En Busca Del Arca Perdida

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  • BestSellers Planeta

    EN BUSCA DEL ARCA PERDIDA

    Campbell BLACK

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  • En busca del arca perdida Campbell Black

    Una novela de Campbell Black

    Adaptada de un guin de Lawrence Kasdan

    Basada en un argumento de George Lucas y Philip Kaufman

    Producida por Lucasfilm, Ltd.

    Una pelcula de Steven Spielberg

    Planeta

    Direccin del proyecto: R. B. A. Proyectos Editoriales, S. A.

    Ttulo original: Raiders of the lost ark

    Traduccin: Soledad Sili Galn

    Lucasfilm, Ltd. (LFL), 1981

    Por la presente edicin: Editorial Planeta, S. A., 1984

    Diseo de cubierta: Hans Romberg

    Depsito legal: M. 42.795-1984

    I.S.B.N.: 84-320-8239-2

    I.S.B.N.: 84-320-8200-7 (coleccin completa)

    Printed in Spain - Impreso en Espaa

    Distribucin: R. B. A. Travesera de Gracia, 56, tico 1.a

    EDIFICIO ODISEUS 08-006 Barcelona.

    Telfonos. 93/200 81 89-200 80 45

    Imprime: Grficas FUTURA, Sdad. Coop. Ltda.

    Villafranca del Bierzo, 21-23. FUENLABRADA (Madrid)

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  • En busca del arca perdida Campbell Black

    ndice

    1 Sudamrica, 1936 ............................................................................ 5 2 Berln.................................................................................................... 20 3 Connecticut........................................................................................ 23 4 Berchtesgaden, Alemania............................................................ 33 5 Nepal .................................................................................................... 35 6 Las excavaciones de Tanis, Egipto .......................................... 49 7 El Cairo................................................................................................ 51 8 El Cairo................................................................................................ 57 9 Las excavaciones de Tanis, Egipto .......................................... 68 10 Las excavaciones de Tanis, Egipto........................................ 81 11 El Mediterrneo ............................................................................. 90 12 Una isla del Mediterrneo ......................................................... 97 13 Eplogo: Washington, D.C. ..................................................... 105

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  • En busca del arca perdida Campbell Black

    De repente, la noche se llen de cohetes de fuego que salan silbando del Arca, columnas de fuego que dejaban aturdida la oscuridad, llamaradas que abrasaban los cielos. Un crculo blanco de luz form un anillo deslumbrante alrededor de la isla, una luz que hizo brillar el ocano y le arranc corrientes de espuma, haciendo subir la marea en la oscuridad.

    La luz, era la luz del primer da del universo, la luz de lo nuevo, de las cosas que acaban de nacer, era la luz que hizo Dios: la luz de la creacin.

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  • En busca del arca perdida Campbell Black

    1

    Sudamrica, 1936

    La selva tena un verdor oscuro, secreto, amenazador. La poca luz que se filtraba entre la barrera de ramas y bejucos retorcidos era plida, de un tono lechoso. El aire, pegajoso y pesado, formaba un muro de humedad. Los pjaros chillaban aterrorizados, como si de pronto se hubieran visto atrapados en una inmensa red. Insectos de brillo metlico se escurran entre los pies, y se oan los gritos de los animales ocultos entre el follaje. Era un sitio tan primitivo, que podra haber sido un lugar perdido, un punto que no figuraba en los mapas, y al que nadie llegaba... el fin del mundo.

    Ocho hombres iban abrindose camino despacio por un estrecho sendero, parndose de cuando en cuando para cortar los bejucos colgantes o dar un tajo a una rama. A la cabeza del grupo iba un hombre alto, con una chaqueta de cuero y un sombrero de fieltro. Detrs de l, dos peruanos, que miraban con desconfianza la selva, y cinco indios quechuas asustados, y luchando con la pareja de burros que llevaban los bultos y provisiones.

    Al hombre que diriga el grupo le llamaban Indiana Jones. Era un hombre musculoso, que haca pensar en un atleta, todava no muy lejos de su mejor momento. Tena una barba de varios das, sucia y rubia, y el sudor le corra por la cara, una cara que poda haber sido guapa, pero poco expresiva, ms bien fotognica. Pero ahora, unas pequeas rayas alrededor de los ojos y en las comisuras de la boca cambiaban algo esa belleza casi sosa, y daban a su cara ms profundidad, ms carcter. Era como si el entorno de su experiencia hubiera empezado, poco a poco, a definir sus rasgos.

    Indy Jones no se mova con tantas precauciones como los dos peruanos; su confianza haca que pareciera que all el indgena era l, y no los otros. Pero ese aire tan decidido no le impeda estar alerta. Saba lo bastante como para mirar de cuando en cuando a un lado y a otro, casi sin que se notara, en espera de que la selva descubriera en cualquier momento una amenaza, algn peligro. La rotura repentina de una rama, el crujido de las maderas podridas eran para l las seales, los puntos por los que se guiaba para medir el peligro. Algunas veces se paraba, se quitaba el sombrero, se secaba el sudor de la frente, y se preguntaba qu era lo que le fastidiaba ms, la humedad o los nervios de los quechuas. Con excesiva frecuencia hablaban entre s, como en rpidos estallidos de su extrao lenguaje, un lenguaje que a Indy le recordaba los sonidos de los pjaros de la selva, las criaturas del impenetrable follaje, las brumas intermitentes.

    Mir a los dos peruanos, Barranca y Satipo, y se dio cuenta de lo poco que confiaba en ellos y lo mucho que los necesitaba para conseguir lo que quera sacar de aquella selva.

    Vaya tropa, pens. Dos peruanos furtivos, cinco indios aterrorizados, y dos burros que no quieren andar. Y yo aqu de jefe, que ms me vala llevar una pandilla de boy-scouts.

    Indy se volvi hacia Barranca y, aunque estaba seguro de saber la respuesta, pregunt:

    De quin estn hablando los indios?

    Barranca pareci enfadarse:

    De qu estn hablando siempre, seor Jones? De la maldicin. Siempre la maldicin.

    Indy se encogi de hombros y mir a los indios. Comprenda sus supersticiones, sus creencias y, hasta cierto punto, no le molestaban nada. La maldicin, la antigua maldicin de los guerreros del templo de Chachapoyan. Loa quechuas se haban criado entre ella; formaba parte de sus creencias,

    Diles que estn tranquilos. Barranca. Diles que no les va a pasar nada.

    El ensalmo de las palabras. Se senta como un curandero que administrara un suero que todava no se ha probado. Cmo diablos poda l saber que no iba a pasarles nada?

    Barranca mir un momento a Indy, y luego habl con dureza a los indios que, de momento, quedaron en silencio, un silencio que no pasaba de ser miedo reprimido. Una vez ms, Indy sinti simpata hacia ellos: unas cuantas palabras de consuelo no podan borrar siglos de supersticin. Volvi a ponerse el sombrero, y empez a andar despacio por el sendero, mientras le asaltaban

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  • En busca del arca perdida Campbell Black

    los olores de la selva, olores de cosas que crecan y de otras que estaban pudrindose, restos de animales cuajados de gusanos, maderas y vegetacin descompuesta. Podra uno pensar en sitios mejores que ste, se dijo para sus adentros, s, sitios ms agradables que ste.

    Y luego empez a acordarse de Forrestal, a imaginrselo pasando haca algunos aos por ese mismo sendero, a pensar cmo le hervira la sangre al acercarse al templo. Pero Forrestal, por muy buen arquelogo que fuera, no haba vuelto nunca de su viaje a aquel lugar, y todos los secretos que pudiera guardar el templo seguan encerrados all. Pobre Forrestal. Ir a morir en aquel sitio dejado de la mano de Dios era un maldito epitafio. Y no era el que Indy deseaba para s mismo.

    Continu andando por el sendero, seguido por el resto del grupo. All la selva formaba un can, y la senda corra a lo largo de la pared, como una vieja cicatriz. Del suelo suban ahora algunas brumas, vapores que l saba se haran ms espesos, ms densos, a medida que avanzara el da. Esas nieblas quedaban encajadas en el can, casi como telas de araa tejidas por los rboles mismos.

    Un enorme guacamayo, con tantos colores como el arco iris, solt un chillido entre la maleza y vol hasta los rboles, asustndole. Y los indios empezaban otra vez a hablar, a gesticular como locos con las manos, a pincharse unos a otros. Barranca se volvi y los hizo callar con una orden, pero Indy saba que cada vez iba a ser ms difcil poder dominarlos. Poda notar su inquietud, igual que notaba la humedad que se le pegaba a la carne.

    Aparte de eso, los indios le preocupaban menos que su desconfianza, cada vez mayor, en los dos peruanos. Sobre todo Barranca. Era como un instinto fsico, algo en lo que siempre confiaba, una intuicin casi constante a lo largo del viaje. Pero ahora se haca ms fuerte. Estaba seguro de que eran capaces de cortarle el cuello por unos cuantos cacahuetes salados.

    Pero ya no puede estar muy lejos, se dijo. Y al darse cuenta de lo cerca que estaba del templo, al comprender lo cerca que estaba del dolo de los chachapoyan, volvi a sentir el mismo arrebato de siempre: la realizacin de un sueo, una promesa que se haba hecho a s mismo, algo a lo que se haba comprometido cuando todava era un novato en arqueologa. Era como retroceder quince aos, recobrar esa sensacin de asombro tan familiar, la obsesin de llegar a comprender los puntos oscuros de la historia, que era lo que primero le haba entusiasmado de la arqueologa. Un sueo, pens. Un sueo que toma cuerpo, que pasa de ser algo nebuloso a ser algo tangible. Y ahora poda notar la proximidad del templo, sentirla en sus mismos huesos.

    Se par para escuchar a los indios que hablaban otra vez. Ellos tambin lo saben. Saben lo cerca que estamos ahora. Y les da miedo. Ech a andar. La pared del can estaba cortada por los rboles. El sendero apenas se distingua; estaba ahogado por las plantas trepadoras, por las hierbas bulbosas que se arrastraban por encima de las races que, a su vez, parecan ms bien plantas nacidas de esporas tradas por el viento que haban ido a caer en aquel sitio. Indy empez a dar golpes con su cuchillo de hoja ancha, moviendo el brazo a un lado y otro, y cortando todo lo que le estorbaba como si las plantas no fueran ms que papeles fibrosos. Maldita selva. No se poda permitir que la naturaleza, ni aun en su estado ms salvaje, le derrotara a uno. Cuando termin, estaba empapado de sudor y le dolan los msculos. Pero se sinti a gusto al ver el desbroce de plantas y races que haban hecho. Y luego vio que la bruma se estaba haciendo ms densa; no era una niebla fra, sino algo que naca del mismo sudor de la selva. Respir hondo, y avanz por el pasillo abierto.

    Tuvo que volver a tomar aliento al llegar al final del sendero.

    All estaba.

    All, a lo lejos, envuelto en la espesura de los rboles, el templo.

    Por un momento, se sinti cogido en los extraos engranajes de la historia, una sensacin de permanencia, una continuidad que haca posible que alguien llamado Indiana Jones estuviera vivo en el ao 1936 y pudiera ver una construccin que otros hombres haban levantado dos mil aos antes. Asombrado. Sobrecogido. Algo que te haca sentir humilde. Pero ninguna de esas palabras poda describirlo. No haba palabra adecuada para expresar esa emocin.

