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FONDO DE CULTURA ECONÓMICA JUNIO DE 2017 558 Cultura de paz, palabra y memoria ADEMÁS Las barbas del profeta de eduardo mendoza

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F O N D O D E C U L T U R A E C O N Ó M I C AJ U N I O D E 2 0 1 7 558

Cultura de paz, palabra

y memoria

ADEMÁS Las barbas del profeta

de eduardo mendoza

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José Carreño Carlón Director general del fce

Martha Cantú, Susana López, Socorro Venegas, Karla López, Octavio Díaz y Juan Carlos Rodríguez Consejo editorial

Roberto Garza Iturbide Editor de La GacetaRamón Cota Meza RedacciónLeón Muñoz Santini Arte y diseñoAndrea García Flores FormaciónErnesto Ramírez Morales Versión para internetJazmín Pintor Pazos IconografíaImpresora y Encuadernadora Progreso, S. A. de C. V. Impresión

Suscríbase enwww.fondodeculturaeconomica.com ⁄editorial ⁄ laGaceta ⁄[email protected] ⁄ LaGacetadelFCE

La Gaceta es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Ciudad de México. Editor responsable: Roberto Garza. Certifi cado de licitud de título 8635 y de licitud de contenido 6080, expedidos por la Comisión Califi cadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de febrero de 1995. La Gaceta es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro postal, Publicación periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. ISSN: 0185-3716

Ilustración de portada ©fce

F O N D O D E C U L T U R A E C O N Ó M I C AJ U N I O D E 2 0 1 7

El fce en Apatzingán, Michoacán

L as instituciones públicas deben adaptarse y res-ponder de manera flexible y creativa a las nuevas realidades del país. Tal es el cometido que esta casa ha abrazado a partir de su experiencia en Apatzingán, Michoacán, foco de una de las regio-nes más convulsionadas por la violencia del crimen organizado. A poco más de tres años de iniciado el

proyecto, presentamos los primeros resultados en este número de La Gaceta.

A diferencia de otras librerías y centros culturales del fce en el país, el Centro Cultural La Estación de Apatzingán fue pensado como espacio de irradiación de una cultura de paz. Al tiempo que se construía la obra material, se empezó a trabajar en proyectos de gestoría cultural, prime-ro con niños, luego con madres de familia y después con jóvenes, para ir formando los núcleos humanos que darían vida al espacio físico.

En esta labor se revisaron otras experiencias públicas y de la socie-dad civil en México y otros países. Destacamos en particular las acti-vidades del Programa Nacional Salas de Lectura, de la Red de Fábricas de Artes y Oficios, Faros de la Ciudad de México, del Consorcio Inter-nacional Arte y Escuela (Conarte), del gran proyecto de reconstitución del tejido social en Medellín, Colombia, en los últimos 25 años, con la participación de uno de sus actores principales. También las iniciativas encabezadas por el escritor Élmer Mendoza en Sinaloa, entre otras.

Es importante reconocer que este proyecto no habría sido posible sin la colaboración decidida de los órdenes de gobierno municipal, estatal y federal, lo cual es digno de destacar en un contexto de dificultades de articulación política en otros ámbitos de la vida pública. El Centro Cul-tural La Estación es una política pública del Fondo que será reproducida en otras partes del país con problemas similares.

Nuestra encomienda y propósito principal es contribuir a la reconsti-tución del tejido social en la región. Nos anima la convicción de la fuerza de la cultura para infundir valores y propiciar actitudes que ayuden a revertir los ciclos de violencia homicida que la azotan.

No podemos subestimar las catastróficas consecuencias morales de la violencia sobre la niñez y la juventud. La violencia se contagia, envile-ce a las personas y destruye los cimientos de la convivencia civilizada. Debemos exaltar las virtudes históricamente probadas de hombres y mujeres de esta región en la creación material, las artes populares y la vida política y espiritual de México, y sus grandes aportes a la identidad nacional desde la época de la Nueva España hasta el presente.�•

En la hora canina del decretorenato tinajero

Cultura de paz dossier

Apatzingán:cultura de paz

josé carreño carlón

Postales de Apatzingán, Michoacánsocorro venegas

Alianzas para una cultura de pazjorge melguizo

Las barbas del profetaeduardo mendoza

Fábrica de coloresLa vida del inventor Guillermo González Camarena carlos chimal

La musa callejera revisitadamauricio tenorio trillo

La trompetilla acústicaleonora carrington

Nashville o el juego del loboantonia michaelis

Los diplomáticos mexicanos y la Segunda República Españolajosé carreño carlón

Si las paredes hablaranluis jorge boone

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la gaceta 3 junio de 2017

En la hora canina del decretoRenato Tinajero

En la hora canina del decretoque al tablero nos une en una vasta telaraña,perdida la noción de lo presente,¿no es verdad, señora mía, que apretujadosen la canalla multitudla moneda corriente es el sobornoy se trafican el dolor, las horas, la franqueza?¿No es verdad? Tu vestido de domingo en pleno miércoles,¿no es verdad que es un domingo para ti, domingo clandestino comprado en alto precio,personal e intransferible como el hambre?

Tan sólo hay que aferrarse.Tan sólo hay que aferrarse al borde, resbaladizo,del tablero:la pequeña certeza en la que pactamos y nos reconocemos,sostenidos en este minuto de silencio por los que

claudicaron.¿Ya las ves? ¿Las ves multiplicarse, las vocales,en número mayor, mucho mayor que cinco,en este viejo pero aún pródigo alfabeto?�•

Cuando la moneda corriente es la mentira, sólo queda aferrarse a la mínima certeza de las reglas del tablero. El fce acaba de publicar Fábulas e historias de estrategas, libro que valió al autor el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes, 2017.

poema

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5 la gacetajunio de 2017

dossier 558

Presentamos amplia información sobre la puesta en marcha del Centro Cultural La Estación en Apatzingán, Michoacán, iniciativa del fce para contribuir a fortalecer una cultura de paz en la región. ¶ Adelantamosfragmentos de los libros de próxima publicación Las barbas del profeta de Eduardo Mendoza, Fábrica de colores. Biografía deGuillermo González Camarena de Carlos Chimal, Hablo de la ciudad. Los principios del siglo xx desde la Ciudad de Méxicox de MauricioTenorio Trillo, La trompetilla acústica deLeonora Carrington, Nashville o el juego del lobo de Antonia Michaelis y la presentación de Los diplomáticos mexicanos y la Segunda República Española por José Carreño Carlón.¶ Hacemos reconocimiento al poeta Renato Tinajero, cuyo libro Fábulas e historias deestrategas acaba de ser publicado por esta casa. ¶ Nuestra concurrida sección Trasfondopresenta un relato de búsqueda de identidad de Luis Jorge Boone. ¶

©león muñoz santini

Cultura de paz, palabra y memoria

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6 la gaceta junio de 2017

cultura de paz, palabra y memoria

En 2013 el Fondo de Cultura Eco-nómica emprendió la tarea de desarrollar un centro cultural en Apatzingán de la Constitu-ción, corazón de la Tierra Ca-liente michoacana, tan llena de significados para la historia y

para el presente de nuestra nación. Pronto nos di-mos cuenta de que no sólo se trataba de rehabilitar el viejo edificio de la antigua estación de ferroca-rril. Tampoco bastaba abrir una nueva librería u ofrecer un programa de talleres. Eso resultaba in-dispensable. Pero también era fundamental crear un modelo que respondiera a la realidad urgente de una comunidad violentada. Ese modelo debe-ría basarse en una cultura de paz, y muy pronto nos percatamos que tenía que ser diseñado para replicarse luego en otros lugares con necesidades similares. Los pilares del modelo de acción que surgió en Apatzingán son una estrecha colabora-ción de los tres órdenes de gobierno: el municipal, el estatal y el federal; una intensa participación de la comunidad, bajo el convencimiento y el compro-miso de refundar juntos una nueva forma de co-munidades e instituciones, a través del desarrollo de una cultura de paz en la región. Por supuesto, no lo hemos hecho solos: ha sido fundamental el compromiso y el apoyo del gobernador Silvano Aureoles y su equipo, y del presidente municipal de Apatzingán, César Chávez Garibay, lo mismo que el respaldo de los secretarios de Educación, Aurelio Nuño Mayer, y de Cultura, Rafael Tovar y de Teresa (q.e.p.d.), y más recientemente de María Cristina García Cepeda.

En muy poco tiempo el modelo ha mostrado su pertinencia: el Consejo Nacional de Fomento para el Libro y la Lectura lo ha incluido como un pro-grama estratégico de su Programa de Fomento para el Libro y la Lectura 2016-2018.

Ésta es una apuesta a vencer el miedo, a erra-dicar el terror que en algunas zonas del país han generado la violencia y la inseguridad.

Y es una apuesta ganadora porque nace de una estrategia de no violencia y confía en el poder de la palabra, el poder de la lectura y también de la escritura, como vehículos de reconstitución del tejido social.

Para el Fondo de Cultura Económica ha sido un privilegio sumarse a los michoacanos en esta tarea de rescatar con orgullo su pasado históri-co, como punto de partida para trazar horizontes de esperanza. Desde esta perspectiva, nos hemos prometido dejar atrás los estereotipos y los pre-juicios trazados en los medios por la violencia, y poner por delante la imagen de estas comunida-

des que —lo hemos comprobado— son alegres, trabajadoras y productivas. Y hasta allá han ido a conocer estos otros rostros de la Tierra Caliente escritores como Julián Herbert, Eduardo Antonio Parra, Orfa Alarcón, Antonio Ramos Revillas, Cé-sar Silva, Agustín Cadena, Armando Alanís, Jai-me Mesa, Héctor Alvarado, quienes han compar-tido con los jóvenes libros, lecturas y escrituras.

A lo largo de estos tres años de presencia del fce en la región, hemos aprendido mucho de sus habi-tantes. Hemos leído los textos de las mujeres que han escrito, en nuestros talleres, conmovedores testimonios de vida; hemos compartido momentos inolvidables con los jóvenes que han descubierto que leer y escribir son experiencias transforma-doras.

También ha trabajado en este proyecto el gran ilustrador Ricardo Peláez, autor de varios libros publicados por el Fondo. Ricardo acompañó a los niños de Apatzingán a que escribieran y dibujaran en cómics sus historias de vida, un taller muy afín al otro de autorretratos que organizamos hace tres años, donde participaron 500 niños cuyos frutos ahora podemos admirar —y amar— en la fuente de la explanada del centro cultural. Esos rostros entrañables de los niños de Apatzingán son los que les dan la bienvenida a todos a este lugar de puertas abiertas a la convivencia y a los mensajes de paz.

Asimismo, hemos recibido visitas internaciona-les. Desde Argentina llegó la especialista en lectu-ra y primera infancia María Emilia López, quien no sólo ofreció un curso a los talleristas del centro cultural, sino a decenas de docentes de educación básica que pidieron participar.

Otra visita que resultó medular fue la de Jorge Melguizo, uno de los creadores de un gran proyec-to realizado en Medellín, Colombia, que demos-tró que la cultura es un potente motor de cambio social. Melguizo ha sido profesor universitario y ocupó la Secretaría de Cultura Ciudadana de la Alcaldía de Medellín. Desde allí impulsó, entre otros, dos proyectos que han sido esenciales para transformar esa capital que en un tiempo fue con-siderada como la más violenta del mundo. Esos proyectos son la Fiesta del Libro y los Parques Bi-blioteca.

Cuando el fce recibió la encomienda presiden-cial de crear en Apatzingán un Centro Cultural como los que tiene en algunas de las principales ciudades del país, un amigo común me presentó a Jorge, que ya venía de la experiencia de contri-buir a liberar a su ciudad de los círculos viciosos de la violencia. Y Jorge, con gran generosidad, me compartió sus experiencias y más tarde nos ayudó

a gestionar una visita a Medellín de dos funciona-rias del Fondo, Martha Cantú y Socorro Venegas, para que conocieran aquella experiencia in situ. Y la principal lección que entonces asimilamos fue precisamente la necesidad de propiciar la más in-tensa participación de la comunidad en este tipo de proyectos. Luego vino Jorge a un encuentro que organizamos en el marco de los 80 años del fce, y allí cotejamos sus experiencias con las experien-cias mexicanas de los Faros de la Ciudad de Mé-xico, y las que realiza en Sinaloa y otros estados el notable escritor Élmer Mendoza. Era natural que Jorge visitara Apatzingán, en donde ofreció una conferencia que cimbró verdaderamente a la comunidad. En este libro incluimos algunas de las ideas que vertió entonces.

Hoy, cuando ya hemos concluido la rehabilita-ción arquitectónica de la Casa de la Cultura y la hemos visto transformarse y afirmarse en su vocación e identidad como el Centro Cultural La Estación, es una alegría enorme entregar a la co-munidad el proyecto completo que incluye una hermosa librería, espacios dignos para talleres de música, artes plásticas, una ludoteca, lectura con bebés, un espacio de cultura digital, un auditorio en el interior y otro al aire libre. Sin embargo, las mayores transformaciones pueden resultar intan-gibles a simple vista, aunque no para la sensibili-dad de quienes trabajan día a día en este Centro Cultural con la comunidad, comprometidos todos en la tarea de restituir el tejido social a través de la cultura. Y como decía al principio, todo esto con un modelo construido colectivamente, a partir de la experiencia y el trabajo de personas a las que quiero agradecer por haberse sumado al equipo de trabajo convocado por el Fondo en Apatzingán: Ema Beltrán Vargas, Daniel Benítez Pérez, Denis-se Michel Cervantes Torres, Miriam Domínguez Paleo, Gardenia García Martínez, Dania Yunuen Gil Tamayo, Martha Luna Márquez, María Dolo-res Magaña Godínez, Patricia Magaña Torres, Ra-fael Martínez Peña, Miguel Ángel Pahuamba, Uriel Ramírez Hernández, Adriana Rincón Chávez, José Ramiro Rodríguez Moreno, Claudio Rodrí-guez Naranjo, Dilea Zacil Torres Flores, Elizabeth Villa Peñaloza y Adriana Berenice Zavala Cruz.

Agradezco también el apoyo y la solidaridad del doctor Sergio Aguayo, organizador del Seminario Violencia y Paz de El Colegio de México, un espa-cio de reflexión fundamental que ayudó a exten-der las redes de trabajo del fce con investigadores como Froylán Enciso. Muy fructífero ha sido tam-bién el respaldo del doctor José Antonio Serrano, presidente de El Colegio de Michoacán (Colmich), quien nos puso en contacto con investigadores como Juan Ortiz y Esteban Barragán, solidarios y comprometidos con el estudio y difusión del patri-monio natural y cultural de Michoacán.

Merece una mención especial uno de los proyec-tos donde el Colmich y la Universidad Michoacana se sumaron a la convocatoria de la Secretaría de Cultura y del fce, y que ilustra la enorme riqueza del trabajo en equipo: juntos creamos una plata-forma web con un sistema de administración y di-vulgación de acervos bibliográficos, fotográficos, de audio y video sobre el estado. Y claro, el primer material que comenzó a registrarse fue precisa-mente el de Tierra Caliente. Una sección funda-mental de esa plataforma acogerá un proyecto de rescate de la memoria colectiva de la región; ahí la gente podrá subir fotografías, postales, docu-mentos históricos, mapas, audios con historias o crónicas de las personas del pueblo o de la región. Estos documentos serán organizados y cataloga-dos por el Centro Cultural, para convertirse en un acervo colectivo.

Es muy justo decir que este recuento de días y trabajos no sería posible sin el trabajo intelectual y sensible de Luz María Chapela, quien tuvo a su cargo la formulación del modelo y, a pesar de la en-fermedad que la aquejaba, no cesó de trabajar en este proyecto que continuaron sus colegas Estela Vázquez, Verónica Espinosa, Carlos Antonio de la Sierra y Ricardo Lugo, quienes crearon la pro-puesta pedagógica del modelo.

Hace tres años, durante la clausura de un curso de verano en Apatzingán, donde atendimos a más de 400 pequeños, un grupo de niñas organizó la presentación de uno de los libros de las coleccio-nes para Niños y Jóvenes del fce: De cómo nació la memoria de El Bosque de Rocío Martínez, donde los personajes de un pueblo descubren que un solo hombre puede hacer desaparecer todo un bosque, pero también un solo hombre puede mantenerlo vivo. Ese hombre somos todos nosotros.�•

Apatzingán: cultura de pazEl fce se enorgullece en presentar los primeros resultados del Centro Cultural La Estación en Apatzingán, Michoacán, en el libro Cultura de paz, palabra y memoria. A menos de cuatro años de iniciado el proyecto, La Estación es ya una realidad que irradia cultura en la región de Tierra Caliente, y es un modelo a ser replicado en otras regiones del país convulsionadas por la violencia. Una apuesta a vencer el miedo, afi rmando el poder de la cultura. Presentamos el prólogo por José Carreño Carlón, director de esta casa editorial.

josé carreño carlón

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junio de 2017

cultura de paz, palabra y memoria

la gaceta 7

Para Luz María Chapela,quien puso tanta luz en esta experiencia.

Imagina estar sentado para platicar con algunos niños antes de invitarlos a di-bujar o a leer una historia juntos. Haces la pregunta usual para romper el hielo: ¿Cuál es su comida favorita? ¿Qué quie-ren hacer cuando crezcan? Pero esta vez escuchas algo muy distinto. Los ni-

ños quieren ser sicarios. Quieren armas, quieren ser como sus padres o tíos. Ésos son sus héroes.

Ésa fue exactamente la situación que encontramos en junio de 2014 en Apatzingán de la Constitución, Michoacán, una ciudad de poco más de 100 mil habitantes, situada en la región de Tierra Caliente, México, y uno de los lugares más golpeados por la violencia del crimen organizado.

Ésta es la primera vez que el fce, editorial es-tatal con más de 80 años de existencia, articula sus proyectos culturales para promover la lectura en uno de los lugares y momentos más explosivos de la historia del país. El proyecto consistía en la apertura de un espacio cultural, pero el director del fce, José Carreño Carlón, sugirió que no de-bíamos esperar a que las paredes se construyeran: empezar a construir la arquitectura social era ur-gente.

Reunimos a un equipo de expertos, entre ellos la escritora y diseñadora de modelos de intervención comunitaria y cultural Luz María Chapela, y las gestoras culturales Martha Luna Márquez y Mi-riam Domínguez Paleo, estas últimas vecinas de Apatzingán. Después se sumaron otras personas, todas valiosas, y otras instancias, ya mencionadas en el prólogo. Por ahora quiero contar cómo empe-zamos.

Era esencial trabajar con un equipo de gestores dentro de la comunidad; así fue como llegamos a involucrar a un grupo de promotores independien-tes bien conocidos en la zona por su compromiso y valor; gente que desde hace años arriesga su inte-gridad física impartiendo talleres lúdicos de lec-tura, creatividad y música en colonias apartadas y rancherías de la región. Algunos de ellos inclu-so trabajan en espacios públicos donde las acti-vidades han sido súbitamente interrumpidas por grupos de delincuentes que zanjaban sus disputas a tiros, y donde talleristas y niños habían tenido que tirarse al suelo para evitar un encuentro fortuito con una bala perdida. Con la ayuda de estos promotores culturales —héroes de verdad— comenzamos a desarrollar el proyecto del fce.

Apatzingán da la bienvenida a los recién llega-dos con casi 40 grados de temperatura ambiental; se puede sentir en cada milímetro del cuerpo por qué llaman a esta zona Tierra Caliente. Viajamos desde Morelia, capital de Michoacán, en un vehí-culo oficial del fce, sin saber si el logo de la edito-rial es mejor que cualquier otro, si causa curiosi-dad entre policías, soldados, traficantes de drogas o autodefensas. Más adelante, cuando culmina la primera etapa de la obra arquitectónica, escucha-remos rumores de que el logo del Fondo es asocia-do ¡con una cruz templaria!

Apatzingán también es el negocio de los ciruja-nos plásticos y las jovencitas que al cumplir quin-

ce años piden como regalo un arreglito; de la agen-cia de renta de limusinas en una comunidad con varias calles sin pavimentar. Un lugar cimbrado y en vías de recuperar la viabilidad institucional: en tres años trabajamos con tres presidentes muni-cipales distintos y al menos un par de encargados de despacho.

Es un hecho que aquí hay una gran cantidad de personas armadas que luchan, por causas diferen-tes, sobre estas tierras de gran riqueza natural. A lo largo de nuestros muchos viajes a la región eventualmente nos encontramos con esos grupos, a veces sin saber cuál era cuál.

Después de algunas visitas iniciales de explora-ción, decidimos, junto con las autoridades locales, renovar una muy descuidada casa de la cultura construida en una antigua estación de tren, que se convertiría en el hogar del centro cultural del fce. Las vacaciones de verano se acercaban, junto con una inmejorable oportunidad: el comienzo de los talleres de verano que reunirían a más de 700 ni-ños de Apatzingán. Diseñamos varios talleres que se impartirían junto con los cursos que tradicional-mente ofrecía la casa de cultura. Trabajamos con la premisa de que era importante respetar lo que ya se había hecho en la zona, al tiempo que se añadían los talleres del fce a la mezcla: lectura y escritura, autorretratos, cómics, juegos, música tradicional y narración para niños, jóvenes y adultos.

