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Érase una vez… una chica que vivía entre la fantasía y la realidad, una verdad oculta que describe la vida de los humanos… ¿Cuál es el límite de lo que consideramos real y cuál es lo tangible de que consideramos ficticio? Y aún más excitante… ¿Qué pasa cuando estos dos se unifican? Dijiste que jamás te irías… que la décima navidad sería la mejor de todas. ¿!Qué haremos sin ti… abuela!?. Exclamaba Rose, una de las jóvenes con mayor edad entre el grupo de niños, esos que se acumulaban para despedir el cuerpo y el alma de Francisca, la vieja solidaria del pueblito pobre de Geranio. Francisca, dedicó su vida a cuidar a los huérfanos y desafortunados, mujer de gran corazón, cuya perdida hacía llorar a los pueblerinos que se lamentaban y llenaban sus labios de dulces cumplidos a la muerta. Rose, era la más allegada a Francisca, su consentida al igual que Jin, su mejor amigo, quién con pesar, abrazaba a la joven, con el fin de transmitirle su fuerza. Ella no quisiese que suframos, ha pasado lo inevitable y hay que orar para que llegue al cielo. Murmuró Jin, aquel chico de cabellera negra, ojos verdes y blanca piel. Mi amigo, mi confidente… ¡Como me duele su despedida!. A mí también, ella era como mi madre. Expresa Jin a la vez que, intentaba contener sus lágrimas. Lo peor, es que reconozco lo mala que fui… ingrata y cruel, tuve que esperar para crecer e irme de este pueblo en busca de las grandes oportunidades de una ciudad, esa que me alejó y me hechizó… ¡La que solo me ha causado dolor!... Confesaba Rose, la nieta de la vieja, esa de cabellera rosada y purpuras ojos. Misma que robaba la atención no solo de Jin, quién había compartido de sus largos viajes y aventuras, sino de los huérfanos y habitantes que resentidos estaban, esos que no admitían los errores de Rose. ¡Ahora llora y se arrepiente! Por qué no en vida, la buscó… esta creía que con pasarle dinero, las cosas se solucionaban. Dijo una junto a otra.!Déjala! que haz un Dios en los cielos que la juzga y un Dios en el infierno que la castiga. Aseguró esta.

Érase una vez… · Érase una vez… una chica que vivía entre la fantasía y la realidad, ... quién con pesar, abrazaba a la joven, ... sabían y caían en cuenta de que su madre

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Érase una vez… una chica que vivía entre la fantasía y la realidad, una verdad

oculta que describe la vida de los humanos… ¿Cuál es el límite de lo que

consideramos real y cuál es lo tangible de que consideramos ficticio? Y aún más

excitante… ¿Qué pasa cuando estos dos se unifican?

—Dijiste que jamás te irías… que la décima navidad sería la mejor de

todas. ¿!Qué haremos sin ti… abuela!?. Exclamaba Rose, una de las jóvenes con

mayor edad entre el grupo de niños, esos que se acumulaban para despedir el

cuerpo y el alma de Francisca, la vieja solidaria del pueblito pobre de Geranio.

Francisca, dedicó su vida a cuidar a los huérfanos y desafortunados, mujer de

gran corazón, cuya perdida hacía llorar a los pueblerinos que se lamentaban y

llenaban sus labios de dulces cumplidos a la muerta.

Rose, era la más allegada a Francisca, su consentida al igual que Jin, su mejor

amigo, quién con pesar, abrazaba a la joven, con el fin de transmitirle su fuerza.

—Ella no quisiese que suframos, ha pasado lo inevitable y hay que orar

para que llegue al cielo. Murmuró Jin, aquel chico de cabellera negra, ojos

verdes y blanca piel.

—Mi amigo, mi confidente… ¡Como me duele su despedida!.

—A mí también, ella era como mi madre. Expresa Jin a la vez que,

intentaba contener sus lágrimas.

—Lo peor, es que reconozco lo mala que fui… ingrata y cruel, tuve que

esperar para crecer e irme de este pueblo en busca de las grandes oportunidades

de una ciudad, esa que me alejó y me hechizó… ¡La que solo me ha causado

dolor!... Confesaba Rose, la nieta de la vieja, esa de cabellera rosada y purpuras

ojos. Misma que robaba la atención no solo de Jin, quién había compartido de

sus largos viajes y aventuras, sino de los huérfanos y habitantes que resentidos

estaban, esos que no admitían los errores de Rose.

—¡Ahora llora y se arrepiente! Por qué no en vida, la buscó… esta creía

que con pasarle dinero, las cosas se solucionaban. Dijo una junto a otra.―!Déjala!

que haz un Dios en los cielos que la juzga y un Dios en el infierno que la castiga.

Aseguró esta.

Más, era entre el tumulto de penumbra, que Jin se levantaba camino al podio,

ese que gracias a la navidad, estaba lleno de foquitos multicolores. Jin daría sus

últimas palabras a Francisca, no podía olvidar los momentos desesperantes que

pasó con Rose al enterarse de la dolorosa noticia, ante su desesperación, tuvieron

que dejar sus trabajos, planes y ocupaciones.

—Eso no saben los que hablan sin piedad… Rose fue despedida de sus

tres empleos, su novio ¡el charlatán patán! Le cortó y además… nuestra navidad,

nuestra famosa y décima navidad… se dañó. Pensó Jin segundos antes de posar

su triste mirar frente a todos los presentes.

Rose le daba valentía con su melancólica sonrisa, levemente apoyaba sus dedos

en su pecho, era una señal que para ambos significaba superación.

