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Sueños

Descubrir a Antonio Baciero: Retrato de un artista en su tiempo

Javier Burrieza SánchezUniversidad de Valladolid

Una niñez iluminada. Mis años de Aranda por Antonio Baciero

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Ese es el objetivo que yo me planteaba con estasletras. No era tarea fácil y me percataba de ello amedida que las entrevistas y los encuentros ibanavanzando. Tuve la suerte de conocerlo en mi pri-mer verano de universitario, en 1993, en una nochedel mes de julio, en el ciclo titulado “Estival” y or-ganizado por la Universidad de Valladolid. En elmismo, cada noche de los martes y jueves de esteperiodo, se hacía una propuesta cultural muy di-versa a la ciudad del Pisuerga, en el patio del Cole-gio de Santa Cruz, aquel primer edificiorenacentista de España que patrocinó con enormegenerosidad el cardenal Pedro González de Men-doza a finales del siglo XV. No recuerdo el pro-grama pero curiosamente tengo grabados muchosgestos y ahora, tras haber organizado cuatro ocinco conciertos con Antonio Baciero, me imaginoque aquella noche fría y caprichosa del mes de juliovallisoletano, incomodó al gran concertista. Com-partir las horas previas con Antonio —permítanmeque de vez en cuando lo tutee— son todo un retoestético. Irán descubriendo conmigo que este aran-dino es un hombre de otro tiempo transportado anuestra contemporaneidad, o mejor, él sabe el len-guaje específico de una galaxia que suele conciliarpoco con nuestra cotidianidad: ese es el lenguajemusical. La música requiere un grado de concen-tración, de creatividad, de comprensión que forzo-samente tiene que estar reñido con laspreocupaciones nimias de cada día. Y Antonio viveentre esas dos esferas. Cuando se prepara para unconcierto, en esas horas, lo que menos le importaes el momento reglado y convencional para comer.

Es verdad, que aparecerá en el auditorio con unabolsa repleta de infusiones, con un termo que iráagotando en los minutos previos, dentro de unahabitación contigua, vestido solemnemente para laocasión, pero sin perder la sonrisa porque encon-tramos en él una seguridad apabullante.

La mirada que les voy a transmitir, mi mirada, esla de un profesor de historia de la Universidad, es-pecializado en la propia de la Iglesia y de la cultura,siempre contando en sus preferencias e inquietu-des con el contexto temporal de la modernidad, deaquel tiempo que se desarrolla entre los siglos XVIy XVIII. Esta revista que tienen entre sus manos espara mí bien conocida, pues he publicado en ella,en repetidas ocasiones desde 2005, como conse-cuencia de mi participación en los Cursos de Ve-rano de la Universidad de Burgos, celebrados enAranda de Duero en plena colaboración organiza-tiva con una institución de gran dinamismo comoes esta Biblioteca que hasta hace pocas fechas hadirigido Manuel Arandilla, buen amigo de Antonio,con la mano experta de dos concertistas de la letra,de la gestión de la cultura como son Pilar Rodríguezde las Heras y Maricruz Barahona Yáñez.

Les decía que era un reto descubrir a AntonioBaciero pero no lo es menos plasmar ese su uni-verso en el formato tradicional de comunicación,donde ustedes tienen que descubrir conmigo unmundo de pasiones y emociones en torno a la mú-sica. A veces se me escapará el lenguaje austero queuno atesora, no tanto por ser vallisoletano, sino por

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ser historiador y pretender acercarnos a las reali-dades desde una cierta separación. Procuraré queen nuestro concierto haya distintos tiempos, alle-gro a veces, andante en otros, porque el tono delo que estamos transmitiendo así lo exige.

UNA CONVERSACIÓN SIN PRINCIPIO,NI FINAL

Una de las primeras cosas que sorprende de An-tonio Baciero es su cercanía. Por entonces —esta-mos hablando de 2005— el Colegio de Ingleses deValladolid, el seminario de los sacerdotes persegui-dos por la reina anglicana del XVI, Isabel I,conmemoraba el IV centenario de la Paz de Lon-dres-Valladolid, con la cual se puso fin, de maneramomentánea, a un enfrentamiento directo entrelas dos potencias atlánticas. Habían llegado nuevostiempos a aquella Monarquía de España y a Ingla-terra, tras la muerte de dos supuestos antagonistascomo fueron Felipe II y la mencionada reina Isabel.Fue una propuesta cultural de rememoración que

hice al entonces rector de aquella casa, donde yohe venido volcando tantas horas de investigacióny de inquietudes, entonces monseñor Michael Ku-jacz. Tratábamos de aunar conferencias, música, te-atro y exposición del patrimonio histórico. Ante lanecesidad de implicar a las instituciones de la ciu-dad, pude entrevistarme con la entonces tenientealcalde de la ciudad y concejal de Cultura, Angeli-nes Porres, una mecenas consumada del ámbitomusical. Ella, sin detenerse mucho, me propusoque la colaboración del Ayuntamiento podía ser unconcierto de Antonio Baciero: Antonio Baciero,aquel magnífico pianista que había conocido en misnoches de “Estival” cuando apenas tenía veinteaños. Pronto me tuve que poner en contacto conél y encontré a esa persona entrañable y cercana,siempre ilusionada ante una nueva empresa. Lapropuesta que él me hacía no me extrañó entoncespero menos me sorprende ahora, porque era la in-terpretación de algunas de las “Suites inglesas” deJuan Sebastian Bach.

Empezamos a tener nuestras primeras reunio-nes preparatorias donde con admiración escuchabaa un músico humanista que no sólo interpretaba alpiano, en este caso, sino que también conocía e in-terpretaba una época y eso, en realidad, me fasci-naba como historiador. La música había ejercido unpapel más que relevante en mi vida, pues yo nohabía participado, cuando la edad lo exigía, en lamúsica de moda del momento. Había ido descu-briendo poco a poco, la grandeza de la creaciónmusical y esa misma me había ayudado a descubrirla vocación por el análisis del tiempo pasado. Enlos días del colegio yo me había sentido incom-prendido por estos gustos musicales “clásicos” quedemostraba. No me ocurrió así en la Universidad,donde descubrí que entre los estudiantes de letrasmuchos eran los que encontraban en la interpreta-ción de un concierto o en la asistencia a una óperaun motivo de formación y de recreo. Incluso, aque-llos estudiantes de Filosofía y Letras de los años no-venta compartíamos aula con la primerapromoción de Musicología, por lo que entre nues-tros condiscípulos había relevantes músicos, muyjóvenes, que nos iban adentrando en la esfera másíntima de la interpretación. Les cuento todo esto,

Una conversación con Javier Burrieza, sin principio y sin final... en el Colegio de Ingleses en diciembre de 2016

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porque, en caso contrario, sería imposible explicarmi interés por la figura de Antonio Baciero, no sólopara mí un gran músico, un reconocido castellano-leonés distinguido por la Junta de Castilla y Leóncon el Premio Castilla y León de las Artes, sino tam-bién un maestro, sobre todo un maestro, del queaprendo en cada conversación, también en éstaque mantengo en su universo físico.

Cuando Baciero contempló el templo barrocode los Ingleses se fascinó. La planta es circular.Cuenta con una dimensión cortesana con aquellastribunas enrejadas que se abren al espacio central,con los retablos espléndidamente dorados, pobla-dos de las creaciones de los escultores de la se-gunda mitad del siglo XVII y con la atenta mirada,silenciosa, de la Virgen Vulnerata, una talla medianade María, procedente del Cádiz que había sido asal-tado por los ingleses en 1596 y que había sufridoel destrozo de las guerras de religión, o más bien,de la utilización política del ámbito público de lafe en aquella centuria de reformas. Los ojos de An-tonio se iluminaron ante aquel escenario barroco,en cuyo centro se situaría un piano de gran cola,rodeado de público por los cuatro costados. Lepreocupaban algunas cuestiones dentro de su ca-rácter meticuloso para ese encuentro con la mú-sica. Ruidos podrían venir del exterior, desdeaquella calle Don Sancho tan transitada por los co-ches, a pesar de las dos puertas con espacio inter-medio que separaban el interior del exterior. Lasolución era descolgar desde las tribunas de la igle-sia un gran telón que procedía del Teatro Calderónde la Barca de Valladolid. Si el templo poseía ya unadimensión teatral, la solemnidad del telón negroque actuaba de psicológica barrera contra los mo-lestos ruidos callejeros hacía de aquel escenariotodo un espacio cortesano. Y las sombras… ¿cómopodíamos salvar aquellas sombras que las luces deuna iglesia preparada para la celebración eucarís-tica proyectaban sobre las teclas del piano? Paraeso, buscamos una lámpara que podía contrarres-tar esa función. Sin embargo, cuando terminóaquel concierto descubrimos, Antonio y yo enmedio de la sonrisa, que se nos había olvidado en-cender la luz para que cumpliese su función. Es la

grandeza del músico, preocupado hasta lo más mí-nimo de que la interpretación y la transmisión mu-sical se desarrollase en plenitud.

DESDE UN UNIVERSO PERSONAL, DESDE UNA CASTILLA PROFUNDA

El universo material de donde nace cada día lamúsica de Antonio Baciero él lo define como las“tentaciones de San Antonio”. Se convierte en ungran cuadro de El Bosco, donde todo está dispuestoen un aparente desorden para la interpretación deun gran concierto. Toda una vida dedicada a la mú-sica, una existencia en la cual ni un solo día se haolvidado de su belleza y, sin embargo, continúasiendo una trayectoria cargada de estudio y de es-fuerzo. Lo que le rodea, conforma un microcosmosde belleza, en torno a los numerosos instrumentosmusicales de diferentes épocas, la mayoría de ellosteclados que pueblan cada habitáculo. Baciero esun gran coleccionista con interés sobre multitud detemas. En el rincón del salón podemos contemplarel retrato en escayola de un prócer de la Restaura-ción canovista, plasmado por Mariano Benlliure,junto a un óleo de Gabino Gaona de la escuela deSimancas con el paisaje de Castilla. Un poco más alláuna carta de Felipe III, “Yo el Rey”, fechada en 1599,encomiando a que continuasen las obras que se es-taban realizando en el Monasterio de San Lorenzode El Escorial, sin faltar el mundo de las reliquias,como aquella suela de la zapatilla de la Virgen, o nu-merosos retratos, fotografías y autógrafos de músi-cos, damas de la alta sociedad decimonónica conmiradas en el olvido, desde marcos de ribetes do-rados y plateados. Encima del piano donde se sentópara comenzar nuestra conversación con música deSchubert, un atril sobresalía sobre una amalgama dedocumentos desperdigados, algunas fotos de susgiras destinadas a ilustrar estas páginas, una más enla que Baciero aparecía acompañado de su esposaMarinati de Santiago: una profesora de piano, den-tro de una dinastía de mujeres que se han dedicadoa enseñar pacientemente a los niños a sentarse anteel instrumento, que es capaz de crear un universosin necesitar otros tañidos. La conversación no ibaa tener una estructura planificada. Estaba llamada airse construyendo…

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Podemos afirmar que Antonio Baciero, en reali-dad Antonio Rodríguez Baciero, es un castellano-viejo, nacido en las viejas tierras del río Duero, desus afluentes, de sus campos inmensos, abiertos enel horizonte. Entre sus antepasados paternos se en-contraba una hija del marqués de Villafranca, LuisaÁlvarez de Toledo y Gironda, que se casó con unmédico de Bembibre, llamado Antonio Rodríguez,en pleno fulgor del romanticismo. A su abuelo Eu-menio Rodríguez de Valenzuela la Diputación Pro-vincial le llamó a trabajar a Valladolid, como“contador de fondos” que era. Aquí murió. Supadre Antonio Rodríguez Irazabal, aunque nacidoen Palencia, se consideraba vallisoletano, médico ycomo tal, habitual en la movilidad que le conver-tían, junto al maestro y al cura, en auténticas auto-ridades en los pueblos en los que recalaban. Elprimer destino fue la localidad de Baños de Valdea-arados, en Burgos, próximo a Aranda de Duero,donde conoció a su esposa, a través de un tío suyo.Carmen Baciero Benito era hija de un matrimoniodel comercio en aquella cabecera de la comarca,en el ámbito social de una burguesía formada y cul-tivada. Antonio y Carmen contrajeron matrimonio,siendo padres de cuatro hijos, el mayor de ellosbautizado con un nombre que se iba repitiendo ge-neración tras generación.

Nació en un año clave en la historia de España,en aquel 1936 que había convocado unas eleccio-nes generales donde el Frente Popular, con los par-tidos de izquierdas, se habían unido para hacerfrente al gobierno del republicanismo de derechasque se había desarrollado en los años anteriores.En el mismo se habían integrado el partido Radicalde Alejandro Lerroux y la CEDA de José María GilRobles, la coalición que había ganado las eleccionesen 1933, aunque al entrar en el gobierno se habíaproducido la revolución en determinadas regiones—la de octubre de 1934 en Asturias y Cataluña—, alasimilar a aquella derecha con la Monarquía y laIglesia. La situación política era más bien compli-cada y no resuelta a pesar del triunfo del Frente Po-pular. Se produjo un incremento de la tensión quedesembocó en el golpe de estado militar de juliode 1936. El padre de aquel niño que había nacidoen mayo fue movilizado como teniente médico,

con un importante alejamiento producido, preci-samente, por aquella contienda. Guerra que con-dicionó la vida familiar posterior aunque Antoniocalifica su infancia como “idílica”, en aquel ámbitotan íntimo del hogar de la familia materna, confor-mada por gentes de interesantes inquietudes.

Así pues, un hermano de su abuela materna,Adelfo Benito, era autor junto con Santos Ariasde Miranda —un apellido muy de Aranda— dela obra Cosas del siglo pasado. Apuntes parala historia contemporánea de Aranda, reco-

pilados por dos arandinos, que había sido edi-tado en Madrid precisamente en el año delnacimiento de su sobrino. La madre de Anto-nio no era solo un ama de casa. Bordaba sí,pero también interpretaba al piano y ahí esdonde el pequeño encontró su primer con-tacto con la música. Carmen Baciero tocaba el

Iglesia de Santa María de Aranda de Duero donde fue bautizado Antonio Rodríguez Baciero

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piano con soltura y personalidad. Había reci-bido las enseñanzas musicales de un ciego—casi de leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer—que tocaba el órgano en la iglesia de SantaMaría. El repertorio materno era de cosas dezarzuela, música ligera, tangos y valses deStrauss. Un niño que permanecía muy ajeno,como dijimos, a lo que estaba ocurriendo másallá de las fronteras familiares de la casa de susabuelos arandinos, familia mezcla de profesio-nales, campesinos y comerciantes —GerardoBaciero Gil y Pilar Benito—, dueños del comer-cio de la Plaza Mayor número 10 de la localidady después absorbido por la Casa Ridruejo. Sunieto lo recuerda como el comercio “típico deun pueblo grande, donde se vendían toda clasede cosas como la ferretería, textil, lotería”,convirtiéndose en un establecimiento para ad-quirir lo necesario para la cotidianidad. Enaquellos abuelos, gentes sin grandes ambicio-nes, encontró unos “seres maravillosos”, querodearon su infancia mientras el padre ausentese encontraba en la Guerra. Careció de esosprimeros afectos paternos, consolidándosedespués una relación mucho menos fluida y fa-miliar con su progenitor. Su abuela Pilar erauna profesional de las mortificaciones religio-sas. Vestía siempre de hábito, se comía las ras-pas del besugo en Navidad, pareciendo unamonja en vida cargada de sacrificios.