La respuesta a uno de los talleres nos sorpren-dió en particular: reunimos a un grupo de muje-res, muchas de ellas viudas o abandonadas por maridos que se habían unido a grupos del crimen organizado, habían sido encarcelados o su esta-tus era simplemente el de desaparecidos; a ellas se les ofreció el taller de escritura autobiográfica “Yo cambio mi historia”. Al principio los relatos fluían despacio, con timidez, pero pronto la es-critura comenzó a cumplir con uno de sus más nobles propósitos, le dio a estas mujeres la salida catártica que tanto necesitaban. Nos hablaron de sus esperanzas, pero también de sus miedos más grandes: por ejemplo, que sus hijos crecieran sólo para ser reclutados por los delincuentes. Cuando empezaron a poner sus emociones en palabras, también fueron capaces de entenderlas y resig-nificarlas: descubrieron que eran capaces de ha-cer cambios, ya fueran grandes o pequeños, pero suficientes para ayudarles a hacerse cargo de sus propios destinos.

Más difícil estaba resultando conseguir que los jóvenes se acercaran al centro cultural. Por eso decidimos ir en busca de ellos. Comenzamos el programa “Una saga: escritores en Apatzingán”, viajando con escritores para visitar escuelas y or-ganizar talleres de escritura y charlas dirigidos a muchachos estudiantes de bachillerato. Ahí han estado Julián Herbert, Eduardo Antonio Parra, Orfa Alarcón, Antonio Ramos Revillas, Agustín Cadena, César Silva, Jaime Mesa, Héctor Alva-rado y Armando Alanís, quien reprodujo la ex-periencia de “Acción Poética” con los muchachos de la localidad. Al final de cada experiencia invi-tamos a los jóvenes a continuar acercándose a la lectura y a la escritura en el centro cultural, donde hay un taller y otras actividades diseñadas espe-cialmente para ellos.

Los cursos de verano se convirtieron en nuestro proyecto piloto. Al interactuar directamente con la comunidad tuvimos una mejor comprensión de las personas, sus necesidades y lo que necesitaban del centro cultural. Con una visión clara de lo que queríamos lograr, establecimos un sistema para ayudar a coser los hilos emocionales de confianza en una comunidad profundamente dañada. Día a día, desde ese verano candente, seguimos apren-diendo mucho de lo que un proyecto cultural puede lograr en una comunidad violentada. Al taller de lectura con bebés, donde todas las participantes eran mujeres con sus pequeños hijos, llegaron de pronto los papás a pedir que los horarios se am-pliaran porque ellos también querían leer con sus hijos. Entre los adolescentes que leyeron y escri-bieron con los autores que visitaron sus escuelas ya hay quienes sueñan con volverse escritores.

En el taller de cómic dirigido por uno de los ilus-tradores publicados por el fce, Ricardo Peláez, nos encontramos con un pequeño niño que nos contó cómo una vez había prendido fuego a su casa: su madre lo encontró cuando las llamas ya le estaban quemando la ropa. El niño, con una enorme sonri-sa, nos dijo cómo su mamá lo apagó con un cubo de agua. En sus dibujos podía verse su cuerpo envuel-to en llamas, así como el abrazo que su madre le dio. En otro taller, más de 500 niños pintaron sus autorretratos en mosaicos, los cuales se colocaron en la base de una fuente en la explanada del cen-tro cultural. La idea es que absolutamente todos sepan que éste no es un lugar para la violencia, que pertenece a la comunidad y que cada uno de esos rostros quiere crecer y vivir en paz.

Entrar y salir de Apatzingán. Más de una vez nos tocaron retenes organizados por autodefen-sas. A veces logramos pasar los filtros al mostrar-les que teníamos un boleto de avión y que podía-mos perder el vuelo. Otras veces simplemente no pudimos entrar a Apatzingán y volvimos a More-lia. Había que convencer a personas vestidas de ci-viles profusamente armadas; de ésas a las que no queremos ver más, quizá de ésas a las que sus hijos y sobrinos aún admiran.

Al final de los cursos de verano los niños hicie-ron un gran mural donde pintaron a un hombre gentil, abierto y limpio. Usa un sombrero del tipo que se ve aquí en Tierra Caliente. En su cuerpo los niños pintaron los lugares que más quieren: sus hogares, el espacio cultural, la iglesia, la escuela, y bautizaron al personaje como “El Señor Apatzin-gán”. Más tarde, el presidente municipal César Chávez vio el mural y con una gran sonrisa excla-mó: “¡Es un cortador de limón!” Los niños han re-presentado al hombre trabajador de estas tierras. También pintaron la riqueza natural de su región: se pueden ver árboles y frutas en un paisaje verde.

Fuera de Apatzingán, las cosas que se escuchan acerca de este lugar son quizá muy diferentes: las personas lo describen casi como una zona de gue-rra. Hay razones para ello. Pero prestemos aten-ción a los niños. Veamos Apatzingán de la manera en que ellos lo hacen.�•

Postales de Apatzingán, MichoacánLos esfuerzos y las peripecias del personal del fce y colaboradores en la puesta en marcha del Centro Cultural La Estación son relatados de manera directa por Socorro Venegas, coordinadora de obras para niños y jóvenes de este grupo editorial. Un faro de esperanza cultural brilla en Apatzingán.

socorro venegas

eo ecta

©fce

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8 la gaceta junio de 2017

cultura de paz, palabra y memoria

©león muñoz santini

enferma por años de guerra interna, de exclusión e inequidad.

Y la pregunta que nos seguimos haciendo es qué es lo que hay en nuestra forma de hacer, en nuestra forma de relacionarnos, en nuestra forma de asu-mirnos, que hace que la vida valga tan poco y que acabar con la de otro sea tan fácil para muchos. Un asesinato, miles de asesinatos, una masacre, cientos de masacres, la desaparición forzada, la barbarie en la muerte, el ensañamiento con la po-blación más débil, se han convertido en Colombia y en México en asuntos cotidianos. Terminamos incluso aceptando como válidos algunos de esos hechos de violencia, terminamos aceptando que quitarle la vida a otro tiene algún sentido. Y no, ni podemos aceptarlo ni podemos permitirlo. La vida es sagrada. O debería serlo.

Un hombre de barrio popular nos dijo hace unos pocos años, en una calle de la zona nororiental de Medellín, uno de los lugares donde hay más gente en la pobreza y donde se han presentado más he-chos violentos en la historia de la ciudad: “ésta es una violencia vacía, no tiene más contenido que la muerte”.

Esa frase requiere una reflexión que no hemos propiciado suficientemente. Esa frase requiere de la sociedad entera unas respuestas que aún no lo-gramos construir. Esa frase nos reta, nos impele, nos está diciendo que es hora de buscar nuevas y mejores y respuestas en esa enorme tarea de la formación de la ciudadanía, en esa necesaria tarea de cambiarnos no sólo la piel sino el alma.

Dice Jesús Abad Colorado, fotógrafo colombia-no, en su muy bello y muy duro libro Mirar de la vida profunda:

Tal vez ningún evento sea tan revelador de la condi-ción humana como la guerra. Aunque su destrucción es la antiestética por excelencia, aquellos hombres y mujeres que la sobreviven, sus pertenencias, sus historias colectivas e individuales, son la personifi-cación de la solidaridad y el amor, de la dignidad y la resistencia contra la testarudez y la impiedad de los verdugos y los corruptos. Ellos, los sobrevivientes, los que resisten y lo que les queda, son la estética y la vida en medio del dolor.

Noel Gutiérrez, habitante de Bojayá, en la selva del Río Atrato colombiano, es uno de los sobrevivien-tes de un enfrentamiento entre la guerrilla de las farc y las autodefensas (grupos paramilitares) que dejó 119 muertos, entre ellos 48 niños y niñas. Su doloroso canto4 nos ayuda a entender y, aunque parezca extraño, nos ayuda a soñar.

4� De la serie Bocas de Ceniza, producida por el artista Juan Manuel Echavarría entre 2003 y 2004. Véase <www.youtube.com/watch?v=k9ob40Fk18Q>.

1

Antes del inicioLos horrores y dolores de Apatzingán y de tantos otros lugares de México, de Colombia, de Latinoa-mérica, del mundo, tienen que poder convertirse en el punto de partida para construir la esperanza.

Esperanza que no olvide esos horrores y esos dolores, y que se convierta en la posibilidad de pensar juntos las salidas, de soñar juntos los ca-minos, de construir juntos las transformaciones necesarias.

Esperanza para no tener más 6 de enero, para no escuchar nunca jamás la frase que aún resue-na en estas calles: “mátenlos como perros”.2 Es-peranza de que no haya impunidad. Esperanza de que ningún civil se alce en armas, por ninguna cir-cunstancia.

Este espacio cultural es un símbolo de esperan-za. Nuestros territorios deben llenarse de centros culturales, para que el horror y el dolor se convier-tan en memoria, en creación, en sueños, en hechos de transformación personal y colectiva.

“¿Cuáles son los asuntos a resolver en nuestra cultura para lograr que no se reediten o transfor-men estos conflictos en otros?”3

Las preguntas que debemos hacernos¿Qué es una alianza para una cultura de paz? ¿Qué es una cultura de paz? ¿Qué es la paz?

Esas tres preguntas, y la que nos propone Lucía González más arriba, seguirán siendo preguntas al final de esta reflexión. Pero avanzaremos en algunas respuestas y, especialmente, espero que avancemos en otras preguntas que nos ayuden a pensarnos y a construirnos.

Vengo de Medellín, Colombia, una ciudad que como pocas en el mundo ha vivido los horrores y los dolores de las violencias de todo tipo: la de las guerrillas, la de las autodefensas, la del narcotrá-fico, la de las bandas criminales, la de sectores del Estado y, por supuesto, nuestras propias violen-cias cotidianas, derivadas de todas las anteriores, resultado del poco valor de la vida en una sociedad

1� El presente texto proviene de la conferencia dictada por el autor en el Centro Cultural del Fondo de Cultura Económica de Apatzingán, Michoacán, el 18 de abril de 2016. Jorge Melguizo es comunicador social y periodista. Actualmente es consultor y con-ferencista internacional en gestión pública, cultura, cultura ciuda-dana y proyectos urbanos integrales para la transformación inte-gral de los barrios con mayores niveles de pobreza y de violencia. Fue secretario de Cultura Ciudadana (2005–2009) y secretario de Desarrollo Social (2009–2010) de la Alcaldía de Medellín.2� El 6 de enero de 2015 Apatzingán presenció una masacre cuyo resultado fue el de 16 muertos y decenas de heridos. De acuerdo con la investigación de la periodista Laura Castellanos, policías federales dispararon contra un centenar de integrantes de la Fuer-za Rural mientras éstos realizaban un plantón en los portales del Palacio Municipal de Apatzingán. Según la investigación periodís-tica, los policías gritaban: “¡Mátenlos como perros!” Véase <ariste-guinoticias.com/1904/mexico/fueron-los-federales/>.3� Lucía González, directora del Museo Casa de la Memoria de Medellín desde inicios de 2013 hasta fi nes de 2015. Arquitecta, ha hecho y desecho mil y más cosas en su vida, pero, fundamental-mente, ha sido una constructora de caminos de convivencia desde los lugares en los que ha estado.

Cultura, ciudadanía, convivenciaEn Colombia y en México, países atravesados por todas las iniquidades y por todas las violencias, tenemos un imperativo ético: la construcción de una nueva sociedad, de una nueva ciudadanía. No se trata de emprender el rescate de unos valores. Se trata, precisamente, de todo lo contrario: de emprender, colectivamente, desde todos los escenarios territoriales, la construcción de unos nuevos valores que nos permitan enfrentarnos con nuestra propia historia, pasada y reciente, y salir airosos. Cuando se habla de desarrollo sostenible siempre se piensa en tres dimensiones: social, ambiental y económica. Naciones Unidas, en la revisión de los Objetivos del Milenio y la creación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible para 20305 debería haber incorporado (y se fracasó en el intento para que lo hiciera) a la cultura como uno de los cuatro pilares del desarrollo:

El desarrollo humano sólo puede ser efectivo si asu-me una consideración explícita de la cultura y sus fac-tores como la memoria, la creatividad, la diversidad y el conocimiento [Cultura 21: Acciones, 2015: 5].

Latinoamérica tiene una enorme riqueza, que no conoce ni reconoce y que ha dilapidado. Esa rique-za social, ambiental y económica es, también, una enorme riqueza cultural. En ella está una de las grandes oportunidades para la construcción de eso que podemos ser. La cultura, como una posibi-lidad para entendernos y para construirnos.

La fórmula es sencilla: entender que la cultura es mucho más que las artes, asumirla como clave en la construcción de equidad, inclusión y convi-vencia, invertir en la cultura con la certeza de que es una inversión estructural, y potenciar, poten-ciar, potenciar… lo que ya se hace.6

Medellín ha venido construyendo, en los últi-mos 25 años y como reacción ciudadana frente a todas las violencias, capital humano y social, for-mando capacidad instalada, ensayando proyectos de intervención en los barrios más pobres (que son, casi siempre, donde también se viven con ma-yor fuerza las diferentes violencias), fortaleciendo la sociedad civil organizada, es decir, las ong, las organizaciones comunitarias, las veedurías ciu-dadanas7 (vigilantes y analizadores de la gestión

5� Véase <www.un.org/sustainabledevelopment/es/2015/09/la-asamblea-general-adoptala-agenda-2030-para-el-desarrollo-sos-tenible/>.6� De acuerdo con la defi nición de Declaración Universal de la Diversidad Cultural de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (unesco), la cultura es “el conjunto de los rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o a un grupo social y que abarca, además de las artes y las letras, los modos de vida, las maneras de vivir juntos, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias”. [E.]7� Puede verse un ejemplo muy interesante de veeduría ciudada-na en <www.medellincomovamos.org>. Esta veeduría está confor-

Alianzas para una cultura de pazLa experiencia de reconstitución del tejido social en Medellín, Colombia, en el último cuarto de siglo, es relatada por uno de sus participantes. El desarrollo sostenible debe incluir a la cultura, y su promoción es tarea de todos. Participación cultural es creación de ciudadanía.

jorge melguizo

na, de exclusión Cultura, ciudadanía, convivenciaE C l bi Mé i í t d

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junio de 2017 la gaceta 9

al ianzas para una cultura de paz

La ciudadanía es una convergencia en el individuo de cuatro grandes dimensiones de la persona: cívica, política, social y cultural. [Marshall, 1950].

Dice Iván Nogales, boliviano, director de Compa, Comunidad de Productores de Arte, en El Alto, La Paz:

La participación es un hecho político hacia el des-montaje de cualquier rasgo colonial de ejercicio ver-tical, que niega una plena realización de personas y colectivos [Cultura para la transformación, 2014: 24].

Dice Célio Turino, brasilero, quien fuera secre-tario de Ciudadanía Cultural en la presidencia de Luiz Inácio Lula da Silva:

Difundir una cultura que sea un medio de crítica y de conocimiento es un camino para la ampliación de la ciudadanía. Vista de este modo, la cultura deja de ser un bien secundario en este continente nuestro de tan-tas carencias y pasa a ser un bien social, así como la salud y la educación [Cultura para la transformación, 2014: 30].

Artistas que construyen ciudadanía

El día va a creciendo hacia ti como un fuegodesde el alba desnuda demudada de fríoidea vilariño (poeta uruguaya)

Y ¿cómo se puede concretar todo lo anterior? En esta última parte presento algunos ejemplos de proyectos culturales que logran unir cultura + educación + comunidad, y que podrían ser de in-terés para quienes estén pensando en la cultura como clave en la transformación de sus territo-rios. Tomo el nombre de un proyecto que realiza la Corporación Cultural Nuestra Gente, del barrio Santa Cruz, en la Comuna 2, zona Nororiental de Medellín.

corporación cultural nuestra gente[…] Durante estos 27 años se ha desarrollado un pro-ceso permanente de formación y capacitación que se inspira en el arte y la cultura como herramien-tas para el trabajo comunitario, humano y artístico, entendiendo ello como una opción de vida de niñas, niños, jóvenes, adultos y adultos mayores, mujeres y hombres; incursionando en programas de teatro, títeres, danza, música, recreación, comunicación comunitaria, radio y televisión, proyectando toda nuestra labor en intercambios, muestras, festivales y encuentros artísticos comunitarios anuales.10

proyecto artistas que construyen ciudadanía – nuestra genteEl proyecto Artistas que Construyen Ciudadanía busca mejorar las potencialidades de niños, niñas y jóvenes en el campo personal, artístico y organiza-tivo, y fija como su principal criterio de logro moti-var, acoger y brindar acompañamiento a jóvenes del barrio que manifiesten preferencias por opciones de vida en medio de ofertas y presiones de vinculación a acciones ociosas o delictivas. El proyecto no suple desajustes sociales estructurales.11

corporación pasolini, arte y cultura para des-armar mentesEn la Corporación Pasolini en Medellín considera-mos la formación y producción audiovisual desde un enfoque estético, ético y político fundamentado en la investigación sociocultural, en la exploración artística y, especialmente, en una interlocución per-manente y respetuosa con los sujetos y paisajes con los cuales trabajamos. Así, buscamos fortalecer pro-puestas que tiendan a la construcción de ciudadanías críticas, a la recuperación de la memoria, al fomento de narrativas locales, al encuentro intergeneracio-nal e intercultural, la exploración de estéticas emer-gentes y el empoderamiento de las comunidades.12

a.k.a.En la Comuna 13 de Medellín, una de las zonas de Medellín en donde su población ha sido protagonis-ta y víctima de todas las violencias, Luis Fernando Álvarez, A.K.A., artista plástico, combina el rap y la agricultura en un trabajo de formación con niños, niñas y jóvenes. La muerte violenta ha dejado huella en su propio trabajo: en enero de 2014 fue asesinado

10� <www.nuestragente.com.co>.11� <artistasqueconstruyenciudadania.blogspot.com>.12� <pasolinienmedellin.wordpress.com>.

rea de la autonomía y de la emancipación personal y colectiva.

Por cierto, en declaraciones como las de la unesco o en documentos como los de la Agenda 21 de la Cultura8 están los principios básicos para que un proyecto cultural local o nacional ten-ga sentido. Pero muchas de esas declaraciones y agendas internacionales se han quedado en pala-bras escritas y no se han convertido en políticas y presupuestos públicos, en estrategias, programas y proyectos. El camino es fácil: sólo hacen falta decisiones políticas y acciones concretas para que esas decisiones se vuelvan realidad. Una de esas acciones concretas necesarias es la de aumentar el presupuesto para la cultura en los gobiernos lo-cales, regionales y nacionales.

Un dato evidencia la necesidad de lo anterior: el presupuesto del Ministerio de Defensa de Co-lombia entre 2001 y 2010 equivale al presupuesto anual del Ministerio de Cultura ¡para 2 100 años!

Inés Sanguinetti, argentina, directora del colec-tivo cultural Crear Vale la Pena, dice:

¿Cómo podemos invertir tan poco en cultura cuan-do todo lo que necesitamos para construir bienestar —terminadas todas las recetas— es reinventar un futuro desde un presente más creativo? [Cultura para la Transformación, 2014: 20].

La convivencia pacífica y plural es un gran desa-fío en nuestras ciudades y países: pareciera que el proyecto civilizador está aún muy lejos de al-gunos de nuestros contextos, y me refiero acá principalmente a las realidades colombianas. La cultura debe llevarnos a buscar acuerdos sobre lo fundamental, en torno a los sentidos compartidos, desarrollando acciones de coexistencia pacífica bajo principios éticos de justicia, equidad, partici-pación, corresponsabilidad, inclusión y reconoci-miento activo de la diversidad.

William Ospina9 escribió en una de sus colum-nas (Lo que no sabe ver la política, publicada en diciembre de 2009 en el diario El Espectador):

[…] ¿De verdad alguien puede creer con sinceridad que sería posible pacificar a Colombia sin empren-der un gran proceso cultural de construcción de una verdadera solidaridad nacional, un movimiento pro-fundo y democrático de dignidad, de respeto por los otros, una inversión generosa y original en caminos creadores de convivencia?

[…] Ninguna solución militar nos hará más capa-ces de convivir y de respetarnos; ni nos dará digni-dad, principios morales, conocimiento de la memo-ria común, conciencia de unos orígenes compartidos, de un orden de leyendas y mitos que nos permitan reconocernos unos en otros, y dejar atrás esta nie-bla de racismos y de clasismos, de estratificaciones y repulsiones que el país arrastra desde siglos y que lo mantiene anclado en problemas de la Edad Media y en soluciones igualmente medievales […] Si juzga-mos por los recursos que le asignan, comparados con los descomunales presupuestos de la guerra, aquí si-guen creyendo que la cultura es una suerte de orna-mento inoficioso de la sociedad.

Pero si las sociedades conviven es fundamental-mente por su cultura, por su manera de utilizar el lenguaje, por los principios que se afirman en las conciencias, por la actitud de unos ciudadanos hacia los otros. Cosas que no se inventan en un día, pero que es inmensamente necesario recuperar cuando toda una sociedad, empezando por sus propias éli-tes, ha avanzado tanto por el camino de la indife-rencia, de la inhumanidad y de la claudicación en los principios [...].

