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ESCRIBEN EN ESTA EDICIÓN Juan Villoro Aldo Schiappacasse Cecilia Lagos Gonzalo Eltesch Ignacio Pérez Tuesta Francesco Scagliola Jose Valenzuela David Ponce Rodrigo Millán PELLEGRINI EL ETERNO AFUERINO p10 LAS RAZONES PARA JUGAR p62 CUENTO LA JUGADA PENDIENTE p22 JUAN VILLORO MI LUCHA: LA PASIÓN DEL GORDO p26 JORGE VERGARA HAROLD EN LOS GRISES p70 MAYNE NICHOLLS EL GOLEADOR DEL PUEBLO CASZELY FÚTBOL Y PODER p42 EDICION N°2 TEMA CENTRAL FOTO: AGENCIA UNO

Edición N°2

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Page 1: Edición  N°2

ESCRIBEN EN ESTA EDICIÓNJuan VilloroAldo SchiappacasseCecilia LagosGonzalo Eltesch Ignacio Pérez TuestaFrancesco Scagliola Jose ValenzuelaDavid PonceRodrigo Millán

PELLEGRINIEL ETERNOAFUERINO

p10

LAS RAZONES PARA JUGAR

p62CUENTO

LA JUGADA PENDIENTE

p22JUAN VILLORO

MI LUCHA: LA PASIÓN DEL GORDO

p26JORGE VERGARA

HAROLD EN LOS GRISES

p70MAYNE NICHOLLS

EL GOLEADOR DEL PUEBLO

CASZELY

FÚTBOL Y PODER

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E D I C I O N N ° 2

TEMA CENTRAL

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ABUMOHORNO IMPORTA EL CLUB O LA INSTITUCIÓN,

MIENTRAS SEA EL PRESIDENTE.

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EL FÚTBOL DE PANTALÓN LARGOEDICIÓN N°2 DE CABEZA

MARZO 2015

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SALAHNUESTRO BECKENBAUER. JUGADOR, TÉCNICO Y DIRIGENTE. SI ES COLO-COLO O LA U,

NO IMPORTA.

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EDITORIAL

FÚTBOL Y PODER

PUESTO A ELEGIR ENTRE SEXO, dinero y poder, me quedo con este último. Con el poder obtengo sexo y dinero, y a eso puedo agregarle otro elemento no menor: el control sobre los demás.

El asunto es complejo, porque –salvo excepciones– el poder lo detentan quienes antes han obtenido dinero (y, asumimos, sexo a discreción). Como sea, una cosa es clara: los poderosos suelen ser ricos, y los ricos no necesariamente gozan de la figuración pública.

Traemos el tema a colación, pues en los últimos años hemos constatado un fe-nómeno sobre el que no se ha reflexionado lo suficiente: con la ley de sociedades anónimas deportivas han aparecido una serie de magnates que, ávidos de la fama y reconocimiento que entrega el fútbol, han optado por comprar a los equipos de los que son hinchas (o, en su defecto, a uno de sus rivales, siempre y cuando aseguren mejores dividendos políticos). Lo interesante de estas compras de ac-ciones es que se alejan del común denominador de los negocios a los que estas personas están habituados: al comprar equipos de fútbol no se persiguen réditos económicos (diría que hasta están dispuestos a perder la inversión). Se busca algo distinto, la posibilidad de influir en el juego, de suplir con billetes la falta de talento en la cancha; se persigue, en definitiva, el reconocimiento de la hinchada. En otras palabras, el poder en su acepción más elemental.

Poder. Hace tiempo que fútbol y poder son parientes cercanos. Los primeros que detectaron lo útil que puede resultar mezclar ambos mundos fueron los dictadores, conscientes de los beneficios que se obtienen de esconder con circo la falta de pan y libertad. Y los siguieron todos los actores secundarios de este juego: barristas, dirigentes y representantes.

No encontrarán en este nuevo número de la Revista De Cabeza un intento por agotar el inabarcable asunto de las relaciones entre fútbol y poder. Tampoco he-mos pretendido una discusión filosófica sobre qué es el poder. Simplemente, pro-ponemos algunos aspectos sobre la materia, buscando, como siempre, llamar la atención, generar un debate, pues esa –más que la búsqueda de la verdad abso-luta– es nuestra vocación.

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EDICIÓN N°2 DE CABEZA 2015

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SUMARIO

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EDITORIAL / p05DE CABEZA. FÚTBOL Y PODER, PARIENTES CERCANOS

PELLEGRINI / ETERNO AFUERINO / p10LA CARRERA DEL INGENIERO

ALDO SCHIAPPACASSE / p20LAS MARTINGALAS DEL VERANO

JORGE VERGARA / P26ARELLANO NO INVENTÓ UNA EMPRESA, ARELLANO FORMÓ UN CLUB

CASZELY / P42EL GOLEADOR DEL PUEBLO

CECILIA LAGOS / P52FÚTBOL DE MI VIDA

UNA LEGENDARIA NOCHE GALLEGA / P56POR FRANCESCO SCAGLIOLA

COLECCIÓN CUENTOS DE CABEZA / P62LAS RAZONES PARA JUGAR, POR GONZALO ELTESCH

DEL PLACER ESTÉTICO DE PONERLA EN EL ÁNGULO / P68POR JOSE VALENZUELA

HAROLD EN LOS GRISES / P70PERFIL DE HAROLD MAYNE-NICHOLLS

RETRATO ILUMINADO / P75NUEVO DISCO DE MANUEL GARCÍA

HIJO DE ÁRBITRO / P76RESEÑA DEL LIBRO DE IVÁN GUERRERO

11 IDEAL / P80POR IGNACIO PÉREZ TUESTA, DIRECTOR DE RADIO SPORT CHILE

PACAEMBÚ / P84EL ÚLTIMO DERBI PAULISTA

SOY DE MAGALLANES / P90LA MUCHACHA ALEGRE Y ENTUSIASTA

JUAN VILLORO / P22LA JUGADA PENDIENTE

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SAMPAOLISIENDO DESCONOCIDO, LE GANÓ

LA PULSEADA A SIMEONE PARA SER DT DE LA U. HOY ES SUPERESTRELLA.

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HELLER VS. YuraszeckEL EQUIPO ES MÍO, YO ME

LO COMPRÉ.

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STAFFEQUIPO

COLABORADORES

DISEÑO AMIGOSFOTOGRAFÍAILUSTRACIONES

DIRECTOR CRISTÓBAL CORREA

(@CRISTOBALCORREA)

EDITOR GENERALNICOLÁS VIDAL

(@NICOVIDAL79)

EDITORES PATRICIO HIDALGO

SERGIO MONTES (@SMONTESL)

DIRECTOR DE ARTE NICOLÁS PARRAGUEZ

(@NPARRAGUEZI)

CLAUDIO POZO(@CPOZO)

GONZALO LOSADACRISTOBAL FUENTEALBA

JUAN VILLORO

ALDO SCHIAPPACASSE

CECILIA LAGOS(@CECILIALAGOS)

GONZALO ELTESCH

IGNACIO PÉREZ TUESTA

FRANCESCO SCAGLIOLA

JOSE VALENZUELA

DAVID PONCE

RODRIGO MILLAN

ANDREA FUENTES

MATÍAS PARRAGUEZ@MATASPARRAGUEZ

FRANCISCO ROJAS

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SE RÍE SOLO PELLEGRINI. SUS DETRACTORES HAN DEBIDO IR A ESCONDERSE BAJO TIERRA, PARA NO ENCANDILARSE CON LAS LUCES DE SUS ÉXITOS. Y, SIN EMBARGO, CADA TAN-TO ASOMAN SU CABEZA PARA RECORDAR QUE, ALGUNA VEZ, ERAN SUS DEFENSORES LOS QUE CONSTITUÍAN LA MINORÍA.

ES UNO DE LOS TIPOS más exitosos de la historia del fútbol chileno. Tiene todo: pinta, plata, fama, lo reciben los

Presidentes. Le ha ido muy bien en su trabajo desde que llegó a Europa. Ha entrenado a buena parte de los mejores futbolistas del mundo, y ha participado como protagonista en partidos en que cualquiera de nosotros ni siquiera podría participar como espectador. Lleva años en lo más alto del fútbol europeo. Ciertamente, nadie llega a esas alturas, ni menos se mantiene en ellas, si no es por sus talentos y cualidades. Se necesita ser inteligente, trabajador y, ante todo, un muy buen entrenador de fútbol. Por más que el lector de estas líneas considere que es el que sabe más de táctica en el mundo, no le entrega-rán el equipo del Manchester City el domingo; a Pellegrini sí.

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Pellegrini

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PELLEGRINIEL ETERNOAFUERINO

MANUEL PELLEGRINI / DT MANCHESTER CITY

Por Sergio Montes (@smontesl)

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Lo que viene a continuación es un resumen de la carrera de Pellegrini. Se trata, sin embrago, de un resumen sub-jetivo, que hace énfasis en los momentos que, a juicio del suscrito, son más interesantes, menos realzados en estos tiempos, y que permiten entender cabalmente por qué hubo una época en que al hombre no se le quería ni reconocía en su país. A riesgo de parecer odioso o chaquetero, prefiero detenerme en los varios fracasos del exitoso, antes que en sus obvios logros y méritos. No porque no reconozca estos últimos, sino porque solo recordando aquello que hoy todos prefieren olvidar, es posible entender por qué todavía, solapados, escondi-dos, quedan algunos que –porfiadamente– prefieren denostar y restar méritos al ingeniero.

PELLIGROSINICasi no existe controversia: el Pelle fue un jugador apenas del montón. Pese a haber jugado toda su vida en un club grande, casi no participó en la Selección. Un tronco que se ganó el nada halagador sobrenombre de Pelligrosini, no por el peligro que causaba a los equipos rivales (marcó apenas siete goles en su carrera), sino que al propio. Era, eso sí, un tipo esforzado y trabajador, lo que le permitió no solo mantenerse en la U durante muchos años (aunque se tratara de una época bastante poco exitosa del equipo), sino que también le alcanzó para sacar una carrera profe-sional siendo jugador. En épocas en que solo existían uni-versidades tradicionales, el hombre se tituló de ingeniero civil en la Católica. Nada mal.

Y lo que es muy importante para todo lo que sucedería en el futuro: Pellegrini era un afuerino, un futbolista atípi-co, que no respondía ni remotamente al estereotipo del muchacho de población que se gana la vida (y le gana a la vida) jugando al fútbol. No, por el contrario, nuestro pro-tagonista jamás pasó hambre, y sus padres y hermanos jamás necesitaron de su talento futbolístico para vivir. Al revés, posiblemente Pellegrini debe haber sufrido resis-tencia de parte de su familia cuando decidió dedicarse al fútbol. Así, nunca fue visto como un par por sus colegas, ni se sintió tampoco uno de ellos.

De esta forma, su carencia de talento natural y su mayor acervo cultural y social, lo llevaron a teorizar sobre el juego, a buscar respuestas no en sus compañeros, sino en los jefes. Específicamente, en Fernando Riera, su entrenador entre el 78 y el 82. Es así, entonces, como surge el Pellegri-ni entrenador.

PRIMER FRACASO Mateo como es, el hombre se capacitó. Fue a Europa, hizo cursos, vio entrenamientos y partidos. Le dijeron que era bueno, y se lo creyó. Faltaba que le dieran su oportunidad, y en mala hora se la dieron. Alguien lo recomendó, y a Waldo Greene, Presidente de la Universidad de Chile, le pareció el candidato ideal. Tenía todo: identificación con el club, cursos en el extranjero (en épocas en que los Chicago Boys habían convencido a la elite que los estudios afuera eran un sello de garantía infalible) y, lo más importante, era conocido.

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SALUDO DE CABALLEROS. Con todos sus colegas ha tenido buena convivencia pública. Salvo con Mourinho y, más solapadamente, con Bianchi y Ramón Díaz en Argentina. A LA DERECHA, dos que entienden el fútbol de forma muy distinta. El ingeniero y el talentoso estuvieron meses sin hablarse. El conflicto forzó la salida del enganche.

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Imagino la ansiedad que tenía Pellegrini ese año, el 88, por demostrar sus cualidades. Encima, nada menos que a car-go del equipo de toda su vida. Nadie le exigía ser campeón (hubiese sido un despropósito), pero seguro que la idea anduvo por su cabeza cuando asumió.

Salió todo mal, sin embargo. Por primera y única vez en su historia, la U se fue a los potreros. Cuando se le ha pregun-tado por esa mancha en su carrera, ha respondido echán-dole la culpa a un curso que tomó fuera de Chile (autoriza-do por el club), y que lo hizo ausentarse por tres partidos. Mala excusa, en un torneo de 30 fechas.

Es interesante que, por lo que ha declarado, lo que más le duele a Pellegrini es que –en ese mismo torneo– se le haya acusado de arreglar un partido. Concretamente, se difundió el rumor de que había acordado con su amigo Arturo Salah (a la sazón, entrenador de Colo-Colo y, a la larga, un suerte de Pellegrini sin logros relevantes) de amañar el clásico que ese año jugaban entre sí los equipos de ambos. Contra todo pronóstico, ganó la U 3 a 0, lo cual, justamente por el rumor de que el resultado fue fruto de un arreglo, dio lugar al primer evento serio de violencia en los estadios chilenos. Pero lo cierto es que, aun cuando falsa (no existe prueba que la respalde), esa acusación parece ser más agraviante para Pellegrini que haber descendido a Segunda División en su primera experiencia como entrenador. De él se podrá decir que no es bueno en lo que hace, pero jamás que no es un caballero.

CATÓLICA Todos sus amigos eran más ricos que él. Profesionales, empresarios o con buenos cargos gerenciales, gozaban de la holgura económica de principios de los 90 en Chile. Y, aunque tenía a sus hijos en el mismo colegio, iba a los mismos matrimonios, jugaba tenis en el Club de Polo, Pellegrini tenía que conformarse con seguir siendo el distinto; en su círculo social y en el mundo del fútbol.

Para ese entonces, se le habían presentado humildes oportunidades entrenando a Palestino y O’Higgins, con los que realizó correctas campañas. Y vino lo impensado: Universidad Católica, que venía de ser subcampeón de América el año anterior, le ofreció hacerse cargo de su equipo. No de cualquier plantel, sino de uno de los mejo-res de la historia del club. A Sergio Fabián Vásquez (que estaba en el equipo desde el año anterior, y que era titu-lar de la selección argentina) se le sumaron las contra-taciones de Néstor Gorosito y Alberto Acosta, que venían de ganar la Copa América con la misma selección. Eso, más la base de jugadores que llegó a la final de la Copa

Libertadores seis meses antes. Un equipazo.

Y, por fin, él estaba a cargo de esa maravilla. Era la ca-beza deportiva del club del que son hinchas sus amigos. Ahora le pedían autógrafos, se sacaban fotos con él, era la estrella del bar del Club de Polo. Ya no era un afuerino ni un inadaptado; finalmente, todo calzaba. El día que lo presentaron en su nuevo cargo, La Cuarta tituló que –como dictaba la norma– un rubio de ojos azules se hacía cargo de dirigir a la UC. Y a Pellegrini le hizo todo el sen-tido del mundo esa frase, al punto que llegó a declarar que sentía que llegaba “a su casa”. Mal que mal, había estudiado ingeniería en la Católica y, bueno, la casa de estudios es el origen del Club Deportivo.

No importó, ni a él ni a sus amigos-dirigentes, que estuviera identificado con el archirrival. Lo que es más insólito, tampoco importó que sus antecedentes como entrenador estuvieran lejos de la altura del desafío que se le encomendó. El hombre tenía estudios afue-ra, ¡era ingeniero!, con eso alcanzaba. Bueno, con eso y con el hecho de que lo conocemos desde siempre y es un caballero.

PELLEGRINI / EL ETERNO AFUERINO

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ILUUSTRACION

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Pero Pellegrini chocó la Ferrari. No ganó nada relevante con las joyas que se le entregaron. Perdió dos torneos se-guidos contra la U que, aun teniendo a un novel Marcelo Salas, contaba con un plantel inferior. Más aún, el 94 llegó a desperdiciar la insólita diferencia de puntos que tenía a su favor a mediados del torneo. De paso, sacó del club de mala manera a los dos íconos de la Copa del 93: Lunari y Sergio Vásquez.

Una vez más, igual que en el descenso con la U, la autocrítica no fue el fuerte de nuestro héroe. Si antes la culpa fue de un curso en el extranjero, esta vez, la razón de no cumplir los objetivos fue el escándalo: los otros, los distintos, le hicieron trampas y le robaron los torneos. Mientras él peleaba con buenas armas, los demás –corruptos– lo hacían arreglando partidos, pagando a los árbitros.

Nada se podía hacer y, por decencia (aquella que nunca aceptará que se le cuestione), renunció a mediados del año 96. De nuevo, era el afuerino.

ECUADOR Y ARGENTINA Fue así como Pellegrini se quedó sin trabajo. Y el mundo del fútbol le pasó, finalmente, la cuenta por ser un extraño, por parecer más un dirigente que un entrenador. Pasaba el tiempo y nadie parecía olvidar su oprobiosa salida de la UC. Hasta que sus amista-des le abrieron nuevamente la puerta. Jorge Burgos era, en ese entonces, amigo de Pellegrini y embaja-dor de Chile en Ecuador. Era, también, amigo del Pre-sidente de la Liga Deportiva Universitaria de Quito. Y así, como los amigos de mis amigos son mis amigos,

Pellegrini fue recomendado por Burgos y designado entrenador del equipo ecuatoriano. Salió campeón, celebró moderadamente (él siempre es moderado) y volvió a creer que era bueno en esto.

Se sabe que salir campeón en Ecuador no alcanza para mucho en el fútbol argentino, tan poco abierto a técnicos extranjeros. Sin embargo, el hombre había dejado buena impresión en Néstor Gorosito, y –en momentos de crisis del club– fue recomendado en San Lorenzo de Almagro. La nube negra iba quedan-do atrás. “Nadie es profeta en su tierra”, se le oyó decir, y él podría no haber sido profeta en Chile, pero estaba siendo profeta en la mismísima Argentina, el país que siempre hemos mirado hacia arriba.

Fue campeón, no solo de la liga local, sino también de la hoy extinta Copa Mercosur. Disfrutó del éxito y de lograrlo con su chapa de hombre recto e intacha-ble. Le gustaba, en ese entonces, contrastarse con el estilo ladino, futbolero, de Carlos Bianchi y Ramón Ángel Díaz, a la sazón técnicos de Boca y River, con quienes Pellegrini compartía protagonismo.

Para el Clausura 2002, River armó un equipazo. Ortega, D’Alessandro, Demichelis, Cambiasso, Ayala y Cavenaghi daban espectáculo todos los domingos, y se coronaron campeones goleando a Argentinos Ju-niors. Sin embargo, sucedió lo inesperado: el recién electo Presidente de River, José María Aguilar (sobre quien después cayeran fundadas acusaciones de corrupción) decidió que, por muy multi campeón que fuera Ramón Díaz, había que subirle el pelo a River, estar a la altura de su historia. Para eso, optó por

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PELLEGRINI / EL ETERNO AFUERINO

HOMENAJE EN TRIBUNAS. En Villarreal y Málaga es Dios. Llevó a esos equipos a alturas insospechadas.

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no renovar el contrato del técnico recién campeón y traer al caballero que dirigía a San Lorenzo.

Ahora sí que sí, Pellegini llegaba a lo más alto. Los ami-gos una vez más se jactaban en público de su amistad, viajaban a Buenos Aires a verlo, se peleaban por invitarlo a comer cuando Manuel venía al país.

No le fue del todo mal, de hecho, fue campeón en su primer campeonato (con la base que armó Ramón Díaz). Sin embargo, lo que vino no fue tan bueno: eliminación con escándalo de la Copa Libertadores, resistencia del público por el mal juego, mala relación con parte de la prensa. No ayudó mucho a su causa el hecho que, cada vez que el equipo no obtenía un buen resultado, su única explicación fuera que jugaron fantástico, pero “estuvieron poco finos en la definición”. Esa excusa que ya había usado en Cató-lica hasta el hartazgo, era bastante menos digerible en un público con mayor cultura futbolística, como el argentino.

Fue así como, para pedir la salida de Pellegrini, los hinchas estrenarían una tradición que luego se repetiría en varias oportunidades en la crisis que derivó en el descenso de River: invadir el hall del club después de un partido, para exigir a los dirigentes la remoción del técnico. Lo que la prensa denominó como el “hallazo”.

EUROPA La parte de Europa es la más conocida de la carrera de Pellegrini. Sus buenas campañas con el ignoto Villarreal, su mala relación con Riquelme (que no es de extrañar, pues cuesta imaginarse tipos más distintos: el trabajador versus el talentoso, el correcto versus el mimado), su llegada y salida al Real Madrid, su paso por el multimillonario experimento de un jeque en Málaga, y después el Manchester City, de otro je-que, que salió campeón de la mano de That Charming Man.

Para no narrar lo que todos conocen, trato de buscar los patrones del éxito de Pellegrini. Y ahí encuentro algunas cosas que nos remiten a su experiencia en Sudamérica. Las campañas con las que más destacó, cuando más cómodo parece haberse sentido, es en equipos chicos. Tanto Villarreal como Málaga son clubes en los que gozó de todo el poder posible; eligió los jugadores y, lo que es más sorprendente, convenció a los dirigentes para que le trajeran jugadores completamente afuera de los presu-puestos que acostumbraban esos clubes. Tanto Villarreal como Málaga tuvieron, en su momento, el tercer mejor plantel de la Liga Española. Curiosamente, luego de la ida de Pellegrini, esos equipos no volvieron nunca a reforzarse en la forma en que lo hicieron bajo su mandato.