    Durante unos momentos no pudo decir nada.

    No haca ms que mirar el edificio, y pensar en la energa que haba hecho falta para levantar

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    una estructura as en el corazn de una selva despiadada. Las voces de los indios le hicieron volver a la realidad, y vio que tres de ellos echaban a correr por el sendero, y dejaban a los burros. Barranca haba sacado la pistola, y se dispona a disparar sobre los indios, pero Indy le agarr por la mueca, le baj un poco la mano, y oblig al peruano a mirarle.

    No dijo.

    Barranca fij sus ojos en Indy.

    Son cobardes, seor Jones.

    No los necesitamos dijo Indy. Y tampoco necesitamos matarlos.

    El peruano baj la pistola, mir a su compaero Satipo, y se volvi hacia Indy.

    Y sin los indios, seor, quin va a llevar las provisiones? Satipo y yo no nos contratamos para hacer trabajos de esos, no?

    Indy contempl al peruano, la terrible frialdad que tena en sus ojos. No poda imaginarse que aquel hombre sonriera alguna vez. No poda imaginar que la luz en algn momento se abriera paso hasta el alma de Barranca. Indy recordaba haber visto antes esos mismos ojos muertos: en un tiburn.

    Dejaremos las provisiones. En cuanto tengamos lo que hemos venido a buscar aqu, podemos volvernos al avin al anochecer. No necesitamos las provisiones.

    Barranca jugaba nervioso con la pistola.

    Un to aficionado a darle al gatillo, pens Indy. Para l, tres indios muertos no habran significado absolutamente nada.

    Guarda el arma dijo Indy. No me gustan las pistolas, Barranca, a menos que sea yo el que tiene el dedo en el gatillo.

    Barranca se encogi de hombros y mir a Satipo; algo se haban dicho, sin hablar, entre ellos. Indy saba que esperaran el momento que les conviniese. Haran la jugada a su debido tiempo.

    Mtela en la funda, eh? dijo Indy.

    Mir a los dos indios que quedaban, que estaban acorralados por Satipo. Tenan una expresin de miedo como si estuvieran en trance; podan haber sido zombis.

    Indy se volvi hacia el templo, y lo contempl, saboreando el momento. La niebla era cada vez ms densa, una conspiracin de la naturaleza, como si la selva se propusiera guardar sus secretos para siempre.

    Satipo se inclin y sac una cosa de la corteza de un rbol. Levant la mano para ensersela a Indy. En la palma tena un dardo diminuto.

    Hovitos dijo Satipo. El veneno est todava fresco, no tendr ms de tres das, seor Jones. Deben de estar siguindonos.

    Si supieran que estamos aqu, ya nos habran matado contest tranquilamente Indy.

    Cogi el dardo. Tosco, pero efectivo. Pens en los hovitos, en su legendaria ferocidad, su histrico amor al templo. Eran lo bastante supersticiosos para mantenerse alejados de l, pero estaban igualmente decididos a matar a cualquiera que pretendiese acercarse.

    Vamos all dijo. Vamos a terminar con todo esto.

    Tuvieron que volver a cortar y a dar golpes, abrirse paso entre la maraa de bejucos, arrancar las plantas trepadoras que crecan por el suelo, como cepos al acecho. Indy sudaba, se detuvo un momento, con el cuchillo colgando a un lado. Vio de reojo que uno de los indios estaba apartando una gruesa rama.

    Fue el grito lo que le hizo darse la vuelta, con el cuchillo en la mano. El grito salvaje del indio lo que le hizo lanzarse sobre la rama, justo en el momento en que el quechua, dando alaridos, echaba a correr por la selva. El indio que quedaba le sigui, chocando, sin saber lo que haca, contra las ramas llenas de espinas y las plantas. Desaparecieron los dos. Indy, sosteniendo el cuchillo, levant la rama que tanto haba aterrorizado a los indios. Estaba dispuesto a lanzarse

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  • En busca del arca perdida Campbell Black

    sobre lo que pudiera haberlos asustado, dispuesto a clavarle el machete Apart la rama.

    All estaba, entre los jirones de niebla.

    Esculpido en piedra, intemporal, como la expresin de alguna espantosa pesadilla, era la figura de un demonio chachapoyan. Lo contempl un momento, vio la maldad de aquella cara inmutable, y comprendi que lo haban puesto all para guardar el templo, para espantar a cualquiera que pudiera acercarse. Un obra de arte pens, y quines podran haber sido sus creadores, qu sistema de creencias tendran, y qu clase de terror religioso capaz de inspirar una estatua tan horrible. Hizo un esfuerzo por alargar la mano y tocar al demonio en el hombro.

    Luego se dio cuenta de otra cosa, algo que era an ms impresionante que aquella cara de piedra. Ms misterioso.

    El silencio.

    El incomprensible silencio.

    Nada. Ni pjaros, ni insectos. Ni una brisa que moviera los rboles y arrancara algn sonido. Un vaco absoluto, como si todo en aquel sitio estuviera muerto. Como si todo hubiera quedado inmovilizado, reducido al silencio por una mano impa y destructora. Se toc la frente. La tena fra, un sudor fro. Fantasmas, pens. Este sitio est lleno de fantasmas. Era el silencio que uno se imagina tena que haber antes de la creacin.

    Se aparto de la figura de piedra, seguido por los dos peruanos, que parecan ahora muy sumisos.

    Por Dios!, qu puede ser eso? pregunt Barranca.

    Indy se encogi de hombros.

    Alguna chuchera. Qu va a ser si no? No sabas que todos los chachapoyan tenan que tener una en su casa?

    Barranca pareca estar de mal humor.

    A veces se toma usted las cosas demasiado a la ligera, seor Jones.

    Hay otra forma de tomrselas?

    La niebla se arrastraba, se enroscaba, pareca agarrarse a las cosas, como si quisiera echar a los tres hombres hacia atrs. Indy intentaba mirar entre las brumas, distinguir la entrada del templo, adornada con frisos primitivos que el tiempo haba cubierto de vegetacin, arbustos, hojas, enredaderas. Pero lo que ms le intrigaba era la entrada misma, redonda y abierta, como la boca de un cadver. Se acord de Forrestal, metindose por aquella boca oscura, cruzando el camino hacia la muerte. Pobre hombre.

    Barranca no apartaba los ojos de la entrada.

    Y cmo podemos fiarnos de usted, seor Jones? Nadie ha salido vivo de ah. Por qu vamos a tener tanta fe en usted?

    Indy sonri.

    Ay, Barranca, Barranca, ya debas haber aprendido que algunas veces hasta un miserable gringo dice la verdad! Sac un trozo de pergamino doblado que llevaba en el bolsillo de la camisa. Mir a los dos peruanos. Su expresin estaba bien clara, tenan cara de avaricia. Indy se preguntaba a quin le habran cortado tan bien el cuello como para que aquellos dos villanos se hubieran quedado con la otra mitad. Esto, Barranca, es lo que va a ocuparse de vuestra fe.

    Extendi el pergamino en el suelo, y Satipo sac del bolsillo otro trozo igual y lo coloc junto al de Indy. Los dos trozos casaban perfectamente. Por un momento, nadie dijo nada; Indy saba que se haba dado paso a la desconfianza, y esperaba, con los nervios tensos, a ver qu ocurra.

    Bueno, amigos dijo. Somos socios. Tenemos lo que podramos llamar necesidades comunes. Tenemos en las manos un plano completo de la planta del templo. Hemos conseguido lo que no haba conseguido nadie. Y ahora, suponiendo que este pilar seale la esquina...

    Antes de poder terminar la frase vio, como en una pelcula lenta, que Barranca coga la pistola. Vio cmo su mano agarraba la culata del arma... y entonces se movi. Indiana Jones se movi 8

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    ms de prisa de lo que el peruano poda haber imaginado; fue algo tan rpido que result borroso, una parodia de la imagen; se apart de Barranca y sac un ltigo de debajo de su chaqueta de cuero. Sus movimientos se hicieron vertiginosos, un alarde de fuerza y destreza, brazo y ltigo parecan ser una misma cosa, simple extensin el uno del otro. Restall el ltigo en el aire, y vio cmo se enroscaba en la mueca de Barranca. Dio un tirn hacia abajo para apretarlo an ms, y la pistola se dispar sola contra el suelo. En el primer momento, el peruano no se movi. Mir asombrado a Indy, con una mezcla de confusin, dolor y odio, con rabia de verse humillado por otro ms listo que l. El ltigo empez luego a aflojarse, y Barranca ech a correr hacia la selva, detrs de los indios.

    Indy se volvi hacia Satipo. El peruano levant las manos.

    Por favor, seor. Yo no saba nada, no saba nada de este plan. Estaba loco. Es un loco. Por favor, seor, crame.

    Indy se qued mirndole un momento, luego movi la cabeza y recogi los trozos del mapa.

    Puedes bajar las manos, Satipo.

    El peruano pareci ms tranquilo y baj los brazos.

    Tenemos el plano de la planta dijo Indy. Qu es lo que estamos esperando?

    Y se volvi hacia la entrada del templo.

    Lo que se notaba era el olor de los siglos, los olores encerrados por aos de silencio y oscuridad, la humedad que penetraba de la selva, las plantas podridas. El agua goteaba del techo y resbalaba por entre los musgos que crecan all dentro. El camino estaba lleno de los pequeos ruidos de los roedores que escapaban. Y el aire era sorprendentemente fro, el de un sitio donde nunca entraba el sol, la sombra perpetua. Indy iba delante de Satipo, escuchando el eco de sus propias pisadas. Ruidos extraos, pens. Perturbadores de los muertos... y por un momento tuvo la sensacin de estar donde no deba y en un mal momento, como si fuera un ladrn, un salteador, alguien que quiere causar dao a lo que lleva tanto tiempo cu paz.

    Conoca muy bien esa sensacin, la de estar haciendo algo malo. Y no era la que le gustaba sentir, porque era como tener a un invitado pelmazo en una cena que por lo dems estaba muy bien. Vea moverse su sombra a la luz de la antorcha que llevaba Satipo.

    El pasadizo torca a medida que iba penetrando en el interior del templo. Indy se paraba de cuando en cuando para mirar el mapa a la luz de la antorcha, tratando de recordar todos los detalles del plano. Tena ganas de beber, notaba la garganta seca y la lengua abrasada, pero no quera detenerse. Le pareca llevar un reloj metido en la cabeza, y que su tic-tac iba dicindole: No tienes tiempo, no tienes tiempo...

    Los dos hombres pasaban junto a unas repisas excavadas en los muros. Indy se paraba en algunos momentos para examinar los objetos que estaban colocados en esas repisas. Separaba con ojos de experto los que le interesaban y los guardaba en el bolsillo. Monedas, pequeos medallones y piezas de cermica que pudiera llevar consigo. Saba bien lo que tena valor y lo que no lo tena. Pero todos ellos eran nada comparados con lo que realmente haba venido a buscar: el dolo.