Y con eso, Jin empezó su discurso.

—Francisca… —Dice él —La encantadora que llenaba nuestra infeliz

vida con sus coloridas fabulas y parábolas, se ha ido de Geranio… pero ¿Quién

dice que nos ha abandonado? Ella vive en nuestros corazones, junto a nuestra

alma. ―Jin veía a Rose.―No hablaré muchas cosas, porque tal vez no pueda…

pero les haré recordar porque este momento es especial, hoy es Navidad ¿Acaso

no recuerdan que esta es la décima? Esa que Francisca siempre nos mencionaba

no olvidar, la que pronunciaba justo antes de acabar ese épico cuento de los

Reyes, ese llamado TwinsRose… Hablaba Jin a medida que sus pensamientos y

recuerdos volaban por la atmosfera uniéndose a los de Rose, esa de ojos

purpuras que revivía el instante a su frente, ese que le hacía volver a ser la niña

que interpretaba el relato una y otra vez junto a Francisca y Jin.

―«Flashback»―

La navidad de aquella noche pasada, hacía que los niños se arrimen a la fogata

que Francisca ofrecía a loor de su largo cuento, de ese que siempre leía en noche

especial —por qué no ahora— que era navidad.

Y Francisca viendo a su grupo completo, empezó a relatar.

«Erase una vez, aun cuando nadie lo viera ni lo crea… —Contaba la voz anciana

de Francisca, la grande abuela de los indigentes— Que al Templo maravilloso

de los dueños de las nubes, llegó un fuerte hombre, un viejo Rey de otro Cosmos

que venía, a semejanza de un sembrador, a crear mundos en nuestro sistema

solar… aquel, poco sospecharía que tras su viaje, conociera de una hermosa

Doncella, la hija menor de lo grandes Reyes, esta con la que sus padres

decidieron unirlos en matrimonio, como pacto de alianza entre los diferentes

universos. Más esto no era color rosa; pues la Princesa no estaba de acuerdo en

estar con un hombre anciano, uno que a pesar de ser un Rey, cuya sangre era la

de un gran Dios Mago, poseedor de la Luz y las Sombras más asombrosas que

cualquier mortal haya imaginado… no ganaba del corazón de esta. »

La anciana sonreía a medida que contaba, para esta, sus historias eran el vivo

recuerdo de la vida, de lo que ponía color a los sueños de los niños, quienes muy

atentos, se reunían alrededor de una fogata a escucharla.

Rose, era una de las que siempre estaban en primera fila junto a Jin.

—Es verdad Abuela… —Dice la peli-rosa. —El Rey Brahma tuvo que

hacer tantas cosas para enamorarla… Expresa adelantándosele a la vieja, quién

llevando su mano a la cabeza de la cría, la acariciaba cariñosa.

«Brahma, era el nombre del fuerte cortesano, aquel que con su especial actuar y

serena sonrisa, conquistó de la princesa. Con ella, dejando el hogar de sus

padres, construyeron de un nuevo mundo, una nueva dimensión… En ese lugar

al cuál llamaron <Las Cruces> ahí, donde amando la Princesa a Brahma, crearon

de dos hijos tan parecidos pero tan opuestos… mismos que le diesen compañía a

la princesa en los futuros años de soledad…

Así, el mayor de los niños fue el nacido entre rosas blancas, el aurora de su

nuevo mundo, Ílios, el más sabio y justo… quién tuvo como hermano a Dulken,

el nacido entre rosas rojas, el fogoso atardecer, aquel que encarnare la sapiencia

y la tolerancia… y estos dos, eran los herederos hijos de Brahma, quién con ojos

dichosos, buscaba de ofrecerle sus riquezas y el mando de sus mundos, cuales

abarcaban desde los cielos hasta los infiernos. »

—Pero Abuela… el mundo de las Cruces tenía los cielos y los infiernos

juntos, gracias a la armonía de Brahma… ¿verdad?. Interviene Jin. La anciana

Francisca asiente, estira su mano y lo abraza.

«El cielo era el Reino donde las almas humanas, de pura naturaleza, aprendían

de la justicia y la luz… Más, el infierno, era donde se purificaban las maldades

de los hombres y se lograba la sapiencia. Ambos mundos eran necesarios para la

evolución e involución, estos eran una sola tierra llamada “Las Cruces”…

empero, cuando Brahma se fue, la Reina quedó sola al cuidado de sus dos hijos,

esos que crecían con rapidez y que aprendían inmediato de todo lo que les

rodeaba. Ílios, era el más astuto y este entendió que debía ser bueno para

disponer del tesoro de su padre. Dulken igual, más con ambición, juraba con

rivalidad, ser mejor que su hermano… fue así que con tales sentimientos, estos

niños se hicieron jóvenes y después, alcanzando una mayoría de edad, con

fortaleza, se determinan convertirse en Reyes, con o sin la aprobación de su aun

perdido padre. La Reina, había veces que no sabía qué hacer con sus dos hijos,

uno que era la luz y el otro las tinieblas…»

Francisca observaba del fuego de la fogata, esta consumía con la oscuridad, ella

denotaba las llamas, a pesar de ser peligrosas, daba a los demás, de una clara luz.

La vieja da una sonrisa quieta.

—Entonces —Sigue contando —Un día, la Reina, que era vista por

muchos como Diosa, decide subir hacía los más altos cielos, iba a visitar a sus

padres, esto era una obligación y ella no podía faltar, a pesar que no gustaba de

dejar a sus dos hijos solos, tuvo que hacerlo y esta les hizo prometer que no se

pelearían y harían nuevamente las pases. Ambos hombres asintieron… Dijo la

anciana, la pequeña Rose tomaba la palabra, contaba a sus menores, la siguiente

parte del cuento, la más importante.

