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EL ENEMIGO INVISIBLE LOU CARRIGAN CAPÍTULO PRIMERO Se apeó del taxi en Avenue Thiers, frente a la estación de la SNCF, y se dirigió hacia el interior de ésta portando la única maleta en la mano izquierda. Tenía ya el billete desde aquella misma tarde, de modo que todo lo que tenía que hacer era examinar la tablilla de horarios, para asegurarse de que no se confundía respecto al suyo. No se confundía. Allá estaba bien claro: saldría de Niza dentro de veinte minutos, y llegaría a París, a la Gare D'Austerlitz, a las ocho cincuenta minutos de la mańana.

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EL ENEMIGOINVISIBLE

LOU CARRIGAN

CAPÍTULO PRIMEROSe apeó del taxi en Avenue Thiers, frente a la estaciónde la SNCF, y se dirigió hacia el interior de éstaportando la única maleta en la mano izquierda. Tenía yael billete desde aquella misma tarde, de modo que todolo que tenía que hacer era examinar la tablilla dehorarios, para asegurarse de que no se confundíarespecto al suyo.

No se confundía. Allá estaba bien claro: saldría de Nizadentro de veinte minutos, y llegaría a París, a la GareD'Austerlitz, a las ocho cincuenta minutos de la mańana.

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Ningún problema.

Adquirió el Nice Soir y la revista americana Penthouse.El primero para ver qué pasaba en el mundo; lasegunda, porque siempre había artículos interesantes, yvarias chicas, encantadoras, de una bellezareconfortante.

Pocos minutos más tarde, siempre con tiempo sobrado,Jacques Bernard se instalaba en su compartimento deltren que le llevaría a París. Pero no se dedicó todavía ala lectura del Nice Soir, ni de la revista Penthouse. Traspermanecer un par de minutos pensativo, sacó eltelegrama que había recibido aquella misma mańana ensu hermosa villa de Basse Corniohe.

El texto del telegrama era el siguiente:

ŤLaverne en París, te espero en Austerlitz.ťArita.ť

Bien... Laverne en París. ĄPor fin! No tenia nada desorprendente que Edward Laverne estuviese en París;

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en alguna parte tenía que estar, y París, precisamentepor ser tan grande, era el mejor lugar de Francia parapasar desapercibido. Lo único sorprendente era queTogo Arita le estuviese esperando, a él, en la Gared'Austerlitz, lo que implicaba que era más convenienteviajar en tren. Parecía más práctico tomar el avión,pero si Arita le esperaba en la estación ferroviaria deAusterlitz por algo sería. Los hombres como Arita, ycomo él mismo siempre hacía o decían las cosas poralgo.

A la hora en punto, el tren partió de Niza. JacquesBernard se dedicó entonces a echarle un vistazo al NiceSoir. Luego, más o menos enterado de que en elmundo no pasaba nada verdaderamente nuevo, sededicó a la Penthouse. Dos artículos interesantes, queleyó con detenimiento, con su sosiego habitual. Yalgunas chicas preciosas, completamente adecuadas ala categoría de la revista.

Lo dejó todo a un lado, miró su reloj de pulsera, yquedó pensativo. Poco más tarde, decidió que lo mejor

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era cenar. Luego se encerraría en su compartimento, seacostaría, y sabía que dormiría, sin dificultad alguna,hasta, París. Ningún problema, nunca: sus nervios erande auténtico acero.

Tampoco hubo problemas con la cena. Algunaspersonas, cuando viajan o cuando simplemente se salende sus costumbres, tienen dificultades de todo tipo.Jacques Bernard nunca tenía ninguna clase dedificultades.

Ya había anochecido. Por las ventanillas del pasillo, a lolejos, se veían luces amarillas, que a Jacques le habíanparecido siempre tristes, como si implicasen lapresencia de gentes que vivían solas y deprimidas. Eltraqueteo del tren era apenas audible.

Bon soir, monsieur! le saludó el empleado del vagón.

Bon soir!

Llegó ante la puerta de su compartimento, la empujó, yentró. Se sentó en el borde de la litera, ya preparada

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mientras él cenaba. Buen servicio. Discreto y eficaz. Asítenían que ser todas las cosas.

La mirada de Bernard fue de un lado a otro delcompartimento individual. Era tan reducido, que nopodía haber allí ningún secreto. Pero la mirada deBernard fue hacia la puerta del pequeńo lavabo anexo,de uso exclusivo para el viajero que ocupase aquelcompartimento.

Un observador atento habría encontrado muy digna deestudio la actitud de Jacques Bernard. Era como siestuviese venteando, percibiendo algo más de lo quepodía percibirse. Daba la impresión de que sus ojos seoscurecían más, sus orejas se movían, su nariz absorbíatodos los olores, su musculatura permanecía tensa...

De pronto, Jacques se puso en pie, asió la manilla de lapuerta del lavabo, la bajó, y empujó suavemente.

ĄPiiiíiíiiittt...!, silbó el tren.

Si Jacques Bernard hubiese sido un hombre corriente,

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también él habría silbado al ver a la muchacha quehabía en el lavabo, encogida, como queriendo fundirsecon el tabique, mirándole con ojos muy abiertos,terriblemente asustada. Era tan hermosa, que el silbidohabría estado justificadísimo. Larga cabellera negra,rostro deliciosamente angelical, ojos azules, boquitasonrosada y tierna como una flor, nariz graciosa. Sucuerpo, lleno y rotundo, era absolutamente sensacional,moldeado por un vestido de fino punto azul que hacíaresaltar las caderas y los altos y turgentes senos.

La peculiaridad del carácter de Jacques Bernard sepuso de manifiesto en seguida. Un hombre corrientehabría preguntado: żqué hace usted aquí?, o algoparecido. Pero él se atuvo a la lógica que leproporcionaba la actitud y la expresión de la muchacha,y preguntó:

żPor qué está asustada? żPensaba robar algo, aquí?

Ella no respondió. Jacques miró el pequeńo bolso deviaje que la muchacha sostenía crispadamente con

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ambas manos pegado a sus muslos. Frunció el ceńo,ladeó la cabeza, y por fin la movió hacia fuera.

ĄSalga!

Ella movió negativamente la cabeza, siempre muyasustada, muy abiertos los ojos. Jacques casi sonrió.

Bueno, si prefiere pasarse el resto del viaje ahí dentro,allá usted dijo tranquilamente. Espero que no lamoleste demasiado si tengo necesidad de usar elservicio. Buenas noches.

Cerró la puerta. Bajó su maleta de la rejilla, la abrió, ysacó el pijama, de seda japonesa, negro. Se quitó lachaqueta, la corbata... Entonces, volvió la cabeza. Lamuchacha había abierto la puerta, y por la rendija lemiraba. Jacques le veía solamente un ojo, grande,hermoso, todavía dilatado..., pero menos asustado.

Si quiere verme desnudo, no tengo inconveniente. Peropor favor, no me espíe así: me disgusta.

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Se quitó la camisa, y volvió a mirar a la muchacha. Elojo azul expresaba ahora solamente sorpresa. Una gransorpresa, provocada por la musculatura de JacquesBernard. Su torso bronceado parecía de puro bronce.Echó la camisa a un lado, y los músculos cobraron vidacon un movimiento velocísimo. De pronto, el ceńo deJacques fue a la puerta, la abrió, y dijo, en tono másamable:

Esta es una situación tonta, żno le parece? Así quevamos a solucionarla: salga de mi compartimento, yaquí no ha pasado nada. żDe acuerdo?

No... ĄNo, no!

żNo quiere salir?

ĄNo!

Ese es un sitio incómodo para viajar hasta París,jovencita. ĄNo me diga que no tiene usted billete...!Mire, si es eso, por mí está bien. No tengoinconveniente en compartir mi lecho con usted; se

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entiende que con la mejor de las intenciones. La SNCFno se va arruinar porque un pasajero no pague su viaje.żDe acuerdo?

żEste compartimento... es de usted? tembló la voz deella.

Hasta llegar a París, sí.

Entonces..., Ąrealmente usted no es uno de ellos!

Mmm... żUno de quiénes? Yo viajo solo, desde luego.

La muchacha emitió un gemidito, salió del lavabo, fue asentarse en el borde de la litera, y de pronto, rompió allorar. Jacques se rascó una ceja, perplejo. Luego, fue asentarse junto a la muchacha, y le dio una amablepalmadita en una rodilla.

żHa cenado? Si tiene apetito puedo ir a buscarle algoal restaurante. Quizá aún esté abierto.

No... No tengo apetito. Gracias.

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De nada. żCómo se llama?

Ella le miró vivamente, de nuevo asustada, y Jacquesalzó las manos en simpático gesto.

De acuerdo, de acuerdo, no me lo diga si no quiere.Pero solucionemos esto. No vamos a pasarnos lanoche así, supongo. Me gustaría llegar a Parísdescansado. Espero que lo comprenda.

Por favor... ĄPor favor, déjeme viajar hasta París conusted! ĄSe lo suplico!

Ningún problema aceptó Jacques. żTiene ropa dedormir? Si no es así, puedo prestarle la chaqueta de mipijama. żCepillo de dientes? Lo digo porque eso no escorriente prestarlo, pero también estoy dispuesto a ello.En cambio, espero que no me pida usted la maquinillade afeitar.

La muchacha le miraba como fascinada. De pronto,sonrió, y Jacques también lo hizo. Agarró la chaquetadel pijama, y se la tendió. Ella negó con la cabeza.

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No, gracias. Siento... haberle molestado. La verdad esque no viajo sola.

żCon quién viaja?

Con un... con un amigo... Sí, con un amigo.

Ya.

No es lo que usted piensa... ĄNo es eso! żVive usteden París?

No. żPor qué lo pregunta?

Pero va a París.

Indudablemente.

La muchacha vaciló, antes de murmurar:

Me llamo Jeaninne... Jeaninne Frey.

Yo soy Jacques Bernard. Bueno, esto empieza a tenersentido... żQué más sigue, ahora?

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Usted parece... una persona honrada, seńor Bernard.

Jacques reflexionó unos segundos antes de asentir:

Yo diría que lo soy, sin lugar a dudas.

Me gustaría... Quisiera que usted:... Bueno, żquerríaentregar una cosa a una persona en París?

żQué cosa, y a qué persona?

Jeaninne Frey volvió a vacilar. Pero, de pronto, colocósu bolso de viaje sobre las rodillas, lo abrió; rebuscóhacia el fondo, y sacó un sobre de unos treintacentímetros por veinte, de color amarillo.

Es... es sólo este sobre.

żA quién debo entregarlo?

Ella le miraba fijamente. Estaba vacilando de nuevo. Depronto, volvió a guardar el sobre, velozmente, y cerróel bolso.

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Es igual... No es necesario, no... Yo lo haré. Sí,espero... espero poder entregarlo yo.

Me parece bien. No encuentro que haya dificultadalguna en entregar un sobre. Y si no lo hace usted,puede hacerlo su amigo. Bien, żqué hacemos, ahora?

Usted.:, usted se está burlando de mí, seńor Bernard!

Lo que ocurre es que estoy ligeramente cabreado. Miscircuitos mentales sufren cuando ocurre algo que nopueden asimilar. Y eso es lo que está sucediendo.żPorqué no me hace un favor usted a mí?: tome unadecisión. Sea cual sea, pero por favor, decídase.

Jeaninne Frey tragó saliva, y de nuevo se quedómirando fijamente los oscuros e inteligentes ojos deBernard.

Tengo miedo de salir de su compartimento susurró.Ellos podrían estar vigilando, y si me ven...

żQuiénes son ellos?

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Quizá hayan... hayan hecho algo malo con Pierre...

żY quién es Pierre? żEl amigo de usted?

Sí... Sí, sí. Tomamos un compartimento doble en otrovagón, pero nada más subir al tren los vimos. Nosescondimos en el compartimento, pero Pierre pensóque era mejor que yo no estuviese con él, por si ocurríaalgo. Así, que me dio el sobre y me dijo que buscase elmodo de llegar a París por mi cuenta. Salí delcompartimento, y cuando estaba en un extremo delvagón, los vi a ellos, en el otro extremo. Comprendíque estaban registrando el tren, y eché a correr. No...no había nadie en este pasillo, así que fui... empujandopuertas, hasta que pude entrar aquí.

Mis circuitos comienzan a funcionar a su ritmomurmuró Jacques. Si lo he entendido bien, usted y suamigo Pierre viajan juntos para llevar a París ese sobre,pero unos individuos les buscan a ustedes, supongo quepara apoderarse del sobre. żEs eso?

Sí... Sí, así es.

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Bueno, por el momento puede usted considerarse asalvo aquí. Ya nos preocuparemos si llega la ocasión.Mientras tanto, tranquilos. żLe parece bien?

Sí. Bueno, no sé... Temo por Pierre. ĄSon capaces dehaberlo matado!

ĄVamos, vamos...!

Usted no sabe... qué clase de gente es ésa, seńorBernard. ĄLe aseguro que son capaces de todo! Y: noquisiera... no quisiera que le ocurriese nada malo aPierre. ĄOh, me gustaría que él estuviese también aquí!

La verdad es que no soy amigo de las multitudes,seńorita Frey. Dos personas aquí, pase. Tres, sondemasiadas.

Pero... pe... pero si él estuviese aquí, los dospodríamos... viajar escondidos hasta París. Si ellosvinieran a mirar en este compartimento, le verían austed, y pensarían que no había nadie más. Lo quequiero decir...

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Comprendo, comprendo. Y ahora, va a pedirme quevaya a buscar a su amigo Pierre.

żLo haría usted? ĄPor favor...!

Jacques Bernard volvió a rascarse una ceja. Luego,preguntó:

żDónde está el buen Pierre?

Jeaninne Frey lanzó una exclamación, abrió de nuevo elbolso de viaje, sacó un bolsito de mano, y de él unbillete, que tendió a Jacques. Era el pasaje a París parados personas en un compartimento doble. Tomó notade él, devolvió el billete a la muchacha, se puso lacamisa, la corbata, la chaqueta... Fue hacia la puerta, ysalió.

Tres minutos más tarde, llegaba al vagón que leinteresaba en el tren. El empleado pudo informarle,Jacques le dio las gracias, y comenzó a recorrervagones hacia la cola del tren.

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Tres minutos más tarde, llegaba al vagón que leinteresaba. Y otros pocos segundos después, veía lapuerta del compartimento. Llamó a ella con los nudillos,pero no obtuvo respuesta. Miró a derecha e izquierda;no había nadie en el pasillo, salvo un hombrecillorechoncho que fumaba, con la frente pegada al cristalde una ventanilla, absorto.

Acercó la boca a la juntura de la puerta, y dijo:

Pierre, me envía Jeaninne.

Sin respuesta.

Probó la manilla de la puerta, que cedió. Acabó debajarla, empujó suavemente, y se quedó mirando eloscuro interior del compartimento, mientras la ráfaga deaire que entraba por la abierta ventanilla llegaba a élcon veloz movimiento giratorio, haciendo ondear suslargos cabellos. Encendió la luz del compartimento..., yen seguida entró en éste y cerró la puerta.

Se quedó mirando el espectáculo. Las liberas ya

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estaban bajadas. Sobre la superior se veía una maletaabierta, cuyo contenido estaba esparcido por todo elcompartimento, moviéndose a impulsos del aire de lamarcha. Eso era todo. Se acercó a la ventanilla, y seasomó, mirando para atrás, estremecido..., y noprecisamente debido al aire nocturno. La ventanillaabierta le sugería que quizá el llamado Pierre se había...apeado del tren mucho antes de París, y seguramenteen contra de su voluntad.

Cerró la ventanilla, se volvió, y estuvo unos segundosmirando el desbarajuste: ropas, revistas, un par deperchas de aluminio, un libro caído boca abajo, abierto.Mal asunto.

Sin tocar nada, salió del compartimento tras apagar laluz, y cerró la puerta.

Cuando llegó a su vagón, no vio al empleado de laSNCF en su sitio. Se detuvo ante la puerta de sucompartimento, mirando a ambos lados... En aquelmomento, apareció el empleado del tren, por el

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extremo delantero del vagón. Lo vio, y apresuró elpaso. Se detuvo, ante él, obsequioso el gesto.

żPuedo servirle en algo, monsieur?

Sí sonrió Jacques. Se me ha estropeado el reloj,según parece. żPuede decirme la hora?

El empleado se la dijo; Jacques asintió.

Gracias. Y buenas noches.

Buenas noches, monsieur. Si necesita algo más, estarépor aquí.

Muy amable. Pero ahora no estaba.

ĄOh, monsieur...! Un viajero me pidió que leacompańase a un compartimento de otro vagón, y nopodía negarme. Mis ausencias son muy breves,monsieur.

Estupendo. Gracias y buenas noches.

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El empleado se tocó la gorra, y se alejó. Jacques abrióla puerta, entró..., y casi lanzó un respingo. Cerrórápidamente, y se abalanzó hacia Jeaninne Frey, queyacía sobre la litera, revueltas las ropas y el cabello. Seveían completamente sus espléndidas piernas, y partede los senos, pues el vestido había sido arrancado...Por, todo el compartimento se veía esparcido elcontenido del bolso de viaje de la muchacha, e inclusoel de la maleta del propio Jacques. Este puso dosdedos en una carótida de Jeaninne, y suspiró alcomprobar que estaba viva. Se quedó mirando lasseńales de golpes en su rostro, y el gesto de dolor quecrispaba sus facciones.

Vaya momento para complicaciones refunfuńó.

Oyó el gemido de Jeaninne, y la miró. La muchachahabía abierto los ojos. De pronto, se sentó en la litera,lanzando un gritito. Vio a Jacques Bernard mirándolaseriamente, y, de pronto, estalló en sollozos.

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CAPÍTULO IIżSe encuentra mejor?

Jeaninne asintió con la cabeza, terminó el contenido delvaso, y devolvió éste a Jacques, que fue a dejarlo en ellavabo. Regresó junto a la muchacha, y se sentó.

Bien: żqué piensa hacer, ahora? preguntó.

Tengo... Tengo que volver a Niza...

żNo piensa avisar a la policía?

No respingó ella . ĄOh, no, claro que no!

żPor qué no? frunció el ceńo, él. Es claro que le hanrobado el sobre, y mucho me temo que, además degolpearla a usted, hayan arrojado por la ventanilla a suamigo Pierre..., que si no estaba ya muerto ha debidomatarse al caer; es posible, incluso, que el tren lo hayaarrollado, pues el aire quizá lo haya metido bajo las

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ruedas... żY con todo esto? no piensa usted avisar a lapolicía?

No... ĄNo, por favor, no podemos hacerlo!

żQué contiene ese sobre amarillo?

No puedo decírselo... ĄNo puedo! ĄOh, Dios mío,me lo han quitado, lo tienen ellos...! ĄPobre papá!

El papá..., żde quién?

Mi padre... Me envió a mí, precisamente, porqueestaba convencido de que era lo más discreto, pero nohemos podido engańar a Pfalz...

żQuién es Pfalz?

Hermann Pfalz... Vive en Niza. Yo... yo también vivoen Niza, en la... ĄOh!; pero no puedo volver allí, puespapá se enteraría de lo sucedido. Bueno, iré a miapartamento privado... Pero, ĄDios mío!, żqué puedohacer yo para recuperar el sobre..?

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Vaya a pedírselo a Hermann Pfalz.

Jeaninne le miró como si Jacques estuviese loco deremate.

ĄPedírselo a Pfalz! ĄUsted no sabe lo que dice!

Es la consecuencia lógica de no saber de qué va todoeste asunto. El tren está reduciendo la marcha... Vamosa parar dentro de muy poco, seńorita Frey.

Sí... Bien, te... tengo... tengo que apearme... Por favor,ayúdeme a recoger mis cosas... ĄDinero! Se... sedeben haber llevado mi bolso de mano.:. ĄNo tengodinero!

Cierto. El bolso de mano de Jeaninne Frey no estaba.Recogieron todo lo demás, y acto seguido, las cosas deJacques, que tras cerrar su maleta se quedó mirandofijamente a la muchacha.

żEntiendo que la discusión por ese sobre puedeocasionar... incluso muertes, seńorita Frey?

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Ella se mordió los labios, y bajó la mirada. El trenestaba circulando ya a velocidad muy reducida.Jacques se sentó junto a Jeaninne.

Si yo supiese lo que ocurre, exactamente, quizá podríaayudarla, seńorita Frey.

żUsted? lo miró vivamente ella.

Yo. Ese Pfalz..., żes un ladrón?

ĄLo es! ĄY un...!

Tranquilícese. żPueden haber muertes en este asunto?Y le ruego que me conteste esta vez.

Sí... Pueden... pueden haber muchas muertes. Mil, dosmil, diez mil... ĄOh, Dios mío, no lo sé, no sé cuántas,pero muchas!

El tren emitió un pitido. Jacques seńaló al pecho deJeaninne.

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Arréglese eso como pueda. Vamos a apearnos. Pero,desde luego, deberá usted explicármelo todo bien. żDeacuerdo?

Sí, sí. Pe... pero... usted... usted... żQué puede hacerusted, seńor Bernard?