    Ahora andaba ms de prisa, y el peruano corra detrs de l, jadeando para no distanciarse. De repente se par, dando un respingo.

    Por qu nos hemos parado? pregunt Satipo, con una voz como si tuviera los pulmones ardiendo.

    Indy no contest, se haba quedado helado, casi sin respiracin. Satipo, asustado, se acerc a l, e iba a tocarle en el brazo, pero la mano se le qued tambin helada a medio camino.

    Una tarntula negra suba por la espalda de Indy, con una lentitud aterradora. Indy senta las patas que iban avanzando hacia la piel desnuda del cuello. Esper unos segundos que le parecieron interminables, hasta que el bicho se le puso en el hombro. Vea el pnico de Satipo, notaba las ganas que tena de dar un grito y escapar de un salto. Saba que tena que actuar con rapidez, pero sin provocar la huida de Satipo. Con un movimiento suave, alz la mano hasta el

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    hombro, y de un golpe lanz lejos a la araa. Con una sensacin de alivio, empez otra vez a andar, pero pronto oy un grito entrecortado del peruano, y vio otras dos araas en el brazo de Satipo. Instintivamente, Indy solt un latigazo, lanz a los bichos al suelo y los aplast con las botas antes de que pudieran escabullirse en las sombras.

    Satino estaba plido, pareca que se iba a desmayar. Indy le agarr, y le sostuvo por el brazo hasta verle ya recuperado. Luego el arquelogo seal hacia el fondo del pasillo, hacia una cmara pequea, alumbrada por un nico rayo de luz que entraba por un agujero del techo. Las tarntulas ya estaban olvidadas; Indy saba que le esperaban otros peligros.

    Ya basta, seor dijo Satipo. Vmonos.

    Pero Indy no contest. Tena la vista fija en la cmara, y estaba dndole vueltas a una idea, tratando de meterse en la mente de quienes haban construido el templo haca ya tantos aos. Supona que habran querido proteger el tesoro. Habran puesto barreras y trampas, para asegurarse de que ningn extrao pudiera nunca llegar hasta el corazn del templo.

    Fue acercndose a la entrada, avanzando con la precaucin instintiva del cazador que huele el peligro en el aire, que lo siente antes de haber descubierto cualquier sntoma. Se agach, palp el suelo a su alrededor, encontr un tronco grueso, lo arrastr, y luego, acercndose un poco ms, lanz el tronco dentro de la cmara.

    Por un instante, no pas nada. Luego se oy un dbil chirrido, un crujido ms fuerte, y las paredes de la cmara parecieron abrirse como gigantescas estacas de metal, las mandbulas de un imposible tiburn, que fueron a cerrarse sobre el centro de la cmara. Indiana Jones sonri, admirado ante el trabajo de los constructores del templo, el ingenio que haban necesitado para imaginar aquella horrible trampa. El peruano solt un juramento en voz baja, y se santigu. Indy estaba a punto de decir algo, cuando vio que haba una cosa clavada en las grandes picas. No necesit ms de un momento para comprender qu era lo que haba quedado atravesado por las afiladas puntas.

    Forrestal.

    Mitad esqueleto. Mitad carne. La cara, conservada en forma grotesca por la temperatura de la cmara, reflejaba todava el dolor y la sorpresa, como si la hubieran dejado all para servir de escarmiento a cualquiera que sintiese deseos de entrar en la habitacin. Forrestal, empalado por el pecho y la ingle, con manchas negruzcas de sangre en su sahariana, manchas de muerte. Jess!, pens Indy. Nadie merecera una muerte as. Nadie. Por un momento sinti tristeza.

    Te equivocaste, chico. Estabas fuera de tu ambiente. Debas haberte quedado en el aula. Indy cerr un momento los ojos, entr luego en la cmara, sac los restos del hombre de las puntas de las picas, y dej el cadver en el suelo.

    Conoca usted a esa persona? pregunt Satipo.

    S, le conoca.

    El peruano volvi a santiguarse.

    Seor, yo creo que sera mejor no seguir adelante.

    No vas a echarte atrs por tan poca cosa, no es verdad, Satipo?

    Indy permaneci un rato callado. Vio que las picas de metal empezaban a retirarse y se encajaban otra vez en las paredes de donde haban salido. Estaba asombrado ante la simplicidad del mecanismo, un mecanismo tan sencillo y tan mortal.

    Indy sonri al peruano y le dio unos golpecitos en el hombro. Sudaba a todo sudar y estaba temblando. Indy entr en la cmara, sin perder de vista las picas, que tenan otra vez las puntas clavadas en los muros. Pasado un momento, el peruano, refunfuando y hablando en voz baja, le sigui. Atravesaron la cmara y salieron a un corredor recto, de unos quince metros de largo. Al fondo del corredor haba una puerta, iluminada por el sol que entraba por arriba.

    Estamos cerca dijo Indy, muy cerca.

    Volvi a consultar el mapa antes de doblarlo, tratando de no olvidar los detalles. Pero no ech a andar en seguida. Sus ojos recorran el lugar en busca de ms trampas, ms cepos.

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    Parece seguro dijo Satipo.

    Eso es lo que me escama, amigo.

    No hay nada dijo el peruano. Vamos.

    Satipo, que de repente tena mucha prisa, dio unos pasos.

    Y luego se par, al ver que su pie derecho resbalaba sobre la superficie del suelo. Cay hacia adelante, dando un grito. Indy agarr al peruano por el cinturn, y tir de l hacia atrs. Satipo se dej caer en el suelo, agotado.

    Indy observ el suelo que haba pisado el peruano. Eran telas de araa, toda una extensin de viejas telaraas, sobre las que se haba depositado una capa de polvo que daba la impresin de ser el suelo. Se agach, cogi una piedra, y la dej caer sobre las telaraas. No se oy nada, ningn ruido, ningn eco.

    Tiene que ser muy hondo coment Indy.

    Satipo, que continuaba sin aliento, no contest.

    Indy contempl las telaraas y la puerta iluminada que estaba al otro lado. Cmo se puede cruzar un espacio, un pozo, en el que no existe un suelo?

    Seor, yo creo que nos volvemos ya, no?

    No, yo creo que seguimos adelante.

    Cmo? Ponindonos alas? Es eso lo que est pensando?

    No hacen falta alas para volar, chico.

    Sac el ltigo y mir al techo. Haba varias vigas encajadas en l. Claro que podan estar podridas. Pero tambin podan estar lo bastantes fuertes como para soportar su peso. Mereca la pena intentarlo. Si no daba resultado, habra que decirle adis al dolo. Lanz el ltigo hacia arriba, vio que se enganchaba en una de las vigas, y luego tir de l para probar si aguantaba.

    Satipo movi la cabeza.

    Est usted loco.

    Se te ocurre otra cosa mejor?

    El ltigo no puede aguantarnos. La viga se va a partir por la mitad.

    Lbreme Dios de los pesimistas dijo Indy. Lbreme Dios de los incrdulos. T confa en m. Haz lo que yo haga, estamos?

    Indy se agarr con las dos manos al ltigo, volvi a tirar de l para hacer otra prueba, y luego se lanz despacio por el aire, sin olvidar en ningn momento el suelo ilusorio que tena debajo, la oscuridad del pozo que se abra debajo del polvo y las telaraas, la posibilidad de que fallara la viga, se soltara el ltigo, y entonces... pero no tuvo tiempo de pensar en cosas tan tristes. Se balance agarrado al ltigo, sintiendo cmo cortaba el aire con el cuerpo. Sigui colgado hasta estar seguro de haber saltado hasta ms all de los bordes del pozo, y luego se dej caer al suelo. Lanz el ltigo al peruano, que dijo algo entre dientes en espaol, algo que Indy estaba seguro tena un significado religioso. Se preguntaba si en algn lugar del Vaticano podra haber un santo, patrono de los que tenan ocasin de viajar en ltigo.

    Vio que el peruano aterrizaba a su lado.

    No te lo dije? Es mejor que ir en autobs.

    Satipo no dijo nada. A pesar de la poca luz que haba, Indy vea que estaba plido. Encaj en una hendidura de la pared el puo del ltigo.

    Para el viaje de vuelta. Yo siempre hago viajes de ida y vuelta.

    Satipo se encogi de hombros, y los dos cruzaron la puerta, y entraron en un cuarto grande, abovedado, con varios tragaluces en el techo por donde entraba el sol que iluminaba las baldosas blancas y negras del suelo. Y luego Indy vio algo al otro lado de la cmara, algo que le dej sin aliento, le produjo una impresin y un placer que no era capaz de describir.

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  • En busca del arca perdida Campbell Black

    El dolo.

    Colocado sobre una especie de altar, con un aspecto fiero y al mismo tiempo hermoso, su cuerpo de oro brillaba a la luz de la antorcha y con los rayos del sol que entraban por el tejado, el dolo.

    El dolo de los guerreros chachapoyan.

    Lo que sinti entonces fue un irresistible deseo de echar a correr por la cmara y tocar aquella belleza, una belleza rodeada de obstculos y trampas. Y cul sera la trampa sorpresa reservada para el final? Qu clase de trampa sera la que rodeaba al propio dolo?

    Voy a entrar dijo.

    El peruano, entonces, vio tambin el dolo, pero no dijo nada. Se qued mirndolo, con una expresin de avaricia que haca comprender que ya no le importaba nada como no fuera ponerle las manos encima. Indy le observaba, dicindose: Ya lo ha visto. Ha visto lo bonito que es. No puedo fiarme de l. Satipo estaba a punto de atravesar el umbral cuando Indy le detuvo.

    Te acuerdas de Forrestal?

    S que me acuerdo.

    Contempl el complicado dibujo de baldosas blancas y negras, tratando de comprender por qu estaran colocadas de aquella forma. Junto a la puerta haba dos viejas antorchas metidas en unos roosos soportes de metal. Cogi una de ellas, tratando de imaginarse la cara de la ltima persona que la haba tenido en sus manos; el paso del tiempo... algo que nunca dejaba de asombrarle era que los objetos ms vulgares duraran siglos y siglos. Encendi la antorcha, mir a Satipo, se agach, y apret una de las baldosas blancas con el extremo que no estaba encendido. Dio unos golpes. Slida. Ni eco ni resonancia ninguna. Muy slida. Luego golpe una de las baldosas negras.

    Todo ocurri antes de que pudiera retirar la mano. Un ruido, el sonido de algo que pasaba zumbando por el aire, algo que produca un silbido por la velocidad que llevaba, y un dardo pequeo se clav en el mango de la antorcha. Apart la mano. Satipo dio un suspiro, y seal luego hacia el interior de la cmara.

    Vena de all dijo. Ve usted ese agujero? El dardo ha salido de all.

    Veo cientos de agujeros contest Indy.

    La cmara entera estaba agujereada como una colmena, llena de pequeas cavidades oscuras, cada una de ellas cargada con un dardo, que se disparaba en cuanto se apretase una de las baldosas negras.

    Qudate aqu, Satipo.

    El peruano volvi la cara despacio.

    Si se empea.

