Duras, Marguerite - El Amante de La China Del Norte

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MARGUERITE DURAS es el seudnimo de Margue-

EL AMANTE DE LACHINA DEL NORTE

MARGUERITE DURAS

MARGUERITE DURAS es el seudnimo de Marguerite Donnadieu, nacida en Gia Dinh, Indochina, en 1914, de padres franceses. Trasladada a Pars, estudi Derecho, Matemticas y Ciencias Polticas. Aunque public su primera novela en 1943, adquiri fama entre el gran pblico en 1958 con el guin de Hiroshima, mon amour, pelcula realizada por Alain Resnais, y con la novela Moderato cantabile, saludada por la crtica como una notable aportacin al nouveau roman. De su extensa produccin narrativa cabe destacar El square, Los caballitos de Tarquinia, El vicecnsul, El arrebato de Lol V. Stein, El amor, El amante (Premio Goncourt 1984) y El dolor. Ha escrito tambin teatro y guiones cinematogrficos y ha dirigido varias pelculas.

Ttulo original: L'amant de la Chine du Nord Traduccin: Beatriz de MouraEscaneado por AnelferCorregido por Leticia QuagliaroNoviembre 2002

ISBN: 84-473-0007-2

Para Thanh

El libro podra haberse titulado: L'Amour dans la ru (El amor en la calle) o Le Romn de l'amant (La novela del amante) o L'Amant recommenc (El amante recomenzado). Finalmente pudimos elegir entre dos ttulos ms amplios, ms verdaderos: El amante de la China del Norte o La China del Norte.Supe que l haba muerto haca aos. Era en mayo del 90, hace pues un ao ahora. Nunca haba pensado en su muerte. Tambin me dijeron que haba sido enterrado en Sadec, que la casa azul segua all, habitada por su familia y nios. Que haba sido querido en Sadec por su bondad, su simplicidad y tambin que al final de su vida se haba vuelto muy religioso.Abandon el trabajo que estaba haciendo. Escrib la historia del amante de la China del Norte y de la nia: ella todava no estaba all en El amante, faltaba el tiempo alrededor de ellos. Escrib este libro en la enloquecida felicidad de escribirlo. Permanec un ao en esta novela, encerrada en todo aquel ao del amor entre el chino y la nia.No he ido ms all de la partida del trasatlntico de lnea, o sea de la partida de la nia.No haba imaginado en absoluto que pudiera producirse la muerte del chino, la muerte de su cuerpo, de su piel, de su sexo, de sus manos. Durante un ao reencontr los tiempos de la travesa del Mekong en el transbordador de Vinh-Long.Esta vez al hilo del relato apareci de repente, en la luz deslumbradora, el rostro de Thanh y el del hermano pequeo, el nio diferente.Permanec en la historia con toda esa gente y slo con ella.Volv a ser escritora de novelas.

Marguerite Duras Mayo de 1991

Una casa en medio de un patio de escuela. Est completamente abierta. Parece una fiesta. Se oyen valses de Strauss y de Franz Lehar, y tambin Ramona y Noches de China que salen por ventanas y puertas. El agua chorrea por todas partes, dentro, fuera.Lavan la casa a raudales. La baan as dos o tres veces al ao. Boys amigos y nios de la vecindad han ido a mirar. Ayudan con grandes chorros, lavan, el embaldosado, las paredes, las mesas. Mientras lavan, bailan con msica europea. Ren. Cantan.Es una fiesta viva, feliz.Es la madre, una seora francesa, quien toca al piano la msica en una habitacin contigua.Entre los que bailan hay un joven, francs, guapo, que baila con una chica muy joven, francesa tambin. Se parecen.Ella es la que no tiene nombre en el primer libro ni en el que lo haba precedido ni en ste.El es Paulo, el hermano pequeo adorado por su joven hermana, la misma a la que no se nombra.Otro joven llega a la fiesta: es Pierre. El hermano mayor.

Se sita a unos metros de la fiesta y la mira.Largo tiempo la mira.Y luego lo hace: aparta a los pequeos boys que huyen asustados. Avanza. Alcanza la pareja del hermano pequeo y la hermana.Y luego lo hace: coge al hermano pequeo por los hombros, lo empuja hasta la ventana abierta del entresuelo. Y, como si le obligara a ello un deber cruel, lo tira afuera como lo hara con un perro.El hermano pequeo se levanta y sale huyendo, grita sin palabra alguna.La joven hermana le sigue: salta por la ventana y le da alcance. El se ha tumbado junto al seto del patio, llora, tiembla, dice que prefiere morir a eso... eso qu?... Ya no lo sabe, lo ha olvidado ya, no dijo que era el hermano mayor.

La madre est otra vez al piano. Pero los nios de la vecindad no haban vuelto. Y los boys haban dejado a su vez la casa abandonada por los nios.

Ha llegado la noche. Es el mismo decorado. La madre sigue all donde hubo la fiesta de la tarde. El lugar est otra vez en orden. Los muebles estn en su sitio.

La madre no espera nada. Est en el centro de su reino: esa familia, apenas entrevista.La madre ya no impide nada. Ya no impedir nada.Dejar que se haga lo que deba ocurrir.Y ello a lo largo de la historia que aqu se cuenta.

Es una madre desalentada.

Es el hermano mayor quien mira a la madre. Le sonre. La madre no le ve.

Es un libro. Es una pelcula. Es de noche.

La voz que habla aqu es, escrita, la del libro. Voz ciega. Sin rostro. Muy joven. Silenciosa.

Es una calle recta. Iluminada por farolas. Empedrada, parece. Antigua. Bordeada de rboles gigantes. Antigua.

A cada lado de la calle hay villas blancas con terrazas. Rodeadas de rejas y de parques.Es un puesto avanzado en la selva al sur de la Indochina francesa.Es en 1930.Es el barrio francs.Es una calle del barrio francs.El olor de la noche es el del jazmn.Mezclado al desabrido y dulce del ro.Delante de nosotros camina alguien. No es la que habla.Es una chica muy joven, o una nia tal vez. S, eso parece. Su andar es gil. Va descalza. Esbelta. Tal vez delgada. Las piernas... S... Eso es... Una nia. Ya grande.Camina en direccin al ro.

Al final de la calle, esa luz amarilla de los fanales de carburo, esa alegra, esas llamadas, esos cantos, esas risas, es en efecto el ro. El Mekong.Es un pueblo de juncos.Es el inicio del delta. Del final del ro.

Cerca de la carretera, en el parque que la bordea, esa msica que se oye es la de un baile. Llega del parque de la Administracin General. Un disco. Olvidado sin duda, que gira en el parque desierto.La fiesta del puesto estara pues all, detrs de la reja que bordea el parque. La msica del disco es la de un baile norteamericano de moda desde hace unos meses.

La chica se desva oblicuamente hacia el parque, va a ver el lugar de la fiesta detrs de la reja. La seguimos. Nos detenemos frente al parque.

Bajo la luz de un farol, una pista blanca atraviesa el parque. Est vaca.Y all est, una mujer con un vestido largo rojo oscuro avanza lentamente en el espacio blanco de la pista. Viene del ro.Desaparece en la Residencia.La fiesta debi de acabar pronto por el calor. Queda ese disco olvidado que gira en un desierto.La mujer de rojo no ha vuelto a aparecer. Debe de estar en el interior de la Residencia.

Las terrazas de la primera planta se han apagado y poco despus de su paso, en la planta baja, en el corazn de la Residencia, se han iluminado unas lmparas.

La pista queda vaca.La mujer de rojo no vuelve.

La chica vuelve por la carretera. Desaparece entre los rboles. Y luego hla ah otra vez. Vuelve a caminar hacia el ro.

Est ante nosotros. Se le sigue viendo mal el rostro en la luz amarilla de la calle. Parece no obstante que s, que es muy joven. Una nia tal vez. De raza blanca.

La pista se ha apagado a su vez. La mujer de rojo no ha vuelto.Queda esa luz de dbil intensidad en el centro de la Residencia.

Poco despus de que se haya apagado la pista es cuando llega desde la Residencia, tocado al piano, aquel aire de vals muerto. El de un libro. Ya no sabemos cul.

La chica se detiene. Escucha. La vemos escuchar.Ha girado la cabeza en direccin a la msica y ha cerrado los ojos. La mirada cegada est fija.La vemos mejor. S, lo es, muy joven. Todava una nia. Llora.

La chica est inmvil. La chica llora.

En la pelcula, no se llamar por el nombre este vals. En el libro, aqu, diremos: el Vals Desesperado.

La chica seguir escuchndolo una vez que haya terminado.

A la chica, en la pelcula, en este libro, aqu, la llamaremos la Nia.

La nia sale de la imagen. Abandona el campo de la cmara y el de la fiesta.

La cmara barre lentamente lo que acabamos de ver, luego se gira y retoma la direccin que ha tomado la nia.

La calle vuelve a estar vaca. El Mekong ha desaparecido. Hay ms claridad.

No hay nada ms que ver sino la desaparicin del Mekong, y la calle recta y sombra.

Es un portal. Es un patio de escuela. Es la misma noche. La misma nia. Es una escuela. El suelo del patio es de tierra batida. Est desnudo y reluciente, alisado por los pies descalzos de los nios del puesto.Es una escuela francesa. Est escrito en el portal: Escuela Francesa para Chicas de la Ciudad de Vinh-Long.

La nia abre el portal. Vuelve a cerrarlo. Atraviesa el patio vaco. Entra en la casa en funciones.

La perdemos de vista.Nos quedamos en el patio vaco.

En el vaco dejado por la nia se produce una tercera msica, entrecortada de ataques de risa locos, estridentes, de gritos. Es la mendiga del Ganges que atraviesa el puesto como cada noche. Para siempre intentar alcanzar el mar, la carretera de Chittagong, la de los nios muertos, los mendigos de Asia que, desde hace mil aos, tratan de reencontrar el camino hacia las aguas ricas en peces de la Sonde.

Es la habitacin de la madre y de la nia.Es una habitacin colonial. Mal iluminada. No hay mesitas de noche. Una nica bombilla en el techo. Los muebles son una gran cama de hierro de dos plazas, muy alta, y un armario de luna. La cama es colonial, barnizada de negro, adornada con bolas de cobre en los cuatro cantos de la cabecera y del pie igualmente negros. Parece una jaula. La cama est encerrada hasta el suelo en una inmensa mosquitera blanca, como nieve. Las almohadas no son cuadradas, son largas, duras, de crin. Van sin funda. Los pies de la cama estn en remojo en los recipientes con agua y guija que los asla de la calamidad de las colonias, los mosquitos de la noche tropical.

La madre est acostada.No duerme.Espera a la nia.Ah est. Llega de afuera. Atraviesa la habitacin. Tal vez reconozcamos su silueta, su vestido. S, es la misma que caminaba hacia el ro en la calle recta que bordea el parque.Va hacia la ducha. Omos el ruido del agua.Vuelve.Es entonces cuando la vemos. S. Claramente, es todava una nia. Todava delgada, todava casi sin pechos. El cabello es largo, castao rojizo, ondulado, lleva zuecos indgenas de madera ligera con tiras de cuero. Tiene los ojos verde claro con estras oscuras. Las mismas, dicen, que las de su padre fallecido. S, era ella, la nia de la calle recta que haba llorado con el vals. Era tambin la que saba que la mujer que haba tocado ese vals era la misma que la que vestida de rojo haba pasado por la pista blanca. Y adems la que saba tambin que ella, la nia, era la nica en todo el puesto en saber estas cosas. En todo el puesto y ms all. As era la nia. Lleva la misma blusa de algodn blanco que su madre, con tirantes adicionales, hecha por D.Separa los dos paos de la mosquitera, la remete rpido debajo del colchn, penetra igual en la abertura de la mosquitera, vuelve a cerrarla. La madre no dorma. Se sienta al lado de la nia y le trenza el cabello para la noche. Lo hace mecnicamente, sin mirar.