Vamos a comprobarlo.

Pero usted va a París...

No se preocupe por eso.

* * *

Ningún problema, en aquel sentido. Cuando JacquesBernard regresó a sentarse en el banco junto aJeaninne, el telegrama ya había sido impuesto, y quizá lellegase a Togo Arita antes de que, por la mańana, éstese dispusiera a ir a la estación de Austerlitz a esperar asu amigo Jacques.

El texto del telegrama era éste:

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"OBLIGADO RETRASAR VIAJE. MANTÉNLOCONTROLADO.Jacques."

Pero Jacques no le habló del telegrama a Jeaninne.Cuando se sentó junto a ella, se refirió sólo al otroaspecto de la cuestión:

El empleado conoce a un taxista. Lo ha llamado porteléfono, y le ha dicho que le pagaremos muy bien, asíque lo tendremos aquí en pocos minutos. Mientrastanto, żte parece que es momento de que me expliqueslo que ocurre..., eso que puede ocasionar miles demuertes?

De pronto, Jeaninne Frey comenzó a hablar,rápidamente, como si quisiera terminar cuanto antes:

Mi padre tiene negocios en un país africano llamadoKobonia. Envió allá a unos técnicos a hacer unasprospecciones mineras, que dieron un resultadopositivo. Tras algunas negociaciones discretas, mi padrellegó a un acuerdo con el presidente de Kobonia, quien

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le garantizó determinados privilegios de explotación acambio de esos informes mineros. Así que mi padre leenviaba toda la documentación al embajador deKobonia en París, para que éste la enviase, como valijadiplomática, a Kobonia.

Entiendo. żY qué pinta Hermann Pfalz en esto?

Sabemos que Pfalz está en contacto con la oposiciónde Kobonia... Hasta el momento, los líderes de laoposición permanecen en actitud... pacífica. Pero siHermann Pfalz les envía la documentación sobre lasprospecciones mineras realizadas allá, se organizará unarevuelta por parte de la oposición, para tomar el mandodel país. Y eso... eso ocasionaría muchos muertos...ĄMuchos!

Sin duda murmuró Jacques. No quiero desalentarte,pero me temo que poco podemos hacer ya: żcómovamos a impedir que esos documentos lleguen aKobonia? En cuanto los tenga en su poder, Pfalz losenviará allá, de un modo u otro, żno crees?

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ĄOh, no...! ĄNo lo creo! Pfalz es demasiado astuto ydesconfiado para hacer una cosa así, mi padre siemprelo dice... Seguramente informará a la oposición deKobonia de que ha conseguido algo muy importante, ypedirá contacto aquí, en Francia. Y mientras espera, éltendrá los documentos bien guardados. Seguramentepedirá una gran cantidad de dinero, o alguna concesión.No sé.

Jacques Bernard se rascó una ceja.

Bueno, si él tiene que esperar a alguien, eso nosconcede un margen de tiempo. Los hombres del trenque se han llevado el sobre quizá lleguen a París yregresen mańana en avión... O quizá ya se hayanapeado del tren, también aquí, por el otro lado... O lesesté esperando un coche en algún otro sitio... De unmodo u otro, Pfalz recibirá pronto ese sobre...Entonces, nosotros se lo quitaremos.

żNosotros? lo miró, casi aterrada, Jeaninne Jacques,tú no... no sabes... qué clase de hombre es Pfalz...

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Tengo la ventaja de que tú me lo dirás sonrióBernard. En cambio, a él nadie le dirá con qué clasede enemigo se las va a ver.

Pero.. pero... żqué vas a poder hacer tú contra gentecomo ésa?

Ahí llega nuestro taxi, supongo seńaló Jacques,sonriendo. Vamos allá, y por el camino de regreso aNiza me irás contando todo lo que sepas de HermannPfalz.

* * *

Era alrededor de la una de la madrugada cuando,finalmente, Jacques Bernard pudo ponerse su pijama deseda japonesa. Se tendió en el sofá de la salita delpequeńo, pero coquetón y lujoso, apartamento sito enel boulevard Víctor Hugo, y se quedó contemplando eltecho. Por el momento, y considerado lo que pensabahacer, le había parecido mucho más discreto yconveniente para él quedarse allí que regresar a su villa

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en Easse, Corniche.

Jacques Bernard se acomodó bien en el sofá, y denuevo se quedó mirando el techo...

żEstás bien? le llegó la voz de Jeaninne.

ĄOh, sí, muy bien! Gracias.

żNecesitas algo, Jacques? inquirió, de nuevo,Jeaninne.

Nada, gracias respondió, sonriendo.

Bernard volvió la cabeza, cuando a su fino oído llegó eldeslizarse de los pies descalzos por el suelo. Miró haciaallí, y al resplandor de las luces de la avenida distinguió,como una bellísima forma de plata, el cuerpo desnudode Jeaninne Frey, caminando lentamente hacia él.

La muchacha llegó junto al sofá, y se detuvo.

Jacques...

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żMmmm?

Nunca he dormido en un sofá...

Las manos de él se tendieron en la oscuridad, yabarcaron la delgada cintura femenina, pura seda.

Bueno murmuró. Siempre se está a tiempo deadquirir nuevas experiencias.

Cuando notó el cuerpo de Jeaninne junto al suyo, y ellallegó con sus labios a su boca, Jacques Bernard se dijoque por su parte tampoco tenía inconveniente alguno enadquirir más experiencia.

Ningún problema... en aquel aspecto.

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CAPÍTULO IIIżTiene algún problema, seńorita?

Nina Veruska se volvió al oír junto a ella la vozmasculina. Casi respingó al ver al sujeto: un tipo alto,barbudo, de ojos oscuros y sonrientes. Poco menosque un mendigo, a juzgar por su aspecto. Sus ropasestaban raídas, mugrientas... El negro jersey deportivoparecía haber contenido anteriormente un cuerpomucho mayor, así que estaba deformado, y colgabacomo un pingajo. Los tejanos y las zapatillas deportivasno estaban, precisamente, en mejor estado... Se quedótan cortada que no supo qué decir.

El tipo seńaló el motor que ella había estadoexaminando.

Quizá yo podría ayudarla sugirió.

Bueno... Sé lo agradecería mucho, realmente... No séqué ha podido pasar. Llevo toda la mańana haciendo

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compras, y el coche ha funcionado muy bien. Depronto, al salir de la última tienda, el motor no se poneen marcha.

Los coches son como las personas dijo el inquietantesujeto. Están bien, pero de pronto, Ąpif!, la pifian. Afin de cuentas, si nos ponemos a pensarlo, un coche escomo una persona, en verdad.

żCómo una persona? se sorprendió Nina.

Toma, claro. Las personas tenemos corazón,pulmones, cerebro, arterias... żNo es así?

Pues... sí. Sí, desde luego.

Pues lo mismo los coches: la dinamo es el cerebro, elmotor es el corazón, los filtros de aire y tal, son lospulmones, y los cables eléctricos y conducto degasolina y todo eso, son las arterias. żComprende,rubia?

Nina Veruska había comprendido. Y, en verdad,

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estaba pasmada.

Comprendo... ĄPero nunca antes se me habíaocurrido pensar semejante cosa!

Eso es porque usted no utiliza el melón, rubia.

żEl...? żQué melón?

La bola de queso. La calabaza. El paquete pensante...ĄLa cabeza, demonios! żComprende? O sea, el melón.

Nina Veruska se echó a reír, mirando con nuevacuriosidad al desastrado personaje. El cual, a su vez, lacontemplaba entre irónico y admirado. La admiraciónestaba justificada, porque Nina Veruska era un sueńorubio convertido en mujer. Elegante, esbelta, conformas suaves pero bien definidas y no poco sugestivas.Sus cabellos eran rubios y largos, preciosos. Su bocaera un puro goce visual. Y tenía los ojos de unextraordinario color malva, llenos de chispitas doradas.El no va más. Su garganta, tan blanca, delicada, tierna,se movió al reír, y el sujeto simuló lanzar allá un

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mordisco y dijo:

ĄŃam!

żQué hace? se sobresaltó Nina.

Le he atizado un mordisco al cuello, rubia. Con laimaginación nada más, claro. Yo soy un caballero.

żDe verdad? rió de nuevo Nińa.

ĄPalabra! alzó una manaza el sujeto. Todo uncaballero. Incluso tengo un título nobiliario, aquí dondeme ve.

żQué título? volvió a reír Nina.

Soy conde. El conde Drácula, claro. żMe deja que ledé una chupadita en el pescuezo? A cambio, le arregloese motor en un decir Ąviva la vida!

żPodría arreglármelo? żDe verdad?

żPodría morderla, de verdad?

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De acuerdo rió, una vez más, Nina . ĄArréglelo!

Eso está echo, rubia żTeńida?

ĄClaro que no! protestó Nina . Yo soy toda natural.

Pues Ąviva la vida silvestre! Bueno, vamos a ver quéle ocurre a este jovencito... De modo que se resiste aponerse en marchamen? ĄEres un nińo malo!

Se inclinó, metió las manos un par de segundos por allá,y se irguió.

Bueno, ya está dijo.

żCómo que ya está? exclamó Nina . żYa funciona?

Me apuesto los dientes de morderla en el pescuezo.

Tras un gesto de incredulidad, Nina fue a sentarse alvolante, dio el encendido, y el motor se puso en marchainmediatamente. Todavía no había salido de suasombro cuando el sujeto, tras bajar la tapa del motor,

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se inclinó junto a la ventanilla, miró el cuello de Nina, ehizo:

ĄŃam! ĄYa está mordida!

Pe... pero..., żqué ha hecho usted? ĄLe aseguro queno funcionaba!

Pues ya funciona.

Sí... Bueno, no quisiera ofenderle, pero Nina tomó subolso del asiento contiguo, y lo abrió, vacilante. żSe vaa ofender?

żDinero?

Bueno, de alguna manera tengo que...

No soy mecánico, así que no cobro. Está muy feo esode entrometerse en las profesiones de los demás.Además, ya me he cobrado el servicio, con esesuculento mordisco. De todos modos, admito propinas.

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ĄOh, bien, le daré...!

No esa clase de propinas. Tengo que ir al muelle, y sime hurga en los bolsillos no encontrará un cochinofranco, así que no puedo pagarme ni el autobús.żComprende?

El tipo sonrió, rodeó el coche, y se sentó junto a Nina,que puso la primera marcha y apartó el coche delbordillo, alejándose de los almacenes donde habíarealizado su última compra. Miró un instante a sugreńudo y casi harapiento viajero.

żTrabaja usted en el muelle? preguntó.

No vamos al muelle la, miró él, amablemente. Tengouna pistola en el bolsillo, y le voy a meter media docenade balas en esas hermosas tetas si no hace lo que ledigo, seńorita Veruska.

żQué... qué...? palideció Nina.

Conduzca hacia Mont Boron. Despacito, sin prisas y

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sin pausas. Tranquila. Le aseguro que lo más tonto quehay en la vida es buscarse problemas.

Pe... pero... Ąusted sabe quién soy! żQué significaesto?

Se lo diré. Durante toda la mańana he estado haciendoalgunas averiguaciones, y así, he sabido encontrar unpunto flaco en la organización de Hermann Pfalz: laseńorita Nina Veruska, su pimpante y encantadorasecretaria. De modo que esta tarde, cuando usted hasalido, me he puesto a rueda, he esperado el momentooportuno, he desconectado un cable de su cochemientras usted compraba cositas, y luego me las hedado de samaritano. Y todo ello, para que ahoravayamos amistosamente a Mont Boron. La invito a uncóctel. żLe gustan los cócteles?

ĄDios mío...! żQué pretende usted?

Invitarla.

Pero...żquién es?

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Llámeme Ninja. żSabe usted lo que es un ninja?

No... No.

Casi nadie lo sabe. Lo que demuestra la vasta inculturade la gente, en general. Gire hacia la izquierda, porfavor... Gracias. Me parece que no tendremosproblemas. Usted es inteligente.

żQué... qué es un ninja?

Bueno, un ninja es un personaje fabuloso en la viejatradición bélica japonesa. Resumiendo: un ninja es unespía.

ĄOh! żEs usted... un espía?

Pero muy peculiar. Verá usted, un ninja, o sea, unpracticante del espionaje, entre otras cosas, es unsujeto de lo más especial. Hace montones de ańos, alláen Japón, eran personajes de leyenda. Ya sabe quehace un montón de ańos los japoneses se pasaban lavida zurrándose unos a otros, żverdad que lo sabe?

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Que si yo soy más seńor que tú, que si tengo másguerreros, que si mis samurai son mejores que lostuyos, que si yo soy emperador de aquí, que si tú novales una mierda... Total, que todos los grandesseńores, esto es, los daymio, tenían a su servicioverdaderas legiones de bravos samurai... żDe lossamurai sí habrá oído hablar supongo?

Sí, si... Eran... valientes guerreros japoneses, quetenían un... estricto código de honor.

ĄExactamente! Ese código de honor, que llamabanBushido, definía la forma de vida de un samurai. Eraninsobornables, fieles, audaces, valientes..., salvo algúnque otro cabrón que siempre aparece en las mejoresfamilias, por desgracia. Bueno, pues cuando un samuraisabía que tenía que enfrentarse a un ninja, se le poníaaquí el sujeto se llevó la mano a la garganta, muyexpresivamente.

żPor qué?

Porque un ninja es algo temible, querida. No sólo

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sabía, tan bien como un samurai, cómo manejar laespada, el cuchillo, y demás armas, sino que tenía másmala leche que un camello. Y digo camello, no camella,żcomprende? Un ninja esperaba la noche, se vestía denegro de pies a cabeza, y se metía en territorio enemigocomo el que va a darse un paseo por la Promenade desAnglais, pongo por caso. En cuanto se ponía enfunciones, era como una sombra. Aparecía,desaparecía, volvía a aparecer... En realidad, casi nadieveía nunca a un ninja. Fíjese a qué punto llegaba suhabilidad para esconderse y camuflarse, que se llegó adecir que eran invisibles.

ĄEso no es posible!

Claro que no, pero parecían invisibles, y fin del cuento.No había manera de cazar a un ninja. Y si alguna vez,por pura chiripa, cazaban a alguno, cuando se iban adar cuenta ya estaba muerto, porque él mismo seenvenenaba, para no chivarse sobre quién le habíaenviado y cosas así. ĄAdmirable gente, palabra!Audaces, habilísimos luchadores con armas y con las

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manos... Un poco bestias sí eran, para sercompletamente sincero. Escuche lo que pasó una vez:acorralaron a un ninja, y éste se escondió entre unosarbustos: los que le buscaban comenzaron a pegarsablazos a los arbustos, Ązis, zas, zis, zas...!, a ver sihabía suertecilla y lo encontraban. Así que dale quedale con la katana a los arbustos... żUsted sabe lo quees una katana?

No... Bueno, un sable, żno?

Un sable japonés. Ríase usted de las cimitarras moras,se lo digo yo. Bueno, pues los guerreros que buscabanal ninja se la pasaron dando mandobles a losmatorrales, pero nada de nada. Así que finalmente, sealejaron de allí. żY sabe qué había sucedido?

żQué?

Que sí habían acertado al ninja. Le habían cortado unbrazo de un mandoble. Pero el ninja permaneció en suescondite sin decir ni siquiera Ąay!, y cuando todos sefueron, recogió su brazo, se lo puso de nuevo en el

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hombro, y se marchó.

ĄEso no puede ser! exclamó Nina.

Lo de recoger el brazo, no: era broma, claro. Perotodo lo demás es cierto. Y sólo le he contado unapequeńa anécdota, créame. Los ninja son terribles:sombras nada más, pero capaces de todo. De todo. Enrealidad eran unos... budokas muy evolucionados paraaquel tiempo, porque sabían de todo. Lástima que,como le digo, tuviesen más mala leche que un camello.żComprendido todo?

Sí... Sí.

Bueno, pues yo soy un ninja del siglo XX. żSe lo digomás claramente, seńorita Veruska?

No..., no es necesario.

Estupendo. De nuevo a la izq... ĄAh, muy bien!, veoque es usted no sólo inteligente, sino que conoce bienNiza.

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Pero... żqué es lo que quiere usted de mí?

Lo primero de todo, reprocharle que trabaje ustedpara un tipo como Hermann Pfalz. żO quizá ustedtambién es una granujilla?

ĄQué dice...! ĄYo no soy una granujilla! ĄNi lo es elseńor Pfalz!

Ya, ya. Mire, no tengo ganas de discutir, así quelimítese a conducir. Pronto llegaremos a un pequeńochalet propiedad de unas buenas gentes que estánviajando por Oriente, y allá terminaremos de poner lascosas en claro. Le digo lo del chalet porque si másadelante los hombres de Pfalz quisieran encontrarme,perderían el tiempo. El chalet no es mío, y sus dueńos nime conocen.

żY cómo..., cómo vamos a entrar?

Estupenda pregunta gruńó el sujeto: ĄPreguntarle aun ninja cómo va a entrar en una casa!

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Apenas quince minutos más tarde, el coche se deteníadelante de un pequeńo chalet rodeado de un simpáticojardín en el que destacaban las mimosas y las petunias.Parecía de juguete. Cuando salieron del coche, Nina sevolvió, y vio a lo lejos y abajo el resplandeciente mar, laluminosa Baié des Anges, salpicada de blancos yates ypequeńos veleros...

Venga, le diré cómo vamos a entrar.

El barbudo la había tomado de un brazo, la llevó alporche, y sacó un alambre retorcido. Lo introdujo en lacerradura, hurgó en ella unos segundos, y empujó lapuerta..

Voilá! exclamó.

Entraron en la casa. El barbudo cerró la puerta, yseńaló hacia dentro. Llegaron al saloncito, y el ninja, fuehacia el mueble librería, abrió varios cajones hastaencontrar lo que buscaba, y fue a depositarlo sobre unamesita de centro: era un bloc grande y un par debolígrafos.

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Siéntese y comience a trabajar. Sin prisas. Yo voy aver si encuentro algo para invitarla. Sería una tonteríaque usted pretendiese escapar, seńorita Veruska.Nadie escapa a un ninja. Nadie. Aunque pasenquinientos ańos, el ninja lo atrapa.

żQué tengo que hacer?

Dibuje, con toda precisión, el plano de la quinta deHermann Pfalz, con toda su distribución interior, eincluya, también, los jardines, piscina, pista de tenis...Todo. żCree que podrá hacerlo?

Supongo que sí...

No omita nada.

Ninja desapareció en dirección a la cocina, y NinaVeruska se puso en seguida en pie, mirando hacia lasalida. Luego, volvió a mirar hacia el lugar por dondehabía desaparecido Ninja. No se oía nada... Muyabiertos los ojos, notando cómo el corazón le latía conterrible violencia, Nina comenzó a deslizarse hacia la

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salida del saloncito. Lo abandonó, recorriósigilosamente el pequeńo recibidor, abrió la puerta de lacasa, salió de espaldas, mirando siempre asustada haciael interior, ajustó la puerta silenciosamente, y se dispusoa correr hacia su coche...

ĄŃam! oyó tras ella . ĄMordisco de castigo!

Nina Veruska se atragantó con su respingo desobresalto. Se volvió casi saltando del susto, y sequedó mirando con expresión desorbitada al barbudo,que le dio un amable cachetito en una mejilla.

No sea tonta susurró Ninja. Le aseguro que todocuanto he dicho de los ninja es cierto. żVa a obligarmea partirle una pierna para que no lo vuelva a intentar?

No tartamudeó Nina . No, no...

De acuerdo. Volvamos adentro, y empiece ese plano.

El plano estaba listo casi media hora más tarde, porqueNinja no se conformó con el que hizo en primera copia

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la bella Nina, sino que fue haciendo preguntas,puntualizando detalles, obligándola a hacer y rehacer elplano una y otra vez. Mientras tanto, habían estadobebiendo tranquilamente champańa, y fumando un parde cigarrillos. Cuando el plano estuvo listo, ya noquedaba champańa.

Ninja se dedicó a estudiarlo detenidamente, en silencio,mientras Nina lo estudiaba a él. żCómo no se habíadado cuenta antes...? Seguro que aquella barba erapostiza. Y además, pese a sus ropas mugrientas, Ninjase veía limpio, tenía las manos bien cuidadas, estabaclaro que sus modales y su cultura no eran corrientes, nimucho menos...

żEstá usted segura de todo esto? preguntó, de pronto,él.

Sí.

Le diré cómo están las cosas: usted se va a quedaraquí, atada y amordazada, hasta mi regreso. Lo quequiere decir, y espero que lo entienda a la primera, que

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si yo no regreso, usted sólo será hallada en este lugarcuando regresen los propietarios del chalet..., dentro dedieciocho días, según me he cuidado muy bien desaber. Espero que no me considere demasiado cruel.

ĄDios mío! palideció Nina . żQué va usted a hacer?

Voy a robar un sobre amarillo. Es decir a recuperarlo.

żVa usted a... a robar a la casa del seńor Pfalz?

Así es.