    Indy, con la antorcha encendida, fue avanzando con precaucin, pisando slo las baldosas blancas, y saltando por encima de las negras. Vea su sombra reflejada en las paredes a la luz de la antorcha, y no se olvidaba de los agujeros, ahora medio iluminados, que contenan los dardos. Pero lo que ms le atraa era el dolo, su extraa belleza, cada vez mayor a medida que se acercaba, su brillo que pareca hipnotizarle, la enigmtica expresin de su cara. Qu raro, pens; quince centmetros de alto, dos mil aos a cuestas, un montn de oro con una cara que difcilmente podra uno decir que es bonita y, sin embargo, una cosa que hace a los hombres perder la cabeza, matarse por ella. Pero le hipnotizaba, y tuvo que apartar la vista. Tengo que concentrarme en las baldosas, se dijo. Slo en las baldosas. No mirar ms que eso. Y no permitir que me falle el instinto.

    En el suelo, sobre una de las baldosas blancas, atravesado por los dardos, haba un pjaro muerto. Se qued mirndolo, sobrecogido al pensar que fuera quien fuera el que haba construido el templo y haba preparado las trampas, no habra sido tan tonto como para ponerlas slo en las baldosas negras: igual que un comodn en una baraja, por lo menos una de las baldosas estara envenenada.

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    Por lo menos una.

    Y si haba adems otras?

    Vacil; sudaba, senta el calor del sol que entraba por el techo, el calor que despeda la llama de la antorcha. Pas con cuidado, sin tocar el pjaro muerto, mirando las baldosas blancas que le separaban del dolo, como si cada una de ellas fuera un enemigo en potencia. A veces, pens, la precaucin sola no sirve para nada. A veces no te llevas el premio si andas con dudas, si no te decides a correr el ltimo riesgo. La precaucin tiene que ir acompaada de la suerte, pero entonces tienes que saber al menos con qu probabilidades cuentas. La vista del dolo volvi a arrastrarle. Le magnetizaba. Y se daba cuenta de que tena detrs a Satipo, mirndole desde la puerta, y pensando sin duda en traicionarle.

    Hazlo, se dijo. Qu demonios!, hazlo, y manda a paseo las precauciones. Empez a moverse con la gracia de un bailarn. Se mova con la extraa elegancia de un hombre que sorteara cuchillas. Ahora cada baldosa poda ser una mina, una carga de profundidad.

    Avanz de lado, evitando las baldosas negras, y con miedo de que su peso disparara el mecanismo que hara que el aire se cuajara de dardos. Ya estaba ms cerca del altar, ms cerca del dolo. El premio. El triunfo. Y la trampa final.

    Volvi a pararse. Su corazn pareca volverse loco, notaba los latidos del pulso, la sangre que le arda en las venas. El sudor que le caa de la frente y se escurra por los prpados, le cegaba. Se lo limpi con el dorso de la mano. Unos pocos pasos ms, pens. Unos pocos pasos ms.

    Y unas cuantas baldosas ms.

    Empez a andar otra vez, levantando y bajando las piernas despacio. Si alguna vez haba necesitado guardar el equilibrio, era ahora. El dolo pareca hacerle guios, tentarle.

    Otro paso.

    Otro paso.

    Alarg la pierna derecha, y toc la ltima baldosa blanca que haba delante del altar.

    Lo haba conseguido. Lo haba hecho. Sac un frasco del bolsillo, lo destap, y ech un buen trago. ste me lo merezco, pens. Volvi a guardar el frasco, y mir al dolo. La ltima trampa. Cul podra ser la ltima trampa? El riesgo final.

    Estuvo un buen rato pensativo, tratando de imaginarse qu habra hecho l de haber sido uno de los que construyeron el templo, de los que inventaron sus defensas. Alguien llega aqu para llevarse el dolo, lo que significa que tiene que levantarlo, tiene que quitarlo de encima de esa losa de piedra en que est, tiene, materialmente, que cogerlo.

    Y entonces qu?

    Entonces cualquier mecanismo que hay debajo del dolo acusa la falta de peso, y dispara... qu? Ms dardos? No, tena que ser algo peor. Algo que resultara an ms mortal. Volvi a pensar; su mente trabajaba a toda prisa, tena los nervios en tensin. Se inclin para mirar de cerca la base del altar. Haba trozos de piedra, polvo, tierra, todo lo que se haba acumulado all durante siglos. Tal vez, pens. Tal vez, sea posible. Sac del bolsillo una bolsa pequea atada con una cuerda, la abri, vaci las monedas que haba en ella y empez a llenarla de tierra y piedras. La sostuvo en la palma de la mano para calcular su peso. Tal vez s, volvi a pensar. Si puedes hacerlo muy de prisa. Si puedes hacerlo tan de prisa que consigas adelantarte al mecanismo. Si es que es sa la clase de trampa que han puesto aqu.

    S, s, s. Demasiadas hiptesis.

    En otras circunstancias se habra marchado, habra evitado exponerse a tantas posibles sorpresas. Pero en aquel momento no, all, no. Se qued de pie, volvi a calcular el peso de la bolsa, con la esperanza de que fuese ms o menos igual al del dolo. Luego actu con rapidez, levant el dolo y puso en su lugar la bolsa, la dej sobre la piedra pulimentada.

    No pas nada. Hubo un largo momento en que no pas nada.

    Mir la bolsa, luego al dolo que tena en sus manos, y empez a notar un ruido extrao y lejano, algo como el zumbido de una mquina que se pusiera en movimiento, el sonido de cosas

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    que despiertan de un largo sueo, crujidos y ruidos confusos que se propagan a travs del templo. De repente, el pedestal de piedra se hundi catorce o quince centmetros. Y luego el ruido fue hacindose cada vez ms fuerte, ensordecedor, y todas las cosas empezaron a moverse, a retemblar, como si los cimientos mismos se separaran, se agrietaran, se abrieran, y los ladrillos y maderas se hicieran pedazos.

    Se dio la vuelta y empez a saltar por las baldosas, corriendo todo lo que poda hacia la puerta. Y el ruido continuaba, como un trueno interminable, creca y retumbaba por los viejos corredores, pasillos y cmaras. Fue hacia Satipo, que segua de pie junto a la puerta, completamente aterrorizado.

    Ahora retemblaba todo, todo se mova, se desprendan los ladrillos, se desplomaban las paredes. Al llegar a la puerta vio que caa una roca sobre las baldosas del suelo, mientras los dardos se disparaban en todas direcciones.

    Satipo, jadeando, haba ido a buscar el ltigo, y estaba saltando el pozo. Al llegar al otro lado, se volvi hacia Indy.

    Ya saba que iba a venir esto, pens Indy.

    Lo saba, lo senta, y ahora que est a punto de ocurrir, qu es lo que puedo hacer? Vio que Satipo descolgaba el ltigo de la viga, y lo enrollaba en la mano.

    Un trato, seor. Un cambio. El dolo por el ltigo. Usted me tira el dolo, y yo le tiro el ltigo.

    Indy miraba a Satipo, y escuchaba al mismo tiempo la destruccin que tena detrs de l.

    Qu elige, seor Jones? pregunt Satipo.

    Supn que dejo caer el dolo en el pozo, amigo. Todo lo que habrs sacado despus de tantos sudores ser un ltigo, no es verdad?

    Y qu ser lo que ha sacado usted, seor?

    Indy se encogi de hombros. El ruido iba en aumento; notaba que temblaba todo el templo y que el suelo empezaba a moverse. Pero no poda resignarse a dejar caer el dolo, sin ms ni ms.

    Venga, Satipo. El dolo por el ltigo.

    Lanz el dolo hacia el peruano. Vio que Satipo coga la reliquia, se la guardaba en el bolsillo, y dejaba el ltigo en el suelo. Satipo sonri.

    Lo siento mucho, seor Jones. Adis, y buena suerte.

    No creo que lo sientas ms que yo grit Indy al ver cmo desapareca el peruano por el corredor. El templo entero, como una deidad vengativa de la jungla, tembl con ms fuerza todava.

    Oy el ruido de piedras que caan, de pilares que se derrumbaban. La maldicin del dolo, pens. Pareca una pelcula, como esas que los chicos contemplan con los ojos abiertos de par en par el sbado por la tarde en la oscuridad de un cine. No se poda hacer ms que una cosa, una sola, no haba otra alternativa. Tengo que saltar, se dijo. Tengo que hacer la prueba y saltarme el pozo, con la esperanza de que la gravedad no me falle. El infierno entero se ha desatado por ah detrs, y tengo un abismo espantoso justo delante de m. Tengo que dar un salto, salir volando en la oscuridad, y esperar que todo vaya bien.

    Salta!

    Respir hondo, tom impulso, y salt con todas sus fuerzas, notando el silbido que produca su cuerpo al cortar el aire. De haber sido de los que rezan, se habra puesto a rezar, a rezar para que no se le tragara el pozo que tena debajo.

    Y ahora ya estaba cayendo. El mpetu de su salto se haba agotado. Estaba cayendo. Y tena la esperanza de estar cayendo del otro lado.

    Pero no estaba cayendo del otro lado.

    Notaba la oscuridad, el olor a humedad que suba de abajo, y extendi las manos, buscando algo a que agarrarse, algn reborde, cualquier cosa que le sostuviera. Clav los dedos en el borde del pozo, el borde que se desmoronaba, y trat de subir, mientras oa cmo se desprendan las 14

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    piedras y caan al abismo. Hizo fuerza con las piernas, clav las manos, luch como un pez fuera del agua por subir, salir de all, alcanzar algo que en aquel momento pudiera parecer seguro. Gritando, golpeando con las piernas la pared interior del pozo, luch cuanto poda por salir de all. No poda dejar al peruano escaparse con el dolo. Volvi a hacer fuerza con las piernas, a dar patadas, a intentar encontrar algo en que apoyarse para salir del pozo, alguna cosa, lo que fuera. Y el templo segua derrumbndose, como una pobre choza de paja en un huracn. Dio un grito, clav los dedos en el borde, hizo un esfuerzo tan grande que crey que sus msculos y sus venas iban a estallar, y consigui subir un poco, aunque notaba que se le rompan las uas de los dedos bajo el peso de su cuerpo.

    Con ms fuerza, pens.

    Ms fuerza.

    Sigui subiendo; le cegaba el sudor, los nervios empezaban a fallarle. Algo va a reventar, va a estallar algo, pens, y entonces s que sabr lo que hay en el fondo del pozo. Se par un momento, trat de recobrar las fuerzas, reunir todas sus energas, y volver a subir, centmetro a centmetro.

    Por fin consigui pasar la pierna por la boca del pozo, y deslizarse hasta el suelo, un suelo que pareca algo ms seguro, aunque siguiera temblando y amenazara con abrirse en cualquier momento.

    Pudo ponerse de pie y mirar hacia el corredor por donde haba escapado Satipo. Haba ido hacia la habitacin donde estaban los restos de Forrestal. El cuarto de las picas. La cmara de tortura. Y, de repente, comprendi lo que iba a ocurrirle al peruano, supo que estaba condenado antes de or el terrible chirrido de las picas, y antes de que el alarido de Satipo resonara en el corredor. Escuch, recogi el ltigo, y ech a correr hacia la cmara. Satipo estaba colgado, clavado como una mariposa grotesca de la coleccin de algn loco.

