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Revista DIXI (He Dicho) Número XXXV / Año XI / Abril 2013 Distribución gratuita

DIXI (He dicho) XXXV

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Edición del mes de abril de 2013 impresa en San Miguel de Tucumán, Tucumán (Argentina) / April 2013 edition. Printed in San Miguel de Tucumán, Tucumán (Argentina)

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Revista DIXI (He Dicho) Número XXXV / Año XI / Abril 2013Distribución gratuita

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COORDINACIÓN: Laly Rosales

EDICIÓN: Irene Benito Courtade

DISEÑO GRÁFICO: Valentina Becker

TAPA: Piñero Diseño

LOGO: Bruno Juliano

Sumario

COLABORADORES: Aida, Ana Vazquez, Andrés Herrera, Ángeles Merchan, Carlos Vilaró Nadal, Carolina Álvarez, El Perro Sabio, Emiliano Goyeneche, Epifanía, Federico Liste, Graciela Colom-bres Garmendia, Gonzalo Villa, Holden Caulfield, Isabel Reyes Zeballos, Jorge Missart, José María Jaime, Juan Manuel Campi, Juan Pablo Castellote, Juan Pablo Sáez Gil, Laura Rossi, Leo Miranda, María Emilia Herrerías Martínez, Mels Petroff, Néstor Martín, Roberto Espinosa, Romina Barros y Sergio Paz.

DIXI es una publicación cultural de distribución gratuita. Año XI, número XXXV. Abril de 2013. Registro de la propiedad intelectual número 243.824. Hecho el depósito que marca la ley 11.723. DIXI es propiedad de Léxico (contenido creativo). Impresión Printer. Nuestros e-mails son: [email protected] y [email protected] /Nuestro website es: www.dixihedicho.com.ar / Nuestro teléfono: +54(9) 0381 155 776057. Tucumán - Argentina. Las opiniones son nuestras -o sea, de los colaboradores- y pueden ser reproducidas libremente citando la fuente.

[4] TESIS

[8] HIPÓTESIS

[12] CALIGRAFÍAS

[16] INTERVENCIONES

[20] DIXI EXHIBE

[22] POGOS

[30] COMPULSIONES

[38] PROYECCIONES

[44] LABERINTOS

[54] INDIVIDUALES

[30] COMPULSIONES [44] LABERINTOS

[22] POGOS

[54] INDIVIDUALES

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CartomanciaPor Juan Manuel Campi, desde San Miguel de Tucumán*

Una copa de vino y un cigarrillo acom-pañan el misticismo del momento. Luego de un “pasá, pasá, sentate” y del encuentro de ojos cómplices que corta el silencio, llega el apogeo de esta meditación. Cada mirada busca “ese” algo llamado respuesta certera.

No es nueva la situación, aunque siem-pre distinta. Comprende destino, entrega, temores, ansias y la tremenda necesidad de escuchar cosas positivas: noticias alenta-doras y hasta éxitos utópicos sólo compa-rables con obsequios divinos. Con urgencia, ellos pretenden encontrar en el otro aquella piedra filosofal capaz de convertir el torbe-llino de sentimientos en algo mejor... O, al menos, en algo a secas.

Hablo de realización personal, de con-secución de metas, de triunfo, de salud, de amor y de alegría. De ese conjunto de con-dimentos que, correctamente combinados, configuran la vida deseada; cumplen sue-ños y anhelos, y nos llevan alto, muy alto, a la cima del Aconcagua. Hablo de tarot.

La interpretación y el uso adivinatorio de las cartas surgieron en algún momento del Siglo XV y fueron expandiéndose desde Europa hacia los otros continentes. En el presente, la lectura del tarot sigue vigente y en crecimiento aunque los escépticos del mundo se hayan encargado de desacredi-tarla. El intérprete (un “brujo” para el pue-blo) es estereotipado como una persona extraña, oscura y de talento sobrenatural dudoso. Sin embargo, y en la intimidad del encuentro, el consultante se entrega al ta- * J

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rotista como si estuviese frente a un profe-sional de la salud dotado de la sensibilidad de una madre, el oído de un psicólogo y los poderes de Superman.

Los dimes y diretes vinculados al tarot han eclipsado su larga historia. Poco se sabe sobre la cuestión. El tarot es un orá-culo: un medio para adquirir información sobre el pasado, el presente y el futuro. Está constituido por 78 cartas divididas en dos grupos: arcanos mayores (22 figuras) y me-nores (56 figuras). Cada arcano representa un misterio, una imagen o entidad dueña de un secreto; a partir de él, el intérprete puede responder la inquietud del consul-tante. Una baraja de tarot posee 78 fuerzas espirituales que guardan los conocimientos del universo: el intérprete es el encargado de descifrar sus mensajes. Además, existen diversos tipos de oráculos y cada uno de ellos es dueño de una simbología propia.

En el universo del tarot entran la magia; la sangre que corre deprisa por las venas; manos inquietas y bocas que suspiran por esperanzas y soluciones; respuestas po-sibles y descreídos. Siempre de pie e invo-lucrándose en cada consulta, arcanos e in-térprete ponen parches en la vida de quien recurre a sus servicios. Y aunque son sabios y conocen los misterios, hay uno de ellos que ningún oráculo podrá jamás compren-der. Es el que se presenta -más o menos- con estas palabras: “yo no creo, pero tirame las cartas igual”. Se llama tarot, viste de destino y dialoga con la fe.(dx)

TESIS / MEDITACIÓN TRASCENDENTALTESIS / Meditación trascendental

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Latinajo

Epígrafe

AutofotoAndrés Herrera, texto y foto“Por medio del arte erótico intento mostrar una sensualidad sin prejuicios ni sometimientos, un placer alternativo y libre de los obsoletos valores morales occidentales. Estoy en contra de la trata de los cuerpos aunque no tengo ninguna fundación ni recibo dinero por mi militancia.”

Veritas filia temporis.“La verdad es hija del tiempo”.

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Córdoba 1059Tel.: 4214706

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[8] HIPÓTESIS

El impronunciablePor Carolina Álvarez -texto- y Leo Miranda -ilustración-, desde San Miguel de Tucumán*

La mañana comienza como todas: des-pertar, preparar café y revisar “tumblrs”. Esta podría ser la rutina de quien escribe sin ningún tipo de agregado fantástico, el día a día de una obsesión -para nada sana- por un sitio de internet imposible de pronunciar.

¿Tamblr, tmblrrr, tumbrl, tambl? Desde su nacimiento (allá por 2007),

Tumblr fue conceptualmente una red inclu-siva. Wikipedia lo define como una platafor-ma de “microblogging” en modo “tumble log” (posteo improvisado y espontáneo).

Pese a no lograr la popularidad inme-diata de otros sitios similares, Tumblr se mantuvo firme, casi escondido, esperando su momento. Su magia reside en comple-mentar y unir todo tipo de posteos, y, por ende, evitar la fatiga de navegar por infi-nitas ventanas. Fundamentalmente Tum-blr se destaca por sus huestes de usuarios fieles que refugian allí sus “fandoms” (afi-cionados a cierto pasatiempo, persona o fenómeno en particular), y sus locuras por los “.gifs” de animalitos y demás extrava-gantes adoraciones.

De los cachorritos al porno Apretar el botón de “follow” basta para

convertir al usuario en devoto de las actua-lizaciones de aquel al que sigue, que, a su vez, es devoto de otro y, así, hasta el fin de los tiempos.

El combustible que mueve a Tumblr es el “reblog”, que en los hechos se trata de

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un sacerdocio simplificado en un pequeño icono. Miro, paro, “reblogueo”. Mis seguido-res harán lo mismo. A mayor cantidad de “tumblrs” seguidos, más probabilidades hay de “rebloguear”. De ese modo, la cade-na se llena de eslabones.

Otra de las maravillas de Tumblr es la diversidad. No me refiero sólo a que abarca todo tipo de comunidades, no: sus presta-ciones le permiten ser desde una mera vi-driera de aficiones personales hasta un gran lugar donde exponerse. En esa red encon-tramos desde tiernas imágenes de cachorri-tos hasta las más explícitas miradas sobra la anatomía humana, actos íntimos incluidos. Porno, como le dicen. Las toneladas de ma-terial eróticamente cuestionable le añaden un poco de pimienta al asunto. Y todo esto convive alegremente en nuestro escritorio.

El camino dorado a la procrastinaciónEncontramos también el amor. Porque

sí. Cuando alguien me gusta, tengo que ir y decírselo, declararle mis sentimientos, son-reírle desde el otro lado de la vereda...

El mundo de Tumblr es igual: si nos gusta una publicación, lo demostramos haciendo clic en los corazones. No es un pulgar levantado indiferente como en Fa-cebook; no es una estrella narcisista como en Twitter; no es una fría puntuación. Esto es puro cariño, aprecio, amor.

Si Tumblr fuese un órgano, sería el co-razón. Si fuese una tribu urbana, sería sin duda un poco “hipster” y un poco “geek”.

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Si fuese un pariente, sería esa tía copada que nos hace tomar vino y escucha vinilos mientras cuida su media docena de gatitos. Si fuese música, seguro sonaría como una banda de “brit pop” con cantantes y guita-rristas que usan tiradores.

