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DOGMATISMO Y UTOPÍA: EL PROBLEMA DE LA IDENTIDAD EN LA IZQUIERDA VE- NEZOLANA Christian R. Farías A. Resumen El objetivo del presente trabajo es aportar algunos comentarios al debate en torno al problema de la identidad de las izquierdas y el movimiento revolucionario en Venezuela durante el siglo XX hasta hoy. Se toma como punto de partida la caracterización de tres tendencias fundamentales: la marxista dogmática, representada por el Partido Comunista de Venezuela, PCV; la reformista conciliadora, encarnada básicamente por el Movimiento al Socialismo, MAS; y las marxistas utópicas anti- imperialistas y anti-capitalistas, a lo largo de dos grandes períodos: el que va desde la dictadura de Juan Vicente Gómez hasta 1958, y desde esa fecha hasta el presente; en los cuales se ubica el protagonismo histórico de tres generaciones de luchadores sociales que han representado los cambios fundamentales en el proceso del pensamiento y la práctica de la izquierda en Venezuela. Palabras clave: izquierda, dogmatismo, conciliación, utopía, revolución. Summary The objective of the present paper is to contribute to the debate around the problem of the identity of the lefts and the revolutionary movement in Venezuela during the last century until today. The characterization of three fundamental tendencies: the dogmatic marxist, represented by the Communist Party of Venezuela (PCV), the conciliatory, neo- reformist basically for the Movement to the Socialism (MAS); and the utopian-marxist –anti imperialistic and anti- capitalist .By large periods: before the dictatorship of Juan Vicente Gomez until 1958 , and from the protagonist of three generations of social fighters. Those parties represented the fundamental changes in the process of the theory and praxis of the left in Venezuela. Nº 26, 2006, pp. 153-173 Aceptado para publicación: agosto 15, 2005

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DOGMATISMO Y UTOPÍA:

EL PROBLEMA DE LA IDENTIDAD EN LA IZQUIERDA VE-NEZOLANA

Christian R. Farías A.Resumen

El objetivo del presente trabajo es aportar algunos comentarios al debate en torno al problema de la identidad de las izquierdas y el movimiento revolucionario en Venezuela durante el siglo XX hasta hoy. Se toma como punto de partida la caracterización de tres tendencias fundamentales: la marxista dogmática, representada por el Partido Comunista de Venezuela, PCV; la reformista conciliadora, encarnada básicamente por el Movimiento al Socialismo, MAS; y las marxistas utópicas anti-imperialistas y anti-capitalistas, a lo largo de dos grandes períodos: el que va desde la dictadura de Juan Vicente Gómez hasta 1958, y desde esa fecha hasta el presente; en los cuales se ubica el protagonismo histórico de tres generaciones de luchadores sociales que han representado los cambios fundamentales en el proceso del pensamiento y la práctica de la izquierda en Venezuela.

Palabras clave: izquierda, dogmatismo, conciliación, utopía, revolución.

Summary

The objective of the present paper is to contribute to the debate around the problem of the identity of the lefts and the revolutionary movement in Venezuela during the last century until today. The characterization of three fundamental tendencies: the dogmatic marxist, represented by the Communist Party of Venezuela (PCV), the conciliatory, neo- reformist basically for the Movement to the Socialism (MAS); and the utopian-marxist –anti imperialistic and anti- capitalist .By large periods: before the dictatorship of Juan Vicente Gomez until 1958 , and from the protagonist of three generations of social fighters. Those parties represented the fundamental changes in the process of the theory and praxis of the left in Venezuela.

Nº 26, 2006, pp. 153-173

Aceptado para publicación: agosto 15, 2005

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Key Words: left, dogmatism, utopia, revolution.

Las tres corrientes

En el prólogo del tomo II de El imperialismo petrolero y la revolución venezolana. Las ganancias extraordinarias y la sobera-nía nacional, Argelia Melet (1977), expresa el reconocimiento de tres tendencias predominantes en la izquierda venezolana para ese momento: la primera, encarnada en el viejo Partido Comunista de Venezuela, P.C.V., de signo dogmático, anclada en las tesis estali-nistas y subordinada acríticamente al poder de la Unión Soviética; la segunda, representada por el Movimiento Al Socialismo, M.A.S., de marcada inclinación revisionista y social-demócrata, adherido a las tesis del socialismo reformista y de aceptación de la hege-monía imperialista norteamericana en nuestro país; y la tercera, conformada por los revolucionarios consecuentes e irreductibles, entre los cuales destaca la gente agrupada en torno al periódico y el Movimiento Político RUPTURA, autoproclamados como herejes y utópicos, marxistas bolivarianos independientes, reafirmadores de la línea revolucionaria de luchar hasta vencer bajo la tesis de la liberación nacional y el socialismo como un proceso único. Siguiendo esta caracterización, se puede plantear que el principal problema de la izquierda y del movimiento revolucio-nario en general en Venezuela, a lo largo de todo el siglo XX, es y ha sido el problema de la identidad. En una clara analogía con el drama existencial hamletiano de ser o no ser, la izquierda ha vivido el largo trance de ser o no una fuerza auténtica e identificada con su propia realidad histórica socio-cultural. Ello toca directamente algo esencial y determinante para su destino histórico como lo es la identidad ideológica, cultural, organizativa, emocional, espiri-tual. Desde su nacimiento, ser una representación ideológica del marxismo soviético, un modelo de revolución permitida o una expresión revolucionaria original, heredera de las tradiciones patrióticas y con capacidad creadora para formular un proyecto propio para el país, ha sido el dilema existencial que, como sustrato consciente o inconsciente de los debates, ha predominado en el quehacer social y político de la izquierda venezolana.

