional calidad, pues...cons-tituye una obra maestra de la cartografía en el más puro estilo neoclásico. se sabe que los ejem-plares estuvieron a la venta del público. dada su exactitud, se le consideró como plano oficial hasta bien entrado el siglo xix y fue modelo de toda una serie.48

no obstante su brillantez, en ninguno de los planos hasta aquí mencionados precisó el espacio urbano hacia los barrios del sureste. en todos ellos, las parcialidades se muestran con sombreados que evocan pantanos, agua, árboles, palmeras, cuadriláteros dispersos, acequias, capillas insinuadas y algunos tem-plos renombrados. en síntesis, la imprecisión rigió en el lenguaje planimétrico cuando de los barrios se trataba. en la mayoría de ellos el casco urbano aparece bien dispuesto, a escala, en tanto que las parcialidades se exhiben sin proporciones geométricas. pero la excepción hace la regla. a lo largo de esos siglos, los úni-cos planos que detallaron el área de las parcia-lidades fueron los del padre alzate; por este motivo son referencia obligada para quien se adentra al estudio de los barrios. ¿a qué se debió esta calidad?, ¿por qué los planos civiles, los militares, los religiosos no marcaron a de-talle aquellas superficies?, ¿a qué responde tal ausencia? las respuestas nos hablan del rol que los indígenas jugaron mientras la ciudad re-flexionaba sobre la renovación de sus espacios.

los planos de alzate han sido fundamenta-les para la historiografía de los barrios indíge-nas en la capital. alfonso Caso los utilizó en su trabajo “los barrios antiguos de tenochtitlan

47 Cfr. richard l. Kagan, op. cit., pp. 262-263.48 sonia lombardo, op. cit., 1996 p. 340.

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y tlatelolco”; Manuel toussaint en Planos de la ciudad de México; roberto Moreno de los arcos en “los territorios parroquiales de la ciudad arzobispal”; andrés lira para “Comunida-des indígenas frente a la ciudad de México”

y Charles gibson en Los aztecas bajo el dominio español,49 lo cual nos confirma la importancia que han tenido como fuente casi única para comprender la representación planimétrica de los barrios.

alZate interpreta a los Barrios

de los tres planos sobre la ciudad de México realizados por el padre alzate, dos respondie-ron a la solicitud de las autoridades y uno a la satisfacción de su curiosidad. en los dos primeros mostró la distribución del territorio parroquial y en el tercero la coincidencia geo-gráfica de los barrios indígenas prehispánicos con los barrios dieciochescos. los títulos de los planos son: “plano en que se comprehende el Curato de indios, intitulado ss Joseph situa-do en la ciudad de México dispuesto por or-den del Ylmo. sdd francisco antonio loren-zana Buitrón dignísimo arzobispo de esta sta. iglesia Metropolitana”; “plano de la imperial México, con la nueva distribución de los terri-torios parroquiales para la más fácil y pronta administración de los sagrados sacramentos, dispúsolo en 1769 años de orden del ilustrísi-mo señor don francisco antonio lorenzana Buitrón dignísimo arzobispo de esta santa iglesia Metropolitana, don Joseph antonio de alzate y ramírez”; “plano de tenochtitlan Corte de los emperadores Mexicanos 1789”.50

49 alfonso Caso, “los barrios antiguos de tenochtitlan y tlatelolco”, Memorias de la Academia Mexicana de la Histo-ria, México, enero-marzo, 1956, pp. 7-63; Manuel toussaint, federico gómez de orozco, Justino fernández, Planos de la ciudad de México, siglos xvi y xvii. Estudio histórico, urbanístico y bibliográfico, 1938, pp. 135-142; andrés lira, op. cit. cap. 1; roberto Moreno de los arcos, op. cit.; Charles gibson, Los aztecas bajo el dominio español (1519-1810), 1967, cap. 1.

50 Cfr. sonia lombardo de ruiz, op. cit., 1996.

el “plano de tenochtitlan” respondía al interés personal del presbítero por reconocer a los antiguos barrios indígenas que circunda-ban a la ciudad de México. los dos anteriores, solicitados por el arzobispo lorenzana, fueron destinados a mostrarle la organización del te-rritorio parroquial de la ciudad de México. “plano en que se comprehende el Curato de indios intitulado ss Joseph[...]”, fue elaborado “sobre la base proporcionada por Villaseñor y con conocimientos propios del terreno[...]hacia 1769”.51 en él se representa, sin escalas, una gran porción de la ciudad que va del poniente (desde la altura de la calzada México-tacuba hacia el sur) hacia los pueblos de iztapalapa y Culhuacán, es decir, mucho más allá del límite meridional de la ciudad. precisamente la zo-na sureste de este plano se halla cubierta por la cartela en que alzate anotó su título, año y descripción. si pudiéramos levantar dicha car-tela encontraríamos los curatos de san pablo, santa Cruz y soledad, santo tomás la palma y santa Cruz acatlán (este último apenas apun-tado), es decir, la zona en que se hallaban los barrios de indios aquí estudiados.

de estos tres planos mencionados, nosotros emplearemos el segundo, el “plano de la im-perial México” de 1769, por ser el que da más información sobre los barrios del sureste. su título alude al motivo por el que fue elabora-do: “la más fácil y pronta administración de los sagrados sacramentos”. su creación responde a la polarización cada vez más clara entre el clero secular y el clero regular, disputa que fue resuelta hasta finales del siglo xviii, con el enclaustramiento de las órdenes en conven-tos. sobre él se proyectaron las cuatro nuevas parroquias que se añadieron a la ciudad, que-dando dividida desde 1772 en 14 (y ya no 10) parroquias. en adelante, además, los feligreses asistirían a las iglesias y capillas sin importar su calidad racial. el plano sirvió, entre otras cosas, para proyectar a una ciudad ajena del dominio de las órdenes regulares.

51 andrés lira, op. cit., 1983, p. 33.

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roberto Moreno de los arcos, a quien de-bemos el estudio más importante sobre los te-rritorios parroquiales en la capital, resaltó de los planos de alzate que él se percató de que la división de la ciudad en 14 parroquias fue el fin de una ciudad antigua en la que habían logrado sobrevivir rasgos prehispánicos.52 es-ta cuestión rondaba al padre alzate. la pro-yección de esa urbe secular era el declive de una antigua capital de rasgos ancestrales; por ello se preguntaba sobre la coincidencia entre el asentamiento de los barrios prehispánicos y los virreinales.

la presencia de las órdenes regulares en los planos declinó hacia la segunda mitad del siglo xviii. el conflicto alternado vigente desde dos siglos antes entre éstas y el episcopado, no llevó a disminuir los bienes e intervención de los regulares en la ciudad; esto explica por qué en los planos anteriores a 1772 los conventos, hospitales, colegios y bienes regulares eran re-ferencias inherentes al orden urbano.53 hasta entonces la presencia de franciscanos, agusti-nos y dominicos era notable y, aunque

tenían expresamente prohibida la función de párrocos, gozaban de una dispensa por la cual podían atender e impartir los sacramentos a los indios —pero sólo a ellos— y administrarlos en parroquias que se conocían como doctrinas o curatos de indios.54

en adelante el orden secular destacaría en la administración, jurisdicción, control social y representaciones urbanas, dando relevancia a sus funciones, templos y capillas.

Cuando el padre alzate realizó el plano de 1769 era conciente de que su tarea apuntaba a un reordenamiento religioso, al tiempo que se

52 Cfr. roberto Moreno de los arcos, op. cit., pp. 162-165.

53 ejemplos de estos planos son Juan gómez de tras-monte, Planta de México, 1628; Juan gómez de trasmonte. también el anónimo, Biombo de la muy noble y leal ciudad de México, 1600-1692” (se puede ver en Kagan, op. cit., pp. 242-243 y 246).

54 roberto Moreno de los arcos, op. cit., p. 158.

sabía testigo de la gran transformación que se suscitaba en la capital hacia la segunda mitad del siglo que le tocó vivir. de la consecuencia de estos cambios también dio constancia otro personaje relevante de la época e interlocutor del padre alzate, el contador de azogues José antonio de Villaseñor y sánchez, quien tuvo la necesidad de reescribir un Suplemento a su obra el Theatro Americano, a fin de mostrar las notorias transformaciones. sus palabras mues-tran la conciencia que tenían del cambio sufri-do en la capital entre la primera y la segunda mitad del siglo xviii: si en su primer escrito ex-plicó “lo que son los tribunales [de la ciudad], ramos de hacienda, curia eclesiástica, ciudad con sus propios y el estado eclesiástico de aquel tiempo”, en el Suplemento se sintió obligado a añadir información porque las condiciones ha-bían cambiado: “habiendo en el posterior periodo tomado [la ciudad] otro temperamento”… hoy se halla [la ciudad] con la nueva planta cediendo todo en beneficio de la real hacienda [...]”.55 al iniciar la segunda mitad del siglo xviii la mayoría de las órdenes religiosas habían en-tregado sus curatos a los seculares, quienes, atareados en consolidar su triunfo, invirtie-ron en reconstruir sus grandes parroquias de líneas neoclásicas sobre las viejas capillas de trazo barroco, tal como nos lo describió el pa-dre Cancio para la parroquia de santa Cruz y soledad (cfr. primer capítulo). así las políticas del arzobispo lorenzana —creación de nuevas parroquias y supresión de distinciones racia-les— fueron el fin de una ciudad antigua que conservaba rasgos del mundo prehispánico.56

los proyectos de lorenzana, sin embargo, tuvieron obstáculos. el informe y plano pre-sentados por alzate a la Corona en 1769 fue-ron aprobados dos años después; además, el Cabildo y algunos antiguos servidores, como el cura del sagrario, José antonio pinedo, ha-

55 José antonio de Villaseñor y sánchez, op. cit., pp. 97-98.

56 Cfr. roberto Moreno de los arcos, op. cit., pp. 168-169.

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bían puesto objeciones. en una franca disputa contra el proyecto secularizador de lorenzana —debido a la denuncia puesta por el arzobispo en contra del cura pinedo por su ausentismo y no atender sus obligaciones al residir en es-paña; denuncia que retuvo su pago—, pinedo replicó poniendo como pretexto la redistribu-ción parroquial, e incluso amenazando con renunciar a su cargo “cediendo su prorrata en las obvenciones del sagrario, en favor de sus cofrades, ya que considera el plan como despojo injusto de derechos de éstos”.57 el pro-yecto secularizador de lorenzana no se deslizó en mantequilla.

a lo anterior se sumaron las disputas entre los curatos y el alegato de los párrocos por los límites jurisdiccionales que se traducían en ma-yor o menor número de feligreses, limosnas, obvenciones obtenidas por entierros, etcéte-ra.58 las críticas en contra de lorenzana iban más allá del reordenamiento urbano: incluían el estado de los aranceles parroquiales, el co-bro de las distintas tasas que diferían entre el sagrario y las parroquias o los deslindes pro-yectados que intersectaban en un mismo punto a varias parroquias. la controversia desatada por la redistribución parroquial se muestra, por señalar un ejemplo, en una carta dirigida por el párroco de san pablo al arzobispo, en la que apuntaba que marcar el límite entre su parroquia y la de santo tomás a partir de los registros de nacimientos de los feligreses era absurdo en tanto no coincidían con sus domi-cilios gremiales, como sucedía “por ejemplo con los indios panaderos o carniceros”.59

la reorganización parroquial propuesta por lorenzana tenía antecedentes. se sumaba a los proyectos de secularización propuestos en las reales cédulas del 4 de octubre de 1749, 1 de febrero de 1753, 23 de junio de 1757, 18 de octubre de 1764, 7 de noviembre de 1766 y 6 de julio de 1767. a la ofensiva ministerial que

57 luis sierra nava-lasa, El cardenal Lorenzana y la Ilus-tración, 1975, p. 141.

58 Marcela dávalos, op. cit., 1997, pp. 17-18.59 Ibid, p. 139.

señalaba el excesivo número de religiosos en la metrópoli, se sumaba la creación de otras cuatro parroquias que disminuían los arance-les y privilegios de gobierno para los párrocos (1768).60

Con base en la real cédula del 18 de octu-bre de 1764, el arzobispo lorenzana propuso “al Consejo la redistribución de lindes de las antiguas parroquias el 25 de abril de 1767”, pero debido a los conflictos entre el sacristán mayor, José antonio pinedo y lorenzana, la propuesta de la división parroquial se poster-gó hasta 1772. pinedo recurrió después al vi-rrey Croix, iniciándose así “un nuevo episodio de la incompatibilidad creciente entre Croix y lorenzana”.61

lo anterior explica por qué transcurren tres años entre la propuesta y la ejecución de la creación de las 14 parroquias. en ese añejo ambiente de disputa entre seculares y regula-res, que lorenzana resumía como el “excesivo número de religiosos en la metrópoli (1768)”,62 alzate realizó su “plano de la imperial Méxi-co”, en el que nos basaremos aquí.

horiZonte de alZate en la elaBoraCión de sus planos

para reordenar el territorio parroquial, el ar-zobispo lorenzana precisó de una represen-tación cabal del espacio urbano. así, alzate fue designado para trazar el nuevo espacio conformado por catorce parroquias. la tra-yectoria del padre alzate —conocimiento del terreno, su saber científico y compenetración con la cultura indígena—, lo hizo candidato a elaborar el plano. resultaría vano intentar referirse aquí a sus interminables escritos, in-vestigaciones eruditas, ensayos y proyectos,63

60 luis sierra nava-lasa, op. cit., p. 169.61 Ibidem, p. 134.62 Ibidem, p. 139.63 Cfr. Índice de las Gacetas de Literatura de México de José

Antonio Alzate y Ramírez, ramón aureliano, ana Buriano y susana lópez (coords.), 1996.

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por lo que sólo resaltaré ciertos rasgos de su interés por el mundo indígena. a la pregun-ta “¿qué especie de hombre es un indio de la nueva españa, cuáles sus caracteres morales y físicos?”, alzate, en diálogo con los párrocos y algunos prelados, respondía tajante afirman-do que además de que “han omitido publicar su historia física y moral”, han ignorado “el idioma de los indios, han descrito mil patra-ñas, mas falsedades comunicadas por sujetos interesados en degradar a los indios”.64

la familiaridad de alzate hacia los indios puede deducirse de sus notas autobiográficas:

parte de mi niñez la pasé en una hacienda per-teneciente a mis padres; en aquel retiro (libre de otras castas) en mis pueriles diversiones me acompañaban los pequeños indios mis coetá-neos; en aquella edad en que tanto se fijan las primeras impresiones me embebí de lo que veía y oía con esto puede decirse pasé una especie de noviciado para hablar con algún conocimien-to: aunque me separé del campo para vivir en la ciudad ya provecto manejé a muchos indios que en reconocimiento por lo que debieron a mis pa-dres venían muy a menudo a visitarlos con esto logré proporción para observar sus costumbres pero últimamente precisado a transitar mucha parte del reyno [...]65

haberlos “comunicado y observado en las haciendas en que sirven de gañanes ope-rarios” era vértice central de su perspectiva. alzate hacía eco de aquella idea de que la inte-gridad y la “pureza de los indios” se debía a su lejanía de las castas. Consideraba que poseían “costumbres inocentes”, que eran sumisos y religiosos mientras mayor distancia guardaran de los pueblos compuestos de castas.66 su óp-tica se refería precisamente a los indios de los barrios ubicados en el sureste de la capital:

64 Virginia gonzález Claveran, “notas a un documento inédito indigenista de alzate (1791)”, Quipu Revista Lati-noamericana de Historia de las Ciencias y Tecnología, vol.6, núm. 2 mayo-agosto de 1989, p. 163.

65 Ibid, p. 163.66 Idem.

el hurto les es desconocido[...]en los pueblos de indios no se conocen cerraduras ni aun trancas, porque saben que viven y duermen seguros: no faltará algún reflexivo petrimetre que diga: los indios no usan cerraduras porque no poseen cosa de importancia...los indios de ixtacalco y otros de la laguna tienen sus sembrados de chi-nampas sin cerca, sin cuidar de ellos por la no-che; y no experimentan robos; y en san agustín de las Cuevas, y san ángel aunque las huertas estén cercadas con paredes, los robos son conti-nuos porque hay castas y éstas no se han difun-dido en los pueblos de los indios agricultores de la laguna.67

el sureste de la ciudad al que alzate refie-re, era una zona de tierras confirmadas a los barrios indígenas por la corona, en la que pre-dominaban los sembradíos, chinampas, pan-tanos, camellones y numerosas acequias. ese paisaje, presente a lo largo de muchos años ya contrastaba con los cambios que se estaban sucediendo en otras partes de la ciudad en el siglo xviii. echando mano de manuscritos, na-rraciones y su experiencia, alzate se oponía a las imputaciones hacia los indígenas. “Cuan-do acuso a quienes ‘han comparado el indio al asno’ o supuesto que ‘los indios mexicanos fuesen tan estúpidos como los suponen sus opresores”, alzate elogiaba su entendimiento, voluntad, memoria y su “penetración respecto a las artes... a los pescadores, a los salitreros, a los alfareros, etcétera para que viesen cómo el indio industria y trabaja sin aparatos; sin otras cortapisas de que usan otras naciones”.68

recordemos que en el entorno lacustre del cuadrante sureste los pescadores y salitreros eran numerosos. en sus notas, alzate testificó haber convivido con los indígenas del sureste de la capital:

su inclinación a socorrer a los necesitados y a dar hospedaje en sus chozas, lo sabe quien ha caminado; hablo de los verdaderos indios, como también la fidelidad con que conservan los mue-

67 Ibid., p. 164.68 Ibid, p. 166.

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bles que se les confían, me ha sucedido olvida-damente alguna cosa y después de algún tiempo retornar al lugar y hallar el mueble olvidado, de-positado en su santocale u oratorio.69

parece haber una clara continuidad entre las notas anteriores y los motivos que llevaron a alzate a elaborar el plano de 1789. su interés por la cultura indígena, desde luego, también se advierte en el Plano de Tenochtitlan Corte de los Emperadores Mexicanos, elaborado con base en el plano del alarife mayor ildefonso iniesta Bejarano. su preocupación, como ya señala-mos, era buscar la correspondencia entre los barrios indígenas que conoció, con los proba-bles lugares en que se habían asentado los ba-rrios prehispánicos. el texto anotado al calce del mismo plano, revela que el padre alzate tenía una profunda curiosidad y conciencia de que los antiguos lugares prehispánicos tendían a desaparecer:

para dar una idea de la población del antiguo México, me ha parecido muy útil combinar am-bos planos, esto es los nombres antiguos con los modernos para que en los tiempos venideros se sepan los barrios y sus situaciones [nominacio-nes] mexicanas, dicha combinación servirá para la inteligencia de mucho para la historia [...]70

sensible a los acontecimientos de su época y pendiente de la destrucción que hacía emer-ger restos de piezas prehispánicas en el entor-no urbano (recordemos que la piedra del sol y la escultura de Coatlicue fueron desenterra-das unos cuantos años antes,71) alzate describe situaciones que nos hablan de su percepción de la ciudad y de su interés por comprender aquella cultura que estaba en vías de desapare-cer. el paisaje urbano que alzate nos muestra incluye pedazos de piedras y restos de templos

69 Ibid., p. 165.70 alfonso Caso, “los barrios antiguos de tenochtit-

lan...” op. cit., p. 16.71 antonio león y gama, Descripción histórica y cronoló-

gica de las dos piedras que con ocasión del nuevo empedrado que se está formando en la Plaza principal de México se hallaron en ella el año de 1790, (edición facsímil de 1832), 1990.

prehispánicos que permanecían como testi-monios de la antigua ciudad:

poco ha que he visto destruir parte de la que había al sur de México cerca del pueblo de san agustín de las Cuevas; en iztapalapa he visto es-tar haciendo adobes con el pavimento del pala-cio que allí había y según lo que ha quedado de él era obra opulenta [...] de todo el gran palacio de ixtapalapa no han quedado más que pavimen-tos que se extienden por más de mil varas. del jardín permanecía un ahuehuete en cuyo tronco hueco ya cabían 10 personas, pero hace pocos años que lo cortaron para aprovechar su made-ra. el jardín de oaxtepec ha tenido la misma suerte que el de ixtapala.72

de modo que alzate, el ilustrado, el estu-dioso de la naturaleza, de las auroras borea-les, del paso de Venus y de la latitud en que se ubicaba la capital novohispana, también se condujo por los cauces, acequias, camellones, caminos enlodados, viviendas efímeras, sem-bradíos de hortalizas y callejones cerrados de los barrios indígenas del sureste. por todo ello y porque él conocía el terreno in situ, fue pos-tulado para representar cartográficamente el territorio urbano. la transmisión de su sabi-duría en los planos es reflejo, no obstante, del horizonte cultural de aquella cultura ilustrada, de la que él formaba parte.

eL casco en escaLa y Los barrios sin geometrÍa

alzate osciló entre una planimetría normada por escalas, latitudes y criterios matemáticos y otra ajena a pretensiones universales. la in-clinación de los cartógrafos a una planimetría científica que exigía articular los mapas a refe-rentes mundiales, comenzó a abrirse camino hacia la segunda mitad del siglo xviii; esto ex-plica por qué alzate no empleó, en ninguno de los tres planos de la ciudad que realizó,73

72 roberto Moreno, “las notas de alzate a la historia antigua de Clavijero”, Estudios de Cultura Náhuatl, núm. 10, 1972, p. 385.

73 tampoco el de Jean Chappe d’auteroche (1772), atri-

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escalas hacia la zona de los barrios. sus repre-sentaciones de la capital “muestran el área co-mo si se viera verticalmente desde arriba”,74 dando lugar, como veremos, a dos maneras de exponer al conjunto urbano: una para el casco y otra para las parcialidades. para nuestros fi-nes, aquí centraremos la atención en el “plano de la imperial México de 1769”, por ser el que más referencias y señalamientos da.

en el “plano de la imperial México”, alzate no empleó una escala homogénea, sino que re-currió a dos distintas: una para el casco español y otra para los barrios de indios.75 en la primera zona empleó escalas que permiten calcular con precisión las distancias, en tanto que para la zo-na de las parcialidades acomodó las distancias en el espacio de papel que le quedaba. por eso la circunferencia correspondiente a las parcia-lidades aparece achatada. ¿por qué el padre al-zate no empleó la misma escala para represen-tar a la ciudad en su conjunto? ¿por qué empleó una escala para el casco y otra para los barrios? ¿Cómo explicar que, desde su erudición, omi-tiera el uso de una escala homogénea? ¿Cómo debiéramos leer sus planos? ¿de qué manera interpretarlos en su propio horizonte?

de antemano sería un gran error ver en esas dos escalas una equivocación de alzate. la explicación de que el casco español aparez-ca delineado y proporcionado con exactitud y los barrios compactados como enmarcando al centro, radica más en los criterios con los que se elaboraban los planos en la época, que en una omisión. la cartografía anterior al siglo xix no se servía de parámetros universales pa-ra representar el espacio, es decir, no se puede decir que tuviera un “atraso científico[...]la razón es otra: los mapas y planos estuvieron destinados antes que nada a satisfacer necesi-

buido a alzate, poseía escalas hacia los barrios. Cfr. sonia lombardo, op. cit., 1996, p 328.

74 david Buisseret, La revolución cartográfica en Europa, 1400-1800. La representación de los nuevos mundos en la Euro-pa del Renacimiento, 2004, p. 191.

75 agradezco esta observación a héctor Mendoza Var-gas, quien amablemente leyó el texto y detectó la diferen-cia de escalas.

dades específicas”.76 dependía, en suma, del motivo por el que se elaboraban los planos, a quién iban dirigidos, quiénes los habían encar-gado y dibujado, cuál era su destino, etcétera, lo que explicaba su hechura.

el “plano de la imperial México” fue ela-borado para cubrir las necesidades específicas del arzobispo lorenzana. por todas sus inves-tigaciones, sabemos que alzate tenía conoci-mientos de astronomía, matemáticas, geome-tría y agrimensura, tal como lo demuestra en su “recomendación a los párrocos para que aprendan nociones de geometría”, en donde aconsejaba el libro de M.l.a. didier, El arte de agrimensor o método para aprender en tres horas a medir exactamente todas las superficies posibles de terrenos, y de levantar los planos sin usar de otros instrumentos que la escala, y compás, como referencia obligada para evitar “la forma em-pírica de establecer los límites de los terrenos” que era, anotaba alzate, la causa de muchos litigios sobre las posesiones.77

tampoco hay duda de que él elaboró cálcu-los sobre las distancias de la capital hacia los cuatro puntos cardinales, de que tenía capaci-dad para representar a la ciudad en términos matemáticos o de que sabía usar la geometría para triangular. incluso en sus tratos con el virrey revillagigedo, refirió mediciones de la ciudad que incluían a la zona de las parcialida-des indígenas. en sus cartas al virrey, el pres-bítero demostraba que la capital novohispana era “mayor en extensión de terreno y número de habitantes que Madrid”, declaración que revillagigedo condenó y consideró que res-pondía a que alzate no conocía “otras partes del mundo”.78 en su defensa a este insulto, el presbítero exhibió su maestría comparando ambas ciudades:

76 Víctor Manuel ruiz naufal, “México a través de los mapas”, en héctor Mendoza (coord.), México a través de los mapas, 2000, p. 58.

77 Índice de las Gacetas de Literatura […], 1996, p. 127.78 Cfr. antonio saborit, “el paraíso occidental”, en sal-

vador Bernabéu albert (coord.), El paraíso occidental. Nor-ma y diversidad en el México virreinal, 1998, p. 232.

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proyectaba reordenar. se trataba más de satis-facer la mirada del prelado que de especificar superficies, distancias o coordenadas. fue has-ta la segunda mitad del siglo xviii cuando la precisión y rigurosidad numérica comenzó a imperar. por ello en sus planos de la ciudad de México, alzate no usó una escala homogénea para el conjunto representado. los profesio-nales “realizaban su trabajo ‘a vista de ojos’ o bien por triangulaciones y por observacio-nes astronómicas. estas últimas prácticas no impidieron que la cartografía del siglo xvii y de buena parte del xviii estuviera plagada de errores”.81 alzate, al igual que numerosos tratadistas, cartografiaban con base en la agri-mensura respondiendo a motivos específicos. el universo aún no se generalizaba desde una escala común.

a mediados del siglo xviii la precisión nu-mérica no era una exigencia rigurosa y obliga-da; las anotaciones que hizo alzate al virrey, al referirse al cuadrante sureste advertían:

el espacio comprendido entre san antonio y la Candelaria está muy poblado, como lo demues-tra el estar establecidas en él dos parroquias, que son la de santo tomás y la de santa Cruz aca-tlán. no expongo el número de individuos que ocupan este terreno por ignorar el de la última parroquia. lo que me consta es que la primera, sin contar las otras castas, asciende al número de 1 536 indios. Me ha parecido oportuno hacer esta refleja por si alguno intentare despreciar, como de poca consideración, la población de esta parte de la ciudad situada al sur.82

los términos generales con los que alzate refiere a la población circunscrita en santa Cruz acatlán es equivalente al desinterés por precisar escalas en la zona. seguramente aquella zona de la capital no era representable por la dificultad para acceder a ella, pero la carencia de escalas nos habla, sobre todo, de que el ambiente eru-dito no exigía mayor precisión que la que alzate virtió en su “plano de la imperial México”. ni

81 Víctor Manuel ruiz naufal, op. cit., p. 64.82 antonio saborit, op. cit., pp. 232-233.

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la villa de Madrid desde el portillo de gori-món (por una línea del sureste al noreste) hasta la puerta de santa Bárbara y puente de reco-letos ocupa 3 400 varas. se debe suponer que este rumbo es por el que ocupa la Corte mayor extensión de terreno. ahora bien, midiendo a México por el rumbo que se extiende más, que es de norte a sur, se verá que desde la guarda de peralvillo hasta el de san antonio abad hay 4 150 varas a las que agregando las 1 750 que hay del mencionado guarda de san antonio abad hasta el de la Candelaria, resultan 5 900 varas, esto es, 2 500 varas más de las que hay en la calle más larga de Madrid.79

estas mediciones fueron reportadas por alzate once años después de la elaboración sus primeros planos (el “plano de la imperial México” y el “plano en que se comprehende el Curato de indios, intitulado ss Joseph”), lo cual nos sugiere pensar en que alzate no de-tuvo sus investigaciones sobre la ciudad. Veá-moslo nuevamente referirse a las distancias urbanas: “de oriente a poniente, esto es, desde la garita de san Cosme a la de san lázaro, hay 5 000 varas; del noroeste al suroeste 5 200 va-ras, y para no ser proljo del noreste al sureste hay 4 600 varas.”80

la erudición de alzate, sin embargo, no debe contraponerse al plano de la imperial México que no se rige por escalas gráficas universales que ubiquen puntos equidistantes. el plano combinó dos parámetros de com-prensión del espacio: para el casco español se usaron proporciones y escalas, probablemen-te tomadas del anterior plano de Villaseñor y sánchez y para las parcialidades indígenas no empleó distancias proporcionales y sí, por el contrario, comprimió a los barrios para que cupieran dentro del marco destinado a la re-presentación del conjunto urbano.

los fines de alzate no eran ni precisar es-calas, ni registrar distancias. su motivo central era más cualitativo que cuantitativo: dar cuen-ta al arzobispo lorenzana del territorio que

79 Ibidem., pp. 232-233.80 Ibidem.

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alzate ni el arzobispo pretendían precisar dis-tancias, escalas, paralelos o algo más; el único fin del plano era ver cuáles eran las viejas parro-quias, cuáles las de nueva creación y en dónde se hallaban los límites parroquiales.

Cuando alzate realizó sus planos de la ciu-dad convivían, tal como lo señala Kagan, el pensamiento abstracto y la representación em-pírica al momento de representar el espacio. paralelamente a los planos elaborados desde métodos abstractos y geométricos, se produ-cían otros, elaborados desde la experiencia y a los que actualmente se denomina cartografía popular. en los primeros

primaban la observación directa, las mediciones concienzudas y la representación del mundo con-forme a una escala[...] los mapas de experiencia, solían depender de un sistema simbólico en el que la topografía era tan sólo una de muchas variantes, entre las que figuraban también la his-toria, la religión, la memoria, la época y el acon-tecimiento notable[...]de hecho, en casi toda eu-ropa, las dos tradiciones coexistieron y, dejando aparte a un círculo relativamente reducido de personas preparadas, seguramente fueron los mapas de experiencia los predominantes.83

Más allá de los conocimientos de alzate poseyera para elaborar planos abstractos y geométricos, su “plano de la imperial México” sirvió para informar al virrey sobre el territo-rio parroquial. en él intervenía más la repre-sentación de un sistema simbólico y religioso, que la precisión de una topografía; el objetivo del plano era ante todo mostrar una imagen coherente a los ojos del arzobispo; los barrios desproporcionados y sin escala no hablan de errores, sino de la época en la que el padre alzate vivió. Él simplemente era un hombre de su tiempo.

el plano atendía a contexto y fines especí-ficos: informar sobre el territorio parroquial, reconocer cuáles y en dónde se situaban los antiguos curatos, es decir, proyectar el nuevo

83 richard l. Kagan, op. cit., p. 104.

orden parroquial. para ello no era imprescin-dible emplear escalas universales, sino cubrir una intención específica:

la cartografía se realiza con un propósito. la reconstrucción de un paisaje representado en mapas a menudo puede derivar en una reforma jurídica del mismo, lo cual tiene serias conse-cuencias para las vidas y los medios de subsisten-cia de las comunidades locales [...]84

el requerimiento arzobispal de representar cómo era y cómo quedaría distribuido el te-rritorio parroquial, condujo a alzate a presen-tar un plano en el que la capital se explicaba desde dos juicios: 1) el casco derivado de los planos anteriores y 2) los barrios representa-dos a partir de la experiencia vivida por al-zate. esas dos representaciones en un mismo mapa implicaban diferentes formas de mirar el espacio; se trataba de una representación —como muchas de la segunda mitad del siglo xviii— ajena a los criterios de cuantificación y homologación que imperaron hasta mediados del siglo xix.85

lo anterior explica por qué un mismo plano contiene dos maneras de presentar el espacio. pero alzate también participó de la revolución cartográfica, notablemente acentuada para la segunda mitad del siglo dieciocho, que llevó a los eruditos de la época a cuestionar y precisar las escalas de los planos hasta entonces exis-tentes;86 por ello sus planos de la nueva espa-ña, posteriores al de 1769, contienen latitudes, longitudes, triangulaciones, puntos cardinales, escalas, etcétera. alzate manejó ambos lengua-jes, el de la planimetría local y el de la planime-tría universal que comenzó a abrirse paso en la segunda mitad del siglo xviii.

84 raymond B. Craib, “el discurso cartográfico” en héc-tor Mendoza (coord.), México a través de los mapas, 2000, p. 150.

85 Cfr. héctor Mendoza Vargas, “iV. las opciones geo-gráficas al inicio del México independiente”, en héctor Mendoza Vargas (coord), op. cit., pp. 89-110.

86 Cfr. Michel antochiw, “la visión total de la nueva españa. los mapas generales del siglo xviii”, en héctor Mendoza Vargas, op. cit., pp. 71-81.

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pLanimetrÍa LocaL y reconstrucción deL espacio vivido

Cuando alzate elaboró sus planos, la ciudad vivía una acentuada transformación: 1) en 1772 se añadieron cuatro parroquias a las 10 exis-tentes, y con ello se abolió con ello la asistencia a los templos según la calidad racial; 2) cuatro años más tarde se secularizaron las parroquias y se les prohibió a las órdenes regulares cual-quier administración sobre ellas; 3) en 1782 se hizo la primera división civil que fragmentó a la ciudad en ocho cuarteles mayores y 32 me-nores.

alzate detectó, en medio de tales transfigu-raciones, que cambiaría la zona de los barrios. aquella revolución consideró a los barrios por primera vez no como una parte aislada, sino como una extensión del casco mismo. nunca antes la ciudad vio a los barrios de forma ho-rizontal; a partir de esa revolución, cualquier alusión al casco era pensable y practicable pa-ra aquellos. en adelante, para bien o para esto —y casi siempre para esto último—, el territo-rio ocupado por las parcialidades fue deseable para la ciudad. su calidad de periferia, con fueros y jerarquías singulares, fue paulatina-mente borrada; la última zona a la que llegó la voracidad del casco urbano fue la del sureste.

los planos de alzate fueron pioneros en conducir la mirada de sus contemporáneos a esa parte de la ciudad antes poco vista, pen-sada o experimentada. su inquietud lo llevó a indagar sobre las raíces históricas de los barrios, tal como nos lo dejó ver al comparar sus planos con los elaborados por ignacio Cas-tera, el maestro mayor de ciudad, quien fue su interlocutor y oponente. a diferencia de al-zate, Castera proyectó igualar la superficie de las parcialidades al modelo urbano discurrido para el casco. el contraste entre ellos es tan nítido como la noche y el día. Mientras que los planos de Castera asocian a los barrios con co-rrección y extirpación de maldades, callejones sin tránsito, orden de policía y trazos regulares, los de su contemporáneo pretendían informar qué, cómo, por qué y dónde se hallaban los

barrios. Mientras que Castera, también adhe-rido al proyecto ilustrado, trazaba líneas rec-tas para terminar con lo que consideraba un desorden barrial —alinear los “callejones sin tránsito, ruinas y paredones”—, el padre alza-te hacía coincidir los santuarios prehispánicos con las capillas virreinales. los títulos de sus planos son elocuentes en este sentido.

la planimetría de alzate, como cualquier otro corpus documental, es parte de un con-texto más amplio. Como nos lo recuerda harley, todo plano es “indiscutiblemente, un documento social y cultural” que se relaciona “con el orden social de un periodo y lugar es-pecíficos”.87 Bajo esta veta, enlazaremos dos tipos de documentos y derivaremos de ellos dos miradas distintas sobre el entorno de los barrios. para ello emplearemos —por ser el que más información da sobre los barrios del sureste— el “plano de la imperial México” de 1769 (véase mapa 1) y también haremos uso de testimonios de los vecinos de los barrios, a fin de aproximarnos a dos maneras de obser-var, vivir y comprender al entorno barrial.

las declaraciones de los vecinos nos per-mitirán reconstruir una mirada distinta a la de alzate sobre el límite sureste de la ciudad. aunque los testimonios vertidos en el juzgado de indios respondían a transacciones sobre tierras, contienen información sobre la per-cepción de los usuarios del entorno de aquel perímetro austral de la capital novohispana. se trata de parajes que unas veces fueron consi-derados barrios y otras pueblos. su ubicación, en el límite sur que virtualmente señalaba el fin de la ciudad, los hizo partícipes de una am-bigüedad sobre su estatus de barrio o pueblo. por esta razón, antes de continuar con las dos miradas relativas a aquel paisaje, la del padre alzate y la de los vecinos que radicaban ahí, será necesario detenernos en exponer la dis-tinción entre barrios y pueblos.

87 J.B. harley (paul laxton, comp.), La nueva naturaleza de los mapas. Ensayos sobre la historia de la cartografía, 2005, p. 72.

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ubicados en la frontera austral de la capital novohispana, colindando con san esteban y la Magdalena Mixiuca, se hallaban santa ana Zacatlamaco e ixtacalco (véase mapa 6). la relación de estos sitios respecto a la urbe fue compleja; su postura sobre cabeceras, barrios de la ciudad o pueblos ajenos a ella, fue un diá-logo que se prolongó hasta el siglo xix. en los recuentos sobre los bienes y cajas de comuni-dad de pueblos y barrios, ixtacalco, la Magda-lena Mixiuca y santa ana Zacatlamaco fueron incluidos en la parcialidad de san Juan.88

ixtacalco, la Magdalena Mixiuca y santa ana Zacatlamaco mantuvieron una relación directa y permanente con la ciudad; sin em-bargo, alzate apenas los señaló en sus planos. esta falta no puede ser considerada como una omisión: más bien nos habla de la indiferen-cia y confusión que resultaba en la época de-finirlos o no como parte de la ciudad. algu-nos documentos nos revelan lo ambiguo de su situación. el inicio de un extenso documento así lo recalca: “don Basilio francisco, alcalde y demás oficiales de república común y natura-les del pueblo de santa ana Zacatlamaco, suje-to a la parcialidad de san Juan de esta ciudad […]”89

en este manuscrito de la última década del siglo xviii, santa ana fue registrado como pueblo sujeto a la parcialidad de san Juan, sin embargo, diez años después, en la “Matrícula de tributarios” fue enlistado con los “pueblos foráneos”.90

al menos desde 1686, santa ana Zacatla-maco e ixtacalco estaban metidos en una dis-puta que podría resumirse en que el primero, considerado a veces pueblo y a veces barrio, no aceptaba ser sujeto de ixtacalco. santa ana negaba su reducción a barrio, en aras de que

88 andrés lira, Comunidades indígenas frente [...] op. cit., p. 38.

89 agn, tierras, vol.1220, 1772-1797, exp. 1, f 33.90 Cuenta Matrícula de Tributarios de la Parcialidad de San

Juan de esta Corte. Formado por Don José María Bernal, comi-sionado subdelegado por el Sr. Dn Francisco Manuel de Arze, Yntendente de la Provincia de México, 1807. agn, archivo his-tórico de hacienda, vol. 224, exp. 8, f. 18.

la posesión de iglesia, ministro de doctrina y oficiales de república respaldaban de un ful-gurante pasado que lo había reconocido como pueblo:

de que con permiso de los naturales de iztacalco como cabecera se fueron agregando algunos na-turales y formando casillas, y que se hizo la que se llama ermita siendo iglesia, pues consta del mapa antiguo que presentó con la debida solem-nidad, cuan antiguo es el pueblo de mis partes y su iglesia, y que en su antigüedad fue muy gran-de, y tenía en ella ministro de doctrina, y por haber venido a disminución con la inundación dejó de asistir allí el ministro de doctrina, pero conservándose la iglesita a donde se les dice misa por el ministro de doctrina de san Juan a quien están sujetos teniendo su fiscal, regidor y alguacil mayor que son los oficiales de república que hacen esto y con todas estas evidencias se pretende hoy negar y hacerlo barrio […]91

al negociar su independencia de ixtacalco y clamarse como pueblo, santa ana rememo-raba su antigüedad. ¿Qué tan lejano era el pa-sado que evocaba?, ¿podría pensarse que en algún momento formó parte de un complejo integrado por sujetos y cabeceras, que respon-día a una naturaleza política y corporativa de los pueblos?92 reconstruir la jurisdicción de la que santa ana formó parte desde antes de la llegada de los españoles, es un punto que requiere una investigación minuciosa, por lo que aquí nos limitamos al planteamiento del problema. para el último tercio del siglo xviii ese complejo conceptual de señorío y pueblo, conformado por pueblos y sujetos en conti-nuas concertaciones, había dejado de existir. probablemente santa ana apelaba a aquellos tiempos, antes de haber sufrido la fragmen-tación indiferenciada que sufrieron barrios y sujetos:

91 agn, tierras, vol. 140, exp. 4, 1686, f.42-42v.92 Bernardo garcía Martínez, “la naturaleza política y

corporativa de los pueblos de indios”, en Memorias de la Academia Mexicana de la Historia. Correpondiente de la Real de Madrid, México, t. Xlii, 1999, pp. 217-219.

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reservé el término pueblo, en el sentido expues-to, para hablar de los cuerpos políticos colonia-les derivados de los señoríos prehispánicos [...] de forma más o menos paralela también corrió esa otra acepción más limitada del vocablo, y a partir del siglo xvii se fue haciendo común, y más aún en el xviii, cuando los propios pueblos se volvían, ellos mismos, cada vez más limitados en todos los sentidos: política, económica, cultu-ral, socialmente.93

en este punto hay coincidencia con la idea expuesta por Margarita Menegus de que “al es-fuerzo de las comunidades por reestructurar-se, por convertirse en cabeceras[...]prevaleció la inquietud de los pueblos sujetos por inde-pendizarse de sus cabeceras”.94 la premura de Zacatlamaco por confirmar su jerarquía como pueblo, tomaría parte de esa creciente tendencia de los sujetos a independizarse, es decir, al tiempo que se emancipaban y queda-ban aislados, creaban comunidades cerradas, corporativas y étnicamente homogéneas. esto coincide con los atributos dados a los barrios y pueblos del sureste.

para santa ana aceptar ser sujeto de ixta-calco, hubiera significado, entre otras cosas, ceder sus tierras comunales. los pleitos so-bre posesión y propiedad de tierras entre “el común y naturales del pueblo de santa ana Zacatlamaco sujetos a la parcialidad de san Juan de esta ciudad contra iztacalco”,95 fueron constantes. para resolverlos, los jueces pregun-taban a los indígenas sobre la veracidad de que los naturales de Zacatlamaco poseían “de inmemorial tiempo la parte de las tierras que salen de la acequia real”, que es la “que divide los dos pueblos de iztacalco y santa ana”. su respuesta rezaba así:

consta del mapa antiguo que presentó con la debida solemnidad, cuan antiguo es el pueblo

93 Ibidem, p. 224.94 Cfr. Charles gibson, op. cit.; Margarita Menegus, “los

indios en la historia de México”, op. cit., p. 49. 95 agn, tierras, vol. 1220, exp. 1, 1776, f. 30. nótese

que Zacatlamaco aparece nuevamente como parte de la ciudad.

de mis partes y su iglesia, y que en su antigüe-dad fue muy grande, y tenía en ella ministro de doctrina, y por haber venido a disminución con la inundación dejó de asistir allí el ministro de doctrina.96

lo anterior confirma que el concepto de pueblo se vincula con la posesión de capi-lla, ministro de doctrina y alcaldes. Con esas mismas peticiones, los pueblos de otras par-tes de la nueva españa sostuvieron su estatus de pueblos; alegaban poseer “una iglesia muy decente” o “decentemente adornada”, “donde está colocado el divinísimo sacramento” y la “pila bautismal”;97 peticiones que no distan por mucho de las expresadas por santa ana Zacatlamaco.

la ambigüedad con la que eran referidos, a veces como barrio sujeto y otras como pueblo, aparece una vez más en un texto en el que don Juan José aspeitia, abogado de la real audien-cia y relator del Juzgado general de naturales, remendó la palabra pueblo al referirse a santa ana:

en el (pueblo, tachado) barrio de santa ana Zacatlamaco uno de los que comprende el pueblo de ixtacalco, todos sujetos a la par-cialidad de san Juan [...]98

el distinto proceder en el trato de esos po-blados, también se vincula, tal como referimos en el apartado anterior, a la jurisdicción reli-giosa; a la parroquia de san pablo le corres-pondió adoctrinar a todo el conjunto austral que iba de la Magdalena Mixiuca a las garitas de la Coyuya (“guarda de la Coyulla”) y la Vi-ga, y de ahí al sur, hacia san esteban e ixta-calco.

la imprecisión de si santa ana, la Mixiuca e ixtacalco eran barrios o pueblos, también tu-vo que ver con el momento histórico y el punto de vista de quien los refería. de aquí nuestro

96 Ibidem, f. 32.97 danièle dehouve, “las separaciones de pueblos en la

región de tlapa (siglo xviii)”, en Historia Mexicana, núm. 132, vol. XXXiii, abril-junio de 1984, núm. 4, p. 383.

98 agn, tierras, vol. 1220, exp. 1, 1776, f. 39v.

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interés por reconstruir dos miradas distintas sobre aquel paisaje; una la del plano de alzate y otra la de los documentos en los que partici-paron vecinos de la época. los planos apunta-ron hacia un lado y los manuscritos a otro: en su representación alzate resaltó aspectos que los legajos ignoraron y viceversa. ixtacalco y santa ana no aparecieron en el plano, sin em-bargo, en los manuscritos ambos estaban pre-sentes, seguramente porque para los barrios del sureste era una rutina participar de aquel ambiguo vínculo con la ciudad.

los pueblos de ixtacalco y santa ana Zaca-tlamaco no aparecieron en los planos, pero sí en boca de los vecinos que nos ratifican las dis-putas y resistencia de Zacatlamaco a ser pue-blo sujeto de ixtacalco y a reconocerlo como su cabecera. Compararemos sus testimonios con el plano de la imperial México, en el que la parte austral de la ciudad aparece orienta-da en el plano al modo dieciochesco, es decir, el poniente está colocado arriba. si nuestras coordenadas se adaptaran al orden convencio-nal, se ubicarían de la siguiente manera: hacia el poniente, la calzada de san antonio abad y al oriente el pueblo de la Magdalena Mixiuca. hemos acatado la orientación de los planos de alzate, a fin de respetar el orden virreinal. entre la línea que unía ambos puntos, alzate solamente registró al pueblo de san esteban y a la garita de la Viga (véase mapa 1). hacia el sur de ese perímetro, alzate no representó nada. desde luego la cuestión no es reprochar-le al padre no haber ampliado la frontera me-ridional; lo que me interesa resaltar es que si comparamos aquellas dos miradas, en la fron-tera austral emergen una serie de símbolos y referentes espaciales, obviados por alzate, que eran reconocidos y empleados de forma coti-diana por sus habitantes.

la descripción del entorno barrial en oca-siones es contradictoria y los testimonios de los vecinos no son simples. sus declaraciones, difíciles de seguir, podrían hacer renunciar a cualquier intento de comprender la valoración del territorio. sus representaciones incluso

nos hacen explicable por qué a alzate le pare-cía “inaveriguable su situación”. hacia el sur de la Mixiuca y de san esteban se hallaban los pueblos de ixtacalco y santa ana Zacatlamaco. todas esas tierras pertenecían a comunidades indígenas que rentaban sus potreros por pe-riodos de cuatro años y se daba posesión a los arrendatarios en turno. en primer lugar, cen-traremos la atención en el pueblo de santa ana Zacatlamaco, en el momento que sus potreros iban a ser cedidos a un nuevo arrendatario. sus explicaciones sobre esa parte austral de la capital nos hablan de una representación em-pírica del espacio muy distinta a la de alzate.

en los expedientes los vecinos refirieron sus observaciones sobre el paisaje. su uso y experiencia respecto al espacio ha servido pa-ra hacer nuestras distinciones sobre la óptica dada por los legajos y la vertida en los planos. ambos códigos, los manuscritos y los mapas, son sujetos a interpretarse en el horizonte his-tórico que los produjo. las reglas de la carto-grafía y el significado de los mapas también son elementos que deben interpretarse, más allá de la falsa creencia, de la que habla Craib, de que cualquier “planimetría es científica”.99 para ser comprendidas las, representaciones de un lugar, deben ubicarse en su contexto específico.

la información dada en la planimetría em-plea, ciertamente, códigos iconográficos y no lingüísticos. la coincidencia entre el plano y el manuscrito es que ambos son representacio-nes —uno escrito y otro simbólico— y sirven para referir a la frontera sureste de la ciudad. se trata de dos maneras de figurar a la misma zona. un plano fue elaborado por alzate y el otro fue construido a partir de la información dada por los manuscritos.

las acotaciones de alzate forman parte de una manera de bosquejar a los barrios que di-fiere de las señales dadas por los vecinos sobre

99 Cfr. J.B. harley, “textos y contextos en la interpre-tación de los primeros mapas”, en J.B. harley, op. cit., pp. 59-78.

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su entorno. lo que para éstos fue relevante, no lo fue para alzate, y viceversa. algunos lugares no contemplados por el presbítero se llenan de contenido con las observaciones in situ de los vecinos. a veces ambos señalan una ausencia, a nosotros ésta nos habla de coin-cidencias. es obligatorio resaltar que sobre las observaciones de alzate en el “plano de la imperial México”, nosotros construimos otro, a partir de la información obtenida de los le-gajos.

los espacios que se muestran vacíos en el plano, se vuelven “lugares habitados y conoci-dos” con los testimonios vecinales. descubrire-mos, como señala Craib, que aun a finales del siglo xviii la mayoría de las veces los referentes, límites y puntos significativos se reconocían como “consecuencia de conflictos locales, co-nocimientos, recuerdos, luchas de resistencia y negociaciones, en lugar de ser el resultado de una mera medición supuestamente objetiva y basada en los instrumentos”.100

la disposición de los barrios señalada en los planos se complementa entonces con la información de los legajos. así, mientras los planos señalan en un punto a la garita de la Viga, los manuscritos describen su contexto: “[...] frente del terraplén de la Viga, donde paran todos los coches que concurren a aquel paseo”.101

¿Cuál es la diferencia entre las representa-ciones de los mapas y las documentales? un matiz es que, si bien las primeras fueron pro-yectadas desde un acceso visual y coyuntural a la zona, las segundas procedían de una ex-periencia vivida, reiterada y expresada verbal-mente. sobre la relación entre la geografía, la elaboración de los planos y el espacio vivido, alzate mismo da pistas:

el modo de remediar nuestra geografía [...] es el valerse de las personas prácticas, cuyos informes merezcan el ascenso a que son acreedoras; esto es muy fácil de conseguir por medio de los pá-

100 raymond B. Craib, op. cit, p. 147.101 agn, tierras, vol. 1406, exp. 2, f. 5.

rrocos del reino ¿Qué otros sujetos se hallan con más proporción para formar este edificio? no hay cura que pueda ignorar a qué rumbo, a qué distancia están los lugares de su curato, como también las corrientes de los ríos, dirección de las montañas y demás cosas dignas de atención de su curato.102

alzate transfiere a los párrocos la capacidad de experimentar y reconocer aquel territorio. enaltece su capacidad para escrutarlos a con-secuencia de su asidua compenetración con los lugares. su texto valora, como correspondía a la época, la descripción topográfica aunada a la experiencia sensible con el espacio; además de que lleva implícito el presupuesto de que hasta entonces la planimetría —o al menos la de los barrios— no era un asunto vital y nece-sario para el grueso de la población. los curas se orientaban y reconocían sus territorios aun sin mapas.

los referentes, límites y puntos significati-vos dados por los vecinos a partir del uso con-suetudinario de su espacio, nos ha permitido representarlos en un plano que, desde luego, dista de pretensiones científicas. se trata más de una representación gráfica que resalta los significantes del entorno desde un uso cotidia-no, que de un plano proporcionado y sujeto a escalas universales. en él hemos resaltado, como lo señala Craib, diversas referencias que la población dieciochesca daba a partir de “mediciones populares e imprecisas”,103 más que de criterios científicos. apoyándonos en el plano de alzate, concentramos la mirada so-bre la frontera austral introduciendo entonces tales referentes. Veremos que éstos son dados a partir de las vivencias espaciales, permitién-donos así distinguir dos miradas —la de alzate y la de los vecinos—, es decir, dos perspectivas conceptuales sobre un territorio.

si alzate dejó de señalar los elementos que eran relevantes para los vecinos nada tiene que ver con carencias. Me interesa resaltar la

102 José antonio de alzate y ramírez, Obras 1, 1980, p. 108.103 raymond B. Craib, op. cit, p. 140.

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compatibilidad de dos experiencias, dos mira-das, y dos sensibilidades en una ciudad que aún no se regía por la planimetría científica. las minucias en los barrios fueron representa-das escasamente por alzate porque en su épo-ca nadie requería guías para “andar visualmen-te” y porque las percepciones y experiencias vividas en el entorno urbano se disparaban a raíz de necesidades singulares y contextuadas. los vecinos de cada localidad reconocían su terreno al tiempo que lo usaban. Cada zona de la ciudad poseía sus propios referentes es-paciales; los aquí vertidos eran propios de esa región limítrofe, aunque seguramente no ex-clusivos a ella.

a diferencia de la cartografía alzatiana, que representó al conjunto de la ciudad en su pla-no, los testimonios vecinales nos conducen a una interpretación detallada de los espacios que además habla de los vecinos, de cómo percibían y construían su espacio, o bien, de una experiencia visual y territorial acumulada a través de varias generaciones. al aproximar el lente a ese pequeño segmento de la urbe, se ven referentes espaciales y culturales que nin-guno de los maestros en planimetría alcanzó a distinguir por el simple hecho de que no for-maba parte de sus expectativas.

los referentes dados por los vecinos desde un espacio vivido distan de la construcción de alzate. aun cuando, en comparación con sus contemporáneos, alzate fue movido por el interés de reconocer la zona de las parcia-lidades, sus representaciones debieron dejar obligatoriamente de lado minucias del espa-cio vivido que se muestran en los testimonios vecinales: para él era imposible detallar aquel suelo “inestable”, entre otras razones porque no a todos sus contemporáneos les causaba in-terés que se elaborara un plano de los barrios del sureste.

la confusión que se padecía en esta capital, por lo perteneciente a los territorios parroquiales

[...] procurar un nuevo arreglo, para lo cual se valió de mi insuficiencia y con lo arduo de sacar el plano de la ciudad por las noches para que nada percibiese el público, dispuse la distribu-ción que se halla establecida.104

representar aquellos parajes desconocidos no resultaba una tarea fácil. nuevamente alza-te lo aclara en una de las leyendas impresas en su “plano de la imperial México”:

en los curatos de santa Cruz acatlán y de santo tomás hay una gran cantidad de casas de caña que llaman jacales que no se han especificado en el mapa por ser inaveriguable su situación, abundan principalmente al rumbo del sur de ambos curatos. también es de notar que no se han puesto todas las casillas de adobe de los ba-rrios porque al paso que unas se destruyen otras se reedifican.

a diferencia de otros planos, los de alzate no tenían como objetivo desaparecer los ba-rrios; más bien quería mostrar su caótica dis-tribución, abundancia de jacales, difícil acceso y carencia de construcciones sólidas. el mapa era más para observar un conjunto que para calificar algo negativamente. la percepción de alzate y la de los vecinos distaba por que éstos recorrían una y otra vez esas tierras, a pie o a caballo.

los testimonios orales, transcritos por el puño y letra de los escribanos, permiten dis-tinguir la percepción de un espacio recono-cido por la repetición memorística y la verifi-cación de sus límites por las autoridades que conservaban el recuerdo colectivo, de otro estrictamente escriturístico, empírico y con-ceptual. para finales del siglo xviii los manus-critos, inmersos en una oralidad secundaria, parecen haber transcrito los ritos colectivos y referentes propios de una sociedad oral al im-

104 José antonio de alzate, “Méritos, servicios, obras es-critas y publicadas y comisiones particulares del presbítero don José antonio de alzate ramírez, residente en México: 1790”, Memorias y ensayos, p. 143.