A lo lejos, apenas, ese rumor del pueblo del ro que no se extingue hasta el amanecer. La nia pregunta:Has visto a Paulo?Vino, comi en la cocina con Thanh. Luego volvi a marcharse.La nia dice que ha ido a la fiesta a ver si l estaba all, pero que la fiesta haba terminado, que ya no haba nadie.Dice tambin que ir a buscarlo ms tarde, que sabe dnde se esconde. Que est tranquila cuando est afuera, lejos de la casa. Que sabe que l la espera siempre cuando se ha escapado, para no volver solo a casa no fuera a ser que Pierre estuviera all esperndole para pegarle otra vez. La madre dice que cuando est afuera es cuando tiene miedo, de las serpientes, de los locos... y tambin de que se vaya... as... que de pronto no reconozca nada, y que se escape. Dice que eso puede ocurrir con ese tipo de nios.La nia, en cambio, es de Pierre de quien tiene miedo. De que mate a Paulo. De que lo mate, dice, tal vez incluso sin saber que le mata.Dice tambin:No es verdad lo que dices. No tienes miedo por Paulo. Tienes miedo por Pierre.La madre no hace caso de lo que dice su hija. La mira largo tiempo, tierna de repente, ms all de los comentarios del momento. Mientras cambia de conversacin:Sobre qu escribirs cuando hagas libros? La nia grita:Sobre Paulo. Sobre ti. Sobre Pierre tambin, pero sobre l ser para hacerle morir.Se gira brutalmente hacia su madre, llora acurrucada junto a ella. Y luego grita an bajito:Pero por qu le quieres as y no a nosotros, nunca...?La madre miente:Os quiero igual a mis tres hijos. La nia grita una vez ms. Como para hacerla callar. Para abofetearla.No es verdad, no es verdad. Eres una mentirosa... Responde por una vez... Por qu le quieres as y no a nosotros?Silencio. Y la madre contesta en un soplo:No s por qu. Largo tiempo. Aade:Nunca he sabido...La nia se tumba encima del cuerpo de su madre y la besa llorando. Le cierra la boca con la mano para que no siga hablando de ese amor.La madre se deja insultar, maltratar. Sigue en esa otra regin de la vida, la de esa preferencia ciega. Aislada. Perdida. A salvo de toda ira.La nia suplica: pero no hay nada que hacer.Si no se va de casa, algn da matar a Paulo. Y t lo sabes. Eso es lo ms terrible...Sin voz, bajito, la madre dice que lo sabe. Que por cierto ayer por la noche haba escrito a Saign para pedir que repatriaran al hijo a Francia.La nia se incorpora. Lanza un grito sordo, de alivio y de dolor.Es cierto?S.Ests segura? La madre cuenta:Esta vez s. Anteayer haba vuelto a robar en el fumadero de opio. Pagu por ltima vez. Y luego escrib a la Direccin de Repatriacin. Y esta vez ech la carta al buzn esa misma noche.

La nia ha abrazado a su madre. La madre ya no llora: una muerta.La nia llora bajito:Es terrible tener que llegar a eso... es terrible.La madre dice que sin duda, s, pero que ella, ella ya no sabe... Que s, que es terrible en efecto, pero que ella, ella ya no sabe nada de todo esto. La madre y la nia estn abrazadas. La madre, siempre sin verter lgrima. Muerta en vida.La nia pregunta si l lo sabe, l, el que va a partir.La madre dice que no. Que lo ms difcil era eso, tener que comunicarle que se haba acabado.La madre acaricia el cabello de su hija. Dice:No debes sentir lstima por l. Es terrible decirlo para una madre, pero aun as te lo digo: l no lo merece. Debes saberlo: Pierre es alguien que no merece que se sufra por l.Silencio de la nia. La madre aade:Lo que quiero decir es que Pierre ya no merece que le salven. Porque Pierre est acabado, es demasiado tarde, es alguien que est perdido.La nia grita entre sollozos:Por eso es por lo que le quieres.No lo s muy bien... Sin duda. S, tambin es por eso... T tambin es por eso por lo que lloras. Es lo mismo. La madre toma a la nia en sus brazos. Y le dice:Pero a ti tambin te quiero mucho, a Paulo y a ti...

La nia se haba alejado de la madre y la haba mirado. Haba visto que la madre acababa de hablar con inocencia. La nia habra aullado, la habra insultado, matado. No hizo sino sonrer.La madre haba vuelto a hablarle a esa nia pequea, la ltima de sus hijos, le haba dicho que le haba mentido acerca de las razones para pedir que repatriaran a Pierre, para separarse de l. Que no era slo por culpa del opio.La madre cuenta En caso de cine se podr elegir. O bien permanecemos sobre el rostro de la madre que cuenta sin ver. O bien vemos la mesa y los nios contados por la madre. La autora prefiere esta ltima propuesta.:Hace un mes o dos, ya no me acuerdo, estaba en la habitacin de D, llegasteis para cenar, Paulo y t. No di seales de vida. Me ocurre a veces, vosotros no lo sabis, para poder veros juntos a los tres, me escondo en la habitacin de D. Thanh lleg, como de costumbre, puso encima de la mesa el thit-kho y el arroz. Y sali.Entonces Paulo se sirvi. Pierre lleg despus. Paulo haba cogido el trozo ms grande del plato de thit-kho y t dejaste que lo hiciera. Es cuando lleg Pierre cuando tuviste miedo. Pierre no se sent enseguida. Mir su plato vaco y mir el plato de Paulo. Ri. Su risa era fija, aterradora. Me dije que cuando l estuviera muerto tendra la misma sonrisa. Paulo al principio ri, dijo:Es una broma.Pierre cogi el trozo de carne del plato de Paulo y lo puso en el suyo. Y se lo comi un perro pareca. Y aull: un perro, s eso era.Pedazo de idiota. T bien sabes que el trozo grande es para m.Fuiste t quien gritaste. Preguntaste:Por qu para ti?Y l dijo:Porque es as.Y t gritaste muy fuerte. Tem que te oyeran desde la calle. Gritaste:Quisiera verte muerto.Pierre cerr los puos a punto de destrozar la cara de Paulo. Paulo se puso a llorar. Pierre grit:Fuera! Fuera ahora mismo!Salisteis corriendo, t y Paulo.

La nia pide perdn a su madre por haberle gritado. Lloran juntas, tumbadas rectas en la cama.La madre dice:Fue ah cuando empec a entender que tena que desconfiar de m misma. Que Paulo estaba en peligro de muerte, por culpa ma. Y slo ayer fue cuando escrib a Saign para que lo repatriaran. Pierre... es como si fuera an ms mortal que cualquier otro para m...

Silencio. La madre se gira hacia su hija llorando esta vez.Si no hubieras estado aqu, Paulo habra muerto hace mucho tiempo. Y yo lo saba. Eso es lo ms terrible: yo lo saba.Largo silencio.Un arranque de ira se apodera de la nia. Grita:No lo sabes, quiero a Paulo ms que a nada en el mundo. Ms que a ti. Paulo vive desde hace tiempo en el temor de ti y de Pierre. Es como mi novio, Paulo, mi nio, es para m el mayor de los tesoros...Lo s.La nia grita:No. No sabes. Nada.La nia se tranquiliza. Toma a su madre entre sus brazos. Le habla con una dulzura repentina, le explica:T ya no sabes nada. Tienes que saberlo, esto. Nada. Crees que sabes y no sabes nada. No es culpa tuya. Es as. No es nada. Nada. No debes hacerte dao con esto.Silencio.El rostro de la madre est fijo, aterrado.El rostro de la nia est tambin asustado. Estn tiesas las dos cara a cara. Y de pronto bajan la mirada de vergenza.Es la madre quien baja la mirada. Y calla. Rematada, parece. Y adems quien se acuerda de ese nio que est afuera, y grita:V a buscar a Paulo... rpido... de pronto tengo miedo por l.La madre aade:Maana vuelves al colegio, tendrs que acostumbrarte a dormir ms pronto, eres ya como yo, alguien de la noche.Da igual...No.

La nia entr en la casa, por el lado del comedor que da al gran patio de la escuela.Todo est abierto.Est de espaldas, frente a la terraza y a la calle.Busca al hermano pequeo. Mira. Avanza entre los rboles. Mira por debajo de los macizos.De pronto queda como disuelta en la luz lunar, luego reaparece.

La vemos en distintos lugares del patio. Va descalza, silenciosa, vestida con el camisn de nia.Desaparece en un aula vaca.Reaparece en el gran patio iluminado por la luna.Luego la vemos frente a algo que ella mira, pero que todava no vemos: Paulo. La vemos avanzar hacia l: el hermano pequeo del baile. Duerme en la galera que rodea las aulas, detrs de una tapia, a la sombra de la luna. Ella se detiene. Se tumba a su lado. Lo mira como si fuera sagrado.El duerme profundamente. Los ojos entreabiertos como los nios esos. Tiene el rostro liso, intacto, de esos nios diferentes.Ella besa el cabello, el rostro, las manos encima del pecho, llama, le llama bajito: Paulo.El duerme.Ella se levanta y le llama todava ms bajo: Paulo. Tesoro mo. Nio mo.El se despierta. La mira. Y luego la reconoce.Ella dice:Ven a acostarte. El se levanta. La sigue. Los pjaros nocturnos gritan.El hermano pequeo se detiene. Escucha los pjaros. Vuelve a caminar. Ella le dice:Ya no debes tener miedo. De nadie. Ni de Pierre. Ni de nada. De nada. Nunca ms. Me oyes? Nunca ms. Nunca. Jralo.El hermano pequeo lo jura. Y luego olvida. Dice:La luna despierta los pjaros.Se alejan. El patio vuelve a estar vaco. Les perdemos. Vuelven a reaparecer. Siguen caminando por los patios de la escuela. No hablan.Y luego la nia se detiene y seala el cielo. Dice: Mira el cielo, Paulo.Paulo se detiene y mira el cielo. Repite las palabras: el cielo... los pjaros...

El cielo, lo vemos de un extremo a otro de la tierra, es una laca azul horadada de brillos.

Vemos a dos nios que miran juntos este mismo cielo. Y luego les vemos por separado mirndolo.Y luego vemos a Thanh que llega desde la calle y va hacia los dos nios.Luego volvemos a ver el cielo azul acribillado de brillos.Luego se oye el vals sin palabras llamado desesperado silbado por Thanh sobre un plano fijo del azul del cielo.

A veces cuando eran muy pequeos, la madre les llevaba a ver la noche de la estacin seca. Les deca que miraran bien ese cielo, azul como en pleno da, ese alumbramiento de la tierra hasta donde alcanza la vista. Que tambin escucharan bien los ruidos de la noche, las llamadas de la gente, sus risas, sus cantos, tambin el lamento de los perros, atormentados por la muerte, todas esas llamadas que hablaban a la vez del infierno de la soledad y de la belleza de los cantos que hablaban de esa soledad, haba que escucharlas tambin. Que lo que sola ocultarse a los nios haba por el contrario que decrselo, al igual que lo de mirar el cielo, la belleza de las noches del mundo. Los hijos de la madre le haban pedido muchas veces que les explicara lo que ella entenda por eso. La madre haba contestado siempre a sus hijos que no saba, que nadie saba eso. Y que eso tambin haba que saberlo. Saber, ante todo, esto: que no se sabe nada. Que incluso las madres que decan a sus hijos que lo saban todo, no saban.

La madre. Les recordaba tambin que aquel pas de Indochina era su patria, la de ellos, de esos hijos, los suyos. Que all es donde haban nacido, que all tambin fue donde haba encontrado a su padre, el nico hombre a quien haba amado. Ese hombre a quien ellos no haban conocido porque eran demasiado jvenes cuando l haba muerto y todava tan jvenes despus de esa muerte que ella les haba hablado muy poco de l para no ensombrecer su infancia. Y tambin que haba pasado el tiempo y que el amor por sus hijos haba invadido su vida. Y luego la madre lloraba. Y luego Thanh cantaba en un idioma desconocido la historia de su infancia en la frontera de Siam cuando la madre lo haba encontrado y se lo haba llevado a su bungalow con sus dems hijos. Para ensearle el francs, deca, y para que le lavaran, y que comiera bien, y eso cada da.Ella tambin, la nia, se acordaba, lloraba con Thanh cuando l cantaba esa cancin que l llamaba la de La infancia lejana que contaba todo lo que acabamos de decir acerca de la cancin del Vals Desesperado.