Una tarea cultural urgente es la de la generación de mayores y mejores espacios para la participa-ción, empezando por eso que comúnmente llama-mos como cultura política: nos falta aún mucho en cultura política, para evitar que la democracia sea una cooptación clientelar y criminal, o se reduzca a salir a votar cada tanto. Decía Thomas H. Marshall hace 70 años:

8� La Agenda 21 de la Cultura es un acuerdo de Ciudades y Gobiernos Locales Unidos (cglu), espacio de las ciudades en la onu. Existe desde 2004 y es una carta de navegación sobre el papel de los gobiernos locales en la cultura, que se actualiza de manera permanente. En Bilbao se hizo, en marzo de 2015, el nuevo documento sobre Acciones post Objetivos del Milenio 2015. Puede verse mucha información en internet, buscando por Agenda 21 de Cultura.9� Colombiano, escritor, poeta, generador con sus ensayos y artículos de prensa de refl exiones sobre el país que somos y que podríamos ser. Busquen sus columnas semanales de domingo en el diario El Espectador.

pública), las mesas intersectoriales, los consejos municipales asesores y cogestores en diferentes temas claves de la ciudad (juventud, infancia, mu-jeres, afrodescendientes, cultura, lgtb, ancianos, discapacidad, etcétera).

He dicho, y suena muy irónico, que las duras violencias que hemos vivido y sufrido como socie-dad nos han generado también ese resultado posi-tivo de la disposición y actitud colectiva de buscar intensamente salidas pacíficas, de buscar deses-peradamente (con menor y mayor éxito, con menor y mayor calidad) proyectos sociales que realmente funcionen, de ensayar una y mil fórmulas de accio-nes de prevención y de promoción de valores y de estilos de vida saludables.

La cultura, y en especial lo que hemos denomi-nado en Colombia desde hace 20 años la cultura ciudadana (que se puede resumir como la forma en que nos comportamos en relación con el otro y por fuera de los espacios privados), juega un papel fundamental en ese fortalecimiento de la socie-dad civil, en la preparación de la comunidad para su mayor y mejor participación, en la generación de cultura política, en la formación de ética civil desde las políticas públicas, en la construcción de nuevos referentes, en el cuestionamiento a com-portamientos y maneras de vivir y en el desarrollo de proyectos que nos lleven a terrenos de entendi-miento y de respeto por el otro y no a su exclusión y eliminación, que en Colombia se da no sólo meta-fórica sino literalmente.

Somos una sociedad, la colombiana, que ha tumbado, que ha excluido, todo lo que no es capaz de entender. El reto inmenso, y es un reto bási-camente cultural, es construir una sociedad que escuche, que interprete, que interpele y se deje interpelar, que sea respetuosa de la diversidad y que logre ver en esa diversidad una riqueza y no un peligro permanente.

Un gran desafío es, entonces, que:

Los procesos culturales sirvan para la constitución de sujetos, para que la gente pueda desarrollar por sí misma proyectos culturales de transformación de su realidad individual o colectiva. Y ello implica crear dispositivos para pensarse de manera crítica como sociedad y como sector, construir condiciones y sub-jetividades incluyentes, y poner en juego los diversos relatos de lo social y los diversos sectores sociales. [Plan de Desarrollo Cultural de Medellín, 2011: 8].

Toda política de desarrollo, por lo tanto, debería incorporar la dimensión cultural basada en los de-rechos y libertades fundamentales con el objetivo de que cada quien pueda realizar su proyecto de libertad personal. En nuestros países, esa pers-pectiva de realización personal se le ha dejado, hasta ahora, a la educación y a la economía, pero la cultura ha estado ausente (o excluida) de esa ta-

mada por la Cámara de Comercio, la Federación de ong, dos perió-dicos, una universidad privada y dos ong del sector empresarial.

En Colombia y en México, países atravesados por todas las

iniquidades y por todas las violencias, tenemos un

imperativo ético: la construcción de una nueva

sociedad, de una nueva ciudadanía. No se trata de

emprender el rescate de unos valores. Se trata, precisamente,

de todo lo contrario: de emprender, colectivamente, desde todos los escenarios

territoriales, la construcción de unos nuevos valores que nos permitan enfrentarnos con

nuestra propia historia, pasada y reciente, y salir airosos.

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10 la gaceta junio de 2017

al ianzas para una cultura de paz

Para entender lo uno y lo otro, y para encontrar esa respuesta cultural, hay que tener preguntas, hay que hacerse permanentemente preguntas:

1 ¿Qué tipo de sociedad somos y queremos ser?2 ¿Cuáles son los elementos que nos unen como so-

ciedad, que nos integran como nación, y cuáles queremos que sean esos puntos de encuentro en el futuro?

3 ¿Cuáles deberían ser nuestras prioridades en las inversiones públicas en sociedades con tanta presencia histórica de los conflictos armados?

4 ¿Cuáles son los elementos culturales que debe-ríamos dejar de lado, y cuáles los que debería-mos potenciar para avanzar hacia una sociedad más equitativa, más incluyente, con mayores oportunidades?

5 ¿Cuáles son los retos en la educación colectiva?6 ¿Cómo podemos lograr la intervención real so-

bre ese microtejido familiar y comunitario?7 ¿Qué no estamos haciendo bien?8 ¿En qué nos seguimos equivocando como socie-

dad?9 ¿Qué no hemos hecho que sea necesario hacer

para lograr una real transformación cultural, en función de la construcción de un verdadero proyecto colectivo de ciudadanía, de conviven-cia?

10 ¿Cuáles son los valores compartidos que debe-rían construir nuestro nuevo proceso de vida comunitaria?

11 O, simplemente, podríamos empezar con esta pregunta:

12 ¿Cómo se construye una nueva ciudadanía, cómo se hace un ciudadano?

Para cerrar, una canción y un poemaLa canción: Mercedes Sosa hace una versión bellí-sima de una canción de Sting, Fragilidad: no debe-mos olvidar nuestra fragilidad.19

Mañana ya la sangre no estaráal caer la lluvia se la llevaráacero y piel, combinación tan cruelpero algo en nuestras mentes quedará.

Un acto así terminará con una vida, y nada más.Nada se logra con violencia ni se logrará.Aquellos que han nacido en un mundo asíno olviden su fragilidad.

Lloras tú y lloro yo, y el cielo también.Lloras tú y lloro yo, qué fragilidad.

Y el poema. En Ciudad Victoria, Tamaulipas, hace tres años un profesor me regaló un bellísimo libro: Poesía arbórea, de Esmeralda Loyden. Ese mismo día usé un trozo de uno de los poemas para mi con-ferencia allí, y ahora creo que las palabras de esta poeta mexicana son las mejores para cerrar acá en Apatzingán:

Dicen que una comunidad no existeporque no han visto sus raíces enlazarse con ter-

nura.Dicen que una comunidad no sienteporque han dejado de oír el suave murmurar de

sus caricias en otoño…

[…]Dicen que una comunidad no es, ni siente,porque no la ven jugar, reír ni defenderse…

De tanto en tanto la asaltan mentes enfermizas, plagas efímeras, polución,nieve, incendios, destazadores de maderas.

Mas la comunidad arbórea guarda sus semillas dentro de la tierray espera… una eternidad tal vez.

Y de la tierra surge nuevamentecon sus verdes dorados y sus nidos,con su caudal de luz y su frescura.�•

19� <www.youtube.com/watch?v=zwqsgwyu4_s>.

Lo que están esperando esas organizaciones de las Culturas Vivas Comunitarias, lo que propo-nen, es la suma de recursos, de los de esas organi-zaciones comunitarias con los dineros públicos —que son de todos— y con muchos otros proyectos —como los que ustedes representan hoy en Apa-tzingán— para producir mayores y mejores re-sultados.

centro de desarrollo cultural de moravia, la casa de todos

Este centro cultural está en el barrio que fuera en Medellín símbolo de lo peor: Moravia fue el basu-rero de la ciudad hasta 1984 y luego allí se concen-traron todas las violencias por la presencia de gru-pos armados del narcotráfico, de las autodefensas, de las bandas criminales.

El Centro de Desarrollo Cultural de Moravia surgió de talleres de memoria cultural con la co-munidad y se inauguró en 2007. Se construyó con aportes de una fundación empresarial y el 30 por ciento del presupuesto anual ha sido aportado por una organización privada, Comfenalco.

Las 1�400 personas que cada día y durante todo el año lo usan (sólo cierra el 1º de enero y el 25 de diciembre) dan cuenta de su valor, de su importan-cia, de su necesidad para la construcción de una nueva forma de ser en el barrio y en la ciudad.18

Antes de terminarLos desafíos de Apatzingán y de México son los mismos que los que Medellín y Colombia enfren-tan: el desafío de la convivencia pacífica, el desa-fío del fortalecimiento de lo público, el desafío de enfrentar la iniquidad, el desafío de reconocer la diversidad territorial y poblacional, y el desafío de la construcción de una nueva ciudadanía, de una nueva sociedad, donde la participación sea esencia y no sólo herramienta.

Medellín ha encontrado en la cultura una de las respuestas a esos desafíos, aunque aún nos falta mucho: la tarea de transformar a Medellín apenas se está iniciando y no, como piensan algunos go-bernantes extasiados en el marketing, terminan-do.

Otras ciudades del mundo y muchas organiza-ciones multilaterales miran este proceso con inte-rés pues Medellín se convirtió en un laboratorio (no en un modelo): un laboratorio donde cada fra-caso genera aprendizajes para buscar los aciertos urbanos, sociales, educativos y culturales. Esas miradas mundiales vienen a ver los procesos más que los resultados, conscientes de que lograr so-ciedades más equitativas, más incluyentes, con mayores oportunidades y con climas de conviven-cia es un reto compartido… y muy difícil.

¿Y cómo fueron posibles esos procesos en Me-dellín, cómo siguen siendo posibles? Gracias a la formación de una capacidad instalada en el for-talecimiento de la sociedad civil: organizaciones comunitarias, ong, universidades, grupos empre-sariales. Esa sociedad produjo los cambios políti-cos que llevaron a hacer, desde lo público, lo que se venía haciendo en otra escala desde las múltiples experiencias sociales. Una sociedad necesita te-ner muchos contrapesos. Las sociedades avanzan cuando hay equilibrio entre el fortalecimiento de las instituciones y el afianzamiento de la ciudada-nía.

Algunos creen (y algunos han hecho creer) que las recientes transformaciones de Medellín se die-ron gracias a unas pocas personas, a un pequeño grupo de “iluminados”, y es todo lo contrario. La manera colectiva como Medellín se enfrentó a sus peores violencias a fines de los ochenta y duran-te todos los noventa, y esa manera colectiva como ha asumido sus profundos cambios es lo que ha logrado producir las transformaciones políticas, urbanas, sociales, educativas y culturales. En esos años se construyó y reconstruyó tejido social, se propiciaron muchos y amplios espacios de diálo-go, de debate, de encuentro de las diferencias, de elaboración de propuestas para salir de nuestras profundas crisis.

En ese reto colectivo hay una respuesta cultural a unos problemas estructurales. Cambiar la mane-ra de asumirnos fue clave en Medellín. No serán los caudillos los que nos sacarán de la enorme cri-sis. Es necesario entender nuestra propia respon-sabilidad individual y colectiva en el fracaso que vivimos y en las tareas que debemos hacer para salir de ese fracaso.

18� <www.youtube.com/watch?v=UvE-AaXaCHM>.

Juan Camilo Giraldo, 16 años, integrante del proyec-to Semillas del Futuro, liderado por A.K.A. Semillas del Futuro es lo que siembra A.K.A.13

“el perro”Daniel Felipe Quiceno, 26 años, es El Perro. El Pe-rro es profesor, se dedica a la educación artística: en la Escuela Kolacho, ‘Pasos que no son en Vano’, es profesor de grafiti. El Perro vive en la Comuna 13 de Medellín y es reconocido como uno de los mayores grafiteros de la ciudad.14

casa kolachoKolacho, Héctor Pacheco, fue asesinado en el ba-rrio Eduardo Santos de la Comuna 13 de Medellín, el 24 de agosto de 2009. Hacía parte del grupo C15 Hip – Hop. En su homenaje, raperos, grafiteros, DJ y B.Boys crearon la Escuela Kolacho, ‘Pasos que no son en Vano’, para que niños, niñas y jóvenes tengan nuevas oportunidades con y desde la cultura. Esos hoperos se convirtieron en educadores. Uno de ellos es el rector de la escuela. Y hoy son admirados por la comunidad, en especial por las familias de sus alum-nos y alumnas, que los ven como maestros, como guías, como referentes.15

imposible es nadaEn la Comuna 4 de Medellín, en la zona nororiental de la ciudad, uno de los lugares que fue símbolo de las peores violencias, nació y vive uno de los mejores grupos de hip-hop de Colombia, Crew Peligrosos.

Henry Arteaga, el Jeque, es líder comunitario, rapero, gestor cultural, educador en su barrio, ge-nerador de nuevas realidades. Crew Peligrosos es su grupo de hip-hop Y Henry dirige la Escuela “4 Elementos”, un proyecto de educación artística que trasciende y rompe fronteras.

Henry y su grupo construyen cada día esperanza, con su música, con su escuela, desde su barrio. Para ellos, imposible es nada.16

cultura viva comunitariaEn Brasil se aprobó en 2014 la Ley Nacional de

Cultura Viva Comunitaria, que convierte en políti-ca pública nacional el programa “Puntos de Cultu-ra”, iniciado en el gobierno de Lula da Silva, cuando Gilberto Gil fue ministro de Cultura y Célio Turino era el secretario de Ciudadanía Cultural e iniciador de este programa.

En Latinoamérica acogimos la experiencia bra-silera y creamos, en Medellín, en noviembre de 2010, en un encuentro de 100 organizaciones cul-turales de 15 países, “Plataforma Puente–Red La-tinoamericana de Cultura Viva Comunitaria”: un espacio para impulsar el trabajo colaborativo de esos miles de puntos de cultura comunitarios que están evidenciando cada día que la cultura es parte de la construcción de convivencia y que son real-mente quienes logran grandes resultados de cohe-sión social y de transformación con sus proyectos culturales.

Las organizaciones de Cultura Viva Comunita-ria ya existen y lo que necesitan de todos nosotros —gobiernos, universidades, sector educativo for-mal, gestores y mediadores culturales, en fin— es que las conozcamos, las reconozcamos, las valore-mos y las potenciemos.17 En estos proyectos cultu-rales barriales y rurales hay cultura, por supuesto. Pero hay también seguridad y convivencia, y hay inclusión social, y hábitat, y desarrollo económico, y educación. Y oportunidades. Y por supuesto, hay transformación, fundamentalmente eso, transfor-mación.

En estos proyectos hay también alianzas públi-co-privadas: el desarrollo conceptual y metodo-lógico de estos colectivos culturales y artísticos, y sus propios recursos, han sido históricamente una inversión pública, social, no cuantificada y, por lo tanto, no valorada: valorarla, cuantificarla, reconocerla como aporte de las comunidades a los proyectos públicos de transformación de una socie-dad, de una ciudad, es un imperativo.

Estas organizaciones comunitarias no están es-perando que les financien sus proyectos, no están pidiendo: están ofreciendo. Están ofreciéndose en la construcción de mejores caminos sociales, de ca-minos reales de transformación.

13� <www.youtube.com/watch?v=dC3Yt4i7Pjw>.14� <www.youtube.com/watch?v=jR4qNVZhRCg>.15� <www.youtube.com/watch?v=JV3ltJ9na7M> y <www.youtu-be.com/watch?v=5owoqQm8ErY.16� <www.youtube.com/watch?v=KTZlcn5jAWA>.17� <www.culturavivacomunitaria.org>.

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junio de 2017 la gaceta 1 1 jul ius schnorr von carolsfeld

fueron estas lecturas las que a mí me iniciaron en el mundo de la ficción y las que me enseñaron a distinguir entre lo imaginario y lo real, si por real entendemos el escuálido mundo material que nos limita.

Apenas tenía uso de razón cuando ingresé en una escuela infantil donde me sentaron en un pupitre del que no me levanté hasta que fui a la uni-versidad. Exagero, pero no mucho. En aquella época el horario escolar ocupaba todas las horas del día, salvo las destinadas al sueño y poco más; los días de fiesta eran contados, y durante las horas lectivas, se trataba a los niños como si fueran adultos. Con tediosa regularidad se nos im-partían unas materias que debíamos aprender porque para eso estábamos allí. Estas materias eran variadas, pero todas se nos presentaban en su aspecto menos atractivo. Incluso la asignatura denominada Lengua y Literatura, por la que debería haber sentido una inclinación especial, con-sistía en un tratado de convenciones retóricas y un listado de autores y obras, apenas aliviado por un soneto ininteligible o un fragmento de prosa aparentemente elegido por su perfec-ción formal y su falta de encanto. No digo que este conocimiento no sea útil e incluso necesario. En mi opinión, el abandono de las humanidades en los planes de estudio causa un mal irre-parable a los estudiantes que ellos y la sociedad pagarán con creces si no lo están pagando ya. Tampoco digo que los fragmentos de fray Luis de León o de Azorín no tuvieran la más alta calidad literaria. Lo que digo es que en esta compañía las horas trans-currían con lentitud de plomo.

La única excepción escolar a esta monotonía, al menos en mi recuerdo, lo constituía una materia perfecta-mente excéntrica, cuya legitimidad nadie podía poner en tela de juicio, pero cuyo sentido nadie habría sabido explicar si se lo hubieran pregunta-do. Era la Historia Sagrada. Habría sido impensable que una enseñanza religiosa, como la que entonces se impartía en España en un elevado porcentaje, no incluyera el estudio de

las Sagradas Escrituras. Pero lo cier-to es que estas Escrituras resultaban más extrañas a quien debía enseñar-las que a quienes las recibíamos.

La Historia Sagrada, por si alguien no lo sabe, era un resumen de los pasajes más relevantes de la Biblia. Quién decidía su relevancia, yo no lo sé. Tengo la impresión de que venía dada por una tradición que nadie se habría atrevido a disputar ni habría sabido cómo. También supongo que la finalidad de aquella enseñanza era reforzar nuestras creencias reli-giosas. Era obvio que nada en aquel libro singular reforzaba las creencias religiosas. Más bien lo contrario. Pero esto, como casi todo, no era objeto de debate.

No exagero al afirmar que la Histo-ria Sagrada que estudié en el colegio fue la primera fuente de verdadera literatura a la que me vi expuesto. La califico así porque, como toda literatura genuina, a diferencia de las lecturas dirigidas y controladas a las que entonces tenía acceso, suscitaba más preguntas que respuestas y en lugar de ofrecer ejemplos o enseñan-zas, producía estupor.

Muchos años más tarde, leyendo la autobiografía de Goethe, me sorpren-dí al encontrar un pasaje que trata-ba la misma cuestión en términos parecidos. La educación de Goethe es portentosa y no sé si mueve a admira-ción o a pena. Nacido en el Siglo de las Luces y tan ilustrado como riguroso, Goethe es bombardeado de conoci-mientos desde la cuna. Como es un niño prodigio, a la edad en que los demás niños juegan, no saben nada y razonan poco y mal, Goethe, además de su lengua materna, sabe francés, inglés, latín y griego. También ha recibido clases de matemáticas, física y química y se ha iniciado en los rudi-mentos de la filosofía. Llegado a este punto, antes incluso de la adolescen-cia, alguien decide que debe aprender hebreo, la lengua clásica que le falta. Acude al rabino y este, con la mejor voluntad pero sin el menor criterio didáctico, empieza la enseñanza haciéndole traducir la Biblia. Al cabo de un tiempo, el pequeño Goethe, viendo la desproporción entre el esfuerzo y el progreso, abandona la empresa. Sin embargo, dice el viejo Goethe al redactar sus memorias, la lectura accidental de aquella crónica desmesurada, con sus interminables genealogías, sus patriarcas y sus reyes, saturada de virtud y de críme-nes, épica y mística, le hizo compren-der o cuando menos intuir el sentido de todos los conocimientos dispersos que había adquirido hasta entonces. Era una historia sin sentido, pero con voluntad de abarcarlo todo. Una forma turbulenta y perfectamente in-adecuada de explicar el mundo desde sus orígenes hasta su final.

Los mitos tienen por objeto expli-car lo desconocido y lo inconmensu-rable y la Biblia es el compendio de mitos fundacionales más grande que existe. Pero no sólo es eso, también, y por encima de cualquier otra cosa, la Biblia es el libro de Dios o, mejor dicho, de Jehová.

Religión y moralPara la persona descreída, la doctri-na y las prácticas religiosas de los creyentes son una fuente inagotable de sorpresa y un motivo constante de reflexión. De sorpresa, porque para quien no cree, la fe ciega de personas inteligentes y sensatas le resulta difí-cilmente comprensible. De reflexión, porque esta fe, llevada a menudo has-ta el límite del absurdo, es altamente reveladora de la naturaleza humana en general, y de las circunstancias de

Siempre que me pre-guntan cuáles han sido las lecturas o los autores que más han influido en mi carrera literaria respondo sin vacilar

que las lecturas infantiles, a menu-do anónimas o de autores apenas identificados, fácilmente olvidados. En estas lecturas minúsculas, por fuerza simples y candorosas, adquirí la fascinación por la palabra escrita y a través de ellas penetré en el mundo de la ficción, en el que he habitado felizmente desde entonces. Quien lea esto puede pensar que me he eva-dido de la realidad para vivir en un mundo imaginario. Puede ser, pero quisiera pensar lo contrario. No hay que confundir ficción con fantasía. La fantasía no depende de la invención. Es parte de la naturaleza humana, tanto de los que leen como de los que no. Existe en forma de sueño, de temores, de ilusiones, de esperanzas y de elucubraciones. La ficción selec-ciona y estructura las fantasías y las encuadra, bien que mal, en nuestra contradictoria y confusa realidad.