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preso. el saber basado en la memoria colectiva parecía transcribirse tal cual al constatar los límites de las propiedades arrendadas. delimi-tar de dónde a dónde iban las tierras se conju-gaba con volver a ver las mojoneras, señales y rasgos alegóricos con los que aquellos vecinos iletrados habían acostumbrado distinguir su paisaje. las voces de esos hombres, contempo-ráneos a alzate, divergían de cualquier repre-sentación planimétrica, porque sus descripcio-nes servían para confirmar que ellos eran los auténticos propietarios de sus tierras. sus tes-timonios, aun cuando concernían a la misma estructura social y sistema comunicativo de los que participaban lorenzana o alzate, apuntan a distintas percepciones del entorno sureste.

al momento de declarar, los vecinos esta-ban rodeados de funcionarios, testigos e inte-resados que daban fe sobre sus declaraciones de pertenencia; al referirse a sus comarcas y linderos, describieron el entorno desde la ex-periencia cotidiana que tenían con él.105. algu-nos de los lugares descritos por ellos coinci-den con la información dada en el “plano de la imperial México”; sin embargo, mientras que en éste los poblados ubicados al sur de la Magdalena Mixiuca se deslavan, en los do-cumentos adquieren gran relevancia. la infor-mación diverge conforme más nos acercamos a la garita de la Viga, ixtacalco y santa ana Zacatlamaco.

sin duda, a esta altura, somos conscientes del contraste entre la mirada de alzate y la de los vecinos. la escisión entre ambas repre-sentaciones disparó sus ópticas: cuando los vecinos adicionaron pormenores sobre sitios apenas sugeridos por alzate, no hicieron más que incorporar minucias locales dadas por el uso reiterado de un entorno que no era, ni te-nía por qué ser, importante para alzate. lo

105 aquí no es posible detenernos en la demarcación de linderos o la creación de mapas para señalar las pro-piedades durante el periodo prehispánico. Cfr. Michel r. oudijk, “la toma de posesión: un tema mesoamericano para la legitimación del poder”, Relaciones 91, verano de 2002, vol. XXiii, pp. 97-131.

que interesa aquí es resaltar la coexistencia de dos representaciones sobre un mismo lugar en un mismo tiempo, y reiterar que la ciudad era una suma de microrregiones.

las descripciones del paisaje sureste se rees-cribían nuevamente cuando llegaba el siguien-te arrendatario. Cada vez que terminaba un contrato se repetía la misma operación: ir al lugar en que se hallaban las tierras para mos-trarlas al nuevo arrendador. así pasó cuando don Marcos arteaga terminó su contrato y el siguiente postor, don José Quiles, fue postu-lado para disfrutar las tierras. la repetición de esas actuaciones dibujó el paisaje desde los ojos de sus moradores; su palabra era transcri-ta por los escribanos que seleccionaban lo que, seguramente, les parecía más importante.

la información se vuelve más compleja cuando se comparan los puntos señalados en el plano con la información vertida por los do-cumentos: a los lugares marcados por alzate se añaden disputas por minucias o símbolos que muestran el peso y utilidad que tenían como frontera ciertos sitios, por ejemplo, la acequia real. los jueces preguntaban si la acequia era la frontera entre ambos pueblos, pero también indagaban sobre puntos que los vecinos reco-nocían como mojoneras. entremos de lleno a los detalles.

el área austral que nos concierne formaba un trapecio irregular del que sus vértices eran la Magdalena Mixiuca, san esteban, santa ana Zacatlamaco e ixtacalco. en el plano de alzate hallamos los dos primeros sitios, así co-mo la garita de la Coyuya; excepto por éstas y unas cuantas referencias más, en adelante todos los referentes estarán dados a partir de la lectura de los documentos. nuestros habi-tantes ratificaron las delimitaciones de aquel trapecio. los escribanos anotaban el evento desde el principio: [...] llegamos al guarda de la Coyuya, que es el primer lindero de la Mag-dalena la Mixiuca”.106

la garita de la Coyuya era uno de los tér-

106 agn, tierras, vol. 1220, exp. 1., f. 170.

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minos de ixtacalco desde el cual la comitiva partiría hacia las tierras de santa ana Zacatla-maco. la descripción de don Marcos arteaga del potrero o ciénega de los indios de santa ana comienza a darnos “señalizaciones visua-les” que no fueron registradas en el plano de alzate (véase mapa 8):

expresó que el primer lindero es de la Magda-lena Mixiuca hasta la estacadita; y el segundo, derecho de la Cruz de atlapalco, frente de la esquina del potrero de san esteban; el tercero, derecho por el oriente hasta la mojonera del tesoro. el cuarto, desde dicha mojonera para el sur, hasta otra que nombran del arenal, y de ésta por el oriente hasta el Chiquerillo. el quin-to, tomando el rumbo por el norte de este mis-mo paraje hasta la acequia real junto al acalotito de san nicolás. el sexto desde la dicha acequia real dando vuelta a la mano izquierda, y tierras de la Mixiuca, las cuales lindan a la derecha con Balbuena y santa Cruz, retrocediendo hasta el guarda de la Coyuya...107

el arrendatario saliente confrontaba las de-claraciones. a partir de las palabras de Mar-cos arteaga y de los indígenas nos percatamos de que la estacadita, la mojonera del tesoro, la mojonera del arenal, el chiquerillo, el aca-lotito de san nicolás y la cruz de atlapalco —también denominada de aclapalco y atlapal-co— eran referentes espaciales propios a la mi-rada de quienes convivían cotidianamente con aquel territorio. las mojoneras nos hablan de señales que servían para dividir los términos, lindes y caminos ¿desde cuándo se hallaban ahí?, ¿quiénes y cuándo las habían colocado?, ¿a partir de qué criterios se habían acordado?, ¿y los “chiquerillos”?, ¿tendrían que ver con los chiqueros, los lugares para guardar de no-che a los puercos (es decir que de día andaban sueltos), tal como lo describe el Diccionario de Autoridades?

Juan José de azpeitia, abogado de la real audiencia y relator del Juzgado general de naturales, hizo otra descripción del lugar, aña-

107 Ibidem, fs. 170-171v.

diendo información. su narración comenzó desde que la comitiva salió a las nueve y me-dia” rumbo al potrero de santa ana Zacatla-maco desde la “guarda que llaman de la Viga. de aquí salieron en una canoa para pasar por la acequia real a la orilla de dicho potrero y al llegar encontraron:

una mojonera, donde están cuatro árboles de sauce, y en medio una santa cruz de palo, que nombran de atlapalco, desde la cual se ve una sanja ciega que todos los concurrentes, general-mente dijeron ser el acalote viejo que corre des-de dicha cruz de atlapalco, y parte del poniente, línea recta hasta la mojonera que llaman del te-soro situada a la parte del oriente.108

el abogado Juan José explicó además que de mojonera a mojonera había distancia como de una legua. Cuando el “comisionado y con-currentes desembocaron en la referida Cruz de atlapalco, todos coincidieron en que era una señal importante:

Y dicho comisionado [...] asegurando unos y otros indios que la zanja ciega o acalote antiguo, que sale de esta cruz es el lindero fijo, que divi-de las tierras, ciénegas o potreros de los cuatro pueblos, ixtacalco, santa ana, la Mixiuca y san esteban, quedando los dos primeros a la mano derecha y parte del sur, y los segundos a la iz-quierda viento norte.109

Que las tierras se recorrieran a caballo, nos habla de extensiones territoriales, pero también de formas de vida. algunos de ellos montados y otros a pie, cruzaban las tierras desde el acalote hasta la mojonera del tesoro, de aquí al sur y luego al norte, para finalizar en el punto de partida:

siguiendo el acalote vía recta, hasta llegar a la misma mojonera del tesoro, y de ahí volteando al sur hasta los nopalillos, corriendo desde este paraje de oriente a poniente, hasta las reyes y siguiendo este viento hasta el paraje de ticalton-

108 Ibidem, fs. 51-51v.109 Ibidem, fs. 51-51v.

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go (que en castellano se llama la Bandejilla) y co-giendo el mismo rumbo hasta la acequia real y pasando por ésta hasta encontrar por la calzada de san antonio abad, y de ahí dando vuelta de sur a norte hasta encontrar con el puente de los Quartos y de ahí volviendo de poniente a orien-te, dando vuelta hasta encontrar con la cruz de atlapalco.110

la zanja ciega a la que antes hizo referencia el abogado de la real audiencia, era la misma que el acalote. esto lo aclaró Marcos arteaga, el antiguo arrendador del potrero, al expresar que “la zanja ciega que todos los concurrentes [...] dijeron ser el acalote viejo”.111 el acalote parece haber sido un lugar bien conocido en-tre los vecinos; todos sabían que esa zanja que a veces se inundaba, salía de la cruz por el po-niente hacia la mojonera del tesoro. asimis-mo era de todos conocido que entre ambos puntos había aproximadamente una legua.

otra referencia importante era la cruz: “donde están cuatro árboles de sauce, y en medio una santa cruz de palo, que nombran de atlapalco”. esta señal aparece en varios momentos. Cuando el abogado, el antiguo arrendatario y los indios indicaron los límites de nuestro trapecio irregular, coincidieron en que uno de los linderos iba “de la Magdalena Mixiuca hasta la estacadita, y el segundo dere-cho de la cruz de atlapalco”.112

los informantes mencionan la cruz de atlapalco, resaltando que a su alrededor se hallaban sembrados cuatro árboles de sauce. la cruz desde la que iniciaba la zanja ciega o acalote antiguo, servía de lindero fijo para di-vidir las tierras, ciénegas o potreros de los cua-tro pueblos, ixtacalco, santa ana, la Mixiuca y san esteban.113 lindero, se definía como el “término, la senda o camino que sirve de divi-dir y separar las heredades unas de otras, para que los dueños de ellas sepan lo que a cada

110 Ibidem, fs. 51-51v.111 Ibidem, fs. 51v.112 Ibidem.113 Ibidem, f. 51v.

uno pertenece”.114 pero los linderos no siempre eran fijos.

también podían referir a un costado: “el pri-mer lindero es de la Magdalena Mixiuca hasta la estacadita, y el segundo derecho de la cruz de atlapalco”. los referentes se añadían unos a otros: además de las mojoneras, se menciona-ron el chiquerillo, el acalotito o las estacas.115 eran marcas que servían de puntos cardinales, mojoneras y límites marcados por los barrios. la estacadita nos envía a un lenguaje asocia-do, en primera instancia, a la idea de fortifi-cación y pertrecho,116 aunque es claro que por el contexto en que los vecinos usaron la pala-bra, se trataba de una estacada para detener la corriente de las aguas. la cruz se alcanzaba a ver desde los cuatro barrios, es decir, era un elemento visual que invita a pensar en la im-portancia de la mirada en la construcción de ese espacio vivido; la cruz evocaba la historia, recuerdo, uso y propiedad de las tierras por todos reconocidas. su reiterada mención, ade-más de la divinidad que rememora, la hacía uno de los símbolos más relevantes del lugar. al llegar a la cruz, que algunos escribanos re-firieron como dos santas cruces

se divisaba la zanja o acalote antiguo, que marcaba la frontera entre las ciénegas o potreros del pue-blo de ixtacalco del de santa ana Zacatlamanco, santa María Magdalena Mixiuca y san esteban.117

la humedad era otra condición reconocida por todos. la comitiva se trasladó a Zacatlama-co por medio de corrientes, “en unas canoas para pasar por la acequia real a la orilla de di-cho potrero”.118 el agua reinaba en el paisaje,

114 Diccionario de Autoridades (edición facsímil de 1732), 1990, vol. 2.

115 agn, tierras, vol. 1220, 1772-1797, exp. 2, f. 84.116 “[...] la obra y reparo hecho con estacas clavadas en

la tierra, o ya sea para encerrarse y pertrechar en ellas: como sucedía en las guerras y milicia antigua, o para ce-rrar los huertos, detener la corriente de las aguas, y otras obras en que con faginas, tierra y estacas se forman re-paros y defensas convenientes”. Diccionario de Autoridades [...], op. cit.

117 agn, tierras, vol. 1220, 1772-1797, exp. 2, f. 85.118 Ibidem, 84.

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al grado de que la comitiva no pudo llegar al tesoro porque la mojonera estaba inundada:

no se pudo ir a la mojonera del tesoro por es-tar la ciénega vertiendo agua, como asimismo la de los nopalillos que queda a la banda del sur, hasta llegar a los reyes que vienen de oriente a poniente, siguiendo hasta el paraje de Xicatongo que en castellano se llama la Bandejilla, que está a orillas de la acequia real [...]119

la ciénaga era un “paraje o sitio, que suele haber en los caminos, y campos, que por estar bajo u hondo, se estanca en él toda el agua que recibe de las lluvias o arroyos cercanos: de cuya detención resulta corromperse y hacerse cieno, de donde se deriva”.120 las estacadas, la acequia y las ciénegas reiteran, una y otra vez, la humedad que existía en el paisaje del su-reste. sin embargo, no todo era agua. las ex-tensiones sin sembrar y las distancias a campo abierto que alzate representa como páramos, eran otro de los elementos que componían el paisaje:

los camellones que tienen los naturales de este barrio de santa ana Zacatlamanco sin sembrar, ni cultivar y habiendo entrado por la acequia real a el acalote de dicho barrio halló haber como treinta camellones sin labor ninguna y en-yerbados.121

el paisaje y todas esas marcas, además de mojoneras, tenían otras funciones. al tiempo que circunscribían las tierras, servían como puntos cardinales para los vecinos. las esta-cas, la zanja ciega o acalote, la cruz, los potre-ros, los chiquerillos, la mojonera del arenal o la del tesoro eran referencias que servían para ubicar y usar aquel territorio, como en la disputa de los de santa ana al disputar contra los de ixtacalco en que expresaron que desde sus tierras se veía “una cruz grande de madera

119 Idem.120 Diccionario de autoridades, op. cit.121 agn, tierras, vol. 1220, 1772-1797, exp. 2, f. 87.

que está entre dos sauces muy altos”.122 esas señales hablan de la historia, de las disputas o de los acuerdos entre los barrios:

buscando los indios de santa ana y don Marcos de arteaga las tres estacas que servían de señal, no las encontraron diciendo que se las había quitado de su debido lugar, pero sin embargo reconociendo el viento, mojonera de la ciudad y a la que titulan del tesoro, señalaron un paraje en donde se abrió un hoyo y plantó un timón, con una sábana blanca por cuya disputa y seña-lamiento... se ofrecieron varias altercaciones y disputas, entre José Quiles y los naturales, pero sin embargo de la oposición y con arreglo a lo mandado... hice a el ministro ejecutor entrase en posesión a don José Quiles.123

la representación del sureste en el “plano de la imperial México”, coincide con la este-rilidad, falta de siembra y tierras enyerbadas a la que refieren manuscritos como el de don José garcía escalante, quien en relación con un pedazo de tierra o ciénega de los naturales de santa ana expresó:

habiéndolo visto y andado su frente que está a orillas del acalote que mira al poniente, se ha-lla todavía cubierto de pasto y sin labor alguna, que tendrá a juicio prudente de norte a sur como ciento y más varas, y de oriente a poniente, como trescientas varas [...]124

en el paisaje del sureste de la ciudad, ade-más de las sembradas (“los camellones que es-tán sembrados de tomate, chile y hortaliza”,125) también dominaban grandes extensiones de tierras sin sembrar. al lado de las extensiones infértiles existían campos sembrados de toma-te, chile y hortalizas,126 a los que los escribanos cargaron de sentido: “esas hortalizas” que son las que “tocan al fiscal, a los hijos de este y sus deudos o parientes”, fueron vinculadas a los

122 agn, tierras, vol. 140, exp. 4 1686, f.56.123 agn, tierras, vol. 1220, exp. 1, 1772-97.124 agn, tierras, vol. 1220, 1772-1797, exp. 2, f. 87.125 Idem.126 Idem.

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allegados del fiscal, ya que éstos, decía don Jo-sé garcía, “procuran trabajar y buscar la vida y los demás no lo hacen”. desde su punto de vis-ta, los naturales dejaban las tierras infértiles. este párrafo, además de encerrar uno de los conflictos permanentes respecto a la desigual relación entablada entre arrendatarios y natu-rales que veremos en otro capítulo, nos ubican de lleno en el uso social de aquel segmento austral urbano.

por qué ese fragmento de la capital novohis-pana no respondía a los usos que se desem-peñaban en otras partes, como los del casco urbano, tiene que ver con la idea de centralis-mo urbano y distintas temporalidades históri-cas de las que habla lepetit.127 las especifici-dades del territorio que iba de la Mixiuca a ixtacalco repercutían en usos sociales al igual que en distintas temporalidades; así, símbolos contrapuestos a modo de capas sedimentadas preservaban momentos de conflictos, prácti-cas suspendidas y códigos que, en el caso del sureste, parecían continuar con un antiguo ré-gimen casi arcaico.

dos maneras de representar el mundo, pro-venientes de un mismo horizonte de expecta-tivas. la atención de alzate estaba puesta en señalar al conjunto parroquial de la ciudad, en tanto los usuarios, al corroborar la extensión y límites de sus tierras, exploraban una y otra

127 Bernard lepetit, “el tiempo de las ciudades”, Las ciudades en la Francia moderna, 1996, pp. 110-121.

vez aquel territorio al que reconocían como la palma de sus manos. por ello los testimonios vierten referentes físicos inexistentes en los planos de alzate. ambas representaciones —la planimétrica y la manuscrita (aunque extraída de declaraciones orales)— poseen “un punto de vista, esto es, están compuestos desde una perspectiva que es, a la vez, conciencia y voz, desde una coincidencia.”128 una era la repre-sentación gráfica y otra la manuscrita; aquella servía a los intereses secularizadores del arzo-bispo y ésta refrendaba la posesión de un te-rritorio por medio de la palabra, la memoria y el espacio descrito desde la percepción visual y sensible.

en suma, los mapas participan de un contex-to histórico y social. “su cartografía y la de sus nombres” también son “producto de disputas alrededor de los mapas, los documentos y los títulos de propiedad entre varios grupos”.129 así, aquel sureste, que se nos presenta como un interlocutor permanente de la ciudad, nos llenó de referencias luego de considerar los testimonios vertidos por sus vecinos. fronte-ras, señalizaciones y símbolos tomaron forma en los árboles de sauce, la estacadita, la mojo-nera, la cruz, etcétera. se trata de referentes construidos desde una mirada capaz de dis-tinguir que el uso del espacio, además de su materialidad, se precisa por el consenso de las

128 Justo serna y anaclet pons, “¿dios está en lo particu-lar?”, en Cómo se escribe la microhistoria, 2000, p. 142.

129 “[...] la construcción espacial de México, no fue tan sólo un producto del trabajo de las oficinas estatales... es precisamente basándose en estas voces y visiones que México ha sido, y continúa siendo construido. Más de un México puede ser identificado a través de sus mapas”. ray-mond B. Craib, op. cit., p. 150.

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colectividades. la representación espacial de-rivada de las palabras de sus usuarios nos ha-bla de prácticas culturales con el espacio, tales como las formas de propiedad y posesión de la tierra.

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versiones sobre La apropiación de Los bienes comunes

introduCCión

las formas de propiedad y posesión de la tierra proceden de otra veta documental. la apropiación de los vecinos con el espacio ur-bano se asoma en expedientes sobre disputas, rentas o adjudicación de casas y tierras. dos tipos de manuscritos predominan para los ba-rrios ubicados al oriente de la acequia real: la venta de solares propios1 y los relativos a las tierras y bienes comunales. el contenido de los primeros está dado en el título mismo con que fueron archivados los expedientes y se refie-re a propiedades “particulares”;2 los segundos pertenecían al común y predominaban hacia el oriente de la acequia real.

desde el siglo xvii, la Corona dio a esos

1 las tierras individuales o propiedad privada se han registrado principalmente para los indios caciques y prin-cipales. Cfr. José María ots Capdequí, Instituciones, Barce-lona, salvat editores, 1959, pp. 320-323; Margarita loera Chávez y peniche, “Calimaya y tepemaxalco. tenencia y transmisión hereditaria de la tierra, en dos comunidades indígenas. Época colonial”, tesis universidad iberoameri-cana, 1977.

2 eran las casas, casas de terrado, casa entresolada, et-cétera a que referimos en el capítulo uno: “que se conceda licencia para poder vender una casa ubicada en el barrio de...”, “autos relativos al remate de una casa ubicada en el barrio de...”, “...entrega de los títulos de una casa ubicada en el barrio de...” o “sobre propiedad de una casa en el barrio de [...]”. Cfr. agn, tierras, vols. 249, 253, 396, 406, 613, 1352, 1396 y 1721.

barrios recursos para que se sostuviesen y pu-dieran pagar con ellos sus tributos (tierras, bosques, lagos, etc.). pero esas mercedes rea-les fueron adaptadas según el sitio: para los barrios al norte de la acequia del resguardo tal donación se tradujo en aprovechar los re-cursos del lago, en tanto los ubicados al sur de ella, que además tenían tierras para arrendar, explotaron las zonas boscosas y transportaban madera a la ciudad.

para la segunda mitad del siglo xviii los pro-pietarios de ranchos y haciendas detentaban aquellas mercedes. al querer volverse dueños de las tierras que arrendaban a los barrios3 y de ciertos productos lacustres, generaron ex-tensos litigios. estos documentos advierten que detrás de las negociaciones y juicios se

3 durante todo el virreinato las tierras indígenas fue-ron defraudadas por los españoles. Más allá de las diferen-cias con que fueron extraídas en los distintos siglos, “ésta era la situación de los indígenas: un respeto teórico hacia sus propiedades y tierras, como legítimamente adquiridas, junto a unas usurpaciones y compras abusivas por parte de los españoles”. Cfr. Mariano peset y Margarita Menegus, “rey propietario o rey soberano”, Historia Mexicana, vol. Xliii, núm. 4, abril-junio 1994, p. 581. la singularidad del periodo borbónico se explica porque “sentaron las bases para desamortizar la propiedad comunal de los pueblos indígenas”, cfr. Margarita Menegus, “la desamortización de bienes comunales y municipales en el Valle de toluca (1800-1854), en María del pilar iracheta y diana Birricha-ga, A la sombra de la Primera República Federal. El Estado de México, 1824-1835, 1999, p. 280.

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muestra una concepción del territorio y uso de la propiedad que nos habla de la persisten-cia de sociabilidades del antiguo régimen.

el VirreY, los Barrios Y la polítiCa antigua

el paisaje en los barrios al oriente de la ace-quia real alterna construcciones sólidas, chi-nampas, tierras comunales y jacales de adobe dispuestos asimétricamente. la proporción numérica entre casas bien cimentadas y jacales depende del barrio; cuanto más al norte refie-ran los manuscritos, más sobresalen calles ali-neadas y edificaciones fijas. por el contrario, cuando refieren al sur del resguardo, destacan los jacales, espacios desalineados, chinampas y grandes extensiones de tierras comunales.

al defender sus derechos, los vecinos de los barrios argumentaban que la posesión de sus tierras o bienes lacustres eran del tipo de las que “cedieron los reyes a todos los vasallos pa-ra que se aprovecharan de sus pastos, arbustos y otras producciones naturales”

4. de modo

que cuando los españoles detentaban los bie-nes indígenas, éstos sustentaban su rechazo en recordarles que sus propiedades eran donacio-nes reales. desde el siglo xvi, supuestamente para evitar el abuso sobre las propiedades indígenas, se dictaron diversas disposiciones, reales cédulas e instrucciones que prohibían a los indios vender sin antes tomar las “precau-ciones y diligencias” necesarias.5

el traspaso o despojo de las tierras indí-genas es un tema ampliamente investigado. retomaremos algunos puntos, a fin de ubicar las formas de posesión, disputas y vínculos ge-nerados en torno a los bienes comunales. los largos pleitos entre barrios y arrendatarios o

4 Mariano galván rivera, Ordenanzas de tierras y aguas, facsímil de la 5a edición de 1868 con una presentación de teresa rojas rabiela, México, archivo histórico del agua-registro agrario nacional-ciesas, 1998, p. 104.

5 Cfr. francisco de solano, Cedulario de tierras. Compila-ción de legislación agraria colonial (1497-1820), 1984.

propietarios, revelan que cada cual interpre-tó a su modo el derecho real. para el último tercio del siglo xviii las disposiciones reales se habían convertido en una confusa situación: los límites del lago; los privilegios sobre los productos lacustres y la posesión de las tie-rras, eran disputados por ambas partes. esto se muestra en el extenso altercado entre los indígenas que residían al norte del resguardo y sus vecinos, los dueños del rancho de pache-co.6 Como esos barrios no poseían tierras pa-ra sembrar, ni mucho menos para arrendar, se mantenían de la recolección de los productos del lago.

el pescador pedro desa declaró que para solventar sus gastos y pagar sus tributos, el vi-rrey les había concedido, a él y a los demás naturales del barrio de santa Cruz detentar el derecho sobre la pesca, caza de patos y corte de zacate. argumentaba que recibían tales be-neficios porque estaban “obligados a la paga de tributos, obvenciones, limosnas a nuestro presente cura, gastos de mayordomías y sobre todo a buscar el propio sustento, y de nues-tras familias [y porque] carecemos de tierra que se nos reparta en que fabricar nuestras vi-viendas, y sembrar para que las utilidades de los frutos rindan lo preciso a soportar dichas urgencias”.7

la voz del pescador desa ante el juzgado de indios, era escuchada como la de “los natu-rales de los barrios”. sus palabras testificaban el papel que jugaba al interior de su colecti-vidad. las siguientes frases evocaban el peso de una política corporativa y tradicional: “por mí y a nombre de los demás naturales”; “en representación de los indios de los barrios”; “de lo prevenido en las leyes del reino”; “de la libertad que debemos gozar”; del derecho “que gozamos como menores de edad” o “en observancia y cumplimiento del mandamiento expedido a favor de los barrios”.

para el último tercio del siglo xviii los ba-

6 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 152 f, 1764-1771.7 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1764, f.3.

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rrios al norte del resguardo estaban envuel-tos en una franca disputa por los recursos la-custres con sus vecinos, los propietarios del rancho de pacheco. Como podrá el lector ya deducir, los problemas relativos a los bienes, también diferenciaban a los barrios según se ubicaran al norte o sur de la acequia del res-guardo. Mientras que los últimos arrendaban sus extensiones de tierras, aquellos altercaban por conservar su derecho sobre los recursos lacustres. por el momento centraremos la atención en los barrios ubicados al norte de la acequia del resguardo, es decir, la Cande-laria, san Jerónimo, Manzanares y san Ciprián (véase mapa 12).

las propiedades particulares que algunos indios fueron heredando entre sus descen-dientes o fraccionando, al grado de ya no tener más que repartir,8 participan de una reflexión ajena a la de los bienes comunales mercedados por el rey a los barrios. la dispu-ta se concentraba en la exclusividad o no a que tenían derecho los indígenas sobre esos bienes lacustres. en 1764, el pescador pedro desa, representante de los naturales del barrio de santa Cruz, explicaba que el excelentísmo duque de albuquerque había autorizado que “ninguno impida a los indios de los barrios de esta ciudad, la pesca y caza de patos, y demás que se crían en las lagunas de los contornos de ella”.9

sus declaraciones eran parte de una de las muchas disputas suscitadas entre los barrios y los poseedores de ranchos y haciendas. Con-forme el siglo xviii avanzaba, los límites de propiedad y el significado sobre los derechos de uso de los bienes se fueron enredando. de acuerdo con las declaraciones, los derechos de los barrios se “reducían” a unas contadas tie-rras, a los zacates que crecían en las aguas sa-lobres y a los diversos productos que obtenían del lago tales como peces, patos, moluscos,

8 Cfr. Marcela dávalos, “propiedades y pleitos de vecin-dad”, en Casa, vecindario y cultura en el siglo xviii, VI Simpo-sio de Historia de las Mentalidades, 1998, pp. 105-116.

9 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1764, f. 3.

hueva de mosco, etcétera, pero los del rancho, rivalizaron por esos derechos, en una disputa que fue subiendo de grado, hasta implicar a vecinos de barrios lejanos.

el extenso documento que registró el plei-to —inicialmente elaborado para resolver los problemas sobre si los propietarios del rancho tenían derecho sobre los zacates que crecían en los extremos de las tierras que los indios les arrendaban—, exhibe un conjunto de prácticas en las que los vínculos con la tierra y la forma de habitar refieren a disputas generalizadas en la ciudad, pero que tomaron formas específi-cas en las localidades.

los barrios de indios son los actores princi-pales de ese larguísimo documento compuesto de tres partes. la primera trata de las quejas de los naturales de la parcialidad de san Juan contra el dueño del rancho de pacheco, quien en su época era considerado un vecino princi-pal por ser heredero, en varias generaciones, del rancho de pacheco, contiguo a las aguas del lago de texcoco. la segunda parte del documento es una protesta de los naturales de la Concepción y de san francisco tepito (ubicados en el santuario de nuestra señora de guadalupe que se hallaba hacia el norte, ya en la parcialidad de santiago), quienes se quejaban de que los vecinos de los barrios de santa Cruz pescaban en su territorio. la terce-ra parte del documento es la disputa directa entre los vecinos de los barrios de santa Cruz y los herederos de don Joseph pacheco.

las tres partes del documento enuncian la dificultad que los vecinos de los barrios tenían para recolectar sus productos lacustres. diver-sos personajes principales —el heredero de pa-checo y abastecedor de carnes de la ciudad;10 el encargado de la hacienda de santa ana y luego los representantes propuestos por el don Joseph para sucederlo en el pleito legal—, se los impedían. el propietario, por medio de sus administradores, caporales o encargados, obstaculizaba a los indígenas cazar, pescar y

10 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1764, f. 7.

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recolectar, cobrándoles según palabras de los indios, “ilegalmente”, el derecho de paso. el caporal saldívar, los despojaba de “la quieta y pacífica posesión en que nos hallábamos de muchos años a esta parte de la caza, y pesca en los contornos...”.11

las quejas de los barrios en el Juzgado de indios, eran que los caporales del señor pache-co –y luego se añadiría el administrador de la hacienda de santa ana, Juan abesillas— no les permitían hacer uso de aquello que hasta enton-ces se había considerado, como donación real, parte de sus bienes colectivos. Conforme el plei-to avanza se va viendo el interés cada vez mayor de los del rancho por los recursos lacustres.

el asunto era ambiguo, pues los arrendata-rios prohibían la entrada de los indígenas a los pastos con el argumento de ser propietarios y los indígenas exigían tener el derecho de uso de esos bienes que “de tiempo inmemorial” habían empleado. Cada cual hablaba desde su propio horizonte: si para los colectivos barria-les los bienes comunales debían mantenerse bajo su tutela, para los propietarios del rancho y la hacienda tales bienes eran su derecho en tanto colindaban con su propiedad. implícito en la obviedad de que cada cual tuviera su punto de vista, se halla el desafío de describir desde donde construían su versión cada una de las partes.

¿a qué se debía la ambigüedad sobre el uso de las tierras comunes y bienes contiguos al lago de texcoco? ¿debiéramos suponer que años antes de que los pleitos fueran registra-dos, los límites para usar los pastos y aguas del lago sí habían estado claramente demarcados? ¿fue aquel un momento histórico de redefi-nición del sentido de propiedad? ¿Cómo se repartían entre los indígenas los límites para recolectar los bienes procedentes del lago?

el caso se prolongó de 1760 a 1772 y se resolvió a favor de los indígenas. el principal argumento de los naturales de los barrios en contra de los dueños de la hacienda de san-

11 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1764, f. 42.

ta ana y del rancho de pacheco, fue que su derecho a los bienes se sustentaba en la con-cesión real que, por no tener tierras “en que labrar”, se los había donado. Y aunque el mo-narca nunca detentó la propiedad absoluta de las tierras americanas, el peso de su figura real parecía determinante, lo cual se explica en primer lugar porque antes de crearse el Juz-gado de indios, los indígenas “fueron puestos bajo la jurisdicción exclusiva del virrey y de la audiencia”

12 y en segundo lugar porque “la

permanencia a nivel popular de un imagina-rio arraigado en la tradición constitucional de la monarquía católica”13 se prolongó más allá de 1821. la justificación de que el virrey había corroborado su posesión sobre esos bie-nes ha sido tan recurrente en la historiografía indigenista, que todo apunta a que la figura real seguía teniendo peso como símbolo de su “protector más directo”.14

una y otra vez los indios de los barrios ex-presaron que el virrey albuquerque les había ratificado el derecho de uso de los recursos del lago tales como patos, zacate, pastos comu-nes y demás géneros que producía la laguna, a fin de que pudieran “sobrellevar su precaria situación”. los indígenas seguían amparados en la autoridad real, confirmándonos el apoyo que proyectaban sobre la figura del virrey. por ello declaraban que “no obstante estar manda-do por el exmo. sr. duque de albuquerque y por Vuestra excelentísima en decreto del 12 de enero del año próximo pasado de sesenta y cuatro, que no se nos impida[...] la pesca de

12 Cfr. andrés lira, “la extinción del Juzgado de in-dios”, Revista de la Facultad de Derecho, XXVi, núm. 101-102 (ene-jun), 1976, p. 312.

13 Cfr. antonio annino, “pueblos, liberalismo y nación en México”, en antonio annino y françois–Xavier guerra (coords.), Inventando la nación, 2003, p. 406.

14 “al pasar de los años los indígenas, sin embargo, reco-nocieron en la figura del virrey a su protector más directo; incluso una vez desaparecido formalmente el juzgado los indios se dirigieron al Jefe político superior, puesto crea-do por el recién creado ayuntamiento, llamándolo virrey”. Cfr. andrés lira, “la extinción del Juzgado de indios”, op. cit., p. 312. también andrés lira, El amparo colonial y el juicio de amparo mexicano, 1971, p. 19.

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patos, pescaditos y otros géneros que produ-cen la laguna y Ciénegas que circulan esta ciudad,15 los propietarios del rancho no les permitían la entrada al lago.

los barrios, como corporaciones, se mani-festaban amparándose en el virrey, expresan-do con ello “el carácter inseparable del cuerpo político y de la autoridad”. Con sus peticiones aludían a una “noción ‘natural’ de la autori-dad”, 16 corroborando el peso que tenía la figu-ra de ese rey ausente que obraba como repre-sentante del rey para proteger a sus vasallos.

17

si seguimos la propuesta de que durante las últimas décadas del virreinato la difusión de las celebraciones reales abarcó cada vez a más gente y los indios se convirtieron en unos de los principales defensores de la “benignidad y clemencia de vuestra Majestad y su gran cris-tiandad y bondad” —entre otras razones por-que era el último argumento que les quedaba para defender sus fueros—, así como “maes-tros en esta forma de chantaje”,

18 entonces se

explica por qué aludían una y otra vez a las promesas de la palabra real para legitimar sus propiedades.

probablemente, como señala James loc-khart, los más de 200 años transcurridos hasta entonces, habían reconformado las mentes de los indígenas a un punto tal, que eran capaces de manipular los conceptos españoles “para obtener sus propios propósitos”,19 sin embar-go, esto no excluye que los enunciados regis-trados en los documentos revelen el peso del pacto monárquico en aquel contexto histórico. la justicia se entendía como el pacto “entre

15 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1765, f.21.16 francois-Xavier guerra, “de la política antigua...”,

op. cit., pp. 112-113.17 Cfr. thomas Calvo, “el rey y sus indias: ausencia,

distancia y presencia (siglos xvi-xviii)”, México en el Mun-do Hispánico, vol. ii, 2000, p. 445. también daisy ripodas ardanaz, “los indios y la figura jurídica del rey, durante el quinientos”, en Justicia, Sociedad y Economía en la América Española (siglos xvi, xvii y xviii), 1983, pp. 275-322.

18 Cfr. thomas Calvo, op. cit., p. 471.19 Cfr James lockhart, Los nahuas después de la Conquis-

ta. Historia social y cultural de la población indígena del México central, siglos xvi-xviii, 1999, p. 88.

dos voluntades igualmente legítimas, el rey y los súbditos de sus reinos”.20 en sus declara-ciones, los indios se muestran a sí mismos co-mo protegidos por la caridad del rey; ante los jueces y escribanos se afianzaban de aquel de-creto real que respaldaba su derecho de conti-nuar haciendo uso de los bienes lacustres.

el punto de vista desde el que los indios justificaron su facultad sobre aquellos bienes, difería del de los propietarios; sin embargo, todos aludían al decreto del virrey albuquer-que. Conforme el pleito se desenvuelve, va quedando más claro que cada una de las par-tes entendía el asunto a su manera. los indíge-nas se amparaban en el decreto del virrey, en tanto los propietarios opinaban que los de los barrios lo adaptaban a su conveniencia. antes de llegar al desenlace será necesario mostrar cómo se desplegó el proceso. de la figura real y del decreto del virrey de albuquerque, pa-saremos entonces a una discusión sobre los distintos significados que fueron dados al de-recho de uso de aquellos bienes.

¿pastos CoMunes?: depende de QuiÉn opine

si a nuestros ojos las versiones de cada una de las partes son contradictorias, todo sugiere que las autoridades tenían claro cómo resol-ver aquella disputa y ante ellos los límites de las aguas y los bienes también se difuminaban para ellos. después de indagar, de recibir los testimonios o de mandar a hacer vista de ojos, los fiscales consideraron, ya avanzado el plei-to, que el caso no tenía fácil solución debido a que

el modo, y circunstancias en que es permitido a los indios la caza y pesca en las lagunas del contorno está indebidamente discutido en la real audiencia, y con toda individualidad eje-cutoriado por aquel tribunal, y así corresponde

20 antonio annino, “pueblos, liberalismo [...], op. cit., p. 407.

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que Vuestra excelencia mande se guarde la real ejecutoria presentada.21

los términos “modo y circunstancias” que refiere la cita, carecen de precisión sobre los derechos de uso de los recursos lacustres. Juan antonio Chirlín, el hombre que los enunció, fungió como representante del dueño del ran-cho de pacheco en uno de los momentos más álgidos del pleito. su voz, en singular, refería a la del propietario, en tanto la de los barrios ca-si siempre encarnaba a una colectividad. los documentos registran a la parte indígena ante el juzgado con la frase “en representación de”, en tanto que la de los dueños era manifestada con nombres y distintivos propios.

las peticiones de los indígenas se respal-daron en el derecho dado por la justicia real y fueron gestionadas en términos de corpora-ciones. las comunidades de indios se sabían acreedoras a los fueros especiales que tenían con respecto al asunto de tributos a cambio de que su pago fuera puntual, por ello cuando referían a sus derechos “sobre la caza de patos y pesca”, los indios los vincularan con sus obli-gaciones, con “la paga de tributos, obvencio-nes y limosnas”.22

desde el momento en que antonio Chirlín fue nombrado representante del dueño del rancho de pacheco, retomó el hilo del proce-so desde su origen. las actas ante el juzgado exhiben que, desde su punto de vista, el pleito se remontaba siete años antes de la fecha regis-trada inicialmente en el expediente, es decir a 1753. don Joseph pacheco, declaró el repre-sentante, había padecido en repetidas ocasio-nes el abuso de los naturales y desde enton-ces el mismo afectado solicitó que se hiciera reconocimiento de la situación de sus tierras para comprobar si para llegar a las acequias públicas y lagunas era necesario que los indios pasaran en canoas por las zanjas del rancho que él consideraba suyas.

21 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1765, ff. 48-48v.22 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1764, f.3.

de modo que el escribano de Cámara, el señor fiscal y la parte de los indios asistieron a la vista de ojos, y el reconocimiento que se pedía. este despacho se realizó el 21 de no-viembre de 1753, y de él resultó, según el juez que atendió a antonio Chirlín, que los indios no tenían necesidad de entrar en las zanjas y ciénegas de pacheco, para pasar a la acequia real y lagunas, y que podían hacer su pesca y caza sin tocar las tierras de pacheco.23

Chirlín negaba que se les hubiera impedido a los indígenas de los barrios entrar a recolec-tar o pescar a la laguna y, por el contrario, los acusaba de causar destrozos en las propieda-des del rancho de pacheco. su primera acusa-ción a los vecinos del barrio era no “arreglarse a lo determinado”, rechazaba “la falsedad de sus acusaciones” y de nunca haberles “emba-razado del uso de la caza y pesca en los lu-gares públicos como son las lagunas, ejidos y ciénegas”, además, añadía, que desde el 4 de abril de 1754 había quedado resuelto que “los naturales no pasen por las zanjas y acequias privadas y particulares de pacheco”, en tanto desde aquel año se había acordado que sólo podían usar “la caza y pesca, en acequias, lagu-nas y charcos públicos”.24

su declaración abre una veta para reflexio-nar a qué se refería Chirlín con las palabras “público”, “privado” y “particular”; en tanto han sido conceptos clave para distinguir las formas de posesión del antiguo régimen y de la modernidad. Cuando Chirlín añadía que los indios debían usar los lugares públicos “y no los particulares privados, contenidos en las ciénegas, potreros y tierra pertenecientes a pacheco”,25 implícitamente manifestaba que aquella propiedad significaba posesión perso-nal. los actores de la disputa estaban sujetos al hacer de una política virreinal regida des-de una estructura corporativa; la expresión “particulares privados” se vinculaba directa-

23 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1765, f. 44 v.24 Ibidem, f 43 v.25 Ibidem, f. 44.

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mente a lo que podía o no sustraerse del bien común.26

las acusaciones de Chirlín contra los indí-genas iban aún más lejos. para él los naturales se metían

maliciosamente en las tierras propias de los he-rederos de don Joseph y hacen en ella graves perjuicios; pues no sólo les destruyen el zacate, que es fruto propio, y el único que tienen en es-tas tierras, sino también hurtan las reses y a los caballos les cortan la crin y cola.27

la claridad de sus acusaciones se vuelve ambigua conforme avanzamos en la lectura del caso. Cuando antonio Chirlín añadió que los indígenas podrían, con una condición, en-trar a la laguna, las dudas asaltan al lector. los indios, decía, podrían pasar por las acequias y zanjas de pacheco, es decir, entrar a la laguna y a la pesca si en algún tiempo, por escasez o abundancia de aguas no pudieran valerse de las acequias reales para transitar en ellas. Y en caso de que así lo requirieran, los indígenas de-berían solicitar permiso “a la real audiencia pa-ra que se dé la correspondiente providencia”.28

el sentido de propiedad particular estaba implícito en las palabras de Chirlín. si las acequias reales no estaban en disposición de ser usadas, entonces los indios podrían pasar por las acequias y zanjas de pacheco. Más allá de aclararnos si esos cauces eran o no parti-culares, el documento describe a un apode-rado que pretendía, a toda costa, evitar que los indios pasaran por allí. la declaración de Joseph Chirlín dirige nuestra mirada a sus ar-gumentos: los indígenas, decía, “interpretán-dolo como quieren, le dan nombre de laguna a todos los lugares en que hallan que coger, como lo han hecho en las tierras y ciénegas de pacheco.29

26 francois-Xavier guerra, annick lempérière et al., Los espacios públicos en Iberoamérica. Ambigüedades y proble-mas. Siglos xviii-xix, 1998, p. 75.

27 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1765, f. 43 v.28 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1765, f. 45.29 Idem.

esta frase guarda el entendido de que los indígenas interpretaban mal el decreto dicta-do por el virrey de albuquerque pero, ade-más, anuncia que la disputa sí tenía que ver con lo que se podía coger de la laguna. desde el punto de vista de Chirlín los indígenas de-nominaban laguna a cualquier lugar del que pudieran aprovechar bienes para mantenerse, es decir, no diferenciaban entre bienes colecti-vos y particulares. para los del rancho, los in-dios confundían lo que les había sido donado en términos de bienes colectivos —es decir que “lo que no siendo privativamente de ninguno, pertenece a muchos: como bienes comunes, pastos comunes”—,30 con la propiedad particu-lar de don Joseph pacheco .

¿Cómo aclarar ese aparente juego de sig-nificados? ¿nos induce a suponer las diversas formas de poseer que coexistían en la época? ¿acaso es que el sentido de propiedad parti-cular se estaba desplazando hacia su signifi-cado moderno, en su acepción de privado y contradictorio al bien colectivo? ¿se trata de un declive de la institución virreinal que al debilitarse volvía permisible a los dueños de ranchos y haciendas detentar propiedades colectivas? diversas investigaciones han seña-lado que a lo largo de todo el virreinato los españoles se propasaron con las tierras indíge-nas; sin embargo, algunos autores, anotan que para la segunda mitad del siglo xviii los abusos se intensificaron debido a las contradicciones emergentes de un sistema impugnado.

la declaración de que los indios entendían como laguna cualquier lugar en que pudieran pescar o recolectar revela una ambigüedad. se trata de un argumento que sugiere reconstruir el juego que cada parte jugaba. ¿desde qué hori-zonte elaboraba sus argumentos cada parte? el vínculo conflictivo entre los indígenas y los del rancho era el paso hacia las orillas del lago que colindaban con las tierras del señor pacheco.

30 annick lempériere, “república y publicidad a fina-les del antiguo régimen (nueva españa)”, en francois-Xa-vier guerra y annick lempériere et al., op. cit., p. 76.

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los arrendatarios poseían el dominio útil de las tierras que los indígenas les transferían, pe-ro eso no incluía a las especies lacustres por las que ambas partes riñeron más de 10 años. lo que en primer lugar no estaba claro era pre-cisamente hasta dónde llegaba el derecho de uso de ese dominio útil. la distinción entre el “dominio pleno” —que atribuía al titular tanto el poder de disposición como “la percepción de la utilidad del bien”—, el “dominio menos pleno, que suponía diferenciar entre quien, reconocido como señor directo, conservaba la potestad dispositiva y quien poseía el dominio útil, con facultad de vindicar la cosa y percibir su utilidad”, marca los criterios de posesión respecto a esas tierras arrendadas.

31

el derecho de uso del lago, y en particular del zacate, fue el nudo del conflicto. el argu-mento del fiscal defensor resultó ser la antí-tesis del empleado por antonio Chirlín. para aquél, desde 1748 había quedado asentado en un escrito que los indios tenían permiso para

entrar libremente por canoas, en acequias, lagu-nas y charcos a la caza de patos y demás pescas, entendiéndose que si para entrar en ellas a los referidos fines les fuere preciso pasar en canoas por las acequias de don Joseph pacheco; no se les ha de embarazar dicho paso, pues de lo con-trario pudiera hacérseles inútil la dicha permi-sión.32 sus palabras, además, nos informan que la disputa había comenzado, al menos, 12 años an-tes de la fecha registrada en otros expedientes.

Conforme el caso avanza, los lectores segui-mos encontrando vaguedades. los del rancho de pacheco solicitaron entonces que se revisa-ra si los indios necesitaban forzosamente pasar por sus zanjas para llegar al lago. el resulta-do de esa vista de ojos nos deja perplejos. se reportó que “la ciénega, potreros y zanjas de dicho pacheco se hallan sin comunicación a la laguna, de manera que les es imposible a los

31 Joseph díaz rementería, “la propiedad”, en sánchez Bella ismael, alberto de la hera, Joseph díaz rementería (coords.), Historia del derecho indiano, 1992, p. 343.

32 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1765, f. 47.

indios el ir a ella a cazar patos por las tierras de pacheco”. de modo que las acusaciones de que los indígenas dañaban los bienes del ran-cho se vinieron abajo: “y esta sola prueba es suficiente para hacer ver la inverosimilitud de los perjuicios que nos imputan: pues una vez que nos dejen libre, conforme lo mandado, la laguna, ni tenemos necesidad, ni nos es posible pasar a ella por las tierras de pacheco [...]33

la voz que representó a la comunidad de-claró que los indios no tenían que pasar por las tierras del rancho de pacheco para llegar al lago. hasta aquí tenemos claro parte de lo expuesto por las partes: que el pleito ya tenía antecedentes; que el apoderado Chirlín no quería que los indios pasaran por las acequias del rancho de pacheco y que a los barrios se les había concedido el derecho de paso —si la acequia real estaba obstruida— por unas zan-jas que, desde el punto de vista de los indí-genas, no tenían “comunicación a la laguna”. una suma de contradicciones. aun cuando en el veredicto se afirmó que, de ser necesario, los indígenas podrían pasar por las tierras del rancho para usar los recursos del lago, más adelante los barrios refieren la imposibilidad de siquiera entrar por esa vía. los del rancho se oponían a que los indios entraran a la lagu-na pasando por su tierra, mientras que los de los barrios decían que por ahí ni siquiera se llegaba al lago.

¿a dónde nos lleva todo esto? ¿Cuál era en-tonces el motivo del pleito entre los indígenas de los barrios y los del rancho? ¿Qué era lo que estaba en disputa? ¿Qué querían una y otra parte? ¿de qué manera unos y otros inter-pretaban que las propiedades fueran “comu-nes a todos”? el asunto de la disputa parece confirmarse nuevamente: si el conflicto no era el paso, entonces lo eran los recursos de la ri-bera y del lago mismo. tal pareciera que los de pacheco creían tener derecho a los recursos que los indios obtenían frente al rancho.

33 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1765, f. 48 v.