En esa línea, Pellegrini parece ser el elegido por los jeques árabes para encarnar sus ambiciosos proyectos deporti-vos. Tipos que no parecen ser especialmente futbolizados, deciden que el fútbol será el nuevo hobby en el que gastarán algunos cientos de sus miles de millones de dólares, y deci-den también que nuestro Manuel es el hombre indicado para llevar adelante su proyecto. Pasó en Málaga primero y ahora pasa en Manchester.

Menos cómodo se sintió en el Real Madrid. Se había acostumbrado a ser el que tomara hasta la decisión menos relevante, y llegó a un club plagado de ex futbolistas/buró-cratas, en el que el entrenador –salvo que sea Mourinho– con suerte dirige los entrenamientos y arma el equipo el domingo. Y así le fue, terminó su experiencia (tal como en la U, en la Católica y en River) insultado por miles de personas cada domingo, mientras él, como siempre, en la victoria y la derrota, caminaba impertérrito hacia el túnel de ingreso a los camarines.

Hoy Pellegrini goza del éxito que por mucho tiempo le fue esquivo, y por el que luchó tozudamente. Porque, guste o no el personaje, una cosa no se le podrá negar jamás: le gusta el fútbol, y le ha dedicado su vida, pero no por necesidad, sino por opción.

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SAN LORENZO Y VILLARREAL son los clubes a los que llegó con más bajas expectativas y en los que sorprendió. A los cuervos los llevó a ganar su primer título internacional.

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ESTE VERANO –como varios otros de mi ca-rrera– estuvo marcado por el Sudamericano Sub 20. En Punta del Este presencié una de las más bochornosas participaciones chile-

nas en un torneo juvenil, superada sólo por aquella del 79, donde la adulteración de pasaportes terminó con casi todo el equipo en la cárcel.

Esta escuadra de Tocalli provocó vergüenza –que no da para acción penal, por supuesto– pero volvió a ha-blarse de la “mala generación”, como excusa para el pésimo trabajo técnico que rodeó a una escuadra que nos dejó sin Mundial, sin Panamericanos ni Juegos Olímpicos. Tocalli salió trasquilado y con su continui-dad en tela de juicio, y a Claudio Vivas –el ayudante de Bielsa que condujo casi todo el proceso preparatorio– definitivamente descalificado.

Ambos, Tocalli y Vivas, me aparecieron nítidamente en mi segunda gran ocupación de este verano: ver películas de fútbol. Ambos son protagonistas del ex-celente documental de Alex de la Iglesia dedicado a Messi, donde amigos de la infancia, entrenadores y estrellas van hilando, armoniosa y plásticamente, la historia de uno de los más grandes jugadores de los tiempos modernos.

Les preguntan y contestan con naturalidad sobre un fenómeno, sobre un artista, sobre un monstruo del

juego y disfrutan y paladean cada palabra que pro-nuncian. Por eso, cuando ahora reviso la película que se estrenó el 1 de enero en España, no puedo dejar de enojarme. Esta generación merecía algo más de técnicos altamente calificados, campeones del mun-do, autoridades en la materia. Se entregaron ambos mansamente, se rindieron sin pelea, fueron especta-dores pasivos de un derrumbe previsible, como tam-bién lo será el de la Sub 17 de Grelak, supervisada por el mismo Tocalli, quien echó a Mario Salas tras una disputa verbal con su hijo.

Los veo a ambos en pantalla, filmados por Alex de la Iglesia, y pienso que los chicos de la Roja merecían un trabajo más esmerado, pulcro y apasionado que el que les brindaron quienes debieron ser los mento-res del mejor trabajo a nivel de juveniles de nuestra historia.

Fue ese mismo desastre –y otras razones que no vie-ne al caso invocar– el que me privó de ver la película que más esperaba para este año. Papeles en el Vien-to es una historia de amistad, fútbol y pasión escrita por Eduardo Sacheri, el heredero de Soriano, Galeano y Fontanarrosa en las letras futboleras, que se exhibía en el cine del shopping local. No me avergüenzo si digo que la novela me hizo sollozar y quería verla en pantalla grande, rodeado de uruguayos en una noche cálida de Punta del Este, pero tendré que esperar una

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LAS MARTINGALAS DEL VERANO

Por ALDO SCHIAPPACASSE

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FÚTBOL Y CINE

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improbable excepción de los distribuidores locales para verla en una sala solitaria porque, seamos ho-nestos, una película de fútbol, hombres y amistad se ve lejana para la taquilla chilena. Resistiré la tentación de verla pirateada en la pantalla de un computador, porque las grandes historias requieren de un gran marco.

Distinto fue el caso de United Passions, el bodrio que financió la FIFA para narrar la “épica” de Joseph Bla-tter. Con monstruosos efectos especiales, recreando

el Centenario, el Maracaná y el París de comienzos de siglo, la cinta no se estrenó en las salas y salió directa-mente al DVD. Verla me provocó una mezcla de pudor e indignación, porque la frescura –y los dólares– de la FIFA parecen no tener límites.Lo recordé en la semana en que un chileno (Harold Mayne–Nicholls) se lo pensó hasta el final para pre-sentarse a las próximas elecciones, que son –como bien queda expresado en la cinta– un saludo a la bandera. Blatter será reelegido y las cosas no cam-biarán demasiado en un organismo donde la plata circula abundantemente y los favores, la ostentación del poder y la corrupción galopan por los pasillos. No deja de ser extraño que exfuncionarios del organismo –como Gerome Champagne o el mismo Mayne–Ni-cholls– pretendan destronar al suizo que sucedió a Joao Havelange y que culminó su obra de martingalas y saqueo de altísimo nivel, sin que se les escuchara, cuando estaban a su sombra, crítica alguna sobre los procedimientos empleados.

Quiero recordarlo porque este año, cuando don Sepp (¡Interpretado en pantalla por Tim Roth!) venga a Chile para la Copa América y el Mundial Sub 17, las auto-ridades deportivas y de gobierno volverán a caer ge-nuflexas a su paso, haciéndole reverencias como se las han hecho siempre a estos carcamales de la diri-gencia internacional (Nicolás Leoz incluido), sin que a nadie se le ponga colorada la cara de vergüenza por tenderles la alfombre roja ni besarles esa mano sucia, que es materia de envidia y ejemplo para muchos de nuestros dirigentes que viven de lo que el fútbol dadi-vosamente les entrega.

Ver transformada en película la historia de Blatter, sa-biendo que 40 millones de dólares no sirvieron ni si-quiera para que se estrenara en cines, sirvió al menos para que –indirectamente– refrescáramos la idea de que lo mejor del fútbol está en la cancha. Como en la próxima Copa América, por supuesto. Si es que las canchas, obviamente, están listas a tiempo.

ADAPTACIÓN AL CINE Las tardes de fútbol de la infan-cia es lo que une a tipos que, de haberse conocido mayores, no hubiesen sido nunca amigos.

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EN MARZO DE 2015, Lionel Messi volvió a demostrar la improbable condición del genio. Sin asomarse a la tragedia, el Barce-lona no empezó el año en gran forma. Todo

parecía indicar que, bajo el mando de Luis Enrique, continuaba el largo y complejo proceso de transi-ción hacia glorias todavía futuras.

No es fácil renovar el apetito de triunfos cuando ya los has conseguido todos. El Barça de Guardiola se empachó de trofeos y a sus sucesores les corres-ponde el trabajo de la digestión. Tito Vilanova, el Tata Martino y Luis Enrique desempeñan el ambi-guo papel que se le confería a los chambelanes en las viejas fiestas de quince años: tienen el privilegio de bailar con la festejada, pero saben que difícil-mente se casarán con ella.

En la pasada elección del Balón de Oro al mejor fut-bolista de 2014, Messi volvió a estar en la terna. Na-die podía dudar de que superaba en calidad a Cristia-no Ronaldo y Manuel Neuer, pero el trofeo respalda méritos relacionados con la obtención de títulos.

En el Mundial de Brasil, la Pulga fue distinguido como máximo jugador de la justa, algo que merecía por los primeros cuatro partidos, pero no por los siguientes. De cualquier forma, parecía razonable premiar a al-guien que llegó a la final, destacándose en forma in-dividual. Leo recogió el premio de consolación con la cara de quien recibe un bono de descuento para ir al dentista. En su sistema de valores, cualquier cosa que lo aleje del primer sitio significa un fracaso.

En términos de geopolítica, Alemania y Japón de-mostraron que en ocasiones lo importante no es ganar la guerra sino la posguerra. ¿Cómo enfren-taría Messi la posguerra de Brasil 2014? Regre-saba a Barcelona, ciudad donde ha sido acusado de evasión fiscal, y a un club donde el presidente Sandro Rosell tuvo que dimitir por la opacidad en el traspaso de Neymar. Para colmo, enfrentaba a un Real Madrid en estado de gracia, con un Cristiano

Ronaldo que nunca ganará mundiales ni concursos de simpatía, pero que anotaba con el mismo gusto con que se depila ante el espejo.

Romario, Ronaldo y Ronaldinho integran la trilogía de la triple R de astros que no sacrifican su arte en nombre de la disciplina. Brillan mientras la suerte, las juergas y los huesos están de su parte.

Por el contrario, Messi representa al crack asombro-samente estadístico. Difícilmente alguien igualará su capacidad de pulverizar récords. Jorge Valdano ha dicho que el 10 del Barça es “Maradona todos los días”. El prodigio es su rutina.

¿Hay manera de frenarlo? Los Nostradamus del

Por JUAN VILLORO

COLUMNA / JUAN VILLORO

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césped juzgaron que la final de Brasil podía sentarle como un maleficio. Al volver a Barcelona, enfrentó la descomposición de un club aficionado al dolor, enfermó de gastroenteritis, lució distraído, como si pensara demasiado en la abuela que vive en el cielo y a la que dedica sus goles, y se habló de su posible traspaso al París Saint-Germain. Poco después, el Balón de Oro fue a dar a las manos manicuradas de Cristiano Ronaldo.

Pero Messi tiene una de las personalidades más raras del planeta: es un aburrido que no se aburre del fút-bol. Despertó de su siesta en media cancha. Cristiano le llevaba 12 goles de ventaja en la ruta al Pichichi y en marzo de 2015 Leo logró alcanzarlo, rompiendo de paso el récord de hat-tricks en España, uno de los po-cos caprichos estadísticos que le hacían falta.

Estamos tan acostumbrados a la reiteración de sus maravillas que acaso no aquilatemos cabalmente su valor. Con todo, el fútbol se define menos por la consistencia que por la singularidad. La palomi-ta con la que Aldo Pedro Poy logró que el Rosario Central venciera a su enemigo jurado, el Newell’s Old Boys, en la semifinal del campeonato argentino de 1971, se recuerda con el mismo sentido de la épica con que se recuerda al general San Martín en el combate de San Lorenzo.

Messi ha ganado todo, pero le falta la jugada in-

mortal. Aunque calcó el gol maestro de Diego Ar-mando Maradona, lo hizo en un juego de trámite, no en un Mundial.

El destino (“ese fantasma sincronizador”, como lo llamaba Nabokov), le dio la oportunidad de acabar de una vez por todas con esa maldición en Brasil. Su última jugada pudo haber provocado el frenesí que desemboca en estatuas de bronces y tatuajes en la piel de la tribu.

Como conviene a la épica, la historia de ese lance em-pezó hace más de una década. El periodista argentino Pablo Silva se mesaba los cabellos ante la falta de res-peto que los jugadores tienen por la legalidad. El futbol se ha convertido en un pretexto para hacer trampa. Numerosos histriones se tiran en el área para simular un penal, otros reciben un empujón en la espalda y se cubren la cara como si les hubieran arrancado la na-riz; los defensas jalan las camisetas enemigas en los tiros de esquina, y las barreras tienen tendencia a no respetar la distancia de 9 metros con 15 centímetros que indica el árbitro.

Este último problema causó un perjuicio personal a Silva. Participaba en un partido amateur cuando el silbante marcó un tiro libre a favor de su equipo. Pablo y los suyos iban perdiendo por un gol. Esa jugada representaba la oportunidad del empate. Como tantas veces, la barrera hizo lo que le dio la

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gana. Pablo Silva cobró la falta y el disparo acabó en un estómago enemigo.

Indignado por la afrenta, se propuso encontrar un remedio y diseñó un recurso para aportarle al jue-go un poco de justicia: un aerosol capaz de señalar dónde debe colocarse el muro defensivo y de desa-parecer segundos después de cobrada la falta.

Los grandes inventos suelen tener muchos padres. Desde que la servilleta se atribuyó a Leonardo Da Vinci, no han faltado los envidiosos ni los eruditos que pongan en duda esa autoría y reclamen para sí el ho-nor de haber ideado el tenedor, el alfiler o la tijera.

En el caso del spray arbitral, se habla de otros posi-bles inventores, pero queda claro que Silva fue deci-sivo para promover su aplicación (primero en la Liga Argentina, luego en la Conmebol y en la Libertadores). La variante que se debe a su inspiración fue patentada en 2002 con el nombre de “9.15” –por la distancia que debe garantizar– y defendida por Silva con la rica adjetivación que el periodismo deportivo argentino os-tenta desde los tiempos en que el legendario “Boroco-tó” animaba las páginas de El Gráfico.

Brasil 2014 fue el primer Mundial con aerosol. Curiosamente, el invento de Silva pudo haber sido más importante para la selección albiceleste que la relación del Papa Francisco con Dios.

Argentina llegó a la final contra Alemania, permi-tiendo que Lionel Messi llamara a las puertas de la consagración definitiva. Con total oportunismo, el destino hizo que a unos minutos de que terminara el partido se marcara un tiro libre a favor de Argen-tina. El mejor jugador del mundo se encontró en la misma situación que Pablo Silva años atrás: podía empatar con un disparo.

El árbitro Rizzoli, de pobre actuación en el resto del jue-go, sacó su spray. La distancia de 9.15 quedó garanti-zada. La idea de Silva podía beneficiar a su país en la agonía de la final. ¿Había trama más perfecta?

Justo entonces la épica se dio de baja y el 10 ar-gentino mandó la pelota a las gradas de la des-esperación. La jugada definitiva de Lionel Messi quedó pendiente.

Hay veces en que el destino no sabe escribir una historia. Para eso queda la literatura.

COLUMNA / JUAN VILLORO

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MESSI. A nivel de clubes ha ganado todo, pero para ser Diego le falta un Mundial. Estuvo a punto.

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“ARELLANO NO INVENTÓ UNA EMPRESA, FORMÓ UN CLUB”

JORGE VERGARA está desesperado por hablar. De un tiempo a esta parte, el mundo se ha vuelto en su contra. La opinión pública lo tiene entre los símbolos de lo que Andrés Velasco llamaría “las malas prácticas”. En su espontaneidad temeraria, su exceso de peso, sus éxitos deslumbrantes y sus métodos sicilianos ejempli-fica aquello que se buscó desterrar de raíz con el aveni-miento de las sociedades anónimas en el fútbol. Desde entonces, sólo multimillonarios o quienes estos multi-millonarios designen pueden decidir los destinos de los equipos más populares. Nunca más un microempresa-rio de sonrisa achinada, como Héctor Aladino Gálvez, ni mucho menos Jorge Vergara. Haga lo que haga, nunca más. Él lo sabe, y eso es lo que más lo desespera, aunque no lo diga. Por más entrevistas que dé, por más kilos que baje, por más paradojas que denuncie. Lo mismo da, a estas alturas, que no haya sido condenado por tribunal alguno. Lo mismo da que su argumento primordial -después de las Sociedades Anónimas la cosa está igual o peor-, sea muy difícil de controvertir. En la configuración mental de nuestra época, Vergara comparte calabozo con otros ilustres inocentes: Patricio Tombolini, Martín Larraín, Jovino Novoa, Gerardo Joan-non. Para algunos, la vida no da muchas vueltas.

Jorge Vergara está desesperado por hablar. Quien se define a sí mismo como “capaz de fumar debajo del agua”, no pone condiciones ni anticipa consecuen-cias. Ni siquiera intenta suavizar alguno de sus di-chos, tanteando antes a su contraparte. No sabe si lo admiramos o buscamos hacer leña, contribuyendo con un trazo más a una caricatura que como tal no entien-de de matices. Grandeza de espíritu o desesperación. O una mezcla de ambas, como casi todos nosotros. Lo llamé un día lunes y me habló durante 6 minutos sobre el primer número de la revista, antes de poder preguntarle cómo estaba. Quedamos de juntarnos esa misma semana en el Eladio, y llegó 20 minutos antes de la cita. Habló durante dos horas y media en la mesa, después me siguió hablando a lo largo de Pío Nono hasta llegar a la Plaza Italia, y quiso que nos subiéra-mos juntos al metro para seguir hablando. Tomé un taxi en la dirección opuesta para descansar. Alega veto de los principales medios de comunicación: para combatir este vacío, le ha dado cuñas sabrosas e incendiarias a cuanta página web deportiva sin auspicios existe en este mundo.

Jorge Vergara, en su desesperación, se emparenta con el Mamo Contreras. Un gesto de dientes en ristre, la hondura en la cuenca de los ojos, cierto cansancio que se transforma en escepticismo pero que no le impide

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VERGARAMI LUCHA: LA PASIÓN DEL GORDO

Jorge

Por Patricio Hidalgo.

Fotos: Claudio Pozo / Agradecimientos a Peluquería Francesa.

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Vergara

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seguir predicando su verdad, con vehemencia. Ambos, en su época de oro, tenían el control absoluto, mane-jándolo todo desde las bambalinas, con jefes que se llevaban la carga de la cara visible y los dejaban hacer sin mayor control, confiados de sus métodos, eligiendo no saber. Ambos no advirtieron que la fiesta se iba a acabar como se acabó, y claman inocencia enfrentados a la incomprensión primero y a la indiferencia después. Ambos publicitan libros con “la verdad absoluta” que nadie lee y amenazan con otro que verá la luz una vez que mueran. Al vernos, Vergara me regala dos ejem-plares de un libro llamado “Colo-Colo ya no es Chile”. Ninguno de ellos se enriqueció en su cargo, y quizás, aunque nunca lo van a decir en público, reclaman que sus líderes, además de no salvarlos, no fueron probos como ellos. Pero ambos celebran la lealtad a ultran-za y jamás hablarán contra sus jefes. Ambos tienen diabetes, fueron militares y se formaron en ese rigor. Y ambos, cada cierto tiempo, a través de declaraciones destempladas, reclaman su lugar en la contingencia. Es que en el fondo, y esto es lo que más los une, ambos se sienten traicionados por el mundo. Pero la diferencia es una sola, y definitiva: Contreras es un asesino salvaje y un torturador brutal. Vergara es un tipo que ama a Colo-Colo como a nada en el mundo, que me habla de sus hijos con verdadera emoción y que camina por la calle con la tranquilidad de mantenerse fiel a sus ideas, aunque el poder ya no las comparta en absoluto.

Tan desesperado por hablar está Jorge Vergara que de seguro cada uno de sus parlamentos los ha repetido decenas de veces en silencio, por lo que puede largarlos con una velocidad imposible, mezclando ironías y exagera-ciones sin puntos suspensivos, apelando a una concentra-ción absoluta de su contraparte. Cada tanto me pregunta, como un Sócrates en misión de servicio en la PDI, algún dato histórico que desconozco. Pero no le importa. Se res-ponde solo y sigue hablando. A veces su insobornable as-tucia lo hace buscar mi aprobación (“como buen abogado, estarás de acuerdo en que…”) y otras tantas concluye que no tiene interlocutor válido a sus conocimientos (“para hablar de fútbol en serio, tengo que viajar a Buenos Aires”. “No te ofendas, pero no puedo explicarte eso porque para

entenderlo tendrías que saber de fútbol en serio”).

La desesperación de Jorge Vergara, insiste, no tiene que ver con restaurar su imagen. Esa batalla, es enfático, no le interesa. La cruzada que lo motiva es la de recuperar Colo-Colo para el pueblo. Todos los sacrificios valen para lograrlo. “No quiero hablar sobre mí, quiero hablar sobre Colo-Colo. Esta entrevista debe ser sobre el futuro del club, no sobre mi historia”, me dice más de una vez. Lo siento, Jorge. Cada vez que te refieres a Colo-Colo dejas tu propia piel en el relato y entonces es tu apabullante perso-nalidad la que emerge. No puedes salir de la cárcel de tu personaje. Tú, que manejaste el club en las sombras y por amor a las sombras, como diría un poeta, hoy no tienes sombra donde cobijarte.

“LOS FUNDADORES DE COLO-COLO ERAN ENFERMOS DE NAZIS”1. ¿Cómo se inicia tu relación con Colo- Colo? Llegué a Colo-Colo a los 11 años. Mi padre era dirigente de cade-tes. Me conocen desde la década de los 60, así que yo puedo engañar a mucha gente menos a los colocolinos antiguos, como ellos tampoco pueden engañarme a mí. Estoy dentro de Colo-Colo desde que tengo uso de ra-zón, era un cabro chico dando vueltas por las canchas, un pendejo que andaba hueveando, me conocían todos los jugadores.

Muy tempranamente, entré al Ejército. Entonces seguí siendo colocolino, pero sumergido. Volví en los 70, cuando perdió las elecciones Héctor Aladino Gálvez, a quien apoyaba. Mi papá defendía a la otra lista. Esa era la familia colocolina, un padre y un hijo podían estar en listas separadas. Votaban 4.000 socios como si nada. Antes, para ser presidente, tenías que saber de fútbol. Ahora, basta con que tengas plata.