Para mí Tumblr es un escondite, un tronco hueco en medio del bosque, un piso

mullido de hojas secas debajo de la sombra de un árbol. Es una ventana que me gusta abrir mientras tomo mi café excesivamen-te negro y voy despertando a la vida. Es el único lugar donde, por un momento, pue-do zambullirme en las cabezas de decenas de desconocidos tan ansiosos como yo por evadir el mundo.(dx)

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[10] HIPÓTESIS

Los treinta y picoPor Laly Rosales -texto- y Ángeles Merchan -foto-, desde San Miguel de Tucumán*

La década de las preguntas inevitables y de las respuestas ambiguas, de las palabras pensadas, la confrontación estratégica y las pausas inteligentes. A los treinta y pico una asume que no alcanzarán los años para leer todos los libros postergados desde los 15 y que se acaba el tiempo para hacer los viajes de juventud. Treinta y pico apurados por las cosas pendientes. Treinta y pico, y cada vez son menos los años fértiles; treinta y pico, y los hijos en la escuela.

Los treinta y pico, y el trabajo a destajo. Los treinta y pico, y las fiestas del recuerdo; la candidez abandonada en la década de 1990 y la creencia de que los mejores mú-sicos fueron los que acompañaron nuestra adolescencia.

Los treinta y pico, y las crema “anti-age” y el gimnasio a diario.

A los treinta y pico ya no se soporta la ridiculez de los gobernantes. A los treinta y pico una engordó de hastío con la pizza con champagne, el pancho y la coca, y el fanatis-mo desmesurado.

A los treinta y pico la tele es esa cosa que un día pasó de un show como Jugate Conmigo a otro como Gran Hermano. A los treinta y pico una ve a Tinelli, y se pregunta “¿por qué?” y siempre es al vicio.

A los treinta y pico recordás cómo un presidente se fue en helicóptero; cómo fue ese día en que un argentino resultó elegi-do Papa y cómo unos aviones destrozaron un par de rascacielos. A los treinta y pico se

te hace cosa de locos que tu provincia haya sido gobernada por un semianalfabeto; el cantante de La felicidad y un genocida.

A los treinta y pico sos periodista, fotó-grafo y “community manager” sólo por te-ner más de 1.000 seguidores en Twitter.

A los treinta y pico esos kilos de más no se quieren mandar a mudar.

A los treinta y pico si te dejaron, sabelo, no vuelve más.

A los treinta y pico una resaca dura una semana.

A los treinta y pico queda patético expo-ner la borrachera en Facebook.

A los treinta y pico basta y sobra con una noche apacible con amigas de toda la vida.

A los treinta y pico el silencio es un placer impagable.

A los treinta y pico el mate y un libro pue-den ser los mejores compañeros de viaje.

A los treinta y pico pensás más en dormir una buena siesta que en la fiesta del fin de semana.

A los treinta y pico las mujeres solteras llevan en la frente el cartel de histéricas y de pretenciosas, y los varones, el de pica-flores enfermizos o de incurables nenes de mamá.

A los treinta y pico comienzan a florecer los duelos sin difuntos, y los afectos perdi-dos perforan huecos que ningún relleno puede completar. A los treinta y pico los adioses se sufren en soledad. A los treinta y pico no va más la picardía de no hacerse *L

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cargo de la crisis. A los treinta y pico vuel-ven recargados los interrogantes existen-ciales de la niñez. A los treinta y pico se es demasiado joven para algunas cosas y de-

A los treinta y pico comienzan a florecer los duelos sin difuntos, y los afectos perdidos perforan huecos que ningún relleno puede completar.

masiado vieja para otras. A los treinta y pico la vida da vueltas más lentas. A los treinta y pico la verdad lastima, pero aún tiene re-medio.(dx)

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[12] CALIGRAFÍAS

Ana Ajmátova: que el alma se vuelva rocaPor Laura Rossi -texto-, desde Rosario (Santa Fe), y Néstor Martín -ilustración-, desde San Miguel de Tucumán*

“Cualquier destino”, dice Borges en Bio-grafía de Tadeo Isidoro Cruz, “por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”. A ve-ces, ese destino no es el de un hombre: es el de una mujer. Y esa mujer es poeta, pero también es madre: la madre de un preso político, la madre de un deportado a Siberia. El momento en el que Ana supo para siem-pre quién era duró muchos meses “ante las puertas donde estuvieron / mis pies tres-cientas horas y no me abrieron”.

Rusia inocente de dolores repleta (*)Si la gente se dividiera entre los que

se quedan y los que se van, Ana Ajmátova estaría de pie entre los que se quedan. “No pertenezco a aquellos que dejan a su país en la estacada para que sea destruido por los enemigos”, escribe en 1922. Ya el padre de su hijo, el poeta Nikolái Gumiliov, había sido fusilado por la Cheka. Diez años antes, habían fundado el movimiento poético que vendría a oponerse al Simbolismo, el Ac-meísmo, sin saber quizás que esa búsqueda por un lenguaje diáfano, capaz de capturar la realidad concreta, sería, al menos en el caso de Ajmátova, el que le permitiría dar

cuenta del otro lado de la revolución.El otro lado de la revolución es frío y hue-

le a muerte. Es el muro de la cárcel en la que está su hijo, Lev; es la espera interminable junto a las otras madres. Es el fusilamiento de Gumiliov, la muerte de su tercer marido en un campo de concentración. Es volver con Lev en 1944 a Leningrado, para que, en 1945, vuelvan a apresarlo por diez años más. Es ser expulsada de la Unión de Escritores Soviéticos. El otro lado de la revolución es la soledad; también es la poesía como única resistencia.

Algo como una sonrisaLa mujer que había pasado una infancia

tranquila entre Tsarkoe Selo y Kiev, que es-cribía sobre el amor como tema fundamen-tal, se aferra de todos modos a esa vida que se da vuelta, que se llena de piedras y de las ausencias de los otros. “Hay que matar la memoria hasta el final / es necesario que el alma se vuelva piedra / hay que aprender a vivir de nuevo”. Y en ese aprender a vivir de nuevo, se transforma en voz: en voz que la excede y expresa el sufrimiento de muchas otras.

En lugar de prólogo, en su poema Ré-quiem, hay una pequeña historia: alguien * L

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la “reconoce” mientras está allí afuera, con otras madres, delante de una cárcel de Le-ningrado. Entonces, una mujer que estaba detrás de ella, le susurra: “¿Y usted puede describir esto?”. Ana dijo que sí, que sí podía y “algo como una sonrisa resbaló en aquello que alguna vez había sido un rostro”. La voz de Ana se convierte en una plegaria com-partida, en testimonio de todo eso que no se podrá olvidar aunque así se quiera: “para mí misma sólo no reza mi voz / sino por las

que allí vieron mis ojos”; “a todas por sus nombres quisiera evocar, / la lista me arran-caron y ahora dónde buscar”.

Si, como dice Borges, “los actos son nuestro símbolo”, en Ajmátova, la fidelidad, la resistencia y la poesía son ese símbolo complejo y doloroso –y tal vez imprescin-dible- que le permite “aprender a vivir de nuevo” y defender, como decía Marina Ts-vietaieva, su más profundo derecho a la entonación.(dx)

“Hay que matar la memoria hasta el finales necesario que el alma se vuelva piedrahay que aprender a vivir de nuevo”.

(*) Los subtítulos son versos o fragmentos de versos de poemas –fundamentalmente de Réquiem- de Ana Ajmátova.

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[14] CALIGRAFÍAS

El hombre mediocrePor Juan Pablo Castellote -texto- y José María Jaime -foto-, desde San Miguel de Tucumán*

Existe un libro, cuentan por ahí, que debe ser leído tres veces durante la vida. A los 20, a los 40 y a los 60. Dicen que cambia su sentido, como si fuera José Ingenieros un mago eterno, cada vez que se lo relee. Yo lo leí –un poco pasadito para los estánda-res populares– a los 21 y no creo que pueda esperar 20 años para hacerlo de nuevo.

El hombre mediocre es una obra litera-ria que ha puesto en jaque mis poco traba-jados pensamientos, y mi precoz e inexacta visión del mundo. Es un ensayo que descri-be hasta la mugre de las uñas, construyen-do de forma obsesionadamente detallada un perfecto retrato del hombre común, del hombre sin ideales, del hombre que no quiero ser.

Con un exquisito (y bastante elitista) vocabulario, el autor pone en vidriera los defectos del hombre que no crea, no ima-gina, no empuja, no rompe, no engendra. De ese hombre cuya estadía en el mundo es sólo un desabrido trámite sin sentido, pero cuya mediocridad sufrimos todos. De aquellos hombres que, atados los pies por los prejuicios y las manos, por los dogmas (que ni siquiera formularon), custodian ce-losamente un capital ideológico que justi-fica su burda y grotesca existencia.

Una meta posibleEn el hombre mediocre, dice Ingenie-

ros, la cabeza no es más que un adorno del cuerpo. Es un hombre que hace del arte un

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oficio; de la ciencia, un comercio; de la vir-tud, una empresa; de la caridad, una fiesta; del placer, un sensualismo. Adicto a los pre-juicios, siente horror por lo desconocido.

Recuerdo que, al terminar de leer el li-bro, experimenté un profundo rechazo por mí mismo. Yo era ese hombre mediocre del que tanto se quejaba Ingenieros. Pero, ¿qué sería uno sin su contrario? Cada hombre necesita de su enemigo. Así, el virtuoso y el sabio sólo son tales por la existencia de un mediocre. Y esta es su razón de ser, de su existencia: representar un banquito de ma-dera hueca y pintura barata al servicio de los pies de un idealista, al que engrandece permitiéndole alzar la mirada y ver el infi-nito más allá del horizonte. Un panorama que él, el mediocre, nunca podrá contem-plar, claro.

