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Emma Hillman Un Ultimo Intento

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EMMAEMMA HILLMANHILLMAN

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Índice

Argumento ....................................................... 4 Prólogo ............................................................. 5 Capítulo Uno: Atada por amor ......................... 9 Capítulo Dos: Nunca jamás ............................ 15 Capítulo Tres: Un poquito más ....................... 19 Capítulo Cuatro: Dejarse ir ............................. 22 Capítulo Cinco: Una cuestión de confianza .... 25 Capítulo Seis: Rápido y lento ........................ 29 Capítulo Siete: Un nuevo comienzo ............... 33

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AARGUMENTORGUMENTO

Simon le dijo algunas cosas realmente crueles a su esposa y ahora ella no le perdona. Incluso le ha pedido el divorcio. ¡Divorciarse! Y como ella no le dirige la palabra, ni siquiera puede pedirle disculpas con propiedad. Así que, ¿qué puede hacer un marido en estas circunstancias?

Reese se despierta al día siguiente para descubrir que está esposada a la cama. No tiene otra opción que escucharle.

Concentrado en probarle que realmente la adora a ella y a sus curvas, Simon aprieta todos los botones correctos pero... ¿bastará para volver a capturar el corazón de su mujer?

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PrólogoPrólogo

—¿Tenemos que hacerlo?

Simon dejó escapar un suspiro, claramente exasperado por la respuesta de su esposa.

—¡Vamos, no es como si fuera el fin del mundo!

Ella parpadeó.

—No estoy diciendo eso, sólo es que... ¿Por qué no vas solo?

—¡Porque se supone que es un día en familia!

—Estoy segura que puede ocurrírsete una excusa. —Ella ignoró su mirada y se metió el último pedazo de carne en la boca.

—¿Por qué, Reese? ¿Por qué necesitaría una?

Los ojos de ella brillaban.

—Sabes que no puedo ir a una fiesta en la piscina. Quiero decir, podría, pero no voy a usar un traje de baño. No lo haré.

—¡Mierda! —estalló él, dejando caer el vaso sobre la mesa de la cocina—. ¿No puedes pensar en alguien que no seas tú por una vez? ¡Son mis colegas, la gente que veo todos los días! ¡Necesito ir allá y jugar a las familias felices!

—Tú no tienes que hacerlo —le espetó ella en respuesta—. No es como si necesitaras un ascenso.

—No necesito uno, no, pero quiero uno. Por lo tanto, nosotros vamos. ¿Capsici?

Reese se limpió la boca con cuidado antes de poner la servilleta junto al plato.

—No.

—¿No? —repitió él, la voz elevándose junto con su genio—. ¿Cómo que no?

—¡No voy a usar un traje de baño, así termino pareciendo absurda frente a todo el mundo! Tú quieres ir, entonces ve. No me importa. —Su silla se deslizó hacia atrás cuando ella se paró bruscamente, ignorando la mirada furiosa proveniente de su marido.

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—Esto se está volviendo tedioso, Reese —le dijo cuando ella comenzaba a alejarse—. Si tienes tanto miedo de parecer absurda, entonces pierde el puto peso. No es tan complicado, ¿verdad? —Ella se quedó helada y poco a poco se volvió hacia él. Sin embargo, él no había terminado—. Estoy cansado de tener que lidiar con tus inseguridades. ¡Sólo crece ya y haz algo al respecto!

—¿Perdón?

Él la miró y pareció sorprendido por el modo en que el rostro femenino se había endurecido.

—Sabes lo que quiero decir, nena.

—Te has cansado de mí, ¿no es eso?

—No, no es lo que quise decir —suspiró—. Es simplemente que, la forma en que a veces eres es un sufrimiento. Si no eres feliz con tus curvas, entonces haz algo al respecto. Comienza una dieta. Ven al gimnasio conmigo. ¡No lo sé! Sólo hazlo ya, así podemos superarlo y…

—¿Y podemos ir a la fiesta de tu empresa en la piscina para que puedas desfilar delante de todo el mundo?

—Sí. ¡No!

—Ya veo. —Ella se mordió el labio inferior, con la suficiente fuerza como para estremecerse levemente por el dolor.

Con una última mirada a su esposo, se volvió y salió con paso airado de la habitación. Él gritó su nombre, pero ella lo ignoró. Su pequeño discurso había sido lo suficientemente claro después de todo.

* *

—No hagas esto, Reese.

Ella lo ignoró como lo había estado haciendo durante las dos últimas semanas. Continuó con su vida: ir a trabajar, hacer la colada, prepararse la cena. No había cambiado mucho, excepto por el hecho de que no le recogía la ropa sucia, ni cocinaba sus platos favoritos.

Se había mudado a la habitación de huéspedes, sus ropas ya no estaban metidas con las de él en el ropero. Su escritorio, su ordenador portátil y sus estanterías. Todo había sido trasladado a la otra habitación.

Y él ni siquiera lo había visto venir.

Oh, había sabido que ella estaba enfadada después de esa discusión. Que se había extralimitado, pero él había estado tan enojado que no había podido callarse. Había pensado que ella se calmaría y le perdonaría. Incluso se había levantado más temprano al día siguiente y le había comprado unas flores. Sin embargo, su oferta de paz había ido a parar a la basura. Tendría que haber entendido que esto era diferente.

Tal vez entonces no habría estado tan sorprendido cuando el abogado de Reese lo llamó y le dijo que ella quería el divorcio. No una separación,

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ni siquiera un juicio, sino un divorcio. El abogado le había dicho que todo estaba más que claro y que no debiera tomar mucho tiempo. Y Simon se había sentado allí, los ojos clavados en la distancia, mientras se daba cuenta que su vida como la conocía estaba acabada.

Su esposa lo iba a abandonar.

Dolía.

No ayudaba el que supiera que él era el motivo. Había dicho algunas cosas desagradables. Censurables. Cosas que ni siquiera quería decir. Él la amaba, con curvas y todo.

Siempre lo había hecho.

Había estallado de rabia, la había atacado donde sabía que le dolería y ahora ella nunca se lo perdonaría.

Inspirando profundamente, la miró y lo intentó de nuevo.

—Nena, por favor.

—No estoy bromeado, Simon. Quiero que te vayas de aquí.

—¡Esta es también mi casa!

Ella se encogió de hombros, evitando su mirada.

—Tal vez, pero no puedo soportar seguir viviendo contigo.

—¿Entonces por qué no te vas? —Cerró los ojos cuando se dio cuenta de lo que acababa de decir.

¡Se suponía que iba a pedir disculpas, no a echarla a empujones!

—No, olvida que he dicho eso.

Ella resopló.

—No me voy porque me encanta esta casa. Y no quiero que tú la tengas.

—Reese… —Él dio un paso adelante—. Por favor, no hagas esto. —Ella le miró a los ojos esta vez. Él se estremeció cuando vio que tan inexpresivos estaban—. ¿Nena?

—Tú no tienes ningún derecho a seguir llamándome eso. ¿Por qué no subes a hacer tus maletas?

—¡Porque no quiero irme!

—¡Jódete! —Ella se dio media vuelta y salió a zancadas de la habitación.

Simon oyó las puertas acristaladas abrirse y avanzó para verla salir. Siguió observando mientras ella se sentaba en una silla de la terraza mirando hacia el jardín, la espalda tensa como si se aferrara a su control. Estaba herida, eso era fácil de ver.

¡Mierda! Se metió bruscamente las manos en los bolsillos y se quedó allí parado, preguntándose qué hacer. Necesitaba hacerle entender que todavía la amaba. Que había sido un idiota por decir esas cosas. Que no

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había querido decirlas, no realmente. Pero ella apenas le dirigía la palabra estos días, ¡y ahora incluso le estaba pidiendo que se mudara! ¿Cómo podría hacerla cambiar de opinión si ya no tenía más acceso a Reese?

Frotándose la frente y sintiendo que un gran dolor de cabeza se avecinaba, se aisló en su oficina. Horas más tarde, había aparecido con un plan. Que no era infalible, pero era todo lo que tenía.

Eso y el recuerdo del pasado amoroso de los dos.