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pedro desa, el principal portavoz de las quejas sobre los cobros ilegales y el maltrato que les inflingían los caporales del rancho de pacheco a los indígenas, nos ayudará a eluci-dar lo anterior. Él, como miembro de la comu-nidad de pescadores y cazadores de patos sa-bía que su palabra era pública en tanto servía de eslabón entre el mundo de los barrios que solicitaban “se nos deje libre, conforme a lo mandado [por el virrey albuquerque], la lagu-na” y el juzgado. desa respaldaba su palabra en la del virrey, pero al mismo tiempo sabía que la petición de libertad para obtener la ca-za, pesca y recolección del lago no era sólo la suya y que por tanto tenía acotaciones.

los dictados del virrey albuquerque de que los indígenas gozaran “el privilegio y mer-ced, de que aprovechasen de la caza de patos, pesca y demás grangerías y utilidades, que con su industria y trabajo pudiesen lograr de las ciénagas y lagunas”,34 se debía a que esos ba-rrios –los ubicados al norte de la acequia del resguardo— no tenían tierras para sembrar y mantenerse. la restricción de esos privilegios estaba en que no era para todos los indígenas; “común a todos” quería decir común para los indios pescadores, pateros o cazadores, que procedían de ciertos barrios específicos y que no poseían tierras para sembrar. es decir, el término común que en la época se usaba en el sentido de lo recibido y “admitido de todos” o bien de “lo que no siendo privativamente de ninguno, pertenece a muchos: como bienes comunes, pastos comunes[...]”,

35 en ese con-

texto se acotaba a los barrios ubicados al norte del resguardo.

de las tierras donadas a la manera en que fueron practicadas, parece haber considerables mediaciones. la recopilación de indias man-daba que las tierras concedidas para pastos y ejidos debían mantenerse en posesión de los

34 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1765, f. 33.35 Cfr. Diccionario de Autoridades (edición facsímile),

1963, p. 463.

indios;36

asimismo, los vecinos de los barrios aludieron una y otra vez al derecho de uso de los recursos provenientes del lago por ser una concesión que, al menos desde 1653, había da-do el virrey albuquerque a sus comunidades, a fin de que tuviesen manera de subsistir y pa-gar los tributos por carecer de tierras.

los privilegios se distribuían en los barrios a partir de acuerdos implícitos. esto se puntua-liza en la declaración de uno de los represen-tantes de los barrios, Mario Joseph pichardo, al declarar que “por mí y a nombre de los de-más naturales, cazador y pescador del barrio de santa Cruz”, “el aire, el agua profluente, las costas y riveras de los ríos, con lo que en ambos elementos se cría, es libre y común a todos, para que se aprovechen por ministerio de la caza y pesca”.37

lo que los indígenas, en voz de Mario Jo-seph pichardo, consideraban libre y común a todos, no dejaba de tener acotaciones. los dictados reales de que los barrios gozaran “el privilegio y merced, de que aprovechasen de la caza de patos, pesca y demás grangerías y utilidades, que con su industria y trabajo pu-diesen lograr de las ciénagas y lagunas”, no parece haber sido sinónimo de que cualquie-ra pudiera hacer uso de aquellos bienes. el significado de “común a todos” más bien se refería a pescadores, pateros o cazadores que carecieron de tierras en que sembrar y que formaron parte de la colectividad dedicada a recolectar los productos del lago. los benefi-cios de los bienes lacustres fueron donados al conjunto de los barrios pero eso no significaba que cualquiera pudiese hacer uso de ellos: una cosa eran las leyes dictadas por la Corona y otra los acuerdos locales que invitan a pensar en cómo el poder local, circunscrito, repartía el usufructo de las grangerías y utilidades pro-venientes del lago.38

36 leyes 14, 15, 17, 18 y 19, tit. Xii, lib. 4 de la reco-pilación de indias, citado por Mariano galván rivera, op. cit., p. 110.

37 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1765, f. 25.38 la relación entre la autoridad real y las autoridades

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considerar, que siendo los otorgantes indios que por tales, gozamos de los privilegios de menores”,41 habla más que mil palabras.

¿Cómo, decían los indígenas, Juan de abe-sillas arrendaba lo que pertenecía a todos, a los indios? ¿Cómo podría arrendarse esa pro-piedad, de antemano destinada al uso del co-mún? así, ante el extrañamiento de que el ad-ministrador no recordase el sistema de uso de las propiedades colectivas, los naturales recor-daron nuevamente que sus derechos estaban impresos en la orden que el virrey duque de albuquerque había dictado en el año de 1653:

que ninguno impida a los indios de los barrios de esta ciudad, la pesca y caza de patos, y demás que se crían en las lagunas de los contornos de ellas, ni por ello les lleven cosa alguna sino que los dejen, que con libertad las disfruten, so pena, de que cualquier contraventor se despacharía a servir a Vuestra Magestad en philipinas.42

su manera de explicar aquel espacio estaba adscrito a la idea de que “no siendo privativa-mente de ninguno, pertenece a muchos: como bienes comunes, pastos comunes”,

43 pero se re-

partía, como veremos, de acuerdo con un uso acordado entre la colectividad que señalaba los límites y quiénes tenían derecho a usarlos. el argumento que respaldaba al pescador pedro desa ante el tribunal, era que por falta de tie-rras tenían derecho a juntar el dinero para “pa-gar tributos, obvenciones y limosnas a sus cu-ras, además de gastos de mayordomías”, de los bienes lacustres. desa refería al derecho que los barrios tenían de los recursos lacustres porque

viviendo nosotros pensionados por fuerza de destino a las cargas y servicios profanos, y ecle-siásticos, que son notorios, no tienen nuestros ba-rrios un palmo de tierra que se pueda decir útil, en qué sembrar siquiera para adquirir a costa de

41 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1764, f. 3v.42 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1766, f.32.43 annick lempériere, “república y publicidad a fina-

les del antiguo régimen (nueva españa)”, en francois-Xa-vier guerra y annick lempériere et al., op. cit., p. 76.

en un momento de la disputa, los indios de los barrios al norte del resguardo acusaron que los caporales de una hacienda, ubicada al norte, en la circunscripción de la parcialidad de tlatelolco, se metían a sus aguas y evitando que usaran libremente los recursos lacustres. el caporal y vaqueros de la hacienda de san-ta ana, junto con su administrador Juan de abesillas, impedían cortar “el tule y zacate que producen las ciénegas de la pertinencia de su barrio, y que siempre han cortado, vendido en la acequia de esta ciudad públicamente por ser libres según las leyes de el reino”.39

Más adelante veremos que la intervención de la hacienda de santa ana en este pleito no fue desinteresada. su administrador defendía vigorosamente que parte de aquellos bienes correspondían a su “amo el Conde”, y que a su beneficio debían aprovecharse

las utilidades que producen no solo las tierras y demás, sino las aguas que pertenecen a la di-cha hacienda […] ha sido costumbre que los in-dios que han querido utilizar de los géneros que produce la laguna que circula la dicha hacienda siempre han pagado.40

por otros documentos sabemos que la parte de la laguna a la que tenía derecho la hacienda de santa ana no se extendía hacia la que co-rrespondía a los barrios de santa Cruz. lo re-levante del caso es que conforme la disputa se agudizó, otros barrios se sumaron a las acusa-ciones en contra de los hombres de santa ana. para los indígenas, el que el administrador Juan de abesillas y sus caporales les cobraran 50 pesos por el arrendamiento de las aguas co-lindantes a su hacienda para cazar y pescar, no tenía cabida. su declaración de que “a más de que ninguno puede arrendar para sí, ni dar precio por lo que no es suyo, también se debe

locales la expone francois-Xavier guerra en “de la política antigua a la política moderna. la revolución de la sobera-nía”, en francois-Xavier guerra y annick lempériere et al., Los espacios públicos [...] op. cit., pp. 109-139.

39 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1765, f. 31 v.40 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1764, f. 9.

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nuestro sudor lo necesario, para la subsistencia de nuestras personas y familias, ni que se nos proporcione otro recurso que el que nos ofrece el aire en las aves y el agua en los pescadillos.44

así, a las pretensiones de los del rancho de pacheco por controlar los recursos lacustres, los pescadores respondían que su necesidad se debía a que no poseían “un palmo de tierra que se pueda decir útil, en qué sembrar”, para cubrir las “cargas, y servicios profanos y ecle-siásticos”, no tenían más que lo que daban los lagos.45 por un lado los del rancho se sentían con derecho de cobrar el peaje, ya fuese en moneda o especie, y por el otro los barrios, se sabían acreedores a aquellos bienes.

Cada parte argumentaba desde su propio punto de vista. la reglamentación sobre el uso de esos bienes colectivos a los que las Or-denanzas de tierras y aguas señalaban como un derecho perpetuo que podía constituir censo, corría por su lado. Que los bienes lacustres fueran disputados por los del rancho, quizá respondía al incremento de consumo de zaca-te en la ciudad; y probablemente también a que el significado de posesión común a todos desplazaba su significado y disminuía su clari-dad e importancia conforme las instituciones virreinales se debilitaban. pero la disputa no terminó en airear las diferentes perspectivas expuestas ante los jueces. las reacciones de ca-da parte nos hablan de algunos valores especí-ficos entre los vecinos de los barrios, al tiempo que revelan parte de los vínculos entablados en aquella colectividad.

disputa por los Bienes CoMunes: la autoridad Y el honor en JaQue

los documentos nos permiten deducir que por un largo periodo ambas partes, indígenas y propietarios, se insertaban en una red de re-

44 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1765, f. 25.45 Idem.

laciones sostenidas en favores, prestigios, sumi-siones o derechos vinculados a una autoridad corporativa. los conflictos por tierras revelan que la posesión de los pastos no se apartaba de esa organización tradicional, que probable-mente había tomado mayor fuerza durante la segunda mitad del siglo xviii, como defensa de las comunidades ante la avidez de los propieta-rios del rancho por los bienes comunes.

los indios definieron el uso de los bienes lacustres regidos por criterios colectivos, sin embargo, la ambigüedad sobre quiénes tenían o no derecho a usarlos, nos lleva a suponer que el significado de posesión se estaba des-plazando. si hasta entonces aquella había si-do una sociedad corporativa, jerárquica, en la que la presencia del rey era incuestionable, conforme el siglo xviii avanzaba, parecen ha-berse posibilitado prácticas sociales inéditas. para algunos, se deslavaba el respeto a los es-tamentos, desdibujando así el peso simbólico que décadas antes podría haber tenido trans-gredir el orden virreinal.

algunos párrafos nos hacen suponer de qué manera las órdenes reales tomaban forma en esos microcosmos barriales. si los recursos del lago se concedieron a los barrios, una vez ubicados en la zona, su explotación era defi-nida por vínculos jerárquicos, es decir, el “co-mún a todos” era un término restringido por los usos locales. Cuando algunos comenzaron a revelarse contra los preceptos reales, recu-rrieron a frases y fórmulas propias del orden tradicional para denigrarlas. así fue cuando el dueño del rancho de pacheco fue citado a declarar ante el Juzgado de indios sobre la si-tuación de los pastos que colindaban con el lago. don Joseph montó en cólera. su tono de indignación de que los jueces le hubieran da-do la razón a los indígenas lo llevó a declarar: “[...]entre otras indignidades que vuestros vi-rreyes podrán mandar en su palacio; pero no en su persona [la de él, don Joseph ], ni en su casa”.46

46 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1766, f.32 v.

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la frase, además de ser una sugerente pis-ta para asociar el sentido de privacidad con la vida al interior de la casa, apunta al desco-nocimiento de la autoridad real. las palabras del señor pacheco pueden interpretarse como una fractura al orden estamental; los indios re-ferían a la figura del virrey como su protector, en tanto el dueño del rancho lo desafiaba. es-te cuadro revela la proporción de dos mundos opuestos en los barrios: por un lado los indios aparecen representados en una voz colectiva y por el otro el señor pacheco declara indi-vidualmente su desacuerdo con la autoridad virreinal. si el dueño del rancho retaba al vi-rrey, cuánto más se oponía a los indígenas. la importancia de la figura real tendía a desva-necerse en personajes como él y a fortalecerse en otros, como los indios. hasta qué grado re-sultaba un atentado en contra del orden social la respuesta del señor pacheco no lo sabemos; sin embargo, lo cierto es que no todos eran los dueños del rancho de pacheco, ni el “obligado del abasto de carnes de esta ciudad”, como pa-ra retar al virrey de frente.

los escribanos fueron a la casa de don Jo-seph pacheco pacheco a hacer de su conoci-miento que

por el superior decreto de 12 de enero de sesen-ta y cuatro está determinada no se embarase a estos ni a otros indios el uso de la pesca y caza que han gozado y deben gozar en las lagunas, eji-dos y ciénegas de los contornos de esta ciudad...bajo la pena de un mil pesos y a sus vaqueros y o sirvientes con la de dos años de destierro a las islas filipinas.47 don Joseph respondió hallarse ante una indignante situación que nos habla del trato que esperaba hacia su persona.

Varios atributos atañen a una sociedad tra-dicional: la importancia que la figura real te-nía entre los indios; el peso del bien común;48 que los barrios se manifestaran como cuerpos

47 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1766, f.32.48 Jean-frédéric schaub, “el pasado republicano del es-

pacio público”, en francois-Xavier guerra y annick lem-périere et al., op. cit., p. 43.

“representados por”; que los bienes comuna-les fueran considerados libres y común a to-dos; que no fuera admisible vender “el aire, el agua profluente, las costas y riberas de los ríos”, etcétera. pero a lo anterior se añade aho-ra otro elemento: el destierro. Que don Joseph pacheco fuera advertido de pagar la pena o de lo contrario ser desterrado por dos años a las islas filipinas, enmarca un cuadro que nos remite a sociabilidades de antiguo régimen.

el Juzgado de indios exhortó a los vaqueros y caporales del señor pacheco, a “devolver las armas, pagar los patos y el zacate y dejar libre al pescador pedro desa”.49 este fallo, que en-fureció al dueño, fue reiterado varias veces a lo largo del pleito. las resoluciones advierten que en el Juzgado de indios, algunos persona-jes defendían los principios del bien común, tal como el caso del procurador de pobres,

50

Juan fernando de herrera51 quien luego de tomar partido explícitamente por los indíge-nas y fallar a favor de éstos, orilló a Joseph pacheco a buscar a otro abogado para que lo defendiera. a partir de este fallo en su contra, fue nombrado otro apoderado. un enérgico y bien reconocido abogado de la época, don antonio Joseph de Vidaburu, procurador de número de esta real audiencia,52 representa-ría a don Joseph. desde entonces el “poder para pleitos” contra los indios de los barrios fue otorgado por el bachiller don Christóbal pacheco, presbítero del arzobispado —parien-te del original dueño del rancho, don Joseph pacheco— a Vidaburu.

49 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1766, f. 36.50 este cargo que parte de la idea de proteger al “inca-

paz” procede de la tradición jurídica romana: “desde el de-recho romano había existido el concepto de personas mi-serables, que requerían de una particular protección. este tipo de personas aparecen en las partidas de alfonso X, y a ellos se asimilará a los indios del común [...] al igual que los miserables castellanos, los indios van a estar liberados de la presunción del conocimiento de la ley [...] así tam-bién el indio del común requería de un representante para su actuación jurídica, que es el protector de naturales.” Cfr. antonio dougnac rodríguez, op. cit., p. 316.

51 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1771, f.69.52 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1771, f. 71 v.

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los barrios sostenían sus principios en el bien común, que eran precisamente los que el propietario del rancho estaba violando. las palabras de don Joseph pacheco son muestra de que las cosas no eran interpretadas de la misma manera por todos; para él el término de propiedad común parece haber tenido un significado distinto. de antemano sería un anacronismo suponer a don Joseph pacheco como un negociante concentrado en acumu-lar capital para reinvertirlo y generar plusva-lía, pero lo que sí es posible inferir es que la insistencia de los del rancho de querer hacer uso de aquellos recursos propiedad de los in-dios, así como de la frase retadora al virrey, es que una organización social, una apropiación del espacio corporativo, en fin, un orden vi-rreinal, comenzaban a desdibujarse, al menos para unos cuantos.

semanas después de la irreverente frase expresada por pacheco, los indígenas de la parcialidad de santiago —los de santa ana—, azuzados por el encargado de la prisión de santiago, levantaron una queja en contra de los de los barrios al norte del resguardo. pre-textaron que los de los barrios de santa Cruz

todas las noches del año van a nuestra pertenen-cia a cazar presentando y vociferando que tienen conseguida licencia de vuestra excelencia para dicho efecto (lo que negamos) porque dado caso que tuviesen dicha licencia será desde luego so-lamente en lo que les pertenece.53

Cuando la denuncia llegó al juzgado, el dueño del rancho de pacheco había manda-do encarcelar al representante de los pesca-dores, pedro desa, además de haber encauza-do a los indígenas de la parcialidad vecina, la de santiago, en contra de los de santa Cruz. este pleito no sólo habló de sobornos entre ciertos funcionarios y el dueño del rancho de pacheco, sino de la mala intención con que fueron provocados los de santiago; asimismo,

53 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1766, f. 36.

nos hace reconocer cómo se asignaba el de-recho de uso de los productos obtenidos en el lago.

un uso consuetudinario del espacio repar-tía entre los barrios el derecho a pescar, reco-lectar y cazar en el lago. al igual que los indí-genas de san Juan, los de la parcialidad vecina de santiago también expresaban que desde tiempo inmemorial usaban una parte del lago de texcoco, que tenían y poseían como propia desde que

el primer cacique nos asignó con las tierras de su pertenencia por cuya causa hemos estado ti-rando patos, tules y demás productos de dicha laguna con la libertad que es debida como nues-tra propia: sin ninguna contravención.54

los bienes que los de santiago poseían co-mo si fueran propios, eran una donación del primer cacique del barrio; adquiriendo con ello el derecho, “como suyo propio”, a cazar y recolectar bienes de la laguna. esta frase bien podría ser reescrita “como si fuera nuestra” sin alterar el significado original, es decir, los indios explotaban la laguna como si fuera de ellos porque una autoridad lo había avalado, pero de antemano reconocían que no era de su pertenencia; era dado pero no les pertenecía.

Con esto llegamos nuevamente a una cues-tión clave para entender la apropiación del espacio en esa sociedad tradicional en que la posesión distinguía entre particular y privado. privado, asociado a la vida doméstica, se oponía a particular, sin embargo, “poseer algo en pro-piedad” o “manejar negocios particulares”, no se entendía “como un derecho desvinculado del conjunto de los intereses de la comunidad”.

55

Cuando los habitantes de los barrios decían “tenemos y poseemos como nuestra propia”, tenían en mente que poseer no era un acto in-dividual, sino para y por la colectividad. el uso

54 Idem.55 Cfr. annick lempériere, “república y publicidad a

finales del antiguo régimen (nueva españa)”, op. cit. , p. 73.

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comunal variaba según el contexto. por las ci-tas anteriores sabemos que las tierras y aguas de la laguna eran donadas para el uso colecti-vo y para conservar el “bienestar público”; el resto, es decir, el uso regional que en cada ca-so se les diera, dependía del “buen orden” con el que las autoridades locales y los barrios las emplearan. Cuando los naturales de santiago declararon en contra de los de santa Cruz por meterse a “cazar patos, pescar y demás en la parte que nos toca” del lago, tenían claro cuá-les eran los límites y sobre qué presupuestos empleaban las posesiones convenidas, pero ¿cómo habían sido asignadas esas “partes de la laguna”?, ¿qué relación tenía cada barrio con el resto del lago que no le correspondía?

Que los de santiago y san Juan distinguie-ran qué segmento del lago tocaba a cada parte, era resultado de un acuerdo previo. Que los bienes lacustres estuvieran repartidos entre los barrios, nos habla de experiencia y capa-cidad para reconocer el paisaje y los bienes adquiridos en el lago. así se explica que los de santiago solicitaran prohibir a los de san Juan “entrar en lo que nos pertenece de la lagu-na” o que “la parte de la laguna de texcoco donde los naturales del barrio de santa Cruz se han introducido la hemos tenido y poseído como cosa propia”.56

los referentes espaciales dados por los in-dios describen los límites acuáticos entre los barrios de santiago y los de san Juan: “aun-que dicha laguna, es una misma”, se dividía a la mitad “desde el lugar donde se halla una cruz”, correspondiendo a cada uno una parte. al explicar esas coordenadas de posesión, el escribano anotó además que los indios tenían delineados los límites en la laguna por “un cuaderno presentado por parte de dichos na-turales en que se contienen sus mapas”,57 me-didas de dichas tierras y posesiones de ellas

56 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1767, f. 38v.57 sabemos que esta clase de mapas subsistieron en al-

gunas otras comunidades incluso hasta el siglo xx, como en el caso de la Magdalena Mixiuca. Cfr. andrés lira, “le-trados y analfabetas [...]”, op. cit., p. 71.

mandadas por la real audiencia de esta Corte y que se siguieron el año pasado de 1703 a favor de dicha parcialidad”.

58

el cuaderno, guardado por más de medio siglo, no aparece en el archivo, sin embargo, el escribano que lo leyó hizo una clara des-cripción que señalaba cómo los indígenas se repartían las aguas. el lago estaba dividido en dos por una cruz que marcaba los límites acordados entre las parcialidades de san Juan y santiago:

Y aunque dicha laguna es una misma, pero se divide desde mitad de ella con la que correspon-de a dicho pueblo de texcoco desde el lugar donde se halla una cruz, que es en su centro[…] porque de la laguna que hablan los naturales del barrio de la Concepción y san francisco tepito no es de la que corresponde a texcoco, sino de la que pertenece en posesión y propiedad de la parcialidad de santiago, que es la de los dichos naturales y viene dicha pertenencia a topar con las tierras de la hacienda de santa ana perte-necientes a los bienes de comunidad de dicha parcialidad: extendiéndose su circunferencia hasta el pueblo de Zacualco por el viento norte y por el viento sur hasta el cerro del peñol de los Baños.59

en pocas palabras, aunque visualmente la laguna fuese una, los vecinos de los barrios distinguían claramente la marca divisoria a partir de la cruz colocada en medio del agua. el cuaderno mostrado a los alcaldes revela las divisiones, que a nuestros ojos parecerían vir-tuales, hechas por los indígenas a fin de delimi-tar el uso de la laguna. hacia el norte del cerro del peñol de los Baños, conocido entre otras cosas por sus aguas termales, al lago ya no se le conocía como de texcoco, sino de Zacualco y lo usufructuaban los de santiago. Y ésta era precisamente la molestia que ellos mostraron contra los de san Juan, ya que, decían, habían pescado, cortado zacate y cazado pato dentro del área norte que les pertenecía.

58 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1767, f. 38.59 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1766, f. 36.

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para defenderse, los de san Juan decían que los de santiago sólo tenían permitido en-trar a las lagunas y ejidos de los contornos de la ciudad, sin rebasar el límite marcado por la cruz. por su parte, los de santiago añadían que sus vecinos debían desengañarse de creer que por los resultados del juicio “ejecutoriado a su favor en contra del obligado del abasto de Carnes de esta ciudad”, es decir don pacheco, podían ampliar su pesca hacia la parte del lago que a ellos “les pertenecía”.60 el resultado in-mediato de esta disputa fue disipar el conflicto entre los barrios. el juez les notificó “que no se introduzcan, perturben, molesten y perju-diquen en manera alguna ni con ningún pre-texto a los dichos naturales […] y que guarden buena armonía entre unos y otros.”61

la respuesta de los de san Juan fue clara: no perturbarían a los de santiago, pero de nin-guna manera aceptarían que los caporales de don pacheco les impidieran recolectar, arreba-tar la pesca y el zacate o espantaran con dispa-ros a los patos que ellos tenían en la mira. de esa disputa, entre santiago y santa Cruz, se de-riva nuevamente una reflexión sobre el ejerci-cio local del poder en los barrios. todo indica que los de santiago fueron azuzados en contra de los de santa Cruz para desviar la discordia de origen, es decir el pleito que iban ganando contra los dueños del rancho de pacheco.

llegar a un acuerdo entre los barrios pare-ce haber sido muy fácil, pues la pugna se de-tuvo tan solo con las palabras del escribano, quien les recomendó guardar buena armonía entre unos y otros. lo que no se detuvo fue el enfrentamiento con el dueño del rancho de pacheco, quien se siguió oponiendo a que los indios cortaran el zacate de las ciénagas y la-guna, aun cuando el fallo había sido dictado en su contra.

perdida la contienda, don Joseph mandó encarcelar al pescador pedro desa, “casual-mente”, a la cárcel de santiago. por las acusa-

60 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1766, f. 39.61 Idem.

ciones del alcalde, de uno de los regidores y de los naturales del barrio de santa Cruz, se deducen las malas intenciones del dueño del rancho. los opositores a don Joseph lo denun-ciaban de “haber auxiliado a los alcaldes de santiago, para que aprehendiesen a los indios tumultuarios”.62

Y aunque don Joseph pacheco no era cual-quier persona, la prohibición de encarcelar a los indios sin participación de la real audien-cia jugó en su contra. el escribano anotó que ni “los gobernadores y alcaldes de las parcia-lidades de indios de san Juan y santiago”, ni los “alcaldes de las cárceles de ellas” debían recibir o admitir

presos en ellas a indios[...]que fueren llevados por qualesquiera personas, de su autoridad, así por deudas que les debieren, o por hurtos que digan que les han hecho, ni por otros delitos al-gunos, ni reciban de los alguaciles españoles o indios que los llevaren así presos, si no fuere por mandado de alguno de los oidores o alcaldes de esta real audiencia.

63

la ley se mostró de parte de los barrios de indios. no cualquier persona, por su propia decisión, podía encarcelar a los indios, aun cuando se tuvieran argumentos de robos, deu-das u otro delito. el procurador de pobres, Juan fernando de herrera, se expresaba en contra del encarcelamiento de los pescadores como un

gravamen irreparable que cada día se les au-menta en la injusta prisión en que los tiene el escribano del juzgado de indios Joaquín antonio Moreno y en que por solo un efecto de venganza los procura eternizar.64

para el procurador de pobres, el encarce-lamiento era injusto y causado por deseos de venganza. don Joseph, sugería el procurador, aprovechando sus influencias con el escribano

62 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1766, f. 34.63 eusebio Ventura Beleña, recopilación sumaria, op.

cit, t. i, p. 53.64 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1766, f. 57-57v.

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de la cárcel de santiago había encarcelado a los indígenas so pretexto de haber provocado un motín. Conforme el pleito avanza se escla-rece, por testimonio del mismo procurador de pobres, que el encargado de la cárcel de santiago tenía fama de malos manejos y que repetidas quejas habían sido puestas en contra del escribano al “superior gobierno”. Y tales quejas, añadía el procurador,

no han sido por cierto de mis partes sino de otros miserables que de la misma suerte los veja y perjudica con extraviarles o demorarles sus re-cursos, y con gravarlos en costos excesivos, hasta llegar el caso, de que una pobre india viuda la hiciese penar como tres meses, hasta exigirle cin-co pesos por una carta misiva que había de llevar para que se citase a su contrario.65

Cuando el procurador señalaba que además de los indios a los que defendía, otros “mise-rables” se habían quejado de que el encargado de la cárcel de santiago los perjudicaba, corro-boraba la amplitud de la queja. Cabe señalar de paso que el término miserable debiera ser entendido en el sentido en que lo explicó José Miranda más que como indigentes pidiendo limosna:

los indios fueron equiparados a una categoría especial de españoles, a la de los rústicos o mise-rables, y se los sometió, como a éstos, a un régi-men de tutela o protección, que ora los favore-cía, concediéndoles ventaja, ora los perjudicaba, quitándoles o cercenándoles algunos derechos importantes

66

el encargado de la prisión aprovechaba su situación para hacer cobros indebidos y mal-tratos despóticos. las palabras del procura-dor de pobres, al referirse al encargado de la prisión parecen reveladoras de santiago. ese personaje, decía, tiene

65 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1766, f. 65v.66 Cfr. José Miranda, “los indígenas de américa en la

época colonial: teorías, legislación, realidades” , op. cit., p. 45.

fundada una monarquía en la cárcel: pues sin consideración a que los 400, y más que se le pa-gan del medio real de ministros son con el fin de que a los pobres indios en particular no les lleve derechos algunos; y en común la mitad de lo que a los españoles; con todo por el conocimiento y entrega de cuatro reales de autos, les exige 18 reales y a este respecto más crecidos derechos en todo lo demás, que en los oficios de Cámara y de gobierno; siendo lo más insufrible; el que cuando no tienen lo que les pide los maltrata con improperios e injurias.67

para defenderse de la acusación de hacer mal uso del “medio real de ministros” y de maltratar e injuriar a los indios, el encargado de la prisión negaba haber participado en tales acciones. luego de lavarse las manos diciendo que fueron los alcaldes de santiago quienes aprehendieron a los indios, añadía, contradi-ciéndose que lo habían hecho con justa razón por “tumultuarios”, porque los indios se amo-tinaron y había claras pruebas de la subleva-ción. todo invita a pensar en un contubernio planeado entre don Joseph y el encargado de la prisión de santiago para encarcelar, por su propia voluntad, a los indígenas.

a esta altura, el deseo de poseer o hacer uso de los pastos comunes se había converti-do en una verdadera batalla campal. acusar a los indios de los barrios de “tumultuarios” y de haberse amotinado aludía —más aún si consideramos las secuelas y reglamentaciones que el tumulto de 1624 había dejado—68 a una de las mayores amenazas del orden social. así justificaba el encarcelamiento el de la cárcel de santiago:

67 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1766, f. 66.68 natalia silva prada, La política de una rebelión. Los

indígenas frente al tumulto de 1692 en la ciudad de México, 2007; arnaud exbalin investiga la metamorfosis en la po-licía luego del tumulto de 1624. Cfr. tesis doctorado (en curso), paris X, nanterre. también pueden consultarse, entre otros, “documentos relativos al tumulto de 1624 recolectados por don Mariano fernandez de echeverría”, Documentos para la Historia de México, serie 2, ii, iii, 1855; feyoo rosa, “el tumulto de 1624”, Historia Mexicana, vol. XiV, núm. 1 (53), julio-septiembre de 1964.

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la prisión fue por tumultuarios [...] el escriba-no examinó la verdad, esto es, que los indios se amotinaron, y que en venganza prendieron a los oficiales del barrio [...] en que se encuentra otra prueba de la sublevación.69

el pleito había llegado muy lejos. Que los del rancho los acusaran de tumultuarios obli-gaba a los indígenas a recurrir a un argumen-to equivalente para defenderse. el peso de tumultuarios se balanceó con el término “pú-blicamente”. los de santa Cruz argumentaron tener la concesión de los pastos: “en ningún tiempo se nos ha impedido aún viniéndolo a vender públicamente a las acequias de esta ciudad”. en este contexto las palabras tumulto y públicamente van de la mano. a partir de ese momento ambas palabras —con el peso que tenía en aquella sociedad lo público en su sentido de rumor, de prestigio y de honor—, se convirtieron en argumento central en el juzga-do de indios; mientras que tumulto evocaba la alteración del orden público, vender pública-mente aludía al permiso, aceptación de la au-toridad y aprobación de la colectividad para cortar el zacate y venderlo ante la mirada de todos. a esto volveremos más adelante.

hasta aquí nos queda claro que el motivo principal del pleito fue el zacate. esto se verifi-ca con las palabras de la madre de uno de los pescadores afectados, una india tributaria que expresaba que a su hijo lo que le interesaba no era el zacate, sino los patos. a su hijo, declara-ba la mujer, se le impedía poner su red como siempre lo había hecho; pero ella, constataba como testigo, sabía que cuando él entraba a cazar patos en nada afectaba a los pastizales de los ganados, ni tampoco a los animales: “por-que mi hijo sólo entra en la ciénaga para cazar patos con su red como es costumbre”.70

esa contienda campal nos invita a especu-lar que el dueño del rancho de pacheco no sólo apetecía el zacate, sino también los peces

69 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1764, fs. 73-73v.70 Ibidem, f. 63v.

y patos. seguramente que en el contexto de un mercantilismo en auge, cualquier recurso podría convertirse en producto lucrativo. el zacate era uno de los géneros incluidos en la concesión real, pero también era un producto codiciado por los del rancho, cuanto más si re-cordamos que los pacheco abastecían de carne a la capital. por un lado el juez refrendó que dejaran a los indios de santa Cruz “libremente pescar sus pescados, cazar sus patos y cortar su zacate como en sus respectivos tiempos lo han hecho por ser unos y otros géneros o frutos que producen las lagunas y ciénagas que se les tienen expresamente concedidos”,71 pero por el otro los del rancho les arrebataban el zaca-te que habían cortado. durante la temporada de caza, es decir los tres meses del invierno, los mozos de pacheco recibían órdenes de su amo para espantar la caza y arrebatar el zacate, “que les quiten el que cortaren [...] porque el dicho zacate hace falta a los ganados”.72

así, las concesiones dadas a los barrios del norte del resguardo fueron disputadas por los dueños del rancho y vigorosamente defendidas por instancias de justicia que aún encontraban respaldo en la vitalidad de los fueros indígenas. la firmeza de la que dispo-nían las autoridades virreinales para resolver tales conflictos, parece haberse confrontado con la pujanza que personajes como el señor pacheco obtenían de fuerzas paralelas que se robustecían, como la del comercio mercantil y la especulación. al tiempo, el orden virreinal se veía amenazado. todo nos sugiere pensar que conforme el siglo xviii avanzó, la normati-vidad, antes consensuada (aunque no siempre practicada), podía ser, sin más, confrontada. esto explica por qué el señor pacheco recurrió a antiguos mecanismos de justicia —el honor y el escándalo público—, como último recurso para confrontar la sentencia negativa de bene-ficiarse de los bienes lacustres.

71 Ibidem, f. 67.72 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1765, f. 23v.

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¿eXpropiaCión de los Bienes CoMunes?

¿por qué hacia finales del virreinato aumen-taron las quejas en contra de los propietarios que apetecían los bienes comunales? ¿desde cuándo los caporales habían impedido “cortar el tule o zacate que producen las ciénagas de la pertinencia de su barrio”? ¿Qué hizo per-misible a algunos querer volverse propietarios absolutos de bienes antes restringidos? ¿fue el declive progresivo de las instituciones virrei-nales lo que, al poner en cuestión los bienes comunales, incrementó los pleitos? ¿se intensi-ficaron los documentos por bienes comunales en tanto los indígenas tenían mayor capacidad para enfrentar las arbitrariedades?

Como hemos anotado, el pleito de los in-dios con los del rancho era principalmente por los zacates con los que el abastecedor de carnes engordaba sus ganados, luego venían los patos y los peces. esos restringidos bienes eran, tal como lo expresaban los indios, lo que las leyes del reyno y reales cédulas les habían asignado a “nosotros y los demás indios de los cinco barrios de dicha parcialidad, se nos con-cedió [...] que de las lagunas de todo el con-torno de la ciudad, y de sus ciénegas puedan y todos podamos pescar [...]”73

Más allá de los terrenos en que pastaba el ganado del rancho se hallaban las ciénegas en que los indios cortaban el zacate. luego de ser agredidos y encarcelados, los indios explica-ban que había sido “un atentado reprensible” y que su derecho a las aguas era superior al de don Joseph pacheco.74 ¿Qué hacía que los ba-rrios, en voz de su representante, consideraran tener mayor derecho a las aguas? sin duda, en primera instancia, su reflexión se respaldaba en la fuerza de una ley que les concedió a los barrios ubicados al norte de la acequia del resguardo,

73 Ibidem, f. 8v.74 Ibidem, f. 4.

que las lagunas de todo el contorno de la ciu-dad y de sus ciénagas puedan, y todos podamos pescar con nuestras redes y canoas pescaditos, patos y todos los demás géneros que en ellas se crían; y también, que en las dichas ciénagas que llaman potreros, podamos sacar y saquemos no sólo los patos y dichos géneros que se crían, sino también el tule o zacate que produce.75

los indígenas no dudaban que los pastos y productos lacustres les correspondían, al tiem-po que discrepaban con los dueños. a ellos, decían, solamente se les ha permitido que los ganados entren a los potreros más retirados, pero evitando perjuicio alguno.76 los indíge-nas acusaban a los caporales de hacerles

gravísimos perjuicios, extorsiones y robos qui-tándonos nuestros patos, redes y armas con que los pescamos queriéndose hacer dueños abso-lutos de las ciénegas y potreros y las lagunas, queriéndonos así mismo vender los géneros que producen.77 además de robarles, expresaban los indios, los caporales les cobraban el derecho a las aguas y les rentaban sus canoas sin nunca pa-garles.

¿Qué pensaban los dueños sobre su derecho a tales bienes? en desacuerdo, Juan abesillas, el administrador de la hacienda de santa ana, expresaba que el pensamiento de los indios era falso, porque “aunque es cierto que se habló de algunas de las canoas de los susodichos con mis remeros para la pisca del maíz, a estos les pagó puntualmente las cantidades”.78 respec-to a si les cobraba por el uso de las aguas, el caporal expresó que “ha sido costumbre” pues los indígenas “siempre han pagado arrenda-miento a los poseedores de ella”; además, le parecía muy natural que los propietarios de la hacienda tuvieran “beneficio y aprovechasen las utilidades que producen no sólo las tierras sino las aguas”.79

75 Ibidem, f. 8v.76 Ibidem, f. 9.77 Ibidem, f. 9.78 Ibidem, f. 5v.79 Ibidem, f. 5v.

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el del rancho se quería hacer dueño de todas aquellas ciénegas en las que tenían pas-tos para los ganados. los caporales impedían a los de los barrios coger patos y pescaditos, porque de los pastos no sólo querían alimen-tar a los ganados, sino venderlos y arrendarlos a otros particulares. lo anterior lo ejemplifica-ban con el caso de Manuel de lara, dueño de alrededor de 50 cabezas, quien cortaba de la ciénega el zacate que necesitaba y luego argu-mentaba que nadie podía impedírselo porque él lo pagaba.80. en el mismo sentido, el caporal de la hacienda, al sentirse acorralado, confe-só que había arrebatado el zacate a los indios porque recibía instrucciones de “su amo [de] que no consienta a ningún indio en la dicha ciénaga que corte el dicho tule, que le quiten el que cortaren y den cuenta al señor corre-gidor porque el dicho zacate hace falta a los ganados…”81

sus declaraciones coinciden con las denun-cias del pescador pedro desa, ya que antes de ser encarcelado, inculpó al administrador de no haber pagado a los indios ni el alquiler de las canoas ni los patos que se ha cogido, ade-más, de haber embargado a tres de ellos un cañón, una chalupa y una balleta; además con propia autoridad aprehendió a Juan Joseph y lo encerró en un cuarto amenazándolo.82 en este texto nuevamente se menciona que los dueños mandaban “de su propia autoridad”. Juan abesillas, el de la hacienda, recibía ins-trucciones de su amo, en tanto el señor pache-co, por iniciativa propia, encarceló al pescador. dos puntos de vista, el de los arrendatarios y el de los indios de los barrios, se mostraron. para los dueños de la hacienda, ya que usu-fructuaban los pastos, no había nada extraño en obtener beneficios extras de las ciénagas, en tanto, para los indígenas, esos bienes eran la opción que el virrey les había dejado ante la carencia de tierras.

80 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1765, f.22.81 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1765, f.23v.82 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1765, f. 23.

Y aunque el sentido que el caporal daba a la palabra “beneficio” distaba del concepto de plusvalía moderna —en tanto que en la época el territorio y la vida misma se recubrían de la fi-gura real, el poder divino y un destino dado—, sí tenía un propósito especulativo. para los indí-genas, el propietario del rancho quería hacerse dueño de todas aquellas ciénagas para vender y arrendar los pastos a otros particulares y así volverse poseedor de algo que no le pertene-cía. por su parte, los operarios opinaban que era justo que los dueños del rancho obtuvieran provecho del zacate, cuanto más si, decían, los indios destruían y depredaban los pastos de sus amos. a estas alturas se convalida que uno de los nudos centrales del conflicto eran los pas-tos que a unos servían para engordar a los ani-males y a otros para apoyar su sustento.

los hacendados alimentaban sus vacas en los pastos contiguos al lago, pero ampliaban la extensión del terreno hacia las ciénegas, que-riendo aprovecharse de los pastos. una arren-dataria, la condesa de Miravalle, ejemplifica esto. a ella se le permitió alimentar en esos pastos a 50 bueyes durante un tiempo especí-fico; al ser acusada de despojo replicó estar en todo el derecho de aprovechar los pastos, ya que pagaba el zacate que sus mozos cortaban. además, ella era propietaria de la ciénaga que corría del puente de Chapultepec a la calzada de la piedad porque tenía merced real para mantener en dicha ciénaga hasta 50 vacas, es decir, al igual que a los indígenas, el rey la ha-bía mercedado83 para usufructuar aquella cié-nega. las ordenanzas dictaban que el derecho de pastos era perpetuo para los beneficiados, y que “si se concediese a un particular, sólo se entiende para el número de cabezas que tu-viere al tiempo de la concesión”,

84 lo único es

83 las tierras para ganado que se mercedaban a los españoles supuestamente debían ubicarse a una distancia considerable de las sementeras indígenas. este es uno más de los casos que demuestran el incumplimiento de las rea-les cédulas. Cfr. Mariano peset y Margarita Menegus, “rey propietario o rey soberano”, op. cit., pp. 582-583.

84 Cfr. Mariano galván rivera, op. cit., p. 28.

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que el ejemplo de la condesa parece no haber aplicado ni para Joseph pacheco ni para el ca-poral abesillas. Más allá de que las mercedes dadas a los vecinos de la capital novohispana requieran de una investigación detallada, es necesario resaltar que ambas partes argumen-taban tener derecho a los pastos en tanto la Corona se los había otorgado.

en franca polémica, los barrios explicaban que lo concedido a los de la hacienda de santa ana era sólo que sus animales pastaran en las ciénagas, pero no que recolectaran los frutos provenientes del lago: “es tan injusto como se percibe, de que los susodichos (los dueños) quieran vender los referidos géneros de la cié-naga a los extraños e impedir a los indios el que se utilicen de ellos”.85

el problema entonces apunta nuevamen-te a dos interpretaciones encontradas en un contexto que permitía a ambas partes exponer abiertamente sus opiniones. los pastos y re-cursos lacustres, antes dados específicamente a los indígenas, formaban parte de una disputa expuesta abiertamente a la discusión en tanto su estatuto comenzaba a cambiar al ritmo con el que las instituciones virreinales declinaban.

desde la segunda mitad del siglo xviii los documentos sugieren que las cosas estaban cambiando. las pequeñas propiedades de los barrios se fraccionaron hasta el límite; los bie-nes lacustres fueron detentados por actores antes ajenos a ellos o figuras simbólicas, como la del virrey, fueron disminuidas. a lo anterior se añadía el aumento demográfico que reque-ría de mayor número de cabezas de ganado, el interés de los particulares de intervenir en el lucro y la especulación o el refinamiento del sistema hacendario y administrativo, como fac-tores externos que llevaron a deliberar sobre el estatuto de los bienes comunales. el sentido de posesión se alejaba cada vez más de aquel sentido dado por “el derecho de las gentes” al que antes referían los indios de los barrios.

85 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1765, f. 25v.

ZanJas priVadas, aCeQuias púBliCas Y difaMaCión

Cansado de implicarse con los indígenas en los pleitos por las tierras, don Joseph pacheco nombró, como ya vimos, a un primer apode-rado, Juan antonio Chirlín, quien dio segui-miento del pleito, en voz y representación pa-ra que a su nombre resolviera los problemas. desde el momento en que puso un pie en el juzgado fue para contradecir con severidad las palabras de los indígenas de los barrios. na-die, declaró el apoderado, impedía el uso de su derecho a los indígenas y muy por el contra-rio, acusó a los naturales de que se introducían maliciosamente en las tierras de don Joseph a hacer graves perjuicios, tales como “destruir el zacate que es fruto propio, y el único que tie-nen en estas tierras, y también hurtan las reses y a los caballos les cortan la crin y cola”.86

de nuevo aparece el zacate en disputa. el único fruto que dan, los pastos, son parte de la propiedad de mi representado, decía el apo-derado con tono de extrañamiento. su argu-mento era que desde octubre de 1747, la real audiencia había prohibido a los indios entrar a las tierras de pacheco, al tiempo que se les había advertido que sólo podían cazar y pescar en acequias, lagunas y charcos públicos. en el polo opuesto, los indios sostenían estar en su derecho gracias a las numerosas providencias que tenían a su favor para sacar el tule o peta-te de los potreros y “arrendar a las personas que más bien visto y cómodo fuere”; además, reclamaban que a los dueños se les había “per-mitido que los ganados [sólo] puedan entrar en los dichos potreros”, en tanto el zacate era una concesión exclusiva de ellos.

los dueños no paraban en acusaciones pa-ra oponerse a la entrada de los indígenas a los pastizales. en cada declaración añadían a su lista nuevos destrozos y daños ocasionados:

86 Ibidem, f. 43.

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los naturales a vuelta de la caza, tusan las colas de las vacas para sedasos, se roban los becerros, que han abierto más de 70 portillos, que ha cos-tado el dinero cerrarlos, con los que introducida el agua en las tierras de mi parte, a más de po-drir el zacate, en los atolladeros se atascan las vacas, y perece, de modo que por los motivos re-feridos, en solo el presente año han muerto más de 500 cabezas.87

la contundencia del apoderado reveló su disposición a terminar con la disputa, desde luego a favor del dueño del rancho. en su opi-nión, los zacates habían estado siempre dispo-nibles a los indígenas, con la única condición de que no debían entrar a ellos por las ace-quias del rancho de pacheco, porque éstas no eran para uso público: “los naturales podían entrar en canoas por acequias, lagunas y char-cos a la caza y pesca” pero, por otro lado, Chir-lín reclamaba a los indios no percatarse de que las acequias y las zanjas, con que pacheco tenía cercadas y deslindadas sus tierras, no eran pú-blicas, sino privadas.88 de nuevo nos topamos con ese recurrido referente que fue distinguir a los espacios públicos de los privados.

¿Qué entendía el apoderado por “zanjas privadas”? ¿Cómo explicarnos la privacidad a que se refiere? ¿hay relación entre lo privado y el provecho sobre el zacate que clamaba para el dueño del rancho? los del rancho tenían claro que poseían tierras y zanjas privadas. al prohibir el paso de los naturales por sus pas-tos, el apoderado declaró que con el pretexto de pasar por las zanjas de pacheco a las ace-quias y lagunas públicas, devastaban los bienes del propietario, y retaba a que su aseveración fuera comprobada con una vista de ojos. para mostrar que las zanjas eran privadas, pidieron al juzgado “se hiciese reconocimiento de la si-tuación de sus tierras, y viese si para llegar los indios por canoas a las acequias públicas y la-gunas era necesario pasar por sus zanjas”.89

87 Ibidem, f. 23.88 Ibidem, f. 44.89 Ibidem, f. 45.

el apoderado recordaba a los jueces que desde noviembre de 1753 el padre de don Jo-seph pacheco había tomado el acuerdo, ante el gobernador y oficiales de república de la parcialidad de san Juan y de sus barrios, de que los indios no tenían ningún motivo ni “ne-cesidad de entrar en las zanjas y ciénagas de pacheco para pasar a la acequia real y lagu-nas; y que podían hacer su pesca y caza sin tocar en las tierras de pacheco”. además se había acordado, añadía el apoderado, que si en alguna ocasión, debido a “la escasez o por abundamiento de aguas, o por cualquiera otro motivo”, no pudieran entrar, simplemente de-bían pedir permiso en el rancho para que se les diera la correspondiente providencia. a continuación condujo sus argumentos hacia cómo los indios entraban a los pastos y a la laguna por zanjas privadas haciendo destrozo y medio, y no ya sobre el corte del zacate. así la discusión se derivó en qué eran charcos, la-gunas y acequias públicas para cada una de las partes. los del rancho alegaban que en la mil veces citada orden del virrey albuquerque efectivamente se concedía la caza y la pesca en los lugares públicos, pero los indios, “abusan-do de los términos de este mandamiento, e in-terpretándolo, como quieren, le dan nombre de lagunas a todos los lugares en que se halla que coger, como lo han hecho en las tierras y ciénagas de pacheco”.90

resulta sorpresivo lo antagónico de los ar-gumentos, al exponer los indígenas que las tie-rras del rancho ni siquiera tenían entrada a la laguna. los naturales calificaron de pretextos e imputaciones los daños de los que en todas ocasiones y tiempos los había acusado don Jo-seph pacheco. en su versión la ciénaga, potre-ros y zanjas de tal rancho ni siquiera tenían co-municación a la laguna, de manera que les es imposible a los indios el ir a ella a cazar patos por las tierras de pacheco. así demostraban la inverosimilitud de los perjuicios imputados, regresando el centro del pleito hacia el uso de

90 Idem.

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los pastos comunes del rancho que colindaban con las aguas del lago.91

la disputa nos lleva a pensar que la corrup-ción y abuso de los cargos, el pleito por los pastos comunes y el uso de las propiedades pú-blicas iban de la mano. todo parece mostrar un juego permanente de fuerzas, en el que no resultó evidente que los funcionarios locales allegados a los propietarios tuviesen mayor fuerza que las instancias que apoyaron a los indígenas. hasta el momento en que el procu-rador de pobres ordenó sacar de la cárcel de santiago a los pescadores, el tono del pleito fue siempre dirigido hacia el uso de los pastos y la violación de lo permisible.

las insistentes acusaciones de que los indí-genas abrían maliciosamente los portillos de las acequias e inundaban las zanjas privadas provocando la pérdida de los pastos, aparecen en los documentos ligadas a la frase de que “los dichos pastos es el provecho, de que gozan los dueños de dichas tierras”. un argumento que para los oídos de los del rancho resultó el colmo del abuso, fue que los indios pagaran los tributos con lo obtenido de la venta de los pastos. los indígenas, expresaba el apoderado, pretenden pagar “sus necesidades, y el grava-men del real tributo y obvenciones de su parro-quia” con “los bienes propios de mi presente”. para el apoderado las cosas estaban muy claras: si los pastos que cortaban los indios estaban en la propiedad de don Joseph pacheco y si con ellos obtenían el dinero para pagar los tribu-tos, luego entonces el que terminaba pagando esos montos era el propietario del rancho.

pero el fallo fue a favor de los indios. don Joseph pacheco recurrió al encarcelamiento, al enfrentamiento de sus caporales con los in-dígenas, a los reclamos y quejas ante el juzga-do, al recurso de un apoderado y nada le ha-bía resultado. esos pastos fueron la causa del pleito; la punta del iceberg de un orden social que declinaba al ritmo que la mayor demanda de carne para la ciudad expandía las ansias de

91 Ibidem, f. 45-50.

acumulación y ganancia o que el sentido de posesión privada enardecía las promesas de encumbrarse en la red que auguraba progreso a los nuevos ciudadanos y que, paradójicamen-te, afinó, antes de que fueran asfixiadas, a las instancias que a lo largo del virreinato se ha-bían encargado de la defensa de los indios.

Más allá de la violencia física que, tal como lo señala eric van Young, parece haber sido muy frecuente en las disputas sobre la tierra a finales del periodo virreinal, tanto entre indios y españoles como entre terratenientes españoles y comunidades indígenas; de que la agresión física fuera “mera defensa extrajudi-cial de los intereses de la propiedad cuando habían fallado las súplicas y otros medios”,

92 el

desenlace del pleito nos lleva a considerar ade-más otro recurso, aún vigente años antes de la independencia, que era la difamación.

una vez puestos los pescadores fuera de cárcel, don Joseph, enfurecido, apeló a un se-gundo apoderado quien, como veremos, echó mano de recursos distintos a los de Chirlín. antonio Joseph Vidaburu93 fue nombrado a finales de 1771 con la orden de cortar de raíz los males, por lo que dejó de lado las incrimi-naciones contra los indígenas por estropicios, dando un giro de 180o al proceso; así, su frente argumentativo se dirigió a señalar la falta de respeto que los indios de los barrios tuvieron sobre la persona de don Joseph pacheco.

el enojo del propietario por no haber po-dido expulsar a los indígenas de los pastos lo llevó de argumento en argumento, sólo que ahora el ámbito al que su defensor recurrió era claramente moral, una cuestión de reputa-ción. Y aunque fue el último recurso, eso no significa que el honor hubiera perdido su sen-tido. aún años antes de la independencia, la

92 Cfr. eric Van Young, La ciudad y el campo en el México del siglo xviii. La economía rural de la región de Guadalajara, 1675-1820, 1981, p. 330.

93 “poder para pleitos que otorgó el Br. don Christoval pacheco, presbítero de este arzobispado a don antonio Joseph de Vidaburu, procurador del número de esta real audiencia”, México, 1771, en agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1765, f. 69v-72.

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expresión “de pública fama y voz”, empleada una y otra vez en los documentos, era utilizada como vía para divulgar, difamar y deshonrar.

por consiguiente, el nuevo apoderado se valió de esa estrategia. acusó a los indios de atentar públicamente en contra de la persona de don Joseph pacheco. su intención era encar-celarlos nuevamente, por lo que solicitaba que fueran “restituidos a la prisión en que se halla-ban pedro desa, pasqual de los reyes, y euge-nio gregorio, y de condenarlos[...]por sus hur-tos, y difamaciones, con que vulneran el honor de mi presente”.94 Convencido de que acusan-do a los indígenas de difamación lograría rever-tir el pleito a su favor, el apoderado subrayó la escandalosa injuria pública a la que había sido expuesto el dueño del rancho de pacheco. ¿de dónde provenía el peso de tales argumentos?

a la idea anterior, Vidaburu añadía que si antes los llevaran a prisión fue por tumultua-rios y porque los indios se amotinaron. el cen-tro de atención inicial, el uso de los pastos, para 1771 se había desplazado hacia la difama-ción, la injuria, el amotinamiento y el tumulto; muestra máxima, en la época, de que la nor-matividad se había violado. así, aun a finales del virreinato, valores como el honor, el pres-tigio y la reputación constituían a la persona; valores pertenecientes a una sociedad tradi-cional, corporativa, en que el honor era parte del equilibrio social. además, el que hubiese “prueba de la sublevación”, luego de los orde-namientos replanteados a raíz de la rebelión de 1769, bastaba para que fuesen directo a la cárcel. así, Vidaburu narraba que los compa-ñeros de hernández se habían juntado “para ir a el rancho en donde vive el caporal: y este modo de ir todos en un conjunto, y de camada contra el caporal, es conocida azonada”.95

por su parte, los indios pescadores expresa-ban que se habían defendido del caporal y de los hombres que les habían quitado su fusil y sus patos; sin embargo, el apoderado reiteraba

94 Ibidem, f. 72.95 Ibidem, f. 73.

que el deshonor y el tumulto –ir todos en un conjunto y de camada en forma de azonada— eran más que suficientes para demostrar la cul-pa. las acusaciones de Vidaburu arremetían en el deshonor causado a la persona de don Jose-ph pacheco, pues lo habían acusado de echarles el caballo encima” y de que “les tiró un cuar-tazo, porque venía tomado, y no en su juicio”. desde la perspectiva del apoderado esa era una irreverencia mayor, una injuria que de manera notoria y pública emitía un indio y plebeyo en contra del dueño del rancho: a “una persona de calidad y de carácter tan venerado”.96

la secuencia argumental de Vidaburu re-sulta sorprendente a nuestros ojos. el apode-rado pidió al juez castigar en público al pes-cador e “imponerle la pena de que se retracte, saliendo a la vergüenza por las calles públicas, y acostumbradas, con una mordaza, y con voz de pregonero se publique su delito”.97

la venganza en contra de desa estaba pla-neada. aplicarle un castigo que si bien a un lector del siglo xxi resulta extravagante, era una de las humillaciones sociales más laceran-tes del antiguo régimen. se trataba de vengar la deshonra escarmentando el deshonor: salir a la calle amordazado y “a la vergüenza”, es decir, desnudo. después de este castigo, ¿cuál sería el siguiente grado de pena? Muy proba-blemente el apoderado hubiese solicitado que el pescador fuese llevado al cadalso, sin em-bargo, la real audiencia no estuvo de acuer-do: al fiscal no le pareció oportuna la solicitud de que los indios sean reducidos a la prisión, pues no han dado nuevo motivo.98

así, una disputa iniciada por el zacate re-vela cómo años antes de la independencia predominaban, al menos en el entorno de los barrios, sociabilidades de antiguo régimen. por una parte el poder de funcionarios locales y hombres de “carácter venerado” que, acre-ditados por ser personas de calidad ejercían

96 Ibidem, f. 72.97 Ibidem, f. 74.98 Ibidem, f. 76v.

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ilícitamente el mando en un entorno reducido sostenidos como representantes de un poder supremo del que gozaban arbitrariamente; por el otro los vínculos tradicionales entre los vecinos pasaban por la vigilancia de los actos del otro; una alerta mutua que conformaba parte del equilibrio social por medio de una mirada pública, capaz de condenar o aprobar los actos singulares y colectivos.