Sus primeros amigos también son arandinos. Élmismo se confesaba muy cercano con MarcelinoMoneo —de la Fonda Arandina— con el que com-partió muchos momentos de compañía estrecha.No eran tampoco ajenos Rufino Angulo, los Ri-druejo o Joaquín Luis Ortega, un futuro sacerdotede gran cultura que dirigió, con los años, la Biblio-teca de Autores Españoles (BAC), además de Ri-cardo Cabañas y Julio López Laguna. Con esteúltimo compartió la escuela en las monjas de la VeraCruz. El modelo educativo era el propio de los díasde posguerra, con una notable inflación patriótica.Eso no quería decir que aquellos niños no jugasen,no fuesen traviesos, no ideasen nuevas posibilidadesde recreo. Y lo hacían en un ámbito que hoy consi-deraríamos altamente peligroso como la Nacional I,que venía desde Madrid y que atravesaba el ríoDuero por aquel “Puente de Aranda” del tío Juanillo.Los coches, los camiones, eran más excepcionalesque frecuentes y, por eso, se les esperaba sobretodo cuando esos vehículos debían hacer un cam-bio de marchas, al tomar la cuesta de las llamadastraseras. Precisamente, Antonio Baciero recordabacon mucho cariño cuando, en los días de Mercado,en esas traseras se encontraban amarrados los ca-rros y las caballerías. Por eso, Aranda de Duero eraescenario de la amistad y del ambiente familiar, aun-que las calles no eran ámbitos exclusivos de relacio-nes porque la población contaba con ciertaproyección. No era únicamente un pueblo de varioscientos de habitantes. Así lo recordaba Baciero: “unlugar excepcionalmente familiar, donde todo estabaa la mano. Cuando llegaba el pescado a la zona de loscamiones, unos señores lo anunciaban con un voza-rrón que resonaba en la Plaza. Luego había tres o cua-tro puntos, uno de ellos la mencionada ágora, dondeel pregonero anunciaba las novedades mencionadaágora,”. Y Baciero, que es amante de la historia y ensu mente hay numerosos puntos de referencia, ter-minaba definiéndolo como un “ambiente antiguo,con acentos realmente medievales”. Quizás habíamenos separación entre aquellos muchachos y elsiglo XIX, que lo que ocurre en las mentalidades ac-tuales ¿Cómo se percibía el tiempo cotidiano? “El se-reno iba cargado con un montón de llaves y armadocon una lanza, y daba las horas y el tiempo. Decía lasdoce y lloviendo… o las dos y sereno”.

Antonio Baciero vestidode Guardia Civil ... de gala

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A algo más de noventa kilómetros de Aranda, Va-lladolid habría de ser una ciudad que siempre tuvouna presencia en la vida de Antonio Baciero. La pri-mera vez que vino, lo hizo con seis años. Aprovechópara visitar a su abuela paterna Teresa, que aquí vivíaen compañía de sus hijas. Lo trajo, curiosamente,su abuelo materno Gerardo, recorriendo la llamadalínea Valladolid-Ariza que rompía el carácter radialde los ferrocarriles españoles. Recuerda que le lle-varon a la iglesia penitencial de las Angustias, allícontempló la maravillosa obra de Juan de Juni —laconocida popularmente como la “Virgen de los Cu-chillos”— y tocó el piano en casa de Blas Sierra, unode aquellos hombres de buena sociedad que cono-cía su familia paterna en esa ciudad de la primeraposguerra. Sin embargo, todo cambió cuando falle-ció su abuela materna. El comercio de la familia enAranda se liquidó y, de alguna manera, concluyó la“infancia idílica”, llena de contrastes y paradojas enuna época más fría, terrenal y hasta algo cruel, comola define el propio Baciero.

DESDE EL PIANO QUE INTENTABA TOCAR SU PADRE

Se trasladaron en 1943 a Navarra, a esa Pam-plona del tradicionalismo en la que estudió conlos escolapios —la rama pobre de la enseñanzacontrarreformista como Baciero los definió—,siempre con la sensación de venir de fuera y nopertenecer del todo. Experimentó un ambientefamiliar totalmente contrario al de Aranda. Se res-tauró la seriedad doméstica. Fue todo un choquede mentalidades, entre la bondad de los tiempospasados y el autoritarismo de los nuevos. Unpadre que le había costado adaptarse a la vida fa-miliar después de la guerra, reservado y expertoradioaficionado, inquietud comunicadora por laque llegó a aprender inglés para manejarse mejoren “aquellas redes” diríamos hoy. Una actividadque le alejaba de la vida social. No le faltaría a estemédico por este medio información de la situa-ción de la Segunda Guerra Mundial. Él se habíadistinguido por su opción germanófila, aunquetambién había recibido “las manías de las ortodo-xias del navarrismo”. Su madre no se sentía có-moda en Pamplona, más bien extraña al proceder

su familia de otras tierras y orígenes. Antonio sesorprendía de aquella inquietud de su padre, porlas voces que procedían de lugares muy lejanos,por los contactos sin conocerse. Él se manteníacomo el niño callado, observador, que estudiaba,que cumplía bien, que tenía que ser buena per-sona ante las amenazas del infierno, tan propiasde aquellos días de floreciente sacralización delnacionalcatolicismo. Todo fue transcurriendohasta la Universidad, aunque el último año lo pasóen el Instituto, con aquel plan de bachillerato delministro José Ibáñez Martín.

De repente, su padre manifestó su interés poraprender música. En su casa tenían una pianola, uninstrumento que era un sucedáneo, utilizado sobretodo los domingos, para ilustrar una vida que sedesarrollaba especialmente en el ámbito domés-tico. Una profesora acudía a casa a darle clase aaquel médico-dentista. Era un momento en que elpequeño Antonio disfrutaba. Se quedaba allí, conlos rudimentos musicales que su madre le habíatransmitido: “me quedaba escuchando las clases demi padre. Me fastidiaba ver sus dificultades ante elteclado pues yo lo veía tan fácil”. Aquel niño calladoy tímido hubiese aprovechado mucho más las cla-ses que su progenitor. Casi resultaba una escena dela vida de Mozart. La profesora, Puri Villar, siemprelo acogió con cariño: “Antoñito toca. Este chico esun genio”. Era una mujer soltera hija de militar, quele convirtió en su alumno predilecto. Confiesa An-tonio que sus padres estaban muy atentos a lo queél podía aportar. Es verdad que como hijo mayorestaba destinado a ser médico, aunque disfrutaba

Una nueva estampa infantilde Antonio Baciero

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mucho más con la música. Al final, él se quedó conla profesora de su padre. Su formación evolucio-naba y en un futuro, él tendría que examinarse enMadrid y llegar a optar al Premio Extraordinario Finde Carrera.

La música le estaba valiendo de mucho, pues leayudaba a solventar su cierta tartamudez. Era todoun escape. Con ella, con su lenguaje, lograba unelemento de comunicación legítima. En el colegiose estudiaba mucho, desde las ocho y media, sinque faltase la misa y el rosario diario que era un“calvario” cuando le tocaba dirigirlo, ante aquelritmo y repetición constante de oraciones. Él queera un estudiante medio, sin embargo destacabapor una cualidad que los demás no tenían: la desaber tocar el piano. Pianista y algo tartamudo, caíasimpático entre sus compañeros. Él no daba pata-das al balón sino que en los recreos estudiaba mú-sica pues había que ser “trapero del tiempo” comodecía Gregorio Marañón. Eso sí, cuando la músicase hacía protagonista en la vida escolar, al piano se

encontraba Antonio Baciero aunque no se hubieselucido en el deporte tan valorado. Pero todo le su-ponía un enorme dedicación, sobre todo en ve-rano, cuando estudiaba diez y doce horas diariaspara conseguir en Madrid las mejores notas en susexámenes oficiales. Su abuelo lo llevaba al casinode Pamplona. Su padre, siempre tan trabajador,abrió consultorios en pueblos cercanos y su hijoAntonio lo acompañaba con frecuencia, cuandotenía que desarrollar esas consultas por distintaslocalidades. El niño tocaba el piano —no era tan di-fícil encontrar pianos por muchos lugares—. Contodo, la música no era contemplada por su proge-nitor con una dimensión de futuro para con su hijo.Continuaba pensando su padre en los estudios deMedicina, aunque le gustaba verle tocar. Terminóel bachillerato y concluyó también la carrera en elConservatorio. Allí ya no estaba solamente el ma-gisterio de la recordada Puri Villar sino también deJulia Parody Abad (1890-1973), en cuya clase iniciósu amistad con Esteban Sánchez (1934-1997).

Aunque Parody era madrileña de nacimiento, semostraba en su baja estatura como una malagueña,ciudad en la que desarrolló sus primeros estudios.Y desde Málaga, las instituciones municipal y pro-vincial la becó para que pudiese continuar sus estu-dios en Madrid con el famoso José Tragó,catedrático del Conservatorio. Entre doscientas con-currentes ganó una plaza de alumna del Conserva-torio de París con clases, primero de Marmotel—discípulo de Chopin— y, después, del legendarioAlfred Cortot, que también veremos su magisterioasociado al recibido por Esteban Sánchez. La forma-ción continuó por Berlín y, posteriormente toda unacarrera como concertista internacional. Recaló final-mente en Madrid como profesora del Conservatoriodonde la conoció Antonio Baciero y donde fue ga-lardonada con la Cruz de la Orden Civil de AlfonsoXII. Es verdad que doña Julia, que vivía en la callede Alcalá, se encontró un joven pianista de provin-cias muy modelado, gracias al magisterio de Puri Vi-llar. Le empujó en su preparación para laculminación de su carrera pianística y por qué nodecirlo, no la sentó demasiado bien que decidieseAntonio Baciero continuar sus estudios en Viena.Esteban Sánchez era su alumno bien cercano.

De gira con Teresa Berganza. Tánger 1955, después del premio

extraordinario fin de carrera de ambos

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“Esteban —recuerda Antonio— era un pia-nista verdaderamente único. Era además un au-téntico hombre bueno y como pianista unverdadero superdotado, genial. Algo, totalmenteaparte, nunca pretendió “hacer carrera”. Teníaun carácter que no entraba en las reglas deljuego. Hasta cierto punto su personalidad eramuy comparable a la de Mozart, en muchos as-pectos. Ambos compartían la intuición delgenio, múltiples particularidades y la predesti-nación desde la infancia, ¡pero el resto delmundo le era ajeno!”. A su muerte en 1997—había nacido en la localidad pacense de Ore-llana La Vieja en 1934— era definido por EnriqueFranco en las páginas de El País como el “geniooculto del piano español”. Anteriormente, AlfredCortot lo había calificado como “un genio musi-cal del siglo XX”. Una personalidad que, comosubrayaba Antonio, estaba al margen de los con-

vencionalismos y también de las vanidades pro-pias de una profesión y de la manifestación ar-tística. Un virtuosismo “trascendente ypoderoso”, con interpretaciones magistrales deBeethoven, Schumann, Mendelssohn, Tchai-kovski, sin olvidar los españoles Isaac Albéniz,Enrique Granados, Joaquín Turina o Manuel deFallas. Destacó también en sus grabaciones dis-cográficas. Y cuando el prestigioso Daniel Baren-boim, al conocer la interpretación de “Iberia”—la creación de Albéniz— por este músico ycompositor, se preguntaba la razón del porquéEspaña lo mantenía oculto a este genio. EstebanSánchez decidió viajar a su tierra natal, a Bada-joz, para impartir a partir de 1978, sus enseñan-zas en los conservatorios de la capital y deMérida, residiendo en su villa natal de Orellana.En uno de los desplazamientos encontró lamuerte y así se fue “sin armar ruido”.

En realidad, Esteban Sánchez —dos añosmayor que Antonio Baciero— había comenzadoestudiando con un tío-abuelo suyo que era sa-cerdote, organista y maestro de capilla en la Ca-tedral de Palencia. Su ingreso en el RealConservatorio de Madrid se había producido en1945, con las clases de la mencionada Julia Pa-rody. La ampliación de su formación se orientóhacia París, en la Escuela Normal de Música conel también citado Alfred Cortot y en la Academiade Santa Cecilia de Roma con Carlos Zecchi. Ob-tuvo importantes premios como el “Extraordina-rio Fin de Carrera” en 1948, el “Eduardo Aunós”del Círculo de Bellas Artes en 1949 y un año mástarde, el “Pedro Masaveu”, ex aequo con JoaquínAchúcarro; y tres importantes premios interna-cionales como el “Dinu Lipatti” de Londres al“mejor pianista joven del mundo”. Su primergran concierto fue en Madrid con la OrquestaNacional en diciembre de 1954. El magisteriomusical le fue alejando, desde Extremadura, desu labor concertística. Obtuvo, eso sí, el recono-cimiento de sus paisanos. Antonio Baciero nopudo olvidar a Esteban Sánchez y este interés yadmiración se plasmó en una publicación, enuna monografía: “creo que el personaje, elamigo y el recuerdo de su piano lo merecen”.

Viena 1957, el escenario delpianista que se hace europeo

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LOS PRIMEROS GRANDES ENCUENTROS:SOPEÑA Y REMACHA

El premio extraordinario Fin de Carrera dePiano supondría su autonomía, aunque todavía setuvo que matricular de Medicina, solamente por es-pacio de un curso. Sin embargo, no se llegó a exa-minar de ninguna asignatura. Por entonces, eradirector del Conservatorio, el sacerdote vallisole-tano Federico Sopeña, gran amigo y colaboradordel que después será el ministro de Educación, Joa-quín Ruiz Giménez. Diecisiete pianistas se presen-taron para la convocatoria del Premio Extraordina-rio, para el cual había que realizar dos ejercicios.En junio se quedaron diez para el otoño y, final-mente, fue Baciero el que lo obtuvo en 1954. El deCanto en aquellos momentos fue para Teresa Ber-ganza, con la cual pudo realizar una pequeña giraa Lisboa, Tánger y Tetuán. Ella cantaba al piano aun-que el pianista era otro, Félix Lavilla —el que des-pués fue su marido, precisamente un pamplonésnacido en 1928—, Antonio interpretaba solo alpiano y Federico Sopeña pronunciaba su conferen-cia, en un intento de promocionar como directordel Conservatorio, a los que consideraba como ex-traordinarios premios de fin de carrera de aquelaño, en canto y piano.

Curiosamente, Teresa Berganza había acompa-ñado anteriormente a notables actores de laépoca, muy populares, como Juanito Valderrama,Juanita Reina o Carmen Sevilla, pero sobre todohabía intervenido en los fondos musicales de pe-lículas como La hermana San Sulpicio —la ver-sión de 1952 de Carmen Sevilla pues la anteriorera de Imperio Argentina de 1934—. Concluidossus estudios en el Conservatorio, también los depiano, Teresa Berganza no quería dedicarse alcanto. No obstante, la profesora de esta materia,Lola Rodríguez Aragón la inició en Mozart y Ros-sini que, junto con la Carmen de Bizet serán susmáximos referentes en su futuro repertorio. Sugran debut se produjo cuando Antonio Baciero—con el que mantiene una muy cordial amistad—ya se encontraba en Viena. Sucedió en el Festivalde Aix-en-Provence, con el papel de Dorabella delCosi fan tutte de Mozart, con éxito rotundo de

“público y de crítica”. Iba a ser la portentosa vozde esta mezzosoprano, “cálida y de bello timbre,con una interpretación donde se sumaban la téc-nica, la gracia, la fuerza expresiva, además de unasextraordinarias cualidades como actriz.

Aquel verano de 1954 obtuvo una beca enSiena, en la Academia Chigiana con Guido Agosti(1901-1989). Sin embargo, pronto habría de apa-recer en su vida el Colegio Nebrija donde cono-ció a importantes amigos, como Miguel deUnamuno —nieto del escritor— además de Ra-fael Moneo. Director del mismo era relevanteGratiniano Nieto, yerno del que había sido rec-tor de la Universidad de Valladolid CayetanoMergelina. Los informes pedidos a Pamplonafueron óptimos. Con los años, Gratiniano Nietofue director general de Bellas Artes. Pendientede todo ello se encontraba un primo de su

Pianista en Nueva York.1968, como aquel poeta de nombre Federico

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madre y de su abuelo Gerardo, José María Sán-chez de Muniaín Gil, por entonces director ge-neral de enseñanza media, perteneciente a laAsociación Católica de Propagandistas y discí-pulo del que se habría de convertir con los añosen el cardenal Ángel Herrera Oria. Sánchez deMuniaín fue la segunda persona que alcanzó elgrado de doctor en filosofía en España tras laGuerra Civil en 1942, con una tesis titulada Teo-ría de la belleza del paisaje. Desde 1945 habíasido catedrático de Estética de la Universidad deMadrid. Poco tiempo después de este contactocon su "sobrino" Antonio Baciero, se sumergióen la celebración y edición de la culminación dela Antología general de Marcelino Menéndez yPelayo, con ocasión del centenario del naci-miento del polígrafo, auténtica apoteosis de unmenendezpelayismo, esencial para la vida inte-lectual nacionalcatólica española del momento.