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Capítulo Uno: Atada por amorCapítulo Uno: Atada por amor

Reese había tenido unas semanas de mierda. Solicitar el divorcio había sido la cosa más difícil que había tenido que hacer jamás, pero de ninguna manera le perdonaría a Simon lo que había dicho. Aunque era algo más que sus palabras; fue el darse cuenta que él había estado mintiendo todos aquellos años. Que él, de hecho, no la había amado como ella; que Reese había sido una desilusión constante. Aunque ella ya se lo había dicho cuando empezaron a salir, hacía tantos años. Había sido demasiado guapo para ella, pero se había enamorado como una tonta por su encanto fácil e intensas miradas. Incluso en esa época había visto la forma en que la gente los miraba, seguramente preguntándose por qué estaba con ella. No era fea pero tampoco nunca la llamarían guapa. En comparación su marido era un dios. Si pudiera retroceder en el tiempo, le diría a su yo más joven que no confiara cuando las cosas parecieran demasiado buenas para ser verdad. La realidad siempre volvía para morderte en el trasero.

Aquella mañana se levantó de nuevo con un humor tan sombrío como sus pensamientos.

Estaba cansada de vivir esta vida en suspensión, de ahí que le pidiera a Simon que se mudara.

Tal vez si no lo veía cada día sería capaz de avanzar. Quizás dejaría de lamentarse por su vida de antes. Tal vez pararía de echar de menos al marido que una vez fue…

Sus ojos se abrieron con un revoloteo, echando un fugaz vistazo a la habitación a la que todavía no se había acostumbrado. Echaba de menos su cama y su antigua habitación, pensó mientras se giraba de lado solo para detenerse de golpe.

—¿Qué? —inclinó la cabeza hacia atrás y jadeó cuando vio sus manos atadas a la cabecera.

El miedo la espoleó y se le aceleró el ritmo cardiaco cuando se dio cuenta de que estaba esposada a la cama.

—Shhh —sonó una voz masculina, provocando que sus dedos se agarraran el uno al otro—. Soy yo.

Ella agitó la cabeza.

—¿Simon?

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—Hola, nena.

Sus ojos relampaguearon cuando lo vio sentado en la butaca al otro lado del dormitorio.

—¿Qué has hecho? ¿Por qué estoy atada?

—Tenemos que hablar y tú sigues ignorándome.

—¿Así que pensaste que esposándome a la cama era la manera de actuar? —alzó la voz.

Él se encogió de hombros.

—Sip. De ese modo, no puedes huir.

Sin palabras.

—Esto no es divertido, Simon. ¡Desátame!

—No. —Cruzó los brazos sobre el pecho y se reclinó contra el cuero suave, su mirada moviéndose sobre la forma parcialmente cubierta—. Me gustas así.

—¡Vaya! ¿Así que ahora te gusto?

Simon cerró los ojos como si le doliera. Cuando los abrió de nuevo, el pesar cubría su rostro.

—Reese, yo nunca… nunca quise hacerte daño. Tienes que creerme. Yo…

Ella lo interrumpió:

—¡Me da igual! Ya eres mayorcito, Simon. Podrías haberte detenido pero no lo hiciste. Evidentemente querías decir lo que dijiste. Fin de la discusión. Ahora, ¡quítame las esposas!

—No —él ya estaba negando con la cabeza—. Eso sería demasiado fácil. Sé que piensas que te he estado engañando todos estos años, pero nena, no lo he hecho. Te quiero, ¿no lo ves? —Ella resopló pero él lo ignoró—. Te quiero. Supongo que ya es hora de recordártelo.

—¿Recordármelo? —No pudo evitar preguntar.

Él no le respondió mientras se levantaba y acercaba la butaca a la cama. Ella le observó moverse, comiéndoselo con los ojos mientras estaba de espaldas. Sólo llevaba unos vaqueros que le colgaban bajos de cintura y el pecho desnudo. Él sabía lo que le gustaba, ¡maldita sea! Siempre había estado loquita por sus abdominales, adoraba el modo en que su piel era lisa y dura a la vez. Se había pasado innumerables horas durante los últimos años tocándole y besándole en ese lugar. Simon se giró y ella se concentró en otra cosa, intentando ignorar el modo en que sus entrañas se encogieron.

Por supuesto, aquello no duró mucho. Tan pronto como ella vio lo que él agarraba con ambas manos intentó incorporarse. ¡Tenía que largarse!

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—Así que, ¿por dónde íbamos? —preguntó él mientras se acomodaba de nuevo en la silla.

Pasando el dedo sobre la punta del lápiz de carboncillo, movió el lienzo blanco sobre su regazo hasta que lo tuvo en posición.

—No lo hagas, Simon. Por favor. Sólo suéltame y olvidaremos que esto ha sucedido.

Él no pudo evitar sonreír ante su tono desesperado.

—Ah no, cariño, creo que no.

—¿Por qué lo estás haciendo?

—Ya sabes por qué. ¿Te piensas que puedes pedir el divorcio y que yo te seguiré el juego la mar de feliz? Lo que no entiendes, Reese, es que yo no lo quiero. Te quiero a ti. Eres mi mujer y me parece que ya va siendo hora de recordártelo.

—¿Qué tiene que ver esto? —Ella intentó ignorar el modo en que la estaba mirando por encima del papel blanco.

—Te deseo, pequeña. Desde aquel primer día en la playa hasta ahora, siempre te he deseado.

—No, no me deseas —contestó automáticamente, acrecentando el daño en su interior.

—¡No me digas lo que siento! —Cerró los dedos sobre el lápiz—. Tal vez me haya comportado como un gilipollas, tal vez he dicho cosas que lamentaré toda mi vida, pero te quiero, ¡maldita sea!

Jadeando como si hubiera corrido una maratón, se obligó a calmarse. Siguiendo con los ojos las curvas bajo la delgada sábana, respiró profundamente y levantó el lápiz.

—No lo hagas, Simon. —Reese se lo quedó mirando, rogando en silencio que parara de dibujar antes de que él siquiera hubiera empezado.

—Demasiado tarde —contestó justo antes de su primer trazo.

* *

No se dio cuenta de ella sentada en el banco a su lado. Estaba demasiado atrapado en su dibujo, intentando capturar la escena de la playa justo como era en ese preciso instante. La luz era perfecta, las olas y el cielo se fusionaban en un calidoscopio de azules que él intentó memorizar para así poderlos pintar más tarde. Tenía que comprar más gouaches, pensó, su mente dando vueltas ante la docena de posibilidades que tenía frente sí.

Perdido en su propio pequeño mundo, sólo volvió de golpe al presente cuando sintió una mirada insistente sobre él. Giró bruscamente la cabeza hacia la izquierda y la pilló mirando.

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Seguramente ella era de su edad, iba enfundada en una blusa de un rosa vibrante y unos capris color caqui.

El bonito cabello castaño le caía en cascada por la espalda, pero no era su tipo. Aún así, había algo en ella. Sí, eso era… Reconoció la excitación en sus ojos claros y se olvidó completamente de sus curvas demasiado pronunciadas.

Lo estaba mirando, embelesada. Sin embargo no estaba haciendo nada. Contemplaba su boca abierta cuando ella le dijo una única palabra:

—Dibuja.

Él parpadeó.

—¿Qué?

—Sigue dibujando. Por favor.

Así que lo hizo. Pero esta vez era consciente de su cercanía. Seguramente demasiado consciente. Ella empezó a moverse inquieta con las manos apretadas en el regazo, mientras él añadía definición a su esbozo con trazos seguros y rápidos.

Ella gimió, un suave sonido que lo atravesó. Miró atrás, hacia ella, pero la mujer ni se dio cuenta. Sus ojos estaban medio cerrados, los pezones sobresalían bajo su delgado top. Pensó en preguntarle si estaba bien, si siempre se ponía cachonda en la playa. Cualquier cosa. En cambio permaneció en silencio y siguió dibujando, oscureciendo las olas que había creado en el papel.

Ella gimió otra vez, provocando que sus dedos se apretaran en el lápiz.

Le llevó un rato pero al final lo comprendió. Observarle mientras dibujaba la estaba excitando. Para probar su conjetura recién descubierta, la observó por el rabillo del ojo mientras añadía un niño jugando en la arena, la figura apareció como por arte de magia en medio de su lienzo. Oyó su inhalación brusca y la pilló mordiéndose el labio inferior, la visión lo hizo detenerse.

