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Hermanas de Sangre I El Frío del Infierno Natalia Martín Sonia González

El Frío Del Infierno

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¿Cómo reaccionarias si una verdad más grande que tú propio Ser te fuese revelada? Cuando descubras que eres un ángel o un demonio, ya no habrá vuelta atrás. Tu vida cambiara pero a cambio descubrirás secretos que permanecen ocultos a los ojos de los demás. Sophie y Nicole, hermanas gemelas, vivirán aventuras tan sólo rese rvadas a unos pocos elegidos. La lucha por la supremacía del Bien está a punto de desencadenarse. Ángeles y Demonios libraran una batalla con la supervivencia de la humanidad en juego. Natalia y Sonia nos sorprenden con una aventura que promete emociones en cada párrafo que descubrimos.

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Hermanas de Sangre I

El Frío del Infierno Natalia Martín Sonia González

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Hermanas de Sangre I

El Frío del Infierno

Natalia Martín García

&

Sonia González Domínguez

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El Frío del Infierno

Misma sangre, distinto destino

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El sueño del ángel.

Aquel sueño siempre se repetía, no había noche que no cerrara los ojos y no

apareciese esa visión. Desde hace tres años la pesadilla se repite. Caigo siempre en una

oscuridad profunda y densa, me llevo la manos a la garganta en busca de oxígeno, me

ahogo… me ahogo… No consigo respirar, la lobreguez invade todo y no veo nada,

simplemente… oscuridad. Cuando estoy a punto de desmayarme por la falta de

oxígeno, alguien me levanta y me lleva hacia una luz blanca. Nunca consigo ver quién

es, pero hace poco pude apreciar la figura y observé a una chica, aquella persona me

salvaba siempre de la muerte. Antes de sentir el fuerte dolor de la falta de aire, siento

grandes punzadas que me recorren la espalda, a la altura de los omoplatos. Al llegar a

la luz, la chica me deja en el suelo con delicadeza y se va hacia la oscuridad de donde

me salvó, entonces, cuando cobro un poco más la consciencia… despierto de esa

horrible inquietante utopía.

– ¡Ah! –me desperté sudando –siempre el mismo sueño. –suspiré.

Me levanté de la cama despacio y cogí fuertemente aire. No quería sentir más

veces la angustia de no tener el éter necesario para vivir. Anduve hasta el cuarto de

baño de mi habitación pero observé que estaba cerrado, mi hermana estaba dentro

duchándose. Sin problema alguno, me dirigí hacia mi cama nuevamente y me tumbé

boca arriba.

– ¿Por qué nos contabas estás historias, abuela? –murmuré mirando al techo y

poniendo mis manos detrás de mi nuca.

Mi abuela, fallecida hace tres años, nos contaba siempre historias sobre la luz y

la oscuridad, sobre ángeles y magia. Mis reiterados sueños siempre tocaban la historia

de mi abuela. Ella siempre nos decía “cuando un ángel sea rescatado de la muerte, la

batalla entre sus mundos se desatará”. Mis utopías seguro que se crearon a raíz de

esos cuentos de niños. Siempre me gustaron sus historias pero ahora, no me hacen

nada de gracia. Por culpa de aquellos relatos, mi vida es un desastre.

Zoe, mi abuela, continuamente nos decía que los ángeles son fríos y puros y,

por lo tanto, nadie puede tocarlos porque te helarían. ¿Suena extraño, verdad? Pues

esta historia no se escapa de la realidad, desgraciadamente, tengo 17 años y nunca he

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besado a ningún chico, jamás he abrazado a nadie y tampoco voy a la piscina. Desde

hace tres años, cuando mi abuela murió y los sueños comenzaron, mi temperatura

bajó y siempre estoy fría. En los momentos que deseo abrazar a mis padres no puedo,

siempre les produzco frío, e incluso, donde les toco con alguna parte de mi cuerpo les

brota un poco de escarcha.

–Mi vida es un asco… –volví a calumniar entre suspiros llenos de sufrimiento y

agonía.

Pero, a pesar de todo, lo único sorprendente de esto no era yo, sino mi hermana

Sophie. Ella no siente ningún frío cuando me acerco, jamás le ha salido escarcha y

nunca tiene miedo a tocarme. Es algo muy extraño, después de todo, Sophie es mi

hermana gemela, pese a que poseamos una diferencia. Dicha distinción es que ella

tiene los ojos color miel y yo azules como el cielo. Yo saqué los ojos de nuestra abuela

y Sophie de nuestro padre.

Nuestro pelo es largo, liso, castaño y brillante. Nuestra cara es alargada y los

labios de mi hermana y míos son carnosos y tiernos. Aquellas similitudes nos hacían

ser lo que éramos, gemelas. Aunque también hay que resaltar, que no solo nos

diferenciamos en el color del iris, sino también en nuestra personalidad. En eso éramos

totalmente distintas, pero por ello, nos complementábamos.

– ¿Ya te has despertado? Duermes como un lirón, hermanita –se rió mi hermana

secándose alborotadamente el pelo con una toalla color azul celeste.

Apenada, aparté la mirada. Me afligí y un nuevo dolor se agarró fuertemente de

mi pecho.

–Preferiría no dormir Sophie, y tú lo sabes.

Mi hermana, abatida ante mi bajo estado de ánimo se acercó a mí con cautela y

preocupación.

– ¿Otra vez ese sueño, Nicole? –preguntó temerosa aproximándose poco a

poco.

Asentí.

Mi gemela era la única que sabía lo relacionado con mis sueños. Era mi

hermana y también mi mejor amiga, nos llevábamos genial. Éramos uña y carne. Jamás

podría imaginar algo que fuese capaz de separarnos.

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–Bueno Nicole, no te preocupes, seguro que pronto cesarán los sueños. Tú

querías más que nadie a la abuela y quizás, ese sea el único recuerdo que te quede de

ella –dijo Sophie intentando hacerme entrar en razón a la vez que pretendía

tranquilizarme con sus hermosas palabras. –Tienes que ser fuerte, ya verás como todo

acaba pasando. Después de la tormenta siempre viene la calma –me guiño un ojo a la

vez que sonreía.

Intentando ayudarme a llevar mejor mi problema mi hermana me consolaba. No

supe que responder. Cabizbaja, me metí en el baño y cerré la puerta sin miramientos.

Se apreciaba la ausencia de energía en mi cuerpo, en mi alma, la desaparición de mi

felicidad me hacía más débil y, en consecuencia, perdía las ganas de seguir adelante

con mi vida. No podía seguir viviendo siendo un despojo para la sociedad. Necesitaba

algo más de cariño, un afecto mayor al que únicamente me ofrecía mi hermana

idéntica. Si ella me faltara alguna vez, mi existencia ya sí que podría considerarse como

nula. Sin Sophie, yo no soy ni sería… nada.

– ¿Un recuerdo de la abuela? –pensé recordando las palabras de mi hermana

Sophie. – ¿Para qué quiero yo un recuerdo así? Si cada vez que tengo ese maldito

sueño… siento que estoy al borde de la muerte – dije expresando dolor y enfado a la

vez.