2. ¿Eran dirigentes muy distintos a los actuales? Los antiguos dirigentes de cadetes… mi papá sacaba plata de la casa para comprarle zapatos a los jugadores, los cabros eran como hijos de ellos. Pero para que entiendas eso tengo que explicarte algunas cosas antes. Desde

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EN NUESTRA ÉPOCA, QUE SE SUPONE ÉRAMOS FLOR DE LADRONES, ESTABA ABSOLUTAMENTE PROHIBIDO QUE UN DIRIGENTE TUVIERA UNA EMPRESA LIGADA CON EL CLUB, NI UN FAMILIAR TAMPOCO. ESTOS HUEVONES DE AHORA SE PAGAN ASESORÍAS A ELLOS MISMOS, Y SON GENTE CON PLATA.

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siempre, Colo-Colo tuvo cuatro principios fundamen-tales: Tolerancia, Inclusión, Unidad y Transversalidad. Cualquier cosa que se hiciera tenía que ser coherente con eso. Socios fundadores, como el Cara de Cacho To-rres, lo repetían todo el tiempo, nos tenían de un coco con esa cantinela. Entonces, cuando aparecen estos ti-pos nuevos a refundar… párale huevón, hazte otro club. Arellano no formó una empresa, Arellano formó un club. Colo-Colo no discriminaba a nadie. Había un dicho en esa época: “De cura a masón, de policía a ladrón”. Los 4 puntos cardinales. La idea era hacer un club 100% chileno. Para ser socio de Colo-Colo, sólo necesitabas las ganas de serlo. No nos apoyaba una universidad, una colonia, una ciudad, nada.

3. En la fundación de instituciones tan importantes como esta, hay mucho de mito… A mí la historia del Club me la contaron directamente los fundadores, no he tenido que leer nada. Los fundadores de Colo-Colo eran profesores normalistas, obsesionados por el orden, la rectitud, las buenas costumbres. Educación alemana. Eran enfermos de nazis, entonces cuando ahora aparecen los pelotudos del Partido Comunista, que entraron recién y quieren formar un club a la pinta de ellos…

4. No son comunistas los dueños actuales del club… Me refería a los del club social y deportivo, la idea de gobernar

en conjunto con Blanco y Negro… una estupidez. Cómo se te puede ocurrir que una institución sin fines de lucro va a complementarse aunque sea un poco con una que busca distribuir ganancias, que cobra por todo, y que busca anularte para hacer un negocio cobrando por la marca. Es como Hidra de Lerna, el monstruo de la mitología griega que tiene 7 cabezas y termina comiéndose la cola. Se autodestruye. Cuando los grupos económicos entran a un mercado parten todos amigos, pero al poco rato empiezan a hacerse zancadillas, patadas, y al final quedan 3 que se lo reparten todo. Aliarse con BN es como que te digan “anda a la selva con un tigre, solos, no lleven cocaví, y cuando les de hambre ahí se arreglan”. Colo-Colo tiene por misión prin-cipal promover y difundir el deporte. Esto pasa por ampliar y potenciar las ramas. ¿Qué hicieron estos huevones apenas llegaron? Disolvieron todas las ramas, dejaron el puro equi-po. ¿Cómo se compatibiliza eso?

5. Si lo hicieron todo tan bien, ¿qué pasó entonces? ¿No asumes el legado de negocios extraños, de gastos inexplicables, de todo aquello que condujo a la quie-bra? Yo no estaba cuando Colo-Colo quebró, eso para empezar. Pero te respondo. Colo-Colo tenía 17 ramas, 77 filiales, un instituto de enseñanza media, 5.000 niños jugando fútbol gratis… todo eso ya no existe. Entonces, operando así, es re fácil administrar bien. Lo quiebras y te quedas con la crema del negocio. Se

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JORGE VERGARA habló largo con revista De Cabeza. Un buen pedazo de carne asada sirvió de aliciente para su verborrea.

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cambiaron los clubes deportivos por equipos de fútbol. Se cambiaron los socios, los hinchas, por clientes. En la torta del fútbol, como les gusta decir a los economistas, se llevaba una parte el jugador, otra el club y otra los huevones que robaban. Hoy, con las S.A., la torta es la misma, y están los inversionistas que se llevan la mejor parte, que antes no estaban. ¿O tú crees que ahora los ladrones no existen? Dicen que hay control. ¡Qué con-trol hay! La Superintendencia no se mete en nada. Si se hiciera una investigación de todos los clubes S.A. no te quedan más de 10, los demás los tendrías que cerrar.

En nuestra época, que se supone éramos flor de ladro-nes, estaba absolutamente prohibido que un dirigente tuviera una empresa ligada con el club, ni un familiar tampoco. Estos huevones de ahora se pagan asesorías a ellos mismos, y son gente con plata. Te pongo un ejemplo. La Masía, las divisiones inferiores del Barcelo-na de la que todos hablan, costó 7 millones de euros. Es una ciudadela con siete pisos, canchas, gimnasios, espectacular. Pintar y ponerle butacas al Monumental costó 11 millones de dólares… ándate un ratito a la chucha. O la pintura es muy cara o estos huevones se robaron la plata. Hacer el Monumental entero nos costó a nosotros un millón y medio de dólares, y a ellos pintarlo les costó 11. Si eso no es robo… En los tiempos míos, el Estadio Monumental hacía 66.000 espectadores. Ahora 40.000. Y resulta que nosotros somos los ladrones. No me huevees. Seamos serios. Estos huevones no dicen que roban, ellos se llevan todo porque consideran que les corresponde, que nos hacen un favor. Y el medio, por su ignorancia, no dice nada.

“YO OCUPÉ EL UNIFORME DE MILITAR, PERO PARA COLO- COLO”6. A propósito del Estadio Monumental, no hay claridad en los fondos que lo financiaron. El personaje clave en la construcción del Estadio Monumental fue Joao Havelan-ge, y nadie lo dice. Todo eso está en mi libro póstumo. No tiene nada que ver la venta del Chino Caszely, ni la del Pájaro Rubio. La obra gruesa y la compra del terreno se hacen durante la presidencia de Raúl Labán. Se pagó con la venta de un estadio que Colo-Colo tenía en Inde-pendencia, no con plata de él. Cuando se acabaron los recursos, la construcción quedó botada. Años después, Aladino Gálvez puso los baños, pero con pozos negros, entonces las autoridades sanitarias clausuraron todo. Estuvo cerrado un buen tiempo y se retomó el proyecto cuando estaba yo.

7. ¿Cuál fue tu aporte ahí? Hice el papeleo, una locura. Iba

al Conservador de Bienes Raíces, buscaba las escrituras en el Archivo Judicial, entraba a EMOS a que me dieran todos los planos, aprovechaba que era milico, no me los podían negar… esa huevá nadie la sabe. Yo ocupé el uniforme de militar, pero para Colo-Colo. Hecho todo eso, todavía nos faltaba un millón y medio de dólares. Ahí le fui-mos a pedir plata a la Coca Cola. Nos recibió Pedro Pablo Díaz y nos dijo: “Lo siento, pero la verdad es que Colo-Colo no está en nuestro target”. Ante ese recibimiento, nos paramos y no fuimos. Lo dejamos hablando solo.

Poco tiempo después Raúl Labán, que conocía a Havelan-ge, lo invitó a Chile. Yo le entré porque él también había sido militar, le caí bien de inmediato. Había estado en un regimiento blindado, hablamos de eso. Era un hombre muy serio. Nos sentamos en la obra gruesa, mirando el estadio. Por ahí hay fotos. Después me llevé al ayudante de Havelange en mi Fiat 147, con las rodillas en el pecho. Apenas cabía. Se llamaba Joseph Blatter. Nos fuimos al Centro Vasco, pero parece que no le gustó porque después nos invitó a comer él a un restorán mucho mejor. Nosotros le dijimos lo de la plata que nos faltaba para el Estadio y la reunión con la Coca Cola. “La FIFA no tiene plata para eso, vamos a ver qué se puede hacer”. No nos dijo ni sí ni no. Pero no habían pasado ni quince días y nos llama Pedro Pablo Díaz, diciéndonos que la Pepsi se había ido con la UC y que nos ofrecía un millón y medio de dólares por cuatro años de publicidad. La orden venía de Atlanta, de la casa matriz. ¿Cómo supo Atlanta que Co-lo-Colo necesitaba esa plata? ¿Tú crees que Pedro Pablo Díaz fue para allá? Havelange era muy zorro. A mí me cayó la chaucha de inmediato, pero no dijimos nada porque él no quería que se supiera. Entonces, que me vengan a decir que el pase de Caszely puso la galería, que Rubio, que Pinochet… Pinochet no puso un puto peso para el estadio, es más, trató de utilizar a Colo-Colo diciendo que nos iba a dar 400 millones de pesos, que al final nunca se entregaron. Piñera también, todos los políticos, utilizaron a Colo-Colo sin darle nada.

8. En ese Estadio Monumental, se levantó la Copa Liber-tadores de América… La Libertadores… esa fue la única entrega de copa en la que me subí al escenario. Lo sentí como una culminación de mi carrera. Ahí debería haber-me retirado. Mis logros dificulto que los tenga otro dirigen-te del fútbol chileno. Soy el creador de la cantera de los 90: 220 jugadores en primera división que le reditaron al club 50 millones de dólares. Estuve en la construcción del estadio, en la Copa Libertadores, y le pasé los jugadores a Alianza Lima. Después de eso, compadre… pero no me interesa hablar de mí. Me interesa hablar del futuro del fútbol chileno. Lo veo negro, porque jugamos un campeo-

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nato de mierda, con jugadores malos. El espectá-culo es mediocre, no hay trabajo de cadetes. Ahora las cadetes son sólo unidades de negocios, una fachada para sacarle plata al Ministerio del Deporte. Yo denuncié eso el año pasado, todo lo que salió en Ciper lo dije yo antes.

9. Muchos ven en el triunfo de la Copa Libertadores la culminación de un gran proceso… Los procesos son de los clubes, no de los entrenadores. Y de ese proceso, soy el único creador. Ni Salah ni nadie tuvo nada que ver. Fue un proyecto de ingeniería comple-to, la copia exacta de cómo en un Ejército escogen al tirador. Donde los militares escriben “Tirador escogi-do”, yo puse “Talento”. El que muestra condiciones a los 10 años, tiene que llegar, tienes que encau-zarlo, desde cero, en la optimización, mantención, desarrollo y utilización del jugador. Son 4 procesos que deben cumplirse. Yo podría hacer una clase de esto, pero nadie me la ha pedido.

10. De acuerdo. Pero ese proceso decanta cuando traen a Mirko Jozic. A Jozic lo trajimos, en 1990, por lo que había hecho acá en el Mundial Sub 20 del 87, para que se hiciera cargo de las juveniles. Arturo Salah estaba en contra de traer un extranjero a las divisiones menores. Pero, al poco tiempo, Salah nos dejó botados. Dijo que se iba a Dysney, firmó por un equipo mexicano y nos abandonó. Nos pagó como las huevas todo el tiempo que los habíamos apoyado. Más encima, cuando a Colo-Colo lo quiebran él era Ministro de Deporte. Ni siquiera le avisó a Peter, y estaba en

la planificación del Gobierno de Lagos quebrar a Colo-Colo. Eso es una puñalada en la espalda.

11. ¿Estás diciendo que la quiebra de Colo-Colo fue dirigida por el gobierno de Ricardo Lagos, coordi-nada con los acreedores? Claro, si hoy lo recono-cen. Lagos, Bachelet, Piñera, parejitos. El deporte chileno está reventado. Han construido grandes estadios que nadie puede administrar, porque no han hecho nada con los clubes. No hay política pública del deporte.

“YO ME METÍA EN LOS SORTEOS DE LOS ÁRBITROS, CAMBIABA LOS FIXTURES”12. Volvamos a Mirko. Cuando llegó no sabía hablar castellano. Eso terminó siendo una ventaja, porque cuando aprendió, nos fuimos a la chucha. Recién llegado, dibujaba todo en la pizarra, hacía un par de comentarios, “Margas, esto y esto otro, Vilches, por allá” y listo, nada más. Después, cuan-do aprendió español, los jugadores se le subieron por el chorro, le pedían entrenar menos, qué se yo. En Colo-Colo lo importante no eran los jugadores, era el sistema. Por ejemplo, para ganar la Liberta-dores se necesita una banca de promedio de 24 años, eso es algo obvio que nadie cumple. El fútbol es estrategia, no sólo táctica. Si no está el gato, es porque está muerto o afuera de la casa. Esas son dos alternativas. En el fútbol son muchas más las alternativas. Sin mí nunca más salían campeones los entrenadores. ¿Cuándo más salieron campeo-nes Jozic, Salah, Morales, Benítez? Nunca.

DE CABEZA / CRÓNICA SOBRE UN CLUB ÚNICO EN EL MUNDO

BOCA. La noche en que Colo-Colo se transformó en finalista de la Copa Libertadores, eliminando al Boca de Latorre, Na-varro Montoya y Batistuta.

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13. Lo más recordado de esa Copa Libertadores es el partido como locales con Boca Juniors. La cagada del partido con Boca Juniors en la Libertadores es absolutamente mía. Algún día alguien la va a contar, y ese huevón no vas a ser tú.

14. Jorge… Hay un secreto. Nada prohibido, nada ilícito. Una avivada que es sólo mía. Son muy pocos los que saben. Todo partió en Argentina. Sócrates se habría hecho famoso en el fútbol chileno, puro preguntando… lo que pasa es que el común de los mortales miran el efecto, no la causa.

15. Jorge… Es un secreto que me voy a llevar a la tumba. Lo que pasa es que yo conocía el medio. Para los sudamericanos, en el fútbol los chilenos somos todos huevones. Los argentinos pensaban eso, aunque me conocían y sabían que yo soy capaz de fumar debajo del agua. “Los chilenos son todos huevones menos el Guatón Vergara”. Eso decían, pregúntales. Yo me metía en los sorteos de los árbitros, cambiaba los fixtures. Como se necesi-taba la unanimidad para aprobarlo, tenía a todos los dirigentes de Sudamérica en fila para tratar de convencerme. “Partamos porque Colo-Colo juegue sus primeros tres partidos de local”, decía yo. Y me hacían caso. Así era el sistema. “Ahora no se pueden hacer esas cosas”, me dicen. Claro, pero se pueden hacer otras. Algo se me ocurriría. Tengo amigos en todas partes. Soy más conocido fuera de Chile que acá. La gente del fútbol de otros países me conoce más que a cualquier presidente de la ANFP.

16. Estábamos en lo del partido con Boca Juniors. Te voy a dar una sola pista. Es conocido que hay un dirigente de la época que era muy perrero, que tenía perros. Eso no más te digo. Pero haber llevado a los carabineros con perros a la orilla de la cancha, eso nunca se había hecho, a alguien se le tiene que haber ocurrido…

17. A ti? Todo esto se empezó a fraguar en el partido de ida. A nosotros nos habían pegado en Argentina. Los peloteros eran boxeadores, y cómo repartían. A los dirigentes nos hicieron un callejón oscuro. Mien-tras nos pegaban, yo decía “calladitos, sin gritar, cómansela enterita no más”. A mí me sacaron la cresta, me pegaron entre diez huevones. Pero des-pués cobré. Al árbitro que nos pusieron allá lo agarré a chuchadas a la entrada y a la salida, y nadie me castigó, porque así es la Libertadores. Ese año, la Copa estaba hecha para que Boca llegara a la final.

Pero hay un hecho que ocurre allá que cambia todo, porque les avisan a los argentinos que va a haber control de doping. Entonces, tienen que empezar a tomar remedios para que no los pillen. No te voy a contar más, sigue las pistas no más.

“EN JUVENILES, CUANDO APARECÍA UN REPRESENTANTE LO ECHÁBAMOS CAGANDO, SEA IVÁN ZAMORANO O QUIEN FUERE”18. En todo lo que me cuentas, la figura del dirigente queda con un protagonismo distinto al actual, donde toda la publicidad es de los jugadores. No es que jueguen los dirigentes, pero existe una estrategia que ellos deben determinar. Las copas las ganan los clubes, no los jugadores. Ese es un gran error de los periodistas. Si la pelota rueda es porque hay aire dentro, alguien infló la huevá. Nosotros mandá-bamos a agrandar o achicar la cancha según si nos convenía. Eso no es avivada, es conocer el paño. ¿Tú creís que algo así se le va a ocurrir a los pelotu-dos de Blanco y Negro?

El año 79 ya estaba a cargo del fútbol, y salimos campeones. Mi misión era armar el equipo, tenía buena información. El único que sabía los refuerzos era yo. Me daban la posición, la forma de jugar, pero jamás nombres. Acuérdate que el entrenador fue también un jugador. Si un entrenador te da un nombre, es porque va en la pasada.

19. Uno tiene la impresión de que la estrategia es definida por el entrenador. De hecho, se afirma que los dirigentes no deben hablar de fútbol con los entrenadores. Los entrenadores no dejan hablar de fútbol a los dirigentes cuando cachan que no saben. Pero si a mí uno me hubiera dicho eso, lo habría echado cagando. Es responsabilidad del dirigente encontrar al entrenador adecuado. Yo traje a Pec-kerman, y a Bielsa lo tuve casi firmado. Con Bielsa conversaba de todo, antes de que viniera a dirigir a la selección. Lo fui a ver a Ezeiza, cuando entrenaba a la selección argentina. Cuando no entraba nadie, yo entré. Su ayudante era Peckerman y el huevón que ponía los conos era Tocalli. Yo le di el nombre de Bielsa a Harold.

20. ¿Cómo conociste a Bielsa? En 1991 hicimos la pretemporada en Mendoza, ahí coincidimos con Bielsa, que andaba haciendo lo propio con Newe-ll´s Old Boys. Entonces se conoce con Mirko y le co-

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pia el sistema de juego. Mirko hablaba de los wines cuando acá nadie los conocía. Bielsa le copia la táctica a Jozic, así de claro. Conversaban mucho, todas las mañanas.

21. ¿Se parece Sampaoli a Bielsa? A Sampaoli le va a durar esto mientras los jugadores le crean. Cuando se le empiecen a subir al piano al chico, cagó. A Bielsa no le podía pasar eso porque no se metía con ellos. Yo lo hablé muchas veces con Marcelo, desde el punto de vista sociológico, de cómo tratar al jugador. Tienes que tener un perfil de cada uno para saber cómo entrarles. No puedes tratar igual al Coto Sierra que a Jaime Pizarro, por ejemplo. En todo caso, el problema son otros en-trenadores extranjeros que llegan a formarse acá. Entrenadores argentinos… como están aburridos de los chantas de acá, se traen chantas de allá, porque son más baratos.

22. Tampoco es tan común ahora que los dirigen-tes conversen con los jugadores. En esa época, los dirigentes entrábamos al camarín cuando quería-mos, hablábamos de fútbol en descampado, pero no había filtraciones a la prensa. Un jugador me podía cagar a mí y yo no gritaba. Después yo cobra-ba, pero no salía nada para afuera. Eran códigos que te pueden parecer de la omertá, es un código de camarín: respetar la opinión de otro y no hacer uso de ella. Eso era todo. Para mí no tiene nada de mafioso. “¿Tú hablaste algo de mí? No correspon-día. Ahora aguanta”.

23. Pero eso de que los juveniles no podían ocupar el camarín hasta que lo desocuparan los grandes, que no se podían sentar en el mismo lugar… Ah, no, pero yo estoy de acuerdo con eso. Soy así, tengo formación militar. Hay dichos que están en el fútbol por mí. “Tomarse la colina de los japoneses”. Yo se la dije a Nelson “Consomé” Oyarzún, que era teniente en el regimiento de Chacabuco, y hablá-bamos de táctica y de cómo motivar a la tropa. Después hay otro dicho militar: “conmigo o sinmi-go”, que se lo dije al Murci Rojas. “Primero hay que limpiar el corral antes de cagar”, o sea limpiar el camarín, o “el utilero es del club, no es personal”, es una cosa medio prusiana, que tiene que ver con la formación de Colo-Colo, que hablábamos antes. Eso siempre lo tuvo Colo-Colo en cadetes.

24. Ahora las divisiones menores son otra cosa…En juveniles, cuando aparecía un representante

TE VOY A DAR UNA SOLA PISTA. ES CONOCIDO QUE HAY UN DIRIGENTE DE LA ÉPOCA QUE ERA PERRERO, QUE TENÍA PERROS. ESO NO MÁS TE DIGO. PERO HABER LLEVADO A LOS CARABINEROS CON PERROS A LA ORILLA DE LA CANCHA, ESO NUN-CA SE HABÍA HECHO... A ALGUIEN SE LE TIENE QUE HABER OCURRIDO...

DE CABEZA / JORGE VERGARA RELOADED

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lo echábamos cagando, sea Iván Zamorano o quien fuera. En cambio hoy, y te lo digo porque así es, los entrenadores de las juveniles le pasan los datos a los representantes de los jugadores que pintan bien, entonces se da el despropósito de que un cabro de 14 años tiene representante. En mi época, los hubiéramos echado con la guaripola del Monumental. ¿Por decir eso soy fascista? No huevón, lo que pasa es que tengo respeto por el club, que es diferente. Ahora claro, si hablas de virtudes resulta que te sacan el discurso de las libertades. Anda a meterte con ese concepto de

libertad en Corea del Norte, a ver cómo te va.