Seres desiguales no pueden pensar de igual manera. Siempre habrá, por fuerza, idealistas y mediocres. Siempre existirán los que idolatren y prioricen la cultura del “tener más” por sobre la del “ser más”. Aunque nuestra meta como sociedad sea abolir la mediocridad, jamás podríamos concretarla sin borrar también la sabidu-ría: el canto de los poetas, el gesto de los héroes, la virtud de los santos, la doctrina de los sabios, la filosofía de los pensadores. Entonces, nuestra meta deberá concentrar-se en pasar de ser ese banquito de madera hueca al hombre que lo usa para alzar su mirada.(dx)

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Seres desiguales no pueden pensar de igual manera. Siempre habrá, por fuerza, idealistas y mediocres. Siempre existirán los que idolatren y prioricen la cultura del ‘tener más’ por sobre la del ‘ser más’.

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La película que veo en tu rostroPor Mels Petroff -texto y fotos-, desde San Miguel de Tucumán*

¿Hasta qué punto fotografiando al otro me estoy fotografiando a mí?

Fue durante la adolescencia que empe-cé a sentir un flechazo particular con los rostros. Los dibujé y pinté, y después me dediqué a fotografiarlos intentando mate-rializar el magnetismo que me producen. Creo en la ceremonia que se crea al esta-blecer un diálogo con el otro y, a continua-ción, retratarlos. No se trata sólo de sacar la cámara y disparar; hay algo que subya-ce al instante fotográfico, algo parecido al “punctum” del que hablaba Roland Barthes (significado personal: cuando una foto con-mueve, y dice algo muy íntimo y particular). O quizá se trate del “momento decisivo” (la coincidencia del ojo, la cabeza y el corazón en un gesto que permite captar la realidad por sorpresa) de Henri Cartier-Bresson.

Nan Goldin, la gran artista estadouni-

INTERVENCIONES

dense, dice: “lo que sé lo aprendí del cine”. Goldin hace fotografías como películas. Este es un aspecto clave: la cinematografía ayuda a determinar la manera en la que se ve el mundo y se lo encuadra. Esa actividad exige decidir qué elementos de la realidad tomar y qué elementos dejar de lado.

Cuando hablo de rostros me refiero a palpar en una imagen olores, texturas, caricias, sonrisas, miradas, etcétera. Los primeros planos del director de cine sue-co Ingmar Bergman sembraron en mí una gran inquietud y curiosidad por la forma de percibir los rostros: la elección del blanco y negro para transmitir angustia, soledad, melancolía, locura, felicidad y confusión; el juego constante con las luces y sombras para insinuar emociones diversas, y la for-taleza oculta en tonos como el rojo, el verde y los pasteles. Como pocos, Bergman llegó

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a tocar las zonas oscuras de la psique por medio de la imagen y la fotografía de sus obras. “Es imposible ser más clásicamente romántico”, escribió Jean-Luc Godard sobre lo que el sueco plasmó en su cine-total.

El silencio interiorCreo en la forma romántica de retra-

tar; en salir del papel de fotógrafa estática para compartir un momento relajado con el otro. Entonces la foto es un devenir del tiempo; un hecho que sucede y que, a su paso, deja un retrato con un gesto, una mueca de enojo, una mirada perdida o un cigarro apenas sostenido.

El romanticismo es una manera de sentir que concede valor primordial a los estados de ánimo y a la exaltación de las pasiones a partir del color y de la luz. Este movimiento consiste en una forma de sen-sibilidad que glorifica al individuo. La vida ocurre sólo una vez y para siempre, y, cuan-do se retrata, más que una expresión se busca el silencio interior y la personalidad, como postula Cartier Bresson.

Una vez un retratado dijo al fotógrafo Richard Avedon: “sea amable conmigo”. ¿Será que, a diferencia de otras disciplinas artísticas, el retrato fotográfico supone una responsabilidad especial en el autor que en sus manos tiene la posibilidad de presen-tar a su modelo como alguien alegre, triste, atractivo, noble, tierno o malvado?

Retrato metiéndome en momentos par-ticulares donde la cámara no es un objeto que intimida sino algo que esta ahí. Las fotos suceden de tal forma que las perso-nas se saben retratadas y, sin embargo, eso no es una molestia o algo que disguste (la cámara me acompaña a fiestas, reuniones sociales... vive conmigo en el día a día).

También me ha sucedido estar en luga-

¡PLUS!

Más fotos de la autora enFacebook.com/MelsPetroff

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res o con personas donde no sentí la nece-sidad de sacar ninguna fotografía. El retra-to va más allá de los parámetros de lo que se suele considerar bello o no: funciona a partir de lo que punza en el alma y produce un disparo. En ese ínterin la belleza cobra infinitos significados; el retrato en sí des-pega por sí mismo para enseñarnos algo de la persona, del lugar o de la situación. La fotografía cuenta historias y la humanidad no puede faltar en ella.

En mis trabajos proyecto ecos de re-cuerdos pasados; la sensualidad del “aquí y ahora” o la añoranza de cosas que aún no sucedieron. La fotografía es un viaje que da a la imaginación y a los sueños un espacio de pertenencia, y es el medio que elijo para recrear un amplio abanico de sensaciones que encuentra en el retrato fotográfico su punto máximo de expresión.(dx)

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DIXI EXHIBEIsabel Reyes ZeballosMemoria entre brumasEstilógrafos sobre papel y pintura digitalFacebook.com/IsabelIlustracion

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[22] POGOS

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El latir conjuntoPor Graciela Colombres Garmendia -texto- y Valentina Becker -fotos-, desde San Miguel de Tucumán*

Es algo que no se explica: se siente. Cuando empiezan a vibrar las percusiones de Late Raza, la gente se acerca y se que-da, atrapada por la energía que irradian los músicos del ensamble. Cero razón, puro sentimiento.

“Nuestra base es la improvisación. La gente no sabe qué va a pasar. Ni yo lo sé. Voy ahí, escuchando lo que pide el público y armamos algo”, explica Manolo Alonso, director de Late-Raza. Valga la siguiente aclaración: la conducción que desarrolla Manolo dista bastante de la que ejecuta un director de orquesta con batuta. Su méto-do lo aprendió de algunos percusionistas de la Bomba del Tiempo, ensamble porteño creado por Santiago Vázquez y fundado en el lenguaje de señas.

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“Una vez, en un encuentro de percusión, tuve que inventar porque se había caído parte del programa. Entonces convoqué a todos los músicos, los acomodé por sec-tores y les empecé a pasar señas básicas a partir de lo que había aprendido con la Bomba. Tocamos media hora con cajones peruanos, conga, bongos, semillas, campa-nas... todo. Y funcionó muy bien. Entonces llamé a mis alumnos -además de ensam-ble, Late-Raza es una escuela de percusión- y ex alumnos, y los invité a preparar algo más armadito. Empezamos a ensayar, se nos unieron otros músicos y conseguimos algo interesante”, recuerda el fundador de Late-Raza.

Sorpresa y fusiónEl ensamble tucumano desarrolló una

identidad propia sin negar la influencia de la Bomba del Tiempo. Mientras que esta funciona con señas y secuencias rítmicas, Late-Raza apela a los ritmos. “Intento tra-bajar desde la perspectiva musical; con las dos manos creo o escribo lo que, por ejem-plo, sería un compás. Con una mano marco el ritmo y, con la otra, si va a ser en cuatro, tres o seis tiempos. Después disparo una de las bases y, dentro de ellas, navego con otras series. Voy, vuelvo... Una vez que armo una base, me meto adentro y pruebo hasta dónde puede llegar. Eso es lo lindo, que no sé hacia dónde me dirijo”, resume el direc-tor, que lleva 15 años nadando en el vasto océano de la percusión.

Más allá del factor sorpresa, Late-Raza conquista al público con la fusión de ritmos que ofrece en sus recitales. “Tenía ganas de hacer un viaje cultural por el territorio de la percusión de Latinoamérica”, enuncia Manolo y precisa que, aunque los golpes tengan raíces africanas, cada nación les añadió una nota distintiva. Así, cuando los 21 músicos del ensamble se ponen a tocar, se escucha un crisol de estilos que incluye,

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Las fotos son del aniversario de Late-Raza, en septiembre de 2012, en Robert Nesta Club.

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¡PLUS!El “staff” de Late-Raza está compuesto por Manolo Alonso (dirección y conga); Nancy Pedro (voz principal, caja coplera y maracas); Timna Comedi (voz y shekere); Natalia Trouvé (cajón); Lucas Moreno Prado (voz y conga); Café Valdéz (voz, campana y conga); Luis Abrach (djembé); Nico Bulzoni (conga y tumbadora); Rodrigo Couto (conga y tumbadora); Sergio Marengo (conga y tumbadora); Candela Russo (tambora); Carlitos Seleme (tambora); Guillermo Martín (pandeiro, campana y timbal); Negra Córdoba (shekere y maracas); Negra Cele (shekere y maracas); Federico Govetto (bajo, campana y güiro); Andrés Zamora (bongó); Nano Martínez (bongó); Diego Leiton (bongó); Paola Nolosé (cajón peruano) y Alejandro Zogbe (cajón peruano).

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entre otros, al candombe, la samba, la bos-sa nova y la cumbia.