Bienes al sur de la aCeQuia del resguardo

a diferencia de los barrios referidos hasta aho-ra, los ubicados al sur de la acequia del res-guardo sí poseían tierras. se trataba de potre-ros o ciénegas colectivos que los indios poseían en calidad de bienes de comunidad99 y que cada cuatro o cinco años anunciaban, por me-dio de pregón público, para su arrendamien-to. largos tratos se hacían antes de cerrar la transacción sobre aquellas extensiones —desde los parámetros de medida de la época— bien delimitadas, como el sostenido entre los indios de santa ana Zacatlamaco y don nicolás de Castro, vecino de la ciudad, a quien se le arren-dó “un potrero que pertenece al dicho nuestro pueblo en cantidad de 500 y tantos pesos”.100

tierras como las de Zacatlamaco podían rentarse por cinco años en un precio de “cien-to diez por cada un año”. sin embargo, vere-mos que las cuentas no siempre eran claras; ya fuese porque los arrendadores no pagaban, porque los conflictos por los linderos entre barrios generaban malentendidos que suspen-

99 Muy probablemente los bienes comunales que po-seían los barrios del sur del resguardo no fueron cuestio-nados por la superintendencia del beneficio y composición de tierras en indias” creada en 1692, en tanto unos años antes, albuquerque les había cedido claramente el dere-cho a usarlos. para 1746, en una afinada política por parte de los Borbones, se exigió que todas las tierras de indios fueran delimitadas, medidas y tuviesen títulos, pues de los contrario podrían considerarse baldíos a disposición de la Corona. Cfr. Mariano peset y Margarita Menegus, op. cit., pp. 587-589.

100 agn, tierras, vol. 1220, exp. 1, f. 33, 1772-1797.

dían la posibilidad de los cobros, o bien, por arriendos clandestinos que algunos vecinos practicaban ilegalmente, pero las quejas sobre falta de fondos eran continuas.

Cuando algún arrendatario no pagaba, en-tonces los de los barrios se dirigían al juzgado de indios a manifestarse. daban razones para explicar el apremio, como justificando su re-querimiento de usar el efectivo: “porque ne-cesitamos urgentemente de dinero para vestir, y adornar la sagrada imagen titular del dicho nuestro pueblo, y para reemplazar los tributos, que a su magestad, que dios guarde le estamos debiendo del tiempo de tres años [...]”101

aunque ataviar a la patrona del barrio y pagar los tributos adeudados eran razones de peso, eso no parece haber acelerado los pagos. el retardo se explicaba por diversas razones; el arrendatario de la Magdalena Mixiuca atri-buía su tardanza de pago a que los del barrio vecino de ixtacalco, no le permitían entrar a las tierras de la Magdalena que él tenía en arriendo. luego de un lapso, los lectores nos enteramos de que el fondo del conflicto se de-bía a que hasta entonces había sido usual que ambos potreros, el de la Mixiuca y el de Zaca-tlamaco, se rentaran juntos a un mismo pos-tor, por lo que cuando en 1776 don francisco lópez aceptó arrendar solamente la Mixiuca, se suscitó un brete. Con esto llegamos nueva-mente a un problema sobre los límites y las formas de apropiación de los bienes.

luego de visitar el sitio, el defensor del se-ñor francisco decidió que el paraje más a pro-pósito para entrar ahí, era el potrero o ciénega de ixtacalco. esa vía, que era el rumbo más directo para llegar a la Mixiuca, había sido empleada desde tiempos pasados, por quienes la tuvieron arrendada.102 la primera solución que el juzgado proponía era que el arrendata-rio tomara “en sí por el mismo arrendamiento [...] el potrero de la Mixiuca y el de santa anna Zacatlamaco bajo las pensiones en que ambos

101 Idem.102 agn, tierras, vol. 1220, exp. 1, f. 40v, 1772-1797.

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están rematados”; idea que don francisco ló-pez rechazó. desde su punto de vista, no se le podía obligar a rentarlo aunque los anteriores arrendatarios de santa anna lo hubiesen con-sentido; él no lo podía consentir, por el sim-ple hecho de que no lo necesitaba.103 luego de una espera sin respuesta, los de ixtacalco y francisco lópez acordaron que el arrendata-rio podría acceder por sus tierras para llegar al potrero de santa anna.

acuerdos de esa naturaleza, comunes en los documentos, fueron recurrentes. pero la cuestión raras veces se detenía ahí, y cuantas más declaraciones se sumaban, la historia se complicaba más. el relator del Juzgado de na-turales explicó que el potrero rentado por los de santa ana en realidad pertenecía a ixtacal-co. Volvemos así a esa intersección territorial de los tres barrios, la cruz de atlapaco, que referimos en el segundo capítulo. luego de su visita al sitio, el alcalde encontró que “desde el año pasado de 1717” se había declarado que esas tierras estarían en posesión del pueblo de santa anna, pero reservándole su derecho so-bre la propiedad al pueblo de ixtacalco.104

las extensiones deslindadas, amojonadas y declaradas como propias por el pueblo de ixta-calco, incluían entonces a la ciénega o potrero de santa anna. pero la cosa tampoco se dete-nía aquí. Más allá de que la posesión estuviese en manos de santa anna, esas tierras tenían en común un aspecto: todas fueron detenta-das por el abastecedor de carnes y la familia pacheco; don Joseph pretendía ser propietario de una parte de las tierras de santa anna, só-lo que ahora las cosas parecían resultarle más complicadas en tanto la situación sobre aque-llas posesiones parece haber sido más clara que la de los zacates disputados en los barrios al norte de la acequia del resguardo.

aquí el nudo del conflicto se ataba con las tres partes que pretendían las tierras: los in-dios; don francisco de Cosío Velarde, abas-

103 Ibidem, f. 41, 1772-1797.104 agn, tierras, vol. 1220, exp. 1, f. 42, 1772-1797.

tecedor de carnes y, nuevamente, los dueños del rancho de pacheco. un implícito de aquel conflicto era la rivalidad por las tierras de los barrios al sur del resguardo del abastecedor de carnes y los dueños del rancho de pacheco. así se explica que de Cosío acusara al rancho de que si “se considera despojado, o confun-dida la mojonera que divide sus tierras con las de Mixiuca, debe seguir el juicio con los indios”.105 el peso de los barrios era aquí de-terminante para decidir la situación sobre la posesión de aquellas tierras.

francisco de Cosío Velarde se lavaba las ma-nos justificando que su función se restringía a la de ser arrendatario de las tierras, de modo que la familia pacheco debía negociar con los indios, y si éstos perdían, entonces podría ha-cer que “le rebajaran del arrendamiento lo res-pectivo al pedazo que se le quitare[...]”106 don Joseph pacheco se quejaba de que los indios se habían excedido “queriendo despojar a mi parte de las tierras que le tocan en posesión y propiedad”; asimismo, acusaba que esas tie-rras habían sido nominadas como realengas en el auto definitivo del 17 de julio de 1743 en que el dominio había quedado “ejecutoria-do”. desde el punto de vista de don Joseph, de aquellas tierras sólo correspondían 600 varas para los indios de ixtacalco y otras tantas para los de santa María Mixiuca.107

las cosas tampoco eran fáciles para los del rancho de pacheco al sur de la acequia del resguardo. al peso de los barrios se su-maba la figura de francisco de Cosío Velarde, también abastecedor de carnes de la capital, de quien queda la impresión de haber tenido mayor facilidad para negociar con los vecinos de los barrios. en el juicio, la familia de don Joseph pacheco se quejaba de que el abaste-cedor de carnes “habla y se entiende con los indios de Mixiuca” en tanto “son los dueños de las tierras” y no él, quien sólo era un mero

105 agn, tierras, vol. 1220, exp. 1, f.21v., 1792.106 Idem.107 agn, tierras, vol. 1220, exp. 1, f. 18v., 1772-1797.

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arrendatario, y no tiene más que el uso de las tierras”.108

el dueño del rancho de pacheco denunció a los indios de la Magdalena por arrendar las tierras de su pertenencia al abastecedor de carnes, francisco de Cosío Velarde. por ello el documento de tal disputa se tituló “autos promovidos contra los indios de santa María Magdalena Mixiuca sobre el arrendamiento de sus ciénegas al abastecedor de esta ciudad”.109

en defensa del pueblo de santa anna Zaca-tlamaco, el apoderado de las parcialidades, don Manuel lucio Basail, expresó que su par-te había estado en posesión del potrero desde el año de 1776. esa posesión correspondía a 600 varas que los indios tenían referidas en un mapa, tal como señalaron ante el juzgado ge-neral de naturales:

todos oficiales de república del pueblo de santa María Magdalena Mixiuca[...]exhiben un libro de a folio y títulos de sus tierras, forrado en perga-mino amarillo con fojas 44 y un mapa chico cosi-do en el mismo libro: y otro mapa grande de per-gamino de una vara y ocho dedos de largo, y tres cuartos y un dedo de ancho que anda suelto, por lo que suplican se les rubrique por el presente escribano las hojas de los títulos presentados.110

el mapa lo había formado el agrimensor Yniesta, sin embargo, resultó que los planos mostrados no correspondían a las medidas he-chas por el agrimensor, lo que a los ojos de Basail no era importante, en tanto se trataba de un juicio “summarísimo de posesión” que, para su resolución, “no se instruye con pape-les, ni con mapas”, pues “consiste en el rudo hecho de poseer sea mal, o bien”.111

por lo tanto, se dio la siguiente resolución:

los naturales de santa anna Zacatlamaco deben continuar en la posesión de todas las tierras que han reconocido por suyas y han arrendado a va-

108 agn, tierras, vol. 1220, exp. 1, f. 21., 1792.109 agn, tierras, vol. 1220, exp. 1, f. 25., 1793.110 agn, tierras, vol. 1220, exp. 1, f. 36v., 1794.111 agn, tierras, vol. 1220, exp. 1, f. 40., 1795.

rios individuos, notificándose a los dependientes del bachiller Castillo, y a este ruego y encargo no perturben ni inquieten en ellas.112

Más claro ni el agua. Ya en arriendos pasa-dos, los indios habían delimitado sus posesio-nes, a sabiendas de que deslindarse con los co-lindantes, poner mojoneras o abrir zanjas era de mucha conveniencia y utilidad para ellos porque “deslindado el potrero[...]se redimía el pueblo de pleitos y quedaban para siempre sus pertenencias en claro”.113

además de hacer tratos de Joseph pacheco y del abastecedor de carnes, los indios de los barrios debían defenderse del antiguo alcalde de la parcialidad de san Juan, andrés escalo-na, quien a su vez había subarrendado parte de las tierras a un hombre que poseía ganado, lla-mado Joaquín santillán. en un principio se las arrendó para que pastasen sus ganados pagan-do de pensión 400 anuales, sin embargo, nunca le advirtió la cantidad de animales que proyec-taba introducir a los pastos. tal subarriendo ha-bía gravado enormemente a escalona porque al introducir tanto ganado el suyo no alcanzaban a comer; además, añadía escalona, santillán se volvió dueño de todo el rancho e “impide la siembra de maíz y demás semillas porque des-pués de hecho el gasto apenas fecundizan éstas cuando acuden sus ganados a destrozarlas”.114

Cuando el juzgado analizó el caso, señaló parte de los gastos que el alcalde pasado de la parcialidad, escalona, había invertido en una acequia que le costó más de 1 000 pesos pa-ra conducir el tezontle, mismas que por culpa de los vaqueros de santillán se había azolvado por el cruce del ganado. además, añadía el alcalde, los mismos vaqueros, “en tiempo de caza de patos se llevan todo el que quieren a más de el mucho que espantan”.115

las quejas de escalona provenían de la bo-ca de un experto conocedor en los problemas

112 Idem.113 agn, tierras, vol. 1220, exp. 1, f. 28v., 1793.114 agn, tierras, vol. 1206, exp. 3, 1791.115 Idem.

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de los indios de los barrios. del exceso de ga-nado, del robo de patos y las acequias azolva-das pasó entonces a los daños causados por el subarrendador en las tierras de laborío y beneficio de tequesquite. a sus quejas añadió que la promesa de santillán había sido pagar la renta “por tercios adelantados”, la cual no había cubierto. es decir, el antiguo alcalde de la parcialidad arrendó una parte a los indios y él a su vez subarrendó a santillán; lo curioso es que las quejas de escalona tenían el mismo tenor que las empleadas por los indios de los barrios, por el simple hecho de que él, indio cacique, era originario de uno de ellos.

santillán se defendía explicando que sólo una vez, por accidente, el ganado había en-trado a los sembradíos. sus 300 cabezas entre grandes y chicas permanecían generalmente encerradas en el corral, pero esa vez “rompie-ron las trancas y se comieron la cebada que estaba sembrada que sería, según regulación de peritos, como fanega y media de sembra-dura”.116 respecto a lo de las acequias azolva-das, santillán se decía inocente y acusaba al alcalde pasado de la parcialidad que día a día a día están traficaba con el tezontle que lleva-ba y traía en las canoas. desde su punto de vista era manifiesto el riesgo de la florecien-te sementera de escalona, la que “con un día que se introdujeran los ganados la arruinarían malográndose la felicidad de el año”. las ace-quias se asolvaban por “la contrata hecha del tezontle que se conducía a la calzada de la Vi-ga”, y no por sus animales. así escalona fue acusado de los negocios turbios con los que ministraba obras públicas y otras urgentes de igual naturaleza.117

así, años antes de la independencia, en los barrios del sur de la acequia del resguardo, varios frentes concurrían en sus tierras: desde los arrendatarios elegidos por pregón, hasta los que a su vez subarrendaban, pasando por quienes hacían arriendos clandestinos. en es-

116 Idem.117 Idem.

te último giro participaron los del barrio de san francisco tultengo: “al común de dicho barrio pertenece un potrero que hace nueve años tienen arrendado extrajudicialmente”.118 las condiciones del “corto potrero” que arren-daban los de tultengo se dieron a conocer lue-go de que se hizo subasta pública para arren-darlo nuevamente. don felipe Villar postuló nuevamente, aun cuando previamente tuvo el contrato clandestino. para poder nuevamente usufructuarlo, se le exigió antes “desembara-zar” el potrero, tener limpias y desazolvadas las zanjas que comprende y lo circundan, en beneficio de los naturales.119

el descontento de que el potrero había sido arrendado sin el consentimiento del común, llevó al juzgado el caso. dos indios, Juan de la Cruz y eligio alvarado, “se tomaron el nom-bre de todos” e hicieron un trato “extrajudi-cialmente” con don felipe Villar, de quien incluso habían recibido por “adelantado la renta de tres años sobre los nueve corridos”. la respuesta fue que “el arrendamiento ha si-do nulo, como clandestino y hecho por unos indios que no tienen facultad de disponer de las cosas de comunidad”, tanto como su enojo de que “en lo sucesivo no se metan a disponer de los bienes de comunidad”.120 si la segunda mitad del siglo xviii revela una efervescencia de las áreas comunes por participar del in-terés por el cercamiento de las tierras a que dio cabida la incipiente desamortización de la propiedad comunal propuesta por los bor-bones,121 el caso anterior resalta la manera en que algunos vecinos, aun en la primera déca-da del siglo xix, expresaban el sentido de pose-sión sobre los bienes comunales. la tendencia a cercar, vender e individualizar coexistía con una racionalidad tradicional y un sentido de posesión todavía abstraído del derrumbe que amenazaba al antiguo orden corporativo.

118 agn, tierras, vol. 1408, exp. 8, 1810.119 Idem.120 Idem.121 Cfr. Margarita Menegus y Mario Cerruti (eds.), La

desamortización civil en México y España (1750-1920), 1990.

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prácticas cuLturaLes en eL juzgado:

Letrados y oraLidad

introduCCión

los tratos en el Juzgado de indios revelan el peso que la memoria, los símbolos y la comu-nicación cara a cara tenían aun años después de la independencia. Más que percatarnos de que una gran mayoría de los documentos que los historiadores consultamos provienen del ámbito judicial, quisiera advertir en esos ma-nuscritos la coexistencia de dos racionalidades en un mismo lugar y tiempo: por una parte actuaban los letrados —jueces y escribanos—, y por la otra los indígenas que declaraban no saber leer ni escribir.1

Veremos que la referida oposición de dos mundos se mostró en las transacciones sobre

1 sobre el analfabetismo entre los indígenas y su apren-dizaje del idioma castellano tan solo en relación con los catecismos o pasajes bíblicos: cfr. pilar gonzalbo aizpuru, Historia de la educación en la época colonial. El mundo indíge-na, 1990. también dorothy tanck de estrada, Pueblos de Indios y educación en el México colonial, 1750-1821, 1999. Mí-lada Bazant también apunta al alto índice de analfabetismo indígena para 1910: “pronto se hizo obvio que el progre-so de México tendría que basarse en su propia población. a partir de ese momento aumentó el interés por educar al indio, como único medio de integrarlo a la sociedad. esta conciencia vino quizá demasiado tarde, cuando la abrumadora mayoría (84% en 1900) no sabía leer ni escri-bir.” además para 1895 señala que solamente 43.72% de los hombres y 32.35% de las mujeres sabían leer y escribir. Mientras que 3.92% de los hombres y 5.47% de las mujeres sabían solamente leer. Cfr. Mílada Bazant, Historia de la edu-cación durante el porfiriato, 2000, pp. 16 y 95.

propiedad, incluso años después de la inde-pendencia. la presencia que la oralidad, la memoria, el rumor o la reputación tenían se sostenía “antes en el conocimiento común y en el consenso de la comunidad”, que en los impresos.2 Mientras que los referentes cultura-les de los letrados provenían de una tradición académica impresa y erudita, las declaracio-nes orales de los indios echaban mano de los recursos de una sociedad prealfabetizada que empleaba los recuerdos inmediatos, la orali-dad o la autoridad de los viejos para respaldar su normatividad. Y aunque los indígenas no supieran leer o escribir, participaban de una cultura oral secundaria en tanto estaban fa-miliarizados con los manuscritos e impresos. los casos legales nos remitirán a dos formas comunicativas, una oral y otra escrita; expon-dremos los referentes desde los que cada una representaba a su mundo.

¿propiedad sin esCrituras?

Cuando Claudio Marioni3 declaró ante el Juz-

2 Cfr. James lockhart, Los nahuas después de la Conquista, 1999, pp. 236, 238.

3 Claudio Marioni, registrado como dentista y fabrican-te de loza, fue uno de los dos extranjeros registrados hacia los barrios del sureste en el censo de 1790. fue referido como napolitano: “el rey se ha servido conceder licencia

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gado de indios que había sido propietario du-rante 26 años de una casa en el barrio de la Candelaria, y que su decisión de construir la barda fue porque su vecina, una mujer nom-brada Cayetana le robaba los animales que criaba, el escribano no escuchaba ninguna novedad. Casos como éstos abundan en los legajos del archivo; las palabras de Marioni participaban del auge dieciochesco por pleitos de propiedad. los manuscritos que refieren al fraccionamiento de posesiones se produjeron, tal como nos lo permite saber la historiografía actual, en un contexto de crecimiento demo-gráfico, de demanda de tierras y de centraliza-ción de recursos y poder político.4

el porqué de esos pleitos se debe a que la participación de los vecinos ante el juzgado revela un entorno ajeno al de la racionalidad cientificista ilustrada. Cayetana y sus herma-nos, al igual que otros indígenas, habían here-dado de su padre una porción de tierra y, a su vez, ellos mismos la habían vuelto a fraccionar, tal como lo hizo Cayetana al ceder una porción de su tierra a Claudio Marioni. en esos regis-tros se ventilan vínculos sociales de antiguo régimen tales como el nexo entre parentesco, oficio y vecindad; la aceptación de los vecinos y la exclusión de los fuereños; la normatividad regida por el prestigio y el honor o el acto de poseer sin tener escrituras. la posesión, como veremos, se respaldaba en referentes ajenos a los de la comunicación escrita; se sostenía

a Claudio Joseph Marioni, natural del reyno de nápoles para que pueda pasar a esta ciudad de México y mantener-se en ella el tiempo que V.e. le permitiere, habiéndose de embarcar en Cádiz en mayo, que vaya con los despachos necesarios a Veracruz, llevar sólo la ropa precisa de su uso, y presentarse a V.e. luego que llegare. lo que de orden de s.M. participo a V.e. para su inteligencia, a fin de que cuando a V.e. parezca le haga volver en derechura a estos reynos. don lorenzo el real, 18 de mayo de 1750”. agn, Reales Cédulas, 1750, vol. 70, exp. 99.

4 Cfr. leticia reyna aomaya et. al., “Modernización y rebelión rural en el siglo xix”, La participación del Estado en la vida económica y social mexicana, 1767-1910”, 1993, pp. 315-374; enrique florescano, Origen y desarrollo de los problemas agrarios de México, 1976; eduardo arcida, El siglo ilustrado en América. Reformas económicas del siglo xviii en Nueva España, 1955.

en el conocimiento que la colectividad tenía sobre quienes detentaban ser propietarios de algún solar en el barrio.

en los documentos posteriores a la inde-pendencia aún se distinguían a los vecinos del barrio de los advenedizos. así lo dejó ver un anciano del barrio de san Ciprián al declarar que “vendemos a [...] por nuestro gusto y vo-luntad por estar sirviendo al rey nuestro y le damos la posesión por ser hijo del barrio y no advenedizo”.5 los nacidos en el barrio eran reconocidos en tanto fueran capaces de repro-ducir la memoria colectiva y de continuar con la normatividad tejida y heredada a través de la experiencia inmediata. la historia barrial se construía en el hacer diario; los sucesos me-morables se construían desde los parámetros de una colectividad prealfabetizada que exigía de la repetición de los eventos que considera-ba relevantes, para constituir su saber.6 la me-moria se reconfirmaba una y otra vez cuando se repetía entre los vecinos del barrio; por ello los fuereños o advenedizos eran vistos como desequilibrio de la colectividad. Éstos no par-ticipaban del conocimiento del entorno, de los referentes de quienes sí habían crecido en la localidad. esto explica por qué durante la se-gunda mitad del siglo xviii la mayoría de las posesiones en los barrios se transfirió a fami-liares y conocidos. el caso de Marioni era una excepción (cuadro 1).7

5 Cfr. agn, tierras, vol.1404, exp. 17, 1785-1809.6 en el mismo orden de ideas María teresa Jarquín

señala lo mismo al referirse al Códice techialoyan: “los datos que contienen estos códices coloniales[...]en su ma-yoría se trata de información oral proporcionada por las autoridades de las comunidades y los ancianos[...]en algu-nos pueblos se necesitaba el consenso de todos los habitan-tes para decidir el contenido, la forma y los hechos que se debían destacar, en vista de que eran obras de conjunto y de comunidad”, Cfr. María teresa Jarquín, “el Códice te-chialoyan garcía granados y las congregaciones en el alti-plano Central de México”, en Xavier noquez y stephanie Wood (coords.), De Tlacuilos [...]op. cit., y escribanos, 1998, p. 50.

7 el caso de Claudio Marioni es singular si recordamos que en los barrios al oriente de la acequia real eran con-tados los extranjeros: de la población censada que declara su origen en el padrón de 1794, sólo 4.97% era “migración

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cuadro 1traspaso de tierras entre VeCinos Y faMiliares

(Barrios al norte del resguardo)Fecha Lugar Nombre del dueño Nombre del comprador Vínculo

1738 ometochtitlán felis ponce gregorio Montiel Vecino1781 Candelaria Cayetana Xuarez Claudio Marioni italiano1781 Candelaria guillermo Xuarez Claudio Marioni italiano1812 Coconepa damiana Córdoba pedro gutiérrez Vecino1763 san gerónimo pascuala espíritu Josefa Cornelia hijastra1750 Candelaria salvador Juárez María Juárez Vecino1767 san gerónimo alberta antonia dolores Beltrana Vecino1767 Coconepa francisco Miguel tomás felis Vecino1777 san Ciprián felipe alfaro domingo udarria español1795 san Ciprián Victoriana gómez Baltazar noguera Vecino1772 Candelaria felipa de la Cruz alfonso feliciano Vecino1796 san Ciprián agustín flores Jacinto pérez Vecino1789 san sebastián salvador Caro Bartolomé Barrera Vecino1800 Candelaria antonia Josefa (no pueden vender)1819 Candelaria María Bruna torres fernanda regalado Vecino1787 Candelaria Vicenta pascuala María patricia pariente1816 Candelaria Clara hipólita Velasco María de las nieves Vecino1791 Candelaria Victoriana Concepción teresa Calixta Vecino1806 san Ciprián fernanda regalado Manuela de la Cruz pariente1813 Candelaria María Josefa herrera Jacinto Martínez familiar1814 Candelaria pedro pichardo José Morales Vecino

así los documentos judiciales se desdoblan y hablan de una racionalidad oral que coha-bitaba con vínculos locales —ya fuesen adqui-ridos o heredados—8 de antiguo régimen. al llegar al juzgado, los casos por disputas de propiedades nos muestran a una gran mayoría de vecinos sin escrituras. el aumento de dis-putas por cercar, calcular áreas o poseer títu-los de las tierras, coincidieron con el declive del orden virreinal. la política de regular las posesiones de tierras abrió las puertas a una “desamortización preliminar”, en tanto debili-tó —durante la segunda mitad del siglo xviii—, la protección de los bienes comunales en los barrios. paradójicamente, al mismo tiempo, fortaleció el apego de los indígenas hacia sus

externa” y de éstos la mayoría se distribuían al “poniente y al norte de la plaza Mayor y sólo algunos al oriente. Cfr. delia salazar anaya (coord.), Imágenes de los inmigrantes en la ciudad de México 1753-1910, 2002, p. 54.

8 Cfr. françois Xavier-guerra, Del Antiguo Régimen... op. cit.

antiguos fueros.9 pero esto resalta mucho más, como veremos después, en los manuscritos referentes a los barrios ubicados al sur de la acequia del resguardo.

las tierras del padre de Cayetana no eran comunales. sin embargo, al momento de ven-derlas, los jueces y alcaldes vigilaban que no fuera una actividad prohibida. se mandaba realizar una vista de ojos a fin de verificar si efectivamente no eran de las que la Corona ha-bía donado a los barrios a fin de que pudiesen mantenerse y cumplir con sus obligaciones tributarias. pero fueran o no comunitarias, los indios debían probar, con títulos que no tenían, que sus tierras les pertenecían.

9 una exposición puntual sobre los intentos reales de regular las tierras puede verse en Cristina torales, “a note on the Composiciones de tierra in the Jurisdiction of Cho-lula, puebla (1591-1757)”, en arij ouweneel y simon Miller (eds.), The indian community of colonial Mexico. Fiffteen Essays on Land Tenure, Corporate Organizations, Ideology and Village Politics, núm. 58, 1990, pp. 87-101.

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al momento de declarar, Cayetana y Mario-ni evidencian el peso que la oralidad aún tenía en aquella sociedad. las justificaciones del na-politano de que quería levantar la barda debido a que le robaban sus gallinas, contenía, implíci-tamente, la idea de que tal separación le daría privacidad y delimitaría su pertenencia. Claudio Marioni valoraba y participaba de aquella ten-dencia individualizadora fortalecida durante la segunda mitad del siglo xviii10 que difundía que la venta de las tierras fueran respaldadas en un documento, es decir, en una escritura. el pleito entre ellos fue causado por unas cuantas varas de tierra que no estaban definidas, por lo que ella entabló el juicio en contra de su vecino por aquel pedazo. la disputa, según palabras del escribano, se originó porque Claudio Marioni puso una cerca de carrizo sobre una parte de su terreno en donde había unos cimientos viejos que pertenecían a su propiedad, pero que para Cayetana Xuarez nunca habían sido incluídos en la venta hecha años antes.

durante la disputa, las dimensiones origi-nales del solar se habían ya fraccionado entre los hijos, o vendidas a parientes y conocidos, uno de los cuales era Claudio Marioni, ese fuereño de quien queda la impresión de ha-ber sido uno de los pioneros en la especula-ción —si así se le puede llamar en la época—, de bienes raíces. para el momento del pleito, Claudio Marioni había vivido más de un cuar-to de siglo en ese lugar ¿Cómo había sido la convivencia entre los vecinos antes de la riña? ¿Qué sucedió a lo largo de esos 26 años? aquí los documentos evidencian sociabilidades aje-nas a las del mundo moderno. el pleito entre la cacique y ese napolitano está cargado de tonos de reputación y honra. el honor, como veremos más adelante, era un mérito asociado al prestigio guardado ante la mirada colectiva. así las transacciones de tierras nos conducen a ciertos valores sociales tradicionales que re-gían en aquella comunidad.

10 Margarita Menegus y Mario Ceruti (eds.), “la des-amortización […]”, op. cit.

uno de esos rasgos, la exigencia de los jueces de solicitar documentos escritos que avalaran la propiedad en discordia, apunta a que el derecho de posesión particular y los títulos impresos tomaban auge. los jueces y escribanos defendían las acreditaciones res-paldadas en la escritura, por lo que acusaban la falta de solemnidad, entre las posesiones in-dígenas. sin escritos, “en los tiempos futuros y con su transcurso” se suscitarían “algunos inconvenientes[...]como acontece entre los na-turales pretendiendo derecho a los bienes que fueron de sus antecesores”.11

en otro vértice estaban los traspasos susten-dados en la palabra y en la fe que se depositaba en el comprador que pagaría sin la exigencia de documentos rubricados. Más adelante vol-veremos a esto; por ahora, quisiera adelantar que la necesidad que actores dieciochescos, como Marioni, demostraron por circunscribir “con exactitud” los límites de sus propiedades, contrasta con la descripción a que referían los testimonios indígenas en los barrios ubicados al sur del resguardo. si el significado y uso de la propiedad se desplazó hasta convertirse en “privativa a”, es una tendencia insinuada también en el uso de las escrituras. en 1737 la palabra “propiedad” y “privado” tenían una connotación específica, la cual tenemos que ubicar perfectamente en este estudio.

dominio de alguna cosa, considerado separada-mente y como desnudo de la utilidad que disfru-ta por algún tiempo otra persona, distinta del señor propio: como el usufructuario [privado era] lo que se ejecuta a vista de pocos, familiar y domésticamente, y sin formalidad ni ceremonia alguna, o lo que es particular y personal de cada uno.12

todo apunta a que en el último tercio del si-

11 Cfr. agn, tierras, vol. 955, exp. 4, 1771. para ejem-plos similares cfr. agn, tierras, vol. 1296, exp. 9, 1797-1809; agn, tierras, vol. 1412, exp. 9.

12 Cfr. Diccionario de Autoridades, edición facsímil de 1737, Madrid, real academia española, 3 tomos, editorial gredos, 1976.

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glo xviii, la palabra privado tenía significados diferentes. Cada forma de propiedad parece haber atendido a un sentido singular. la apli-cación de los términos tomaba sus propios cau-ces según quién y cómo la ejerciera: los indios de los barrios, como ya vimos, sustentaban sus derechos en la propiedad comunal respaldán-dose y sintiéndose protegidos por la figura del virrey, mientras que los dueños de los ranchos parecían adherirse cada vez más a ella desde la permisibilidad dada por aquella tendencia desamortizadora que se incrementó a lo largo de la segunda mitad del siglo xviii.13 la pos-tura de Margarita Menegus resulta sugerente, además de que concuerda con las prácticas reveladas por los documentos dieciochescos. desde luego no se trata de afirmar que la idea de propiedad privada comenzó décadas antes de la independencia, pero sí de apuntar que para el último tercio del siglo estaban dadas las condiciones para gestarse. en ese periodo la expresión propiedad no refería al sentido moderno de privado, cuanto al de la propie-dad vinculada a un bien común14 que era re-conocido entre los vecinos de los barrios, res-guardada por la memoria y confirmada por el testimonio de los testigos.

los documentos muestran a los barrios del norte del resguardo exigiendo la identifica-ción y certificación de sus linderos. en aras de las “confusiones” suscitadas, declaraban en contra de sus “colindantes” por sentirse in-tranquilos por no poder delimitar qué tocaba a cada uno. a este orden pertenecía la queja en contra de Juan, quien “impugnando la par-te por donde [mi casa] linda con la suya”, fue acusado en el juzgado porque el “susodicho” le “turba e inquieta” respecto a la posesión de

13 Cfr. Margarita Menegus, “introducción”, en Proble-mas agrarios y propiedad en México. Siglos xviii y xix, México, el Colegio de México (lecturas de historia Mexicana 11), 1995, pp. xix-xxi.

14 Cfr. annick lempérière, “república y publicidad a finales del antiguo régimen (nueva españa)”, en francois-Xavier guerra y annick lempérière, Los espacios públicos...op. cit., p. 75.

su casa.15 su preocupación por levantar bar-das o delimitar los términos de sus viviendas, responde a esa tendencia de individualizar la propiedad comunal16 atribuida por los histo-riadores contemporáneos a la segunda mitad del siglo xviii.

disputas como las de la familia Xuarez y Claudio Marioni anteceden a las mutaciones de posesión modernas. esas transacciones de venta y traspaso pueden comprenderse inser-tas en formas corporativas de producción en tanto los miembros de la comunidad retenían las tierras entre sus mismos miembros.17 aque-llos vecinos se manifestaron por no distinguir y formalizar los límites de sus propiedades, por emplear entradas y salidas colectivas o por no construir forzosamente bardas que separaran los terrenos en uso. Y cuando tales operacio-nes fueron requeridas, se realizaron sobre to-do entre familiares y vecinos, llevándonos con ello a especular que los solares en los barrios participaron de un mercado de propiedades colectivas, adscritas a un carácter corporativo y territorial en vez de gestar —como sucedió en sitios como las ciudades de guadalajara y Zacatecas—, un proceso de privatización indi-vidual de la tierra.18

al parecer, de la segunda mitad del siglo xviii era común que las tierras fueran hereda-das y traspasadas sin solemnidad alguna. las autoridades locales y testigos certifican la per-tenencia, pero al mismo tiempo respaldan la tradición. ante familiares y vecinos actuaban como el sostén de un conocimiento local reco-nocido por todos; de un saber heredado por

15 agn, tierras, vol. 921, exp. 1, 1767.16 Cfr., Margarita Menegus, “la venta de parcelas de

común repartimiento: toluca, 1872-1900”, en Margarita Menegus y Mario Cerruti (eds.), op. cit., p. 75.

17 Cfr. Margarita Menegus, “Mercados y tierras: el impacto de las reformas borbónicas en las comunidades indígenas”, en Jorge silva riquer y antonio escobar (co-ord.), Mercados indígenas en México, Chile y Argentina, Siglos xviii- xix, 2000, p. 19.

18 Cfr. “los bienes de comunidad de los pueblos de Indios a fines del periodo colonial”, Margarita Menegus y alejandro tortolero (coords.), Agricultura mexicana: creci-miento e innovaciones, 1999, pp. 112-114.

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generaciones. el pleito entre la familia de Ca-yetana y Claudio Marioni revela tal situación. los ancestros de Cayetana habían comprado sus propiedades a la capilla de la Candelaria y, antes de que apareciera el napolitano, sus tierras sólo se habían fraccionado entre fa-miliares. fue hasta que llegó el itálico cuan-do Cayetana decidió vender a una de las dos únicas personas que en el barrio quedaron re-gistradas como “fuereños”.19 de modo que los documentos de los barrios refieren a ventas y traspasos entre conocidos que, al pertenecer a una colectividad ágrafa que se comunicaba cara a cara, respaldaban sus transacciones en la palabra y en el conocimiento mutuo.

gestualidad en el JuZgado

ser parte de un mundo iletrado y participar de un lenguaje oral al traspasar las tierras, parece asociarse, para los indígenas, con una gestua-lidad compasiva. la prohibición de comerciar sus tierras de repartimiento y la obligación de poseer licencia para venderlas, exigió de los indígenas una actuación específica ante los es-cribanos y jueces; un dominio del escenario jurídico. sus justificaciones para traspasar las propiedades estaban cargadas de razonamien-tos que bien podríamos clasificar de orden éti-co: los permisos para vender iban acompaña-dos de pretextos y justificaciones.

ser pobre, no tener descendencia, estar enfermo, desvalido o solo, seguramente se acompañaba de una gestualidad actuada en el juzgado. una teatralidad compasiva parece haber validado los traspasos ante la mirada vi-gilante de unos alcaldes que certificaban que las tierras no fueran de repartimiento, de las que, decían, son las que más “poseen los in-dios, y van pasando de padres a hijos, sin que por eso adquieran el dominio pleno; ni por consiguiente puedan vender”.20

19 ahem, Padrón 1790, op. cit.20 agn, tierras, vol. 2245, exp. 10, f. 8.

al cambiar de manos sus propiedades, los indígenas parecían reconocer que aquella nor-matividad existía. desde aquí se explican sus respuestas. de antemano sabían que el juzga-do les haría probar la autenticidad de sus testi-monios. asimismo, sabían que para fortalecer la credibilidad al mostrarse como propietarios de los solares, debían emplear ciertos argu-mentos y actitudes que allanarían la aproba-ción de los jueces. la india Cornelia declaraba que “por mi soledad y haberse muerto todos los más de mi parentela” y porque “me man-tengo trabajando en la ciudad”,21 quería tras-pasar su propiedad. su fórmula parece haber sido atinada a los oídos de los jueces. decla-raciones lastimeras y disculpas cargadas de compasión, tales como enfermedades o avan-zada edad (“teniendo más de 90 años me veo por instantes muriendo”)22 eran argumentos de peso al llegar al juzgado. razonamientos morales, enunciados y actuados por indígenas iletrados, daban valía a los traspasos.

Y aunque la prohibición de venderlas im-plicó aquella gestualidad, el obstáculo para venderlas fue un secreto a voces. los traspa-sos nos llevan hasta las casas de los vecinos, mostrándonos si eran o no parientes, si eran recién llegados al barrio, qué tipo de relación sostenían, si participaban de algún privilegio, etcétera, es decir, esos trámites judiciales ruti-narios encierran información sobre los pará-metros de aquella sociedad tradicional. en un mundo en el que la escritura aún no predomi-naba, los vecinos, en su papel de testigos bien enterados de las disputas a través de los rumo-res, asistían al juzgado de indios a declarar a favor de alguna de las partes. respondían a preguntas que los escribanos preparaban pre-viamente en un machote que servía de guía a lo largo del proceso: siempre se empezaba por la fecha, el nombre y títulos nobiliarios —cuan-do los había— de quien solicitaba el juicio, el juramento de los testigos ante dios, la relación

21 agn, tierras, vol. 586, exp. 2.22 agn, tierras, vol. 1264, 1795-97.

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de los hechos, el traslado de los manuscritos a las instancias correspondientes, las rúbricas, etcétera. los escribanos se instruían con ma-nuales que los llevaban de la mano al grado de detallar, por ejemplo, que primero debían anotar el lugar, día, mes y año, para luego se-guir con

por ante mí fulano, receptor de su Magestad, en tal audiencia, fulano, vecino de tal parte, o fu-lano en nombre, y como procurador de fulano, me entregó una provisión de su Magestad recep-toría, con su sello en cera, librada de los señores de su Consejo provincial, o Cancillería, que resi-de en tal parte, por la cual parece cometérseme la probanza de un pleito que trata con fulano. 23

Mientras los escribanos recurrían a una li-teratura especializada, los indios atestiguaban ante ellos como representantes de una colecti-vidad a la que referían en plural. es decir, una voz singular incluía al conjunto de los vecinos, como cuando el pescador pedro desa añadía a su nombre “y demás naturales del barrio de santa Cruz de esta ciudad, sujetos a el gobier-no y república de san Juan solicitan[...]”.24 las declaraciones de los indígenas, orales porque ninguno sabía firmar terminaban con la frase “y no firmó por no saber escribir”. en el juzgado existía un claro vínculo entre una cultura escrita y otra oral, por ello las decla-raciones eran transcritas e interpretadas por los versados. ¿Qué rol jugaban los indígenas ante el Juzgado de indios, instancia, por axio-ma, conformada de letrados? ¿Cuáles eran los códigos de esa cultura oral25 que, simultánea-

23 gonzález de torneo francisco, Práctica de escrivanos, que contiene la judicial, y orden de examinar testigos en causas civiles, y Hidalguías y causas criminales y escrituras públicas, en estilo extenso y cuentas, y particiones de bienes, y execuciones de Cartas Executorias, 1674, p. 50.

24 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1765, f. 55.25 oudijk ha demostrado la importancia de la oralidad

durante el periodo prehispánico. los estudios han demos-trado que las pictografías contienen “representaciones pú-blicas en las que los señores, a través de la danza, el teatro y la ‘narración de historias’, mostraban su descendencia” o recibían el reconocimiento de su estatus. Cfr. Michel r. oudijk, “la toma de posesión: un tema mesoamericano

mente, corría paralela al mundo ilustrado del juzgado?

el argumento de que tanto “la escritura, co-mo la oralidad, son un medio para lograr di-versos fines, y no un fin en sí mismas”, nos ser-virá aquí para explicar el que ambas maneras de expresión pudieran convivir: “las funciones cumplidas en diversos contextos sociales pue-den hacer que muchas de las diferencias entre lo oral y lo escrito resulten insignificantes”.26 los indígenas asistían al juzgado a resolver si-tuaciones específicas, a culminar operaciones relativas al traspaso, venta o arrendamiento de sus tierras; ambos lenguajes, el oral y escrito, coexistían cumpliendo cada uno su cometido.

Cada parte tenía sus propias referencias culturales: en tanto los escribanos y jueces, formados en una amplia cultura jurídica, re-currían a una literatura especializada para resolver cada uno de los casos, los indígenas echaban mano de una tradición oral que, sin ser ciertamente exclusiva de ellos, incluía al rumor, la mirada vigilante de la colectividad o el peso del testigo como medida de la verdad. de los pueblos de indios durante el siglo xviii dorothy tank ha dicho:

tanto en el campo como en la ciudad, las for-mas de comunicación y la enseñanza eran de una cultura predominantemente oral y visual: la procesión, la recitación catequística, la músi-ca instrumental, el canto seglar y gregoriano, la danza indígena, la pintura mural en la iglesia, los cuadros y estatuas religiosas, la predicación, las estampas, el pregón en voz alta en ambos idio-mas de los decretos y de las noticias, la junta del cabildo y el relato de leyendas e historias. en es-tas actividades participaban los analfabetos y los alfabetizados.27

antes de reparar en los atributos propios

para la legitimación del poder”, Relaciones 91, verano 2002, vol. XXiii, p. 97.

26 Cfr. david olson, “la cultura escrita como actividad metalinguística”, en david r. olson y nancy torrance (comps.), Cultura escrita[...]op. cit, p. 334.

27 Cfr. dorothy tanck de estrada, Pueblos de Indios [...] op. cit., pp. 438-439.

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de las comunidades iletradas,28 veremos cómo se desplegaban los procesos en el juzgado. los escritos judiciales, no obstante su apariencia estática, circulaban continuamente, porque los escribanos se desplazaban de un lado a otro a corroborar, verificar o precisar su seguimien-to, caso por caso. se requería la presencia fí-sica de los implicados, estuviesen donde estu-viesen. Ya fuera bajo el brazo de un alcalde o escribano, los expedientes legales deambula-ban por las calles de los barrios en busca de sus protagonistas, quienes testificaban ante su presencia con frases y gestos tales como: “a los pies de su señoría”; “inhabilitada como estoy”; “reconociendo de Vs el paternal amor y natu-ral inclinación a la justicia, no puedo menos, aun contra mi encogimiento”, etcétera. sin duda que tales intervenciones iban acompaña-das de gestos que enfatizaban la relevancia o premura de los casos, tal como nos lo sugiere Jack goody, cuando refiere que el papel de la escritura en las sociedades tradicionales, bien podría verse como expresiones “acompañadas de inflexiones vocales y gestos físicos, todo lo cual se combina para particularizar tanto su denotación específica como sus usos connota-tivos aceptados”.29

al ubicar a su destinatario, el escribano leía el dictamen del juez en voz alta, mismo que se corroboraba días después. Cuando el escriba-no, al llegar al barrio expresó “doy fe haber visto y leído siendo presentes pedro desa y de-más consortes indios del barrio de sta Cruz”, evidenciaba que la primera parte de su objeto estaba cumplido: leerles cara a cara a los inte-resados el documento. para concluir añadía “y entendido dijeron lo oyen, obedecen y cumpli-rán con lo que se les manda [...]”.30

28 schofield r.s., “los niveles de alfabetización en la inglatera preindustrial”, en Jack goody (comp.), Cultura escrita en sociedades tradicionales, 1996; Jack goody, La do-mesticación del pensamiento salvaje, 1977; paula lópez Ca-ballero (estudio introductorio, compilación y paleografía), Los títulos primordiales del centro de México, 2003.

29 Jack goody y ian Watt, “las consecuencias de la cul-tura escrita”, en Jack goody, op. cit., p. 68.

30 agn, tierras, vol. 1206, exp. 3, 1791.

los documentos elaborados por los escri-banos alcanzaban su completa validez al ser leídos frente a los interesados; los manuscritos iban, venían y andaban de casa en casa hasta verificar que los partícipes no tuvieran pretex-to de saberse desinformados: “entregué a don Cristóbal dueñas pacheco en el dicho despa-cho”.31 frases como “le hice saber el conteni-do de este escrito”; “y en su inteligencia dijo lo oye” o “siendo presente” [...] en su persona que doy fe le conozco de ruego y encargo”,32 eran fórmulas que se adecuaban a cada caso. esto se corroboró cuando el receptor pasó al “pueblo de santiago tlatelolco extramuros de esta ciudad” y les leyó el documento “en el idioma mexicano”, hasta que “los presos y otros naturales de dicho barrio” respondieron “que estaban presentes”.33

si los escritos no podían ser leídos cara a cara, su fin perdía sentido. así se explica que una diligencia y un cuaderno destinado a un indio de santa Cruz “no se autorizó por no estar firmado y que luego se hubiera registra-do su ausencia por enfermedad”.34 su lectura suscitaba gestos, actitudes:

yo el receptor estando presente el alcalde, y de-más naturales del barrio de santa Cruz y los in-dios que se hallaban presos, en sus personas les notifiqué el superior auto [...] dijeron lo oyen y que jamás han faltado, ni faltarán en manera al-guna a lo preceptuado por su alteza.35

y presente en su persona que conozco, le no-tifiqué el superior decreto [...] y entendido de su efecto dijo: lo oye y lo respondió y firmó.36

así, los documentos judiciales refieren al circuito recorrido antes de cristalizar su objeti-vo. se escribían, resumían, leían y entregaban: “yo el escribano [...] hice sacar y saqué un testi-monio sustancial”. Verificar que el interesado

31 agn, tierras, vol. 586, exp. 2, 1792.32 agn, tierras, vol. 1206, exp. 3, 1791, f. 4.33 agn, indios, vol. 1212, exp. 4, 1789.34 Idem.35 agn, tierras, vol. 586, exp. 2, 1792.36 agn, tierras, vol. 1206, exp. 3, 1791.

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había escuchado el mensaje tenía gran impor-tancia. los juicios se iban armando conforme se reunía un conjunto formado por testimo-nios escritos, pero sobre todo por los escritos leídos y atendidos por los destinatarios. Como cuando a los indígenas del barrio de santa Cruz Cuautzingo se les notificó “no molesten ni perjudiquen a los naturales (de tepito) [...] dijeron lo oyen obedecen y cumplirán lo que por su excelentísima se les manda [...]”.37

al notificar se comunicaba y se informaba de lo acordado en el juzgado; al “apercibir” —retomando la expresión de los documentos—, se advertía, se avisaba oralmente y se verificaba que el mensaje hubiese sido escuchado: “doy fe haber visto y leído siendo presentes [...] y entendido dijeron lo oyen, obedecen y cumpli-rán con lo que se les manda”.38 los encargados de dar a conocer las notificaciones se despla-zaban hasta donde los interesados estuvieran; si no los encontraban, volvían una y otra vez hasta toparse con ellos.

los pedimentos, es decir, solicitudes ora-les, hechos por el común y naturales de los barrios39 eran usuales; se imprimían para ser remitidos, leídos y reenviados. los indios pe-dían, el escribano anotaba y los juecen resol-vían al tiempo que los documentos andaban de un lugar a otro; en sus márgenes se aña-dían comentarios que sustituían un diálogo cara a cara con el siguiente destinatario. estas anotaciones a veces trascendían, como la que acusaba al escribano de naturales de “falta de cumplimiento”; la nota desató una cadena de opiniones y averiguaciones sobre las violacio-nes que el escribano Moreno había cometido en contra de los indios. al final el magistrado añadió que “son repetidas las quejas contra el escribano de naturales y si es cierto lo que se expone en esta representación justo será se le advierta”.40 esta frase más allá de una simple amonestación.

37 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1764.38 Idem.39 agn, tierras, vol. 2244, exp. 2, 1766.40 Ibidem, f. 57.

los documentos judiciales contienen orali-dad transcrita. los manuscritos servían como medio para transmitir los procesos y, suscita-ran o no reacciones, su cometido se comple-taba al ser leídos ante los implicados; de lo contrario quedarían truncos. si las personas sabían o no leer, no importaba. la presencia del papel y la lectura en voz alta eran suficien-tes para dar a conocer las órdenes, fallos, citas, etcétera, resueltas por el juez.

la lectura en voz alta compenetraba al lenguaje jurídico letrado con la voz analfabe-ta. Cuando los escribanos plasmaban sus rei-teradas frases, como la de “que se notifique a cualquier persona sepa leer y escribir con testigos”, radiaban el sentido común de su época: no era obligatorio que todos supieran leer y escribir. ellos sabían que su práctica no era del dominio público; la naturalidad con que enunciaban aquella expresión, apunta la llaneza con que se disociaba a letrados y anal-fabetas.41 hasta la independencia, ninguno de los indios de los barrios ubicados al oriente de la acequia real firmó, porque, como quedó refrendado al pie de los manuscritos, dijeron no saber de ello.

el contraste entre lo escrito y lo transcrito, implícito en los documentos judiciales, for-maba parte de una norma común y aceptada por todos. era usual que los indígenas solicita-ran ayuda de quien sabía leer y escribir, tanto como alguien alfabetizado se sabía portador de tal servicio. si seguimos la idea de Margit frenk,42 de que en aquellas sociedades siem-pre había quien pudiera leer en voz alta a los que no sabían, se puede deducir que la trans-misión de los hechos a través de la palabra era un presupuesto para todos, tanto como lo era el que gran parte de la población no supiera leer y escribir. tan habitual era, que luego de escribir los nombres de los indios, por supuesto cuando la ocasión lo ameritaba,

41 Cfr. schofield r.s., op. cit., pp. 349-352.42 Cfr. Margit frenk, “de la letra a la voz”, Historias 31,

México, oct. 1993-marzo, 1994, pp. 57-70.