En el proceso de la revolución bolivariana actual, existe un

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gran nucleamiento de organizaciones de la izquierda tradicional en torno al liderazgo del presidente Hugo Chávez, pero sin que ello signifique que se haya logrado la estructuración orgánica de un proyecto sólido y coherente de largo aliento. Se percibe, más bien, el predominio de las desviaciones y la reproducción de los mismos vicios del viejo poder: corrupción, ostentación, autorita-rismo, burocratismo, clientelismo. Lo único que realmente une a este sector de la izquierda es el mandato del Presidente, su pro-yecto en construcción y las líneas de gestión gubernamental que anuncia cada domingo. Frente a este “bloque del cambio”, otros sectores de la misma izquierda (Causa R, MAS, Bandera Roja) cerraron filas junto a los partidos de la derecha y alrededor de los dueños de los medios de información y FEDECÁMARAS. Mayor viraje dado por Bandera Roja, por ejemplo, no puede ser más revelador de la profunda desorientación y falta de identidad en que andan este tipo de organizaciones. Un tercer comportamiento es soste-nido por la gente de Tercer Camino-RUPTURA y muchas otras agrupaciones y personalidades que mantienen las banderas del anti-imperialismo y el anti-capitalismo al tiempo que asumen la crítica hacia las políticas petroleras, minera y forestal, financiera y de apertura al capital trasnacional que implementa el gobierno de Chávez. Para este sector, esas políticas oficialistas le conceden los mismos privilegios de siempre a las trasnacionales imperialistas, reforzando y favoreciendo así la existencia del modo de produc-ción capitalista dependiente que ha regido la vida del país en los últimos ochenta años. Dentro o fuera de estas tres grandes vertientes, existe una dinámica más o menos constante de rupturas y reagrupamientos, deslindes y alianzas, unidades y peleas. En ella se encuentran per-sonalidades, grupos populares, culturales, ecologistas, partidos menores y grupos editorialistas o de opinión, que intentan buscar alternativas más depuradas, independientemente del respaldo o no que cada quien le ofrezca al presidente Chávez. De manera que en las márgenes de las corrientes principales, reina la atomización,

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la dispersión y la competencia subalterna, como rasgos negativos; y la diversidad, la pluralidad y el libre-pensar fraterno y solidario, como rasgos positivos. Pero, todo ello en medio de una profunda debilidad social.

Dos períodos y tres generaciones

Dentro de este panorama complejo, resulta pertinente un análisis que permita una mayor cercanía a una valoración de los elementos de fondo que generan este drama. En ese sentido, el asunto puede ser abordado tomando como criterio dos grandes períodos cuya frontera sería la coyuntura política de la primera mitad de la década del sesenta, generada a partir de la caída de Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958. De manera que se tendrían dos grandes momentos históricos: el de la lucha por la moder-nización del país que abarca desde el gobierno de Juan Vicente Gómez hasta 1958; y el de la lucha por la liberación nacional y el socialismo, iniciado con la revuelta subversiva de los años sesenta hasta hoy en que particularmente la lucha anti-imperialista vie-ne siendo asumida por el grueso del pueblo en las calles, bajo el liderazgo del presidente Hugo Chávez, independientemente de los resultados ulteriores que ella tenga.

Por supuesto, la lucha por la liberación nacional ha estado planteada desde el momento mismo en que se inicia la penetración imperialista norteamericana en nuestro país para la explotación petrolera, hecho que coincide con el período de transición entre la economía feudal y artesanal del siglo XIX y la nueva economía comercial urbana burguesa de comienzos del XX. De manera que, precisamente, el proyecto modernizador de la burguesía naciente del nuevo siglo, se impone apuntalado por la explotación de la nueva riqueza del subsuelo venezolano a manos de las empresas trasnacionales imperialistas como la Shell, durante el gobierno de Juan Vicente Gómez que representa, en ese sentido, la gran alianza inicial entre las nuevas clases dominantes para consolidar la estructura económica rentista capitalista y dependiente de la Venezuela del siglo XX. En relación con esto, Orlando Araujo (1968) en su ensayo Venezuela violenta dice lo siguiente:

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El latifundismo tendría que evolucionar hacia la explotación agrícola capitalista y la artesanía tendría que avanzar hacia una dimensión manufacturera. El progresismo consistía en el predicamento de la educación técnica, el uso de maquinaria, la modernización de la agricultura. Para ello se requería estabilidad social y política que garantizara, con la misma férula, tanto la paz de los caudillos como el sometimiento de las masas que ya arrastraban cien años de búsqueda infructuosa. Ese gobierno era el de Gómez, cuya concepción del estado policial se expresaba en el lema orden, paz y trabajo, condiciones ideales para la prosperidad de quienes monopolizan las riquezas. (p. 35-36 )

Ubicados en ese contexto histórico de prolongada paz so-cial, se llega al año 1928 durante el cual proyecta su luz, la primera generación de luchadores sociales de la modernidad venezolana. Erigida bajo las influencias modernista, marxista y vanguardista, toma cuerpo en lo que históricamente se ha denominado La Ge-neración del 28.