“Hay que destacar el crecimiento mu-sical de Tucumán, así como el aumento de escenarios, y de apoyo público y privado. Yo veo un cambio. La percusión permite cono-cer distintas culturas y escuchar el sentir de otros pueblos”, afirma Manolo Alonso que, antes de pasar a otra cosa, deja abierta la puerta de su Terracita, el ensamble donde practican sus alumnos, para quienes de-seen incursionar en este latir conjunto.(dx)

¡PLUS!Más sobre el ensamble y su agenda de recitales en Facebook.com/EnsambleLat-eRazaPercusion

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En el país de las manzanasPor Roberto Espinosa -texto- y Jorge Missart -ilustración-, desde San Miguel de Tucumán*

Una voz está evaporando ecos de an-tiguas historias en el país de las manza-nas. Cuando Fütachao, el Padre Grande, escucha el canto, le salpican en los dedos sentimientos y paisajes de un pueblo que no quiere abandonar su memoria. “¡Tierra de lapinilken! Está cayendo poco granizo grueso y en las lagunas secas se derrite. Así sucede con nosotros dos, hermana. Si fué-semos sal, si fuésemos un puñado puesto en agua hirviente, nos derretiríamos. Si fuésemos azúcar y nos echáramos en agua caliente, nos derretiríamos, hermana...”. El kultrum de Aimé Painé puebla el viento de retumbos. Los árboles se erizan sacudiendo ancestros que hablan en mapudungún.

La sangre tehuelche y mapuche que amasaron sus ojos nacidos en Ingeniero Huergo (Río Negro) se le extravía a los cin-co años, cuando su madre parte al silencio profundo. Un tutor lleva su niñez a Mar del Plata, donde el océano traga su mirada, pero no su alma. Bebe una cultura, pero debajo de su piel late la gente de la tierra (“mapu”: tierra; “che”: gente). Tormentas de conflictos que buscan la identidad se trenzan en su interior.

Esa frase“La clave fue la adolescencia. Uno no

sabe qué es lo que quiere. Llegué a pensar que yo era la complicada porque no funcio-naba en relación con los demás. Un día me miré al espejo espiritual por primera vez. Miré hacia dentro de mí... Adoptar una per-sonalidad que no es la de una es muy malo. * R

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POGOS

Gracias a mi tutor, leí en El Quijote esa fra-se tan hermosa (‘yo sé quién soy’) y se me aclaró todo”.

Durante cinco años entrega su voz al Coro Polifónico Nacional. “En un encuen-tro internacional, cada uno de los países brindaba una pieza representativa de su nación. Nosotros nos despedimos con una obra de Beethoven. Me pregunté por qué podíamos cantar en ruso, alemán u otros idiomas y no en mapuche, que era nuestro. Ahí comencé mi actividad. No fue fácil de hacer ese canto que me atreví a dar”.

Segundo es su padre, tataranieto del ca-cique Painé. El hombre comienza a revelar secretos a su hija. Aimé es una calandria mapuche. “Mi padre dice que yo he naci-do para el canto, para no estar en silencio como el resto de mi gente. Tal vez me enca-priché al descubrir algo que estaba tan pro-fundamente oculto. Canto en mapuche por una cuestión de identidad y para mi propia gente. Nuestra cultura fue oral, entonces, se pierde”.

Aimé bucea en los relatos de las abuelas; camina por Maquinchao, Trenque Lauquen, Neuquén, Río Negro, Chubut, Azul, Los Tol-dos, Santa Cruz y despierta a sus hermanos que han perdido el destino. “Una vez, en una escuela, los niños mapuches me pre-guntaron cuál era el tipo de libertad que les podía aconsejar. Les dije que hay una sola libertad: la educación y la cultura, que en nuestra lengua se llama ‘kimëlkán’. Ambas no pueden estar separadas”.

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Como un árbolAbre su voz hacia el país. Pasa por Salta,

Jujuy y Tucumán. “Toda nación y su cultura es como un árbol que tiene raíces, tronco, ramas. Si a estas raíces se las secciona, el resto se perderá. Debemos rescatar las raí-ces que han sido sometidas a un proceso de devastación, donde se silencia la presencia del hombre americano. Los mapuches can-tamos para saber quiénes somos. Respetar nuestra cultura es crecer con dignidad ha-cia todos los pueblos del mundo”.

1987. Sus pasos viajan al Paraguay. Su sonrisa apenas llega a los 40 años. Algún amor esconde en el aleteo de sus pestañas. En sus gestos dibuja un manantial de afec-tos y pudor. “El cuerpo duerme o se muere y el ‘püllu’ (alma) vuelve en algún pariente del muerto. Nuestras almas pueden cam-biar, pero no apagarse porque todos somos una sola alma”. Es 11 de setiembre. Tras un recital, un aneurisma comienza a ahogarle

el canto y detiene bruscamente su co-razón lanzándolo a los eternos

brazos de Fütachao.(dx)

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[30] COMPULSIONES

Salté y llegué al cieloPor Irene Benito Courtade, desde San Miguel de Tucumán*

La Maga tiene un destino, se llama Horacio Oliveira, y un ancla, se llama Ro-camadour. Es París y en la calle hay fiesta. No importa si se es pobre, porque el Sena corre por igual para todos los bolsillos. Para la “clocharde”, para los integrantes del Club de la Serpiente, para el desarraigado, para el bohemio perdido, para el corazón que se estrena en las cosas del querer y para las almas rotas que cazan estrellas en el Quai de Bercy.

“Un amor como el fuego, arder eterna-mente en la contemplación del Todo. Pero en seguida se cae en un lenguaje desafora-

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do”. La Maga pregunta a Horacio el signifi-cado del absoluto en aquel lado del mundo (capítulo 9). “Entre tanto había muerto en Europa, a los 33 años de edad, (el pianista rumano) Dinu Lipatti. Del trabajo y de Dinu Lipatti fueron hablando hasta la esquina, porque a Talita le parecía que también era bueno acumular pruebas tangibles de la inexistencia de Dios o, por lo menos, de su incurable frivolidad” (capítulo 42).

“¿Pero por qué París es una enorme metáfora?”, interroga La Maga a un Ossip Gregorovius que fuma en pipa y define a Horacio como “un intelectual aficiona-do” (capítulo 26). “París es un gran amor a ciegas”, explica la Maga al mismo interlo-cutor (capítulo 27). Oliveira tiene a Pola en el cuerpo, en los ojos, en el vello. La Maga dice que no sabe pensar y que él la despre-cia por esas cosas: “no sé por qué, al fin y al

cabo nos hemos querido bien”.La vida no es una unidad. “Son pedazos,

cosas que nos fueron pasando”, contesta la Maga (capítulo 19). Rocamadour está enfermo y sus chillidos fastidian a Olivei-ra. Había llegado a creer que la continua presencia de la Maga lo rescataría de diva-gaciones excesivas, pero naturalmente no sospechaba lo que iba a ocurrir con Roca-madour. “Un soliloquio tras otro, vicio puro. Lo único que me va salvando es el olor a pis de este chico”, se dice Oliveira a sí mismo mientras se ceba un mate. Y añade para sus adentros: “si se me acaba la yerba, estoy fri-to. Mi único diálogo verdadero es con este jarrito verde”.

Ya en la otra orilla, Oliveira cree que lo más divertido sería entrar en el circo con Manolo y Talita Traveler (capítulo 78). “So-ñando no es dado ejercitar gratis nuestra

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Rayuela cumple 50 años. Pero sus historias aparecidas en 1963 parecen venir del final de los tiempos. De una metáfora donde ella sale nada menos que de una librería y él es consciente de las miradas de deseo que ambos intercambian, y de que están tan de acuerdo en todo que es una vergüenza.

aptitud para la locura”, concluyen Oliveira y Traveler tras una larga charla (capítulo 80). “¿Por qué a ciertas horas es tan necesario decir: ‘amé esto’? Amé unos blues, una ima-gen en la calle, un pobre río seco del norte. Dar testimonio, luchar contra la nada que nos barrerá” (capítulo 87).

La nada estaba en el aire. En algunos comunistas de París y Buenos Aires capa-ces de las peores vilezas pero rescatados en su propia opinión por “la lucha”; por tener que levantarse a mitad de la cena para co-rrer a una reunión o completar una tarea. “En esas gentes, la acción social se parecía demasiado a una coartada, como los hijos suelen ser la coartada de las madres para no hacer nada que valga la pena en esta vida, como la erudición sin anteojeras sir-ve para no enterarse de que en la cárcel de la otra cuadra siguen guillotinando a tipos que no deberían ser guillotinados”, reflexio-na Oliveira (capítulo 90). Según su criterio, la falsa acción es casi siempre la más es-pectacular, la que desencadena el respeto, el prestigio y las “hestatuas hecuestres”.

“Allí donde cierto tipo humano podía realizarse como héroe, Oliveira se había condenado a la peor de las comedias. En-tonces valía más pecar por omisión que por comisión. Ser actor significaba renunciar a la platea y él parecía nacido para ser espec-tador en fila uno. ‘Lo malo’, se decía Olivei-ra, ‘es que además pretendo ser un espec-tador activo y ahí empieza la cosa’”. Oliveira no tiene arreglo porque hasta de la sopa

hace una operación dialéctica. Las mujeres lo adoran y admiran, hasta que perciben el vacío y, entonces, él les facilita la fuga.

Su voz en un párrafoRayuela cumple 50 años. Pero sus histo-

rias aparecidas en 1963 parecen venir del fi-nal de los tiempos. De una metáfora donde ella sale nada menos que de una librería y él es consciente de las miradas de deseo que ambos intercambian, y de que están tan de acuerdo en todo que es una vergüenza. París danza afuera, sin nombre y sin pasa-do. Pero resulta que, en esa ciudad, amor y nada se encuentran en cada esquina.

“Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos; no te quiero porque la sangre me llame a quererte; te quiero porque no sos mía; porque estás del otro lado, ahí donde me invitas a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa, hay horas en que me atormenta que me ames, me atormenta tu amor que no me sirve de puente porque un puente no se sostiene de un solo lado, jamás (Frank Llo-yd) Wright ni Le Corbusier van a hacer un puente sostenido de un solo lado (capítu-lo 93)”, escribe Julio Cortázar y casi parece que lo lee en voz alta, que ese fragmento no puede existir sin su voz grave y su espa-ñol suavemente afrancesado.