—Pero los Príncipes no cumplieron su palabra; pues, los amigos que

Dulken e Ílios tenían no eran los más apropiados y estos, susurrándoles a sus

oídos, hicieron que los Príncipes se encadenen en una gran batalla, una que ni

siquiera los Íntimos siervos de la Reina, pudieron detener. Dijo la niña, ella que

dramática, empujaba al sonrojado Jin, para que continúe.

Jin se paró.

—Así, Dulken lanzó su batallón de fuego contra la luz de Ílios, todo se

destruía ante su poder tan grande, las tierras se abrían y pronto, las inmensas

Cruces se dividieron en tres tierras. La árida, llena de fuego y volcanes, fue

conquistada por Dulken, quién le puso de nombre “Pandora” y la alta tierra,

llena de montañas floreadas, de Ílios, se llamó Obelix. Contó el pequeño niño.

Francisca asiente, estaba feliz de que sus protegidos, al igual que en la historia,

también creciesen rápidamente. Y la anciana se dirige a los demás, estira sus

manos y abre bien de sus emotivos labios.

—Ílios y Dulken se sentían triunfantes de tener —a la fuerza— de una

heredad, más ambos, sabían y caían en cuenta de que su madre se entristecería

mucho y fue así, que esta, sin siquiera bajar a su mundo, se enteró de la grave

desgracia… ¡Cuánto lloró la Diosa! Ella no podía perdonar a sus dos hijos y tal

castigo era grave, puesto por los mismos cielos… la Reina no podría regresar a

la Cruces, no volvería a ver a Ílios y Dulken, no hasta que ellos cumplan las

órdenes que dejase su padre, Brahma, sobre el comportamiento de un heredero.

Ílios y Dulken sufrieron tanto ante la ausencia de su madre, a menudo iban a las

centrales tierras de las Cruces, esas que nadie tomó por respeto a su madre…

más, los tiempos pasaban, así como los sentimientos se esfumaban y los dos

chicos olvidaron de la pérdida de su madre, la tenían presente, pero continuaban

con el señorío de ser los más poderosos. Contaba Francisca.

Rose y Jin la oían, notaban las diferentes sensaciones que la vieja creaba en los

rostros de los demás niños, aquellos que se llenaban de una grande felicidad, esa

que les transportaban a donde la anciana relatase.

—…Y pandora se convirtió en un inferno que nuestros curas confiesan,

esas llamas mostraban de la horrenda cara de Dulken, el temible demonio

instintivo y caprichoso, que abalanzaba a sus esclavos al fuego con el que se

quemaban y se deleitaban sin perdón… No obstante, Obelix se transformó en un

elegante cielo, el descanso para las almas puras, el Reino de los privilegiados,

esto era debido a las exigencias del perfeccionista Ílios, ese que siendo muchas

veces, incomprensible, cerraba la puerta a los sedientos de su sabiduría. —La

vieja señala los grandes cielos. —En la dimensión de las Cruces, que es casi que

lo mismo que el limbo, solo pueden vivir los seres que creen en él o que mueren

en este mundo… cuando uno muere, su alma se va allá, a disputar en que reino

queda… si en el infierno, en el limbo o en el cielo… Termina Francisca.

Jin queda pensativo, Rose salta, abraza a su abuela y le expresa que sí ella se

fuese de allí, lo seguro sería que descanse en las tierras de Ílios, ya que la vieja

era tan buena. Nadie gusto del comentario de Rose —pues, quién querría que

esta se muriese— más, Francisca sonrió y la abrazó.

—La vida continua para los que nunca conocieron las Cruces, en la

muerte… espero ustedes, puedan ver esas majestuosas tierras aun estando con la

vida en sus manos… Susurró la anciana.

Los niños se levantan, la sección de cuentos habrían terminado y estos, con

muchas ideas, empezaban a molestarse los unos a los otros. Y los mayores, se

cargaban con Jin, a quién determinaban que de muerto, iría con Dulken, debido

a sus —a veces— arrebatos de rebeldía.

Jin frunce el ceño.

—Dulken es un tipo muy malo… él fue el primero en desobedecer a su

Madre y además en armar una guerra de la cuál Ílios solo pudo defenderse… es

más, la historia cuenta que Dulken se llevó al mejor amigo y caballero de Ílios,

el amable Graham… —Jin tuerce sus labios —Sí yo estuviera en su Reino, sería

para acabar su existencia. Dice Jin con aires de valentía. Rose sonríe sonrojada.

—Dulken es muy fuerte… —Interrumpe ella. —Cuando uno se porta

mal, Dulken, se transformase en un demonio que nos atraviesa con su tridente

de fuego, nos causa dolor y nos llena de miedos… él es muy perverso y este odia

eternamente a la luz, a Ílios, aquel Ángel que siempre nos defiende y cuida de él

en nuestros sueños. Decía la llena de mística, esa que siempre aconsejaba a los

niños, colmándoles de rezos y virtudes, ya que Rose poseía un alma de oro.

—Pero los malos siempre son vencidos. Decía uno de los niños.

—¡Dulken morirá!. Gritaba otro. Mismo cuál fue callado por la voz de la

vieja, quién tocando sus cabezas, les mandaba a descansar, no sin antes, darles —

como costumbre— una de sus importantes reflexiones.

—A veces… quién más malo es, es porque necesita más comprensión.