Ella gimió desesperada.

Esto era de lo más excitante, pensó, ansioso por ver si podía empujarla hacia el clímax. Los ojos femeninos no se apartaron de sus dedos, así que trazó otra línea, y otra. Notó como se le endurecía la polla en sus pantalones livianos, agradecido por el caballete que ocultaba su erección de la vista.

La punta del lápiz arañó la superficie del papel, el débil sonido trajo otro gemido de su embelesada vecina. Antes de darse cuenta ella estiró las piernas de golpe y se puso tensa.

—Dios mío —jadeó con voz ronca haciendo que él se empalmara hasta el punto del dolor.

La había hecho correrse... con solo pasar sus dedos sobre el boceto. Era de locos y de algún modo increíble, pero mientras la miraba y veía el

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modo en que sus ojos se habían abierto de par en par, él supo que no se lo había imaginado. Ahora mismo, ella estaba colorada como una remolacha, la cara ruborizada bajo el sol moribundo. Ansioso por tranquilizarla y evitar que huyera le dijo:

—Eso fue alucinante.

Ella se lamió los labios, evitándolo todavía con la mirada.

—¿Perdón?

—Es la cosa más caliente de la que jamás he sido testigo.

Parpadeando ella volvió el rostro hacia él.

—¿En serio?

Él sonrió ante su sorpresa.

—Joder, sí. Estoy duro como una roca.

La mirada de la mujer revoloteó hacia abajo, empeorando su rubor cuando él movió un poco el caballete y mostró su impresionante erección.

—¡Anda!

—Me llamo Simon.

Ella miró su mano extendida y la agarró después de una breve pausa.

—Reese.

—Encantado de conocerte.

—Encantada de conocerte.

—¿Sería muy descarado de mi parte si te pidiera que vinieras a casa conmigo? ¿Ahora mismo?

Ella se sobresaltó ante su pregunta.

—¿Qué? Quiero decir… no te conozco.

Él se encogió de hombros, sin apartar la mirada del rostro de ella.

—De ahí el porqué pienso que deberíamos pasar algo de tiempo juntos. Acabar lo que tú… lo que ambos hemos empezado. —Le guiñó el ojo—. Prometo que dibujaré un poco más.

Sus últimas palabras sellaron el trato, justo como pensó que lo harían.

* *

Ella estaba inquieta, con los ojos bien cerrados mientras luchaba valientemente contra la necesidad que crecía en su interior. Sin embargo no funcionó. Tenía los muslos apretados bajo la sábana, sus pechos se endurecían lentamente, los pezones se arrugaban por voluntad propia. Incluso si se asegurara de no mirarle o comprobar lo que estaba haciendo, los sonidos lo hacían por ella.

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Esos ruiditos de su lápiz trazando sobre el papel, aquellos rayones mientras dibujaba Dios sabía el qué; aquello había sido siempre su perdición. Desde su primer encuentro, cuando ella se había corrido con sólo observarle, seduciéndolo sin querer, Reese nunca había sido capaz de verle dibujar sin saltar sobre él. Empalándose en él. O provocándole al jugar consigo misma, observándole mientras él se sentaba en una esquina de la habitación, todavía dibujando pero con la atención sobre ella. Sus ojos sobre ella… ¡Mierda! ¡Se estaba poniendo cachonda! Mordiéndose con fuerza el labio inferior, giró la cara hacia la izquierda y abrió los ojos un poquito.

Él la estaba mirando. Ella esperaba que se regodeara, se enorgulleciera de lograr abrirle una brecha, incluso aunque había tenido que esposarla para hacerlo. Pero no, su rostro era una máscara fría, sólo sus ojos turbulentos atestiguaban sus emociones. Simon… Amaba al tonto del culo, pero si pensaba que haciéndole el amor resolvería las cosas estaba totalmente equivocado.

Nada compensaría el dolor por el que había pasado al oírle decir aquellas cosas. Su corazón se había roto aquel día y nunca se lo perdonaría.

—Para —dijo en voz baja.

—No. —Le atrapó la mirada y negó con la cabeza—. Me falta mucho para acabar, nena.

—No quiero decir el esbozo, quiero decir... esto. Sea lo que sea. Para.

—¿O qué? —le preguntó alzando un poco la voz—. O ¿me abandonarás? No tengo nada que perder, Reese, ¿no lo ves?

Ella tragó saliva, odiando el hecho de que le estaba afectando su dolor. Negó con la cabeza obligándose a sí misma a recordar que él había sido el primero en hacer daño.

—¿Qué sentido tiene? Hemos acabado.

—No. No hasta que yo lo diga —y se puso en pie.

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Capítulo Dos: Nunca jamásCapítulo Dos: Nunca jamás

Reese se giró intentando apartarse de él, sus piernas pedaleando bajo las sábanas en un vano intento de deslizarse hacia el extremo opuesto de la cama. Él no intentó tocarla, en vez de eso le quitó la sábana y la envió volando hasta el suelo. Tonta de ella por haberse movido, pensó al sentir la brisa en su trasero. Se le había subido la camisa y estaba segura de que estaba enseñándoselo a su marido. ¡Argh! Retrocedió a su anterior posición, los pechos balanceándose bajo el fino algodón mientras se echaba hacia abajo. Él sonrió ante la vista y ella se debilitó.

―Ahora, ¿qué?

―Ahora, te tengo desnuda.

―¡Simon! ―gritó ella, viéndole inclinarse―. ¡No hagas esto! ¡Simon!

Él la ignoró, agarrando el dobladillo de su camisa y subiéndosela. Se enganchó alrededor de sus caderas.

―Levántalo.

―¡No!

―Vamos, nena.

―¿Y entonces qué, Simon?¿Harás que me corra?¿Qué lograría eso? Fácilmente podría masturbarme y acabar con eso.

Los ojos de él destellaron.

―Para, o tendré que amordazarte.

Ella puso los ojos en blanco.

―Sí, claro.

* *

―No me presiones, Reese ―él dejó caer su camisa, haciéndole creer que había ganado. Excepto que sus dedos encontraron el camino hacia el cuello y con un tirón la rompió. Él empujó hasta que su camisa se partió en dos, cubriendo apenas su cuerpo desnudo. Revelando más de lo que ocultaba, sus pechos regordetes y suaves, su vello púbico llamándole―. Joder ―exhaló, sus ojos la devoraban. Él no había estado tan cerca de ella

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en semanas, no había sentido su piel bajo sus manos, su trasero curvado contra su erección matutina como solía.

Cerrando los ojos durante un segundo, respiró hondo y luego dio un paso hacia atrás. Se sentó otra vez en la silla y agarró el caballete, asegurándose de no golpearse contra su ahora dolorosa erección.

―¿Qué estás haciendo?

Él levantó la mirada para encontrar a su esposa de lado, sus brazos encima de su cabeza.

Uno de sus senos regordetes se apoyaba sobre la sábana, el otro en la parte superior de la misma. Su boca se secó, se quedó mirando sus opulentos atributos y luchó con la necesidad de correr hacia ella. Quería acariciarla, lamerla, chuparla. Quería hacerla suya otra vez. Quería follarla hasta que ella gritara su nombre. Quería abrir las ventanas y dejar que sus vecinos escucharan sus súplicas mientras ella le rogaba por acabar. Quería… ¡No, no, no! Aún era demasiado pronto. Tenían todo el día. Incluso todo el fin de semana.

―Te voy a dibujar ―respondió finalmente.

Ella se congeló.

―Pero pensé… ¡Me dijiste que nunca me dibujarías!

Él asintió con la cabeza.

―Lo sé. Dije eso, pero esta es una ocasión especial. Necesito hacerlo ―esperó a ver si le hacía más preguntas, pero ella se quedó quieta. Entonces, el cogió su lápiz con dedos vacilantes y empezó a dibujar a su mujer. Su muy desnuda mujer. Ese cuerpo del que nunca se cansaba, incluso aunque hubiera dicho lo contrario. Dibujó los pechos que le hacían doler, los suaves muslos que a menudo se separaban para él. Dibujó la suave curva de su barriga que nunca crecería con su hijo. El pensamiento le hacía contraerse de dolor y lo apartó. En cambio, se concentró en hacerlo perfectamente bien para ella.