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el escribano añadía: “los cuales sin necesitar de intérprete por ser bastantemente ladinos en el idioma castellano separadamente les re-cibí juramento”.43

estaba implícito que los indígenas no do-minaban la escritura, y a veces ni hablar en español, tanto como tácito era que un escri-bano transcribía sus testimonios. así, la escu-cha era extractada, procesada y concluida con la rúbrica de otros: “lo firmaron el fiscal y el escribano y los demás [los indios] no, por no saber. Cuántos, en esta época no sabían hablar castellano y cuántos eran analfabetos, quedará para un futuro seguimiento serial de los docu-mentos; por ahora lo importante es resaltar el vínculo entre esas dos sistemas comunicativos. las reflexiones que para el siglo xix inglés rea-lizó r. schoefild, dan pistas que se extienden a la relación entre saber leer, firmar o escribir entre los indios. el autor señala que más per-sonas de las que escribían sabían firmar, y que “la mitad de los que sabían firmar aseguraban poder leer. ahora bien, en la mayoría de esas encuestas, la capacidad de leer tomada como estándar estaba en un nivel muy bajo, apenas superior al deletreo de palabras [...]”.44 este ar-gumento confirmaría el analfabetismo en los barrios, en tanto el total de los indios —excep-to los caciques y alcaldes— declararon no saber firmar, entonces menor cantidad sabía escribir y aún menos deletrear.

aunque no supieran leer o escribir, los in-dígenas obtenían fallos a su favor. letrados o no, participaban de una cultura escrita que sabían cómo emplear, lo cual, paradójicamen-te, querría decir que no era necesario saber leer y escribir para vincularse con la cultura letrada jurídica que reinaba en el juzgado. a lo anterior se añadiría el punto de vista de ser-ge gruzinski, quien señala que para el siglo xvii los indios disponían de recursos propios al confrontarse ante los títulos, testamentos o sermones; para expresarse ante las instancias

43 agn, tierras, vol. 906, exp. 10, 1765.44 schoefild r.s., op. cit., p. 353.

virreinales, retomaban “el tono de una tradi-ción oral estandarizada” que el autor remonta a los tiempos prehispánicos,45 aun cuando su-braya que esas sociedades indígenas seguían “inmersas en la expresión oral.46 Más allá de que fuesen o no analfabetas, los indígenas fue-ron capaces de emplear el sistema legal “para satisfacer sus propios intereses”.47 Considerar-los iletrados, al tiempo que capaces de par-ticipar de instancias como las judiciales, nos conduce a reflexionar sobre ese otro código de comunicación vigente, que corría paralelo a la comunicación escrita.

el Juzgado de indios era uno de los con-textos en que los indígenas contactaban con la lengua escrita. desde su analfabetismo so-licitaron, justificaron, testificaron, expresaron, pero nunca escribieron; hablaron sobre lo vivido, lo visto y lo escuchado. sus traducto-res emplearon una conjugación que iba de la tercera persona a la voz pasiva, mostrándose neutrales. en los legajos abundan frases que muestran cómo la palabra se volvía escritura: “dichos naturales justifican ante el presente escribano”; “los dichos indios dieron informa-ción y por ella probaron [...]”; “en los autos con el obligado del abasto de carnes de esta ciudad [...] decimos”.48 esto también lo revelan las palabras de una india viuda que pedía ayu-da de “cualesquiera persona decente que sepa leer y escribir”, a fin de que le fuera devuelto un dinero faltante.49 en una sociedad diame-tralmente separada en letrados y analfabetas, esa petición era un gesto reconocido por to-dos. Quien no supiera leer y escribir, entonces pedía auxilio. se trataba de un valor cultural, un sobreentendido, que no calificaba de inca-paz a quien no supiera leer y escribir.

unos requerían y otros escribían. las dili-

45 serge gruzinski, La colonización de lo imaginario. Socie-dades indígenas y occidentalización en el México español. Siglos xvi-xviii, 1991, pp 108-109.

46 serge gruzinski, op. cit., p. 118.47 susan Kellogg, op. cit., p. 49.48 agn, tierras, vol. 2245, exp. 10, f.9.49 agn, tierras, vol. 906, exp. 16, 1767.

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gencias se hacían a pedimento de los naturales y los escribanos firmaban en representación de, por la república de indios, al tiempo que hacían jurar a los testigos: “les recibí que hi-cieran por dios nuestro señor y la señal de la santa Cruz so cargo del cual prometieron decir verdad [...]”50 así, los escribanos eran intermediarios entre el mundo de las institu-ciones letradas y los códigos de comunicación orales. Mientras los hombres del juzgado ha-cían eco de una antiquísima cultura jurídica, los indígenas, enfatizando pautas culturales inherentes a la oralidad, daban testimonio: “hilario Joseph pichardo y demás naturales cazadores y pescadores del barrio de santa Cruz[...]decimos”. los escritos se leían en voz alta, estando presentes el receptor; el alcalde, y demás naturales del barrio a los que “en sus personas les notifiqué el superior auto de en-frente del apercebimiento que en él se expre-sa” del que “dijeron lo oyen” y no “faltarán en manera alguna a lo preceptuado”.51

los impresos cristalizaban los referentes de la cultura jurídica, en tanto la oralidad trans-mitía situaciones específicas, contextos singu-lares.

la forma de comunicación escrita, dadas sus características, no se impone a sí misma con tanta fuerza ni de manera tan uniforme como la transmisión oral de la tradición cultural. en la sociedad ágrafa, cada situación social inevita-blemente pone al individuo en contacto con las pautas de pensamiento, sentimiento y acción del grupo [...]52

al declarar, los vecinos, como colectivo, se hallaban implicados con el mundo barrial. Ve-remos que en el juzgado se diferenciaba una participación docta de una familiaridad visual con los documentos: la distancia que los indí-genas de esos barrios tuvieron con la escritura nos obliga a preguntar sobre los mecanismos

50 agn, tierras, vol. 586, exp. 2.51 agn, tierras, vol. 1206, exp. 3, 1791.52 Jack goody y ian Watt, “las consecuencias de la cul-

tura escrita”, op. cit., p. 41.

que sustentaban esa otra forma de comunica-ción, la oral, que corría paralela a la grafía.

la oralidad: sustento de los traspasos de tierra

Contadas fueron las ocasiones en que los ba-rrios respaldaron sus disputas por tierras con títulos de propiedad. ni los vecinos del nor-te, ni los del sur de la acequia del resguardo poseían documentos probatorios de sus perte-nencias. una y otra vez los jueces disponían que la “dicha venta y compra [de sus propie-dades] se había hecho entre ellos solo con la anuencia del escribano de república de su barrio, [y] que no se hizo ninguna escritura ni carta de venta[...]”.53

la razón por la que pocos poseían títulos se debía a que la propiedad no forzosamente se justificaba con documentos; principios aje-nos a la escritura normaban al acto de poseer. las abundantes frases dadas por los testigos hablan de ello:

cité a dos ancianos, don José nasario y don José alfaro y a parte de aquella república quienes me dijeron que [...]”.54 o bien, “luego de pasar a reconocer el sitio que pretende vender salvador Caro [...] y habiendo hecho la correspondiente averiguación con los vecinos cercanos e hijos del barrio declararon ser suyo propio y no tocar a los bienes de repartimiento de esta parcialidad”.55

las transacciones se aprobaban luego de evaluar las declaraciones de los testigos. sólo así los jueces aseveraban estar “acreditado el dominio y no ser la finca de repartimiento”,56 o bien, la rechazaban expresando “que a pesar de la información que se presenta, como título de dominio, podría muy bien presumirse que el si-tio en que está ubicada sea de repartimiento”.57

53 agn, tierras, vol. 1296, exp. 9, 1797-1809.54 agn, tierras, vol. 1404, exp. 3, 1809.55 agn, tierras, vol. 1183, exp. 5, f. 5, 1789.56 agn, tierras, vol. 1320, exp. 3, f. 43, 1800.57 agn, tierras, vol. 2245, exp. 10, f. 8.

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Cuando los jueces recababan las explicacio-nes de los testigos, hacían uso de una práctica ancestral, que prolongaba sus raíces hasta la europa medieval. ser testigo en una sociedad iletrada, es decir, dar testimonio, guardaba con-tenidos que iban más allá del acto de hablar. declarar implicaba vincular la palabra con valo-res sociales fundamentales en aquella sociedad, tales como la fe y el honor o la verdad. lo pro-batorio en esos casos se sostenía en la palabra de la persona, más que en la posesión de un tí-tulo de propiedad. Como bien lo señalaron te-resa sierra o susan Kellogg, la posesión se res-paldaba en la palabra. los argumentos con los que contamos para reconstruir esa historia son todos de orden judicial. se trata de prácticas jurídicas, las cuales son “básicamente prácticas discursivas; es decir, prácticas sociales organiza-das por y a través del lenguaje; en ellas se tratan de resolver conflictos con medios discursivos como la argumentación y la retórica”.58

las palabras cristalizaban en el juzgado la titularidad de los predios. a ese ámbito, al de una práctica normada por la voz, pertenecen las declaraciones orales, el recurso a la memo-ria o los ritos que se hacían al momento de dar posesión de la tierra. Volveremos a esto.

Cuando Cayetana evocaba a su ancestro Clemente Xuarez, explicando que había sido el primer propietario y que en 1699 había com-prado su solar a la ermita de nuestra señora de la Candelaria, la credibilidad de su palabra se respaldaba en un acto de fe. su declaración, tomada como verdadera, se basaba en los pre-supuestos de que ella no mentía y de que su padre era un hombre de palabra. antes que saberse acreditada por una escritura de pro-piedad, sus declaraciones se apoyaban en su palabra y la de sus testigos.

la narración oral es inherente a los manus-critos jurídicos virreinales.

58 María teresa sierra, “lenguaje, prácticas jurídicas y derecho consuetudinario indígena”, en Ma. teresa sierra y Victoria Chenaut et al., Costumbre jurídica y derecho positivo, junio de 1996, p. 232.

los documentos legales presentados a la audien-cia son tratados como una forma de narrativa, como un compendio de historias dramáticas y ficciones hechas cuidadosamente, enraizadas en conflictos y entuertos reales. Más que emplear los registros legales simplemente para cubrir las verdaderas realidades de la vida de los indígenas de la colonia temprana, empleo análisis textuales cerrados para rescatar actitudes, percepciones y suposiciones que ofrecen una ventana sobre los cambios y desarrollos de la cultura colonial.59

al recabar los testimonios, los jueces incor-poraron información que fue más allá a la de una mera transacción de compra venta; en sus textos quedaron escenificados criterios colec-tivos sobre los precios —que no parecen haber coincidido con una relación de valor/vara cuadrada—, pero además quedaron impresos valores sociales que la población atribuía al ac-to de poseer. los motivos que originaban los pleitos, diferencias o acuerdos hablan de cri-terios sociales familiares a los vecinos. los do-cumentos emitidos por el juzgado puntualizan transformaciones culturales, al tiempo que nos brindan una especie de “arena de conflic-to cultural” en que se mostraban tanto los va-lores y prácticas hispanas, como las indígenas. Que sólo algunos de los indios tuvieran títulos de propiedad —pues siempre manifestaban ha-berlos perdido, no tenerlos o estar roídos por las ratas—60 es un hecho que nos obliga a pre-guntar cuál era el rol de tales escrituras, pero sobre todo a indagar cómo una colectividad prescindía de ellas, en aras de la presencia de la palabra que servía para demostrar la veraci-dad de las posesiones.

años antes de la independencia era común haber perdido, nunca haber poseído o haber traspasado los títulos de propiedad, al grado de no reconocer la última mano receptora. una enredada cadena de sucesiones fue referi-

59 susan Kellogg, Law and the transformation of aztec cul-ture, 1500-1700, 1995, p. 38.

60 dorothy tanck estrada, Pueblos de Indios [...] op. cit., p. 82.

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da por José, vecino de san gerónimo y sobrino de José Macario, quien al enfermarse, empeñó el sitio a don romualdo díaz, también indio por la cantidad de ocho pesos. don romual-do, añadía José, lo tuvo en su poder como 12 años hasta antes de morirse, que fue cuando se lo dejó a su hermano Mariano. al morir este último no se supo en poder de quien quedó el sitio y de los papeles que servían de títulos.61

Que a finales del periodo virreinal alguien poseyera títulos de propiedad se vinculaba a un privilegio ancestral (al que desde luego se añadía la suerte de haberlos conservado); a que eran donaciones o mercedes dadas, o bien, a que algún vecino, obediente de la política di-fundida a finales del siglo xviii de regular las posesiones, los había adquirido.62 los vecinos llegaban al juzgado a defender sus propieda-des sin documentos; el único respaldo que tenían era la veracidad de sus declaraciones. la credulidad de la palabra, el sustento de la verdad en lo dicho y la acreditación sobre lo declarado, eran todos recursos propios de so-ciedades prealfabetizadas.

el consenso social y la honra de la palabra te-nían un peso determinante. por ello, para invo-car a la memoria colectiva se apelaba a la voz de los ancianos. al consenso se añade la figura de los ancianos a los que se les daba crédito, entre otras cosas, por haber conocido a los antepasa-dos del barrio. el extenso pleito de la familia Xuarez sirve nuevamente para ejemplificarlo; el expediente evoca la memoria y el pasado de don Clemente Xuarez, quien fuera el propie-tario inicial y ancestro de todos los herederos que, para el último tercio del siglo xviii, pelea-ban por las tierras. Como una excepción que confirma la regla, su presencia era invocada en sus relatos impresos, en los recuerdos escritos que explicaban el origen de su propiedad. aun-

61 agn, tierras, vol. 1423, exp. 4, 1819.62 hubo varios intentos: en 1528, al momento de crear-

se la primera audiencia, luego en 1578, 1591, 1635 con felipe iV, 1642 y 1707 con felipe V que abrió un proceso de aplicación relativamente exitoso. Cfr. Cristina torales “a note on the Composiciones[...]”, op. cit.

que durante el pleito él ya había muerto, fue mencionado en múltiples ocasiones; el recurso a las remembranzas era con el fin de resolver de dar solución. el recuerdo tenía un sentido práctico. el solar en disputa fue comprado a la ermita en 1699 por don Clemente y, antes de morir, se lo heredó a su primogénito pedro nolasco Xuarez y a su otra hija, Cayetana. en opinión de los testigos, pedro fue quien em-prendió el fraccionamiento del terreno en con-tienda y luego siguió su hermana al cederle una parte de su terreno a Claudio Marioni. al efec-tuarse esos tratos, ninguno de los participantes tuvo necesidad de especificar las dimensiones o costo del solar. Volveremos a la importancia que envolvía a la voz de los ancianos.

para el último tercio del siglo xviii los pleitos llegaban al juzgado cuando los pactos verbales se habían vuelto nulos entre los vecinos. antes de recurrir a los jueces estaban los arreglos conversados; el peso de la palabra dicha era sostén entre los tratantes. estos acuerdos dis-minuyeron a la par que el documento escrito tomó auge en esas ceremonias que anunciaban el crecimiento de la individualización de la pro-piedad. desde cuándo había sido permisible que la posesión de las propiedades no se res-paldara en documentos escritos, es un aspecto que parece haber variado desde el siglo xvi.

serge gruzinski refiere a los títulos primor-diales como registros de la propiedad indígena que continuaron una “tradición de inspiración autóctona” que servían de “memoria y fuente de información”, así como “instrumento de defensa puesto al servicio de la comunidad” sobre el que revelan, entre otros muchos as-pectos, que durante la segunda mitad del siglo xvii “modestas comunidades indígenas usaban la escritura con un sentido agudo de sus múl-tiples empleos”. representaciones centradas en “la transmisión, la copia y la reinterpreta-ción” de piezas prehispánicas, las cuales, una vez apropiadas y forjadas eran valuadas con la misma importancia de las antiguas pinturas.63

63 serge gruzinski, op. cit., pp. 106-114.

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lo anterior coincide con la idea de susan Kellogg de que los textos escritos en castellano fueron tomando importancia conforme avan-zaba el periodo virreinal;

después de 1610 verdaderamente ningún testi-monio en náhuatl formó parte del cuerpo de do-cumentación presentado a la audiencia[...] uso del náhuatl fue confinado de la evidencia docu-mental: cuentas, documentos de venta y transfe-rencia, órdenes de oficiales indígenas y textos que acompañaban los planos de casas [...]”.64 aun cuando en el siglo xvi numerosos documen-tos incluían “casi todos los conceptos [españoles] más importantes: merced, posesión y carta de venta”,65 para el segundo tercio del siglo poste-rior el uso de códices y textos prehispánicos en náhuatl declinaba, mientras que la escritura alfa-bética66 acrecentaba su importancia.

sin duda que el soporte sobre el que se es-tampa remite a un sostén cultural; la factura, formato, secuencia escriturística, tipo de letra, tinta, etcétera, evidencia los referentes de una cultura material y un contexto europeo, car-gado de un significado, a veces opuesto, en otro contrapuesto, a la escritura pictográfica-glífica.67

la necesidad de poseer títulos de propie-dad surgió nuevamente a finales del siglo xviii. la voracidad sobre los predios, liberada a la par que la política de concentración de la ri-queza y el auge del sentido de privatización prevalecían, ocasionó que los jueces, guiados por las órdenes virreinales, intentaran regular los traspasos con títulos de propiedad. dé-cadas antes de la independencia, el juzgado exigía documentos para cada transacción; por ello, cuando se daban casos como el de una india poseedora que había extraviado los títu-los primordiales de dominio, solicitó que se le

64 Cfr. susan Kellogg, op. cit., p. XXiX.65 Cfr. James lockhart, op. cit., pp. 240-241.66 Cfr. stephanie Wood, “el problema de la historicidad

de los títulos y los códices techialoyan”, en Xavier noguez, stephanie Wood (coords.), De tlacuilos[...] op. cit., pp. 167-221.

67 Cfr. Michel r. oudijk, op. cit.

recibiera información de este particular y se le diera un documento que sirviera de título.68

la exigencia del juzgado de presentar do-cumentos contrasta con los reiterados testimo-nios que los declaraban perdidos. expresiones hoy en desuso, como la de la bisnieta que ex-plicó a los jueces por qué no tenía documen-tos, hablan más que mil palabras: “allá en su principio el título con que recayó esto en di-cha difunta bisabuela[...] fue el de venta que según tienen noticia perdió el padre de ellas sin saber hoy su paradero”.69 una y otra vez los indígenas de los barrios declaraban nunca haber tenido documentos, ya que “dicha venta y compra se había hecho entre ellos solo con la anuencia del escribano de república de su barrio” y nunca “se hizo ninguna escritura ni carta de venta”.70 Ciertas declaraciones como la de “me hallo en suspenso de poder tener el uso de una casilla y sitio”, advierten sobre la necesidad de poseer los títulos de los que el vendedor nunca dio escritura.71

para fines del siglo xviii unos cuantos in-dígenas poseían títulos de propiedad; muchos de estos últimos se habían extraviado y los existentes no podían ser leídos por los indíge-nas. estos elementos nos obligan a preguntar sobre el rol de esos escritos, indiferentes a la posesión de una propiedad. sin la existencia de escrituras, entonces la posibilidad de sa-berse propietario se respaldaba en criterios ajenos al de la escritura. ¿Qué elemento rom-pía la relación entre la posesión respaldada en documentos y el temor de saberse propietario ilegal? ¿se debía a la disociación entre el uso útil y el sentido de pertenencia? estas pregun-tas recaen en una comunidad expectante; por ello, el rol de los testigos atestiguaba a quien estuviese “en posesión de”; es decir, la confian-za en la palabra tenía un significado primor-dial en aquella sociedad.

68 agn, tierras, vol. 1411, exp. 14, 1814.69 agn, tierras, vol. 2243, exp. 13, 1787.70 agn, tierras, vol. 1296, exp. 9, 1797-1809.71 ahaa, terrenos, vol. 4025, exp. 133, 1778.

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lockhart señala que el consenso fue una figura de gran importancia luego de la deca-dencia de los catastros unificados en escritura pictográfica-glífica. desde la tercera o cuarta década del siglo xvii, a raíz del aumento de los litigios por tierras, el consenso fue un recurso cada vez más empleado. para la mayoría de los indígenas “los derechos sobre la tierra estaban fundamentados en el consenso informal o en una acción igualmente informal”.72 no ha-biendo instrumentos originales, los jueces re-currían al consenso colectivo. se preguntaba “a varios hombres peritos y ancianos de dicho barrio que conocieron de raíz a los abuelos, padres y demás parientes de los susodichos”,73 a fin de probar la propiedad.

la ausencia de escrituras se compensaba con el argumento de común acuerdo. los liti-gantes no mostraron inquietud al explicar que sus tratos no habían sido por escrito; muy al contrario, confirmaban que se basaban en lo dicho y en el parecer de los vecinos que pre-servaban el peso de su palabra de vista y de oídas. un a priori vigente en aquel contexto era que la verdad de lo expresado se asociaba más con quien lo aseverara, que con la idea de engaño.74 en la época, las varas compradas o vendidas no se escrituraban o dimensionaban con precisión aritmética de forma ligada. los acuerdos verbales, los referentes generales o las mojoneras tácitas eran tan válidos como las declaraciones de los vecinos y testigos que cotejaban la veracidad de lo dicho; su papel era corroborar u objetar sobre la palabra de otros. una y otra vez los testigos exhibieron saber todo sobre las propiedades de los otros:

las casas de Cayetana Xuarez lindan por el nor-te con don Claudio Marioni, por el sur con la capilla de nuestra señora de la Candelaria y su plazuela, por el oriente con la calle que atraviesa

72 Cfr. James lockhart, op. cit., pp. 235-236.73 ahaa, terrenos, vol. 4025, exp. 126, 1776.74 Cfr. Barry sanders “aparentar según se representa:

Chaucer se convierte en autor”, en david r. olson y nan-cy torrance (comps.), Cultura escrita y oralidad, Barcelona, gedisa editorial Colección lea, 1998, p. 155.

las espaldas de dicha capilla y por el poniente con casa y solar de pedro nolasco.75

Claudio Marioni recurría a su palabra y a la voz de algunos vecinos al recordar al juez que había sido propietario de esa casa durante 26 años, y que como le fue “preciso, para fabricar [su] loza fina, de más extensión”, hace ocho años había comprado otro pedazo de sitio a espaldas de su casa, que era el que colindaba, precisamente con el de una mujer nombrada Cayetana. su decisión de reconstruir “la pared derribada” era porque todos los animales que criaba se los robaban, pretendiendo con ello obviar inquietudes, disensiones y pleitos.76 Ma-rioni y Cayetana habían sido vecinos durante 26 años y esa pared había permanecido derrui-da. si antes hubo disputas no fueron referidas en el juzgado; Marioni tuvo su taller de loza sin problemas, hasta que decidió levantar la barda para evitar que le robasen sus animales. Y aunque dispuso demarcar su patio cuando los vecinos le robaron sus pollos, lo cierto es que la mayor parte del tiempo había vivido compartiendo el terreno sin ningún límite ma-terial. este pleito tomó tal fuerza que, además de no haber llegado a una conciliación, es de-cir a que la disputa hubiese sido resuelta entre los litigantes ante las autoridades locales,77 pa-só al Juzgado general de naturales y de allí a la fiscalía de hacienda.

el incremento de pleitos registrados por límites de propiedades entre los vecinos es no-torio para la segunda mitad del siglo xviii. al juzgado llegaron una y otra vez quejas de veci-nos que pretendían hacerse dueños de partes, antes comunes, que sirvieron de entrada y sali-da,78 los enunciados en que los colindantes pe-

75 agn, tierras, vol. 1064, exp. 4, 1781.76 Idem.77 la conciliación era “evitar el pleito[...] procurando

que las partes se avengan o transijan sobre el asunto que da motivo a él”. Cfr. don Joaquín escriche, Diccionario razo-nado de legislación y jurisprudencia, 2 tomos, 1847. Cfr. Ma-ría teresa sierra, “lenguaje, prácticas jurídicas y derecho consuetudinario indígena”, op. cit., pp. 235-236.

78 agn, tierras, vol. 1296, exp. 9, 1797-1809.

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ticionaban definir los límites de las casas que lindaban con la suya fueron numerosos: “el dicho francisco quiere tomarse para anchar su patio con el dicho ancón”.79 otro más: que “con el motivo de ser mi Juan, indio del mis-mo barrio, me turba e inquieta en la posesión de dicha casa, impugnando la parte por donde linda con la suya”.80

esto habla del interés por sacar áreas y de-limitar perímetros, pero sobre todo de que ese sentido de “individualización” de las pro-piedades se estaba volviendo una exigencia al tiempo que una pretensión colectiva. Casos similares, como el de la india Josefa Cornelia que disputaba con la hermana de su padrastro una porción del terreno que habían compar-tido antes de que él muriera, se solucionó de-limitando al solicitar Josefa “deliberar dicho sitio como [suyo] mío propio”, lo cual hacía para “quitarse de pleitos y vivir con la paz y quietud que dios manda”.81

poseer lo propio evitaría ambigüedades y conflictos. la necesidad de ampararse con título, habla de una resignificación de la pro-piedad y del ser propietario; asegurar al sitio como propio, de alguna manera auguraba la idea decimonónica de que el bien común ra-dicaba en los propietarios. antes de esto los vecinos eran el criterio para asegurar el orden de las propiedades. por ello los jueces, antes que resolver si las varas correspondían a lo estipulado en la venta, se veían envueltos en una disputa en que estaban implicados otros residentes del barrio. antes de que precisar la superficie fuera una necesidad, el criterio para vender refiere una correspondencia desajus-tada entre las varas cuadradas y el precio de venta del terreno. por sólo mencionar algunos ejemplos en los barrios de la soledad encon-tramos que 91 varas se vendían a 32 pesos, o que 320 varas costaban 20 pesos. los criterios de las ventas deberán profundizarse a futuro,

79 agn, tierras, vol. 921, exp. 1, 1767.80 agn, tierras, vol. 221, exp. 4, 1778.81 agn, tierras, vol. 899, exp. 2, 1762-1769.

aunque resulta muy sugerente retomar el plan-teamiento de que las tierras se vendían más caras entre parientes que entre vecinos.82

antes de que ese proceso de individualiza-ción fuera generalizado, el criterio de vecin-dad en los barrios no parece haber sido el de las grandes cercas o la vida oculta detrás de las bardas; por los pleitos ante el juzgado se deduce que los solares se comunicaban casi siempre por alguno de los costados, o que la idea de entradas y salidas particulares no regía la circulación entre viviendas:

mi colindante Juan [...] me turba e inquieta en la posesión de dicha casa, impugnando la parte por donde linda con la suya [...] le consta que la dicha casa y chinampa no tiene más entrada y sa-lida que un callejón de poco más de dos varas.83

Quizá fue que incluso fraccionar cuantita-tivamente las propiedades se convirtió en una posibilidad real, cuando se apetecieron otros principios de convivencia; delimitar lo mío de lo tuyo abrió las puertas al desconocimiento de los vecinos.

la relevancia de la disputa entre Cayetana y Marioni se debe a que ilumina esa tendencia individualizadora en los barrios. los actores muestran que cuando acudieron al juzgado su situación había llegado al límite; todo apunta a que luego de años de ser vecinos, cierto implí-cito de convivencia fue violado; su tirantez co-incidió con que la política reinante promovía cercar, medir y extender títulos de propiedad. décadas antes tal disposición no hubiera sido tan fácilmente apoyada, en tanto que en los barrios parecía predominar más el uso útil o la parcelación acordada, que la idea de indi-vidualizar, es decir, la propiedad se regulaba más por el criterio de la reciprocidad que dic-taba el uso cotidiano y la colectividad, que por el significado estricto de poseer respaldándo-se en un escrito.84 el suelo era compartido y

82 Cfr. giovanni levy, La herencia inmaterial.83 Cfr. agn, tierras, vol. 921, exp. 1, 1767.84 esto lo señala también para guadalajara eric Van

Young, op. cit., p. 333. “[...]las dificultades de la medición y

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provocar con palabras furiosas y denigrativas; y temeroso de no ponerme a un precipicio, o a mi honrada familia [...] que dicho escalona, se abstenga de inquietar, aconsejar, ni inducir a los colindantes de mi casa, ni vecinos de dicho ba-rrio dejándome en la quieta y pacífica posesión que hasta el día gozo.86

en el texto no sólo participan activamente los protagonistas, jueces, escribanos, intérpre-tes o testigos en el juzgado. además de los implicados, se hallaban los vecinos que corro-boraron las acusaciones de Cayetana, el com-padre de ésta, la familia de don Claudio y los colindantes, en fin, la comunidad aparece tras bambalinas a lo largo de todo el documento. una colectividad vigilante que explica por qué Marioni expresaba estar

temeroso de no ponerme a un precipicio o a mi honrada familia [...] que dicho escalona, se abs-tenga de inquietar, aconsejar, ni inducir a los co-lindantes de mi casa, ni vecinos de dicho barrio dejándome en la quieta y pacífica posesión que hasta el día gozo.87

las reacciones de los vecinos muestran el peso que tenía la colectividad en los barrios; un sentido de vigilancia mutua, que en gran medida delineaba el equilibrio colectivo. esto lo expresó una mujer del barrio de san geró-nimo, quien explicaba que su “posesión testa-mentaria [...] ha sido notoria a cuantos habitan en el barrio”, luego de haber estado casada con su marido más de 30 años.88 el pleito se rumoraba en todo el barrio, arlette farge dice que se creaba

un juego incesante de interacciones y de ampli-ficación entre el público que habla, y cuya co-municación oral es un instrumento privilegiado, y la policía encargada de recibir esas palabras para contenerlas mejor. el rumor del barrio no es únicamente uno de sus productos, es el fruto de lo que los acontecimientos, los habitantes y

86 agn, tierras, vol. 1064, exp. 4, 1781.87 Idem.88 agn, tierras, vol. 1296, exp. 9, 1797-1809.

cada usuario sabía, sin que las paredes o las su-perficies marcaran colindancias precisas, qué parte pertenecía a tal o cual familia, tal como se distinguía a los animales sueltos propios de los ajenos.

el peso de los vecinos, y a su vez testigos, resultaba ser parte del equilibrio de la comuni-dad. Cuando se suscitó el pleito Xuarez-Mario-ni los de la Candelaria estaban enterados del conflicto. una vez que el pleito fue aplacado, no parece haber sido difícil para Marioni vol-ver a comprar otra parte del terreno. su caso había sido resuelto, por lo que entre 1785 y 1809 adquirió una fracción más de aquel solar que don pedro nolasco había heredado ini-cialmente a sus seis hijos.

Cuatro años después de los careos en el juz-gado, Marioni vuelve a aparecer en el escena-rio documental para comprar un pedazo de tierra interior sin salida a los hijos de pedro nolasco. la compra fue adelantada, ya que cuando Marioni formalizó ante el juzgado la transacción, el terreno ya estaba apalabrado e incluso Marioni les había adelantado nueve pesos a los herederos: “habiéndose exhibido por el dicho don Claudio 11 pesos, resto de los 20 que se apreciaron dichos camellones porque dijo tenerlos ya suplidos y adelantados los otros nueve pesos a los dichos herederos, y vendedores”.85 los documentos no hablan de cómo quedó la relación entre Cayetana y Ma-rioni, pero sabemos que éste mantuvo vínculos con los hermanos de ella; factor que le facilitó, además de la disposición del gobierno de ex-pedir títulos de propiedad, ampliar su terreno.

actores secundarios, como un hombre que defendía a Cayetana, fue acusado por Marioni de que había sido

insultado por un fulano escalona, quien di-ciendo ser su pariente [de Cayetana] me pasa a

posterior identificación adecuada de los límites de las tie-rras. los contemporáneos estaban conscientes de que los métodos de la medición eran imperfectos y a menudo lo admitían”.

85 agn, tierras, vol. 1404, exp. 17, 1785-1809.

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la policía acostumbran[...] no hay nada más po-deroso que las palabras dichas entre vecinos, al punto que algunos leen en ellas verdaderas de-claraciones de guerra.89

a Cayetana le resultaba obvia la interven-ción de escalona. si la defendía era gracias al parentesco que sostenían. por ello, a los del juzgado les explicó

este escalona es mi compadre de bautismo, y pa-riente muy inmediato[...] y por estas relaciones, se ha esmerado en protegerme y de sus opera-ciones y palabras, a lo que he advertido en el trato que como tan allegado he tenido siempre con él.90

después veremos que los abrazos de Cayeta-na con escalona iban más allá del compadraz-go; sin embargo, hasta aquí sus palabras nos muestran la importancia que en la época tenía ese lazo no sanguíneo que era el compadrazgo; para ella las palabras furiosas y denigrativas de escalona en contra de su enemigo Mario-ni eran naturales, evidenciándonos así que su explicación ante los jueces formaba parte de un imaginario aceptado y comprensible para sus contemporáneos. el peso del compadraz-go se basaba en el bautismo y el compromiso de asumir la protección del ahijado, de confiar al propio hijo, a presente y futuro.91

lo más sorprendente de esa aparente rela-ción protectora de compadrazgo se resuelve en un documento posterior. luego de 18 años de un vacío de información, los lectores nos enteramos de que aquel vínculo tenía conno-taciones amorosas. en julio de 1799, cuando Cayetana había ya muerto, y escalona se halla-ba “gravemente accidentado, y casi en artículo de muerte”, un documento aclara que escalo-na había sido gobernador de la parcialidad de san Juan y que además había sido inquilino de una de las casas propiedad de Cayetana Xua-

89 Cfr. arlette farge, La vida frágil, 1994, p. 21.90 agn, tierras, vol. 1064, exp. 4, 1781.91 Cfr. francois-Xavier guerra, Del Antiguo Régimen [...],

op. cit., Cap 3.

rez. en esas circunstancias, a punto de morir, escalona decidió confesar “la mala fe con que ha poseído la casa en que habita, que era pro-pia de Cayetana”, que “no es suya ni pertenece a él ni a sus hijos por posesión ni propiedad”, ya que Cayetana al morir, “por vía de comuni-cado hecho al otorgante” había dejado la casa “al sagrado convento de nuestra señora de la Merced”, noticia que escalona ocultó “y casi sobornando el escribano” hizo que en el testa-mento de ella “sonara lo contrario”.92

una vez más el peso de la oralidad. al co-municar la voluntad de Cayetana, escalona casi logró engañar al escribano haciendo que sonara lo contrario a los deseos de la difunta. el escribano creyó en sus palabras, es decir, el compadre testificó tan sólo con su voz: no du-daron de su identidad ni de que fuese el com-padre, ni dejó firma plasmada (porque no sa-bía escribir). la verdad estaba en el honor de su persona. Y si la voz tenía peso es porque res-guardaba el equilibrio de la colectividad; por-que en aquellos barrios el trato cotidiano, en el cual se incluían las propiedades, se hallaba regulado antes por la mirada de los vecinos y las palabras de los testigos, que por documen-tos y escrituras formales. así se explica por qué la gente perdía los títulos de propiedad o bien por qué aceptaba realizar transacciones orales sin que los documentos debieran respaldarlos; el criterio de la propiedad se regía, como vere-mos, a través de la buena fe, del conocimien-to del otro, del rumor y de la mirada ajena. la tierra, que antes que para ser poseída era para ser usada, participaba por igual en ese juego de ojos, que permaneció por muchos años más en aquellos barrios donde el peso de la comunidad, la palabra y el ser testigo eran suficientes para avalar los actos ajenos. estos polos convivieron juntos antes de que la difu-sión de los textos escritos como criterio para cotejar la autenticidad de cualquier acto fuese la verdad por excelencia.

92 agn, tierras, vol. 1064, exp. 4, 1781.

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reCepCión indígena del dereCho hispano

poco sabemos sobre cómo los indígenas apre-hendían el mundo legal hispano. a diferencia de la profusa cantidad de literatura jurídica a la que escribanos y jueces se acogían al asistir al juzgado, de los referentes culturales indíge-nas sólo existen párrafos sueltos y frases “resi-duales” entre los manuscritos producidos en el juzgado. Y aunque las transcripciones de los escribanos fueron filtros de las declaraciones orales, en esas frases se vislumbra parte de su relación con el mundo letrado español.

ante jueces y escribanos, los indígenas ha-cían frente a una legislación impresa, coheren-temente estructurada y de códigos precisos. al ponerse de pie ante el juzgado, reaccionaban ante un contexto cultural de hondas raíces cas-tellanas y europeas que registraba sus declara-ciones por medio del puño, letra e interpreta-ción de los escribanos. de esas frases transcritas es posible reconocer gestos y reacciones de los indígenas ante aquel mundo letrado; los litigios resguardan las respuestas que los indios de los barrios dieron una y otra vez a los cuestionarios que les fueron aplicados por los escribanos.

para finales del siglo xviii aquella institu-ción reguladora de los conflictos que era el Juz-gado de indios, había aplicado en numerosas ocasiones las disposiciones virreinales. a fuer-za de repetición, esa instancia se había hecho escuchar por unos indígenas que reconocían y reaccionaban ante la legislación. es precisa-mente esta relación entre la normatividad y la apropiación que de ella hicieron los naturales, sobre lo que nos detendremos aquí.

todas las referencias sobre los indios toma-das de los litigios por propiedad, se conforma-ron con declaraciones orales; por más simple que parezca, recurrir a la “testificación”, es decir, a solicitar la voz de otros para certificar —denominado por el derecho “información sumaria”—,93 forma parte de un acto históri-

93 Cfr. Víctor tau anzoategui, “la costumbre jurídica

camente situado. por más rutinario que fuera el solicitar declaraciones de los testigos, no es comparable referirse al papel de testigo a fi-nales del siglo xviii, que al que se juega hoy día en los juzgados; simplemente porque la palabra del testigo, como veremos, tenía otro significado.

en las respuestas, en las preguntas repeti-tivas, en los silencios o en la ambigüedad al usar ciertas palabras, se halla la posibilidad de interpretar cómo se relacionaban los naturales ante la cultura letrada del juzgado. el vínculo entre ambas partes ventila gestos y reflexiones relativos a cómo los indios se presentaban ante las autoridades, al tiempo que ellos aparecen representados por los hombres del juzgado. aquí es pertinente ensanchar la idea de susan Kellogg de que durante los siglos xvi y xvii en los tribunales se mostró una competencia de dos lenguajes por el dominio cultural y de que los indígenas más que intentar rescatar sus costumbres prehispánicas, lo que deseaban era conservar y hacer factibles los derechos jurídicos que la Corona les había dado; los in-dígenas de los barrios pretendían prolongar la relación con la tierra que habían adquirido desde mediados del siglo xvii.

al asistir al juzgado y saberse protagonis-tas, los indígenas asumieron ciertas actitudes que se revelan en frases como las de tomasa Manuela hernández, quien expresó “puesta a los pies de Vuestra excelencia y con todo ren-dimiento y reducida a los conceptos judiciales, como más haya lugar en derecho digo [...]”.94 los indios como ella se hallaban “reducidos a los conceptos judiciales” por el puño y letra del escribano que los representaba y por los letrados que entendían el sentido legal de los artículos: sin saber leer ni escribir, y ante una instancia jurídica que se conducía en un len-guaje especializado, no podría haber sido de otra forma, pero esto no significa que los indí-

en la américa española (siglos xvi-xviii)”, Revista de Histo-ria del Derecho[...] op. cit., p. 424.

94 agn, tierras, vol. 1404, exp. 3, 1809.

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genas no hicieran uso, ni se apropiaran de esa cultura. los documentos sugieren que cuando se presentaban ante el juzgado, de antemano dominaban ciertos presupuestos sobre los pro-cedimientos legales, saber que les permitía lo-grar su objetivo. sabían, por ejemplo, que an-te la legislación eran vistos como menores de edad, propensos a ser “defraudados y engaña-dos de ordinario por españoles y otras perso-nas”, con inclinación a vivir como fugitivos y vagos, como “infelices sin cultura, ni doctrina” o que criaban “familias de infelices dados a la ociosidad y viciosidad”. de modo que sabían qué respuestas podrían provocar en los jueces una negativa de vender sus solares.

los casos revelan un doble juego durante los traspasos: por un lado los indios solicitaban la venta en un tono compasivo y por el otro los jueces indagaban su situación con el supuesto fin de que los naturales no se desprendieran de sus propiedades. ambos partían del implí-cito de que estaba prohibido vender las tierras comunes donadas por la Corona, de que para venderlas debían tener permiso, además de probar otro recurso que evitara dejarlos des-poseídos. los indios eran concientes de que el hecho de solicitar un traspaso provocaría que los jueces mandaran a investigar todo sobre sus propiedades, es decir, se practicarían “las diligencias y averiguaciones necesarias de có-mo son suyas, heredadas de sus padres y [de] que les quedan otras tierras útiles y bastantes para su labor y sustento”.95

los manuscritos reiteran que los indios sa-bían perfectamente qué decir y cómo decirlo, es decir, son muestra de su capacidad de ac-tuación ante el juzgado. lo anterior lo revelan las justificaciones vertidas para pedir permiso de vender, como el de una anciana que expli-caba al juez que había

95 “orden del virrey de Montesclaros en la que obliga que todos los casos de venta de tierra por parte de los in-dios —después de hacer todas las precauciones y diligencias legisladas— sean vistos por el virrey”, en francisco de so-lano, Cedulario de tierras: compilación de legislación agraria colonial (1497-1820), 1984, p. 299.

deliberado vender [su solar] por mis enferme-dades y por el destino de mis hijos, incapaces de mantener una finca de adobe [...] que en mi avanzada edad teniendo más de noventa años me veo por instantes muriendo.96

el mismo tono usó otro vecino:

ya con mis padres difuntos me quedó una quilla en un camelloncito en este barrio la cual se me ha venido abajo por no habitarla por mi soledad y haberse muerto todos los más de mi parentela y me mantengo trabajando en la ciudad.97

tales razonamientos coincidían con el dis-curso legal que alertaba sobre el abuso a los indios; sus argumentos justificaban el traspa-so so pretexto de inevitables motivos morales y compasivos. su actuación era la de alguien que, muy a su pesar, debía desprenderse de sus bienes. solicitar una autorización de tras-paso que podía ser o no aprobada por el juez, requería mantener una actitud. detrás de todo esto se hallaba un indígena de pie ante un juez, desempeñando el rol de vendedor respon-sable.

a los indígenas les convenía jugar aquel papel, tanto como a los jueces les iba bien mi-rar esquivo la reiterada práctica de traspasar las tierras a mestizos y españoles que, para la segunda mitad del siglo xviii, se entrenaban como futuros especuladores del suelo urbano. en esos casos el enfrentamiento era simbóli-co, velado, ya que las solicitudes revelan que la presencia ante el juzgado era un mero trámite formal, pues de una manera u otra los indios ya habían apalabrado su casa, su tierra o sus solares y además habían aceptado dinero de los compradores, aun cuando desde 1609 los autos acordados señalaban:

ninguna persona de cualquier calidad y oficio que sea, puedan dar, ni den dinero adelantado a indios en poca ni en mucha cantidad, para que

96 agn, tierras, vol. 1264, 1795-97.97 agn, tierras, vol. 586, exp. 2.

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se lo sirvan en ministerio alguno, so pena de per-der lo que así dieren a los dichos indios.98

son reiteradas las ventas hechas previa-mente, por “debajo del agua”, que llegaban al juzgado. Mariano había convenido vender en 120 pesos una casita propia y chinampa a un hombre que le había “ministrado paulati-namente para sus urgencias, subsistencia y la de su familia la cantidad de noventa y siete pe-sos”,99 de modo que llegó al juzgado tan solo para formalizar la transacción. los créditos, figuras recurrentes en diversas transacciones virreinales, parecen haber sido parte de los re-cursos implícitos durante esos traspasos. las vías de crédito y procesos de compra venta por medio de censos100 consignativo, enfiteú-tico o reservativo, eran empleados según la circunstancia:

en el censo consignativo, el censo se constituía porque el deudor había recibido una parte del capital (retribución de un capital que se ha re-cibido en dinero). en el censo reservativo se entregaba el dominio pleno de una propiedad

98 Cfr. eusebio Ventura Beleña, Recopilación Sumaria, 1999, p. 56.

99 agn, tierras, vol. 1417, exp. 3, 1816.100 sobre las formas en que se realizaba el traspaso de

propiedades en ausencia de dinero circulante, varios au-tores han referido a sistemas de crédito que generalmen-te tomaban la forma de censos. Cfr. Wobeser gisela von, “Mecanismos crediticios en la nueva españa. el uso del censo consignativo”, en Mexican Studies. Estudios Mexicanos, vol. 5, number 1, Winter 1989 y en El crédito eclesiástico en la Nueva España. Siglo xviii, 1994; Ma. del pilar Martínez lópez-Cano, El crédito a largo plazo en el siglo xvi. Ciudad de México (1550-1620), 1995. también “Mecanismos credi-ticios en la ciudad de México en el siglo xvi”, en leonor ludlow, Jorge silva (comps.), Los negocios y las ganancias de la colonia al México moderno, 1999. también Ma. del pi-lar Martínez lópez-Cano (coord.), Nicolás de Yrolo Calar. La política de escrituras. Estudio preliminar, índices, glosario y apéndices, 1996; también en pilar Martínez lópez-Cano y guillermina del Valle pavón (coords.), El crédito en Nueva España, 1998; Marie-nöelle Chamoux, daniele dehouve, Cécile gouy-gilbert, Marielle pepin lehalleur (coords.), Prestar y pedir prestado. Relaciones sociales y crédito en México del siglo xvi al xx, 1993; daniele dehouve, “introducción a la parte histórica”, en Marie-nöelle Chamoux, et al., Prestar y pedir prestado [...] op. cit.

(dominio útil y directo); y en el enfitéutico, el do-minio menos pleno (dominio útil).101

estos casos se repetían al traspasar los in-dígenas sus propiedades: el censualista (acree-dor) era algún vecino con dinero que parecía comprar veladamente la casa al censuario in-dígena, quien se iba convirtiendo en dueño a partir de pequeños préstamos a su deudor. los registros de venta en este tenor se repiten con frecuencia: al llegar al juzgado los indíge-nas manifestaban haber aceptado poco a poco dinero de su vecino, hasta que ya sin tener con qué pagarles, no les quedaba otra opción que donar su propiedad. recibían el dinero en ca-lidad de préstamo. Y aunque no queda claro que estuviesen prometiendo de antemano su propiedad, sí parece haber sido un implícito sobre el que los anticipos se respaldaban.

se trataba de préstamos silenciosos que empalmaban tanto con la prohibición de que los indios vendieran sus tierras, como con la vigilancia a los compradores de no dejar “sin bienes” a los naturales. ninguna de las partes podría haber llegado al juzgado a declarar que prestar o aceptar el dinero se respaldaba en la posesión; los préstamos más bien estaban cargados de un dejo de caridad. durante el pe-riodo virreinal

la acción de prestar sin esperar nada a cambio era lícita y considerada como un acto y mues-tra de caridad, a la que debía aspirar todo buen cristiano, útil al bien común y a la sociedad. sin embargo, obtener intereses por esta operación era considerado como un pecado grave que atentaba no sólo contra el orden civil y moral, sino también contra el natural.102

la contraparte de la usura era el préstamo; quien prestaba era caritativo.

la vigilancia sobre los compradores de tie-

101 Cfr. Ma. del pilar Martínez lópez-Cano, op. cit, p. 23.

102 Ibidem, p. 31. también Jacques le goff, La Bolsa y la Vida. Economía y religión en la Edad Media, Barcelona, editorial gedisa-historia, 1997.

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rra nativa disminuyó para la segunda mitad del siglo xviii. las autoridades aminoraron la cautela, exigiendo a cambio la presencia de va-rios testigos indígenas durante las transaccio-nes.103 así, la responsabilidad del traspaso fue transferida a los naturales. después de 1650,

los indígenas litigantes estaban ansiosos de crear cierta imagen de ellos mismos ante los ojos de los oidores. se presentaban como pacíficos, trabaja-dores y merecedores, deseando controlar lo que consideraban verdaderamente suyo. se quejaban de que sus adversarios no sólo deseaban usurpar equivocadamente la propiedad, sin derecho y a veces por la fuerza, sino además les encantaba crear conflictos.104

de ser defendidos pasaron a defenderse, de modo que sus antiguos privilegios de ser pro-tegidos transmutaron hacia su capacidad para actuar y defenderse de posibles engaños. las advertencias de fraudes en que los indios eran “aconsejados por los compradores” para “ocul-tar su calidad” y presentarse como si fueran “mestizos, castizos y otras castas para facilitar las ventas”, siguieron vigentes. las instruccio-nes para evitar que enajenaran “sus pobres bienes, solares y casillas de las que viéndose destituidos se entregan al ocio y vagabundería a que naturalmente son propensos, tomando en esto ocasión para el abandono de sus fami-lias”105 permearon el discurso sobre la propie-dad más allá de la independencia.

la supuesta obligación de vender en con-tra de la voluntad indígena es una constante en los escritos dieciochescos. se trata de una paradoja en la que el derecho hispano parecía traicionarse a sí mismo: al tiempo que prohi-bía que los indios fueran despojados de sus

103 Cfr. danièle dehouve, Historia de los pueblos indígenas de México. Entre el caimán y el jaguar. Los pueblos Indios de Guerrero, México, ini, 2002, p. 117.

104 danièle dehouve, op. cit., p. 67.105 “instrucción del virrey Mayorga, 1781, repitiendo

disposiciones a fin de evitar que los indios vendiesen sus propiedades, pues les forzaba al abandono de sus pueblos, al vagabundaje y al olvido de sus prácticas religiosas”, en francisco de solano, Cedulario de [...] op. cit., p. 484.

tierras por españoles y mestizos, creaba los mecanismos para traspasar las tierras.106 Y era precisamente la actuación de tales artilugios lo que los indígenas practicaban. de ser supues-tamente protegidos, pasaron a solicitar protec-ción y conmiseración; diálogo que reinó en el contexto de la doctrina española hasta antes de 1680.107

los indígenas actuaban ante los referentes culturales de los funcionarios virreinales con que trataban. es decir, como cada vez que se encontraban frente a los jueces sabían con precisión cuál era la imagen con la que serían vistos —imposibilitados, menores de edad, propensos a la vagancia, etcétera— los indios reaccionaban con conocimiento de causa. a pesar de las reiteradas prohibiciones de que no vendieran sus tierras, muchos de ellos apa-recen en el Juzgado de indios solicitando el permiso para cederlas. por un lado los jueces aceptaban traspasar las propiedades en aras de ayudar a las súplicas de los indios y por el otro éstos imploraban el consentimiento de hacerlo debido a la necesidad, cuando en rea-lidad ya habían comprometido sus solares y ca-sas. pareciese un doble juego bien reconocido por todos.

106 a excepción de las reales cédulas del 23 de julio de 1571 y del 18 de mayo de 1572, en que se aprobó “que los indios puedan vender sus tierras”, las cédulas posteriores: la dictada por el virrey de Montesclaros en 1603, la del vi-rrey Mayorga en 1781 y la del virrey José de gálvez de 1784 prohibieron que los indios enajenaran sus tierras. para el siglo xviii incluso se consideró una mala interpretación de la ley lo que algunos habían deducido de la cédula de 1571: “[...] y porque interpretando o mal entendida ley 27, título i, libro iV, los justicias de los partidos proceden a otros instrumentos de venta y arrendamiento sin las predichas formalidades”, “instrucción del virrey Mayorga [...]” en francisco de solano, op. cit., p. 484.

107 dos tendencias explicativas sobre el indio reinaron en el virreinato, “la de aquellos que movidos sólo por razo-nes de utilidad pública estimaron que el mundo indígena debería quedar sujeto en todo al derecho Castellano y la de quienes, por motivaciones impregnadas de un profun-do contenido humano, moral y religioso, se inclinaron por el dictado de una política proteccionista y respetuosa para con lo indígena [...] esta sería la solución [...] que determi-nó la acción de gobierno para con el indio hasta la promul-gación de la recopilación de 1680”. Cfr. ismael sánchez Bella, op. cit., p. 42.

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en consecuencia, cuando los indios se acer-caban al tribunal tenían claro los implícitos y advertencias que suponían las prohibiciones. aunque no supieran leer, sabían cómo actuar frente a las autoridades, es decir, exhibían que aun si vendían sus terrenos, serían capaces de pagar los tributos y de vivir sin echarse a la vagancia. sabían que el préstamo como pago adelantado era una salida ineludible a sus ar-gumentos compasivos. su insistencia de apa-rentar estar en contra de los traspasos era la mejor actitud para que la transacción no fuese rechazada, por ello, en un tono de conmisera-ción, pedían permiso para vender arguyendo que poseían una segunda propiedad y que la propiedad que vendían estaba en desuso y le-jos del lugar de trabajo. otros motivos eran las deudas y la carencia de dinero para susten-tarse o mantener a la familia; la vejez que les impedía habilitar la casa; la falta de herederos; el hecho de tener que regresar a la tierra que los había visto nacer, las enfermedades y la so-ledad.

los indígenas se habían apropiado del len-guaje institucional; sabían que el argumento de condiciones morales miserables motivaba la compasión y facilitaba la aceptación de ven-ta antes los jueces. el lenguaje institucional, sin embargo, no solamente se reducía a la es-critura; veremos que de forma paralela a los manuscritos estaban la veracidad de la palabra y los ritos que acompañaban el traspaso de aquellas posesiones.

oralidad Y ritos

los testimonios orales ante los escribanos cer-tifican el peso que a finales del siglo xviii aún tenía la palabra. Como vimos, era una práctica común la ausencia de escrituras y hacer tratos verbales. de modo que las propiedades solían heredarse, venderse entre parientes, amigos, vecinos o conocidos sólo basándose en acuer-dos cara a cara, sin que existiese de por medio algún documento. Cuando los pleitos llegaban

al Juzgado de indios era porque los acuerdos verbales se habían agotado y entonces las dis-putas quedaban en manos del tribunal. era entonces cuando las transacciones orales eran traducidas al mundo escriturístico, formando así parte de la legislación impresa.