Pe... pero... ĄPero pueden herirlo, o... o matarlo, yentonces yo... yo... yo moriría aquí encerrada!

No se preocupe: volveré.

Nina Veruska fue a decir algo más, desesperada, peroNinja le puso una mano en un lado del cuello, le apretósuavemente, y la muchacha quedó desvanecida en elacto, sin un suspiro. Minutos más tarde, estaba atadade pies y manos y amordazada. Todo hecho con suma

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delicadeza, pero muy bien hecho. Ninja la tendió en ellecho del dormitorio grande, se quedó mirándola, ysonrió afectuosamente. Se inclinó, la besó en unaorejita, y dijo:

ĄŃam!

Luego, salió de la casa, cerró, se metió en el coche deNina Veruska, y emprendió el descenso hacia Niza.Todavía tendría que esperar a la noche, tiempo queaprovecharía para echar el último vistazo, aún másdetenido que los anteriores, a la hermosa villa deHermann Pfalz.

Por supuesto; sabía que habían vigilantes en ella, y sinduda alguna, armados, pero eso, además deconvencerlo de que Pfalz era un tipo pocorecomendable, le tenía sin cuidado. Sabía que no iba atener ningún problema. No él, ciertamente.

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CAPÍTULO IVEric encendió un cigarrillo, procurando ocultarlo en elhueco de la mano, porque tenía prohibido fumar entanto estaba de servicio de vigilancia en el garaje, yaque éste permanecía a oscuras, y la brasa del cigarrillopodía ser vista desde el exterior. Lo cual no interesabaen modo alguno. De pie junto a la ventana, Eric debíapasarse su turno mirando siempre hacia el jardín de laparte delantera de la casa, donde, además, había otrohombre vigilando, su compańero Weimer. Pero, siWeimer era burlado, o sufría algún percance, cualquierintruso debería, inevitablemente, cruzar la explanadaque separaba el jardín de la casa, si quería llegar a ésta.Y, pese a que en la explanada para recepción decoches, había un bonito estanque en el centro, eracompletamente imposible que alguien pudiera cruzaraquella zona sin ser visto por Eric. Si alguien aparecía,la misión de Eric consistía en encender las luces quehabían sido especialmente instaladas en los puntos másestratégicos del tejado de la casa y en algunos árboles

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del jardín; de este modo, fuera quién fuese el intruso,quedaría atrapado en un bańo de luz que lo cegaría y lodejaría bien visible para que, con su rifle de altísimaprecisión y de disparo silencioso, Eric lo amenazara; y,si la reacción del intruso no le gustaba, lo abatiera abalazos.

Además, y lógicamente, también había otro vigilantes enla parte de atrás, aunque era poco probable que alguientuviera narices para llegar por allí, porque sería lomismo que meterse en un pozo oscuro cuyo fondo sedesconocía. Y claro está, también en aquella parte elintruso o intrusos quedarían atrapados en un raudal deluz en cuanto se pusiera en marcha la alarma.

Imposible la incursión, Eric estaba convencidísimo deello. Así que, por muy importante que fuese lo que elseńor Pfalz quería proteger, Eric no tenía preocupaciónalguna. Solamente un loco se atrevería a meterse enaquella trampa. De ninguna manera podría escapar,jamás, ya que, por si todo fallaba, en el tejado seinstalaba una ametralladora servida por dos hombres en

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cuanto llegaba la noche.

"ĄQué barbaridad! pensó Eric, chupando delcigarrillo. Me gustaría saber qué guarda ese hombre ensu caja fuerte... ĄNi que fuesen los planos de la bombaatómica!"

Al pensar esto, Eric sonrió, porque los planos de labomba atómica, al parecer, eran ya juguete de nińos,puesto que, según se decía, podía ser construida porciudadanos particulares. Gran asunto, construir unabomba atómica. Claro que se requerían determinadosconocimientos no poco complicados, pero al parecer,había mucha gente que ya había adquirido esosconocimientos. O sea, que si uno tiene dinero, comprael material preciso para...

Algo pasó por delante del rostro de Eric, procedentede atrás, de la oscuridad del garaje, a su espalda. Algonegro, que tenía forma de mano. Una mano negra, queretiró delicadamente el cigarrillo de los labios de Eric.Este quedó paralizado de asombro, boquiabierto. En

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una milésima de segundo, varios pensamientos pasaronraudos como relámpagos por su mente: żhabía alguiendetrás de él? ĄPero si se había encerrado él solo en elgaraje...! Además, no había oído ni visto nada. żSehabía dormido y estaba sońando?

Fue todo un revoltillo de pensamientos, que terminarona la fracción de segundo siguiente, después de que Eric,todavía sin haber conseguido reaccionar, notase unapresión en un lado del cuello. Quedó dormido en elacto, y una mano negra le sostuvo por la ropa delcuello, un par de ojos oscuros miraron hacia el exterior,hacia la explanada. El cigarrillo cayó al suelo, fueapagado por un pie, y eso fue todo..., hasta unossegundos más tarde, en que una mano negra provistade negros alicates apareció junto al cuadro de mandosde las luces que implicaban alarma simultánea.

Clic... Clic, clic, se oyó el suave chasquido de losalambres al ser cortados. La mano y los alicatesdesaparecieron.

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Sentado en un banco del jardín, bajo una encantadorapérgola florida, Weimer miraba hacia la explanada y lacasa. En ésta había luces encendidas todavía, de modoque debido a su resplandor, Weimer no podía nisiquiera vislumbrar a sus dos compańeros que había enlo alto del tejado, con la ametralladora instalada. Debuena gana habría echado un sueńecito, pues si alguienpretendía invadir la villa seguro que no lo haría a horatan temprana de la noche, cuando todavía susocupantes estaban despiertos, de tertulia en el salón, oviendo la televisión.

Pero, precisamente, minutos antes había visto tras loscristales de la ventana derecha del garaje, la brasa delcigarrillo de Eric, y lo había censurado mentalmente, demodo que no podía él ahora hacer mal su trabajo,como lo hacía Eric...

Se removió en el banco, buscando el mejor acomodoposible sin dejar por ello de ver la explanada por entrelos arbustos de flores y setos. Luego miró hacia elborde del jardín, donde estaban las verjas que

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protegían sus límites. Donde más tenía que mirar era,precisamente, allí, pues si alguien entraba en la villa nolo haría volando, sino saltando las verjas. ĄBah...! Dejócuidadosamente su potente rifle en el banco, cruzó losbrazos sobre el pecho, y se removió de nuevo; lo mejorera tomárselo con filosofía. Le pagaban bien por hacerbien aquello, y no tenía por qué defraudar a nadie. Untipo como él, que vivía alquilándose como personal deseguridad, debía proporcionar seguridad; de locontrario, nadie le contrataría nunca, lo cual seríalógico, ya que...

Weimer dejó de pensar bruscamente, y bajó la mirada,volviendo la cabeza, hacia donde había dejado el rifle,sobre el banco y junto a él.

Mas..., żqué sucedía? ĄEl rifle se había alzado, seestaba moviendo solo, reluciendo tenuemente suspuntos pavonados...! El rifle giró, y todavía estabaWeimer boquiabierto, estupefacto, cuando la culata leacertó de lleno en la frente, con golpe seco, Ąclok! yWeimer pasó de modo fulminante al mundo negro de la

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inconsciencia. El rifle desapareció hacia atrás, comoabsorbido por la oscuridad del jardín, y en seguida seoyeron unos leves chasquidos metálicos: el peine debalas fue retirado, y lanzado entre unos arbustoslejanos. El rifle fue depositado en el suelo. Luego, unafigura pareció diluirse entre las sombras.

* * *

En el tejado, tendidos lo más cómodamente posiblesobre las tejas junto a la bien instalada ametralladoraligera, los llamados Paul y Gaston, miraban hacia lasverjas de entrada a la villa. De cuando en cuando, elhombre que estaba al cuidado de ellas, pasaba pordelante, desaparecía, volvía a pasar, y desaparecía denuevo. Era la ronda de los cinco minutos...

Una putada dijo Paul, en un susurro, volviendo lacabeza hacia Gaston. Eso de cada cinco minutos darseuna vueltecita, es toda una putada.

Gastón, tendido igualmente boca abajo junto a su

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compańero, consiguió encoger los hombros, ymurmuró:

Le toca a quien le toca. Anoche te tocó a ti ahí, żno?

Sí. Pero se está mejor aquí arriba. Uno puede estartumbado, sin tener que dar paseítos, y si quiere ponerseromántico, sólo tiene que darse la vuelta y quedarsemirando las estrellas.

Gastón rió quedamente, y objetó:

Por mi parte, me pondría romántico si consiguierallevarme a la cama a la Veruska. ĄCómo está lachavala...!

Es verdad. Como un tren. Tiene unos pechos que melos comería incluso sin sal... żTú crees que el seńorPfalz se la trasiega?

Pues no sé... Desde luego, es un bombón, y si yotuviese el dinero que, tiene Pfalz te aseguro que mezampaba ese bombón. Pero no sé... A mí me da la

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impresión de que esa chica es demasiado seria.

Métela en la cama conmigo y verás como pierde laseriedad. Conozco yo unos trabajitos especiales que laharían dar saltos hasta la luna..., conmigo encima,Ąclaro!

Rieron los dos, muy quedamente. Frente a ellos, algoalejadas, se veían las luces del centro de la ciudad.Estuvieron así unos minutos, cada cual sumido en suspensamientos..., que demostraron no haberse desviado,porque de pronto, Paul musitó:

Voy a mirar las estrellas y a sońar que le meto un viajea la Veruska.

ĄPásamela luego! rió Gaston.

Paul también rió, siempre quedamente, y giró,quedando boca arriba. Por un instante, todo lo que vio,pálidas, fueron las estrellas. Pero en seguida, inclinadasobre él, muy cerca, vio una ancha sombra negra, y elrelucir de dos ojos. Abrió la boca, desorbitó los ojos,

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intentó incorporarse.:., y en ese momento algo presionóen su cuello, y Paul se relajó en el acto, emitiendo unsuave gemido. A su lado, Gastón volvió la cabeza,sonriendo.

Muchacho, sí que eres rápido en...

También llegó a ver el relucir de dos ojos, una sombranegra, y captó un gesto veloz y brusco. Un puńo queparecía acolchado pasó como una centella entre susojos, impactó en su frente con blando chasquido, y lacabeza de Gastón se movió como un punching-ballantes de caer con seco golpe contra el tejado.

La sombra negra se movió, desplazándose en totalsilencio hacia la ametralladora. El largo cargador fueretirado del depósito, y se esfumó. Unos negros pies sedeslizaron hacia la cabinilla de salida al tejado, la puertafue abierta silenciosamente, y aparecieron las escalerasque descendían hacia el interior de la casa. Abajo no seoía nada.

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* * *

Hermann Pfalz terminó de ponerse el pijama, y miródubitativo el teléfono de su mesita de noche. Luego,miró el reloj que había junto al teléfono. Realmente, eraya muy tarde... Los criados se habían retirado adescansar hacía rato, y él, después de esperar en vanoalguna noticia de Nina mientras veía la televisión, habíadecidido que lo mejor era retirarse, también.

Pero estaba preocupado por Nina. żLe habría ocurridoalgún accidente? La única explicación que se le ocurría,por el momento, era ésta: un accidente. Quizá enaquellos momentos Nina yacía en el quirófano de algúnhospital o clínica, y la policía no tenía ni idea de a quiéndebían avisar... Pero, la verdad, era que Hermann Pfalzintentaba convencerse a sí mismo de que era esto loocurrido, y no otra cosa que aún podría causarle máspreocupación. Sabía que Ferdinand Rochelle no seconformaría a quedarse sin los documentos, y quizáhabía tenido ideas extrańas y peligrosas sobre el modode conseguirlos. Peligrosas para Nina, claro...

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Moviendo la cabeza, muy preocupado, todavíaindeciso, Hermann Pfalz entró en el cuarto de bańoanexo a su espacioso dormitorio, y procedió a limpiarselos dientes, mientras contemplaba, sin ver, la imagen enel espejo: un hombre de unos cincuenta ańos, algocalvo, bronceado, de aspecto más bien agradable,robusto... Ese era él, Hermann Pfalz.

Terminó de limpiarse los dientes, se enjuagó, hizo unascuantas gárgaras..., y cuando bajó la cabeza para echarel agua en el lavabo, volvió a verse en el espejo, depasada. Pero no estaba solo.

El agua salió fuertemente expulsada de la boca de Pfalz,mientras en su mente parecía explosionar la imagen quehabía visto en el espejo junto a la suya: una imagennegra, con dos ojos oscuros y relucientes, que era todolo que permitía ver la negra capucha... Hermann Pfalzlanzó una exclamación, e intentó erguirse, pero algo seapoyó en su nuca, impidiéndoselo; algo que parecía unaargolla de acero de mil toneladas de peso. Junto a susojos, muy cerca, casi tocándolos, apareció una mano

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enguantada en negro, tomó el tapón, y lo colocó en eldesagüe del lavabo. Luego, aquella mano, que Pfalz nopudo ver, abrió el grifo, y el agua comenzó a caer sobrela nuca de Pfalz y a deslizarse por los lados del cuello,comenzando a llenar el lavabo. Pfalz quiso gritar, perola mano que tenía en la nuca apretó con más fuerza(żera esto posible?), y el rostro de Pfalz se hundió en elagua, como incrustándose en el fondo del lavabo. Elagua seguía cayendo, y Pfalz inició una resistenciadesesperada...

Era muy fuerte todavía, y lo sabía. Reunió toda suenergía, intentó erguirse, lanzó golpes con brazos ypiernas hacia todos lados, pero en ningún momentotropezó con objetivo alguno. Era como estar acogotadopor un fantasma, por un ser incorpóreo... Y mientrastanto, Hermann Pfalz comenzaba a ahogarse, aasfixiarse en el agua que iba llenando completamente ellavabo.

De pronto, y cuando estaba al borde deldesvanecimiento, su cabeza fue sacada del agua, Pfalz

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fue enderezado, y, por entre sus jadeos y estertores, lellegó nítidamente una voz, como de ultratumba:

Si vuelve a molestar a Jeaninne Frey volveré.

Hermann Pfalz intentó decir algo, hinchado,congestionado el rostro por el principio de asfixia, perono tuvo oportunidad. La mano apretó más, y perdió elsentido en el acto. La mano se abrió, y Pfalz cayó inertea los negros pies del visitante...

* * *

Cuando abrió los ojos, vio ante ellos algo brillante.Parpadeó. Aquello era agua. Estaba oyendo rumor deagua... Lanzó una exclamación, se sentó bruscamente, yse encontró en medio de un amplio charco. Por encimade él, el agua continuaba desbordando impetuosamenteel lavabo, inundando el cuarto de bańo y saliendo haciael elegante dormitorio.

Pfalz lanzó una exclamación, se puso en pie, resbaló en

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el agua, y cayó sentado duramente. Lanzó ahora unamaldición, volvió a ponerse en pie con más cuidado,cerró el grifo del lavabo, y salió del cuarto de bańo,chapoteando, lívido de miedo y de rabia. Todavía leparecía sentir aquel dogal de acero en su cuello...

ĄAndré! gritó, llamando a su mayordomo.ĄAndré...!

Salió del dormitorio al amplio pasillo del primer piso,sin dejar de gritar desaforadamente, congestionado. Enalguna parte de la casa se oyeron voces sobresaltadas;luego, ruido de pies, y la voz del mayordomo...Aparecieron en el descansillo del segundo piso lascabezas de André, su mujer, que era la cocinera de lacasa, y la de Annette, la graciosilla doncella deservicio... Pfalz vio los tres rostros asustados, los trespares de ojos abiertos, mirándole, y bramó:

ĄSube al tejado a ver qué hacen esos dos! ĄCorre!

Oui, monsieur!

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Hermann Pfalz se lanzó escaleras abajo, llegótrompicando al vestíbulo, lo cruzó poco menos quevolando hacia su despacho, y entró en éste. Mientrasencendía la luz, su mirada iba ya hacia la caja fuerteempotrada detrás de un grupo de libros falsos en lagran librería.

ĄOh, Dios mío! gimió.

La caja estaba abierta. Se precipitó hacia ella, metió lasmanos dentro, y comenzó a sacar cosas... ĄNo estabael sobre con la documentación referente a Kobonia!ĄNi el dinero! Aquella misma mańana había retiradodel Banco doscientos cincuenta mil francos, enhermosos y flamantes billetes de mil... ĄY no estaban!

Retrocedió, y se dejó caer en su mullido sillón giratorio,sin fuerzas. Las piernas no le sostenían. Se quedó comoalucinado, incapaz de reaccionar..., hasta que Andréapareció en el despacho, en pijama. Su rostro estabablanco, demudado.

Están... están dormidos, monsieur... Bueno, me parece

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que... que están sin sentido..

ĄDa la alarma! żQué esperas?

Ya lo he hecho, monsieur... No funciona.

ĄVe afuera, avisa a los demás...! ĄDe prisa!

André se apresuró a obedecer. Minutos más tarde, loshombres de vigilancia en la villa de Hermann Pfalzfueron apareciendo, todos pálidos. Unos no se habíanenterado de nada. Otros, casi de nada, salvo sudolorosa experiencia de perder el sentido. No habíafuncionado ninguno de los mecanismos de alarma, nadiehabía visto nada útil, nadie sabía nada...

Para entonces, Hermann Pfalz ya había dejado decontemplar, atónito, el dibujo en el papel que habíaencontrado sobre su escritorio: era una estrella negra deseis puntas, en cuyo centro, como si la estrella fuese unrostro, habían dos orificios en blanco que figurabanunos ojos de extremos alzados en terrible gesto defuria; la boca era una raya curva, con los extremos

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hacia abajo, en claro gesto hosco, hostil, inclusoamargo. Lo que todavía no sabía Hermann Pfalz eraque es taba contemplando el emblema de la KuroArashi.

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CAPÍTULO VJeaninne Frey contemplaba, atónita, el sobre que teníaen las manos desde hacía unos segundos. Había sonadola llamada a la puerta del apartamento, habíapreguntado quien era, le había respondido JacquesBernard, y, apenas abrirle la puerta, él le había puestoel sobre en las manos... Eran las doce y diez de lanoche. Jeaninne, cubierta solamente con su, diminutacamisita de dormir, parecía incapaz de reaccionar, asíque Jacques, sonriendo, hizo chascar dos dedos ante sunaricita.

ĄDespierta, preciosa!

żEh...? ĄOh! ĄOh, lo has conseguido! ĄJacques, lohas conseguido...! ĄNo puedo creerlo!

Bueno, ábrelo y asegúrate de que todo es cierto.Espero no haberme equivocado de sobre..., aunque nohabía ningún otro de esas características.

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Jeaninne rasgó el sobre, y sacó los documentos quecontenía. Sólo los miró un segundo, antes de exclamar:

ĄEstos son! ĄOh, Jacques, parece imposible!

Pues ya ves. Y además le he birlado a Pfalz un montónde dinero... Como simple advertencia, nada más.

żLe has robado dinero? rió Jeaninne, felicísima.

Sí. Pero no es para mí, sino para la Kuro Arashi.

żLa qué...?

Una organización a la que pertenezco hace tiempo,como otros muchos budokas repartidos en todo elmundo. żSabes lo que quiere decir Kuro Arashi?Significa: Negra Tempestad, en japonés... Una negratempestad que alcanza, siempre, a aquellas personasque se apartan del camino honesto y de respeto a losderechos del prójimo. Por esta vez, Pfalz ha salido bienlibrado, pero si insiste en continuar dedicándose ajugadas sucias, será eliminado.

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żQuién..., quién lo mataría?

Yo mismo. Mi visita ha sido más bien de cortesía, estavez. La próxima sería fatal para él y sus esbirros.

Creo que entiendo... żEres el jefe de esa organización,la Kuro Arashi?

No, no... El jefe es mi maestro de Artes Marciales, unanciano japonés que vive retirado en su casita decampo, en su ryokan. Los budokas que hemosaprendido con él alguna de las muchas disciplinas queha estado impartiendo durante más de cincuenta ańos,lo llamamos Sensei, que significa Maestro... Y lo es. Estodo un maestro, no sólo de Artes Marciales, sino... delarte de la vida, diría yo. Igual que a otros muchos, a míme enseńó no sólo ciertas.., habilidades, sino a convivircon mis semejantes. Supo hacerme comprender el DO.

żQué es el DO?

Bueno Jacques se sentó en un sillón, sentó a Jeaninneen sus rodillas, y le acarició el cuello: DO significa Vía

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o Camino..., en el sentido de comprender cuál es elmejor camino o vía para la vida. Pero en realidad, DOsignifica muchísimas cosas: comprensión, cortesía,bondad, lo que está bien hecho, lo que está bienencaminado... Tener DO es la máxima aspiración decualquier budoka... que merezca ese nombre. No sé sime he explicado.

Creo que sí sonrió Jeaninne; le besó brevemente en laboca, y se apartó, mirándolo con maliciosa expresión.żTú tienes DO?

Creo que sí frunció el ceńo Jacques.