Porque él había sido sincero…Necesitaba hacer esto, por si acaso.

En caso de que el divorcio siguiera adelante y ella ya no fuera más su mujer. En ese caso este dibujo sería su único recuerdo: de la mujer a la que amó y del error más grande de su vida.

* *

―¿Qué dibujas? ―preguntó, su voz era vacilante mientras ella entraba en su casa.

―Cualquier cosa que encienda mi imaginación ―su mano estaba colocada sobre la parte baja de la espalda de ella, la llevó hacia el estudio y al muy cómodo sofá―. Mayormente paisajes. Niños de vez en cuando. Aunque no soy bueno con las caras, por lo que generalmente son solamente siluetas.

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―¿Ningún retrato? ―ella se volvió hacia él, su mirada era curiosa.

Él se encogió de hombros.

―No, realmente no hago personas ―le hizo un movimiento con la cabeza para que se sentara y le preguntó―: ¿Quieres algo de beber?

―Uh, seguro ―parpadeó ella―. ¿Zumo?

―¿Nada de alcohol?

―No, gracias.

―De acuerdo ―enviándole una sonrisa rápida, obligó a sus pies a ir a la cocina y a ocuparse en servir las bebidas―. Aquí está ―le entregó un vaso alto minutos después y se sentó al lado de ella.

Ella se puso un poco rígida con su proximidad, así que tomó un trago largo para calmar sus sobreexcitados nervios.

―Gracias.

Él se sentó en silencio durante un momento; el control de Simon estaba rozando el límite hasta que explotó. Golpeando el vaso sobre la mesa de café, cogió el de ella e hizo lo mismo con un movimiento nervioso. Ella levantó la mirada mientras él bajaba la cabeza, demasiado sorprendida de ver su cara tan cerca como para darse cuenta de su significado. Sin embargo, cuando los labios de él se encontraron con los suyos, cuando su lengua empujó para entrar, ella le dejó hacer.

Cayendo de espaldas en el sofá, el cuerpo de él la cubrió un segundo después. Sus bocas permanecían todavía unidas, sus cuerpos se frotaban el uno contra el otro mientras se besaban más intensamente. Sus piernas se abrieron bajo la presión de la rodilla de él, su espalda se arqueó mientras su erección presionaba contra ella.

No le conocía, pero parecía no ser importante en ese momento. Lo importante era cómo la estaba haciendo sentir. Cómo la hizo sentir antes, llevándola hasta el final con sólo los definidos trazos de su lápiz. Cómo había parecido conquistado por ella, incluso aunque tuviera el aspecto de un dios y ella…bueno, ella no.

Esto no podía estar pasándole. No.

Pero le pasaba.

Segundos o minutos después, no estaba segura, él se incorporó sobre sus codos, sobre ella, concentrando su mirada en su sujetador. O más bien, en sus pechos encerrados en su sujetador de encaje rosa y negro.

―Oh, nena ―él se lamió los labios, no estaba seguro por dónde empezar. Mirándola, le preguntó―: ¿Qué quieres?

Ella frunció el ceño.

―¿Qué quieres decir?

Con una sonrisa, él intentó explicarse:

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—¿Cómo quieres que te toque, cariño? ¿Fuerte? ¿Suave? ¿Lento?

Sus ojos se ensancharon.

―Uh. No lo sé.

Eso hizo que él se detuviera.

―¿Eres virgen, Reese?

Ella empezó a sonrojarse de nuevo.

―No, no. Por supuesto que no. Es sólo… que nadie me ha preguntado nunca antes eso.

Él bajó la cabeza y hociqueó entre sus senos.

―¿Cómo quieres que te toque los pechos?

Ella pareció reflexionar durante un momento.

―¿Fuerte?

Él casi se corre en los pantalones con su inocente respuesta.

―Fuerte ―repitió, sintiéndose como si hubiera ganado el Grand Prix. Oh sí, nena.

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Capítulo Tres: Un poquito másCapítulo Tres: Un poquito más

Reese odiaba su cuerpo, ahora más que nunca. Por supuesto no ayudaba el estar atada. Sus pezones estaban duros, su coño estaba húmedo y todo porque su marido la estaba dibujando. La única cosa que dijo que jamás haría. Esto sencillamente no tiene sentido, pensó mientras lo observaba fruncir el ceño por la concentración. Tenía esa mirada lejana que significaba que estaba perdido en su trabajo; la que siempre le hacía querer ir a él y juguetear con su cabello. Mordiéndose el labio, se recordó que no sería su marido durante mucho más tiempo, así que probablemente debería dejar de pensar en él así.

De todos modos, no podía evitarlo. Él seguía mirando sus formas desnudas, trazando sus curvas con sus ojos antes de reproducirlas en el papel. Por raro que fuera, no parecía odiar su cuerpo en ese momento. ¿En qué estaba pensando? Meneó la cabeza, incapaz de concentrarse durante mucho más.

¡Ese sonido otra vez! Ay Dios.

Ojalá no hubiera tanto silencio en la casa... no sería capaz de oír el sonido de su lápiz dibujando. Ese ruido siempre le había producido cosas. No estaba completamente segura de porqué, pero había sido así por años. Recordaba cómo solía cerrar los ojos en la clase de arte, sus muslos apretados y su pulso acelerándose más y más.

Ojalá pudiera tocarse, pensó meneándose contra la ahora deshecha sábana. Si pudiera sólo aliviar la necesidad que había surgido en su cuerpo, podría empezar a tratar con cualquier otra cosa. Como ¿por qué coño su casi-ex-marido había decidido dibujarla, hoy de entre todos los días?

Simon se rió por lo bajini un segundo más tarde y ella tiró de las cuerdas. Mierda. Sus caderas habían empezado a menearse a ritmo del sonido de sus golpes y ella ni siquiera lo había notado. ¡Maldición, maldición, maldición!

—¿Necesitas algo, nena?

Ella lo ignoró, mantuvo los ojos cerrados y el rostro desviado. Él siguió dibujándola, podía oír todavía aquel sonido inspirador de excitación, pero por lo visto él había decidido tomarlo como pie para continuar.

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—Puedo ver tu raja húmeda desde aquí, Reese. Toda regordeta y jugosa. Quieres correrte, ¿verdad, dulzura? ¿Crees que puedo hacer que te corras, como aquella primera vez? Aquello fue tan jodidamente caliente que todavía sueño con ello. —¿En serio?—. ¿O preferirías que me uniera a ti en la cama? Podría poner mi boca en ti, mis dedos en ti. ¿Qué dices, nena?

Ella abrió la boca, intentando decirle que se fuera al infierno, pero en vez de eso salió un gemido. Él se rió, obviamente feliz consigo mismo.

—¡Para ya! —Logró decir ella finalmente.

—Todavía no. Escucha esto, Reese. —El maldito hombre sabía lo que la ponía. Él aceleró sus movimientos, llenando su lienzo con negro mientras ponía sombras en sus curvas. Las que eran igual de llamativas en papel, las que él ansiaba por volver a tocar, sintiéndose necesitado después de tantas semanas sin ella a su lado. Se mantuvo callado, para que ella pudiera oírlo dibujar, seduciéndola lentamente golpe a golpe.

* *

Su lengua dibujó patrones curvados alrededor de su aureola, los círculos gradualmente haciéndose más pequeños hasta que dejó de soplar sobre su piel húmeda. Ella gritó, su pezón frunciéndose por el cambio de temperatura repentino.

—¡Simon!

Él sonrió malvadamente y deslizó su cuerpo hacia abajo un poco, su boca creando nuevos dibujos sobre la pequeña elevación de su estómago. Su piel era increíblemente suave allí y no podía evitar restregar su nariz sobre ella, siendo su sorprendida risita su premio. No podía recordar sonreír tanto en una primera cita, y mucho menos la primera vez que se acostaba con una mujer. Esto era sin precedentes e... inesperadamente agradable.

Sus muslos se abrieron más bajo la presión de su torso y él inhaló fuertemente al ver su coño depilado. Ay, infiernos, ¡qué visión! Se lamió los labios, su mente volando ante la miríada de opciones a mano. Podía lamerla, chuparla, tocarla, meterle los dedos.