25. ¿Cómo te llevabas con los jugadores? Yo siem-pre fui la mano dura. Pero te desafío a que encuen-tres un jugador que hable mal de mí, que diga que yo le robé un peso. Una vez entré al Monumental, es-tando Blanco y Negro. Quedó la cagada. Partieron a saludarme todos los cadetes, los papás, los jugado-res. Tienes que entender la mentalidad del jugador. Siempre quiere ganar. Cuando va con otro verso, no es verdad. El jugador es un animal, independiente de la cultura que tenga, que desarrolla un ego tan grande que se confunde su yo interior. Y ese ego fun-ciona para afuera y para adentro. Se convence que el club es grande y sale campeón porque ellos lo sacaron campeones, y les corresponde toda la plata aunque los cadetes se caguen de hambre. Y si tú no tienes mano dura… yo era un concha de su madre para los jugadores; y además los conocía de cabros chichos. Me sentaba frente a ellos y les decía: “Ya huevón, cuánto vas a pagar por entrar al primer equipo, para apoyar las inferiores”. Eso de entrada, pregúntale a ellos. Yo no soy un huevón simpático,

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HÉROE O DEMONIO, vale la pena escuchar la versión de quien gobernó en las sombras a Colo-Colo durante años.

SIEMPRE HE SIDO UN LLANERO SOLITARIO. YO ESTABA EN COLO-COLO POR MIS MÉRITOS. QUIEN LLEGABA DE PRESIDENTE TENÍA QUE CONTAR CONMIGO.

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nunca he pretendido serlo, no te voy a presentar a mi hija, no vamos a desarrollar amistad. A los juga-dores tienes que controlarlos. Cuando arreglaban premios en el camarín, a la mala, arrinconando al presidente antes del partido: “¿Menichetti te prome-tió eso? Entonces Menichetti tendrá que conseguir-se la plata, pero de Colo-Colo no sale ni cagando”. El jugador te pide una lealtad que es hacia él no más. Yo entiendo la lealtad como un concepto recíproco, y hacia la institución, no entre nosotros. Mi formación es diferente, ni mejor ni peor. Veo las cosas desde otro prisma, nada más. Con todo, la mayoría de los jugadores amaban la camiseta de Colo-Colo, los metalizados eran los menos. Uno de ellos era Hugo Rubio, y lo demostró con sus hijos.

“YO TENÍA QUE SACAR A LAS MINAS DE LA CONCENTRACIÓN POR LA PUERTA DE ATRÁS DEL HOTEL, EN PLENA LIBERTADORES”26. Me hablas de la relación dirigente / jugador, y uno se queda pensando en el rol de los representantes, quizás el más turbio a los ojos del espectador. Eso que tú ves, yo no lo veo. A mí me dan risa los abo-gados, los periodistas y sobre todo los periodistas abogados, no entienden. Sus elucubraciones… lo que hacen los huevones es robarle a los Servicios de Impuestos Internos. Arman una cuenta en dólares en Islas Caimán, de ahí empiezan.

27. Pero convendrás conmigo en que ganan plata fácil… No es tanto.

28. A ver, te pongo el caso de tipos como Cristián Ogalde, un ícono de los representantes actuales. No, pero es que esos huevones hacen lesos a los jugadores, los cagan, es una cosa distinta. Como los jugadores no saben los reglamentos, les inventan que tienen que pagar para quedar con el pase en su poder. La otra que hacen es más vieja que el hilo negro, les dicen que tuvieron que mojar al entrenador para que jueguen: “Tuve que pagarle al D.T., a este otro, me debes tanto”. Por eso, la mayoría de los representantes son argentinos, a los chilenos les da rubor hacer huevadas así. Pero, por otro lado, trata de sacarle 5 lucas a un jugador. Im-posible, los jugadores lo quieren todo. Ofrecen todo para que lo lleven a tal club y cuando lo consiguen desconocen al representante. Eso lo vi 40 veces en Colo-Colo. Por eso, como era cabrón, le decía al ju-gador “a ver, quién es su representante, escríbalo”.

Después algunos decían, como acusándome, “el guatón Vergara me obligó a poner el nombre del re-presentante en el contrato”. ¡Claro que te obligué, huevón! ¿Cuál es tu problema con eso?

29. ¿Los jugadores son buenos para el hueveo? ¡Pero evidente! ¿Qué huevón a los 25 años, si le presentan una media mina, se va a ir a hacer una paja al baño?

30. Pero uno tenía la idea de que Jozic los tenía bien disciplinados… Si yo te contara… yo tenía que sacar a las minas de la concentración por la puerta de atrás del hotel, en plena Libertadores. “La próxima, concha de tu madre, se lo cuento a tu señora”, así les decía yo. Pero no servía de mucho. De que se la iba a culear, se la culeaba igual. Y si se la quitabas, capaz que se terminara tirando al compañero. Hay tanta mentira, tanta superficialidad…

31. El problema entonces es el copete. El sudame-ricano pisa un corcho y caga. Por su fisiología, no puede carretear como los europeos. No tienen la misma fortaleza biológica.

32. Con toda la experiencia que tienes, llama la atención que no tengas otras ambiciones actual-mente. ¿Te gusta la política? Tengo mucha relación con diputados y senadores de todos los partidos, pero a ellos no les gusta decirlo. Me invitan a conversar con sus asesores, unas vacas ignorantes que no saben nada. Tengo una pésima impresión de la política.

33. ¿Y seguir como dirigente? En mi época, decían que no hablara tanto porque tenía una linda carrera como dirigente por delante, pero yo no me cuidaba, no estaba dispuesto a hablar bien de Mi-guel Nasur porque sí. Siempre he sido un llanero solitario. Yo estaba en Colo-Colo por mis méritos. Quien llegaba de presidente tenía que contar conmigo. Una vez me acusaron de malversación. “¿Ustedes dicen que robo plata? Investíguenme entonces. Pero si no pillan nada, se tienen que ir”, les dije. Se tuvieron que ir todos los directores. Yo era muy cabrón en Colo-Colo. Soy parte de un gru-po de dirigentes que ya no van al estadio, porque están hastiados. Sweet, Orozco, Alonso, etcétera. Nosotros no teníamos la plata de la televisión, teníamos que salir a buscar el financiamiento a otras partes. Éramos adversarios, no enemigos. Nos sacábamos la cresta, pero después podíamos

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ir a comer. Ahora BN parte con esa plata, se finan-cia con eso. Y los otros clubes se financian con lo que le rapiñan a Colo-Colo y la U.

Cuando empiece a vivir de los recuerdos, estoy cagado. Mi proyecto es decir lo que otros no pue-den decir, pero con base. Tengo un libro póstumo, no puedo publicarlo ahora porque quedaría la cagada. Nadie lo ha leído. No voy a cambiar nada de lo que dice ahí.

“EL FÚTBOL NO SE INVENTÓ PARA VENDER MERCHANDISING. MENOS PARA VENDER LA IMAGEN DE LOS HUEVONES JUGANDO DÍA POR MEDIO”34. ¿Cuál es tu relación con las barras bravas? ¿Cuál es tu opinión del fenómeno? Nunca conocí a ningún huevón de la Garra Blanca. En Chile, toda la gente habla de la “violencia en los estadios”. ¡Huevón, la violencia es un problema social, la violencia va al es-tadio! Tienen derecho a ir, por algo no están presos, si están en el estadio es porque no están robando ni haciendo cagadas en la población. El estallido social que viene es mucho más grande y no se arregla, como creen estos sacos de hueva, sacando a los huevones del estadio, y créeme que no soy comunis-ta. Lo que pasa es que en Chile hay una casta social abusiva que se ha tomado todo, y que ahora se tomó el fútbol, se lo robó a la gente. Si te robas un celular, tienes que pagar con cárcel. Si le robas 140 millones a los pensionados, tienes palco en el Monumental y guardias que te cuidan. No es justo y no es sopor-table. Como no pueden hacer nada, roban por otro lado. El poder económico es más fuerte que el mili-tar, es más perverso. A las balas les puedes poner el pecho, al poder económico no.

35. Ves la problemática de la violencia desde una perspectiva mucho más amplia… El ser humano se preocupa de cagar, comer, dormir y culear. Y, no mucho después, agarra un palo. El conflicto y la agresión están metidos en su ADN. El fútbol tiene la cualidad de transformar ese potencial de agresión en una competencia deportiva entre dos fuerzas limitadas, igualitarias, con una pelota que es el centro de gravedad del conflicto. Es un desahogo, cuánto stress le quita a la gallá, es un tremendo beneficio social. Eso no tiene precio, no puedes quitarlo y cobrar por ver los goles. El pueblo lo necesita. Colo-Colo no puede estar por televisión pagada, tenemos que tener conciencia social, en la

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población tienen que poder verlo. Yo tengo barrio, me crié en San Miguel, jugué a la pelota, conozco los léxicos. El fútbol es una entretención competitiva. No se inventó para vender chapitas, merchandising y banderines. Menos para vender la imagen de los huevones jugando día por medio. El futbol tiene su nacimiento en la esencia misma de la gente.

(…)

Jorge Vergara agarra un par de servilletas y me em-pieza a explicar otras tantas cosas. Las servilletas son delgadas y ásperas, y la tinta del lápiz que le he prestado se escurre, transformando sus esfuerzos pedagógicos en una gran mancha azul. Lejos de amilanarse, toma más servilletas y redobla la apues-ta. A lo largo de esta transcripción, he intercalado una serie de preguntas que en realidad no hice, en un intento por esquematizar una forma de pensar que escapa de un tema a otro, sin ningún aviso. En este punto, dejé de transcribir y me dediqué a escu-char el caudal de conceptos que mezclaba. Mi voz ya prácticamente no se escucha. Vergara saca su veta de profesor, de analista, de hombre que puede mirar la vida con la distancia de quienes, para bien o para mal, ya dieron su mejor golpe. Pasan los minu-tos, se llevan los platos, nos tomamos el café, pido la cuenta, mi interlocutor parece no percatarse que alguien lo escucha, y sigue explicándome asuntos que tras dos horas de conversación sólo consiguen marearme: acción, reacción, achicar los espacios, adversario, planteamiento, reunión de los medios, racionalización del despliegue físico, economía de la fuerza, refrescar la pierna, sorpresa. Me aburro, pero a la vez le reconozco una pasión capaz de mover un cerro, y lo interrumpo cuando escucho la palabra “persecución”.

36. ¿Te sientes perseguido? ¿Por quién? A mí me

persiguen todos los neoliberales.

37. Es curioso, yo te identifico como un coloco-lino de derecha, por oposición, por ejemplo, a Leonardo Véliz o Carlos Caszely. El Chino Caszely, el Pollo Véliz, esos son socialistas de derecha. Como cuando le echaba la talla a Menotti, comunista de Mercedes Benz el huevón. En la vida, tienes que tener una armonía con tus principios. Caszely trabajaba en la Municipalidad de Santiago con Joaquín Lavín. Con eso te digo todo. A Caszely yo no le voy a bailar cuando el huevón está cantando mal. En Chile se entiende por amigo el que hasta los peos te los encuentra oloroso. Yo no soy así. En todo caso, de mí se ha dicho tanta cosa… que como era milico Pinochet me puso en el equipo… tantas mentiras que ya no me interesa volver sobre eso.

38. ¿Te interesa decirme algo como para limpiar tu imagen? Lavar mi nombre me importa un sobera-no níspero. Yo me fui preso porque a un periodista de Chilevisión, Fernando Agustín Tapia, se le ocu-rrió decir que un dirigente gordito era dueño del pase de Claudio Arbiza. Todo era mentira, la jueza tuvo que pedirme perdón.

39. También te investigaron por la compra de Mar-celo Espina. Otra hebra en la que la justicia chile-na hizo el loco. A Espina no lo compró Colo-Colo, lo compró Megavisión. Había dos escrituras. Una se refería a lo que ganaba Espina y otra a Platense, porque era el club que contaba con los derechos federativos. Esa plata tenía que pagar el 3% a la AFA, y se hizo una escritura por eso, no por el total. Nada fue irregular.

40. ¿Te llevas mal con los periodistas? Yo no invi-taba a los periodistas a chupar ni a comer… tengo una visión muy crítica del periodismo. No existe huevón más mentiroso que un periodista. Saben de economía, de política, de minería, de fútbol… hablan de lo que quieras, y nunca han hecho nada. Esa es la verdad, yo se los digo pero no lo publican.

41. ¿Todavía te sabes la formación de Colo-Colo?Veo todos los partidos de Colo-Colo, me sé la for-mación de memoria.

42. ¿Te gusta más el fútbol o Colo-Colo? Soy colocolino.

EL CHINO CASZELY, EL POLLO VÉLIZ, ESOS SON SOCIALISTAS DE DERECHA. COMO CUANDO LE ECHABA LA TALLA A MENOTTI, COMUNISTA DE MERCEDES BENZ EL HUEVÓN.

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ACOSTADESDE IQUIQUE INTENTA

MANTENER VIVA SU LEYENDA DE HACEDOR DE MILAGROS.

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MIGUEL NASURLE HARÉ UNA OFERTA QUE NO

PODRÁ RECHAZAR.

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Por Nicolás Vidal (@nicovidal79)

CARLOS CASZELY ES, INDUDABLEMENTE, UN ÍCONO DE LA RESISTENCIA A LA DICTADURA DE AUGUSTO PINOCHET.

AQUÍ, SU HISTORIA.

Caszely

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YA LO TIENE DECIDIDO cuando entra con los demás jugadores al Edificio Diego Porta-les. Desde ahí opera la Junta Militar: La Mone-

da está destrozada. Van todos en fila: junto a Carlos Caszely están Elías Figueroa, Alberto Quintano, Carlos Reinoso, Osvaldo Castro y el resto del plantel que parte al Mundial de Alemania en 1974. El país está contro-lado, no hay prensa, no hay voz, no hay nada salvo el terror; los que osan levantar la mirada caen inmediata-mente en la mira del fusil.

Tal vez a alguno de ellos se le pasa por la cabeza el vergonzoso partido con los fantasmas de la Unión So-viética, en ese estadio ensangrentado, que les per-mitió entrar caminando al Diego Portales para ese homenaje y despedida. Pero a Carlos no; él no puede pensar en otra cosa. “Chile sabe también los proble-mas que van a tener que afrontar en Europa, porque la calumnia y la mentira ha llegado a cambiar la men-talidad de muchos europeos que no saben ni cono-cen lo que efectivamente está sucediendo en Chile”, les dice el Presidente, en medio de un discurso don-de les deja claro que representan en todo momento a la patria. Terminadas las palabras de cortesía, el General inicia su recorrido por el salón, con una son-risa, tal vez disfrutando con los ojos atemorizados de esos ídolos que ahora le estrechan la mano. ¿Cuán-tos presidentes han despedido a una selección chi-lena antes de un Mundial? Cada día, a trazos largos y profundos, va tatuando su nombre en la Historia. Y éste es otro paso adelante.

El General avanza recibiendo el saludo de los mejores futbolistas del país. La vista de Carlos se mantiene fija en los edecanes. Escucha el golpe de los tacones con-tra el suelo. Sabe que las armas que sostienen entre sus manos –sin seguro–, son usadas con frecuencia. Su mente reproduce la imagen de los soldados nazis del Diario de Ana Frank. Siente una gota gruesa que avanza por su espalda como un torrente. Sólo el mie-do puede hacer que el estómago se apriete de esa manera. Trata de respirar profundo, de mantener la compostura, aprisionando la mano derecha con la izquierda, para que no vaya a escaparse. Percibe que viene, que el General se aproxima, hasta que lo tiene frente a él. Deja las manos inmóviles detrás de su es-palda. Nota el desbarajuste, la humillación, la ira con-tenida en la mirada del Dictador, mientras su mano huérfana queda suspendida en el aire. Tanto es el miedo que cierra los ojos para que todo termine rápi-do. Cuando los abre, Augusto Pinochet ya ha pasado, ya saluda a otro crack. Sigue avanzando, haciéndose el desentendido, como si nada hubiera pasado. Pero pasó, Carlos Caszely y todo el plantel saben perfecta-mente lo que sucedió.

Ni siquiera había que dar la orden: de esto no se habla. Pero un periodista de La Segunda trató de hacerse el simpático con el Régimen y publicó la nota en un tono acusatorio: miren cuán deleznable es este jugador co-munista, que incluso fue capaz de negarle el saludo al Presidente. Bastó esa mención, ese pequeño error no forzado –que, por supuesto, le costó el trabajo a su autor– para que medio Chile empezara a hablar en voz baja de la osadía del crack. El mejor jugador del país, junto a Elías Figueroa, había sido el primero en humillar al Dictador.

* * *El gesto no fue azaroso, no fue una ocurrencia de último minuto. La figura de Caszely se ligaba, indis-cutiblemente, con el derrocado gobierno de Allende. Nunca ocultó su respaldo a la Unidad Popular. En las elecciones parlamentarias de marzo de 1973 apoyó públicamente a Gladys Marín en su campaña como candidata a diputado. Lo mismo hizo con Volodia Tei-telboim, que postulaba al Senado. Ambos, comunis-tas, fueron electos.

No resulta exagerado, entonces, afirmar que Caszely era el jugador del pueblo, símbolo del primer gobier-no socialista elegido democráticamente en el mundo. Fue la figura indiscutida de Colo–Colo, que se hizo más popular por la tremenda campaña en la Copa Liber-

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tadores de 1973, y que tuvo al país entero pendiente de cada partido, olvidándose por unas horas del brutal cisma que se aproximaba. Hay quienes afirman que esa campaña de Colo–Colo consiguió retrasar el Golpe de Estado en unos meses. Incluso para los militares, no tenía sentido hacer algo así mientras el país vibra-ba con los goles del Rey del Metro Cuadrado, los des-bordes del Pollo Véliz y el talento del Chamaco Valdés.

La conquista de esa Copa Libertadores, indudable-mente, sería un símbolo tremendo para la revolución de Allende. Qué mejor premio para el pueblo que la primera copa de su historia. Y Carlos Caszely hizo el gol del título. El 29 de mayo de 1973, Colo-Colo ju-gaba la final de vuelta de la Copa Libertadores en el Estadio Nacional, contra Independiente de Avellane-da. Habían empatado a uno en Buenos Aires; el que ganaba ese partido sería campeón. Recibió un cen-tro desde la izquierda –no podía ser de otro lado–, la paró en el área y definió con tranquilidad. Salió celebrando como un loco, casi tocando la Copa, pero a los pocos segundos escuchó el fatídico pitazo del árbitro brasileño. Había cuatro defensas habilitándo-lo, pero el gol fue anulado. Se acabó el sueño. Les robaron el título, que después terminarían perdiendo en un tercer partido definitorio. Ilegítimamente, les

quitaron la ilusión que se habían ganado en la can-cha. Lo mismo sucedería, pocos meses después, con la Unidad Popular, el otro sueño de Caszely.

* * *En invierno oscurece temprano. El cielo está negro desde hace unas cinco horas. No hay luna. Un sitio eriazo, próximo a Vicuña Mackenna, en los alrededo-res de Tres Álamos, campamento de presos políticos de la dictadura. A pocas cuadras, paradójicamente, de donde se construiría, muchos años después, el Esta-dio Monumental. Hay un cuerpo tirado, inmóvil. Al pa-recer, se trata de una mujer. A medida que se acercan, quebrando la oscuridad con sus linternas, pueden dis-tinguirla con mayor claridad. Con júbilo, notan que se mueve. Iluminan su rostro: es Olga. La abrazan, algu-nos lloran. Entre quienes la encuentran no está Carlos, sino algunos familiares y amigos que la llevan buscan-do sin resultado desde las ocho de la mañana en co-misarías, hospitales, incluso en la morgue. Olga es la madre de Caszely. Fue torturada sin contemplaciones durante todo el día. Tiene el cuerpo destrozado. Hay marcas de golpes, quemaduras, cortes, laceraciones, pero las heridas más profundas, las que permanecen para siempre en el alma torturada, serán muy difíciles de sanar.

EL CHICHO SALUDA AL CHINO. Ambos quisieron cambiar la historia de Chile. Ambos denuncian que les robaron el partido decisivo.

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EL CHINO Y CHAMACO. Dos de los jugadores más importantes de la historia de Colo-Colo.

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Carlos está en Alemania, jugando el Mundial de 1974 con la roja en el pecho. Ignora, no se imagina lo que pasa con su madre en Chile cuando juega con Alema-nia Federal y se convierte en el primer jugador expulsa-do en la historia de los mundiales. Después de recibir la vigésima patada de Berti Vogts –quien, paradóji-camente, en el Mundial de Argentina 78, declararía: “Argentina es un país donde reina el orden. Yo no he visto a ningún preso político”–, le pega de vuelta y le muestran la tarjeta roja. Sólo se entera que su madre ha sido detenida y torturada cuando vuelve, derrotado, después de jugar el Mundial.

Indudablemente, son los peores días de su vida. Sin embargo, tiene la “suerte” que no todos tuvieron: pudo hablar con su madre sobre lo que le había pasado. Do-lorosa, brutal, pero al menos Carlos tiene su verdad. Es el primer paso. Para ese entonces, ya juega en el Levante, en la Segunda División española, y se la lleva a vivir allá. En Chile, mientras tanto, El Mercurio y La Segunda se dan un festín con su drama en el Mundial. Lo acusan de hacerse expulsar para perderse el partido contra

Alemania Democrática, cumpliendo una supuesta or-den del comunismo internacional.

Pero el Rey del Metro Cuadrado prefiere enfocarse en la pelota, y se transforma en goleador y figura indiscu-tida del Levante, que después lo transfiere al Espanyol de Barcelona multiplicando su precio por diez. Es la única forma de seguir adelante, de olvidarse por un momento lo que Augusto Pinochet hizo con su madre por haberle negado el saludo aquella tarde en el Edifi-cio Diego Portales.