    Adis, Satipo dijo Indy, que sac el dolo del bolsillo del peruano, se abri paso entre las picas y ech a correr por el pasillo.

    Vio la salida, la abertura por donde entraba la luz, los rboles de fuera. Y el ruido aument una vez ms, llenndole los odos, haciendo vibrar todo su cuerpo. Se volvi, y qued asombrado al ver una enorme piedra que vena rodando por el pasillo, y coga cada vez ms velocidad. La trampa final, pens. Queran estar seguros de que aunque uno lograra entrar en el templo, consiguiera librarse de todo lo que aquel sitio poda arrojar contra l, lo que no podra nunca era salir vivo. Ech a correr. Corri como un loco hacia la salida, mientras la piedra rebotaba por el pasillo. Se lanz por la abertura de luz, y fue a caer fuera sobre la hierba, justo en el momento en que la piedra se estrellaba contra la salida y dejaba el templo cerrado para siempre.

    Agotado, jadeando, se tumb en la hierba.

    Demasiado cerca, pens. Demasiado cerca para encontrarse a gusto. Tena ganas de dormir. No deseaba ms que poder cerrar los ojos, no ver nada, no pensar nada, y descansar. Comprenda que poda haber muerto cien veces all dentro. Poda haber encontrado ms ocasiones de morir que las que un hombre puede esperar encontrar en toda su vida. Y luego sonri, se sent, y empez a dar vueltas al dolo en sus manos.

    Pero vala la pena. Vala la pena todo ello.

    Contempl la figura de oro.

    Estaba todava mirndola cuando vio una sombra delante de l.

    La sombra le sobresalt y le hizo incorporarse. Levant la vista. Dos guerreros hovitos estaban mirndole, con la cara pintada con los colores de guerra, y unas cerbatanas de bamb clavadas en el suelo como lanzas. Pero no era la presencia de los indios lo que le preocupaba ahora; era el hombre blanco que estaba en medio de ellos, vestido con un traje de safari y un salacot en la cabeza. Indy estuvo un rato sin decir nada, tratando de recordar. El hombre del salacot sonri, con una sonrisa helada, letal.

    Belloq dijo Indy.

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    Entre todos los hombres que hay en el mundo, Belloq.

    Indy apart un momento los ojos de la cara del francs, mir el dolo que tena en las manos, y luego ms all, hacia el borde de los rboles donde haba unos treinta guerreros hovitos. Y junto a los indios estaba Barranca. Barranca, que miraba con una estpida sonrisa de avaricia en la cara. La sonrisa, poco a poco, se convirti en expresin de asombro, y luego, ya ms de prisa, en una mirada vaca, que a Indy le pareci una seal de muerte.

    Los indios, que estaban a los lados del peruano, descargaron sus armas, y Barranca cay hacia adelante. Tena la espalda cuajada de dardos.

    Querido doctor Jones dijo Belloq. Tiene usted el don de escoger siempre los peores amigos.

    Indy no contest. Vio que Belloq se inclinaba para coger el dolo de sus manos. Lo contempl durante un rato, mirndolo de un lado y de otro, y con gesto de apreciarlo mucho.

    Belloq movi un poco la cabeza, en un ademn de cortesa que resultaba bastante incongruente, una muestra de educacin.

    Es posible que pensara que me haba dado por vencido. Pero una vez ms se demuestra que no puede usted tener nada que yo no pueda quitarle.

    Indy mir a los guerreros.

    Y los hovitos esperan que les entregue usted el dolo?

    Por supuesto dijo Belloq.

    Indy se ech a rer.

    Qu ingenuos!

    Tiene razn contest Belloq. Si hablara usted su lengua, podra decirles que no lo hicieran, naturalmente.

    Naturalmente.

    Indy vio que Belloq se volva hacia el grupo de indios y levantaba en sus manos el dolo; y entonces los guerreros, todos a un tiempo, como si se tratara de un espectculo coreogrfico bien ensayado, se postraron en tierra. Un momento de quietud, de temor religioso primitivo. Indy pens que en otras circunstancias hubiera podido sentirse lo bastante impresionado como para quedarse a contemplarlo.

    En otras circunstancias, pero no en aquel momento.

    Se levant poco a poco, mir la espalda de Belloq, ech otra ojeada a los guerreros postrados, y escap corriendo hacia los rboles, esperando el momento en que los indios se levantaran y el aire se llenara de dardos.

    Se meti entre los rboles, y oy la voz de Belloq que gritaba en una lengua que deba de ser la de los hovitos, y sigui corriendo entre el ramaje, en direccin al ro y al avin anfibio. Correr. Correr, aunque no quede ya ni una maldita pizca de energa. Encontrar algo que pueda haber de reserva.

    Correr.

    Y luego oy los dardos.

    Los oa cortar el aire, silbar, como una meloda de muerte. Corra en zigzag, movindose de un lado para otro entre los rboles. Poda or el ruido de las ramas que rompan los hovitos, las plantas que aplastaban al perseguirle. Tena una sensacin extraa de estar separado de su cuerpo; corra como si no lo sintiera, como si no tuviera que contar con las absurdas exigencias de msculos y tendones, movindose de una forma automtica, por puro reflejo. Oa el ruido de los dardos que se clavaban en los rboles, los pjaros que echaban a volar, los animales que huan ante la llegada de los hovitos. Correr, correr todo lo que se pueda, y luego correr todava un poco ms. No pensar. No pararse.

    Belloq. Ya llegar mi hora.

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    Si es que salgo de sta.

    Correr... no saba por cunto tiempo. El da empezaba a oscurecer.

    Se par, levant la cabeza para ver la escasa luz que se filtraba entre los rboles, y volvi a correr en direccin al ro.

    Lo que ms deseaba del mundo era or el ruido del agua, ver el avin que estaba esperndole.

    Cambi de camino, y atraves un claro en el que la falta de rboles haca que quedara al descubierto. Por un momento, el claro fue una amenaza, y el silencio del anochecer inquietante.

    Luego oy las voces de los hovitos, y tuvo la sensacin de que el claro se transformaba en el centro de un blanco absurdo. Cambi de direccin, vio dos figuras que se movan, y oy pasar por el aire dos lanzas que fueron a clavarse algo ms all... y otra vez a correr, correr hacia el ro. Y mientras corra, pens: No te ensean tcnicas de supervivencia cuando estudias arqueologa, ni te dan manuales para que aprendas a sobrevivir adems de hacer excavaciones.

    Y desde luego nadie te avisa de que existe un francs muy listo que se llama Belloq.

    Volvi a pararse, y oy a los indios que venan detrs de l. Y luego escuch otro ruido, un ruido que le entusiasm, que le llen de alegra: el agua que corre, el movimiento de los juncos. El ro! A qu distancia podra estar ya? Volvi a escuchar para estar bien seguro, y ech a correr otra vez, como si le hubieran recargado la batera. Ms de prisa, con ms fuerza. Abrindose paso a travs del follaje, sin preocuparse de cortes o rozaduras. Cada vez ms de prisa, y con ms fuerza. El ruido se haca distinto. El ruido del agua que corre.

    Sali de entre los rboles.

    All.

    All abajo, detrs de la maleza, de la vegetacin hostil, el ro.

    El ro, y el avin anfibio, flotando y balancendose en el agua. No poda imaginar nada ms acogedor. Sigui bajando por la ladera, y se dio cuenta de que no era fcil abrirse paso hasta el avin. Y tampoco haba tiempo de buscar otro camino. Era mejor subir la ladera, hasta llegar al punto en que quedaba cortada a pico sobre el ro, y entonces saltar. Saltar, pens. Valiente cosa! Qu me importa un salto ms?

    Empez a subir, y distingui la figura de un hombre que estaba sentado en el ala del avin. Indy lleg a un punto que quedaba casi justo encima del aparato, mir hacia abajo un momento, y luego cerr los ojos y salt al ro desde el borde de la escarpadura.

    Cay cerca del ala del avin, se hundi mientras le arrastraba la corriente, volvi a salir a la superficie y empez a nadar hacia el aparato. El hombre que estaba sentado en el ala se levant al ver que Indy se agarraba a una barra y sala del agua.

    Ponlo en marcha, Jock! Grit Indy. Ponlo en marcha.

    Jock corri por el ala y se meti en la cabina del piloto, mientras Indy se escurra hasta el compartimento de pasajeros y se dejaba caer en el asiento. Cerr los ojos, y escuch el ruido de los motores del aparato que se deslizaba sobre el agua.

    No esperaba que cayeras as, tan de repente dijo Jock.

    Ahrrate las bromas.

    No te ha ido bien, chico?

    Indy sinti ganas de echarse a rer.

    Recurdame que te lo cuente en otro momento.

    Estaba tumbado de espaldas, con los ojos cerrados, esperando dormirse. Pero se dio cuenta de que el avin no se mova. Entonces se levant y se inclin hacia el piloto.

    No arranca dijo Jock.

    Que no arranca? Por qu?

    Jock sonri.

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    Si es que yo slo s volar con este maldito chisme. No s por qu se empean en creer que todos los escoceses somos unos mecnicos estupendos.

    Por la ventanilla, Indy vea que los hovitos estaban empezando a vadear el ro. Quince metros, diez metros. Parecan una especie de espritus grotescos del cauce que se levantaran para vengar alguna transgresin histrica. Sacaron los brazos del agua, y una lluvia de lanzas vol hacia el fuselaje del avin.

    Jock...

    Estoy haciendo todo lo que puedo, Indy. Todo lo que puedo.

    Pues me parece que tendras que hacer algo ms.

    Las lanzas se estrellaban contra el aparato, hacan temblar las alas, y daban en el fuselaje con un ruido como de enormes piedras de granizo.

    Ya lo tengo dijo Jock.

    Los motores empezaron a cobrar vida en el mismo momento en que dos de los hovitos, que haban nadado hasta el aparato, se encaramaban a las alas.

    Se mueve dijo Jock. Se mueve.

    El aparato se desliz otra vez sobre el agua, y empez a elevarse con cierta dificultad. Indy vio que los dos guerreros perdan el equilibrio y caan al agua, como dos misteriosas criaturas salidas de la selva.

    El avin volaba sobre las copas de los rboles, sacuda las ramas, y espantaba a los pjaros que escapaban hacia la ltima luz del da. Indy se ech a rer y cerr los ojos.

    Cre que no iba a conseguirlo dijo Jock. Tengo que confesarlo.

    No lo he puesto en duda ni por un momento contest Indy, sonriendo.

    Descansa ahora, hombre. Duerme un poco. Olvdate de la maldita selva.

    Por un momento, Indy se dej llevar sin pensar en nada. Alivio. Se relajan los msculos. Qu sensacin tan agradable. Podra haber estado as mucho tiempo.

    Luego not que algo se le suba por el muslo. Una cosa lenta, pesada.

    Abri los ojos y vio a una boa constrictor que se enroscaba amenazadoramente en una de sus piernas. Se levant de un salto.

    Jock!

    El piloto se dio la vuelta y sonri.

    No te va a hacer nada. Es Reggie. No es capaz de hacer dao a nadie.

    Qutamela de encima, Jock.