Dijo esta, misma que les mandaba a dormir, los huérfanos obedecían.

Y la luna se ocultaba entre las nubes, cerca de las grandes montañas del

horizonte rocoso. Francisca, al igual que los infantes, se dirigían a la casa.

—Fue una linda navidad abuela. Comentó Jin sonriente.

—Ha sido una linda navidad… pero, sin ofender… habrán en un futuro

lejano, mejores… Confesó la abuela a los demás, enredando a todos en medio de

un minuto de quietud.

—Esperen a que llegue la décima Navidad…. La luna brillará de un

especial azul color, como jamás fue visto… sus rayos serán la luz que despertará

al humano… ojalá pueda seguir viva para ello… Cantó la señora acotando un

cansado suspiro, necesitaba dormir, pero la adrenalina transmitida de los niños,

no la dejarían en paz.

—¿Y a qué se deberá esto, Abuela?… Habló Rose muy interesada.

—Bueno… ¡Aparecerá el mundo de las Cruces!. Exclamó la vieja,

llevándose el pasmo de los niños, en especial de Jin, quién no creía sus palabras.

Empero, quién podría dar contra a la fuerte convicción de la anciana. —Dejen

que pase el tiempo… solo espero que sus deseos no se sequen… recuerden que

quién llega al reino de Dulken y lo conquista, tiene la dadiva de pedir un gran

deseo. Recordó Francisca.

Jin apretaba sus labios.

—Abuela… pero los Príncipes son una leyenda lejana a nuestra historia

real, ellos no constan en nada… ¿Nos está tomando el pelo, verdad?. Exclamó

Jin como quién se las conociese todas; empero, la voz de Rose desinfló su pecho,

la pequeña compartía su gran deseo.

—En la décima navidad… nosotros volveremos a tener amor y todos

nos preocuparemos por los más débiles…. Te lo prometo abuela. ―Rose tomaba

la mano del sonrojando Jin, quién también habló.―Te lo prometemos todos,

abuela… que iremos a las Cruces y les pediremos a Ílios que de paz a nuestro

mundo lleno de guerras. Mencionó Rose y la vieja continuó.

—He aquí que en lo alto de las montañas y las nubes… se verá la punta

de los dos Castillos, allí como si flotasen en la atmosfera… este será el camino

para los que deseen emprenderlo… Terminó Francisca.

Todos los niños gritaban, ellos deseaban vencer a Dulken, quién se contaba, era

el que más cercano estaba a la imperfección de los humanos y que por ello, daba

amargas penas y muertes a estos. No había quién no desease que Ílios escuche

su canto de paz y se lo cumpliese.

―«Fin del Flashback»―

—Y así, los recuerdos de Rose se culminaban trayéndola al presente, esta que

notaba como Jin concluía con su profunda reflexión.—

Y Jin expresa.

—…Tal vez se dirán por qué les he comentado este cuento de niños en

vez de hablar de las grandes obras de Francisca… Pues; ayer, cuando viajaba, lo

recordaba… quizás muchos lo hayan oído, pero, esto es una parábola que nos

muestra lo que ella siempre quiso sembrar en nosotros, el amor y los buenos

deseos de ser como Ílios. —Jin entrecierra sus ojos —Si queremos cumplir con

su último deseo, creo que deberíamos aprender a perdonar, querer y sobretodo,

comprender. Exclamó Jin junto con su despedida y con aquella rosa blanca

sobre ese frio ataúd.

Todos asentían ante los sentimientos de Jin, Rose observaba como los aldeanos

se acercaban a colocar, cada cual, su rosa en memoria de su amor. Rose seguía

parada, veía de su rosada rosa. —Siempre me decías que yo era una rosa rosada,

una mezcla de blanco y rojo… bueno, aquí se despide tu Rosa rosada… tu Rose.

Mencionaba ella con los ojos llorosos. Jin la abrazaba nuevamente.

—¿Por qué… por qué te fuiste en esta décima navidad? Aquella que

esperábamos con tantos deseos…

Y así la noche navideña se llenó de pesados suspiros que incomodaban la gran

mesa en donde era servida la cena. Ahí se sentaba casi todo el pueblo, estos que

durante la interacción, jamás pidieron perdón de sus actos. Jin, no se resentía,

era problema de cada uno, a más que sus criticas nunca le afectaron a él ni a

Rose, los únicos rebeldes que se escaparon del pueblo de Geranio hacia la gran

Escarlata, ciudad de la fama, el dinero y el delirio. Rose y Jin eran dos jóvenes,

una de dieciocho y el otro de veinte, fuertes trabajadores y capaces. La envidia

del pueblecito.

—¿Será que la florería explota sin tu presencia?. Expresó Rose.

—No lo sé, mi jefe debe estar muy enojado… después de todo en esta

época es cuando más ventas hay, igual, será difícil ir de nuevo a Escarlata, no

hay boletos de tren, hasta dentro de días. Dijo él.

—Pensaba ir con mis amigas a la fiesta navideña… la primera vez que

asistiría, siempre me tocaba estar dentro de la bodega. Murmuró ella. Jin le daba

una amable sonrisa, le comentaba que habría también en Geranio una fiesta, no

tan pomposa como en Escarlata, pero llena de música y trajes de reyes y reinas.

—Más, era notable que ninguno tenía ánimos—

—Prefiero pasear sola por los bosques, ya sabes… para meditar.

—Ten cuidado, yo estoy obligado a ir a la fiesta. Respondió Jin.

Fue entonces, que luego de la comida, Rose, tal como lo pidió, salió a caminar,

esta perdía sus pasos entre el angosto camino que los arboles le permitían.