La ideología marxista, triunfante en Rusia en 1917 y en pleno proceso de expansión, hace su entrada en Latinoamérica junto a las concepciones socialdemócratas. En Venezuela, le corresponde el mérito histórico al Partido Revolucionario Venezolano, PRV, de ser la primera agrupación de pensamiento marxista que luego se convierte en el Partido Comunista que aún existe en el escenario político actual. Así lo recoge el Centro Gumilla (1988) en su cua-derno Los partidos políticos en Venezuela:

Grupos de marxistas venezolanos que han escapado al exterior por su oposición y consecuente represión del régimen durante las manifestaciones de 1921, fundan en México en 1926 el Partido Revolucionario Venezolano. A través de este grupo el pensamiento comunista comienza a tener difusión entre los sectores opositores bien sea para acogerse o distanciarse de él. Además, el PRV mantiene un importante vínculo con la III Internacional Comunista, creada a partir de la Revolución Bolchevique, aspecto éste que será punto de discordia entre los “revolucionarios anti-gomecistas”. Este partido, fundado por Salvador de la Plaza

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y Gustavo Machado, debe entenderse como el embrión del Partido Comunista de Venezuela. (p.9)

En esa primera etapa ya aparecen dos tendencias dentro de los marxistas: una dogmática, apegada a los lineamientos de la III Internacional y otra de posiciones más independientes. Hombres como Salvador de la Plaza, Angel J. Márquez y otros, ubicados en esta segunda posición, se separarán de la línea oficial del PCV precisamente por no compartir las imposiciones del PC ruso en política internacional que prácticamente hipotecaban la independencia política de los comunistas venezolanos. Desde esa época, el malentendido internacionalismo proletario convierte al PCV en una vulgar agencia de la política internacional del Par-tido Comunista de la Unión Soviética. La identidad nacional, la necesidad de un programa político propio, el ideario bolivariano, los valores locales y una visión analítica propia de la realidad, se subestiman y desprecian porque privan los intereses del interna-cionalismo impuesto por la URSS. Será ésa, entonces, una de las tragedias silenciosas de los comunistas venezolanos de la primera mitad del siglo XX.

Al lado del pensamiento marxista, se perfila igualmente el socialdemócrata para conformar las dos corrientes ideológicas diferenciadas pero convergentes en la estrategia única genera-cional de modernización del país. El socialismo no aparece como una aspiración inmediata y diferenciada, propia de los comunis-tas. Políticamente, la lucha se enfila contra la dictadura de Juan Vicente Gómez y por la democratización del país. Culturalmente, la motivación central está fundada en la urgencia de la moderni-zación bajo un sistema político de libertades públicas, desarrollo de la economía y la educación, tal como lo requería el capitalismo naciente. El movimiento estudiantil asume el rol de vanguardia y en él destacan Pío Tamayo, Gustavo Machado, Jóvito Villalba, Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Rafael Caldera. A pesar de la variedad de concepciones, el liderazgo del proyecto modernizador de la nueva burguesía termina por imponerse durante ese perío-do, por razones históricas particulares. El crítico chileno Nelson

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Osorio (1985), citando a Arturo Sosa, lo expresa de esta manera:El año 1928 marca en Venezuela el momento de irrupción en la vida política y cultural de un nuevo contingente social; es cuando surge de estos estudiantes jóvenes provenientes de las capas sociales urbanas el grupo que se ha llamado “generación del 28, con lo que se abre paso histórico un proyecto ideológico que con los años se impone como dominante social en la construcción de la Venezuela contemporánea. Como se ha señalado, “no son los típicos hijos de la oligarquía agraria pero tampoco son el pueblo o el proletariado llegado a la universidad. Son una manifestación del nacimiento de un nuevo estrato social medio urbano-petrolero. Por tanto una, élite social unida fundamentalmente por la educación común y por la postura conjunta frente al régimen imperante” 8. (p. 92-93)

Ese largo período de errores del movimiento comunista venezolano, como encarnación de la izquierda, tendrá su punto álgido precisamente en la coyuntura inmediata al 23 de enero del 58. Pero, es a partir de los años sesenta y setenta cuando se desa-rrolla el debate y la revisión crítica del comportamiento político de la izquierda. Las tesis oficiales del PCV son sometidas a una revisión seria desde posiciones que buscan reafirmar una línea revolucionaria propia y en correspondencia con la realidad his-tórica del país. En el documento de Argelia Melet (1977), referido al inicio de este trabajo, se ataca seriamente el error estratégico cometido por el PCV después de la aplicación de una táctica co-rrecta que condujo a la derrota de Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958. Error que es consecuencia de una concepción dogmática, tal como lo indica a continuación Argelia Melet:

Apegado al movimiento comunista de América Latina no sólo a la ortodoxia sino a las instrucciones que se giraban desde un centro de poder mundial, dilapidó brillantes oportunidades que se presentaron para el avance de la revolución; cuando Fidel Castro inicia la revolución en Cuba, es caracterizado como “aventurero” y “pequeño burgués”; en el caso de Venezuela, la experiencia del 23 de enero es aleccionadora: el Partido Comunista concibe