    El piloto se inclin hacia atrs, dio un golpe a la serpiente y la arrastr hasta ponerla a su lado. Indy la vio deslizarse. Una sensacin de asco que haba sentido siempre, un inexplicable terror. Para algunas personas eran las araas, para otras, las ratas y, para otras, los espacios cerrados. A l, lo que ms le horrorizaba era ver o tocar una serpiente. Volvi a limpiarse el sudor de la frente, y empez a tiritar al sentir de repente el fro de sus ropas caladas.

    Djala a tu lado dijo. No puedo ver una serpiente.

    Voy a revelarte un pequeo secreto. La serpiente normal suele ser mucho mejor que la mayora de los hombres.

    Te creo contest Indy. Pero no dejes que se me acerque.

    Cuando ya te crees seguro, pens, una boa constrictor decide venir a buscar calor en tu cuerpo. Ni ms ni menos que lo que poda esperarse.

    Durante un rato estuvo mirando por la ventanilla, viendo cmo la oscuridad caa misteriosamente sobre la selva. Puedes guardar tus secretos, pens Indy. Puedes guardrtelos todos.

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    Antes de quedarse dormido, arrullado por el ruido de los motores, pens con ilusin que no pasara mucho tiempo sin que volviera a encontrarse al francs en su camino.

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    2

    Berln

    En un despacho de la Wilhelmstrasse, un oficial con el uniforme negro de las SS un hombre muy pequeito en contra de lo que hubiera podido esperarse, llamado Eidel, estaba sentado detrs de una mesa, mirando los montones de carpetas cuidadosamente alineados delante de l. El visitante de Eidel, que se llamaba Dietrich, comprendi en seguida que el hombre pequeito acumulaba todos aquellos montones de carpetas a modo de compensacin: le hacan sentirse grande, importante. En estos das, pasa en todas partes lo mismo, pens Dietrich. Se calcula lo que vale un hombre por el montn de papeles que consigue amasar, y por el nmero de sellos que est autorizado a emplear. Dietrich, a quien le gustaba pensar en s mismo como un hombre de accin, suspir para sus adentros, y mir hacia la ventana, que tena la persiana bajada. Esperaba que hablase Eidel, pero el oficial de las SS llevaba ya algn tiempo callado, como si hasta sus mismos silencios estuvieran destinados a dar a entender algo de lo que l consideraba su importancia.

    Dietrich mir el retrato del Fhrer que colgaba de la pared. Llegado el caso, daba igual lo que uno pudiera pensar de un tipo como Eidel blando, amarrado a su mesa de despacho, ostentoso, y encerrado en miserables oficinas porque tena acceso directo a Hitler. Por eso, escuchabas y sonreas, y fingas pertenecer a una categora inferior. Despus de todo, Eidel perteneca al crculo ntimo, al cuerpo escogido de la guardia de Hitler.

    Eidel se ajust el uniforme, que pareca recin salido de la tintorera, y dijo:

    Confo en haberle hecho comprender la importancia de este asunto, coronel.

    Dietrich afirm con la cabeza. Se senta impaciente. Odiaba las oficinas.

    Eidel se levant, se puso de puntillas, como un hombre que intenta alcanzar en el metro un agarradero que est fuera de su alcance, y luego fue hacia la ventana.

    El Fhrer est empeado en obtener ese objeto. Y cuando l se empea en una cosa...

    Eidel no termin la frase, dio media vuelta y mir a Dietrich. Hizo un gesto con las manos como para indicar que todo lo que se le pasaba por la cabeza al Fhrer era incomprensible para los seres inferiores.

    Ya comprendo dijo Dietrich, tamborileando con los dedos en su valija diplomtica.

    La significacin religiosa es importante aadi Eidel. Aunque, naturalmente, no es que el Fhrer tenga un inters especial por las reliquias judas en s. Hizo otra pausa, y solt una risita, como si lo encontrara divertidsimo. Lo que ms le interesa es el significado simblico del objeto, ya me entiende.

    Dietrich tuvo la impresin de que Eidel estaba mintiendo, que ocultaba algo: era difcil imaginar que el Fhrer se interesara por alguna cosa slo por su valor simblico. Mir el cable que Eidel le haba dado a leer unos minutos antes, y luego volvi a mirar el retrato de Hitler, que estaba serio, con cara de pocos amigos.

    Eidel, con aire de profesor de pequea ciudad universitaria, dijo:

    Y ahora nos metemos en un asunto que requiere conocimientos de experto.

    Efectivamente.

    Nos metemos en un asunto que requiere conocimientos especficamente arqueolgicos.

    Dietrich no contest. Ya vea dnde iba a parar todo aquello. Comprenda para qu le necesitaban.

    Temo que eso est fuera de mi alcance dijo.

    Eidel sonri.

    Pero tiene usted relaciones, segn creo. Conoce a las ms altas autoridades que hay en ese terreno, no es verdad?

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    Eso es algo que podra discutirse.

    Pero no hay tiempo para discutirlo dijo Eidel. Yo no estoy aqu para discutir qu es lo que se entiende por autoridad, coronel. Estoy aqu, lo mismo que usted, para obedecer una orden importante.

    No necesita recordrmelo.

    Ya lo s dijo Eidel, apoyndose en la mesa. Y usted sabe que estoy hablando de una determinada autoridad cuya pericia en esta particular esfera de inters ser inapreciable para nosotros. Est claro?

    El francs dijo Dietrich.

    Por supuesto.

    Dietrich tard un poco en contestar. No se senta muy a gusto. Tena la impresin de que la cara de Hitler le rea desde su retrato por tantas vacilaciones.

    Al francs no es fcil encontrarle. Como cualquier mercenario, considera que el mundo entero es su lugar de trabajo.

    Cundo ha sabido algo de l por ltima vez?

    Creo que fue en Sudamrica.

    Eidel contempl el dorso de sus manos, delgadas y plidas, pero no delicadas, manos de hombre que no ha podido colmar su ambicin de ser pianista.

    Puede encontrarle. Comprende lo que estoy dicindole? Comprende de quin viene la orden?

    Puedo encontrarle dijo Dietrich. Pero le prevengo...

    No me prevenga, coronel.

    Dietrich not que se le secaba la garganta. Aquel imbcil de oficinista. Tena ganas de estrangularle, de embutirle de papeles hasta que se ahogase.

    Muy bien, pero le advierto que el francs tiene un precio muy alto.

    No importa dijo Eidel.

    Y que no es precisamente lo que se dice un hombre de fiar.

    Se supone que de eso ya se encargar usted. Lo importante, coronel Dietrich, es que le encuentre y que se lo traiga al Fhrer. Pero hay que hacerlo en seguida. Para entendernos, habra que hacerlo ayer.

    Dietrich mir la cortina de la ventana. Algunas veces se aterraba al ver que el Fhrer se rodeaba de lacayos tan estpidos como Eidel. Indicaba escasa claridad de juicio en lo concerniente a las personas.

    Eidel sonri, como si le divirtiera ver que Dietrich no se encontraba a gusto. Luego, dijo:

    La rapidez es muy importante. Como es natural, otros grupos estn tambin interesados. Y esos grupos no representan precisamente los intereses del Reich. Est claro?

    Muy claro.

    Dietrich pens en el francs; aunque no se lo hubiera dicho a Eidel, saba que Belloq estaba en aquel momento en el sur de Francia. La idea de tener que entrar en tratos con Belloq era lo que le reventaba. Bajo su aparente amabilidad, era un hombre cruel y egosta, con un absoluto desprecio por cualquier tipo de filosofa, creencia o poltica. Mientras sirviera a los intereses de Belloq, estaba bien. Si no, no le preocupaba lo ms mnimo.

    Los dems grupos ya tendrn quien se ocupe de ellos, en caso de que aparezcan. No tiene por qu preocuparse de ellos.

    Pues eso ser lo que haga dijo Dietrich.

    Eidel cogi el cable en sus manos y lo mir.

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    Todo lo que hemos hablado no debe salir de estas cuatro paredes. No necesito decrselo, no es as, coronel?

    No necesita decrmelo contest de mal humor Dietrich.

    Eidel volvi a sentarse a su mesa, y mir al otro hombre a travs de la montaa de carpetas. Guard silencio un momento, y luego fingi sorprenderse al ver que Dietrich segua sentado enfrente de l.

    Todava est usted aqu, coronel?

    Dietrich cogi su valija y se levant. Resultaba difcil no sentir odio hacia aquellos payasos uniformados de negro. Actuaban como si fueran los amos del mundo.

    Estaba a punto de marcharme dijo Dietrich.

    Heil Hitler grit Eidel, levantando la mano, y con el brazo rgido.

    Dietrich contest desde la puerta con las mismas palabras.

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    3

    Connecticut

    Indiana Jones estaba sentado en su despacho de Marshall College.

    Acababa de terminar la primera leccin del ao en la clase de arqueologa 101, y le haba ido bien. Siempre le iba bien. Le gustaba ensear, y saba que era capaz de comunicar a los estudiantes su entusiasmo por la asignatura. Pero ahora estaba inquieto, y esa inquietud le molestaba. Porque saba muy bien qu era lo que quera hacer.

    Indy puso los pies encima de la mesa, tir a propsito un par de libros, y luego se levant y empez a andar por el despacho, un despacho que ya no era el lugar ntimo que sola ser, su refugio, su escondite, sino la celda de una persona completamente extraa.

    Jones, se dijo.

    Indiana Jones, despierta.

    Por un momento, los objetos que le rodeaban parecieron desprenderse de su significado. El mapa de Sudamrica colgado en la pared se convirti en una mancha surrealista, la creacin de un pintor dada. La copia del dolo hecha en arcilla se volvi de repente una cosa fea, sin sentido. Lo cogi en sus manos y pens: Y por una cosa como sta te jugaste la vida? Tiene que faltarte algn tornillo. Tienes una tuerca fuera de su sitio.

    Tena la copia del dolo en la mano, y la miraba casi sin verla.

    Aquella locura por las cosas antiguas le pareci de repente algo impo, antinatural. Una admiracin desmedida por el sentido de la historia, y no slo de comprenderlo, sino de alcanzarlo y palparlo, aduearse de l a travs de sus restos y utensilios, verse perseguido por las caras de los artesanos, artfices y artistas que murieron hace mucho tiempo, por el fantasma de unas manos que crearon esos objetos, de unos dedos que ya se han convertido en huesos, en polvo. Pero que no estn olvidados, que nunca llegarn a olvidarse del todo, mientras quede alguien que sienta una pasin tan irracional.

    Por un momento, sus viejos sentimientos parecieron volver, asaltarle, aquella primera emocin experimentada cuando era estudiante. Cundo haba sido eso? Haca quince, diecisis, veinte aos? Daba igual: para l, el tiempo no significaba lo mismo que para la mayora de las personas. El tiempo era algo que descubras en los secretos que haba ido enterrando, en templos, en ruinas, debajo de las piedras, del polvo y de la arena. El tiempo se alargaba, se haca elstico, y creaba esa maravillosa sensacin de que todo lo que alguna vez haba vivido estaba unido a todo lo que exista ahora; y la muerte careca esencialmente de sentido, gracias a todo lo que dejabas detrs.

    Careca de sentido.