Rose estaba muy cansada, pero más que nada decepcionada.

—Abuela… nunca deje de trabajar, quise lo mejor para ustedes, aun

cuando no venía a visitarles, estabas a diario en mi corazón… No te resientas

conmigo, porque eso me mataría... Susurró Rose con fingida sonrisa.

Sus purpuras ojos se clavaban en el paisaje, en el habitual cielo nublado de

pocas estrellas, pero agradable olor. Y Rose, lentamente se acostaba sobre un

cumulo de hojas secas, no podía abandonar la imagen de su familiar, le era muy

difícil creer que le había fallado y que su descomunal esfuerzo de horas

entregadas al trabajo habían sido en vano.

—Jin y yo te amamos abuela y haríamos lo que sea por ti… oye bien,

¡Lo que sea!. Gritó Rose estirando su rostro, recogiendo sus piernas y ocultando

su cara en ellas. Rose, poco a poco, se hallaba entre el silencio emergente, lejos

de la algarabía y las melodías folclóricas del pueblo.

Rose suspira, se sentía sola, a pesar de que estaba con Jin, ella estaba solitaria. Y

esta remembra de todos sus problemas citadinos, del empleo y sus abusos, de su

complicada vida y sus decepciones románticas —sobre todo eso— su fallido ex-

novio, Santiago, quién a pesar de lastimarla, era a quién deseaba abrazar.

—Si tu estuvieses aquí… yo estaría más animada, bueno, no es que Jin

no haga nada.―Entrecerró sus ojos.―Después de todo, abuela, dijiste que Jin y

yo siempre estaremos juntos y que seremos los mejores amigos... Hoy, en el

sepelio contó tu famosa historia, esa que tanto gustó a todos, me preguntó que

quisiste decirnos con la décima navidad, ¿Podrá ser que intuiste tu propia

muerte? —Rose estira sus brazos, ellos rozaban con las hojas secas —…Un cielo

azul, glorioso, especial… ¿Qué significa eso? ¿Qué son las Cruces?. Balbuceaba

Rose entre el cansancio de su pronunciado bostezo, ese que se mezclaba con los

sonidos de los animalitos nocturnos. Levemente, Rose se entregaba al sueño.

—Abuela mía… los Reyes aparecerían esta navidad, si es así… y si es

verdad que ellos no son solo una leyenda… quisiese tanto que mi herida sane…

que Ílios me dé su paz… Abuela, quiero entender porque te fuiste de mi lado, si

todo estaba bien. Susurró la mujer, que tan distraída estaba, tanto, que no podía

divisar como un hombre alto y fornido se acercaba, él era un pelinegro de ojos

azules.

Y el hombre no esperó para acomodarse alado de Rose, él cuidadosamente

enganchaba sus manos y le daba un jalón para levantarla. Rose, rápidamente

abrió sus ojos y con gran asombro, cayó sobre sus brazos.

Rose, no sabía de donde había salido este tipo, pero ella le conocía bien, se

trataba del mismo hombre en el que estaba pensando, de Santiago, quién vivía a

horas de lejanías, en Escarlata.

—¿Esto es un sueño, Santiago?. Murmuró al tiempo de refregarse los

ojos una y otra vez, más la imagen del hombre no se iba.

Entonces, el serio Santiago la toma de los hombros.

—He venido Rose, sé que estás pasando un mal momento… Francisca,

más que ser tu abuela, fue tu madre. Es doloroso perder a su madre y más en tus

circunstancias… Expresó el hombre de buen aspecto, alto y elegante.

Rose se balanceaba de un lado a otro, como si aún no lo creyera.

—Espera… tu ¿En qué momento viajaste?. Pregunta atontada.

—Santiago, ex-pareja de Rose, fue un seductor bribón lleno de egocentrismo,

más, raramente, ante la luz de la luna, expandía un aura diferente, uno que

llamaba por demás, la atención y clara mirada de Rose—

—Tú no eres Santiago… ¿!Quién eres!? ¡Y por qué me conoces! Grita

Rose lográndose despertar, todo al sentir las cálidas manos del hombre sobre sus

hombros. Y el tipo asienta guardando aun su misterio, mira a su alrededor, ve de

las altas montañas, aun las nubes cubrían todo el firmamento.

—He venido porque habéis dicho que harías lo que sea por tu abuela,

¿O me equivoco?. Expresó este. Rose retrocede aun con temor, más —aunque lo

quiera negar— el alto pelinegro le daba un halito de interés.

Y Rose asintió ante las interrogantes del extraño.

—Todos saben que ¡haría lo que sea! Por mi abuela... —Rose aprieta su

puño. —Pero… ya está muerta ¿qué se puede hacer ahora?. Suelta adolorida, el

hombre respira hondo.

—Pues; Francisca no está muerta, Rose… Confiesa de repente con la

intensa seguridad que invadía el pecho sorprendido de la peli-rosa, esa que

tapando sus labios, cayese al piso.

Y los grandes ojos purpuras de Rose se abrieron de par en par —No podía jugar

este con su sentimientos— y ella se lo gritaba enojada, no había que inventar

cosas, esta había visto su cuerpo. Empero, el misterioso hombre no declinaba su

declaración.

Rose, se alejaba levemente, no quitaba de vista a aquel desconocido.

—Por qué dices eso... ¡Estás loco! Yo vi como la enterraron… como su

corazón no latía más y estuve cuando se puso fría y entumecida. ¡Mi abuela está

muerta!. ¿!Quien eres tú, para contradecirlo!?. Gritó Rose algo temerosa.