Me acerqué a la bañera y abrí el grifo, giré la válvula hacia el agua caliente, puse

el tapón y comencé a quitarme el pijama.

–Necesito un buen baño y relajarme… –difamé entre suspiros.

Cuando la bañera estaba llena, cerré el grifo y me metí con cuidado para no

resbalar. El agua caliente me sentaba bien, aunque la tenía que poner ardiendo porque

al entrar yo, el agua se enfriaría mucho y a gran velocidad. Por suerte, Sophie se había

quedado al lado de la puerta del baño. Sabía que me vendría bien su presencia para

poder bañarme a gusto en invierno. Era pleno diciembre y el frío era insoportable,

aunque mi hermana como mucho, se ponía una chaqueta, nunca tenía frío. Era

increíble. En el momento en el que Sophie estaba cerca de mi persona el frío no

afectaba a nadie, por eso no se permitía dejarme sola.

– ¡Qué a gusto! –dije sumergiendo un poco más mi cuerpo en aquel cálido agua.

Estando totalmente relajada, de pronto, sentí un pinchazo en la espalda, justo

entre los omoplatos, tal y como en mi sueño. Me incorporé un poco y puse una mueca

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de dolor. Al sentir de nuevo otro pinchazo más fuerte salí de la bañera, cogí una toalla

para taparme y mantenerme un poco en calor y me acerqué al espejo. Me giré con

cuidado, tomé un espejo de mano y miré el reflejo del espejo de mano en el otro

situado enfrente de mí. Tenía cicatrices en la espalda y éstas estaban al rojo vivo. De

nuevo, un pinchazo inmenso me recorrió la espalda.

– ¡¡AHH!! – grité pues de dolor.

Solté el espejo de mano y éste impactó en el suelo. Intenté ocultar mis gemidos

de tortura, pero éstos eran muy fuertes y no pude evitar gritar nuevamente.

– ¿Nicole, qué ocurre? –preguntó asustada mi hermana al otro lado de la puerta

golpeándola con fuerza.

–Sophie… –tartamudeé como pude cayendo al suelo de la aflicción.

Mi hermana escuchó el impacto y se asustó más aún.

– ¡¡Nicole!! –gritó con fuerza y sin parar de pelear contra la puerta. No dejaba

de maldecir, no se perdonaría que me pasase algo.

Me intenté arrastrar hasta la puerta, pero el dolor era tan inmensamente fuerte

que no me permitía moverme. Todo ante mí se movía e incluso, la vista se me nubló.

–Ayúdame… –sollocé.

Finalmente, mi hermana, rendida, recurrió a avisar a nuestros padres.

–Nicole, voy a llamar a mamá y papá. No te preocupes, todo saldrá bien.

–Date prisa… –contesté entre lágrimas y dolor al pronunciar las palabras.

Mi hermana se separó de la puerta y comencé a helar el suelo. Eso nunca me

había pasado pero ahora mi frío era aún mayor, no sabía qué me estaba pasando.

– ¿Qué me ocurre? –grité desconsoladamente y retorciéndome en el suelo. Mis

lágrimas fluían con velocidad por mi frío rostro. El dolor era inmenso, aquel mal no

cesaba y mis lágrimas se congelaban al tocar el suelo.

En aquel momento, sin previo aviso, el dolor paró de golpe y el hielo

desapareció. Miré atónita a todos los lados y poco a poco me puse de pie. La cabeza

aún me daba vueltas pero desapareció a los pocos segundos. A duras penas me miré

en el espejo con miedo.

–Oh… dios mío… –dije asustada con los ojos como platos. No podía creer lo que

estaba viendo, ¡no podía ser verdad!

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Dos alas inmensamente grandes y de plumas blancas habían aparecido en mi

espalda.

Entonces la voz de mi hermana interrumpió mi trance.

–Nicole, he llamado a mamá y papá, pero no me cogen el teléfono, ¿estás bien?

Voy a llamar a algún vecino –me informó mi hermana con nerviosismo y preocupación.

–Sophie –comencé diciendo para contarle lo que estaba viendo ahora mismo,

pero, sin saber por qué, por primera vez en mi vida, le ocultaría algo a mi hermana

gemela. –Sophie… no llames a nadie… estoy… estoy bien –conseguí decir sin apartar la

mirada de aquellas alas albares que se reflejaban en el espejo.

– ¿Seguro? ¿Qué ha pasado Nicole? ¿De verdad que estás bien? ¡Me has

asustado mucho, joder! –interpeló atemorizada mi hermana.

–Me había resbalado, sólo ha sido eso –mentí a penas sin voz ya que estaba

atónita ante lo que estaba viendo.

Mis contestaciones eran muy poco creíbles y falsas, pero no podía hablar con

nadie en ese momento, no era capaz de decir nada y mucho menos justificar lo que

estaba viendo. No conseguía salir y enseñarle a mi hermana lo que me había pasado.

Estaba en un extraño y siniestro trance.

Mi hermana pareció tragarse mi mentira y no mencionó nada más. Se quedó

cerca de la puerta como anteriormente había hecho y puso música en la habitación.

Todo había quedado en un susto, pero yo sabía que mi hermana no se había creído mi

mentira… o eso pensaba yo.

– ¿Qué hago ahora? –dije en voz baja sin saber qué hacer con aquellas alas. –

No puedo salir así del baño.

Di mil vueltas y por fin decidí concentrarme en hacerlas desaparecer, pero no

dio resultado. Cuando ya estaba totalmente desesperada encontré mi solución en el

suelo del baño, una bolsita de cuero.

– ¿Qué es esto? –articulé al coger la bolsa que estaba al pie de la bañera.

Era muy bonita, en el cuero tenía incrustadas piedras brillantes blancas y

doradas. Abrí con delicadeza aquel saquito y miré lo que había dentro. Era polvo

brillante, parecía purpurina.

–Esto tiene que ser una broma –maldije mosqueada.

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Cogí un poco con los dedos pulgar e índice y sin saber por qué, los lancé hacia

arriba, dejando que cayesen sobre mí. Cuando vi que aquel polvo brillante caía en mi

cuerpo y en el suelo sentí ardiendo las cicatrices de nuevo. Contuve el dolor

agarrándome con fuerza al lavabo y cuando volví a mirar al espejo, las alas ya no

estaban.

– ¿Qué me está pasando? –mencioné observando mi reflejo. Me vestí. Cogí el

saquito, lo guardé entre la ropa del pijama y salí con miedo del cuarto de baño.

Temblorosa, anduve mirando al suelo sin decir ni una sola palabra.

–Nicole –dijo mi hermana de pronto acercándose para abrazarme. – ¿Seguro

qué estás bien hermanita? Me has asustado muchísimo –volvió a achucharme con

fuerza acurrucando su cabeza entre mi hombro y mi cuello.