    Se acord de Champollion trabajando en la piedra de Rosetta, su asombro al descifrar por fin los viejos jeroglficos. Pens en Schliemann, cuando descubri el sitio donde haba estado Troya. En Flinders Petrie, excavando el cementerio predinstico de Nagada. En Woolley, cuando descubri en Iraq el cementerio real de Ur. Y en Carter y lord Carnarvon, el da en que se toparon con la tumba de Tutankhamon.

    Ah era donde haba empezado todo. En ese sentido del descubrimiento, que era como el ojo de un huracn intelectual. Te arrastraba, te llevaba, te transportaba hacia atrs en esa mquina del tiempo que los escritores de ciencia ficcin no podan comprender: tu mquina del tiempo personal, tu comunicacin privada con el pasado.

    Examin la copia del dolo que tena en la mano, y la mir como si fuera un enemigo personal. No, pens: t eres el peor enemigo de ti mismo, Jones. Te dejaste arrastrar porque habas encontrado la mitad de un mapa entre los papeles de Forrestal, y porque estabas empeado en confiar a toda costa en un par de criminales que tenan la otra mitad.

    Morn, pens.

    Y Belloq. Belloq, probablemente, era el listo. Tena un ojo tan afilado como una navaja de

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    afeitar para descubrir la ocasin. Siempre lo haba tenido, igual que las serpientes que tanto detestas. El predador que se desliza, sale de debajo de una piedra, y se lleva siempre la pieza que no ha cazado l.

    Todo eso le trajo a la memoria la imagen de Belloq, su cara delgada y guapa, sus ojos oscuros, y esa sonrisa que disimulaba su astucia.

    Record otros encuentros suyos con el francs. Le record en la escuela, cuando Belloq se las arregl para ganar el Premio de la Sociedad Arqueolgica, presentando un trabajo sobre estratigrafa, que Indy vio que estaba basado en uno que haba hecho l. Y Belloq haba encontrado la forma de plagiarlo, la forma de llegar hasta l. Indy no pudo probar nada, porque hubiera parecido que era un caso como el de las uvas verdes de la fbula, un ataque de envidia.

    1934. Recuerda el verano de ese ao, pens.

    1934. Un verano negro. Haba pasado varios meses planeando una excavacin en el desierto Rub al Khali de Arabia Saud. Meses enteros de preparativos, de esfuerzos para conseguir fondos, de hacer que casaran todas las piezas, y demostrar que no se equivocaba al decir que en aquel desierto estaban los restos de una cultura nmada anterior a la era cristiana. Y todo eso para qu?

    Cerr los ojos.

    An ahora, el recuerdo le llenaba de amargura.

    Belloq haba llegado antes.

    Belloq ya haba hecho las excavaciones.

    Era verdad que el francs no haba encontrado nada que tuviera gran significacin histrica, pero no era de eso de lo que se trataba.

    De lo que se trataba era que Belloq le haba robado una vez ms. Y una vez ms no vea cmo iba a poder demostrar que lo haba hecho.

    Y ahora el dolo.

    Indy levant la cabeza, un poco sobresaltado al ver que alguien abra despacio la puerta del despacho.

    Apareci Marcus Brody, con una expresin de desconfianza en la cara, una desconfianza que era en parte preocupacin. Indy tena a Marcus, que era el encargado del Museo Nacional, por su mejor amigo.

    Indiana dijo Marcus en tono carioso.

    Indy levant en sus manos la copia del dolo, como si se lo ofreciera al otro hombre, y luego lo dej caer en la papelera que haba en el suelo.

    Tuve el autntico en mis manos, Marcus. El autntico.

    Se sent en la silla, se ech hacia atrs con los ojos cerrados, y empez a frotarse los prpados.

    Me lo dijiste, Indiana. Ya me lo has dicho. Me lo dijiste en cuanto llegaste aqu. No te acuerdas?

    Puedo recobrarlo, Marcus. Puedo recobrarlo. Ya lo he pensado. Belloq tiene que venderlo, no? Y dnde va a venderlo?

    Brody le mir con pena.

    Dnde, Indiana?

    En Marrakesh, En Marrakesh es donde tiene que venderlo. Indy se levant y seal las figuras que haba encima de la mesa. Eran las cosas que haba cogido en el templo, los trozos y piezas que haba podido llevarse. Mira, algo tienen que valer, Marcus. Tienen que valer lo bastante como para que yo pueda llegar a Marrakesh, no?

    Brody apenas se fij en los objetos. Lo que hizo fue ponerle la mano en el hombro, como una seal de simpata y cario. 24

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    El museo los comprar, como siempre. Y no se hacen preguntas. Pero del dolo ya hablaremos ms tarde. Ahora lo que quiero es que veas a ciertas personas. Han venido de muy lejos para verte, Indiana.

    Qu personas?

    Han venido de Washington, Indiana. Y slo para verte.

    Quines son? pregunt Indy con aire cansado.

    Servicio de Inteligencia del Ejrcito.

    Servicio de qu? Estoy metido en algn lo?

    No. Yo dira que todo lo contrario. Parece que necesitan tu ayuda.

    Pues la nica ayuda que me interesa es que me den el dinero para irme a Marrakesh, Marcus. Estas cosas tienen que valer algo.

    Luego, Indiana, luego. Primero quiero que veas a esa gente.

    Indy se detuvo junto al mapa de Sudamrica colgado en la pared.

    Bueno, los ver. Los ver, si es que te importa tanto.

    Estn esperando en la sala de conferencias.

    Salieron al corredor.

    Una chica joven apareci delante de Indy. Llevaba un montn de libros, y pretenda tener un aire muy estudioso. A Indy se le ilumin la cara al verla.

    Profesor Jones dijo la chica.

    Huy!

    Yo esperaba que pudisemos hablar un poco dijo ella con timidez, mirando a Marcus Brody.

    S, claro, claro, Susan. Ya me acuerdo de que te lo haba dicho.

    Intervino Marcus Brody:

    Pero ahora, no. Ahora no, Indiana. Se volvi hacia la chica. El profesor Jones tiene que asistir a una conferencia muy importante, seorita. Por qu no viene a verle ms tarde?

    S dijo Indy. Volver a las doce.

    La chica sonri, desilusionada, y ech a andar por el corredor. Indy se qued mirndola, contemplando sus piernas, sus pantorrillas bien torneadas, sus finos tobillos. Not que Brody le tiraba de la manga.

    Muy mona. De las que a ti te gustan, Indiana. Pero djalo para ms tarde, quieres?

    Para ms tarde dijo Indy, apartando de mala gana sus ojos de la chica.

    Brody abri la puerta de la sala de conferencias. Sentados junto al podio, haba dos oficiales del Ejrcito de uniforme. Los dos volvieron la cara al abrirse la puerta.

    Si es el servicio de reclutamiento, yo ya lo he cumplido dijo Indy.

    Marcus condujo a Indy hasta una silla del podio.

    Indiana, querra presentarte al coronel Musgrove y al mayor Eaton. stos son los seores que han venido de Washington para verte.

    Me alegro de conocerle dijo Eaton. Hemos odo hablar mucho de usted, profesor Jones. Doctor en arqueologa, experto en ciencias ocultas, y descubridor de antigedades raras.

    Eso es una forma de decirlo coment Indy.

    Lo de descubridor de antigedades raras resulta un poco intrigante dijo el mayor.

    Indy ech una ojeada a Brody.

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    Estoy seguro de que todo lo que el profesor Jones hace por nuestro museo se ajusta estrictamente a las normas del Tratado Internacional para la Proteccin de las Antigedades.

    Estoy seguro dijo el mayor Eaton.

    Es usted un hombre de mltiples talentos coment Musgrove.

    Indy hizo un gesto con la mano, como para quitarle importancia. Qu era lo que queran aquellos tipos?

    El mayor Eaton dijo:

    Tengo entendido que estudi usted con el profesor Ravenwood en la Universidad de Chicago.

    S.

    Y tiene idea de dnde puede encontrarse ahora?

    Ravenwood. Ese nombre le traa unos recuerdos que a Indy no le gustaban nada.

    No son ms que rumores. Me parece haber odo que estaba en Asia. Pero no lo s.

    Pues creamos que eran ustedes muy amigos dijo Musgrove.

    S dijo Indy, frotndose la mejilla. ramos amigos... Pero hace muchos aos que no nos vemos. Me temo que tuvimos lo que podramos llamar un disgusto.

    Un disgusto. Vaya manera ms fina de decir las cosas. Un disgusto, ms bien una ruptura definitiva. Y luego se acord de Marion, un recuerdo que prefera no revivir, algo que tena que desenterrar de lo ms profundo de la memoria. Marion Ravenwood, la chica de los ojos prodigiosos.

    Los oficiales se pusieron a hablar en voz baja, como si fueran a tomar una determinacin. Luego Eaton se volvi, y dijo en tono solemne:

    Lo que vamos a decirle ha de permanecer secreto.

    De acuerdo.

    Ravenwood, qu tena que ver el viejo con todos aquellos misterios? Y cundo iban a decidirse a ir al grano?

    Ayer, una de nuestras estaciones europeas intercept un comunicado alemn enviado a Berln desde El Cairo. Las noticias que daba eran sin duda muy emocionantes para los agentes alemanes de Egipto.

    Musgrove mir a Eaton, esperando que continuara, como si cada uno de ellos slo pudiera dar cierta cantidad de informacin de una sola vez.

    Eaton aadi:

    No estoy seguro de no estar dicindole a usted algo que ya sabe, profesor Jones, si le digo que los nazis, en los dos ltimos aos, han estado enviando equipos de arquelogos a todas las partes del mundo.

    No me ha pasado inadvertido.

    Me lo imagino. Parecen haber emprendido una carrera frentica en busca de cualquier objeto religioso que puedan encontrar. Segn nuestros informes, Hitler est obsesionado con las ciencias ocultas. Creemos incluso que tiene un adivino particular, por llamarlo de alguna manera. Y parece que en estos momentos se estn haciendo unas excavaciones arqueolgicas, absolutamente secretas, en el desierto, no lejos de El Cairo.

    Indy asinti con la cabeza. Todo eso se lo saba de memoria. Estaba enterado del sempiterno afn de Hitler por adivinar el futuro, convertir el plomo en oro, fabricar el elixir de la vida o lo que se terciara. No tienes ms que decir algo y, como huela a misterio, ese loco de los bigotes seguro que se interesa por ello.

    Indy vio que Musgrove sacaba una hoja de la cartera. La tuvo un momento en la mano, y luego dijo:

    Este comunicado contiene cierta informacin acerca de la actividad en el desierto, pero no 26

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  • En busca del arca perdida Campbell Black

    acabamos de entenderlo. Pensamos que quiz podra significar algo para usted.

    Entreg la hoja a Indy. El mensaje deca:

    CONTINAN TRABAJOS TANIS.

    ADQUIRIR PIEZA PRINCIPAL, BCULO DE RA, ABNER

    RAVENWOOD, NOSOTROS.

    Volvi a leer las palabras y, de repente, not que todo se aclaraba, que su cerebro estaba una vez ms despierto. Se levant, mir a Brody, y dijo sin acabar de crerselo:

    Los nazis han descubierto Tanis.

    Brody estaba plido y serio.