Quisiera resaltar cuáles eran algunos de los principios que regían aquella cultura oral. un primer elemento para introducirnos es el peso que se les daba a los ancianos del barrio como custodios de la memoria colectiva:

juntos los señores alcaldes y demás señores vie-jos de este barrio[...]decimos que le vendemos en el nombre del rey nuestro señor don felipe Quinto que dios guarde, un pedazo de sitio airo-so [...]a don pedro pablo Xuarez[...] con nuestro gusto y voluntad por estar sirviendo al rey nues-tro y le damos la posesión por ser hijo del barrio y no advenedizo.108

a finales del siglo xviii y primeras décadas del siguiente los viejos aún eran portadores de la memoria colectiva. su autoridad recaía en ser testigos de primera mano y longevos mo-radores; podían distinguir quiénes eran hijos del barrio y quiénes advenedizos. tal distin-ción resalta la proporción racial registrada entre los indígenas de los barrios ubicados al oriente de la acequia real; recelosos de su lo-calidad, quizá practicaban con determinación las políticas virreinales de poblamiento que prohibían la residencia de foráneos entre los indios.109 por ello verificaban, “según saben los que informan”, quiénes intervenían en las transacciones, si “por título de venta” adquirie-ron “su dominio”, además de “la instrucción” adquirida por “los viejos del barrio”.110

para fines del siglo xviii la voz de los an-cianos aún fungía como criterio de verdad, tal como había funcionado a lo largo del virrei-nato.111 la probable continuidad entre esos ancianos y los viejos de la tierra, tlalhuehuet-

108 agn, tierras, vol. 1404, exp. 17, f. 14, 1803.109 Cfr. Magnus Mörner, op. cit., p. 202.110 agn, tierras, vol. 2243, exp. 13, 1787.111 Cfr. paula lópez Caballero, op. cit., p. 36.

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que, referida por lockhart para los títulos pri-mordiales, apunta a la “autoridad [que tenían] para hablar sobre el pasado y decir lo que de-be hacerse; poseen la verdad, el saber de los antepasados”.112 en otra dirección, pero que corrobora su relevante figura, se muestra en la condena que los calificaba de “indios viejos que viven ociosos a expensas del sudor de los otros, dominándolos con el más duro despotis-mo”.113 Cualquiera que fuese el punto de vista, el recuerdo de los viejos tuvo vigencia incluso hasta finales del siglo xix, tal como lo mues-tra la declaración de unos solares que habían pasado de padres a hijos, desde la bisabuela pascuala María, herencia respaldada por los viejos del barrio de la Candelaria, don nasa-rio, y don Manuel santillan”.114

los ancianos eran parte sustancial de aque-lla sociedad sustentada en la oralidad. la pala-bra bastaba para respaldar las posesiones; los escribanos recurrían al consenso de los viejos, vecinos o testigos, para dar la sentencia, para verificar el peso de una verdad que se gradua-ba dependiendo de quien la expresara. es aquí donde la palabra se refería a un contexto histó-rico que la asociaba con el honor, la fe y el re-conocimiento de quien la enunciara. su grado de importancia dependía de dónde emanaba, es decir, el peso de la voz era mayor conforme más cerca de lo narrado estuviese el relator: de ahí que el recuerdo de los viejos, quienes habían sido testigos de lo sucedido entre los ancestros, fuese más apreciada. la fuerza del testimonio dependía de la ubicación del depo-nente: si había sido testigo ocular; si lo había escuchado de otro testigo o si se lo habían con-tado “de oídas”. nos detendremos en esto más adelante. lo que por ahora interesa subrayar es que la memoria, la palabra, la vista y el co-nocimiento mutuo eran parámetros que convi-vían con los del mundo impreso.

testigos como don José reconocían con mi-

112 Ibid., p. 201.113 p. Mariano Cuevas, Historia de la Iglesia en México,

1928, p. 43.114 agn, tierras, vol 2243, exp. 13, f.5, 1878.

nucia los sitios, ubicación y ocupantes de las propiedades en litigio. eran capaces de decla-rar que las tierras de Cayetana lindaban

por el norte con la casa de don Claudio Mario-ni, por el sur con la capilla de nuestra señora de la Candelaria, por el oriente con la calle que atraviesa las espaldas de dicha capilla y por el poniente con casa de pedro nolasco, que de este corre una pared y cimientos antiguos que divi-den al referido don Claudio y a la que lo presen-ta.115 [o bien], ha tiempo de más de 20 años, que por vivir en el barrio de san pablo[...]sabe de oídas que todo el referido solar pertenecía a el licenciado Juan Vargas a quien conoció cercano a su muerte [...].116

los casos en que los vecinos de los ba-rrios intervinieron como testigos, mostrando su saber sobre la colectividad, son diversos y largos de narrar. Van desde hijas entenadas que luego de haber cuidado a sus padrastros declaraban en contra de las hijas legítimas; al tener derecho de poseer la tierra que oral-mente les había sido heredada, pasando por límites territoriales sin escrituras. Cuando los pleitos se convertían en un verdadero rumor de vecindad —en el sentido de una colectivi-dad circunscrita en que los vecinos se recono-cían y vinculaban a partir de la vigilancia y la transmisión oral—,117 llegaban al juzgado. Co-mo por ejemplo unos hijos que disputaban la tierra heredada oralmente por el padre a los hermanastros, o el caso de cierta persona que detentaba ser propietario de una habitación luego de haberla rentado a un viejo ya difunto: los testigos avalaban o no la verdad de aquellas declaraciones.

a la liga entre vigilancia mutua, oralidad y rumor, se añadía la gestualidad como refuerzo para efectuar los traspasos. se trata de ritos que normaban la certificación de la posesión y que en forma de ceremonias servían como constatación de las posesiones. resulta más

115 agn, tierras, vol. 1064, exp. 4, 1781.116 agn, tierras, vol. 495, exp. 2, 1730-31.117 Cfr. arlette farge, op. cit., pp. 19-20.

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fácil introducirnos a esto con un ejemplo. a fi-nales del siglo xviii, en el barrio de santa ana Zacatlamaco, un ritual de posesión de tierra registrado en 1781 ilustra lo anterior. la des-cripción sorprende. a las nueve de la mañana 19 personajes públicos de la época —más algu-nos que son referidos como “otros naturales de la misma vecindad”, como los naturales de santa ana, o bien como otros varios oficiales de república—, embarcaron en una canoa pa-ra celebrar un acto de posesión en aquellas tierras a las que se llegaba por agua: “todos los cuales habiendo entrado con dicho relator comisionado en unas canoas para pasar por la acequia real” y llegar “a la orilla del dicho potrero”, en el que se hallaba “una mojonera en la que están cuatro árboles de sauce y en medio dos santas Cruces de palo que nom-bran de atlapaxco desde el cual se ve una zan-ja que todos los concurrentes expresaron ser el acalote viejo” a fin de celebrar el “derecho en posesión real”.118

los ritos de posesión eran preceptos, como veremos, que sostenían a aquellas sociedades iletradas. se actuaba la aprehensión simbólica ante testigos (rito de sabor feudal: coger tierra, arrancar plantas, aventar piedras, dar estoca-das a los árboles) y se constataba públicamen-te la fe de lo ocurrido, dada por el escribano de la expedición.119 imaginar al abogado de la real audiencia y relator del Juzgado general de naturales; al guarda de la Viga; al minis-tro ejecutor de dicho Juzgado general; al es-cribano del Juzgado; a don Marcos de arteaga quien tomaría posesión del potrero rematado por los naturales de santa ana; al alcalde de santa ana; al escribano de santa ana; al cu-ra, al gobernador, al alcalde ordinario y al alcalde de barrio del pueblo de ixtacalco; al alcalde del barrio de la Mixiuca; al intérprete general de la real audiencia y a otras muchas personas, montados todos en una canoa para

118 agn, tierras, vol. 1220, exp. 2, f. 42, 1781.119 Cfr. José Miranda, Las ideas y las instituciones políticas

mexicanas 1521-1820, 1952, p. 35.

cruzar la acequia real y llegar a dar posesión de una ciénega, resulta un pasaje muy lejano a nuestros ojos y muy posible de ser visto desde el presente como un festejo folclórico propio del pueblo. sin embargo, aquello era un acto desde la ley y actuado por los hombres en el poder. Me parece necesario resaltar el entor-no en el que la posesión fue realizada, porque además de ese paisaje, también el acto mismo de la celebración evoca a una sociedad tradi-cional que parecía continuar con ritos de muy larga duración que algún día fueron así solem-nizados en la europa medieval:

Comenzando el acto de posesión le hizo entrega don José garcía escalante, anterior arrendatario, a don Marcos de arteaga de este primero lin-dero en donde dándose por entregado, le tomó de la mano el expresado ministro ejecutor don antonio gerardo ponce de león, y entrándole como le entró en nombre de su Majestad (que dios guarde) y sin perjuicio de tercero que me-jor derecho en posesión real [...] de la referida ciénega o potrero la que aprehendió dicho don Marcos quieta, y pacíficamente sin contradicción de persona alguna y en señal de ella arrancó yer-bas e hizo otros actos de verdadera posesión.120

¿a qué se refiere el documento con “otros actos de verdadera posesión”? antes de res-ponder a esto es necesario subrayar su gran teatralidad. la actuación reforzaba a la memo-ria de los viejos y a lo visto y escuchado por los testigos. los ritos de posesión eran actuacio-nes realizadas para grabarse en el recuerdo de testigos para los que un documento impreso no lo era todo. desde esa lógica se avaló el de-recho de propiedad de una casa ubicada en el barrio de Belém, a la que asistió en 1722 el mi-nistro y comisario de la real sala del Crimen de la corte a fin de amparar la posesión de la casa y solar; para ello realizó los procedimien-tos que marcaba la ley. luego de que el solar fue medido, el ministro cogió por las manos a los dos implicados “y dijo que en nombre de su majestad y de su real Juzgado y sin perjui-

120 agn, tierras, vol. 1220, exp. 2, fs. 85, 1781.

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cio de su real haber, ni de otro tercero” que dicha chinampa y casa les pertenecía; luego “los paseó por ella, hizo arrancarles yerbas y tirar piedras y los entró en dicha casa abrien-do y cerrando puertas y ventanas y haciendo otros actos de verdadera posesión para que de ello no sean desposeídos sin ser primero oídos y por fuero y derecho vencidos...”121

otro caso de posesión, registrado en 1776, refiere a santa Cruz Cuauhtzingo. luego de que “entregamos el subcitado el sitio y camello-nes”, hicieron al propietario “arrancar hierbas y tirar piedras y demás adiciones necesarias de justicia según las leyes”.122 esa sociedad anal-fabeta requería de medios de comunicación no escritos, pero no por ello menos eficientes. los actos de toma de posesión nos hablan de una cultura material que se había heredado de antiguas tradiciones; al cambiar de manos alguna propiedad los hombres dieciochescos muestran los ancestrales lazos con que se vin-culaban a la tierra. “el acto de toma de pose-sión consistió, por lo general, en la aprehen-sión simbólica ante testigos (rito de sabor feudal: coger tierra, arrancar plantas, aventar piedras, dar estocadas a los árboles) y en la constancia pública (la fe de lo ocurrido, dada por el escribano de la expedición)”. 123

Volverse propietario se simbolizaba con ac-tuaciones en las que se arrancaban plantas, se aventaban piedras, se recogía tierra o se da-ban estocadas a los árboles frente a testigos, al tiempo que el escribano daba constancia de lo ocurrido. por más rutinario que parezca este acto, genera preguntas inquietantes que nos llevan a pensar en la relación que aquellos vecinos tenían con dios, en tanto era el verda-dero y único poseedor de la tierra. el hecho de tocarla, de asirla, de poseerla, parece conti-nuar ese otro acto que fue cargar un trozo de ella cuando alguien se mudaba, para así pre-servar el lecho de los ancestros difuntos.

121 agn, tierras, vol. 396, exp. 6, fs. 53, 1721.122 ahaa, Terrenos, vol. 4025, exp. 126, 1776.123 Cfr. José Miranda, op. cit., p. 35 (las cursivas son

mías).

para fortificar la palabra estaban los actos de posesión, que a nuestros ojos aparecen co-mo verdaderas ceremonias rituales. a pesar de que en todo acto de posesión, incluso ac-tualmente, se entrega una cosa (en los casos dieciochescos correspondería a la tierra), el rasgo clave que nos hace diferenciar un suceso de esa naturaleza de uno actual, es la solemni-dad que lo revestía. sin duda que durante la época virreinal desde el objeto, hasta la lici-tud, pasando por el consentimiento, eran ele-mentos para elaborar un contrato de venta, sin embargo, creo que uno de ellos, la solemni-dad, se basaba en un principio diametralmen-te opuesto al que se sustenta en el presente. a saber, para cualquier persona hoy día el punto culminante para cerrar una transacción sobre propiedad sería la obtención de un escrito se-llado y reconocido ante la instancia por exce-lencia, que es el notario. durante el virreinato esto no era tan claro.124

Contados eran los que poseían títulos de propiedad, de modo que la solemnidad del ac-to no forzosamente resultaba en la obtención de una escritura reconocida ante el notario; es decir, a pesar de que en ambas sociedades, la virreinal y la presente, se hiciera entrega de una cosa, los fundamentos de dicha vali-dez distan de ser iguales: aquí veremos que los indígenas de los barrios más que obtener un documento reconocido ante notario, pre-tendían refrendarlo con y ante la vista de la comunidad, porque el peso de la mirada y la fe en la palabra (“es hombre de palabra”) eran sustento primordial para constatar cualquier asunto.

la lectura de M.t. Clanchy nos muestra cierta similitud entre el pasaje anterior y los

124 en términos jurídicos los elementos esenciales de todo contrato serían el objeto, el Consentimiento, la so-lemnidad y el Motivo o licitud. traspuesto esto a nuestro análisis cada elemento correspondería, respectivamente, al terreno, a la aceptación de vender, a la solemnidad del acto (el rito de posesión) y a la susceptibilidad del objeto de estar en el comercio. tomado de la conferencia impar-tida por María eugenia dávalos, seminario historia del derecho, México, unam, 2005.

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que él señala para la inglaterra medieval. ta-les actos tenían entre otros fines dejar bien grabado en la memoria de los asistentes la po-sesión de alguna tierra. la actuación formaba parte de los criterios de comunicación propios de aquella sociedad ágrafa. esos actos públi-cos “actuados” a la vista de todos, quedarían registrados entre la colectividad e impresos en el papel para quienes no asociaban que la memoria se vinculaba con una autoridad que constantemente repetía los recuerdos. años después de la independencia, los documentos revelan que mientras el escribano, de su puño y letra, daba “fe de lo ocurrido”, los vecinos —en calidad de testigos oculares— requerían actuar desde un saber basado en “lo dado”,125 es decir en un saber empírico.

Veamos un caso de la inglaterra del siglo xii y comparémoslo con la descripción de actos de posesión de tierra descritos para los barrios.

antes de que las transferencias de propiedad fueran hechas por medio de documentos, los testigos “escuchaban” al donador pronunciar las palabras del traspaso y lo veían hacer la transfe-rencia por medio de un objeto simbólico, como un cuchillo o un terrón de la propiedad[...] di-cho gesto tenía la intención de imprimir el even-to en la memoria de los presentes. si alguna dis-puta se suscitaba después, quedaba el recurso de recurrir a los testigos. reglas similares servían en los registros orales de los tribunales, los cuales eran retenidos en la memoria de los presentes. por ejemplo, si el registro de la corte del conda-do era disputado, los litigantes ofendidos traían a dos testigos que diesen evidencia de lo que ha-bían oído y visto.126

de modo que la teatralidad que acompa-ñaba al acto de posesión fue una antiquísima práctica social127 que perduró más allá del si-

125 la imprenta posibilitó que un documento jugara el rol de ser un original perfecto, “dado, fijo, autónomo, ob-jetivo”, alejándose así de un saber interpretativo y subjeti-vo. Cfr. david r. olson, “Cultura escrita y objetividad[…]”, op. cit., pp. 206-207.

126 M.t. Clanchy, From Memory to Written Record: En-gland 1066-1307, 1999, pp. 254-255.

127 al referirse a la fundación de roma, fustel de

glo xviii. el arrancar hierbas, aventar piedras o abrir puertas y ventanas era una actuación que servía para dar notoriedad al acto de po-sesión e imprimir el evento en la memoria de los presentes, pero traerlo aquí a colación sobre todo significa insistir en la importancia que tenía aun para finales del virreinato la transmisión oral como sistema de comunica-ción social. para consumarse, los traspasos se acompañaban de gestos extratextuales a fin de fortalecer la palabra escrita. de modo que la palabra, los gestos rituales y los manuscritos iban de la mano, recalcando a una sociedad oral secundaria en la que cohabitaban ambos códigos de comunicación.

esa clase de ceremonias insinúa la relativa influencia que todavía tenían los documentos escritos ante el juzgado, lo cual se corrobora con la indiferencia que mostraban los vecinos al no poseer títulos de propiedad. Como las escrituras eran casi inexistentes, entonces la posesión debía respaldarse en un destacado ritual que grabara el hecho en la memoria de los vecinos y testigos de los barrios: la credibi-lidad, el peso de la palabra y la presencia de un testigo que narrara después haber visto el acontecimiento, son todos elementos comuni-cativos de una colectividad ágrafa.

de modo que a finales del siglo xviii el texto escrito no era determinante entre los vecinos de los barrios. al predominar el documento escrito, los testigos cambiarían su rol, pasan-do de su activa participación como actores y reproductores de la memoria colectiva a escu-char de pie la lectura de un dictamen, confia-dos en que ese documento, en adelante, sería

Coulanges, basándose en plutarco, relata un pasaje que bien podría remontarnos a la historia, guardadas todas las proporciones, de la posesión de tierra: “[...]rómulo cava un pequeño hoyo de forma circular y arroja en él un terrón que ha traído de alba. luego, cada uno de sus compañeros se acerca por turno, y arroja, como él, una poca de tierra que ha traído de su país de origen”, rito que es explica-do por el autor como la necesidad de transportar tierra de donde habían vivido y muerto los ancestros. fustel de Coulanges, La ciudad antigua. Estudio sobre el culto, el derecho y las instituciones de Grecia y Roma, 1989, p. 98.

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el portavoz, la autoridad y el respaldo de ese acto legal. todo quedaría impreso en un texto que podría ser consultado cuantas veces fuera necesario, declinando así el papel de los viejos del barrio, de los vecinos más antiguos y de la memoria fortalecida por medio de los ritua-les. desde entonces el texto escrito tomaría el significado de ser un archivo al que se podía consultar cuantas veces fuera necesario, per-mitiendo comprobar con objetividad las decla-raciones orales de quien se postulase dueño de alguna propiedad. así los documentos

cambiaron el significado, mediado por la escu-cha y observación, de la relación de los testigos con los procedimientos legales, porque la evi-dencia escrita podía ser escuchada al leerse en voz alta o vista al inspeccionar los documentos [...] una vez que los escritos fueron usados para transferir las propiedades, la escucha se dirigió a cualquiera que oyera el escrito en voz alta y a cualquier hora, en lugar de referirlo sólo al tes-tigo de la transferencia original. desde entonces fue un corto paso el sustituir al “veedor” por el “lector” [...].128

desde entonces la palabra, el gesto y la me-moria fueron disociados, sólo resta aclarar desde dónde construían el peso de su verdad los jueces y escribanos.

testigos, JueCes, esCriBanos Y Verdad

los hombres del juzgado elaboraban sus ma-nuscritos luego de escuchar los testimonios orales. el testigo, quien había presenciado el hecho en cuestión, narraban desde el criterio de los escribanos de que “sabe y le consta de vista, ciencia y experiencia”. de modo que el peso del testigo era importante aun para los escribanos; la palabra se vinculaba al haber sido testigo de un suceso determinado. ese sa-ber jurídico especializado, la “ciencia cierta de testigos”, explica que a los declarantes se les

128 M.t. Clanchy, op. cit., p. 255.

antepusieran frases como “le consta de vista, ciencia y paciencia” que ella era “dueña de la casa que habita, la que hubo y heredó según tiene noticias de sus padres, por cuya razón la ha poseído quieta y pacíficamente”.129

la presencia de los viejos, el papel directo de los testigos y los ritos de posesión tenían su contraparte en la erudición que respaldaba a jueces y escribanos. del saber jurídico que con-sultaban, me interesa resaltar cómo sustentaba su sentido de verdad al escuchar a los testigos. el significado de verdad que les atribuían pro-cedía de una cultura erudita que se mantuvo sin cambios a lo largo de todo el virreinato, hasta que en 1802 la Corona reformó la ca-rrera de abogado.130 al indagar lo verdadero de las declaraciones de los testigos, los jueces y escribanos diferenciaban lo verdadero de lo falso desde aquella ciencia cierta de testigos.

en esas declaraciones, los testigos informa-ban desde cuándo conocían al protagonista del hecho; si sabían algo de sus familiares; cuá-les eran los límites de la propiedad en disputa; si tenían antecedentes de su relación con los vecinos, en fin cualquier dato les era solicitado en el juzgado. el resultado de esos procesos se decidía luego de que escuchaban la palabra de hombres y mujeres, casi siempre vecinos del barrio, que asistían a defender a alguna de las partes. a los escribanos desde muy temprano se les dio un papel especial en relación con las probanzas y recepción de testigos en tan-to eran a ellos a quienes se debía recurrir en primer lugar a declarar, y “si no hubiere es-cribanos los oidores provean en ello como les pareciese [...]”.131

desde qué referentes elaboraban sus crite-rios para escudriñar de las declaraciones ver-tidas es una cuestión que los historiadores del

129 agn, tierras, vol. 1064, exp. 4, 1781.130 Cfr. Jorge Mario garcía laguardia y María del refu-

gio gonzález, “significado y proyección hispanoamericana de la obra de José María alvarez”, en José María alvarez, Instituciones de Derecho Real de Castilla y de Indias, tomo i, 1982, p. 32.

131 Cfr. alonso Zorita, Leyes y Ordenanzas Reales de las Indias del Mar Oceano 1574, 1984, p. 232.

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derecho nos ayudan a aclarar. lo primero que esa historiografía señala es que la cultura jurí-dica se prolongó casi sin cambios sustanciales desde la Baja edad Media hasta las primeras décadas del siglo xix. los hombres del juzgado practicaban lo aprendido en su ramo. así se explica que sus referencias fueran san agustín, santo tomás de aquino, alfonso X, diversos pasajes bíblicos, etcétera. la formación de los juristas remitía a una sociedad estamental que comenzaba con dios; la ciudad que refieren apunta parecerse más al orden medieval que al espíritu reformador borbónico, invitándonos a seguir el presupuesto señalado por paolo gros-si de que la legalidad, al igual que la religión, tenían una importancia tal que trasminaban todo el orden cotidiano. el derecho también refiere a un orden de la sociedad en tanto se

identifica con la realidad ordenadora y cimenta-dora, como tal, como realidad no desgarrada por lo cotidiano, inmune al desorden caótico de la vida de cada día, desempeña la función de plata-forma estable y estabilizadora, de garantía de con-tinuidad [...] la dimensión jurídica de una socie-dad como ésta es sobre todo consuetudinaria.132

la observación de paolo grossi sugiere que el sentido de verdad de los escribanos y jue-ces a finales del siglo xviii se parecía mucho más al significado que tuvo a lo largo de la Ba-ja edad Media que al criterio de objetividad que se le dio a partir de las últimas décadas del siglo posterior. ¿desde qué referencias los escribanos y jueces escuchaban esos tes-timonios? ¿Qué había detrás del escuchar la voz de los testigos? ¿seguían alguna regla pa-ra anotar las declaraciones? las respuestas a estas preguntas nos remiten a una muy larga tradición. Quisiera resaltar que parte de los presupuestos de los hombres del juzgado par-ticipaban de una tradición que distinguía de los testimonios el “haberlo visto”, del “haberlo escuchado”. Como vemos, esa larguísima tra-

132 Cfr. paolo grossi, El orden jurídico medieval, 1996, p. 101.

dición aún contenía elementos de la sociedad medieval ágrafa de la que procedía. por eso ni la verdad que esperaban escuchar los escriba-nos, ni el testimonio que vertían los testigos tenían como referente el presupuesto de una objetividad científica que la respaldara; la ver-dad declarada ante los juzgados virreinales se asociaba más con la fe, con el temor a men-tir ante una instancia que encarnaba el poder soberano e incluso con la credibilidad en la palabra del testigo de quien se conocían sus referencias biográficas, que con la idea de una verdad que podría ser comprobada luego de una investigación deductiva.

las partes hablaban y los escribanos inter-pretaban desde un saber del que tomaban las fórmulas adecuadas a la resolución de cada caso. los jueces y escribanos participaban del peso del testigo aun cuando se regían por la escritura y de un saber cultivado que partici-paba de una comunicación especializada que nos remite de manera inmediata a los manua-les dirigidos en la época a los escribanos. Más de una decena de títulos, editados y reedita-dos, nos hablan de lo recurrido que fueron a lo largo del siglo xviii.133

aclaremos que con los escribanos estamos en un contexto en el que las declaraciones ora-les habían sido ya trasplantadas al manuscrito. las palabras eran por tanto interpretadas antes de ser transcritas. por ello la palabra, la verdad y el escribano iban de la mano, aun cuando el peso del testimonio oral era definitorio para el escrutinio de la verdad indagada. lo prime-ro que sorprende es la semejanza estructural de los casos procesados en los juzgados con las instrucciones que les eran dadas a los escriba-nos en esos manuales. se indicaba paso a paso

133 los libros para escribanos son muy abundantes. Cfr. pedro de sigüenza, De cláusulas instrumentales, 1767; José febrero, Librería de Escribanos, Madrid, 1783 (este manual fue reeditado al menos en ocho ocasiones, entre 1778 y 1802); fray diego Bravo, Manual de Escribanos, 1640; José Juan y Colom, Instrucción de escribanos en orden a lo judicial, 1775; diego Bustos y lizares, Cartilla Real Theorica prácti-ca según las leyes Reales de Castilla para escribanos, notarios y procuradores, 1778.

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cómo debían sustentar y formular sus frases según cada circunstancia: todo se hallaba allí registrado. desde pleitos por herencia hasta traspasos o venta de algún bien, pasando por conflictos entre parientes o vecinos, los casos se resolvían desde fórmulas previamente cons-truidas. al revisarlos, los investigadores per-demos la inocencia: desde las frases hasta la secuencia de los casos que consultamos en los archivos estaban contenidos en aquellos ma-nuales. los procesos debían iniciar y terminar con fórmulas, empleando ciertas sentencias y no otras; pero además también se aclaraba qué información requerir, cómo obtenerla de las partes. en fin, de los manuales para escri-banos podemos deducir el por qué del orden que se seguía en los juicios; su lógica interna, la estructuración de sus contenidos o las frases empleadas nos llevan a concluir que nada en los procesos legales era espontáneo.134

de modo que todo, o casi todo, ajustaba con un discurso intencionado, visualizado con anticipación, que se llevaba a la práctica por jueces y escribanos que se respaldaban en el reconocimiento social que tenían.135 la estruc-tura de los pleitos judiciales era parte de una cotidianeidad reiterada para los escribanos y jueces: lo que no forzosamente lo era para los indígenas que solicitaban el servicio. los pleitos virreinales se hallan acotados por el discurso del derecho real y por una recepción de los testimonios orales previamente cons-truida. en los escritos emitidos por el Juzgado de indios se evidencian las referencias desde las que interactuaban los letrados: un lengua-je legal que formaba parte de las narraciones

134 el significado y función de los formularios jurídicos puede verse en María del pilar Martínez lópez-Cano (co-ord.), “estudio preliminar”, La política de Escrituras [...], op. cit., pp. iX-XXiX.

135 un ejemplo de esto se muestra en la frase de una india viuda, quien al defender el embargo de su casa pe-ticionó: “[...] a la real justificación de Vuestra excelencia se digne mandar que por cualesquiera persona decente que sepa leer y escribir, se notifique a la nominada dolores [...].” agn, tierras, vol. 1064, exp. 4, 1781. el reconocimien-to a los escribanos, además del lugar social que ocupaban, era inherente al hecho mismo de que supieran escribir.

culturales jurídicas y con el que los indígenas, cuando solicitaban apoyo a las instancias de gobierno, quisieran o no, se veían implicados. sin tener por qué suponerlo, al llegar ante el juez los solicitantes estaban envueltos en un juego de preguntas, solicitudes y respuestas de antemano normados por el juzgado; se trataba de machotes ordenados bajo ciertos esquemas de argumentación y elaborados por la justicia real para ser usados ante los jueces. Ya fuese un texto dirigido al virrey por los magistra-dos, a los jueces por los escribanos o de éstos refiriéndose a los indígenas, cada uno de los escritos guarda fórmulas clave que es necesa-rio explicitar en tanto hablan del universo sim-bólico y prácticas culturales que vinculaban a los vecinos de los barrios con las instancias legales.

Con pequeñas variaciones en la secuencia, todos los pleitos de propiedad a lo largo del siglo xviii inician con la fecha, la presentación del escribano, el lugar de procedencia, los nombres de quienes declaran, su lugar de ori-gen, el juramento de decir verdad ante dios, la exposición de los interesados, el testimonio de los testigos, la vista de ojos y la defensa de los acusados. la estructura argumental de ca-da legajo inicia con alguno de estos puntos y termina con cualquier otro, pero siempre se repite el esquema, guiado por el ritmo de un machote, aprendido en la academia por los jueces y escribanos, que terminaba igualando las declaraciones al concretar las fórmulas. lo cierto es que casi nada era casualidad en ellos; todo era tomado, copiado y consultado de los manuales dirigidos a los escribanos que recu-rrían una y otra vez a consultarlos; en ellos se les dictaba el orden y método que debían se-guir en cada uno de los procesos legales, los cuales se regulaban por una casuística influen-ciada por el derecho común, más que por una ley136 aplicada homogéneamente; así, la singu-

136 “desde el siglo xvi, con el nombre genérico de ‘leyes’, se designaban las leyes, pragmáticas, provisiones, cédulas, or-denanzas, instrucciones, cartas reales y declaraciones dicta-

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laridad se hallaba presente en cada caso. su hechura procedía de una antigua tradi-

ción que se remonta siglos atrás; desde la ma-nera en que se distribuía su escritura sobre el papel, el sitio en que se ubicaban los sellos, las anotaciones hechas en los márgenes, el tama-ño de las firmas, la disposición de las rúbricas, los encabezados que abrían cada juicio, la se-cuencia argumentativa, las frases empleadas, etcétera; todo nos habla del sitio desde el cual era producido. de modo que las declaraciones de los testigos y vecinos eran vertidas en una especie de contenedor formado por la mirada de los jueces y escribanos, como por ejemplo la declaración de “haberlo visto de cierta cien-cia” —frase reiterada en los legajos— que evoca la diferencia que había entre conocer a través de la mirada o por medio de la escucha, como veremos más adelante.

a finales del siglo xviii los sentidos todavía se incluían en la veracidad de la palabra. de-pendía de cómo una persona había sido partí-cipe del evento, es decir, si había presenciado el acontecimiento directa o indirectamente. los testigos expresaban y los escribanos y jue-ces escuchaban los distintos grados de verdad contenidos en sus palabras; porque para ellos la verdad de los testimonios estaba graduada según cómo el testigo se hubiese enterado del hecho: si lo había visto, si lo había escuchado de alguien que lo había visto o si lo narraba de otro que se lo había contado. en esta época preguntarse por la vista como principio de ver-dad aún era un criterio común y compartido. las explicaciones para demostrar la veracidad de un hecho acontecido se asociaban con el papel de los testigos; de ahí que el testimonio elaborado por alguien que hubiese visto di-rectamente el acto tenía mayor peso del que lo hubiese escuchado. a la vista se le atribuía mayor jerarquía.

das por el rey para el gobierno de los territorios americanos, no obstante las diferencias que entre ellas había en cuanto a su fuerza, contenido y forma de promulgación”, Cfr. María del refugio gonzález, “estudio introductorio”, en eusebio Ventura Beleña, Recopilación Sumaria, 1999, p. XXXi.

Visto desde aquí ¿quiénes eran los testigos para los jueces? ¿Cómo era entendido el papel del testigo en la época? las referencias consul-tadas por los escribanos y jueces nos conducen a las connotaciones con que aprehendían los testimonios, su sentido de verdad. este último punto se muestra claramente al analizar en de-talle una de las profusas ediciones y reedicio-nes que se hicieron de los manuales para escri-banos a lo largo del siglo xviii; me centraré en particular en uno de ellos, ya que relaciona a los testigos, a los escribanos y a los jueces con la verdad. La práctica de escrivanos137 escrita por francisco gonzález de torneo nos guiará de la mano por el universo cultural de aquellos hombres de letras y en especial sobre cómo percibían a los “testigos en causas criminales y escrituras públicas”. en esta obra aparece la relación entre verdad y testigo siempre ligada con la verdad divina, ya que para los escriba-nos este vínculo se asociaba con una voluntad divina que participaba de la palabra.

las reediciones de La práctica de escrivanos sugieren que era un libro de cabecera y que sus fundamentos grecolatinos y medievales de alguna manera tenían vigencia aún a finales de siglo.138 Muy probablemente los hombres del juzgado tenían claro que su manera de di-vidir el saber procedía de una tradición que se remontaba al siglo xii con santo tomás de aquino, autor que dedicó gran parte de sus textos a transportar las máximas aristotélicas y platónicas al ámbito religioso y explicar que el conocimiento y las maneras del ser, en últi-ma instancia, estaban determinadas por la vo-

137 gonzález de torneo francisco, op. cit., pp. 48v-49.138 la distinción entre la palabra ópsis —que “significa

vista (subjetiva y objetiva), la presencia, pero también el ensueño— y la palabra akoé —que “significa me he infor-mado, he investigado con personas que dicen, por haber visto ellas mismas, o por haberlo tomado de otros que han visto, o que dicen haber visto”— atraviesa a herodoto, Mar-co polo o hegel. la verdad se construye según quien haya sido el emisor y cómo haya obtenido la información, ya que el acto de ver se le ha dado mayor credibilidad que al de escuchar de primera, segunda o tercera fuente. Cfr. françois hartog, “el ojo y el oído”, Historia y Grafía, núm. 4, 1995, pp. 13-25.

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luntad del Creador, quien era la única fuente de la verdad.139 por eso en sus indicaciones a los escribanos señalaba que antes de solicitar los testimonios, debía encauzar a los testigos hacia los principios divinos, a la auténtica ver-dad. esto explica por qué los documentos vi-rreinales iniciaban con la sentencia “para que declare le recibí juramento por dios nuestro señor y la santa Cruz bajo del cual prometió decir verdad en lo que supiere [...]”.140

a cualquier historiador contemporáneo sorprende el parecido del “título primero” del manual con la secuencia de los casos lle-vados ante el Juzgado de indios: después del encabezado y de jurar por dios decir la verdad, seguían el nombre de los solicitantes y los argu-mentos de los testigos. los manuales llevaban de la mano a los juristas, por lo que el segui-miento de cuándo y cómo emplear los cuestio-narios coincide con las frases impresas en los pleitos judiciales: “que lo que tienen dicho es la verdad so cargo de juramento”, “suplico así lo mande que es justicia”, “suplicamos se sirva mandar como pedimos con justicia”; “en virtud de lo mandado en el superior decreto”. poco en el seguimiento de los pleitos parece haber sido espontáneo; los escribanos miraban a los testigos desde referentes culturales muy claros.

139 la primera parte de su libro, dedicada a la teóri-ca, es parte de una ancestral discusión sobre la forma de conocer de los hombres; de cuál era la relación entre el conocimiento y la divinidad; sobre la intervención de dios en los procesos cognoscitivos; el papel del hombre como creador o “artesano” independiente del ser eterno; cómo procedían los mortales ante las situaciones particulares o cómo se creaba la noción de verdad. Cfr. francisco gonzá-lez de torneo, op. cit.

140 “lo primero (que debían hacer era) suplicar a dios nuestro señor, que los alumbre, para que sin pasión de odio, ni amor particular proceda. porque es cosa el desear acertar, a que dios hace grande ayuda. Y es razón pedirla, particularmente por ser cosa en que se trata de quitar hon-ras, y vidas, y haziendas, y muy dificultoso porque no sólo se requiere intepretar lo que los testigos dicen en lo que se escribe, sino aún sacar de ellos con propiedad lo que sa-ben. Y yendo sin pasión, el entendimiento va libre y claro; porque como está dicho, hace dios grande ayuda al deseo justo, y de acertar. Y de otra manera se ofusca, y se sujeta a cualquier color de justificación, para proceder errando. francisco gonzález de torneo, op. cit., p. 59.

la idea de mentira y engaño aparece hasta el siglo xiii. antes

mi palabra siempre corre paralela a la tuya; yo respondo por mi palabra y juro por ella. Mi ju-ramento es mi verdad hasta bien entrado el siglo xii; el juramento pone fin a cualquier proceso contra un ciudadano libre. sólo en el siglo xiii, la ley canónica torna al juez en un lector de la con-ciencia del hombre acusado, en un inquisidor de la verdad [...]141

los testigos dieciochescos distaban mucho de considerarse portadores de la historia mis-ma. sus declaraciones estaban en relación di-recta con el papel de testigo “compilador”,142 que también jugaban los escribanos. la finali-dad de los escribanos era recopilar y no elabo-rar de las narraciones escuchadas, su papel era reunirlas para que, en todo caso, fuese el juez quien las dictaminara. sólo que del paso en-tre la escucha del escribano y sus anotaciones hay muchas mediaciones. las reflexiones de françois hartog, a partir de la distinción que señala para el mundo clásico entre la “ópsis”, es decir, el saber algo por haberlo visto “con los propios ojos” y la “akoé” el saber por “ha-berlo oído”,143 se deducen parte de los presu-puestos empleados por los escribanos diecio-chescos. al investigar sobre la relación entre

141 Cfr. Barry sanders, op. cit., p. 155.142 francois hartog diferencia, expuesto aquí en tér-

minos muy generales, ente el testigo juez quien solamente prestaba oído a las declaraciones a fin de ser el garante de lo convenido por ambas partes, del testigo compilador sur-gido con el cristianismo, quien indaga desde el principio y da testimonio convirtiéndose en un eslabón de la cade-na de testigos. “eusebio cita a testigos, después a testigos de testigos, siendo aquellos justamente los que tienen más autoridad, y reúne testimonios (textos, cartas, diversos do-cumentos)[...] el historiador como compilador que hallare-mos expresamente en el siglo xiii ya está ahí”, Cfr. françois hartog, “el testigo y el historiador”, en Revista Historia y grafía, núm. 18, 2002, p. 55.

143 Mientras que para tucídides “el saber histórico se fundamenta antes que nada en la ‘ópsis’[...] la ‘akoé’ no tiene gran valor como verdad, y el pasado no puede ser conocido, de esta manera, con certeza”, para herodoto en ambos modos, “el sé por haber visto” y el “sé por ha-ber oído” se da una conjunción entre ver, saber y oír. Cfr. françois hartog, “el ojo y el oído”, op. cit., p. 25.

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verdad y testigo en la historiografía grecolati-na —lo que en última instancia se deriva a la de historiador y testigo—, hartog se percató que “desde los filósofos jónicos hasta aristóteles, pasando por los médicos y los historiadores, la vista fue considerada como herramienta del conocimiento”. sus propuestas sobre cómo se construye la idea de pasado, de verdad y de historia a partir de la memoria de los testigos, sugieren continuarse hasta el siglo xviii, antes de que fuera gestada la idea de que la objeti-vidad en la historia se comprueba al presentar el contenido directo de los documentos. la re-lación entre verdad y testigo nos induce a en-contrar, una constante epistemológica sobre el conocimiento, a través de los sentidos, que se fue transfiriendo hasta el siglo xviii. así los do-cumentos de finales del virreinato nos remiten a un pasado muy lejano.

para torneo estaban muy claras dos cosas: primero, que si dios alumbraba a los testigos podían dejar de lado las emociones y “acertar” en sus testimonios y, segundo, que los escri-banos “interpretaban” de los testigos y debían “sacar con propiedad” lo que sabían, es decir, los escribanos no debían perder de vista que su papel se restringía al de compiladores144 y no de historiadores omniscientes.145 torneo nos señala la importancia atribuida a los tes-tigos respecto a la palabra divina, apuntando su similitud con el rol de testigo surgido con el cristianismo. la fuerza de la palabra bíblica sostenida en el hecho de ser testigos, se refería a la misión de transmitir

una experiencia que debía ser conservada como

144 “los escrivanos son intérpretes, y por la razón que dan de lo que los testigos dicen se rigen, si para interpretar no saben apurar los términos, y propiedad de las cosas, presupuesto que los testigos no lo saben, pueden mal hacer probanzas ciertas, ni congruas.” Cfr. francisco gonzález de torneo, op. cit., p. 1.

145 hartog refiere al historiador omnicientecomo aquel para “quien ver, oír y decir son una y la misma cosa”. por otro lado se refiere al compilator quien “no tiene una autori-dad propia [...] su propio texto se compone de fragmentos justamente de auctores”. Cfr. “el testigo y el historiador”, op. cit., p. 56.

tal, en su singularidad[...] los cristianos no sólo van a hacer del testigo ocular una piedra angular de la iglesia naciente, sino también del testigo, del testimonio y de su dramaturgia judicial una expresión de la revelación [...]”. 146

esta reflexión explica por qué gonzález de torneo cita continuamente a santo tomás de aquino al defender que dios era quien dicta-ba y asignaba la verdad a las cosas. pero si la existencia era dada por dios, entonces el co-nocimiento, es decir, el entendimiento, la me-moria y la verdad, no eran ajenos al Creador. la verdad compuesta con la existencia de las cosas es la que causa conocimiento, como por ejemplo la que se le plasmaba a un artista en su trabajo.147 para gonzález de torneo el ra-ciocinio, el conocimiento, la palabra y la ver-dad en los testimonios de los testigos provenía y dependía de dios.

para torneo los testigos debían ser guia-dos del conocimiento empírico y sensible, al conocimiento inteligible. el primero provenía de los órganos sensoriales y de las sensacio-nes corporales, mientras que el conocimien-to inteligible era parte del “entendimiento” y por tanto del conocimiento universal. al igual que para santo tomás de aquino, torneo es-timaba que todo conocimiento partía de una reflexión dada por la experiencia sensible, que requería continuar con un proceso siste-mático y metódico que lo llevaría a conocer el mundo. así, los testigos debían pasar del nivel de conocimiento dado por los sentidos, al “razonamiento” universal, divino, dado por

146 hartog muestra que Yavhé en el antiguo testa-mento; Juan y lucas en los evangelios o flavio Josefo en la Guerra de los Judíos dan fuerza a su palabra a partir de presentarse como testigos o bien respaldarse en ellos. Cfr. françois hartog, “el testigo y el historiador”, op. cit., pp. 51-53.

147 la obra de torneo se divide en dos apartados: “la una, las partes que con fundamento, que llaman teórica, que toca al entendimiento y la memoria. Y la otra, poner-lo por obra, que llaman práctica, que toca a las manos, y aprenderlo y usarlo los escribanos por sola práctica [...]”, francisco gonzález de torneo, op. cit., p. 1.

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dios.148 los sentidos eran elemento clave para dar mayor o menor relevancia a la palabra de los testigos.

torneo jerarquizaba los sentidos colocando en primer lugar a la vista y en segundo lugar al oído. los escribanos, decía, deben apartar-se de las “superfluidades” y no olvidar que el oler, gustar y tocar eran una forma de conoci-miento pero en estado primario. a excepción del ver y del oír, sentidos vinculados a “cierta ciencia” de “haberlo visto”, el resto de los sen-tidos no tenían mayor validez al momento de testimoniar.149 toda declaración se expresaba desde la

cierta ciencia, que es decir, que sabemos las co-sas [...] y ésta se recibe por cada uno de los cinco sentidos, que son, ver, oír, oler, gustar, tocar, con cada uno de ellos de la cosa que le es propia, como con el ver lo que pasa, como el oír lo que se dice, y cualquier ruido, y efecto, como oír un reloj, y cosas semejantes, en que no puede haber duda de qué pasó: con el oler, si lo que se olió, olía bien, o mal, porque lo olió.

Cierta ciencia, aún a principios del virreina-to, refería a la vista: “hablar de ciencia, es de-cir de vista y de experiencia”. torneo, guiado por la “ciencia de testigos” aclaraba cuándo, cómo y por qué los testimonios orales debían o no considerarse verdaderos. para obtener la verdad de los testigos debía tomarse en cuenta “cómo expresan y prueban sus percepciones”; si la declaración se respaldaba en el “haberla percibido”, en el “haberla oído”, o si se trata-ba de las “percepciones” que el pueblo tiene consideradas como ciertas y “suple por cierta ciencia de los testigos [...] porque el admitirlas el pueblo, las califica para hacer probanza”.150

148 Ibid, pp. 49v-50.149 “también puede ocurrir cosas que los testigos ha-

yan percibido parte de vista, parte de tener creencia, parte haberla oído [...] de las probanzas de cosas que tocan a los demás sentidos, oír, oler, gustar, tocar, no se dice porque no tienen (los testigos) diferencias o excepciones en el per-cibir, más de las que en la declaración de cada uno de ellos se dice”. Cfr. Ibidem, pp. 53-53v.

150 Ibid., pp. 56v-57.

hablar de ciencia cierta o de ciencia de tes-tigos, refería a hablar “de vista y de experien-cia”.151 Conocer por medio de la vista era una forma de la experiencia, que contaba más al ser testigo que si únicamente se había escuchado sobre ella. la cierta ciencia de testigos se aso-ciaba con el conocimiento obtenido por la mi-rada y la experiencia sensible, aunque torneo recomendaba no confundir percepciones mal hechas por el pueblo con la “cierta ciencia de los testigos”. dos palabras resaltan a lo largo del “método” expuesto en La práctica de escriva-nos: averiguación y probanza. ambas se asocian con la verdad y se dirigen de manera continua a los encargados de discernir entre lo cierto y lo falso; entre lo que pertenecía al mundo sen-sible y lo que formaba parte del conocimiento verdadero152 los escribanos buscan “cosas so-bre que los hombres contienden en juicio para venir la probanza, y averiguación de ellas”; se dedican a la “examinación de testigos con que se averiguan las probanzas”; a la perpetua con-servación de la averiguación” o bien a la “prue-ba de las posturas entre los hombres”.

la filosofía de torneo nos aclara desde dónde los escribanos comprendían las decla-raciones ante el juzgado. llama la atención el peso que daban a la palabra, a la verdad y la gestualidad, aunque además de las declara-ciones también contaban el “rostro airado o alegre, o semblante de burlar”.153 la verdad se relacionaba íntimamente con los sentidos de la vista y el oído, señalándonos que los testigos en el siglo xviii se parecía más al testigo en su sentido cristiano y de servicio154 —en tanto se ofrecía como “garante” autentificando frente al tribunal que se lo solicitaba—, que al testigo anónimo, despojado de su papel de transmi-sor de una tradición, en el que fue puesto por los historiadores del siglo posterior. así se ex-plica que a la palabra de los testigos más viejos

151 Cfr. françois hartog, “el ojo y el oído”, op. cit., p. 17.152 francisco gonzález de torneo, op. cit, p. 50.153 Idem.154 Cfr. françois hartog, “el testigo y el historiador”,

op. cit., p. 54.

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o que conocían mejor a los ancestros y familia-res de los interesados, se les atribuyera el privi-legio de poseer la versión más auténtica de los acontecimientos ocurridos en los barrios.

el saber jurídico no se había desprendido entonces de sus postulados tradicionales. en el entorno letrado del juzgado, los indígenas aparecían como portadores de un sistema de comunicación oral desde el que aprehendían los principios judiciales, aún cuando la cre-dibilidad en la palabra estaba sustentada en aquel saber ancestral de la ciencia de testigos que daba mayor validez al hablar de vista y ex-periencia. lo narrado por un testigo directo tenía mayor valía que el de quien lo había es-

cuchado. la palabra regía las transmisiones de propiedad, tanto como los vecinos eran testi-gos vigilantes que estimaban la validez del tes-timonio según su posición ante el hecho. esa comunicación intervenía en el equilibrio so-cial de una población vigilante que autorizaba quiénes, cuándo y cómo traspasar las tierras y propiedades, sólo que para los escribanos esa palabra se consolidaba en el texto escrito. su autoridad no era la comunidad, sino el regis-tro, supuestamente objetivo, de lo sucedido: ambas racionalidades, sin embargo, compar-tían el que la veracidad de la voz se apegaba a una observación empírica y a una experiencia directa con la realidad.

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introduCCión

años después de la independencia, el agua aún tenía varios significados. Junto a los atribu-tos de limpieza, ambiente sano o vínculo con las enfermedades1 con los que la asociaron los ilustrados, el agua además servía para festejar, curar o simplemente era parte de la naturale-za creada.2 Veremos que entre los vecinos del sureste, para quienes el agua potable era casi inexistente, no forzosamente relacionaban al líquido con salud o asepsia urbana.

las prácticas en torno al agua son tantas que resultaría estéril intentar abundar en todas ellas3. paradójicamente, en una ciudad cuya

1 Cfr. Michel foucault, El nacimiento de la clínica. Una arqueología de la mirada médica, 1966; Michel foucault, “la politique de la santé au xviiie siècle”, Michel foucault, et al., Les machines à guérir (aux origines de l’hôpital moderne), 1979, pp. 7-18. Michel foucault, “historia de la medicali-zacion”, en La cultura en México (suplemento de siempre), núm. 835, 22 de febrero de 1978.

2 algunos estudios sobre el agua premoderna serían: Jean pierre goubert, The conquest of water. The advent of health in the industrial age, 1986; georges Vigarello, Le prôpe et le sale. L´hygiène du corps depuis le Moyen Age, 1985; alain Corbin, “presentation” al texto de alexandre parent-duchâtelet, La prostitution a Paris au xix siècle, paris, 1981; philippe perrot, Le travail des apparences. Ou les transforma-tions du corps féminin xviii=xixe siècle, 1984; alain Musset, El agua en el valle de México, siglos xvi-xviii, 1992, pp. 45-51; Marcela dávalos, “la salud, el agua y los habitantes [...]”, pp. 279-302.

3 la historia de ese fluido abarca desde políticas de

historia no puede disociarse del lago sobre el que fue fundada, los textos sobre el agua en los barrios distan de ser numerosos. en su lu-gar, a través del tiempo, han abundado imáge-nes en las que los indígenas son representados como expertos recolectores, permitiéndonos con ello articular distintas miradas históricas.

los indígenas representados en los textos del siglo xvi poco o nada tienen que ver con los referidos por los escritores de los siglos antepasado y pasado, por el hecho de que ni sus preguntas, ni sus puntos de vista proceden del mismo horizonte. aquí nos limitaremos a distinguir y a triangular la mirada del siglo xviii con las propuestas de los antropólogos, arqueólogos e historiadores urbanos del siglo xx, a fin de responder sobre la permanencia del paisaje en el cuadrante sureste.

para llegar al agua en los barrios, una vez más, no tenemos la voz de los indígenas, sino la de otros que la interpretaron. Buena parte de los documentos dieciochescos que refieren al líquido, fueron escritos por los párrocos. en

gobierno hasta cauces naturales, pasando por vías de transporte, cosmovisiones, sistemas lacustres, técnicas hi-dráulicas, fuentes o diversos lugares en donde la población realizaba actividades cotidianas, como lavaderos y baños. para una extensa bibliografía sobre el tema del agua puede consultarse pilar iracheta y Marcela dávalos, “la historia del agua en los valles de México y toluca”, Historias, núm. 57, enero-abril 2004, pp. 109-130.

observaciones sobre eL uso deL agua en Los barrios

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sus peticiones expresaban que de otorgársele fuentes, los barrios mejorarían, pero entre lí-neas dejaron información ajena a la que moti-vó sus escritos: nos describen la relación que los barrios sostenían con el agua que tenían a la mano, que era la de las acequias y la del lago.

historia del agua en los Barrios

en los textos consultados, el agua en los ba-rrios casi siempre aparece en función de otros elementos urbanos, tales como el transporte por los canales; los proyectos para desaguar o evitar inundaciones; los libros de viajeros,4 et-cétera. implícitas o no, en esas descripciones se dejan ver pasajes sobre la relación que los vecinos tenían con el líquido. los barrios dia-logaron con tres suministros: el agua potable que llegaba a la ciudad por los acueductos, la de las acequias y la del lago.

por su presencia primordial, en primer lu-gar aparece el agua de las acequias y el lago. desde los cronistas hasta los textos decimo-nónicos, los letrados describieron el uso que los indígenas le daban. Casi todos esos autores se distancian al narrar lo que observaron, es decir, se muestran alejados a la posibilidad de suponerse pescando, recogiendo moluscos o cortando tules. sin embargo, la continuidad de ese discurso historiográfico, distanciado del agua a la que hemos denominado lacustre, nos lleva a preguntar si su permanencia impli-có también la de las prácticas mismas.

sobre los siglos xvi y xvii sólo podremos hacer ciertas insinuaciones, debido a que se requiere un análisis imposible de seguir aquí. el punto de partida, el siglo xviii, vislumbra distintas narraciones sobre las formas de pes-car, cortar tules, tejer palmas, cazar patos, re-colectar moluscos, etcétera. hemos encontra-

4 Carlos J. sierra, Historia de la navegación en la ciudad de México, México, 1972, p. 27; francisco sedano, Noticias de México recogidas desde el año de 1776, 1974, tomo 1, pp. 57-58; Manuel payno, op. cit., pp. 113, 114 y 154; Juan de Viera, op. cit, p. 44.

do una correspondencia desde ese momento hasta la primera mitad del siglo pasado; entre el discurso que describe y las prácticas descri-tas. distintos horizontes históricos que deno-tan la persistencia de una mirada específica.

para la capital novohispana, los barrios del sureste han sido prototipo de la pesca, caza o recolección. Cualquiera que hiciera mención de ellos, se veía obligado a referir a las prácticas lacustres. la especificidad de esa zona parece proceder del derecho que los virreyes dieron a los barrios para explotar las aguas, y al fuerte vínculo que mantenían con las corrientes de las acequias. Como si esa prerrogativa hubiera sobrevivido a los gobiernos virreinales.

la continuidad de tales descripciones nos obliga a cuestionar si la insistencia de referir a las tareas lacustres coincide con la persis-tencia de una práctica repetida a lo largo de esos siglos. en este juego de si las narraciones refieren o no a una realidad empírica, supon-dremos que más allá de la continuidad de las costumbres estuvo la necesidad de que fueran descritas. Veremos que distintos puntos de vis-ta, diferentes horizontes históricos, se sintie-ron obligados a hablar sobre ellas.

si bien las interpretaciones de los ilustra-dos difieren de las de los escritores del siglo xix, o éstas de los del xx, todas poseen un mínimo común: su tono de extrañamiento y distancia respecto a los oficios realizados en el lago. además de que el enfoque desde el que presentaron a los indígenas con sus redes no fue el mismo, ningún narrador se mostró im-plicado con los saberes y tareas lacustres. sus posturas siempre distanciadas son las que nos han llevado a preguntar por la insistencia de describirlas.

desde los libros para viajeros hasta los ra-zonamientos médicos, pasando por las narra-ciones de los ilustrados, todos los escritores se mostraron ajenos tanto a las prácticas lacus-tres, como a la manera en que los barrios em-pleaban el agua de los canales; cada cual tomó una postura respecto a los líquidos barriales, sin embargo todos hablaron sobre ello.

a diferencia de los científicos, que enfoca-

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ron los afluentes y agua del lago en términos objetivistas y experimentales5, los libros para viajeros6 incluyeron notas curiosas sobre los canales como vías de navegación. Como viaje-ros escribieron para resaltar lo exótico y edu-car la mirada sobre el paisaje; ahí los barrios juegan un papel folclórico, a veces útil y otras sólo informativo, dirigido a los paseantes y cu-riosos de la ciudad de México. la coincidencia argumental de los letrados (término en el que incluyo desde párrocos hasta técnicos) die-ciochescos, de los científicos decimonónicos e, incluso, de los investigadores del siglo xx, reitera la presencia de un discurso que se ha perpetuado a través del tiempo.

el agua en los barrios del sureste es un ele-mento que nos confronta con la discusión de si los documentos se refieren a una realidad empírica. la larga duración historiográfica sobre las labores indígenas, nos hace supo-ner que la permanencia de esas prácticas ha sido tan sólida, que el paso del tiempo suscitó una cadena de interpretaciones. el continuo de esa trama ha sido el papel de las prácticas lacustres en esos barrios como el “otro”; un otro que, distinto o negativo —pocas veces ala-bado—, ha jugado a ser el polo diferenciado o rechazado de una ciudad que al referirlo se define a sí misma.

la mirada dieciochesca que asoció las prác-ticas indígenas a costumbres animales o peca-doras, fue afinada por los científicos del siglo decimonónico, al concentrar en ellos focos latentes de infecciones. si los ilustrados diecio-

5 “Como médico me he espantado de que una ciudad culta como la capital, aún no haya remediado males tan graves que comprometen en alto grado su salubridad. en ese mismo delta de cieno tostado por los rayos del sol, nos hundimos algunas veces, mis compañeros de expedición y yo, hasta la rodilla; la remoción de este lodo negro y ver-doso, hediondo hasta donde no puede expresarse con pa-labras”. Cfr. José M.guyosa, El Valle de México. Ventajas que resultarían a la salud pública con el desagüe, 1892, pp. 27-28.