żY te parece que tener DO encaja con robarle dineroa una persona? rió ella.

Ya te he dicho que no es para mí. Se lo enviaré aSensei, y él lo destinará a fines humanitarios, o acualquier otra cosa que estoy seguro merecería tuaprobación. A veces, Sensei encarga a uno de susdiscípulos alguna misión que ocasiona un gasto que eldiscípulo, el budoka, no puede afrontar; entonces,

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Sensei le envía todo el dinero que haga falta para llevara buen término esa misión. Y de alguna parte ha de salirel dinero, żno te parece?

ĄO sea! rió de nuevo Jeaninne, que algunaspersonas malas financian con el dinero que vosotros lesrobáis la... destrucción de otras personas malas.

Esa es la idea, exactamente. Así que mańana mismoenviaré el dinero de Pfalz a Sensei..., y partiré haciaParís.

ĄOh, sí...! ĄSiento tanto que por mi culpa hayastenido que retrasar ese viaje, Jacques! Por cierto...,żestá relacionado tu viaje con la Kuro Arashi?

Sí. Hace mucho tiempo, un hombre que aprendiótécnicas de Artes Marciales, y que era considerado uncompańero por todos los budokas, torció su rumbo. Laambición aniquiló su DO. Desde entonces, se hadedicado a actividades perniciosas para la humanidad.Sabemos que se ha dedicado al asesinato, alcontrabando de drogas, incluso que ha dirigido

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operaciones de trata de blancas... Desde Japón, Senseidio la orden de que ese renegado fuese eliminado, y meeligió a mí como director del grupo que le busca enFrancia. Cuando tu y yo nos conocimos, iba a París,porque uno de mis compańeros me había avisado deque ese renegado, esa vergüenza del Budo, está enParís. Así que, ya solucionado tu pequeńo problema,tengo que ir a París cuanto antes.

Sí, lo comprendo... żQuién es ese hombre?

Su nombre es Edouard Laverne. Pero no le llameshombre: dejó de serlo, en el sentido estricto de lapalabra. Es una mala bestia.

Eso quiere decir... que debe ser... peligroso, Jacques.

Sí endureció el gesto Bernard . Lo es. No en vano fueun aprovechado alumno de Artes Marciales.

Entonces..., Ąpodría matarte!

Quizá. Pero si Sensei me eligió a mí para eliminar a

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Laverne, sería por algo, żno te parece? Laverne sabemuchas cosas, es peligrosísimo..., pero yo no soyprecisamente un angelito ingenuo: puedo aparecer juntoa él y cortarle la cabeza antes de que se dé cuenta.

żCor... cortarle... la cabeza? respingó Jeaninne.

Tengo que marcharme susurró Jacques.

ĄMarcharte! ĄPero si hasta mańana no sales haciaParís...! Yo creí... que te quedarías conmigo...

Tengo algo que hacer susurró Jacques, acariciandolos erguidos senos por encima de la transparente tela dela camisita. Me gustaría quedarme, pero no megustaría, en cambio, que otra persona muriese asfixiadaa cambio de una noche de sofá... Te llamaré desdeParís cuando haya terminado mi cometido, allí żEstarásaquí, o en tu casa de Niza? Por cierto, todavía no sédónde está tu casa en...

Te estaré esperando aquí susurró Jeaninne. Llamaréa papá, por teléfono, para que envíe a alguien a buscar

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los documentos; le daré explicaciones..., y no memoveré de aquí hasta que regreses. Llama cuandoquieras: aquí estaré, mi amor.

Jeaninne musitó las últimas palabras con su boca ya casitocando la de Jacques Bernard... Fue un besolarguísimo, envuelto en caricias que comenzaron aponer en el pecho de Jeaninne un suave jadeo...Jacques se puso en pie, de pronto, sosteniéndola enbrazos; la depositó en el suelo, le besó la punta de lanariz, y sonrió.

Los budokas somos duros de pelar, pero no somos depiedra, así que será mejor qué me marche ahoramismo..., o algo iba a suceder aquí.

No seas tonto suspiró ella. Quédate, y amémonos...ĄLo deseo tanto!

Jacques Bernard se pasó la lengua por los labios. Laimagen de Nina Veruska, atada de pies y manos yamordazada, pasó por su mente, veloz. żY si lamuchacha se ponía nerviosa, y perdía el ritmo de la

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respiración, y se asfixiaba, o le sobrevenía un colapso,o...?

Volvió a besar a Jeaninne, dio media vuelta, yabandonó el apartamento del boulevard Víctor Hugo.

* * *

Ahora haría las cosas a la inversa.

Cuando marchó del chalet que había elegido comobase, había ido con el coche de Nina Veruska hastadonde había dejado el suyo, antes, y de él tomó elmaletín en el que llevaba sus negras ropas y otrospequeńos trucos que ni siquiera había tenido necesidadde utilizar.

Ahora, de vuelta al chalet, llegaría a éste con el cochede la preciosa rubia, la dejaría marcharse, y luego, apie, él iría adonde había dejado su coche escondido,subiría a él, y, considerando que a aquella hora erapoco probable que pudiese encontrar ningún medio de

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transporte adecuado hasta París, regresaría a su casade Basse Corniche. Y por la mańana, tras habersepuesto en contacto con Togo Arita, tomaría un avión. Amenos que Arita insistiera en que llegase a la estaciónde Austerlitz. żPor qué le habría pedido que llegaseprecisamente por aquella estación? Era tan extrańo...

Cuando llegó ante el pequeńo chalet, ya había decidido,una vez más, que no tenía por qué complicarse la vida:Arita le daría las explicaciones oportunas. Lo único quele preocupaba en aquel momento era que, mientras élhabía estado ayudando a Jeaninne en Niza, EdouardLaverne no se hubiese marchado de París..., o que, silo había intentado, y Arita había intentado impedirlo, elbuen Arita hubiese sufrido algún percance. No era fácilperjudicar a Arita, pero todos los informes sobreLaverne indicaban, bien claramente, que jamás jugabalimpio...

Se quedó mirando el chalet, que estaba a oscuras,como él lo había dejado. Mientras se apeaba delcoche, sonriendo al pensar en el miedo que sin duda

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estaba pasando la linda Veruska, miraba alrededor, porsi alguien estaba por allí, algún vecino, y se daba cuentade que había movimiento en una casa cuyos ocupantesestaban de vacaciones... Le pareció ver las luces de uncoche, y quedó inmóvil, atento... Sí, era un coche. Perofue más hacia otro chalet, las luces se apagaron, y esofue todo.

Recogió su maletín, fue hacia la casa, y entró. Encendióla luz, y fue hacia el saloncito, lo cruzó, y llegó aldormitorio. Tendida en la cama, ya recobrado elconocimiento, Nina Veruska le miró con los ojos muyabiertos. Jacques Bernard, que aunque ahora vestíacorrectamente, se había puesto de nuevo la barbapostiza y la greńuda cabellera, se sentó en el borde dellecho, retiró la mordaza de la muchacha, y le sonrióamablemente.

żSe encuentra bien? se interesó.

Ella aspiró hondo por la boca, muy abierta, y nocontestó. Jacques deshizo los nudos de las cuerdas, le

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dio una palmadita en una rodilla, y volvió a sonreír.

Afuera tiene su coche. Perdóneme si le he ocasionadoalgún trauma terrible.

żQué... qué ha pasado? jadeó ella.

Nada que deba preocuparla a usted demasiado. żViveusted en la casa de Pfalz, o tiene domicilio propio?

Vivo allí... żPor qué tengo que gastar dinero en unalquiler si la casa es grande y confortable?

Me parece bien. A mí me gustan las chicasahorradoras. Por curiosidad: żse acuesta usted con sujefe?

ĄEso no le importa a usted!

Bernard frunció el ceńo, y estuvo unos segundospensativo. Por fin, murmuró:

Le voy a contar una cosa muy curiosa que me ha

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ocurrido esta noche... En todo momento, mientrasestaba haciendo cosas que yo calificaría de peligrosas,sólo tenía una preocupación: usted. No ha habidoforma de que dejase de acordarme de sus hermososojos. Incluso los he estado recordando en una situaciónen la que cualquiera los habría olvidado. Podríahaberme quedado en agradable compańía, pero me lashe arreglado para venir a asegurarme de que estababien.

Nina Veruska, que le contemplaba atónita, murmuró:

żQué quiere decir con todo eso?

No lo sé żmurmuró también Jacques. Sólo sé que megustaría conocerla más a fondo..., y que siento unaespecie de disgusto cuando pienso que quizá aquellostipos del tejado tenían razón, y que a usted se latrasiega su jefe.

No me gustan las groserías, Ninja.

No es una palabra mía se disculpó él. Bien, ya veo

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que no quiere contestar a mi pregunta, seńoritaVeruska. Puede marcharse.

żNo va a... a hacerme nada?

żQué cosa, por ejemplo? alzó las cejas el barbudo.

Bueno... No sé... żDe verdad puedo marcharme?

Cuando usted guste. Seguramente, encontrará a su jefey a sus empleados un tanto... alterados. Me atrevo asugerirle que no le diga usted a Pfalz que ha facilitadoplanos de la casa; el jardín, y otros detalles, a undesconocido: se enfadarían mucho.

żQué es lo que ha hecho usted?

Jacques encogió los hombros, tomó de un brazo a lamuchacha, y la ayudó a ponerse en pie. Ella dio unospasos, alejándose de la cama, y comprobó que, pese aque las ligaduras habían cumplido su misión demantenerla inmovilizada, no la habían dańado, ni habíandificultado la circulación de la sangre. Sólo quedaban

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unas leves marcas, que seguramente habrían,desaparecido por la mańana.

De pronto, Nina miró fijamente a Jacques.

żNo puedo saber, quién es usted? preguntó.

Mejor que no. Mejor para mí, se entiende. Su bolsoestá en la salita.

Salieron los dos del dormitorio... Nina Veruska recogiósu bolso, tomó las llaves del coche, que Jacques letendió, y se encaminó hacia la puerta. Todavía se volvióa mirar al barbudo, que la contemplaba con extrańafijeza. Estuvieron mirándose unos segundos, hasta queNina dio bruscamente media vuelta, y continuó hacia lapuerta. Jacques Bernard oyó abrirse ésta y luegocerrarse con suave chasquido. Se acercó a una ventanade la salita y vio a Nina Veruska meterse en el coche.El motor zumbó. Segundos después, el coche se habíaperdido de vista en dirección a Niza...

Agazapados en la oscuridad, los seis hombres vieron

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perfectamente a Nina Veruska salir del chalet, meterseen el coche, y partir. El coche pasó muy cerca de ellos,y hasta pudieron ver el perfil de la muchacha, sentadaante el volante.

żNo deberíamos haberla cazado también a ella?susurró uno de los hombres.

żPara qué? dijo el más alto del grupo. Ya vamos atener trabajo más que suficiente con Bernard. La chicano nos interesa en lo más mínimo. ĄY mucho cuidadocon Bernard!

El que así hablaba, y que evidentemente dirigía elgrupo, era un hombre de más de metro ochenta, anchoshombros, cabeza redonda provista de cortos cabellostiesos como un cepillo, y gran barbilla sólida, agresiva.Sus ojos eran diminutos, pero su boca era grande, delabios delgados, que se apretaban en una mueca hostil.

żRealmente es tan peligroso? preguntó otro del grupo.

Lo es aseguró el del cabello cortado a cepillo. No

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sólo es cinturón negro de karate y judo, sino que estáespecializado en la técnica del Nin-Jutsu.

żY eso qué significa?

Significa que nada de lo que haga es previsible. Lomismo puede volar, que convertirse en invisible, o...

ĄVamos...! rió otro del grupo . ĄNo exageres!

Sé muy bien lo que me digo gruńó el del cabellocortado a cepillo. Así que vosotros haréisestrictamente todo lo que yo os diga. Si él sale de esacasa para irse a la suya, lo atacaremos, porque deninguna manera me metería yo en su terreno, cosa queya podría haber hecho... De eso, ni hablar: igual teencuentras metido en un saco, que colgado, de pronto,en un árbol, cabeza abajo, o metido en un pozo... ĄNihablar de eso! se estremeció visiblemente. De modoque si sale, lo atacaremos. Si no sale, que se dispone apasar la noche ahí, esperaremos a que se duerma...ĄMe gustaría cazarlo vivo, ya lo sabéis!

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Por lo que cuentas rió otro, sería lo mismo que cazarvivo a un tigre y tenerlo como invitado en casa.

No os lo toméis a broma, o lo pagaréis caro. Si esesujeto...

Ha apagado la luz le interrumpió uno del grupo.

ĄBien! Atentos ahora... O sale en seguida, o seacuesta y se duerme en pocos minutos. Lo lógico seríaque saliese, ya que no va a seguir ahí después de haberdejado marchar a la Veruska, pero... ya os digo que noes previsible lo que él haga.

Y era cierto.

Cinco minutos más tarde, nadie había salido de la casa.Ni diez minutos más tarde. Ni quince.

Ese se ha dormido susurró alguien.

O se ha largado dijo otro.

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Imposible negó un tercero. Los demás estánvigilando alrededor de la casa. Y son cuatro. Alguno deellos le habría visto, si hubiese salido por una ventana,por ejemplo. Tiene que estar ahí dentro. Y dormido.

Los cinco que, con el del cabello cortado a cepillo,vigilaban la parte delantera de la casa, miraron a aquél.

Esperaremos todavía un poco susurró.

Quince minutos más tarde, todo seguía igual. DesdeNiza llegaba el resplandor del alumbrado. En el mar seveían puntos rojos. En el cielo, miles de estrellas. Elfresco, que al principio les había parecido agradable,comenzó a resultar un tanto molesto.

De acuerdo dijo, de pronto, el del cabello cortado acepillo. Vosotros dos, id uno por cada lado, paraavisar a los otros cuatro que vamos a estrechar el cercodentro de cinco minutos. Y ya sabéis: seis entraremos,y los otros cuatro formarán un cerco alrededor de lacasa... Lo prefiero vivo, pero si os pareciera que va aescapar, ya sabéis: tirad a matar.

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ĄQué barbaridad! refunfuńó uno. ĄNi que fuésemosa cazar a un fantasma! Es sólo un hombre, żno?

NO.

Hubo alguna sonrisita irónica. El grupo se puso enmovimiento. Dos corrieron para rodear la casa, uno porcada lado, y pasar las instrucciones a los cuatro quepermanecían ocultos. El del cabello cortado a cepillo ylos otros tres esperaron cinco minutos, y luegocomenzaron a acercarse a la casa.

Llegaron al porche y uno de ellos introdujo en lacerradura de la puerta una ganzúa, con la que, en pocossegundos, consiguió su objetivo, silenciosamente.Empujó la puerta, que cedió sin un solo ruido. En uninstante, los cuatro hombres entraron en la casa. Losotros dos aparecieron en el porche, y se colarontambién, en el interior. Por la ventana que daba alporche, y desde la salita, en la que también había unamplio ventanal, entraba el resplandor de afuera,iluminando a los seis hombres que parecían sombras.

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Dos quedaros aquí susurró el jefe del grupo. Losotros vamos a los dorm...

Una sombra se desprendió del techo.

Sí. Del techo.

Como un gigantesco murciélago, la sombra cayó delleno sobre el grupo, provocando no ya respingos, sinoalaridos de auténtico espanto y sobresalto. En lapenumbra relucieron las pistolas, pero el primero ensacarla pareció alzado del suelo por una fuerza invisible,y salió ferozmente disparado contra la pared, donde seestrelló de cabeza, haciendo retemblar toda la casa,

ĄLa madre que...! jadeó otro.

ĄNo disparéis!, ĄPodríamos matarnos entre nosot...ĄUaaah!

Otra figura había salido disparada, ahora hacia el techo.Acto seguido, se oyó el crujir de una mandíbula y, casisimultáneamente, otro alarido de dolor, y un hombre se

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separó del grupo de sombras, con las manos en el bajovientre, y cayó de cara... Se oían golpes, jadeos... Laspistolas zumbaban en al aire aplicando golpes terriblescontra el fantasma, negro que había caído del techo.Las sombras luchaban confusamente entre sí. Depronto, uno de los hombres se apartó del grupo,encendió la luz..., y vio a sus compańeros zurrándoseunos a otros.

ĄQuietos! aulló. ĄQuietos, idiotas! ĄEl tipo se halargado!

Con las pistolas en alto listas para propinar más golpes,los tres que quedaban en pie en el centro del pequeńovestíbulo, se miraron unos a otros, desorbitados losojos.

żDónde está? jadeó uno.

ĄNo ha salido de la casa! ĄTiene que estar dentro!gruńó el del cabello cortado a cepillo. ĄNos estabaesperando, el muy...! ĄBuscadlo en la casa y tirad amatar!

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Se lanzaron todos hacia el interior de la casa. Apenashabían entrado a trompicones en la salita, cuandooyeron el fuerte batir de la puerta del vestíbulo. Sedetuvieron en seco, y se miraron con gesto deincredulidad, de pasmo total.

Pe... pero... comenzó a tartamudear uno, saltones losojos.

El desconcierto comenzaba a convertirse en espanto.żCómo podía haber salido de la casa, si no lo habíanvisto en el vestíbulo, y ellos habían ido desde elvestíbulo hacia dentro? żY de dónde había caído?żRealmente del techo?

ĄSalgamos! ĄHay que cazarle!

Corrieron hacia la puerta, salieron, y llamaron a gritos alos cuatro que habían quedado vigilando afuera.

żHacia dónde ha ido? gritó el jefe del grupo.

żQuién? apareció uno de sus compańeros del

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exterior.

ĄEl tipo que ha salido ahora mismo de la casa, elque...!

Nadie ha salido se desconcertó el otro.

ĄImbécil, claro que ha salido!

El imbécil lo será tu padre: nadie ha salido de la casa.

ĄLa madre que lo parió...! ĄVolvamos a mirardentro! ĄVosotros cuatro, continuad aquí fuera!

Preparadas las pistolas, los cinco sujetos regresaron ala casa. En el suelo yacía su compańero cuya mandíbulahabía sido rota por un golpe, todavía sin sentido.

Encended todas las luces. ĄHay que cazarlo!

Pero él nos verá también, y puede disparar...

ĄNo lleva armas! ĄEllos nunca llevan armas de fuego!ĄEncended todas las luces!

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Las luces de toda la casa fueron encendidas, lashabitaciones registradas; los armarios fueronacribillados a balazos, pero en ninguno de ellos, alabrirlo luego, apareció cadáver alguno. Todo fueregistrado y revisado, pero el personaje buscado noapareció por parte alguna.

El tejado dijo, de pronto, el jefe del grupo. ĄTieneque estar en el tejado!

żY cómo habría podido subir? rechazó otro. No haysalida desde dentro de la casa, así que tendría quehaber subido desde afuera, escalando la pared... ĄYaestá bien de tonterías!

ĄVamos a mirar el tejado! ordenó el jefe.ĄPreparad las linternas!

Salieron a toda prisa de la casa..., pero lo primero quevieron fue a su compańero que vigilaba la puerta,tendido en el suelo. Corrieron hacia él, y loincorporaron. Dos tremendos bofetones le hicieronreaccionar vivamente, lanzando maldiciones... Miró al

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del cabello cortado a cepillo, que le contemplabafuriosamente, y musitó:

żQué ha pasado?

Tú sabrás, que estabas aquí vigilando. żPor dóndeapareció?

żQuién?

ĄEl tipo ese Bernard! Te atacó, żno es así?

No... Nadie me atacó. No vi a nadie, no sé qué me haocurrido... Espera... Sí, recuerdo que estaba mirandohacia la casa, y de pronto sentí... como un zumbido enlos oídos, dentro de la cabeza... No recuerdo nadamás.

Este se ha desmayado de miedo gruńó uno.

El jefe del grupo movió la cabeza.

No rechinaron sus dientes. No se ha desmayado. Ha

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sido privado del conocimiento por medio del Kiaisilencioso. Ya es inútil que busquemos a Bernard: ahorasí que se ha largado. Id a buscar a los otros.

żQué es eso de Kiai silencioso? gruńó otro. żDe quédemonios estás hablando?

El Kiai es una explosión de toda nuestra energíainterior, que podemos orientar contra nuestro enemigo,o hacia determinado objetivo que requiere un esfuerzofísico. Cuando hemos conseguido perfeccionar el Kiai,significa que hemos perfeccionado nuestra capacidadde reunir toda nuestra verdadera energía, y esa energíala disparamos contra nuestro enemigo, por medio delKiai, que es un grito que brota directamente del vientre,y que es capaz de paralizar de miedo al enemigo...

ĄPero no hemos oído ningún grito!

Ya he dicho que Bernard ha utilizado el Kiaisilencioso, Grow ha recibido la onda de su energía, y hacaído sin sentido, sin tener ni idea de lo que le ocurría.

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ĄEso es imposible! ĄUn grito silencioso...! ĄBah!