    Perdone dijo Eaton. Ahora s que ya no entiendo nada. Qu significa Tanis para usted?

    Indy baj del podio y fue hacia la ventana. Senta una gran excitacin. Abri la ventana y respir el aire fresco de la maana, sintiendo con gusto el fro que le entraba hasta los pulmones. Tanis. El bculo de Ra. Ravenwood. Todas las viejas leyendas, las fbulas, las historias se le venan a la memoria en tropel. Se encontraba detenido por una barrera de conocimientos, de informaciones que haba ido almacenando en su cerebro durante aos, y deseaba abrirse paso entre ellos, salir pronto de todo aquello. Tmalo con calma, pens. Dselo poco a poco para que puedan entenderlo. Se volvi a los oficiales y dijo:

    Muchas de estas cosas van a serles difciles de entender. Tal vez s. No lo s. Todo depende de sus creencias personales, eso s que ya puedo decrselo desde el principio. De acuerdo? Hizo una pausa, y contempl la cara de desconcierto de los oficiales. La ciudad de Tanis es uno de los lugares en que puede encontrarse el arca desaparecida.

    Musgrove le interrumpi:

    El arca? La de No?

    Indy movi la cabeza.

    No, no la de No. Hablo del Arca de la Alianza. Hablo del cofre que usaban los israelitas para llevar los Diez Mandamientos.

    Espere un momento dijo Eaton. Quiere decir los Diez Mandamientos?

    Quiero decir las autnticas tablas de piedra, las que baj Moiss del monte Horeb. Las que dicen que hizo pedazos cuando vio la degeneracin de los judos. Mientras l estaba arriba, en el monte, hablando con Dios y recibiendo la ley, su pueblo se dedicaba a armar orgas y levantar dolos. Por eso se puso furioso, y rompi las tablas, no es as?

    Los militares permanecan impasibles. Indy hubiera deseado infundirles el mismo entusiasmo que l empezaba a sentir.

    Entonces los israelitas metieron los trozos en el Arca y los llevaban consigo adondequiera que fuesen. Cuando se establecieron en Canan, depositaron el Arca en el templo de Salomn. Estuvo all durante muchos aos... y desapareci.

    Cmo? pregunt Musgrove.

    Nadie sabe cmo ni cundo se la llevaron.

    Brody, que estaba mucho ms tranquilo que Indy, dijo:

    Un faran egipcio invadi Jerusaln hacia el ao 926 a. C. Su nombre era Shishak. Es posible que se la llevara a la ciudad de Tanis...

    Indy le interrumpi:

    Donde puede haber estado oculta en una cmara secreta que llaman el Pozo de las nimas.

    Se produjo un silencio en la sala. Luego, Indy prosigui su relato:

    En cualquier caso, sa es la leyenda. Pero parece ser que a toda persona ajena que se mezclara en los asuntos del Arca siempre le pasaba algo malo. Poco despus de que Shishak

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    volviera a Egipto, la ciudad de Tanis qued sepultada en el desierto por una tormenta de arena que dur un ao entero.

    La inevitable maldicin dijo Eaton.

    A Indy le molest su escepticismo, pero trat de tener paciencia.

    Bueno, si quieren creerlo as... Pero en la batalla de Jeric, antes de que se derrumbaran las murallas, los sacerdotes hebreos estuvieron siete das dando vueltas alrededor de la ciudad, llevando el Arca sobre sus hombros. Y cuando los filisteos se apoderaron del Arca, atrajeron sobre s todas las maldiciones de lo alto, entre ellas plagas de lceras y plagas de ratones.

    Todo eso me parece muy interesante dijo Eaton. Pero por qu iban a mencionar a un americano en un cable nazi, si es que podemos volver al punto de partida?

    Porque es el experto en Tanis dijo Indy. Tanis era su obsesin. Lleg a recoger algunos restos, pero no pudo nunca encontrar la .ciudad.

    Y por qu iba a interesarles a los nazis? pregunt Musgrove.

    Indy tard un poco en contestar: A m me parece que los nazis estn buscando la pieza que coronaba el bculo de Ra. Y creen que es Abner quien la tiene.

    El bculo de Ra dijo Eaton. Todo eso parece trado por los pelos.

    Musgrove, que mostraba ms inters, se inclin hacia adelante y pregunt:

    Qu es el bculo de Ra, seor Jones?

    Les har un dibujo dijo Indy. Se acerc al tablero, cogi una tiza y, mientras iba pintndolo, explic: Se supone que el bculo de Ra es la pieza clave para localizar el Arca. Y una clave muy ingeniosa, por cierto. Bsicamente, era una vara larga, de unos dos metros de altura, nadie lo sabe con seguridad. Lo que s se sabe es que estaba rematada por una pieza en forma de sol, que tena un cristal en el centro. Me siguen? Haba que llevar el bculo a una habitacin especial de la ciudad de Tanis en la que haba un mapa, un mapa en el que toda la ciudad estaba representada en miniatura. Al colocar el bculo en un determinado sitio de esa habitacin, y a determinada hora del da, el sol pasaba a travs del cristal del remate, y proyectaba sobre el mapa un rayo de luz que sealaba la situacin del Pozo de las nimas...

    Donde estaba escondida el Arca dijo Musgrove.

    Eso es. Y eso es probablemente lo que hace que los nazis quieran encontrar el remate. Lo que explica que el nombre de Ravenwood figure en el cable.

    Eaton se levant y empez a andar de un lado a otro.

    Pero cmo es el Arca esa?

    Se lo ensear dijo Indy.

    Fue a la parte de atrs de la sala, busc un libro, y se puso a pasar las pginas hasta llegar a una gran reproduccin en color. Se la ense a los dos militares. Contemplaron en silencio la lmina, que representaba una escena de batalla. El ejrcito israelita venca al enemigo; y al frente de las filas israelitas iban dos hombres que llevaban el Arca de la Alianza, un cofre de oro alargado, coronado por dos querubines de oro. Los israelitas llevaban el cofre en andas, sostenido sobre unas varas que pasaban por unas anillas colocadas en los extremos. Era una cosa de una belleza extraordinaria, pero lo ms impresionante eran los rayos de luz blanca y las llamas que despedan las alas de los ngeles, un chorro que atravesaba las filas del ejrcito enemigo que, aterrado, hua a la desbandada.

    Musgrove, impresionado, pregunt:

    Y qu es lo que se supone que sala de las alas?

    Indy se encogi de hombros.

    Quin sabe? Rayos, fuego. El poder de Dios. Puede usted llamarlo como quiera, pero se supone que era capaz de allanar montes y devastar regiones enteras. Segn Moiss, un ejrcito que llevara el Arca delante de l era invencible.

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    Indy mir la cara de Eaton y pens: Este to no tiene imaginacin. A ste no hay quien le inflame en toda su vida. Eaton segua encogindose de hombros y mirando la lmina. Incredulidad, pens Indy. Escepticismo militar.

    Musgrove pregunt:

    Y usted qu piensa de los supuestos poderes del Arca, profesor?

    Como ya le he dicho, todo depende de las creencias que tengas. Depende de que admitas que la leyenda tiene algn fondo de verdad.

    Est usted eludiendo la respuesta dijo Musgrove, sonriendo.

    Yo conservo una mente abierta contest Indy.

    Eaton apart los ojos de la lmina.

    Claro que un chiflado como Hitler... Podra creer de verdad en ese poder, no? Sera capaz de comprarse el chisme entero.

    Probablemente dijo Indy.

    Mir un momento a Eaton, y empez a notar una sensacin de impaciencia muy familiar, una subida de la temperatura. La ciudad perdida de Tanis. El Pozo de las nimas. El Arca. Todo eso tena una msica engaosa, y tiraba de l y le seduca como el irresistible canto de una sirena.

    Puede que piense que teniendo el Arca, su mquina militar sera invencible dijo Eaton, ms para sus adentros que para que le oyeran los otros. Comprendo que, si se traga el cuento, por lo menos va a tener una gran ventaja sicolgica.

    Hay otra cosa adems dijo Indy. De acuerdo con la leyenda, el Arca se recuperar cuando llegue el tiempo de la venida del verdadero Mesas.

    El verdadero Mesas dijo Musgrove.

    Que es lo que Hitler debe de creer que es l coment Eaton.

    Se produjo un nuevo silencio. Indy volvi a mirar la lmina, aquella luz cegadora que sala de las alas de los ngeles y abrasaba a los enemigos que huan. Un poder ms all de todo poder. Imposible de expresar con palabras. Cerr un momento los ojos. Y si fuera verdad? Si existiera realmente ese poder? Tratas de ser un hombre racional, tratas de hacer lo que hace Eaton, reducirlo a una vieja leyenda, algo en lo que crea un puado de israelitas exaltados. Una tctica para atemorizar al enemigo, una especie de arma sicolgica. Pero daba lo mismo, haba all algo que no podas ignorar, algo que no podas dejar de lado.

    Abri los ojos, y oy que Musgrove dejaba escapar un suspiro y deca:

    Ha sido usted una gran ayuda. Espero que podamos volver a llamarle en caso de que nos haga falta.

    Cuando quieran, caballeros. Cuando quieran dijo Indy.

    Hubo una serie de apretones de manos, y luego Brody acompa a los oficiales hasta la puerta. Al quedarse solo en la sala, Indy cerr el libro. Se puso a pensar, tratando al mismo tiempo de contener la emocin que senta. Los nazis han encontrado Tanis... y esas palabras no dejaban de dar vueltas y vueltas en su cabeza.

    Espero no haberte puesto en un compromiso cuando estabas con Brody dijo Susan. Quiero decir que... se me not tanto.

    No se te not nada dijo Indy.

    Estaban los dos sentados en el desordenado cuarto de estar de la casita en que viva Indy. La habitacin estaba llena de recuerdos de sus viajes y excavaciones, vasijas de arcilla restauradas, estatuillas, y fragmentos de cermica, adems de mapas y globos, tan desordenados, pensaba l a veces, como su propia vida.

    La chica encogi las rodillas, las rode con los brazos y apoy la cara encima de ellas. Como un gato, pens l. Igual que un gatito contento. 29

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    Me gusta este cuarto dijo ella. Me gusta toda la casa... pero este cuarto ms que ninguno.

    Indy se levant, y empez a pasear por la habitacin con las manos en los bolsillos. La chica, por lo que fuera, resultaba ms bien un intruso en aquel momento. A veces, cuando hablaba, no la escuchaba siquiera. Oa el sonido de su voz, pero no atenda al significado de sus palabras. Se sirvi una copa, tom primero un sorbo, y luego se la bebi de un trago; le quemaba el pecho, pero era un calor agradable, como si tuviera un pequeo sol all dentro,

    Ests muy distante esta noche, Indy.

    Distante?

    Tienes algo metido en la cabeza. No s qu.

    l se acerc a la radio y la encendi, sin prestar apenas atencin a alguien que anunciaba una cosa. La chica cambi la emisora, y entonces se escuch msica de baile. Distante, pens. Mucho ms de lo que t puedas imaginar. A muchas millas de distancia. Con mares y continentes y siglos de por medio. Y se encontr de repente pensando en Ravenwood, en la ltima conversacin que haban tenido, en la furia