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una táctica correcta para la derrota de la dictadura de Pérez Jiménez; pero esta táctica estaba apoyada en la vieja estrategia de la revolución democrático-burguesa, anti-imperialista y anti-feudal. De allí que, a la caída del dictador, se sigan manejando los viejos postulados que condujeron inexorablemente a una alianza con FEDECÁMARAS (pacto obrero-patronal), a un llamado a elecciones para “restablecer las instituciones democráticas”, todo esto de indiscutible repercusión en las futuras derrotas del movimiento revolucionario,..(p. 9-10)

En síntesis, lo que caracteriza el comportamiento de los comunistas durante la primera mitad del siglo es, por un lado, su apego dogmático a la concepción de la revolución anti-feudal, de-mocrático-burguesa y anti-imperialista, aunque esto último muy subordinado a lo primero, razón por la cual toda su política queda atrapada en el proyecto modernizador de la burguesía aliada al imperialismo; y por el otro, su comportamiento subalterno en relación a los lineamientos del poder soviético desplegados en el mundo a través de un malentendido internacionalismo proletario ejecutado y dirigido desde la III Internacional Comunista, bajo la égida de José Stalín y su poderoso aparato burocrático y policial. Para cerrar el comentario en torno a este período, es ilustrativo el planteamiento de Argelia Melet, en el mismo prólogo ya citado, en relación al reconocimiento de los errores y la disposición a la autocrítica sincera para rectificar:

La mayoría de quienes en aquel entonces eran de la dirección del PCV, estén hoy fuera o dentro de ese partido, eluden la responsabilidad de aquellos errores; no en vano dice el refrán que “las derrotas no tienen dolientes”. Justo es decir que muchos de nosotros, los que pertenecemos al Movimiento Político RUPTURA y que militábamos en las filas del PCV, aun cuando no teníamos poder de decisión, asumimos parte de la responsabilidad de los errores cometidos en aquel entonces. (idem)

Veinticuatro años después, en un trabajo publicado en el Suplemento Cultural del diario Últimas Noticias a propósito de la

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conmemoración del 23 de Enero, Guillermo García Ponce (2001), ex miembro de la dirección política del PCV, afirma lo siguiente: “los grupos económicos transnacionales se aprovecharon del sacrificio y la sangre del pueblo y la Fuerza Armada no sólo por obra de la subordinación de líderes y partidos a su servicio, sino principalmente por los errores, los graves errores de dirección cometidos por el movimiento popular y la Junta Patriótica” (p.3). Evidentemente se trata de un reconocimiento simulado ya que no puntualiza la responsabilidad específica que le corresponde a la línea política y programática del PCV y su dirección política. En todo caso, señala como errores graves el no haberse tomado conciencia del cambio operado en el espíritu y la acción de las masas, sino que se asumieron ”posturas apaciguadoras, temerosas, pusilánimes, de miedo a la revolución y al pueblo, que permitió el predominio de las tendencias derechistas...” (idem)

Siguiendo el recorrido de la historia, es pertinente des-tacar el papel desempeñado por las generaciones de luchadores sociales que surgen en determinados momentos significativos. Las generaciones de este tipo son expresión de la conflictividad social y los cambios trascendentes que experimenta la sociedad, en los cuales la izquierda ha ocupado posiciones estelares con re-sultados que es necesario analizar. En ese orden, estaría, después de la mencionada generación del 28, una segunda generación que surge en la coyuntura de 1958 y que asume radicalmente la lucha revolucionaria, convirtiéndose en la protagonista de una gesta heroica y de un gran debate teórico, cuyos tópicos de mayor je-rarquía tienen plena vigencia aún. Finalmente, estaría una tercera generación que se ha conformado en torno a la figura de Hugo Chávez a partir de 1992.

Es conveniente anotar que la segunda generación nace con una definición marxista, asume la subversión dentro del contexto de la revuelta continental y mundial de los sesenta y evoluciona hacia nuevas formas de pensamiento, nutriéndose tanto de las vertientes foráneas como de la tradición propia. La tercera está marcada por la crisis moral e ideológica de los partidos políticos,

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la revuelta popular de febrero de 1989 y la insurgencia militar patriótica de las Fuerzas Armadas en 1992. Su pensamiento más definido, pero igualmente difuso es el bolivarianismo en el con-texto de la constitucionalidad de una sociedad burguesa.

Cada una de estas tres generaciones están contextualizadas por fuertes movimientos sociales, generados por las contradic-ciones de clase y las formas de ejercicio del poder del Estado. En relación con la primera, por ejemplo, Juan Bautista Fuenmayor, citado por Nelson Osorio (1985), afirma lo siguiente:

Para valorar debidamente el movimiento del 28 hay que partir del hecho que fue el primer movimiento político de masas contra la dictadura, puesto que los movimientos anteriores habían sido intentonas cuartelarias o diminutas sublevaciones de caudillos locales. Lo que hay de nuevo y de extraordinario en 1928 es la participación, activa y en primer plano, de las masas populares y el carácter civilista del movimiento, que fue espontáneo, sin organización de ninguna clase, sin programa alguno. (p. 61-62).