El hombre entrecierra sus ojos, volvía a ver del firmamento nublado.

—Si no me quieres escuchar a mí, está bien… pero escúchala a ella, ve

y búscala… te estará esperando en el mismo lugar en cuál la despediste… pues;

quiero que sepas que ella me ha pedido venir a buscarte y ha sido una tarea

difícil y sacrificada, como para gastarla en mentiras… Dijo la seca voz del alto

hombre de buen vestir, ese que robaba cierto sonrojo en la asustada chica, que se

determinaba a creerle.

—Dime tu nombre. Más, aun con dudas, emergió Rose más calmada.

—Mi nombre no es más importante que ir a ver a la señora Francisca…

debes ir, porque pronto tendrá que regresar, el mundo de las Cruces, la llama.

Dijo él sorprendiendo en gran manera a Rose, quién sin esperar más palabreríos

o señales, se dio la vuelta, corriendo a toda la velocidad posible hacía aquel

abandonado cementerio, ahí donde quedaban los restos de la vieja.

Y el hombre la veía correr, alzaba sus ojos hacía las montañas, era que poco a

poco, estos nubarrones se dispersaban —algo muy extraño entre estas tierras—

donde siempre estaba nubloso. Y el chico notaba de un azul y hermoso cielo que

empezaba a formarse.

—Es la décima navidad… la que he esperado, al parecer, igual que ella,

¿por qué usted está tan segura, señora mía, de que esta simple muchacha pueda

hacer alguna diferencia? ¿Quién es ella… que la hace diferente a las demás?.

Expresó con cierta abstracción.

Sin embargo, tras la duda y suspenso, Jin estaba pensativo, por más que se le

obligaba, no quería involucrarse en el festejo de malas costumbres y vicios. Él,

sentado en una esquina apartada, pensaba en Francisca, en el raro significado

que siempre sus palabras guardaban, como también, estaba preocupado por

Rose, deseaba buscarla; pues, con tanto ebrio por doquier, era peligroso que una

joven ande sola. Entonces, levantándose, se alejaba poco a poco se la fiesta, sus

cansados pasos se dirigían mecánicamente, este tenía su mente en otro lado y

con ella, todos sus sentidos.

—En la décima navidad aparecerán los Reyes, Dulken e Ílios, esos seres

mitológicos que muy pocas personas aceptan. ¿Cómo puede ser que tal historia

tenga una veracidad?. Pensó una y otra vez, al mismo tiempo que sus ojos se

salían al no hallar a Rose en ninguna parte de pequeño bosque.

—Dijo que estaría aquí… ¿Se habrá ido a la casa?... No es posible, ya que

me hubiesen dicho quienes ahí estaban… Y Jin preocupado ante su ausencia,

empezó a gritar su nombre, más ninguna respuesta tenia.

Y Rose, lejana a la presencia de Jin, llegaba a las puertas del mausoleo, aquella

caminaba por el sendero desértico que le presentaba el sinnúmero de tumbas y

recuerdos. Lentamente, empezaba a perder las esperanzas, tal vez sí se trató de

una mala pasada.

—Los muertos no regresan a la vida… Mencionó solloza a la vez que

detenía sus pasos, lista para marcharse, más he aquí, que el viento trajo consigo

una cándida melodía, tan real y hasta tétrica; pues, Rose reconocía que esa era la

voz de Francisca. —Y La peli-rosa, no dudó en correr a su destino, esta poseía un

carácter temerario y revolucionario, mismo que le disipaba de la inseguridad y

el miedo.

Entonces, Rose con nada de demora, estaba parada frente a la solitaria tumba de

su abuela, esa que solo era adorada por los ramos de rosas que en la mañana,

todo el pueblo, le pusieron.

—Abuela, sé que te escuché… aparece por favor, si yo puedo hacer

algo… ¡Aparece de una vez!. Rogó la joven postrándose de rodillas.

Y ante ello, un conjunto de luciérnagas se reunieron en la lápida, estas iban

danzando de un lado a otro, prendiéndose y apagándose.

—Mi Rose, la reina de las Rosas… tú eres rosada porque entre el rojo y

el blanco estás… porque el rosado es el color del amor… Habló un eco sin fin,

ese interminable, cuyas incoloras ondas, formaba rápidamente de la etérea alma

de la vieja.

—Rose mira de tal espíritu espectral— esta queda helada, sin habla y con un

escalofrío que carcomía sus huesos… pues, descubría que era verdad lo que el

extraño tipo le contó. Francisca la estaba buscando y aunque era notable que su

cuerpo no estuviera con ellos, el alma estaba a su frente.

—¿!Co-cómo puede ser posible!?. —Rose cae de rodillas —Yo… yo te

amo abuela y quiero pedirte disculpas… he su-sufrido en tu ausencia... Sollozaba

la emocionada Rose. Empero, la serena espectro, toma asiento sobre su misma

tumba, deja ver una amable sonrisa, lo que esta, menos quería era penas.

—Mi amada niña… Brotó la voz de aquel fenómeno, aquel que hiciere

latir fuertemente el corazón de Rose, esta que de inmediato, intentó tomar sus

manos, más era imposible, Francisca no era tangible.

Y Rose se confiesa.

—Si hay algo que pueda hacer para traerte… dímelo ahora mismo,

abuela. Aclamó Rose observando fijamente al espíritu que le sonreía, sintiéndose

como en otros tiempos.

