Edgar Rice Burroughs - 19 Tarzan

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Edgar Rice Burroughs

La bsqueda de Tarzn

I La princesa Sborov

- Mi querida Jane, conoces a todos. - A todos no, Hazel; pero en el Savoy se ve a todo el mundo. - Quin es esa mujer que est en la segunda mesa a nuestra derecha?, la que ha hablado con tanta cordialidad. Hay algo en ella que me resulta muy familiar... estoy segura de que la he visto antes. - Probablemente. Recuerdas a Kitty Krause? - Ah, s, ahora la recuerdo. Pero iba con un grupo de ms edad. - S, es de una generacin mayor que nosotros; pero a Kitiy le gustara olvidarlo y que todo el mundo lo olvidara tambin. - A ver... se cas con Peters, el rey del algodn, verdad? - S, y cuando l muri le dej tantos millones que no tena suficientes dedos para contarlos; as que la pobre mujer nunca sabr lo rica que es. - Es su hijo el que est con ella? - Su hijo, querida! Es su flamante marido. - Marido? Pero si ella podra ser... - S, claro; pero se trata de un prncipe, y Kitty siempre fue... bueno, ambiciosa. - S, ahora lo recuerdo... era una especie de trepa; pero lleg bastante alto, incluso en el aristocrtico viejo Baltimore, con esos millones de los Peter.Page 1

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- Pero es un alma buena, Hazel. Realmente le tengo cario. Hara cualquier cosa por una amiga, y debajo de ese aspecto de tonta se encuentra un corazn de oro. - Y es tan buena con su madre! Si alguna vez alguien dice que tengo buen corazn... - Chst, Hazel; ah viene. La mujer mayor, seguida por su esposo, se inclin hacia ellas. - Jane, querida -exclam-, me alegro de verte. - Y yo me alegro de verte a ti, Kitty. Recuerdas a Hazle Strong? - Oh, no sers de los Strong de Baltimore! Querida, quiero decir... estoy... qu maravilla... tengo que presentaros a mi esposo, el prncipe Sborov. Alexis, stas son mis queridsimas amigas lady Greystoke y miss Strong. - Ahora lady Tennington, Kitty corrigi Jane. - Oh, querida, qu maravilla! Lady Greystoke y lady Tennington, Alexis, cario. - Encantado -murmur el joven. Sus labios sonrean, pero los ojos le brillaban de un modo turbio, interrogadores, al mirar el rostro adorable de Jane, lady Greystoke. - Os sentis con nosotras? - invit esta ltima-. Por favor. Hace siglos, Kitty, que no hemos tenido una buena charla. - Oh, perfecto... me encantara... quiero decir... parece... gracias, Alexis, cario... t sintate ah. - Bueno, Kitty, debe de hacer un ao que no tengo noticias tuyas, salvo lo que he ledo en los peridicos -dijo Jane. - Entonces, debe de estar muy bien informada de nuestras idas y venidas -observ Sborov, con un poco de irona. - S, la verdad... quiero decir, tenemos un libro entero lleno de recortes de peridicos... algunos horribles. - Pero qu has estado haciendo? - pregunt Jane-. Has vuelto a casa? Estoy segura de que hace un ao que no vas a Londres.Page 2

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- No, hemos estado el ao entero en el continente. Nos lo pasamos de maravilla, verdad, Alexis, cario? Vers, nos conocimos la pasada primavera en Pars; y mi querido Alexis se enamor locamente de m. No aceptaba un no por respuesta, verdad, cario? - Claro que no, mi cielo. - Bueno, ya veis, no es estupendo? Y entonces nos casamos, y desde entonces hemos estado viajando. - Y ahora supongo que vais a instalaros -dijo Jane. - Oh, no, querida. Nunca adivinaras lo que estamos planeando: vamos a ir a frica! - frica! Qu interesante -coment Hazel-. frica! Que recuerdos me trae. - Ha estado en frica, lady Tennington? - pregunt el prncipe. - En el corazn de ella: canbales, leones, elefantes... todo. - Oh, qu maravilla... quiero decir, qu emocionante... y s que Jane sabe todo lo que hay que saber sobre frica. - No tanto, Kitty. - Pero sabes mucho -intervino Hazel. - Yo tambin voy a ir, dentro de poco -dijo Jane-. Vers -aadi, volvindose al prncipe Sborov - , lord Greystoke pasa mucho tiempo en frica. Tengo intencin de reunir me all con l. Ya he reservado pasaje. - Oh, qu maravilla -exclam la princesa-. Quiero decir, podemos ir juntos. Qu idea tan esplndida, cario -apunt el prncipe, iluminndosele el rostro. - Sera estupendo -dijo Jane-, pero, vers, yo voy al interior, y estoy segura de que vosotros... - Oh, querida, nosotros tambin.Page 3

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- Pero Kitty, no sabes lo que dices. No te gustara en absoluto. No hay comodidades, ni lujos; slo suciedad, insectos, apestosos nativos y toda clase de fieras salvajes. - Oh, querida, nosotros... quiero decir, realmente vamos all. Le cuento a lady Greystoke nuestro secreto, cario? El prncipe se encogi de hombros. - Por qu no? Puede que tenga algo ms que un inters pasajero. - Bueno, quiz algn da lo tendr. Todos nos hacemos mayores, cario. - Parece increble pensar... -murmur Alexis medio para s mismo. - Qu has dicho, querido? - le interrumpi su esposa. - Slo iba a decir que tal vez lady Greystoke considere increble la historia. - Bueno, ahora tenis que contrmela -dijo Jane-o Me habis despertado la curiosidad. - S, es verdad, contadla -anim Hazel. - Bueno, queridas, as fue. El ao pasado viajamos mucho en avin, y es una maravilla. Nos encanta, y por eso la semana pasada compramos un aeroplano en Pars. Volamos a Londres en l, pero lo que iba a contaras se refiere a nuestro piloto. Es americano, y ha tenido experiencias de lo ms asombrosas. - Creo que es lo que en Amrica llaman un bandido -dijo Alexis. - Quieres decir un gngster, cario -corrigi la princesa. - O un estafador -sugiri Hazel. - Sea lo que sea, no me gusta -seal Alexis. - Pero cario, tienes que admitir que es un buen piloto. Quiero decir que es una maravilla, y ha estado en frica y tuvo las experiencias ms espantosas. - La ltima vez que estuvo all, sigui la pista de un hechicero que posee el secreto de una asombrosa frmula para recuperar la juventud y provocar la longevidad. Conoci a un hombre que sabe dnde vive ese tipo en el interior; pero ninguno de ellos tena dinero suficiente para organizar una expedicin e ir en su busca. Dice que con este 4 Page

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producto la gente puede ser tan joven como desee y conservarse as para siempre. Oh, no es maravilloso? - Me parece que ese tipo es un canalla -dijo Alexis-. Ha empujado a mi esposa a financiar esta expedicin, y cuando estemos todos en el interior, probablemente nos cortar la garganta y nos robar las joyas. - Oh, cario, estoy segura de que ests equivocado. Brown es la ltima palabra en lealtad. - Puede que lo sea, pero aun as, no veo por qu quieres arrastrarme a frica, con los bichos, y la suciedad; y no me gustan los leones. Jane se ech a rer. - En realidad, podras pasar un ao en frica sin ver un solo len; y te acostumbrars a los bichos y a la suciedad. El prncipe Sborov hizo una mueca. - Prefiero el Savoy -dijo. - Irs con nosotros, querida, verdad que s? - insisti Kitty. - Bueno -dijo Jane con vacilacin-, la verdad es que no lo s. En primer lugar, no s adnde vais. - Vamos a ir en avin directo a Nairobi, Y all nos equiparemos. Querida, para ir a cualquier lugar de frica, primero tienes que ir a Nairobi. Jane sonri. - Bueno, da la casualidad de que all es adonde tengo intencin de ir, de todos modos. Lord Greystoke tiene que reunirse conmigo all. - Entonces, todo arreglado. Oh, no es una maravilla? - Casi me entran ganas de ir -dijo Hazel. - Bueno, querida, estaramos encantados de contar contigo -exclam la princesa Sborov-. Tengo un avin para seis pasajeros. Somos cuatro, y con el piloto y mi doncella, seis.

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- Y mi criado? - pregunt el prncipe. - Cario, no necesitas criado en frica. Tendrs a un chiquillo de color que te lavar la ropa, cocinar para ti y llevar tu arma. Lo he ledo muchas veces en las historias africanas. - Claro -dijo Hazel-, qu amable de tu parte; pero no podra ir. Es imposible. Bunny y yo zarpamos hacia Amrica el sbado. - Pero t s vendrs con nosotros, verdad, Jane, querida? - Bueno, me gustara, Kitty, si puedo tenerlo todo listo. Cundo os marchis? - Queremos irnos la semana que viene; pero, por supuesto, quiero decir... si... - Bueno, s. Creo que puedo arreglrmelas. - Entonces, hecho, querida. Qu estupendo; despegaremos del aerdromo de Croydon el prximo mircoles. - Enviar un cable a lord Greystoke; y el viernes doy una cena de despedida para lord y lady Tennington, y t y el prncipe Sborov tenis que ir. II

Rudo por encima de la tormenta

El Seor de la Jungla se levant en una tosca plataforma cubierta de hojas, construida en la horcadura de dos ramas de un enorme patriarca de la jungla. Se desperez con gusto y largamente. Los rayos oblicuos del sol matinal salpicaban de luz su bronceado cuerpo al filtrarse por el dosel de hojas que se extenda interminable sobre l. El pequeo Nkima se removi y despert. Lanz un grito y de un salto se plant en el hombro del hombre mono y le rode el cuello con sus peludos brazos. - Sheeta! - grit el mono-. Estaba a punto de saltar sobre el pequeo Nkima. El hombre mono sonri. - Nkima ha visto cosas en sueos -dijo.Page 6

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El mono mir alrededor entre las ramas de los rboles y hacia el suelo. Luego, al ver que ningn peligro le amenazaba, empez a bailar y a parlotear; pero entonces el hombre mono le hizo callar y aguz el odo. - Viene Sheeta -dijo-. Viene en la direccin del viento hacia nosotros. No puedo olerlo, pero si Manu tuviera el odo de Tarzn, lo oira. El mono alz una oreja y escuch. - El pequeo Nkima lo oye -afirm-. Viene despacio. Entonces el sinuoso y oscuro cuerpo de la pantera se abri paso a travs de la maleza y apareci a la vista, delante de ellos. - Sheeta no est cazando -dijo Tarzn-. Ha comido y no tiene hambre. Tranquilizado, Nkima empez a lanzar invectivas a la bestia salvaje. El gran felino se detuvo y levant la vista, y cuando vio a Tarzn y a Nkima exhibi sus colmillos, haciendo una mueca enojada. Pero ech a andar de nuevo, porque no quera nada de ellos. Como se senta seguro bajo la proteccin de Tarzn, el pequeo Nkima se puso a la defensiva, como haca siempre en circunstancias similares, cuando la posibilidad de peligro pareca remota. Lanz a su enemigo hereditario todos los eptetos de la jungla que se le ocurrieron, pero como estos no parecan causar impresin alguna en Sheeta, salt del hombro de Tarzn hasta una enredadera colgante con un fruto blando, que ola mal, cogi uno y se lo lanz a la pantera. Por casualidad, apunt bien y el proyectil dio a Sheeta en la parte posterior de la cabeza. Tras lanzar un furioso rugido la bestia se gir en redondo y se lanz hacia el rbol que albergaba a quien lo molestaba. Gritando de terror, el pequeo Nkima huy hacia arriba para refugiarse en las ramas ms pequeas que no aguantaran el peso del gran felino. El hombre mono sonri mirando al mono que hua y despus baj la mirada a la furiosa pantera. Brot de su garganta un rugido bajo, y la otra bestia le devolvi el rugido. Entonces se volvi y se alej en la jungla, sin dejar de rugir.Page 7