6 Cfr. Juan nepomuceno almonte, Guía de forasteros y repertorio de conocimientos útiles, 1852; luis Manuel del rive-ro, México en 1842, 1844; Marcos arróniz, Manual del viaje-ro en México, o compendio de la historia de la ciudad de México, 1991; paula Kolonitz, Un viaje a México en 1864, México, fce, 1984; México y sus alrededores. Guía descriptiva ilustrada (Indispensable al forastero), 1910.

chescos, en su afán por mejorar al país, tejie-ron una percepción condenatoria del ambien-te que prevalecía en los barrios, asociándolos con suciedad, desorden o falta de moral, el grupo de los científicos implementó una inter-pretación objetivista que, al pretender trans-formarlos, refiere también a sus malas costum-bres. armados con

el lenguaje instrumental de su época, los científi-cos crearon una rama de la investigación urbana: la higiene pública, que incluyó en sus análisis el detalle pormenorizado [...] Con los higienistas se cristalizó el proyecto borbónico.7

al intento ilustrado de reformar la ciudad y los barrios siguió el proyecto científico por-firista; es decir, 100 años pasaron antes de que algún gobierno encomendara un proyecto de reforma urbana de la magnitud del fraguado en las últimas décadas del siglo xviii. la salud pública, antes incluida en el concepto de ur-banidad, pasó a formar parte de los axiomas técnicos y experimentales de los científicos: si allá el agua de los barrios era parte de un compuesto miasmático que debía circular pa-ra evitar las epidemias y malos olores, en el xix el agua empleada en los barrios fue llevada al laboratorio por su condición putrefacta. sin embargo, ambos refirieron a los modos en que se empleaba el agua en los barrios.

los médicos e ingenieros decimonónicos recorrieron la zona del sureste, anotando y le-vantando día a día reportes, a fin de registrar el grado de putrefacción que podía alcanzar el agua en la zona de los barrios. ellos, equi-pados con un lenguaje “científico” (que hoy nos parece rústico) y un sistemático estudio de campo, buscaban solución contra las pestes e inundaciones.

inmersos en un saber que comenzaba a especializarse, los “científicos” crearon institu-ciones encargadas de planificar la higiene ur-bana, tal como la secretaría de fomento o sa-lud pública. su interés los llevó a los archivos

7 Cfr. Marcela dávalos, op. cit., 1977, p. 15.

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en busca de antecedentes: fue así como rein-terpretaron las reformas urbanas que habían sido propuestas durante la segunda mitad del siglo xviii. esto diferencia el puente trazado entre los proyectos ilustrados y la reforma ur-bana porfirista: los científicos recolectaron do-cumentos, anotaron en sus márgenes, reorien-taron los mapas, copiaron numerosos bandos,8 redibujaron paisajes, en fin, de esa interlocu-ción se deriva la concepción de que el agua en los barrios —y los barrios mismos— eran un elemento pernicioso para el progreso de la ciudad. de esa interlocución se deriva que ahora preguntemos por qué la historiografía sobre el agua requirió señalar o distanciarse de las prácticas lacustres en los barrios.

ambas perspectivas, la dieciochesca y la de-cimonónica, coinciden en hablar de tales prác-ticas en los barrios, aunque sus perspectivas, respuestas y procedimientos poco tuviesen en común. para dejar claro esto, un ejemplo ha-bla más que mil palabras: mientras que el siglo xviii refería al ordenamiento barrial como un asunto de “salud pública” en un sentido más bien de mejoramiento de la urbanidad o de la convivencia social, el porfiriato desplazó el término dándole el significado de “higiene pública”, en su acepción de prevención y pro-yecto estatal.9

de modo que los escritos del siglo ilustrado y los del último tercio del siguiente aprecia-ron, desde horizontes culturales diferentes, el asunto del agua en los barrios. los proyectos porfiristas de controlar la entrada y salida de las aguas o de evitar las inundaciones, lleva-ron a los científicos hacia el oriente y sur de la ciudad en busca de “la putrefacción de los lodos” y las aguas negras que “se vaciaban en

8 1790, Bando de revillagigedo en correspondencia a un aviso de 1870: “siendo muy nocivo a la salubridad pública el que se arrojen basuras e inmundicias en las ca-nales y acequias de esta ciudad, el ayuntamiento, con el fin de evitar los males que de esto provienen, se ha acorda-do[...]”, citado por elsa Cristina hernández pons, op. cit., 2002, p. 206.

9 Claudia agostoni, Monuments of Progress: Moderni-sation and Public Healt in México City, 1876-1910, 1996; elías trabulse, Historia de la ciencia en México, 1985.

el delta del lago de texcoco”. Y al llegar allí, implícita y explícitamente, se refirieron a las prácticas que los vecinos de los barrios tenían con el agua.

la permanencia de ese discurso sorprende cuando descubrimos que su presencia rebasó a los científicos decimonónicos, al prolongar-se más allá de la primera mitad del siglo xx. en todas esas décadas, los textos relativos al agua se refirieron tanto a las inundaciones y a las obras del desagüe10 —en tanto aún eran asuntos técnicos a vencer—, al tiempo que re-firieron a las prácticas lacustres. a diferencia de las interpretaciones anteriores, la de la pri-mera mitad del siglo pasado gestó un punto de vista favorable al uso que se tenía con el agua de los lagos. esto nos remite de nuevo a la continuidad histórica que refirió las prácti-cas lacustres.

durante la década de 1940, con la crea-ción de los aparatos culturales de estado, una generación de antropólogos11 fortaleció la identidad nacional tomando como uno de sus símbolos a los canales y sistemas de culti-vo hidráulico prehispánicos. en este contexto surgió el término de culturas lacustres: las chi-nampas, trajineras y canales hicieron emerger una nueva perspectiva de los barrios. años después algunas excavaciones arqueológicas demostraron la importancia histórica de la

10 Cfr. Memoria histórica técnica y administrativa de las obras del desagüe del Valle de México, 1449-1900, 1902; Bre-ve reseña histórica de las obras del desagüe del Valle de México 1449-1900, 1920; Manuel francisco alvarez, La hidrografía del valle de México y las obras para su desagüe, 1926; José fer-nando ramírez, Memoria acerca de las obras e inundaciones en la ciudad de México, 1976; richard Boyer, La gran inun-dación; vida y sociedad en México (1629-1638), 1976; José fer-nando ramírez, Memoria acerca de las obras e inundaciones en la ciudad de México, 1976; Jorge gurría lacroix, El desagüe del Valle de México durante la época novohispana, 1978; luisa hoberman, “technological change in a tradicional society. the case of the desagüe in colonial Mexico”, en Technology and Culture, no. 21, julio, 1980.

11 Cfr. ángel palerm, Obras hidráulicas prehispánicas en el sistema lacustre del Valle de México, 1973; ángel palerm y eric Wolf, Agricultura y civilización en Mesoamérica, 1972. también ángel Bassols Batalla, Recursos naturales de Méxi-co: teoría, conocimiento y uso, 1976.

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acequia real12 y los poblados asentados a lo largo de su trayecto.13

de esa exaltación nacionalista también se derivó la inquietud de saber cómo funciona-ba el sistema de aguas antes de la llegada de los españoles —quienes, sugieren esos textos, destrozaron torpemente el equilibrio de las corrientes que los prehispánicos conocían y dominaban.14 para los noventa este discurso mudó en un diálogo sobre el uso de los bienes y el rescate de la naturaleza: la modernidad derrochó, sin comprenderlo, un entorno pri-vilegiado. los prehispánicos y sus herederos fueron presentados como parte de una cultura capaz de guardar otro orden con la naturale-za: se trata de una relectura de las crónicas y códices en la que los indígenas participan de “cosmovisiones” en las que el respeto a su te-rritorio es inherente.15 por último, como parte

12 la acequia real, “también conocida como canal de Xochimilco o de la Viga”, iniciaba en Chalco, atravesaba tláhuac y Culhuacán, abría una vertiente hacia los portales de la plaza Mayor y otra rumbo al lago de texcoco por el albarradón de san lázaro. Cfr. “aspectos tecnológicos de las obras hidráulicas coloniales”, en teresa rojas, rafael a. strauss, José lameiras, Nuevas noticias sobre las obras hidráu-licas prehispánicas y coloniales en el Valle de México, 1974.

13 para una mirada introductoria cfr. teresa rojas rabiela, “las cuencas lacustres del altiplano Central”; Margarita Carballal staedtler y María flores hernández, “elementos hidráulicos en el lago de México-texcoco en el posclásico”; elsa hernández pons, “la acequia real”; Je-ffrey r. parsons y luis Morett a., “recursos acuáticos en la subsistencia azteca, Cazadores, pescadores y recolectores”, todos en Arqueología Mexicana. Lagos del Valle de México, vol. Xii-núm 68, julio-agosto 2004.

14 Cfr. teresa rojas, rafael strauss y José lameiras, op. cit., pp. 41-46; José fernando ramírez, Memoria acerca de las obras e inundaciones en la ciudad de México, 1976; teresa rojas rabiela, La cosecha del agua en la Cuenca de México, 1985.

15 luego de señalar la imposibilidad de “idealizar a las civilizaciones prehispánicas, pensando que vivían en equi-librio perfecto con la naturaleza”, gabriel espinoza añade: “por otra parte desconocer el hecho de que una cultura mi-lenaria aprende a guardar cierta relación con el medio que le da sustento: el cazador no mata a la cierva preñada si él mismo no está muriendo de hambre; solamente una cultu-ra que desconoce el medio es capaz de llegar y desarrollar actos completamente irracionales para su subsistencia [...]” cfr. gabriel espinoza pineda, El embrujo del lago. El sistema lacustre de la cuenca de México en la cosmovisión mexica, Méxi-co, unam-iih-iia, 1996, p. 54. esto también lo trata en alain Musset, op. cit., cap 1.

de una discusión contemporánea —la del uso irracional de los recursos naturales—, se han desarrollado diversas investigaciones en las que el agua es el sujeto a investigar, quedando así las prácticas con el agua en los barrios ad-heridas a una visión más amplia.16

en suma, la coincidencia argumental de los ilustrados dieciochescos —en los que se in-cluyen los letrados, desde párrocos hasta eru-ditos, pasando por técnicos—, los científicos decimonónicos y los investigadores del siglo xx, nos habla de un discurso que se ha perpe-tuado a través del tiempo. un discurso que ha continuado la trama de las prácticas lacustres en términos de lo “otro”; un otro que, distinto o negativo, ha jugado a ser el polo rechaza-do de una ciudad que se define a sí misma al contenerlo. esa persistencia argumental no es casual. atañe a la vitalidad de unas prácticas lacustres que al resistir el paso del tiempo, en-gendraron una cepa de interpretaciones para-lelas.

práCtiCas laCustres Y Continuidad disCursiVa

antes de describir lo dicho sobre la relación de los vecinos con el agua, recordemos que la permanencia del entorno lacustre ha sido atribuida al retraso con el que llegaron hacia el oriente las reformas ilustradas. este punto ha sido contrastado desde el siglo xviii con los atributos positivos del poniente: piso firme/te-rreno fangoso; aguas potables/aguas salobres; clima salubre/clima insano; civilidad/falta de moral, etcétera. Valores, imaginarios o no, que coinciden con la información que refiere a la tardía injerencia de los especuladores de

16 excepto en el trabajo de oziel ulises talavera, en que los barrios forman parte de la discusión para imple-mentar la infraestructura hidráulica, en los demás apenas si aparecen. Cfr. oziel ulises talavera, “entre la escasez y el desperdicio: el agua en la ciudad de México en el siglo xix (1821-1880)”, 1997; luis aboites aguilar, El agua de la Na-ción. Una historia política de México (1888-1946), 1988; José p. arreguín Mañón, Aportes a la historia de la Geohidrología en México. 1890-1995, 1998.

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intervenir en un paisaje cruzado por nume-rosas acequias que tuvieron uso útil hasta las primeras décadas del siglo pasado.17

al punto de vista que los textos ilustrados dieciochescos y de los científicos decimonóni-cos sobre aquel entorno acuático, se suman los de los historiadores, antropólogos y sociólogos de dos siglos después. la continuidad argu-mental entre ellos apunta, en primer lugar, al uso que los vecinos tenían con el agua. detrás de sus calificativos, propuestas de reforma, representaciones o exaltaciones, todos focali-zaron el mismo punto: la cultura material del agua en acequias y lagunas. Ya fuesen ilustra-dos, científicos o arqueólogos, sus observacio-nes muestran a los indígenas haciendo uso de unos recursos lacustres de los que ninguno de ellos participó. al comparar sus discursos des-de la distancia, se revelan los criterios desde los que cada uno describió las prácticas de los barrios con el agua.

la continuidad argumental coincide hasta el siglo xx con las investigaciones realizadas por historiadores, arqueólogos y antropólo-gos. el entorno lacustre es un tema que reunió a distintas ópticas y temporalidades, para ha-blar de un mismo asunto. todos ellos dirigie-ron sus prismáticos al cauce de la acequia real que procedía de Mexicaltzingo y llegaba hasta el centro de la ciudad.

podríamos suponer un encadenamiento desde las crónicas hasta las investigaciones del siglo xx, sin embargo, como ya señalamos este punto debe matizarse. en sus enunciados, los cronistas presentan a los indígenas dominan-do la pesca, recolectando especies o cazando patos. para los ilustrados esas mismas tareas, en tono peyorativo, apuntan a la obtención de inmundos moluscos; los higienistas deci-monónicos refieren a larvas repugnantes y los antropólogos y arqueólogos del siglo pasado, creadores del concepto de cultura lacustre que

17 las prácticas lacustres se registraron hasta el siglo xx: 26 pescadores en el cuartel 7 y 84 en Xochimilco; 125 tejedores de palma en México y 57 en Xochimilco. Cfr. antonio peñafiel, Censo General de la República Mexicana, 1901.

empleamos aquí, valoraron su capacidad pa-ra aprovechar intensivamente los recursos del lago.

aunque esa larga duración refiera a la con-tinuidad de las labores lacustres, no es posi-ble suponer que los indígenas del siglo xviii fuesen iguales a los prehispánicos; nunca será lo mismo suponer a un indígena “urbanizado” recolectando mosquito o zacate para vender en la ciudad, que a otro ubicado en el Clásico tardío cazando patos, es decir, la continuidad debiera ser vista como un significado que se desplaza en el tiempo y es definido por un contexto específico.

desde el siglo xviii, los manuscritos que re-fieren a las prácticas lacustres lo hacen desde las lógicas mecanicista y cientificista, por los si-glos xviii y xix respectivamente.18 sus reiteradas referencias a la recolección y aprovechamiento de los productos del lago (pescador, cazador de patos o zacatero), al uso de elementos deri-vados de ese entorno, como el salitre; a tareas que requerían del agua de las corrientes, como la de los pintadores de indianilla, fueron vistas desde aquella racionalidad cientificista en las imágenes, documentos, testimonios orales y visuales del siglo xx. su coincidencia termina hacia los años cincuenta cuando, finalmente, fue desecado el sistema de lagos.

¿por qué el discurso sobre las prácticas in-dígenas lacustres sobrevivió a las instituciones castellanas, a las reformas ilustradas, a las am-putaciones urbanas del siglo xix y a la voraci-dad especulativa del xx? ¿acaso su pervivencia no se relaciona con que la urbanización mo-derna llegó retardada a esa parte del sureste de la ciudad? ¿a dónde nos lleva suponer la con-tinuidad entre esos discursos y el argumento dado por los historiadores urbanos de la per-manencia del paisaje sureste hasta el siglo xx?

no parecería descarriado suponer que la coincidencia de esas vetas —la de los manus-critos dieciochescos y decimonónicos con la extensa historiografía del siglo xx—, en casos como éste, refieran a una realidad (aún cons-

18 Cfr. Marcela dávalos, op. cit, 1997.

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tatable en nuestros días), practicada sin gran-des transformaciones a lo largo de los siglos. es posible suponer que la pervivencia de las prácticas lacustres comenzó con el desapego de otros grupos sociales, diferentes a los ve-cinos de los barrios, hacia los recursos del lago,19 y que a ello se sumó la funcionalidad que la acequia real —después llamada de la Viga—, tuvo como abastecedora de víveres has-ta el siglo pasado.

la coincidencia entre una realidad que ope-ra y la permanencia de una historiografía que desde el siglo xviii insistió en explicar las prác-ticas lacustres, diferencian a aquella parte su-reste de otros puntos de la ciudad. Como con-secuencia, las investigaciones recientes sobre el tema son una fusión de varias disciplinas20. la descripción que antropólogos, arqueólogos e historiadores (basados en códices, crónicas, restos arqueológicos, testimonios orales, regis-tros de campo y visuales) han dado para socie-dades hidráulicas como Chalco o Xochimilco, empalman con los barrios ubicados al oriente de la acequia real que formaban parte de la misma cuenca.

a diferencia de otros aspectos referidos a esos barrios —como el jurídico o la posesión de tierras—, las prácticas lacustres no han dejado de ser parte del interés de los letrados desde el siglo xviii. si los dieciochescos refirieron a los peces y moluscos, los arqueólogos han datado las herramientas con que pescaban muy ante-riores al siglo de la conquista. paralelamente, los antropólogos registraron tales prácticas, en el siglo xx, “en ciertos pueblos en las orillas del lago de texcoco”.21

19 es probable que su pervivencia se relacionara con la falta de ingerencia de los españoles hacia aquellos recur-sos lacustres que fueron dados a los indígenas. Cfr. María Cristina torales pacheco, “agua y tierra en el régimen vi-rreinal: el caso de Cholula”, op. cit. pp. 5-17; francisco de solano, Cedulario de tierras: compilación de legislación agraria colonial (1497-1820), 1984.

20 algunos pioneros habían ya referido a la coinciden-cia de varias disciplinas para “llegar al conocimiento del hombre antiguo en el Valle”. Cfr. ola apenes, “sitios arcai-cos en el lago de texcoco”, actas del Congreso internacio-nal de americanistas, tomo ii, p. 64.

21 Cfr. sigvald linne, “el mapa más antiguo del Valle

gabriel espinoza, echando mano de diver-sos enfoques, refiere al sistema lacustre como

el mejor ejemplo de una muy, muy larga dura-ción. se trata de una forma de percibir y con-cebir, de actuar e interactuar, cuyo origen se confunde con la de Mesoamérica misma; una estructura que trascendió lenguas, etnias y for-maciones políticas, que persistió tenazmente mientras las generaciones, los pueblos e impe-rios pasaban. no iba a desaparecer de la noche a la mañana. al menos mientras hubiera un resto de lago, mientras la diosa lacustre perviviera en un charco, y aun después, habría quien le ado-rase, e intentase apegarse a su antigua forma de vida. la Conquista no fue sino una de las mu-chas pruebas que el modo de vida lacustre logró sobrevivir.22

ángel palerm, teresa rojas y José lameiras entre otros,23 también hablaron de la persisten-cia de las prácticas entre los indígenas de los contornos de lago. en esa trama se hallan los trabajos de Charles gibson y Jacques souste-lle,24 cuando refieren a los sistemas cotidianos de producción e intercambio sustentados en la pesca, la extracción de sal, la caza de patos, el corte de zacate o la recolección de diversas es-pecies menores comestibles que se criaban en el lago. esos indígenas no “se restringían a la producción agrícola”.25 aceptando la idea de

de México”, actas de la sesión celebrada en la ciudad de México en 1939, México, inah, 1942, pp. 495-497.

22 agradezco a gabriel espinoza haberme facilitado uno de sus últimos textos (manuscrito del autor: 2002, pp. 4-5).

23 teresa rojas rabiela, “la cosecha del agua. pesca, caza de aves y recolección de otros productos biológicos de la Cuenca de México”, op. cit. también “la agricultura prehispánica de Mesoamérica en el siglo xvi”, en Manuel Miño grijalva (coord..), Mundo rural, ciudades y población del Estado de México, 1990, pp. 15-40; Magdalena amalia garcía sánchez y José alberto aguirre anaya, “el modo de vida lacustre en la cuenca del alto lerma: un estudio etnoarqueológico”, 1994.

24 Cfr. Charles gibson, Los aztecas bajo el dominio español 1519-1810, 1981, p. 345; Jacques soustelle, La vida cotidia-na de los aztecas, 1980, pp. 30-31.

25 “pocas regiones de américa tenían recursos no agrí-colas tan abundantes como el valle de México, y el régimen alimenticio de los indígenas, en el periodo colonial, siguió siendo extremadamente variado [...].” Cfr. Manuel María herrera y pérez, Tláhuac [...], op. cit., pp. 294-303; también elsa Cristina hernández pons, op. cit., pp. 34-35.

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que la cosecha del agua en la cuenca de Méxi-co procedía de una Mesoamérica previa al pe-riodo prehispánico, gibson repite la idea de que “los españoles nunca tuvieron la intención de interferir en los aspectos más prosaicos de la producción indígena pues[...] eran aspectos de un sustrato indígena que no interesaba a los colonizadores”.26

el desinterés de los españoles, o de otros grupos, de explotar los bienes lacustres ha si-do entonces, una explicación a la permanencia del paisaje; explicación que no se aleja de las descripciones dadas para la zona lagunera del valle del lerma, en las que las tareas lacustres sobrevivieron hasta el siglo pasado. luego de referir que las tareas de pesca y recolección se hallaban vivas aún hasta el siglo xx, Beatriz albores supone que su continuidad se debe a que —a diferencia de otros sectores, como el agrícola, que sí fueron reestructurados duran-te el virreinato, independencia y liberalismo—, los oficios de los trabajadores del agua no fue-ron afectados y pudieron

conservar porciones y rescatar partes lacustres y, en última instancia, porque los despojos lagu-neros y la nueva situación, no incidieron en el cambio tecnológico ni en las formas de explota-ción acuáticas. por lo anterior, el modo de vida lacustre pudo mantener una continuidad.27

en los barrios ubicados al oriente de la ace-quia real la recolección de los productos de la laguna, excepto el zacate, aparece asociada con los indios. no está de más referir a una lista de productos con los que ha sido repre-sentada la cultura lacustre:

los peces, abundantes y veloces en su capacidad reproductiva: varias especies de charales, pesca-do blanco, juiles y otros ciprínidos, además de varias especies aprovechadas de peces vivíparos pequeños. se cazaban también varias especies de batracios y extraños anfibios, como el prover-bial ajolote, pero también reptiles: muy diversas

26 Charles gibson, op. cit., p. 342.27 Beatriz albores, Tules y sirenas. El impacto ecológico y

cultural de la industrialización en el Alto Lerma, 1995, p. 169.

serpientes comestibles, además de tortugas. se aprovechaban multitud de invertebrados: mo-luscos como almejas y caracoles dulceacuícolas; crustáceos, entre los que se contaba el persisten-te acocil; cantidades de insectos acuáticos difí-ciles de imaginar: dípteros comestibles, diversas chinches de agua, larvas de varios grupos de in-sectos voladores, en su etapa acuática e incluso sus huevecillos. existían ingeniosas técnicas de cultivo para algunos de estos insectos, a los que deben sumarse muchas otras criaturas del agua, incluyendo varias clases de gusanos”.28

el zacate, el único producto lacustre disputa-do por todos los grupos sociales, ocupó legajos enteros.29 la pugna por él fue incrementándo-se, conforme terminaba el periodo virreinal. Como producto de primera necesidad suscitó, desde mediados del siglo xviii, cada vez más conflictos entre ganaderos e indígenas.30 este punto nos lleva de nuevo a los barrios ubicados al oriente de la acequia real y, más específica-mente, a la coincidencia entre el discurso de los historiadores urbanos (el de la permanencia de la ciudad hacia el cuadrante sureste) con el de los antropólogos que hablaron de esos barrios como parte de las culturas del agua.

la coincidencia entre un discurso que ha-bla de la permanencia del entorno lacustre, aparece vinculado con la escasa o nula urbani-zación hacia el oriente de la ciudad. la especu-lación no pudo extenderse hacia esa parte de

28 Cfr. Manuel María herrera y pérez, “tláhuac. Cabe-cera, linderos, pueblos de su jurisdicción, barrios de la ca-becera, pescados, patos, yerbas, árboles, señoríos y varios animales de la tierra”, Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, 3ª época, i, 1873, p. 34. también gabriel espinoza, op. cit., p. 6.

29 Cfr. Margarita Menegus, “la propiedad indígena en la transición, 1519-1577. las tierras de explotación colecti-va”, en Manuel Miño (coord.), op. cit., pp. 52-54.

30 son numerosos los documentos que refieren a la obli-gación de los indígenas para proveer de zacate a cierta per-sona o autoridades. Cfr. agn, general de parte, 1577, vol. 3, exp. 36. 1587, vol. 3, exp. 141; 1601, vol. 5, exp. 1386; 1591, vol. 3, exp. 884; 1597, vol. 6, exp. 1196; 1618, vol. 7, exp. 277. también agn, indios, 1739, vol. 54, exp. 304; 1740, vol. 54, exp. 353; 1743, vol. 55, exp. 117; 1760, vol. 58, exp. 145. también agn, reales Cédulas, 1590, vol. 3, exp. 109; 1590, vol. 3, exp. 123; 1606, vol. 5, exp. 253; 1606, vol. 5, exp. 256; 1606, vol. 5, exp. 287; 106, vol. 5, exp. 380.

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la ciudad en tanto era imprescindible. así, el argumento de la continuidad de las prácticas lacustres se ha convertido en una de las vetas privilegiadas para reconstruir la cultura mate-rial indígena, vistas de manera independiente a las prácticas de gobierno.

lo anterior nos lleva a aceptar que dos ho-rizontes culturales, el del agua de los españo-les y el del agua de los indígenas —el “agua hi-pocrática” y el agua lacustre/ la normatividad hidráulica hispana y las prácticas con el agua indígenas—,31 corrieron paralelos a lo largo del virreinato. hasta que tales recursos fueron dis-putados por otros grupos sociales como me-dio de riqueza y sustento, los indios fueron los usuarios principales de los recursos lacustres. en las aguas del lago, otros estamentos perci-bieron, salitre, pantanos e incluso maldad.32

desde distintos contextos históricos, un dis-curso vertido desde el poder ha reiterado una misma percepción —si no de asombro, de con-dena— sobre las costumbres de los indígenas con el agua. en todos ellos existe un extraña-miento, una distancia o un indígena descrito por exóticas o incoherentes costumbres. de todo esto lo que me interesa resaltar es que los proyectos urbanizadores virreinales e ilus-trados, no sepultaron las prácticas culturales atribuidas a las culturas lacustres.

Y todo quizá por una simple razón: porque este ámbito, el de la cosecha del agua, aunque cruzado por las instituciones castellanas, nun-ca les interesó del todo a los españoles como medio de subsistencia. la pesca de moluscos y especies menores, el corte de zacate o la caza de aves quedó en manos de los indígenas has-ta el momento en que comenzó a convertirse en un recurso de especulación para otros gru-

31 sobre el agua hipocrática, cfr. alain Musset, op. cit.; para la cultura del agua indígena e hispana; cfr. sonya lip-sett-rivera, To defend our water with the blood of our veins. The struggle for resources in Colonial Puebla, 1999, cap ii.

32 el lago fue asociado a Belcebú. se decía que poseía “misteriosos sumideros” en que se ofrecían “en sacrificio los niños que nacían con dos remolinos en la cabeza e in-cluso se comparaba su forma con la de la Bestia del apo-calipsis. Cfr. Marcela dávalos, Basura [...], op. cit., 1997, pp. 129-130.

pos. así el uso de los recursos del lago se pro-longó entre los indígenas como un medio de subsistencia heredado de prácticas que bien podrían provenir de una cultura arcaica. pro-bablemente tenemos ante nosotros una de las pocas entradas para suponer una continuidad histórica de prácticas (quizás hasta prehispá-nicas) ajenas a los poderes instaurados; pero esta hipótesis deberá consolidarse en un tra-bajo futuro. debo reconocer que mi lectura de las prácticas lacustres está influenciada por un punto de vista ecológico, que me ha llevado a resaltar que en los barrios del sureste se prac-ticaba un saber —históricamente censurado—, que guardaba un orden menos destructivo con la naturaleza.

distriBuCión desigual del agua

Cualquier lector, ligeramente avezado en el te-ma de la distribución del agua potable en la capital virreinal, ha advertido la presencia de los acueductos que la abastecían. el grueso de documentos, textos y representaciones gráficas coinciden en que hacia el poniente de la ciu-dad hubo mayor abundancia y mejor reparto del líquido, que hacia el oriente.33 es un con-senso que las fuentes de salto del agua y de la Mariscala derivaban en las corrientes que abastecían a las fuentes públicas y derrames particulares ubicados en distintos puntos de la ciudad, sin embargo, poco se ha advertido que muy pocos de los vecinos del cuadrante sures-te tenía que ver con esa compleja arquitectura hidráulica. unos cuantos derrames y contadas fuentes públicas abastecían, cuando caía agua, a aquel cuadrante de la ciudad.

esas fuentes y derrames participaban de un sistema de distribución jerárquico que privile-giaba a quienes recibían agua potable; privi-legio que los barrios ubicados al oriente de la

33 los principales derrames que la abastecían provenían de los ríos del noroeste y de las formaciones montañosas del suroeste que eran transportados por los acueductos que llegaban hasta las fuentes de salto del agua y de la Mariscala.

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acequia real apenas conocieron. las ordenan-zas de 1710 se mandaban que no se diera mer-ced de agua “a ninguna persona de la calidad y condición que sea”, excepto a los magistra-dos y personas a las que por privilegio debían recibirla. su reparto dependía de donaciones reales, prerrogativas o calidades étnicas.34

los intentos virreinales por esclarecer có-mo se distribuía el agua en la capital novohis-pana, refieren a lo desprovistos que estaban los barrios del líquido. aclarar su distribución, saber a qué casas llegaban derrames, quiénes eran los beneficiarios, en qué fuentes caía agua, cuáles disponían de llaves para cerrar la corriente, etcétera, generó una profusa docu-mentación entre los funcionarios virreinales, de la que resalta, a nuestros ojos, el tema pe-renne de la escasez. a fines del siglo xviii, el virrey revillagigedo, como parte de su incli-nación a reordenar el espacio urbano, mandó arreglar las mercedes de agua, a revisar las tomas irregulares, a controlar las llaves abaste-cedoras, así como a especificar las cantidades de agua que debían darse a los particulares, a las casas de comunidad o a las fuentes pú-blicas. la normatividad contenida en los di-versos bandos, prohibiciones o reglamentos ha sido confrontada por una historiografía que ha concluido en lo poco que esa normatividad logró instituirse en la ciudad.

Que los distintos gobiernos refirieron a la dificultad para ordenar una infraestructura que desde sus inicios fue una gran maraña, se hizo evidente en las ordenanzas de agua de 1710 dictadas por el virrey albuquerque. du-rante su tutela “mandó se solicitasen y busca-

34 “porque los indios de ella son vecinos de esta ciu-dad igualmente que los de san Juan, san sebastián y otros muchos a quienes se provee del agua necesaria sin la más ligera contribución de su parte, como porque aun cuando no lo fueran los indios, es público y notorio que hay mucho mayor número de españoles y otras castas avecindados en el distrito de dicha parcialidad con casas propias y comer-cio de mesones, bodegas, corrales, tiendas, pulquerías y aun garitas reales, a quienes no puede dudarse de que se le debe de justicia el competente abono de agua como ve-cinos y que pagan las mismas contribuciones que los que viven en el centro de la ciudad”. Cfr. ahaa, aguas. fuentes públicas, vol. 58, exp. 37, 1794.

sen dichas órdenes y gobierno de esta agua”, pero no halló respuesta “ni por los cabildos ni acuerdos antiguos, ni demás papeles que se han buscado en la secretaría y oficio de Cabil-do, ni en otras partes, se han hallado ordenan-zas algunas tocantes a este efecto”.35

la tarea que se deduce de nuestra lectura del documento, estaba más allá de sus manos, en primer lugar porque desde inicios del pe-riodo virreinal el agua se había repartido co-mo mercedes reales, es decir, como privilegios asociados a jerarquías que eran prácticamente irrevocables; en segundo lugar porque de esas mercedes se habían derivado otras sin que nadie las hubiese registrado como añadidas a las ya donadas y en tercer lugar porque la po-blación desviaba las corrientes, abría canales o rompía las paredes de los acueductos dejan-do boquetes que dificultaban cada vez más los arreglos y la posibilidad de reparar el sistema hidráulico.36 así, la red fue una compleja malla de múltiples conductos que habían sido usa-dos por generaciones y generaciones sin que alguien pudiese aclarar, en la mayoría de los casos, quién era el primer favorecido, o a qué casas se había donado formalmente el derecho a derrames.37

esos privilegios prácticamente no aparecen registrados para los barrios del oriente de la acequia real, y menos aún para los ubicados al sur de la acequia del resguardo. los docu-mentos muestran a sus vecinos peleando o an-helando un derrame como el que recibían al-gunos edificios públicos, conventos, iglesias o casas de abolengo. las fuentes en aquellos ba-rrios, aun después de la independencia, pue-

35 “ordenanzas de agua de 1710”, en luis aboites aguilar, et al. (comps), op. cit., pp. 60-61.

36 esto sucedía también en ciudades como Querétaro y puebla. Cfr. antonio loyola Vera, Sistemas hidráulicos de Santiago de Querétaro, siglos xvi-xx, vol. 5, 1999.

37 “fue notoria la falta de control y conocimiento de las mercedes por el ayuntamiento, la comisión del ramo y otras instancias relacionadas; el desconocimiento fue ma-yor sobre su número, localización y estado. se supone que desde la Colonia se tenía un control de las mercedes otor-gadas, si eran rentadas o vendidas, medidas, etcétera. pero las fuentes de archivo muestran lo contrario”. Cfr. oziel ulises talavera, op. cit., pp. 246-247.

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den ser vistas como paradigmas de una colec-tividad marcada por la escasez. al tiempo que sus vecinos solicitaban que se les construyera una fuente, los gobiernos virreinales intenta-ban desenmarañar y reconocer el entramado hidráulico. las vistas de ojos, quejas o peticio-nes se multiplicaron, dejando así algunas listas inexactas que nos han permitido reconocer el número de derrames y fuentes existentes en la ciudad.38

para el periodo que va de mediados del si-glo xviii a la década de 1830 se ha supuesto, para el conjunto de la ciudad, un promedio de 40 fuentes públicas. las cifras, que no siempre coinciden, incluyen a cronistas y alcaldes: para el año de 1777 el presbítero Juan de Viera ano-tó 38 fuentes públicas.39 treinta años después se habló 76 fuentes públicas y 505 derrames privados;40 de un informe solicitado a los alcal-des en el año de 1824 se deducen 39 fuentes públicas y 505 derrames privados.41 Manuel orozco y Berra y José lorenzo Cossío mencio-nan 42 fuentes públicas más 806 y 769 derra-mes privados, respectivamente.42

la mayor parte de las pilas refieren su ubi-cación hacia el suroeste43 y no hacia la zona sureste certificando así el poco contacto que los vecinos de aquellos barrios tenían con las aguas provenientes de santa fe y Chapultepec. Como parte del afán ilustrado por regular, las ordenanzas de 1710 prohibieron que se re-partieran más mercedes “a ninguna persona de la calidad y condición que sea”, mientras

38 esta inquietud aritmética por fuentes y derrames continuó sin perfeccionarse aun en el siglo xix. Cfr. ahaa, fuentes públicas, vol. 58, exp. 59, 1823, exp. 60, 1824.

39 Cfr. Juan de Viera, op. cit., p. 152.40 Cfr. alain Musset, op. cit., p. 92. para el mismo año

donald B. Cooper menciona 28 fuentes públicas y 505 particulares, cfr. Las epidemias en la ciudad de México. 1761-1813, 1980, p. 38.

41 Cfr. ahaa, aguas. fuentes públicas, vol. 58, exp. 60, 1824.

42 Cfr. oziel ulises talavera, op. cit., p. 270.43 “un gran eje del desarrollo urbano en la época co-

lonial fue la calzada de tacuba y la calzada de la Veróni-ca, por donde pasaba el agua delgada de santa fe. en el extremo opuesto, barrios enteros sufrían de sed y debían recurrir a otros medios de distribución”. Cfr. alain Musset, op. cit., p. 87.

pretendían enlistar el número de derrames que recibían los edificios públicos, particula-res y religiosos. el primer padrón de aguas fue levantado en 1808, casi cien años después de esas ordenanzas.44

si interpretamos las distancias marcadas en los planos y huellas históricas, las fuentes pú-blicas más cercanas, quedaban verdaderamen-te lejos de los barrios ubicados al oriente de la acequia real. las tres más próximas eran la santísima, la Merced y san pablo, fuentes que, además, fueron reportadas la mayor parte del año sin gota de agua. los vecinos atestiguaron una y otra vez su lejanía, sequía y dificultad para acceder a ellas; a “los barrios del oriente, asomados al lago salado” apenas

algunos surtidores distribuían, cuando podían, un agua escasa y ya sucia debido al contacto con las canalizaciones mal mantenidas. situados al final del recorrido, eran los primeros en secarse en caso de ruptura del caño y los últimos en ser reparados [...]45

de cómo fueron mercedadas las aguas ha-cia a aquella fuentes cercanas poco sabemos; sin embargo, una pista para comprender su función hacia los barrios del sureste nos la da el caso de los barrios indígenas de la parciali-dad de santiago tlatelolco. en esa zona, para mediados del siglo xviii, se registraron siete fuentes a las que se les otorgó una naranja, es decir, ocho reales y, por tanto, 144 pajas.46

44 por diego de la rosa...se arregló por ramos de cañe-rías (ramales principales por donde se distribuía el agua a la ciudad)[...]primero los del acueducto de santa fe: san francisco, palacio, san lorenzo y la santísima, y luego los ramos del acueducto de Chapultepec: la alameda, la Mer-ced y san pablo. para cada merced señaló la actividad, las varas de cañerías, diferenciando de estas los caños princi-pales, que abastecían a fuentes públicas y particulares. Cfr. oziel ulises talavera, op. cit., p. 275.

45 alain Musset, op. cit., p. 88.46 “a la primera que llaman de santa María se le darán

nueve pajas. a la segunda llamada la lagunilla, por ser muy largo el tramo, que hay desde donde se toma hasta ella 36 pajas. a la tercera que llaman de san Martín nueve pajas. a la cuarta, que es la de guadalupe nueve pajas. a la quinta y sexta, que son las que tiene el Colegio de san Buenaventura 36 pajas, y a la séptima que es la de la pla-za mayor de santiago, cuarenta y cinco, que todas hace,

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los barrios, supuestamente, tenían destina-da una cantidad fija de agua, sin embargo, la información no nos permite despejar sin tro-piezos esta ecuación. las medidas de agua que regularmente se daban en la ciudad eran la pa-ja, el real y la naranja. dieciocho pajas hacían un real y ocho reales hacían una naranja. Con revillagigedo estaba prescrito que la dotación para los particulares fuera de cinco pajas;47 de 24 pajas para los hospitales (cifra que suscitó disputas sin nunca aclararse)48 y que a las co-munidades y a las fuentes públicas se les abas-teciera con xviii pajas, es decir, un real. en principio, entonces, todas las fuentes públicas de las plazas —como la Merced o la de santa Cruz y soledad—, deberían tener derecho a su real de agua, pero las reiteradas quejas exhi-ben que la mayoría de las veces eso quedó tan solo en la legislación.49

las peticiones y solicitudes de agua pare-cen haber cambiado según las circunstancias. las discusiones entre los jueces de arquerías y el ayuntamiento apuntan al desequilibrio sobre la distribución del agua en la ciudad.50 esto aclara las palabras del juez de arquerías, ignacio Yglesias, cuando refirió a la irregular distribución del líquido: “todo esto persuade la incertidumbre y la variedad con que arbi-trariamente se está procediendo, sin regla ni método fijo”.51

144 pajas, de que se compone la naranja. las dos prime-ras fuentes son y corresponden a la nobilísima Ciudad, la tercera, cuarta y séptima a la parcialidad de santiago, y la quinta y sexta al Colegio de san Buenaventura del orden de nsp san francisco”. Cfr. ahaa, aguas. fuentes públi-cas, vol. 58, exp. 37, 1794.

47 el zurco (tres naranjas) y el buey (48 zurcos) eran empleadas básicamente para el campo. Cfr. Blanca suárez Cortés (coord.), Historia de los usos del agua en México. Oli-garquías, empresas y ayuntamientos (1840-1940), 1998.

48 oziel ulises talavera, op. cit., p. 268.49 así lo señaló guillermo Margadant al referir que

los otorgamientos de agua no tuvieron un “carácter abso-luto y definitivo” porque “nuevas circunstancias siempre pudieron dar lugar a renovados repartimientos de agua”. Cfr. guillermo f. Margadant, “el régimen de aguas en el derecho indiano”, en francisco de icaza dufour (coord.), Recopilación de leyes de los Reynos de las Indias. Estudios Histó-rico-Jurídicos, 1987, p. 502-503.

50 ahaa, aguas. fuentes públicas, vol. 58, exp. 27, 1792.51 Idem.

por la documentación se deduce que el nú-mero de derrames en los barrios se asociaban con la importancia y número de instituciones —para los barrios casi siempre religiosas— ahí asentadas. el contraste entre las siete fuentes registradas para tlatelolco contra las tres asen-tadas en la zona oriental distingue los rangos referidos para cada zona. los barrios del su-reste, y en particular los ubicados al sur de la acequia del resguardo, se hallaban alejadísi-mos de fuentes y derrames. hasta la primera mitad del siglo xix, barrios como la Cande-laria o san gerónimo, no poseyeron fuentes propias. al comparar la cantidad de iglesias, conventos y edificios públicos del sureste con los de tlatelolco, concluimos que los derrames concedidos eran proporcionales al número de instituciones asentadas en el lugar.

si en tlatelolco el abastecimiento era conti-nuo, eso tenía que ver con los edificios religio-sos que se asentaron allí desde el primer siglo colonial. a algunas de sus fuentes tocaban nue-ve pajas, o bien, cantidades mayores que eran múltiplos de nueve, como por ejemplo a la de la lagunilla que le tocaban 36 por hallarse distante a la fuente anterior. si al Colegio de Buenaventura llegaban 36 pajas era por tratar-se de una institución religiosa y las 45 que se vaciaban en la plaza Mayor de tlatelolco pro-bablemente era por el significado que tenía co-mo centro de poder en aquella parcialidad.

probablemente los barrios ubicados al oriente de la acequia real no poseían fuen-tes por la ausencia de instituciones. a esto, además, se añade que no participaban de ser “parte del público”, expresión que en la época se traducía como vecinos con derechos, privi-legios y estamento. ese término no aplicaba hacia los barrios. la distribución del líquido nada tenía que ver con criterios igualitarios o precios establecidos, sino con valores sociales, tales como el prestigio, la calidad o el rango de los vecinos. la racionalidad de ese reparto se expresó en la mayor o menor cantidad de fuentes públicas.

lo anterior nos permite comprender la exi-gua cantidad de fuentes “cercanas” a los ba-

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rrios del sureste: una en la plazuela de la igle-sia de la santísima, otra en la plazuela de la de san pablo y la tercera frente al convento de la Merced, es decir, para los barrios inscritos en santo tomás la palma no hubo ni asomo de fuente. los privilegios de poseer agua de-pendían de la jerarquía del lugar, de la plaza o de la iglesia. esto nos aclara, como veremos, por qué los párrocos eran quienes tomaban la palabra para solicitar la instalación de fuentes en sus feligresías.

Mientras las autoridades discutían bajo qué circunstancias debía decidirse el reparto, los vecinos del sureste empleaban el líquido que tenían a la mano. su único recurso era el agua de las corrientes cercanas. si a los barrios ubi-cados al norte de la garita del resguardo les quedaban lejos las fuentes “cercanas”, más aún distanciadas estaban para los situados al sur. por ello, sobre todo los vecinos ubicados al sur del resguardo, miraban tanto al agua de las acequias que se vaciaban en el lago, como al agua misma del lago de texcoco. de los ma-nuscritos se deduce que la población de aque-llos barrios, en su mayoría indígena, subsistía y desempeñaba sus quehaceres echando mano tanto del agua salitrosa, como de la de las co-rrientes.52 las prácticas con el agua del lago y las acequias nos hablan de una cultura lacustre que confronta su continuidad historiográfica con las observaciones de una realidad que operó hasta mediados del siglo xx.

los párroCos refieren la esCaseZ

los párrocos aparecen como el nexo inmedia-to entre el agua lacustre y la potable. Movidos por la compasión que les causaba la “misera-ble situación” de los naturales, intervinieron para solicitar que a los barrios se les abaste-

52 los barrios al norte y sur de la acequia del resguar-do, reportan oficios asociados con esas aguas, tales como curtidores, pescadores, hortelanos, salitreros o zacateros. Cfr. agn, general de parte, 1575, vol. 1, exp. 91; general de parte, 1597, vol. 6, exp. 1196; general de parte, 1580, vol.2, exp. 938; indios, 1688, vol. 30, exp. 119.

ciera de agua de acueducto. en sus escritos, a veces en tono de súplica, subrayaban que los vecinos debían suspender el uso del agua “ma-ligna” de las acequias, y poseer fuentes públi-cas. en sus textos muestran cuán concientes estaban de sus palabras: procurar del líquido a los barrios era una vía para fortalecer el víncu-lo con sus feligreses. al mismo tiempo que se adherían a los términos normativos de limpie-za y salud ilustrados, fortalecían la participa-ción religiosa. sus argumentos, de orden ético —como evitar que los indios bebieran agua de la misma toma de la que bebían las bestias—, coincidía con las anotaciones de los ilustrados quienes calificaban de corruptas las costum-bres en los barrios.

sus solicitudes cargaban un tono moral. Cuando los religiosos fray phelipe de tren-chun y fray Cayetano torquemada, prior y cura ministro de la parroquia de santa Cruz, impulsados por la caridad y necesidad solicita-ron agua potable para la feligresía a su cargo, refirieron al miserable estado en que se halla-ban los barrios, debido a la grande carestía de agua que sufrían sus vecinos.

los “notorios peligros de las vidas y las con-ciencias, unas de ser en los despojos de sus po-bres ropas, así de hombres como de mujeres, otras en la reputación con estupros, y violen-cias acontecidas de la fuerza que les compele a salir de noche en busca de agua (elemento necesario para la vida) y en las distancias sa-bemos y vemos que todo esto peligra con gran dolor nuestro [...].53

la súplica para evitar la escasez iba de la mano con cierta simbología religiosa:

por alcanzarnos tan de cerca esta común plaga (la escasez)”; y “liberar a los sedientos[...]aunque fuese de un peñasco”; o bien, “le ayudaremos a dios[...]para que entrando por sus oídos nues-tros ruegos rompan los diques que la dificulta-ren...de su misericordia en una fuente de agua perenne con que se sacien sus ansias y cese el susurro de la necesidad [...].54

53 ahaa, aguas, fuentes públicas, vol. 58, exp. 7, 1745.54 Ibidem.

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referirse en ese contexto a la caridad y a la necesidad, desde luego evocaba virtudes cris-tianas; asimismo, las palabras miserable, pe-nuria y carestía procedían de un lenguaje que vaticinaba guardar del pecado a los feligreses. la falta de agua, decían los párrocos, obligaba a los vecinos a caminar largos tramos que los exponían a peligros tales como el robado y la violación:

porque como somos pobres, es preciso que nues-tros hijos, hijas y aun nuestras mujeres sean las que conduzcan el agua para lo que se necesita en la casa y como esta agua no la hay como la había antes, así en la parroquia como en la plazuela, sino a largas distancias, resultan muchos extra-víos, así en los hijos, como en las hijas, y aun en nuestras mujeres, porque la hija tal vez resulta desflorada, el hijo jugador y otros inconvenien-tes de esta clase.55

la lejanía de las fuentes fue uno de los ar-gumentos primordiales para solicitar su cons-trucción. los barrios, decían, “se componen de un vecindario sumamente crecido”, del que “la mayor parte [era] de gente pobre y misera-ble”, por lo que “la notable falta de un alimen-to de primera necesidad, como lo es el agua”, no debiera estar “tan distante”. la gente no “encuentra una gota si no es viajando por ella, hasta el barrio de san pablo”.56

los párrocos asignaron a la noche pobreza, violencia y desnudez. los “pobres tan misera-bles” que residían en esos barrios, “no pueden de día sacar la cara, por no sacar a luz su des-nudez y sus carnes, esperan o a la madruga-da, o a la noche para hacerlo [...]”.57 Con el abastecimiento de agua potable, expresaban, prevendrían pecados y peligros.

Quizás esto sorprenda menos si recorda-mos que en algunas ciudades virreinales, co-mo toluca o puebla, la distribución del agua fue exclusiva a los conventos hasta la primera

55 ahaa, aguas, fuentes públicas, vol. 58, exp. 46, 1799.

56 ahaa, aguas, fuentes públicas, vol. 58, exp. 41, 1794.

57 ahaa, aguas, fuentes públicas, vol. 58, exp. 7, 1745.

mitad del siglo xix; ellos eran quienes definían el uso, cantidad y destino de los derrames.58 el discurso moral de los párrocos formó parte de un pensamiento, socialmente reconocido, de que la cercanía del líquido “beneficia a todo un común”: la mucha falta de agua, como lo expresaban, obligaba a los padres a “enviar a sus hijos y a sus hijas por ella” a la fuente de san pablo, exponiéndolos, por la distancia, a muchos riesgos.59 alejarse del barrio, de las miradas familiares o codearse con extraños era una amenaza que integraba el imaginario social: “ser conocido por el barrio era siempre un buen augurio; por el contrario, pasar por ra-ro o vagabundo no presagiaba nada bueno”.60

esa misma retórica también la hallamos para la parcialidad de santiago, en donde no todos los indígenas podían obtener agua po-table: unos podían “comprar la muy precisa a medio el viaje”, lo que significaba “un gasto considerable al cabo del mes”; otros “la beben inmunda”, y algunos más, abandonando

su trabajo, tienen que venir por ella a México, o para no faltar a aquel envían a sus hijas donce-llas, expuestas en el camino a las violencias nada irregulares, que según estoy informando se han experimentado con este motivo.61

el mancillamiento de las hijas doncellas y vírgenes era otro argumento que sustentaba la necesidad de fuentes públicas en los barrios. abundar sobre si el temor a esa violencia era o no fundado, quedará para una futura inves-tigación; de lo que sí tenemos certeza es que un discurso moral, asociado con la pertenen-cia a la localidad, a la oscuridad, a la distancia o al temor a lo desconocido, conformaba la

58 Cfr. pilar iracheta, “ayuntamiento, servicios públicos y desarrollo urbano en la ciudad de toluca (1812-1853)”, tesis de doctorado en historia, universidad de Zacatecas, 2003 (agradezco a la autora haberme facilitado su manus-crito). esto también se muestra para la ciudad de puebla (rosalba loreto, op. cit).