Es el ro.

Es el transbordador en el Mekong. El transbordador de los libros.Del ro.En el transbordador est el autobs de los indgenas, los largos Len Bolle negros, los amantes de la China del Norte que miran.

Se va el transbordador.Cuando se va, la nia sale del autobs. Mira el ro. Mira tambin al chino elegante que est en el interior del gran coche negro.Ella, la nia, va pintada, vestida como la joven de los libros: con el vestido de seda indgena de un blanco amarillento, con el sombrero de hombre de la infancia y la inocencia, con el ala plana, en fieltro-flexible-color-palo-de-rosa-con-larga-cinta-negra, con esos zapatos de baile, muy usados, con el tacn completamente gastado, en-lam-negro-por-favor, con motivos de estrs.De la limusina negra acaba de salir otro hombre que el del libro, otro chino de Manchuria. Es un poco distinto al del libro: es ms robusto que l, tiene menos miedo que l, ms audacia. Tiene ms belleza, ms salud. Es ms de cine que el del libro. Y tambin se muestra menos tmido que l ante la nia.Ella, en cambio, sigue siendo la del libro, bajita, delgada, atrevida, difcil de captar el sentido, difcil de decir quin es, menos guapa de lo que parece, pobre, hija de pobres, antepasados pobres, granjeros, zapateros, primera en francs siempre en todas partes y odiando Francia, inconsolable del pas natal y de infancia, escupiendo la carne roja de los steaks occidentales, enamorada de los hombres dbiles, sexual como an no ha encontrado a otra. Loca por leer, por ver, insolente, libre.

El es un chino. Un chino alto. Tiene la piel blanca de los chinos del norte. Es muy elegante. Lleva el traje en tela de seda cruda y los zapatos ingleses color caoba de los jvenes banqueros de Saign.El la mira.Se miran. Se sonren. El se acerca.Fuma un 555. Ella es muy joven. Hay algo de temor en su mano que tiembla, aunque apenas, cuando l le ofrece un cigarrillo.Fuma?La nia hace una seal: No.Perdneme... Es tan inesperado encontrarla aqu... Usted no se da cuenta...

La nia no contesta. No sonre. Le mira fuerte. Feroz sera la palabra para decir esa mirada. Insolente. Descarada es la palabra de la madre: No se mira as a la gente. Se dira que no oye bien lo que l le dice. Mira el traje, el coche. Alrededor de l, el perfume del agua de colonia europea con, ms lejano, el del opio y la seda, del bmbice de seda, del mbar de la seda, del mbar de la piel. Ella lo mira todo. Al chfer, el coche y, una vez ms, le mira a l, al chino. La infancia parece en su mirada de una curiosidad desplazada, siempre sorprendente, insaciable. El la mira mirar todas esas novedades que transporta aquel da el transbordador.La curiosidad de l empieza ah.La nia dice:Su coche qu es?...Un Morris Len Bolle.La nia hace la seal de no conocerlo. Re.Dice:Nunca he odo un nombre as... El re con ella. Ella pregunta:Quin es usted?Vivo en Sadec.Dnde en Sadec?En la orilla del ro, es la gran casa con terrazas. Justo pasado Sadec.La nia busca y ve lo que es. Dice:La casa color azul claro del azul de China...Eso es. Azul-de-China-claro. El sonre. Ella le mira. El dice:Nunca la he visto en Sadec.Mi madre fue enviada a Sadec hace dos aos y yo estoy interna en Saign. Es por eso. Silencio. El chino dice:Ha echado de menos Vinh-Long...S. Eso es lo que nos ha parecido lo ms bonito. Se sonren. Ella pregunta:Y usted?...Yo, vuelvo de Pars. Hice mis estudios en Francia durante tres aos. Hace ya unos meses que volv.Estudios de qu?Nada del otro mundo, no vale la pena hablar de ello. Y usted?Preparo mi bachillerato en el colegio Chasseloup-Laubat. Estoy interna en la pensin Lyautey.Aade como si tuviera algo que ver:Nac en Indochina. Mis hermanos tambin. Nacimos todos aqu.Ella mira el ro. El est intrigado. Su temor ha desaparecido. Sonre. Habla. Dice:Puedo acompaarla hasta Saign si quiere.Ella no duda. El coche, y l con su aire burln... Ella est contenta. Se nota en la sonrisa de los ojos. Le contar a su hermano pequeo Paulo lo del Len Bolle. Eso l lo entender.Bueno.El chino dice en chino a su chfer que recoja la maleta de la nia en el autobs y la ponga en el Len Bolle. Y el chfer lo hace.

Los coches han subido por la rampa del transbordador. Estn en la orilla. La gente va hacia ellos a pie. Ellos dos se detienen ante los vendedores ambulantes. La nia mira los pasteles hechos de maz reventado en leche de coco y azucarados con melaza y envueltos en hojas de pltano.El chino le ofrece uno. Ella lo coge. Lo devora. No dice gracias.De dnde viene ella?Esa delicadeza del cuerpo la hara pasar por mestiza, pero no, los ojos son demasiado claros.El la mira devorar el pastel. Es en ese momento cuando la tutea:Quieres otro ms?Ella ve que l re. Dice que no, que no quiere.

El segundo transbordador ha dejado la otra orilla. Se acerca.

De pronto la nia mira con fascinacin el transbordador que llega. La nia olvida al chino.En el transbordador que llega reconoce el Lancia negro descapotable de la mujer con el vestido rojo del vals de la noche.El chino pregunta quin es.La nia duda en contestar. No le contesta al chino. Dice los nombres por decirlos. En una especie de secreto encantamiento, dice:Es Madame Stretter. Anne-Marie Stretter. La mujer del administrador general. En Vinh-Long la llaman A.M.S...Sonre, se excusa por saber tanto de ella.El chino est intrigado por lo que dice la nia. Dice que debi de or hablar de esa mujer en Sadec. Pero dice que no sabe nada de ella. Y luego no obstante se acuerda... de repente... de ese nombre...La nia dice:Tiene muchos amantes, es de eso de lo que se acuerda...Creo... s... Debe de ser eso...Hubo uno, muy joven, se habra matado por ella... no s muy bien.Es guapa... crea que era ms joven... dicen que est un poco loca... no?Acerca de la locura, la nia no tiene opinin. Dice:No s acerca de la locura.

El coche se han ido. Estn en la carretera de Saign. El la mira fuerte. El tuteo todava involuntario del chino se mezclar con el usted:Te ofrecen muchas veces una plaza en el transbordador, no?Ella hace una seal: S.A veces rehusas?Ella hace una seal: S, a veces.Slo cuando hay... nios muy pequeos... lloran todo el rato...Ren los dos, algo distradamente al parecer, un poco demasiado. Ren igual los dos. Un modo de rer muy de ellos.

Despus de esa risa ella mira afuera. El mira entonces las seales de miseria. Los zapatos de raso negro rodo, la maleta indgena de cartn piedra, el sombrero de hombre. El re. Su risa la hace rer a ella.Va al colegio con esos zapatos? La joven mira sus zapatos. Quiz por primera vez, dirase, los vea. Y re como l. Dice: S...Y tambin con ese sombrero?S. Tambin. Re an ms. Es una carcajada, tan natural es esa risa. El re con ella, igual.Hay que decirlo... Le queda muy bien... el sombrero, es magnfico hasta qu punto le va... como si lo hubieran hecho para usted...Ella pregunta riendo:Y los zapatos...?El chino re an ms. Dice:De los zapatos no opino.Ren a carcajadas mirando los zapatos negros.

Es ah, fue ah, despus de esa risa, cuando se invirti la historia.

Dejan de rer. Miran a otra parte. Afuera, hasta donde alcanza la vista, los arrozales. El vaco del cielo. El calor macilento. El sol velado.Y por todas partes los senderos para las carretas de bfalos conducidas por nios.Estn en la penumbra del coche encerrados juntos.Es esta pausa en el movimiento, en el hablar, las falsas miradas en direccin a la monotona exterior, la carretera, la luz, los arrozales hasta el ras del cielo, lo que hace que esta historia calle poco a poco.

El chino ya no le habla a la nia. Como si la dejara. Como si estuviera en la distraccin del viaje. Mira afuera. Ella, en cambio, le mira la mano que est encima del brazo del asiento. El ha olvidado esa mano. Pasa tiempo. Y luego, de repente, sin saberlo del todo, ella se la coge. La mira. La sostiene como un objeto al que nunca antes hubiera visto tan de cerca: una mano china, de un hombre chino. Es delgada, con una ligera inflexin hacia las uas, un poco como si estuviera rota, vctima de una adorable dolencia, tiene la gracia del ala de un pjaro muerto.En el anular lleva una alianza de oro con un diamante insertado en el espesor central del oro.Ese anillo es demasiado grande, demasiado pesado para el anular de esa mano. Esa mano, ella no lo sabe muy bien, debe de ser bella, es ms oscura que el nacimiento del brazo. El reloj que est cerca de la mano, la nia no lo mira. Ni el anillo. Est deslumbrada por la mano. La toca para vep. La mano duerme. Ella no se mueve.Y luego lentamente se inclina hacia la mano.La husmea. La mira.Mira la mano desnuda.Luego bruscamente abandona. Ya no la mira.No sabe si l duerme o no. Suelta la mano. No, no duerme al parecer. No sabe. Le da la vuelta a la mano, con mucha delicadeza, mira la palma de la mano, el interior, desnudo, toca la piel de seda cubierta de un fresco trasudor. Luego vuelve a colocar la cosa en el mismo sitio donde estaba en el brazo del asiento. La acomoda. La mano, dcil, se deja.

No se ve nada del chino, nada, ni el asomo de un despertar. Tal vez duerma.La nia se gira hacia afuera, hacia los arrozales, el chino. El aire tiembla de calor.Es un poco como si ella se hubiera llevado la mano en el sueo y la hubiera conservado all.Deja la mano lejos de ella. No la mira.Se duerme.Est dormida, parece.Ella, en cambio, sabe que no, eso cree, que no. No se sabe.

Dorma el chino? Nunca lo sabr. Nunca lo supo. Cuando ella se haba despertado l la miraba. El la haba visto dormirse y fue entonces cuando ella se despert.No hablan de la mano. Como si nunca hubiera ocurrido. El dice:En qu curso ests?En segundo.Cuntos aos tienes? Ligera vacilacin de la nia.Diecisis aos. El chino duda.Eres muy pequea para diecisis aos.Siempre fui pequea, ser pequea toda mi vida. El la mira muy fuerte. Ella no lo mira. El pregunta:Mientes a veces...?No.Es imposible. Cmo haces para no mentir?No digo nada. El re. Ella dice:Tambin me da miedo la mentira. No puedo evitarlo, como la muerte, un poco lo mismo. Ella aade, afirma:Usted, usted s que no miente.El la mira. Busca. Dice, sorprendido:Es verdad... es curioso...No lo saba?No... haba olvidado o tal vez... nunca lo he sabido. Ella lo mira. Le cree. Dice:Cmo hace para no mentir...?Nada. Ser sin duda porque en mi vida no tengo nada para mentir... no s...Ella tiene ganas de besarlo. El lo ve, le sonre. Ella dice:Se lo habra contado a su madre.El qu? Ella duda, dice:Lo que nos ha pasado.Se miran. Est a punto de decir que no entiende... Dice:S. En seguida. Habramos hablado toda la noche. Ella adoraba este tipo de cosas... inesperadas, se dice, no?S. Tambin se dice de otra manera. El la mira. Dice:Y t... a tu madre... se lo dirs?Nada re, slo la idea... El chino sonre a la nia. Dice:Nada de nada? Nunca?Nada. Nunca. Nada. Ella coge su mano, besa la mano. El la mira con los ojos cerrados. Ella dice:Te has equivocado, no habras contado nada a tu madre.Ella sonre, amable, dulce. Lo mira. El dice:Por lo dems tengo veintisiete aos. Sin profesin...Y adems chino...Adems s... l la mira bien. Qu encantadora eres... Ya te lo han dicho antes? Ella sonre.No.Y guapa. Te han dicho que eras guapa? No, no se lo han dicho. Que era bajita, s, pero guapa, no. Ella dice:No sonre, todava no me lo han dicho. El la mira. Dice:Te gusta que te lo digan...S.El chino re de otra manera. Ella re con l.Nunca te han dicho nada entonces...Nada.Y que te deseaban... te lo han dicho?... No es posible que no, te lo han dicho. La nia no re igual.S... unos gamberros... pero no era nada, se burlaban... Mestizos sobre todo. Nunca franceses. El chino no re. Pregunta:Y chinos?...La nia sonre. Dice, sorprendida:Chinos tampoco nunca, es verdad...Silencio.El chino tiene de repente la sonrisa de un nio.Y a ti te gustan los estudios?Ella se lo piensa, dice que no sabe muy bien si le gustan o no, pero tal vez s, s le gustan. El dice que a l le habra gustado ir a la universidad de letras de Pekn. Que su madre estaba de acuerdo. Que era su padre el que no haba querido. Para esas generaciones de chinos era el francs y el ingls-americano lo que haba que aprender. Olvida, tambin fue a Estados Unidos precisamente para eso, durante un ao.Para ser qu ms tarde...Banquero sonre como todos los varones de mi familia desde hace cien aos.Ella dice que la casa azul es la ms bonita de todo Vinh-Long y Sadec juntos, que su padre debe de ser millonario.El re, dice que los nios, en China, nunca saben a cunto asciende la fortuna del padre.Olvida: todos los aos hace prcticas en las grandes bancas de Pekn. Se lo dice.Ella dice:No en Manchuria?...No. En Pekn. Dice que, para su padre, Manchuria no es lo bastante rica dado el nivel de la actual fortuna de la familia.Cruzan los pueblos del arroz, de nios y perros. Los nios juegan en la carretera entre las hileras de chozas. Los vigilan esos perros, los amarillos y delgados del campo. Una vez pasado el coche, vemos a los padres apartar unas ramas para ver si todava estn todos all, nios y perros.