Finalmente, el Colegio le concedió al joven Ba-ciero la media beca para su estancia en el mismoy el resto de la cuantía se la pagaron sus padres,aunque su progenitor continuaba sin perder laesperanza de tener en su hijo primogénito almédico que deseaba.

Los estudios musicales estaban concluidos peroera la hora del perfeccionamiento, el cual habría dehacerse en el extranjero. Habitualmente, los jóve-nes músicos se habían orientado hacia París o Ale-mania, como hemos visto en algunos de susprofesores. A través de la Institución Príncipe deViana, la Diputación de Navarra le habría de con-ceder a Antonio Baciero —este navarro de adop-ción, de orígenes y nacimiento arandino— unacuantiosa beca de cincuenta mil pesetas, en un año.Estaba destinada a estudiantes de Bellas Artes. Pre-sidía aquel tribunal el que habría de ser director deaquel conservatorio de Pamplona, Fernando Rema-cha (1898-1984). Un intelectual que había estadoincluido en la "Edad de Plata" de la Cultura espa-ñola, previa a 1936. Remacha habría de desempe-ñar un papel esencial en la vida de Baciero siendola resolución de esta beca el primer gran paso. Eranavarro de Tudela, habiendo iniciado sus estudiosde violín en su ciudad natal aunque más tarde pasóa la capital navarra hasta que, en 1911, se trasladóa Madrid donde asistió a las clases de José del Hie-rro y a las propias de composición de Conrado delCampo. En 1923, ganó el Premio Roma de la Aca-demia de Bellas Artes de San Fernando con unacantata, un motete y una fuga ¿Qué suponía aquelladistinción? Con veinticinco años, Remacha inicióuna estancia de cuatro años en la Academia de Es-paña en Roma donde estudió con Gian FrancescoMalipiero (1882-1973), una gran figura del Renaci-miento musical italiano del siglo XX, uno de losgrandes “iluminados del arte en el siglo XX” comoindica Baciero, deslumbrado por el arte de Debussyo de Stravinsky, veneciano y descendiente de unode los Dux de la República Serenísima y de unamarquesa. Remacha, en Roma, se convierte en sudiscípulo predilecto dentro de una labor de recu-peración de los maestros antiguos. Cuando Rema-cha volvió a Madrid en 1928 —y obtuvo una plazade viola en la Orquesta Sinfónica de Arbós— llegó

Y pasó el telón de acero, Conservatorio Tchaikovsky. Moscú 1980

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a tener mucha autoridad en el núcleo culturaldonde se encuentra a Ricardo Urgoiti Somovilla, elhijo del fundador del diario “El Sol”, un potentadovasco que vivía en Madrid. Urgoiti fue el creador deUnión Radio y, posteriormente, de Filmófono, em-presa de cuya dirección artística se hizo cargo Re-macha.

Así, el músico navarro pudo poner música avarias películas dirigidas por José Luis Sáenz deHeredia o Luis Buñuel. Remacha estaba muycercano al ámbito intelectual republicano delmomento, con ese “Grupo de los Ocho”, inte-grado por Salvador Bacarisse —autor de la cé-lebre Romanza con la guitarra como solista—,Julián Bautista, Rosa García Ascot, Rodolfo y Er-nesto Halffter, Juan José Mantecón y GustavoPittaluga. Y llegó la Guerra y Remacha no salióal exilio pues fue un hombre prudente pero ensu Tudela natal, donde su padre tenía una fe-rretería. Allí vivió un profundo “exilio interior”,contraproducente a su evolución musical. Paraentonces ya había sido en dos ocasiones (1933y 1938) Premio Nacional de Música —todavíahabría de serlo por tercera vez en 1980—. Y enTudela es donde lo conoció Antonio Baciero,vestido con la bata azul de ferretero. Se lo pre-sentó Rafael Moneo (1937), su compañero enel Colegio de Nebrija y que también había na-cido en Tudela y que con el tiempo se habríade convertir en uno de los más destacados re-presentantes de la arquitectura española con-temporánea.

Como dijimos, Remacha era violinista y Antonio,en los ejercicios para la beca de la Institución “Prín-cipe de Viana” —de la Diputación de Navarra—, in-terpretó una pieza de Bach que Busoni transcribiópara piano cuando en realidad era para violín, laChacona, BMW 1004. Aquella interpretación le ma-ravilló a don Fernando y cuando presidió el tribunal,defendió la candidatura de Baciero contra sus pro-pios intereses, es decir, contra los recomendadosde aquéllos que le habían llevado a Pamplona comodirector del Conservatorio —el Pablo Sarasate alfrente del cual se mantuvo hasta 1973—. Finalmente,se la concedieron en Pamplona. Cómo llegase esedinero a Austria era problema de Baciero, no de laInstitución que se lo concedía. Y así tuvo que sacarveinticinco mil pesetas por la frontera, toda unaaventura, en los zapatos, pasando por Barcelona,Lyon, Zurich, Innsbruck hasta Viena, en aquel trenque fue todo un “viaje universal”.

EN VIENA, DESDE EL AÑO DE MOZART

Viena iba a ser el destino: “¿qué otro sitio podríasignificar más para un pianista? Viena ejercía enton-ces una llamada especial”. Hacia allí viajó con dieci-nueve años y en la capital austriaca habría decumplir los veinte en mayo de 1956. Entonces, Aus-tria estaba a punto de comenzar a celebrar el bicen-tenario del nacimiento de Wolfgang AmadeusMozart. Quizás fue uno de los primeros conciertosa los que asistió Baciero en esta conmemoración.Fue el inaugural del Festival del Centenario de Mo-zart en mayo de aquel 1956, dirigido por Karl Böhm,la Filarmónica de Viena y un pianista húngaro lla-mado Geza Anda, con el Concierto de piano en solmayor, el número 17, además de la Sinfonía nº 40.Fue aquel un acto de gran solemnidad. Por algo, erala inauguración de la efeméride con la presencia yla intervención del presidente de la República,Adolfo Schärf. Precisamente, el Allegretto, finale,presto —el tercer movimiento de aquella creaciónmozartiana— se lo recordaba yo ante Baciero comouna de esas páginas del genio de Salzburgo que megusta escuchar periódicamente. Junto al año Mo-zart, poco antes de su llegada, precisamente un 5de diciembre de 1955, se produjo la apertura de laópera, la Staatsoper.

En la Filarmónica de Leningrado,1980, hoy San Petersburgo

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Lo que comenzaba para un año, se prolongó porespacio de diez, hasta que cumplió los veintinueve.Baciero comenzaba una nueva etapa como lo hacíatambién esta República que veía como se ponía fina la ocupación de los aliados —sobre todo de lossoviéticos— tras el avance contra los nazis durantela Segunda Guerra Mundial: “Viena, pese a todo—confesaba Baciero a Maruxa Baliñas—, era unaapoteosis de optimismo […] me acuerdo de quetodavía quedaban bastantes vestigios de los rusos—los soviéticos—”. Se refería el músico a unenorme tanque ruso, quizás el primero que habíaentrado en Viena, a modo de monumento en unaplaza enfrente del Palacio Schwarzenberg, no muylejos de los jardines del Belvedere; o aquel cemen-terio de oficiales soviéticos, con tumbas presididaspor la hoz y el martillo: “cuando los rusos se fue-ron, los vieneses se comprometieron por tratado aconservar todo aquello y las tumbas y el tanquesolo se retiraron años después, por un tratado de

la ONU. Todo ello era un síntoma de una época re-ciente, durísima y trágica. Pero por encima de todoimperaba la música. La música había puesto aprueba los hombres y las ciudades. Viena era suciudad”. En realidad, aquel territorio había sido yacastigado en 1918, tras el final del Imperio Austro-Húngaro, después de la derrota de la Gran Guerra.Fue transformada en una república y ésta fue incor-porada por Hitler al espacio de expansión de aque-lla gran Alemania que habría de constituir el IIIReich. Fue casi un misterio el por qué estas tierrasno formaron parte de los países satélites de laUnión Soviética como ocurrió con sus vecinas Hun-gría y Checoslovaquia —actual Chequia y Eslova-quia—. Lo cierto es que Austria volvía a ser un paísindependiente en 1956. Volvía a resurgir con la tris-teza de una posguerra tremenda en una ciudadpoco iluminada.

Esa estancia de diez años fue inolvidable. Lanueva profesora fue Viola Thern, de la que iba a re-cibir sus clases. Descendía de un círculo de losalumnos predilectos de Franz Liszt. Su marido Oth-mar Steinbauer, del que se divorció, había sido unaautoridad musical en el Conservatorio vienés en losdías de la ocupación nazi, además de importantecompositor dodecafonista.

Antonio Baciero empezó a vivir en una casasubarrendada, viviendas para estudiantes que con-siguió por medio de una agencia. Una habitaciónen una parte muy triste de Viena, casi en frente dedonde acabó Beethoven la Novena Sinfonía, enla calle de los Húngaros, una travesía larga con mu-chas curvas: “como estudiantes vivíamos en los en-tornos más pobres, en habitaciones subarrendadasy claro, no en las mejores zonas. Se veía gente raray silenciosa, ataviada con modas muy antiguas yera una gran diferencia, claro, viniendo además deun sitio tan extrovertido como Madrid”. Natural-mente, no fue una desconexión plena de su Es-paña natal a la que volvía periódicamente, por lomenos cada Navidad. Sin embargo, su vida enViena fue de estudio. En el Conservatorio les otor-gaban gran facilidad para acudir a la ópera y a losconciertos, de los que tenían que disfrutar de pie.Era el tiempo de las viejas figuras del mundo mu-

En el Palacio de Congresos de Tirana,Albania. Concierto del día de la Fiesta Nacional.

24 de junio de 1989.

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sical y las nuevas emergentes, como Herbert vonKarajan —todo un factótum de la música en Eu-ropa—. Fue director de la ópera entre 1957 y 1964,aquel escenario que había sido el ámbito del des-pegue anterior del germanismo: “Karajan lo domi-naba todo, cualquier repertorio, era capaz de hacercada día una ópera distinta y del género sinfó-nico—pues la Filarmónica que no tenía director ti-tular, entonces lo invitaba mucho—, y siempretodo de memoria… un león. Para las finanzasigualmente. Era un tipo fascinante por la rápidabrillantez de sus interpretaciones. Por ejemplo, enla ópera, cuando la representación ya estaba apunto de comenzar, la orquesta terminando de afi-nar, de repente se abría la puerta del foso y mien-tras la gente se daba cuenta y le miraba y aplaudía,ya estaba empezando la música. Era capaz [Kara-jan] de controlar hasta los aplausos del público,parecía dirigirlos […] allá por los 60, era el amomusical de Europa entera: dirigía la Philarmónicade Berlín o de Londres, la Ópera de Viena y laScala de Milán […] grababa para Deustche Gram-mophon (de la que era accionista), dirigía el Fes-tival de Salzburgo y muchas cosas más. Era ademásun campeón de vela y pilotaba su propio avión.Me acuerdo de su atuendo impecable, con un pei-nado cuidadísimo con su típico tupé. Parecía unaobra de relojería en un hombre bajito que sabía yquería cultivar el valor de la imagen”.

Los idiomas siempre le gustaron a Baciero.Había estudiado ya un poco de alemán. En el Co-legio Nebrija hubo uno de los residentes que im-partió clases de esta lengua, con un procedimientointermedio y práctico para poder leer esas letrasgóticas. Se familiarizó en seguida con ella y ademásel alemán de Viena era bastante peculiar, en mediode un ámbito internacional con tanta presencia es-lava. Allí radicaba parte de su encanto, una lenguacampesina y poco cultivada, impregnada de unadimensión dialectal en Viena. La gente que ha-blaba un buen alemán en esta gran ciudad era deuna pronunciación exquisita, más dulce. Con ViolaThern parecía que estabas hablando con una ve-neciana, que no era otra que esa costa de Austria,ocupada en los tiempos anteriores a la unificaciónitaliana por los austriacos.

Había pocos españoles en estas tierras. EscribíaSopeña que la mayoría eran sacerdotes y semina-ristas, “nada tiene esto que ver con nuestros semi-narios, ni con el ambiente estudiantil eclesiásticode Roma. Cómodo para el que estudia, con todaslas facilidades, con libros, con música, con becas,con soledad; pero angustioso para quien estudia,sobre todo, para sacerdote”. En Viena, coincidiócon el investigador que habría de ser después ca-tedrático de Historia Moderna de la Universidadde Salamanca, Manuel Fernández Álvarez: “allí sur-gió una amistad profunda e irrepetible. Fue unhombre sabio excepcional —gran especialista deCarlos V, de quien publicó el Corpus Documen-

tal— con el que tuve muchísima relación e inclusoparticipé en un homenaje que se le tributó conmotivo de su jubilación”.

Además, desde Viena, se vivía a las puertas delTelón de Acero. Entonces, Baciero no pudo cono-cer Checoslovaquia o Hungría. Y eso que el ám-bito soviético protegía mucho a la música y a losmúsicos, siempre y cuando éstos entrasen por loscanales oficiales ideológicos. Con todo, viniendode la España de 1956, cuando paseaba por las cer-canías de la embajada soviética en Viena, la mirabacon precaución y la consideraba un lugar muyhermético.

Viena, Austria no era el único horizonte. En Es-paña continuaban existiendo sus anclajes e, incluso,de allí llegaron algunas ofertas. Tras Viola Thern es-

Ciclo de música inédita española.Escuela Superior de Canto. Madrid, mayo 1980,

con S. M. la Reina Sofía y Joaquín Saura

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tudió con Paul Badura-Skoda, Jörg Demus y AlfredBrendel, los más destacados pianistas jóvenes delmomento. Desde España, no se olvidaba lo quedesde, por ejemplo, la ciudad del Pisuerga podíaofrecer por vía de Ángel Huarte, profesor de Dere-cho, presidente de todo lo importante de Vallado-lid. Huarte era de Pamplona —allí donde senecesitaba un apoyo para Baciero siempre aparecíaun navarro y específicamente un pamplonica— y lerecomendó para su primer concierto en Valladolid,en el Teatro Carrión con la Orquesta Sinfónica en1958 o 1959. La llegada del éxito permitía una re-comendación enlazada con la siguiente. Baciero setomó la profesión muy en serio, como una gran vo-cación. En aquellos viajes de ida y vuelta siemprese encontraba con Remacha. Este último, gracias auna beca concedida por la Fundación Juan March,pudo visitar en los años 1958 y 1959 varios conser-vatorios europeos para conocer su sistema de en-señanza. Baciero, por su parte, se mantenía graciasa la pensión de su protector Félix Huarte. Tanto élcomo Remacha querían a Baciero en la docenciadel piano en Pamplona. La existencia que nuestromúsico había comenzado era de todo menos esta-ble y si me apuran, esta definición no la ha alcan-zado nunca. Si se implicaba en un Conservatorio,quedaba allí, dentro de una España cultural que ne-cesitaba una expansión grande: “cuando se fundóel Conservatorio de Pamplona [1957] lo nombra-ron director [a Fernando Remacha]. Quiso que yome ocupara allí del piano, y aunque la oferta hu-manamente resultaba muy atractiva, todavía meconsideraba en el principio de lo que yo queríaaprender y asimilar de Viena, y él lo entendió bien.Mi vida hubiera sido muy distinta de haber acep-tado”. Los Huarte lo tomaron como un hijo aunquecomo gran industrial de Navarra, con ojo y cualida-des para los negocios, disponía de una gran sensi-bilidad para el mecenazgo de otros artistas. Estafamilia también se volcó con el Orfeón y su hijo,Jesús Huarte, lo asumió todo ello.