Respecto a la segunda generación, su contexto social está representado por el gran movimiento cívico-militar del 23 de enero de 1958 que derrocó la dictadura de Pérez Jiménez. Y luego, a partir de la división de este movimiento, por la resistencia armada a los gobiernos pro-imperialistas de Rómulo Betancourt, Raúl Leoni y Rafael Caldera. Finalmente, la tercera generación tiene como antecedente inmediato la gran sublevación popular espontánea y radical del 27 de febrero de 1989, vulgarizada como El Caracazo. Son estos contextos de estallidos sociales los que determinan el carácter histórico de estas generaciones y su liderazgo en la socie-dad venezolana. La presencia de la izquierda y los revolucionarios en cada uno de estos momentos ha sido fundamental, pero con resultados finales desfavorables precisamente a causa de sus ca-rencias ideológicas, políticas, programáticas, organizativas y de audacia, habilidad y sentido para articular tácticas adecuadas al momento.

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Del 23 de enero del 58 a los sesenta: punto crítico y ruptura crea-dora

Acerca del 23 de enero de 1958, se ha escrito bastante y las interpretaciones tienden o bien a reforzar las tesis de la democracia burguesa representativa, en su relación pendular con el esquema de la dictadura militar de derecha, o bien a justificar las tesis de-rrotistas y capitulacionistas de la izquierda que no supo valorar y aprovechar ese gran momento histórico. De manera que conviene, pues, ubicarse en una perspectiva diferente para identificar cua-tro momentos importantes en toda la coyuntura histórica que se inaugura con el estallido insurreccional de la madrugada del 23 de enero y se prolonga hasta el período presidencial de Rómulo Betancourt.

El primer momento, por supuesto, corresponde al auge revolucionario del pueblo, que nace el mismo día de la caída del dictador y se extiende hasta generar un punto crítico que reclama profundas definiciones en el seno de la vanguardia revoluciona-ria, vale decir el PCV y la juventud de Acción Democrática, para impulsar a fondo la revolución liberadora y socialista, puesta a la orden del día. Más allá de la lucha anti-dictadura, las fuerzas populares desataron una gran energía y pusieron en práctica la democracia directa. Las movilizaciones populares, los comités de la Junta Patriótica en los barrios de Caracas, las asambleas en el Pa-lacio de Miraflores y, en general, todo el ambiente de participación activa y directa del pueblo, puso en evidencia un extraordinario sentimiento y deseo colectivo de cambios profundos. Pero, la van-guardia revolucionaria, fundamentalmente la dirección política del PCV, no entendió esa situación y, en vez de impulsar, comenzó a frenar, tal como lo revelan, desde perspectivas diferentes, los testimonios ya comentados de Argelia Melet y Guillermo García Ponce.

Al no ponerse en marcha ese anhelo de transformaciones profundas y radicales, viene, entonces, un segundo momento en el cual la burguesía y el imperialismo sí despliegan su propio plan, concebido en el llamado pacto de Nueva York, a través

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del liderazgo de Rómulo Betancourt y Rafael Caldera. Dicho pacto, elaborado antes del 23 de enero, se transformará luego en el famoso pacto de Punto Fijo. Disolución de la Junta Patriótica, conformación de un gobierno provisional, tregua obrero-patronal, convocatoria a elecciones presidenciales, orden en el Palacio Pre-sidencial, imposición de la consigna “Votos sí, balas no”, son los elementos programáticos que Betancourt logra imponerle al PCV. Con ello, el auge popular es canalizado por la vía institucional, ampliamente favorable al plan de la burguesía y el imperialismo. El triunfo electoral de Betancourt y la estructuración del Pacto de Punto Fijo, le aseguran a las clases dominantes la hegemonía del poder durante todo el período siguiente.

Cumplido el plan institucional ampliamente favorable a las aspiraciones de Rómulo Betancourt, queda claro el reverso de la moneda, equivalente al tercer momento, signado por la gran derrota histórica de las tesis dogmáticas del PCV que quedaron ancladas en su propia perplejidad ante una realidad que le re-sultó demasiado grande. La adhesión pasiva a una concepción estratégica vinculada a un programa internacional, la falta de un análisis de la realidad concreta del momento histórico del país, la ausencia de una visión clara del rumbo de los acontecimientos y la falta de audacia táctica para aprovechar a fondo el momento, fueron determinantes para caer en la derrota. Tal como lo reconoce García Ponce (2001):

La dirección del movimiento popular no supo enfrentarse y combatir las desviaciones apaciguadoras y derechistas en el seno de la Junta Patriótica. Se quedó anclado en el pasado, conformándose con las conquistas mínimas del programa unitario elaborado en las condiciones defensivas y adversas antes del 23 de enero, antes del despertar del auge revolucionario. (p. 3)

Esta situación explica el porqué Rómulo Betancourt, en su discurso de toma de posesión presidencial en febrero del 59 le declara la guerra a los comunistas sin importarle la significativa votación que ellos habían obtenido en Caracas, pues, lo central no

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eran esos votos sino la derrota real de un proyecto adverso que ahora era necesario dispersar y aislar hasta reducirlo a su mínima expresión. Pero vendría un cuarto momento marcado por la resis-tencia del movimiento popular y el surgimiento de una nueva vanguardia juvenil, aguerrida, vigorosa, heroica, que será la protagonista de ese fallido intento de tomar el cielo por asalto durante la década más gloriosa y turbulenta del siglo. Si el primer momento corresponde al punto crítico de la coyuntura, éste es la expresión de una nueva ruptura creadora que desatará fuerzas múltiples con repercusiones fundamentales en el arte, la literatu-ra, la política, la academia, la espiritualidad, en el marco de una situación internacional y continental de revueltas y rebeliones. El triunfo de la revolución cubana será un estímulo pero no la causa, pues, las contradicciones de clase y la conflictividad política son resultado directo de las condiciones de vida material de la socie-dad, y fundamentalmente, de su estructura económica.