Es despus del pueblo cuando ella vuelve a dormirse. Siempre te duermes en las carreteras de Camau entre arrozales y cielos cuando tienes un chfer que te lleva.Ella abre los ojos. Vuelve a cerrarlos. Dejan de hablar. Ella le deja hacer. El dice:Cierra los ojos.Ella cierra los ojos como l quiere.Su mano acaricia el rostro de la nia, los labios, los ojos cerrados. El sueo es perfecto l sabe que ella no duerme, lo prefiere.El dice en voz baja, muy lentamente, una larga frase en chino.Con los ojos cerrados ella pregunta qu ha dicho l dice que es sobre el cuerpo de ella... que es imposible decirlo... decir qu es... es la primera vez que le ocurre...La mano se detiene bruscamente. Ella abre los ojos y vuelve a cerrarlos. La mano se reanima. La mano es suave, nunca es brusca, de una discrecin pareja, de una suavidad secular, de la piel, del alma.El tambin ha vuelto a cerrar los ojos al acariciar los ojos de ella, sus labios. La mano abandona el rostro, baja a lo largo del cuerpo. A veces se detiene, aterrada. Luego se retira.La mira.Se gira hacia fuera.Pregunta con la misma suavidad que la de su mano qu edad tiene de verdad.Ella duda. Dice excusndose:Soy todava pequea.Cuntos aos?Ella contesta a la manera de los chinos:Diecisis aos.No sonre l, no es verdad.Quince aos... quince aos y medio... vale? El re.Vale.El silencio.Qu quieres?La nia no contesta. Tal vez no comprenda.El chino no hace la pregunta, dice:El amor, nunca lo has hecho.La nia no contesta. Intenta contestar. No sabe contestar a eso. El hace un movimiento hacia ella. Por su silencio l nota que ella tendra algo que decir. Algo que ella todava no sabra decir y de lo que sin duda ella no conoce sino lo prohibido. El dice:Te pido perdn...Miran hacia fuera.Miran el ocano arrocero de Conchinchina. El llano de agua atravesado por los estrechos caminos rectos y blancos de las carretas de los nios. El infierno del calor inmvil, monumental. Hasta donde alcanza la vista la llanura fabulosa y sedosa del delta. La nia, ella, hablar ms tarde de un pas indeciso, de infancia, de los Flandes tropicales apenas liberados del mar.Atraviesan la inmensidad sin hablar.Y luego ella es quien cuenta: ese pas del sur de la Indochina del sur tena el mismo suelo que el mar y eso durante millones de aos antes de que hubiera vida en la tierra, y que los campesinos siguen haciendo como los primeros hombres, ganar suelo al mar y encerrarlo entre taludes de tierra batida y dejarlo all durante aos y aos para quitarle la sal con el agua de la lluvia y convertirlo en un arrozal prisionero de los hombres para siempre jams. Ella dice:Nac aqu, en el sur, mis hermanos tambin. De modo que nuestra madre nos cuenta la historia del pas.

La nia se ha amodorrado. Cuando despierta, el chino le dice que A.M.S. les ha tomado la delantera. Que era ella quien conduca, que el chfer iba a su lado. La nia dice que a menudo conduce ella misma. Duda y dice:Va a hacer el amor con sus choferes tan bien como con los prncipes cuando visitan Conchinchina, los de Laos, los de Camboya.Y t lo crees.Ella duda an y cuenta:S. Una vez fue con mi hermano pequeo. Lo haba visto en el Crculo, una noche, lo haba invitado al tenis. El fue. Despus fueron a la piscina del parque. Hay all un bungalow con duchas, salas de gimnasia, casi siempre est desierto.El chino dice:As que tal vez sea tambin un rey tu hermano pequeo.La nia sonre. No contesta. Descubre que es cierto, que ese hermano pequeo es un prncipe de verdad. Prisionero en su diferencia para con los dems, solo en ese palacio de su soledad, tan lejos, tan solo que es como si fuera el nacer de cada da, el vivir.El chino la mira:Ests llorando.Es lo que has dicho de Paulo... es tan cierto... El sigue preguntando, bajito:Fue l quien te lo dijo?No. El, lo que es l, no dice nada, casi nada, pero s todo lo que dira si hablara.Ella se acuerda, re mientras llora:Despus ya no quera ir al tenis con A.M.S. a jugar con ella. Tena miedo...De qu...?No s... ella descubre algo. Es verdad... nunca se sabe de qu tiene miedo mi hermano pequeo. No se puede saber de antemano.Qu es lo que tanto te gusta en esta mujer...? Ella busca. Nunca se ha planteado la pregunta. Dice:Creo, la historia.

Atraviesan una zona distinta del trayecto. Los pueblos son ms numerosos, las carreteras, mejores. El coche va muy lentamente.El dice:Vamos a llegar a Cholen. Te gusta Saign o Cholen?Ella sonre:...No conozco ms que los puestos avanzados en la selva... t, s...?S. Me gusta Cholen. Me gusta China. Cholen es tambin China. En Nueva York y en San Francisco, no.Callan. Ha vuelto a hablar con su chfer. Dice a la nia que el chfer sabe dnde est la Pensin Lyautey.Miran afuera, la llegada a la ciudad.

Iban a separarse. Ella recuerda qu difcil, cruel, era hablar. Las palabras eran inencontrables tan fuerte era el deseo. No haban vuelto a mirarse. Haban evitado manos, miradas. Haba sido l quien haba impuesto aquel silencio. Ella dijo que aquel silencio suyo, slo suyo, las palabras eludidas debido a aquel silencio, incluso su puntuacin, su distraccin, aquel juego tambin, lo infantil de aquel juego y de sus llantos, todo aquello habra podido ya sealar que se trataba de un amor.

Siguen en coche todava bastante tiempo. Ya no se hablan. La nia sabe que l ya no dir nada. El sabe que ella por lo mismo tampoco.La historia ya est ah, inevitable ya,La de un amor cegador,Siempre por venir,Jams olvidado.El coche negro se ha detenido delante de la pensin Lyautey. El chfer coge la maleta de la nia y la lleva hasta la puerta de la pensin.La nia baja del coche, va lenta, dcilmente, hacia la misma puerta.El chino no la mira.No miran hacia atrs, ya no se miran. Ya no se conocen.Es el patio de la pensin Lyautey.La luz es menos viva. Es de noche. La copa de los rboles est en el crepsculo. El patio est dbilmente iluminado mediante toda una red de lmparas metlicas verdes y blancas. Los juegos son vigilados.Hay all chicas jvenes, unas cincuenta. Las hay en bancos de jardn, en los peldaos de los pasillos circulares, hay otras que van y vienen a lo largo de los edificios, de dos en dos, charlando y riendo a carcajadas, de todo y de cualquier cosa.Est la del banco, tumbada, la nombrada aqu y en los dems libros con su verdadero nombre, la de la milagrosa belleza a quien ella, ella deseara fea, s, la de ese nombre de cielo, Hlne Lagonelle conocida como la de Dalat. Ese otro amor suyo, de la nia, jams olvidado.Ella la mira y luego, lentamente, le acaricia el rostro.Hlne Lagonelle se despierta. Se sonren.Hlne Lagonelle dice que ms tarde le contar una cosa terrible que ocurri en la pensin Lyautey. Dice:Te esperaba para eso, y luego me he dormido. Llegas antes que de costumbre.En el transbordador encontr a alguien que estaba solo y que me ofreci un lugar en su coche.Un blanco?No. Un chino.A veces son guapos los chinos.Sobre todo los del norte. Como l. Se miran. La nia sobre todo.No fuiste a Dalat?No. Mis padres no pudieron venir a buscarme. No dijeron por qu. Pero no me he aburrido.La nia la mira con atencin, repentinamente inquieta por las ojeras negras debajo de los ojos y por la palidez del rostro de Hlne. Le pregunta:No estars algo enferma?No, pero me siento cansada todo el tiempo. En la enfermera me dieron un tonificante.Qu te han dicho?Que no era nada. La pereza tal vez... o el perodo de aclimatacin... despus de Dalat, que todava dura.La nia intenta superar una especie de inquietud, pero no lo consigue, nunca lo conseguir del todo. La inquietud permanecer hasta su separacin. Hlne Lagonelle muri de tuberculosis en Pau adonde su familia haba vuelto diez aos despus de que ella dejara la pensin Lyautey. Tena veintisiete aos. Haba vuelto de Indochina donde se haba casado. Tena dos hijos. Haba permanecido siempre tan bella. Segn unas tas suyas que llamaron tras la aparicin del libro El amante.

No ibas a contarme algo...?Hlne Lagonelle cuenta enseguida y de un tirn lo que ocurri en la pensin Lyautey.Imagnate, hay una, las vigilantas, la han descubierto, hace de prostituta todas las noches, ah detrs. No nos habamos dado cuenta de nada. Sabes quin es: es Alice... la mestiza.Silencio.Alice... Y con quin va as?Cualquiera... transentes... hombres en coche que se detienen, tambin va con ellos. Van a la zanja detrs del dormitorio... siempre al mismo sitio.Silencio.Los has visto?... Hlne Lagonelle miente:No, me dijeron ellas, las dems, que no vale la pena mirar, que no se ve nada...