Este libro parece un libro y es muchas cosas más. Es el amor y la nada en París y el

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Río de la Plata; El Aleph cortazariano; los re-tazos de una época que se desintegra y se reinventa; el rompecabezas que cierra aun-que le falten piezas; las piezas que alguien dejó olvidadas en un sueño del siglo XX; la calle porteña y “entanguecida”; la nostal-gia marrón del inmigrante; el frío mortal; el humor redentor; la eternidad de un segun-do aparentemente llamado a pasar inad-vertido; las casualidades que existen y no, y la búsqueda del otro en un otro que nunca termina de ser uno.

Rayuela es el juego que podría ocurrir en cualquier parte. En el patio de la Escuela de la Patria en Tucumán así como en un mi-rador de la Lima peruana. En una plaza de Concepción, y en la cabeza de todos los que buscan y buscan y buscan esa paz llamada cielo. EL CIELO con mayúsculas y al final del camino, cierre y principio de lo que no ter-mina de empezar ni de acabar.

En el collage de Cortázar cabe todo lo que da sentido al acto de respirar. Cabe la poesía de Baudelaire; el arte de Klee y Mon-drian; la estética como política y viceversa; el jazz y “el vértigo cotidiano en contacto con el caos”, como resume Andrés Amo-rós, editor de una versión con notas al pie publicada por Cátedra Letras Hispánicas en 2003, con motivo de los 40 años de la novela.

Muchos ensayos han intentado com-prender la lógica de Rayuela, pero a Rayuela no hay que entenderla: hay que sentirla. ¿Y qué si es vanguardista? ¿Y qué si dio vuel-ta la literatura? ¿Y qué si es un clásico del Boom? Nada de eso suma o sirve por enci-ma de la lectura activa y cómplice que Cor-tázar pretendía. Una lectura tan libre que, de entrada, estuviese por igual autorizada

a seguir el orden que había establecido el autor como a crear un orden nuevo. Porque así como Los Beatles pueden ser la confir-mación de la existencia de Dios, Rayuela constata que pocas cosas son tan humanas como el desorden.

Muchos ensayos han intentado comprender la lógica de Rayuela, pero a Rayuela no hay que entenderla: hay que sentirla.

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Lúcido suicidaRayuela fue la obra maestra que sigue

siendo desde el momento mismo en que se encontró con los lectores. Así lo percibió Roberto J. García, el colaborador del diario La Gaceta que firma un comentario sobre el libro (Cortázar y el fin de la aventura) en la edición del 1 de marzo de 1964. “Cuan-do una literatura narrativa ha tocado los extremos de Rayuela se hace necesario ob-servar con algún detenimiento el proceso que culmina en esa obra.

Este lúcido suicida (¿Cortázar? ¿Oliveira? ¿Los dos?) no es tal, sino un valioso índice de época. Y a este siglo XX, lleno de caminos potenciales y de sendas abandonadas no lo definen las formas, sino la ausencia de una fe capaz de sostener esas formas. Pienso que es allí donde se inserta el pensamiento generador de Cortázar, en la intuición del fin de una aventura espiritual que parece signar su labor literaria más significativa, hasta mostrarse en plenitud en Rayuela. Le-yendo sus libros, ficciones que transcurren

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entre riberas de fantasía y sueño que sólo tocan la realidad para darla vuelta y mos-trarla en su absurdo vacío, he sentido esa búsqueda afanosa de una verdad que pue-da elevarse por encima de todas las verda-des menoscabadas, la búsqueda de una fe que renueve la comunicación humana y dé sentido a una nueva ventura del espíritu.

Rayuela no puede ser tratada como una novela común, sino como una complejidad en la que intervienen, además de las pági-nas destinadas a la narración (…), otras de poética profunda, y disquisiciones filosó-ficas y artísticas. Con la obra que culmina

con Rayuela, Cortázar logra adecuar la no-vela a una función de medio, no ya como un fin en sí misma. En último término, el escritor trata de crear la convicción de que cada lector, cada ser, es el más vívido, el más importante de los personajes-actores posibles o, lo que es lo mismo, y dicho de un modo necesariamente metafórico, trasla-dar el mundo cerrado de la novela al orden abierto y universal de la poesía”.

Estantería rotaRayuela se adelantó cuatro años a Cien

años de soledad, de García Márquez. “En

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América Latina, los editores de golpe em-pezaron a confiar en los escritores de sus propios países. Esos libros, por razones que no soy yo quien debe juzgarlas, comenza-ron a abrirse camino en la conciencia la-tinoamericana. Un día, digamos entre los años 50 y 55, de repente, se empezó a ha-blar, pero se empezó a hablar mucho y cada vez más. Eso que se llama bola de nieve. Se empezó a hablar de Miguel Ángel Asturias, de Carlos Fuentes, de Mario Vargas Llosa, de mí y de Alejo Carpentier… Y es entonces cuando empezaron a venir los editores, no antes. Ojo, el Boom, en su plano comercial, empezó después”, recuerda el propio Cor-tázar en una entrevista con Hugo Guerrero Marthineitz, en abril de 1973.

¿Por qué Rayuela rompió la estantería?

Mucho se ha escrito sobre ese fenómeno y aún así, medio siglo después, vale la pena ensayar una respuesta modesta. Hay en esta novela una exaltación maravillosa de vidas y seres cotidianos, una especie de mirada más-allá-de-lo-obvio-y-evidente que “celestializa” lo terrenal, como observa tempranamente Roberto J. García. Oliveira es único y no, lo mismo que la Maga, Talita, Traveler y el resto del elenco. O más bien dicen y piensan cosas únicas a partir de si-tuaciones corrientes de tal modo que cual-quiera puede ponerse en su piel y sentirse a gusto (o identificado) con esas elucubra-ciones. Es un salto a las honduras de la con-ciencia y los sentidos, donde existe un cielo, el de Rayuela, cuya perfección consiste en desconocer la palabra “excluidos”.(dx)

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[38] PROYECCIONES

Hecha para ellaPor Holden Caulfield, desde San Miguel de Tucumán*

1John Hinckley extrajo una pistola y le

disparó a quemarropa a Ronald Reagan, por entonces cuadragésimo presidente de Estados Unidos. El magnicidio no se produ-jo porque el ángel de la guarda de Reagan hizo los deberes y las balas no comprome-tieron órganos vitales. A Hinckley, como a todo lunático que se precie, lo movía una obsesión. En su caso, lograr de una vez por todas la atención de una joven actriz llama-da Jodie Foster.

2Iris hace la calle enfundada en shorts

rojos, top y un curioso sombrero blanco. Es una putita de 12 años, prisionera de los más sórdidos rincones de Nueva York, a la que el taxista Travis Bickle pretende redimir. Foster tenía 14 años cuando hizo el papel. Martin Scorsese -que la había dirigido antes en Alicia ya no vive aquí- le permitió liberar toda la tensión sexual que una niña es ca-paz de generar, y la cámara la vampirizó: le chupó la juventud para siempre. La poten-cia de Taxi driver radica en la desbordante alienación de De Niro, pero también en lo enloquecedora que puede resultar Iris en cada fotograma que Scorsese le regala. A esa altura de su vida, Foster ya era una ac-triz descomunal.

3La inteligencia de Foster, su encanta-

dora sensibilidad, quedaron registradas en

una película deliciosa, la que marcó su de-but como directora. El pequeño Tate tiene mucho de autobiográfico. Foster es madre (soltera, claro) de un niño prodigio. Es Tate, único y genial, capaz de amargarse por los males de la humanidad hasta sufrir úlce-ras. Exquisito músico y pintor. Foster no sabe muy bien cómo contenerlo, desea con desesperación que su hijo sea normal. Por supuesto, no se siente a la altura. Pero ac-cede a incluirlo en un programa conducido por Dianne Wiest -la maravillosa Dianne Wiest- para chicos con capacidades ex-traordinarias. Tate, que además de brillan-te es muy dulce, une las historias -la suya, la de su mamá, la de su mentora- hasta conseguir algo parecido a la felicidad. Por lo menos, a la armonía. Foster se dedica la película a sí misma, a su propia genialidad, y al dolor que la incomprensión y la soledad conllevan. Transitar los claustros de la Uni-versidad de Yale paralelamente a una carre-ra exitosa en el mundo del espectáculo no es para cualquiera. Jodie Foster no es cualquiera.

4Porque cuando

Jodie Foster sonríe, la pantalla se estre-mece en oleadas de luminosidad. Foster sonríe con los ojos, con sus manos chi-quitas y delicadas. No

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lanza carcajadas, prefiere la sabiduría de una mirada penetrante. Richard Donner le sacó el jugo en Maverick, hasta el extremo de que Jodie les roba la película a su gran amigo Mel Gibson y a James Garner. Jodie lleva los géneros adheridos a su ADN acto-ral. ¿Quién puede dudar de su talento para la comedia? Lo que no funciona, definitiva-mente, es la impostación de una relación heterosexual, porque hay límites en el jue-go del engaño a la cámara. Desde el primer momento en que Foster se plantó en un escenario se supo que era gay. Eso hizo un fiasco de Sommersby o de Anna y el rey. Como a Anne Heche, como a Laura Dern, a Jodie no le interesan los hombres, así se lla-men Richard Gere o Chow Yun-Fat.