Podía usar su mano, su lengua, sus labios. Podía incluso atormentar su roseta y esperar su reacción. Adoraba aquellas primeras veces, los descubrimientos que iba haciendo.

Incapaz de escoger, simplemente bajó la cabeza y tocó su clítoris con la punta de la lengua. Las caderas de ella dieron un empujón hacia arriba, obligándolo a afianzar su brazo sobre el estómago de ella para mantenerla quieta.

—¿Fuerte? —preguntó, queriendo saber cuál sería su respuesta esta vez.

—Oh seh —dijo entre jadeos sólo segundos más tarde.

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Su erección creció tan dolorosamente que tuvo que detenerse y retirarse. Poniéndose de pie sobre ella, se abrió los pantalones y los bajó por sus largas piernas. Ya se había sacado antes la camiseta, deseoso de sentir su pecho desnudo contra el suyo. Y ahora, aquí estaba, desnudo delante suyo mientras ella alzaba la mirada con ojos abiertos de par en par.

—¿Todo bien?

Ella parpadeó.

—Eres... increíblemente grande.

Él volvió a reírse, el humor haciendo que los ojos le brillaran.

—No te preocupes, nena, encajará.

—¿Estás seguro?

—Estoy seguro —le confirmó, regresando entre sus piernas—. Pero para hacerlo más fácil, voy a prepararte un poco más.

—Oh.

—¿De acuerdo?

—¿Vas a... lamerme?

Él levantó de golpe la cabeza al oír el tono esperanzado en su voz.

—Sí, ese era mi plan. ¿Por qué? ¿Nadie te lo ha hecho nunca?

Ella meneó la cabeza de lado a lado.

—No, pero siempre lo he querido probar. Sentirlo. Ay, Dios.

Él había deslizado sus manos por sus muslos mientras ella hablaba y pareció que se estaba excitando sola. Jugos se deslizaron entre sus dedos cuando éstos encontraron sus pliegues, separándolos para poder jugar con su hinchado botón un poco más.

—Cierra los ojos, nena, y disfrútalo. —Guiñó el ojo y entonces se zambulló.

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Capítulo Cuatro: Dejarse irCapítulo Cuatro: Dejarse ir

Su lápiz se deslizaba de un lado al otro del lienzo, mientras el ruido del raspado iba creciendo en la habitación. Hacía un fuerte eco en su cuerpo, y así, de pronto, ella se estaba corriendo.

Su espalda se curvó como un arco, sus pechos se endurecieron mientras el placer la barría. Estaba bastante segura de que gemía en voz alta, pero estaba demasiado perdida en su clímax como para que le importara.

Cuando regresó al presente, su esposo estaba entre sus piernas. Un lametón centrado en su clítoris y un largo dedo metido dentro de ella. Él lo meneó y empezó a restregarlo contra su punto G, incitándolo, los dedos de ella se tensaron en torno a las esposas como si, desesperadamente, intentara asirse a algo. No le llevó mucho más que cerrar los dientes alrededor de su botón para que ella volviera a saltar en pedazos.

Y continuó. Reese intentó decirle que se detuviera, pero su voz se rompió cuando la punta de un dedo toqueteó su roseta y ésta se encendió. Simon de todos modos no la escuchaba. Estaba demasiado ocupado tocándola. Disfrutándola. Lamiéndole los jugos, su sabor ardiéndole en la boca mientras le metía la lengua dentro, tan adentro como podía llegar.

—¡Simon! No, no, por favor, no. Ay Dios. ¡Simon!

—Déjame hacerte el amor, cariño. Quiero hacer que te sientas bien. Por favor.

—No. Sí. Yo…

—Déjate ir, Reese. Estaré aquí para sostenerte.

El tiempo se paralizó mientras él repetía las palabras que le había dicho tanto tiempo atrás...

* *

—Déjate ir, Reese. Estaré aquí para sostenerte.

Había oído sus palabras, tan intensas y a la vez tan generosas, no pudo evitar esperar tener un futuro con él. Era una locura; al fin y al cabo se acababan de conocer. Pero él era todo lo que ella había soñado. Y justo entonces, mientras él se concentraba en ella y en el placer de ella, sus lamidas haciéndose más fuertes, sus dedos empujando en su interior,

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estirándola, Reese decidió darle su confianza. Fue un primer paso, enorme y a la vez tan pequeño.

Se dejó ir y continuó elevándose.

Y cuando finalmente abrió los ojos unos minutos más tarde, él estaba sonriendo de oreja a oreja.

—¿Qué tal lo sentiste?

Ella se estiró como un gato, sintiéndose igual que uno.

—Sorprendente. —Su voz sonaba ligerísimamente arrastrada, pero él no dijo nada, demasiado conmovido por el aspecto que tenía ella justo en ese segundo.

—Ay, nena. —Se arrodilló entre sus piernas y ella miró hacia abajo, justo a tiempo de verle rodearse la polla con la palma de la mano. Él apretó los dedos y los subió hacia arriba, su pulgar restregando la gota de pre-semen por toda la brillante cabeza—. Oh, seh.

—¿Simon?

—¿Sí?

—¿Necesitas ayuda con eso?

Él gimió al oír su pregunta.

—Joder, Reese, ¡no digas esas cosas!

Ella frunció el ceño.

—¿Por qué no?

—Me encantaría, de verdad que sí, pero no ahora. Más tarde si quieres. Ahora mismo necesito follarte. Duro —añadió, la tensión cuadrándole los hombros.

—Duro —repitió ella, preguntándose cómo se sentiría tenerlo dentro. Tan grande, dentro. ¿Dolería? ¿Se sentiría bien? ¿Le haría correrse de nuevo? ¿Sería capaz de darle tanto placer a él como él acababa de darle a ella?

* *

—Te odio.

—No, no lo haces. —dijo Simon mientras apretaba la cabeza de su polla contra su entrada, sintiéndose empezar a perder el control lentamente. Ella se sentía tan malditamente bien. Caliente y húmeda y preparada. Él empujó, sus paredes internas ensanchándose para acomodar su talla, esa adorable sensación de ser bienvenido en un fuerte y húmedo abrazo haciéndole desear gruñir como un hombre de las cavernas. En vez de eso, él se conformó con un ronco:

—Oh, seh.

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Reese cerró los ojos, intentando bloquear la imagen del rostro de su marido. Él se veía tan intenso, tan feliz de estar haciéndole el amor. Sencillamente no coincidía con lo que había sucedido. Toda esta cosa estaba mal. Él se detuvo al llegar al final de ella y se puso a hacer círculos con las caderas. Los pensamientos en su interior se descompusieron y no se volvieron a alinear porque él al instante aceleró el ritmo.

Echándose atrás y embistiendo de nuevo en ella, la hizo jadear. Ella no podía agarrarse a él, sus uñas las tenía clavadas en sus propias palmas sobre su cabeza. El pecho de él se restregaba contra sus pechos mientras él arremetía una y otra vez en ella, sus manos forzándola a rodearle la cintura con sus piernas. Él la mantuvo cerca, a propósito levantándole las caderas para que la punta de su polla le rozara su punto con cada movimiento hacia adentro.

¡Maldito fuera por conocer su cuerpo tan bien! Pudo sentirse empezar a arder, sus miembros tensándose mientras el placer la barría. Su clímax no podía ser negado, e incluso si hubiera intentado mantener la boca cerrada, no podría parar de gemir en voz alta. Su cuerpo no estaba ya bajo su control

Ella saltó en mil pedazos bajo él, sus paredes exprimiéndolo tanto que él se dejó ir a la vez y rugió su aprobación al mundo.

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Capítulo Cinco: Una cuestión deCapítulo Cinco: Una cuestión de confianzaconfianza

A Simon le encantaba verla con ese aspecto. Estaba tumbada de espaldas, espatarrada y jadeando suavemente. Todavía le recorrían el cuerpo los restos del orgasmo, su espalda se arqueaba de vez en cuando por voluntad propia.

Él miró las esposas que todavía la aseguraban a la cama y se preguntó si era ya hora de liberarla. Pero no, decidió meneando la cabeza, él no había acabado. De hecho, estaba lejos de haberlo hecho.

Arrastrando la caja que había dejado en el suelo aquella mañana temprano, la abrió.