Mi afición por las obras de ficción y mi deseo de crear una ficción propia semejante a la que antes habían creado otros para mi deleite, se formó en una época en la que era ignorante y maleable, como todos los niños. En mi formación intervino menos el gusto que las circunstancias, y sólo parcialmente el azar.

En muchas ocasiones, quizá cons-tantemente, he tratado de revivir aquellos primeros viajes por el mun-do de la ficción. No he buscado las lec-turas que recuerdo haber hecho. En muchos casos habría podido encon-trarlas con facilidad en librerías de viejo o en bibliotecas públicas y pri-vadas, pero el resultado habría sido decepcionante, como han demostrado algunos casos fortuitos. Lo que sí he tratado de recuperar es la memoria de lo que en su momento representa-ron aquellas lecturas. Refiriéndose a este mismo asunto, Proust habla de unas lecturas infantiles, que eran, dice, tan rudimentarias como su imaginación. Así tenían que ser. Pero

lugar y de época en particular. Proba-blemente no hay nada tan significati-vo como la cosmología que ha regido el funcionamiento de cada comunidad en cada momento de su historia. No hay cosa más rara que la religión y, al mismo tiempo, no hay cosa más natu-ral. Que los grandes pensadores de la Antigüedad clásica creyeran sin som-bra de duda en las andanzas de Zeus, Afrodita, Proserpina y los demás ha-bitantes del Olimpo, la mayoría de los cuales, desde nuestro punto de vista, eran unos zascandiles, no puede dejar de producirnos extrañeza. La misma extrañeza que le produciría a Platón la creencia de los cristianos en la San-tísima Trinidad, en las apariciones de Fátima o en los milagros de san Ni-colás. Ante esta extrañeza se pueden adoptar varias actitudes. Una es la indiferencia, encogerse de hombros y decir: desconozco todo cuanto se re-fiere a tal o cual religión y me trae sin cuidado. Otra es la hostilidad: consi-deras que la religión es una patraña basada en el miedo y la ignorancia, de la que siempre se ha aprovechado una clase sacerdotal para controlar a la población. Una tercera es el respeto y el estudio. Quiero creer que ésta ha sido mi actitud, al menos en términos generales. No he sido ajeno, en ocasio-nes, a la indignación y, por supuesto, mi ignorancia en un terreno tan am-plio y tan complejo por fuerza me ha llevado a encogerme de hombros ante lo que no entiendo.

Pero por principio soy respetuo-so con las creencias ajenas, sean cuales sean, aunque me resulta difícil reconciliarme con algunas, bien por su carácter excluyente, bien por su crueldad intrínseca. No me parecen respetables los sacrificios humanos ni algunas religiones que implican la discriminación o justifican el abu-so. No hay que ser un erudito en la materia para saber que toda religión, incluso la más beatífica, tiene una cara oscura que aparece en determi-nadas ocasiones. La fe es por defini-ción irracional, y lo irracional tiende a derivar en violencia cuando se ve contra las cuerdas.

Dice Feuerbach que el hombre crea a sus dioses a su propia imagen. Seguramente tiene razón. Creo que los dioses son una creación humana para explicar los grandes misterios y responder a las grandes preguntas sin respuesta. Pero esta creación no fue una obra colectiva y, por así decir, consensuada, sino la obra conjunta de una élite de legisladores y poetas que imaginaron y contaron unas mitologías destinadas a conjurar miedos, revelar enigmas y crear un referente que aglutinara a la comuni-dad a la que iba dirigida. Es probable que la finalidad inicial de esta magna empresa fuera altruista, pero si lo fue, sus creadores se dieron cuenta de inmediato de que disponían de un instrumento de poder y sumisión de incalculable eficacia. Quizás enton-ces se corrompieron y sus dioses se corrompieron con ellos.

Aunque no soy creyente, crecí en un mundo dominado por la religión y recibí una instrucción religiosa no sé si sólida, pero sí muy tenaz. La mayor parte de las manifestaciones religiosas me son conocidas en mayor o menor grado de intensidad. En mi

introducción Las barbas del profetaEduardo Mendoza (Barcelona, 1943), Premio Cervantes de Literatura 2016, rinde tributo a la materia escolar Historia Sagrada como la primera fuente de literatura a la que se vio expuesto cuando era niño. Éxito de ventas en España, Las barbas del profeta será distribuido en México a partir de julio. Presentamos la introducción.

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su paso por el grupo de ingenieros de la epime. El trayecto se haría ligero, por lo que allá fueron el ex profesor y el antiguo alumno.

–¿Asunto, jovencito? –preguntó un empleado que se hallaba detrás de un mostrador de madera oscura. En la pared había un calendario del año, 1934.

–Quiero que me otorgue un permi-so para usar mi cámara de televisión y trasmitir...

–Tele... ¿qué? –interrumpió el ser-vidor público.

–Televisión, mi estimado señor. Es un artefacto capaz de captar línea por línea las imágenes que un ojo humano recibiría si estuviese en ese sitio, puede transmitirlas por el aire a través de las ondas hertizanas y comunicarse con un aparato recep-tor que sea capaz de descifrar dichas líneas a la distancia. Y como ya estoy invadiendo el espectro, necesito que me dé un permiso.

–Buueeno, si tú lo dices.Los servidores públicos de Co-

municaciones que se habían dado cuenta de su presencia se cerraron el ojo con el que atendía al muchacho espigado y de buen talante, cuya voz era grave y serena; de piel muy clara, frente amplia y mirada firme con unos ojos oscuros bajo las cejas bien

Buenos días, pro-fe, ¿no le gusta-ría acompañar-me a la scop?

Guillermo se refería a la Secretaría de

Comunicaciones y Obras Públicas, que entonces ocupaba el Palacio de las Comunicaciones, localizado en la calle de Tacuba, actualmente sede del Museo Nacional de Arte (Munal), en el centro histórico de la Ciudad de México.

–Buenos días, González Camare-na; eso de que me gustaría, no lo sé, pero ¿qué lo lleva por allá?

–He estado transmitiendo seña-les televisadas y quisiera que me lo autorizaran.

Era difícil decirle que no al joven inventor de 17 años de edad, pues lejos de ser un “engominado”, se le conocía por su frescura, afabilidad, buen humor y constantes bromas. Pero no por ese tipo de guasas y chascarrillos que, por lo general, re-sultan ofensivos y humillantes, sino que sabía improvisar, así que una mañana aburrida y monótona podía convertirla en una jornada chusca, provocar un incidente bizarro, una burla venial y, no obstante, memo-rable. Esa impresión había dejado en

niñez y juventud la religión en España era un hecho indiscutible para la inmensa mayoría de la población. Mi familia no era practicante, salvo en ocasiones sociales, y si era creyente, lo era por inercia. En aquella época, pertenecer a la religión católica era lo natural. Bastaba con dejarse llevar por la corriente. No creer en Dios no solo era un acto de rebeldía y una postura antisocial, sino que requería un notable esfuerzo intelectual. Eran ateos unos pocos filósofos, y esta excentricidad les era perdonada e incluso consentida porque su oficio consistía precisamente en pensar cosas raras y en decir lo contrario de lo que decía el común de los morta-les. Para el resto, todas las etapas y acontecimientos de la vida, desde los más importantes hasta los más nimios, estaban incluidos en el patrón de las normas y prácticas religiosas. El nacer y el morir, por supuesto; como el casarse, el pecar y el obtener el perdón; y también el despertarse, el sentarse a la mesa, el subir a un transporte público, el saludarse y el estornudar. Salir de la religión era sa-lir de la comunidad, convertirse en lo que nadie quería ser, un bicho raro.

De la enseñanza se ocupaban en gran parte las órdenes religiosas y, como se puede suponer, la presencia de la religión en nuestra educación era abrumadora. Había rezos conti-nuos, misas frecuentes y una dosis considerable de adoctrinamiento. Este adoctrinamiento consistía en aprender de memoria un rígido y pintoresco organigrama moral con-sistente en diez mandamientos; tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad; las cuatro virtudes cardi-nales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza, sin que nadie aclarase en qué consistía cada una de ellas; siete pecados capitales: ira, gula, lujuria, soberbia, avaricia, envidia y pereza, todos ellos fácilmente identificables, a poco que uno hiciera introspección, y sus correspondientes virtudes; cua-tro novísimos o postrimerías: muer-te, juicio, infierno y gloria, y un largo etcétera, del que cabe destacar una lista de obras de misericordia que acababa con visitar a los enfermos y presos y enterrar a los muertos. Creo haber cumplido bien que mal con lo de los enfermos, en alguna ocasión con los presos, pero espero no tener ocasión de enterrar físicamente a ningún muerto, un acto cuyo mero enunciado siempre trae a mi imagi-nación una escena recurrente en las películas del oeste.

Por contraste, muy poco se habla-ba de moral o de lo que hoy llamaría-mos ética. Unas cuantas normas pre-ventivas, como no robar y no mentir y, sobre todo, no caer en las tenta-ciones de la carne, obedecer a los superiores, y una norma de carácter positivo que aparentemente engloba-ba a la totalidad, la de dar limosna a los pobres, generalmente en forma de pan seco. Para ilustrar esta buena obra, nada mejor que la vida de san Juan Limosnero. Este santo medie-val era en vida un hombre rico y en extremo avaro. Nunca socorría a los pobres y había prohibido a sus cria-dos que dieran limosna. Un día llamó a la puerta un pobre hambriento. Un criado compasivo le abrió la puerta y le dijo que no podía darle nada, por-que el amo se enojaría sobremanera. Sin embargo, movido a compasión, y aprovechando la ausencia del amo, el criado fue a buscar algo con que so-correr al mendigo. Cuando regresaba con un trozo de pan duro, el amo lo sorprendió, montó en cólera, le arrebató el mendrugo y lo arrojó a la cabeza del mendigo. Este lo cogió y se

fue corriendo. Aquella misma noche murió el amo y su alma compareció ante el Altísimo. En una balanza, el demonio depositó la enorme cantidad de malas obras que el difunto había realizado durante su vida. Pero cuan-do estaba a punto de caer sobre él la sentencia condenatoria, se ade-lantó un ángel con el mendrugo que unas horas antes había dado con tan malas formas al mendigo. Al punto la balanza se venció hacia el otro lado. En aquel instante, despertó: todo había sido un sueño y también una revelación sobre el valor de la cari-dad. A partir de aquel momento su actitud cambió de tal modo que hoy es venerado con el nombre de san Juan Limosnero. En Venecia, cerca del Rialto, hay una pequeña iglesia dedicada a este santo ejemplar: San Giovanni Elemosinario.

Cuento esto para recalcar la insóli-ta distinción entre el aspecto mitoló-gico de la religión y el aspecto prácti-co. Algunos teólogos heterodoxos han llegado a proponer que no existe un dios, sino dos; uno, responsable de la creación del universo y los seres vi-vos, incluido el hombre, y otro, autor de los principios morales. Al prime-ro le traería sin cuidado lo que sus criaturas hacen o dejan de hacer. El segundo sería un maniático, pendien-te del estricto cumplimiento de unas normas tan minuciosas como arbitra-rias. Es notable en casi todas las reli-giones de las que tengo conocimiento, la insistencia y la importancia de las obligaciones formales, en apariencia superfluas, en la medida en que su incumplimiento no afecta en nada a un Ser todopoderoso ni, en muchos casos, al prójimo. ¿Qué más le da que alguien coma cerdo o calamares? Los antiguos egipcios embalsamaban el cuerpo de los muertos de cierto nivel social y en el sepulcro adjuntaban a la momia las tripas del difunto metidas en cuatro frascos. De este modo, los dioses podían recomponer la persona en su totalidad. Esta visión de unos dioses dedicados a hacer inventario de las partes de un muerto y luego a su ensamblaje es muy prosaica y contrasta con la solemnidad y magnificencia de los impresionantes monumentos funerarios. Pero así son las creencias y las normas y en esta mezcla de lo sublime y lo casero está la esencia de toda religión.

Antes de proseguir quisiera hacer un par de aclaraciones. En primer lugar, como creo haber explicado ya, en este texto no me propongo hablar de la Biblia, sino de la asignatura titulada Historia Sagrada. Me refe-riré a menudo a la Biblia en relación con esa materia escolar para agre-gar algún detalle, pero sin más pre-tensión. Sobre la Biblia se ha escrito mucho y mis escasas lecturas sólo me permiten vislumbrar la magni-tud de mi ignorancia a este respecto. La segunda aclaración se refiere a las citas. En alguna ocasión las he abreviado. Cuando lo he hecho, no me he servido de los puntos suspen-sivos ni de los corchetes, inevitables en una obra académica, pero en general molestos para disfrutar de su lectura. Por la misma razón he obviado las comillas y reducido al mínimo las referencias. Todas las citas están extraídas de la versión de la Biblia de Casiodoro de Reina revisada por Cipriano de Valera. Existen otras versiones más acor-des con el original, pero las que he tenido ocasión de manejar antepo-nen la exactitud a la sonoridad y el empaque y, a mi entender, no tienen la calidad literaria y el vuelo de la de Reina y Valera.�•

fragmento Fábrica de colores La vida del inventor Guillermo González CamarenaBiografía novelada del precursor mexicano de la transmisión de televisión a color y otras técnicas de radio y telecomunicación, cuyo reconocimiento crece con los años. Carlos Chimal reconstruye su trayectoria en el contexto del progreso tecnológico mundial, detallando la capacidad de improvisación de este gran talento.

carlos chimal

las barbas del profeta

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marcadas; nariz recta y breve, deba-jo de la cual usaba un bigote, negro, al igual que su abundante cabellera. No era muy alto pero con 1.77 metros sobrepasaba a la población media. Alguno de los empleados se tocó la sien. Para zafarse de él, le respondie-ron:

–Ya está, puedes usar tu “televi-sión”, no hay problema. ¿Eres radio-aficionado, verdad?

–Sí, señor.–¿Supongo que tienes asignadas

unas siglas?–Así es, xe1gc.–Pues transmite con las mismas.

Y ahueca el ala, que tu mamá debe estar buscándote.

Risas generalizadas. Sin inmutar-se, Guillermo replicó:

–Pero, no sea malito, ¿me lo pone por escrito? Voy a usar xe1gc en el canal 5.

–Lo que tú digas, chamaco.Un aura de bondad rodeaba al

joven aficionado a los artefactos raros, así que el jefe accedió a su petición y en un rato estuvo listo el documento, debidamente firmado por la autoridad competente. Hay que hacer notar la capacidad que Guiller-mo tenía de prevenir hasta los más mínimos detalles sin dejar de ser una persona candorosa, esto es, alguien alejado de la actitud colérica y el trabajo perfeccionista en un ambien-te neurótico. Como quiera que haya sido, Guillermo estaba acostumbrado a salirse con la suya, pero siempre de una manera elegante e ingeniosa. Era paciente, sereno y lo que empezaba, lo terminaba. Así, al escoger el canal cinco del espectro electromagnético, se estaba adueñando del punto más conveniente para la transmisión tele-visiva. No era abusivo, simplemente ejercía el derecho de los adelantados.

La televisión estaba en el aire pero su cabal realización requería de una gran inventiva, cuyos protagonis-tas tuvieron que sortear desafíos técnicos muy complejos. Al igual que sucedió con las transmisiones radiofónicas, la televisión enfrentó interrogantes físicas, incluso de ín-dole química, difíciles de superar, en su intento de estabilizar la imagen y el sonido a lo largo del proceso de su generación, envío y recepción. Pero no sólo eso, era necesario que se con-jugaran diversos factores sociales, culturales y económicos. Había que contar con afluencia de capital, sin olvidar que era necesario conquistar la confianza y el favor del público, el cual se hallaba fascinado por el cine y la radio. Además, estalló la segun-da Guerra Mundial, así que muchos sueños y propósitos se frustraron o, en el mejor de los casos, quedaron pospuestos.

Desde fines del siglo xix hubo intentos de transmitir imágenes por un hilo telegráfico. En 1862 el sacerdote italiano Giovanni Caselli inventó un artefacto llamado pan-telégrafo, mediante el cual logró enviar y recibir una imagen fija entre dos sitios lejanos. Hacia 1873 se llevaron a cabo experimentos con luz y selenio que mostraron la posibilidad de transformar imágenes en impulsos eléctricos. Dos años después, el bostoniano George R. Carey tuvo una primera idea sobre cómo llevar a cabo la transmisión, la cual suponía el envío de cada imagen de manera simultánea y por ende el uso de múltiples cables y circuitos separados. Pocos años más tarde se desechó esta propuesta por el barri-do de cada elemento de la imagen, línea por línea y cuadro por cuadro, lo suficientemente rápido como para “engañar” al ojo humano. Y es que en

1873 se descubrieron las propiedades fotoconductoras del selenio, es decir, que su conducción eléctrica varía de-pendiendo de la cantidad de ilumina-ción. En 1880 Alexander Graham Bell inventó un “fotófono”, artefacto que utilizaba luz para transmitir sonido, aunque su idea era enviar también imágenes.

Esta característica fotoconductora del selenio fue estudiada y aprove-chada por el alemán Paul Nipkow, quien en 1884 patentó su propio siste-ma, el “telescopio eléctrico”, y tenía una resolución de apenas 18 líneas. Constaba de dos discos rotatorios, los cuales tenían pequeñas perforacio-nes de afuera hacia adentro, en espi-ral y a determinadas distancias, por donde pasaba la luz y de esa manera se barría el contenido de la imagen y se creaba en el ojo humano la ilusión recogida por la cámara televisora. Hasta antes de la aparición del esca-neo o barrido de imagen electrónico, semejante sistema electromecánico prevaleció en todos los artefactos de la época con variantes y perfeccio-namientos, entre ellos los tambores especulares y discos a los que se les añadió lentes. Así, en la siguiente década W. E. Sawyer en los Estados Unidos y Maurice Leblanc en Francia simplificaron el sistema y contempla-ron la posibilidad de utilizar un solo cable o canal de transmisión.

Se sabe que la palabra “televisión” fue usada por primera vez en público por el ruso Constantin Perskyi en el Congreso Internacional de Electrici-dad celebrado durante la Exposición Universal de París en 1900.

A principios del siglo xx algunos inventores habían hecho esfuerzos, si bien aislados, de construir un siste-ma estable. Alrededor de 1911 el ruso Boris Rosing pudo enviar y recibir unas imágenes borrosas de formas geométricas mediante un sistema de espejos en un tambor rotatorio. Po-cos años después, en el Reino Unido John Logie Baird y en los Estados Unidos Charles Francis Jenkins y Ernst Alexanderson también reali-zaron experimentos relativamente exitosos.

Baird consiguió lanzar al mercado “el televisor” en 1928 con 30 líneas y 5 cuadros por segundo, si bien el disco de Nipkow llegó a su límite, ya que la necesidad de aumentar la calidad de la imagen hacía cada vez más difícil sincronizar discos de di-mensiones cada vez mayores, por lo que dicha técnica se volvió obsoleta. También resultó que si bien el selenio poseía propiedades fotoconductoras, su respuesta a los cambios luminosos era muy lenta. Ya en 1913 algunos investigadores alemanes habían conseguido revestirlo con una capa hecha a base de hidruro de potasio, lo cual mejoró en forma significativa la sensibilidad de la pantalla y su rápida adaptación a los cambios de luz.

Apareció entonces el tubo de rayos catódicos, llamados así por Eugen Goldstein para caracterizar la luz emitida por una corriente eléctrica confinada en un tubo al vacío. Tam-bién en Alemania, Ferdinand Braun experimentó con este tipo de rayos, enviándolos hacia una pantalla fluorescente, es decir, una pantalla que producía imágenes luminosas visibles al ojo humano mientras cho-caban sobre ella chorros de millones de electrones emanados de dicho tubo. Pasos importantes los dieron, en 1904, el físico británico John Am-brose Fleming con su válvula de dos electrodos, y dos años más tarde el inventor estadunidense Lee de Forest incorporó el triodo (tubo de vacío llamado “audión”) que permitía una

amplificación aceptable y, de hecho, abrió el camino para hacer de la tele-visión un invento práctico.

En 1908 el ingeniero eléctrico escocés A. A. Campbell-Swinton prefiguró los fundamentos de la televisión durante el resto del siglo. En una conferencia de 1911 dirigi-da a los miembros de la Sociedad Röntgen (apellido del descubridor de los rayos X), de Londres, Campbell-Swinton explicó cómo dos tubos de rayos catódicos, uno colocado en el transmisor y el otro en el receptor, debidamente desviados por un medio magnético, producirían y recibirían fielmente las imágenes, si bien en ese momento no era posible llevar a la realidad su brillante idea.

Fue en 1927 cuando el precoz inventor estadunidense Philo Taylor Farnsworth llevó a cabo pruebas contundentes de televisión carente de color mediante ondas de radio. Su sistema, el cual había ideado desde que estaba en la preparatoria, es el antecedente directo de los cinesco-pios de tv que se fabricaron hasta antes de la llegada de las pantallas de la era digital, cuyo principio físico es distinto. En dichos tubos los electro-nes bombardean la pantalla, barrien-do línea por línea. Los electrones de carga negativa que se generan en el tubo de rayos catódicos se adhie-ren a la pantalla, la cual debe estar fabricada con un elemento fotopositi-vo, como el cesio, que originalmente utilizó Farnsworth, y así veremos la imagen transmitida.