La nia pregunta qu dice Alice de esa prostitucin.Dice que le gusta eso... incluso mucho... que a esos hombres no se les conoce, no se les ve, casi nada... y que eso es lo que le gusta... cmo se dice...La nia duda y luego dice la palabra por Alice.Dice: Gozar.Hlne dice que eso es.Se miran y ren por la felicidad de reencontrarse.Hlne dice:Mi madre dice que no hay que decir esta palabra, incluso cuando la entiendes. Que es una palabra de mala educacin. Tu hermano pequeo qu palabra dice?Ninguna. No dice nada mi hermano pequeo. No sabe nada. Sabe que eso existe. Vers, la primera vez que te ocurre... da miedo, crees que te ests muriendo. Pero l, mi hermano pequeo, debe de creer que la palabra queda oculta. Que no hay una palabra adrede para decir las cosas que no se ven.Hblame de tu hermano pequeo.La historia de siempre...?S. Nunca es la misma pero t, t no lo sabes.bamos a cazar juntos en el bosque a la orilla de la desembocadura del rac rac: brazo estancado en la desembocadura de un ro. (N. de la T.). Siempre solos. Y luego una vez ocurri. Vino a mi cama. Los hermanos y las hermanas somos desconocidos los unos para los otros. Eramos todava muy pequeos, siete ocho aos tal vez, vino y Luego volvi todas las noches. Una vez mi hermano mayor lo vio. Le peg. Ah fue cuando empez, el miedo a que l le mate. Fue despus de eso cuando mi madre me llev a dormir con ella en su cama. Pero seguimos igual. Cuando estbamos en Prey-Nop bamos al bosque o a las barcas, por la noche. En Sadec bamos a una aula vaca de la escuela.Y entonces?Entonces cumpli diez aos, luego doce luego trece aos. Y luego una vez goz. Entonces lo olvid todo, fue tan feliz que llor. Yo tambin llor. Era como una fiesta, pero profunda, sabes, sin risas, y que te haca llorar.La nia llora. Hlne Lagonelle llora con ella. Siempre lloraban juntas sin saber por qu, de emocin, de amor, de infancia, de exilio.Hlne dice:Saba que estabas chiflada pero no hasta este punto.Por qu estoy chiflada?No s decirlo pero lo ests, chiflada, te lo juro. Es tu hermano pequeo tal vez, lo quieres tanto... te vuelve loca... Silencio. Y luego Hlne Lagonelle hace la pregunta:Le has contado a alguien ms antes que a m todo eso sobre tu hermano pequeo?A Thanh, una vez. Era de noche, en el coche, bamos a Prey-Nop.Llor Thanh?No lo s, me dorm.La nia se detiene y luego dice an:Adems estoy segura, un da Paulo encontrar a otras mujeres en Vinh-Long, en Saign, incluso blancas, en el cine, en las calles y sobre todo en el transbordador de Sadec naturalmente.Ren.Hlne pregunta a la nia por Thanh, si han hecho el amor juntos o no.La nia dice:No quiso. Se lo he pedido muchas veces pero nunca ha querido.Hlne se pone a llorar. Dice:Te irs a Francia y me quedar sola del todo. Creo que mis padres ya no quieren saber de m en Dalat. Ya no me quieren.Silencio. Y luego Hlne olvida su suerte. Vuelve a hablar de Alice, la que hace el amor en las zanjas. Habla bajito. Dice:No te lo he dicho todo... es que Alice se hace pagar... y muy caro... Lo hace para comprarse una casa. Es hurfana Alice, no tiene parientes, nada, dice que una casa, incluso pequea, ya es algo, para saber dnde meterse. Alice dice: nunca se sabe.La nia cree siempre en lo que dice Hlne. Dice:Creo en lo que dices pero tal vez no es slo por la casa por lo que les hace pagar a los hombres y por lo que vuelven, es que a ellos tambin les gusta. Cunto se hace pagar?Diez piastras. Y cada vez la misma noche.No estn mal diez piastras, no?...Eso me parece... pero no s nada de los precios, Alice s, incluso los precios de las blancas de la Rue Catinat.La nia. Lgrimas le brotan de los ojos. Hlne Lagonelle la coge entre sus brazos, le grita:Qu te pasa?... Es por lo que he dicho?La nia sonre a Hlne. Dice que no es nada, que es cuando se habla de dinero, cosas de su propia vida.Se abrazan y permanecen abrazadas, enlazadas, besndose, callando, querindose fuerte.Y luego Hlne vuelve a hablarle a la nia. Dice:Hay otra cosa que quera decirte, y es que yo tambin soy como Alice. A ella le gusta este tipo de vida. A m tambin me gustara. Estoy segura. Te sealo que yo, yo preferira hacer de prostituta a cuidar de los leprosos...La nia re:Pero qu dices...Aqu todo el mundo lo sabe... menos t. Qu te crees?... Nos obligan a estudiar aparentemente para que encontremos un trabajo cuando dejemos el internado pero es falso. Nos cogen internas para despus enviarnos a los lazaretos, con los leprosos, los apestados, los colricos. Si no, no encuentran a nadie para hacer... eso... La nia re fuerte:Pero te la crees realmente esta historia?Como dos y dos son cuatro me la creo.Siempre te crees lo peor, no?Siempre.Ren. No por ello Hlne Lagonelle pone en duda lo que cuenta Alice.La nia pregunta a Hlne Lagonelle qu ms cuenta Alice sobre esta historia.Hlne dice que Alice lo encuentra todo muy natural. Que no hay dos hombres iguales, dice: como en todas partes y para lo que sea. Que los hay muy muy extraordinarios tambin. Los hay a quienes les da miedo hacerlo. Pero los que ms le gustan a Alice, y tambin hay muchos de sos, son los que le hablan como a otras mujeres, los que la llaman por otros nombres, los que le dicen cosas en lenguas extranjeras. Que tambin hablan de sus mujeres, los hay muchos, de sos. Hay quienes la insultan. Y otros que le dicen que no han querido a otra en toda su vida.Ren, las dos amigas. La nia pregunta:Tiene miedo a veces Alice?De qu tendra miedo?...De un asesino... de un loco... no se sabe, antes...No me lo dijo pero tal vez s un poco... nunca se sabe en este barrio, no?Puede ser. Son los blancos los que lo dicen y ellos en cambio nunca vienen aqu, as que...Hlne Lagonelle mira a la nia, largo tiempo, y luego pregunta:A ti, te da miedo el chino?As as... un poco... pero de quererle tal vez. Tengo miedo de... No quiero querer ms que a Paulo hasta mi muerte.Saba eso... algo como eso...Hlne llora. La nia la toma entre sus brazos y le dice palabras de amor.La nia ya no sabe lo que dice a Hlne. Y Hlne de repente tiene miedo, un miedo terrible por encima de todos los dems, de ocultarse la verdad acerca de la naturaleza de esa pasin que sienten la una por la otra, y que las deja cada vez ms tan solas juntas, dondequiera que se encuentren.

Es la carretera del liceo. Son las siete y media, es por la maana. En Saign. Es el frescor milagroso de las calles despus del paso de las regadoras municipales, la hora del jazmn que inunda la ciudad con su olor tan violento es que marea, dicen algunos blancos recin llegados. Para despus aorarlo cuando abandonan la colonia.

La nia viene de la pensin Lyautey. Va al liceo. A esa hora la Ru Lyautey est casi desierta. La nia es la nica en la pensin en hacer estudios secundarios en el liceo de Saign, as pues en pasar por all.

Es el inicio de la historia. La nia todava no lo sabe.

Y luego, ante ella, de repente, a lo largo de la otra acera, a su izquierda, parada, est la historia, el coche del transbordador, muy largo muy negro, tan bonito, tanto y tambin tan caro, tan grande. Como la habitacin de un gran hotel.La nia no lo reconoce en seguida. Se queda all, parada ante l. Mirndolo. Y reconocindolo. Y luego reconocindole. Y luego vindole, a l, al hombre de Manchuria dormido o muerto. El de la mano, el del viaje.

El hace como si no la hubiera visto.Est all donde estaba, a la derecha en el asiento trasero.Ella lo ve sin tener que mirarle.

El chfer tambin est en su lugar, perfecto, l tambin con la cabeza vuelta hacia el lado opuesto al de la nia quien lentamente, distrada, dirase, est atravesando la calle.

Para ella, la nia, esta cita de reencuentro, en ese lugar de la ciudad, haba quedado siempre como el del inicio de su historia, aqul por el cual se haba convertido en los amantes de los libros que haba escrito.Ella crea, saba que era all, en esa escena exterior, a partir de una especie de conocimiento que haban tenido de su deseo, una vez eliminado todo razonamiento, cuando ya no se prohibieron nada, cuando se convirtieron en amantes.

Tal vez ella dude de que deba hacerlo o tal vez no sepa que ha atravesado ya el espacio de la calle que los separa.No se mueve al principio.Va lentamente hacia l detrs del cristal.Se queda all.Se miran muy rpido, el tiempo de ver, de haberse visto.El coche est en sentido contrario al camino de ella. Ella apoya su mano en el cristal. Luego aparta la mano y apoya la boca en el cristal, besa all, deja su boca all. Sus ojos estn cerrados como en las pelculas.Es como si se hubiera hecho el amor en la calle, haba dicho ella.Igualmente fuerte.El chino haba mirado.A su vez haba bajado los ojos. Muerto del deseo por una nia. Mrtir.

La nia haba vuelto a atravesar la calle. Sin girarse haba retomado el camino del liceo. Haba odo el coche marcharse sin hacer ruido por una carretera corno de terciopelo, nocturna.

Nunca, en los meses que siguieron, hablaron del espantoso dolor de aquel deseo.

El liceo.Ya no hay alumnos en los pasillos. Han entrado todos en las aulas.La nia llega con retraso.Entra en su aula. Dice: Perdneme.El profesor da una clase sobre Louise Lab.Se sonren con la nia.El profesor reemprende la clase sobre Louise Lab se niega a llamarla por su apodo la belle Cordire. Primero da su opinin personal sobre Louise Lab. Dice que la admira enormemente, que es una de las pocas personas en el pasado a quien le hubiera gustado conocer y escuchar leer poesa.El profesor cuenta que, cuando Louise Lab iba a ver a su impresor-librero para entregarle el manuscrito de algunos poemas suyos, ella siempre le peda a una amiga que la acompaara. Esta haba dejado lagunas acerca de este particular al justificar el por qu de ese deseo de quien haba escrito los poemas, de ese hacerse acompaar por otra mujer. El profesor dijo que tal vez ese hacerse acompaar tena valor de autentificacin, sobre todo por parte de una mujer. El profesor deca que se dejaba a los alumnos que vieran en ello lo que quisieran. Un chico dijo que era por el temor de Louise Lab a que los hombres la abordaran por las carreteras. Una chica dijo que era por temor a que le robaran los poemas. La nia dijo que las dos mujeres, Louise Lab y la que la acompaaba, deban de conocerse tan bien que jams Louise Lab se haba planteado la cuestin de saber si se la llevaba o no por sus poemas o por otra cosa.

Es un jueves por la tarde. Casi todas las internas van de paseo.Atraviesan el patio central. Van en filas de dos en dos. Todas con el vestido blanco del equipo del internado, los zapatos de tela blanca, los cinturones blancos y los sombreros igualmente de tela blanca. Lavable.

La pensin se vaca. En cuanto las pensionadas se han ido un abismo de silencio se produce en el patio central, provocado al parecer por la ausencia total y repentina de las voces.

Es un lugar cubierto en la pensin vaca. Es en el ngulo de dos pasillos al que dan el portal y las aulas de la escuela del internado. De ese lugar cubierto llegan voces de jvenes amigas y un aire de baile. Proviene de un fongrafo colocado en el suelo. El aire es un pasodoble muy clsico, el del momento del descabello en las arenas de Espaa. El aire es brutal, de una magnfica escansin popular.Hablan poco salvo de los consejos de la nia para el baile.

Estn descalzas en las baldosas de los pasillos. Llevan vestidos cortos a la moda de entonces, en algodn claro impreso de motivos florales igualmente claros.Son guapas, han olvidado que ya lo saben.Bailan. Son de raza blanca. Han sido dispensadas del paseo reglamentario de las mestizas abandonadas por blancas, por pobres que sean sus familias por simple peticin suya.Hlne Lagonelle pregunta a la nia quin le ense a bailar el pasodoble.Mi hermano pequeo, Paulo.Lo ha aprendido todo, el hermano pequeo.S.El silencio es total cuando cesan las voces.Hlne Lagonelle dice que empieza a querer a Paulo.Dice que no entiende por qu sus padres la dejan all. No estudia, nada. Dice que sus padres lo saben, que intentan deshacerse de ella. Por qu? No lo sabe.No puedo soportar la idea de estar aqu tres aos ms. Prefiero morir. La nia re:Desde cundo ya no lo soportas?Desde que has encontrado al chino. Silencio. La nia suelta una carcajada:Desde hace tres das, entonces?S... pero haba empezado antes, muy fuerte. No es slo por eso. Es tambin porque te ment. Empec a pensar en tu hermano pequeo... por la noche...