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El hombre mono regresaba con calma de una excursin a la regin remota de la gran selva, lejos de sus dominios. Haba odo extraos rumores y haba ido a investigarlos. De las profundidades del interior, en los limites de una llanura sin senderos en la que pocos hombres haban penetrado y de la que algunos jams haban regresado vivos, haba surgido una extraa y misteriosa historia, haca tanto tiempo que el recuerdo de los hombres que an vivan se mezclaba con las leyendas y el folclor de las tribus que habitaban estas tierras hasta el punto de que era aceptada como algo inevitable e inseparable; pero recientemente haba aumentado de forma alarmante la desaparicin de muchachas jvenes, y se haba producido en tribus muy alejadas de la misteriosa regin. Sin embargo, cuando Tarzn investig y quiso resolver el misterio, se lo impidi el miedo y la supersticin de los nativos. Teman tanto al maligno y misterioso poder que les arrebataba a sus jvenes muchachas que no quisieron dar a Tarzn informacin ni ayuda de ninguna clase; y as, disgustado, les haba abandonado a su suerte. Al fin y al cabo, por qu iba a preocuparse el hombre mono? La vida para alguien criado en la jungla es un artculo de poco valor. Se da y se quita sin darle importancia. Uno ama o mata con la misma naturalidad con que duerme o suea. Sin embargo, el misterio de aquello le intrigaba. Desaparecan muchachas jvenes, siempre entre los catorce y los veinte aos. Jams volva a verse ni rastro de ellas. Su destino era un misterio irresoluble. En aquel momento Tarzn ya haba relegado el asunto al fondo de sus pensamientos, pues su activa mente no poda preocuparse por un problema que no le ataa directamente y que, en cualquier caso, pareca imposible de resolver en ese momento. Pas con facilidad de un rbol a otro, alerta sus aguzados sentidos a todo lo que ocurra a su alcance. Como Sheeta haba pasado en la direccin del viento, saba por el volumen decreciente del rastro de olor del gran felino que la distancia que los separaba era cada vez mayor, prueba de que Sheeta no les estaba siguiendo. Desde muy lejos, ahogado por la distancia, se oy el rugido de Numa, el len; y ms en el interior de la jungla bramaba Tantor, el elefante. El aire matinal, los ruidos y olores de su amada jungla, llenaron de gozo al hombre mono. Si hubiera sido una criatura de otro ambiente, tal vez habra silbado o cantado o gritado, como un vaquero lleno de felicidad; pero los que se han criado en la jungla no son as. Ocultan sus emociones y se mueven siempre sin hacer ruido, pues as prolongan su precaria vida.Page 8

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El pequeo Nkima, brincando en ocasiones a su lado, en otras en lo alto de los rboles, recorra muchas veces la distancia de su amo, malgastando mucha energa, mientras, a salvo con la proteccin de su benefactor, insultaba a todos los seres vivos con que se cruzaba. Sin embargo, cuando vio que su amo se detena, olisqueaba el aire y escuchaba, el pequeo Nkima se dej caer en silencio sobre uno de sus bronceados hombros. - Hombres -dijo Tarzn. El monito husme en el aire. - Nkima no huele nada -seal. - Tarzn tampoco -dijo el hombre mono-, pero los oye. Qu le ocurre al odo del pequeo Nkima? Se est haciendo viejo? - Ahora Nkima los oye. Tarmangani? - pregunt. - No -respondi Tarzn-. Los tarmangani hacen ruidos diferentes: el crujir del cuero, el traqueteo de un equipo excesivo. Estos son gomangani, se mueven sin hacer ruido. - Los mataremos -dijo Nkima. El hombre mono sonri. - Qu bien para la paz de la jungla que no tengas la fuerza de Bolgani, el gorila; aunque quiz si la tuvieras no estaras tan sediento de sangre. - Puaf, Bolgani -exclam Nklma con desdn-. Se esconde en los matorrales y huye corriendo al primer ruido que oye. El hombre mono cambi de direccin hacia la derecha y efectu un gran crculo a travs de los rboles hasta que lleg a un punto en que Usha, el viento, poda llevar el rastro de olor de los extraos hasta l. - Gomangani -dijo. - Muchos gomangani -seal Nkima, nervioso-. Son como las hojas de los rboles. Marchmonos. Matarn al pequeo Nkima y se lo comern. - No son tantos -replic Tarzn-, no ms de los dedos de mis dos manos; un grupo de Page9

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caza, quiz. Nos acercaremos un poco. Acercndose a los negros por detrs, el hombre mono rpidamente cubri la distancia que les separaba. El rastro de olor se hizo ms fuerte. - Son amigos -dijo-. Son los waziri. Las dos criaturas de la jungla avanzaron entonces en silencio, hasta que alcanzaron a una hilera de guerreros negros que seguan en silencio el sendero de la jungla. Entonces Tarzn les habl en su lengua. - Muviro -pregunt-, qu lleva a mis hijos tan lejos de su regin? Los negros se detuvieron y se giraron en redondo, mirando hacia los rboles de los que haba parecido proceder la voz. No vieron nada, pero conocan la voz. - Oh, bwana, qu bien que hayas venido -dijo Muviro-. Tus hijos te necesitan. Tarzn se dej caer al sendero entre ellos. - Acaso le ha ocurrido algo malo a alguno de los mos? - pregunt, mientras los negros se agolpaban a su alrededor. - Buira, mi hija, ha desaparecido -dijo Muviro-. Fue sola hacia el ro, y es la ltima vez que la hemos visto. - Quiz Gimla, el cocodrilo... -sugiri Tarzn. - No, no fue Gimla. Haba otras mujeres en el ro. Buira no lleg al ro. Hemos odo historias, bwana, que nos llenan de terror por nuestras muchachas. Hay algo malo en ello, bwana, y misterioso. Hemos odo hablar de los kavuru. Quiz son ellos; vamos en su busca. - Su regin se halla muy lejos -dijo Tarzn-. Vengo precisamente de un lugar que se supone que est cerca, pero los de all son unos cobardes. Tuvieron miedo de decirme dnde podra encontrar a los kavuru, aunque sus muchachas han sido raptadas por esa gente desde hace tanto tiempo que ningn hombre recuerda cundo empez. - Muviro los encontrar -afirm el negro, tenaz-. Buira era una buena hija. No era como otras muchachas. Encontrar a los que la robaron y los matar.Page 10

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- Y Tarzn de los Monos te ayudar -dijo el hombre mono-. Has encontrado el rastro de los ladrones? - No hay rastro -respondi Muviro-. Por eso sabemos que fueron los kavuru; no dejan rastro. - Muchos creemos que son demonios -seal otro guerrero. - Hombres o demonios, los encontrar y los matar -replic Muviro. - Por lo que s -dijo Tarzn-, estos bukena viven cerca de los kavuru. Ellos han perdido a casi todas sus muchachas. sta es la razn por la que se cree que viven muy cerca de los kavuru, pero no quisieron ayudarme. Tenan miedo. Sin embargo, iremos primero a los craales de los bukena. Yo puedo viajar ms deprisa; as que me adelantar. En cuatro jornadas de marcha, quiz tres si nada os detiene, deberais estar all. Entretanto, puede que Tarzn se haya enterado de ms cosas. - Ahora que el gran bwana est conmigo, mi corazn vuelve a ser feliz -dijo Muviro-, pues s que encontraremos a Buira y me ser devuelta, y que los que se la llevaron sern castigados. Tarzn levant la mirada a los cielos y olisc el aire. - Se avecina una tormenta, Muviro -dijo-. Viene de donde Kudu, el sol, se acuesta por la noche; tendrs que caminar directamente hacia ella, y te retrasar. - Pero no nos detendr, bwana. - No -coincidi Tarzn-. Se precisa algo ms que Usha, el viento, y Ara, el rayo, para detener a los waziri. - Usha ya est extendiendo su velo de nubes por la cara de Kudu, ocultndolo a su gente. Unas nubes desgarradas se deslizaban rpidamente por el cielo, y en la distancia, lejos al Oeste, reson el trueno. El hombre mono se qued con la cabeza echada hacia atrs, contemplando el impresionante espectculo de la tormenta que se iba preparando. - Ser una tormenta mala -dijo, meditabundo-. Mirad lo asustadas que estn las nubes. Han huido en estampida como una gran manada de bfalos, temerosas de los rugidos del dios del trueno que las persigue. Page 11

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El viento ahora azotaba las ramas ms altas de los rboles. El trueno se iba acercando y aumentaba su violencia. A medida que las nubes se iban haciendo densas en el cielo, una lbrega oscuridad cubri la jungla. Destell el rayo. El trueno reson terrorficamente, y entonces empez a caer la lluvia. Llova a mares, y los rboles se inclinaban por el peso del agua, y en lo alto Usha gritaba como un alma perdida. Los once hombres se pusieron en cuclillas, encogiendo los hombros para protegerse de la lluvia, esperando a que pasara la furia inicial de la tormenta. Permanecieron sentados all media hora, y la tormenta segua rugiendo sin calmarse. De pronto, el hombre mono aguz el odo y, un instante despus, varios de los negros levantaron los ojos al cielo. - Qu ocurre, bwana? - pregunt uno, temeroso-. Qu hay en el cielo que gime y se lamenta? - Se parece mucho a un aeroplano -respondi Tarzn-, pero qu puede hacer aqu un aeroplano no lo entiendo. III

Sin gasolina

El prncipe Alexis asom la cabeza en el compartimiento del piloto. Su semblante, cubierto de una palidez verdosa, reflejaba aprensin, si no autntico miedo. - Corremos algn peligro, Brown? - grit por encima del rugido del tubo de escape y de la hlice-. Crees que puedes sacarnos de aqu? - Por el amor de Dios, cllese -espet el piloto-. No tengo ya suficientes problemas sin que me haga estpidas preguntas cada cinco minutos? El hombre que iba en el asiento de al lado del piloto pareca horrorizado. - Chist -previno-. No debera hablar as a su alteza, amigo. Es muy poco respetuoso. - Tonteras -espet Brown. El prncipe regres tambalendose a su asiento de la cabina. Casi logr mostrar una dignidad ofendida cuando en aquel momento una corriente de aire sacudi el aparato y12 Page

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le hizo perder el equilibro, de modo que fue un prncipe muy enojado el que se recost torpemente en su asiento. - Abrchate el cinturn de seguridad, cario -le indic su princesa-. En cualquier momento podemos volcar. Quiero decir, de veras, has visto alguna vez algo tan terrible? Oh, ojal no hubiramos venido. - Opino igual-gru Alexis-. Yo no quera venir, y si alguna vez vuelvo a poner los pies en el suelo, lo primero que har ser despedir a ese insolente palurdo. - Creo que, dadas las circunstancias -dijo Jane-, deberamos pasar por alto toda actitud idiosincrsica que ese hombre manifieste. l tiene toda la responsabilidad. Debe de estar bajo una tensin nerviosa terrible; e, independientemente de todo lo dems, creo que tendris que admitir que hasta ahora ha demostrado ser un piloto esplndido. - Annette, mis sales, por favor -grit la princesa Sborov con voz dbil-. Estoy segura de que voy a desmayarme. - Caramba, qu viaje! - exclam Sborov-. Si no fuera por ti, querida dama, me volvera loco. T pareces la nica del grupo que conserva la calma. No tienes miedo? - S, claro que tengo miedo. Llevamos una eternidad volando en medio de esta tormenta, pero ponerse nervioso no nos servir de nada. - Pero cmo puedo evitar poner me nervioso? Cmo podra nadie evitar estar nervioso? - Fjate en Tibbs -dijo Jane-. l no est nervioso. Est tranquilo como si no pasara nada. - Bah! - exclam Sborov-. Tibbs no es humano. No me gustan estos ayudas de cmara ingleses; no tienen corazn, ni sentimientos. - En realidad, querido -aadi la princesa-, creo que es perfecto; un autntico caballero de caballeros. Un ntido rayo quebr las oscuras nubes que les rodeaban. Rugi el trueno. El aparato de pronto cay violentamente sobre un ala y descendi en picado. Annette lanz un grito; la princesa Sborov se desmay. El avin gir una vez ms antes de que Brown pudiera enderezarlo, lo que consigui con esfuerzo. - Vaya! - exclam.Page 13