Los ojos de Reese lucharon por abrirse al oír el ruido y se giró en la cama, intentando imaginarse lo que estaba haciendo. Él movió ligeramente la espalda hacia ella, y agarró el plug que habían guardado todos estos años. Habían comprado docenas desde entonces, pero todavía era el favorito de los dos... y el más querido.

* *

—¿Qué es eso?

Simon alzó la mirada al oír su pregunta susurrada y sonrió abiertamente.

—Algo que te hará sentir bien. Realmente bien. —él dejó caer un suave beso sobre su boca y se sentó junto a ella.

Se habían trasladado a la cama después de aquella primera y segunda ronda en su sofá, ambos demasiado cansados para moverse hasta la mañana. Y ahora que la había alimentado con el desayuno, ahora que se las había apañado para no unírsele en la ducha, necesitaba algo. Pronto. Ahora. Ansioso por probarla todavía más, dejó el juguete sexual sobre su regazo y la observó abrir los ojos de par en par.

—¿Un brr?

—Más o menos. Es un plug. —Ella repitió la palabra con los labios y tomó el juguete de plástico entre sus manos, la punta de los dedos recorriendo el curvado borde. Él se puso duro con sólo mirarla. No, en verdad lo puso más duro. Ella no había sido virgen, pero tampoco era

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experimentada. Y sólo pensar en enseñarle todas las cosas que le gustaban le estaba dando cosquilleos en la piel. Exhalando, él añadió—: Es un plug anal.

Ella levantó la cabeza de golpe.

—¿Anal? —dijo casi sin voz.

Él se sonrió.

—Seh. ¿Te va probarlo?

Ella meneó la cabeza.

—Yo no hago anal.

—¿Lo has intentado alguna vez?

—No —admitió—. Pero sé que duele.

Él tomó su mano derecha con la suya y le preguntó:

—¿Te he hecho daño con algo? De todo lo que hicimos anoche, ¿te dolió algo?

—No.

—¿Confías en mí?

Ella lo miró a los ojos. ¿Acaso no le había dado su confianza la noche anterior? Él no lo sabía, claro. Pero aun así... ¡era una locura! Había conocido a este chico menos de veinticuatro horas antes, en una playa, por Dios. Conocía poco más que su nombre. Sólo sabía que era arquitecto y que tenía su propia casa. Que tenía veintiocho años y era soltero. Que adoraba el sexo y que tenía el cuerpo más increíble que jamás había visto. Luchó contigo misma, pero al final asintió.

—Sí.

Su brillante sonrisa fue como una recompensa para ella.

* *

Reese no pudo evitar mirar el trasero de su marido. Era tan ridículamente redondeado y tan perfectamente formado. Era el tipo de culo que los modelos pagaban para que se los hicieran en Brasil. Su mirada fue subiendo, desde su estrecha cintura hasta su poderosa espalda y hombros. Ella una vez había intentado darle un masaje, pero sus músculos eran tan duros que sus pobres manos no duraron ni cinco minutos. Se mordió el labio al recordarlo, sintiendo que sus jugos resbalaban por su raja hasta caer hacia la maltratada sábana. Lo había sentido explotar dentro de ella, espesos chorros golpeando su útero como si él no se hubiera corrido en semanas. Y tal vez... no lo había hecho. Mierda. Mejor pensar en otra cosa. Como en cómo todo eso se malgastaba.

Él escogió aquel momento para girarse, sus dedos agarrando algo que hizo que se le acelerara el corazón.

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—No. —Meneó la cabeza.

—Sí. —Él avanzó inexorablemente hacia ella, con el plug lila brillante viéndose tan incongruente entre sus manos.

—Desátame, Simon. Por favor. Esto ha durado ya bastante.

—No estoy de acuerdo. Este es sólo el comienzo, Reese. Tengo la intención de follarte tanto que el lunes no te acordarás ni de tu propio nombre.

Ella tragó. No le había visto así en años. Sus ojos eran salvajes mientras se sentaba a un lado de la cama, el colchón hundiéndose bajo su peso.

—No hagas esto.

—¿Por qué no? Sabes que te encanta cuando juego con tu culo.

—Por favor. Sí, para. Me estás asustando.

Él se paralizó al oír su dubitativa voz.

—¿De verdad? —Ella asintió, incapaz de decir nada más. Él dejó el plug y le acunó la mejilla con su palma—. No deseo asustarte, nena. Te amo demasiado como para eso. Sólo quiero que comprendas cuánto.

—El sexo no es la respuesta para todo —le recordó ella.

Su voz fue baja cuando contestó:

—Tal vez no, pero es como todo comenzó. Cómo comenzamos los dos. ¿Te acuerdas?

* *

Se encontraba boca abajo, con almohadas debajo de su estómago levantándole más el culo al aire. Era la sensación más rara que jamás hubiera tenido, pensó Reese, mientras sentía una brisa (o era el aliento de Simon) por sus nalgas. Ella dio un bote al primer toque de sus dedos restregando un pegote frío sobre su piel. Arriba y abajo por su abertura. Obligándose a relajarse, expiró y cerró los ojos. Él no le iba a hacer daño. No sabía porqué estaba tan segura de eso, pero se asía a esa creencia y se abandonó bajo sus habilidosas manos.

Sus caricias al principio fueron lentas. Tenían la intención de excitar y cosquillear, sus dedos suavemente restregándose contra su roseta, sus nalgas contrayéndose a cada pasada.

—Shhhh —murmuró él, dejando caer un beso suave sobre su muslo—. Disfrútalo, corazón.

Se le estrujó el corazón al oír el término cariñoso. Ella había esperado que él la echara de su casa, suave pero firmemente, después de tener sexo la noche anterior, pero en vez de eso se la había llevado a su dormitorio. Ni siquiera se había quejado cuando se quedó dormida en su cama, despertándose acurrucada en él. Y se sentía tan bueno, también, todo duro y suave y masculino. Jamás había dormido antes con un hombre

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y había sido una revelación. Esa sensación de confort al encontrar unos fuertes brazos a tu alrededor que rápidamente se volvió excitación cuando su erección mañanera le dio los buenos días. Gimió al recordarlo, haciendo que Simon se riera tras ella.

—Imagino que eso significa que estás preparada para la fase dos. —La punta de un dedo descansó sobre su roseta antes de insidiosamente empezar a empujar. El nudo de músculos cedió y ya tuvo el dedo dentro de ella, la repentina presión sobresaltándola.

—¿Simon?

—Está bien, nena. Te tengo.

* *

Al observar a su esposa, Simon comprendió que ella estaba perdida en sus pensamientos. Aquella mirada perdida era un claro indicador, esa mirada que había llegado a odiar. Apretando con los dedos el juguete sexual una vez más, se movió por la cama para poder agarrarle las piernas y abrírselas. Arrodillado sobre la arrugada sábana, esperó hasta que ella le devolvió de nuevo la mirada, mostrándose claramente en su rostro su torbellino interior.

—Sabes que lo deseas —le dijo, su mano izquierda levantándole la pierna.

—Yo... —Ella se mordió el labio inferior duramente, como si no supiera qué contestar.

—Está bien, nena. Te conozco. Sé que no quieres admitirlo.

Ella meneó la cabeza.

—No es eso.

—¿A no? —preguntó él mientras se recolocaba en la posición de antes, tumbado entre sus piernas abiertas con su rostro justo encima de su coño. Podía oler su excitación, podía incluso ver lo húmeda que estaba con la combinación de sus jugos. Hacía que le palpitara el corazón, su polla endureciéndose una vez más. No esperó una respuesta, sabiendo que ella no le daría ninguna. Tal vez no quisiera admitirlo, pero tampoco le mentiría.

Ella deseaba esto. Deseaba el juguete en su interior, deseaba esa presión extra cuando la volviera a follar. Tal vez no era el mejor marido, pero seguro como que existía el infierno que sabía cómo darle placer a su mujer.

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Capítulo Seis: Rápido y lento Capítulo Seis: Rápido y lento

Ni siquiera había necesitado lubricante. Su coño estaba mojado, su culo estaba mojado. La sábana arrugada debajo de ella estaba mojada. Empujó el plug contra su roseta, observando el nudo de nervios ensancharse para dejarlo pasar. Se coló dentro, y a la par se oyó un jadeo en la habitación. Tenía las piernas tensas a cada lado de él, pero no lo detuvo. No intentó convencerle de no hacerlo, no le dijo que no quería.