No obstante, debido a su celo por la pureza de los derechos del inven-tor aunado a la reciedumbre de un astuto empresario, como lo fue David Sarnoff, más el brazo implacable de la historia (en este caso, como diji-mos, el estallido del conflicto bélico mundial) Farnsworth se quedó fuera de la jugada. En lugar de negociar con rca, se lanzó a probar fuerzas con el gigante de los aparatos radiofónicos. Las estaciones propiedad de rca se dividían en dos redes nbc, las cuales dominaban en país. ¿Por qué creía Farnsworth que podía quitarle a Sarnoff la idea de ser él el primero en dominar el probable mercado de televisores (y todo el negocio que esto abriría) en cada hogar? La com-pañía invirtió 50 millones de dólares y puso al frente de los investigado-res a su compatriota ruso Vladimir Zworykin, una faena tecnológico-empresarial que algunos consideran el antecedente de Silicon Valley, en Palo Alto, California.

Según cuenta la historia, Farns-worth había obtenido el derecho de usufructuar su invento, luego de un largo proceso judicial, y Sarnoff iba a empezar a establecer nego-ciaciones con él a fin de pagarle regalías por el uso de su patente cuando sobrevino el ataque a la base naval estadunidense estacionada Pearl Harbor y los Estados Unidos entraron en guerra con las potencias del Eje. Los proyectos de inundar las casas de los apacibles ciudadanos quedaron en suspenso. Con los años, la patente de Farnsworth venció, por lo que rca pudo servirse de su sistema y continuar con sus propios desarrollos. Sarnoff fue testigo de cómo su empresa transmitía por pri-mera vez en la historia el discurso in-augural de un presidente, Theodore Roosevelt, durante la Feria Mundial de Nueva York de 1939.

Guillermo ya tenía tiempo expe-rimentando con la televisión, pues entre 1932 y 1934 construyó su primera cámara. De acuerdo con el testimonio del doctor José Antonio Ruiz de la Herrán, siete años menor

que Guillermo y quien convivió con él algún tiempo debido a que el ingenie-ro Grajales y su padre, el ingeniero José de la Herrán Pau, eran amigos y solían reunirse a platicar, entre otras cosas, sobre electrónica en las cafeterías contiguas a las estaciones de radio, fue gracias a la ayuda de la familia de Guillermo (en particular, de doña Sara), y echando mano de sus propios ahorros, que pudo orde-nar a Camden, Nueva Jersey, lugar donde se encontraba la sede de rca Victor, un juego que esta empresa ofrecía durante aquellos años a los conocedores, a fin de promover el desarrollo de esta novedosa tecnolo-gía. Dicho paquete incluía una copia del iconoscopio de Zworykin y un diagrama de conexiones. El resto de piezas electromecánicas las encontró en su sitio favorito: los deshuesa-deros de fierros de La Lagunilla y Tepito, mientras que las componen-tes electrónicas las compró en las ya mencionadas Radio Surtidora, Radio Industrial y Casa Erla.

Guillermo se había enterado de esta posibilidad, la de hacer televi-sión, gracias al ingeniero Francisco Javier Stávoli, quien era su profesor en el Instituto Práctico Nacional. Stávoli, miembro del PNR, el Partido Nacional Revolucionario (antece-dente del PRI), viajó por encargo del gobierno mexicano a la ciudad de Chicago, en los Estados Unidos, con el propósito de adquirir los primeros semáforos que se instalaron en el centro de la Ciudad de México, pues el tránsito empezaba a requerir de un orden para evitar accidentes. Stávoli fue invitado a una demostración de los novedosos aparatos trasmisores y receptores de televisión. En cuanto regresó a su hotel, solicitó a la ope-radora una llamada internacional a México, explicó la trascendencia del invento y se le autorizó la compra de dos unidades con sus respecti-vos aparatos receptores. Guillermo conoció tales equipos cuando se instalaron en la calle de Allende, en la antigua sede de la epime.

No obstante, al igual que sucede con los mejores creadores, estaba insatisfecho. Sabía que el siguiente paso era desarrollar la televisión a colores, por lo cual desde 1933 dedicó todo su talento a perfeccionar su equipo personal. Finalmente consi-guió inventar un Sistema Tricromá-tico Secuencial de Campos. Pronto cayó en la cuenta de su potencial para la naciente televisión en blanco y negro, y decidió patentarlo, anima-do por su hermano Jorge. Después de todo, ¡la vida transcurría en colores!

Su descubrimiento necesitaba motores sincrónicos, filtros ópticos adecuados, lentes de distintas clases y una lámpara de gas que generara luz blanca. Conseguir todo ese ins-trumental resultaba casi imposible para él, pues además de escaso, era excesivamente costoso. Pero el inge-nio tiene sus propios caminos y Gui-llermo se ocupó de salvar, uno a uno, los obstáculos. Después de todo ahí estaban “sus almacenes predilectos”, como él solía llamar a los mercados de chácharas en Tepito y La Lagu-nilla. Entre 1936 y 1939, vagando y discurriendo en honesto ocio, se le ocurrió sustituir los motores sincró-nicos por unos dínamos de bicicleta, para simular los filtros ópticos ne-cesarios utilizó celofán de envoltura de varios colores, y en lugar de lentes empleó lupas de gran aumento. La lámpara de gas constituía un desafío mayor de conseguir.�•

fábrica de colores . la v ida del inventor guillermo gonzález camarena

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14 la gaceta junio de 2017andrea garcía flores

mañana, “la rubia”.1 Así, fue la musa callejera quien inspiró la creación del lenguaje de la Ciudad de México. Estaba compuesta por el magnetismo de expresiones rápidamente cam-biantes, por la irresistible tentación descriptiva que producían edificios, personas, ventanas, rostros, facha-das y miradas. La musa era lo mismo origen de los incesantes préstamos de lo obsceno, lo vulgar y lo anónimo que inspiradora de una obsesión por los neologismos científicos y literarios o la incontenible búsqueda de estilos nuevos y únicos. La creciente ciudad moderna había tomado parte en la

1� Alfonso Reyes, “El hombre desnudo”, Nosotros. Revista de Arte y Decoración, vol. 1 (12 de diciembre, 1912), p. 10. El texto pertenece al libro El cazador, recogido en Obras comple-tas, vol. 3, fce, México, 1956, pp. 168-170.

mezcla de tres siglos de encuentro de lenguas europeas e indígenas, y su crecimiento dio origen al cambio de nombre de todas las cosas y a la nos-talgia de los nombres viejos.

La musa callejera inspiró a Prieto a recoger el lenguaje de la ciudad en sus relatos del acontecer cotidia-no en varios periódicos y revistas (crónicas que se publicaron en 1883 bajo el título de Musa callejera). Pero las palabras tienen algo por lo que ningún juego con ellas es del todo nuevo, fortuito, aislado ni calculado. En la década de 1860 Ignacio Manuel Altamirano había sido precursor de un movimiento para crear una lite-ratura nacional usando el lenguaje “auténtico” del pueblo, sobre todo el del campo. De hecho, esa traducción y transcripción en cierto modo seña-laba el fin de las tradiciones orales, porque “el habla de la ciudad tiende a petrificarse en fórmulas y slogans y sufre así la misma suerte del arte popular, convertido en artefacto industrial”.2 Y, sin embargo, Prieto intentó captar a la musa callejera en antiguas formas españolas: letrillas, romances y cancioncillas. Mezcló su construcción teórica del habla popular de los pobres de la ciudad con símiles románticos, liberales y científicos. Por ejemplo, Luisa y Tu-les, dos mujeres jóvenes que viven en una vecindad, se cuentan sus respec-tivos anhelos amorosos. Tules está enamorada del hijo de una lavandera, una mujer “rediabla / industriala muy aquello” y con una “boca de infierno”, que usa palabras malso-nantes sin recato. La futura suegra de Tules es, pues, una mujer temida en las guerras verbales que estallan a diario en la calle. Cuando la madre de Tules y la de Fidencio (el hombre en cuestión) se traban de palabras en la calle, Fidencio pone en juego su elocuencia callejera, una elocuencia que, al menos en la irónica represen-tación de Prieto, dignifica el habla popular —en general considerada “mal” español— aplicándola a los conceptos universales de libertad e igualdad:

—¡Juera, curiosos! Siñoras,muncha atención y silencio: será Tules mi siñora mas que rabien los infiernos. Vayasté, siñora madre: suegra amada, el peje quieto, que yo soy un suidadano y conozco mis derechos.3

Estos versos, al evocar lo escuchado en los barrios de la Ciudad de Méxi-co, aluden a un lenguaje urbano. Pero no hacen otra cosa que aludir a él, porque las transcripciones inspira-das por la musa callejera eran al mis-mo tiempo una etnología del lenguaje en desarrollo de los grupos sociales crecientes de la ciudad —clase obre-ra, sirvientas, inmigrantes, clase media y delincuentes— y un diálogo con él. De ahí que no fuera nunca una mera cuestión de transcribir esas expresiones; se trataba sobre todo de la revuelta de las palabras.

Para poder charlar con la musa callejera y a la vez explicar en cierto modo su encanto, presento varias perspectivas que convergen en ella desde distintos ángulos. La logofi-lia es el primer punto desde el cual se puede observar; se trata de una tendencia mundial del siglo xix y

2� Octavio Paz, El arco y la lira. El poema. La revelación poética. Poesía e historia, 3ª ed., fce, México, 1972, p. 42; Obras completas, vol. 1, 2ª ed., fce, México, 2014, p. 58.3� Guillermo Prieto, Musa callejera (1883), Porrúa, México, 1976, p. 83.

En las calles de to-das partes reside la musa callejera, como la llamó el escritor, político ylíder liberal Gui-llermo Prieto, da-

do que, según reza la frase escrita en 1902 por el flâneur carioca João do Rio, “a rua é a transformadora das línguas” (la calle es la transformado-ra de las lenguas). La musa aparece en la calle en forma de inspiración anó-nima e inesperada. En 1912 el joven Alfonso Reyes observó que en el vul-go de su ciudad se podía descubrir el significado natural de las palabras y las cosas. El significado de las cosas, dijo, “se ha refugiado en el vulgo”, que habla todavía en adivinanzas: a la noche la llama “la negra”, y a la

principios del xx: la fascinación con las palabras en su expresión local. Un segundo punto de vista es la timidez de las palabras; es decir, una mirada hacia la introversión moral, poética y social de las voces impresas de la ciu-dad, lo que decían, lo que acaso que-rían decir. La musa callejera como doble proceso de aburguesamiento del lenguaje popular —anacamien-to— y proletarización del lenguaje refinado —acatrinamiento— es un ángulo más desde el cual mirar la dinámica y promiscua mezcla de palabras en la ciudad. Pero, para comprender realmente el lenguaje de la urbe entre las décadas de 1880 y 1930 hay que considerar la Revo-lución de 1910 como la francesa o la rusa: como esfuerzos por nombrar lo innombrable, por acuñar un nuevo conjunto de giros para la nueva era. Así utilizó la Revolución como el último punto desde donde observar la revuelta de lo vulgar, el surgimien-to de una nueva retórica social y el impacto de la radio y la Revolución en el lenguaje urbano.

La logofi liaDesde fines del siglo xviii y durante todo el xix cundió la obsesión por los orígenes del lenguaje; los aca-démicos y la prensa de divulgación estaban fascinados con Champollion y la Piedra de Rosetta. En Madrid, por ejemplo, antes del año 1900 se había intentado modernizar la lengua española en la literatura. Carlos Arniches quería hablar como “el pueblo” porque, como los románticos alemanes, creía que el genio de una nación reside en la lengua de su pue-blo. Se dice que Benito Pérez Galdós —el más destacado escritor español de fines del siglo xix— no buscaba inspiración en Clío ni en otra musa clásica, sino en Mariclío, la musa de la historia que no vestía más que pa-ños menores, inspirada en el folclore de la calle y las tradiciones orales populares. En la década de 1920 José López Silva había forjado un lenguaje rico y vibrante para Madrid. De he-cho, desde mediados del siglo xix la literatura española daba cabida a lo que se llamaban las hablas dialecta-les, de lo cual son ejemplos las Esce-nas andaluzas de Serafín Estébanez Calderón o los Cuentos andaluces de Fernán Caballero.4 De manera parecida, el Buenos Aires de fines de siglo, que entonces experimenta-ba un dinámico proceso de mezcla lingüística, acometió la canonización del habla gaucha de Martín Fierro. Escritores como Leopoldo Lugones y Evaristo Carriego dieron vida al len-guaje de la ciudad, demostrando que el español podía perder parte de su verbosidad sin dejar de ser concep-tualmente barroco, transformación de la lengua española que alcanzaría su cumbre con otro porteño, Jorge Luis Borges, a quien como sabemos cautivó la musa callejera de Buenos Aires.

En las letras mexicanas El periqui-llo sarniento (1816), de José Joaquín Fernández de Lizardi, novela inspira-

4� Michael P. Kramer, Imagining Language in America: From the Revolution to the Civil War, Princeton University Press, Princeton, 1991; Ramón Menéndez Pidal, “La unidad del idioma (discurso inaugural de la Asamblea del Libro Español, pronunciado en Madrid el 31 de mayo de 1944)”, en Mis páginas preferidas. Temas lit-erarios�/�Temas lingüísticos e históricos, 2 vols., Gredos, Madrid, 1957, vol. 2, pp. 46-83; María Jesús Fuente Pérez, Diccionario de historia urbana y urbanismo. El lenguaje de la ciudad en el tiempo, Universidad Carlos III, Madrid, 1999; Emma Sepúlveda-Pulvirenti, Los límites del lenguaje: un acercamiento a la poética del silencio, Torremozas, Madrid, 1990; Carlos Arniches y Barrera, Arniches. El alma popular, Litoral, Torremolinos, Málaga, 1994.

adelanto La musa callejera revisitada Historia del habla de la ciudad de México, su transformación en el periodo 1880-1830 —ese intenso tramo de la modernidad en América Latina—, recogida en documentos literarios y de otro tipo. Hablo de la ciudad. Los principios del siglo xx desde la ciudad de México es el título del libro. Adelantamos un capítulo.

mauricio tenorio trillo

mañana “la rubia” 1 Así fue lan las calles de to

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junio de 2017 la gaceta 15

Sin embargo, se consideraba que el genio de los hispanohablantes de Europa y América residía en España. De ahí que el hispanismo de fines del siglo xix y principios del xx coinci-diera con los dictados de una filología romántica de larga data, que buscaba encontrar el espíritu del pueblo en el lenguaje de la gente común. En este sentido la Ciudad de México era el centro no sólo de una revaluación del idioma de Cervantes, sino también de múltiples búsquedas nacionalistas para descubrir el espíritu del pueblo mexicano en su lenguaje.

Desde Marcelino Menéndez Pe-layo, Julio César Cejador y Frauca, Adolfo Bonilla y Ramón Menéndez Pidal hasta Francisco Giner de los Ríos, Miguel de Unamuno, Ángel Ganivet y José Ortega y Gasset, la lengua española adquirió una conciencia archivística, etnológica, política, filosófica y filológica de sí misma. Parte importante de esta empresa fue la búsqueda del espíritu del lenguaje popular. A ojos de sus es-tudiosos, la lengua española parecía un bello ejemplo de heroísmo y gran-deza hispanos en comparación con la fealdad y el poder de otros idiomas y otras naciones. Este espíritu lo buscaron filólogos en México, como Félix Ramos y Duarte, para quien “la vida íntima de un pueblo se revela en su lenguaje, que es su modo de ser, su corazón… su todo”. Pero las lenguas “reales” tenían que ser expurgadas de “cuantas locuciones y frases vi-ciosas hemos oído en el vulgo y leído en los periódicos, libros […] discur-sos, etc., las cuales hemos decidido que sustituyan a las apropiadas [las castizas]”9. Fue en la filosofía del siglo xx de José Vasconcelos donde esta opinión romántica del casticis-mo (o castellano puro) se expresó más plenamente en México; era un casticismo que poco a poco aceptó el mestizaje en la lengua no sólo como patrimonio de México, sino como re-novación del gran espíritu de España en el Nuevo Mundo.�•

publicada por su hijo Luis García Pimentel, Tip. y Lit. La Europea de J. Aguilar Vera y C., Méxi-co, 1899; Manuel Orozco y Berra, Geografía de las lenguas y carta etnográfi ca de México. Precedidas de un ensayo de clasifi cación de las mismas lenguas y de apuntes para las inmigra-ciones de las tribus, Impr. de J. M. Andrade y F. Escalante, México, 1864; Francisco Javier Santamaría, Diccionario de mexicanismos. Razonado, comprobado con citas de autori-dades, comparado con el de americanismos y con los vocabularios provinciales de los más distinguidos diccionaristas hispanoamerica-nos, Porrúa, México, 1959. Otro esfuerzo por compilar un diccionario de mexicanismos fue coordinado por Emiliano Bustos en la década de 1880: Emiliano Bustos, (ed.), Diccionario enci-clopédico mejicano del idioma español. Con-tiene todas las voces usadas en España, Méjico, y las demás naciones de la América española; las de ciencias, artes y ofi cios; las notables de historia, biografía, mitología, geografía uni-versal y principalmente de geografía, historia y estadística de la República Mejicana, 2 vols., Impr. de F. Mata, México, 1882. Véase también Cordero, Barbarismos, galicismos y solecismos de uso frecuente. Manera de evitarlos, con-forme a los cánones establecidos por los buenos hablistas, con un apéndice de los principales refranes y provincialismos de empleo corriente en la República mexican, así como una pequeña relación de las principales reglas ortográfi -cas, vda. de C. Bouret, París, México, 1918. El único esfuerzo equiparable se realiza desde hace muchos años en El Colegio de México con el Diccionario del español usual de México, en proceso hasta el momento en que esto escribo. Una versión preliminar de este diccionario se publicó en 1996 bajo el mismo título, El Colegio de México, México, 1996. Sobre Pimentel véase Joseph Albert Ellis, “Francisco Pimentel. His Life and Times”, tesis doctoral, Columbia Uni-versity, 1961.9�Félix Ramos y Duarte, Diccionario de mexi-canismos. Colección de locutores y frases vicio-sas, con sus correspondientes críticas y correc-ciones fundadas en autoridades de la lengua. Máximas, refranes, provincialismos y remoques populares de todos los estados de la República mejicana, Impr. de E. Dublán, México, 1895, p.5.

da en la picaresca española, ya bus-caba difundir el lenguaje de la calle. Lizardi contaba historias que ponían de relieve la inhibición de los pobres de la ciudad, sabedores de los modos en que su lenguaje difería del de la clase alta, al emplear lo que después se volverían expresiones comunes en la ciudad, vocablos como achicharra-do (tostado en exceso), barbaján (tipo grosero o burdo) y chiripa (suerte, casualidad favorable).5

Quizá uno de los atractivos más visibles de la musa callejera era la obsesión por el lenguaje que cobró auge en la misma Ciudad de México como parte de la conciencia lingüís-tica panhispánica florecida entre las décadas de 1880 y 1930. Las ciudades de fines del siglo xix, tanto en las Américas como en Europa, se desarrollaron a la sombra de sus respectivas lenguas nacionales, y surgieron centenares de “eruditos” especialistas en lenguaje para prote-ger, transformar, regular y estu-diar las sutilezas de los idiomas. El espíritu cientificista de la época y la búsqueda romántica de la unicidad y autenticidad hallaban en la lengua el matrimonio perfecto.6 Se crearon esquemas evolucionistas y senti-mentales para explicar el origen del lenguaje y del genio de distintos pueblos. En 1921, tras años de inves-tigación lingüística, Edward Sapir juzgó necesario llamar a un retorno al concepto variabilidad para supe-rar el misticismo del lenguaje y verlo más bien como algo en constante cambio y a la deriva.7

Lo que entonces se conocía como escuela alemana de filología fue fun-damental en el estudio del lenguaje en todos los países, sin importar de qué lengua se tratara. Wilhelm von Humboldt y August Schleicher fueron actores en muchas historias nacionales. En México, Francisco Pimentel, considerado uno de los más grandes filólogos del país en el siglo xix, resumió los hallazgos de las escuelas alemana y francesa en su Cuadro descriptivo y comparativo de las lenguas indígenas de México o tratado de filología mexicana (1874-1875). Manuel Orozco y Berra y Joa-quín García Icazbalceta fueron otros dos importantes filólogos modernos de la segunda mitad del siglo xix. El primero trazó el mapa de las lenguas mexicanas; el segundo acometió el primer diccionario de español mexi-cano (de mejicanismos o mexicanis-mos), aunque no llegó a terminarlo: murió en 1894 cuando el diccionario iba apenas en la “G”. Francisco Javier Santamaría, importante filólogo de la década de 1920, reanudó el trabajo de García Icazbalceta donde éste lo había dejado. Lo terminó en 1959, a la edad de 70 años, y su diccionario sigue siendo de los más autorizados del español de México.8

5� José Joaquín Fernández de Lizardi, El periquillo sarniento (1816), Asociación de la Prensa Hispanoamericana, Madrid, 2001, pp. 188-189. Véase también Albert L. Donnell, El lenguaje del Pensador Mexicano, unam, México, 1950 (aunque fue impreso en forma de libro, parece ser una tesis de maestría).6� Penélope J. Corfi eld (ed.), Language, His-tory, and Class, Basil Blackwell Boston, 1991; Michael Shapiro, The Sense of Change: Lan-guage as History, Indiana University Press, Bloomington, 1991; Roger Chartier, Culture écrite et société. L’ordre des livres (xive-xviiie siècles), Albin Michel, París, 1996.7� Edward Sapir, Language: An Introduction to the Study of Speech, Harcourt, Bruce & Co., Nueva York, 1921 [El lenguaje. Introducción al estudio del habla, trad. Margit Frenk y Antonio Alatorre, fce, México, 1954].8� Joaquín García Icazbalceta, Vocabulario de mexicanismos, comprobado con ejemplos y comparado con los de otros países hispano-americanos. Propónense, además, algunas adi-ciones y enmiendas a la última edición (12ª) del Diccionario de la Academia, obra póstuma

fragmento La trompetilla acústicaEl fce publica la novela La trompetilla acústica en el primer centenario del nacimiento de su autora. Adelantamos un fragmento, donde la narradora muestra gran destreza, soltura y un sentido del humor típicamente inglés al abordar el tema de la vejez y el desprecio de los viejos por los jóvenes. Pero esto es sólo el comienzo realista de una aventura plenamente surrealista.

leonora carrington

Cuando Carmela me regaló la trompeti-lla acústica, pudo haber previsto las consecuencias. Car-mela no es lo que pudiera llamar ma-

liciosa, simplemente ocurre que tie-ne un curioso sentido del humor.