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- Dios mo! - dijo Tibbs. La princesa Sborov estaba desplomada en su asiento. Sus sales aromticas haban cado al suelo. El sombrero le tapaba un ojo; se haba despeinado. Alexis no hizo ademn de acudir en su ayuda. - Mejor te ocupas de la princesa, Annette -aconsej Jane-. Creo que necesita atencin. No hubo respuesta. Jane se volvi para ver por qu la muchacha no haba respondido. Annette se haba desvanecido. Jane mene la cabeza. - Tibbs -llam-. Venga aqu y ocpese de la princesa y de Annette. Voy a ir a sentarme con Brown. Tibbs entr de mala gana en la cabina y Jane ocup el asiento junto al piloto. - Esto ltimo ha sido fuerte -coment-. Realmente crea que nos estrellbamos. Ha manejado el aparato magnficamente, Brown. - Gracias -dijo l-. Sera ms fcil si todos fueran como usted. El resto me saca de quicio. Aunque -aadi- Tibbs no est tan mal. Supongo que es demasiado tonto para tener miedo. - Tiene autnticos problemas con el aparato, verdad, Brown? - pregunt Jane. - S -respondi el piloto-. No quera decrselo a los otros. Se habran puesto como locos. Llevamos demasiada carga. Se lo dije a la dama antes de despegar; pero ella se ha obstinado en traerlo todo menos el fregadero de la cocina, y ahora no consigo elevar el aparato. Esta es la razn por la que no puedo pasar por encima de la tormenta, slo puedo sortearla sin tener idea de dnde estamos ni en qu direccin vamos; y en Africa hay montaas, algunas condenadamente altas. - S, lo s -dijo Jane-. Pero debe de tener alguna idea de dnde nos encontramos; tiene brjula, y conoce la velocidad del aire. - S -aadi el hombre-, tengo brjula y conozco la velocidad del aire; pero hay otra cosa que el resto ser mejor que no sepa. La brjula se ha vuelto loca. - Quiere decir...?Page 14

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- Quiero decir que estamos volando a ciegas en esta sopa de guisantes sin brjula. - Qu vamos a hacer? - Si pudiramos llegar al compartimiento del equipaje, podramos tirar todos los trastos -respondi-, pero no podemos, y ya est. - Y entretanto, podemos chocar contra una montaa en cualquier momento, no es as? - As es, seorita -dijo el piloto-, o quedarnos sin gasolina y tener que descender, lo cual probablemente sera tan malo como chocar contra una montaa. - No hay otra forma de escapar? - pregunt ella. Su voz era calmada y sus ojos no reflejaban miedo. - Bueno, tengo un plan que me gustara que saliera bien -respondi l, y se volvi a ella con una sonrisa. - De qu se trata, Brown? - Bueno, no podemos llegar hasta los trastos para echarlos por la borda, pero el prncipe debe de pesar unos ochenta kilos. Eso ayudara un poco. Jane apart la cara para ocultar una sonrisa, pero evidentemente l la vio. - Crea que le gustara la idea -dijo l. - No deberamos bromear con este tema, Brown -le rega ella. - Supongo que no podemos evitarlo -apunt l-. Los dos tenemos ese sentido del humor americano. - Disponemos realmente de tan poco combustible, Brown? - pregunt Jane. - Mire -el piloto seal el indicador del salpicadero-. Tenemos suficiente para aproximadamente una hora. - Y no hay paracadas. - Ni uno. La mayora de la gente no se molesta en cogerlos para este tipo de viaje.Page 15

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Ella mene la cabeza. - Esto pinta mal, verdad? Pero ser mejor que no les digamos a los dems lo realmente mala que es la situacin. No pueden hacer nada. - Nada -dijo l, con una sonrisa irnica-, a menos que quieran rezar. - Me parece que ya lo hemos hecho. qu piensa hacer?, seguir volando hasta que se acabe el combustible? - No, claro que no. Si en media hora no encuentro un agujero en esta confusin, voy a descender e intentar pasar por debajo. No ocurrir nada, si no estamos sobrevolando montaas. Eso es lo nico que temo. Entonces puede que encuentre un lugar donde aterrizar, pero estoy esperando a encontrar un agujero. Primero me gustara mirar abajo. - Jane! Jane! - Era un grito quejumbroso procedente de la cabina-. Oh, querida, dnde estamos? Quiero decir, estamos todos muertos? Jane mir atrs. Tibbs haba recuperado las sales aromticas perdidas y haba logrado aplicar una dosis de primeros auxilios a la princesa. Annette haba recuperado el conocimiento y estaba llorando histrica. El prncipe estaba sentado tenso y con el rostro ceniciento, con gotas de sudor en la frente. Era evidente que estaba muerto de miedo. Mir a Jane a los ojos. - Hay alguna esperanza? - pregunt-. Brown ha dicho algo? - No nos pasar nada si puede encontrar una abertura en las nubes -respondi ella-. Es lo que est buscando. - Si tuviramos un piloto decente, no nos habramos metido en esto -ru el prncipe-. Como te dije, Kitty, deberas haber contratado a un buen piloto francs. Estos americanos no saben nada de aviacin, y adems t no sabes nada de este tipo, Brown. - Supongo que ese tipo nunca ha odo hablar de los hermanos Wright o de Lindbergh -murmur Brown. - Djele decir -cort Jane-. Todos nos hallamos bajo una terrible tensin nerviosa, y no se nos ha de tener en cuenta lo que digamos o hagamos. - No parece que est usted muy preocupada, seorita -apunt Brown.Page 16

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- Bueno, somos as -dijo ella- y no podemos evitarlo tampoco. Que pueda disimularlo no significa que no est muerta de miedo. - Es buena persona, sin duda -coment Brown-. Tiene agallas, y no me importa decirle que no me siento como una nia pequea que va a su primera excursin. Se me ocurren muchsimas cosas que preferira hacer en lugar de estrellarme en medio de frica. - Qu ha dicho? - pregunt Sborov-. Vamos a estrellarnos? Mira dnde me has metido, vieja idiota -grit enojado volvindose a su esposa-. T y tu rejuvenecimiento y la eterna juventud. Caramba! Te has hecho estirar la cara tantas veces que podran arrestarte por exhibicin impdica. La princesa Sborov ahog un grito. - Alexis! - exclam, y rompi a llorar. - Oh, por qu vine? - gimi Annette-. Yo no quera venir. Tengo miedo. No quiero morir. Oh, mon Dieu, slvame! Slvame! - Tenga, seora, pruebe otra vez las sales aromticas -dijo Tibbs. - Bonito grupo -observ Brown-. Quiz creen que yo me estoy divirtiendo. - Cuando nos hallamos en grave peligro, en quien ms pensamos es en nosotros mismos -coment Jane. - Supongo que s. Ahora estoy pensando ms en m que en nadie; pero tambin pienso en usted, en Annette y en Tibbs. Merecen salvarse. En cuanto a los otros dos, me gustara arrojarles por la borda; pero creo que le en algn sitio que hay una ley que lo prohbe. - S, creo que s -dijo Jane sonriendo-. Pero de veras, Brown, sabe que tengo la sensacin de que nos sacar de este apuro? - Es la primera muestra de aliento que he tenido -dijo l-. Y sin duda har todo lo posible para salir de esto. Todo depende de lo que haya debajo de esta confusin. Si hay algn techo, tendremos una oportunidad; yeso es lo que espero. - Ruego por ello.Page 17

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- Voy a empezar ahora. Har descender el aparato despacio. - A doscientos cincuenta kilmetros por hora. - Bueno, no perderemos altura tan deprisa. El aparato encontr una corriente descendente y cay treinta metros de golpe. Los gritos de la princesa Sborov y Annette, la doncella, se mezclaron con las maldiciones de Alexis. Jane ahog un grito. - Bueno, esta vez hemos bajado muy rpido -dijo. - Pero cuando cae as, puedes estar seguro de que no ests en el suelo. El aire tiene que tener algn sitio adonde ir. No puede atravesar la tierra; as que nunca te lleva hasta abajo. Durante unos tensos minutos los dos permanecieron en silencio. Luego, de pronto. Jane lanz una exclamacin. - Mire, Brown -grit-. rboles! Estamos debajo. - S -confirm l-. y nos quedan ciento cincuenta metros, pero... Ella le mir con aire interrogador. - No estamos mucho mejor, verdad? Cunto combustible nos queda? - Oh, tal vez para quince o veinte minutos, y no es necesario que le diga... bueno, no parece mal. - Slo hay selva -dijo ella-, ningn lugar para aterrizar. - Puede que encontremos un claro, y, crame, tampoco tiene que ser Croydon. - Y si no encuentra ningn claro? El piloto se encogi de hombros. - Tendremos que aterrizar en las copas de los rboles -dijo-. Hay bastantes probabilidades de que no nos matemos todos. - Se volvi y mir hacia la cabina-. Tibbs, Page 18

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sintese y abrchese el cinturn de seguridad. Pnganse la manta y la almohada delante de la cara. Dentro de unos minutos voy a efectuar un aterrizaje forzoso. Les avisar. Si se protegen la cara, puede que no resulten heridos. Nadie abri la boca. La princesa gimi y Annette solt un sollozo. - Hace un viento terrible, verdad? - dijo Jane-. Mire cmo se doblan las copas de esos rboles. - S -confirm l-, y en cierto modo puede sernos til. El viento reducir mucho nuestra velocidad de tierra; y si puedo enganchar la cola en esos rboles, puede que aterricemos en ellos fcilmente y quedemos colgados. - Sabe que esas copas pueden estar a sesenta metros del suelo o incluso ms? - S -respondi l-, supongo que s, pero no creo que los atravesemos; parecen demasiado espesos. Y si hago descender el aparato despacio, las alas y el fuselaje quedarn atrapados y lo sostendrn. Creo que tenemos una oportunidad. El aparato descendi unos metros por encima de los rboles durante varios minutos. No haba, seales de ningn claro; ninguna interrupcin de aquellas olas verdes que se mecan con fuerza. - Ya nos hemos quedado sin gasolina -dijo Brown, y con gesto mecnico cerr el interruptor. Luego, se volvi una vez ms hacia la cabina-. Sujtenlo todo -aadi-; voy a descender. IV

En el craal de Udalo

El aparato se dirigi hacia el mar de follaje verde que, abajo, se balanceaba enrgicamente. Caa una cortina de agua que golpeaba los cristales de la cabina. Los rayos hendan la oscuridad bajo las negras nubes. Retumbaban los truenos. Brown baj en picado, directo a la boca de la tormenta. La fuerza del viento sostuvo el aparato hasta que pareci cernirse sobre las copas de los rboles y el piloto lo nivel justo por encima de ellos; y mientras el aparato se nivelaba, hizo descender la cola con brusquedad. Hubo un estruendo de madera hecha astillas, el ruido de tejido desgarrado cuando el avin cay de morro en las ramas que se balanceaban y se rompan. Y por encima del ruido de la tormenta y del estrpito del aparato se oan los gritos y maldiciones de los aterrorizados pasajeros de la cabina. Page 19