La carrera internacional de Antonio Baciero co-menzó en 1961 cuando en el Concurso Interna-cional “Viotti” de Vercelli obtuvo un PremioEspecial directamente costeado por el pianista degran prestigio Arturo Benedetti-Michelangeli. Dos

años después interpretaba las Seis Partitas de Jo-hann Sebastian Bach en un solo concierto que, trasViena, se repitió en Madrid y Barcelona. La críticaya estaba convencida que Antonio Baciero era unespecialista en este compositor alemán. Remachale volvió a abrir el siguiente hito: la necesaria re-cuperación del antiguo patrimonio musical espa-ñol. No sólo tenía que ser intérprete sino uninvestigador de la música, un musicólogo. Le re-comendó que se dedicase a los clásicos italianos,a Frescobaldi, como había sabido él descubrir ensus años en Roma, en plena Italia fascista de Mus-solini. Había un autor español que estaba casi pordescubrir públicamente, estudiar, interpretar y gra-bar: Antonio de Cabezón. Hasta ahora, a Bacierole había fascinado Bach como culmen de las es-cuelas anteriores, pero también, desde entonces,fue descubriendo a Cabezón o a Correa de Arauxo.“Entablamos una gran amistad [con Remacha]—indicaba Baciero—, que prendió rápidamente enuna cantidad de cosas en común. Él fue la primerapersona que me enseñó piezas españolas del sigloXVI, de Cabezón, etc, facilitándome sus partituras(entonces no había casi música publicada de estoscompositores). Como yo me había interesado yaen Viena por el teclado italiano anterior a Bach y

Con la Reina Sofía. Madrigal de las Altas Torres.1992. Con Luís Yáñez, Adolfo Suárez y Juan JoséLucas. Nombramiento de la Reina como alcaldesa

perpetua de Madrigal.

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andaba rondando esos autores. Cabezón supusopara mí una aparición providencial, al igual queCorrea de Araúxo, Aguilera, Cabanilles, etc. Me in-teresé inmediatamente en estudiarlos a fondo eincluirlos en mis conciertos”. Esa dimensión mu-sicológica e investigadora, no podía concebir sutrayectoria musical como una carrera de obstácu-los de un concertista, que pretende ser siempre elmejor. Descubrió un filón, desde el primer con-tacto con esa música de gran calidad, esencial-mente hispánica, muy castellana. Baciero se volcóen este estudio, en contra de lo que sus maestrosen Viena le decían, pues además también los dioa conocer allí.

Se encontraba en España en una tournée y reci-bió una carta de su última patrona en Viena. Le anun-ciaba que iba a tirar la casa en la que vivía y que enlos próximos meses la tenía que dejar libre. Él lo viocomo una señal. Era una casa maravillosa del sigloXVII, llena de pasillos y corredores, en la que le pa-recía vivir casi en la época de Mozart. Eso sí, teníaque llegar a ella por calles sombrías dedicadas a laprostitución y por el antiguo gueto judío. Amuebladacon piezas maravillosas de principios de siglo, reali-zada con grandes maderas. Aquel ambiente fue re-cordado por Federico Sopeña en una estancia dediez días en la capital austriaca. Cuando lo hacía, conel entusiasmo del viaje narrado —“diez días entre lamúsica de Viena”— Sopeña indicaba que aquellosmuebles eran los de Rainer María Rilke, nacido enPraga en pleno Imperio de Austria-Hungría aunquemurió en Suiza siendo uno de los poetas más impor-tantes en alemán, “rebelde y trashumante”:

“En muy viejo barrio de Viena —describe Sopeñaen “Diez días entre la música de Viena”—, al otrolado del canal una inmensa casa de patio y de co-rredores. Al entrar en el patio hay un par de viejas yunos cuantos perros, perros grandes, luchadores ycariñosos, con heridas; caballos para los pequeños,

que acuden corriendo para saludarnos. Arriba, unmodestísimo departamento, pero en el estudio,bajo de techo, viejo, maravillosos muebles antiguosde caoba y bronce, y silencio, milagroso silencio.Desde la ventana, chimeneas, palomas, ropa ten-dida, ladridos lejanos de perros. Está muy cerca laiglesia y el hospital; entre ese mundo de trabajado-res, de pobres, pasa y saluda una persona descui-dada y distinguida que está el día entero, allí, en sucuarto ¿La vida de Rilke? No; que en el cuarto hayun gran piano “Bösendorfen”, el piano de las dul-zuras. Quien está allí con Mozart, con Chopin, conBrahms, es un becario español que trabaja. Ni en sucasa española, ni en el Conservatorio pudo estudiaren un piano sobre el cual pudiera construirse el so-nido, esa forma del aire que es la razón de la músicamisma. En su casa, sí, habrá criada, comida en lamesa, corbata en la calle y trato de señorito. Aquíha de comer a lo pobre, no comer algún día, comermenos siempre y siempre de prisa porque siemprehay un concierto que debe escucharse. Es la po-breza que Rilke tanto quería, la pobreza personal,el mirar en torno para ver la paloma, la caoba, elbronce y las pobres gentes, para aprender de ellasla fuerza de la vida y la muerte como algo personal.Y, claro está, el Antonio Baciero, cuajado de premiosen el Conservatorio de Madrid, que tocaba comocon rayos y centellas, nada tiene que ver con esteAntonio Baciero que me hace oír un Mozart mara-villoso, “sonidos” sólo; un Chopin terrible y exacto,exacto como los dibujos de esos muebles de caoba;terrible como el mundo que deja en el patio y quese adivina en el hospital. Cuando vuelvan, lo mástarde posible, traerán al mundo nuestro, al mundoespañol, lo único que puede sanar nuestros concier-tos, los pasillos de los Conservatorios, la misma crí-tica musical: el misterio al que sólo se llega a travésde la riqueza de hacerse pobre, a través de desnu-darse del mundo burgués para encontrar el señoríodesde el cual Mozart, pero también Schönberg,valen; Wagner, quizás no…”1.

1 Federico Sopeña Ibáñez, “Diez días entre la música de Viena”, Separata del trabajo publicado en Cuadernos His- panoamericanos, 131, Madrid, 1960.

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Fue un encuentro divertido y casual, entre elgran factotum cultural y musical que era Sopeñay Baciero, en el extraordinario concierto que secelebró con ocasión del centenario de GustavMahler en 1960. Se había colado el joven músicopresentando una de las muchas entradas delmismo color que le daban en el Conservatorioaunque tuvo que aumentar la propina que alacomodador de la parte superior le entregabahabitualmente. Se vieron en el descanso deaquel concierto, donde se interpretaba la Sinfo-nía Incompleta de Schubert y la Cuarta de Mah-ler con Elisabeth Schwarzkopf como solista, bajola magistral dirección de Bruno Walter, ya reti-rado en Estados Unidos, discípulo y sucesor, pre-cisamente, de Gustav Mahler y que falleció alaño siguiente. En realidad, lo recordaba Bacierocomo un momento emblemático: “nunca la Fi-

larmónica de Viena, dijeron, sonó tan bien”. Pen-semos que Bruno Walter dirigía por vez primeraen Viena tras haber sido expulsado por judío enaños anteriores. En este momento de rescate, elalcalde de Munich le entregaba la medalla de orode aquella ciudad. Aquel concierto fue revelador,con un intérprete exquisito que siempre le inte-resó, donde desarrolló por su parte una mezclade picaresca estudiantil, unida a una remem-branza antigua que se fue configurando en su ca-rrera. Después de una casa así, en la que vivióSopeña con él aquellos días fugaces, no podíaencontrar otra parecida. Había llegado la horade abandonar Viena. Dejar atrás aquellas dos ha-bitaciones donde podía vivir, recibir a gente, es-tudiar. No quería tampoco vincularse más conesta capital pues el siguiente paso sería ya parasiempre.

En aquellos mismos momentos, Fernando Re-macha realizaba la Colección de 50 cancionesantiguas gracias a otra beca de la FundaciónJuan March. Sopeña, llegará a definir a Bacierocomo “el más original de los pianistas actuales”.Este sacerdote y crítico musical era un hombrede amplísima cultura, una gran personalidad in-telectual que se plasmó en una veintena de li-bros como aquella Historia de la música,además de Música y literatura. Fue director dela Academia de España en Roma, catedrático deEstética y de Historia de la Música del Real Con-servatorio de Madrid. En los años cincuenta fuevicerrector de la Iglesia española de Roma, fuemiembro fundador de la Academia de Europa ydirector de la Academia de Bellas Artes de SanFernando desde 1988. Su designación como di-rector del Museo Nacional del Prado fue polé-mica, ya que el subdirector, Alfonso PérezSánchez, consideró que un musicólogo no erael más adecuado para esta tarea. Sopeña mani-festó que pretendía hacer del Prado “un centrode cultura viva”. Él ya había publicado estudiossobre varios pintores, además de los volumino-sos Música en el Prado y Picasso y la música.Semanas antes de su muerte, en mayo de 1991,recibió el Premio Castilla y León de las CienciasSociales y las Humanidades.

En la Misión de Santa Ana en Chiquitos con su esposa Mari Nati de Santiago

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LOS OJOS Y LAS MANOS DE ANTONIO DECABEZÓN CUATRO SIGLOS DESPUÉS

Era el momento de iniciar una nueva etapa. Pen-saba Antonio Baciero que cobraba mucho sentidopoder estudiar en el ámbito campestre pero en Es-paña. Todavía habría de vivir en febrero de 1965 encasa de un amigo en Munich, pues hasta el mes demarzo no tenía unos conciertos en España. Su tíoJosé María Sánchez de Muniaín pensó que el lugaradecuado que buscaba su sobrino músico era elMonasterio de San Lorenzo de El Escorial, dondetenía muy buenos amigos y podría ser entre los frai-les agustinos. Dentro del edificio histórico había unámbito que era conocido como “La Ciudad deDios”, donde se podría meter un piano de cola parapoder estudiar, encontrando el habitáculo de mo-rada en la vecina Universidad María Cristina, en lacual podría tener habitación y comer. Proyectabade esta manera la idea de Bécquer de vivir en unmonasterio. Finalmente, no se llevó a cabo aquellaexperiencia y, a través de nuevas amistades, seorientó hacia la población extremeña de Villar dePlasencia, entre Hervás y las proximidades de la ciu-dad episcopal. Aquel espacio llegaba de la mano desu amiga Amalia Sempere.

De nuevo, salía con la casa a cuestas en un tre-necillo que partía de la madrileña estación deci-monónica de las Delicias de Madrid. Un tren dejuguete que fue surcando paisajes radiantes enel mes de mayo de 1965, en esa España recónditay solitaria, como lo era la estación de Villar. Ha-bría de dirigirse, no lejos de allí, a un edificio si-milar a una fonda o figón, sacada de una escenade El Quijote, en un cruce de caminos, en el cualno se oía nada. Detrás de un portón enorme,descubrió una figura casi románica, en una sillamuy bajita. Una mujer anciana que estaba con-tando garbanzos. Baciero lo narra con la minu-ciosidad de las descripciones de los grandesepisodios, casi tan trascendental como su tiempoprolongado en Viena:

“¿Doña Soledad García viuda de Muñoz? Y usted es el pianista, respondió la mujer sindudarlo.

Lo estaban esperando. Conoció la cabaña quele habían ofrecido, algo distante de la posada y to-davía más solitaria. Era como aquella iglesia fran-ciscana de San Damián, signo de la conversión desan Francisco de Asís cuando creyó escuchar aque-lla voz que decía: “Francisco repara mi Iglesia”. Enaquel espacio casi no había luz pues ésta no podíaentrar nada más que por una única y pequeña ven-tana, sin que faltase una chimenea y un catre paradormir. Fueron tantos los ruidos del campo, enaquella primera noche, que decidió Antonio quesu deseo de ser ermitaño de la música y encontrarel espacio retirado para estudiar a Cabezón no teníaque ser tan radical y extremado. Durmió en aquellacasa de posada de doña Soledad, en todo un esce-nario de los tipismos hispanos, con comidas mara-villosas y sabrosos cocidos, saboreados en uncomedor presidido por las tradicionales escenas dela “Sagrada Cena”. Por entonces, Baciero era un

En la antigua Misión jesuita de Concepción.Chiquitos. Bolivia, con Hans Roth 1993.

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joven de veintinueve años muy delgado que hasta lehacía ilusión engordar. Aquella estancia tan esencialpara encontrarse con el maestro Cabezón que habríade venir después, alcanzó hasta el mes de septiem-bre de 1965. En octubre pasó por unos conciertosen Alemania, con estancias un poco improvisadas.Grababa en Radio Nacional. Y fue en la SociedadCantar y Tañer donde conoció en 1965, por mediode Helga Drewsen, a un hombre internacional, San-tiago Kastner, en vísperas del centenario de lamuerte de Cabezón. Tuvieron una gran conversaciónen la Plaza Mayor de Madrid después de haber apren-dido todos los Tientos de Cabezón en Villar de Pla-sencia. Kastner solamente podía hablar con Bacierode esos temas. La oportunidad se abría a la celebra-ción de esta conmemoración histórico-musical jun-tos: “Kastner —reconoció Baciero a Maruxa Baliñas—daría las conferencias con un clavicordio y yo haríaal piano los conciertos que las acompañarían. A Kas-tner le interesó mi idea de conseguir unas versionescon la flexibilidad y recursos del piano modernocomo potenciador del mundo del clavicordio. Man-tuve una gran amistad con el gran musicólogo his-panista durante toda su vida y participé luego envarios homenajes que se le hicieron como el de Pa-lencia [1991] en el que di un ciclo de cuatro concier-tos con músicas, muchas inéditas, procedentes dePalencia, cuyo archivo él había estudiado exhausti-vamente”. Se trató de una de las obras más notablesde Santiago Kastner, Palencia, encrucijada de losorganistas españoles del siglo XVI.

Y aprovecharon la inauguración del TeatroReal de Madrid para presentar dos programascon obras de Antonio de Cabezón. Tuvieron unagran resonancia y junto con Nadia Boulanger,Baciero obtuvo el Premio “Juventudes Musicalesde Madrid”, reconociendo así lo que se conside-raba mejor interpretación de la temporada. Uncentenario de Cabezón en Madrid con Kastnerque lo subvencionó Jesús Huarte. Entendió Ba-ciero que este músico del siglo XVI fue “uno delos genios más preclaros de la historia musicaly, además, profundamente hispánico. Cabezón—continúa el musicólogo arandino— representael fluido más inmaterial de una época grande: latransición entre el Renacimiento y el Barroco.Conocer y profundizar en Cabezón es ahondaren pura mística, en el centro mismo del arte delos sonidos”.

Poco tiempo después conoció a su primeramujer, Raquel Fábrega, una estupenda pintoraque acababa de terminar Bellas Artes en Madrid,en una inquieta promoción de la Escuela queacababan de finalizar un viaje de Estudios porEgipto. Tocaba el piano y la guitarra. Se casó en1967. Viajaron ambos inmediatamente a Alema-nia. Allí nació su hijo Franz, así llamado en honora Schubert. Pero la familia volvió a España dondetenía más vínculos. Gracias a su suegra, en la co-lonia de El Retiro, descubrieron una casa de tipovasco, que perteneció en tiempos a una coloniade ferroviarios. Allí había vivido Juan RamónJiménez. Eso sí, en algunos de los veranosAntonio Baciero volvía a Villar de Plasencia.

CONJUGANDO LA HISTORIA: DE CABEZÓNA LA MADRE LUISA DE CARRIÓN

Investigación, actividad concertística y graba-ción. El primer trabajo discográfico de estas carac-terísticas fue la Obra completa de Antonio

Cabezón, que se extiende a lo largo de quince dis-cos, disponiendo para su grabación de órganoshistóricos españoles, piano moderno pero tam-bién instrumentos originales pertenecientes a dis-tintas instituciones culturales europeas. Fue elcaso de los Museos Instrumentales de Londres,

En la Hacienda de San Agustín,Ecuador, frente al Cotopatchi, 1994.