—Mi cuerpo yace bajo tierra, esclavo de las leyes y las formas, más, mi

Alma, cuál debería ser libre y estar a tu lado… está arriba en los cielos… te pido

ayuda, te pido que me regreses al mundo; pues, al estar en lo alto, mi vista se

aclaró y veo que dejé muchas cosas pendientes… Expresa la abuela, Rose se

queda impresionada, ella no entiende ni una palabra.

—¿Quieres que te saque del cielo? …Pero yo debo estar muerta para ir

allá… Conjeturó Rose, más la anciana enseriaba su mirada y engrosaba su voz,

esto era peligroso y una vez aceptada la petición, ella debía cumplirle. Francisca

daba a conocer el temor que sentía por su nieta, si es que esta se disponía a

ayudarla.

—No necesitas estar muerta para ir a verme al Reino de Ílios. Dice la

anciana y Rose salta —¿Acaso no eran solo cuento de niños?— La peli-rosa da

un paso hacía su abuela, le pide que le explique la situación.

—Quiero que me ayudes… quiero que seas mi voz de paz, quiero me

ayudes a reaparecer… —Insiste la vieja —Tu eres de las pocas humanas que se

sabe la historia que ni los mismos Príncipes, conocen final… tu eres especial, mi

niña y sé que podrás liberarme a mí y a muchos prisiones del yugo de Dulken,

ese que cegado por su rabia, nos tiene a todos infelices. Francisca cuenta a Rose

y esta, entrecerrando sus ojos, asiente con dudas.

—Hay un camino... ¿Te has olvidado?. Hoy es la décima navidad, hoy

vuestro verdadero sendero comienza. Decretó Francisca con tonante voz, esa que

de inmediato, voló a ras del verde suelo, convirtiéndose en una blanca paloma

que tras su corto viaje, se alejó de los ojos de Rose, metiéndose entre los árboles

y caminos, llegando a Jin, a quién sorprendió de un susto. Pues; ese hermoso

animal, pasó por sus narices y alzando sus alas, se perdió entre las escasas nubes

que asombrosamente había; pues, el cielo siempre tenía un paisaje nublado.

Era para admiración de ambos jóvenes que el cielo despejado era claro y su luna

al igual que el ancho firmamento, eran de un azul brillante, tal como Francisca,

en otros tiempos, les había señalado.

—Todo cuento tiene realidad… lo oculto se abrirá y tú caminarás por

él, es allí donde entre los muertos moro. El cielo está a tus narices, pero una ruta

confusa está al frente, no puedes ir sin pasar la oscuridad. No puedes ir a Ílios

sino vences a Dulken… libéranos, tú, mujer que goza de la viva a nosotros los

muertos. Confesó la abuela causando en Rose un atónito silencio.

Así, como de igual manera, a lo lejos, Jin se unía al mismo sigilo.

—¿Acaso la historia es real?. Entonces, de momento a otro, Jin pensó, él

veía de las montañas, las gigantes que por primera vez, estaban libres de nubes y

que ante su majestuosidad, mostraban a los verdes ojos del pasmado Jin, dos

raras puntas que sobresalían por las cordilleras. Esto, era algo que el muchacho

estaba seguro, no había ni habría nunca en su mundo, esto era de otro tiempo,

de otro espacio. Y Jin restriega sus ojos y vuelve a alzarlo hacia la luminosa

bóveda —más, no se iban, ahí continuaban las dos torres, similares a las de dos

elegantes Castillos—

—No… no pu-puede ser cierto… —Jin tapa sus labios. —Esto debe de

saberlo Rose ¡Ahora!. Y Jin se emociona, este no esperaría más, así que casi que

arrebatado, corrió de nuevo a la fiesta, gritando como loco, señalaba del milagro

a los pueblerinos, esos que burlándosele; no creían ni de sus propios ojos. Todos

le atribuían a que no había ningún sobrio.

Entonces, el molesto e indignado Jin regresa su vista hacía los árboles, pensaba

en donde podría haberse ido su querida Rose. Y así, fue que la luna iluminó su

mente y este intuyendo de su paradero, avanza. —Seguramente, está dentro del

cementerio. Volvió a moverse.

Más, Rose aun no accedía aparecer, esta estaba en media despedida, ya no vería a

Francisca por largo tiempo. Su misión estaba a punto de empezar.

—Yo tengo fe en ti, por eso te lo pedido. Dijo la anciana.

—¡No sé cómo!... —La chica hace puños y ve de aquellas misteriosas

puntas. —Nunca pensé que sería verdad… pero yo te prometo abuela… que sí

Dulken les está afligiendo… lo derrotaré para que tengan paz en los cielos de

Ílios, como también, sería capaz de convencerlo, para que él te dé una vida

nueva junto a quienes quieres… —Rose da un respiro. —Si esto es verdad y no

es un sueño… yo seré capaz. Expresa la valiente joven de dieciocho años, esa que

pensaba en todos los huérfanos que quedaron indefensos.

Rose, no sabía a qué se enfrentaba, pero esta, dispuesta a dar su vida en loor a la

de Francisca y los muchos desconocidos que querían libertad. —Siempre pensé

en ese personaje tan malvado llamado Dulken, aquel de rostro horrendo, el

Príncipe del infierno… ahora que es verdad… ¡Lo voy a derrotar!. Aclamó.

Entonces, Francisca sonrió triunfante, y aunque no pudo, hizo el melancólico

intento de besar la mejilla de su nieta, esa que con sus ojos llenos de lágrimas y

emociones, sabría que debía irse; pues la anciana le mostraba el camino, no

debía desviarse, ella tenía que subir las montañas y acercarse más a las grandes

torres de aquellos castillos, los hogares de los Príncipes Dulken e Ílios.