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Pero por fin todo haba terminado. Tras una sacudida final, el avin se qued quieto. Luego, durante un tenso y terrible momento, silencio. Brown se volvi hacia la chica que estaba a su lado. - Est usted herida, seorita? - pregunt. - Creo que no -respondi ella-, slo aturdida. Ha sido terrible, no? l se volvi entonces y mir hacia la cabina. Los cuatro pasajeros colgaban sujetos por sus cinturones de seguridad en diferentes posturas. - Estn bien ah atrs? - pregunt-. Cmo ests, Annette? - Haba una nota de mayor preocupacin en la voz de Brown. - Oh, mon Dieu! - gimi la joven francesa-. Ya, estoy muerta. La princesa Sborov se quej. - Oh, qu horrible! Por qu no hace alguien algo por m? Por qu nadie me ayuda? Annette! Alexis! Dnde estis? Me estoy muriendo. Dnde estn mis sales aromticas? - Te acordars de esto -gru Alexis-, arrastrarme as a una disparatada aventura como sta. Me extraa que no nos hayamos matado todos. Si hubiramos tenido un piloto francs, no habra ocurrido. - No seas estpido -espet Jane-. Brown ha manejado el aparato magnficamente. Alexis se volvi a Tibbs. - Por qu no haces algo, idiota? Vosotros, los ingleses y los americanos, sois todos iguales... estpidos, tontos. Para empezar, yo quera un ayuda de cmara francs. - S, seor -dijo Tibbs-. Lamento mucho que no lo consiguiera, seor. - Bueno, cllate y haz algo. - Qu quiere que haga, seor?Page 20

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- Caramba! Cmo quieres que lo sepa? Pero haz algo. - Lo siento, seor, pero no soy ni una cabra monts ni un mono. Si me desabrocho este cinturn de seguridad, aterrizar sobre su cabeza, seor. - Espera un momento -grit Jane-. Ver lo que se puede hacer. Se desabroch el cinturn de seguridad y trep para llegar a la cabina. El aparato se haba posado en un ngulo de unos cuarenta y cinco grados con el morro hacia abajo, pero Jane avanz fcilmente hasta la cabina, y Brown la sigui de cerca. La joven acudi primero en ayuda de la princesa Sborov. - Ests de verdad gravemente herida, Kitty? - pregunt. - Estoy partida en dos; s que me he roto todas las costillas. - T nos metiste en esto, Brown -espet Alexis-. Ahora scanos de aqu. - Oiga -dijo el americano-, puede que sea mejor estar dentro que fuera, porque cuando estemos en tierra, yo no ser el piloto. Entonces no tendr ninguna responsabilidad, y no aceptar ninguna orden de usted. - Has odo eso, Kitty? - pregunt Alexis-. Te quedars ah sentada y dejars que un sirviente me hable de ese modo? Si no lo despides, lo har yo. Brown resopl. - No me haga rer. Usted no me contrat, pequeo enano, y no me despedir. - No sea descarado, joven -grit Alexis, con voz temblorosa-. Olvida quin soy. - No, no olvido quin es; usted no es nada. En el pas de donde procede, la mitad de taxistas son prncipes. - Vamos, vamos -espet Jane-. Dejen de discutir. Tenemos que averiguar si alguien ha resultado herido de verdad. - Sacadme de aqu -pidi la princesa Sborov-. No puedo soportarlo ms. - Sera una tontera intentar salir ahora -dijo Jane-. Mira la tormenta. Estaremos ms a salvo y mucho ms cmodos aqu, en el avin, mientras dure la tormenta.Page 21

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- Oh, nunca saldremos de aqu. Las copas de los rboles estn muy arriba -gimi Annette. - No te preocupes, hermana -dijo Brown para tranquilizarla-. Encontraremos la manera de bajar de aqu cuando pase la tormenta. El aparato est bien sujeto, no caer ms, as que ser mejor que nos quedemos sentados como dice lady Greystoke y esperemos a que deje de llover y pare el viento. Tibbs mir hacia el cielo por la ventanilla de su lado. - No parece que est amainando -coment. - Estas tormentas ecuatoriales a menudo acaban tan rpidamente como han empezado -dijo Jane-. Puede que todo haya terminado y el sol brille dentro de media hora. Lo he visto centenares de veces. - Oh, nunca dejar de llover; s que no parar -se quej la princesa-. y no veo cmo vamos a salir de aqu si lo hace. Esto es terrible, quiero decir, ojal nunca hubiera venido. - Llorar ahora. Kitty, no servir de nada -dijo Jane-. Lo que tenemos que hacer es intentar ponernos cmodos y sacar el mejor partido de la situacin hasta que la tormenta amaine y nos permita salir. Brown, coja un par de esos cojines de asiento y pngalos en el suelo, delante de la princesa. Despus le desabrocharemos el cinturn de seguridad y podr darse la vuelta y sentarse en el suelo con la espalda apoyada en el compartimiento del piloto. - Djeme que la ayude, milady -dijo Tibbs, mientras se desabrochaba el cinturn y se deslizaba hacia delante. - El resto ser mejor que hagan lo mismo -apunt Brown-. Desabrchense los cinturones y sintense en el suelo con la espalda apoyada en el asiento de delante. Con cierta dificultad y mucho llanto la princesa Sborov por fin se encontr en una posicin ms confortable; y los dems, siguiendo la sugerencia de Brown, se acomodaron lo mejor que pudieron para la espera, larga o corta, hasta que la tormenta amainara. Tarzn y los waziri se agazaparon en la escasa proteccin que pudieron encontrar hasta que la tormenta se calmara. Cuando estaba en pleno apogeo, era una fuerza contra la que era una tontera que el hombre luchara a menos que la necesidad fuera grande. Page

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Antes, cuando Tarzn haba odo el rugido del motor del avin, aun a pesar del ruido de la tormenta, le haba resultado evidente que el aparato volaba en crculos, y luego poco a poco el ruido haba disminuido y rpidamente haba cesado. - Bwana -dijo Muviro-, haba hombres all arriba, por encima de la tormenta? - S, al menos uno -respondi el hombre mono-, por encima o en ella. En cualquiera de los dos casos, no me gustara estar en su lugar. La selva extiende su frontera en todas direcciones. Si estuviera buscando un lugar donde aterrizar, no s dnde lo encontrara - Tiene que ser en el suelo -dijo Muviro-. No creo que los dioses pretendieran que los hombres volaran como pjaros. Si fuera as, les habran dado alas. El pequeo Nkima se acurruc cerca de su amo. Estaba empapado, tena fro y se senta desdichado. El mundo le pareca muy negro, y no haba futuro. Estaba seguro de que siempre sera oscuro, pero no se resignaba a su sino. Simplemente era demasiado infeliz para quejarse. Pero despus empez a animarse. Sopl una rfaga de viento con un ltimo gemido, sombro. Apareci el sol y la jungla despert una vez ms y cobr vida. El hombre mono se levant y se sacudi, como un gran len. - Partir ahora hacia Ukena -dijo- y hablar con los bukena. Esta vez quiz me digan dnde moran los kavuru. - Hay maneras de hacer les hablar -coment Muviro. - S -afirm Tarzn-, hay maneras. - Y seguiremos hasta Ukena -aadi Muviro. - Si no me encuentras all, sabrs que estoy buscando a los kavuru y a Buira. Si te necesito, te enviar a Nkima para que te gue hasta m. Sin una palabra ms, sin intiles despedidas, Tarzn se subi de un salto a un rbol y desapareci hacia el Oeste. Haban llegado extraas historias de los bukena, que se haban filtrado por todo el centenar de tribus hasta Uziri, la tierra de los waziri. Eran historias de los kavuru, historias de un pueblo misterioso y salvaje, al que ningn hombre vea y viva para contar lo. Eran demonios con cuernos y rabo. O, de nuevo, eran una raza de hombres 23 Page

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sin cabeza. Pero la informacin ms corriente era que se trataba de una raza de blancos salvajes, que haban regresado a la barbarie e iban desnudos en sus llanuras escondidas. Una historia deca que todos eran mujeres, y otra que todos eran hombres. Pero Tarzn conoca la distorsin que provocaban las habladuras, y daba poco crdito a las cosas que oa; slo estaba seguro de lo que vean sus propios ojos. Saba que muchas tribus robaban mujeres, pero a menudo se volva a ver a estas mujeres. Sin embargo, las que robaban los kavuru no volvan a verse jams, y por eso estaba dispuesto a admitir que era alguna tribu que moraba en una regin remota especializada en robar muchachas jvenes. Pero muchas de las otras historias que oa no las crea. Por ejemplo, exista la fbula de la longevidad y juventud perpetua de los kavuru. Eso Tarzn no se lo crea, aunque saba que haba muchos sucesos extraos e increbles en las profundidades del Continente Oscuro. Era un largo camino, incluso para Tarzn, el que tena que recorrer para regresar a la regin de los bukena. La selva estaba empapada, la jungla echaba vapor. Pero el hombre mono apenas se daba cuenta de estas cosas y de la incomodidad que suponan. Desde que haba nacido estaba acostumbrado a las incomodidades, pues la jungla no es un lugar confortable. El fro, el calor, el peligro eran para l tan naturales como el confort y la seguridad lo son para usted. l aceptaba lo uno como usted acepta lo otro. Incluso en su infancia, nunca se haba quejado por sentir incomodidad. Si poda mejorar las condiciones, lo haca; si no poda, no les haca caso. Justo antes de oscurecer, Tarzn mat a un animal, y la carne fresca le dio calor y nueva vida, pero aquella noche durmi incmodo y sinti fro en la hmeda jungla. Antes del amanecer se hallaba de nuevo activo, comiendo una vez ms de su presa. Luego emprendi veloz su viaje, hasta que la sangre roja volvi a correr por sus venas, aportndole calor y una sensacin de bienestar. Nkima, sin embargo, se senta desdichado. Haba querido ir a casa, y ahora regresaba a una regin extraa que no le gustaba. Parloteaba y se mostraba muy inquieto, pero cuando sali el sol y le calent, se sinti mejor, y entonces se escabull a travs de los rboles, buscando a quien insultar. La maana del tercer da, Tarzn lleg al craal de Udalo, jefe de los bukena. Ver al alto y bronceado blanco, con el monito posado en su hombro, cruzar conPage 24

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grandes pasos la puerta de la aldea, atrajo una horda de negros farfullando y haciendo comentarios sobre l. No era ningn extrao para ellos, pues haba estado all poco tiempo atrs, y por tanto no le tenan miedo. Sin embargo, estaban un poco sobrecogidos, hasta all haban llegado historias del poderoso hombre mono a pesar de la gran distancia que separaba Ukena de la tierra de los waziri. Sin prestarles ms atencin que la que daran a una horda de bestias salvajes, Tarzn se dirigi directamente a la choza de Udalo, el jefe, donde encontr al anciano sentado en cuclillas bajo la sombra de un rbol, hablando con algunos ancianos de la tribu. Udalo haba estado observando al hombre mono cuando se acercaba por la calle de la aldea. No pareca muy complacido de verle. - Creamos que el gran bwana se haba marchado y que no volvera -dijo el jefe-, pero ahora ha vuelto. Por qu? - Ha venido para hablar con Udalo. - Ya ha hablado antes con Udalo. Udalo le ha dicho todo lo que sabe. - Esta vez Udalo va a decirle ms cosas. Va a decirle dnde est el pas de los kavuru. El anciano dio un brinco. - Udalo no lo sabe. - Udalo no dice palabras verdaderas. Ha vivido aqu toda su vida. Las muchachas jvenes de su tribu han sido robadas por los kavuru. Todo el mundo lo sabe. Udalo no es tan tonto como para no saber adnde se llevan a estas muchachas. Tiene miedo de lo que los kavuru pueden hacerle, si conduce a alguien a su craal. Pero no ha de tener miedo; los kavuru no tienen que saber cmo les ha encontrado Tarzn. - Por qu quieres ir al craal de los kavuru? Son mala gente. - Te lo dir -coment Tarzn-. Buira, la hija de Muviro, el jefe heredero de los waziri, ha desaparecido. Muviro cree que los kavuru se la han llevado; por eso Tarzn, que es el jefe de guerra de los waziri, tiene que encontrar el craal de los kavuru. - No s dnde est -insisti Udalo, malhumorado.Page 25