Como un ciclo que la historia cumple con rigor inexorable, esa nueva ruptura creadora habrá de materializarse en una nueva generación. En torno a ella, en un estudio acerca de la poesía de esa época, el poeta e intelectual Ludovico Silva (1989), conciencia brillante y firme del pensamiento marxista venezolano, afirma lo siguiente:

Hay un convenio tácito, entre nuestras gentes de letras, en hablar de una “generación de 1958”. Por supuesto, no se trata de un concepto limitado tan sólo al aspecto literario; abarca prácticamente todas las esferas culturales e ideológicas, incluida la esfera política. Con todo lo peligroso que resulta siempre hablar de generaciones, el concepto de “generación de 1958” no parece irrazonable. En efecto, la caída apocalíptica de la faraónica dictadura de Marcos Pérez Jiménez puede ser utilizada históricamente como símbolo del despertar de una nueva conciencia cultural. (p. 8).

Una valoración cultural de este fenómeno de la contempo-raneidad venezolana ofrece perspectivas amplias para una mejor comprensión del proceso político que le sigue, particularmente el

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experimentado por la izquierda oficial y los movimientos revolu-cionarios radicales. La cadena ininterrumpida de errores y aciertos, éxitos y fracasos, honor y deslealtades, dignidad y claudicaciones, firmeza y conciliación de clases, honradez y perversiones mora-les y éticas, forman todo un espectro lleno de tragedias, tristeza, alegría, temple, odios y amores en las aguas turbulentas en las que ha navegado la izquierda en Venezuela. Ello seguirá siendo motivo para la reflexión y el análisis. Por los momentos, interesa destacar aquí las expresiones político-ideológicas y culturales de esa nueva ruptura creadora encarnada en la generación del 58, y el sentido que ellas tienen dentro de la nueva perspectiva de la lucha social, teórica y espi-ritual que surge a partir de la década del sesenta. En su conjunto, tales expresiones se pueden identificar como un florecimiento múltiple y plural de la utopía venezolana, en contraposición a la línea dogmática y conciliadora que le antecede y con la cual libra ahora una dura confrontación teórica y práctica. Efectivamente, a partir de la formación de las vanguardias políticas y culturales de los sesenta, es posible hablar del nacimiento necesario de una nueva utopía en el pensamiento y el accionar del movimiento popular y revolucionario venezolano.

Ubicados a más de una centuria de las primeras formu-laciones utópicas hechas por el gran maestro Simón Rodríguez (1992), en sus persistentes llamados para que la América indepen-diente no imitara servilmente a la vieja Europa sino que buscara su originalidad apoyada en la sabia fórmula de “Inventamos o erramos”, las nuevas vanguardias asumen el reto de construir un nuevo proyecto político para un país sometido a relaciones de dependencia económica, política, militar, tecnológica, cultural y de violencia institucional. Romper radicalmente con tales relaciones, liquidar el sistema de desigualdades sociales, rescatar la soberanía de la patria y construir un modelo de sociedad socialista diferente al paradigma soviético, superar el esquema de la revolución por etapas y asumir la simultaneidad de la lucha anti-imperialista y anti-capitalista como un proceso único en el marco de la rebelión

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y unidad de los pueblos latinoamericanos para la revolución continental. Es ése, en términos generales, el programa político-ideológico de la vanguardia revolucionaria que asumió la lucha armada durante los años sesenta. Es ésa la nueva utopía o, en los términos de Ludovico Silva, la nueva conciencia cultural, con la cual se topa de nuevo el destino no sólo de Venezuela sino de América.

En tal sentido, los factores más representativos de esa nueva utopía, serían, entre otros, los siguientes: el grupo artístico-literario El techo de la ballena, como la vanguardia subversiva cultural más iconoclasta en toda la historia de nuestro país; el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, como expresión de la fuerza juve-nil de Acción Democrática más anti-betancourista y radicalizada hacia la revolución socialista; los frentes guerrilleros apoyados por el PCV, pero que eran expresión de una nueva convergencia entre militares patriotas, campesinos, estudiantes, intelectuales, obreros y marginales agrupados en el Frente de Liberación Nacional y las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, FLN-FALN, como vanguardias de la guerra contra la dominación imperialista, por la liberación nacional y el socialismo; el surgimiento del Partido de la Revolución Venezolana, PRV, como resultado de la primera división importante del PCV en pleno proceso de la lucha armada en 1966; y la reivindicación del pensamiento de Simón Bolívar y toda la tradición heroica de la nacionalidad como sustrato ideológico complementario del marxismo y la nueva concepción estratégica de Liberación Nacional y Socialismo.