Sonriendo para sus adentros porque sabía que había tenido razón, apretó hasta que todo lo que pudo ver fue la base curvada del juguete. Su brillante color lila contrastaba claramente con su pálida piel y no pudo evitar lamerse los labios al verlo.

—Oh, seh —dijo entre susurros, bombeándose la polla con la mano derecha. Apretando. Fuerte. Mirando arriba captó la hambrienta mirada de ella y se sonrió—. Entonces qué, ¿te follo?

Ella se mordisqueó el labio, obligándose a no contestarle, pero sus caderas respondieron por ella. Se mecían arriba y abajo, su posición ajustándose hasta que las piernas estuvieron debajo de ella. La presión no cejaba, el dolor no disminuía. Pero lo ansiaba. ¡Oh, sí!

Unos dientes encontraron su pecho y mordieron, y las manos de ella dieron tirones contra las ataduras. Quería tocarlo. Quería acercarlo a ella, tirar de su polla hasta que estuviera roja brillante. Tirar de él, hacia el lugar que necesitaba que le llenara, metérselo dentro hasta que se los estuviera follando a ambos. Su marido y su juguete favorito. Juntos. En su interior.

Restregándose fuerte.

—¡Oh Dios! —chilló, la fantasía demasiado para que la soportara. Cerró los ojos de golpe y luchó contra el clímax que estaba casi allí.

—¿Qué es lo que quieres? —susurró él. Cogiéndole las caderas tiró de ella hasta que de nuevo estuvo sobre su espalda—. Mírame, Reese. —Sus dedos se tensaron alrededor de su erección—. ¡Mírame! —elevó la voz. Los ojos de ella casi ni se abrieron hasta que finalmente se enfocaron en él—. ¿Quieres esto? —Lentamente, se inclinó hacia delante y restregó la cabeza de su polla a lo largo de su raja. Su pre-semen se mezcló con sus propios jugos, la sensación tan excitante que él gimió en voz alta—. ¿Eh,

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Reese? —Ella asintió—. No, eso no basta. Dímelo. ¿Quieres esto? —Él presionó, deteniéndose cuando un único centímetro entró en ella.

—¡Simon! —su espalda se arqueó, su cuerpo completamente combado como si suplicara que el resto de él la llenara. Como si ella no estuviera maniatada a la cama, incapaz de empujar hacia abajo y tomarlo en ella.

Como si él no la estuviera agarrando de la cadera, restringiendo sus movimientos porque sabía lo que ella intentaría hacer. La conocía y sabía cómo se volvía cuando la pasión dominaba su mente.

—Dímelo, nena. Dime lo que quieres y te lo daré.

* *

—¿Te gusta?

Su voz se oía apagada cuando contestaba.

—No... no estoy segura.

Él sonrió de oreja a oreja, adorando el modo en que siempre le decía la verdad. No había fingido ni un orgasmo, no le había dicho que le gustaba algo sólo porque pensaba que eso era lo que él quería oír. Era un gran contraste con sus conquistas habituales, tanto por aspecto como por personalidad, y de repente se preguntó si tal vez no habría ido siempre tras la elección errónea. ¿Tal vez Reese era la respuesta a todas sus oraciones? Meneó la cabeza, obligando a alejarse esas ideas por ahora para poder concentrarse en la encantadora dama de su cama.

—Agárrate nena. Déjame que haga esto mejor para ti.

—¿Mejor? —preguntó ella, dejando caer la cabeza hacia un lado. Estaba a cuatro patas así que no podía ver mucho desde esa posición—. ¿Simon?

—No te preocupes. Te va a encantar, confía en mí.

¿No había dicho ya eso?

—Ay, Dios. —Su lengua se había unido a la diversión. Le estaba lamiendo el clítoris lentamente, arriba y abajo, arriba y abajo y...— ¡Por favor!

—Por favor, ¿qué? —su tono de voz divertido resonó en la habitación.

Ella no lo sabía. Sólo sentía como si necesitara...

—¡Más!

—Lo tengo. —Su mano izquierda agarró la base del juguete y lo giró, mientras empujaba dos dedos dentro de ella a la vez. Las caderas de ella dieron un brinco pero no dijo nada más. Frunciendo el ceño, él hizo un gancho con sus dos dedos y fue a por ese punto elusivo, rozando y presionando hasta que lo notó elevarse.

—Ohhh.

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¡Sí! Se habría dado a sí mismo la enhorabuena, si hubiera podido. Sólo que estaba un poco ocupado en ese momento, encargándose de mover el plug dentro de ella para que se pudiera acostumbrar a su medida. A que la presión ensanchara su ano. Esa que acabaría aprendiendo a que le encantara. Porque un día, la tomaría por ahí. Oh, sí. Y a ella le encantaría... él se aseguraría de que así fuera.

Pero hoy su trabajo era enseñarle a apreciar como la podía hacer sentir, haciendo crecer su excitación lentamente hasta que explotara bajo él. ¡Joder! Comprendió que se estaba poniendo cachondo él mismo, su mente tomando el control mientras observaba la longitud de su espalda y su culo dulcemente redondeado. Tomando una inspiración profunda, continuó apretando contra su punto G, sus dedos pronto empapados con sus jugos. Se inclinó hacia abajo y por poco cae contra ella cuando le dio a su endurecido clítoris una lamida rápida. Enderezándose en el último momento, se rió y giró el juguete una vez más como medida extra.

Ella se corrió segundos más tarde, chispas burbujeando por todo su cuerpo hasta que gritó hasta quedarse ronca... y no había acabado todavía. Temblores posteriores la remataron hasta que cayó de espaldas, completa y totalmente apagada.

* *

—Fóllame, Simon —cedió finalmente Reese. La mirada de él quedó clavada en la de ella, y se fue introduciendo hasta el final de ella. El plug tomaba la mayor parte del espacio y era tan jodidamente estrecho dentro de ella que tenía que apretar los dientes. Ambos exhalaron a la vez, los músculos apretados, los dedos tensándose.

Él meneó las caderas, haciéndola ver las estrellas.

Ella apretó sus músculos internos alrededor de su polla, haciéndolo gemir a gritos.

Ambos se miraron el uno al otro, mantuvieron las miradas el uno en el otro, mientras él se salía y luego volvía a arremeter hacia adentro.

Fue duro y caliente y romántico, todo a la vez. Era como su primera vez juntos, sólo que ahora sabían lo que al otro le hacía tilín.

Era como un nuevo comienzo, sólo que iban a divorciarse.

Las emociones volaron altas, las lágrimas cegando a Reese durante un segundo o dos. Simon se dejó ir, cayendo sobre ella mientras sus movimientos se aceleraban. Ella movió sus piernas hacia arriba para apretarlo más contra sí, de la mejor manera que pudo. El movimiento hizo que el juguete sexual se metiera más profundamente en su interior, su cerebro cortocircuitándose. Quería pedirle que la desatara, pero el momento se perdió.

—Córrete para mi, nena. Córrete conmigo. Te necesito. —Él ocultó la cara en su pelo mientras su orgasmo se avecinaba, demasiado

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atemorizado para mirarla a los ojos y que le recordara lo que estaba a punto de perder.

Ella escuchó sus ruegos y empezó a planear, sus talones clavándose en los muslos de él a la par que sus paredes internas se contraían alrededor de su pulsante polla. No tomó mucho más tiempo que él se perdiera en ella, su semilla llenándole el interior como tantas otras veces antes.

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Capítulo Siete: Un nuevo comienzoCapítulo Siete: Un nuevo comienzo

A Simon le llevaron unos buenos diez minutos el poder convencerse a sí mismo de que necesitaba salirse de ella, alejarse de ella, y luego de la cama también.

Todavía estaba tumbada allí, la parte baja de su cuerpo increíblemente empapada, haciéndola ansiar una ducha o dos. Por supuesto, eso sólo sería ¡si pudiera moverse de la dichosa cama! Es que no lo entendía: ¿por qué había decidido colarse en su habitación, atarla a la cama para poder dibujarla, excitarla y luego hacerle el amor?