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Mientras hablaban, se haban estado acercando guerreros de todas partes de la aldea, hasta que ahora Tarzn y el jefe estaban rodeados por hombres armados con lanza, silenciosos y ceudos. Udalo pareca incmodo; sus ojos se movan sin parar. El ambiente estaba cargado de recelos y peligro. Incluso el pequeo Nkima lo perciba: temblaba agarrado con fuerza a Tarzn. - Qu significa esto. Udalo? - pregunt el hombre mono, sealando a los guerreros que le rodeaban, con un gesto de la cabeza-. He venido en son de paz a hablar como hermano. Udalo se aclar la garganta, nervioso. - Desde que estuviste aqu y te marchaste, hemos hablado mucho. Nuestra gente recuerda las historias que han odo de los kavuru. Se dice que son hombres blancos que van desnudos, como t. No sabemos nada de ti; eres un extrao. Muchos de los mos creen que eres un kavuru, que has venido a espiarnos y a elegir muchachas jvenes para robrnoslas. - Qu tonteras dices. Udalo -dijo Tarzn. - Mi gente no cree que sean tonteras -gru el jefe-. Has venido al craal de Udalo demasiado a menudo. - Lentamente se puso de pie-. No nos robars ms muchachas jvenes. Y dicho esto dio una palmada y al instante los guerreros que les rodeaban se abalanzaron sobre el hombre mono. V

Que viene el len!

- No puedo soportarlo ms! - se lament la princesa-, Quiero decir, esta postura me est matando, y hace fro, estoy congelada. - Qu derecho tienes a quejarte? - gru Alexis-, T nos metiste en esto, t y tu aviador -escupi esta ltima palabra con desprecio. - Escucha, prncipe -dijo Jane-. T y el resto podemos agradecer a la sangre fra de Page26

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Brown y a su eficacia el que estemos vivos e ilesos. Es casi un milagro que ninguno de nosotros haya resultado herido. Me atrevera a decir que no hay ni un piloto entre mil que pudiera maniobrar el aparato como lo ha hecho l. - Disculpen -apunt Tibbs-, si me permiten decirlo, ha dejado de llover. - Y ha salido el sol-exclam Annette, entusiasmada. Jane se dirigi hacia la puerta, la abri y mir abajo. - Slo estamos a quince metros del suelo -afirm-, pero podemos tener dificultades para bajar; es decir, algunos pueden tenerlas. - Qu ests haciendo, cario? - pregunt la princesa, cuando Jane empez a quitarse los zapatos y las medias. - Voy a echar un vistazo. Quiero ver si puedo llegar al compartimiento del equipaje. Vamos a necesitar algunas cosas que estn all. Me temo que cuando estemos en el suelo lo vamos a encontrar muy incmodo; puede que aqu haga fro, pero abajo har fro y habr humedad. - Podemos hacer una fogata, seora, si me permite el atrevimiento de sugerirlo -ofreci Tibbs. - Todo est muy hmedo, pero quiz lo logremos. Es una lstima que no nos quede gasolina. Nos ayudara mucho. - Quedar una poca en el fondo del depsito -dijo Brown. - Pero por qu te quitas los zapatos y las medias? - pregunt la princesa. - Es la nica manera segura de trepar por los rboles, Kitty. - Pero, querida, quiero decir... al fin y al cabo, no pretenders trepar por ese rbol. - Precisamente, y es lo que t tambin tendrs que hacer, si quieres bajar de aqu. - Oh, querida, yo no puedo. En absoluto, no puedo. - Te ayudaremos cuando llegue el momento y vers cmo no te caes; y mientras yo estoy investigando, Brown, me gustara que usted y Tibbs sacaran todos los cinturones de seguridad y los unieran para formar una larga tira. Puede que sea necesaria para 27 Page

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bajar a la princesa al suelo, y nos ir bien para bajar el equipaje sin peligro. - Ser mejor que me permita bajar a m a investigar, seorita -dijo Brown-, usted se podra caer. Jane sonri. - Estoy acostumbrada, Brown -dijo ella-. Probablemente usted correra ms peligro que yo. - Sali a la arrugada ala y con agilidad salt a una rama prxima. - Cuidado, seorita, se caer! - grit Brown. - Cuidado, seora, se matar! - Tibbs casi demostr emocin. - Querida, vuelve aqu -gimi la princesa. Annette grit y se tap los ojos con las manos. - Mi querida seora, vuelva! Por el amor de Dios, vuelva -rog Alexis. Sin embargo, Jane no les prest atencin y dio un par de pasos en la rama que le permiti acceder al compartimiento del equipaje. ste no estaba cerrado con llave y lo abri rpidamente. - Vaya! - exclam-. Qu lo. Una rama rota ha embestido esto. Menos mal que no ha atravesado la cabina. - Todo se ha perdido? - pregunt Alexis. - Oh, no, puede que algunas cosas se hayan estropeado, pero imagino que podemos salvarlo casi todo; y una de las primeras cosas que quiero rescatar es unos pantalones cortos. Las faldas nunca son prcticas, pero en la copa de un rbol son una incomodidad. Qu suerte! Aqu est mi bolsa. Slo tardar un segundo, y cuando me haya cambiado podr hacer algo. Abri su bolsa y eligi dos o tres prendas. Luego salt gilmente a una rama inferior y desapareci de la vista debajo del aparato. - Vaya! - exclam Brown con admiracin-. Est tan cmoda en los rboles como un mono. Nunca he visto nada igual. Page 28

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Alexis se coloc en un punto donde poda mirar por la puerta. Brown y Tibbs estaban arrancando los cinturones de seguridad y atndolos, uno con otro. Entonces, Alexis mir abajo y se estremeci. - Debe de haber treinta metros hasta el suelo -dijo-. No veo cmo vamos a conseguirlo; y esas ramas estn mojadas y resbaladizas. - Qutese los zapatos y los calcetines como ha hecho ella -aconsej Brown. - No soy ningn mono. - No? - Si me permite sugerirlo, seor, podramos atarle la tira hecha con los cinturones de seguridad y descenderle. - Sostendr quinientos quilos -afirm Brown-, est demostrado. Seguro que le aguantar, pero ser mejor que deje atrs su ttulo, es la parte que ms pesa. - Ya he aguantado suficientes impertinencias por su parte, amigo -espet Alexis-. Otra palabra de este estilo y... y... - Y qu...? - pregunt Brown-. Usted y quin ms? - Me gustara que dejarais de discutir -dijo la princesa-. Quiero decir, las cosas ya estn lo bastante mal sin peleas. - Querida, yo no discuto con sirvientes -aadi Alexis con altivez. - En primer lugr-apunt Brown-, yo no soy ningn sirviente; y en segundo lugar, ser mejor que no discuta si sabe lo que le conviene. Nada me gustara ms que tener una excusa para darle un tortazo. - Si se atreve a ponerme las manos encima le... - Qu? Me despedir de nuevo? - exclam Brown-. Ahora, naturalmente, tendra que darle uno para ponerle en su lugar; tal vez entonces recuerde que no es ms que un gusano, y que por muchos ttulos que tuviera seguira siendo un gusano. - No se atreva a pegarme -grit el prncipe, retrocediendo.Page 29

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- Qu significa todo esto? - Jane entr gilmente por la puerta de la cabina-. Crea que os haba dicho que dejarais de discutir. Ahora, antes de que vayamos ms lejos, quiero deciros algo. Estamos aqu bloqueados, slo Dios sabe dnde; puede que no haya ningn hombre blanco en cientos de kilmetros, tendremos que depender nicamente de nuestros recursos. Discutir y pelear entre nosotros no nos conducir a ninguna parte; slo empeorar las cosas. Uno de nosotros tiene que llevar las riendas. Debera ser un hombre, y el nico hombre que hay aqu que tiene experiencia con la jungla, que yo sepa, o que es capaz de llevar el mando es Brown. Pero hay demasiada friccin entre l y el prncipe; por lo tanto. Brown queda descartado. - Yo me ocupar -dijo Alexis. - Y un cuerno! - exclam Brown. - Mi rango me da derecho a ocupar el puesto -insisti Alexis con altivez. - Porque usted lo diga -protest Brown. - No. Alexis, t tambn ests descartado -dijo Jane-. Necesitamos a alguien al que todos obedezcamos. - Entonces, slo queda Tibbs -dijo Brown-. Tibbs me parece bien. - Oh. Dios mo, no -exclam Tibbs-. De veras, si me lo permiten, no se me ocurrira asumir tanta autoridad. Yo... yo... bueno, vern, no estoy acostumbrado, seora. - Se volvi a Jane con aire suplicante-. Pero usted, seora, estoy seguro de que todos estaramos extraordinariamente orgullosos de tenerla por jefe. - Eso es lo que iba a sugerir -dijo Jane-. Yo conozco la jungla mejor que ninguno de ustedes, y estoy segura de que no nos pondramos de acuerdo sobre nadie ms. - Pero es nuestra expedicin -objet Alexis-. Nosotros l o hemos pagado todo; el avin y todas las provisiones son nuestros. Yo debera estar al mando. Te parece bien, querida? - Se volvi a su esposa. - Oh, bueno, cario, quiero decir... no s. Como me has dicho esas cosas horribles, estoy destrozada. Mi mundo se ha derrumbado a mi alrededor. - Bueno -dijo Brown-, no sirve de nada seguir dndole vueltas. Lady Greystoke es el jefe a partir de ahora, y si a alguien no le gusta, se las ver conmigo.Page 30

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La princesa Sborov estaba desplomada en el suelo del avin, con el pauelo apretado a los ojos. - A m no me importa -apunt-; me da igual lo que ocurra ahora. No me importa morir; espero morir. - Cuando termin, levant la mirada, es de suponer que para observar el efecto que sus palabras haban producido en los presentes, y por primera vez desde que Jane haba vuelto al aparato la vio-. Oh, querida -exclam-, qu atuendo tan mono. Quiero decir, es perfecto. - Gracias -dijo Jane-. Me alegro de que te guste; al menos, es prctico. - Llevaba pantalones cortos y una chaqueta de cuero. Tena las piernas desnudas y los pies descalzos. Una bufanda roja le envolva la cabeza, ocultndole el pelo y sirviendo de sombrero. - Pero, querida, no te morirs congelada? - pregunt la princesa. - Bueno -se ri Jane-, no me morir exactamente congelada, pero es probable que tenga fro muchas veces; en la jungla uno se acostumbra a tener o demasiado calor o demasiado fro. Ahora voy a bajar para echar un vistazo y encontrar un buen lugar para acampar, y ser mejor que recis para que haya alguno cerca. Mientras est fuera, Brown, t y Tibbs bajad el equipaje al suelo. Alexis, t ve abajo y cgelo; tiene que haber alguien que desate la correa cada vez. - Que lo haga Annette -gru Alexis-. Para qu te crees que estn los criados? - Todos tenemos que hacer nuestra parte, Alexis -dijo Jane con calma-, y hay cosas, las ms pesadas y ms peligrosas, que naturalmente han de recaer en los hombres. Ahora no hay criados ni amos entre nosotros. Cuanto antes comprendamos eso todos, mejor y ms felices seremos. Alexis se acerc de mala gana a la portezuela del avin y mir abajo. - Que baje Brown -dijo-. Yo ayudar a Tibbs a bajarle el equipaje. - Entonces mir en la direccin del compartimiento del equipaje-. Cmo puede nadie llegar all sobre esa rama y hacer algo? - dijo-. Se caera y se rompera el cuello. - Ah, deje de parlotear y baje, como lady Greystoke le ha dicho que haga -espet Brown-. Seorita, d la orden y le arrojar abajo. - No, no lo har. No se atreva a tocarme.Page 31