La ruptura creadora es, pues, el escenario donde nace y se despliega en forma plural, diversa y creativa la nueva conciencia cultural, la nueva actitud utópica, la nueva búsqueda de un pro-yecto propio para Venezuela y el continente. Tal atrevimiento no fue gratuito; tuvo y sigue teniendo un altísimo precio en vidas, equívocos, derrotas. Su destino inmediato e inevitable fue la de-rrota. Como toda empresa quijotesca dentro de la modernidad, esa utopía de los sesenta devino en la gran paradoja: ser lo justo y

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lo necesario, pero al mismo tiempo lo negado. Dos imágenes del comandante poeta Argimiro Gabaldón, uno de los iniciadores y fallecido tempranamente en el fragor de las montañas, simbolizan ese destino del primer vuelo utópico de la izquierda revolucionaria en Venezuela. Dice Argimiro: “...el camino de la lucha es duro, pero es el camino...Somos la vida y la alegría en tremenda lucha contra la tristeza y la muerte”.

Pacificación y perseverancia revolucionaria

Ya al final de la década de la violencia, la situación de la izquierda es de desaliento y esperanza, al mismo tiempo. Lo pri-mero, porque tanto la tendencia dogmática y conciliadora como la vanguardia utópica subversiva han experimentado sus respectivas derrotas. Ello equivale a que tanto la vía electoral conciliadora como la vía armada vanguardista son inadecuadas para derrotar a las clases dominantes y conquistar un nuevo poder liberador y socialista. Sin embargo, ambas tendencias persistirán en dichas formas de lucha en las décadas siguientes, en medio de su ato-mización y dispersión cada vez más acentuada, lo cual la aleja de las posibilidades de unificarse en un proyecto único para la toma del poder.

La izquierda dogmática se fragmenta y profundiza su voca-ción conciliadora insertándose cada vez más en la institucionalidad burguesa, en el sistema electoral, en las instituciones del Estado, en el reparto de las cuotas de poder, en el pacto de caballeros para mantener el hilo constitucional, en los privilegios, en el silencio, en la corrupción. El respaldo popular que logra por un lado, a través de la lucha legal y electoral; lo pierde progresivamente en la misma medida que avanza su perversión moral, su descompo-sición ideológica y su inconsistencia política. Simultáneamente, los sectores radicales y vanguardistas se alejan de las búsquedas utópicas iniciales y van reduciendo su capacidad de convocatoria popular

Lo dicho corresponde al desaliento y la desmoralización como secuelas negativas de las derrotas. Pero toda derrota tam-

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bién tiene su lado aleccionador. En este caso, los elementos espe-ranzadores estarían presididos por el surgimiento, desarrollo y consolidación de una actitud crítica y perseverante, representada por todos aquellos revolucionarios que asumen el cuestionamiento político al interior de la izquierda, sin renunciar a su condición de luchadores sociales consecuentes, reafirmando con su práctica revolucionaria, la condición digna necesaria para recuperar los sueños y reconstruir la utopía.

El Congreso Cultural de Cabimas Contra la Dependencia y el Neocolonialismo, realizado en diciembre de 1970, constituyó un hito importante para la recuperación de las fuerzas anti-im-perialistas y anti-capitalistas. La aplicación de virajes y nuevas líneas tácticas que le permitieron a las vanguardias revolucionarias reencontrarse con los movimientos populares, estudiantil, obrero, campesino y cultural. La presencia de una conducta revolucio-naria honorable, digna, consecuente, irreductible, eternizada en hombres como Fabricio Ojeda y todos los caídos a lo largo de esos años y sostenida aún por los hombres y mujeres militantes de la utopía. La publicación de periódicos, revistas, libros, y la convo-catoria y realización sistemática de encuentros, foros, congresos, para estimular y fortalecer el debate teórico. La persistencia de una crisis global del sistema capitalista dependiente que impera en Venezuela, particularmente, la crisis política, social y moral provoca niveles de conflictividad social y estallidos insurreccio-nales populares como la jornada de lucha histórica del 27 y 28 de febrero de 1989. Y, finalmente, la entrada en escena de la rebelión militar patriótica del 4 de febrero de 1992 y la rebelión cívico-mili-tar de noviembre de 1992, completan el inventario aleccionador, el cuadro de la esperanza en la búsqueda incesante de un proyecto con identidad propia para la Venezuela de esta época, para que la legendaria utopía robinsoniana deje de ser un mito y cristalice en el rostro, en el alma y la fuerza indomable de los oprimidos.

Los dilemas de hoy ¿legalidad o legitimidad del proceso boliva-riano?

La rebelión popular del 27 de febrero del 89 marca un

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deslinde en la historia actual del país y del mundo capitalista globalizado. Como bien lo afirma Luis Brito García (2003):

De repente la población comprende que ni el gobierno ni los partidos postsoberanos la representan, se rebela contra la farsa, y es masacrada durante una semana entera. Así revienta la Cuarta Guerra Mundial en Caracas, el 27 de febrero de 1989, como popularazo que se extiende a todo el país, e inicia el reguero de sublevaciones que se enciende ininterrumpidamente en Miami, en Chicago, en Quito, en Buenos Aires, en Seatle, en Génova. (p.87)

El sistema político de la democracia representativa punto-fijista queda deslegitimado y se abre un Proceso Constituyente de carácter original y primario, inédito en la historia de Venezuela, que aún sigue vigente y dentro del cual se inserta el actual proceso de la llamada revolución bolivariana que lidera el presidente Hugo Chávez Frías, legalizado en los votos y legitimado, por ahora, en el sentimiento de la población mayoritaria del país. Dos conceptos fundamentales, legalidad y legitimidad, definen, en lo adelante, el rumbo del accionar político y socio-cultural.