No ayudaba que hubiera decidido volver a sentarse en la butaca, todavía desnudo, para poder acabar su dibujo. Estaba actuando como si no hubiera pasado nada, y eso la estaba volviendo loca.

—¿Simon? —lo llamó antes de poder mantener la boca cerrada.

Él alzó la mirada, sobresaltado.

—¿Sí, nena?

Apretó los muslos al oír el término cariñoso.

—¿Por qué? ¿Por qué no podías dejarme en paz?

Él parpadeó.

—¿Qué?

—¿Por qué me estás dibujando? ¿Por qué me hiciste el amor cuando tú odias mi cuerpo?

—Porque así es como quiero recordarte.

Ella meneó la cabeza.

—Eso no tiene sentido. Tú ya no me amas, sé que no.

—¿Por qué coño no? ¡Tú eres mi esposa!

—Simon, por favor. Sé que ahora no te gusta mi cuerpo. Lo dejaste bien claro.

¿No podrías haber dejado la boca cerrada?

Él suspiró, restregándose la barbilla cansinamente.

—No lo decía en serio, Reese. ¿Cuántas veces tendré que decirlo?

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—No lo sé. ¿Hasta que te crea?

Sus ojos volvieron a brillar una vez más.

—No odio tu cuerpo, ¿es que no lo ves? Es por lo que es así. Es el dolor. Es todo el daño por el que tuviste que pasar por mí. Es saber que fue culpa mía, saber que no fui lo suficientemente bueno. Es mi ego quedando tan aplastado que acabé por maltratar a la esposa que amo tanto. Es a mí a quien odio, no a ti. Jamás a ti. Y ciertamente no al cuerpo que me ha dado tanto placer en estos años.

Ella sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas, sintió que la primera caía por su mejilla.

—Simon...

Con una maldición soltada entre dientes, dio un bote y salió de la habitación.

* *

Todo era culpa suya. Se había negado a hacerse pruebas, tan seguro de su masculinidad que había sido inflexible en que él no era el problema. Pero había estado equivocado. Sus nadadores no funcionaban. Y mientras ella había tomado todas las hormonas que pudo, mientras su cuerpo luchó contra los efectos colaterales, desde los sofocones al vello extra y al aumento de peso, ella no se quejó ni una vez. ¿Y por qué? Porque había estado súper segura de que funcionaría. Había deseado su bebé tanto que había aceptado todo y más.

Él lo había jodido todo tanto que jamás se perdonaría a sí mismo. Ella había soportado todo para nada. Era él el que jamás sería padre. Era el que no podía dejarla embarazada. Era el que debería haberse tomado las medicinas, no ella.

Él observaba el cuerpo que amaba tanto, sus curvas ahora echadas a perder por el recuerdo de su fracaso, y se preguntaba cómo podría compensarla.

¿Podría acaso ser alguna vez el hombre que necesitaba, cuando jamás podría ser el hombre con el que ella pensaba que se había casado?

* *

Sus brazos empezaron a dolerle hacía siglos, pero Simon no había reaparecido. Sólo esperaba que él no hubiera abandonado la casa, dejándola atada así. Su anterior discurso la había dejado dándole vueltas a la cabeza, sus palabras llenas de dolor hacían eco de sus propios pensamientos.

Sabía que él estaba dolido por el anuncio de los doctores, pero no sabía que había llegado tan lejos.

Había sido una mala esposa, comprendió de repente. Debería haber hablado con él sobre ello y sobre lo que ella estaba pasando. Debería

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haberle recordado que tenían suerte de tenerse el uno al otro. Que se amaban el uno al otro y que eso era lo más importante. Que siempre serían capaces de encontrar otra solución, que estaba segura de eso.

Deberían haber hablado de ello y punto. En vez de eso, ambos habían ocultado sus verdaderos sentimientos, no queriendo dañar al otro, cuando al final sólo lo habían empeorado.

Suspirando, se giró, intentando encontrar una posición más cómoda. No funcionó demasiado bien. Un gemido de dolor se le escapó de los labios justo cuando se abría la puerta.

—¿Reese? —Simon se apresuró hacia la cama, sus manos agarrándole de los antebrazos—. ¿Estás bien? ¿Qué pasa?

—Mis brazos... —fue todo lo que fue capaz de decir antes de que él sacara la llave del cajón de la mesita de noche y abriera las esposas. Dos segundos más tarde, estaba entre sus brazos mientras le frotaba los hombros y brazos para revivirlos.

—Lo siento —murmuró contra su pelo.

No estaba disculpándose por las esposas, eso lo comprendió claramente. Apoyando una mano en su nuca, se movió hasta que lo pudo mirar a los ojos.

—No tienes que disculparte por eso.

Los ojos de él se abrieron por la sorpresa.

—No, nena, no digas eso. Es verdad. Fue todo culpa mía. Debería haber estado de acuerdo en hacerme las pruebas al principio, jamás deberías haber pasado por todo aquello. Tú...

Ella lo cortó en seco.

—Me habría tomado aquellas hormonas igualmente, Sí. Habría intentado cualquier cosa, y lo sabes. Habría probado lo que fuera, incluso ahora lo haría.

Él se sorprendió.

—¿Incluso ahora? —ella asintió—. Pensaba que querías divorciarte.

Ella se mordisqueó el labio inferior otra vez, estremeciéndose por el dolor que se estaba causando.

—¿Lo de antes lo dijiste de verdad?

—Por supuesto. Como si yo pudiera odiar tu cuerpo, nena. —Su mano se deslizó hasta que se posó sobre su cadera—. ¿Acaso no acabo de probarte que lo amo? Te amo, Reese. Probablemente siempre lo haré.

Ella sonrió al oír sus palabras y su confesión arrancada.

—Yo también te amo.

Él se inclinó y rozó sus labios con los de ella.

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—¿Me perdonas? —Él se retiró para que ella pudiera mirarlo a los ojos, el amor y el dolor y la esperanza, todo mezclado en su mirada.

Ella abrió la boca para responder cuando él le puso un dedo sobre los labios, silenciándola.

—Espera ahí. Antes tengo que hacer algo.

—¿El qué? —Lo observó cruzar la habitación hacia la ventana y abrir las cortinas de par en par. La luz del sol entró a raudales en la habitación, iluminando su cuerpo en blanco.

—¿Simon? —Él agarró el caballete con ambas manos y lo depositó sobre su regazo, sentándose junto a ella en la cama. Observó su confundido rostro mientras ella miraba fijamente su dibujo—. Esa soy... —se lamió los labios, incapaz de apartar la mirada de allí.

—Tú.

—Yo —concordó ella. Pero aun así, no lo era. Era como una versión romantizada de ella.

La había dibujado como estaba antes: tumbada de espaldas, con las manos sobre la cabeza, sus pechos sobresaliendo en alto. Las piernas estaban dobladas a la altura de la rodilla, su estómago era una suave curva que... tenía por encima una destrozada camisa hecha jirones ocultando su sexo.

Pero nadie que mirara el dibujo podría ignorar que acababa de hacer el amor. Estaba allí: en la manera en que le había dibujado los ojos, medio cerrados y casi somnolientos; en la suave forma de su boca, curvada en las esquinas como si ocultara un secreto; en su cuerpo medio girado hacia el espectador. Casi como si ya estuviera pidiendo más...

—Voy a amar tu cuerpo. Pulgada a pulgada —anunció mientras empezaba a besarla por el cuello y hacia abajo.

Le sacó los restos de la camisa y la hizo recostarse en mitad de la cama. Ella dudó un poco, insegura de estar desnuda así. Tal vez él había explicado porqué había sido tan cruel, pero el efecto de sus palabras todavía pendían.

Incluso si antes había estado dentro de ella, incluso si le había intentado mostrar lo mucho que amaba sus curvas, su cuerpo no era el que él había conocido. En cierto modo lo sentía hecho estragos. No era bonito.

No era sexy.

—Shhhh —le susurró sobre la piel del hombro—. Te amo, Reese. Quiero que tú sientas cuánto. Sólo siente.

Y mientras cerraba los ojos y se echaba hacia atrás, se abrió a lo que podría ser un nuevo comienzo... y una nueva vida para Simon y para ella.

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Fin

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