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Nüremberg y París. La edición realizada con His-pavox recibió el Premio Nacional del Disco y elpropio de la Revista “Ritmo” aunque estuvo tam-bién nominada la versión para el Premio Mundialdel Disco de Montreux: “al principio de los 70 meplanteé hacer una antología de Cabezón. Iban aser ocho discos pero al ver el interés que desper-taba la idea en los museos instrumentales euro-peos, propuse a la entidad patrocinadora suampliación a «Obra completa», cosa que sólo lesinteresó si con ello no les aumentaba el presu-puesto. Fue difícil pero se consiguió… no sin lasconsiguientes dificultades para mí, porque tuveque grabar los quince discos ajustándome a lashoras de grabación convenidas inicialmente paraocho […] en cualquier caso, aprendí mucho conaquella producción y cuando oigo algo de ella re-cuerdo principalmente aquellos años de juvenilentusiasmo e idealismo frente a todo”.

Confiesa Baciero que en Viena ya se tenían muypresentes los instrumentos antiguos. Sin embargo,para él, interpretar la música de Cabezón en esesoporte era “como una representación añadida delalma y la estética castellana”. Pero también le fas-cinaba cómo aquellas piezas podían sonar en elpiano y, por eso, realizó recitales Cabezón-Bach,considerándoles las “dos puertas del Barroco”. Ynaturalmente, Baciero puso sus límites: “hoy haymucha frivolidad en la incorporación y mezcla deinstrumentos. En ocasiones parece que con tal deque sea “antiguo” todo vale. Se combinan técnicase instrumentos antiguos con otros más modernos,de diferentes países o épocas, instrumentos quenunca coincidieron entre sí. Hay mucho esno-bismo. Antes, los músicos eran más serios”. Semuestra satisfecho con respecto a estos trabajosaunque no ha eliminado la crítica: “pienso que elcultivo de estas músicas y de los instrumentos an-tecesores del piano han enriquecido notable-mente mis conocimientos y recursos pianísticos”.Grabada esta “Obra Completa”, después fue inter-pretada de nuevo a lo largo de recitales incluidos,por ejemplo, en el “III Ciclo de Grandes Autores eIntérpretes”. Éstas y otras grabaciones se realiza-ron con firmas tan prestigiosas como RCA, la men-cionada Hispavox, Telefunken-Decca ó Etnos.

Antonio Cabezón formó para siempre parte delrepertorio de Baciero de manera muy señalada. Seprodujo una simbiosis entre ambos músicos, entreprotagonista e intérprete que al mismo tiempo eramusicólogo, adoptándose incluso su familia. Una delas personas que habla de una forma más divertidadel gran personaje que fue la madre Luisa deCarrión en el barroco sacralizado español, nieta delmaestro Cabezón —por ser hija de Jerónima deCabezón y Juan de Colmenares—, es precisamenteAntonio Baciero.

Con ocasión de uno de los homenajes de la Juntade Castilla y León para con Antonio Cabezón, se pro-gramó un concierto del mismo en la localidad nataldel músico del siglo XVI, Castrillo de Matajudíos, en laprovincia de Burgos, en las cercanías de Castrojeriz,donde nació en 1510. Desde muy niño, Antonio deCabezón fue ciego, según declaró su hijo Hernandoen la edición de sus obras en 1578. Se desconoce suformación musical aunque uno de sus contemporá-neos, Luis Zapata, lo ubicó en la vivienda de un obispode Palencia antes de comenzar su servicio en la Corte.Y es que desde 1526 fue organista de la capilla de lanueva emperatriz Isabel de Portugal. Doce años des-pués simultaneó este servicio con el de músico de cá-mara del Emperador, en vísperas de la muerte de doñaIsabel. En estos ámbitos, Antonio de Cabezón pudo

Antonio Baciero, reconocidoPremio Castilla y León de las Artes

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conocer la producción musical más selecta que se es-taba efectuando en torno a Carlos V. Dice, precisa-mente, este testigo —Luis Zapata—, que casó “poramores”, que no era la causa principal del matrimonio—más concebido entonces como negocio— con laabulense Luisa Núñez, estableciéndose en Ávila el do-micilio familiar. El prestigio de Cabezón en 1539, elaño del fallecimiento de la emperatriz Isabel, se en-contraba muy extendido. Y así, Cristóbal de Villalón,en su Ingeniosa comparación entre lo antiguo y lo

presente afirmaba que este músico había “hallado elcentro en el componer”. Tras los cambios vitales en lafamilia real, Cabezón pasó al servicio de las capillas delpríncipe Felipe y de sus hermanas María y Juana, hastaque el heredero de la corona recibió la encomiendade la regencia ante la ausencia de su padre, dedicán-dose Cabezón únicamente a su deleite musical. Estaríael músico en la primera boda de don Felipe en Sala-manca, en la Corte que se trasladó a Valladolid, en Ma-drid después y en aquel “felicísimo viaje” destinado,en 1548, a que los territorios europeos de Italia y delNorte conociesen a don Felipe como presumiblenuevo heredero de la Monarquía de España. Tres añoslos que discurrieron de Cabezón por Italia, Alemania,Luxemburgo o Países Bajos. Cuenta de todo elloaportó el cronista del viaje, Juan Calvete de Estrella,que subrayó la admiración que causó Cabezón en Gé-nova. Cuando regresaron a Castilla, se le otorgó per-miso para que residiese en su domicilio familiardespués de tantos servicios a las personas reales.

Sus viajes no pararían aquí pues se volvió a integraren el séquito de don Felipe cuando viajó a contraermatrimonio con la reina de Inglaterra, María Tudor,pasando después a los Países Bajos, aunque para en-tonces ya estaba acompañado de su hermano y deuno de sus hijos, Agustín, que cantaba. Cuando Felipeya era rey de España continuó manifestando su estimahacia el música burgalés, con presencia de un retratosuyo, realizado por Alonso Sánchez Coello, en el Al-cázar Real de Madrid. Con un notable sueldo, se leconcedían permisos aunque continuamente volvía aser llamado, en esta ocasión por el príncipe Carlos, elproblemático hijo y heredero de Felipe II. Conocíaen septiembre de 1556 el nacimiento en Ávila de sunieta Luisa, a la que inmediatamente nos referiremos.No estamos hablando solamente de un músico, de

un intérprete, de un compositor, sino de un autor re-conocido por los tratadistas que hablaban del arte detañer. Tras su muerte en Madrid, en 1566, el Rey pro-curó que sus familiares estuviesen a su servicio en laCorte. Su hija Jerónima, por ejemplo, permaneciójunto a la reina de Bohemia y su hijo Hernando con-tinuaría como músico al servicio del Rey. El intensocolaborador de Baciero en su redescubrimiento ygran musicólogo, Macario Santiago Kastner, indicabaen The New Grove Dictionary of Music and Musi-

cians que Cabezón se encontraba entre los “princi-pales intérpretes y compositores de tecla de su época.Su música se enraíza en la tradición instrumental es-pañola, pero fue considerablemente influido por Jos-quin [Josquin des Prez], particularmente en sucomprensión de la armonía y el contrapunto. Las in-novaciones de Cabezón desarrollan determinadasformas musicales, pero, más importante, consiguió

Iglesia de la Compañía de Quito, 1994

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crear texturas idiomáticas que muestran la caracterís-tica esencial del órgano y el clavicordio. Cultivó unavocalización instrumental totalmente balanceada,clara y pura, al mismo tiempo libre de retórica vacíay de figuración estereotipada”2.

El estudio de la familia de Cabezón le condujohasta conocer que su fascinante nieta era unamonja clarisa a la que se la atribuían, en el sigloXVII, notabilísimos poderes taumatúrgicos, mora-dora como fue del convento de Santa Clara de Ca-rrión de los Condes, profesa bajo el nombre de sorLuisa de la Ascensión y procesada por el Santo Ofi-cio. Aunque la Madre Luisa murió en Valladolid, enun convento de agustinas por disposición del tri-bunal de la Inquisición, su cuerpo terminó trasla-dándose a su primitiva casa. Hasta allí viajó Bacieropara conocer si existía en el mismo un órgano dela época donde poder interpretar la música de suabuelo. A eso lo he llamado “conjugar la historia”,buscarla en los mismos lugares donde pudo suce-der o quizás no, y si no ocurrió así, propiciarlo. Lecontaron al maestro arandino que el cuerpo de lamadre Luisa fue situado en el espacio más húmedo,para lograr la putrefacción más rápida del mismo.Curiosamente, encima de ese espacio estaba si-tuado el órgano que pudo utilizar. Eso sí, con la par-ticipación imaginativa de alguna monja, ésta ya delsiglo XX, en cierta visita se dirigió a Antonio y lepreguntó:

“¿Usted quiere ver a la madre Luisa?” Y sin esperar respuesta, se alzó hacia un relicario y tomó entre sus manos un cráneo “Pues aquí está la Madre Luisa”, aseveró la monja contemporánea mientras giraba el objeto to- mado con sus manos hacia ambos lados.

Esa anécdota no sólo se la he oído contar sino es-cenificar a Antonio Baciero en repetidas ocasiones,casi como si hubiese participado en las intensas con-troversias que se desarrollaron entre los inquisidoresy el obispo de Valladolid, fray Gregorio de Pedrosa,muy fervoroso defensor de la madre Luisa; cuandosu cuerpo fue sacado en secreto de esta ciudad leví-tica del Pisuerga y conducido a Carrión… con todolos jesuitas estaban de por medio, informando ensus cartas sobre tamaña polémica, digna de los tele-diarios de la época: “Relación de la cavsa de sororLvisa de la Ascensión, monja del Conuento de santaClara de Carrión, que se da para calificar”, cuidado-samente encuadernada en granate, con las inicialesde M.L. Antonio Baciero, en una de nuestras conver-saciones vino con este tomo y me indicó imperati-vamente: “es para ti”. Son los atractivos deberes queme pone Antonio para la investigación histórica.

LA SINGULARIDAD DE CADA CONCIERTO,SENTADO AL PIANO

El Madrid de los setenta y ochenta es florecientecon los aires nuevos de la democracia, con nuevosorganismos para la cultura. Nunca le ha preocu-pado a Antonio Baciero la política, cosa absoluta-mente de otros. Ha venido persiguiendo otromundo, el de los ideales, seguir una vocación conproyección, sin pensar en los réditos económicos,dando prioridad a otras cosas. Nuestro músico de-fine cada concierto como un acto único en el cualla música, según fluye, muere. “El concierto comoespectáculo no me parece demasiado interesante.Yo tengo otras miras que el lucimiento. La músicaes algo más íntimo. Me parece que el instrumen-tista debe ser ante todo un servidor de la música,no el centro de atención; lo importante es el com-

2 Miguel Bernal Ripoll, “Cabezón, Antonio de”, en Diccionario Biográfico Español, t. X, Madrid, Real Academia de la Historia, 2009, pp. 109-112.

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positor y su mundo, el revivir auténticamente unaobra, aquí y ahora”.

Con todo existen circunstancias y condicionan-tes de todo tipo que también, desde lo emocionaly subjetivo, pueden dar a una actuación un prota-gonismo propio. Indicaba este músico e investiga-dor que recordaba con especial cariño su primerconcierto en la Unión Soviética, celebrado en 1980,en la espléndida Sala de la Filarmónica de Lenin-grado. Presentaba un público rebosante de fervory concentración, acercándose la gente hacia el es-cenario para entregarle una rosa y continuando, ensus muestras de afecto, por la calle. Baciero, comodescribimos, vivió los tiempos duros de la posgue-rra en Viena, al mismo tiempo que en Hungría seproducía la revolución de 1956. Por eso, en aquelmomento pudo experimentar lo que representabala música para aquel pueblo que vivía bajo el régi-men soviético. Mucho más íntimo se presentó elconcierto celebrado en el “Museo-Casa Wagner”,en Tribschen, en el lago de Lucerna. Era 1994. Eraun salón de una magnífica mansión, que se encon-traba rodeado de muebles, objetos, cuadros y par-tituras, junto con el piano espléndido de Wagner,aquel que le había regalado el constructor ger-mano-francés Erard. El programa establecido in-cluía una página que entonces se hallaba inédita deFranz Liszt y que el propio Baciero había trascritodel autógrafo que procedía de la Morgan Libraryde Nueva York e interpretada dentro de un ámbitoque visitó el propio compositor en 1870.

La música resulta una pieza esencial para las con-memoraciones históricas, sobre todo cuando éstaseligen los escenarios propios de los acontecimien-tos. Ocurrió en los Inválidos de París, el “Kunsthis-torisches Museum” de Viena o la Catedral de SanPetronio en Bolonia, la ciudad donde fue coronadopor segunda vez el emperador Carlos V. En este úl-timo concierto “incluía junto a autores españoles yflamencos, varias piezas italianas que había buscadoyo mismo en la biblioteca de aquel Conservatorio”.Así fue recordado con motivo del quinto centenariodel nacimiento del monarca en 2000. Si se tratabade recordar a Johann Sebastian Bach, con motivodel tercer centenario de su nacimiento en 1685, lalocalidad elegida para el concierto fue Leipzig. Schu-bert no murió en Granada pero fue conmemoradoen 1978 en el Patio de los Arrayanes de La Alhambra.A veces, el concierto superaba la mera interpreta-ción, como ocurrió con Chopin en Radio Varsoviay para 1999, con un disco en directo. En torno aMozart, Baciero que llegó a Viena en el año del bi-centenario, ha vuelto a repetir ciclos más extensosen 1991 y en 2006. Tampoco faltaba todo recuerdoal mencionado Antonio de Cabezón. Resulta de gransingularidad las interpretaciones en el Archivo Ge-neral de Simancas con motivo del cuarto centenariode la muerte de Felipe II en 1998, en su sala Juande Herrera. Si se trataba de recurrir a las fuentesHispano-Americanas, Baciero acudió a la Catedralde Granada, en un concierto del Festival Internacio-nal, a dos pasos de la tumba de los Reyes Católicos,es decir de Isabel La Católica, en la Capilla Real. Lagran melómana que es la reina Sofía de Grecia y elaprecio que siente la soberana por la interpretaciónde Antonio Baciero ha llevado a presidir distintas in-terpretaciones en la Real Academia de la Historia oen el Teatro Real de Madrid.

En su labor de musicólogo y de intérprete queedita, graba y presenta obras de autores españoles,Baciero ha escogido para aquellos “alumbramien-tos” lugares como el Museo Nacional de Esculturade Valladolid en 1979 y 1985, la Biblioteca del Con-greso en Washington —también en 1985— o en elConservatorio “Tschaikowsky” de Moscú, con mo-tivo de su primera visita en 1980 a la URSS. Dentrode este ámbito de renovación e investigación del re-

Con Miguel de la Quadra en la Misiónde San Rafael, Bolivia, agosto 1996

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pertorio han destacado las colaboraciones con elMetropolitan Museum de Nueva York con su esplén-dida colección de instrumentos históricos o los con-ciertos de órgano de las Catedrales de Toledo,Burgos, Salamanca, México o Guatemala.