La trompetilla era un bello ejemplar entre los de su clase, sin que fuera realmente moderna, lucía muy bonita con sus motivos florales dibujados en incrustación de plata y nácar, elegantemente curvada como el cuerno de un bisonte. La belleza no era la única cualidad de la trompetilla, amplificaba tanto los sonidos que aun las conversaciones más ordinarias se hacían harto audibles para mí.

Debo aclarar que no todos mis sentidos han sido destruidos por la edad. Mi vista es todavía excelente, aunque uso impertinentes para leer, cuando leo, lo cual ocurre muy rara vez. Verdad es que el reumatismo en cierta forma ha doblegado mi esqueleto, pero esto no me impide dar una caminata cuando hace buen tiempo y barrer mi cuarto una vez por semana, los jueves. Una forma de ejercicio que resulta a la vez útil y edificante. Todavía soy un miembro útil de la sociedad, capaz de mostrarse agradable y entrete-nido cuando la ocasión se presenta favorable. El hecho de no tener dientes y resultarme imposible usar dentadura postiza no me incomoda; no me siento obligada a morder a nadie, además uno puede procu-rarse toda suerte de comestibles suaves y fáciles de digerir: puré de papas, chocolates y pan humedecido en agua tibia constituyen la base de mi simple dieta. Nunca como carne, puesto que considero un error privar de la vida a los animales. La carne es además difícil de masti-car, a menos que se sirva en trozos pequeños. Tengo ahora noventa y

nueve años y por espacio de unos quince he vivido con mi nieto y su familia. La casa está situada en un barrio residencial; en Inglaterra se la consideraría como una quinta de los suburbios, con su pequeño jardín. Hay un hermoso patio que comparto con mis dos gatos, una gallina, unas cuantas moscas, una planta llamada maguey, la sirvienta indígena y sus dos desnutridos pequeñuelos.

Mi cuarto da a este hermoso patio, lo cual resulta muy conve-niente pues no hay escaleras que trepar; simplemente tengo que abrir la puerta cuando quiero disfrutar de las estrellas durante la noche o del sol de la mañana, que es la única forma de luz diurna que puedo soportar.

Por algunos años y lentamente ha venido creciendo el temor de que nunca regresaré al Norte, de que nunca me alejaré de aquí. No debo abandonar la esperanza, milagros ocurren, muy a menudo ocurren. Al-gunas personas piensan que cincuen-ta años es una visita demasiado lar-ga a un país. Para mí, cincuenta años no significan más que un espacio de tiempo pegada en un lugar donde no quiero estar en absoluto […]

Un día encontraré la forma de salir de aquí y sabré por qué he permanecido tanto tiempo cuando mire de nuevo los renos y la nieve, los cerezos y praderas y escuche otra vez el canto de los tordos con la ayuda de la trompetilla que habré de conservar a costa de todo. Inglate-rra no es siempre el centro de estos sueños, ni siquiera deseo vivir en Inglaterra aunque tendré que ir a hacerle una visita a mi madre, que se está poniendo vieja, aunque goza de excelente salud.

Ciento veinte años no es una edad excesiva considerada desde un pun-to de vista bíblico [...]

En efecto, poseo una barbita corta y gris, que gente convencional podría encontrar repulsiva, aun-

la musa callejera revis itada

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16 la gaceta junio de 2017leonora carrington

un adorno. Después de una serie de complicados gestos la puso en mi oreja y lo que yo siempre había es-cuchado como un delgado y distante hilo de voz, llenó mi cabeza como el bramido de un toro furioso.

—¿puedes oírme? ¡Ah, Marion! Podía, en efecto, y era aterrador.

Asentí, perdida el habla: este espan-toso sonido era peor que el ruido de la motocicleta de Robert.

—Esta magnífica trompetilla va a cambiar tu vida —vociferó Carmela.

—No me grites —pude finalmente decir—. Me pones nerviosa.

Carmela y yo tuvimos que echar-nos a reír.

—Un milagro —dijo Carmela todavía excitada pero usando un tono de voz más bien apacible—. Tu vida cambiará.

Ambas nos sentamos y chupamos un caramelo con sabor a violeta de los que le gustan a Carmela porque endulzan el aliento, a los que me es-toy acostumbrando a pesar del más bien desagradable sabor y comenzan-do a disfrutar en aras de mi afecto por Carmela.

Entonces nos pusimos a pensar sobre todas las revolucionarias posi-bilidades de la trompetilla acústica.

—No solamente podrás sentarte y escuchar bella música, sino que estarás en la feliz situación de poder espiar y averiguar lo que tu familia dice acerca de ti, lo cual será muy divertido —dijo Carmela, habiendo terminado de chupar su pastilla de violeta y encendiendo el pequeño puro de tabaco negro que suele fu-mar en las grandes ocasiones.

—La existencia de la trompetilla debe ser mantenida en secreto —agregó—, porque pueden quitártela si no quieren que sepas lo que hablan.

—¿Por qué querrían esconder nada de mí? — pregunté pensando en la afición de Carmela por el drama—. No les causo ningún problema, casi nunca me ven.

—Uno nunca sabe —dijo Carme-la—. La gente mayor de siete años o menor de setenta no es de confiar, a menos que sean gatos; nunca está de más ser muy cuidadoso. Pienso en el goce de escuchar las conversaciones de la gente cuando ellos creen que uno no puede oírlos.

—¿Cómo se puede evitar que vean la trompetilla? —dije con aire de duda—. ¡Los bisontes son animales grandes!

—Claro está que no debes dejarles verte usándola, debes esconderte y escuchar —me advirtió Carmela.

Yo no había pensado en esconder-me; la trompetilla me ofrecía una aventura.

—Bueno, Carmela —dije—. Es una gran gentileza de tu parte regalar-me la trompetilla, y estos diseños de nácar son muy bonitos, parecen jacobino.

Carmela lucía contenta:—Podrás escuchar la última carta

que escribí y que no he despacha-do porque quería leértela antes de hacerlo [...]

Cuando me fui de casa de Carmela era casi la hora del almuerzo. Llevaba la trompetilla bajo el brazo envuelta en papel de seda ocultándola con mi chal y caminaba lentamente para ahorrar energía.

Era presa de gran excitación y casi había olvidado que había sopa de tomate para el almuerzo. La sopa enlatada de tomate siempre me ha encantado y no la tomamos muy a menudo.

Mi estado de alegría me impulsó a entrar por la puerta del frente en lugar de hacerlo por la puerta de servicio que es mi manera usual de

entrar a casa. Muriel había escon-dido algunos chocolates detrás de los anaqueles con libros y pensé que podía tomar unos pocos. Muriel es muy tacaña con los dulces; si fuera más generosa no estaría tan gorda. Muriel había salido a comprar las fundas para los muebles a fin de ocultar las manchas de grasa que te-nían en su tapicería. Personalmente, me disgustan esas fundas y prefiero muebles lavables de mimbre porque resultan menos deprimentes que la tapicería cuando está manchada. Desgraciadamente, Robert estaba en la sala agasajando a dos de sus amigos con algunas bebidas. Todos me miraron fijamente cuando les expliqué que había salido a dar mi caminata de los lunes. Mi dicción no es muy buena a causa de haber per-dido todos mis dientes. Robert lucía embarazado al principio y luego furioso; me tomó por un brazo y me empujó rudamente hacia el pasillo. Como dice Carmela, la gente de me-nos de setenta y más de siete no son nunca dignos de confianza […]

Claro está que si yo tuviera el don que tiene Carmela de la psicología perceptiva, podría haberme asus-tado. En todo caso y en cuanto a mi conocimiento se refiere, no hay nada que yo pudiera haber hecho para cambiar el futuro. Una buena parte de mi vida la he empleado esperan-do, infructuosamente las más de las veces. Tracé un plan de acción a fin de descubrir los motivos de la insó-lita gentileza de Galahad; no es que le falten sentimientos humanitarios, sino que considera la gentileza hacia los seres que cree inanimados como una pérdida de tiempo.

Cuando el atardecer se convirtió en noche y la hora de la cena ha-bía pasado, esperé que la criada se retirara y entonces desenvolví la trompetilla y fui a esconderme en el oscuro pasillo que comunica la coci-na con la sala. La puerta allí estaba siempre abierta, de modo que no tuve dificultad para contemplar un bello cuadro de la vida en familia. Galahad estaba sentado frente a Muriel cerca de la chimenea que contenía unas brasas eléctricas; estaban apagadas, pues el tiempo era cálido, de todos modos nunca daban calor.

Robert estaba sentado en el estre-cho sofá y se entretenía cortando en tiras el periódico de la mañana.

Las fundas nuevas ya estaban colocadas en las sillas y el sofá; eran de color castaño oscuro, prácticas y fáciles de lavar. Los tres miembros de mi familia sostenían una anima-da discusión.

—Aun si no sucediera nunca más, me sentiría avergonzado de invitar alguno de mis amigos aquí —vocife-ró Robert, tan estentóreamente que tuve que retirar la trompetilla un poco de mi oreja.

—Yo creí que todo había sido decidido —dijo Galahad—. No tienen por qué seguir tan exaltados si ya hemos acordado entre todos que la abuela lo pasaría mejor en un hogar de ancianos.

—Tú siempre decides las cosas con veinte años de retardo —dijo Muriel—. La abuela ha sido causa de ansiedad y molestias para nosotros durante los últimos veinte años y tú has sido testarudo y débil mante-niéndola aquí sólo por satisfacer tu morboso sentimentalismo.

—Eres injusta, Muriel —dijo Galahad sin mucha entereza—. Bien sabes que nunca tuvimos los medios de mantenerla en una institución antes de la muerte de Charles.

—El gobierno dispone de institu-ciones para los viejos y enfermos—

que personalmente yo la encuentro harto elegante. “Sobre gustos y colores…”

A Inglaterra iría sólo para per-manecer unas pocas semanas, luego realizaría el gran sueño de mi vida y me iría a Laponia para pasear en un trineo arrastrado por perros lanudos.

Ésta, naturalmente, es una digresión; no quiero que nadie piense que mi mente desvaría. A decir verdad desvaría, pero nunca más allá de donde yo quiero.

De modo que vivo con mi nieto, Galahad, más que todo en el patio.

Galahad tiene una familia nume-rosa y no es rico en absoluto; vive del escaso sueldo pagado a los em-pleados del servicio exterior que no son embajadores […] Galahad está casado con la hija del gerente de una fábrica de cemento; se llama Muriel y es hija de padres ingleses.

Muriel y Galahad tienen tres hijos, uno de los cuales, el menor, todavía vive aquí con nosotros. Este mucha-cho, Robert se llama, tiene veinti-cinco años y sigue soltero. Robert no tiene un carácter agradable y desde niño era malo con los gatos. Anda, además, en una motocicleta y trajo un televisor a la casa. Actualmente, rara vez voy a la parte delantera de la casa, dado que mis modales en la mesa se salen de lo acostumbrado. La edad lo hace a uno menos sensible a la idiosincrasia de los demás. De todos modos, no proporciono moles-tias a nadie y mantengo mi cuarto y mi persona limpios sin ayuda de ninguno.

Con cada semana llegan algunos pequeños placeres: de noche cuando hay buen tiempo, el cielo, las estre-llas y naturalmente la luna en todo su esplendor.

Los lunes, cuando hace buen tiem-po, bajo dos cuadras por la calle y visito a mi amiga Carmela. Ella vive en una casa pequeña con su sobri-na que hornea tartas para un salón de té sueco a pesar de ser hispana. Carmela tiene una forma de vida muy llevadera y es bastante intelectual; lee libros a través de unas elegantes antiparras y rara vez habla consigo misma. Carmela teje unos suéteres muy elegantes, pero el gran placer de su vida consiste en escribir cartas. Carmela escribe cartas a gentes de todas partes del mundo a quienes nunca ha conocido, firmándolas con toda suerte de románticos nom-bres, jamás, desde luego, con el suyo propio. Carmela despreciaría las cartas anónimas, ¿y quién sería tan poco práctico como para responder-las? Estas cartas maravillosas salen por correo aéreo, escritas en una forma celeste con la fina caligrafía de Carmela. Nunca llega una respuesta. La gente no tiene tiempo para nada realmente interesante […]

—¡Marion! Te estaba esperando —dijo ella sin prestar atención al huevo caído—. Llegas con veinte minutos de retardo. Algún día olvidarás venir del todo.

Su voz era un delgado hilillo y esto fue más o menos lo que ella dijo, pues naturalmente yo no podía oírla. Me arrastró hacia adentro y tras varios intentos me hizo compren-der que tenía un regalo para mí. ¡un regalo!¡un regalo!¡un regalo!

Carmela me ha hecho regalos muchas veces; algunas veces teji-dos, ocasionalmente golosinas, pero nunca la había visto presa de tal excitación.

Cuando Carmela desenvolvió la trompetilla acústica yo no tenía idea de si se trataría de algo para comer, para beber o si, por ventura, sólo de

exclamó Muriel—. Debió habérsela enviado hace largo tiempo.

—No estamos en Inglaterra —dijo Galahad—. Las instituciones de esa clase aquí no son propias para seres humanos.

—A la bisabuela —dijo Robert—, no se le puede considerar como un ser humano. No es más que una bol-sa vieja de carne en descomposición.

—¡Robert! —exclamó Galahad sin mayor convicción—. ¡Robert!

—¡Pues bien, basta ya! —gritó Robert—. Invito a un par de amigos aquí a beber una copa y ese mons-truo se aparece gritando en pleno día. Yo la eché fuera.

—Recuerda, Galahad —añadió Muriel—, la gente a esa edad son como vegetales, ni siquiera son animales. Ella lo pasará mejor en un lugar donde haya personal entrena-do que la cuide; hoy día esos lugares están de lo más bien organizados. Me entrevisté hoy con el director de la institución; el doctor Gambit es un médico y su hogar para ancianos y enfermos parece el mejor lugar para la abuela.

—No hay más que discutir—dijo Galahad—. Todos estamos de acuerdo en que la abuela sea enviada donde el doctor Gambit y su esposa, espero que se sienta contenta. A propósito, la institución se llama El Pozo de la Hermandad de la Luz.

—Su cuarto será un excelente ta-ller de motocicletas —dijo Robert—. Mientras más pronto se vaya, mejor.

Retiré la trompetilla de mi oído porque me dolía el brazo; la conver-sación me había revelado tal cúmulo de repulsivos cambios planeados para mi vida, que me sentí impul-sada a irme a la cama y tratar de pensar.

Ya en mi cuarto, con la camisola de lana puesta, me di cuenta que estaba temblando con calentura. La idea que me atormentaba fue, al principio, “los gatos. ¿Qué pasará con los gatos?”, luego, “Carmela, ¿qué hará Carmela los lunes por la mañana?”, y la gallina roja, “¿qué será de la gallina roja? ¿dónde pon-drá los huevos?”, y “¿cómo se atre-ven a suponer que uno está mejor muerto que vivo?” “¿Cómo pudieran saberlo?” ¡Oh Venus!, ¿qué he hecho para merecer esto? (Siempre le rezo a Venus por ser una estrella tan brillante y reconocible.) (“El cono-cimiento de lo que es mejor para los otros y la decisión de hacerles bien, les guste o no.”) “¡Oh, Venus!, ¿y los gatos? ¿Qué será de Marmeen y Tchatcha? Nunca hilaré su lana para hacerme el suéter con que calentar mis huesos, nunca me vestiré con lana de gato. Probablemente tendré que ponerme un uniforme y ninguna gallina roja pondrá todos los días un huevo en mi cama.” Atormentada por todas estas terribles visiones, caí en algo más cercano a la catalep-sia que al sueño.�•

la trompetilla acústica

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caí en algo más cercano a la catalep-sia que al sueño.�•

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junio de 2017 la gaceta 17 andrea garcía flores

fragmento Nashville o el juego del lobo

El hombre que alimentaba a los tre-nes.

El hombre que alimentaba a los tre-nes estaba muerto, Svenja fue com-prendiéndolo poco a poco. El amable anciano con sus comentarios crípti-cos y sus bolsas de plástico y sus bo-tellas retornables. A partir de ese día los trenes elevarían en vano la mira-da hacia el Puente Azul. Nadie estaría allí para despedirlos.

¿Qué sería lo que sabía el hombre que alimentaba a los trenes?

Había muerto de manera similar a Sirja la Leona. Menos escondido que en un bosque, casi al desnudo. No llevaba mucho tiempo allí tirado. La sangre que empapaba el cartón no estaba del todo seca cuando lo encon-traron. En un paso subterráneo jun-to a la estación te encuentran rápido, siempre pasa suficiente gente por allí. En un paso subterráneo junto a la estación no te oye nadie si gritas. Nunca pasa suficiente gente por allí.

Svenja dejó aparcada la bicicleta y echó a correr. Tenía que encontrar a Nashville.

La noticia ya se había extendido por toda la ciudad mientras Svenja regresaba aquella tarde a casa de la universidad. La cadena de su bicicle-

ta se había soltado de nuevo, así que la empujaba a través de las calles. Al principio sólo le llegaron retazos de conversaciones que tenían lugar a su alrededor.

“Yacía en el paso subterráneo. El que está cerca de la estación” “Esa mujer que encontraron en el bos-que… ¿No era también uno de ellos?” “Ya es el segundo.” “Imagínate, pa-sas una mañana por ese túnel que lleva a la estación y te encuentras.” “No, gracias.”

En el escaparate de una tienda de Telekom había un televisor encendido. Desde la pantalla la cara del hombre la miró, en un programa de noticias loca-les. En la foto sonreía. Era una foto-grafía amarillenta, vieja, escaneada, pero él sonreía. Sus cabellos canosos y descuidados no eran aún tan largos.

Habían estado solos, pero al mis-mo tiempo eran una especie de grupo: Sirja la Leona, el joven entre líneas, la mujer Country Roads, el hombre que alimentaba a los trenes. Sirja y el hombre que alimentaba a los tre-nes estaban muertos. Svenja pensó en el curso de preparación anatómi-ca y en los músculos del cuello, que estudiarían más tarde. Pensó: “Las personas entre líneas no valen nada, pueden usarse para probar un cuchi-llo”. Era una frase terrible, no era su opinión, sólo una frase. Hizo una bola con ella y la arrojó lejos.

Alguien la esperaba sentado ante la puerta junto al saúco. No era Nash-ville.

Era Katleen. Pelaba manzanas con movimientos pequeños y seguros, sin mirar el cuchillo ni las manzanas. Miró a Svenja mientras ésta se acer-caba.

—No te preocupes —dijo Kat-leen—. Regresaré. Estoy con los míos.

—¿Cómo?Katleen se rio, de un modo algo

despectivo.

—Es lo que tenía que decirte. De parte de él. Tu hijo adoptivo. Parece que soy su bloc de notas.

—Pensé que no hablaba contigo.Katleen se encogió de hombros.—Yo estaba aquí y él necesitaba a

alguien para dejar el mensaje. Todos ustedes aparecen sólo cuando necesi-tan algo.

—Eso no es cierto, yo… —empezó a decir Svenja, pero se calló. Katleen tenía razón.

Katleen tomó el cuenco con las manzanas peladas y se levantó.

—Te entregué el mensaje —dijo—. Ahora ya puedo irme. Refrescó —levantó la mirada hacia el cielo—. Vendrán más lluvias.

—Katleen… —empezó a decir Svenja insegura. Sentía que debía ha-cer algo con Katleen, algo como un gesto de agradecimiento por el men-saje. Por la semana que vivieron en su casa. Por la bicicleta. Por todo—. ¿Qué… qué vas a hacer ahora?

—Pastel de manzana —respondió Katleen, volteó y echó a andar.