5La extraña pronunciación de Jodie se

debe a su condición bilingüe. Habla francés desde niña. Eso le da un timbre particular e irresistible a su voz. Y Jodie sabe usarla. Es mentira que El silencio de los inocentes sea la película de Hannibal Lecter. Es la pe-

lícula de Clarice Sterling. Los ojos azul hielo de Jodie, su determi-

nación para vencer

al monstruo, su humanidad, pusieron a Anthony Hopkins y a Jonathan Demme a su servicio. Foster se llevó el Oscar a su casa y rechazó protagonizar la secuela, conven-cida de que sintonizar otra vez la onda del personaje, esa valentía atormentada, era un puzle demasiado peligroso. Clarice Sterling es un océano de preguntas y de secretos; el fascinante juguete de un psicópata que comprende, muy tarde, que la marioneta es él, y que los hilos -aunque nunca lo parecie-ra- se movieron al ritmo de su inalcanzable objeto del deseo.

6Alicia Christian Foster (19 de noviembre

de 1962, Los Angeles) rodó un comercial a los seis años y no paró más. Fue niña-Disney, lo que le permitió trabajar con David Niven; dar voz a Merlina en la versión animada de Los locos Adams y actuar en infinidad de se-ries de TV. A saber: Bonanza (!), Kung Fu (!!), El show de Doris Day (!!!), Daniel Boone (!!!!) y siguen los títulos. Muchísimos capítulos, aquí y allá, (casi) siempre de niñita adora-ble. Alan Parker la pescó al vuelo y fue su Tallulah en la inclasificable Bugsy Malone. Jodie hizo infinidad de personajes, más de 70, en películas de toda clase. Tuvo su etapa

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europea y -bendita sea esa decisión- Claude Chabrol la filmó en La sangre de otros. Tam-poco gambeteó el período de chica sexy ni las producciones para “teens”. Hasta que se sentó con Jonathan Kaplan, leyó el guión de Acusados y entendió a toda velocidad que estaba ante el papel de su vida.

7Sí, Sarah Tobias estaba drogada. Sí, se

puso a bailar, irresistible. Hay que ver ese baile de Jodie Foster en el bar. Qué actriz. A Sarah la violan. Lo merecía, ¿no? ¿No era lo que buscaba? La fiscal parece ser la única que le cree. La fiscal es Kelly McGillis, una actriz nacida para hacer de novia de Tom Cruise en Top Gun. Cosas así. Pero en Acu-sados, Kelly McGillis entrega lo mejor de su carrera y da el pie a Jodie para que conquiste

su primer Oscar. Jodie-Iris y Jodie-Clarice se encuentran a mitad de camino en la vida de Jodie Foster. Son el antes y el después. Jodie las mezcla inconscientemente para parir a Sarah Tobias y convencer(nos) de su abso-luta inocencia. Suerte de puta redimida, en transición a la agente del FBI que luchará contra sus fantasmas, Sarah mira desde el estrado a los imputados de ese crimen ho-rrendo. Acusados es una película sobre la expiación de una actriz. Es Jodie Foster en todo su esplendor.

8¿Por qué la madre de Charlie y de

Christopher, la archiconocida pareja de Cydney Bernard, aguardó hasta este año para salir del closet? ¿Qué clase de esque-leto, qué clase de John Hinckley le impidió hablar naturalmente de su homosexuali-dad, como lo hizo al recibir el premio Cecil B. DeMille durante la gala de los Globo de Oro?

9Además de actuar, de dirigir y de produ-

cir, de pensar y de decir cosas inteligentes, de su naturaleza simple y atractiva, Jodie Foster también sabe equivocarse a lo gran-de. Cuando las cosas iban irrefrenablemen-te para arriba filmó una película mala. Muy mala. Nell se llama esa moderna fábula de una chica cuasi salvaje a la que el matrimo-nio de Liam Neeson y Natasha Richardson intenta civilizar. Como una moderna y sil-vestre Kaspar Hauser, Nell balbucea un len-guaje ininteligible. A Michael Apted todo se le va de las manos, empezando por Jodie Foster. Una ñoñería. Más interesante -y la-mentable- es el caso de Contacto, la nove-la de ciencia ficción de Carl Sagan. Jodie le puso el cuerpo a la doctora Eleanor Arroway, la elegida para el primer viaje interestelar, la mujer del primer “contacto”. Tenía todo para ser un clásico: Robert Zemeckis en un

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momento formidable, un libro consistente, un presupuesto a la medida del desafío, un gran “cast”. Y Jodie, claro. Es la clase de naufragios difíciles de explicar. En fin, si se hundió el Titanic...

10Nadie puede reprochar a Foster haberse

acomodado en una zona de confort como la que ofrecen los grandes estudios. Lleva mu-chos años dedicada a rodar “thrillers”, unos más llamativos que otros, casi todos des-echables. Pronto la veremos en Elysium, un tanque “sci-fi”, de la mano de Matt Damon. Algunos gustitos se da, claro. Por ejemplo, llevar al cine Un dios salvaje, la puesta tea-tral de Yasmina Reza dirigida nada menos que por Roman Polanski. La crítica no trató muy bien que digamos a la película. Y eso que también están Christoph Waltz y John C.Reilly. ¿Importa realmente?

11No si consideramos lo que Jodie repre-

senta para la industria del espectáculo. Tremenda mujer. Silenciosa. En todos estos años casi no habló del caso Hinckley. Ape-nas un artículo para Esquire, un repor-taje en 60 Minutos. Llevar sobre la conciencia el intento de asesinato de un presidente equivale a una bom-ba atómica en la vida de cualquier

mortal. Jodie hace de la elegancia y de su introspección una lección que vaya si vale la pena seguir. ¿O no son adorables sus chistes, como el de ponerle voz a Maggie Simpson? Imposible no suponer que Esquire inten-tó abordarla, al estilo Allen, por supuesto, mientras rodaban Sombras y niebla. ¿Cómo se habrá resuelto ese formidable topetazo? Dennis Hopper también la tuvo a su dispo-sición (en Camino de retorno). ¿Adivinen quién evita el desastre?

12Las biografías intentan contarlo todo

sobre ella. Su hermano, Buddy, detalla en un libro cómo fueron compañeros de ni-ñez. Philippa Kennedy escribió por partida doble: un volumen sobre la filmografía de Jodie y otro centrado en su vida lejos de los sets. También hay trabajos de Louis Chuno-vic y Therese DeAngelis, entre otros. Aproxi-maciones, nunca la verdad completa. Para eso habría que meterse en el corazón de Jodie Foster, desactivar la bomba Hinckley, correr velos que no están para ser corridos. Tampoco es lo central. La verdad sobre ella, siempre, estará en la pantalla, plateada, res-plandeciente, hecha para recibirla.(dx)

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Una piedra en el caminoPor Federico Liste, desde Mar del Plata*

Una circunstancia felizmente recu-rrente en las películas de Federico Fellini es la síntesis de su tema en un pasaje bre-ve y poéticamente exaltado, nunca ajeno al sabor familiar y equívoco del sueño. Este capricho (“elección estética” en la jerga escrupulosa de la crítica) aprendido quizás de Shakespeare, quizás de Berg-man, quizás de nadie o de todos, no es ajeno a La Strada (1954) cuyo argumento gira, casi secretamente, en torno a una piedra.

La mediocridad de Zampanò (Anthony Quinn), un hombre brutal y solitario; la disipación de El Loco (Richard Basehart), un saltimbanqui bastardo y romántico resignado alegremente a la certeza de un destino trágico; la ambigüedad inquie-tante y genial de su protagonista, Gelso-mina (Giulietta Masina), acaso estúpida, acaso loca, perdida y olvidada del mundo;

PROYECCIONES

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la melancolía incurable de un circo que reúne a un grupo de artistas callejeros, muchas veces patéticos (extensión o sím-bolo de la Europa devastada de posguerra o de cualquier región herida en cualquier época); la violencia, el desamor, el crimen y la culpa; toda esa cruel gravitación, en apariencia absurda e inútil, podría, sin embargo, guardar un orden oculto.

Ese orden, que el arte de Fellini pondrá en un mundo que quizá nos niega todo tipo de orden, hará del odio visceral entre dos hombres un camino hacia la fatalidad, y de una melodía onírica un santo y seña hacia un pasado culpable. Es, sin duda, un orden terrible, despiadado, pero siempre mejor que el caos. Un orden al que los personajes desesperados de La Strada se aferrarán porque “si esta piedra no tiene un propósito en el mundo”, dice El Loco, “entonces nada tiene un sentido”.(dx)

‘Si esta piedra no tiene un propósito en el mundo’, dice El Loco, ‘entonces nada tiene un sentido’.

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[44] LABERINTOS

Nos mueve el deseoPor Sergio Paz -texto- y Epifanía -fotos-, desde San Miguel de Tucumán*

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A la plaza llegan Centella y sus dos com-pañeras de viaje: Carmen Fernández de Ul-livarri y Cynthia Henriquez. Miran. Hablan. Deciden el lugar de la plaza que van a tomar. Lo toman. Con banderines, almohadones y alfombra. Como en un cuento, lo transfor-man en un lugar de cuentos. Centella y Car-men dan una vuelta y con música invitan al público. Y los chicos llegan sabiendo que en un zampar de cuentos, comerán perdices.

Si bien Centella tiene la edad de dos veranos, las chicas se conocen de antes. Aunque no recuerdan muy bien el mo-mento de las presentaciones. “En mi imagi-nario; vos estabas sentada en un banquito sola”, fabula Cynthia. Y completa: “yo fui y me senté, y comenzamos a leer juntas”.

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Carmen venía de trabajar con talleres en La Ventolera, un centro cultural de Salta. Ella completa la historia: “sólo cuando mi personaje, Pirulina, aparecía con un libro parecía unificarse la energía de los niños. Cuando regresé a Tucumán, tenía la necesi-dad de leer cuentos. Y decidí empezar a ir a la plaza”.