* * *La maleta está hecha. Carlos ya tomó once en su de-partamento de la calle Sarriá, en Barcelona. Hace po-cas horas jugó por el Espanyol en el estadio Sarriá, a escasas cuadras de su departamento. Siempre le ha gustado vivir cerca de los estadios donde le toca jugar. Como es su costumbre, marcó un gol. Se detiene un momento a ver los pasajes del avión que lo llevará a Chile. Los compró él. No es cualquier viaje: vuelve a jugar por la selección chilena. Lo llamaron para las eli-minatorias del Mundial de 1978. Comparten el grupo con Ecuador y Perú –que tiene el equipazo de Cubillas

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y Oblitas–, pero Carlos está confiado porque tiene por costumbre anotarle a los del Rímac. Ya queda poco para partir a El Prat; ahí tomará el vuelo a Madrid, don-de hará el puente aéreo para Santiago. Si hay algo que disfruta, es ponerse la camiseta de Chile. Y si hay algo que espera desde hace mucho tiempo, es una revan-cha con la Roja.

Suena el teléfono. A lo lejos, entrecortada, casi esca-pándose, se escucha la voz del entrenador de la se-lección, Caupolicán Peña. “No estás citado, Carlos. Lo siento mucho, pero no puedes venir”. No es mucho más lo que puede escuchar porque la comunicación se corta. El fútbol, como todo, ha sido intervenido. Pre-side la Asociación Central el general Eduardo Gordon, que se encarga personalmente de coordinar la mar-ginación de Caszely. “Nunca me lo imaginé. No me lo esperaba. No pensé que existiera gente con la mente tan estrecha”, recuerda Carlos, 37 años después.

El resto está en los libros: Chile quedó fuera del Mundial del 78. No pudo ganarle de local a Perú y después perdió 0–2 en Lima. Al frente estaba uno de los mejores equipos que han tenido los perua-nos, pero vale la pena preguntarse si esa historia habría cambiado con el Chino Caszely en la cancha.

Sin embargo, según cuenta Carlos, ese fue sólo uno de los múltiples obstáculos políticos que en-frentó en su carrera. “Alguna vez me quiso el Real Madrid, de eso estoy seguro. Cuando todavía juga-ba en Chile. Me habían seguido un año entero y es-taban a punto de ficharme, pero cuando supieron que apoyaba a la Unidad Popular se echaron para atrás. Me lo confirmó un compañero del Levante que antes había jugado en el Madrid”.

Muchos años después, para la Copa América de 1983, volvió a ser vetado en la selección chilena. El técnico, Luis Ibarra, tenía decidido llamar al Chi-no. Incluso había hablado con él. Pero otro presi-dente de la Asociación Central designado por los militares –Rolando Molina– intervino a último mi-nuto y le ordenó a Ibarra dejar sin efecto la convo-catoria. Después, Molina reconocería el veto, pero escudándose en la edad del goleador (33 años). Esa Copa América, Chile quedó eliminado en pri-mera ronda.

* * *Las lesiones le habían quitado algo de continuidad, pero aun así, el Rey del Metro Cuadrado jugaba en

la primera división española en una época donde no cualquiera cruzaba el Atlántico, mucho antes de que la Ley Bosman abriera las fronteras europeas a miles de jugadores extranjeros. Y ganaba cifras, como ahora, absolutamente inalcanzables para un club chileno. “Un día me llamaron de Colo–Colo, me dijeron que estaban en crisis, en un pésimo momento. Me pidieron que volviera”, cuenta el Chi-no. “Y yo dije: ¿Dónde hay que firmar?”.

Volvió a vestirse de blanco el segundo semestre del 78. Salió trigoleador del campeonato nacional el 79, 80 y 81, y le dio a Colo–Colo los campeo-natos del 79, 81 y 83. Cuando le preguntan si se arrepiente de haber vuelto a Chile tan temprano responde: “El aplauso generoso de la gente no tie-ne comparación con el dinero”.

Hay algo indiscutido, entonces: Caszely vuelve a Chi-le porque su equipo lo necesitaba. Sin embargo, no es aventurado agregar que también volvió para estar cerca de la selección y torcerle la mano al veto de la dictadura. En esos tiempos, aunque incomprensible, no era tan difícil dejar fuera a un jugador que estaba tan lejos. Pero hacerlo cuando reventaba a goles los arcos chilenos todas las semanas, cuando repletaba estadios, cuando su nombre estaba en la punta de la lengua de todo el país, era otra cosa.

No podían excluirlo. Volvió para jugar la Copa América de 1979. Chile llegó a la final y el Chino fue elegido el mejor jugador del campeonato. Y después clasifica-ría junto a la selección al Mundial de España 1982 (lo que sigue a continuación, la historia del penal perdido y la temprana eliminación, es tan conocida que llegó a transformarse en un lugar común).

* * *“Me lo dijo personalmente un director de la Dinacos (División de Comunicación Social de la dictadura): no es conveniente hablar mucho del señor Caszely. Me ponían sólo cuando hacía goles, pero apenas una no-tita para la estadística. Claro, tenían que poner quién hizo los goles, no los había hecho un fantasma, aun-que eso les hubiera gustado a ellos. Por eso me decían el Resorte: me trataban de aplastar, aplastar y aplas-tar, hasta que hacía un par de goles y ¡pum! saltaba y me tenían que nombrar de nuevo”.

Volvemos al Mundial del 74. Como decíamos, en El Mercurio y La Segunda lo acusaron de haberse hecho expulsar para perderse el partido contra Alemania

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Democrática, cumpliendo una orden del comunismo internacional. Abundan las cartas al director en ese sentido, firmadas bajo nombres incomprobables y cé-dulas de identidad de cifras imposibles, según cuen-ta Carlos. “Todo el mundo sabía que las cartas eran falsas. Y era tal la impunidad con que se manejaban estos tipos, que eran montajes muy mal hechos. Nada les importaba, se sentían intocables”.

11 de marzo de 1980. Argentinos Juniors vino a Chile a jugar un partido amistoso contra Colo–Colo. En el equipo argentino ya era figura y capitán un joven de 20 años llamado Diego Armando Maradona. El parti-do se transmitía en colores, por Televisión Nacional. Las ochenta mil personas que desbordaban el Estadio Nacional veían el saludo e intercambio de banderines entre los capitanes Maradona y Caszely. Sin embargo, la transmisión oficial enfocaba a otro lado, se fijaba en un niño que movía una bandera mientras su pa-dre pelaba un maní tostado. La potencia del saludo entre esos dos subversivos era suficiente como para ignorarlos.

Jugaban Colo–Colo e Iquique en el estadio Tierra de Campeones. Televisión Nacional transmitía

el partido y el reportero en cancha comenzó una nota con el árbitro. Le preguntó por el partido, por su carrera, sus principales recuerdos; tal vez im-provisando, lo interrogó hasta por su familia y sus eventuales sueños frustrados de ser futbolista. Ni el reportero ni el árbitro estaban preparados para una entrevista así de larga, pero la orden venía de arriba: mientras durara el homenaje que le hacían a Carlos Caszely, no podían enfocar ni hablar de otra cosa que no fuera el árbitro.

* * *El Estadio Nacional está abarrotado, miles ocupan-do las escaleras, otros tantos apretujados contra la reja que separa al publico de la cancha. “El es-tadio nunca había estado tan lleno como ese día. Había más de 90 mil personas”. La transmisión del evento, el 12 de octubre de 1985, ha sido prohibi-da por la dictadura. No hay cámaras que muestren las pancartas de las Juventudes Comunistas que abundan en el lado norte. Tampoco los enfrenta-mientos con Carabineros.

Sólo está presente la Radio Cooperativa, la única que se atreve a transmitir en directo la despedida del fút-

CASZELY Y SANTIBAÑEZ. Nunca una selección nacional creó tanta expectativa como la del 82’. Por lo mismo, nunca fue mayor la decepción.

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bol de Carlos Humberto Caszely. Colo–Colo enfrenta a un combinado de estrellas de Sudamérica. En la radio no pueden mostrar las pancartas de las Juventudes Comunistas, pero sí reproducen el audio del estadio completo cantando: “¡Y va a caer! ¡Y va a caer!”.

La despedida del fútbol del goleador histórico de la selección chilena se ha transformado en el acto político más potente de oposición a la dictadura de Augusto Pinochet.

* * *El set de grabación está listo. Los productores ya hicieron su trabajo. Las cámaras están instaladas. Las luces, encendidas. Todo limpio, todo dispuesto. Una señora vestida con una blusa blanca, y que no deja de jugar con sus manos, está sentada en un sillón de color café. Como tantas otras mujeres, está dispuesta a dar su testimonio para la franja televi-siva de la campaña que llama a votar NO a la dic-tadura. “Yo fui secuestrada en mi hogar y llevada a un lugar desconocido con la vista vendada, donde fui torturada y vejada brutalmente. Fueron tantas las vejaciones que ni siquiera las conté todas, por respeto a mis hijos, a mi esposo, a mi familia; por respeto a mí misma. Las torturas físicas las pude borrar, pero las torturas morales no creo que las bo-rre tan fácil, no se me pueden olvidar”.

Enseguida, la cámara se levanta y enfoca a Carlos Caszely, de pie junto a la mujer. Han sido cuidado-sos. Detrás de su pelo crespo se observa –sutil– un banderín de Colo–Colo. Tiene un pañuelo gris al cue-llo. Sobresale, como siempre, su bigote abundante. También hace un llamado a votar NO. “Porque su alegría, es mi alegría. Porque sus sentimientos, son mis sentimientos. Porque esta linda señora, es mi madre”, agrega al final de su relato, tomándola de las manos.

El silencio que se produce en el set de grabación es abrumador. Sólo se escuchan algunas respira-ciones agitadas que no tardan en transformarse en un llanto sereno. Entre las lágrimas, hay cierta in-credulidad porque ninguna de esas personas sabía que Olga Garrido –la mujer que se paró frente a las cámaras–, es la madre de Caszely. Se multiplica, el llanto, porque han estado con muchas personas brutalmente vejadas y esa sorpresa se ha transfor-mado en una catarsis, liberando las emociones has-ta ese minuto contenidas.

“Me llamaron para que leyera una frase. Les dije que no leería nada que me impusieran. Pero a cambio propuse hacer una grabación con una señora mayor que quería dar su testimonio”, recuerda Carlos.

Esa impresión, esa catarsis, después se multiplicó en millones de personas cuando vieron la franja del NO. Nadie sabía, nadie lo podía creer. La noticia penetró tan profundamente, sobre todo en el pue-blo futbolizado, que sirvió para abrir miles de cons-ciencias a lo que estaba pasando en Chile. No es aventurado afirmar, entonces, que el plebiscito de 1988 no se ganó por un jovencito que paseaba en skate por la ciudad vendiendo la marca NO como si fuera una botella de Coca Cola, sino por testimonios y verdades como la de doña Olga Garrido, que con-mocionaron profundamente a los chilenos.

Aunque llevaba tres años retirado del fútbol, con esa imagen, con esa revelación, Caszely hacía un gol simbólico que sería fundamental para el retorno a la democracia, tal vez equiparando, o volviendo a anotar, ese gol que le anularon tan injustamente en la final de la Copa Libertadores.

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FÚTBOLDE MI VIDA

PREGUNTA REPETIDA, sale podrida. Todo el tiempo lo mismo. Desde que entré a la televisión, más que cuando estaba en radio: “¿Cómo es trabajar en un ambiente machis-

ta?”. Jamás falta, cada vez que me entrevistan o me invitan para hablar de mi profesión. Sí, hay machismo, silencioso y sonriente, pero ya me da igual. A la tele en-tré hace cuatro años ya y no recuerdo a nadie en todo este tiempo que me haya preguntado cómo es posible que una mujer decida hacer del fútbol su vida entera.

En los años ‘80, sin cable ni Internet y con cuatro cana-les de aire, era lo más normal del mundo ver fútbol, y deportes en general, por televisión abierta: Mundiales, Copa América, Copa Libertadores, campeonato nacio-nal, liguillas, algo de fútbol internacional con desfase, Fórmula 1, Copa Davis, etc. Y mi papá, aunque no era hincha de ningún equipo en particular ni iba al estadio, siempre veía estas transmisiones apasionadamente, sobre todo los partidos de la selección chilena y los equipos chilenos en Copa Libertadores. Pero lo que me marcó para siempre fue el Mundial de España ‘82 y el penal de Carlos Caszely. Tenía cinco años y, ade-más de amar a “Naranjito”, todo lo que escuchaba o leía (sí, ya leía) a mi alrededor era la palabra “penal”. Por días. En la tele, la calle, los diarios, la radio. Qué diablos era un penal. Me puse a ver el resto del mun-dial con mi papá y me di cuenta que cada vez que el relator decía “penal” había un factor común. “¿Papá?

¿Penal es cuando un señor se cae cerca del arco?”. A mi padre le hizo gracia y confirmó mi teoría sin complicar la explicación. Así empezó todo.

Mientras más fútbol veía, más entendía. Nadie me en-señaba, lo iba decodificando sola. De ahí a apasionar-me, no hubo retorno. Ya no era necesario que mi papá pusiera fútbol en la tele. Yo sola lo elegía si, cambiando de canales, me encontraba con algún partido.

Así, a los 11 años, en sexto básico, decidí que que-ría ser periodista deportivo y comentarista de fút-bol. Eso también incluía la intención de ser relatora, pero el día en que lo intenté supe a los cinco mi-nutos que no... No. A fines de los ‘80 era una locu-ra, algo inimaginable. Pero es que yo no hablaba ni vivía de otra cosa. Cuando todas mis compañeras hablaban de Luis Miguel o empezaban con el tema del pololeo, lo mío era la pelotita y sólo la pelotita. Volvió la democracia, aparecieron y se fueron los New Kids On The Block y Loco Mía, pero lo mío era Más Deporte, Zoom Deportivo, FutGol, el Show de Goles con Máximo Clavería, la Minuto 90, los diarios del lunes, el Extra Deporte del jueves en “el antiguo LUN” y mi suscripción a la Don Balón. No me intere-saba ir a fiestas ni pololear.

Al estadio empecé a ir a los 13 años en Copa Liberta-dores. Iba al colegio en la tarde y llevaba mi banderita

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Por Cecilia Lagos (@CeciliaLagos)

en la mochila. Mi papá no podía llevarme a esa hora, así que mi mamá me escribía una comunicación avi-sando que mi tío me retiraba antes del colegio “por razones familiares” y el día entero contaba las horas para que llegara ese momento. Después, mi papá era el que me llevaba los fines de semana. Lo des-pertaba a las 8 de la mañana y llegábamos al estadio casi cuando lo estaban abriendo. A esa misma edad pedí la Adidas Etrusco como regalo de Navidad e in-tenté inscribirme en una escuela de fútbol donde por ser niña no me aceptaron. A los 14 años ya empecé a ir al estadio sola, con la preocupación de mi mamá, aunque también con todo su apoyo y comprensión. Y si no me hubieran dejado, estaba dispuesta a saltar la reja y arrancarme de la casa con tal de ir, aunque nunca fue necesario. A los mismos catorce, comencé a escribir una columna esporádica en “el antiguo LUN”, gracias al Subdirector de aquel tiempo, don Iván Cienfuegos, que fue la primera persona de medios que confió en mí y supo que podía comenzar a cumplir mi “sueño dorado”. A los 15 años comen-té fútbol en el Extra Jóvenes, y a los 16 colaboré en Radio Corporación. En la universidad, me vestía con camisetas de fútbol y hasta en el taller de poesía es-cribía de la pelota. En esos años, varias veces pasé hambre ahorrando la plata de una entrada e incluso “macheteé” antes de partidos para completar lo que me faltaba, y siempre pude entrar porque, si no, me moría. El estadio es mi elemento. Hasta hoy.

Hace más de 25 años, con lo rupturista -e incluso chocante para algunos- que podía ser mi pasión y plan de vida, mis padres siempre me apoyaron e in-centivaron. Jamás me cuestionaron ni reprimieron y mucho menos se opusieron. Gracias a ellos, crecí con la certeza permanente de que mi sueño era ab-solutamente posible.

El fútbol me ha formado y transformado. Viendo fút-bol soy una loca, una energúmena y me encanta. Viendo fútbol, siento que con la pelota se juegan mi vida. Y sigo sufriendo como antes, aunque también he aprendido que si el dolor más grande que tengo en mi vida es por un partido de fútbol, entonces soy muy afortunada y se me quita un poco. O elijo sufrir igual, porque sufrir por fútbol también es amor.

La pelotita ha rodado, conmigo corriendo detrás de ella todos estos años, con entretiempo inclui-do, retiro y regreso. Dentro del sueño realizado han crecido nuevos sueños. Mi pasión se expan-de porque el amor verdadero existe, y por el fútbol esa devoción no se agota. Es sangre y motor, ade-más, de un continuo aprendizaje. Sé que logré lo que quería, pero si gané la liga, quiero la Cham-pions. Y no hay nada que pueda con el amor con el que hago mi trabajo... Soy Ole Gunnar Solksjær frente al Bayern, soy Uruguay 1950, soy Sergio Ramos en Lisboa.

DE CABEZA / CECILIA LAGOS

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JADUEEL PROTAGONISTA IMPROBABLE. PASÓ

DE SER UN IGNOTO A SER VICE-PRESIDENTE DE CONMEBOL Y PRESIDENTE

DE LA ANFP.

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UNA LEGENDARIA

NOCHE GALLEGA

AQUELLA NOCHE de abril de 2004, en el Estadio Riazor de La Coruña –a pocos pa-sos del océano– los jugadores del Milán, campeón vigente de Europa, quedaron

con esa sensación de mareo y desorientación típica de quienes son atropellados por una ola impetuosa. Sin embargo, mientras el equipo local llevaba a cabo una empresa histórica, el increíble alineamiento de los hechos deportivos, junto a las sugestiones so-cio-políticas creadas por el entorno donde ocurrían, y las obsesiones de una generación respecto al más discutido personaje de la reciente historia de Italia, regalaron a la izquierda italiana una noche excepcio-nal que alcanzó algo más que una simple revancha. Se volvió leyenda.

Sin embargo, más que el arranque, ese fue el final de una historia que comenzó unos diez años antes de ese mítico partido entre el Deportivo La Coruña y el Milán…A finales de marzo de 1994, el presidente del equipo rojinegro –Silvio Berlusconi– se convertía por primera vez en Jefe de Gobierno. Contra cualquier pronóstico, su futbolística discesa in campo (entrada a la cancha) como líder de la recién creada agrupación Forza Italia, le permitió acapararse el 43% de los votos, dejando boquiabierto a todo el electorado del partido social-de-mócrata de Achille Ochetto, que ya saboreaba una his-tórica victoria izquierdista.

“Dejémoslo así: el Milán gana la liga y nosotros las elecciones”, le dijo Ochetto a Berlusconi durante el

Por Francesco Scagliola (@FrancescoScagl6)

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último debate televisivo antes de acudir a las urnas. Pero Il Cavaliere respondió: “Nosotros ganaremos las elecciones así como el Milán ganará il campionato”. ¿Fue insolencia? Tal vez. Sin embargo aquel año, des-pués del triunfo electoral, el conjunto de propiedad del Primer Ministro no solamente se adueñó de su decimo cuarta estrella, sino que en mayo fue coronado como campeón de Europa, tras aniquilar a un Barça que ve-nía como favorito.

A esas alturas, el cohete ya estaba en la estratós-fera. Y Silvio Berlusconi, empresario al borde de la quiebra hasta su investidura, ahora –como por arte de magia– moldeaba una nueva Italia peligro-samente apoyada en un populismo anti-ideológico donde su mismísima figura de exitoso self-made man jugaba a la vez como arquero, defensa, volan-te, diez y puntero. Pues el país, en lugar de sembrar sobre las cenizas del “Muro” recién derrumbado un respetuoso enfrentamiento entre una izquierda reformista y una derecha liberal-conservadora –al estilo británico–, iba convirtiéndose rápidamente en un conjunto desbordante de anti-política, cons-trucciones publicitarias, propaganda descarada, televisión sensacionalista, peligrosos conflictos de interés, irreverente machismo, amistades mafiosas,

explotación del egocentrismo, leyes ad personam y, sobre todo, censura.

Y de repente el Milán, que sin duda jugaba un fútbol potente y lo demostraba dominando en Italia y en Eu-ropa, lucía como tribuna electoral predilecta desde la cual cada domingo el magnate/político dispensaba sermones sobre el modelo triunfador que él mismo personificaba: “Quiero hacer Italia como el Milán”. No sorprende, entonces, que el equipo no tardara mucho tiempo en convertirse en el símbolo más reconocible del poder de Silvio Berlusconi. Y todo eso no haría sino crecer, en unos años más, junto a otra victoria en las urnas que traería el segundo Gobierno de Berlusconi (2001), a lo que se sumaría otra escalada del Milán hacia la cumbre de Europa, cuando ganó su sexta Champions League en el 2003.

Pues bien, a sólo unos cuantos meses de este último campeonato europeo, a fines de marzo de 2004, el Deportivo La Coruña arribaba frente a los ochenta mil espectadores de San Siro, para jugar el partido de ida de los cuartos de final de la Champions League, en un clima poco menos que apoteósico. Sin embargo, para una parte del electorado progresista italiano, el enfrentamiento representaba una enorme ocasión de

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revancha política contra el mismísimo Jefe de Gobier-no. Porque, aunque por la parte española probable-mente no había intención de politizar el combate, la célebre barra coruñés de los “Riazor Blues” se había hecho famosa por declararse abiertamente izquierdis-ta y anti-fascista. Asimismo, en segundo lugar, la ciu-dad misma de La Coruña se conocía por su pasado republicano, y porque, además, durante las elecciones municipales de 2003 el PSOE (Partido Socialista Obre-ro Español) había triunfado con el 45% de los votos. Y por último, la dura película social de Fernando León de Aranoa, Los lunes al sol (2002), acababa de mostrar al público italiano precisamente las dificultades de un grupo de astilleros gallegos trágicamente desemplea-dos (la ciudad era Vigo, sin embargo muchos especta-dores la identificaron con La Coruña).