–Sí… estoy bien –mentí de nuevo a mi mejor amiga, mi hermana.

Mis palabras articulaban que estaba bien pero mis ojos fríos y brillantes no

decían lo mismo, la confusión invadía mi rostro y parecía estar en otro planeta.

–No vuelvas a hacerme esto –alzó la voz Sophie enfadada.

Nuevamente se quedó oteándome y me abrazó con sus cálidos brazos.

Cada vez que Sophie me tocaba sentía algo extraño en mí, era como si ella

tuviese algo que hiciera cesar el frío de mi cuerpo. Fuese lo que fuese, aquella

anomalía gélida parecía ser indiferente al estar a su lado.

– ¿Por qué no podré ser una chica normal y corriente? –me cuestioné entre

suspiros.

–Nicole, ¿en serio estás bien? –se percató mi hermana de que parecía que me

sucedía algo bastante grave.

–Sí, no te preocupes, estoy perfectamente Sophie. Gracias por estar aquí

conmigo –dije segundos después de reaccionar, y seguidamente, al momento, me

aparté con brusquedad.

–Parece que has visto un fantasma, o algo sobrenatural que te ha dejado atónita

y sin palabras –dijo extrañada moviendo la cabeza hacia un lado cual mantis religiosa.

–No… –susurré recordando lo que había contemplado minutos antes en el

reflejo del espejo. –No ha sido un fantasma… sino un ángel… –difamé con una leve

sonrisa y la mirada perdida.

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– ¡Ay hermanita! Siempre con tus bromas…–rió interrumpiendo mi trance

Sophie. –Bueno, ¿has pensado en que vamos a hacer hoy? No querrás pasarte el

sábado estudiando, ¿verdad? –volvió a reír intentando animarme como de costumbre.

Suspiré de nuevo al ver que mi hermana no le había dado importancia a mis

palabras. Y me limité a responder a su pregunta.

–No sé… –contesté fría y confusa sin dejar de apartar mi mirada de ella ya que

no quería que averiguase que le estaba ocultando la verdad.

Mi hermana, moviéndose de un lado a otro en la habitación insistió en los

planes de nuestra tarde.

–Ese espíritu Nicole, que hay que vivir la vida. Venga, abrígate, vamos a dar una

vuelta –seguía animándome mi hermana mientras me empujaba hacia la puerta con

alegría y mucha energía.

No tenía ganas de ir a ningún lado, todo el mundo huye siempre de mí, pero si

voy con Sophie, todo parece cambiar. Ella es la más sociable de las dos y siempre es el

alma de las fiestas. Yo, por el contrario, soy el bicho raro al que todos ignoran e

intentan hacer el menos caso posible.

Mi hermana no tardó en quedar con la gente, cogió su móvil, hizo un par de

llamadas y ya teníamos plan. Yo sin embargo seguía en mis trece de no salir.

–Oye, Nicole. He quedado ahora con Mery, Chris y Oliver –me explicó para ver

si me convencía para dar una vuelta.

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Un paseo hasta el amanecer.

La contemplé atónita clavando mi mirada en ella, la cual aparté rápido para

evitar más problemas. No podía saber que ocultaba algo, ella me lo descubriría si la

mirase a los ojos mucho tiempo y tan directamente. Me conoce muy bien, por algo

comparte mi sangre, por eso es mi hermana gemela.

– ¿Chris? –dije con voz nerviosa mientras me ponía un abrigo y un gorro negro

que había cogido del perchero de la entrada.

Mi hermana sentada en un peldaño de la escalera me puso una mueca de burla.

–Algún día tendrás qué decírselo, ¿no?

–Pero Sophie… él jamás se fijará en mí y menos siendo la “monja” que todos

conocen –me entristecí dejando caer mis manos para pegarlas a mi cuerpo.

Mi hermana se levantó, se puso la chaqueta fina que tenía al lado y se acercó a

mí.

–Esto no durará mucho Nicole, yo voy a estar siempre contigo y haré lo que sea

por ti. Tú lo sabes. ¿De qué tienes miedo? No estás sola, yo estoy contigo y lo voy a

estar siempre. Jamás lo dudes, hermanita.

Suspiré y, sin importarme mirarla a los ojos, fijé mis pupilas en ella.

–No sé qué haría sin ti, Sophie –la abracé con ternura.

Mi hermana se apartó de mí lentamente con cuidado y me sonrió.

–Vamos –me sonrió de nuevo aproximándose a la puerta.

Rápidamente la abrió. Le devolví la sonrisa y me acerqué al vano.

Salimos pues de casa, yo abrigada hasta más no poder y mi hermana con una

simple chaqueta. No entendía cómo no podía tener nunca frío. Pero la verdad es que

me alegraba por ella, ya que yo lo pasaba mal con aquella baja temperatura. Por ello,

no le deseaba a mi hermana que sufriera como yo.

El frío invadía todo y la nieve cubría hasta el rincón más pequeño. Era precioso.

Nos dirigimos hasta el parque de la ciudad, dónde habíamos quedado con

nuestros amigos, o más bien, los amigos de mi hermana. Las calles estaban heladas y

los coches circulaban con las cadenas puestas, era el primer invierno que veía tan frío y

tan… blanco y bello.

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–Me encanta la nieve –le dije a mi hermana mientras oteaba atónita a todas

partes para poder observar mejor todos los lugares arropados por el manto gélido del

invierno.

–Yo prefiero el calor, la playa, la piscina… –sonrió añorando el verano Sophie.

Suspiré de tristeza.

–Lo siento hermana, no quería… –se disculpó Sophie sin acabar la frase.

–No pasa nada, algún día podré bañarme yo también –sonreí forzosamente para

que mi gemela no se preocupase.

Anduvimos en silencio el resto del camino ya que a Sophie le llamaron por

teléfono y yo, mientras, miraba fijamente al paisaje. Cuando llegamos al parque, Mery

y Chris estaban allí. Sophie se despidió de su llamada telefónica y corrió a saludar a sus

amigos.

–Cómo te envidio Sophie –pensé.

–He venido con mi hermana –dijo mi gemela sonriendo a sus amigos cuando les

saludaba.

Todos fijaron sus ojos en mi persona.

–Hola –me saludó Mery acercándose a darme dos besos, pero cuando

recapituló las habladurías sobre mí se paró en seco.

La chica de pelo corto y castaño me ojeó de arriba abajo y, cuando parecía que

me daría la espalda, sin saber cómo, se sintió segura y me dio los dos besos.

–Encantada –le dije cálidamente al recibir su saludo.

–Igualmente –sonrió la joven sin apartar sus ojos pardos de los míos.

Mi hermana se acercó a Chris y le saludó. Cuando Mery terminó conmigo se

acercó a abrazar a su mejor amiga, Sophie.

– ¿Qué tal el día? –preguntó Mery mientras se colocaba el bolso marrón que

llevaba colgado en el hombro izquierdo.

–Bien, aunque un poco movidito la verdad –dijo Sophie mirándome de reojo

refiriéndose a lo sucedido en el baño horas antes.