—Espera —dijo Svenja sin dema-

La autora del reconocido El cuentacuentos (fce, 2015) nos entrega ahora una historia de suspenso que introduce lo fantástico o muy extraño y hasta repulsivo en la vida cotidiana de las personas comunes. La atmósfera moral de la comunidad es parte de la representación, y la trama es contada en fragmentos con estilo ágil. Muy recomendable para jóvenes y otros no tan jóvenes.

antonia michaelis

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18 la gaceta junio de 2017andrea garcía flores

inscripción “Aquí vomitó Goethe” en la casa junto al mercado está relacio-nada con ese hecho —su sonrisa se convirtió en polvo y cayó, y Friedel la retiró de la mesa con un movimiento de la mano. Bajo la sonrisa llevaba algo que parecía preocupación—. ¿Va todo bien?

—No —dijo Svenja en voz baja—. Tráeme algo, no sé, una cerveza… ¿Tienes tiempo?

Friedel sacudió la cabeza:—Mi turno es hasta las once. Ten-

dría que inventarme algo… ponerme enfermo…

—No. ¿Te enteraste de lo del in-digente en el paso subterráneo de la estación?

—¿Un indigente?—Sí. Mataron a otro. Todo el mun-

do habla de eso… Nashville diría que era uno de los suyos. Un anciano, de cabellos largos y canosos. Recogía botellas retornables, en el lago Anla-gen detrás de los colegios… ¿Entien-des lo que eso significa?

Friedel asintió muy despacio con la cabeza. Pero Svenja no estaba segura de que comprendiera de verdad. Pare-cía cansado y bastante resacoso, aun-que la mañana quedaba ya muy lejos. Svenja alargó una mano y siguió con un dedo las ojeras de Friedel.

—¿Friedel? ¿Qué hiciste anoche?—El Gato Carlo me llevó a una fies-

ta… —se encogió de hombros—. En al-gún momento de la noche acabé en los jardines inclinados, donde viven mis abuelos. A veces duermo en su casa… Me habría quedado en tu departa-mento, lo sabes. Pero me enviaste a casa. Así que…

Svenja lo vio desaparecer detrás de la barra envuelto en su delantal ver-de. Mientras tanto, Nils contaba algo en la mesa grande. Los otros rieron. Los brindis atravesaban el aire car-gado de cerveza pasando de un lado a otro como pelotas.�•

siada fuerza. Pero se alegraba de que Katleen se fuera. Tenía otras cosas que hacer.

Tenía que recoger a un niño y lle-varlo a casa.

“Estoy con mi gente.”

—¿Mamá?—¡Svenja! ¿Va todo bien?—Sí, sólo quería… Quería llamar-

te… Dijiste que podrías venir a verme.—¿Sí? —la madre de Svenja sona-

ba cautelosa.—¿Podrías venir ahora? ¿Ahora

mismo?—En este mismo minuto, no. Estoy

trabajando. Pero después puedo me-ter un par de cosas en la maleta y buscar un tren… ¿Svenja? ¿Estás llo-rando?

—Ay, no, ¿qué dices? —dijo Svenja, y se sorbió la nariz—. Sólo que todo esto empieza a superarme un poco.

—Ahora mismo me pongo con la maleta —dijo su madre—. Mañana temprano estoy allí. Te envío un SMS con el tiempo exacto de llegada.

De camino al Neckarmüller Svenja pensó que por supuesto no cambiaría nada. Su madre no podía decirle de quién era el cuchillo que seccionaba gargantas. Sin embargo, necesitaba que la tomara en sus brazos. Olvi-darse de cualquier responsabilidad durante cinco minutos. Y contarle todo.

Había sentido miedo todo el tiem-po, pero ese miedo era vago y se en-tremezclaba con la esperanza de que el asesino ya no estuviera en la ciu-dad.

Estaba.Ahora Svenja lo sabía.Estaba y no había terminado aún lo

que empezó.

En medio del ajetreo habitual de las primeras horas de la tarde, el Nec-karmüller zumbaba como un panal de

abejas. Todo el mundo estaba a pleno rendimiento, había mucho que hacer: ocuparse de los grifos de cerveza, lle-var cerveza de un lado a otro, servir cerveza y, sobre todo, beber cerve-za. Svenja se detuvo un momento en la terraza sobre el Neckar y observó cómo el frente de mal tiempo comen-zaba a acercarse poco a poco. Sintió las primeras ráfagas de viento frío contra las mejillas y entró en el bar para tomar un lugar en un taburete que poseía su propia mesa indivi-dual, una pequeña, cerca de la barra. Cuando descubrió a Friedel entre los camareros que iban y venían tuvo que sonreír. Vestido con el uniforme del servicio del Neckarmüller —cami-sa blanca y delantal verde— parecía tan fuera de lugar como en el salón de preparación anatómica.Incluso ha-bían conseguido que se recogiera las rastas en una especie de moño sobre la nuca.

Algo más allá, un puñado de estu-diantes de una fraternidad ocupaba una mesa más grande en compañía de unos caballeros ya mayores. To-dos llevaban los mismos colores y las bandas de sus equipos cruzadas sobre el pecho. Parecían un poco escolares en clase de gimnasia: ya habían elegido sus equipos y la pro-fesora les había proporcionado di-ferentes colores antes de dejarlos salir a jugar. Tal vez beber cerve-za fuera en realidad un deporte de hombres.

Durante un rato la conversación fluyó sin llamar la atención de Svenja, que esperaba el momento adecuado para hablar con Friedel. Sin embargo, de repente hubo una frase que le hizo levantar la cabeza.

—… así que se cargaron a otro —dijo uno de los caballeros de mayor edad—. Junto a la estación.

Svenja se quedó completamente paralizada, todo su cuerpo conver-tido en un oído.

—Con muy poco estilo —dijo otro—. Atravesarle la garganta: tsk, tsk.

Se rieron. No era una risa malicio-sa. Pero se rieron.

—Ahora en serio —dijo una terce-ra voz, con más gravedad—. ¿Quién hace algo así? ¿Cortarle el cuello a un indigente?

—Algún perverso —la respuesta se encogió de hombros y de nuevo habló uno de los hombres de mayor edad:

—Algún loco. Desde luego, no es agradable pensar que un tipo así se pasea por aquí. Hasta le entran ganas a uno de llevarse la espada cada vez que sale de casa por la noche. En mis tiempos yo era el más rápido de toda la fraternidad.

—Sí, en salir corriendo —dijo otro de los mayores, y las protestas del primero se perdieron en medio de re-novadas carcajadas. Svenja oyó los vasos chocar entre sí.

—A partir del sábado podrá defen-dernos este joven —comentó uno—. El sábado será tu primer duelo, ¿cier-to? Pronto dejarás de ser un zorro. Nuestros pequeños se hacen mayo-res —un suspiro, acompañado de más risas. ¿De dónde sacarían toda esa risa? ¿Acaso flotaba en el fondo de las botellas de cerveza, estaría pegada en las bandas que llevaban sobre el pe-cho?

—Luego iremos a celebrarlo, ¿ver-dad?

—Ya veremos cómo me siento cuando me hayan cosido —dijo una voz más joven, que a todas luces se esforzaba por producir la misma risa profunda y despreocupada. Era la voz de Nils.

—¿Qué desea tomar la señora?Svenja se sobresaltó. Friedel le

sonreía parado frente a ella.—A los turistas les recomendamos

la cerveza de nuestra propia fabrica-ción. Ya la bebían Hölderlin y Goethe. Por otro lado, hay indicios de que la

nashville o el juego del lobo

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junio de 2017 la gaceta 19 fce españa

El presente libro, que me honro en presentar, tiene, a mi pare-cer, una lista de aciertos tan larga que no sé por dónde em-pezar. Pero no se alarmen, seré breve:

En primer lugar, el acierto de haber prescindido de la encomiástica y de la his-toria de bronce —tan recurridas en temas como éste— y haber tocado tierra, la tierra de la polí-tica real, una política que resultó a fin de cuentas en una gran visión de política exterior, pero que se fue construyendo en las arenas movedizas del azar y la contingencia, como toda política.

El ejemplo más claro de este acierto es la docu-mentación del encuentro —el afortunado encuen-tro— de un Estado mexicano necesitado de definir su identidad y fundar su legitimidad en la matriz revolucionaria de la que provenía, y la Segunda República Española, necesitada a su vez de apoyo, acosada como estaba, desde adentro y desde afue-ra, por el feroz e implacable avance de los ejércitos nazifascistas en los años treinta del siglo pasado.

Otro acierto del libro es su documentación de cómo la solidaridad mexicana con el exilio español se volvería un símbolo de alto valor humano, ético y político. Símbolo que se expresó en la decisión del presidente Lázaro Cárdenas de no establecer rela-ciones diplomáticas con la dictadura franquista. En este largo episodio hablamos de nuevo de polí-tica en un plano superior, aquella que es capaz de crear grandes mitos identitarios de un gobierno, un sistema político y un gobernante, en este caso el presidente Cárdenas. Apenas necesito aclarar que no hablo de mito en el sentido de falsificación de la realidad, sino de creencia profunda y arraigada que da cohesión a un grupo, una comunidad, una nación.

Otro acierto del libro es su descripción y aná-lisis del factor humano, con énfasis en las bio-grafías, la formación, la experiencia y hasta las emociones de los diplomáticos que protagonizaron

esta hazaña antes, durante y después de la guerra civil. En este aspecto cabe resaltar la técnica de investigación, el método y la narrativa de los auto-res, que hurgaron en archivos, crónicas, noticias, informes confidenciales, relatos y testimonios, lo que dio por resultado un cuadro complejo y una conmovedora historia coral que reproduce las vo-ces de españoles y mexicanos en todo su drama-tismo: el espolón del miedo, el olor de la sangre, el mandoble de la traición y la aflicción de la derrota.

Uno de los episodios más conmovedores de esta historia son los últimos días del presidente Manuel Azaña, el presidente moribundo de una república moribunda, quien muere en una extensión de la legación mexicana en Francia, junto al embajador mexicano Luis I. Rodríguez, episodio con el que acertadamente Carlos Sola inicia la introducción del libro.

Por fortuna la historia no terminó ahí, de hecho nunca termina, como lo ha debido aprender Fran-cis Fukuyama. Después de un periodo de 40 años, la dictadura terminó y regresó la democracia en uno de los capítulos más venturosos, benéficos y civilizados de España. Con el regreso de la demo-cracia, las relaciones diplomáticas de México y Es-paña fueron reanudadas.

De esto hace ya 40 años, y no puedo dejar de destacar el acierto editorial de la filial española del fce a cargo de Francisco Ruiz, nuestro amigo Paco, de publicar este libro como una de las activi-dades conmemorativas de esta fecha tan honrosa para ambas naciones. Deseo también expresar mi reconocimiento al profesor Aurelio Martín Náje-ra, de la Universidad de Alcalá de Henares y di-rector de la Fundación Pablo Iglesias, por haber propuesto la publicación de esta obra.

Tomaré dos minutos adicionales para subrayar un par de aspectos más de los paralelismos histó-ricos que marcan la estrecha fraternidad de Méxi-co y España, ahora fortalecida. He dicho que aquel encuentro, aquel cruce de caminos, con todos los sufrimientos y sinsabores que trajo consigo, fue

decisivo en el proceso de construcción del Estado surgido de la Revolución mexicana, y mantuvo en alto el ideal de la República española en la época más oscura y destructiva del siglo xx.

Al subrayar estos hechos no pretendo hacer un ejercicio de nostalgia ni de paralelismos mecani-cistas, sino de recuperación de las lecciones de la vida y la historia como guía de lo que debemos ha-cer y no hacer en nuestro propio tiempo, que se ha vuelto también incierto y desafiante.

Como es obvio, estamos ante un resurgimien-to de la intolerancia y el nacionalismo xenófobo y racista en América y Europa. Hay procesos en cursos y amenazas de ruptura de tratados y enten-dimientos concebidos precisamente para recons-truir la convivencia y la cooperación entre las na-ciones después de la segunda Guerra Mundial. Los paralelismos históricos abundan. Por ejemplo, las expresiones denigratorias de los centros de poder mundial tanto contra la República española como contra México y la Revolución mexicana, como lo documenta tan brillantemente el académico y diplomático Ángel Viñas en el libro. Expresiones que nos suenan familiares en vistas de las ofensas del presidente de los Estados Unidos, Donald J. Trump, contra México y Europa y todo lo que no sea America First.

Por encima de las denigraciones, ofensas y agresiones de ayer y hoy están las lecciones que este libro recoge: la capacidad de crear, en medio del fragor bélico, doctrinas y políticas de derecho internacional alternativas a la arbitrariedad y prepotencia de los países más poderosos. La Doc-trina Estrada frente a la Doctrina Monroe, como nos recuerda el profesor Viñas.

La experiencia diplomática en torno a la defen-sa de la República española entraña un legado de templanza, lucidez y visión estratégica para la ac-ción en los foros mundiales, desde la Sociedad de las Naciones hasta la Organización de las Nacio-nes Unidas. También está la capacidad de los esta-distas de la época para crear mitos movilizadores de la sociedad, como el mito antifascista entre Mé-xico y España, como lo documenta la colaboración de Abdón Mateos para este libro, mito que estuvo también presente en las movilizaciones populares de México en los años treinta y cuarenta, movili-zaciones teñidas de episodios de intenso calor hu-mano, como la recepción de los refugiados españo-les y de los legendarios niños de Morelia.

No está de más decir que las elaboraciones jurí-dicas, intelectuales y políticas de los diplomáticos y estadistas mexicanos de aquellos años termina-ron por nutrir la política exterior de México en el largo plazo, como lo demostró la defensa de la Re-volución cubana frente al asedio estadounidense y la defensa de la democracia popular de Salvador Allende en Chile contra el golpe militar.

Termino con la siguiente conclusión inspirada por el libro: aquellos diplomáticos fueron hom-bres que supieron estar a la altura de su tiempo. Los tiempos de hoy son distintos o, mejor dicho, la incertidumbre y el desafío que provocan son distintos. Incluso es probable que las fórmulas y doctrinas de la soberanía nacional ya no sean del todo aplicables o reproducibles al pie de la letra ante experiencias supranacionales exitosas, como la de Europa, o ante las nuevas concepciones de los derechos humanos, que en buena hora tienden a impedir que los gobernantes que los violen se es-cuden en la soberanía de sus países.

Pero lo rescatable de aquellos estadistas no está en las fórmulas que idearon para responder a los retos de su tiempo, sino en su capacidad de dar respuestas originales y trascendentes. Cambian los desafíos; lo que no cambia es el deber de estar a la altura de ellos.

De aquí desprendo la última lección del libro: para enfrentar los nuevos retos no hay nada más contraindicado que menospreciar aquel legado de creatividad jurídica, política e institucional. Nada más contraindicado que la repetición mecánica de fórmulas ideadas para otras circunstancias. Nada más contraindicado que la competencia oportu-nista de políticos e intelectuales por ganar adeptos con gestos estridentes contra Trump, Le Pen y el Brexit. En el otro extremo, nada más contraindi-cado que la pasividad ante el avance de la xenofo-bia, el racismo y la intolerancia.

Ante esto último recojo las palabras de Narciso Bassols, representante mexicano en la Sociedad de las Naciones en 1936: “Lo único que no puede hacerse es no hacer nada.”�•

Los diplomáticos mexicanos y la Segunda República EspañolaReproducimos las palabras de José Carreño Carlón, director general de este grupo editorial, en el Instituto de México en España, el 27 de marzo pasado, durante la presentación de Los diplomáticos mexicanos y la Segunda República Española (1931-1975), editado por la fi lial española del Fondo.

josé carreño carlón

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20 la gaceta junio de 2017

cultura de paz, palabra y memoria

20 la gaceta

558NOVEDADESFOND O DE CULTURA ECONÓMICA

JUNIO DE 2017

Economía y psicologíaApuntes sobre economía conductual para entender problemas económicos actuales

raymundo miguel campos vázquez

Estudio introductorio a la materia de economía conductual en el que, mediante un ejercicio interdisci-plinario y la aplicación de modelos sofisticados, se muestra cómo ésta es un complemento cada vez más importante de la economía. A partir de la observación de las limitacio-nes de la teoría de la elección racio-nal, se explica cómo las decisiones de índole económica involucran un complejo conjunto de factores psicológicos y sociales, lo que exige un mayor esfuerzo analítico. Ray-mundo Miguel Campos Vázquez es doctor en economía por la Universi-dad de California, Berkeley. Pro-fesor investigador en Economía de El Colegio de México, ha obtenido el primer lugar en el Premio Na-cional de Finanzas Públicas 2014, además del Premio Víctor Urquidi 2012. Considerado especialista en microeconomía aplicada, economía laboral y economía del sector públi-co, ha publicado numerosos artícu-los en prestigiadas revistas como El Trimestre Económico, Econo-mía UNAM, Estudios Económicos, Journal of Human Development and Capabilities y Journal of Behavio-ral and Experimental Economics. 

economía

1ª ed., fce, El Colegio de México, 2017

De la plata a la cocaínaCinco siglos de historia económica de América Latina, 1500-2000

carlos marichal, steven topik

y zephyr frank (coordinadores)

El presente libro está compuesto por una serie de ensayos que buscan dar cuenta de la participación y de las diversas y cambiantes inserciones de América Latina en el comercio inter-nacional, desde finales del siglo xvi hasta la época actual. Estos estudios se apartan de los enfoques conven-cionales en la economía mundial y buscan un acercamiento al mundo de las finanzas a partir de la historia del comercio y de la trayectoria de las mercancías. Hace una revisión histórica de once productos princi-pales, iniciando con el análisis de la plata como moneda internacional del antiguo régimen europeo. De ahí le siguen estudios sobre las cadenas de materias primas en los imperios español y británico, sobre el protec-cionismo, el subsidio y la regulación en el mercado interno de productos como el azúcar y, finalmente, una perspectiva histórica de las cadenas de mercancías latinoamericanas, no sin antes exponer las principa-les problemáticas en el comercio de los productos sobre los cuales se sostenía la economía del continen-te americano: los tintes textiles, el café, el cacao, el tabaco, el azúcar, las bananas, el caucho, el henequén yucateco y la cocaína. Este libro da cuenta no sólo de la historia de las principales mercancías en América Latina, sino también de la comple-jidad de su inserción en el mercado externo y de la estructuración com-pleta de la globalización con el auge de las exportaciones en las últimas décadas.

historia

1ª ed., fce, El Colegio de México, 2017

Las fronteras de la muerte

laura bossi

La muerte es definitiva. En cambio, la frontera entre la vida y la muerte es poco clara, sobre todo a partir de que la tecnología y las técnicas médicas —como la reanimación y el trasplante de órganos— han permi-tido manipular el momento de falle-cimiento de los individuos, como lo demuestra Laura Bossi en esta obra, donde aclara las razones sociales, culturales, económicas y científi-cas que determinan las fronteras modernas de la muerte. La obra ofrece un panorama amplio sobre el concepto de muerte, desde perspec-tivas tan variadas como la social, la científica, la económica o la reli-giosa. La reflexión sobre qué es la muerte, y quién y cómo la determi-na, es indispensable para alcanzar un adecuado cuidado médico.

ciencia, tecnología, sociedad

1ª ed., 2017

Historia de mi hígado y otros ensayos

hernán bravo varela

Historia de mi hígado y otros en-sayos —obra ganadora del Premio Literatura Letras del Bicentenario en 2010— reúne doce ensayos que discurren con versatilidad e ingenio entre el esplendor y la caída de la balada romántica, el rigor inflexible de Stanley Kubrick, el escapismo y el spleen que entrañan la demora en un baño o el arte poéticamente incorrecto de enfermar y curarse. Estas páginas apuestan al ensayo literario que, en palabras del autor, “se sostiene en el ocio, relajamiento o distensión de la idea” y que divaga, a la manera de Montaigne, en torno a un concepto del que el lector des-cubrirá una multiplicidad de posibi-lidades y afectos.

letras mexicanas

1ª ed., 2017

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Tito y el misterioso Amicus

joel franz rosell,

con ilustraciones de luis safa

Las vacaciones acaban de iniciar, pero Tito no está feliz porque sus mejores amigos se han ido lejos y él tendrá que pasar todas las tardes con su abuela, quien lo único que hace es tomar la siesta. Está resig-nado a sufrir las peores vacaciones, pero cuando la abuela recibe una herencia de su prima-consuegra que vive en Bolicuavensildecide y decide invertir ese dinero para recuperar el viejo caserón de su juventud, toda la familia termina acompañándola para pasar allí el verano. Cuando llegan, encuentran una enorme casa abandonada, con puertas que crujen, corrientes de agua que no funcio-nan, alfombras de polvo por todos lados y telarañas largas y densas como cortinas. Ante esa bienvenida, la última esperanza de diversión para Tito parece derrumbarse; sin embargo, aunque nada parece anun-ciarlo, está por vivir las vacaciones más sorprendentes de su vida en compañía de Amicus, un chico de su misma edad que siempre lo visita cuando su abuela duerme la siesta. Así, junto a su amigo misterioso, Tito vive una aventura que tiene que ver con la vida y la muerte, y con la sutil relación que existe a veces entre los sueños de los niños y las frustraciones de los mayores.

a la orilla del viento

1ª. ed. en el fce, 2017; 112 pp.