Ubicados en esa perspectiva, el resultado más importante de la elección de la nueva Asamblea Nacional, es, sin lugar a du-das, la alta abstención que refleja el enorme rechazo del pueblo venezolano al esquema político-partidista aún dominante. En el pasado, tanto los partidos del puntofijismo como los de la izquier-da dogmática y conciliadora, negaban la participación directa de las organizaciones populares en la selección de los candidatos a diputados, gobernadores, alcaldes y concejales. Los cogollos imponían los nombres y las masas simplemente votaban. Ahora, es igual. La nueva burocracia del chavismo (mezcla de izquierda tradicional, militarismo, y neoliberalismo) niega insistentemente el derecho que tiene el pueblo chavista a elegir sus propios diri-gentes del seno mismo de sus comunidades.

La táctica abstencionista, asumida a última hora por la oposición, lejos de favorecerla en su estrategia de tumbar a Chávez, fue un suicidio político en el marco de su natural institucionalidad,

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pues ahora, el parlamento es absolutamente chavista. Tal realidad representa nuevos retos tanto para la dirigencia del chavismo, anclada en los dogmas de la institucionalidad burguesa, como para el pueblo que quiere y aspira profundizar su propia utopía, su revolución popular, anti-imperialista y anti-capitalista.

En tal sentido, si se considera lo que viene siendo el pro-ceso bolivariano y los intereses del pueblo, es necesario puntua-lizar lo siguiente: la legalidad dominante en Venezuela, basada en la Constitución Nacional, no es revolucionaria ni popular ni igualitaria; sino todo lo contrario. Por encima de los contenidos sociales y políticos positivos, la Constitución bolivariana consagra la vigencia del modo de producción capitalista que es conservador y reaccionario, anti-popular y clasista, dependiente y parasitario, discriminador y racista. Decir que la actual Constitución boliva-riana es revolucionaria resulta un juego verbal demagógico y proselitista basado en la ficción emocional que irradia constan-temente el liderazgo del Presidente. En cambio, la legitimidad, encarnada únicamente en la fuerza organizada y movilizada del pueblo, sí es revolucionaria e igualitaria. De manera que la gestión gubernamental deberá definir si responde a la legalidad burguesa-capitalista o a la legitimidad popular- revolucionaria. Cuestión que sólo se resuelve en la práctica social y la conducta política y moral de la actual dirigencia. El tiempo de la demagogia está pisando sus últimas horas y la consigna de que LA REVOLUCIÓN VER-DADERA RECLAMA DIPUTADOS COMO FABRICIO OJEDA cobra hoy total y absoluta vigencia. El Presidente de la República es el garante de la actual legalidad burguesa, pero al mismo tiempo es el único liderazgo legítimo del país. Esa es su contradicción en la cual se ha sabido mover con gran audacia y suerte providencial. Por esa razón, la fuerza real y directa del pueblo es maltratada y negada legalmente por todas las instancias del poder de la burocracia del Estado; y alentada y animada sólo por el presidente Chávez. He allí el origen del desconcierto y la incertidumbre cada vez más crecientes en los sectores populares. Pero, la abstención popular es un aviso de alerta que puede expresarse en movilización independiente, en

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rebelión o estallidos insurreccionales, tal como ocurrió en febrero de 1989 y en abril del 2002, los dos únicos momentos realmente estelares de nuestra contemporaneidad en los que el pueblo venezolano ha deslegitimado la legalidad del poder constituido instaurando su propia y real legitimidad. De lo dicho se infiere que si la revolución bolivariana sigue exclusivamente la ruta de la legalidad burguesa, estará consagrando, bajo una falsa nomenclatura revolucionaria, el sistema capitalista burgués dependiente del imperialismo. Caerá en su propia trampa y quizás Chávez pudiera ser defenestrado legalmente, incluso con la colaboración de la burocracia que él hoy apoya y respalda. No hay que olvidar que la burocracia moderna se comporta como si fuera una clase social en el poder, es decir, sabe cohesionarse para defender sus propios intereses. Tal como lo afirma Ernest Mandel (s/d): “..tras el problema de la burocracia, está el de los privilegios materiales y de la defensa de estos privile-gios” (p.5); razón por la cual es, naturalmente, traidora del pueblo, de la patria y del liderazgo popular. Pero, si la revolución retoma el camino de la legitimación popular, del proceso constituyente originario, entonces le corresponde a las comunidades organizadas ejercer el poder directamente, más allá de la propia constitución y de los partidos políticos. He allí los dilemas existenciales de la identidad de la izquierda y la revolución en Venezuela.Referencias Bibliográficas

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BRITO GARCÍA, Luis. (2003). País de petróleo, pueblo de oro. Caracas. FondoEditorial Fundarte

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GARCÍA PONCE, Guillermo (2001. 18 de febrero). Las dos caras del 23 de enero de 1958. Diario Últimas Noticias. Suplemento Cultural. P. 3

MANDEL, Ernest (s/d). La burocracia. Cuadernos de formación comunista Nº 1

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MELET, Argelia (1977). Prólogo a el imperialismo petrolero y la revolución venezolana. Tomo II. Caracas. Editorial RUPTURA

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RODRÍGUEZ, Simón (1992). Inventamos o erramos. Caracas, Venezuela. Monte Avila Editores.

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