Mientras Mery y Sophie hablaban, Chris se levantó del banco en el cual estaba

sentado y se acercó a saludarme.

–Quédate dónde estabas –pensé con vergüenza mirando al suelo para evitar

fijarme en Chris.

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–Hola Nicole. Te conozco de clase, aunque hemos hablado poco –se presentó el

chico de ojos cobrizos.

El color de mis mejillas ya no eran rojizas producidas por el frío, sino por la

vergüenza de estar ahí hablando con él. El viento soplaba agitando mi pelo. No paraba

de colocarme el mechón que se me revolvía detrás de la oreja. Estaba muy nerviosa.

–Sí, yo también te conozco de clase –conseguí decir de manera inquieta y sin

poder parar los ojos en él.

–Pues encantado –dijo el chico sonriendo y mirando hacia otro lado.

Suspiré.

– ¿Por qué no me mira? –me entristecí. –Igualmente, encantada de conocerte,

Chris.

Mi hermana me miró y sonrió. Se alegraba de que hubiera hablado con Chris

pero, la verdad es que preferiría no haberlo hecho. Había actuado de manera

equívoca, Chris ahora ya no se acercaría más a mí, me mostré fría con él… aunque

desgraciadamente, me manifesté tal y como soy.

–Oye chicos, ¿sabéis dónde está Oliver? –preguntó Sophie.

–Es verdad, se me ha olvidado decírtelo –comenzó diciendo Mery. –Me lo he

encontrado antes de camino y me ha dicho que iba a ir un momento a casa de su tío a

llevarle un recado de su madre… o de su padre… o algo así –dudó la chica poniendo su

dedo pulgar en la boca sin acordarse de quién le había manado a casa de su tío.

–Vale, es que tengo ganas de verle –le dijo Sophie a Mery con voz baja.

–Y él a ti seguro que también, Sophie –se rió Chris acercándose más a ellas y

dejándome apartada.

Mi hermana le miró con cara de enfadada y luego comenzó a reírse junto a

Mery y Chris. Inesperadamente no pude evitar fijarme en algo: Chris iba igual que mi

hermana gemela, apenas iba abrigado; en cambio, Mery y yo íbamos con abrigos,

botas, guantes y gorro. Era todo muy extraño.

–Bueno Nicole, ¿qué tal estás? –me dijo mi hermana al acercarse a mí.

Yo estaba sentada en el banco donde había estado antes Chris. Me sentía un

poco incómoda al estar allí con los amigos de mi hermana, pero a la vez, me sentía

bien conmigo misma por poder hablar con alguien y no sentirme tan sola.

–Estoy bien, aunque muerta de vergüenza.

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– ¿Por Chris? –preguntó ella absurdamente.

– ¡Tsshh! –dije con cara de enfado. –No quiero que Chris se entere de eso.

–Lo siento hermanita, no quería molestarte –se disculpó la chica de los ojos

acaramelados semejantes a los de Chris.

–No pasa nada, es que me siento un poco incómoda… –dije con los mofletes

enrojecidos.

–Mmm, lo sé hermanita, llevas varios meses hablándome de Chris –sonrió

Sophie.

–Tonterías… –contesté poniendo los ojos en blanco.

–Sí, sí, tonterías –Repitió. – ¿Por qué no te lanzas? –dijo decidida.

Me sobresalté. La miré con una ceja arqueada.

– ¿Has pensando un poco antes de decirlo? Recuerda que soy la “rarita”…–

entristecí entre suspiros.

Me sentía mal, mi hermana siempre es la popular, la guapa, la sociable… A ella

le cuesta poco decir que intente acercarme más a Chris, pero, ¿cómo puede pensar

que él va a querer estar conmigo? Es imposible, todo el mundo habla mal de mí y me

tratan como si fuese de otro mundo, aunque pensándolo bien tienen razón, no soy una

chica… normal. Pero a pesar de todo eso… Chris miraba con cierta distinción a mi

hermana Sophie.

–Anda no digas tonterías, eres una chica guapísima y puedes conquistar al chico

que tú quieras y lo sabes, además seguro que a Chris le encantaría rozar esos labios tan

bonitos que tienes –me animó levantando mi cara con su cálida mano.

–Sophie, mi belleza es igual que la tuya, pero reconócelo, todo el mundo me

odia, nadie me quiere y mi vida es una mierda. Mi piel es tan fría como el hielo y mis

labios pálidos y helados, no me extrañaría que Chris quedara congelado nada más

tocarme.

–Nicole, no puedes esconder la frialdad de tu cuerpo. Es verdad que es algo

fuera de lo común pero nadie es igual, ni siquiera tú y yo que somos gemelas. Además,

la belleza de tu interior no se compara con nada, ni siquiera con una bella flor. Tú eres

única, y la más guapa de todas las chicas que conozco –me sonrió de nuevo.

Esbocé una sonrisa ante la objeción de mi hermana.

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–Pero, aún así Chris se quedaría helado con sólo tocarme –respondí con la

mirada baja.

Ojalá pudiera ser normal, ojalá pudiera rozar sus labios, aquellos labios que

tanto deseaba, que me atraían como si fueran imanes, pero sabía que eso no podía

ser. Mi hermana siempre estaba ahí aunque sea la “rarita”, aunque el mundo se me

caiga encima nunca se queda sin palabras para mí, es tan especial… pero a la vez tan

distinta a mí, tan perfecta y yo tan extraña. No dio tiempo a que Sophie soltara unas

cuantas palabras más para animarme, Chris estaba enfrente de nosotras.

–Chicas, vamos al cine, ¿os apuntáis? Así podemos hacer tiempo hasta que

llegue Oliver. Le ha mandado un mensaje a Mery y parece que le llevará rato. –

comentó el chico de mis sueños mientras guiñaba un ojo claramente dirigido a Sophie.

–Claro que nos apuntamos, ¿verdad Nicole? –dijo a la vez que me dio un

codazo.

–Yo… –tartamudeé sin saber qué decir ante mi inseguridad y mi miedo.

Mientras intentaba acabar la frase noté otro golpe más fuerte en el brazo y sin

pensarlo dos veces, asentí.

–Sí claro, vamos, estará genial –dije con una sonrisa falsa en la cara.

Nos levantamos del banco y un rato después de caminar seguidamente

estábamos sacando entradas para ver una película llamada “Un paseo hasta el

amanecer”. No había oído hablar de esa película, pero todos parecían tan seguros de

querer verla que decidí disimular y hacer creer a los demás que sabía del tema.

–Ir yendo a la sala que voy a por palomitas, esperarme allí- sonrío Chris.

Me quedé por unos instantes mirando aquella sonrisa tan perfecta e instantes

después alce un poco más la vista hasta sus ojos y, para mi asombro, nuestras miradas

se cruzaron. En aquellos segundos mi mente viajó por el universo, el color miel de sus

ojos se penetró en mi corazón como una espina. Hasta que reaccioné muerta de

vergüenza todo era perfecto, bajé la cabeza y seguí a mi hermana y a Mery que se

dirigían a la sala de cine. Sin darme cuenta Chris ya había desaparecido de mi vista.