Estn en la sombra fresca. Bailan. Algo de sol cae desde una ventana alta como en las crceles, los internados religiosos, para que los hombres no puedan entrar. En un rincn, al sol, estn sus sandalias desabrochadas, tiradas all, de por s turbadoras.Sentado y apoyado contra un pilar del pasillo, hay un joven boy de blanco, uno de los que cantan por la noche cerca de las cocinas los cantos indochinos de la infancia de las jvenes. El las mira. Est inmvil como clavado por esa mirada hacia ellas, las jvenes blancas que bailan slo para l y que lo ignoran.

Hlne Lagonelle le habla bajito a la nia:Hars el amor con el chino?S, creo que s.Cundo?Tal vez dentro de un rato.Lo deseas mucho?Mucho.Tenis una cita?No, pero da lo mismo.Ests segura de que vendr?S.Qu te gusta de l?No s. Por qu lloras, preferas antes?S y no. Desde las vacaciones empec a pensar en tu hermano pequeo para quererle a l. Su piel, sus manos... Y luego hablaste de tus sueos con l. A veces le llamaba por la noche... Y una vez... quera decrtelo...La nia termin la frase de Hlne:...Una vez te pas.S. Te he mentido. Miento y t ni te enteras... te da igual...Silencio. La nia dice:Tienes algo ms que decir, lo s. Hlne abraza a la nia, se esconde la cara con las manos y dice:Me gustara ir una vez con los hombres que van con Alice. Una sola vez. Quera hablarte de esto... La nia grita bajito:No. Tienen sfilis todos.Se muere una de eso?...S. Mi hermano mayor la tuvo, lo s. Lo salv un mdico francs.Entonces, qu ser de m...?Esperars a estar en Francia. O vuelves a Dalat sin decir nada. Y te quedas all. Ya no te mueves de all. Silencio. Se miran. La nia tiene lgrimas en los ojos. Dice:Quisiera decirte algo... es imposible decirlo, pero quisiera que lo supieras. Para m, el deseo, el primer deseo, fuiste t. El primer da. Despus de tu llegada. Era por la maana, volvas de la sala de duchas, completamente desnuda... era como para no crerselo, como si te hubieran inventado...La nia se aleja de Hlne Lagonelle y ellas se miran.Hlne dice:La saba, esa historia...Es que realmente no sabes hasta qu punto eres guapa?Yo, no lo s... pero tal vez... S, s lo soy... mi madre tambin es muy guapa. Entonces sera normal que yo tambin lo fuera, no? Pero es como si la gente me lo dijera para no decir otra cosa... que no soy muy inteligente... y veo la maldad en sus modales...La nia re. Apoya su boca en la de Hlne. Se besan. Hlne dice bajito:T s que eres guapa... Por qu no podr yo mirarme siquiera en un espejo a veces?Tal vez porque eres demasiado guapa... te repele... El pequeo boy de las cocinas sigue mirando el baile de las jvenes francesas que vuelven a besarse una vez ms.

El disco se ha acabado. Se ha terminado el baile.El silencio como el sueo en la pensin desierta.

Luego el ruido del coche llega a la entrada. Las jvenes y el pequeo boy van a la ventana y miran. El Len Bolle est all, parado delante de la puerta de la escuela. El chfer del Len Bolle es visible. Unas cortinillas blancas ocultan los asientos traseros como si aquel coche transportara a un condenado al que no debe verse.La nia sale descalza, los zapatos en la mano, y va hacia el coche. El chfer le abre la puerta.

Estn sentados el uno cerca del otro.No se miran. Es un momento difcil. Como para salir huyendo.El chfer ha recibido rdenes. Arranca sin esperar. Conduce lentamente por la ciudad llena de peatones, bicis, de la multitud indgena de cada da.Llegan a La Cascade. El coche se detiene. La nia no se mueve. Dice que no quiere ir all. El chino no pregunta por qu. Le dice al chfer que vuelva.

La nia se ha sentado junto al hombre chino. Dice muy bajo:Quiero ir a tu casa. Lo sabes. Por qu me has llevado a La Cascade?El la atrae junto a l. Dice:Por imbcil.Ella se queda junto a l, el rostro oculto por l. Dice:Vuelvo a desearte. Te deseo no puedes imaginar cunto... El dice que no debe decir eso. Ella promete. Nunca ms.Y luego l le dice que l tambin la desea, de la misma manera.

Vuelta a atravesar la ciudad china.No miran esa ciudad. Cuando parece que la miran, no miran nada.Se miran sin quererlo. Entonces bajan los ojos. Luego quedan as vindose con los ojos cerrados, sin moverse y sin verse, como si se miraran todava.La nia dice:Le deseo mucho.El dice que ella lo sabe de ella como tambin lo sabe de l.Desvan la mirada hacia afuera.La ciudad china llega hasta ellos con el estruendo de los viejos tranvas, con el ruido de las viejas guerras, de los viejos ejrcitos derrengados, los tranvas van sin dejar de tocar el timbre. Hace un ruido de matraca, como para salir huyendo. Agarrados a los tranvas hay racimos de nios de Cholen. En los techos hay mujeres con bebs embelesados, en los estribos, las cadenas de proteccin de las puertas, hay cestos de mimbre llenos de aves de corral, de frutas. Los tranvas ya no tienen forma de tranva, van embotijados, abollados hasta no parecerse a nada conocido.

De pronto clarea la multitud sin que se entienda en absoluto por qu ni cmo.Ya est. Hay calma. El ruido permanece igual pero se hace lejano. Clarea la multitud. Las mujeres ya no van al galope, estn calmadas. Es una calle de compartimentos como las hay por todas partes en Indochina. Hay fuentes. Una galera cubierta la bordea. No tiene tiendas ni tranvas. En el suelo de tierra batida vendedores del campo descansan a la sombra de la galera. El estruendo de Cholen es lejano, tanto, que esto parece un pueblo en el espesor de la ciudad. Es all en ese pueblo. Es bajo la galera cubierta.Una puerta.El abre esa puerta.Est oscuro.Es inesperado, es modesto. Trivial. Nada.El habla. Dice:No he elegido los muebles. Estaban ah, los conserv. Ella re. Dice:No hay muebles... Mira...El mira y dice bajito que es verdad, que no hay ms que la cama, el silln y la mesa.Se sienta l en el silln. Ella se queda de pie. Lo mira una vez ms. Sonre. Dice:Me gusta la casa as...No se miran. En cuanto l cierra la puerta, de pronto, a la vez, pasan por una especie de desinters aparente. El deseo no asoma, se diluye, luego, brutalmente, vuelve. Ella le mira. No es l quien la mira. Ella es quien lo hace. Ve que l tiene miedo.Es la dulzura de esa mirada de la nia la que transgrede el miedo. Ella es quien quiere saber, quien lo quiere todo, lo mximo, todo, vivir y morir a la vez. La que est ms cerca de la desesperacin y del conocimiento de la pasin debido a ese joven hermano que creci a la sombra del hermano criminal y que quiere cada da morir y a quien cada da, cada noche, ella, la nia, rescata de la desesperacin.El chino dice bajito como si se viera obligado a decirlo:Me he puesto a enamorarme de ti tal vez. En los ojos de la nia cierto temor. Calla. En el caso de una pelcula a partir de este libro, la nia no debera ser de una belleza exclusivamente bella. Sera tal vez peligroso para la pelcula. Hay otra cosa en ella, la nia, algo difcil de evitar, de una curiosidad salvaje, de una falta de educacin, de una falta, s, de timidez. Una especie de Miss Francia en nia hara que toda la pelcula se derrumbara. Ms an: la hara desaparecer. La belleza no hace nada. Lo mira. Es mirada.

Por diversin sin duda, lentamente, sin ruido, ella camina por la garfonnire, mira el lugar amueblado como un hotel de estacin. En cuanto a l, l no lo sabe, no ve esas cosas y ella lo adora por eso. El la mira hacer, explorar el lugar, y no comprende por qu. Cree que ella deja pasar el tiempo, que llena la espera infernal, que ste es el por qu. Dice:Es mi padre quien me regal esto. Se llama garonnire. Los jvenes chinos aqu tienen muchas amantes, es la costumbre.Ella repite la palabra garonnire. Dice que conoce esta palabra, no sabe cmo, de las novelas tal vez. Ya no camina. Se ha detenido ante l, le mira, le pregunta:Tienes muchas amantes?El tuteo de l por parte de ella, de repente, maravilloso.As as... s... de vez en cuando.La mirada de ella va hacia l, muy viva, en una chispa de felicidad, s, eso le gusta. El pregunta:Te gusta que tenga amantes?Ella dice que s. Por qu, no lo dice, no sabe decirlo.La respuesta le sorprende. Ella le da un poco de miedo. Es un momento difcil para l.Ella dice que desea a los hombres cuando stos quieren a una mujer y no son queridos por esta mujer. Dice que su primer deseo fue un hombre as, infeliz, debilitado por una desesperacin amorosa.El chino pregunta: Thanh? Ella dice que no, que l no. El dice:Oye... vmonos... vendremos otra vez... Ninguna respuesta de la nia. El chino se levanta, da unos pasos, le da la espalda. Dice:Eres tan joven... me da miedo. Tengo miedo de no poder... de no alcanzar a dominar la emocin... Entiendes algo?...Se gira hacia ella. Su sonrisa tiembla. Ella vacila. Dice no haber entendido. Pero que entiende un poco... que ella tambin tiene un poco de miedo. El pregunta:No sabes nada.Ella dice que sabe un poco pero que no sabe si es de eso de lo que l quiere hablar. Silencio.Cmo sabras?Por mi hermano pequeo... tenamos mucho miedo de nuestro hermano mayor. Entonces dormamos juntos cuando ramos pequeos... Empez as...Silencio.Quieres a tu hermano pequeo? La nia tarda mucho en contestar: en hablar del secreto de su vida, ese hermano pequeo diferente.S.Ms que... nada en el mundo... ?S.El chino est muy conmovido:El es quien es un poco... diferente de los dems...? Ella le mira. No contesta.Las lgrimas le llegan al borde de los ojos. Sigue sin responder. Pregunta:Cmo sabe usted eso?Ya no s cmo... Silencio. Ella dice:Es verdad que si usted vive en Sadec debe de saber cosas de nosotros.Antes de encontrarte, no, nada. Es despus de lo del transbordador, al da siguiente... mi chfer te haba reconocido.Qu te dijo?... Dime las palabras.Me dijo: es la hija de la directora de la escuela para chicas. Tiene dos hermanos. Son muy pobres. Arruinaron a la madre.El est sumido en una timidez repentina. No sabra decir por qu. Tal vez sea la juventud de la nia lo que de pronto aparece, como un hecho brutal, cabal, inabordable, casi indecente. Su violencia tambin, proveniente de la madre sin duda. En cuanto a ella, ella no puede saber cosas como stas. El pregunta:Es as?Es as. As somos... Cmo lo dijo eso, eso de que arruinaron a mi madre?Dijo que era una historia terrible, que no haba tenido suerte.Silencio. Ella no contesta. No quiere contestar a eso. Pregunta:Podemos quedarnos un poco ms aqu? Hace tanto calor... afuera.El se levanta, enciende el ventilador. Vuelve a sentarse. La ve, la mira. Ella, en cambio, ella no le quita los ojos de encima. Pregunta:No trabajas?No. Nada.Nunca haces nada, nunca... nunca haces algo...Nunca.Ella le sonre. Dice:Dices nunca como si dijeras siempre. La infancia que vuelve: ella se quita el sombrero. Deja caer de sus pies los zapatos, no los recoge. El la mira. Silencio. El chino dice bajito:Es curioso... hasta tal punto... que me gustes...Ella se coloca debajo del ventilador. Sonre al frescor. Est contenta. Ninguno de los dos se da cuenta de que el amor est all. El deseo se distrae todava.Ella va hacia otra puerta que est situada en el lado opuesto a la puerta de entrada. Intenta abrir. Se gira hacia l. Es en la mirada que l sostiene sobre ella en la que se adivinara que va a amarla, que no se equivoca. El est en una especie de continua emocin, de que ella hable o calle. Para l, el amor habra podido empezar all. La nia le llena de miedo y alegra. Ella pregunta:Adonde va esta puerta? El re:A otra calle. Para escaparse. Qu te creas? La nia sonre al chino. Dice:Un jardn. No es eso?...No. Es una puerta para nada. Qu habras preferido?... Ella vuelve, coge un vaso en el borde del fregadero. Dice:Una puerta para escaparse. Se miran. Ella dice:Tengo sed.Hay agua destilada en la heladera al lado de la puerta. Silencio. Luego ella dice:Me gusta cmo est esto.El pregunta cmo ve ella que es aquel lugar.Se miran. Ella vacila, luego dice:Est abandonado ella le mira fuerte y adems huele a tu olor.El la mira caminar, beber, volver. Olvidarle, a l. Y luego recordar. El se levanta. La mira. Dice:Voy a poseerte.Silencio. La sonrisa ha desaparecido del rostro de la nia.Ha palidecido.Ven.Ella va hacia l. No dice nada, deja de mirarle.