Los trabajos musicológicos le han conducidotambién, en la búsqueda de repertorios, a las mi-siones y reducciones jesuíticas de la antigua pro-vincia de la Compañía en Paraguay y las que hoy sepueden recorrer en la Chiquitania de Bolivia. Con-ciertos que no se redujeron a su periplo por aque-llas tierras pues volvió a recordar estas piezascircunstanciales a veces, espontáneas otras, didác-ticas, anónimas o vinculadas con los jesuitas Do-menico Zipoli y Martin Schmidt, en el Real Colegiode Ingleses en mayo de 2014, con instrumentos ori-ginales de su propiedad, órgano de cámara y clave,recuperando la edición de aquellas notas ampliasal programa de febrero de 1994 y que se conviertenen un auténtico texto de referencia para el estudiode las misiones jesuíticas del siglo XVIII:

“La escasez de manuscritos de música de tecladoes proverbial —escribe Antonio Baciero— y su bús-queda constituye una aventura en la que la propor-ción con las de música coral y vocal podría estar deuno a un millón. El caso más habitual es el no encon-trar nada de teclado anterior a 1860 o 1870, agudizán-dose hasta el infinito esta penuria en lo concernientea Hispanoamérica. Por ello, el encuentro con mate-riales de esta época de Misiones, es un aconteci-miento excepcional, además de su alta significaciónhistórica. Con relación a estos manuscritos clavecinís-

ticos debe destacarse la Misión de San Rafael, dedonde procede su mayor parte y donde había sidopárroco el jesuita suizo Martin Schmidt (1694-1772),una de las figuras más brillantes de las que se tienereferencia, arquitecto y músico, esta última dimensiónen parte autodidacta a la que él mismo se referirá enlas cartas a sus familiares en Suiza. Como en otros fon-dos coetáneos españoles, se aprecia una fuerte pre-sencia italiana, apareciendo simultáneamenterepresentado otro jesuita —Domenico Zipoli (1688-1726)—, cuya presencia allí es general […]

Los cuadernos de música misionales son evi-dentes testigos de la huella dejada por esa épocaque, pese a su emblemático esplendor, no so-brepasó allí el espacio concreto de 57 años.Unos vestigios musicales que denotan cuán im-portante habría sido la masa documental dispo-nible de no haberse destruido tantos archivos,libros y obras ocurridas en aquella “edad de oro”truncada […] «No transcurre ningún día sin quese cante en nuestras iglesias… —trascribe Ba-ciero una carta del padre Schmidt— y yo canto,toco el órgano, la cítara, la flauta, la trompeta, elsalterio y la lira tanto en modo mayor comomenor. Todas estas artes musicales que antesdesconocía en parte, ahora las practico y las en-seño a los hijos de los indígenas. Vuestra Reve-rencia podría aquí observar cómo chicos quefueron arrebatados hace solo un año a la junglajunto con sus padres, salvajes, cantan hoy bieny absolutamente firmes en el compás, tocan lacítara, lira y órgano y bailan con movimientosprecisos y tan rítmicamente que pueden compe-tir con los mismos europeos» […]

Numerosas obras de nuestro programa [delpropio de Baciero en 1994 y el que realizó veinteaños más tarde en los Ingleses de Valladolid] tie-nen un nombre o frase como título, costumbreque responde a la conveniencia de aumentar unatractivo mezclando al ingenuo goce del hechomusical en sí un contexto de asimilación culturalsui generis. Algunos de sus títulos —Lágrimas,Suspiros, Veranillo—, subrayan una cierta psico-logía descriptiva mientras otros son funcionales—Para la entrada del Obispo en la iglesia—

En Zelazowa-Wova, Polonia 1999

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mientras que se aprecian también denominacio-nes de puntual alusión histórica —Entrada de la

Princesa en Madrid, Reina de Ungría y Bohemia

coronada— […] La mano indígena está tambiénpresente en piezas lejanas a un criterio concep-tual de tipo europeo, brillando en ellas una cierta“osadía a la sencillez”, en los diversos estadios enaquella educación musical colectiva y su procesode “animación creacional”, incluidos los propiosmisioneros, que debieron familiarizarse in situcon necesidades concretas, proveyendo piezas ycantos para el uso […]

La ciudad de Córdoba en Argentina, guardaen su “Museo de Sobremonte” un pequeño die-ciochesco órgano de cámara, presumiblementeel usado por [Doménico] Zipoli allí. Curiosa-mente, se trata hasta la fecha del único órganoantiguo conservado en Argentina. Tuve la raraocasión de tocarlo en la inauguración de su res-tauración el 27 de mayo de 1993 […] El mueble,de carácter muy “casero” ha sido probablementereacoplado por traslados y otros avatares, man-teniendo sin embargo todavía hoy la afinaciónmesotónica original […] La escena del supervi-viente violín flotando sobre el río en la películaLa Misión de alguna manera nos ha guiado enlas inolvidables estancias de trabajo, en las ami-gables tierras chiquitanas, revividas y renovadas,todavía fronterizas del Tratado de Tordesillas de1494”.

Si se trataba de estudiar el ámbito conventualde santa Teresa de Jesús, Baciero es el gran inves-tigador de su primera morada carmelitana en elmonasterio de La Encarnación de Ávila. Allí impulsóla restauración del Realejo más antiguo de España.Era en 1983. La propiedad de este instrumento eraatribuido, por las propias monjas, a la misma santareformadora, hipótesis que el mismo Baciero con-sideraba discutible. Todo ello lo plasmó en un be-llísimo libro, editado en aquellos momentos.Efectuó las correspondientes grabaciones, concier-tos que posteriormente fueron incorporados, entre1987 y 1992, a los Cursos de Formación de Histo-

riadores de la Fundación “Sánchez-Albornoz”.

Como indica el propio Baciero, estas vivenciasse complementan y enriquecen con el escenario yla ocasión de la música aunque el mayor placer quereconoce el propio músico es sentarse ante unpiano e iniciar un recital con partituras de Bach,Mozart, Schubert, Chopin o Liszt, todas ellas a me-nudo en su memoria sin necesitar en su interpre-tación del soporte del papel: “el piano y surepertorio básico siempre te hace volver a sentirteun verdadero y empedernido romántico, un Ro-manticismo que en interpretación debe saberseplegar y compenetrar con estilos, instrumentos yambientes, siempre tan extraordinariamente diver-sos”. En Bach, que extraordinariamente no conociópiano alguno, confluye una síntesis enorme de laque Antonio de Cabezón, desde el siglo XVI, no esajeno. Él no lo supo, por supuesto. Bach es el cos-mos que no se comprende porque aúna el equili-brio y la sabiduría y es un personaje lleno desentimientos, según nos ha explicado Antonio Ba-ciero. Cuando éste interpreta las Suite francesasque compuso para que estudiasen su mujer y sushijos, es posible descubrir el ámbito vital de estegenio, en medio de un universo doméstico, llenode ruidos infantiles e incomodidades, que ademásde cumplir con las obligaciones de sus mecenas ysus príncipes con obligaciones fijas, en su vida pri-vada tenía espacio para recrearse con música queimprovisaba y con la que se recreaba. Es una mú-sica surgida desde la calidez, desde el sentimientoíntimo y amoroso. “Tocando a Bach —indica Wolf-Ebehard von Lewinski—, Baciero se manifiesta libre

Museo Cerralbo de Madrid.Madrid, mayo 1991

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de todo manierismo estilístico, llevando cada notasu propia vitalidad, haciendo uso de un sonido, yamarcadamente enérgico ya redondeado, vehículode una excitante vibración interior. Somos confron-tados con una visión de Bach, tan personal comoclaramente reflejada, a cuya decisión y poderío esdifícil sustraerse”.

Y así, sentado al teclado, Baciero va desgra-nando los hitos de su repertorio. Confesaba, enmedio de aquel “Jardín de las Delicias” de su es-tudio, que conoce mucho menos a Haendel. Loreconoce como uno de los grandes aunquepiensa que Bach es mucho más diverso, repletode rincones líricos. Haendel, sin embargo, esmucho más formulario. Henry Purcell es unaestrella fugaz pero es un genio maravilloso.Buxtehude se presenta como uno de aquellosplanetas que rodeaban al sol en una Alemania,que es un país de reglas, donde el mundo do-méstico estaba regulado por un tipo de forma-ción seria en el que la música tenía muchaimportancia. Doménico Scarlatti, sin embargo,es siempre fácil, otorgado por el ambiente delsur desde una calle saludable.

Como auténtico profesor de la música, de sucreación, de su contexto histórico, Baciero nos in-dica que Mozart viene de otro encaje cultural,mezcla del sur y del norte, de Alemania y delmundo italiano. Salzburgo es un universo propio:“Mozart siempre es fascinante y peculiar, dife-rente, agotador. Parece haber sido un sujeto le-

jano a toda normalidad, Pertenecía a otra galaxia.Puede que sus condiciones naturales para la mú-sica fueran superiores incluso a las de Bach. Peroademás era un hombre de lucha, socialmente ac-tivo, revolucionario y de una fertilidad de ideasinimaginable e inigualable. Alguien cuya músicatiene siempre el sello de la más alta genialidad yeso se nota hasta en sus múltiples detalles, en losmás contrapuestos o exóticos”. Cuenta con unpadre que le ha ilustrado, que le ha formado enlos primeros días de su infancia. Mozart vive —ex-plica Baciero— trece mil noventa y siete días, conun importante porcentaje de ellos gastados enviajes: en total tres mil setecientos veinte, exis-tiendo muy pocos días hábiles para trabajar conesa producción tan amplia. Él estaba enamoradode Italia, quería volver a ver Italia, después de susviajes triunfales en los que todo el mundo se vol-vía loco ante un muchacho que rompía todos losesquemas. Se plegó a todo tipo de encargos yoportunidades pero además quería conquistar sulibertad como artista. Es muy complicado enjui-ciar a Mozart, siendo una persona contrastada,sorprendente, con un sentido del humor singular,divertido, con casi veinte mil páginas de música,acoplándose a las circunstancias de la tesitura deunos cantantes. Los conciertos de piano son deverdadera genialidad, especialmente los dos entono menor, el de Re menor —el número 20— yen Do menor —el número 24. Se pregunta Ba-ciero por qué un joven, en ese enclave históricoy humano, poseía ese sentido trágico, ese dolordel mundo de los románticos que nos ha llegado,sobre todo en esos tiempos lentos en que la me-lodía se expande, intuyendo los sentimientos. Mo-zart es deslumbrador, como ha escrito estemusicólogo, historiador y pianista arandino.Desde la lírica, en Las Bodas de Fígaro o Idome-

neo, rey de Creta encuentra páginas espectacula-res. Es el compositor implicado en las relacionescon su padre pero a la vez luchador por su liber-tad personal. Es un auténtico fenómeno en esesuministro del tiempo para la creación, en mediode una vida personal conflictiva.

Su esposa Constanza Weber consigue estimulara un hombre tan especial. Cuando después, ya

En el estudio de Valladolid, 2010

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viuda, se casó en 1809 con el biógrafo de Mozart—aquel que publicó su obra en 1828 dos años des-pués de su muerte—, el diplomático y escritordanés Georg Nikolaus von Nissen, se percató quesu primer esposo había sido un genio. Sin Mozart,Constanza fue una buena administradora, lo queno ocurría así en vida del compositor. La tarea deNissen fue la de intentar documentar lo que sehabía escrito hasta aquel momento sobre el geniode Salzburgo, pudiendo aportar una descripciónapropiada de su vida, disponiendo de fuentes pri-marias, entre las que se encontraban las cartas dela familia Mozart y el testimonio de su propia es-posa Constanza. Cuando se detuvo en sus aporta-ciones, no fue con una intencionalidad dedeformar la imagen de Mozart sino más bien comomuestra de “respeto biográfico”.

No podíamos dejar de hablar —quizás alimen-tados por la oscarizada película Amadeus— del Re-quiem, muy bañado por las leyendas desde suorigen. Pensó que el que se lo encargaba era unenviado de la muerte pero en realidad Mozart fa-lleció en diciembre de 1791 a causa de una colec-ción de enfermedades, producto del excesivotrabajo. Baciero se atreve a afirmar, en el tono des-enfadado pero profundo de nuestra conversación,que Mozart era un “tío divertido”, en el que sepueden contemplar las fragilidades, con una mú-sica que surge desde un movimiento natural, quebrota de una fuente donde se unen sabiduría y es-pontaneidad ¡Qué grande esta última definición

de Antonio! Y todo ello, trascurre mientras me en-seña el manuscrito de una biografía de Mozart queha escrito y documentado, guardada dentro deuna sencilla y colegial carpeta azul de gomas,donde se puede leer en una etiqueta WAM (AB) –Wolfgang Amadeus Mozart (Antonio Baciero)¿Cuándo veremos convertido en libro esta visióndel gran intérprete que se encuentra con Mozartcada vez que recorre sus notas al piano? “Tocar aMozart —me dice— es muy difícil. El Concierto enDo menor no quiero morirme sin volver a tocarlo.Lo hice una vez en Málaga en un concierto inolvi-dable con Maxim Shostavistch, en la ocasión quehe tocado más cómodo con una orquesta”. La pe-lícula Amadeus es una caricatura divertida que,además, permite llegar al personaje, basada comoestaba en la obra de teatro, muy osada por ciertopero también apoyada en la realidad histórica. Larelación con Salieri, confiesa, tiene sus verdadesy mentiras.

Junto a Mozart se ha interesado por otros de suscontemporáneos que, aunque estuvieron de modaen la Viena de finales del XVIII, eran de una “po-breza y trivialidad evidentes” a la hora de compo-ner. Por ejemplo, se estaba refiriendo a VicenteMartín y Soler (1754-1806), relacionado directa-mente con el primero y que además compartía li-bretista con el genio de Salzburgo, Lorenzo DaPonte: “era un músico normal, correcto, hombreapuesto, simpático y buen cortesano —al contrariode Mozart—, lo que le ayudó mucho en su carrera”.En Viena, se encontraba protegido por la marquesadel Llano, que era la esposa del embajador españolante el emperador José II, ella de trato muy cercanoal soberano.

No podíamos terminar aquel tramo de la con-versación sin mencionar a Beethoven o Schubert.El primero lo define como un monstruo, un esplén-dido, exprimidor y propagador de sí mismo. La aris-tocracia vienesa que lo conoció se desquitó con élde lo mal que se había portado con Mozart. Y esque como argumenta Baciero, el encaje de una per-sona que pierde el oído y que tiene ilusión porhacer música, es ya titánico. Frente a éste, un cristalpuro como es Schubert, un infeliz que todo el

En la Academia Española de Bellas Artes de Roma, agosto 2011

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mundo abusaba de él. En ese mundo vienés alemánque es tan fino, el hijo de un maestro de escuelaconsigue llegar en lo creativo a tan grandiosas al-turas y cumbres. En ese toque de las obras genialesque no alcanza nadie, se produce ese acercamientode la naturalidad de la sabiduría con el trasfondotrágico de lo trasparente. Así lo define Baciero des-pués de haber convivido tantas horas con él, alpiano. Murió de cualquier manera y hoy se enseñael lugar donde falleció con la bandera nacional deAustria. Así lo subraya Antonio con un tono amargode denuncia. Y conectamos con lo que ha estadopresente en el recorrido de su trayectoria, aunqueme advierte que salvando las distancias: “afrontasuna vida donde sabes deslindar la materialidad”¿Qué sentía Schubert cuando estaba componiendolos dos tríos con piano, los números 1 y 2, insupe-rables ambos, sus últimas sonatas o el quinteto condos cellos? Es un momento culmen de Schubert:“es esa cosa que destila un pueblo culto, inclusocuando lo da con naturalidad. Lo reproduce —con-fiesa Baciero con ojos humedecidos— la gente delpueblo que tiene ese toque”. La música de Schu-bert es buena muestra de ello, dentro de un Impe-rio austriaco, que “ha sido siempre como unbatiburrillo, un descojono que nadie sabía para queservía todo eso”, concluye de manera espontáneaeste movimiento: “Baciero no sólo es un músicomuy serio —dice Wolf-Eberhard von Lewinski—sino alguien que debe ser tomado también muy enserio en su versatilidad, temperamento musical ycontrol racional. Todo esto en un mundo como elde hoy que provoca la especialización. Un fenó-meno excepcional en todo caso porque sabe cómocombinar versatilidad con credibilidad, estando do-tado de una especial capacidad de penetración yhaciendo interesante hasta lo meramente superfi-cial: un músico capaz de convencer por la elecciónde obras y el estilo de interpretarlas. Un intérpretede esa clase, que nuestra vida musical gravementenecesita”.

Los trabajos de Antonio Baciero como musicó-logo e investigador se encuentran recogidos en laNueva Biblioteca Española de Música de Teclado,con hasta quinientas obras inéditas españolas. Ade-más recordemos Cuadernos para el piano, una

colección de obras de interés histórico y documen-tal. Ha culminado toda una labor académica en Ins-titutos y Academias como ocurrió con el InstitutoBach-Riemenschneider de la Universidad Baldwin-Wallace, en Ohio (Estados Unidos), así como sucondición de correspondiente de la Academia dela Historia, de la de San Dámaso de Arte e Historiade Madrid y de honor de la Institución burgalesaFernán González. Se encuentra en posesión de laCruz de Oficial de la Academia Francesa PAHC y laEncomienda del Mérito Civil en 1985.