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- Entonces, empiece a bajar. - No puedo, me caera. - tele con los cinturones, Brown -dijo Jane-, y usted y Tibbs bjenlo hasta el suelo. Ahora me voy. - y dicho esto salt gilmente hasta una rama que estaba cerca y fue descendiendo a travs del follaje. Jane respiraba los olores de la humeante jungla con gran placer. Las limitaciones de la sociedad ordenada, la capa de civilizacin, desaparecieron y la dejaron libre, y percibi esta nueva libertad con una alegra que no haba sentido desde que haba dejado la jungla para volver a Londres. Todo lo que la rodeaba le recordaba a Tarzn. Mir alrededor, aguzando el odo. Pareca inevitable que al instante siguiente vera un gigante bronceado balancearse a travs del follaje para agarrarla en sus brazos; y despus, con un suspiro y una mirada triste, mene la cabeza, pues saba muy bien que Tarzn probablemente se hallaba a cientos de kilmetros de distancia, ajeno a su paradero y a su situacin apurada. Era posible que ni siquiera hubiera recibido su cable, en el que le deca que iba a ir a Nairobi. Cuando lo recibiera y viera que no llegaba, cmo sabra dnde buscarla? Haban volado a ciegas durante tanto rato que ni siquiera Brown saba cunto se haban alejado de su rumbo, y ni siquiera la situacin aproximada del lugar donde haba aterrizado. Pareca que no haba esperanzas de obtener ayuda externa. Deban confiar en ellos mismos. Fuera cual fuera su situacin, le pareca que ella y Brown podran seguir adelante; es decir, si estuvieran solos. Pero y los otros? Tibbs tal vez tendra posibilidades en cuanto a recursos y resistencia. Tena dudas respecto a Alexis. Los hombres de su clase a menudo eran casi tan indefensos como las mujeres. Annette era joven y fuerte, pero tena un temperamento poco adecuado para las tristes realidades de la jungla con las que tendran que vrselas. Su eficacia e incluso su fuerza mermaran por el constante terror en el que vivira. En cuanto a Kitty, Jane mentalmente levant las manos: era imposible, absolutamente imposible, que soportara cualquier penalidad, emergencia o peligro. S, tena la sensacin de que ella y Brown podran seguir, adelante, pero podran arrastrar a los dems? No haba ni que decir que no les abandonaran. Con la mente parcialmente ocupada con estos pensamientos, avanz por la terraza inferior de la jungla, pues tan espesa era la vegetacin del suelo que se haba mantenido en las ramas inferiores de los rboles para avanzar con ms facilidad. Page

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No fue muy lejos en una direccin, porque se dio cuenta de lo difcil que sera transportar las provisiones a travs de la espesa maleza en un largo trecho. Traz un crculo y busc un espacio abierto, aunque fuera pequeo, en el que poder construir un campamento provisional; pero la jungla pareca cada vez ms salvaje y ms impenetrable. Haba completado medio crculo, y se hallaba en el lado del aparato opuesto a aquel por el que haba descendido, cuando de improviso tropez con un sendero. Inmediatamente se anim, pues ahora tena la seguridad de que podan ir y venir con relativa facilidad y casi sin duda al final encontraran nativos. Antes de regresar al avin recorri una corta distancia del sendero, cuando de pronto dio con un arroyuelo y, aliado, un claro en la maleza, de aproximadamente un acre de extensin. Eufrica, se encamin hacia el aparato, siguiendo el sendero para averiguar lo cerca que estaba del punto desde el que tendran que transportar el equipaje. Cuando se dio la vuelta, oy un ligero susurro en la maleza a sus espaldas, un ruido que su odo entrenado rpidamente capt y casi identific. Sin embargo, no estaba segura. No obstante, apret el paso, echando rpidas miradas al frente y hacia arriba para tener siempre localizada una va de escape por si surga la necesidad repentina de utilizarla. El ruido prosigui, un poco detrs de ella y en paralelo al sendero por el que avanzaba. Oa a Brown y a Alexis discutir y pelear por el manejo del equipaje. Alexis estaba en tierra y pareca muy cerca. Por supuesto, poda estar equivocada. Lo que oa poda no ser lo que tema que era; pero quiz sera mejor advertir a Alexis antes de que fuera demasiado tarde, as que le llam. - Qu pasa? - pregunt l, hosco. - Ser mejor que subas a un rbol, Alexis. Me parece que me sigue un len. Est muy cerca. - No puedo subirme a un rbol -grit Alexis-. No puedo moverme por esta maleza. Socorro! Page

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Brown, socorro! Que alguien haga algo! - Baja la tira de cinturones y sbelo -orden Jane-. Puede que no sea un len, y si lo es quiz no nos moleste, pero ser mejor ponernos a salvo. - Date prisa con la correa, imbcil -chill Alexis. - No hay prisa -replic Brown para fastidiar-, al menos, yo no tengo prisa. - Si dejas que ese len me atrape, ser asesinato. - Oh, supongo que podr soportarlo. - Date prisa y baja la tira, asesino. - Ya la estoy bajando, lo hago lo ms deprisa que puedo. - Oh, ahora le oigo; est justo encima de m; me coger. - Me ests oyendo a m, Alexis -dijo Jane para tranquilizarle. - Bueno, y si te coge a ti? - pregunt Brown-. No tiene que comer, un len? En California les dan animales que no sirven para nada; as que no s de qu se queja. - Deprisa, Brown -azuz Jane El len se acerca, y viene rpido. VI

La votacin de la muerte

Mientras los guerreros bukena se cerraban sobre l, Tarzn se qued de pie con los brazos cruzados, sin hacerles caso. Estaba rodeado por muchas lanzas, y saba que en aquel instante, si intentaba escapar o pelear, una docena de puntas de lanza le traspasaran al instante. Su nica esperanza resida en ganar tiempo, y le pareca que poda conseguirlo mejor fingiendo indiferencia. - Matad al kavuru! - grit una mujer detrs de los guerreros-. Robaron a mi hija.Page 34

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- Ya la ma -aadi otra. - Matadle! matadle! - instaron otros de los salvajes. Un hombre muy anciano, que haba estado sentado en cuclillas aliado de Udalo, se puso en pie de un salto. - No! No! - grit-. No le matis. Si es un kavuru, su gente vendr y nos castigar. Matarn a muchos de nosotros y se llevarn a todas nuestras muchachas. Al instante los negros empezaron a discutir entre ellos. Algunos insistan en matarle, otros queran hacerlo prisionero, mientras otros crean que deban liberarlo para aplacar a los kavuru. Mientras discutan, los lanceros de la primera fila relajaron su vigilancia. Algunos se volvieron para exponer su opinin a los que estaban detrs, y en esta circunstancia Tarzn vio su oportunidad de escapar. Con la rapidez de Ara, el rayo, y la fuerza de Gorgo, el bfalo, salt sobre un guerrero que tena cerca y sujetndole delante de l a modo de escudo, carg contra el anillo humano que le rodeaba, volvindose constantemente para que ningn arma le fuera dirigida a l sin poner en peligro la vida del negro. Tan deprisa haba actuado que los negros fueron sorprendidos completamente desprevenidos, y casi haba llegado al claro, donde podra echar a correr a toda velocidad hacia la puerta de la aldea, cuando algo le golpe pesadamente en la parte posterior de la cabeza. Cuando recobr el conocimiento, se encontr en el oscuro interior de una choza que apestaba, con las muecas y los tobillos atados con fuerza. Al recobrar la conciencia le lleg el recuerdo de lo que haba sucedido, y el hombre mono no pudo reprimir una lenta sonrisa, pues era evidente para l que la faccin que haba tenido miedo de matarlo era ms poderosa que la que le habra quitado la vida. Una vez ms, la suerte estaba de su parte. De momento, por lo tanto, se hallaba a salvo, y as pues estaba seguro de poder escapar, pues no estaba en su naturaleza el que mientras hubiera vida en l tuviera una cautividad permanente; tampoco haba nada que pudiera hacer que vacilara durante mucho tiempo su confianza en su capacidad de salir de cualquier apuro en el que pudiera encontrarse. Acaso no era Tarzn de los Monos, Seor de la Jungla? Entonces empez a probar las ligaduras que le ataban las muecas y los tobillos. Eran 35 Page

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fuertes y daban muchas vueltas, y pronto vio que sera intil intentar liberarse. No haba nada que hacer, pues, ms que esperar. A diferencia de un hombre corriente, l no perdi tiempo preguntndose cul sera su destino. En cambio, se instal lo ms cmodamente que pudo y se qued dormido, y mientas dorma, un consejo de guerreros conspiraba en la casa del consejo con Udalo, el jefe. Eran ellos los que se preguntaban cul deba ser el destino de Tarzn. El anciano que les haba advertido contra matar a su prisionero segua siendo su ms firme defensor. Era Gupingu, el hechicero. Profetiz que caeran sobre ellos tremendas calamidades si causaban dao a aquel hombre, que, les asegur, era un kavuru. Pero haba otros que hablaban con igual firmeza de muerte. - Si es un kavuru -dijo uno de estos-, su gente vendr y nos castigar en cuanto descubran que le hemos atacado y hecho prisionero. Si le matamos, no podr regresar con ellos y contrselo, y es probable que nunca sepan qu ha sido de l. - stas son palabras ciertas corrobor otro-; un kavuru muerto es mejor que uno vivo. Entonces habl Udalo. - No tiene que decidirlo un solo hombre -dijo-. Lo que dicen muchos hombres es mejor que lo que dice uno solo. En el suelo, a su lado, haba dos cuencos. Uno contena granos de maz y el otro, piedras pequeas, redondas. Pas uno de los cuencos al guerrero que estaba a su derecha y uno al que estaba a su izquierda. - Que cada guerrero coja un grano de maz y una piedra; una de cada, no ms -concluy. Fueron pasando los cuencos de mano en mano, y cada guerrero cogi un grano de maz y una piedra, y cuando los cuencos llegaron de nuevo a Udalo, los dej a su lado y cogi una calabaza con el cuello estrecho. - Pasaremos esta calabaza por el crculo -dijo y cada hombre hablar o con un grano de maz o con una piedra para indicar la vida o la muerte del extrao. Si deseis que viva, meted un grano de maz en la calabaza; si deseis que muera, poned una piedra. La calabaza fue pasando en silencio de mano en mano mientras los guerreros laPage 36