Cynthia estaba en la plaza entre fol-letos que explican qué es la minería a cielo abierto y qué provoca; agendas artesan-ales y plantas. “Me hablaban de una chica que leía cuentos. Y que una señora hacía lo mismo”, relata. “Pero como yo nunca las veía, no les creía”, añade. Hasta que un día se unieron un amigo en común y un encuentro: “empezó sin saber cómo iba a ser. Nada sabíamos cómo iba a ser. Se fue dando”. Y afirma Carmen: “creo que todo se mueve por un criterio de deseo. Es bien claro lo que queremos. Hay cosas a las que decimos no”.

Un haz de luz“Es mágica. Es un ser. Es ella: Centella”,

dicen Carmen y Cynthia de la “tricibib-liomóvil”. Ella es quien pasea por la plaza, y convoca a chicos y a grandes. “La bici es la reina de todo. Desde que está, nuestra vida cambió. Es totalmente distinto con ella: siempre cae gente”, explican. A mediados de 2011, Centella las encontró. Después de una lectura en una librería del microcentro, se acercó a saludarlas Amelia, coordina-dora de la bibliomóvil El Ponchito Mágico y, tomando sus manos, les dijo que les dejaba la bici como herencia. “Es un haz de luz que nos vino a buscar”, definen.

Como ellas querían salir a presumir con Centella, la enviaron a un estilista de bicicletas mientras decidían y daban forma a un proyecto. Y, desde hace aproximada-mente un año, domingo de por medio, los chicos la esperan en la plaza. Y esperan también a las lectoras que llegan con la bici

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¡PLUS!Más sobre el proyecto de Cynthia y Carmen en Facebook.com/CentellaTricibibliomovil.

y un par de cuentos muy bien preparados para ser compartidos. Pero cuando ellas terminan de contarlos, inquietos los libros se escapan de la bibliomóvil para subirse a las manos de chicos y grandes.

Los lugares posibles“Trabajamos con la irrupción y lo cotidi-

ano. Nosotras trabajamos con la gente que está en la plaza”, comenta. Y Carmen con-fiesa que es el lugar al que más les gusta ir. Un espacio en común que se comparte. Y en ese compartir, Cynthia aporta: “es más

lindo leer de a dos. Una hace los ‘off’ y otra, los voces”. Y ese disfrute es transferido a los oyentes. Se mueve. Viaja. De una plaza a otra. A Río Nío. A Concepción. A la Expo. Y al Hospital del Niño también. Allí llega-ron con juegos y cuentos en septiembre de 2012. Utilizando algunas herramientas de “clown”, Cynthia y Carmen intervienen la rutina de las salas de cirugía y trauma-tología con “una percepción distinta”. “Ar-mamos un juego, una situación que tenga elementos del cuento”, acota Carmen. Y Cynthia matiza: “yo persigo a Carmen con

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¡PLUS!Escaneá el código con tu celular y disfrutá del video de Centella realizado por Emiliano Goyeneche.

burbujas y ella les tiene miedo porque ex-plotan. Y después leemos El garbanzo peli-groso, de Laura Devetach”. “Todo el tiempo probamos cosas. Todo el tiempo es un de-safío”, asegura Carmen.

Y como les gustan los desafíos, Centella edita. Carmen afirma que la idea de publi-car cuentos de gente de acá surgió cuando

invitaron a Alejandro Nicolau a leer un tex-to de su autoría. “Empezamos con gente que uno conoce. La idea es abrir la partida”. Cynthia reflexiona sobre el valor que cobra el escritor en la proximidad con el lector, en ese encuentro que sucede al borrar la dis-tancia del “escritor acartonado en la con-tratapa del libro”.

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“El trabajo de edición, un trabajo arte-sanal, comenzó en julio de 2012. Ocupamos material reutilizado. Teníamos una monta-ña de hojas. Más que libro, es un objeto de valor sentimental: son cuentos para que las grandes les lean a los chicos”. Y las chicas aseguran que los textos ya están y que muy pronto los pondrán a la venta.

En estos tiempo de tanta virtualidad, el deseo se torna algo tangible en los miem-bros de Centella Tricibibliomóvil. Un deseo compartido, porque, además del placer de compartir, a quién no le gusta que le lean un cuento donde sus personajes vivan fe-lices y coman perdices, y más aún si viene con un zapatito roto, lleno de porotos, para que otro domingo nos cuenten otros.(dx)

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Que sí, Arjona, que síPor Aida -texto- y Gonzalo Villa -ilustración-, desde San Miguel de Tucumán*

A todos y a todas nos gustó, o hemos tarareado alguna vez, un tema de Ricardo Arjona. Mal que nos pese, es así. El cantau-tor guatemalteco sabe combinar rimas y metáforas con melodías pegadizas y sus agentes de “marketing” entienden cómo explotarlo. Pero sus canciones son más que románticas, son más que himnos al amor correspondido o al amante con el corazón roto; sus canciones tienen mensajes que, en algunos casos, conservan a la relación de pareja en los anacrónicos parámetros del amor cortés. Cuando digo esto me refiero específicamente a Dime que no.

En esa canción, Arjona propone y rei-vindica el viejo axioma “mujer difícil de conquistar–hombre conquistador” a costa de la libre expresión y acción de la mujer, y en beneficio del ensanchamiento del orgu-llo masculino. Es decir, depende de la dama que el juego de seducción funcione inven-tando sentimientos que no siente y ha-ciendo cosas que no tiene ganas de hacer; todo para que el caballero se entretenga “matando dragones” y “cruzando puentes” y, así, su conquista sea más valorada. ¡Ojo! No estoy en contra de los artilugios de se-ducción que activan la creatividad hasta lí-mites inimaginables, lo que no comparto es el papel pasivo que le toca jugar a la mujer “arjoniana”, rol que, por cierto, poco se con-dice con la realidad.

Amor del medioevo La forma de enamorar que defiende

Arjona data de los tiempos medievales. El amor cortés o “fin’amors” (el amor más fino)

LABERINTOS[50]

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del siglo XII es la afirmación de un arte refi-nado del amor, que contribuyó a establecer la superioridad de los nobles y a distinguir-los de sus vasallos, cuyo conocimiento de la temática amorosa era vulgar y obscena.

En la lógica del “fin’amors”, la mujer es exaltada; elogiadas sus virtudes físicas y sus cualidades mundanas; es necesario que ella haga esperar al pretendiente, rechazar-lo, mostrarse indiferente y plantearle una larga serie de pruebas hasta que se concre-te la relación sexual. Como dice el historia-dor medievalista Jérôme Baschet, el amor cortés es una ascesis del deseo: el objetivo es mantenerlo insatisfecho tanto tiempo como sea posible para incrementar su in-tensidad y sublimarlo con hazañas caballe-rescas en homenaje a la amada. La pareja rinde así culto al deseo, al que convierten en un amor del amor. Convencidos de que la pasión termina cuando se logra la meta, su imposibilidad deviene en fuente del más alto júbilo.

Como una reliquiaLos modos del amor cortés supusie-

ron un acercamiento entre la nobleza y la ideología del clero, tan dominante en aquel tiempo, puesto que plantea como signo de distinción nobiliaria la promoción de la castidad y la búsqueda de un amor superior distante del encuentro carnal. Se cultiva una mística del amor donde la dama es ve-nerada como una reliquia religiosa.

Esta forma estereotipada de amar, de enamorar, de gustar, de presumir, ya no nos identifica por más que intente presentarse como paradigmática en novelas de televi-sión y en canciones como Dime que no. El cortejo es un ida y vuelta, es un juego que se juega de a dos, en pareja: los dos apuestan, los dos esperan, los dos se dejan sorprender, los dos se encuentran. Por eso, Arjona, yo te digo que sí, siempre que lo nuestro no pase de ficción platónica.(dx)

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El cortejo es un ida y vuelta, es un juego que se juega de a dos, en pareja: los dos apuestan, los dos esperan, los dos se dejan sorprender, los dos se encuentran.

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[52] LABERINTOS

Un extrañoPor El Perro Sabio -texto- y Romina Barros -ilustración-, desde San Miguel de Tucumán*

Más de un millón de voces sintieron el golpe. Era un cuerpo extraño. Habían olvi-dado cómo defenderse. Las partes más dé-biles comenzaron a morir.

Él abrió los ojos.Las voces se callaron.Él intentó recordar. Su mente permane-

ció en blanco. Sus sentidos no respondían. La noción, detrás de las voces, tomó con-

ciencia del requerimiento del huésped. La luz repentina lo cegó. Se cubrió el ros-

tro con ambas manos.Las voces lloraron con los movimientos

del extraño.Se sentó en lo que creyó que era el borde

de la cama. Sus ojos no se acostumbraban todavía a la paralizante luz. Mientras tanto, trataba de entender.

El millón de voces no necesitó sonido para hablar. Ni palabras para presentarse.

Él se estremeció. Lo invadía la calidez, la plenitud, la sincera alegría. Vio su vida de principio a fin. Vio cada detalle una y mil ve-ces. Aprendió que todo tenía un sentido.

La conciencia que existía detrás de las voces sintió cómo una parte suya había desaparecido. Supo que era inútil dejar pa-sar más tiempo.

Sintió que algo lo convocaba. Era algo que nunca había sentido antes.

¿Qué sería eso que sentían? La concien-cia entre las voces entendió que eso era lo que llamaban muerte. Miles se callaban. ¿Cómo se llamaría ese antes y después? Eso era lo que llamábamos tiempo. * E

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Él estaba entregado a esa bondad que lo había transportado. Entregaba toda su vida a eso. Sentía como su vida se repetía. Nacimiento y muerte. Cada vez como algo más lejano.