Decía, desde Frankfurt, Wolf-Eberhard von Le-winski que Antonio Baciero no era “uno más entrelos muchos artistas del teclado; más bien un mú-sico «todo terreno», cuyas interpretaciones se en-frentan a la música en toda su profundidad.Fidelidad de presentación y compenetración conel espíritu que ella tiene para él, mayor importanciaque una rápida carrera. Más que anteponer la cre-ación de una sensación superficial con el bien co-nocido repertorio standard, le interesa loexcepcional […] un músico que sobresale sa-biendo cómo extraer la pura cualidad espiritual deuna composición mientras crea a la vez un sonidocautivador. Tiene el talento único de combinar loabstracto con un sentido concreto del sonido. Alprincipio podría pensarse que las artísticas figura-ciones y series perladas y cálidas del Barroco fueranla especialidad de este artista. Pero los valores di-námicos no son por él menos utilizados, llegando

Concierto conmemorativo delBicentenario de la Constitución de 1812.

Real Academia de la Historia, 4 de Octubre de 2012

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a veces incluso a acentuarse fuertemente, en espe-cial con la música “antigua”, pero nunca estas figu-raciones y ornamentaciones se hacen insuficientesen una inteligente disposición sonora y cultural deltoque pianístico y un trato diferenciado de cadanota haciendo completamente transparente unacomposición musical”.

Pero todavía nos falta una dimensión que reco-rrer en Antonio Baciero y es el carácter didácticode sus interpretaciones, como se pudo manifestaren los diez viajes didáctico-musicales que empren-dió con Miguel de la Quadra Salcedo, todo un “exó-tico profeta mahleriano” que sobrepasaba todas lasfronteras: “había mucho que admirar en este hom-brón de alma candida —recuerda Baciero— que,como San Cristóbal, quería entre todas las tempes-tades pasar al Niño a la otra orilla, la del conoci-

miento, la del mérito y la vivencia directa del vivir,del indagar y del saber”. La causa de la participaciónde nuestro músico en esta aventura fue “productode la seducción de dos mujeres, la suya [la de Mi-guel de la Quadra] y la mía [Marinati de Santiago]”.En uno de los viajes hispanoamericanos en que Ba-ciero se ocupó de la música en las expediciones,expuso a la esposa de Miguel de la Quadra quehabía traído para entretenerse el Cancionero de laColombina, que había pertenecido a HernandoColón. Éste acompañó a su padre en aquel cuartoviaje. Aquellos desplazamientos —los de Baciero,no los del Almirante— también fueron un lugar deconocimientos de personajes muy variados, mezclade profesores, escritores y periodistas. No faltabanalgunos incidentes que experimentaron los expe-dicionarios, viajeros, descubridores y conquistado-res de entonces. Se realizaban conciertos a bordo

Concierto de Antonio Baciero en elReal Colegio de Ingleses de Valladolid

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y muchos eran los jóvenes que se atrevían a estu-diar con el clavinova que se había comprado Miguelde la Quadra.

Los trayectos fueron variados en aquellos diezviajes: “aquel amanecer bajando luego por el Ori-noco entre los peligrosos meandros cambiantes,con la máxima alarma en el Puente de Mando mien-tras se veía pescar abajo a los indígenas y los “poe-tas” del viaje uníamos al cristal gris de las aguas y aaquellas impresionantes nubes la lectura del testa-mento de Isabel La Católica… y otras lindezas. Sen-cillamente irrepetible […] Para Miguel, todas lasrutas del mundo eran o habían sido españolas: yafuera el Mar de la China, el Pacífico o el Mississipi[…] Se dejaba llevar por sus propios personajes.Miguel parecía perdido entre la realidad y las qui-meras, pero era sin embargo un ser asombrosa-mente práctico y disponía de un cerebromultiforme, perfecto, a la hora de diplomacias, dis-cursos, banderas y patrocinadores. Entusiasta delmundo, del tangible y del otro. Cuando menos loesperabas le salía el jesuitón que llevaba dentro—estudió con ellos en Tudela— y se entusiasmabacon el himno a San Ignacio, y, si se quiso casar conMarisol en Japón, seguro que operaban en él secre-tamente las legendarias hazañas de otro navarrocomo san Francisco de Javier…, que no fue allí pre-cisamente a tomar esposa”.

Sin duda, las escenas, los momentos, las viven-cias, resultan innumerables y podríamos decir —gra-cias al buen contar de Antonio Baciero— casi todasellas históricas y conmemorativas de los grandes he-chos históricos, convirtiéndose algunos de estos ins-tantes en fiestas de ese barroco indiano: “elfamosísimo tránsito fronterizo Estados Unidos-Mé-xico, en El Paso. Se reventó también allí toda la ca-dena de controles, visados y pasaportes paradisolverse inmediatamente en una tormenta de es-tridentes mariachis, enormes guitarrones y «vinopara todos» con el obligado canta y no llores al en-trar en la antigua Nueva España […] Lo segura-mente más valioso y sugestivo de las expedicionesera el funcionar como una verdadera «escuela de en-tusiasmos» y vivencias in situ de hechos, leyendas yrealidades de la historia. A mí, por lo menos, así me

lo ha parecido, estar presente en aquel privilegio ycolección imprevisible de las más inesperadas y exó-ticas vivencias. Y ya por encima de Centenarios yconmemoraciones, todo ideado por aquel sujetomaravillosamente único que fue Miguel de la QuadraSalcedo”. Baciero, pues, se emocionaba recordandotodas estas aventuras y homenajeando con su re-cuerdo a este aventurero de la cultura, fallecido enmayo de 2016.

Y VALLADOLID

“Castilla ha significado mucho en mi vocaciónmusical —indica Baciero—. Siento a Castilla comomística pura, como paisaje en pura transfiguración,envuelto en un hálito de elevación y sobriedad”. Yasabemos que Valladolid tuvo un lugar en la vida deAntonio, desde su infancia, desde su vinculación fa-miliar con la ciudad. En recitales de música inéditay en medio de instrumentos de época, en concretoen el Museo Nacional de Escultura, en su Capilla yentre la Sillería del Monasterio de San Benito el Real,conoció a su esposa Marinati de Santiago. Era el año1979. La vinculación de esta familia de profesoras depiano con las Juventudes Musicales Universitarias,las había convertido en habituales seguidoras de losconciertos anteriores de Baciero en la ciudad del Pi-suerga. Con Marinati habría de compartir numerosasinquietudes vitales e intelectuales en esta ciudad dela Castilla de su vocación. Por entonces, el Museoera dirigido por una factótum de la cultura en Valla-dolid, Eloísa García de Wattenberg, la viuda del ar-

Concierto del Colegio de Ingleses de 2014recordando la música de las misiones jesuitas

investigadas veinte años atrás.

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queólogo e historiador Federico de Wattenberg. Ellaha fallecido en julio de 2017. Fue en sus iniciativasuna impulsora de todo. A su vez, Marinati contó conun papel esencial en los proyectos musicales de losmencionados viajes y rutas a América con Miguel dela Quadra, gracias a la experiencia de su esposa conlos jóvenes y los grupos, llegando a dominar todoslos trabajos de preparación de las actuaciones de losexpedicionarios y haciendo música entre ellos.

Antonio Baciero ha sido reconocido como “unode los nuestros”. Por algo, recibió el Premio Castillay León de las Artes en 1985. Ha sabido reencon-trarse con su Aranda de Duero natal —que le haconvertido en hijo predilecto—, gracias también ala música. Si allí cuenta con la titulación de su Es-cuela Municipal de Música, en Salamanca poseeuna calle. En cierta ocasión, en una visita a la Ciu-dad del Tormes, “cogí un taxi y le pedí que me lle-vara a la calle Músico Antonio Baciero. Al llegar, eltaxista me preguntó que por qué tenía tanto interésen llegar a aquella calle de Salamanca y, claro, ledije que el de la calle era yo. El taxista se sorprendió

mucho y me dijo que nunca le había pasado nadasimilar”. Hace bien poco la Junta de Castilla y Leónha expuesto en el Palacio de Butrón parte de losfondos archivísticos y personales de nuestro mú-sico bajo el título de Itinerarios musicales. Unamuestra de documentos que Baciero ha reunido,coleccionado sobre la historia de la creación musi-cal de los siglos XVIII, XIX y XX. Todo un legadouniversal —pues no se refiere principalmente a Cas-

La inspiración existe pero te tieneque encontrar trabajando, decía Picasso

El ambiente de estudio de Antonio Baciero, entre el Jardín de las Delicias

y las Tentaciones de San Antonio

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tilla y León— que la Administración Regional debe-ría de aprovechar para convertirlo en un “Itinera-rio” permanente. En ella, encontramos a ese Lisztque es una gran figura de su siglo, un gran triunfa-dor, todo un personaje político. Gustav Mahlersurge como una protesta o caricatura de estemundo austrohúngaro. El compositor tenía unpoco de profeta mesiánico, misión del artista en elmedio en que se desarrolla, “escogido por los dio-ses, para ilustrar al personal”, sin olvidar el germa-nismo de Wagner.

Les advertí que esta conversación no tendríani principio, ni final. Era un conjunto de tertuliasque a veces han sido junto a un piano, paseandopor Valladolid, en un café, antes de un concierto,entre comidas que se convertían de trabajo en sutítulo. Sin duda, Antonio Baciero es una persona-lidad única, testigo de su propia existencia perotambién de la de muchos otros. Testigo, en defi-nitiva, de la belleza de la creación musical, de lainterpretación de la obra artística, a la que ha con-sagrado toda su existencia. Por muchos años.

* * * Y cuando he puesto el punto a estas páginasque confieso, deseaba escribir fuera de las líneasde investigación de un historiador, me encuentroen mi correo electrónico una nueva reflexión deAntonio Baciero. Él consideraba que con ella ponía

también las cosas en su sitio. Es su voluntad, aun-que la mía es la de seguir ampliando estas páginasen el futuro con otros hitos que están por venir:“debo insistir —indica Antonio— en que el tesorode mi primera niñez, más o menos consciente-mente, es un depósito interior que siempre meinspira y fortalece. A estas alturas de la vida entodo caso mirar alrededor es un ejercicio de hu-mildad. Contemplar cómo al lado de un currícu-lum —en algunas cosas pionero— han quedadotantos entusiasmos y temas por concluir y de noquerer dejar a medio camino no pocas iniciativas,proyectos e ilusiones de trabajo, desde la limita-ción de las horas cotidianas y de las que todavíame queden disponibles, es inquietante y desespe-ranzador. Todas estas verdaderas “tentaciones deSan Antonio” que me rodean con el centro en mipiano de siempre, mi “Bösendorfer”, que me con-templa y observa retador y siempre abierto. ¿Seráel destino del pianista, dejar muchas, muchísimascosas pendientes, por terminar? ¿O es el de todoslos mortales? Seguramente. El haber dispuestoen todo caso y desde el principio de una fuerte vo-cación y voluntad de seguirla, ha sido, junto a mu-chas otras cosas, un verdadero privilegio. Música,Historia, vivencias únicas, encuentros, amigos, re-sonancias, públicos…Tengo que reconocerlo yagradecérselo profundamente a esa sucesión deretos, personas y sucedidos que es la vida: Un ver-dadero privilegiado…”

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Seguramente para cualquier persona es unreto situarse en los primeros recuerdos y viven-cias de su vida. Es difícil contar lo que habita enel reino de los ideales. Es lo que me ocurre a mícuando hablo de la niñez y mis años en Aranda.Si me tocara alguna vez describir mi vida o en-juiciarla, debería comenzar reconociendo quehe sido un auténtico privilegiado. No sólo porcompararme con la posible gente que uno co-noce alrededor suyo y lo que uno ve que son susvidas, sino ya desde el mismo origen. Desde losmismos primeros años de la niñez.

En 1936 Aranda de Duero era un importantenúcleo rural y comercial, una enorme aldea aorillas del gran río, el más central de España, quedesde su origen entre los montes de Soria y suMoncayo, traza toda una geografía de bellísimosy siempre nuevos parajes hasta su desemboca-dura frente al Atlántico, en uno de los enclavesdel más peculiar perfil: Oporto.

Es la meseta castellana central, la de los gran-des ríos, la de las gentes antiguas, recias y claras,en busca de una armonía con ellas mismas y consu historia. En Aranda el Duero es un río entra-ñable que todavía no parece la vena importanteque relaciona y vivifica toda esa zona, tan po-blada de relevantes enclaves de historia, culturay arte, tan bien representada por la multitud depuentes románicos que lo cruzan recordandoviejas leyendas y hechos que se pierden en el la-berinto de los tiempos en los infinitos paisajeshumanos que lo han ido conformando. Por no

mencionar sus incontable número de iglesias,ermitas y monasterios de todo tipo. Siemprequise –cuando fuera mayor – hacer una gran tra-vesía por el río desde Aranda hasta el mar, porentre tantos de sus ramajes, vericuetos, riscos yrocas, en sus mil peripecias, continuando siem-pre con el agua y su camino hasta diluirse en elinfinito del océano.

Este “camino del Duero” sí que sería otro cu-rioso “camino de Santiago” e igualmente en lainercia Este-Oeste. Recordando aquello que yoen alguna de mis épocas románticas (¿cuál deellas no lo ha sido?) escribí en algún momentode arrebato lírico “… ir al mar y encontrar almar y a ti!”, ese “tú” magnífico, necesario y vis-ceral del mundo del amor y de sus infinitos, elmismo del mar interior y de sus símbolos…Pues sí; he sido un privilegiado. En otros mo-mentos, cuando vivía lejos, en mi época de es-tudios en Viena, pensaba también en lo belloque sería ir en un grupo de amigos andando encarro, un carro de mulos, por esos caminos detierra de Burgos, Palencia o Valladolid, que to-davía hoy conectan no lejos de las carreterasy surcan esa infinita tela de araña del campocastellano.

Tampoco lo he hecho nunca. Quizá el re-cuerdo de alguna antigua vendimia o excursiónen Aranda me dejó impresionado sobre lo quees el ir por esos caminos campesinos, solitariosy polvorientos, radiantes de ellos mismos y desus miles de silencios de años…

Una niñez iluminada. Mis años de Arandapor Antonio Baciero

Una niñez iluminada. Mis años de Aranda

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Una niñez iluminada. Mis años de Aranda

Aranda, la antigua pequeña urbe que en suépoca estuvo bien amurallada, todavía hoy es per-fectamente estudiable en el diseño de su porte an-tiguo de su precioso plano de 1503, donde seevidencia su armonioso trazado y engranaje de Villabien asentada, compacta y laboriosa, sólidamentedefendida. En los siglos de la Reconquista, estosnúcleos sobre ríos poderosos se habían ido ha-ciendo sabios en organización y funcionamiento,en todos los aspectos.

Mis abuelos maternos, Gerardo Baciero y PilarBenito tenían un comercio en la Plaza. Una plazacon sus pórticos y su continuo bullir de niños, mer-caderes y tertulianos que llenaban sus múltiplesbancos entre las hileras de acacias y un centralkiosco de músicos para la banda local. Era la zona“buena” de la plaza que daba en sus “traseras” jus-tamente al Duero, a sus vericuetos, arboledas, y ala importante carretera Madrid-Irún. Manolo Aran-dilla, el gran amigo poeta y humanista me ha ase-gurado que en días de buena visibilidad, desde laesquina del “Bar Moderno” sigue apreciándose alfondo la Torre Eiffel.