De todas formas, como es una costumbre histórica para la izquierda italiana, las esperanzas generadas por el cabezazo del uruguayo Pandiani en el minuto 11 se transformaron muy pronto en pesadilla: Kaká, Shevchenko, Kaká y Pirlo en apenas diez minutos. Un 4-1 lapidario. Pesados, empaquetados y enviados de vuelta a Galicia, entre pescadores, marineros, astille-ros y soldadores que pueblan el litoral coruñés. Ber-lusconi, en cambio, salía nuevamente triunfador en el escenario futbolístico europeo y, de cierta manera, en la cruzada contra la izquierda italiana (e internacio-nal). “¡Un gobierno ganador como el Milán!”, tronaría Il Cavaliere justo después del triple pito del colegiado, mientras el equipo rojinegro ya reservaba el crucero hacia la semifinal.

Entonces, llega el miércoles 7 de abril. Javier Irure-ta, pese a la situación desfavorable, ya se encuentra agachado e instruye a los suyos con palabras deter-minadas y bien medidas. Los estoperoles crepitan ansiosos y golpean las losas del camarín como una marea las guijarros. Y afuera, el Estadio Riazor quizá canta al unísono: “El día que me muera yo quiero mi cajón pintado de azul y blanco como mi corazón…”. En Italia, todos aquellos que se habían esperanzado en el Depor como una encarnación de la revancha izquier-dista hecha pelota de cuero, vacilan ahora entre dos difíciles elecciones: o anticipan el cabreo apagando la tele, o se disponen a vivir otra noche de insoportable rencor mirando a Kaká & Co llevar al Presidente gana-dor hacia su enésima semifinal europea. Así, hundidos en sus sofás, frustrados por el fracaso inminente, des-corazonados por haber creído y, de nuevo, fallado, sólo pueden rezar por un milagro.

Sin embargo, ignoran que horas antes ya soplaba por las calles de La Coruña –que sólo cuenta con doscien-tas mil almas para mantenerse arraigada a las rocas azotadas por los vientos norteños–, una palabra po-derosa: “Hazaña”. Porque, ese miércoles, al equipo coruñés, más que rezar por un improbable milagro deportivo, le resultaría mucho más natural armar una proeza de factura humana. Eso sí, porque efectiva-mente allí en La Coruña, al igual que en toda la costa gallega, cuando al amanecer los marineros salen en contra del oleaje oceánico prometedor de tempestad, o los astilleros trabajan doble turno para mantener un empleo que a duras penas les alcanza para sobrevivir, pues mejor sería dejar los milagros a quienes ya no pueden encomendarse a ellos, y decirle “hazañas” a las cosas de la vida. De hecho, durante los siguientes 90 minutos –mientras el clima primaveral dentro del Riazor se transforma en borrasca oceánica–, el once de Irureta llevará a cabo, como poseído por una furia revolucionaria, una hazaña legendaria.

Los experimentados marineros blanquiazules lo-gran alejar desde el arranque al todopoderoso Milán de la seguridad costera. Los llevan a un lu-gar donde las olas rompen más estrepitosas, los conducen a la agonía inevitable de quien bracea desesperadamente para no ahogarse. El primero, de nuevo, es de Pandiani. Pero esta vez con un tiro raso a la izquierda de Dida. Minuto 5. El segundo, de cabeza, lo mete Juan Carlos Valerón en el mi-nuto 35. Aunque mejor sería asignarlo al mismo Dida por su salida, digamos, atrevida. El tercero llega en el 44. Luque gana en velocidad, se mete al área y lanza un zurdazo debajo del travesaño. Luego Fran, con un remate que roza en Cafú, anota el cuarto y último al minuto 73.

El Deportivo en semifinales, el lujoso crucero termi-na en tragedia, y en Italia aquellos antes hundidos en sus sofás rezando por un milagro ahora toman aire, orgullosos, emergiendo del viscoso barro de la frustración. Y, probablemente, en muchos departa-mentos a lo largo de la península itálica hay ahora un hombre que bordea los sesenta, incrédulo por la adrenalina que fluye en sus venas. Y quizás irrum-pe en el cuarto de al lado para contarle a su mujer, cuyo interés por el fútbol es prácticamente nulo, lo que ocurrió en la cancha de La Coruña. Le habla a rienda suelta de todas sus convicciones sobre la tra-dición proletaria de la ciudad gallega. Le explica que Berlusconi ha sido humillado por unos –no puede

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resistir la tentación– comunistas. Pues probable-mente el hombre, muchos años antes, fue comu-nista. Y es justamente por esto que, a estas alturas de su vida, sabe que ya es una ideología desvaneci-da entre los cabrilleos de la historia. En Italia sobre todo. Sin embargo, las utopías juveniles, y la valentía que estas conllevan, por muy escondidas que estén, nunca desaparecen del todo. O por lo menos así se dice. Y mientras más grande es el fracaso, más el ser humano anhela con desesperación aquel momento, por muy breve que sea, en que llegue la revancha y pueda volver, finalmente, a inflar el pecho. Es pro-bable que el hombre, que bordea los sesenta, esté pensando en su juventud. Y tal vez este recuerdo le dé la confianza para pensar que, de vez en cuando, las hazañas son posibles; incluso más: que aunque las hubiese olvidado, son todavía posibles. Entonces, un escalofrío electrizante le atraviesa las tripas como no ocurría desde hace mucho tiempo. El hombre se da cuenta de que, aunque se encuentre a miles de kilómetros de La Coruña, aquella noche que está vi-viendo la esperaba desde las elecciones de 1994. O quizás desde toda la vida.

¿Una victoria en un partido de fútbol, una victoria de un equipo ajeno contra el odiado Silvio Berlusconi puede dar sentido a una vida política hecha de puras derro-

tas?, se estará preguntando el hombre, escéptico. En aquel instante, tal vez, sí. Y, parado frente a la panta-lla, desearía tener cuarenta años menos y estar ahora respirando a todo pulmón el aire salado en la orilla del Océano Atlántico, compartiendo un trago con algunos de los legendarios hinchas “desempleados” del Depor. Probablemente, es por eso que lo único que decide ha-cer es buscar el teléfono y llamar un viejo amigo, con quien no habla desde hace unos veinte años.

El amanecer del día 8 de Abril, una breve noticia, escondida entre las páginas deportivas del famoso diario La Repubblica recita: “La Coruña. En el Esta-dio Riazor los hinchas del Deportivo, entre muchas canciones, han entonado también “Bandera Roja”. Porque en la España de Zapatero, el líder socialista elegido Primer Ministro, una derrota del Milán es tam-bién una historia política […]”.

Así, al imaginarse el utópico canto proletario mezclar-se desde la grada con el cercano chapoteo del oleaje, probablemente el hombre descubre que, más allá de las hazañas, quizás también los milagros se cumplen. De vez en cuando. ¡Avanti popolo alla riscossa, Bandie-ra Rossa, Bandiera Rossa, trionferà!

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MAYNE-NICHOLLSEL POLÍTICO QUE DESAFÍA

A TODOS.

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EL FANTASMAINTENTA SER MOURINHO AL MISMO TIEMPO QUE SE JUEGA SUS FICHAS A SALVAR A

COBRELOA DE LOS POTREROS.

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Las razonespara jugar

Por GONZALO ELTESCH (@geltesch)

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DE CABEZA / CUENTOS DE FÚTBOL

EL ASUNTO ES QUE A MÍ no me gusta-ba el fútbol. Y no me gustaba como me cargan las guatitas o el olor a soda cáusti-ca y cloro cuando se tapa el baño. Es bien

difícil comprender por qué a uno le gusta una cosa y le desagrada otra. Por qué prefieres el azul al amarillo. O por qué eres amigo del Alberto y no del Gustavo. En fin, lo que ocurría era que no me gus-taba hablar de fútbol, escuchar de fútbol, colec-cionar álbumes de fútbol y, sobre todo, no quería jugar al fútbol. Y aquí va el problema, o más bien el diálogo donde comenzó el problema:

—Hijo, te inscribí en el equipo del barrio. Empiezas mañana. —No… —atiné a responder.—Sí, y te compré zapatillas nuevas. —No —repetí, pero ya mi voz no tenía sentido en una atmósfera donde sólo sobresalían las pala-bras de mi padre y unas zapatillas blancas que bri-llaban como la luna.

***Pero en realidad el asunto no era ese. Me gusta-ría que lo hubiera sido, pero un relato siempre tie-ne un giro dramático aunque uno no lo quiera. Yo podía comerme —con asco— las guatitas que me preparaba esa señora. También era capaz de so-portar el olor a soda cáustica y cloro en el baño. Sí, uno puede aguantar bastante en la vida. Pero nunca, nunca saber —sin quererlo— que tu padre se está muriendo de cáncer, que te va a dejar solo y tener que cargar con eso en el más estricto de los silencios. Por eso el asunto, en esta historia, es la muerte. El fútbol es sólo una casualidad.

***Cuando comenzó a llover, pensé que había tenido suerte. Se suspendió el entrenamiento, niños, vá-yanse a sus casas. Pero no. Las palabras del Profe

fueron las siguientes:

—Pendejos, ¡vamos a embarrarnos! Al parecer, al exfutbolista que nos entrenaba le entretenía que unos niños corrieran persiguiendo una pelota, mientras el cielo se caía a pedazos. A mi pesar, obedecí las instrucciones; jugué y fui por la pelota, el balón, el esférico y todos los sinónimos que no me sirvieron para evitar que me cayera una y otra vez en la cancha de tierra, que a esas alturas era puro barro, y hacer el más soberano ridículo. Porque además de no gustarme el jueguito, tam-poco era bueno para él.

—¿Cuántos goles metiste? —me preguntó entusias-mado mi padre cuando volví a casa. —No me acuerdo, como dos —inventé.—Muy bien, campeón —me dijo con orgullo, y yo sentí como si me quemara por dentro.

Ya hacía un tiempo que había aprendido a men-tirle a mi padre. La primera vez me salió natural cuando me preguntó cómo estaba, y yo bien, muy bien, a pesar de que no había parado de llorar al enterarme de que estaba enfermo. Pero después me fui acostumbrando a inventarle historias, a de-cirle que había metido un gol de cabeza, que era el capitán del equipo, que me dolía mucho la pierna después de hacer una chilenita, que no me daba cuenta de que estaba adelgazando y que parecía un muerto en vida. Me imagino que debe ser por-que me pasaba leyendo todo el día y se me pegaba la ficción.

“Tú eres la única persona a la que le hace mal de verdad la literatura”, me comentó una vez mi pro-fesor de Lenguaje. Según él, yo no me hacía cargo de la realidad. Y la realidad, según los adultos, era estar jugando en el patio y no en la biblioteca.

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Pero lo que no entendía él ni ninguno de los otros, era que sentía miedo. Siempre sentía miedo. Por eso, cuando tenía que exponer frente al curso, me pasaba todo el santo día en el baño haciendo caca, me transpiraban las manos y me temblaban las piernas. Y también por esa razón prefería —era obvio ¿no?— estar en la biblioteca leyendo, pues allí me sen-tía seguro y no sometido a los peligros de los recreos, es decir, a los compañeros de curso que lo único que hacen es invitarte a jugar a la pelota, para luego mo-lestarte pues no diste el pase correcto, no corriste lo suficiente o no metiste el gol. Porque fracasaste. Por-que fracasé. Porque no quiero que mi papá se muera y se entere de que quizá soy el único niño al cual no le interesan los goles.

***Fueron varias las noches que pasé en vela para idear el mejor plan del mundo. Y la verdad es que no fue muy sorprendente lo que se me ocurrió, pero ya había aprendido hace un tiempo que lo único que sirve en la vida es lo que funciona.

—¿Dónde te duele, Antonio?—Ahí, en ese lugar de la rodilla, Profe.—Vale, vale, siéntate y aprende un rato, pendejo.

Y claro, seguí de nuevo las instrucciones del Profe: me senté en las bancas que servían de tribuna, me apoyé con todo mi cuerpo en el respaldo y suspiré, suspiré con alivio pues lo había logrado. Iría a sentar-me en las tribunas de la cancha y no a jugar al fútbol. El escenario perfecto. Mi escenario perfecto, pensé, mientras veía a mis compañeros de equipo hacer una línea de tres atacantes, ya que necesitaban ganar sí o sí el próximo partido porque ya habíamos perdido demasiadas veces por mi culpa. O eso me pareció oír que decía el verdadero capitán. Yo, por mi parte, me había relajado en mi asiento y me aprestaba a entre-tenerme con mi pasatiempo favorito: leer. Sin embargo, como las planificaciones no sirven de mucho ya que la vida es más rápida o uno es más

lento que ella, algo me interrumpió.

—Hola, ¿cómo te llamas?—A… Antonio —dije. Era una niña con pelo corto y los ojos más azules que he visto en mi vida.—Yo me llamo Isidora. Vine a mirar el partido porque quiero ser futbolista… ¿Y tú por qué no estás jugando?—Estoy lesionado. ¿Bien?—Bien qué.—Bien —le dije serio, y busqué un libro en mi mochila. Mi plan no estaba funcionando.—Creo que eres mejor para leer que para jugar fútbol.—¿Qué? —le pregunté, pero la había escuchado per-fectamente.—Que si estuvieses lesionado no te apoyarías en tu pierna como lo haces ahora. Pero no te preocupes, no le voy a decir a mi papá…—Bueno —dije, mientras me hundía en mi libro tratan-do de que sus páginas me hicieran desaparecer. La niña de ojos azules me había descubierto. Y ya no me quedaba otra que convertirme en su amigo: era la hija del entrenador.

***Los domingos la señora nos preparaba papas fritas. Y no lo puedo negar: le quedaban perfectas. Las hacía bien gruesas y siempre me preguntaba si quería más. Me hubiese gustado ser más duro y responderle no gracias, señora, pero le quedaban tan ricas que con mi papá nos repetíamos. Me agradaban esos domin-gos comiendo papas fritas, con la señora y su delan-tal, después helado de postre y, por último, yo y mi papá lavando los platos, mientras en el mueble de la cocina estaba apoyada la radio a pilas y se escucha-ban a todo volumen los partidos de fútbol.

Pero ya no era así. Mi papá apenas salía de la cama, y la señora le servía sopa y agua. A mí igual me cocinaba papas fritas, y me hacía cariño en la cabeza, pero ya no tenía ganas de repetirme. Des-pués de almorzar me iba rápido a la pieza o sa-lía de la casa hacia la cancha de tierra a leer un

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rato. Allí siempre estaba Isidora y nos poníamos a conversar de cualquier cosa. Poco a poco me fue cayendo bien. Me decía que a pesar de que no te-níamos la misma «esencia» (no entendía mucho esa palabra), podíamos ser los mejores amigos. Ella iba a ser campeona de fútbol y yo podía ser un periodista deportivo que la acompañara a sus partidos por todo el mundo. No sé cuándo le co-mencé a decir Isi, pero me gustaba decirle así, Isi, y preguntarle cosas. Ella no podía quedarse callada, tenía respuestas para todo. Y eso era bonito, pero también un poco triste, porque yo había descubier-to que hay preguntas que no tienen respuestas. Por eso no quise decirle que mi papá estaba enfer-mo, ya que me hubiese preguntado la razón, y yo no tenía idea. Quizás era mejor que ella me dijera la respuesta, pero si se quedaba callada, yo me hubiese largado a llorar.

***Hay algunos libros que puedo recomendar para no estar triste. Definitivamente Tom Sawyer, de Mark Twain, porque Tom Sawyer no tiene papá y enton-ces no se le puede morir. Todos los libros de Julio Verne, aunque en mi casa sólo hay tres y el que más me gustó fue La vuelta al mundo en 80 días. No lean por nada del mundo El Principito aunque se los recomienden en la escuela. Las soluciones en ese libro no funcionan. Yo ya las probé. Y Oliver Twist, de Charles Dickens, léanlo aunque sea triste, porque la vida no siempre es feliz.

***De nuevo estaba lloviendo. Los árboles habían bota-do todas sus hojas cafés y amarillas y esta vez sí que el Profe nos dijo que se suspendía el entrenamiento. Yo me quedé un rato más hablando con la Isi, le tra-té de prestar un libro que no me quiso recibir porque le daba lata y luego volví a mi casa. Cuando llegué, la señora me estaba esperando. Su rostro estaba más empapado que el mío. Se acercó y me abrazó. Yo le dije que no, pero igual la apreté con fuerza y

cerré los ojos. Me habló despacio, como si todo lo que me dijese tuviera que ser bien aprendido. Y de pronto se quedó callada. En ese instante el silencio que sentí fue tan grande que tuve que abrir los ojos, soltar a la señora, y devolver la vista hacia la puerta, hacia los árboles que se movían por el viento y la lluvia que no daba respiro. Y comencé a correr, a correr tan fuerte como pude hasta que de una vez por todas pudiera dejar de pensar.

***Llegué a la cancha y sólo una luminaria a mal traer me indicó que había alguien más allí. Me acerqué lentamente y me di cuenta de que Isidora estaba co-rriendo de un lado a otro con una pelota. Cuando ya estaba muy cerca de ella me quedé observándola. Es-taba como yo, completamente mojada. Su pelo corto lo tenía pegado a la cara y pude notar que sus ojos azules también estaban rojos. Al mirarme, se detuvo y pisó la pelota.

—Mi papá no me deja jugar al fútbol —me dijo.

Estaba llorando. Quise abrazarla y darle la mano. Contarle lo de mi papá y decirle que la encontraba linda. Pero no hice nada de eso, sólo me quedé quie-to, como si esperara algo más. Así nos quedamos, como detenidos, largos minutos. Después, como si nos hubiésemos puesto de acuerdo, caminamos jun-tos a las bancas y nos sentamos. La lluvia seguía y nos golpeaba tan fuerte que apenas podíamos abrir los ojos. De pronto Isidora se me acercó.

—Sé que no te gusta el fútbol —me dijo—, pero ¿po-drías jugar esta vez conmigo, Antonio?—Sí —le respondí. Me limpié las lágrimas, fuimos hacia la cancha y me puse a jugar.

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BRAVOEN SILENCIO, LLEGÓ A CUIDAR

EL ARCO DEL CLUB MÁS IMPORTANTE DE EUROPA.

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SÁBADO POR LA MAÑANA. Clase de có-mic. Tomo el lápiz con la zurda y ensayo el trazo a dos centímetros sobre el papel. Hago tres, cuatro pasadas a ras de hoja estudiando

el giro de mi muñeca hasta que por fin me decido: apo-yo la punta del lápiz y tiro la línea. Miro el resultado. No está mal, el rostro que dibujé está proporcionado, pero no se parece a la imagen que tenía en mente. El pro-fesor lo confirma al decirme que el dibujo cumple con los estándares, pero le falta vida. Al cabo de un rato suena el timbre que avisa el final de la clase y salgo de la escuela, tomo el coche para ir al campo de fútbol donde juego y me cambio rápidamente para entrar a la cancha. En un instante del partido pitan una falta cerca del área, un poco a la derecha, perfecta para un zurdo. Con Luismi en el banquillo –el pateador oficial con la izquierda– soy la única opción, a no ser que el portero ponga mal la barrera. Tomo el balón entre mis manos, lo pongo en el punto donde marca el árbitro. Doy tres, cuatro pasos atrás pensando cómo colocar-la por encima de la barrera. Corro hacia el balón. Le pego. Toma algo de efecto, pero no tanto como había imaginado. Se va por encima del larguero.

Dibujar una viñeta o poner la pelota en el ángulo tienen mucho más en común de lo que pueda parecer. En ambos casos me planteo un objetivo mental –el ros-tro del protagonista, el balón entrando por la esquina de la portería– y llevo a cabo el movimiento necesario para conseguirlo –con la mano, con el pie. En ambos casos utilizo herramientas –el lápiz, el balón– para lle-varlo a cabo. En las dos situaciones pretendo además buscar un resultado no solo funcional, sino también

bello y, sin embargo, en ambas fracaso. ¿Qué cami-no he seguido hasta llegar a estos dos (lamentables) resultados? Parece lógico pensar que en primer lugar tuve que aprender a realizar cualquiera de esas dos acciones, aunque aprendiera a hacerlas mal.

Todos recordaremos las primeras veces en que tra-tamos de pegarle al balón y casi nos resbalamos por rozarlo apenas. La insistencia hizo que siguiéramos practicando y con ello vinieran los puntetes, asegu-rándola y, de paso, dejando más de una cara dañada por la inevitable línea recta que adquiría la trayectoria del balón –a no ser que estuviera hecho de plástico: aquellos balones trazaban parábolas que desafiaban la física más elemental y hacían impredecible su cami-no hasta la portería. Durante esos primeros encuen-tros en calles, plazas y demás canchas improvisadas, sin saberlo, tratamos de depurar una acción aparen-temente sencilla: que nuestro cuerpo se moviera se-gún un objetivo mental. La complejidad a la hora de chutear fue mayor que cuando aprendimos a saltar o abofetear a un rival porque, a diferencia de estas ac-ciones, un pase o un gol tenían que lograrse de forma indirecta a través de un objeto que no formaba par-te de nuestro cuerpo: la pelota. Percepción, atención y memoria trabajaron conjuntamente durante años para que el pie fuera donde tenía que ir y mandara el balón donde queríamos ponerlo.