–Nicole ¡vamos! Que te has quedado atrás hermanita –gritó Sophie.

– ¡Ah! Sí, ya voy –respondí.

Mi hermana nos repartió una entrada a cada una y se quedó con la suya y la de

Chris. Yo no dejaba de pensar en esa mirada, en esos labios, en él… Sin darme cuenta

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Chris ya había aparecido con dos paquetes de palomitas en la mano. Estaba hablando

con Sophie, seguramente se sentaría a su lado. Noté como Sophie le daba un pequeño

empujón en dirección hacia mí y poco después vi como mi hermana me guiñaba un

ojo. Yo me quedé atónita ante su gesto, no sabía que pretendía, entonces decidí mirar

al suelo y seguir con mi mirada los pies de Chris que cada vez se acercaban más a mi

lado.

–Bueno, creo que nos ha tocado sentarnos juntos –dijo el chico mientras me

sonreía con simpatía.

– ¿Te... vas a sentar a mi lado? –pregunté incoherentemente.

–Claro, me ha tocado este sitio.

“Me ha tocado este sitio” repetí en mi cabeza.

–No lo ha elegido él –suspiré dolida.

Instantes después dejó las palomitas en su sitio y se sentó. Sentía su presencia

cerca y eso me hizo ponerme muy nerviosa.

–Bueno ya empieza la peli –sonrió nuevamente cogiendo un puñado de

palomitas.

–Sí, tiene que estar interesante –contesté nerviosa sin apartar la mirada de la

gran pantalla.

–Coge palomitas, no te cortes –me dijo en voz baja sin dejar de mirarme.

–Ah sí, gracias –me limité a decir.

La película comenzó y todos nos quedamos atentos a las escenas. Así que la

película había avanzado un poco me di cuenta de que la chica de la película era un

tanto parecida a mí, un poco “rara”. Contaba la historia de Sheila, una chica a la cual

marginaban por su aspecto físico y la cual estaba enamorada del chico más guapo de

su instituto. Yo estaba atenta, me interesaba la historia. Pero luego pasó algo que me

dejó destrozada, la escena final, después de un largo paseo desde la noche hasta el

amanecer en la que Sheila contaba toda la verdad a César ,el chico que le gustaba, la

chica muere, se suicida después de sufrir el rechazo del chico.

Yo no lo pude evitar, antes de que terminase aquella escena salí del cine en

dirección a mi casa, no sé por qué asemejaba aquel acto a mi vida, a los sueños que

tenía desde la muerte de mi abuela y a Chris.

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–Disculpa… –dije con lágrimas en los ojos mientras me levantaba de mi asiento

con brusquedad.

Corrí y corrí. Entonces escuché una voz a mis espaldas. No era Chris.

–Nicole, ¿Dónde vas? –me detuvo mi hermana en la puerta del cine, ya que

salió detrás de mí al verme salir corriendo de la sala.

–Voy a casa, no me encuentro bien –contesté con los ojos llorosos y

enrojecidos.

– ¿Qué te pasa? ¿Voy contigo? –dijo preocupada sin parar de mirarme.

–No, tranquila, sólo es un dolor de tripa, quédate con ellos, luego nos vemos en

casa.

– ¿Segura? –preguntó acercándose a mí y agarrando con sus manos mi cara.

–Sí –asentí apartándome de ella con brusquedad.

Seguidamente me giré y sin despedirme salí de allí triste y confundida. No podía

dejar de pensar en que mi vida era una pesadilla.

– ¡Quiero despertar ya! –grité dolorida al entrar en un callejón no muy lejos del

cine.

De pronto comenzó a nevar de nuevo. Los copos caían y se deslizaban por mi

cara fría y pálida, entonces decidí correr hasta mi casa, tenia frío y quería descansar.

No podía borrar aquella imagen de mi cabeza. ¿Significaba algo aquel sentimiento que

notaba después de haber visto lo que hizo Sheila al sentirse desplazada de la sociedad?

No podía dejar de pensarlo, no podía vivir sabiendo que jamás sería normal. Chris

jamás me querría. A mi familia cada vez le costaba más adaptarse a mi frío y a mi débil

estado de ánimo. No podía continuar así mucho tiempo más.

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El mensajero celeste.

El frío rozaba mi rostro y el aire arrastraba la nieve en dirección contraria a mi

destino. Ir a contra corriente de aquel aire frío y fuerte era muy difícil, por ello, decidí

dar más rodeo pero ir más protegida del viento.

–Me meteré por este callejón y así evitaré un poco más el aire –dije

colocándome un poco el gorro.

El callejón era largo, no daba mucho miedo pasear por allí ya que pasaba mucha

gente para refugiarse de las bajas temperaturas y del gélido viento. Cuando me

acerqué al final del callejón escuché a alguien llamarme. Me giré para ver de quién se

trataba pero no había nadie. Las personas que habían estado en el callejón ya se

habían ido y ahora sólo estaba yo.

– ¿Quién anda ahí? –pregunté asustada sin dejar de mirar el callejón.

Pero nadie contestó a mi pregunta.

–Me lo habré imaginado –susurré apartando la mirada del callejón y fijándola

en la salida.

Continué andando y cuando estaba a punto de salir de allí alguien apareció

enfrente a gran velocidad, era un chico, de cuerpo fuerte y esbelto, iba con una

camiseta rasgada y pude observar algo que aún no tenía asimilado, unas alas grandes y

blancas como las mías. El chico me agarró llevándome velozmente a ras de la pared

hacia arriba. Una vez en el ático de aquel edificio me soltó con fuerza en el suelo del

mismo.

– ¡Arg! –me quejé de dolor al impactar contra el suelo de la azotea.

El ángel bajó con sus alas hasta la altura del suelo y comenzó a andar hacia mí

sin quitarme la vista de encima. Yo me asusté e intenté evitarle moviéndome hacia

atrás.

– ¿Quién eres? ¿Qué quieres? –dije con lágrimas en los ojos.

–Nicole… –dijo aquel ángel de ojos azul marino y pelo rubio alvino.

– ¿De qué me conoces? –continué preguntando asustada y sin parar de

moverme.

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El ángel se acercó a mí y se agachó ya que yo estaba sentada en el suelo desde

que me dejó caer en la azotea.

– ¡Contesta a mis preguntas! –le grité enfurecida.

–Soy Derek, un ángel como tú.

– ¿Cómo… yo? –dije mientras movía mi mano hacia mi espalda recordando mis

cicatrices.

–Te conozco desde hace tres años, desde que nos llamaste con tus sueños –me

detalló.

Me asusté ante su respuesta. ¿Qué sabía él acerca de mis sueños? No dejaba de

respirar con fuerza, el corazón se me aceleraba cada vez que decía algo sobre ángeles

o sobre mis sueños.