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seguan con la vista, tenso el rostro pintado. Cuando los fatdicos votos caan en la calabaza retumbaban en todos los rincones de la gran casa del consejo. Al fin, la calabaza complet el crculo y volvi a Udalo. Haba un centenar de guerreros en el crculo y Udalo no saba contar hasta cien, pero tena una manera igualmente segura de fijar el resultado de la votacin, aunque fuera incapaz de determinar cuntos votos haba en cada caso. Vaci el contenido de la calabaza en el suelo ante l. Luego, con una mano, cogi un grano de maz y. simultneamente, con la otra, una piedra, y coloc cada uno en su cuenco correspondiente; y as continu mientras hubo granos de maz y piedras que colocar en uno u otro. Pero esto no dur mucho, pues pronto se qued sin maz, e incluso entonces quedaban setenta y cinco u ochenta piedras, lo que demostraba que slo unos pocos haban votado a favor de salvar la vida al hombre mono. Udalo levant la vista y mir alrededor de la mesa. - El extranjero morir -dijo, y un grito salvaje y siniestro brot de los guerreros all reunidos. - Vamos a matarle ahora -sugiri uno-, antes de que los kavuru puedan venir y encontrarle entre nosotros. - No -cort Udalo-, maana por la noche morir. As las mujeres tendrn tiempo de preparar un festn. Maana por la noche comeremos, beberemos y danzaremos, mientras torturamos al kavuru. Que sufra como nos ha hecho sufrir a nosotros cuando ha robado a nuestras hijas. Un rugido de aprobacin y satisfaccin salud esta sugerencia. El consejo haba terminado. Los guerreros haban regresado a sus chozas. Se encendieron fogatas. El silencio haba cado en la aldea de los bukena. Incluso los perros que solan aullar estaban callados. El craal se hallaba sumido en el sueo. Una figura sali con sigilo de una choza prxima a la del jefe. Se par en la sombra de la choza de la que haba salido y mir temerosa alrededor. No se mova nada, y la figura avanz por las calles de la aldea tan silenciosa como la sombra de un fantasma. Tarzn se haba despertado con los gritos salvajes procedentes de la casa del consejo, y haba yacido despierto durante un rato debido a la incomodidad que le producan las 37 Page

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ataduras, pero despus volvi a dormirse. An no estaba completamente dormido cuando algo le despert, un ruido que usted o yo, con nuestro odo poco aguzado, tal vez no habramos percibido: el ruido de unos pies desnudos que se arrastraban despacio, sigilosos, hacia la choza donde l se encontraba. Tarzn rod sobre s mismo para ver la entrada a la choza, pero sta se cubri con una forma en sombras. Alguien entraba. Era el verdugo que iba a matarlo? VII

La alegre compaa

El len irrumpi en el sendero atravesando la maleza un poco detrs de Jane. Fue entonces cuando ella grit para avisar a Alexis. Al ver a Jane, el len ense los colmillos y rugi. Luego se acerc a ella al trote, y la muchacha salt a una rama que colgaba. En el instante en que se agarraba el len atac. Salt hacia ella y sus garras por poco no le alcanzaron el pie desnudo cuando huy de su alcance. Lanzando un rugido espantoso el len se gir y volvi a saltar. El prncipe se hallaba a poca distancia, pero oculto por la espesa maleza que haba bajo el avin. El furioso rugido son muy cerca; el hombre se qued paralizado de terror. Desde su posicin en la rama del rbol, Jane le vea. - Ser mejor que salgas de ah, Alexis -dijo-, pero no hagas ningn ruido. Si te oye, ir por ti; est terriblemente dolido por algo; anoche no debi de matar ninguna presa. Alexis trat de hablar, pero no le sali ningn sonido de la garganta. Se qued donde estaba, temblando, con el rostro plido. Jane no vea a Brown, pero saba que estaba directamente encima de Alexis. - Brown -grit-, deja caer el extremo de la tira hasta el prncipe. Alexis, tatela al cuerpo por debajo de los brazos, y Brown y Tibbs te izarn. Intentar distraer a Numa. El len paseaba arriba y abajo bajo el rbol, mirando a la chica con expresin hambrienta.

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Jane rompi una ramita muerta y se la arroj a la bestia. Le dio en la cara y, con un rugido, el animal volvi a saltar hacia la rama en la que se encontraba Jane. Entretanto, Brown hizo bajar el extremo de la tira de cinturones hasta Alexis. - Deprisa, tesela alrededor del cuerpo -dijo-. Por el amor de Dios, qu le ocurre? Muvase. Pero Alexis se qued parado, temblando; le castaeteaban los dientes y le temblaban las rodillas. - Alexis, sal de ah -grit Jane-. Tienes que atarte eso antes de que el len te descubra. No lo entiendes? Es cuestin de vida o muerte para ti. - T, pobre bobo -grit Brown-. Muvete. Con manos temblorosas Alexis cogi la tira de cinturones y al mismo tiempo pareci encontrar la voz y se puso a gritar pidiendo ayuda. - Cllate -orden Jane-. El len te ha odo; ahora est mirando en tu direccin. - Deprisa, imbcil -azuz Brown. El len estaba desgarrando la maleza, en busca del autor de aquellos nuevos ruidos. Jane le arroj otra ramita, pero no distrajo su atencin. El animal se limit a gruir y ech a andar con cautela por la maleza. Alexis estaba se estaba atando la tira de cinturones alrededor del cuerpo con dedos torpes. - Arriba, Brown -grit Jane-; el len se est acercando! Brown y Tibbs tiraron con fuerza de la cuerda, y Alexis se elev y se apart de la maleza. El len se iba acercando. Al fin se situ directamente debajo del aterrorizado hombre. Alexis, mirando fijamente a los ojos crueles del carnvoro, lanz un chillido de horror. Lentamente, unos pocos centmetros cada vez, Brown y Tibbs iban subiendo a Alexis, pero an se encontraba peligrosamente cerca de la gran bestia. Entonces el len se 39 Page

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puso sobre las patas traseras e intent darle un golpe. Una garra roz el tacn del zapato del hombre y, con un ltimo grito, Alexis se desmay. Brown y Tibbs redoblaron sus esfuerzos. El len volvi a caer al suelo, cogi fuerzas y salt. Volvi a fallar, pero slo por pocos centmetros, y antes de que pudiera volver asaltar, Alexis se hallaba a salvo fuera de su alcance. Los dos hombres izaron el cuerpo inerte de Sborov hasta el avin, y con considerable dificultad lo arrastraron hasta la cabina. Al verle la princesa se puso a gritar. - Est muerto! Est muerto! Oh, cario, y tu Kitty estaba tan malhumorada con su Allie. - Por el amor de Dios, cllese -espet Brown-. Tengo los nervios a punto de estallar, y en cualquier caso este bobo no est muerto; slo se ha desmayado de miedo. - Brown, cmo se atreve a hablarme de ese modo? - dijo la princesa-. Oh, es terrible; nadie sabe lo que estoy sufriendo. Quiero decir, nadie me entiende; todo el mundo est contra m. - Seor -grit Brown-, un poco ms de esto y me volver loco. - Disculpe, seora, pero me parece que est volviendo en s -dijo Tibbs-. Creo que estar bien en un minuto, seora. - Haz algo, Annette -grit la princesa-. Qu haces ah sentada, sin hacer nada? Quiero decir, dnde estn mis sales aromticas? Dame un poco de agua. Oh, no es terrible? Cario, Allie, dile algo a tu Kitty. Alexis abri los ojos y mir alrededor. Luego los cerr y tuvo un escalofro. - Crea que me haba cogido -dijo en un tembloroso susurro. - No ha habido tanta suerte -apunt Brown. - Ha estado muy cerca, seor, si me permite el atrevimiento de decirlo -dijo Tibbs. Jane entr en la cabina.Page 40

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- Estis bien? - pregunt-. Por el ruido, Kitty crea que haba ocurrido algo espantoso. - Slo Dios sabe lo que ocurrira si realmente ocurriera algo -dijo Brown con disgusto-. Empiezo a estar harto de tantos gritos y quejas. Jane mene la cabeza. - Tenga paciencia, Brown -aconsej-. Recuerde que todo esto es nuevo para ellos, y como es natural tienen los nervios de punta, despus de todo lo que nos ha pasado. - Bueno, el resto no tenemos nervios, seorita? No tenemos derecho a estar alterados tambin? Pero a nosotros no se nos oye berrear como a ellos. Supongo que ser de la clase real les da derecho a molestar. - Ahora no importa -dijo Jane-; se est comportando como ellos, Brown. La cuestin que me preocupa ahora es qu vamos a hacer con ese len. Puede que se est horas merodeando por aqu; y mientras est ah abajo, nos encontramos bloqueados. Est de mal humor. y ser peligroso bajar hasta que sepamos que se ha marchado. Lo mejor que podemos hacer es matarlo, ya que quizs se quede cerca esperando la oportunidad de cazarnos a alguno de nosotros. Es viejo. y por eso puede que sea devorador de hombres. Se vuelven as cuando son demasiado viejos para conseguir su presa de forma regular. - Devorador de hombres! - La princesa Sborov se estremeci-. Qu horrible. Quiero decir, qu terriblemente horrible. - Me parece que podemos deshacernos de l -sugiri Jane-. Supongo que has trado rifles, Alexis. - Oh, s, claro, dos potentes rifles, que abatiran a un elefante. - Bien -dijo Jane-. Dnde estn? - En el compartimiento del equipaje, seorita; ir por ellos -respondi Brown. - Y traiga un poco de municin tambin -aadi Jane. - Quin bajar ah para disparar a esa cosa horrible? - pregunt la princesa. - Yo, por supuesto -respondi Jane.Page 41

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- Pero, querida -exclam la princesa-, t no podras. Brown regres con un rifle. - No he encontrado municin, seorita -dijo-. Dnde est guardada, Sborov? - Eh, qu? - pregunt el prncipe. - La municin -espet Brown. - Ah, la municin. - S, la municin, usted... El prncipe se aclar la garganta. - Bueno, ver, yo... - Quiere decir que no ha trado municin? - pregunt Brown-. Bueno, de todo lo que... - No importa -dijo Jane-. Si no hay municin, no hay, y discutiendo no la conseguiremos. - Si me permiten, creo que puedo serles til, milady -apunt Tibbs, no sin mostrar un poco de orgullo. - Cmo, Tibbs? - pregunt Jane. - Llevo un arma en mi maleta, milady. Yo matar a la bestia. - Ah, est bien, Tibbs -dijo Jane-. Por favor, vaya a buscarla. Cuando Tibbs se diriga hacia la portezuela, se par de pronto. Su rostro se sonroj lentamente; pareca sumamente incmodo. - Qu ocurre, Tibbs? - pregunt Jane. - Lo... haba olvidado, milady -balbuce-, pero ya hemos bajado mi maleta, y est ah, con el len. Jane no pudo reprimir una carcajada.Page 42

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- Esto se est convirtiendo en una comedia de enredos -dijo-; rifles sin municin y nuestra nica arma de fuego en posesin del enemigo. - Oh. Dios mo, qu vamos a hacer? - pregunt la princesa. - No podemos hacer nada hasta que esa bestia se marche. De todos modos ya casi se nos ha hecho tarde para preparar un campamento; tendremos que hacer todo lo posible para pasar la noche aqu de la mejor manera. Y as pues, el grupo, sumamente desdichado e incmodo, pas la larga y oscura noche temblando y gruendo, una noche que result espantosa por los rugidos de los leones que estaban de caza y los estridentes gritos de aterrorizadas bestias. Pero al fin se hizo de da de aquella manera tan repentina que es caracterstica de las regiones ecuatoriales. En cuanto hubo luz suficiente, Jane sali a efectuar un reconocimiento. El len se haba marchado. y un examen del terreno que les rodeaba en las inmediaciones de donde se encontraba el avin, desde las ramas inferiores de los rboles, no revel seales de l ni de ningn otro peligro. - Creo que ahora podemos bajar y empezar a preparar el campamento -dijo, cuando hubo vuelto al aparato-. Est abajo la mayor parte del equipaje, Brown? - Slo faltan unas cuantas piezas, seorita -respondi. - Bueno, bjelas lo ms rpido que pueda, y despus abriremos un claro hasta el sendero; slo est a unos cuantos metros. - De acuerdo, seorita -dijo Brown-. Vamos, majestad, le bajaremos para que suelte el material en el otro extremo. - No me bajarn -afirm Alexis-. No bajara all solo otra vez ni por todo el equipaje del mundo. Brown mir al hombre con un desagrado que no intent disimular. - De acuerdo -dijo-; qudese aqu arriba y ayude a Tibbs. Yo bajar y desatar los paquetes cuando me los bajen. - Si cree que voy a guardar el equilibrio sobre esa rama y descargar el compartimiento del equipaje, est equivocado -aadi el prncipe-. Es absolutamente imposible; tengo vrtigo y sin duda me caera. Page 43