A medida que nuestra psicomotricidad mejoró y de-sarrollamos una mayor destreza, fuimos capaces de aprender movimientos más finos. Pegarle con el borde interno, con el externo, con efecto, todas estas variaciones surgieron gracias a que cada vez que volvíamos a chutear, más y más conexiones se crearon entre las neuronas de nuestra área motora y con ello mejor organizadas estuvieron para lograr un objetivo más eficiente. El puntete ha muerto, viva el toque. Ese aumento de conexiones neuronales que acabó llevando a movimientos más sutiles y precisos también se produjo en aquel amigo tuyo que acabó convirtiéndose en un futuro dibujante o músico, solo que se produjo en las zonas asociadas con sus habi-lidades. Así, de coger los lápices de colores como un machete a adoptar con los dedos la posición adecua-da para, por ejemplo, pintar con acuarela, pasaron horas y horas de aprendizaje en las que la sutileza del compañero artista a la hora de dibujar no hizo más que aumentar. A algunos nos ayudaron, otros fueron autodidactas, pero todos percibimos, atendi-mos y memorizamos las mejores formas de llevar a cabo una tarea de cada tipo. Y al final, claro, acaba-mos automatizando ciertos movimientos.

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Por JOSE VALENZUELA (@jvalenzuelaruiz)

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Pero no todo es precisión y repetibilidad. Quién no la ha pasado de rabona para goce de sus compañeros o ha intentado meterla de chilena cada vez que el balón llegaba alto en un córner, sin pensar en las dolorosas repercusiones para su espalda, que ya no es la de un niño. La base del fútbol, como la del arte, son las emo-ciones. Fijémonos en que nuestra memoria olvida con más facilidad los partidos de fútbol tacaño que aca-baron sin goles, a aquellos que tuvieron intercambio de llegadas continuo o fueron un placer para la vista con grandes momentos, enganches imposibles y go-les de antología. La belleza no está encerrada entre los muros de las consideradas artes clásicas –pintura, escultura, música, arquitectura, danza, poesía– sino que nace de nuestra actividad mental como especta-dores. Ver una jugada de gol en la final de un Mun-dial puede provocar el mismo placer estético que la observación de una pintura de Miguel Ángel o una fórmula matemática. Todo dependerá de nuestra ca-pacidad para apreciar su belleza y ésta, a su vez, de nuestro conocimiento del ámbito. Alguien que jamás ha visto un partido de fútbol difícilmente saltará de su butaca al presenciar un enganche de Messi, de la misma manera que alguien que no entiende de mate-máticas no disfrutará cuando lea la fórmula de Euler. El ejemplo no es gratuito: el neurocientífico Semir Zeki, uno de los principales investigadores en el área de la neuroestética, pudo demostrar a través de una serie de experimentos que la apreciación de una fórmula matemática “bella” activaba las mismas áreas cere-brales que la contemplación de un cuadro o escuchar una sinfonía. Lo único que hacía falta en cada caso era un conocimiento suficiente como para comprender di-cha belleza, y algo obvio: que para el observador fuera bello. Pregunten a un culé por lo hermoso que fue el último gol de Cristiano Ronaldo y podrán comprender que pese a que ustedes crean que fue un tanto obje-tivamente bonito, el seguidor del Barcelona no miente al decirles que no le pareció para tanto: la belleza está en el ojo del observador.

Pero dejemos el fútbol de alta competición y volvamos a los campos amateur de donde tantos y tantos juga-dores no saldremos jamás. ¿Qué nos diferencia de to-dos esos cracks de talla mundial?

Una de las grandes cuestiones de la neurociencia es la distinción entre lo que heredamos genéticamente y lo que nos influye a nivel ambiental. Piensen en el notebook que utilizo para escribir este artículo. Habrán realizado miles de copias en cadena en una fábrica y, en teoría, todos serán iguales. ¿Cuán iguales? En la práctica, un modelo podrá durar quince años sin ne-

cesidad de una sola reparación y otro se estropeará al primer uso. Que el primero dure tanto y el segundo tan poco podrá deberse a la existencia de defectos de fabricación que hayan pasado inadvertidos –nuestra herencia genética–, al uso que el propietario haga del computador –los factores ambientales– o a una com-binación de ambos. Ahora imaginen a ese computador infalible como su jugador favorito y al que se estropeó el primer día como su servidor, futbolista con una me-dia de dos goles por temporada en una liga de amigos. El momento en que empezamos a entrenar, un tipo de inteligencia adecuada, la existencia de lesiones… Todas las cuestiones que han hecho que nuestras carreras sean distintas son lo que se conocen como diferencias individuales y acaban definiendo nuestros destinos. Que muchos de los grandes jugadores prac-ticaran desde pequeños y que eso fuera clave para el desarrollo cognitivo en su ámbito de trabajo es algo ob-vio, pero no todos los que entrenan desde su más tier-na infancia llegan al mismo sitio porque existen esas variaciones. No me estoy refiriendo exclusivamente a diferencias físicas como un centro de gravedad bajo para amagar o unas piernas fuertes para chutear. Exis-ten otros aspectos en los que destacan los jugadores profesionales y muchos de ellos están localizados en su cerebro. Un estudio llevado a cabo por investigado-res de la Universidad de Karolinska (Suecia) concluyó que aspectos como la anticipación visual, el recono-cimiento de patrones, el cálculo de probabilidades o la creatividad estaban por encima de la media en los futbolistas de élite, y que, en general, sus funciones ejecutivas –aquellas necesarias para encontrar una solución inmediata de forma creativa o realizar múlti-ples tareas al mismo tiempo– eran sobresalientes. No solo de músculo vive el futbolista.

Es fascinante aprender una nueva disciplina. Sea chu-tear un balón o dibujar un retrato, esos primeros ins-tantes en que comenzamos a comprender las bases de la técnica y observamos con una mezcla de sorpre-sa y alegría que nuestro cuerpo hace –más o menos– lo que habíamos planeado, no tienen precio. Pasará bastante tiempo hasta que adquiramos cierto nivel de destreza y este freno exigirá una perseverancia que no todos tendremos, pero la meta valdrá la pena. Cuando finalmente logremos representar la belleza del cuerpo femenino mediante nuestros trazos o le peguemos a un tiro libre logrando poner el balón en el ángulo, fuera del alcance del portero, no solo habremos conseguido resolver un problema puntual, sino que también ha-bremos rellenado ese espacio vacío que existe entre la intención y el acto. En definitiva, habremos dado vida a una idea. ¿Acaso no es eso bello?

COLUMNA / JOSÉ VALENZUELA

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HAROLD MAYNE-NICHOLS (Harold a se-cas, como nos gusta llamarle) es un tipo lleno de contradicciones. Nos hace la vida difícil, en realidad. Al menos, a aquellos a los

que nos gusta ubicar a los personajes públicos en una casilla, y así poder juzgar como bueno o malo lo que hacen o dejan de hacer, dependiendo de la casilla en que se encuentren. Es un ejercicio fácil y corto.

Por ejemplo, la FIFA y sus próceres se encuentran en la casilla de los malos. Cualquier aparición del señor Blatter debiera despertar sospechas, sin excepciones. Vieron: fácil. Con la CONMEBOL sucede algo parecido (con el matiz de que, seguramente, el actuar del diri-gente sudamericano será, además de siniestro, torpe y ramplón).

Los buenos, en cambio, son (o creemos y esperamos que sean) tipos honestos que quieren al fútbol. Lo gozan como espectadores, pero son protagonistas.

Como creemos que seríamos nosotros, los simples mortales, si hubiésemos sido premiados con el talento para jugar o dirigir. En este grupo encontramos a Die-go, Ronaldo, Ronaldinho, Menotti, Zidane, Bielsa, en fin, a un heterogéneo cónclave de tipos queribles.

La vida, entonces, era más fácil antes de que Harold viniera a revolverlo todo. Porque lo que no acepta esta propuesta maniquea, son los grises, las medias tintas. Y ahí, justo en el centro, está nuestro héroe.

El tipo trabajó en la FIFA. Nada bueno, ya está dicho, puede venir de ahí. Y, sin embargo, se nos presentó en su momento como el dirigente que no tenía miedo de pelearse con los clubes poderosos, con tal de defen-der a los débiles. Fue el que quiso repartir los jugosos excedentes del CDF en partes iguales, en desmedro de los clubes grandes. No voy a caer en el paralelo de Robin Hood, pero por ahí parece ir la cosa. No existe nada menos FIFA que lo que quiso hacer Harold; la multinacional no dudaría en ponerse siempre del lado de los poderosos.

La jugada específica a la que nos venimos refiriendo, la misma que a la larga le costó el cargo de Presiden-te de la ANFP, fue explicada de esta forma por su pro-tagonista a Revista De Cabeza: “Los estatutos de la ANFP son clarísimos al respecto. Todos los excedentes que produzca la ANFP se reparten en partes iguales entre todos los clubes. Podría haber cedido, violando los estatutos y mis principios. Pero yo no fui a la ANFP para eso; para dejar contentos a algunos y a otros no”. Casi canchereando, Harold saca al baile aquello que uno echa de menos en la multinacional futbolera: la ética, los principios, los valores, en fin, llámenlo como quieran: “Hay cosas en la vida en las que uno no pue-de ceder. Los principios y valores que uno tiene no los puedes transar. Creo en la equidad y trato de practicar-la en todo sentido”.

Pero, insisto, no podemos cegarnos tan rápido por las aparentemente bien intencionadas luces de Harold. El hombre sobrevivió años en la FIFA, es más, llegó a ser un alto ejecutivo; todos intuimos que para eso hay que ver bastante mierda, y comer otro buen poco de ella. No hay otra, nuestro prejuicio no nos permitiría pensar que es posible subir por las escaleras de mármol de Zurich si no es vendiendo el alma al diablo.

Entonces, para no dejar dudas, Harold redobla la apuesta. Nos dice, con la anuencia de su compañero,

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Por Sergio Montes (@smontesl), Cristóbal Correa (@cristobalcorrea) y Andrea Fuentes

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que él y Bielsa son una misma cosa. No existía, mien-tras estuvo a cargo del buque, un proyecto dirigencial y otro deportivo; había un solo proyecto, con dos cabe-zas. ¡Qué cabezas más distintas! Porque, estaremos todos de acuerdo, el sello formal de Harold es el sello de la FIFA: la corrección, al menos en las apariencias. Nada más lejano del entrenador que negó el saludo al Presidente de Chile en su propia casa de gobierno (y que luego haría lo propio con el Rey de España en la final de la Copa del Rey). Ningún funcionario FIFA haría un desaire así a un Jefe de Estado y, mucho menos, a un monarca.

Ni siquiera en política nos permite Harold que lo juz-guemos fácil. De reconocido pinochetista pasó –sin escalas– a ser el mejor amigo de Bachelet y el peor enemigo del gobierno de derecha de Sebastián Piñe-ra: “Desde todos los sectores me han ofrecido cargos. En las últimas elecciones me ofrecieron candidaturas desde la UDI hasta la Nueva Mayoría. Creo que las úni-cas excepciones fueron el Partido Comunista y Ampli-tud. A todos les dije que no. Yo estoy en el deporte y es lo que me gusta”.

Vuelvo así a la pregunta inicial: ¿Quién eres, Harold? ¿Dónde te ubicamos? Como ya me he permitido varias licencias en este texto, me permitiré una más: Harold es un político de los viejos. Quiere el poder (hoy lo año-ra), pero desea conseguirlo a lo grande. La cuota de poder que paladeaba en la FIFA estaba buena, pero no era suficiente. Él quiere ser el jefe de todo, pero con un discurso que trascienda.

Es tan político, Harold, que niega serlo: “Yo no tengo colores políticos. Yo sólo quiero que Chile sea un mejor país. A mí me interesa que a nuestro país, que a nues-tra comunidad, le vaya mejor. No creo en eso de que hay un equipo en que están los buenos y otro equipo en que están los malos. Si la gente cree que soy de un lado u otro me tiene sin cuidado”.

Harold, en verdad, se ve a sí mismo como un caudillo: su discurso discurre por lo popular, persigue incansa-blemente el bienestar de su querida chusma (“nuestro país”, “nuestra comunidad”), en un cuadro donde él aparece como un mesías perseguido por su afán de querer ayudar: “Sacrifiqué mi carrera en la FIFA para venir a Chile. Lo hice porque creía que podía aportar desde aquí a la construcción de una comunidad. Aquí en mi país, con mi gente, con mis ganas y mi pasión”.

Hoy sufre en su exilio, como el General Perón lo hi-ciera en su momento. Como Adán y Eva lo fueron del paraíso, Harold fue expulsado de la FIFA, de la ANFP y de cualquier enclave dirigencial relevante. Y lo fue, en el primer caso al menos, por negarse a hacer genuflexiones al poder: “Un año antes de los Juegos Olímpicos de Londres, me dijeron que yo era uno de los encargados. Blatter me hizo ir a Suiza, a una reunión para tratar el tema y ahí me exigieron mejorar mi grado de amistad con el Presidente de la Federación de Fútbol (Sergio Jadue) y con el, en ese tiempo, Ministro de Deportes (Gabriel Ruiz-Tagle). Me advirtieron que, de lo contrario, no podría asistir a los Juegos Olímpicos ni a ningún otro torneo. Ahí decidí renunciar a la FIFA”.

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El colmo de la peste llegó cuando fue acusado por la FIFA (¡por la FIFA, qué caradura!) de actos de corrup-ción. “Puras tonteras” nos dice escuetamente Harold cuando se refiere a la imputación que se le hace de haber recibido coimas en el proceso que culminó con Qatar como sede del Mundial 2022. Una causa que también salpica a Platini, Beckenbauer y, cómo no, al mismísimo Blatter. Naturalmente, intuimos que a éstos, en la medida que no osen comer del fruto pro-hibido del que comió Harold, el asunto no les trae-rá más consecuencias que un leve (pero molesto) dolor de cabeza. La suerte de Harold, en cambio, podría depender de si su intento por llegar a la cús-pide pasa de ser algo simplemente folclórico a una amenaza real.

Pero Harold conoce el poder, sabe que la peste pasa y juega sus fichas a un pleno: igual que Perón, volverá, se abrirán nuevamente para él los anchos pasillos por donde pasará el dirigente nuevo. En el intertanto, junta fuerzas y hace lo que mejor sabe: “La política y el deporte han estado siempre uni-dos. Y eso es porque las dos, sobre todo el fútbol, representan el sentir de la comunidad. No pueden caminar por vías distintas. Aislar la política del de-porte, o aislar el deporte de la política, a mi juicio, es imposible”.

Agazapado, Harold espera su momento. Lo hace des-de el humilde sitial de su Fundación Ganemos Todos, que le permite aparecer en algunos eventos deporti-vos menores. Además, buscar liderar a su querido De-portes Antofagasta, que lucha por no irse al descenso (hoy preside la Corporación Antofagasta Portuario que intenta anular la venta del club). Mientras, aprovecha la tribuna que le da De Cabeza para ensayar su artille-ría contra los que le robaron su sillón favorito, el de la ANFP. Como quien no quiere la cosa, desliza que no le cuadra la gestión económica de quienes hoy encabe-zan nuestro fútbol: “Nosotros, hicimos todo a través de licitaciones públicas, trasparentes y abiertas. No hubo negociaciones individuales. Hoy, lo que se ha hecho, a cambio de una cantidad considerable de dinero, es ceder la administración de esos recursos y de esos ac-tivos. Hoy no es la ANFP quien administra, sino que es esta empresa que se creó, que se llama Megasport”. Esta última es, por cierto, la propietaria de los dere-chos televisivos de la Selección Chilena, controlada por el grupo Bethia del Presidente de Universidad de Chile (uno de los clubes que articuló la oposición a la administración de Harold en la ANFP), Carlos Heller.

Como en el ludo, Harold cayó en el casillero que le or-dena volver al punto de partida. Pero, no tengan du-das, no pretende quedarse ahí.

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EL INGENIEROLA PARSIMONIA, EN LA VIDA Y EN EL

JUEGO, COMO CLAVE DEL ÉXITO.

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CUANDO ESCRIBO estas líneas, Deportes Arica (o San Marcos de Arica, como pasó a lla-marse después del descalabro al que algunos

llevaron al club), está encaramado en lo más alto de la tabla de posiciones del Torneo Nacional. La alegría abunda en la puerta norte de Chile.

Entre los ariqueños que imagino están esperanza-dos con el desempeño del club se cuenta a Manuel García, cantante y compositor chileno que reciente-mente lanzó “Retrato Iluminado”, su quinto álbum de estudio, producido por él mismo junto al gran Ángel Parra. Un disco extenso (19 temas, 69 minutos) don-de García vuelve al origen de su música: la trova. Es justamente en este género donde el disco alcanza sus mejores pasajes.

Así como un equipo de recursos limitados –como San Marcos de Arica–, debe saber cuando poner la pausa, cuando acelerar y cuando defender, Manuel García maneja los hilos del disco con clase y elegan-cia y vuelve a hacer lo que mejor sabe. Eso es lo más rescatable del álbum: se refugia en su zona segura y eso se agradece. García retorna a esas canciones

en que su voz y su guitarra son protagonistas de la música que desborda mis audífonos en este minuto.

Temas como “La Aguja”, “Raíces”, “Carbón”, “María” y “Canción del Desvelado”, son los que terminan identificándolo como un gran trovador contemporáneo de la música chilena, género que regresa a la masividad de la radio con un toque más moderno, después de mucho tiempo despare-cido, quizás porque siempre estuvo asociado a la canción de protesta, una expresión de libertad en un contexto de represión.

La forma como las canciones se suceden en el dis-co es la misma con que Arica maneja su medio-campo. Con jugadores “grandes” (como eufemís-ticamente se les llama a los viejos) que saben y conocen su rol en el equipo, cómo deben trabajar la pelota parada y cuando amerita meter un pase en profundidad.

Arica no es reconocido por su futbol ofensivo (Fer-nando Vergara no es Sampaoli, claro está) y cuan-do trata de hacerlo se ve desordenado y le llegan fácilmente de contra. Lo mismo pasa con Manuel García en el disco. Cuando trata de salir en velo-cidad (como en “Letras Chinas”) se nota débil, no es lo suyo. Lo identifica una música más pausada, más reflexiva, y con un mensaje potente, a lo Mota Gonzalez. Un disco que vale la pena escuchar en toda su extensión, hasta el minuto mágico, el 69.

Track recomendado: Noche Montuna (feat. Ángel Parra).

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Por Cristóbal Correa (@cristobalcorrea)

“Retrato Iluminado” de Manuel García o cómo Arica va a zafar del descenso

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ESTADIO DE LA PLATA. Jugaban Es-tudiantes y Gremio por la Supercopa, reser-vada a los ganadores de la Copa Libertado-res. Cuarenta mil energúmenos dispuestos

a destrozar a los jugadores visitantes, y a quien se interpusiera en su camino. Al tantas veces árbitro le tocaba correr junto a la raya, banderín en mano. Había un encargado, el gordo, de escupir al juez de línea cada dos minutos. Tenía buena puntería: por lo general le apuntaba a la cabeza. Pero, de pronto, Iván Guerrero sintió como si le hubiesen dado vuel-ta un balde de agua encima. Vio una bolsa tirada en el suelo. Escuchó al gordo y sus secuaces muer-tos de la risa. Sintió el líquido tibio corriendo por su espalda. Superando las náuseas, se pasó la mano izquierda –la que no sostenía el banderín– por la camiseta. La olfateó y lo confirmó: había recibido un baño de orina.

Pero Guerrero siguió corriendo junto a la banda, como si nada hubiese pasado. Sólo se dedicó a juntar saliva en su boca durante los diez minutos que que-daban de partido. “En ese momento sonó el pitazo final. Rápidamente giró, vio al gordo con sus manos aferradas a la reja insultándolo, tomó su banderola, que en aquellos años era de madera, la empuñó y la clavó como un estoque entre los dedos de su agresor. Desconcertado, abrió su boca en un alarido de dolor. Era el momento. Como un grifo recién abierto, los diez minutos de saliva dieron tan violentamente en la cara del desbocado hincha, que cayó al suelo de espaldas sin entender lo que pasaba”.

El libro Hijo de árbitro, escrito por Iván Guerrero, se pone en una perspectiva única, la que bien resume su título. Es una semblanza de su padre homó-nimo, ilustre árbitro internacional de fines de los ochenta y casi todos los noventa. Sin tantos afanes literarios, nos narra los sentimientos y vivencias de un árbitro de primer nivel, mostrándonos a un

hincha enamorado del fútbol, sin camiseta. Nos da cuenta que lo que en definitiva mueve a los árbitros es un amor desmedido por el fútbol, tanto o más fuerte que el de los jugadores. Tener en sus manos el destino de un partido, poder amargar la semana de miles de fanáticos, da pie a un sinnúmero de anécdotas como la mencionada, las que se acom-pañan también por los sentimientos y temores que pasan por la cabeza del conocido referí.

Otra de las cosas que nos deja Hijo de árbitro, es la idolatría que el juez genera en su hijo. El árbitro es el tipo más odiado del mundo, receptáculo de tantos insultos como la fértil imaginación humana pueda crear. Pero para su hijo no: “Cuando tienes diez años y tu padre actúa todos los domingos para veinte mil personas, tu viejo es un héroe y punto”, escribe Guerrero sobre el final del libro. Muchas veces fue al estadio con pánico de ser descubierto, como un infiltrado en territorio enemigo, pero ese miedo no superaba el inmenso placer de verlo impartir orden en la cancha, de tener en su silbato el destino de miles de personas que le gritaban desaforadamente desde las tribunas.

* * *El autor del libro nos habló sobre su obra y de lo que significa ser hijo de árbitro.

¿Cómo se te ocurrió escribir un libro así? ¿Lo tenías pensado desde hace tiempo? No, para nada. La ver-dad el autor intelectual de todo esto es Juan Carlos Fau. Él le comentó a la editora de Planeta que a mí me podría interesar escribir de fútbol y después me lo propuso a mí. Le di una vuelta y se me ocurrió escribir sobre mi padre.

¿Hay otros testimonios similares al tuyo? Me puse a buscar citas u otras referencias para complemen-tar la escritura del libro, pero no encontré casi nada relacionado con los árbitros. Este debe ser uno de los primeros ejercicios biográficos de un árbitro en la historia. Aunque tampoco puedo afirmarlo tan categóricamente, puede que tal vez haya existido alguno por ahí, pero la verdad es que sobre esto se ha escrito muy poco.