El soñador

pablo de bella

Este álbum es el libro ganador del XX Concurso de Álbum Ilustrado A la Orilla del Viento, elegido de entre 426 propuestas que fueron enviadas de 15 países diferentes; el jurado estuvo conformado por Antonio Malpica, Manuel Monroy y Antonio Ventura, quienes desta-caron la obra por ser gráficamente innovadora y por presentar un tema arriesgado pero bien tratado para la comprensión del público infantil. El soñador es una alegoría del sueño, el sueño que todos experimenta-mos física y mentalmente, el sueño dentro del sueño. El protagonista es un pequeño jaguar que siempre se queda dormido, en cualquier lugar y a cualquier hora, incluso cuando está dormido sueña que se duerme, y así sucesivamente. Gracias a esto, viaja a través de zonas desconoci-das, recorre lugares impredecibles e inesperados, a veces increíbles por las cosas y seres que habitan en ellos. Pasa a través de laberintos y lugares que combinan magistral-mente elementos de la realidad con la fantasía. Sueña tanto y de distintas maneras que provoca al lector la pregunta: ¿al final del libro, será que está despierto o aún sigue dormido?

los especiales de a la orilla del viento

1ª ed. en español, 2017, 32 pp.

Quiero ser la que seré

silvia molina,

ilustrado por cecilia varela

Cuando María del Carmen lee o escribe cambia las letras de lugar o las confunde con otras, por eso sus maestras la regañan, pues creen que es rebelde y caprichosa. Mari relata los días de su vida cotidiana en los que, debido a su peculiaridad, se tiene que enfrentar a las burlas de los demás niños y comentarios negativos de las personas. Pero Mari no lo hace intencionalmente, sino que tiene una dificultad que no le permite leer y escribir como los demás. Ella nos relata su historia, que se desarrolla en una época en la que no se conocía la dislexia y mucho menos se sabía que necesita un tratamiento especial. Este libro es una invitación a los lectores, mediadores y padres de familia para que conozcan los detalles y las difi-cultades con las que se enfrentan las personas con dislexia. A través de la mirada de Mari, la autora busca que los niños con esta característica se identifiquen y vean que la dislexia no les impide desarrollar plenamen-te su vida cotidiana. La lectura es complementada por las ilustracio-nes de la argentina Cecilia Varela, quien se incorpora con este libro al catálogo del fce.

a la orilla del viento

1ª ed. en español, 2017, 56 pp.

luis safajunio de 2017 la gaceta 21

La Casa de los Tres Perros

agustín cadena,

ilustrado por patricio betteo

Esta novela es narrada por Enrique, el fantasma de un niño que está atrapado entre los muros de un viejo edificio de la Ciudad de México al que comúnmente llaman La Casa de los Tres Perros. Allí habitan varios fantasmas: algunos son entes que penan en busca de arreglar sus asuntos pendientes para subir a un plano mayor; otros están perdidos en la oscuridad y buscan hacer el mal, a éstos los llaman Los Tene-brosos. Enrique deambula por el edificio recordando y compartiendo historias con sus amigos fantasmas Arminda y Porfirio, al mismo tiem-po que observa a la guapa Albertina, una niña del plano de los vivos que busca comunicarse con los espíritus para poder hablar con su papá muer-to. Sin saberlo, los vivos cohabitan con los fantasmas; así se desarrollan varias historias que se entrelazan por medio del personaje de Enrique, quien también nos cuenta sobre la época en la que estaba vivo. Además de la magnífica narración, las ilus-traciones de Patricio Betteo crean un ambiente espectral y lúgubre, ideal para los lectores que gustan de las historias sobre seres sobrenatu-rales.

a la orilla del viento

1ª ed. en español, 2017, 228 pp.

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22 la gaceta junio de 2017

Si las calles, los edificios, los cruces hablaran; si la esquina de La Paz y bulevar Juárez hablara. Si esas paredes

solitarias, muros gruesos vestigios de otros tiempos en los que las casas se construían para la eternidad, de piedra firme, profundos basamentos, inexpugnables de alma. Si esas paredes, todo lo que nos queda de la Historia, museos indeliberados, hablaran, esto que escribo podría borrarse. (De entrada, toda escritura es innecesaria, lo sé bien, pero para seguir, para no quedar atascados en la nada, en la inmensa nada, debemos pretender que puede ser de otra forma. Es fácil. Lo hacemos cada vez que nos encontramos a nosotros mismos en una página. Con otros, con uno mismo, que siempre es otro.) Por ese silencio, escribimos. Porque nada inanimado habla sin hacerle antes las preguntas precisas. Las cosas no son tímidas, más bien han alcanzado un estadio de paz que puede prescindir de los dramas del ser humano. Una de esas preguntas no es si yo las recuerdo a ellas, sino si ellas me recuerdan a mí.

Y me recuerdan.

Estaba a mitad de la segunda cuadra de la calle Carranza, en el sentido del tráfico, acera derecha, subiendo desde el río Monclova, la avenida Rivereña se veía todavía cerca, cuando supe que iba a escri-bir esto. Doy media vuelta, busco el agua, durante tantas décadas sepul-tada, secada en su corriente fósil, y que a últimos años parece haber renacido. Un bajo ciclorama de árboles cubre la línea del horizonte. Luego, sobre ellos, el azul crema de los cerros. Los carros que suben por la calle, que está en colina, parece como si emergieran recién lavados del río.

Ahí ya no está la clínica donde nací. Ahora es una casa de empeño. Mi hermana y mi hermano también nacieron ahí. De hecho, quizá ahí sucedió mi recuerdo más viejo: mi madre había desaparecido de mi vista desde hacía varias horas; ese simple hecho bastaba para que la situación revistiera una tensión que mi padre, sentado a un lado mío, caminando a un lado mío, se esfor-zaba en ocultar. El parto era de alto riesgo. Mi hermano tenía enredado el cordón umbilical en el cuello;

Si las paredes hablaranLuis Jorge Boone

El pasado es un pueblo siempre a punto de sucumbir al enemigo, sólo nos deja fotos difuminadas de él. ¿Rescatarlo o deformarlo por necesidad? La memoria y su carga existencial bullen por las ciudades minero-industriales de Coahuila en este relato autobiográfi co lindante con la poesía y la cultura popular (parte del libro Una canción para todos ustedes, colección de textos autobiográfi cos del autor que será publicada próximamente por Ediciones Era).

andrea garcía flores

trasfondo

i las calles, los edificios, los cruces hablaran; si la esquina de La Paz y bulevar Juárez hablara. Si esas paredes

arias, muros gruesos vestigios ros tiempos en los que las casas nstruían para la eternidad, de

ra firme, profundos basamentos,pugnables de alma. Si esas des, todo lo que nos queda destoria, museos indeliberados, aran, esto que escribo podría arse. (De entrada, toda escrituranecesaria, lo sé bien, pero parair, para no quedar atascados enda, en la inmensa nada, debemos

Estaba a mitad de la segunda cuadra de la calle Carranza, en el sentido del tráfico, acera derecha, subiendo desde el río Monclova, la avenida Rivereña se veía todavía cerca, cuando supe que iba a escri-bir esto. Doy media vuelta, busco el agua, durante tantas décadas sepul-tada, secada en su corriente fósil, y que a últimos años parece haber renacido. Un bajo ciclorama de árboles cubre la línea del horizonte.Luego, sobre ellos, el azul crema de los cerros. Los carros que suben por la calle, que está en colina, parece como si emergieran recién lavados la nad

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colección de textos autobiográfi cos del autor que será publicada próximamente por Ediciones Era).

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junio de 2017 la gaceta 23

además, le habían dicho a mi mamáque tenía un cáncer en la matriz y que el producto no se lograría. Los médicos del IMSS, haciendo honor a una oscura e ignominiosa tradi-ción, fallaron miserablemente ensus diagnósticos. Pero, chingadagente de su clase, si para algo sirve hablar sin un solo asomo de dudaes para complicar las cosas. Todo,al final, marchó bien; todo, empero,ocurrió sin tropiezos. Ahora bien, lo que recuerdo es entrar en la salade espera de la clínica privada. Unlugar con escasa luz, sin ventanas,con un espejo al fondo que abría engañosamente el espacio, agregaba oscuridad a la oscuridad; unas sillas demasiado altas para mí se repar-tían bien formadas por todo el lugar; tonos café, mucha madera, barnices oscuros; yo me dejaba guiar, con-fiaba, me sentía interesado en esos momentos de excepción, ese salto en mi continuidad, en el plano de mi existencia. Creo que siempre hesabido que después de esas fractu-ras, siempre, sin falta, después de un tiempo, todo volvería a ser como de costumbre. O como ayer, que eslo que de verdad importa para sentir que vuelves a ser tu dueño. Si te has perdido, no necesitas volver al principio para corregir el paso, sólo caminas un poco hacia atrás.

Ese lugar ya no existe más que en mi imaginación. No voy a pregun-tarle a nadie, nunca, cómo es en surecuerdo esa sala de espera, ni quésucedió ese día. Las comparaciones,hablando de estos pisos superiores del edificio de la vida, no comprue-ban ni desmienten. En la memoria, las segundas opiniones valen menos que una chingada. Sirven menos que una tercera llanta desinflada de bicicleta: entorpecen, lastran, inco-modan. Si alguien tiene la prueba desu memoria fotográfica para hacer-me cambiar de opinión, le diría que ahorita no, gracias, joven. No es quehaya sido así, tal y como lo cuento. Es que así es de alguna forma.

Y de la misma forma, en esta banqueta, a un lado de la presidencia municipal, hice más de doce horas de fila para recibir la chingada car-tilla de servicio militar. Nevermore: dijo el cuervo, mentó madres, y sefue de partisano.

Años después, en la plaza de atrás esperé a una muchacha que, tiro por viaje, llega tarde cada vez, y a la que vi varias veces pero con la que nunca me encontré.

Y en la misma plaza una mucha-cha me esperó y nunca llegué. Una sola vez pude. La última. Cuando yano me esperaba.

Y en la parada del camión dos cuadras más allá me sentí desespe-rado porque nos dejó, a mí y a una muchacha de mal genio, el trans-porte, nos dejó en la tierra, comoen un poema de Derek Walcott, sin manera de salir de ese archipiélagonocturno y maldito de locales ce-rrados y calles tan oscuras. Ciudad Frontera quedaba a muchísimos ki-lómetros de cualquier parte, en misromances adolescentes, pero nunca tanto como para aventurarme cadavez más lejos de sus playas.

Y en un cibercafé que fue pioneroen su ramo y ahora es un restauran-te mandé los primeros meils de mi vida.

Y casi en cada esquina me topé y platiqué con algún amigo, un conoci-do al que tenía siglos de no ver.

Y emprendía mi peregrinaciónanual por las zapaterías que rodean la plaza principal, cuando buscá-bamos mi calzado para la escuela. Esos mismos pies que crecían a

disgusto del plan divino, y nadie lo sabría hasta que fuera insalvable la presencia de doctores, fisioterapeu-tas, plantillas, dolor de un cuerpo adulto.

Y, alejándome del centro, en esa nevería reposté algo de equilibrio en la temperatura de mi persona, cua-renta y cinco grados no los aguanta nadie; y lo hice siempre y cuando hubiera presupuesto.

Y en un cine por aquí cerca, el último en cerrar en la ciudad, antes de que empezara la decadencia de los multisalas, un dinosaurio ver-dadero, trabajé cerrando y abriendo el lugar, resguardando la llave y los recursos, el orden y los horarios. Mi primer jale. Una maravilla que me permitió ver gratis dos años de pelí-culas y me regaló además una de las imágenes más aterradoras que he podido ver: a la hora de cerrar, re-corría el cine vacío, y me asomaba, por deber, al traspatio, a los sopor-tes de varios pisos donde estaban las ruinas de los viejos aparatos de aire que enfriaban el lugar, pero de noche parecían tumbas, construc-ciones antiguas, ahí vivían las ratas, de ahí salían ruidos inexplicables, ahí eternamente caía el agua que rebalsaba del tinaco, y sonaba, a un paso, metálico, oscuro, perdido, pero cerca, a punto de alcanzarme antes de cerrar la puerta.

Y saliendo del primer cuadro, en la cantina El Gallo de Oro (no se lla-ma así, lo acabo de comprobar, pero siempre le digo así), entré a conocer el ambiente, acompañé a un amigo, porque todavía me faltaban un par de años para subirme a ese tren.

Y más allá, en la plaza a un lado de la alameda, enfrente del ex-cuar-tel militar, fui a mi primer concierto de rock. La Barranca. Hace 20 años.

Y del otro lado, ahora sí frente a la alameda, tuve mi primer domi-cilio yo solito. No digo de adulto, porque creo en lo que un amigo me dijo: no somos adultos, somos niños con dinero. Ni departamento ni casa, era un par de cuartos casi inhabitables, que tuve que descom-brar de basura (el bato que me lo rentó era un acumulador, ahora lo sé por las series de televisión sobre el tema) y limpiar el tizne de las pa-redes, para tener un refugio donde escribir, donde leer, donde dormir, porque esas tres actividades no eran muy bien vistas en la casa familiar. Un lugar donde acostarme solo o a soñar.

Y lo bueno era que saliendo ha-bía un balcón amplísimo, lleno de jardineras y macetas, que daba a la avenida Ribereña, y luego al río, donde mis amigos y yo nos embo-rrachamos alguna vez, mientras contábamos chistes, y yo leía poesía, y ellos me vaciaban el refrigerador, dejándome sin provisiones por una semana, pero feliz porque todo era posible menos llamarse Luis Jorge.

Y llegando a El Pueblo, la colo-nia más vieja de Monclova, está la iglesia donde nos casamos. No soy devoto ni de lejos, crecí en el complot católico por malicia del destino. Pero como la mayoría de los mexicanos, me gusta que mis fiestas tengan mucho de ritual y se vistan de símbolos.

Enfrente de la plaza donde hace unos meses, durante la última sema-na santa que vinimos, había feria, y

mi hija dijo que quería dar una vuelta en la rueda de la fortuna, y yo salí con que quería dar una vuelta en el puesto de tacos. Los mismos de mis días de estudiante, de serena-tero desvelado haciendo mal tercio a enamorados, con mis carnales de entonces, tocando para sacarle el romance a las piedras.

Madurar, maduran las sandías: uno sobrevive, se hace vintage. Se adentra en la vida, acumula millas. Crecer es quedarse a solas con la propia memoria. Cada vez con menos teléfonos en la agenda para marcar cuando se te ofrece empa-rejarle un bache a la memoria. An-tes solía marcar de larga distancia, a mis padres, a mis amigos, para confirmar alguna información de la que tenía duda y que quería usar de alguna manera mientras escribía. Ya no. Vivir es irse quedando a so-las con los recuerdos propios. Con menos medios para comprobar las sumas y las restas. Atenerse a los números de mero abajo de la hoja. Jugar tu mano y robar cada vez menos del montón. Cerrar los ojos y acordarse fuerte porque sabes que nadie te puede corregir la plana. Eso es.

Y ahí está la avenida Cuauhté-moc, que desemboca en el bulevar Pape, como todo en esta ciudad, la neta, y por esa calle casi saliendo a carretera, está la universidad donde entré más a fuerza que queriendo, pero en la que me la pasé a todo dar, incluso en las clases, casi siempre, porque había maestros que eran unos perfectos imbéciles, y daban motivos para reírnos de sus cabezas llenas de aire, durante la clase, des-pués de la clase, y al otro día. Mis amigos, los amé, los amaba, ahora ese amor se queda en el tiempo, sigue siendo mi amor por ustedes.

Y aquí, en algún lugar allá atrás, está una casa antigua que fue des-pacho contable, ahora es forrajera, y en el futuro será florería. Y otra casa antigua que fue una ruina, y donde ahora venden frijol-cocido-con-chorizo, tortillas, crema casera, etcétera, y me da dos de cada cosa para no andar dando vueltas. Al corazón del hombre se llega por la panza. Y quien me conoce sabe que a mí me pueden asesinar limpiamente con gorditas de chicharrón.

Y por esta calle vive la que a mí me abandonó. Y por esta otra, a la que yo.

Y me doy cuenta de que las histo-rias que en realidad importan son las historias de amor. Las otras qué, se las dejo a quien las quiera.

Y luego, en algún lugar indefini-do, ni fuera ni dentro, está la última casa de la ciudad.

Y antes, allá atrás, donde cerré los ojos, un bodrio horrible de Se-bastián, del que una señora pregun-tó si ahora iban a ser así todos los postes de la luz. No, dije, ojalá que no.

Y a 90 kilómetros, está Sabinas, donde viví, escribí, crié a una hija durante sus primeros meses; nos salvamos por semanas de un desbor-de del río, vivíamos a la orilla, nos mudamos y ocurrió, el agua subió hasta taparle los hombros a la gente, todavía hay una marca en la pintura que no deja olvidar.

Y luego están Piedras Negras, Eagle Pass.

Y antes, Rosita, donde una vez me perdí buscando un cine decente, y como no lo encontré, me metí a ver una película chafísima en un lugar con una pantalla del tamaño de la forma de una tableta de naproxeno.

Y yéndose atrás, atrás, de regreso a una Monclova que ya no existe, que nunca volverá como nunca vuelven las cosas que amamos y odiamos al mismo tiempo, en esas calles vagué, me perdí, caminé para encontrar el ritmo de un poema, sin saber que lo hacía, pero buscán-dolo, porque algo se arreglaba, se componía dentro, cuando andaba, deprisa, o despacio. Caminaba para aclararme el corazón y la garganta, ritmo y voz, para aspirar y aspi-rar. Respirar como ritmo. Como metro. Como verso. San Whitman en Ciudad Frontera, circa 1998, camino de Damasco y de Monclova, cayendo del caballo y trepándose a la loma para ir a ver a una mucha-cha, para encontrarse a sus amigos, para llegarle al caminito carretera federal de la escuela de contaduría y administración, para escaparse de lo que iba a ser mañana a espaldas de lo que le dijeron que sería, para ir, para no cansarse, para hoy, para todo y para nada, y por eso va mi resto y sírvanme la otra que al cabo que no iba a beber sino hasta los veintiuno.

Hágase todo menos tu voluntad… pero caminando y meando, para no hacer charco.

Italo Calvino, en un texto donde intenta recordar una batalla en la que participó, dice: No sé si estoy destruyendo el pasado o salván-dolo, el pasado escondido en aquel pueblito sitiado. El pasado es un pueblo siempre a punto de sucum-bir al enemigo. Quizá sucede que para salvar algo hay que destruirlo, desgajarlo del suelo que lo susten-ta, pero que se hunde sin remedio. Como intentar rescatar, de la marea que ya se acerca, una huella impresa en la arena; si te la llevas, la defor-mas, pero al hacerlo la conservas al menos en parte, la salvas del arra-samiento del agua pero no puedes evitar tú mismo arruinarla un poco.

Parece que nada se mueve, por-que en realidad no se mueve nada. Banquetas sin relato, respiración que es verso —es decir, que no avanza—, sino que se ensimisma. Calles sin narrativa, las conservo en este portarretratos de bodeguería y nostalgia, que ya nunca, aun cuando vuelvo, a caminar por esas mismas calles. ¿Qué otra forma si no la de la fotografía difuminada pueden tener en nuestros libros las ciudades desiertas del corazón?

Luego está el llano, hasta allá hasta el final de todas las cosas. El campo abierto. Las afueras. Donde todo tiene voz.

Desierto cabrón de mis abuelos y mis dioses, todos menores.

No pienso en las cosas que diría si hablara. Tengo una conversación con él desde hace años. Desde que me fui. La continuamos cada que re-greso. Y en telegramas de recuerdos súbitos, de nostalgia.

Háblenme entonces. Grítenme. Montes y valles. Piedras del campo.�•

s i las paredes hablaran

s meses, durante la última sema-anta que vinimos, había feria, y

Y luego están Piedras Negras,Eagle Pass.

Page 24: de eduardo mendoza - fon · PDF filede eduardo mendoza. José Carreño Carlón Director general del fce Martha Cantú, Susana López, Socorro Venegas, Karla López, Octavio Díaz y

Rafael Bernal; Ricardo Peláez (dibujos)

y Luis Humberto Crosthwaite (guión)

Tezontle

NUEVA EDICIÓN EN NOVELA GRÁFICA

En la calle de Dolores, en una Ciudad de México secretamente poblada por agentes internacionales, políticos corruptos y células asiáticas, un grupo de chinos parece estar planeando una conjura para asesinar al presidente de los Estados Unidos durante su visita a nuestro país. Filiberto García, antiguo verdugo de las tropas villistas y ahora matón del gobierno en turno, debe hacer lo necesario para desmantelar la intriga, incluso colaborar con la KGB y el FBI. Durante sus investigaciones, al tiempo que descubre los entresijos de una clase política viciada por manejos sucios y violencia, se ve envuelto además en un romance para el que no está preparado…La trama del clásico policiaco de Rafael Bernal es bien conocida por afectos al género negro, entre quienes se propagó en los últimos años el rumor de que existía “por ahí” una versión gráfica de esta pieza magistral. El volumen que aquí se reseña ilustra la tremenda versatilidad de El complot mongol, la novela aparecida en 1969 bajo el sello de Joaquín Mortiz. Con un trazo cercano —por el uso del alto contraste— al del cómic estadunidense, pero con la finura de los mejores dibujantes franceses, Ricardo Peláez recupera la sordidez recóndita del México moderno a partir de un guión en el que Luis Humberto Crosthwaite condensa el humor agrio y el cinismo del rudo Filiberto García. Porque las alianzas no quedan sólo en el terreno de la ficción, el FCE y el Grupo Planeta han complotado para concretar este proyecto guardado en un cajón por varios años.