El sujeto de los cabellos cortados a cepillo mirótorvamente a su despectivo compańero, pero optó porno insistir. żQué sabían aquellos desgraciados de lo queun hombre bien entrenado, física y mentalmente, podíaconseguir? No tenían ni idea. No sabían nada denada... En cambio, él, sabía ya perfectamente que, apesar de todas las precauciones, de lo bien que habíafuncionado todo, de lo cerrado de la trampa..., JacquesBernard el Ninja había escapado...

Lejos de allí, Jacques Bernard detuvo su rítmicacarrera, se quito de manos y rodillas las ventosas decaucho de gran poder de succión, y luego el mononegro que lo cubría completamente excepto unaabertura para los ojos. Continuó alejándosetranquilamente, recobrando el ritmo respiratorio, queapenas había perdido. El mono, de fino tejido negroopaco, era tan ligero que una vez doblado le cupo enun bolsillo. Había, tenido que dejar en la casa su maletíncon el resto del equipo, pero tenía la esperanza de que

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no lo viesen, y, aunque así fuese, probablemente no leharían caso...

"De todos modos, tendré que volver a buscarlo", sedijo.

Llegó adonde había dejado su coche sin habersecruzado con nadie, cosa normal a aquella tardía hora,nocturna. Se puso al volante, y ya iba a dar elencendido cuando quedó pensativo, absorto.

żQué había ocurrido? żDe dónde habían salido aquelloshombres? żCómo era, posible que le hubiesen estadoesperando? Después de dejar marchar a Nina Veruska,había estado mirando hacia el exterior, y le habíaparecido observar cierto movimiento, que le puso sobreaviso.

Pero... żquiénes eran aquellos hombres, de dóndehabían salido? Si eran amigos de Nina Veruska, y lahabían encontrado (aunque no podía imaginarse cómopodrían haberlo conseguido), żno habría sido máslógico esperarle dentro de la casa, cerrando así una

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trampa que, sin duda, habría resultado mortal?

Si no estaban dentro, era que no sabían dónde estabaella reflexionó. Entonces..., żme habían seguido a mí?Sí, eso parece lo razonable. No les interesaba NinaVeruska, pero yo sí. Y si me siguieron sólo pudieronhacerlo desde...

Palideció.

Si le habían localizado a él, fueran quienes fuesen, sólopodían haberlo conseguido vigilando a Jeaninne. Quizásabían que la muchacha tenía un apartamento, habíanido allá y le habían visto salir, a él, del edificio. Pero,żacaso le conocían? żPor qué seguirlo precisamente aél, que podía ser un vecino cualquiera del edificiodonde Jeaninne tenía su apartamento? Y por otra parte,żtan rápida había sido la reacción de Hermann Pfalz?

No entiendo nada dijo en voz alta . ĄNo lo entiendo!

Puso en marcha el coche y partió hacia el apartamentode Jeaninne Frey.

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CAPÍTULO VIJeaninne no estaba en su apartamento.

Jacques había entrado utilizando sus propios medios,tras haber estado llamando en vano... Ahora, pálido, depie en el centro de la salita, se sentía como congelado.Ella le había dicho que estaría todo el tiempo allí,esperando su llamada. Y no estaba. Por lo demás, todoseguía igual: no faltaba nada en el apartamento. Habíaropa en el armario, y todo parecía indicar que siJeaninne se había marchado, no era definitivamente.Pero ella había dicho que llamaría a su padre para queenviase a alguien a por el sobre, y que ella no semovería de allí.

Se la han llevado musitó, con voz tensa.

żY si ella había decidido ir a su casa, para entregarlepersonalmente el sobre a su padre? Podía haberlohecho así, y volver luego, para esperar la llamada de él.Sí, eso debía ser...

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Jacques Bernard se sentó en uno de los sillones de lasalita, y se dispuso a esperar.

A las tres de la mańana, se dijo que era absurdo seguiresperando. Tomó el listín telefónico, para llamar a lacasa de Jeaninne, pero se encontró nada menos quecon diecisiete Frey en el directorio. Y las tres de lamańana era una hora harto inconveniente para irllamando a diecisiete teléfonos preguntando porJeaninne. Sin embargo, comenzó a hacerlo. En los dosprimeros teléfonos, tras asegurarle que allí no vivíaninguna Jeaninne, le enviaron furiosamente a la mierda.En el tercer teléfono al que llamó, nadie contestó. En elcuarto, volvieron a enviarlo a la mierda. En el quinto ysexto, no hubo respuesta... Ya eran tres que nocontestaban... Tres incógnitas.

Abandonó su molesta actividad, salió del apartamento,y, segundos después, circulaba en su coche hacia BasseCorniche. Eran casi las cuatro de la madrugada cuandoentraba por el sendero de su pequeńa pero confortabley hermosa villa, desde cuyos jardines se veía el mar,

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manchado de luz lunar. Dejó el coche ante la puerta,entró en la casa, encendió las luces, y se dirigió hacia eldespacho. Había decidido continuar llamando porteléfono, por muchas veces que lo enviaran de paseohacia zonas de excrementos. Y en aquellos teléfonosque no le contestasen, giraría acto seguido una visita.

Se sentó ante la mesa, y comenzó a marcar el primernúmero. Si no localizaba a Jeaninne de ninguna manera,iría a la quinta de Hermann Pfalz... Y esta vez, le veríanmuy bien. ĄVaya si le verían! Se proveería de equipode repuesto, y les demostraría que, de verdad, teníamás mala leche que un camello...

Estaba colgando después de haber sido enviado almaloliente lugar de nuevo, cuando miró hacia la puertadel despacho, y, de pronto, sonrió. Segundos después,en el umbral aparecía Alex, su único criado, y fielamigo, empuńando una pistola, pero no muy seguro desí mismo. Al verlo, el buen Alex suspiró aliviado.

ĄAh, es usted, seńor...! ĄVaya susto me he llevado!

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Todo está bien aseguró Jacques . Vuelve a la cama.

Sí, seńor... Creía que el seńor estaba en París.

Pues ya ves que no.

żOcurre algo malo, seńor?

Va a ocurrir masculló Jacques. Pero tú tranquilo.Buenas noches, Alex.

Buenas noches, seńor... ĄAh!, llegó esta tarde untelegrama para usted. De París.

Alex seńalaba precisamente hacia la mesa. Jacquesbajó la mirada, vio el telegrama, y lo abrió. Era deTogo Arita, su compańero budoka. El texto que leenviaba Arita era el siguiente:

"DIME A QUIEN DEBO CONTROLAR YCUANDO VIENES A PARÍS.Togo."

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Jacques Bernard quedó atónito un instante. żCómo quea quién debía controlar?., ĄA Laverne, naturalmente...!De pronto, palideció. Cuando se dio cuenta, Alexestaba frente a él, mirándolo preocupado.

żSe encuentra mal, seńor?

Jacques movió negativamente la cabeza, se pasó lalengua por los labios, y volvió a utilizar el teléfono.Estaba seguro, de que al menos Arita no lo enviaría a lamierda...

ż...?

Togo, soy Jacques. Siento despertarte.

...

Arigato. Bien, naturalmente, en mi telegrama me referíaa Edouard Laverne.

...

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żCómo que si está en París? gruńó Jacques. Asídebe ser, puesto qué tú me informabas de ello en tutelegrama.

ż...?

żQué telegrama? ĄEl que me enviaste!

...

żNo? Está bien. Perdona la molestia, Togo. DO.

ż...?

No... No necesito ayuda. ĄAdiós, Togo! Volveré allamarte pronto. ĄAdiós!

Colgó, lentamente. Estaba más pálido que antes. Alexle miraba cada vez más preocupado, inquieto por elaspecto de su patrón, al que quería profundamente.

żQué ocurre, seńor?

Mi amigo Togo Arita no me envió el telegrama

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anterior, Alex. Eso es lo que ocurre. Y ocurren otrascosas que no comprendo...

Llevó de nuevo la mano hacia el teléfono, pero la retiró,lentamente. No, no iba a llamar a Pfalz para amenazarlosi le hacía dańo a Jeaninne, porque, de pronto, esto lepareció absurdo. Poco a poco la palidez de JacquesBernard fue siendo sustituida por un sonrojo denso, defuria. Cerró los ojos, aspiró profundamente, ypermaneció así unos segundos.

Muy bien: él iba a seguir aquel extrańo juego.

* * *

Nina Veruska detuvo el coche delante de la agenciainmobiliaria sita en la rué Massena, le echó un vistazodubitativo, y finalmente, se decidió. Salió del coche,pasó a la acera, y apenas había dado tres o cuatropasos por ésta, apareció el sujeto, que se colocó anteella sonriendo ceńudamente.

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Nina lo miró y frunció el ceńo, pese a que el tipo era enverdad atractivo, elegante, de gran impacto viril... Sí,era todo un tipazo, pero Nina Veruska no estabaprecisamente de buen humor.

żMe permite? pidió secamente.

ĄBuenos días, seńorita Veruska! saludó el sujeto.ĄQué espléndida mańana de verano, no le parece?

La preciosa rubia quedó boquiabierta unos segundos.Luego, enrojeció bruscamente.

ĄNinja! exclamó.

Sssst se llevó un dedo a los labios, Jacques Bernard.Ya ve: de nuevo la he seguido. Me ha parecido quepodíamos conferenciar amistosamente, antes de que lascosas se pongan demasiado mal. żHa desayunado ya?

ĄHe desayunado! ĄY le advierto...!

Entonces la invitaré a almorzar. Bueno, como usted ha

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ocupado con su coche la única plaza que había libre,podemos dejarlo aquí y dar un paseo con el mío. żLeparece bien?

No pienso dejar aquí mi coche, lleno de maletas. ĄEncuanto a...!

żMaletas? żQué ocurre? ĄNo me diga que hadecidido no vivir bajo el mismo techo que Pfalz! miróhacía la agencia inmobiliaria, y la seńaló. żDe verdadha venido a alquilar un apartamento?

No tengo más remedio: me han despedido de mitrabajo.

Vaya, lo siento. Es decir, me alegro. Ya tiene ustednuevo empleo, seńorita Veruska. Y aunque mi villa noes tan grande ni fastuosa como la de Pfalz, seencontrará a gusto allí. La ayudaré a pasar sus maletasa mi coche.

ĄNo pienso...!

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Vamos, sea razonable: No querrá que demos unescándalo en medio de la calle, żverdad? Llevemos suscosas a mi coche, que está mal aparcado ahí detrás, ydemos un paseo. Por favor.

Nina Veruska vaciló. De pronto, asintió. Entre los dos,llevaron el equipaje de la muchacha al coche deJacques, se acomodaron luego en el asiento delantero,y Jacques puso el coche en marcha.

Daremos un agradable paseo por la Promenade desAnglais, Quai des Etats Unis, Quai Rauba Capeu... żLegustaría subir al Castillo?

Escuche murmuró la muchacha, no sé si usted es unloco o un cínico canalla... ĄAnoche fue a robar a lacasa del seńor Pfalz! ĄY no me diga que no fue usted!

Fui yo asintió Jacques, amablemente.

ĄPues por su culpa me han despedido! Cuando lleguéallí, no pude ocultarle la verdad al seńor Pfalz, y me hadespedido, incluso estuvo a punto de llamar a la policía,

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para que me detuviesen acusada de complicidad conusted.

El seńor Pfalz es muy desconsiderado.

żEso piensa? ĄPues yo creo que ha sido demasiadoamable al permitirme pasar la noche allí, después desaber que mis informes sirvieron para que usted lerobase!

No robé, en el sentido exacto de la palabra: recuperéalgo que no era del seńor Pfalz.

ĄNo diga tonterías! ĄSe llevó documentos... y más dedoscientos mil francos! żEso no es robar? ĄY no mediga que, antes, el seńor Pfalz le había robado nada austed, porque no lo creeré! ĄEl seńor Pfalz es uncaballero!

Eso me estoy temiendo murmuró Jacques. żConoceusted a una muchacha llamada Jeaninne Frey?

żFrey? No... No.

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Entonces... żno había ninguna chica en la casa delseńor Pfalz cuando usted regresó anoche?

Claro que no... żQuién había de haber? Sólo estabanlos empleados y criados del seńor Pfalz... ĄY todosmuy furiosos!

Tenían motivos sonrió acremente Jacques. Dígame,Nina: żle dijo el seńor Pfalz lo que le robaron anoche?

Ya se lo he dicho: más de doscientos mil francos, yunos documentos muy importantes. El seńor Pfalzaseguró que sólo podía ser obra de FerdinandRochelle... żTrabaja usted para Rochelle?

No sé siquiera quién es Rochelle.

ĄClaro que tiene que saberlo, porque sólo Rochellepodía saber que el seńor Pfalz tenía ésos documentos!Usted debe ser un sujeto muy peligroso, un aventureromuy hábil que... żJeaninne Frey? casi gritó de prontoNina . żCómo es esa chica?

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żJeaninne? Pues... es casi tan bonita como usted, ojosazules, larga cabellera negra, un cuerpo precioso,labios...

ĄSanto cielo! ĄUsted está describiendo a JeaninneRochelle!

żDe veras? masculló Jacques.

żEstá seguro de que se apellida Frey?

Pues vaya a: preguntarle, haga uso de su mala lechede...

Ha desaparecido. Creí... Sí, hubo momentos en quecreí que Pfalz la había secuestrado. Hasta que hablécon Arita. A partir de entonces, comprendí queJeaninne me había tomado el pelo. ĄA mí...!

Le advierto que no entiendo nada.

Pues se lo explicaré gruńó Jacques, y, entre los dos,seguramente sacaremos algo en limpio. Verá,

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anteanoche, yo tomé el tren hacia París, y...

Cuando terminó la explicación, el coche estabaaparcado al pie del castillo, y, desde éste, a pleno sol,Jacques Bernard y Nina Veruska contemplaban el marintensamente azul, salpicado de pequeńasembarcaciones de blancas velas.

Nina movió la cabeza, y murmuró:

Es evidente que Jeaninne le engańó a usted, Ninja.

Llámeme Jacques... Jacques Bernard gruńó éste. Sí,es evidente, desde luego. Cómo es evidente queEdouard Laverne no está en París... Tiene que estar enNiza.

żPor qué supone eso?

Parece claro, que Laverne tiene una notoria ventajasobre mí: me conoce, y yo, en cambio, no le conozco aél. La cosa está clara, según pienso ahora. Laverne,que se ha convertido en un canalla, está trabajando

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para Ferdinand Rochelle, el cual, bien claro esta, queríarobarle esos documentos al seńor Pfalz. Es obvio quedebió encargar de ello a Laverne, pero éste, que es unzorro, decidió que otro corriese los riesgos: Lavernetiene que saber que la Kuro Arashi le está buscando, yque yo he sido nombrado su ejecutor. Sabe dóndevivo, pero no se ha atrevido a atacarme... Me tienemiedo. Pero, de pronto, ve la ocasión de eliminarme...Sí, es un zorro astuto. En lugar de arriesgarse él, yalgunos tipos como él, intentando un asalto ordinario ala quinta del seńor Pfalz, me utiliza a mí. Me hace enviarun telegrama desde París, firmado con el nombre de micompańero Arita, y dándome a entender claramenteque debo ir en tren. Así, en el tren, Jeaninne monta todala comedia, y yo, como un bobo, le hago el juego. Niexistía el tal Pierre, ni nadie le robó nada... Eso sí, ledieron unos cuantos golpecitos y le rompieron elvestido para que yo lo encontrase todo natural,verídico. Así que le robo el sobre al seńor Pfalz, se loentregó a Jeaninne; y ésta desaparece. Mientras tanto,Laverne y otros me esperan frente a su apartamento,me siguen hasta el chalet donde estuvo usted, y, como

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ya he cumplido mi cometido, deciden que ha llegado elmomento de matarme. Ya no sirvo de nada.

Pero... żpor qué utilizarlo a usted?

Jacques Bernard miró de reojo a Nina:

Porque Laverne sabe perfectamente que yo no podíafracasar. Así como yo sé muchas cosas de él, está claroque él sabe muy bien que mi especialidad es el Nin-Jutsu... es decir, la técnica del espionaje. Laverne tieneque saber muy bien que yo entro y salgo cuando quieroy como quiero, de donde quiero.

Pero... żcómo consigue usted eso?

Cuestión de habilidad y de entrenamiento. żAlguna vezha estado usted colgada del techo por medio deventosas?

ĄClaro que no!

Es emocionante sonrió torcidamente Jacques. Pero

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eso no es nada, comparado con otras cosas. ĄYFerdinand Rochelle se va a enterar bien de esas cosas,en cuanto consiga localizarlo! Buscaremos en un listíntelef...

żA Rochelle? ĄOh, pero si yo sé donde vive él, claro!

No me diga masculló Jacques. ĄY, hasta ahora, loha tenido callado!

Usted no me lo ha preguntado.

Jacques Bernard frunció el ceńo. Luego, aspiró hondoy sonrió.

żDónde vive Rochelle? preguntó amablemente.

En Marsella.

En Marsella... Bueno, Nina: żle gustaría almorzar en micompańía una estupenda sopa bullabesa, auténtica?

ĄOh, sí! sonrió la muchacha, de pronto. Pero no es

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necesario que vayamos a Marsella para eso, seńorBernard. En Niza...

Querida, usted no entiende: a mí, la sopa bullabesa meimporta un pimiento. Pero ya que vamos a ir a Marsellaa recuperar esos documentos, aprovecharemos paraalmorzar allí.

żPiensa... asaltar la casa de Rochelle, como hizo con ladel seńor Pfalz? abrió mucho los ojos, Nina Veruska.

Exactamente.

Imposible palideció Nina. Eso ya lo pensó el seńorPfalz, pero sabe que es imposible, así que seguramente,avisará al embajador de Kobonia en París para queéste se ponga en contacto con la policía o quizá elservicio secreto francés, a fin de que éste recupere losdocumentos...

De donde se desprende que el verdadero amigo deKobonia es Hermann Pfalz gruńó Jacques, y que elsinvergüenza que piensa negociar esos documentos y

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quizá provocar una revolución sangrienta en Kobonia,es Ferdinand Rochelle... ĄMaldita sea mi estampa!ĄEs la primera vez en mi vida que me toman el pelo!

Eso le ha pasado por confiar en una chica bonitasonrió Nina.

Desde luego. ĄNo lo haré nunca más! Pero hablemosahora de la recuperación de esos documentos. Lo quehará Rochelle será retenerlos hasta que la oposición deKobonia se ponga en contacto con él, traiga el dinero olo que pida por ellos... Todo al revés. Bien. Ahora, unacosa: si la policía francesa invade el domicilio deRochelle, no encontrará nada. En cambio, yo síencontraré lo que busco.

Seńor Jacques Bernard: según el seńor Pfalz, si alguienentra en la casa de Rochelle subrepticiamente, eshombre muerto. ĄEl sí que tiene un gran servicio deseguridad! Nada más le diré que todo el terrenoalrededor de la casa esta electrificado. Y eso no esnada, créame...

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żElectrificado? żQué quiere decir?

Bueno, parece que hay una especie de... parrillaseléctricas bien distribuidas. Si un hombre pisase una deellas, quedaría... asado como un pollo.

Es usted muy descriptiva sonrió Jacques. Bueno,querida, usted va a llamar ahora al seńor Pfalz, le va apedir disculpas de mi parte, y le va a decir que no avisea nadie, que yo le traeré esos documentos. żDeacuerdo?

No sea loco susurró Nina. Va a morir, si intenta esopor su cuenta.

Bueno, si quedo convertido en un pollo asado, yatendrás el almuerzo de mańana o pasado, preciosa.

Es... es una broma... absurda, seńor Bernard.

Jacques Bernard se quedó mirando fijamente a lamuchacha. De pronto, le puso las manos en loshombros, la atrajo suavemente, y vio cómo ella cerraba

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los ojos... Cuando terminaron de besarse, un grupo deturistas les estaban contemplando, sonrientes, desdecierta distancia. Jacques sonrió, y dijo:

żQuizá prefieres la bullabesa?

No sonrió ella.

De todos modos Jacques la tomó por la cintura, yemprendió el regreso hacia donde habían dejado elcoche, te invito a bullabesa en Marsella. Por el caminome dirás...

Se detuvo en seco apenas dar dos pasos. Habíanestado cara al mar, y ahora, al volverse, quedaronfrente a frente a los dos hombres que, indudablemente,los habían estado observando tras ellos, desde muycerca. Los dos tenían la mano derecha dentro delbolsillo de este lado de la chaqueta. Nina lanzó unaexclamación de sobresalto, al mismo tiempo queJacques, pese a que sólo había visto a aquelloshombres unos segundos, y prácticamente a oscuras, losidentificaba en el acto: eran los dos que la noche

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anterior habían estado en el tejado de la casa deHermann Pfalz, con la ametralladora.

Eres una chica lista, żeh? dijo Paul, sonriendofríamente . Demasiado lista.

Pero el seńor Pfalz no es tonto, precisamente ańadióGastón: por eso te dejó marchar y nos encargó que tesiguiésemos. Ahora, iremos los cuatro a verle a él, y leexplicaréis la jugada. Ça va?

ĄOh, Dios mío! gimió Nina. Se equivoca. Paul,Gastón, les aseguro que se equivocan.