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- Bueno, qu va a hacer, pues? - pregunt Brown-. Quedarse ah sentado mientras el resto le servimos? - Para eso se contrata a los criados -respondi Alexis. Ah, si? Pues... - Voy a bajar yo -dijo Jane-. Brown, usted y Tibbs hganme llegar el equipaje. Ahora, vamos a trabajar -y dicho esto se volvi y se dej caer a travs de los rboles hasta el suelo. Gruendo con disgusto, Brown se arrastr por la rama que llevaba hasta el compartimiento del equipaje, seguido por Tibbs, y los dos descendieron con rapidez el resto del equipaje. - Ahora haga bajar a sus pasajeros -grit Jane, despus de que Brown le dijera que no quedaban ms paquetes-. Alexis, t primero. - Vamos, majestad -dijo Brown-. Usted ser el primero. - He dicho que no bajara ah solo -insisti el prncipe-. Que bajen los otros. - De acuerdo, majestad, pero si no baja ahora, tendr que hacerlo usted solo o quedarse aqu hasta que se quede congelado. Vamos, Annette, supongo que t eres la que ha de bajar primero, y despus ir la vieja. - Brown, cmo se atreve a referirse a m con tan poco respeto? - Era la voz de la princesa Sborov, procedente del interior de la cabina. - Tiene buen odo -dijo Brown con una sonrisa. - Tengo muchsimo miedo, seor Brown -confes Annette. - No debes tenerlo, pequea -replic l-. Nos ocuparemos de que no te ocurra nada. Vamos, sintate en la abertura de la puerta y te atar este cinturn alrededor del cuerpo. - No me tirar? - Ni por causalidad, querida. Podra tirar a la realeza, pero a ti no.Page 44

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Ella le sonri. - Es usted muy amable, seor Brown -dijo. - Lo ests descubriendo ahora? Bueno, vamos, hermana; salta a esta rama de aqu. Te ayudar. Tranquila... ahora sintate. Listo, Tibbs? - Listo, seor -respondi Tibbs. - De acuerdo. Ahora, abajo. Annette aferraba su rosario, cerr los ojos y se puso a rezar, pero antes de darse cuenta haba llegado al suelo y Jane la estaba ayudando a quitarse el cinturn. - Ahora, la princesa -grit Brown. - Oh, no puedo mover me -se lament la princesa-. Estoy paralizada. Quiero decir, de verdad que lo estoy. Brown se volvi a Sborov. - Entre ah, seor, y saque a su dama -espet-. No tenemos tiempo para tonteras. Dgale que si no sale pronto, les dejaremos a los dos aqu arriba. - Es usted un rufin -escupi el prncipe. - Cierre la boca y vaya a hacer lo que le he dicho -gru el piloto. Sborov volvi junto a su esposa y la ayud a ir hasta la puerta de la cabina, pero una mirada abajo fue suficiente para ella. Lanz un grito y retrocedi. - Deprisa, deprisa, deprisa -dijo Brown. - No puedo. Quiero decir, no puedo, Brown. Brown fue a la cabina. Llevaba consigo el extremo de una larga tira. - Vamos -insisti-, djeme que le ponga esto. - No puedo hacerlo. Se lo digo. Quiero decir, me morir de miedo. - No se morir de nada; la gente medio loca vive eternamente.Page 45

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- Ya basta, Brown. He tolerado todos los insultos que estoy dispuesta a tolerar. - La princesa se ofendi y trat de adoptar una expresin muy digna, lo que, dado su estado, no consigui. Brown se haba parado y le haba atado el cinturn. - Listo, Tibbs? - pregunt. - S, seor. Todo listo, seor -respondi el ayuda de cmara. - Vamos, pues, con la princesa. Usted, aydeme. Empjela por detrs. Brown tiraba de ella por delante yAlexis la empujaba por detrs, y la princesa Sborov chillaba y araaba todo lo que tena delante en un intento por agarrarse a algo. - Qu ocurre ah arriba? - pregunt Jane-. Hay alguien herido? - No -respondi Brown-. Slo estamos moviendo la mejor mitad de la familia real. Ahora escuche, princesa, estamos haciendo esto por su propio bien. Si se queda aqu arriba sola, se morir de hambre. - S, Kitty, no te pares. Ests retrasando las cosas -dijo Alexis. - Poco te importara que muriera, Alexis. Supongo que te alegraras, con ese testamento que me hiciste hacer. Qu tonta fui; pero, creme, en cuanto encuentre artculos para escribir, voy a cambiarlo, despus de lo que me has dicho y lo que me has llamado. Te dejar sin un cntimo, Alexis, sin un cntimo. Los ojos del prncipe Sborov se cerraron y quedaron como dos feas rendijas. Su frente se contrajo poniendo ceo, pero no respondi. Brown cogi las manos de la princesa y las apart del asiento al que se haba agarrado. - Es intil, princesa -dijo, esta vez con un poco menos de aspereza, pues vio que la mujer estaba verdaderamente aterrada-. Tibbs y yo nos ocuparemos de que no se haga dao. La bajaremos despacio, y lady Greystoke y Annette que ya estn abajo, la ayudarn. Agrrese bien y por un minuto muestre un poco de valor, y todo habr terminado.Page 46

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- Oh, morir, s que morir. Brown y Alexis la sacaron de la cabina y la colocaron en la rama que pasaba cerca de la puerta. Lentamente la apartaron de ella y luego la descendieron con cuidado hasta que la dejaron en el suelo. - Bueno, Tibbs -dijo Brown-, supongo que usted es el siguiente. Quiere que le baje o descender por su propio pie? - Descender por mi propio pie -respondi Tibbs-. Podemos ir juntos y tal vez ayudarnos. - Eh, y yo? - pregunt Sborov. - Usted tambin baja por su propio pie, miserable, o puede quedarse aqu -respondi Brown-, y no digo tal vez! VIII

Ydeni, el kavuru

Enmarcada en la pequea puerta de la choza y con el fondo casi en total oscuridad, Tarzn vio la figura de su cauteloso visitante nocturno y supo que se trataba de un hombre. Indefenso al estar atado, el Seor de la Jungla no poda sino esperar, pues defenderse era imposible, y, aunque le irritaba la idea de entregar su vida sin oportunidad de defenderla, segua impasible y sin tener miedo. La figura se acerc, palpando en la oscuridad, cuando de pronto Tarzn habl. - Quin eres? - pregunt. La criatura intent hacerle callar con un siseo sibilante. - No grites tanto -previno-. Soy Gupingu, el hechicero. - Qu quieres? - He venido a liberarte. Vuelve con tu gente, kavuru, y diles que Gupingu te salv de la muerte. Diles que por esto no deben hacer dao a Gupingu ni robarle a sus hijas. Page 47 La

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oscuridad ocultaba la leve sonrisa con que Tarzn recibi este discurso. - Eres un hombre sabio, Gupingu -afirm-. Ahora, crtame las ataduras. - Una cosa ms -dijo Gupingu. - Qu es? - Debes prometerme que nunca le dirs a Udalo, ni a nadie de los mos, que yo te liber. - Jams sabrn nada de m -respondi el hombre mono-, si me dices dnde cree tu gente que viven los kavuru. - Vivs al norte, ms all de una regin rida, junto a una alta montaa que se yergue sola en el centro de una llanura -explic Gupingu. - Tu gente conoce el camino que va a la regin de los kavuru? - Yo lo conozco -respondi el hechicero-, pero prometo no conducir a nadie all. - Est bien, si es que lo sabes. - Lo s -insisti Gupingu. - Dime cmo llegaras hasta ese camino, entonces sabr si lo conoces o no. - Al norte de nuestro craal, en direccin al norte, hay una vieja senda de elefantes. Es muy sinuosa, pero conduce hacia la regin de los kavuru. En las laderas de la montaa, al lado de vuestra aldea, crece mucho bamb, y all han ido durante aos los elefantes para alimentarse con los brotes jvenes. El hechicero se acerc un poco y palp las ataduras de los tobillos de Tarzn. - Cuando te haya liberado -dijo-, espera aqu hasta que haya tenido tiempo de volver a mi choza; luego, ve en silencio hasta las puertas de la aldea; all encontrars una plataforma justo en el interior de la empalizada desde la que los guerreros disparan sus flechas por encima, cuando nos atacan los enemigos. Desde all puedes pasar fcilmente por encima de la empalizada y dejarte caer al suelo al otro lado. - Dnde estn mis armas? - pregunt Tarzn.Page 48

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- Estn en la choza de Udalo, pero no puedes coger las. Justo en el interior duerme un guerrero; le despertaras si intentaras entrar. - Crtame las ligaduras -dijo el hombre mono. Gupingu se las cort con un cuchillo. - Ahora espera hasta que haya llegado a mi choza -dijo; se dio media vuelta y sali arrastrndose sin hacer ruido. El hombre mono se levant y se sacudi. Se frot las muecas y los tobillos para restaurar la circulacin. Mientras esperaba a que Gupingu llegara a su choza, consider la posibilidad de recuperar sus armas. Entonces, se puso de rodillas y sali de la choza arrastrndose, y cuando volvi a erguirse, en el exterior, respir hondo. Qu bien, ser libre. Con pasos silenciosos avanz por la calle de la aldea. Aunque se mantena en silencio, no pretenda ocultarse pues saba que aunque le descubrieran, no podran volver a cogerlo antes de que llegara a la empalizada y la escalara. Cuando se acercaba a la choza del jefe se detuvo. La tentacin era muy grande, pues producir armas precisa tiempo y esfuerzo, y las suyas se encontraban a tan slo unos pasos de l. Vio una dbil luz que iluminaba el interior de la choza, una luz muy dbil procedente de las ascuas de una fogata que se estaba extinguiendo. Se acerc a la entrada, que era mucho ms grande que la de las otras chozas, y dentro, junto al umbral, vio la figura de un guerrero que dorma. Tarzn se agach y mir el interior. Sus ojos rpidos y aguzados, acostumbrados a la oscuridad, descubrieron mucho ms de lo que habran alcanzado a ver los de usted o los mos; y una de las primeras cosas que hall fueron sus armas, que estaban cerca del fuego, ms all del cuerpo del guerrero. La garganta del hombre que dorma estaba desnuda y completamente expuesta. No tardaran ms que un momento los dedos de acero del hombre mono en estrangular a la figura inconsciente. Tarzn consider la posibilidad de este plan, pero lo descart por dos razones. Una era que l nunca mataba porque s, y la otra, y probablemente la razn dominante, era que estaba seguro de que el hombre se resistira aunque no pudiera gritar, y sus forcejeos despertaran a los que dorman en el interior de la choza, lo que excluira la posibilidad de que Tarzn recuperara sus armas. Por eso decidi 49 Page

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seguir otro plan, an ms peligroso. Agachado y movindose con cautela, pas por encima del cuerpo del guerrero. No hizo ningn ruido, y los dos pasos le llevaron hasta sus armas. En primer lugar recuper su preciado cuchillo, que meti en la funda que llevaba colgada a la cintura; luego se ajust el carcaj con las flechas tras el hombro derecho y se colg la cuerda del izquierdo. Recogi luego su lanza corta y el arco con una mano, y se volvi de nuevo hacia la entrada, tras echar una rpida mirada al in