Así, Rose cerró fuerte de sus ojos, no miró nuevamente hacía atrás, quería creer

que podía hacerlo, quería demostrarle madurez y fortaleza a su vieja abuela. Y

Rose corría velozmente entre los árboles, no había quién le detenga, no quería

sentirse sola, pequeña, olvidada.

—Sí me voy… ¿A dónde llegaré? —Rose aprieta sus puños —Yo dejaré

todo lo que tengo, abandonaré mi trabajo… mi novio… a Jin… a mis amigos y a

los huérfanos… ¿Qué les diré? ¿¡Qué creerán!?. Rose se aturdía, sus lágrimas no

terminaban. Más, al cerrar sus ojos, sus sollozos le traían la imagen de aquel

pelinegro que le dijese el mensaje de Francisca —¿Quién era él?— La peli-rosa

no lo sabía, pero, empezaba a sentir una leve paz de solo recordarlo.

—Si ellos confían en mí… es porque puedo luchar contra el necrófago

y amenazante Dulken. —Continuaba corriendo. —De ningún modo, renunciaré

a ti, abuela…. Exclama Rose, misma que llegaba al valle, cuál estaba próximo al

rio, en ese desde donde veía las montañas y las puntas del castillo.

—Esto, no era un sueño y ambos jóvenes lo sabían bien— por eso, era mejor

creer y no preguntárselo mucho.

Y así, al río, también llegan los cansados suspiros de Jin, ese que tomó por

sorpresa a Rose, quién quedaba helada de verlo. Entonces, Jin se lanzó sobre

Rose y lleno de dicha, le señaló el firmamento. Rose no sabía qué hacer, si callar

sobre lo de Francisca, o pedirle que le acompañe.

—¡Rose! Son las puntas de los Castillos de las Cruces… ¡Dime que no

estoy loco! Por favor… Exclamó Jin, eufórico.

Rose le observaba detenidamente, concedía que Jin no sabía nada de lo que

pasaba, de la aparición del espíritu y peor de la tarea a la que fue encomendada,

más, Rose tenía tanto temor, ella no quería ir sola. Pero tampoco fue que se le

haya prohibido que Jin le proteja.

—¿Qué piensas que debemos hacer nosotros ante esto?. Interrogó Rose

a la vez que tras oírla, Jin la agarraba de los hombros. —¿Hacer? ¡Es nuestra

oportunidad!… ¡Acuérdate! Quién vence a Dulken, puede pedir cualquier deseo

y Brahma se lo concederá… —Jin y Rose se ven fijamente.

—Cualquier deseo… Susurra Rose abstraída.

—Podemos pedir porque Francisca vuelva… Respondió él a la vez que

con una serena sonrisa, secaba los ojos de su amiga. —Después de todo… ya no

tenemos nada que perder… Confesó Jin.

Y Rose quedaba prendida de su sentir, era algo totalmente descabellado, pero

eran ciertas las palabras de Jin —no tenían nada más que perder— ambos se

tenían el uno al otro y Rose traga saliva, toma la mano de Jin y aun sin confesar

nada, acepta la aventura.

—Debes tener razón, si esto está pasándonos ahora es porque es nuestro

camino y no podemos quedarnos aquí. Expresó Rose soltando una leve sonrisa

que Jin correspondió.

—Creo que es lo que Francisca quiere para nosotros… siempre nos

insistía sobre lo especial que sería la décima navidad… ¿Qué querrá decirnos?

No lo sé… pero lo vamos a averiguar. Murmuró Jin con su tanto de adrenalina

y temor. Rose estaba igual; pues, ya no era una simple fabula, era una realidad.

El cuento que siempre escucharon se estaba pintando en su futuro, los reinos,

los dioses, las guerras y los poderes serían parte de su despertar y de su ensueño.

Rose y Jin daban una inhalación profunda, con sus corazones sobre las manos, se

disponían a caminar, en poco tiempo, estos empezaban a subir las montañas,

ellos no quitaban ojo a las torres fantasmas, esas que le hacían pensar con aun

más incógnitas sobre cómo serían esos Príncipes de cuentos y que tal perverso y

bestial podía ser el malvado Dulken.

—¿Será que podremos vencer a Dulken?. Corría la voz por el viento.

—Él es el mismo diablo… sin corazón ni piedad... para vencerlo, tocará

matarle, pienso… Respondía la voz del hombre.

—Pe-pero Jin… ¿Acaso no es más fuerte que nosotros?. Preguntó ella.

—No lo sé… pero tenemos la mejor arma, la valentía. Determinó Jin.

—Y fue así— Que en esos instantes, ambos chicos subían de la montaña, nadie

supo a donde se fueron, tampoco preguntaron ni sospecharon, los humanos,

empezaban a vivir una vida egoísta, todos eran centrados en sus problemas y en

sus dogmas, esos que les hacía creer que todo era una fantasía.

Rose y Jin se alejaron del pueblo, sus pasos les acercaban hacía la tenebrosa

oscuridad desértica, donde solo se oía el llanto de los arboles abandonados, el

tétrico suplico de los animales y la agitada respiración de ambos neófitos que se

enfrentaban a lo desconocido.

—Es-esto… es por ti Abuela… —Rose aprieta su pecho —Así que por

favor… dame fuerzas a Jin y a mi… Soltó una plegaria, esa que desde lo alto de

la nada, era vista por aquel pelinegro misterioso, ese que respiraba hondo y que

veía la misión de Francisca por empezada.