–No entiendo nada –murmuré.

–Nicole, vengo a traerte un mensaje, no puedo quedarme mucho tiempo –

explicó el chico de pelo alvino.

Le miré con odio y me levanté del suelo a gran velocidad.

– ¿Un mensaje? ¡Me lo podrías haber dicho antes de subirme así hasta aquí! –

grité enfadada golpeándole en el pecho con los puños cerrados.

El ángel esbelto me ignoró y continuó narrándome el mensaje.

–Me han enviado aquí para decirte que tengas mucho cuidado, no debes estar

con aquellos que nos desean la muerte.

Sus palabras se grabaron en mi cabeza pero ésta no encontró sentido a aquello.

–No te entiendo Derek, ¿qué ocurre? ¿Por qué me pasa esto a mí? –Cogí aire y

continué hablando. –Tengo miles de preguntas acerca de esto…

El ángel me interrumpió mientras me dio la espalda. En ese momento observé

la raíz de sus alas, como encajaban a la perfección en su espalda y entendí, el por qué

iba con la camiseta rota. Aquellas alas eran mucho más grandes que las que vi en mi

espejo.

–Volveremos a vernos Nicole, de momento tu obligación es no acercarte a

“ellos” –finalizó.

Me acerqué a él pero cuando estaba a punto de tocarle para llamarle la

atención y que me mirase para hablar, el chico echó a volar a gran velocidad, por lo

cual nadie podría haberle visto.

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–Genial, ¿y ahora cómo salgo yo de aquí? –dije asustada y asomándome por el

edificio.

Me acerqué al borde del bloque. Había mucha altura, me daba vértigo

asomarme.

– ¡Qué sepas que no pienso irme de aquí volando! –grité enfadada

pretendiendo que Derek me escuchase.

Me senté en la fría nieve y comencé a llorar ante mi ignorancia. No sabía qué

hacer, cómo actuar, no tenía idea de nada. Sin saber por qué, algo vino mi cabeza y sin

más preámbulos comencé a actuar. Me quité el abrigo y varias capas más que llevaba

para refugiarme del frío. Me quedé sólo con una camiseta, agarré mis prendas para no

perderlas y me puse en el borde del edificio.

–Si quiero respuestas, tengo que empezar a buscarlas. –dije cogiendo aire y

cerrando los ojos con fuerza.

Sin más preámbulos me dejé caer al vacío.

Sentí el aire, la velocidad y el frío. De pronto, abrí los ojos y mi camiseta

comenzó a rasgarse por mi espalda, unas grandes alas de pluma blanca, salieron de mi

espalda haciéndome sentir libre. Entonces noté como mi cuerpo se elevaba poco a

poco.

–Estoy volando… –dije sin saber si me alegraba o no.

A pesar de no saber si estaba feliz o no de estar donde me encontraba en ese

momento, esbocé una amplia sonrisa.

Comencé a volar más y más deprisa para que nadie pudiese ver aquel

espectáculo. Cuando estaba de camino a mi casa me di cuenta de algo, iba sin apenas

ropa y no tenía frío.

– ¡Oh! –dije de pronto escondiéndome detrás de un gran árbol de hoja

perenne.

Allí estaba mi hermana con Chris, Mery y Oliver. Por fin había llegado el chico

que tanto esperaba mi gemela.

–Tengo que llegar a casa antes que ella, sino se preocupará.

Volé a gran velocidad sin ser vista. Cuando llegué a mi casa entré por la ventana

de la habitación de mi hermana y mía. Teníamos una pequeña terraza y ahí me escondí

hasta que mi madre se fue de nuestro cuarto.

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–Mamá vete de ahí ya –dije preocupada y nerviosa.

Cuando mi madre abandonó la habitación entré por la puerta del balcón que mi

hermana y yo siempre dejamos abierta. Manías de hermanas. Nuestros padres nos

regañaban siempre por dejarla así, ya que la calefacción se perdía y salía por aquella

puerta. Entré corriendo pues en el baño y busqué el saquito de cuero.

–Oh no, lo tenía con el pijama –musité.

Salí despacio del cuarto de baño para no hacer ruido, cogí el pijama y encontré

el saquito. Sonreí y me fui rápidamente al baño de nuevo. Usé los polvos y mis alas

desaparecieron sin problema.

–Mierda –dije al verme en el espejo. No todo había salido como me esperaba.

La camiseta se me había roto. Me cambié de ropa y la camiseta rasgada la

escondí en mi armario. Entonces escuché a mi hermana llegar.

– ¡Ya estoy en casa! –gritó.

Bajé corriendo las escaleras y saludé a Sophie.

–Hola –sonreí nerviosa y con falsedad.

–Hola Sophie –saludó mi madre que apareció por la puerta que conectaba el

salón con el hall.

Mi madre al observarla miró hacia la escalera y se sorprendió sobresaltándose.

–Nicole, ¿cuándo has llegado? –preguntó acercándose a mí confundida.

Sonreí sin saber que contestar.

–Hace bastante –me excusé poniendo cara de extrañada.

Mi madre se sorprendió de nuevo y frunció el ceño desconcertada.

–Hija no te he visto llegar, ¿cómo es que no me has saludado? –se enfadó.

Puse cara de asombro ante su pregunta, ya que no sabía qué contestarla para

que no supiese que la estaba mintiendo.

–Pero si te saludé mamá.

Mi madre dudó pero ignoró lo sucedido. Dijo que a lo mejor no me escuchó por

lo atareada que estaba y me pidió disculpas por no haberme visto. Nuestra madre se

fue pues a la cocina. Mi hermana me preguntó qué tal el dolor de tripa y de nuevo,

volví a mentirla. Le dije que bien, cosa que era cierta ya que no tenía ningún dolor y mi

tripa estaba perfectamente.

– ¿Qué tal al final? ¿Has visto a Oliver? –pregunté aún sabiendo ya la respuesta.

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–Sí, vino bastante tarde y apenas he estado con él –se entristeció mi hermana

dejando las llaves en la mesa de la entrada.

–Bueno tranquila hermanita tienes muchos días para verle –sonreí.

–O no, quién sabe, la muerte es vecina de todos –me sorprendió mi hermana

con aquellas duras palabras.

Miré atónita a mi hermana y negué con la cabeza. Me acerqué a ella.

–Anda Sophie no digas tonterías –le dije seriamente –que tú aún tienes mucha

guerra que dar.

Reímos las dos.

–Bueno espero verle mañana…me muero de ganas –me dijo con una sonrisa

tierna y llena de amor.

–Tranquila hermanita, verás cómo sí –la animé para que no dejase de tener

esperanza.

Se notaba que mi hermana estaba locamente enamorada de Oliver y eso me

alegraba porque en el fondo yo tenía miedo de que acabara estando con Chris, no sé

porque me daba la sensación de que Chris quería algo más que una amistad con ella.

–Chicas venir a cenar –nos llamó nuestra madre.

–Ya vamos –contesté.