ĄClaro! sonrió Gastón, nos equivocamos. Tú noeres la Veruska, żverdad?

ĄSí que lo es, hombre! dijo festivamente, Paul. żNoves que está muy buena? ĄEs ella! ĄY está tan buenacomo siempre! żNo le meterías, ahora mismo, un viaje?

Vaya que sí asintió Gastón. Pero esperaremos a queel seńor Pfalz haya tenido una conversación con los

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dos. Luego, Ąlo que nos vamos a divertir!

Caballeros se equivocaron dijo amablemente,Jacques. Nina y yo estamos de parte del seńor Pfalz.En estos momentos, nos disponíamos a ir a Marsellapara.

Mire, amigo, no sé quién es usted, pero sí sé que tienecara de granuja, de modo que menos cuentos connosotros. Se los explicará al seńor Pfalz, para que nosriamos todos juntos. ĄAndando al coche, pimpollos!

Gastón, le aseguro... empezó Nina.

No te preocupes la interrumpió Jacques. Iremos aver al seńor Pfalz, le pediré disculpas, y se loexplicaremos todo. No pasa nada, preciosa. Ningúnproblema.

Usted es cojonudo, żeh? frunció el ceńo Paul. Lesestamos apuntando con nuestras armas, los vamos allevar a pasar un mal rato, y dice que no hay problemas.Bueno, ya cambiará de opinión. Caminen.

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De acuerdo asintió Jacques. Luego aceptaré susdisculpas.

Muy amable, muy amable sonrió a estilo hiena, Paul.

Movió la cabeza hacia el estacionamiento, y los cuatrofueron hacia allí, tranquilamente, Jacques y Ninadelante, los dos pistoleros detrás. Nadie parecía darsecuenta de lo peculiar de la situación. Todavía abrazadaa la cintura de Jacques, Nina miró a éste, angustiada laexpresión, pero Jacques se limitó a sonreír.

Llegaron adonde habían dejado el coche, y Gastón seacercó a ellos.

Dejaremos nuestro coche aquí, ya vendremos a por él.Ahora iremos en el de usted, amigo. No hace falta quele diga dónde vive el seńor Pfalz, żverdad?

No, no hace falta. Pero hay algo que me tienepreocupado: todo esto, dando por sentado que el seńorPfalz se muestre incrédulo como ustedes, va a ser unagran pérdida de tiempo. Quiero decir que mientras

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tanto, quizá Rochelle ponga en circulación losdocumentos, y entonces ya no podríamos recuperarlos.

żQuiere ver cómo le parto los dientes, por gracioso?Tiene la cara muy dura, pero aun así se la rompo toda.żQuiere verlo?

Mi cara está bien como está sonrió Jacques. Pero lasuya, no. ĄVamos a arreglarla!

Su gesto fue tan rápido, que cuando Gastón sacó lapistola ya Jacques le había asido por una solapa, ytiraba de él con terrible fuerza, apartándose. Comoatraído por una grúa, Gastón pasó junto a JacquesBernard, y fue a dar de cara contra el coche, como siquisiera morderlo. Sus dientes crujieron contra elreborde del techo del vehículo, y cayó de espaldas,soltando la pistola y lanzando un grito agudo ysalpicaduras de sangre.

En ese mismo instante, y mientras Paul, respirando,sacaba la pistola unos cuantos pasos más atrás,Jacques Bernard estaba en pleno vuelo hacia él, casi a

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dos metros de altura, flexionadas las piernas... Surostro estaba tenso, su boca abierta..., pero no brotóde ella sonido alguno. Sin embargo, en el momento enque apretaba el gatillo de la pistola, Paul notó unaextrańa presión en sus oídos, como si éstos fuesensometidos, bruscamente, a un zumbido interior que hizoque su cabeza diese mil vueltas en una fracción desegundo.

La desconocida, terrible, desagradable sensación, durósólo un instante, pero fue suficiente para que,incomprensiblemente perdidas su fuerza y su equilibrio,se tambalease, y el disparo saliese muy desviado y alto.Casi en el mismo instante en que se oía al apagado plopdel disparo, Jacques Bernard parecía planear sobrePaul, disparando su pierna derecha en durísimaejecución de Tobi Yoko Geri; el pie, en brutal impacto,alcanzó a Paul en el centro del pecho, y lo derribó,lanzándolo por el aire un par de metros más allá,mientras la pistola salía lanzada mucho más lejos.

Paul quedó tendido, inmóvil, en el suelo, tras rodar otro

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par de metros. Se quedó con los ojos muy abiertos, elrostro lívido y desencajado, todo el cuerpo crispado...Mientras tanto, Jacques Bernard caía como un gato,giraba, y de un salto caía donde estaba la pistola deGastón, que lanzando horrendas maldiciones gateabahacia ella. Un puntapié por parte de Jacques, envió lapistola fuera del alcance de Gastón, que lanzó un rugidode rabia, se puso en pie, y cargó contra el budoka,lanzando saliva y sangre a todos lados...

Muy cerca de ellos se oían gritos y exclamaciones, queaumentaron de tono cuando Gastón cayó sobreJacques, dispuesto a hacerlo pedazos...

Sin embargo, de nuevo ocurrió lo inesperado.

Jacques no recibió de lleno, ni mucho menos, elencontronazo con Gastón, sino que se colocó de lado,lo asió por una manga y una solapa, tiró de él, alparecer suavemente, y Gastón se encontró, por uninstante, sobre la cadera derecha de Bernard,extrańamente proyectada hacia fuera... Cuando

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Jacques se inclinó, sin dejar de tirar de Gastónaprovechando el propio impulso de éste, un gritó desorpresa escapó de los labios de los sobresaltadosespectadores, al ver al atacante volar hacia arriba,girando sobre sí mismo en grotesca voltereta, y caercasi tres metros más allá, de cabeza. Se oyó unapagado cloc, y Gastón quedó tendido en el suelo, sinsentido, víctima del implacable e impecable tsuri komigoshi de judo.

Jacques Bernard se puso bien la chaqueta y la corbata,se acercó a la aterrada Nina Veruska, y le dio unapalmadita en una mejilla..

Espero que nos den una bullabesa auténtica, no deesas con las que engańan a los turistas dijo.

Metió a la turulata muchacha en el coche, y se marchó.

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CAPÍTULO VIIżTe gustó la bullabesa? preguntó.

Me ha gustado todo suspiró Nina. ĄEresextraordinario, Jacques!

ĄCaramba! sonrió Jacques. Después de lo que hapasado, eso es todo un elogio, muńequita. Elogio quemerece un premio, naturalmente.

Comenzó a besarla de nuevo, mientras acariciaba elsuave y espléndido cuerpo desnudo tendido junto alsuyo. En la habitación que habían tomado en un hotelde Marsella, había aire acondicionado, queproporcionaba una temperatura ideal, un ambienteagradable..., aunque lo más agradable del ambiente locreaban ellos mismos. Nina Veruska se había resistidocuando, después del almuerzo, Jacques le había dichoque sería buena idea tomar una habitación en un hotel.

żPor qué hemos de tomar una habitación? había

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preguntado.

Porque no sé cuándo podré ir a visitar a FerdinandRochelle. Ya sé dónde vive, hemos echado un vistazo asu quinta, pero las cosas no son siempre tan fáciles.Quiero decir que esta vez no dispongo de nadie que mediga cómo es la casa, cuántos, hombres hay vigilando ydónde, y demás sistemas de alarma... Quizá me llevetiempo encontrar el modo de entrar..., Ąy no vamos apasarnos todo el tiempo en el coche!

Pero si tomamos una habitación... querrás acostarteconmigo;

No se me había ocurrido. Pero me parece una buenaidea... żYa ti?

A mí, no había refunfuńado ella. No tengo por quéhacerlo.

Bueno, hagamos un trato. Tomamos la habitación, túhaces lo que quieras, y yo dormiré la siesta. Una largasiesta, porqué anoche no pegué un ojo.

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żY que haré yo, mientras tú duermes?

Podrías cantarme una nana.

Reconozco que eres simpático habla sonreído,entonces. Nina Veruska. Pero Gastón tenía razón: eresun caradura. Está bien, tomaremos esa habitación, ymientras tú duermes, yo leeré algunas revistas.

La lectura es siempre provechosa sentenció Jacques.Te compraré un montón de revistas. żO prefieres unbuen libro?

Tienes razón, quizá sea mejor el libro...

Pero ahora, el libro yacía olvidado en un sillón, y Nina yJacques yacían, muy conscientes el uno del otro, en lacama..., desde hacía más de tres horas. Justamentedesde el momento en que apenas se hubo instaladoNina en el sillón dispuesta a leer, Jacques se habíaacercado a ella, le había quitado el libro, y había dicho:

Esta novela ya la he leído. żQuieres que te la explique?

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No... No, no, gracias.

Sí, mujer Jacques comenzó a desabrocharle la blusa:Mi voz no es desagradable, żverdad? Además, tengomucha chispa para explicar las cosas. Verás lo quepasa le había quitado los sujetadores, ya: un tipollamado Callaghan, que es un fenómeno de lainvestigación criminológica, recibe un día la visita de unajaponesita preciosa, que dice llamarse MichikoSugama, y que está en Miami contratada por unaorganización dedicada al asesinato por encargo, y queella tiene el encargo de cargarse a tres sujetos... żTeimaginas el pasmo de Callaghan?

Aproximadamente había murmurado Nina. żNopiensas quitarme los zapatos?

Podrías resfriarte: el suelo está frío. Bueno, al oíraquello, Callaghan se queda de piedra, claro...

Es gracioso que le digas a una mujer a la que acabasde desnudar completamente, que temes que se resfríe sila descalzas.

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Puesto que te empeńas... Pero que conste que hassido tú quien me ha pedido que te lleve a la cama.

ĄYo no te he pedido semejante cosa!

ĄClaro que sí! Jacques la había alzado en brazos, lallevó a la cama, la depositó allí, y le quitó, entonces, loszapatos, que tiró por encima de sus hombros. Si tequito los zapatos, no puedo dejarte en el suelo frío,querida. Sería demasiado desconsiderado por mi parte.Así que he interpretado que querías que te trajese a lacama, y así podría descalzarte. żComprendes?

żY ahora? había susurrado ella.

Pues te seguiré contando las aventuras de Callaghanhasta que me duerma. żPor dónde íbamos?

Por lo de la japonesita.

ĄAh, sí! El novelista la describe como una muńecapreciosa. Ya sabes: de esas que parecen de porcelana,y cosas, así...

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żYo te parezco de porcelana?

Pues... sí.

No lo soy había susurrado ella, tomándole una mano.żTe das cuenta como soy de carne, y no de porcelana?

ĄSorprendente! susurró Jacques. Como te ibadiciendo...

Luego me lo cuentas...

Pero no se lo había contado. Ni habían echado lasiesta. De lo que, al parecer, no se había arrepentidoNina Veruska, ya que opinaba que Jacques Bernardera extraordinario...Elogio que, en efecto, mereció unnuevo premio, tras el cual, Nina suspiró lánguidamente,y retuvo abrazado fuertemente a Jacques, besándoleacto seguido como si sólo de este modo pudieseencontrar el aire vital que necesitaba.

Te amo-susurró.

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żPor lo extraordinario que soy?

No seas tonto rió dulcemente. ĄYa me enamoré deti cuando me arreglaste el coche... que tú mismo habíasestropeado! Había algo en tu voz, en tus ojos...żQuieres que sea sincera contigo?

Me gustaría mucho murmuró Jacques.

Bueno: pues tenia la esperanza de que, ya que era tuprisionera, me violases. żNo es terrible?

Tanto, que yo no hago esas cosas. Me gusta más conla aprobación del... adversario.

Tienes toda mi aprobación... para siempre.

żY el seńor Pfalz?

No seas tonto... ĄJamás tuve nada qué ver con él, eneste sentido! żNo me crees?

Sí.

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Gracias, mi amor... żY tú? żMe amas?

Sí susurró Jacques. Por eso, lamento lo que voy ahacer. Pero espero que me perdones.

żQue te perdone? żQué vas a hacer para...?

Los dedos de Jacques Bernard presionaron en un ladodel cuello de Nina Veruska, que abrió la boquita en unbrevísimo gesto de dolor antes de quedar sin sentido.Jacques saltó de la cama, se metió en el cuarto debańo, y se dio una rápida ducha. Tres minutos mástarde estaba vestido. Se acercó a la cama, y se quedómirando el hermoso cuerpo desnudo inerte.

Si me hubieses preguntado si te amo, hace unas horas,te habría dicho que me parecía que sí murmuró...Ahora, estoy seguro. Por eso, me alegro de habertenido, desde el principio, la idea de alquilar unahabitación en un hotel cualquiera: aquí estarás segura ya salvo..., mi amor.

Procedió a atar a Nina de pies y manos, con las

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sábanas, asegurándose de que no podría soltarse.Ciertamente que Jacques Bernard no iba a esperar parair a la quinta de Ferdinand Rochelle, pues eso seríaperder un tiempo que Rochelle podía aprovechar, envender los documentos. Tenía que actuar de prisa..., yno quería que Nina corriese riesgo alguno yendo con él,ni discutir con ella para impedírselo. Así pues, ya bienatada, la amordazó también con un trozo de sábana,cubrió el cuerpo con otra, y se dirigió hacia la puerta.Allí, se volvió, sonrió desganadamente mirando a lamuchacha, y murmuró:

Espero que volveremos a vernos, Nina.

Salió de la habitación, cerró con llave, y se guardó ésta.De ninguna manera quería riesgos para Nina. Claro quesi ésta conseguía desatarse, tras horas de forcejeo,podría llamar a la conserjería, por teléfono, para que leabriesen la puerta..., pero, antes de eso, él ya habríavuelto. Y si no había vuelto, era qué nunca volvería.

Un par de minutos más tarde estaba en su coche. Ya

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hacía unos minutos que era de noche, así que pensóque las tiendas dedicadas a la venta de artículosdeportivos estarían cerradas, pero no tenía ningúnproblema insoluble por esto... Abrió el maletín queaquella mańana había preparado en su casa de Niza,duplicado del que dejara en el chalet de Mont Boron,echó un vistazo al contenido, se aseguró de que llevabatodo lo que podía necesitar, y por fin asintió. Enrealidad, sólo le faltaban unos palos largos y unoscuantos clavos.

"En alguna parte los encontraré-se dijo . ĄParrillas paraasar pollos! ĄBah!"

Estaba seguro de que no iba a tener ningún problemapara entrar en la quinta de Ferdinand Rochelle. Lahermosa quinta situada cerca de la playa, hacia el Oestede Marsella.

Era un hermoso y tranquilo lugar; tan tranquilo, queentre esto, y el suave rumor del mar que llegaba hastaallí, el vigilante Klaus de buena gana se habría tumbado

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en el césped a echar un sueńecitó. Pero, pese a laexistencia de las finas parrillas eléctricas biendistribuidas por el jardín, las órdenes del seńor Rochellehabían sido tajantes y terminantes: considerando laextrańa facilidad de Jacques Bernard para entrar y salirde una villa vigilada, no debían descuidarse ni uninstante.

Y, aunque sonriendo, el seńor Rochelle había ańadidoque era muy poco probable que el tal Bernardconsiguiese localizar, jamás, a la seńorita Frey, no habíaque confiarse. Un hombre burlado es peligroso.

Por eso, Klaus permanecía alerta, igual que sucompańero de vigilancia en el exterior, Martel, con elque cada pocos minutos se cruzaba en su rondaalrededor de la casa...

Le tocó a Klaus llevarse la sorpresa.

Estaba caminando por la parte del jardín que daba a laplaya, por los bien definidos senderos donde no existíatrampa electrificada, cuando, de pronto, entré él y las

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verjas de aquel lado comenzaron a brotar chispas delsuelo. Por un momento, Klaus quedó como fascinado,observando el chisporroteó a ras del suelo, destellosque parecían un bonito juego de pirotecnia.

En seguida reaccionó, sacando la pistola, y gritó:

ĄMartel, alguien ha caído en las parrillas!

La voz de Martel le llegó desde un lado de la casa,mientras Klaus, con gran cuidado, corría hacia dondehabían brotado las chispas. Ya no se producíanchispas, así que Klaus esperaba encontrar sobre lasparrillas el cuerpo de alguien, electrocutado.

Con estos pensamientos en la cabeza y la pistola en lamano corría Klaus cuando, de pronto, el giganteapareció ante él, por detrás de un alto y grueso pino.Fue sólo una enorme sombra, de más de tres metros dealtura, pero que tenía forma de hombre. Klaus sedetuvo en seco, casi cayendo de bruces, y exteriorizósu sorpresa lanzando una exclamación. ĄUn hombre detres metros de estatura...!

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Recobrándose rápidamente del sobresalto, alzó lapistola, y apuntó a la gigantesca silueta.

Plop, plop, disparó, con su arma provista desilenciador.

Frente a él, el negro y sorprendente gigante dio un parde larguísimos pasos inverosímiles, su pierna derecha semovió velozmente, y el extremo, llegando de lado,golpeó a Klaus en la mandíbula, con tal fuerza que elhombre salió despedido de lado, lanzando un grito, quese convirtió en brevísimo alarido cuando cayó decostado sobre una de las parrilla, de la que comenzarona brotar miles de chispas y chasquidos, y en seguida, undenso, irritante olor a carne quemada. Pero fue todomuy breve, y el gigante de tres metros no se entretuvoen contemplar lo que sucedía.

Continuó la marcha hacia la casa, dando zancadas decasi dos metros, enorme, altísimo, fantasmal. Mientrastanto, guiado por las chispas que habían asado a Klaus,Martel corría hacia allí, gritando, lista su pistola para

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disparar contra cualquier sombra que se moviera.

Martel aún se asustó más que Klaus. Quedó tanparalizado por la sorpresa y el espanto, que ni siquieratuvo tiempo de disparar contra aquella enorme figuraque caminaba sobre las parrillas. Captó el movimientode una de las larguísimas piernas, pero ya era tarde:recibió en plena frente el tremendo impacto del extremodel largo zanco con aislamiento de goma en la punta, ycayó hacia atrás, como un saco, sin sentido.

Desde la casa llegaban voces, pero ciertamente elgigante fantasma no tenía, intención de esperar a nadie.Caminando hábilmente sobre los altos zancos,semejante a una enorme grulla negra, fue hacia un ladode la casa, y desapareció por allí justo cuando la puertase abría, y aparecían varios hombres, llamando a Klausy Martel.

ĄBuen susto se iban a llevar cuando los encontrasen...!

* * *

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No se asuste sonrió, con expresión tensa, FerdinandRochelle. Sea quien sea el intruso, mis hombres locazarán, si no ha caído abrasado en una de las parrillas.

Se dirigía al hombre de raza negra que estaba sentadoen un sillón, erguido, todavía con el inicial gesto desobresalto. Era un negro hermoso, elegante, demagnífico aspecto. Sus grandes ojos dejaron de mirar,un tanto desorbitados, hacia la ventana, para posarseen Ferdinand Rochelle, que conseguía sostener consereno pulso la copa de cońac. Junto a Rochelle,sentada tambien en el sofá, estaba su hermosa hija,Jeaninne, cuyo gesto de alarma era aún más definidoque el del negro llamado Koboto.

No me asusto por mí, particularmente dijo Koboto,tocándose la axila donde guardaba la pistola. Peroaprovecho la ocasión de esta alarma para insistir, seńorRochelle: debería entregarme esos documentos estanoche. Yo me marcharía inmediatamente con ellos, ylos pondría a salvo de todo posible intento derecuperación por parte de...

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Lo siento, Koboto, pero no puedo hacer eso.

żDesconfía de mí..., de nosotros? masculló el negro.

Ferdinand Rochelle sonrió cortésmente. żDesconfiar deKoboto y de sus amigos que formaban el grupo de laoposición en Kobonia...? ĄNaturalmente quedesconfiaba de ellos! Por eso, si no había dinero, nohabía documentos. Y puesto que Koboto habíaasegurado que el dinero llegaría el día siguiente, él nopensaba entregar de ninguna manera los documentoshasta entonces.

Claro que no desconfío... Pero es evidente que eldinero lo traerán algunos compańeros de usted, żno esasí?

Sí... Por supuesto. żY qué?

Pues que esos mismos hombres serán una protecciónpara usted cuando salga de mi casa con losdocumentos. En cambio, ahora tendría que marcharsesolo..., lo que no me parece prudente.

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Koboto se quedó mirando a Rochelle con los ojosentornados. De pronto, sonrió, mostrando sus grandesdientes blancos y sanos.

De acuerdo aceptó. Esperemos que sus hombressepan resolver cualquier problema que se presentedurante la noche.

No le quepa la menor duda de que así será. Estamosbien preparados para recibir a cualquier intruso que...

Un hombre apareció excitado, jadeante, en la puertadel salón de la hermosa quinta.

ĄSeńor Rochelle, corte la corriente, pronto!

żQué ocurre? se puso en pie vivamente, Rochelle.