El est sentado ante ella que est de pie. Ella baja los ojos. El coge su vestido por el bajo, se lo quita. Luego hace deslizar el slip de nia de algodn blanco. Tira el vestido y el slip encima del silln. Le quita las manos del cuerpo, lo mira. La mira. Ella, no. Ella tiene los ojos bajos, le deja mirar.El se levanta. Ella sigue de pie ante l. Espera. El vuelve a sentarse. Acaricia aunque apenas el cuerpo todava delgado. Los pechos de nia, el vientre. Cierra los ojos como un ciego. Se detiene. Quita las manos. Abre los ojos. Bajito, dice:No tienes diecisis aos. No es verdad.Ninguna respuesta de la nia. Dice: Es un poco temible. No espera respuesta. Sonre y llora. Y ella, ella le mira y piensa con una sonrisa que llora que tal vez se pondr a quererle para toda la vida.Con una especie de temor, como si ella fuera frgil, y tambin con una brutalidad contenida, l se la lleva y la deposita en la cama. Una vez que ella est all, depositada, entregada, l la mira una vez ms y el miedo vuelve a apoderarse de l. Cierra los ojos, calla, ya no quiere saber de ella. Es entonces cuando ella lo hace, ella. Con los ojos cerrados, ella lo desnuda. Botn tras botn, manga tras manga.

El no la ayuda. No se mueve. Cierra los ojos como ella.

La nia. Est sola en la imagen, mira, el desnudo del cuerpo de l tan desconocido como el de un rostro, tan singular, adorable, como el de su mano sobre su cuerpo durante el viaje. Ella le mira una y otra vez, y l se deja, se deja mirar. Ella dice bajito:Es bonito un hombre chino.Lo besa. Ya no est sola en la imagen. El est all. A su lado. Con los ojos cerrados ella le besa. Las manos, las toma, las apoya en su propio rostro. Sus manos, las del viaje. Ella las toma y las pone sobre su propio cuerpo. Y entonces l se mueve, la toma entre sus brazos y rueda despacio por encima del cuerpo delgado y virgen. Y mientras lentamente l lo cubre con su propio cuerpo, sin tocarla todava, la cmara dejara la cama, ira hacia la ventana, se detendra all, sobre las persianas cerradas. Entonces el ruido de la calle llegara ensordecido, lejano en la noche de la habitacin. Y la voz del chino se volvera tan cercana como sus manos.El dice:Voy a hacerte dao.Ella dice que lo sabe.El dice que a veces las mujeres gritan. Que los chinos gritan. Pero que no hace dao ms que una vez en la vida, y nunca ms.El dice que la quiere, que no quiere mentirle: que ese dolor, nunca despus vuelve, nunca ms, que es verdad, que se lo jura.Le dice que cierre los ojos.Que va a hacerlo: poseerla.Que cierre los ojos. Pequea, dice.Ella dice: No, los ojos cerrados no.Que todo lo dems, s, pero no con los ojos cerrados.El dice que s, que debe hacerlo. Por lo de la sangre.Ella no saba lo de la sangre.Hace un gesto para escaparse de la cama.Con su mano l le impide levantarse.Ella ya no vuelve a intentarlo.

Ella deca que recordaba el miedo. Como se acordaba de la piel, de su suavidad. De sta, ahora, asustada.Con los ojos cerrados ella tocaba esa suavidad, tocaba el color dorado, la voz, el corazn que tena miedo, todo el cuerpo retenido encima del suyo, a punto de poner fin a la ignorancia de ella convertida en su nia. La nia de l, del hombre de China que calla y llora y que lo hace con un amor temible que le arranca lgrimas.

El dolor llega al cuerpo de la nia. Al principio es vivo. Luego terrible. Luego contradictorio. Como ninguna otra cosa. Ninguna: es en efecto en el momento en que ese dolor se hace insoportable cuando empieza a alejarse. Cuando cambia, cuando se vuelve tan bueno como para gemir, como para gritar, cuando se apodera de todo el cuerpo, de la cabeza, de toda la fuerza del cuerpo y de la cabeza, y tambin de la del pensamiento, vencido.El sufrimiento abandona el cuerpo delgado, abandona la cabeza. El cuerpo queda abierto hacia el exterior. Ha sido franqueado, sangra, ya no sufre. Ya no se llama dolor, se llama tal vez morir.

Y luego este sufrimiento abandona el cuerpo, abandona la cabeza. Abandona imperceptiblemente toda la superficie del cuerpo y se pierde en una felicidad todava desconocida de amar sin saber.

Ella recuerda. Es la ltima en recordar todava. Oye todava el ruido del mar en la habitacin. Haber escrito eso, lo recuerda tambin, al igual que el ruido de la calle china. Recuerda incluso haber escrito que el mar estaba presente aquel da en la habitacin de los amantes. Haba escrito las palabras: el mar y dos palabras ms: la palabra: simplemente, y la palabra: incomparable.

La cama de los amantes. Duermen tal vez. No se sabe.Ha vuelto el ruido de la ciudad. Es continuo, de un nico flujo. Es el de la inmensidad.El sol est encima de la cama, dibujado por las persianas.Hay tambin mculas de sangre en el cuerpo y las manos de los amantes.La nia se despierta. Le mira. El duerme en el aire fresco del ventilador.

En el primer libro ella haba dicho que el ruido de la ciudad era tan cercano que se oa su roce contra las persianas como si la gente atravesara la habitacin. Que ellos estaban en medio de ese ruido pblico, expuestos all, en ese paso de afuera dentro de la habitacin. Lo dira una vez ms en el caso de una pelcula, una vez ms, o de un libro, una vez ms, lo dira siempre. Y una vez ms lo dice aqu.Podra decirse tambin ah que se queda uno en lo abierto de la habitacin hacia los ruidos de afuera que chocan contra los postigos, los muros, hacia el roce de la gente contra la madera de las persianas. Los de las risas. De las carreras y de los gritos infantiles. De las llamadas de los vendedores de helados, de sanda, de t. Luego de repente los de esa msica americana mezclados con los enloquecedores mugidos de los trenes de Nuevo Mxico, con los de aquel vals desesperado, aquella triste y aeja suavidad, esa desesperacin de la felicidad de la carne.

Ella deca que volva a ver una vez ms el rostro. Que recordaba todava el nombre de la gente, la de los puestos en la selva, de las canciones de moda.El nombre de l, ella lo haba olvidado. T, deca ella.Se lo haban dicho una vez ms. Y de nuevo lo haba olvidado. Despus, prefiri callar otra vez ese nombre en el libro y dejarlo para siempre en el olvido.

Vea todava con claridad el lugar de desamparo, naufragado, las plantas muertas, los muros encalados de la habitacin.El toldo de lona encima de aquel horno. La sangre en las sbanas. Lo recordaba. Y la ciudad siempre invisible, siempre exterior.

El se despierta sin moverse. Duerme a medias. Al verle as parece un adolescente. Enciende un cigarrillo.Silencio.Se acerca a ella, no le dice nada. Ella seala las plantas, habla bajo, muy bajo, sonre, y l, l le dice que ella ya no debe pensar en ellas, que estn muertas desde hace tiempo. Que siempre olvid regarlas. Y que siempre las olvidar. Habla bajo como si la calle pudiera or.Ests triste.Ella sonre y hace una ligera seal:Tal vez.Es porque hicimos el amor de da. Con la noche pasar.El la mira. Ella lo ve. Baja los ojos.Ella le mira tambin. Le ve. Toma distancia. Mira el cuerpo delgado y largo, flexible, perfecto, del mismo tipo de milagrosa belleza que las manos. Dice:Eres guapo como jams haba visto.El chino fija la mirada en ella como si no hubiera dicho nada. La mira, est concentrado slo en eso, mirarla para despus retener en l algo de eso que tiene ante l, esa nia blanca. Dice:Debes de estar siempre un poco triste, no?... Silencio. Ella sonre. Dice:Siempre un poco triste...? S... tal vez... no s...Es por culpa del hermano pequeo...No lo s......Qu es?No es nada... soy yo... soy as...Es lo que dice tu madre?S.Dice el qu?Dice: hay que dejarla tranquila. Es as y lo ser siempre.El re. Callan.El la acaricia una vez ms. Ella vuelve a dormirse. El la mira. El mira a sa que lleg a su casa, a esa visita cada de las manos de Dios, a esa nia blanca de Asia. Su hermana de sangre. Su nia. Su amor. Ya, l lo sabe.Mira el cuerpo, las manos, el rostro, toca. Husmea el cabello, las manos todava manchadas de tinta, los pechos de nia.Ella duerme.El cierra los ojos y con una dulzura magnfica, china, apoya su cuerpo en el de la nia blanca y bajito dice que ha empezado a quererla.Ella no oye.El apaga la luz.La habitacin queda iluminada por la luz de la calle. En caso de pelcula a ttulo de ejemplo.Se rueda en la habitacin iluminada por la luz de la calle. Sobre estas imgenes se retiene el sonido, se lo deja a su distancia habitual al igual que los ruidos de la calle: al igual que el ragtime y el vals. Se rueda a los amantes dormidos, La Novela Popular del Libro.Se rueda tambin la luz pobre, desoladora, de las farolas de la calle.

La garonnire. Es otra noche, otro da.El est sentado en el silln. A su lado la mesa baja. Lleva la bata de seda negra como en las pelculas, como los protagonistas de provincia. Vemos lo que l mira:Ella, la nia.Duerme. Est de cara a la pared, desviada de l, desnuda, esbelta, delgada, encantadora, a la manera de una nia.

Ella despierta. Se miran.Y con esa mirada, la reciprocidad muda de esa mirada, el amor retenido hasta entonces llega a la habitacin. El dice:Te has dormido. Me he duchado.El va a buscarle un vaso de agua. La mira hasta las lgrimas.La mira todo el tiempo, lo mira todo de ella. Ella le devuelve el vaso, l lo deja encima de la mesa. Vuelve a sentarse. La mira una vez ms. Ella en cambio tal vez querra que l siguiera hablando, pero no lo dice. No dice nada. Una vez ms es difcil saber en qu puede estar pensando. El dice:Tienes hambre.Ella balancea la cabeza: tal vez s tenga hambre. S, tal vez sea eso. No lo sabe muy bien. Dice:Es demasiado tarde para salir a cenar.Hay restaurantes de noche. Ella dice:Como quieras.Se miran, luego desvan la mirada. La escena es extremamente lenta. Ella baja de la cama. Va a ducharse.El va. Lo hace por ella, la lava a la manera indgena, con la palma de la mano, sin jabn, muy lentamente. Dice:Tienes la piel de la lluvia como las mujeres de Asia. Tienes tambin las muecas finas, y tambin los tobillos como ellas, es divertido, cmo te lo explicas...?Ella dice:No me lo explico.Se sonren. Vuelve el deseo. Dejan de sonrerse. El la vuelve a vestir. Y luego la mira una vez ms. La mira. Ella, s ella habita ya en el chino. La nia, s la nia sabe eso. Ella le mira y, por primera vez, descubre que un otro lugar siempre ha estado entre ella y l. Desde su primera mirada. Un otro lugar protector, de pura inmensidad, inviolable l. Una especie de China lejana, de infancia, por qu no? que los protegera de todo conocimiento ajeno a ella. Y descubre as que ella, s, ella le protege a l al igual que l a ella, contra acontecimientos como la edad adulta, la muerte, la tristeza de la noche, la soledad de la fortuna, la soledad de la miseria, tanto la del amor como la del deseo.