59 ahaa, aguas, fuentes públicas, vol. 58, exp. 11, 1762.

60 Cfr. arlette farge, op. cit.; richard sennett, op. cit., cap iii.

61 ahaa, aguas, fuentes públicas, vol. 58, exp. 25, 1788.

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narración de los párrocos. el cura de la parro-quia de santa Cruz y soledad exponía que los “miserables” “vecinos de mi citada feligresía”, “tienen que quitarse de su trabajo para ir en busca” del agua. Y de paso añadía que aún su escasez provocaba otro problema:

la administración del sacramento del bautismo, pues el agua, que hay en la pila bautismal dentro de poquísimo tiempo se corrompe, y como se imposibilita conseguir con prontitud la nueva, se arriesgan los párvulos que vienen enfermos, a morir sin las saludables y sagradas aguas.62

incluso en donde había fuentes, el agua no estaba disponible para todos. las mujeres pobres que no podían entrar al convento de nuestra señora de la Merced, tenían que com-prarla, ir a buscarla a las largas distancias refe-ridas, o bien esperar a que los hombres fueran a recogerla desde las oraciones en adelante.63

otro argumento aunado a la escasez, era el riesgo de que los barrios se despoblaran por falta de agua. además del desorden mo-ral, el pecado, el peligro o la simbología re-ligiosa, los párrocos se veían amenazados de quedarse los barrios vacíos. la falta de agua inducía a los vecinos a la fuga. “la existencia de fuentes públicas o del agua se relacionaba con la capacidad de retener a los pobladores del lugar o para el poblamiento de los rumbos que así lo solicitaban”64. por ello el prior y el cura ministro de santa Cruz veían “en estos suburbios, menoscabarse de día en día” a “los hijos de esta doctrina y sus vecinos”, quienes van “desertando sus casas de manera que se va desolando [el barrio] a gran prisa por la falta de este tan necesario socorro [...]”.65

las frases que asocian la desolación a la fal-ta de agua fueron numerosas, incluso hasta el siglo xix:

62 ahaa, aguas, fuentes públicas, vol. 58, exp. 47, 1797.

63 ahaa, fuentes públicas, vol. 58, exp. 34, 1793-1815.64 oziel ulises talavera, op. cit. p. 255-256.65 ahaa, aguas, fuentes públicas, vol. 58, exp. 7, 1745.

la escasez de que trato, tiene despoblada a la parcialidad y arruinadas sus casas[...] y luego se mudan a otro pueblo, o sitio donde no tengan el desconsuelo de carecer del agua;66 careciendo del agua necesaria de modo que algunos de los indios han desamparado el barrio, y no duda-mos que con el tiempo llegue a experimentarse su perfecta destrucción67; con el incidente de ha-berse ido deteriorando la cañería de esta dejó de correr el agua [...] por lo que insensiblemente se fue despoblando [...]68; era necesario surtir de agua algunos puntos en que se temía desapare-ciese la población por falta de este fluido69; la causa de haberse despoblado la mayor parte del barrio de san sebastián y el de santa Cruz no puede ser otra que la escasez de agua...70; se halla una pila pública para agua del vecindario que se puso en tiempos antiguos con el objeto de que no faltando ésta, se aumentase el vecindario71 o se temía desapareciese la población por falta de este fluido.72

los deseos de construir fuentes en los ba-rrios del sureste no pasaron de ser intentos fallidos, como la de la fuente o pila de la pa-rroquia de san sebastián, de la que los vecinos expresaban haber tenido “siempre agua para el beneficio del público, pero de considerable tiempo a esta parte no la hay, con lo que son imponderables los prejuicios que se siguen así en lo espiritual como en lo temporal”.73

así, la historia de la falta de agua potable en los barrios, se entrelaza con una historia moral, aunada al despoblamiento y la escasez. algunos de estos argumentos se sucedieron en gobiernos posteriores: en 1827 el ayunta-miento mandó a una Comisión de aguas, a elaborar un expediente que reuniera todos los documentos que registraran los antecedentes de aquella escasez. los escribanos elaboraron un documento con base en un expediente del 9 de febrero de 1745, que había sido elabora-

66 ahaa, aguas, fuentes públicas, vol. 58, exp. 25, 1788.67 ahaa, aguas, fuentes públicas, vol. 58, exp. 46, 1799.68 ahaa, aguas, fuentes públicas, vol. 58, exp. 13, 1772.69 ahaa, aguas en general, vol. 35, exp. 8, 1834.70 ahaa, aguas en general, vol. 35, exp. 7, 1827.71 ahaa, aguas, fuentes públicas, vol. 58, exp. 48, 1801.72 ahaa, aguas en general, vol. 35, exp. 8, 1834.73 ahaa, aguas, fuentes públicas, vol. 58, exp. 46, 1799.

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do 70 años antes, en el Cabildo. los integran-tes de la Comisión de aguas se percataron de que sus antecesores, el prior y el cura de la parroquia de santa Cruz, fray felipe de eren-chun y fray Cayetano torquemada, habían so-licitado “se surta de agua aquella feligresía por no tener fuente pública”. la feligresía de santa Cruz y sus barrios, requerían “que se les pro-veyese de agua, así por carecer de este alimen-to tan necesario, cuanto porque sus vecinos contribuyen con el derecho de la sisa del vino, aplicado exclusivamente para poner fuentes públicas [...]74

los gobiernos de las primeras décadas del siglo xix indagaron en los archivos para reconstruir su situación. no tuvieron más an-tecedentes que los documentos elaborados décadas antes por los párrocos; para recons-truir su pasado, los comisionados consultaron las notas parroquiales. la Comisión de aguas apuntaba que en el año de 1753, el señor su-perintendente don domingo trespalacios ya había advertido la escasez de agua que sufría aquel vecindario75; sin embargo, fue hasta el Cabildo del 28 de septiembre de 1777, 24 años después, cuando el “presbítero y Maestro don gregorio pérez Cancio, cura de la misma parroquia, presentó por escrito la petición al señor Corregidor para que tomase providen-cia.76

Y aunque los párrocos instaron las primeras solicitudes para que llegara agua potable a los barrios, no siempre tuvieron comportamiento de santos. esto nos lo transmite la narración de lorenzo de palencia, vecino del barrio de san sebastián, quien declaró en contra del pá-rroco por acaparar las aguas. en su historia re-mitía al momento en que su padre —“don an-drés de palencia, fallecido en 1704—, “viendo que los vecinos del barrio de san sebastián de esta ciudad padecían total falta de agua, la que no podían conseguir en mucha distancia ori-ginándose de esta muchos peligros, consiguió

74 ahaa, aguas en general, vol. 35, exp. 7, 1827.75 Idem.76 Idem.

una licencia de la ciudad para poder pasar el agua y poner pila en dicho barrio”.

agua de la que desde entonces deberían ha-ber dispuesto todos los vecinos, pero, añadía lorenzo de palencia, luego del fallecimiento de su padre, el agua dejó de correr ocho años, a lo que los vecinos reaccionaron juntándose sin éxito, pues “hoy sólo se halla encerrada en el convento de san sebastián por orden del pa-dre prior sin dejar que ningún vecino goce de dicha agua”77. al morir su padre, el párroco de san sebastián, lorenzo de palencia, decidió encerrar la corriente y cobrar el uso del agua:

sólo dándole medio real cada día, dando con el pretexto de que debe al cañero 100 pesos de la cañería. siendo así se juntaron entre los vecinos más de 400 pesos y no gozan de este beneficio y para que tantas vejaciones como están expe-rimentando tengan remedio se ha de servir Vs [...] deje correr el agua a la pila pública.78

las continuas quejas y solicitudes confirma-ron la escasez del líquido. en un texto de 1834 dirigido al gobernador del distrito federal por el pueblo de la Candelaria, los vecinos de-mandaban una fuente tal como la que tenían sus vecinos del barrio de la palma que:

hoy disfruta de un tan inmenso beneficio como es el de una rozagante fuente cristalina que el nobilísimo gobierno les cede a nuestro herma-nos para consolidarlos en medio de sus necesi-dades, pues de aquí es señor que no siendo no-sotros menos hijos de un juez, benigno padre y de tan piadosas como benéficas [...] apremiada nuestra solicitud con un pequeñito cañito de agua dulce.79

los hombres decimonónicos tenían claro que los párrocos habían sido los primeros en solicitar fuentes públicas para los barrios. dos temporalidades se reunieron aquí: a los ilustra-dos dieciochescos y a los hombres del siglo xix los vinculó la escasez. Mientras que aquellos

77 ahaa, aguas. fuentes públicas, vol. 58, exp. 3., 1725.

78 Idem.79 ahaa, aguas en general, vol. 35, exp. 8, 1834.

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recurrieron a argumentos morales, los funcio-narios, pioneros en intentar desacralizar los espacios públicos, resaltaron la actuación ad-ministrativa de los párrocos, es decir, fijaron su atención en el seguimiento y procedimiento de los casos, a los que rotularon, por dar un ejemplo, de la manera siguiente: “expediente promovido por el cura y feligreses del barrio de la palma y curtidores, sobre que se habili-ten de agua los expresados barrios”.

por último, antes de dirigir nuestra mirada a las resoluciones con que los barrios solven-taron la falta de agua, quisiera mostrar cómo demostraban los párrocos aquella escasez. así se expresó el fiscal de la parroquia al referirse a una de las tres fuentes, la de san pablo, que los vecinos contiguos a la acequia del resguar-do tenían cerca:

la consabida pila se halla tan bajo que ha facili-tado a las bestias el ojo de el agua internando en ella sus inmundísimas bocas, de esta agua bebe una porción considerable de esta capital [...]80

el párroco de san pablo reflejó las emocio-nes que le provocaba que los animales y la gen-te bebieran de la misma toma, argumento que lo hacía coincidir con los ilustrados que llama-ban, entre otros puntos, a evitar la coinciden-cia en los lugares públicos de bestias y gente. las palabras del párroco, imbuidas en parte en los criterios de salud pública acusaban, no obstante, su lado religioso: se quejaban de que de esa agua fuera empleada durante la consa-gración “así corrompida”. todas las iglesias de este ramo, acusaban, la empleaban en el sacri-ficio de la misa para convertirla en sangre del que nos redimió”.81

este apartado termina con una disertación del cura de santo tomás la palma, en que re-memoró los diversos rechazos de las autorida-des de abastecer de agua potable a los barrios del sureste. en sus notas recordaba que “ahora seis u ocho años ocurrieron muchos feligreses

80 ahaa, aguas. fuentes públicas, vol. 58, exp. 18, 1782.81 Idem.

de esta parroquia a su cura que era entonces don francisco Bazo Ybánez”, para que promo-viera entre sus superiores colocar “una fuente de agua limpia, delgada en la plazuela de en-frente de la iglesia principal, para abasto de la feligresía que no la tiene sino a mucha distan-cia, y muy gruesa”.82 hasta aquí no hay ningu-na novedad en sus palabras: las solicitudes in-cumplidas, la falta de agua limpia, la distancia y el peligro. pero más adelante, evocando el beneficio que tendría una fuente, añadió:

por lo que estaban casi despoblados todos estos barrios, cuando habían sido siempre de los más útiles a la república, por ser artesanos de ejerci-cios tan necesarios como son los curtidores, zu-rradores, badaneros, y zapateros que no pueden radicarse en otros sitios, más que en estos por la inmediación a las acequias, tan necesarias (como es sabido) a sus maniobras: y cuando para ellas tie-nen tan abundante el agua de ellas, no tienen lim-pia alguna para sustento suyo y de sus familias.83

su texto contiene varias sugerencias sobre la manera en que los vecinos, careciendo de fuentes, resolvían el uso del agua. en esos ba-rrios, de los más útiles a la república, la pobla-ción desempeñaba ejercicios tan necesarios co-mo los de “curtidores, zurradores, badaneros, y zapateros”; los vecinos debían radicar cerca de las acequias por ser abundante el agua de ellas. los artesanos vivían allí porque el curso del fluido que corría era abundante. este pasa-je apunta a otro, que es el uso que los vecinos de aquellos barrios hacían del agua que tenían a su alcance, es decir, el agua de las acequias.

aguas de aCeQuia Y práCtiCas Culturales

el paisaje húmedo hacia los barrios del sureste aparece disminuido en los planos diecioches-cos. si tratáramos de representar el número

82 ahaa, aguas, fuentes públicas, vol. 58, exp. 41, 1794.83 Idem.

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de corrientes que cruzaban por los barrios ad-yacentes a la acequia del resguardo, sin duda que nuestro plano ostentaría la misma forma que un sistema nervioso: bifurcaciones, sali-das, desviaciones, derrames, riachuelos o zan-jas cruzaban por doquier. el agua prevalecía en aquel paisaje en el que, paradójicamente, se hablaba de su carencia. la misma lógica que para el resto de la ciudad. la gran mayoría de los escritos que refieren al agua de la capital, habla continuamente de su escasez; menciona su falta en una urbe que, paradójicamente, se asentaba sobre agua, se rodeaba de lagos y rega-ba con las vertientes de numerosos ríos e innu-merables acequias. los barrios del sureste, por excelencia, aparecen descritos en esa clase de entorno; corrientes grandes y pequeñas las cru-zaban antes de desembocar, por la inclinación del suelo hacia el este, en el lago de texcoco.

la abundancia del líquido referido en cier-tos documentos contrasta entonces con el dis-curso de la escasez. hay algo que surge a la vista: el motivo que desde el siglo xvi suscitó hablar de escasez en la ciudad, no se refiere al agua que corría por las acequias o la de los lagos, sino la potable que corría por los acue-ductos. Veremos que esta última, poco o nada tuvo que ver con la que abastecía a los barrios del sureste.

de modo que la escasez referida en los do-cumentos forma parte de una historia narrada desde la mirada de quienes eran partícipes de los derrames conducidos por aquellas impre-sionantes obras arquitectónicas que fueron los acueductos que terminaban en las fuentes de la Mariscala y salto del agua. hasta las pri-meras décadas del siglo xix, ninguna fuente —además de las tres “cercanas” ya referidas— se instaló en los barrios de indios aledaños a la acequia del resguardo.

Y ante la ausencia de agua potable, ¿cuál era la relación de esos barrios con el agua de las acequias y la del lago? los lazos que tenían con ella son un conducto privilegiado para intro-ducirnos a las prácticas culturales de aquellos vecinos asentados al norte o sur de la acequia del resguardo, entre la acequia real y el lago

de texcoco. Veremos que la relación de los barrios indígenas con el agua “institucionali-zada”,84 es decir, la potable que llegaba desde Chapultepec y santa fe, fue nula. su contacto con la infraestructura hidráulica se reduce a las numerosas peticiones que de ella hicieron los párrocos.

las listas que pretendieron aclarar quiénes eran los beneficiarios de los derrames,85 poco o nada tuvieron que ver con los barrios del sureste. Veremos que para el siglo xviii refe-rirse a la deficiente distribución de agua hacia el oriente de la acequia real resulta desatina-do, por el simple hecho de que la zona carecía de los aditamentos elementales, como caños y fuentes, para conducirla. los privilegios aso-ciados al agua (ser poseedor de una caída de agua, de un “derrame”, era sinónimo de je-rarquía, de poder, pues no cualquier vecino lo recibía y menos aún en su casa), no aplicaron en aquellos barrios.

el aumento de quejas que por falta de agua se incrementó conforme se acercaba la inde-pendencia, revela que la escasez, aunque fuera generalizada para el conjunto de la ciudad, no significaba lo mismo para los barrios asenta-dos hacia el oriente de la acequia real que en otras partes de la ciudad: una cosa era que los

84 daniel roche, “le temps de l’eau rare. du moyen age a l’epoque moderne”, Annales, marzo-abril 1984, p. 383 (la traducción es mía). para el periodo colonial en hispa-noamérica cfr. Jean pierre Clement, “el nacimiento de la higiene urbana en la américa española del siglo xviii” en Revista de Indias, vol. Xliii, núm. 171, 1983; rosalva lore-to y francisco J. Cervantes (coords.), Limpiar y obedecer. La basura, el agua y la muerte en la Puebla de los Ángeles. 1650-1925, 1994; sonya lipsett-rivera, “Water and bureucracy in Colonial puebla de los angeles”, Journal of Latin Ameri-can Studies, núm. 24, 1993; alain Musset, op. cit.; alejandro tortolero (coord.), Entre lagos y volcanes. Chalco Amecameca: pasado y presente, 1993; Cristina torales pacheco, “agua y tierra en el régimen virreinal: el caso de Cholula”, en Bole-tín del Archivo Histórico del Agua, año 7, enero-abril, 2002, pp. 5-17; Marcela dávalos, “la salud, el agua y los habitan-tes de la ciudad de México. fines del siglo xviii y principios del xix”, en regina hernández franyuti (comp.), La ciudad de México en la primera mitad del siglo xix, 1994.

85 Cfr. “ordenanzas de agua de 1710”, en luis aboites aguilar, et al. (comps), Fuentes para la historia de los usos del agua (1710-1951), ciesas-Comisión nacional del agua, México, 2000, pp. 59-72.

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vecinos cercanos a la alameda hablaran de es-casez y otra que lo hicieran los de los barrios. Mientras que en el poniente, aunque fuera con poca presión, abundaban fuentes y derrames, al oriente de la acequia real ni por asomo caía un derrame. no es lo mismo que aquellos se quejaran del insuficiente volumen de agua que recibían las fuentes, a que éstos lamentaran no poseerlas.

Mientras que los vecinos con acceso a fuen-tes se expresaban del agua en términos de in-suficiencia, los otros —a no ser por los párro-cos—, simplemente no la calificaban: referían a la que tenían a la mano. así la arquitectura hidráulica asociada a la palabra escasez queda fuera del horizonte de los barrios del sureste. en los barrios de indios contiguos a la acequia del resguardo, la población se muestra, si no indiferente, sí acostumbrada a usar del agua de las acequias para cubrir sus necesidades, haciendo caso omiso de aquel significado que asociaba escasez con privación. todo parece indicar que más allá de los repartos y de las legislaciones, aquí la población empleaba el agua adaptándose a las circunstancias locales. se trata de un uso cotidiano del agua que con-trasta con la historia de la escasez referida a los acueductos.

a lo anterior llegamos, paradójicamente, por la proliferación de documentos que sobre el tema de la escasez generaron los barrios. la lógica ilustrada de reformar a la urbe gestó la posibilidad de evidenciar las carencias, tan-to como libró los deseos y la disposición de que el agua potable llegara al sureste; las de-mandas de que se les concedieran mercedes y construyeran fuentes públicas se desplazaron paulatinamente, conforme terminaba el virrei-nato, de la voz de los párrocos hacia la de los vecinos que exigían poseer fuentes, presentán-dose a sí mismos como ciudadanos.

Y aunque las peticiones del último tercio del siglo xviii no fueron redactadas por los sedientos, sino por portavoces que los hacían aparecer como una población ávida de fuen-tes, de esos manuscritos se deducen hábitos que hablan de otra ciudad, familiarizada con

el agua de las corrientes: de vecinos que pa-recen no haberla asociado con suciedad, ni con miasmas o partículas suspendidas. los partícipes de la infraestructura hidráulica, fueron a su vez quienes alimentaron la mirada de insalubridad en los barrios; la posibilidad de implicarse con el agua potable fue una ola ascendente conforme avanzó el siglo xix. la inclinación de los gobiernos virreinales de la segunda mitad del siglo xviii por reformar a la ciudad, posibilitó exhibir las prácticas de los indios con el agua, las cuales, desde mi pun-to de vista, formaban parte de un sistema cul-tural ajeno a las explicaciones condenatorias con que las señalaron los ilustrados.

el siguiente texto es la respuesta del regi-dor José antonio areche a uno de los bandos reales emitidos en la capital para “la limpieza, adorno y hermosura de las calles de esta im-perial corte de México”. ahí, con el afán de promover las reforma de la urbe, condenó a los “naturales de la baja plebe” por sus “hábi-tos animalescos”, ajenos a la razón. su largo comentario representa los juicios valorativos ilustrados:

todos los hombres en otras partes, aun sin usar de los actos reflexivos de ella, como por ins-tinto natural buscan las tinieblas y los lugares más ocultos, para exonerarse de las corporales inmundicias; aquí parece que haciendo ostenta-ción de su propia porquería hacen también las excreciones de sus cuerpos en medio del día en las plazas y en los lugares más públicos. todas las gentes, aunque no sea por otra cosa que por evitar las náuseas de estómagos, procuran alejar de sus ojos las inmundicias, y aquí se portan de tan contraria suerte, que nada o muy poco inco-modan su vista los objetos más asquerosos: no se afanan por vestir ni cubrir su cuerpo, porque no conocen el pudor, y entorpecida su natura-leza con el estilo infame de andar desnudos, no escuchan los clamores, que esto les da para que guarden su decoro; no trabajan por la limpieza, porque no es ingrata a sus apetitos la porquería: y finalmente no los molestan los objetos más in-mundos, porque desde que nacieron se acostum-braron como los puercos a vivir, comer y beber sin asco; y a la verdad que sin tratarse a esta ín-fima plebe, como que son racionales, pudieran

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aprender limpieza de aquellos brutos, o anima-les, a quienes se la dicta su instinto o se la ha enseñado la educación y trato de los hombres, que por inclinación o gusto los tienen, y crían, pudiendo ser ejemplo de esta verdad por más co-mún los gatos, perros, y otros que pudiera traer, los cuales escarban y cubren su excremento, o le echan en el lugar más retirado de la vista de su amo, y de quien lo pueda notar.86

Más claro no puede ser. este texto tiene lu-gar en tanto añade matices a quienes aludían a la ciudad desde la escasez. para el señor are-che los indígenas comían y defecaban al aire libre como animales, tanto como bebían sin asco el agua sucia de las acequias, en tanto no tenían acceso al agua de acueducto. los ejem-plos que vinculan este discurso sobre la salud con las costumbres inmorales, lo saben muy bien los historiadores urbanos, se repiten en muchos documentos y lugares; prácticamente todas las nacientes ciudades modernas tuvie-ron uno o varios cronistas rastreadores de in-mundicias y faltas a la que achacaban el retra-so de las capitales circulacionistas modernas.

estos discursos, como señalamos arriba, también fueron coreados por los párrocos, co-mo cuando el de la palma refirió que, como las fuentes cercanas se hallaban secas y destinadas a la basura, los vecinos debían beber agua de la acequia y de pozos salobres que permitieron “tomar cuerpo” a las epidemias.87 ambos, el señor areche y el párroco, motivados por dis-tintos aspectos, exhiben a los vecinos usando el agua de las acequias. esto apunta a otra his-toria, que corrió paralela a la de la escasez: la de una población que sin pudores empleaba el agua de las acequias, en primer lugar como su único medio de subsistencia y en segundo co-mo herencia de una práctica ancestral que no forzosamente cruzaba los criterios de la salud.

Cuando los del barrio de la Candelaria se quejaron de la suciedad que había en la ace-

86 agn, policía, vol. 4, “Comentarios del señor José a. areche al bando dispuesto por los señores de la Junta de policía”, 1769.

87 ahaa, aguas, fuentes públicas, vol. 58, exp. 20, 1784.

quia que pasaba frente a su barrio, o cuando los de Manzanares demandaron que se les “ha-bía despojado de la posesión en que estaban de sus aguas”, nos percatamos de que, además de considerar suyas las acequias, se servían de los canales para satisfacer su necesidades básicas.

Conforme las demandas por agua potable se incrementaron al avanzar el siglo xviii, tam-bién aumentaron las voces que defendían se-guir usándolas como hasta entonces lo habían hecho. así fue cuando al cegar una entrada del canal que antes llegaba a sus pies, el ba-rrio de santa Cruz se quejó de que al taparla se les había “despojado de la posesión en que estaban de sus aguas”. estas peticiones se pro-longaron hasta el siglo xix.88

otro escrito enviado en representación de los vecinos y propietarios del barrio de la Candelaria es también un ejemplo, un tanto extenso, de esto. las peticiones iban en el sen-tido del “cambio que tendrán sus tierras y las de los indios sin la presencia del agua”. los ve-cinos se quejaban de que cualquiera hacía san-grías, es decir, abría canales a las corrientes, para que el agua llegara más cerca de donde trabajaba o vivía; razón por la que los alcaldes vigilaban que “ninguno dé sangrías a la ace-quia [...]”.89 Varios establecimientos, añadían, “sin autorización correspondiente han abierto estos canales”, por lo que se mandó a que los cierren y a que se “impida que en la acequia mencionada se pongan como se ponen mu-chas a curtir cueros y mujeres y hombres no sólo a lavar trapos sucios que recogen en los muladares para venderlos en las fábricas de papel sino a bañarse”, lo que hace que “el agua quede llena de todo género de inmundicias y

88 un siglo después, en 1878, los vecinos cercanos al puente de la Merced solicitaron que se abriera la com-puerta de santo tomás para que corriera de nuevo el agua que les hacía mucha falta. sus males, expresaban, habían comenzado al cerrárseles el agua corriente de la acequia y quedar estancada: “a causa de estar cerrada la compuerta de santo tomás hace más de un mes, el agua inmunda y pestilente del canal estancada está originando enferme-dad”. ahaa, ríos y acequias, vol. 12, exp. 3882, 1878.

89 ahaa, ríos y acequias, vol. 3, exp. 3873, 1775.

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corrompida a tal extremo que cuando la be-bemos, bebemos nuestra ruina que ocasiona enfermedades y la muerte”.90

la exposición narrativa consistió en que luego de beber el agua, la población enferma-ba. Más allá de que enfermaran o no, lo que sorprende es que, si los vecinos bebían el agua de las acequias, entonces hacían con ella todo lo necesario. la primera inquietud que surge es cómo eran vistas esas prácticas antes de que el discurso ilustrado emergente las condenara. ¿a partir de qué momento aquella población aprehendió el discurso de la insalubridad y re-chazó beberla? ¿Cómo diferenciar un aumento efectivo de la suciedad en los canales del dis-curso que la señaló? ¿es posible suponer que para finales del siglo xviii algunos no veían en aquellas corrientes aguas envenenadas? ¿en algún tiempo anterior esas aguas fueron empleadas sin ser consideradas pútridas? Ya en auge el discurso ilustrado ¿es factible su-poner que algunos vecinos no las asociaban con epidemias y muerte? ¿nos hallamos en la intersección de dos horizontes culturales res-pecto a la valoración sobre el agua? ¿Cómo compaginar ambas interpretaciones sobre las acequias? ¿se retroalimentaron? ¿tendría sen-tido preguntarnos sobre la coincidencia entre el incremento efectivo de agua contaminada y la consolidación de tal discurso? ¿es probable que la población de los barrios se mostrara indiferente al uso del agua potable, en tanto apreciaba como sustituto la que corría por las acequias? ¿se consideraron alguna vez au-tosuficientes con los “abundantes flujos” que corrían en sus acequias? en suma, antes del predominio del discurso ilustrado ¿considera-ban los vecinos de aquellos barrios, potable el agua de las acequias?

los documentos parecen resaltar el para-lelismo de dos sistemas culturales, aparente-mente contrapuestos entre sí.91 por un lado se

90 ahaa, aguas. fuentes públicas, vol. 58, exp. 41, 1794.91 dejaremos de lado la posibilidad de separar diame-

tralmente las concepciones del agua en europea e indíge-na. el tema ha sido tratado ampliamente. “Contrariamente a la visión europea, que percibía un pantano, humedad o

habla de escasez e insalubridad y por el otro se muestran las prácticas con el agua lacustre, la de los canales y pozos de agua salobre. la fa-miliaridad con que los vecinos usaban el agua de las corrientes aparece en un alegato sobre el intento de las autoridades de cegar uno de los brazos de la acequia principal que se abría hacia Manzanares. el párroco argumentó so-bre los perjuicios que causaría a los de Man-zanares tapar la acequia, expresó que “si se le priva al vecindario del agua que necesita para los usos necesarios[...] se verán en la precisión de mudarse a otra parte”.92 ¿Cuáles eran esos usos? señaló que esa acequia les era necesaria “para el cultivo de sus chinampas y huertas”, además de que “careciendo de ella” y por tan-to de sus “chalupas” se les caería “de las ma-nos una pesca y caza fácil y abundante”.93 lo que el párroco no explicitó es a qué se refería con “usos tan necesarios”. los documentos iluminan las variadas tareas ejecutadas en las acequias: lavar, pintar, curtir, asearse, bañar caballos, etcétera. sin embargo, no siempre muestran explícitamente que de sus corrien-tes bebían. Que el agua de las acequias era el suministro más importante de líquido en los barrios, no hay duda; por ello los documentos añaden que, debido a su pobreza, los vecinos no podían comprar agua potable proveniente de las fuentes:

es notorio que los vecinos de estos pueblos son de unas facultades tan cortas, que casi todos ellos se ven imposibilitados para comprar el agua lim-pia de las fuentes de la Merced, la palma, et-cétera, pues se puede asegurar sin temor, que en su mayor parte se componen de pescadores

aún un lago como un sitio maligno, poblado por malos es-píritus, enfermedades, etcétera, y contrariamente a la ten-dencia a drenar los cuerpos de agua, para sustituirlos por campos sembrados, los pueblos prehispánicos de Meso-américa, tenían una percepción del agua léntica (estanca-da) completamente positiva. esta visión se ha enraizado en su imaginario gracias a una larga, larguísima duración del modo de vida lacustre”. Citado por gabriel espinoza, Manuscrito op. cit., p. 1.

92 ahaa, ríos y acequias, vol. 3873, exp. 104, 1775.93 Idem.

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infelices, y de operarios que no pueden soportar estos gastos.94

el agua limpia o dulce a la que se refirió uno de los alcaldes del barrio de la Cande-laria, era la que los aguadores recogían de las fuentes para luego venderla a los principales postulantes del líquido, que no precisamente eran los indígenas. el agua dulce se vendía a un real la medida, pero una flaqueza argumental sobre su dulce calidad muestra lo relativo de sus atributos. en 1738 durante un pleito por el uso de las fuentes, los aguadores de mulas que recogían el agua en tambos para venderlos en sitios alejados de la ciudad, acusaron a los agua-dores de chochocol —que la repartían a pie en recipientes de barro— de engañar a la gente, dándole agua de pozo como si fuera potable:

porque cuando los caños se rompen, los apilado-res de mula van a sacar el agua de la caña de ella, lo que no pueden hacer los otros...y así ocurren a los pozos a sacarla dándola salada por limpia y buena...95

¿Cómo podemos entender esta confusión? ¿Quién podría comprar agua de pozo confun-diéndola con agua de fuente pública? ¿no ha-blaría esto de que las diferencias entre ambas aguas eran tan sutiles que podían suscitar am-bigüedad? ¿acaso su sabor, su color u olor eran diametralmente opuestos? esto apunta a que la percepción de las diferentes calidades de agua no era tan nítida, o bien que la clasificación de las aguas premodernas aún tenía vigencia pa-ra finales del siglo xviii.96 esto se fortalece con otro documento, contemporáneo al anterior, que refería a que los vendedores las mezcla-ban a fin de retribuir al máximo sus ventas. el escrito, referente a “las continuas quejas sobre la falta general de agua en esta ciudad”, men-ciona que la escasez “ha dado motivo a que los

94 ahaa, aguas en general, vol. 35, exp. 8, 1834.95 ahaa, aguas. fuentes públicas, vol. 58, exp. 5, 1738.96 Cfr. José sanfilipo B., “la materia médica europea en

el libellus: agua, sal y sustancias orgánicas”, en Jesús Ku-mate, et al., Estudios actuales sobre el Libellus de Medicinalbus Indorum Herbis, 1992, pp. 93-95.

aguadores la encarezcan, y aun a que la mez-clen con las de las norias, y pozos en conoci-do perjuicio de la salud pública [...]”.97 ¿Quién compraría agua creyendo que provenía de las fuentes, aunque en realidad fuese de las norias o de los pozos? de antemano alguien que no las distinguía, de modo que o bien no había gran diferencia entre tales fluidos, o probable-mente se trataba de una población adiestrada para concebir una diversidad de tipos de agua, haciendo indistintamente uso de ellas.

uno de los alcaldes encargados de revisar las fuentes de los cuarteles 19 y 20, reitera la imagen de los vecinos de los barrios bebiendo agua de las acequias:

la causa de los padecimientos que sufren los pue-blos de la Candelaria y san gerónimo atlixco, para la principal subsistencia de la vida que es el agua para beber...sujetándose a tomarla de la acequia desagüadora que pasa por esos pueblos, pues la potable nunca se ha logrado [...]98

si una parte de la población bebía del agua de las acequias y pozos salobres, eso significa que no forzosamente la relacionaba con crite-rios de insalubridad y asco. la convivencia con el agua provenía de un horizonte cultural que no la asociaba a los términos de inmundicia y enfermedad. esto lo corrobora un manuscri-to de la década de 1830, dirigido al excelen-tísimo señor gobernador, en que los vecinos del pueblo de la Candelaria al solicitar que se les proveyera de agua limpia, refirieron a la costumbre que reinaba hasta entonces entre la gente de su barrio para hacerse del líquido:

y de ahí es que la mayor parte de estos habitantes usan para su gusto del agua de las acequias que a la madrugada cogen para los efectos de cocina y otras cosas.99

Como los vecinos de la Candelaria no po-dían comprar el líquido a los aguadores, ni

97 ahaa, aguas, fuentes públicas, vol. 58, exp. 47, 1800.98 ahaa, aguas en general, vol. 35, exp. 8, 1834.99 Idem.

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podían ir a las fuentes lejanas a llenar sus reci-pientes, se veían

precisados a usar en sus comidas y bebidas del agua detenida y pestilente de las acequias y re-coger toda clase de inmundicias, como la de muchos lavaderos y baños de caballos, por callar otras cosas. a este extremo hemos vivido reduci-dos muchos años ha[...]100

Más allá de su señalamiento sobre las in-mundicias, este texto informa nuevamente so-bre una práctica que parecía ser bien antigua entre los residentes de los barrios: el agua de las acequias era empleada para beber. ¿desde cuándo los vecinos habían practicado esa cos-tumbre? ¿fue suspendida conforme la repre-sentación del agua vinculada a la salud tomó auge? Con dificultad delimitaremos aquí la frontera entre la difusión de las teorías médi-cas y el cambio en las prácticas culturales res-pecto a las acequias, no obstante, no queda du-da de que los documentos marcan un tiempo en que los vecinos se abastecían de esas aguas, permitiéndonos suponer la vigencia de un imaginario tradicional respecto al líquido.

recoger el agua de la acequia para cubrir las necesidades vitales parece haber sido una costumbre inmemorial, tal como lo reiteran dos barrios a los que cruzaba una misma ace-quia:

en medio de los dos pueblos de la Candelaria de los patos y san gerónimo atlixco pasa una zanja muy antigua de cuya agua nos servimos todos los vecinos que componemos los dos mencionados pueblos, ya para beber ya para los demás usos de nuestras casas […] en la mencionada zanja se hallan unos tanques en donde se lavan indiani-llas, y se bañan caballos poniendo los primeros la agua tan azul y los segundos tan revuelta, que por este motivo nos privan absolutamente del uso de este beneficio común [...]101

la queja dirige la atención a que el agua se revolvía y ponía azul; sin embargo, en la

100 Idem.101 Idem.

petición se añadía el que se prohibieran tales actividades a fin de que los vecinos pudieran seguir recogiendo el agua de esa antigua ace-quia.

los documentos muestran a la gente hacien-do uso, como hasta entonces lo había hecho, de esas aguas para sus requerimientos cotidia-nos. por eso el alcalde visitador ordenó que, para evitar que las aguas llegaran revueltas, se emplearan antes de que la gente hubiera reco-gido la antes requerida para sus necesidades básicas, es decir, ordenaba que los pintadores de indianilla y bañadores de caballos “no pue-dan usar de esa agua antes que los pueblos se hallan surtido de ella”. su propuesta era que el agua se usara por turnos, a fin de que primero se recogiera la necesaria para usos domésticos y después entraran los baños de caballo y pin-tadores de indianilla.

solicitar que el agua no llegara revuelta, significa poderla recolectar limpia en la ma-drugada. Que era una costumbre de los veci-nos levantarse temprano a recoger el agua es una referencia continua en otros documentos: “[...] y como aquel vecindario es numeroso, y pasajero, cargan muchos por las mañanas a surtirse de la que necesitan, y hasta que ya lo hicieron se llena la fuente”.102

un pasaje escrito por el padre alzate añade coherencia a lo anterior:

¿por qué los cauces de los ríos de tlalnepantla, de Coyoacán, de tacubaya, etcétera, a pesar de que sus aguas vienen precipitadas por los mon-tes y collados se limpian anualmente? no por otra razón, sino es que las aguas de dichos ríos se precipitan mezcladas con lodos, arenas, etcé-tera: pero luego que llegan al plan de México, su viveza se amortigua, y por consiguiente los lo-dos, arenas y demás partículas, específicamente más pesadas que el agua, se precipitan al fondo luego que las aguas pierden el vigor de su preci-pitación para encaminar el cieno...103

aunque los documentos abunden en juicios

102 ahaa, fuentes públicas, vol. 58, exp. 37, 1794.103 José antonio alzate, “el proyecto hidráulico de mu-

cho interés, 1795”, Memorias y ensayos, 1985, p. 178.

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sobre esos pobres vecinos que tenían que be-ber agua infecta y nauseabunda, lo cierto es que hasta algún momento de la historia de los barrios, el vecindario acostumbró emplearlas para beber, cocinar y llevar a cabo sus necesi-dades básicas, considerando que los cuerpos sólidos se asentaban durante la noche, y por tanto se hallaban limpias en la madrugada.

en un reporte mandado a hacer por las Comisiones de aguas y policía, nuevamente se contrapone el agua revuelta y teñida a la potable. luego de hacer una vista de ojos en la Candelaria de los patos y san gerónimo atlixco los alcaldes se expresaron así:

la carencia absoluta de la potable los tenía re-ducidos a la miserable condición de tomar de acequia teñida de tinte y del todo inservible por sucia e insalubre aun para las bestias [...].104

una resolución se advierte aquí. los veci-nos salían en la madrugada a tomar agua lim-pia, no revuelta aún, de las acequias. este pa-rece haber sido un principio lógico que regía implícitamente el uso del agua de las acequias. la población tenía claro por quiénes y cómo se revolvían las aguas; por eso en varias quejas, los vecinos de la Candelaria hicieron referen-cia al estado en el que les llegaban las corrien-tes de los barrios vecinos ubicados más al sur:

tenemos que proveernos de las de las acequias que de la principal viene del puente de santo to-más al puente del Cloyudo a pasar la espalda del callejón de Coconepa, y san Ciprián [...]105

los problemas sobre el agua de las acequias en esos barrios, aparentemente específicos a las necesidades locales de cada uno de ellos, no fueron un asunto aislado. el declive hacia el norte de las corrientes que venían de Xochi-milco por la acequia real, para luego tender hacia el oriente, siguiendo la inclinación del suelo rumbo a la garita de san lázaro para va-ciarse en el lago de texcoco, formaban parte

104 ahaa, aguas en general, vol. 35, exp. 8, 1834.105 ahaa, ríos y acequias, vol. 3878, exp. 367, 1844.

de un conjunto hidráulico que abarcaba toda la zona.

lo anterior se fortalece con las frases de thomas gage cuando describe los niveles de agua en el lago: “en condiciones normales las seis compuertas del albarradón se abrían y los canales de la ciudad se desaguaban por la mañana cuando el nivel del lago de texcoco bajaba [...]”.106

la población tenía muy claro cómo y de dónde procedían las corrientes que cruzaban por sus barrios. los de la Candelaria, al refe-rirse al canal que corría enfrente, mostraron tener una mirada de mayor alcance; el agua reunía a través de sus cauces a amplias regio-nes. por eso las quejas incluían el empleo que habían hecho del agua otros usuarios antes de que les llegara a ellos; tenían claro de dónde venían y por dónde pasaban las corrientes, conformándose así un conjunto hidráulico que requiere de una detallada investigación en la que no es posible detenernos aquí.

fue ya bien entrado el siglo xix cuando co-menzaron a construirse algunas fuentes públi-cas. “las peticiones para la instalación de las fuentes públicas provenían de los rumbos más pobres y de reciente colonización, es decir en las zonas periféricas de la ciudad”: en 1832 los vecinos del barrio de niño perdido solici-taron una fuente que les fue concedida has-ta después de 1870; los vecinos de la palma solicitaban otra fuente porque “el numeroso vecindario de los tres cuarteles que eran surti-dos de agua” no les era suficiente; en 1846 fue aprobada en Cabildo la construcción de una fuente en la plaza de Manzanares. la fuente de la Candelaria fue construida hasta 1845.107 ¿Qué relación tuvieron incluso hasta media-dos del siglo xix los vecinos con el agua? ¿se concebían a sí mismos en carencia?

he querido suponer que a lo largo de ese siglo, entre mediados del xviii y a todo lo lar-

106 Citado por richard Boyer, “la ciudad de México en 1628. la visión de Juan gómez de trasmonte”, en Historia Mexicana, vol XXiX, núm. 3, ene-mar, 1980, p. 449.

107 Cfr. oziel ulises talavera, op. cit., pp. 258-262.

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go del xix, se fue gestando, paulatinamente, la necesidad de poseer agua potable abastecida por las fuentes públicas. eso querría decir que antes de que el discurso del mejoramiento, de urbanidad y propagación de la insalubridad se impusiera, algunos habitantes mantuvieron una relación sin conflictos con el agua común que circulaba por las corrientes.

hay un vacío documental entre las solici-tudes de los párrocos y las peticiones que por agua también hicieron los barrios en el siglo xix. por qué los barrios dieciochescos no apa-recen como peticionarios de fuentes públicas, va más allá del papel de autoridad que tenían entre ellos los párrocos. los documentos nos han permitido suponer que en esos barrios tales peticiones no eran del todo prioritarias, en tanto los vecinos no se sentían privados del líquido. para ellos el agua de las acequias pare-ce haber sido un recurso que tenían a la mano y apreciaban, además de que no lo percibían desde el discurso ilustrado de la salud. hemos visto que simultáneamente a esos discursos y

calificativos había gente que usaba el agua de los canales, incluso para las funciones más bá-sicas. los ejemplos podrían extenderse, pero a reserva de trabajos futuros que nos permitan profundizar lo anterior, sólo queda reiterar que la historia del uso del agua en los barrios del su-reste invita a pensar en una parte de la ciudad, lacustre, en la que sus habitantes continuaron practicando costumbres ancestrales, exentas de los parámetros de limpieza o prevención.

reconstruir otro discurso para el agua en los barrios, ajeno al predominante de la esca-sez, es complicado porque solamente quedan trazos. difícilmente sabremos qué pensaban los indígenas sobre el agua de las acequias que corrían por sus barrios, porque sus palabras quedaron casi sepultadas. sin embargo, los le-trados dieciochescos, al intervenir por los ve-cinos ante las instancias de gobierno, dejaron descripciones que permiten deducir que las prácticas culturales en los barrios aledaños a la acequia del resguardo participaban de un mundo ajeno al de la racionalidad moderna.

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concLusiones

los manuscritos virreinales hablan de quienes los escribieron. si por un lado los documentos proyectaron formas de residencia y prácticas ancestrales en los barrios del sureste de la ciu-dad de México, por el otro desplegaron las dis-tintas ópticas desde las que aquellos poblados fueron vistos por sus contemporáneos. Cada texto revela elementos propios al horizonte de su escritor: los párrocos echaron mano de referentes distintos a los de los alcaldes, tan-to como éstos participaron de puntos de vista divergentes a los de alzate o a la erudita infor-mación de los jueces. antes de mirar hacia los barrios, fue necesario ubicar a quienes escri-bieron sobre ellos.

la narrativa de los párrocos alternó entre el pecado y las normas de salud pública pro-puestas por los ilustrados. el punto de vista de los jueces aludía a una cultura medieval castellana, en tanto los planos de alzate oscila-ron entre una planimetría regida por escalas, grados y paralelos universales y otra elabora-da sin criterios científicos. los alcaldes censo-res concretaron una vertiente de los proyectos urbanísticos ilustrados, al tiempo que los es-cribanos revelaron ser los grandes traductores del habla al texto escrito. así, los barrios del sureste, descritos desde microcosmos diferen-tes, deslavaron la posibilidad de ser vistos co-mo un conjunto homogéneo.

de modo que a la pregunta inicial —¿a qué

barrios indígenas hemos tenido acceso?— de-biéramos responder que a los barrios me-diados por las distintas observaciones de los letrados dieciochescos. de estas notas, deriva-mos una lectura que destaca el peso que, aun en el umbral de la independencia, tenían las sociabilidades tradicionales. indagar sobre prácticas culturales o andar en busca de códi-gos ajenos a los de las sociedades letradas, no son, desde luego, inquietudes propias del siglo xviii, sino nuestras.

he presentado a los barrios de indios co-mo una sociedad corporativa que esbozaba sus primeros pasos hacia la individualidad. diversos gestos, trazados entre las líneas de los legajos, mostraron a vecinos regidos más por estamentos que por clases sociales y más como súbditos que como ciudadanos. la acepción de propiedad o de leyes igualitarias no apa-reció como criterio unificador: los pleitos por tierras nos han advertido que el significado de posesión variaba según la condición del con-tendiente. si para los dueños y arrendatarios de tierras la acepción de privado rozaba con el sentido de propiedad absoluta, para los veci-nos de los barrios el derecho de uso vinculado a privilegios dados, les era familiar.

el paulatino declive de las instituciones vi-rreinales facilitó que ciertos términos desliza-ran su sentido. el sentido de una misma pala-bra cambiaba según su usuario. esto apareció

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en el incremento de pleitos por propiedades, fortalecido durante las décadas previas a la in-dependencia. a la añeja disputa por bienes co-munales, se sumaron los pleitos por los pastos y los bienes lacustres que un consenso silencio-so había otorgado hasta entonces a los indios de los barrios. los zacates, patos o moluscos han sido aquí pretexto para mostrar la punta de un orden social que declinaba: hacia finales del virreinato aumentaron las quejas en contra de los propietarios que apetecían los bienes de comunidades fortalecidas, paradójicamente, por el debilitamiento de las instituciones vi-rreinales.

al tiempo que el sentido de propiedad se desplazaba hacia su significado moderno, en su acepción de privado, particular y opuesto al bien colectivo, otros ordenamientos —tales como los proyectos de secularizar, cuantificar y reformar a la ciudad—, corrían paralelos. a ese orden pertenecen los censos de población que abrieron el camino para trazar hacia los barrios las líneas rectas que anhelaban los es-píritus ilustrados para la urbe; sin embargo, hemos visto que varios lenguajes fueron em-pleados en un mismo contexto histórico.

los barrios del sureste no participaron de aquellas reformas urbanas. incluso hasta finales del siglo xix los agiotistas fueron in-diferentes a esas tierras a las que calificaban de pantanosas, peligrosas y de difícil acceso. de los escritos dieciochescos hemos resaltado que en los barrios de indios el espacio era re-conocido por referentes singulares y símbolos cargados de sentido por el uso cotidiano. las anotaciones mismas de los alcaldes censores, nos indujeron a reconocer que una experien-cia colectiva heredada también conformaba al territorio barrial.

demostramos que en la permanencia del paisaje hacia el este intervinieron otras razo-nes. esos barrios estuvieron cargados, incluso más allá de la independencia, de un imagina-rio asociado a la mediación de la figura real en la donación de sus tierras; hecho que frenó la especulación, en tanto su venta debía resguar-

darse de la usura. debemos añadir que —a di-ferencia de otros puntos de la ciudad—, la im-posibilidad de desecar el lago hacia el oriente se debió, entre otras razones, a que la acequia real y la del resguardo sirvieron como me-dios prioritarios para abastecer de productos a la capital novohispana. esos ingredientes nos permitieron hacer una lectura sobre la conti-nuidad de las formas de subsistencia lacustres en plena “ciudad ilustrada”.

el agua del lago y las acequias añadieron elementos al dibujar aquella sociedad tradi-cional. Cuando los letrados dieciochescos resaltaron “el atraso” de los indios de los ba-rrios, abrieron la ventana para que pudiése-mos percibir una valoración del agua ajena a la de la insalubridad: los vecinos no veían en las corrientes de las acequias y en el lago, aguas envenenadas, sino útiles. años antes de la independencia corría una percepción paralela a la ilustrada; los vecinos no habían aprehendido aquel discurso de la putrefacción y corrupción. Muy por el contrario, hallamos que los usuarios del agua de las acequias y del lago entablaban acuerdos, basados en su cono-cimiento del entorno acuático.

las notas de jueces y escribanos proceden de otra realidad específica. nos mostraron en el juzgado la presencia de al menos dos hori-zontes culturales: por un lado estaban quienes representaban a un mundo jurídico erudito, y por el otro los ilustrados. los indios que de-claraban explícitamente no saber escribir eran partícipes de una cultura oral secundaria, en tanto cohabitaba con la cultura impresa. el ám-bito judicial evidencia los dos mundos contra-puestos: la palabra, el testimonio oral, frente a la comunicación escrita. en el ejercicio de transcribir al manuscrito, expusimos los remo-tos cimientos de ese saber académico, plasma-do en las interrogantes hechas a los usuarios de los tribunales. los indígenas se muestran familiarizados ante una legislación impresa y perfectamente estructurada, al tiempo que los jueces y escribanos eran partícipes de los códi-gos propios de la comunicación oral.

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lo opuesto a la representación escrita re-curría a la vigilancia mutua, la memoria, el rumor, la lectura en voz alta, los diálogos ca-ra a cara y demás parámetros comunicativos. los indios de los barrios aparecen así como practicantes del honor, la difamación, el des-prestigio como sustento del equilibrio social, la confianza en la palabra o la fe en la base de los tratos. en suma, los manuscritos die-ciochescos nos ofrecen distinguir esa realidad de la contemporánea: si la injuria se asocia-ba al rumor era porque la oralidad regulaba el equilibrio social. ei desprestigio formaba parte de la exclusión pública, tanto como la memoria, los ritos gestuales o una verdad je-rarquizada según hubiese sido registrada por el ojo, directamente por el oído o por la na-rración de un testigo, esbozan una realidad que nos es ajena.

Conscientes de que el trabajo del historia-dor es una “observación de observaciones”, sólo podemos añadir que no hay lectura sin intención. doscientos años después de la pro-ducción de aquellas fuentes documentales, es-tamos inevitablemente mediados también por las anotaciones de los letrados decimonónicos y de los de los científicos sociales del siglo xx.

he intentado cernir sus miradas al ubicarlas en su contexto histórico: podríamos afirmar que desde alzate comenzó la inquietud por comprender a los barrios de indios. desde en-tonces la gran mayoría de los estudios sobre ellos —desde los enfoques indigenistas hasta los análisis teóricos, pasando por historias ins-titucionales, descripciones costumbristas o en-foques nostálgicos—, han reiterado sus pregun-tas: si sus límites eran geográficos o culturales; si eran o no parte de la ciudad o si su ubicación coincidía con la de núcleos prehispánicos,1 sin embargo los barrios han participado escasa-mente de una historiografía propia. aquella región lacustre ha sido pretexto para pensar en lo que ya no nos pertenece. Contrastamos los referentes de un mundo que, de haberse prolongado, quizá nos hubiera llevado por cauces distintos. siempre nos quedará la du-da de si el enorme esfuerzo invertido en las obras tecnológicas de las que participó nues-tra ciudad, hubiera podido ejercerse en otra dirección: en una exégesis de la naturaleza que hubiese provocado no su destrucción, si-no el mismo confort a partir de perfeccionarla (¿una luciérnaga podría habernos conducido a otras fuentes de iluminación?).

1 esto puede consultarse en alfonso Caso, “los barrios antiguos de tenochtitlan y tlatelolco”, Vi Mesa redon-da de la sociedad Mexicana de antropología (1954), en Memorias de la Academia Mexicana de la Historia, sobretiro del tomo XV, núm. 1, aldina, 1956, pp. 1-63; Manuel Ca-rrera stampa, “planos de la ciudad de México desde 1521 hasta nuestros días”, en Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, México, vol. 67, núm. 2, 1949, pp. 265-429; José María Marroquí, La ciudad de México, vol. 3, 1969; José r. Benítez, “toponimia indígena de la ciudad de México”, 27 Congreso Internacional de Americanistas, tomo ii, 1939; agustín ávila, “antiguos barrios indígenas en la ciudad de México, siglo xix”, en Cuadernos de Trabajo del Seminario de Historia Urbana. Investigaciones sobre la historia de la ciudad de México, núm. 4, 1974, pp. 155-180; ándres lira, Comunidades indígenas frente a la ciudad de México. Te-nochtitlan y Tlatelolco, sus pueblos y barrios, 1812-1919, 1983, pp. 361-364; lucio ernesto Maldonado ojeda, “Barrios y colonias de la ciudad de México (hacia 1850)”, en Anuario de Estudios Urbanos, núm. 1, 1994, pp. 23-29.

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Los letrados interpretan la ciudad: Los barrios de indios en el umbral de la Independencia

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