A la casa de mis abuelos se entraba por elmismo comercio, una enorme tienda de puebloque vendía de todo, ferretería, mercería, toda clasede utillajes y, naturalmente, juguetes. Incluso Lo-tería, cuya sucursal estaba regentada por mi tíaabuela, Matilde Miranda, casada con el único her-mano de mi abuela, el simpar y bondadoso tíoAdelfo que escribió con su amigo Santos Arias deMiranda un sabroso libro de memorias locales“Cosas del siglo pasado” recientemente reeditado.La juguetería era quizá la parte menos extensa dela tienda pero sí la más celebrada, como el lógicopunto de atracción y encuentro de mis amigos, casitodos ellos colindantes vecinos de la ubícua plaza.Mis abuelos nunca nos negaron el acceso al interiorde la tienda lo que indicaba que éramos inteligen-tes en el comportamiento en medio de tantosatractivos. “Estrenábamos todos los juguetes” mecomentaba una vez Marcelino Moneo mi primeramigo inseparable de aquellas épocas. Debíamosrestituirlos bien en su empaquetamiento original.En un sitio secundario se agolpaba un montón de

cajas vacías de todo tipo y tamaño. El buceo enaquel cosmos tan variado era algo absolutamentetentador y yo recuerdo, por ejemplo, las cuadradascajas pintorescas de hojas de afeitar (entonces enplena prehistoria…), con dibujos en color y nom-bres como mágicos “Palmera-oro”, “Palmera-plata”y “Palmera acanalada”, o aquellas de carretes dehilos y lanas que decían “Hilaturas de Fabra yCoats”, que nunca supe lo que significaban peroquizá ahí estaba precisamente parte de su atractivo.Solían venir de vez en cuando una raza de visitan-tes especiales: los “viajantes”, que venían a ofrecersus productos, gente afable que llevaba mucha co-lonia o brillantina encima y un pañuelo en el bol-sillo de la chaqueta. Muy educados, todos veníande Sabadell. Nos resultaban además muy divertidospor su raro acento catalán y sus modales de esfor-zada cortesía. El mostrador del comercio era unamole larguísima de nogal que ocupaba todo elfrente izquierdo del portal. Yo solía dibujar a vecesen una parte de él porque también vendían pintu-ras y lápices de color. Todo el mundo parecía estara mano. Los juegos, muy de pueblo de entonces,estaban presididos por uno, típico de un lugar deviñas y toneles: el aro. En la economía de guerrade aquellos años 40, el aro unía en democracia atoda la población infantil de la plaza. Correteába-mos con ellos sobre todo por los porches y subía-mos por la carretera hasta los jardines de DonDiego y el Colegio de los frailes del Corazón deMaría, el gran establecimiento pedagógico dellugar, que en un tiempo incluía un cuadro artísticocon el que se hacían teatro y conjuntos de músicay coros…

La casa de mis abuelos tenía tres pisos. En losdos primeros vivíamos la familia con los niños. Elprimero era el de uso práctico, cocina, comedor yalgún dormitorio. Allí estaba también el piano, uninstrumento vertical, negro, con sus floridos can-delabros, y situado en la mejor habitación, clara ysoleada, la que daba al río. Mi abuela Pilar Benito ymi madre cantaban y tocaban en él. Tocaban conalegre soltura todo lo que les habían enseñado,cosas incomplicadas y divertidas de zarzuelas, gé-nero chico, tangos y Valses de Strauss. Sé por ellamisma que mi madre había aprendido con un or-

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ganista ciego de Santa María, “el Tomás”, un per-sonaje popular, simpático y capaz. El asunto es quela música estaba allí, alegremente presente y conese repertorio incomplicado de las cosas que hastaallí llegaban agolpadas en un musiquero con unosremates de relucientes bolas negras donde habíatambién sus Estudios de Clementi, Bertini yCzerny, entre gruesos libros y aquellos bailables.Aquel viejo piano de Aranda había supuesto algomás que la materialidad de un instrumento: el sím-bolo que presidía una convivencia armoniosa yfeliz. Yo le recuerdo siempre abierto y lleno decosas.

El segundo piso era el piso “mágico”. Allí esta-ban “el arca” –todo un “arca de Noé” de varias ge-neraciones de ropajes y adornos– en la habitaciónde los grandes armarios, que daba al río. Y del ladode la Plaza había un espacioso salón con su biblio-teca con los Aranzadis y libros de Derecho de miabuelo Gerardo Baciero anexo a un gran cuarto debaño – helador - y destacaba el gran tresillo de losrecibimientos solemnes y en una esquina… ¡elaltar! Allí, tenía mi abuela Pilar todas sus grandesintimidades pasionales y preferencias de religión:Toda una raza de Vírgenes, santos, candelabros,niños-jesuses eccehomos y dolorosas, sanantoniosy sanjoseses, etc. ordenados en escalera y presidi-dos por una enorme Virgen del Carmen con susescapularios de negro y oro. Eran sus grandes afi-ciones “after hours”, porque ella, en todo caso yaparte del altar suyo, iba regularmente a la iglesia(a la espléndida de Santa María) entre dos y tresveces todos los días. Misas, Novenas, rosarios, tri-duos o Vísperas, donde todas las señoras de clasemedia, tenía su propio reclinatorio con sus inicialesen unos pequeños clavos relucientes: Una posesade la Religión. Yo la conocí siempre “de hábito”,por aquellas promesas que se hacían vistiéndosecon aquella ruda estameña marrón y un cinturónde cuero lateral con el escudo del Carmelo. Am-pliaba además su concepto “mágico” de lo reli-gioso con algunas ideas extra, como aquellasblancas almendras que le daba diariamente la Vir-gen del Carmen para mí cuando volvía del rosario.Como nieto mayor, asumí pues muchos privilegios,en primer lugar un amor y una admiración sin lí-

mites, personificado sobre todo en mi madre, perofuertemente secundada por los abuelos. Mi padre,médico en la vecina Baños de Valdearados, habíatenido que incorporarse al Ejército, activo enton-ces en las operaciones del Norte y Ebro. Aunquevenía en Navidades y en algún “permiso” yo noconviví con él realmente hasta los 7 años, cuandosalimos para Pamplona donde ya se había estable-cido como dentista a la vez que destinado en unode los Hospitales Militares que allí había - hoy esel Museo de Navarra - y que entonces se llamabacon el poco amistoso nombre, que hoy entiendomejor que entonces, de ”Hospital Disciplinario”…

Así fue curiosamente que durante el gran desas-tre de la Guerra Civil, yo pasé los mejores años demi vida en Aranda. Paradójicamente, de esa épocano conocí más que una niñez idílica y en mundopatriarcal lleno de armonía y de cariño, con todoslos exotismos añadidos que la tienda conllevaba,visitantes, clientelas, militares, soldados, inclu-yendo a los moros y los voluntarios navarros quepasaban por la tienda y por la plaza antes de salirpara Somosierra al día siguiente. En realidad casino había coches, y cuando divisábamos uno nosretirábamos prudentemente de la carretera dondeejercitábamos nuestra maestría con el aro, con elque aprendimos las primeras nociones de estrate-gia de la vida y de la fuerza de la gravedad. Las bicisyo creo que todavía apenas si se veían entonces, ylos coches eran un lujo inalcanzable.

Era una existencia rica en ritos. Los días de mer-cado marcaban sus diversos avatares. Era preciosover la cantidad de carros y tartanas que se agolpa-ban en las traseras, con sus perros y burros a losque llamábamos “machos” (yo tardé algunos añosen conocer la palabra “caballo”…), eran días de al-garabía y alboroto general que marcaban el discu-rrir del calendario. Como los de la llegada de lospescados y productos del norte, que cantaba a vivavoz un ser extraterrestre llamado “el Arroz”, y des-tacaba mucho también el solemne sereno llamadoIsaías (x), un señor bajito envuelto en capas y abri-gos, que junto al sonoro manojo de llaves de todoslos comercios llevaba una lanza. Cuando daba lashoras (“las doce y sereno”) se recalcaban en in-

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vierno con el eco seco de las calles nevadas, queIsaías subrayaba entonces con un triste “las doce ynevando”…

El frío conllevaba los braseros (no había calefac-ción central), y producía aquellas liturgias de calen-tar las camas con aperos tradicionales y unasbotellas de metal que se llamaban “caloríferos”, ayu-daban en el trance de pasar del celestial brasero aldesierto helado de la cama. Era la época de las cas-tañas y las patatas asadas que rescatábamos entrela ceniza del fondo de la gran estufa que tenía elcomercio. Venían por entonces los Reyes Magos,las Navidades, y el gordo de la Lotería. Hacíamosvasos de leche helada en las ventanas.

Mi primer colegio fue el de las monjas de la VeraCruz, una clase colectiva y mixta, en la que cantá-bamos el alfabeto y otras tonterías como “los paja-ritos van por el aire, vuelan vuelan vuelan también”.Aparte del falangista “Cara al sol” y otros himnosafines de la Legión con otra letra que entonábamosantes de entrar con el brazo en alto, mientras sedespellejaba viva la gente en las sierras y toma deMadrid. Una familia ultracatólica como aquella ne-cesitaba mucho de las lágrimas de mi abuela antesu altar de la Virgen del Carmen, porque terminadala guerra, el tío Silvino, falangista de pro, se habíaenrolado en la División Azul y llegó hasta el sitiode Leningrado. La Virgen se lo devolvió con unaherida leve, claro que sano y salvo, y con una Cruzde Hierro en el uniforme negro, el bueno del tíoSilvino Baciero… que de joven tocaba la flauta enla estudiantina de Valladolid… y nos quería comoa hijos propios. Recuerdo que él me llevó algunosaños después a tomar la primera cerveza de mi vidaen la barra del suntuoso y vecino Cine Aranda…

Mi madre, maravillosa, seguía a la suya en todo,y heredaría también su apego a las iglesias y sus de-vociones. Así como el piano, la generosidad ex-trema y el cantar frecuente. En la primavera de1943 fuimos todos a Pamplona, a una casa grandey céntrica en la calle Zapatería. Mi padre, hombregenial que no tenía nada en común con nadie, ade-más de su destreza como buen dentista se hacíasus propias emisoras de radio, los esforzados ra-

dioaficionados de entonces de cuyas estanciasalguien dijo eran como los laboratorios del Dr.Fausto… Aquel irrepetible EA2CJ (“Dos Canadá-Japón”) y sus “CQ-cuarenta” que repetía en francése inglés. Era como la contraportada de las prácticasmágico-religiosas de mi abuela Pilar. Pero tenía tam-bién aficiones musicales y le encantaba cuando mimadre tocaba y él hasta cantaba alguna romanza dezarzuela. Pero lo que le gustaba realmente era sen-tarse a la pianola, y escoger entre sus rollos de todogénero que hacía sonar con técnica destreza, sobretodo los domingos o cuando fuera, libre del trabajo.Le gustaba tanto la música que animado por elejemplo (vana ilusión…) de mi madre, contratóuna profesora para que le enseñara que venía acasa. ¡Con qué esfuerzo y tesón se le veía estudiary repasar las cosas con tan lentos resultados! Laprofesora era una persona muy comunicativa y en-seguida hizo grandes afectos hacia mí, que me solíaquedar en la esquina del piano observando aquellasclases, callado e inmóvil, y veía los apuros de mipadre para cosas que no parecían complicadas. Encasa llegó a haber una psicosis general de músicaen un tiempo en que he visto a mi padre solfear laslecciones del Eslava y mi madre llevándole el com-pás. Aprovechando una ocasión en que yo estabamalo, mi madre me enseñó los rudimentos de sol-feo y cuatro cosas útiles, y con ello y lo que obser-vaba en las clases de mi padre me fui defendiendoya tanto que, en medio de las desmedidas y cari-ñosas alabanzas de la profesora, ésta acabó acon-sejándole a él que lo dejara y que quien tenía queseguir era yo. Mi padre supongo que vio los cielosabiertos - estaba ya algo harto de resultados tan pe-nosos - y estuvo totalmente de acuerdo.

Pero la marcha a Pamplona no supuso cortar lacercanía de Aranda, más bien por el contrario alacentuar la diferencia entre el mundo del puebloy el de una ciudad con ambiciones modernas queterminaría siendo la mía. Toda la familia volvíamosregularmente a Aranda siempre en los veranos yen Navidades, donde mi reintegración con el viejo“paraíso perdido” volvía a coger nuevos bríos, con-tinuando también allí los ya iniciados estudios demúsica con la supervisión de mi madre que sos-tuvo siempre una estrecha alianza con mi profe-

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sora pamplonesa, la inolvidable Puri Villar, un per-sonaje decisivo en mi vocación y futuras activida-des profesionales.

Estos nuevos años circunstanciales fueron undisfrute más consciente y totalmente entusias-mado de Aranda hasta que poco tiempo después,al fallecer mi abuela Pilar, se extingue la casa y elcomercio, quedando aquella primera época infan-til ya para siempre grabada entre mis vivencias másqueridas y añoradas.

Después de casi 25 años tuvo lugar mi primeragran “rentrée” arandina y en una ocasión inusita-damente solemne: la conmemoración del cente-nario del Concilio y su significado en la historia deCastilla. Un antiguo amigo y compañero de aro enla plaza, Joaquín Luís Ortega, entonces un joven eimportante cura e historiador, ya regresado deRoma y militante en los nuevos aires conciliares yecuménicos. Él fue quien me contactó en Madridpara un concierto que se celebró en la clausura deaquellos actos, en la vieja iglesia de San Juan, to-talmente abarrotada de todos los viejos conocidosy amigos más la solemnidad añadida de las máxi-mas representaciones oficiales encabezadas por elArzobispo de Burgos y el entonces inevitable Ca-pitán General de la Sexta Región Militar. Fue unode los conciertos más emocionantes y ambientadoen mi vida, prolongado después en un dilatadobanquete en el ya asentado Albergue junto a la Vir-gen de las Viñas, los principios de cuya construc-ción recuerdo haber seguido ya en mis añosantiguos. En aquel viaje celebré dos nuevos ficha-jes arandinos, conocí al entonces ya famoso TomásPascual y a Fernando Redondo Berdugo, cuyo pro-yecto de hacer un concierto mío en su patio del s.XV quedó pendiente de hacer…, pero Fernandosí me llevó años después a la Expo de Sevilla del92 en el “Día de Burgos”… y otras inolvidablesreuniones en su histórico palacio familiar y con su

prima Josita Martín en la tan romántica casa de lasiempre famosa e importantona Dª Josefina…

Desde lo del Concilio, Aranda no ha tenidohacia mí más que continuas deferencias. En el 86recibí el “Polluelo de Plata” de la Asociación “An-tonio Machado”, como el Socio de Honor de “LaTertulia” y tuve la suerte y el privilegio de nuevasamistades cordialísimas como la de Manolo Aran-dilla, poeta e histórico Director de esta BibliotecaMunicipal, hoy verdadero orgullo de la ciudad.

Luego vino la Casa de la Cultura con la Alcal-desa y buena amiga Leonisa que, además de ha-cerme Hijo Predilecto, dio mi nombre a la EscuelaMunicipal de Música y a una calle. Desde entoncestodos los Alcaldes me han tenido presente en efe-mérides especiales como en el “Año Mozart”(2006) y en conmemoraciones como la del planohistórico de los Reyes Católicos, la Guerra de la In-dependencia (2008) o las emblemáticas recientes“Edades del Hombre” del 2012: Me han dedicadodesde el Programa de Fiestas de 2002, una Confe-rencia en “La Tertulia” y he dado hasta la ejecuciónintegral de las Partitas de Bach en las Navidadesde 2015. He tocado en Santa María y en San Juan,en las dos Salas Culturales de la calle Isilla y hastase habló de un posible Museo con mis coleccionesy archivos en un gran caserón de la plaza. Nopuedo sentirme más “profeta en mi tierra”. Perocuando vuelvo a Aranda, es sobre todo el revivir laalegría misma de mis orígenes, el obligado paseopor las traseras, volver a ver el mismo Duero conlos mismos árboles, más la alegría añadida de vol-ver a estar con mis amigos Marcelino, Julio y Ru-fino y ver a Arandilla y a Julia en la Casa de Cultura.Y en días de buen tiempo, seguir vislumbrandoperfectamente la línea de la Torre Eiffel desde laesquina del Bar Moderno, esta carretera Madrid-Irún de siempre…, desde los jardines de DonDiego…