Me parece que ha sido una falsa alarma. Bueno,quiero decir que no creo que nadie haya entrado en laquinta: ha sido Klaus, que ha caído en una de lasparrillas. También hemos encontrado a Martel sinsentido... Me parece que se ha dado un golpe contra un

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árbol al correr hacia Klaus cuando lo ha oído gritar. Loreanimaremos en seguida, y nos dirá qué ha ocurrido,aunque creo que ha sido lo que le digo...

żCómo había de meterse Klaus en una parrilla?masculló Rochelle . żAcaso estaba borracho?

Un accidente lo tiene cualquiera, seńor Rochelle gruńóel hombre.

Ferdinand Rochelle fue hacia el cuadro de mandos quehabía junto a la puerta del salón, abrió con una pequeńallavecita la caja metálica que lo protegía, y movió lallave, cortando la corriente. El vigilante asintió, yabandonó de nuevo la casa. Rochelle vaciló, pero dejóabierta la puertecilla metálica. En cuanto aquel pequeńoincidente se hubiese solucionado, volvería a dar lacorriente y a cerrar la caja, así que no valía la penacerrarla ya.

Cuando volvió a mirar a Koboto, éste tenía de nuevoen las manos los documentos que minutos antes habíaestado examinando con suma atención. Koboto debió

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sentirse mirado, porque alzó la cabeza para mirar aRochelle. Sonrió, metió los documentos en el sólidosobre de papel amarillo, y lo tiró sobre la mesita decentro.

Con esto en nuestro poder, convenceremos a losúltimos remisos en llevar a cabo la revoluciónmurmuró. Y una vez hayamos triunfado, seńorRochelle, cumpliremos nuestro compromisosuplementario con usted: el dos por ciento de todos losbeneficios mineros de Kobonia, durante el primer ańo.

No es demasiado rezongó Rochelle.

Quizá no. Pero, tenga en cuenta que no va a ser fácilesa revolución armada. Costará mucho dinero en armasy en sobornos...

żY cuántas vidas? dijo una voz, en la puerta del salón.

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CAPÍTULO VIIILa sorpresa dejó paralizados a Koboto y a losRochelle. La negra figura la aprovechó velozmente,deslizándose hacia el sofá. Asió a Jeaninne de un brazo,la puso en pie con suave pero firme tirón, y la colocóante él, abrazándola por el pecho con el brazoizquierdo, en tanto la mano derecha aparecía armadade reluciente y delgado puńal de delicada forma, quequedó apoyado en la yugular de Jeaninne, la cualpalideció intensamente.

No tengo por costumbre utilizar más armas que las quese emplean en las disciplinas del Budo dijo el fantasmanegro, pero les aseguro que son muy eficaces. Eso quetengo en la mano es un kosuka, seńor Rochelle, y estátan afilado que puedo atravesar el cuello de su hija, departe a parte, como si fuese de mantequilla. żEstáclaro?

Ferdinand Rochelle tragó saliva, contemplando aquellacabeza enfundada en negro, como todo el cuerpo que

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desaparecía casi completamente detrás del de suagarrotada hija. Eso era todo lo que veía Rochelle: unaforma negra, una cabeza negra, y una abertura quepermitía ver solamente unos ojos grandes, oscuros,terribles.

Sí, está claro jadeó . żQuién es usted?

Llámeme Ninja. Pero de momento, no vamos aprolongar la conversación. Quizá más adelantetengamos otra entrevista más reposada. Ahora, lo quequiero de usted son los documentos.

żQué... qué documentos?

Vamos, no sea estúpido. Estoy viendo encima de esamesita un sobre amarillo, y todos sabemos lo quecontiene. Acérquese a la mesita, tome ese sobre, ytráigamelo. Y no quiero discusiones ni pérdidas detiempo.

żCómo ha conseguido... entrar en la casa?

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Por el tejado.

Pero no ha podido cruzar las parrillas eléctricas...

Si estoy aquí, es que lo he hecho. Seńor Rochelle, sipierde un solo segundo más, su hija comenzará apasarlo mal. El sobre..., por favor.

Rochelle miró a Koboto, que estaba erguido, rígido,fijos sus saltones ojos en el ninja. En la axila, la pistolaparecía quemarle a Koboto, pero no sabía qué hacer,pese a que sus pensamientos estaban bien claros: podíadisparar contra aquel fantasmón, y matarlo, aunquefuese a costa de herir o matar también, a la muchacha.Y no tendría inconveniente alguno en matar también aRochelle. Pero... żcómo lograría salir de la casa yescapar a los hombres de Rochelle?

Este había llegado a la mesita, muy cerca de Koboto, ysu mano derecha, temblorosa, tomó el sobre.

żEstás asustada, Jeannine? preguntaba Ninja. Tienesmotivos, preciosa. Estoy muy enfadado contigo.

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Por favor sonó la voz de la muchacha, como untremolante chirrido ĄPor favor, no me mates, Jacques,no me mates...!

Depende de tu padre. żQué espera, seńor Rochelle?ĄTraiga aquí ese sobre! ĄVamos! Aunque no...Espere. Antes, quiero que usted y su invitado tiren susarmas al suelo. Háganlo, y empújenlas hacia mí.

No..., no voy armado aseguró Rochelle.

żY usted? se volvieron los oscuros ojos de Ninjahacia Koboto.

Yo sí susurró el negro.

Pues ya me ha oído... Mueva la mano muy despacio.

Sí... Está bien.

Koboto metió la mano derecha muy despacio hacia laaxila. Sus dedos tocaron la culata de la pistola, y unaespecie de corriente corrió desde ellos a todo el

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cuerpo. Si permitía que aquel hombre escapase con losdocumentos, todo estaría perdido irremisiblemente. Encambio, si lo mataba, tenía muchas probabilidades desalir airoso de la situación, ocurriera lo que ocurrieseluego...

Muy despacio, utilizando sólo dos dedos, Koboto fueretirando el arma de la funda axilar. Ninja alcanzó a verla pistola, y su mirada pareció clavarse en la mano delnegro. No necesitaba mirar nada más. Si el negrointentaba algo, la manó se tensaría, habría unmovimiento muscular en ella, un tirón de los nervios,una crispación...

La crispación se produjo, de pronto, al pasar la pistolacompletamente a la palma de la mano de Koboto, quelanzó un grito de triunfo, movió la pistola hacia Ninja...

ĄFffssss!, silbó el cuchillo con el que Ninja habíaestado amenazando a Jeaninne, a la que empujó lejosde él para apartarla del peligro.

El kozuka fue a hundirse, con blando chasquido, en el

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pecho de Koboto, que se crispó bruscamente, saltandopara ponerse en pie como si hubiese recibido unadescarga eléctrica, y disparando, su pistola mientrasgiraba y caía de lado... Las intenciones de Ninja nopodían haber sido mejores para Jeaninne Rochelle,pese a todo. Pero el gesto de Koboto al saltar con talfuerza, apretando el gatillo, tuvo muy malasconsecuencias para la muchacha: mientras Koboto caía,la bala fue a hundirse en el centro del seno izquierdo deJeaninne, que emitió un gemido, y cayó sentada en elsofá, llevándose las manos al pecho... Su, cabezaquedó colgando hacia el respaldo, tras una blandasacudida.

ĄJeaninne! aulló Rochelle.

Todavía en la postura de lanzamiento del cuchillo, Ninjamiró a Rochelle, y en seguida a Jeaninne, que estabainmóvil, con los ojos muy abiertos fijos en el techo, y laboca desencajada... Rochelle se precipitó hacia lamuchacha, gimiendo y aullando, le tomó las manos, ylas apartó del tremendo boquete, que se veía

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perfectamente sobre el gran escote del elegante vestidode su hija.

Ninja recogió el sobre amarillo del suelo, y lo hizodesaparecer bajo sus negros ropajes. Se acercó alsofá, miró el lívido rostro de la muchacha, y murmuró:

Lo siento... Lo siento de veras.

Pero Ferdinand Rochelle ni siquiera le oyó. Comenzó agemir lastimeramente, abrazando a su hija contra supecho, manchándose de sangre... Ninja titubeóvisiblemente, pero, desde afuera, llegaban las voces devarios hombres, acercándose a la casa. Dio mediavuelta, corrió hacia la puerta del salón, cruzó elvestíbulo, y se lanzó escaleras arriba, hacia el primerpiso. Por el último sitio que se le ocurriría salir enaquellos momentos era por la puerta. Era mucho mejorel camino utilizado para entrar... Y esta vez, ni siquieratendría necesidad de utilizar las ventosas: le bastaríasaltar desde una de las terrazas del piso alto los tresmetros y medio hasta el jardín...

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En el salón, Ferdinand Rochelle dejó de pronto deabrazar a su hija. Su rostro lleno de lágrimas seendureció, se enfrió... Sus ojos lanzaron destellos deodio. Dejó a Jeaninne tendida en el sofá, y corrió haciala puerta, gritando:

ĄTodavía está en la casa! ĄRodeadla completamente,registrad bien el jardín! ĄY no os preocupéis por lasparrillas, están desconectadas...! ĄAtrapadlo, es unsolo hombre...!

Como de muy lejos, los gritos de Ferdinand Rochellellegaron, amortiguados, a oídos de Koboto, que abriólos ojos, de pronto. Vio el suelo ante ellos. Parpadeó,desconcertado, situándose... De pronto, movió unamano hacia el pecho, tocó allí el negro mango delkozuka, y un gesto de dolor y furia apareció en surostro. Sin tocar más el cuchillo, se puso de rodillas, yluego de pie, tambaleante. Sabía que si se arrancaba elcuchillo se desmayaría, y se desangraría rápidamente;sabía que tenía que dejarlo allí, cómo un tapón, pormucho que le doliese.

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Se quedó tambaleante, oyendo las voces de Rochelle,los gritos de otros hombres. Su mirada se deslizó,reluciente, sobre el cadáver de la hermosa Jeaninne...Luego, en el suelo, vio su pistola. Manteniendo el torsoerguido, Koboto flexionó las piernas, hasta que sumano derecha llegó a la pistola. La agarró con furiosogesto, y se irguió, comenzando a caminar hacia lapuerta... Al pasar, vio el cuadro de mandos eléctricosdentro de la caja metálica abierta... Un gesto de furiainfinita pasó por los gruesos labios de Koboto. ĄDesdeluego que aquel fantasmón no escaparía!

Acercó la mano izquierda a la llave, y le dio la vuelta...

En el acto, afuera se oyeron gritos horribles, y por elamplio ventanal del salón se vieron varios resplandoreslívidos, como pequeńos relámpagos...

Luego, de pronto, el silencio.

Koboto tardó apenas un segundo en comprender losucedido: había achicharrado a los hombres deFerdinand Rochelle, y posiblemente a éste mismo

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mientras, con aquéllos, formaba el cordón de vigilanciaalrededor de la casa, ocupando todo el jardín paraimpedir la huida de Ninja. El silencio era ahora, tandenso, tan completo, que Koboto tuvo quecomprender que no había quedado nadie con vida en eljardín... ĄPosiblemente, ni siquiera Ninja! Pero... żsehabrían quemado los documentos?

Dando bandazos, tropezando con sus propios pies,Koboto se dirigió hacia la puerta de la casa. Si Ninjahabía muerto, sólo quedaba por averiguar qué habíasido de los documentos. Si no había muerto, él lomataría, estaba seguro de ello, puesto que Ninja noutilizaba armas de fuego... ĄY esta vez no se confiaría!Para Koboto, la cosa estaba muy clara... Sí, muy clara:Ninja había provocado, de algún modo, la alarma en eljardín, y luego, cuando la corriente fue cortada, habíaaprovechado para llegar hasta la casa, en medio de laconfusión de los empleados de Rochelle. Muy bien:esta vez, nadie iba a cortar la corriente... De modo que,o se asaba vivo, o caía acribillado.

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A elegir.

Desde la ventana por la cual iba a descolgarse al jardín,Ninja había visto perfectamente los azuladosrelámpagos que se habían producido en la zonaelectrificada del jardín, y había oído los breves gritos deterror y muerte... Casi en seguida, el olor a carnequemada llegó hasta él, estremeciéndole.

żQué había ocurrido? Había oído a Rochelle gritar quela corriente estaba desconectada, así que..., żcómo eraposible que varios hombres hubiesen sidoelectrocutados? Su mente funcionó con la velocidad delos propios relámpagos. żQuiénes habían quedado en lacasa?: solamente Jeaninne y aquel negro. Jeaninneestaba muerta. żEntonces...?

Se descolgó de la ventana, calculando la distancia tanmatemáticamente que sus pies fueron a colocarse en lossalientes de los zancos. No tenía, pues, necesidad desaltar y echar a correr, lo que habría sido mucho másrápido y por tanto más seguro... si la corriente, no

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hubiese sido de nuevo. Necesitaba de nuevo los zancoscon protectores aislantes de goma en las puntas, paracruzar aquellas parrillas... Sujetó la parte alta,manteniendo las manos pegadas a las caderas, ycomenzó a desplazarse hacia la oscuridad del jardín,nunca mejor dicho que a larguísimas zancadas. Cadapaso abarcaba casi dos metros, y en pocos segundoshabría cruzado todo el terreno sobre la electrificadasparrillas, arrancando millones de chispas, si de pronto,la voz no hubiese sonado tras él, seca, imperiosa:

ĄQuieto o disparo!

Ninja se volvió a mirar hacia la puerta de la casa. Apocos metros de ésta, y a unos veinte de él, vio alnegro, de pie, no muy seguro, y sujetando con ambasmanos la pistola...

ĄVenga aquí! gritó Koboto.

Ninja supo por qué el negro no le había disparado porla espalda, apenas verlo: porque temía fallar el disparo,y que él acelerase la marcha y desapareciese, sin que el

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negro pudiese seguirlo, no sólo por las parrillas, sinopor su mal estado físico..., que era no pocosorprendente qué todavía le permitiese no ya seguirvivo, sino permanecer de pie...

ĄVenga aquí o disparo! insistió Koboto.

Bajo la capucha, Jacques Bernard sonrió. Las palabrasdel negro querían decir, realmente: "ĄVenga aquí, paraque pueda dispararle!" Muy bien.

Comenzó a acercarse al negro a largas y firmeszancadas. No quería correr ningún riesgo, y sabía quelo habría corrido si hubiese echado a correr... Algunabala podía alcanzarle, y si caía sobre las parrillas...

De pronto, aumentó la velocidad de sus zancadas,cuando estaba, a unos doce metros de Koboto. Estelanzó un grito, alzó un poco más la pistola, apuntó alpecho del gigantesco fantasma zancudo que corríahacia él, y apretó el gatillo de su pistola silenciosa deorigen.

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Plop, plop, plop...

El ninja recibió los tres impactos en el pecho, pero nocayó hacia atrás, como era de esperar, sino haciadelante, saltando de su asentamiento en la parte mediade los zancos. Siguiendo el impulso de la caída, rodósobre sí mismo, siempre en dirección a Koboto, quebajó el arma convencido de que aquel hombre estabamuerto... Pero no debía ser así, porque cuando parecíaque iba a terminar de rodar, ya a unos tres metros deKoboto, el ninja saltó de nuevo en el aire, con talpotencia y agilidad que pareció que fuese a volar, loque ocasionó el gran pasmo de Koboto, que abrió laboca.

De la mano derecha de Ninja partió, lanzandodestellos, algo plano, redondo, reluciente como acero...Y era acero: un redondo shuriken de bordesafiladísimos, que cruzó el aire como una centella y fue ahundirse en la boca de Koboto, cortando las mejillascomo si fuesen de simple papel y llegando al fondo dela garganta, donde se hundió mortalmente, segándolo

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todo hasta llegar a las vértebras, donde quedóincrustado.

Cuando Ninja cayó de su increíble salto, de pie,Koboto ya había caído de espaldas, muertofulminantemente. Ninja se tocó cuidadosamente elpecho, allá donde las tres balas habían perforado susnegras ropas y se habían detenido al chocar con elchaleco antibalas de fibra de titanio. Le dolíahorriblemente el pecho, y sabía que al día siguientetendría un enorme hematoma, pero eso sería todo.

Permaneció inmóvil, escuchando cualquier sonido quese produjera a su alrededor. Pero no. No había sonidoalguno..., salvo el del mar, suave, amortiguado, comoun bello rumor.

Antes de alejarse definitivamente de la hermosa quinta,Ninja entró en la casa, y volvió a cortar la corriente.Luego, zancos al hombro, se alejó hacia donde habíadejado su coche.

Media hora más tarde, Jacques Bernard, dolorido casi

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hasta el desvanecimiento debido a los tres impactos debala en el pecho, entraba en la habitación del hoteldonde le esperaba su amor, Nina Veruska. Sólo que...

Sólo que Nina Veruska no estaba allí.

* * *

Hermann Pfalz abrió los ojos de pronto, y fijó lasońolienta mirada en el techo, que se veía grisazuladodebido al resplandor de la luna que entraba por elamplio ventanal de la terraza del dormitorio. Parpadeó,desconcertado, todavía casi dormido. żPor qué sehabía despertado?

żCuál es la jugada, esta vez? oyó.

Pfalz respingó fuertemente y dio tal salto, que quedó derodillas en la cama. Entonces se encendió la luz de lamesilla de noche, e instintivamente Pfalz, se protegió losojos con las manos, evitando el deslumbramiento...Separó los dedos y por entre ellos vio, sentado en la

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cama, al terrible personaje que ya una vez había vistoen el espejo: una figura negra, y unos ojos oscuros,llameantes; eso era todo..., y suficiente.

ĄUsted! jadeó Pfalz, retirando las manos. żCómo haentrado...?

No pregunte tonterías, Pfalz: yo entro y salgo cuandoquiero y como quiero, de donde quiero. żCuál es lanueva jugada? żDónde está Nina?

żNina? No sé... ĄNo tengo ni idea! La despedí porque...

No estoy para bromas; Pfalz.

No..., no es una broma... ĄLa despedí! Bueno, lo hicepara que mis hombres la siguiesen y...

Ya me sé todo ese cuento. żDónde está ella?

ĄLe digo que no lo sé! Usted... usted tiene qué ser elhombre que estaba con ella en el castillo, el que golpeó

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a Gastón y a Paul... y se fue con Nina. ĄUsted debesaber, dónde está!

La mano izquierda de Ninja desapareció bajó lasropas, y reapareció sosteniendo un gran sobre amarillo,que arrancó una exclamación a Hermann Pfalz.

ĄLos documentos...! chilló.

Pfalz, le voy a entregar los documentos Ninja tiró elsobre a las manos de Hermann Pfalz. Son suyos. Perosi no me dice qué ha sido de Nina, no tendrá usted nidocumentos..., ni vida. żEstá suficientemente claro?

Pe... pero yo no... no sé dónde está ella... ĄLe juroque le estoy diciendo la verdad! No sé nada de nada...Vea si es cierto eso, que por la mańana va a venir avisitarme un agente del servicio secreto francés, delSDECE, a quien informaré de todo, para que ellos seencarguen de capturar a Rochelle y...

Rochelle está muerto. Luego le explicaré todo losucedido, a fin de que usted informe al SDECE, y éstos

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tomen las últimas medidas que consideren oportunaspara asegurar definitivamente la estabilidad política enKabonia, ya que tan buenas relaciones de toda clasetienen con ese país. Allá usted y el SDECE a partir demańana, Pfalz. Pero ahora, yo quiero a Nina Veruska.

Escuche... Puede matarme, puede hacer lo que quieraconmigo... Pero, por favor, si me mata, consiga queestos documentos lleguen a poder del SDECE: ellosharán el resto. żLo hará?

żPretende dárselas de valiente, de héroe? żAcaso no leimporta morir?

Me importa tembló al voz de Pfalz. Estoy... estoymuy a gusto en esta vida, sé disfrutarla... ĄAmo la vida!Pero no sé dónde está Nina Veruska, así que... hagausted lo que quiera conmigo.

La cabeza de Ninja se inclinó hacia un lado, lospárpados se entornaron, los ojos, apenas visibles,parecían convertirse en hielo. Durante más de unminuto, el budoka permaneció así, inmóvil, y Pfalz se

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dio cuenta de que, poco a poco, la furia desaparecía deaquellas oscuras pupilas, siendo sustituida por lareflexión... Por fin, Ninja asintió, y murmuró:

Vístase, seńor Pfalz.

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CAPÍTULO IXżPor qué no la desnudamos y la violamos? propusouno de los hombres.

Cierra la boca masculló el hombre de los cabelloscortados a cepillo.

Nos estamos aburriendo protestó el otro. Y además,creo que estamos perdiendo el tiempo, Laverne. El talBernard no vendrá: si realmente ha ido a la casa delseńor Rochelle, debe estar ahora allí, frito en una de lasparrillas.