Ella lo mira todo, inspecciona el lugar, aquella habitacin, aquel hombre, aquel amante, aquella noche a travs de las persianas. Ella dice que es de noche. Aquella ausencia, la del hermano pequeo, que no sabe nada, que nunca sabr nada de la felicidad compartida, ella la mira largo tiempo a travs de las persianas.Dice que es de noche, que hace casi fro de repente.Le mira.Se encuentra en un desamparo insuperable, dice que quiere ver a su hermano pequeo esa misma noche porque l no sabe nada de lo que le ocurre, que est solo.El amante se ha acercado a ella, ha apoyado su cuerpo en el suyo. Dice que sabe lo que le pasa en ese momento, esa desesperacin, esa pena. Dice que es as, a veces, a determinada hora de la noche, ese desasosiego, que sabe cmo se siente uno perdido. Pero no es nada. Que eso le pasa a todo el mundo por la noche cuando no se duerme. Dice que tal vez se amarn, que no se sabe enseguida.Y luego la deja llorar.Y luego ella dice que tal vez tenga hambre.Re con l. Le dice lentamente:Hace ya mucho tiempo que te quera. Nunca te olvidar.El dice que ya oy eso en algn lugar sonre ya no sabe dnde. Dice: Tal vez en Francia.Y luego ella le mira. Mucho tiempo. Su cuerpo adormecido, sus manos, su rostro. Y ella le dice bajito que est loco. Como si le dijera que le quiere.El abre los ojos. Dice que l tambin tiene hambre. Se visten. Salen. El lleva las llaves del coche, no despierta al chfer.Avanzan en un Cholen desierto.

Pasan delante de un espejo de cuerpo entero en la entrada del restaurante.Ella se mira. Se ve. Ve el sombrero de hombre en fieltro palo de rosa con una ancha cinta negra, los zapatos negros desgastados con los estrs, el pintalabios excesivo del transbordador del encuentro.Ella se mira a s misma se ha acercado a su imagen. Se acerca an ms. No se reconoce muy bien. No entiende qu ha pasado. Lo entender aos ms tarde: tiene ya el rostro destruido de toda su vida.El chino se detiene. Abraza a la nia y l tambin la mira. Dice:Ests cansada...No... no es eso... he envejecido. Mrame. El re. Luego se pone serio. Luego le coge el rostro y la mira muy de cerca. Dice:Es verdad... En una noche.Cierra los ojos. La felicidad tal vez.De la profundidad del restaurante llega el ruido atroz de los cmbalos chinos, inimaginable para alguien que no sabe. El chino pide que los instalen en otra sala.Les sealan una pequea sala reservada para las personas poco acostumbradas. All, se oye mucho menos la msica. Las mesas tienen manteles. Hay bastantes clientes europeos, franceses, turistas ingleses. Los mens estn en francs. Los camareros los gritan en chino para los de las cocinas.

El chino pide piel de pato asada con salsa de alubias fermentadas. La nia pide una sopa fra. Ella habla el chino de los restaurantes chinos como una vietnamita de Cholen, no peor.

Re bruscamente cerca del rostro del chino. Le acaricia la cara. Dice:Es divertido la felicidad, viene de golpe, como la ira. Comen. Ella devora. El chino dice:Es curioso, das ganas de llevrsete...Adonde?A China.Ella sonre y hace una mueca.Los chinos... Me gustan mucho los chinos... Sabes?Lo s.Ella dice que le gustara saber cmo su padre se hizo tan rico, de qu manera. El dice que su padre nunca habla de dinero, ni con su mujer ni con su hijo. Pero que sabe cmo empez todo. Se lo cuenta a la nia:Todo empez con los compartimentos. Hizo construir trescientos. Varias calles de Cholen le pertenecen.Tu garonnire es eso...?S. Claro.Ella le mira. Re. El tambin re. Sin duda de felicidad.Eres hijo nico?No. Pero soy el nico heredero de la fortuna. Porque soy hijo de la primera mujer de mi padre.Ella no lo entiende muy bien. El dice que nunca se lo explicar, que no vale la pena.De dnde vienes en China?De Manchuria, ya te lo dije.Est en el norte eso?Muy al norte. Hay nieve all.El desierto de Gobi no est muy lejos de Manchuria.No lo s. Tal vez. Debe de ser otra palabra. Nos fuimos de Manchuria cuando Sun Yat-sen decret la repblica china. Vendimos todas las tierras y todas las joyas de mi madre. Partimos hacia el sur. Lo recuerdo, tena cinco aos. Mi madre lloraba, gritaba, se haba tumbado en la carretera, ya no quera seguir, deca que vivir sin sus joyas, prefera morir...El chino sonri a la nia.Es un genio para los negocios mi padre. Pero una vez ms, cundo y cmo encontr esa idea de los compartimentos, no lo s. Es un genio tambin para las ideas.La nia re. El no le pregunta por qu re.Ella dice:Tu padre, despus, volvi a comprarle las joyas a tu madre?S.Eran qu? ...Jades, diamantes, oro. Son ms o menos siempre iguales las dotes de las chicas ricas en China. Ya no s muy bien... pero tambin haba esmeraldas.Ella re. El dice:Por qu te res de eso?Es el tono cuando hablas de China. Se miran. Y, por primera vez, se sonren. La sonrisa dura mucho tiempo. El ya no tiene miedo. No nos conocemos dice l, el chino. Se sonren una vez ms. El dice:Es cierto... no puedo creer muy bien que ests ah. Qu iba diciendo?Hablabas de los compartimentos...Los compartimentos, recuerdan las cabaas de frica, las chozas de los pueblos. Es mucho menos caro que una casa. Se alquila a precio fijo. No hay sorpresas. Es lo que prefiere la poblacin en Indochina, sobre todo la que viene del campo. La gente, all, nunca queda abandonada, nunca est sola. Vive en la galera que da a la calle... No hay que destruir las costumbres de los pobres. La mitad de los habitantes duerme en las galeras abiertas. Durante el monzn se est fresco, all, es maravilloso.Es verdad que parece como un sueo quedarse afuera para dormir. Y tambin estar todos juntos y separados a la vez.Ella le mira. Re. Todo el tiempo se ren. El se ha vuelto totalmente chino. Est muy feliz, de una felicidad alegre y grave a la vez, demasiado fuerte, frgil. Comen. Beben shum. El dice:Me alegro de que aprecies los compartimentos.

En caso de pelcula, la cmara enfoca a la nia cuando el chino cuenta la historia de China. Tal vez sea un manaco de esta historia. Hay en este exceso una locura que le gusta a la nia. El dice, pregunta:China est cerrada a los extranjeros desde hace siglos, sabes eso?No, ella no lo sabe, dice que sabe muy poco sobre China. Dice que del nombre de ros y montaas, s Sabe un poco, pero todo lo dems, no, nada.El no puede evitar hablar de China.Cuenta que la primera apertura de la frontera la obtuvieron los ingleses en 1842. El pregunta:Sabes eso?Ella no lo sabe. Nada, dice, no sabe nada. El contina:Empez al final de la guerra del opio. La guerra entre los ingleses y los japoneses en 1894 desmiembra China, ahuyenta a los reyes manches. Y la primera Repblica es decretada en 1911. El emperador abdica en 1912. Y se convierte en el primer presidente de la Repblica. A su muerte en 1916 empieza un perodo de anarqua que termina con la toma del poder por el Kuomintang y la victoria del heredero espiritual de Sun Yat-sen, Chang Kai-shek, que dirige actualmente China. Chang Kai-shek lucha contra los comunistas chinos. Sabes eso?Un poco, dice ella. Ella escucha la voz, ese otro idioma francs hablado por China, est maravillada. El contina:Es despus de otra guerra, ya no s cul, al fin, cuando los chinos comprendieron que no estaban solos en la tierra. Aparte de Japn crean estar solos en todas partes sobre la superficie de la tierra, que por todas partes era China. Olvido decirte: desde haca siglos todos los reyes de China eran manches. Hasta el ltimo. Despus ya no fueron reyes, fueron jefes.Aprendiste todo esto dnde?Mi padre, l me ha enseado. Y tambin en Pars le diccionarios.Ella sonre. Dice:Me gusta mucho el francs que hablas cuando hablas de China...Olvido el francs cuando hablo de China, quiero ir rpido, temo aburrir. No puedo hablar de Manchuria en este pas porque aqu los chinos de Indochina vienen todos del Yunn.

Llega la cuenta.La nia le mira pagar. El dice:Vas a llegar tarde a la pensin.Puedo volver como quiero.Sorpresa del chino, discreto. La libertad de la nia le inquieta de pronto. Un sufrimiento intenso, muy joven, surgi en sus ojos cuando sonri a la nia.Ella le mira en silencio. Dice:Ests desesperado. No lo sabes. No sabes estar desesperado. Yo s lo s por ti.Qu desesperacin?La del dinero. Mi familia tambin est desesperada por el dinero. Ocurre lo mismo con tu padre y mi madre.

Ella le pregunta qu hace cuando llega la noche. El dice que va a beber un shum con el chfer en la orilla de los arroyos. arroyos: canales intercomunicados. (N. de la T.) Charlan juntos. A veces cuando vuelven el sol sale.De qu hablan? pregunta ella.El dice: De la vida. Y aade:Yo se lo digo todo a mi chfer.Lo tuyo y lo mo tambin?S incluso lo de la fortuna de mi padre.

Es la pensin Lyautey de noche.El patio est desierto. Hacia el refectorio los jvenes boys juegan a cartas. Uno de ellos canta. La nia se detiene, escucha los cantos. Conoce los cantos del Vietnam. Escucha un momento. Los reconoce todos. El joven boy del pasodoble atraviesa el patio, se hacen una seal, se sonren: Buenas noches.Todas las ventanas del dormitorio estn abiertas debido al calor. Las chicas estn encerradas detrs en las jaulas blancas de las mosquiteras. Apenas se las reconoce. Las luces piloto de los pasillos las vuelven plidas, agonizantes.Hlne Lagonelle pregunta bajito cmo le ha ido, dice: Con el chino. Pregunta cmo es. La nia dice que tiene veintisiete aos. Que es delgado. Que parece haber estado un poco enfermo cuando era pequeo. Pero nada grave. Que no hace nada. Que si fuera pobre sera terrible, no podra ganarse la vida, que morira de hambre... Pero que eso l no lo sabe.Hlne Lagonelle pregunta si es guapo. La nia duda. La nia dice que lo es. Muy, muy guapo? pregunta Hlne. S. La suavidad de la piel, el color dorado, las manos, todo. Dice que es guapo todo l.Su cuerpo, cmo es de guapo?Como el de Paulo dentro de unos aos. Esto es lo que cree la nia.Hlne dice que tal vez sea el opio lo que le quita la fuerza.Tal vez. Es muy rico, afortunadamente, no trabaja, nunca. Es tambin la riqueza lo que le quita la fuerza. No hace ms que el amor, fumar opio, jugar a las cartas... Es una especie de golfo millonario... ya ves...La nia mira a Hlne Lagonelle. Dice:Es divertido, as es cmo le deseo. Hlne dice que cuando habla la nia, ella, Hlne, tambin lo desea, como ella.Cuando hablas de l lo deseo as tambin.Lo deseas mucho?S. Contigo, junto contigo.Se besan. Indecentes hasta las lgrimas, hasta hacer callar las canciones de los jvenes boys que se han acercado a la escalera del dormitorio.Hlne dice:Es a l a quien deseo. Es a l. Lo sabes. T le queras.S. Sigo querindolo.Te ha hecho dao?Mucho.Silencio. Hlne pregunta:Hasta ese punto... no se puede comparar con nada ms, nada?Nada. Pasa muy rpido.Silencio.Ests deshonrada ahora.S. Para siempre. Re: Hecho est.Como por un blanco.S. Igual.Silencio. Hlne Lagonelle llora suavemente. La nia no lo ve. Hlne dice llorando:T crees, t, que yo soportara a un chino?Si te planteas la pregunta, es que no. Enton