¿Dejaste fuera algunas anécdotas que te hubiera

Por Nicolás Vidal (@nicovidal79) y Cristóbal Correa (@cristobalcorrea)

HIJO DE ÁRBITRO

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gustado incorporar? El libro es fruto de largas con-versaciones con mi padre. Por supuesto que dejé varias cosas afuera. Hubo algunas que me habría gustado poner, pero que mi padre no quiso porque lo podrían afectar profesionalmente. Tenía reparos, hasta que el libro se fue a la imprenta. Después de eso, se relajó. No hay que olvidarse que toda-vía es miembro de la Comisión de Arbitraje de la ANFP. Y también hubo otras que preferimos dejar al margen porque eran delicadas: por ejemplo una vez llamaron a mi casa desde Colombia para ame-nazarlo. Era la época de Pablo Escobar y mi papá estaba arbitrando en Cali. Tenían estudiados los colegios adonde íbamos, la rutina, todo. Tuvimos que cambiar el teléfono de la casa, etc. No había ningún disfrute en revivir eso.

¿Le reprochaste alguna vez a tu padre haber elegido tan inusual profesión? Más de una vez lo hice. Sobre todo en la época del colegio. Pero era un reproche suave, porque sabía la forma en que él se apa-sionaba por el arbitraje. La única razón que tiene alguien para ser árbitro es una pasión desmedida por el fútbol, unas ganas inmensas de pertenecer a esta actividad. Muchos que no pudieron jugar o dirigir, llegan por esta vía. Era tanto el fervor, tanto el entusiasmo que le ponía mi padre al arbitraje, que no había cómo cuestionar su elección.

¿Sientes que los protagonistas del juego tienen más que decir que los demás? De todas maneras. No lo digo sólo por mi padre, pero en general me gusta que hable de fútbol el que lo ha jugado. Es el único pero que tengo con Sampaoli, porque nunca fue jugador profesional, por lo que no tiene esas vivencias tan importantes en la cancha y en el camarín. Hay algo en la práctica del fútbol que no pueden capturar los que no lo han vivido. Lo mismo pasa con los comentaristas, tiendo a creer-le más a los exfutbolistas que a quienes no han tocado la pelota.

¿Tienes pensado escribir más vivencias de tu pa-dre, o algo similar? A medida que iba escribiendo el libro, se me fue abriendo el apetito. Me encantó escribir sobre fútbol. Siento que hay mucha gente escribiendo de distintos temas, y el fútbol es una actividad que te permite escribir liviana y graciosa-mente sobre algo que es una pasión de millones de personas. Pero la verdad, más que hacer algo parecido, he pensado en dar un paso a la ficción, aprovechando el ímpetu, el vuelo que me dio este libro. Quedé muy entusiasmado.

Hijo de árbitro, Iván Guerrero, Editorial Planeta, 2014, 143 págs.

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TAPIAEL TOZUDO GANADOR

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Por Ignacio Pérez Tuesta (@IPerezTuesta)

Director Radio Sport Chile

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1. Era la gran promesa juvenil bajo los tres palos del Real Madrid, hasta que un accidente le truncó una carre-ra que muchos auguraban brillante. En cama aprendió a tocar guitarra y se convirtió en quien es hoy, lejos de los palos, pero ídolo en los escena-rios y batiendo récords de venta de discos. Y fuera de la cancha también ostenta marcas, no atajando sino que convirtiendo, a lo Chilavert o Ceni. Crack.

JULIO IGLESIAS

5. Bautizado como Ricardo Toro, nombre muy chileno y futbolero, por cierto. Colocolino el hombre y autor e intérprete de piezas musicales que traspasan generaciones. No se le fue el cariño y nadie le dijo mentiras. Un ídolo atemporal, aguerrido en la marca, sacrificado en la entrega, tal como sus letras lo dicen. Gary Medel le sigue los pasos, aunque no se despida con un beso.

Buddy Richard

2. De esos genios que el chileno no reconoce ni aprecia en su totali-dad. Uno de los más talentosos pia-nistas de la historia; nacido además en Chillán, una de las ciudades más futboleras de Chile. Ritmo y calma para bajar revoluciones, elegancia y un cambio de ritmo endemoniado. Silencio y aplausos de pie cuan-do llega a la línea de fondo. Fifo Eyzaguirre y Mario Galindo, son sus descendientes.

Claudio Arrau

4. Las tardes de fútbol en Playa Ancha, con viento achicador de ojos, manos en los bolsillos y olor a euca-liptus, nos enseñaron a comienzos de los 90 qué diantres era un “4”, ergo, un lateral izquierdo. Nada tan wande-rino como el “Car’e cueca”, instalado en la banda siniestra, esforzándose, y con arranques para pasar la mitad de la cancha. Inolvidables sus carrerones pegado a la tribuna que daba la espal-da al Alejo Barrios, lugar de las fondas y ramadas porteñas.

Fco Rodríguez

3. Si te bautizan como Míster Lujo en Uruguay siendo central, es porque eres Don. Nuestro futbolista de la historia con todos los premios en la solapa y en el living. Todos dicen que fue el mejor, y lo mejor es que él también dice que lo fue. Elegante, duro cuando debía y con una frialdad de otros tiempos. Una clase de cómo ser central y despreciar a los delanteros. Su mejor logro: ser el embajador plenipotenciario de la Repú-blica Independiente de Playa Ancha.

ELÍAS FIGUEROA

6. Volante mixto, ya moderno en los 80 y 90. Redondo, Pirlo, Pizarro, Vidal y Touré son sus descendientes. Las hacía todas: componía perfecto pen-sando que Siempre es Hoy, cantaba con pasión lanzando una Bocanada, hacía arreglos con Fuerza Natural, ter-minó en el top de su carrera, y sigue Vivo. Jugó en Chile también, con un Amor Amarillo y además vistió Colores Santos. Gracias Gus.

Gustavo Cerati

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8. Siempre escuché que era bueno, un adelantado a su época y todo eso. Cuando pude ver enteros los partidos del Mundial de 1962, vi a un jugador que, en palabras simples, habría sido nominado por Bielsa y Sampaoli. Lo tenía todo: dinámica, velocidad, téc-nica y un estado físico que sobresalía del resto, en la época de blanco y negro. Quizás eclipsado por Leonel y Fouillioux, debe estar entre los 10 mejores de la historia de Chile.

Jaime Ramírez

9. ¿Qué veíamos todos los fines de semana, en cualquier televisor entre 1987 y 1996, a las 21:00 horas? Los goles del mejor pelado de bigotes que pisó una cancha chilena. De cabeza, rebote, hombro, derecha, zurda, lau-chero. Peleó en Las Malvinas y tiene el récord impresionante, en 1992, de haber jugado en menos de una semana dos veces ante Antofagasta: miércoles con Colo-Colo y domingo con O’Higgins. El más nueve de los nueves conocidos en esta galaxia.

Gustavo De Luca

10. La voz del equipo, elegante en el pase, fino en la pausa, el mejor conduc-tor. Además, tenía un poder irrepetible en el camarín, al que llegaba de traje y sombrero y pedía un Martini seco para hacer el calentamiento. Si le reclama-ban decía My Way y si algo no le salía, respondía con that́ s life.

Frank Sinatra

11. Uno de los mejores cronistas de nuestra historia, pensante, observa-dor y experto en analizar a la sociedad chilena. Pluma afilada e irónica, per-fecta para ocupar una de las puntas y abrir defensas y prejuicios. Aristócrata de origen, pero crítico de su clase, escribió, entre otras, las notables no-velas El Inútil y El Roto, que son más actuales que nunca. ¿Le suena?

Joaquín Edwards

7. Físico privilegiado de atleta para la banda, técnica en velocidad para arran-car del fiero marcador Barriga. Eso sí, tras tirar el centro, recibía una cacheta-da de Doña Florinda. Único ser capaz de hace reír viendo sus diálogos 40 años después. Es lo más parecido a Garrin-cha en talento que se ha conocido y su humor con recovecos es lo más similar a Patricio Nazario Yáñez. El rockstar del equipo, le iba al Necaxa y es el único que firmaba contratos por 14 meses.

Ramón Valdés

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EL CHOCLOHITIA IS CONSECUMET ENDICTE PERO CONSED QUAS ET EOSTRUM

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PALMEIRAS CONTRA CORINTHIANS no es un partido más dentro del calendario del fútbol brasileño, pero las circunstancias del encuentro del día 25 de octubre del 2014 lo

hacían aún más especial. Colada entre las notas sobre la segunda vuelta presidencial entre Dilma y Aécio Ne-ves, la prensa informaba que la más tradicional casa del fútbol paulista, el estadio Pacaembu, estaría reci-biendo su último derbi.

El Arena Corinthians, localizado en la zona este de São Paulo, ya había alejado al Timão de Pacaembu desde mediados del año pasado, mientras que la inminente reapertura –concretizada finalmente en noviembre- del Palestra Italia (ahora con el corporativo nombre de Allianz Parque) distanciaría a Palmeiras del esta-dio que lo recibió desde 2010. Sin Palmeiras ni Co-rinthians, ¿quién ocuparía el estadio más céntrico de la ciudad? Hasta ahora, salvo la final de la veraniega Copinha y un par de juegos de São Paulo y Santos por el Paulistão 2015, no hay respuesta clara.

Pacaembu ha sido parte relevante de la historia de la ciudad, así como del fútbol paulista y su rivalidad más enconada. Palmeiras y Corinthians definieron varios

títulos allí, como el triunfo del Timão en el Paulistão 1954, o el empate que le dio el título del Brasileirão 2011 el mismo día de la muerte de Sócrates, uno de los grandes ídolos alvinegros. Del mismo modo, Pal-meiras ganó la Copa Río–São Paulo 1993 y se quedó con la gran definición del Brasileirão 1994, su último título nacional, con aquel equipo que incluía a Rivaldo, Roberto Carlos, Evair, Cesar Sampaio y Edmundo.

A la rivalidad paulista se suman los partidos del Mundial de 1950, los Panamericanos de 1963, las finales de Copa Libertadores de 2002, 2011 y 2012, la final de la Copa Sudamericana 2013 y las Recopa de 2012 y 2013.

La situación lo ameritaba: entradas en mano, par-timos ese sábado hacia el estadio desde Plaza Roosevelt, en pleno centro de la ciudad. Cruza-mos caminando Higienópolis, barrio donde viven algunas de las personas de mayores ingresos de la ciudad. Poco a poco las calles fueron pintán-dose con algunas camisetas y banderas verdes, mientras varios autos, cargados de cerveza y bai-le funk, nos mostraban que íbamos en la direc-ción correcta.

¿El último derbi paulistaen PacaembU?Desde São Paulo, Brasil, Por Rodrigo Millán (@mrmillan)

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La temporada de Palmeiras hasta ese momento era derechamente mala (después empeoraría aún más, manteniendo la angustia por la permanencia hasta la última fecha): una suma de bajos rendimientos, pésimas decisiones dirigenciales, cambios de técni-cos, refuerzos sin resultados y juveniles expuestos a hacerse cargo de salvar al equipo en el año del Cen-tenario. Sólo una victoria frente al rival de siempre ayudaría a sus torcedores a esbozar una leve sonrisa, que hiciera más llevadera una temporada sin brillos. Todo lo anterior dentro de un marco que la prensa se encargó de destacar: de los últimos catorce encuen-tros entre Palmeiras y Corinthians, el porco sólo había podido ganar uno de ellos.

El año corinthiano tampoco había sido el mejor, más allá de encontrarse peleando por la clasificación a la Copa Libertadores. Con unas de las entradas más caras de todo Brasil, los hinchas se mostraban disconformes con el juego del equipo, incapaz de reeditar los éxitos del glorioso ciclo 2011 – 2013 bajo el mando de Tite.

Caminando por serpenteadas calles entre altos edi-ficios, fuimos acercándonos a la plaza Charles Miller que antecede al estadio. Bajando la loma entendi-

mos por qué en tupi-guarani paã-nga-he-nb-bu signi-fica “tierras inundadas”. Allí estábamos, en el fondo de una quebrada, frente al acceso principal de uno de los edificios más importantes en la vida cotidiana paulista del siglo veinte.

Entre bares móviles, banderas, gorros y parrillas lo-gramos abrirnos paso hacia la galería. Acostumbra-dos a Estadio Seguro, pensamos en un lento ingreso, con muchos y redundantes controles de identidad. Si bien algo de eso hubo, estar al costado del Museo del Fútbol nos hizo más ameno el ingreso. Estábamos dentro. Al borde de la cancha, justo detrás de uno de los arcos. Caminamos hacia el codo de la galería contiguo a la marquesina, el sector familiar y tranqui-lo donde nos ubicamos. Con cantos marcados por el ritmo de los tambores, la fabulosa caja de resonancia que posibilita la arquitectura de Pacaembu hacía que las primeras canciones retumbaran apenas Cássio, el arquero de Corinthians, salió a precalentar. Minu-tos después quedamos debajo de una gran bandera verde, que anticipaba la fiesta que sería la salida de los equipos.

Faltaban veinte minutos para arrancar y la galería

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comenzó a llenarse. Palmeiras no salía a reconocer la cancha, sólo lo haría al momento de ingresar am-bos equipos.

Pitazo inicial. Esperábamos un juego mas audaz, pero claro, los últimos años del Brasileirão no regalan de-masiado arrojo. Más preocupados de la disciplina táctica y de resguardar el cero en el arco propio, los equipos hicieron del primer cuarto de hora una etapa de estudio, por no decir de total aburrimiento. En esos primeros minutos comprobamos la relación de amor-odio entre los hinchas y Jorge Valdivia, que capitanea-ba al equipo. “Sólo te pido una Jorge, estoy contigo her-mano”, decía un torcedor al lado nuestro, que pasaba rápidamente de la rabia, al verlo caminar, a la ilusión por un pase preciso hacia una de las puntas del ata-que. Entre pelotazos y pierna fuerte, el chileno era de los pocos que intentaba poner la pelota contra el piso y levantar la cabeza.

Minuto 25. Valdivia acumula jugadores por el medio y abre con un pase hacia la punta derecha del ataque. Wesley, en algo que no es ni tiro al arco ni centro, juega hacia el medio para que Henrique, goleador palmei-rense de la temporada, anote con frialdad en el segun-do palo. Carnaval verde, chiqueirão do porco. Fiesta en Pacaembu, lo que veníamos a ver.

Tras el éxtasis del gol, nos contagiamos con un par de canciones. Sin embargo, algo extraño comenzó a su-ceder algunas filas más arriba nuestro. El público dejó de seguir el ritmo de las canciones de la Mancha Verde y de moverse como el resto de los torcedores. Senti-mos gritar a un par de chicas desesperadas, mientras otros bajaban corriendo las escalas hacia el borde de la reja, gritándole a la policía y los paramédicos: el gol de Palmeiras había provocado un infarto en uno de los hinchas que teníamos más cerca. Dos torcedores-doc-tores corrieron rápidamente a auxiliar, mientras varios otros tiraban aire con sus camisetas. Nuestro sector se transformó en el único atravesado por el silencio. Por el medio de la galería, una camilla hizo un surco hacia la ambulancia.

Nuestra cabeza no siguió demasiado lo que vimos en la cancha. Llegó el entretiempo, donde nos que-

damos entre conversaciones sobre el juego, relatos del accidente y críticas a la policía. Mucha intensi-dad para sólo 45 minutos.

Al comienzo del segundo tiempo, Palmeiras tuvo una inmejorable oportunidad para ponerse 2x0, pero la desaprovechó. El equipo comenzó a quedarse sin pier-nas, Dorival Junior movió mal la banca y Corinthians empezó a arremeter por todas partes, aunque sin cla-ridad. Palmeiras hacía lo que podía, pero no era ca-paz de sostener la posesión de la pelota. Cada barrida daba lugar a una celebración, por cada despeje había un torcedor del verdão que apretaba su puño, mez-clando esperanza y resignación.

El partido estaba por terminar, la alegría crecía. Cada vez eran más fuertes los cantos de ambas torcidas. Unos empujando por el empate, otros sosteniendo una preciosa ventaja en tiempos de escasez. Eran los mismos minutos en que intercambiamos un par de fra-ses sobre lo bueno que sería que, aunque sea de vez en cuando, se volviera a jugar el clásico en Pacaembu. En eso estábamos cuando, en el minuto 90, una pe-lota cruzada venenosa desde la izquierda fue despe-jada débilmente por el central verde hacia el mismo costado. Danilo, jugador de partidos grandes e ingre-sado pocos minutos antes, aprovechó dentro del área y sacó el zurdazo; poco pudo hacer Fernando Prass: el tiro seco de empeine y el desvío en un defensor hicie-ron de su vuelo un gesto estéril. Era el empate en la última pelota, cuando sólo quedaban los descuentos. Al igual que el resto de los palmeirenses que nos ro-deaban, no lo podíamos creer. Bajamos las cabezas, como la mayoría, compramos una cerveza y camina-mos de vuelta a casa. En el camino paramos a comer algo. El televisor nos informó que João Correia Leal Fil-ho, el torcedor infartado unas pocas filas más arriba que nosotros, había muerto al llegar al hospital.

Unos días después supimos que Henrique, el autor del gol de Palmeiras, regaló su camiseta a la familia del fallecido hincha. De una u otra forma, ese torcedor vuelve a aparecer cada vez que escuchamos un grito de gol detrás nuestro. Seguramente, el mayor motivo para atesorar el recuerdo del último (y nuestro único) derbi en Pacaembu.

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SU MOMENTO.

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UN VIAJE AL PASADO

PELUQUERÍA / BARBERÍA PARA CABALLEROS

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La muchachada alegre y entusiasta

SON ESAS TARDES opacas y felices, a pesar de Pinochet, en los reales años ochenta, pri-mero en el Estadio Municipal de San Bernar-do al final de la calle O’Higgins, que dejaba de

ser calle, para transformarse en camino polvoriento, y luego en las canchas de Vulco contiguas a la Maes-tranza en la Balmaceda, la primera población obrera para trabajadores ferroviarios de la ciudad, lección viva de que la casa y el barrio obrero podían ser no sólo lugares dignos sino además bonitos.

Es esa casona vieja de color rojizo y posiblemente de adobe frente a la Plaza de Armas, donde estaba la sede del club y donde hoy, en cambio, hay un supermercado gigante y sin alma de los que han arrasado con man-zanas sanbernardinas completas en los últimos años. Son las franjas verticales blancas y celestes dibujadas con lápices de colores en los cuadernos colegiales de la época como muestra de un amor temprano por la camiseta. Es, simplemente, la parsimonia de Adolfo Nef al arco, la barba con que era posible distinguir desde la galería a Marcoleta, la estatura morena y mo-tuda con que se alzaba Benedicto Pereira en la zaga, el gesto inconfundible de Juan Rojas, con el número siete en la espalda, cuando inclinaba el torso hacia adelante para emprender un desborde inalcanzable por el costado derecho que podía terminar en centro y gol de Jáuregui. Es el privilegio de haber ido a ver el primer partido que jugaron en sus vidas unos juveni-les Lucho Pérez e Ivo Basay, juntos en esa cancha de Vulco, al lado de Vilches, Calquín, Villazón, Vildósola,

Suazo, Gaete. Son los nombres que tenían esos hom-bres: Marcoleta que era La Aduana, Jáuregui que era el Chico Jáuregui, Rojas que era el Rápido Rojas, Toro que era el Fino Toro, Gaete, que incluso antes siquiera de jugar al fútbol era el Pidén Gaete, nombre sureño de un taciturno pájaro acuático chileno, sigiloso como era Gaete para jugar.

Es un inventario de cosas el que hace especial a Ma-gallanes, y con lo difícil que es elegir una sola es muy posible que una de las mejores ni siquiera estuviera en la cancha sino en las graderías, con trompetas, tam-bor, bombo y trombones, tocando marchas y pasodo-bles para escuchar y cantar en el tablón. Las demás hinchadas alentaban a capela. La de Cobreloa como gran gracia hacía sonar una sirena. Audax o Santiago Morning habían tenido bandas en un pasado más o menos remoto. Pero sólo Magallanes tenía a la banda de Magallanes, esa orquesta de señores itinerantes capaz de transformar alguna vieja canción tradicional, tal vez judía, lo mismo que la marcha militar alemana “Erika”, en himnos para que la muchachada alegre y entusiasta gritara Ma-ga-lla-nes y cantara sábado a sá-bado, domingo a domingo, sobre las estrofas y coros del pasodoble “Manojito de claveles”, ese fin de estri-billo que sigue resonando hasta ahora en la memoria de cualquiera que haya estado ahí: cuando sales a la cancha se nos estremece hasta el corazón.

David Ponce es autor del libro Soy de Magallanes, próximo a publicarse por Lolita Editores.

Por David Ponce

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CASZELYRADICADO EN MADRID, ESTRECHA LAZOS DEPORTIVOS CON EL VIEJO

CONTINENTE.

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RUIZ-TAGLERN, COLO COLO Y CHILEDEPORTES,SE MUEVE EN VARIOS ESCENARIOS.

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MARIO SALASINTENTA LEVANTAR A LA UC DE UN PERÍODO OSCURO Y CARENTE DE

ÉXITOS.

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EDICIÓN DEDICADA A:

JOSEFA PARRAGUEZ ANTONIO05/08/2014 - 03/12/2014

PEQUEÑA, ESTA REVISTA LA DISEÑAMOS JUNTOS. GRACIAS POR TU COMPAÑÍA. SIEMPRE EN MI CORAZÓN.

Tu papá.

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EL FÚTBOL DE PANTALÓN LARGO

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