Las voces comenzaron a percibirse unas a otras. Ya no eran un todo. Todavía queda-ba un resto de la noción que antes las unía. Ahí radicaba la única ¿esperanza? Sí, así lo llamaban los antiguos.

El bienestar que había sentido se disipa-ba. Detrás de esa cortina quedaban millo-nes de voces que se desangraban con cada latido que su corazón daba.

Las voces disminuían. Muy pocas se des-cubrieron lo suficientemente fuertes como para resistir una presencia. Pero había algo que las unía. Había un motivo para que la noción no desapareciese.

El brillo a su alrededor disminuyó lo su-ficiente como para dejarlo abrir los ojos. Se vio sentado en la nada. La luz que lo había cegado se marchitaba.

La noción volvió a sentir lo que desde hacía mucho no sentía. Recordó lo que ha-bía olvidado junto al cuerpo. Y comprendió lo que necesitaba para seguir su viaje. An-tes de que sus fuerzas la abandonasen, la invadió la culpa y supo que debía dar una explicación al recién llegado.

Mientras la luz moría a su alrededor, un sólo destello permaneció indemne. Estaba delante suyo.

Sintió que el destello crecía. La luz lo in-vadió. El bienestar lo hizo caer.

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Se descubrió en la cama. Trató de correr una sábana para taparse cuando recordó lo que había soñado. Sin abrir los ojos, se dejó llevar por esa sensación que todavía perdu-raba.

Trató de recordar su sueño y se encon-tró con algo nuevo. Algo con lo que no ha-bía soñado, pero que había reemplazado las percepciones preexistentes.

Vio a miles, millones de personas, que decidieron vivir felices. Vio como estas eran cada vez más. Supo que el bienestar era tanto que se dejó de medir el tiempo. Y des-pués el amor que todos sentían por la vida

fue tal que ya no fue necesario un cuerpo. Todas esas almas se unieron y supieron que esa era su forma original. Pero en la carrera por seguir avanzando habían olvidado quié-nes eran. Para poder dar un paso adelante, era necesario volver a recordar lo que se sentía antes. Debían tener plena conciencia del camino recorrido para no repetirlo.

Cuando se levantó esa mañana, supo que había tenido un sueño inolvidable. Había soñado con el próximo paso de la humanidad.

Pero había olvidado que la humanidad lo había elegido a él para darlo.(dx)

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[54] INDIVIDUALES

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Sin repetir y sin soplar: arte con barrioPor Ana Vazquez -texto- y María Emilia Herrerías Martínez -fotos-, desde San Miguel de Tucumán*

Hay lugares mágicos en Tucumán. Uno de ellos es el pasaje Bertrés, en pleno Barrio Norte. Allí tiene lugar la cita periodística-gastronómica con el actor y director de tea-tro Leandro Ortega, más precisamente en la casa reciclada con paredes de mayólicas coloridas donde funciona La 284 Mila Bar.

Elegimos una mesa que nos permite ver el resto del bar y comenzamos a hablar. Suenan acordes de rock nacional para pu-ristas. Amablemente nos traen las bebidas. Nada de alcohol esta vez, no se desilusione querido lector.

El entrevistado participa de manera activa en la escena teatral y su presencia resuena: junto a su grupo, Teatro Al Ma-

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nubrio, recibió dos premios en la Fiesta Provincial del Teatro. A la pregunta obvia, responde: “Teatro al manubrio empezó en 2010. Con Mario (Ramírez) y ‘Beto’ (Roberto López) estábamos improvisando una obra. A la vez, con Beto y ‘Yesi’ (Yesika Migliori) trabajábamos en otra cosa, que todavía no sabíamos qué era. A mediados de ese año estrenamos Amor de músico. Seguimos pensando en lo otro y derivó en ¿Qué soña-rá Corbalán?”. Conviene aclarar que Ortega dirigió la primera y actúa en la segunda.

En el medio estuvo Un día después, que se mantuvo en cartelera dos meses. “Era una puesta de música y danza; una crea-ción colectiva, como todas nuestras obras”, dice. El estilo de Teatro Al Manubrio com-bina talento, compañerismo, creatividad y barrio: esa mezcla nace del seno de un equipo donde todos son, a la vez, padres e hijos de las criaturas que paren.

La culpa es de la casualidadEl grupo debe su existencia a la caden-

cia que a veces tiene la suerte. Una vez esas personas que se cruzaban con frecuencia en determinados lugares decidieron que era tiempo de hacer algo juntos. “Íbamos dando vueltas y, felizmente, nos encontra-mos. Lo mismo pasó con La Banda del Río Salí, que se estaba formando; terminamos acercándonos y ahora colaboramos todo el tiempo. No se sabe bien dónde termina Teatro Al Manubrio”, relata Ortega.

El actor y director asegura que también gracias al azar encontraron una metodolo-gía de trabajo propia. “Los ensayos duran lo que tienen que durar a diferencia de otros grupos de teatro en los que estuve, en los que había un horario que cumplir, roles determinados y, después, te ibas a tu casa. Con el grupo nos ocupamos no sólo de lo teatral, sino también de la difusión,

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de la gestión, el armado de la escenografía. Queríamos que todo sea nuestro”, explica. Esa lógica aplicada a la concepción de la historia da por resultado que cada escena refleja una aventura vivida por alguno de ellos: enamoramientos, desamores, conver-saciones, obsesiones...

Ortega quiere dejar en claro que la ver-ticalidad que suele darse entre directores y actores es lo opuesto a la cotidianeidad de Teatro Al Manubrio. “Las obras son muy personales. Estamos todo el día pensando en el proyecto. A veces, en el ensayo, en vez de ir a la escena nos ponemos a charlar, comemos y hablamos de trabajo. No lo to-mamos como algo distinto de nuestra vida, es una misma cosa, con los riesgos que eso implica: tomar las decisiones en conjunto, tener las mismas responsabilidades, dividir las tareas de la misma manera”, comenta.

Dice que en Amor de músico interpretó el papel de director por “una casualidad de roles”. Ortega estaba acostumbrado a que el director se presentara siempre como al-guien que sabía más que el actor. Recuerda que, para evitar ese cliché, puso en juego su percepción, y atendió a cada detalle del texto, de la música y de cómo se sentía cada integrante en cada momento. Le pre-guntamos por los premios y nos contesta que “el prestigio es relativo”.

¡PLUS!

Más sobre el grupo de Leandro Ortega en Facebook.com/teatroalmanubrio

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La culpa es del que da de comerSomos muchos en la mesa y, sin embar-

go, los platos nos miran sabiendo que van a ganar la batalla. El despliegue de milanesas incluye la 284 (especial de la casa); una con palta; la clásica napolitana; otra recubierta con queso cheddar; a la suiza; al verdeo; con crema de espinacas y la más “gourmet” de todas: de cerdo con ananá. Como vege-tariana, me concentro en las milanesas de berenjena, que están riquísimas. Todo esto sale (aunque usted no lo crea) con papas fritas y ensalada, pan tostado y cuatro sal-sas (criolla, de porotos negros, tártara y de soja).

Ortega recuerda la primera vez que vio una obra en su Catamarca natal. Tenía 17 años, nunca había estado en una sala y fue a una puesta del tucumano Manuel Mac-carini. “Yo no tenía ninguna idea previa sobre el teatro. Esa obra me fascinó. No la

El despliegue de milanesas incluye la 284 (especial de la casa); una con palta; la clásica napolitana; otra recubierta con queso cheddar; a la suiza; al verdeo; con crema de espinacas y la más ‘gourmet’ de todas: de cerdo con ananá.

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Por qué Leandro OrtegaEste actor catamarqueño trabaja en Teatro Al Manubrio desde 2010 y ya ganó dos pre-mios provinciales de teatro. Desarrolla junto a sus compañeros y La Banda del Río Salí una forma distinta de hacer arte, relacionada con la cotidianeidad y la construcción colectiva. Además, hace cinco años que da clases junto a Roberto López en Otro Espacio (San Martín 1346).

Por qué La 284 Mila BarEs el primer restaurante de milanesas “gour-met” de San Miguel de Tucumán. Se instaló hace poco más de medio año y tiene una car-ta variada: más de veinte tipos de milanesas, entradas, picadas, ensaladas, opciones para vegetarianos y hasta tacos con tiras de mila-nesa. Funciona en pasaje Bertrés 284; abre de martes a domingo desde las 20.30 y dispone de jueguitos infantiles.

entendía, era muy misteriosa. A la semana me inscribí en un taller; no sé cómo caí en una escuela; luego me vine a Tucumán por unos amigos y así… Todo ocurrió muy intui-tivamente”, explica. Aún hoy busca que en sus trabajos se repita esa magia, que haya experiencias que pasen por el cuerpo y por el sentimiento, no siempre por la cabeza. Casi sin querer suelta: “siempre intenta-mos que sea una obra genuina. Gratamen-te, a la gente le gusta ese empeño”.

Mientras cenamos, Ortega nos habla del deseo: “he descubierto que, a medida que uno más trabaja y apuesta por ello, hay cosas que se van generando y abriendo. Hace cuatro años no me imaginaba que iba a vivir de hacer teatro, de enseñar, de pen-sar proyectos, de gestionar otros espectá-culos de música o de pintura”. La noche nos regala una luna llena. La suerte se regala a los valientes.(dx)

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sobre Acción Poética. El video fue realizado por

Carlos Vilaró Nadal.

Acción Poética Tucum

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