Al instante nos dirigimos a la cocina donde mi madre nos tenía preparados un

buen plato de sopa calentita pero yo hoy no quería comer nada. Sophie y yo nos

sentamos al lado como de costumbre y mi madre nos sirvió un plato de sopa caliente

para combatir el frío.

– ¿Sopa? –gruñó Sophie.

–Sí, es perfecta para el frío –contestó mi madre.

– ¿Frío? No todos tenemos frío –rió ya que ella jamás lo sentía.

Cogí un poco de la exquisita sopa de mi madre con la cuchara y lo acerqué a mis

labios pálidos y gélidos pero cuando fui a probarla me di cuenta de que la sopa se

había congelado antes de que pudiera llegar a mi boca. Como un acto reflejo posé la

cuchara en el plato mientras una lágrima recorría mi cara. Poco después me levanté.

–Mamá no tengo hambre…me voy a dormir… estoy cansada.

–Pero Nicole come algo, no puedes estar tanto tiempo sin probar bocado… –me

dijo mi madre preocupada.

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Ignoré sus palabras y me fui a la habitación llorando.

Estoy harta de mi vida, harta de todo –murmuré – ¡No puedo más! –Suspiré de

dolor. – ¿Por qué todo me tiene que pasar a mí? ¿Qué soy? ¿Qué me está pasando?

¿Por qué no puedo ser una chica normal? –seguí llorando.

Entré en mi habitación, alcé la vista y me quedé con cara de asombro.

–Derek – bisbiseé.

–Sí, soy yo pequeña, creo que necesitas un pequeño empujón…–contestó.

– ¿Un empujón? ¿De qué hablas? Dime qué me está pasando, ¿Por qué congelo

todo lo que acerco a mí? ¿Por qué me salen alas y puedo volar? ¿A qué te referías con

lo de no acercarme a los que no desean la muerte? Explícame todo que me estoy

volviendo loca –alcé la voz de la manera más nerviosa posible.

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Luzbel entre las sombras.

–No puedo responder a tus preguntas, sólo tengo autoridad para decirte que

busques en tus sueños. Recuerda “aquel que piensa, sueña”.

–Por favor necesito que me lo expliques, me dijiste que eras un ángel como yo,

no entiendo nada, ¿un ángel?

–Indaga en tus sueños –repitió, y poco después desplegó sus alas y salió por la

ventana, desapareciendo entre las cortinas color cobalto.

Corrí hacia allí intentando que no se fuera.

–Espera, ¿por qué te vas? Si quieres ayudarme… ¿por qué me dejas aquí más

confusa de lo que estaba? –grité mientras cuantiosas lágrimas recorrían mi mejilla,

pero era inútil Derek se había marchado.

Cerré la ventana, pues el frío que entraba era congelador y después di un

pequeño puñetazo en el tabique. Para mi asombro en el impacto saltaron un montón

de cristales.

–Oh mierda –gruñí. –No puede ser –me sorprendí. –No son cristales –pensé. –

¡Es hielo! –desvarié.

¿Qué estaba pasando? Sólo había dado un golpe a la pared, ¿por qué apareció

toda esa escarcha? Y lo más importante, ¿brotó de mis manos? Estaba delirando.

–Oh dios, no puedo más –musité.

Todo era muy extraño, estaba claro que algo me pasaba, pero ¿el qué?, ¿era un

ángel? Es tan fuera de lo normal todo.

Derek me dijo que encontraría mis respuestas en mis sueños, pero mis utopías

siempre son idénticos, me ahogo y me salva una figura femenina, ¿qué puedo sacar de

ahí? Como no encuentre la solución a este problema me voy a ofuscar demasiado. No

podía dejar de darle vueltas a todo lo ocurrido aquel día y tampoco mi mente se libró

de pensar en Chris, pero ¿qué podía hacer?

–Un momento, Derek me mencionó “aquel que piensa sueña” –musité. –A lo

mejor se refiere a que tengo que pensar en todo lo que me pasa para poder soñar con

ello y encontrar las respuestas. No será difícil no puedo dejar de darle vueltas.

–No sé, es todo tan peculiar –gruñí.

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Minutos después de estar recordando todo aquello me metí en mi cama.

–Qué frío –lloré.

Seguí llorando mientras sentía el frío entre mis sabanas, y además notaba la

ausencia de algo, pero no sabía qué era lo que me faltaba.

–Qué sueño –bostecé.

Y de nuevo estaba ahí, la oscuridad me inundaba en una terrible pesadilla como

de costumbre.

– ¡Ah!, me ahogo –desesperé. –Socorro… –murmuré con voz afónica.

–Tranquila casi hemos llegado –me sorprendió una voz.

– ¿Eh?

Alguien me agarraba y me trasladaba, pero ¿quién? No veía nada, todo estaba

oscuro y el frío que sentía mi cuerpo se transformó en calor.

–Déjala, no es de los nuestros –oí poco después.

–No la pienso dejar.

¿Quién hablaba? ¿Quién estaba ahí?

– ¡¡No!! ¡Nicole! –gritaba la persona que me salvaba siempre de la lobreguez.

Al instante de aquellas voces noté como quien me sostenía con sus cálidos

brazos me soltaba y caía al vacío, entre la nebulosidad de aquel lugar.

–Socorro –bramé nuevamente.

El dolor en la espalda volvió a surgir.

– ¡Ahhh! –grité una vez más.

Mis preciosas alas brotaron en mi espalda y me pude mantener en la oscuridad

entre el frío que sentía mi cuerpo débil y confuso.

– ¿Quiénes sois? ¿Qué es esto? ¿Dónde estoy? –chillé desesperadamente.

– ¡Nicole! No vengas, no –oí.

No me lo podía creer, no entendía nada, pero no hice caso a la voz y me fui

acercando sin saber que iba a encontrar allí.

–Nicole, Nicole, ¡Nicole despierta!

– ¡Ah! –me desvelé.

–Hermanita, ¿te encuentras bien? No haces más que gritar. ¿Tenías una

pesadilla otra vez?

–Sí…

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–Bueno tranquila, ya pasó –me tranquilizó.

– ¡Mierda! –pensé. –Estaba a punto de descubrir algo y me tenía que

despertar… –murmuré.

– ¿Qué? –dijo Sophie sorprendida ante mis palabras musitadas.

–Nada –contesté rápidamente.

– ¿Estás bien?

–Sí, no te preocupes tanto por mí, ya sé que no soy como tú, que nadie me

quiere, pero sé valerme por mí misma ¿vale?

–Bueno, bueno… calmate, sólo quería ayudarte…Me voy a la cama, buenas

noches hermanita –se despidió acurrucándose en su lecho.

–Hasta mañana –contesté sin complicación alguna.

Me volví a meter entre mantas y me puse a dar vueltas, para un lado, para otro,

otra vez para el anterior.

–Puff no puedo dormir –me inquieté.

Después de estar moviéndome en la cama como media hora decidí levantarme.