En la oscuridad del dormitorio desde cuya ventanaLaverne vigilaba la entrada a la villa de JacquesBernard, Nina Veruska, tendida boca abajo en lacama, escuchaba. Lo primero que recordó alrecobrarse del desvanecimiento que le habíaocasionado Jacques, fueron las extrańas palabras deéste. Luego en seguida, vio inclinados sobre ella a doshombres, uno de ellos, el que se llamaba Laverne según

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parecía, con los cabellos muy cortos, como un cepillo.Pero entonces no sabía aún cómo se llamaba, no sabíaque, precisamente, aquél era el hombre que Jacquesdebía ejecutar. Sólo vio a dos hombres inclinadossobre ella, sonrientes. Y cuando quiso moverse, se diocuenta de que estaba atada de pies y manos. Entonces,Laverne le había quitado la mordaza, y había sonreído.

żQué tal, seńorita Veruska?

żQuiénes son usted? żQué quieren? żCómo...?

No sabemos bien qué ha pretendido Bernard, aldejarla aquí desnudita y tan empaquetada lainterrumpió Laverne. Pero sí sabemos lo quequeremos hacer nosotros. Usted se va a venir a Niza,nos instalaremos en la casa de Bernard, y leesperaremos. Ahora la vamos a soltar, se pondrá ustedeste vestido le mostró uno de sus vestidos de noche , ysaldremos de aquí como buenos amigos que van adivertirse. żEstá claro?

Poco después, habían salido del hotel, con tal

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discreción, que nadie se fijó en ellos, lo que pareciócomplacer grandemente al hombre de los cabelloscortados a cepillo, pese a que había tomado susprecauciones para que nadie se percatase de lo extrańode la situación, ni se sorprendiese al ver a unamuchacha saliendo entre dos hombres que la llevabande los brazos. Luego, el coche, el regreso a Niza...Había ido a la casa de Jacques, y cuando el criadohabía abierto, le habían golpeado. Ya no supo nadamás de él. A ella la subieron a aquella habitación, lahabían tendido sobre la cama boca abajo, y así estabadesde hacía horas.

Durante ese tiempo, había comprendido quién era elsujeto del cabello cortado a cepillo: Edouard Laverne,el hombre que había mancillado el Bushido, que habíadejado, de ser un budoka para convertirse en unaventurero sin escrúpulos, llevando a cabo canalladaspropias, o las que implicaban estar al servicio deFerdinand Rochelle... Ahora, Nina Veruska sabía quetodo era una trampa mortal para Jacques Bernard.

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Ahora, en aquel momento, Laverne se volvía, junto a laventana, mirando hacia la silueta del hombre que habíadicho que Bernard no vendría, porque debía estar fritoen una de las parrillas...

Vendrá dijo Laverne. Vosotros no sabéis de lo quees capaz un hombre de ésos... Yo lo conozco bienBernard conseguirá todo lo que quiera en la casa deRochelle, y vendrá aquí. żPor qué te crees que yo mehe despedido por mi cuenta del seńor Rochelle?ĄAmigo, no quiero saber nada con alguien que estábajo el punto de mira de la Kuro Arashi...! Todo lo queme interesa, es matar a Bernard, por mi propiaseguridad.

Eso has podido hacerlo en varias ocasiones dijo eltercer hombre que estaba con Nina en el dormitorio.

Sí, quizá... Quizá podría haber acribillado a Bernard,pero no me interesaba. Y os diré por qué: yo sé que élva a conseguir esos documentos que puedenproporcionarnos muchísimo dinero. Por eso, lo

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estuvimos vigilando desde que salió de aquí, y cuandofue a encontrarse con la muchacha, y cuando apalizó aaquellos dos desgraciados en el castillo, y cuandofueron a echar un vistazo a la quinta de Rochelle, ycuando se instalaron en el hotel con la chica... Nada dematarlo... a destiempo. Él quizá tenga ya losdocumentos, irá a buscar a la chica al hotel, y cuandono la encuentre, ni nadie sepa darle razón de ella, nosabrá qué hacer..., y vendrá aquí. Entonces, lomataremos. Sólo entonces, porque su regreso aquí,significará que ha conseguido los documentos en laquinta de Rochelle.

A mí me parece que estás exagerando sobre esesujeto.

En la oscuridad, Laverne encogió sus anchos hombros.Muy bien, aquel par de idiotas podían pensar lo quequisieran, pero él no se iba a confiar ni tanto así. Sabíamuy bien quién era el aparentemente inofensivo ysimpático Jacques Bernard. Por eso, había dispuestolas cosas de tal modo que no podían fallar.

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Esta vez, Bernard no escaparía. No lo haría, estabaseguro.

Cuando Bernard llegase a la casa, él bajaría aesperarlo, pistola en mano. Pero, además, le informaríade cómo estaban las cosas: tenía tres hombres en lacasa, uno vigilando al maniatado criado, y dos arriba,en un dormitorio, con Nina Veruska; los tres hombrestenían órdenes de matar, tanto al viejo criado como a lamuchacha, si él no le entregaba los documentos.Laverne sabía que Bernard obedecería. Y sabía,también, que nunca iba armado con armas de fuego.Así que, en cuanto lo tuviese ante él, bajo la presión deamenazas a las vidas, y le hubiese entregado losdocumentos..., sólo tendría que apretar el gatillo variasveces, y asunto terminado. La Kuro Arashi se lopensaría muy bien antes de destacar a otro budokapara que cazase a Edouard Laverne. Y si se poníanpesados, sabía muy bien dónde descargar el golpe quelos desorganizaría a todos: sólo tenía que ir a Japón, acierto ryokan cercano a Tokio, y cargarse al malditoSensei... ĄY asunto terminado para siempre! Y con el

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dinero que obtendría por los documentos, podríaretirarse definitivamente, y darse la gran vida...

Nos vamos a morir de aburrimiento dijo, de pronto,uno de sus compinches.

żQué tiene de malo que gocemos un poco con lachica? gruńó el otro. ĄDe todos modos luego lavamos a matar...!

Laverne frunció el ceńo, y acercó su muńeca izquierdaal resplandor lunar del exterior, para ver su reloj. Notenía la menor duda de que Bernard volvería, pero...żcuándo? Y aquel par de bestias se estaban poniendonerviosos...

Está bien admitió, distraeros un poco. Pero que nogrite.

Se oyeron dos gruńidos de satisfacción, y las sombrasde dos hombres se movieron hacia la cama dondeNina, asustada, y desobedeciendo las órdenesseverísimas recibidas, se volvió boca arriba, dispuesta a

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defenderse... No tuvo tiempo ni de respirar,prácticamente: dos bestias cayeron sobre ella,sujetándola, tapándole la boca y comenzando aarrancarle el bonito vestido de noche a tirones, dejandoal descubierto los blancos senos, los hombros, parte delvientre... En la oscuridad se oían los jadeos de los doshombres, los ahogados gemidos de la muchacha...

ĄSujétala bien! Yo lo haré primero, y luego tú la...

ĄAhí está! exclamó Laverne, de pronto. ĄAhí llegaBernard!

ĄLa madre que lo...! ĄYa podía haberse retrasadomedia hora más, maldito sea!

żEstás seguro de que es él?

Parece su coche... Sí, lo es. Está detenido delante delas verjas. Pronto entrará...

En el lecho se oyó un golpe sordo, y un gemido.Laverne miró hacia allí, y vio la forma del cuerpo de

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Nina Veruska tendida, destacando sobre su vestido lablancura de sus senos. Los dos bestias se acercaron ala ventana, y miraron hacia donde seńaló Laverne.Cierto, un coche se había detenido ante las verjas. Lasluces cortas fueron apagadas, de modo que sóloquedaron encendidas las pequeńas de posición delvehículo... La puerta del conductor se abrió, y los tresvieron la alta silueta que fue hacia las verjas, las empujósin duda tras haber utilizado la llave para girar lacerradura, y volvió al coche. El rugido del motor llegóapagado hasta ellos, pero el coche no se movió.Apenas era una sombra salpicada por los puntos de luzamarilla de posición...

żQué pasa? susurró uno . żPor qué no entra?

Ya entrará, ya susurró Laverne.

El motor dejó de oírse. Luego, se oyó el zumbido denuevo, tras varias insistencias. Parecía que la batería noestaba demasiado bien... Pero finalmente, el cocheentró en el recinto ajardinado, recorrió unos diez o

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doce metros, y volvió a detenerse. ĄZum-zum-zum-zum...!, se oyó, de nuevo, el encendido en falso.

Los dientes de Laverne relucieron en la oscuridad.

No es hombre que se complique la vida susurró.Pronto va a salir del coche, y entrará en la casa. Paraentonces, quiero estar esperándole abajo. Vosotros,agarrad a la muchacha y estad cerca de la puerta, por sitengo que demostrarle que, en efecto, la tenemos. Si esasí, ya sabéis. Aparecéis en lo alto de la escalera, quela vea, y volvéis aquí dentro. żDe acuerdo?

Ve tranquilo.

Abajo continuaba oyéndose el zumbido del motor delencendido, insistente.

Acabará de descargar la batería dijo Laverne.

Cruzó el dormitorio, abrió la puerta, y salió al pasillo.Bajó al vestíbulo, sin encender ni una sola luz. Toda lacasa estaba a oscuras. Esperaría a que Bernard dejase

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de insistir con el motor, y entonces encendería las lucesde abajo.., De ninguna manera quería enfrentarse aBernard en la oscuridad, aunque tuviese todas las bazasa su favor... Sólo de pensar en ello, sentía frío en todoel cuerpo. El no era precisamente un desgraciadoluchando, pero, en la oscuridad, Bernard sería... comoun tigre jugando con un gato. Laverne sabía muy bien loque podía esperarse de un hombre qué se habíaentrenado en Nin-Jutsu tras haberle sido descubiertaspor Sensei sus facultades innatas para ello...

El motor seguía insistiendo; el motor de arranque,desde luego. ĄZurrtrzum-zum-zum...!

Arriba en el dormitorio, los dos sujetos también oían elzumbido, mientras incorporaban a Nina Veruska,riendo sordamente y manoseándole los pechos.

ĄVaya hembra...!

Luego la poseeremos. Hay que despertarla por sitenemos que sacarla al pasillo para que la vea eseBernard.

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Dos secas bofetadas restallaron en las mejillas de NinaVeruska, que respingó ahogadamente, se agitó...Apareció la blancura de las córneas de sus ojos reciénabiertos.

ĄArriba, cachonda!. Luego te daremos lo tuyo, peroahora te queremos obediente y en pie. ĄVenga, en pie!

En un instante, apenas puesta de pie, Nina lo recordótodo. Oyó, abajo, el zumbido insistente del motor dearranque. Su boca se abrió.

ĄJac...! inició el grito.

El hombre que tenía a su derecha respingó, y giró haciaella velozmente, hundiéndole el puńo en el estómago, demodo que Nina quedó con la boca abierta, pero sinaliento, como partida en dos por un insoportable dolor.

ĄLa muy puerca! jadeó el otro. ĄTúmbala en elsuelo, la voy a matar ahora mismo...!

SSSSSSSS... se oyó en la salida a la terraza.

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Los dos volvieron a la vez la cabeza, sobresaltados.Vieron una sombra, respingaron, y metieron la manoderecha bajo la axila izquierda, al mismo tiempo que unpequeńo objeto reluciente cruzaba el aire,desplazándose con vivos destellos en la oscuridad,lanzado por una mano enguantada en negro... Tras elprimer shuriken en forma de estrella, partió el segundo,en forma de media luna, girando velozmente y comoqueriendo alcanzar al que le procedía.

Pero no.

Primero llegó uno, y luego el otro..., aunque apenas auna décima de segundo de diferencia. El primero seclavó en la garganta de uno de los hombres, que cayohacia atrás emitiendo una especie de borboteo,llevándose las dos manos a la tremenda herida,olvidado por completo de la pistola. El segundoshuriken, girando velocísimamente, se clavó, por unapunta, en la sien del otro sujeto, que emitió unronquido, giró, y cayó de bruces, muertofulminantemente, mientras en el suelo, el primero

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pataleaba fuertemente en veloz y violencia agonía...,que cesó en seguida.

Tambaleante, aterrada, casi desnuda, Nina Veruskasólo vio una sombra apareciendo en la terraza, y dandoun paso hacia el interior del dormitorio, pero no vacilóni un instante.

ĄJacques! gimió, corriendo hacia la sombra.

Se cobijó en los brazos del ninja, y rompió a llorar. Unamano negra acarició su cabeza.

Tranquilízate, Nina susurró Jacques Bernard. Todoestá bien ahora. Llora cuanto quieras, pero noescandalices demasiado...

Jacques tartamudeó ella, entre lágrimas. ĄJacques,ese hombre está aquí, en tu casa, abajo...! ĄEs...!

Edouard Laverne, ya lo sé. He comprendido muy bienlo que está sucediendo. żQué ha pasado con Alex?Con mi criado.

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No... no sé... Un hombre se quedó con él, pero no sédónde están... ĄLo matarán si...!

Cálmate. żCuántos hombres son, en total?

Cuatro... Laverne y tres más. Bueno, ahora sólo... sóloestá Laverne y otro...

De acuerdo. No te muevas de aquí. Pero si oyes quealguien quiere entrar en la habitación sin dar dos golpesen la puerta, escapa por la terraza. Descuélgate comosea, salta, y corre hacia mi coche. El seńor Pfalz está enél, entreteniendo a esta gente, y sabe lo que tiene quehacer si Laverne consigue matarme. żHas entendido?

Sí... Sí, Jacques... ĄHe pasado un miedo...!

Lo comprendo. Bien, espero volver en seguida. Noolvides lo que te he dicho...

No...

La sombra se deslizó hacia la puerta, y salió al pasillo.

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Entró en otro dormitorio, se descolgó desde la ventana,al otro lado de la casa, y se deslizó hacia la parte deatrás, adonde daba la puerta de servicio de la cocina.Aplicó el oído a la madera, y estuvo escuchando... Sinproblemas, porque el motor de arranque de su cochehabía dejado de zumbar. La luz de la parte de delantede la casa se encendió, y Ninja supo lo que tramabaLaverne como si éste se lo hubiese explicado palabrapor palabra.

Ninja empuńó la pequeńa linterna con la manoizquierda, sujetó con los dientes otro shuriken, y con lamano derecha probó suavemente el pomo de la puertatrasera de la cocina. No estaba cerrada con llave.Despacio, con una suavidad de seda, el ninja fuemoviendo el pomo, hasta que supo que había hechogirar completamente el pestillo. Entonces, tirórápidamente de la puerta, dirigió la luz de la linternahacia el interior de la cocina, y su mano derecha fue enbusca del shuriken que sujetaba con los dientes...

Atrapado de lleno por el círculo de luz junto a la puerta

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de la cocina, el hombre que esperaba allí, pistola enmano, lanzó un respingo, y se volvió, alzando un brazohacia los ojos y extendiendo el otro, con la pistola listapara disparar... Pero fue tan lento en comparación conJacques Bernard que cuando su brazo izquierdo llegóante su rostro, ya el shuriken se había hundido en sugarganta, y el hombre, tosiendo apagadamente, dejócaer la pistola, sus piernas se doblaron, y rodó por elsuelo..., quedando cerca de los pies de Alex, queestaba atado de pies y manos y sentado en el suelo.

Un instante más tarde, Jacques estaba acuclillado juntoa Alex.

żEstás bien? susurró.

Sí, seńor. Pero tenga cuidado: Ąen la casa hay...!

No te preocupes, voy a desatarte, y quiero que enseguida salgas de la casa, y te escondas en el jardínhasta que yo te llame. Si no lo hago dentro de quinceminutos, escapa.

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Pero, seńor...

Haz lo que te digo.

Sí, seńor...

Segundos más tarde, Alex salía de la cocina, hacia eljardín. Jacques esperó un poco. Luego, abrió concuidado la puerta de la cocina, y pudo ver el resplandorde la luz en el vestíbulo. Se imaginó perfectamente aLaverne esperando, apuntando con su pistola hacia lapuerta principal... Sonriendo bajo la capucha, JacquesBernard terminó de abrir la puerta, y fue hacia elcuadro de mandos eléctricos, que estaba bajo laescalera que desde el vestíbulo ascendía al primer piso.Un poco más allá, como interesante adorno, habían enla pared algunas armas japonesas, entre ellas doskatana cruzadas.

Se acercó al cuadro de mandos, acercó la mano a laclavija de conexión general, y la bajó.

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* * *

La luz se apagó, de pronto, y Edouard Laverne quedócomo paralizado, tan súbitamente seca la garganta, queni tuvo fuerzas para respingar. Acostumbrado a la luzdesde hacía algunos minutos, sus ojos no estabanpreparados para aprovechar la que llegaba desde elexterior, lívida, amortiguada, así que, prácticamente,quedó ciego.

Un ruido tras él le hizo volverse velozmente. Un ruidotan ligero que quizá era fruto de su imaginación, de susúbito miedo. Disparó hacia allí, y al levísimoresplandor del disparo, le pareció ver una forma negradesplazándose velozmente. Disparó otra vez, pero yano vio nada.

Se quedó inmóvil, tenso, agarrotado, moviendo los ojoshacia todos lados, como enloquecido.

żBernard? jadeó. Bernard, tengo a la chica, arriba:dos de mis hombres la matarán si no se deja ver. żMe

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oye?.

SSSSSS... sé oyó en la oscuridad.

Laverne respingó esta vez, convencido de que hacia suspies se deslizaba una víbora. Bajó la pistola, y comenzóa disparar contra el suelo..., en el que rebotaroninofensivamente las balas. Se detuvo de pronto, cadavez más aterrado. Eso era lo que quería Bernard, Ąqueagotase las balas de su pistola!

Por detrás de él oyó perfectamente el deslizarse deunos pies, así que se volvió, y comenzó a disparar...contra nada, porque nada había allí. Su dedo quedócrispado sobre el gatillo. En su frente aparecieronalgunas gotas de sudor.

żBernard? No va a poder derrotarme... Le diré lo quevoy a hacer: si no aparece en seguida, voy a subir amatar personalmente a la muchacha... żMe oye?

SSSSSS... oyó a su izquierda,

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Se volvió, pero no disparó esta vez.

SSSSSS;... sonó el siseo, ahora a su derecha.

De nuevo giró Edouard Laverne, cada vez máscrispado, más tenso, más sobresaltado... Sus ojos seiban acostumbrando a la penumbra lunar. Distinguió laescalera, y comenzó a caminar hacia allí...

SSSSS...

No hizo el menor caso. Corrió hacia la escalera, pero,de pronto, notó un extrańo zumbido en la cabeza, quegiró vertiginosamente como sumergida en un pozo frío,debido al terrible Kiai silencioso, que le hizo perder elequilibrio y caer sentado al suelo. Alzó la cabeza, vioaquélla sombra negra ante él, y alzó la mano armada...Lo último que vio Laverne fue el centelleo de unakatana descendiendo sobre su cabeza.

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ESTE ES EL FINALNina Veruska terminó de ducharse, retirando todo eljabón salió de la bańera, y comenzó a secarse. Depronto, sonrió.

Me parece que si el seńor Pfalz no hubiese intervenido,te habrías visto en un buen lío con las autoridades, miamor. Pero gracias a él, todo ha terminado bien... parati. żQué habrías hecho si el seńor Pfalz no hubieseaclarado el asunto al SDECE?

Silencio. Nina miró hacia el dormitorio, frunció uninstante el ceńo, y continuó:

Y el seńor Pfalz tenía motivos para estar enfadadocontigo. Le has dado varios sustos, le has requisadodoscientos mil y pico de francos para la Kuro Arashi...,Ąy le has birlado la secretaria! Francamente, mi amor,los ninja no jugáis demasiado limpio; Por cierto: żparaqué quieres tú una secretaria?

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Silencio.

żJacques? żEstás ahí?

De nuevo miró Nina Veruska hacia la puerta del cuartode bańo. Dejó caer la toalla, metió los pies en laszapatillas de bańo, y salió al dormitorio con tanreducida indumentaria, mirando a todos lados.

żJacques? ĄVaya, no está...! ĄHe estado hablandosola como una tonta! Pero... me dijo que me esperaríaaquí.... żDónde...?

Nina Veruska lanzó un fortísimo respingo cuando depronto, unos brazos desnudos la abrazaron desde atráspor el pecho, y unos dientes cayeron sobre su nuca. Ydetrás sonó el mordisco:

ĄŃam! ĄMordida!

ĄPor el amor de Dios...! gimió la muchacha. ĄNohagas eso!

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żNo te gusta que te abrace y te muerda?

Eso sí asintió ella, girando, sin salir del cerco de losbrazos de Jacques Bernard. ĄPero me pone nerviosano saber nunca dónde estás y por dónde y cómo vas aaparecer! ĄSanto cielo...!, żdónde estabas?

Espiando cómo te duchabas.

Pero... Ąrealmente eres un sinvergüenza, amor mío!Además, no es cierto, no estabas allí, porque yo tehabría visto... żO no? Estoy pensando... Sí; vas a tenerque enseńarme esos trucos tuyos. Si tú puedesconvertirte en invisible, yo también quiero saberhacerlo. żSí, mi amor?

No negó Jacques Bernard, alzándola en brazos, ycaminando hacia el lecho. Prefiero que seas bienvisible... y bien tangible.

A decir verdad, yo también suspiró Nina Veruska.

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