Me fui a la cocina a beber un poco de agua, tenía la boca reseca.

– ¿Qué me está pasando? –articulé sentándome en una silla de la cocina.

Eché un trago de agua y cuando ingerí observé una figura extraña en el pasillo,

estaba subiendo las escaleras.

– ¿Eh? –desvarié pensando en que lo que estaba viendo era solo un objeto de

mi imaginación.

Me acerqué poco a poco a la puerta de la cocina y miré a escondidas. Aquella

silueta ya no estaba en los peldaños.

–Me lo habré imaginado –suspiré aliviadamente.

Me giré para dejar el vaso de agua en la mesa cuando ante mí apareció aquel

personaje vestido de negro. Cuando fui a gritar, aquella persona me tapó la boca con

su mano y sus guantes negros aprisionaban toda mi cara. Pataleé con firmeza pero ese

individuo era muy fuerte y corpulento. Sinceramente, me recordó muchísimo a Derek.

–Socorro –expuse malamente.

–No vocees y así no te pasará nada… de momento.

Cuando dijo “de momento” mi corazón dio un vuelco, ¿me iba a matar?

– ¿Qué te dijo el ángel? –me preguntó aquel hombre al cual por fin vi el rostro.

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Era muy moreno, con los ojos castaños claros y el pelo negro. Tenía una cicatriz

en la mejilla y un pendiente en la oreja.

– ¿De qué me estás hablando? –dije cuando el hombre me quitó la mano de la

boca y me puso una navaja en el cuello.

–No te hagas la tonta o sino… lo pagarás caro –me amenazó.

Mis lágrimas corrían velozmente por mi cara.

–Derek no quería nada, sólo me dijo que pensara lo que quería soñar.

– ¿Derek? Ese maldito ángel protector no se va a quedar nunca quietecito… –

expresó con odio aquel hombre, como si supiese de quien se trataba.

–Él sólo quiere ayudar –le dije intentando separar mi cuello de la navaja.

El hombre me miró con rencor y apartó la navaja.

–Te dejaré vivir si me llevas ante tu hermana.

– ¿¡QUÉ!?

El hombre se enfadó y me volvió a poner la daga en el cuello, después me

agarró un brazo con su otra mano.

–No vuelvas a levantar el tono, ¿no querrás que nos descubran, no? –dijo aquel

ser con frialdad.

Negué con la cabeza ante la petición de aquel sujeto.

–Muy bien, entonces acabaré contigo e iré a buscarla yo solito.

– ¡Espera!

El hombre de pelo negro me miró y sonrió.

–Así me gusta, ahora llévame ante ella.

Me separé de él poco a poco y ambos nos quedamos de pie uno frente al otro.

– ¿Qué vas a hacer? No la hagas daño… –lloré.

–No la haré ningún perjuicio, pero si lo que te preocupa es que la mate puedes

estar tranquila, no quiero sacrificarla, a ella no –dijo pícaramente.

Temblé ante sus vocablos y sin más miramientos me dirigí con temor hacia la

habitación. Mis padres dormían, mi padre había llegado justo cuando yo me subí de

cenar. Sophie yacía en su cama, desarropada y con un pijama de verano.

–Es muy guapa –dijo el hombre de la cicatriz.

Le miré con odio y me separé de él.

–Aquí la tienes, ¿qué vas a hacer ahora?

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El hombre no me contestó, metió su mano en un bolsillo y sacó algo grisáceo

que no pude apreciar bien.

– ¿Qué… qué piensas hacer con eso? –interrogué mientras me acerqué a él

rápidamente para que no pudiese hacer nada fuera de lo común.

El hombre misterioso extendió su mano hacia mí y mi cuerpo quedó fijo a la

pared. No podía mover ni una sola articulación, sentía mi cuerpo atrapado, inmóvil.

–Pronto estarás con nosotros Sophie, pronto te sacaré de este maldito lugar –le

susurró aquel hombre a mi hermana mientras le abría la boca con delicadeza y le daba

aquella cosa gris.

No pude gritar, llorar o patalear; estaba atónita, no sabía qué hacer ni cómo

reaccionar, estaba muerta de miedo.

–Ya está, ¿has visto qué fácil, Nicole? –dijo con un tono de voz seductor pero a

su vez aterrador.

Me asombré al darme cuenta de que él sabía nuestros nombres.

– ¿De qué nos conoces?

–No todo se ve desde arriba… –rió sin carcajada, sólo esbozó una sonrisa e hizo

un amago de carcajada.

– ¿Cómo te llamas? ¿Quién eres? –pregunté con insistencia al intentarme

separar de él.

El hombre se acercó a la ventana, abrió la puerta del balcón y se giró para

contestarme.

–Soy aquel que tanto teméis los de vuestra especie. Estoy deseando que llegue

el día en el que todos vosotros estéis muertos.

Al decir aquello el hombre se marchó. La fuerza que me mantenía contra el

tabique desapareció y corrí hacia la terraza en busca del hombre misterioso, pero allí

ya no estaba.

–Sophie… –dije al fin.

Me acerqué a ella y la observé con arrepentimiento.

– ¿Qué te ha hecho? ¡¿Qué te he hecho?! –lloré sobre su cama.

– ¿Nicole? –contestó ella adormilada.

Me sobresalté y la miré fijamente. Mi hermana tosió fuertemente.

– ¿Estás bien?

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–Sí, sólo que me raspa la garganta, es como si hubiese fumado muchísimo –se

extrañó, ya que ella no fumaba.

Intenté contarle lo sucedido pero no me salieron las palabras adecuadas para

explicarle aquello, nuevamente pues, mentí a mi hermana y me guardé lo que había

vivido. Sólo quería contárselo a Derek e intentar que me resolviera alguna duda,

intentar averiguar todo lo que estaba pasando.

–Voy abajo a beber un poco de agua –me dijo mi hermana.

–Yo acabo de ir… así que me voy a intentar descansar.

–Muy bien, hasta mañana hermanita –me sonrió con dulzura.

La miré sonriente y me adentré en mi cama. Tenía mucho miedo, había estado

al borde de la muerte hace unos instantes y en vez de contárselo a mi hermana, la cual

estaba involucrada, me quedé en silencio enterrando aquella pesadilla en mi interior.

No entendía qué había pasado, lo único que pude llegar a comprender mientras

intentaba dormir tranquilamente fue que ya sabía que era lo que me faltaba, el calor

de mi hermana, necesitaba su presencia cerca de mí, era algo inusual pero real, ese

calor era necesario para mi cuerpo frío, Sophie era imprescindible en mi vida.

Cerré los párpados con miedo e intranquila, no quería volver a recrear lo

sucedido hace un rato. De nuevo, el sueño se repitió, aquella angustia me acompañaba

cada vez que intentaba dormir, aunque esta vez había algo distinto, era la utopía en la

cual casi descubro algo, pero por desgracia siempre se cortaba en el mismo sitio. Por

suerte, al cabo de tres años, ya había avanzado algo en aquella maldita pesadilla.