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Érase una vez… una chica que vivía entre la fantasía y la realidad, una verdad
oculta que describe la vida de los humanos… ¿Cuál es el límite de lo que
consideramos real y cuál es lo tangible de que consideramos ficticio? Y aún más
excitante… ¿Qué pasa cuando estos dos se unifican?
—Dijiste que jamás te irías… que la décima navidad sería la mejor de
todas. ¿!Qué haremos sin ti… abuela!?. Exclamaba Rose, una de las jóvenes con
mayor edad entre el grupo de niños, esos que se acumulaban para despedir el
cuerpo y el alma de Francisca, la vieja solidaria del pueblito pobre de Geranio.
Francisca, dedicó su vida a cuidar a los huérfanos y desafortunados, mujer de
gran corazón, cuya perdida hacía llorar a los pueblerinos que se lamentaban y
llenaban sus labios de dulces cumplidos a la muerta.
Rose, era la más allegada a Francisca, su consentida al igual que Jin, su mejor
amigo, quién con pesar, abrazaba a la joven, con el fin de transmitirle su fuerza.
—Ella no quisiese que suframos, ha pasado lo inevitable y hay que orar
para que llegue al cielo. Murmuró Jin, aquel chico de cabellera negra, ojos
verdes y blanca piel.
—Mi amigo, mi confidente… ¡Como me duele su despedida!.
—A mí también, ella era como mi madre. Expresa Jin a la vez que,
intentaba contener sus lágrimas.
—Lo peor, es que reconozco lo mala que fui… ingrata y cruel, tuve que
esperar para crecer e irme de este pueblo en busca de las grandes oportunidades
de una ciudad, esa que me alejó y me hechizó… ¡La que solo me ha causado
dolor!... Confesaba Rose, la nieta de la vieja, esa de cabellera rosada y purpuras
ojos. Misma que robaba la atención no solo de Jin, quién había compartido de
sus largos viajes y aventuras, sino de los huérfanos y habitantes que resentidos
estaban, esos que no admitían los errores de Rose.
—¡Ahora llora y se arrepiente! Por qué no en vida, la buscó… esta creía
que con pasarle dinero, las cosas se solucionaban. Dijo una junto a otra.―!Déjala!
que haz un Dios en los cielos que la juzga y un Dios en el infierno que la castiga.
Aseguró esta.
Más, era entre el tumulto de penumbra, que Jin se levantaba camino al podio,
ese que gracias a la navidad, estaba lleno de foquitos multicolores. Jin daría sus
últimas palabras a Francisca, no podía olvidar los momentos desesperantes que
pasó con Rose al enterarse de la dolorosa noticia, ante su desesperación, tuvieron
que dejar sus trabajos, planes y ocupaciones.
—Eso no saben los que hablan sin piedad… Rose fue despedida de sus
tres empleos, su novio ¡el charlatán patán! Le cortó y además… nuestra navidad,
nuestra famosa y décima navidad… se dañó. Pensó Jin segundos antes de posar
su triste mirar frente a todos los presentes.
Rose le daba valentía con su melancólica sonrisa, levemente apoyaba sus dedos
en su pecho, era una señal que para ambos significaba superación.
Y con eso, Jin empezó su discurso.
—Francisca… —Dice él —La encantadora que llenaba nuestra infeliz
vida con sus coloridas fabulas y parábolas, se ha ido de Geranio… pero ¿Quién
dice que nos ha abandonado? Ella vive en nuestros corazones, junto a nuestra
alma. ―Jin veía a Rose.―No hablaré muchas cosas, porque tal vez no pueda…
pero les haré recordar porque este momento es especial, hoy es Navidad ¿Acaso
no recuerdan que esta es la décima? Esa que Francisca siempre nos mencionaba
no olvidar, la que pronunciaba justo antes de acabar ese épico cuento de los
Reyes, ese llamado TwinsRose… Hablaba Jin a medida que sus pensamientos y
recuerdos volaban por la atmosfera uniéndose a los de Rose, esa de ojos
purpuras que revivía el instante a su frente, ese que le hacía volver a ser la niña
que interpretaba el relato una y otra vez junto a Francisca y Jin.
―«Flashback»―
La navidad de aquella noche pasada, hacía que los niños se arrimen a la fogata
que Francisca ofrecía a loor de su largo cuento, de ese que siempre leía en noche
especial —por qué no ahora— que era navidad.
Y Francisca viendo a su grupo completo, empezó a relatar.
«Erase una vez, aun cuando nadie lo viera ni lo crea… —Contaba la voz anciana
de Francisca, la grande abuela de los indigentes— Que al Templo maravilloso
de los dueños de las nubes, llegó un fuerte hombre, un viejo Rey de otro Cosmos
que venía, a semejanza de un sembrador, a crear mundos en nuestro sistema
solar… aquel, poco sospecharía que tras su viaje, conociera de una hermosa
Doncella, la hija menor de lo grandes Reyes, esta con la que sus padres
decidieron unirlos en matrimonio, como pacto de alianza entre los diferentes
universos. Más esto no era color rosa; pues la Princesa no estaba de acuerdo en
estar con un hombre anciano, uno que a pesar de ser un Rey, cuya sangre era la
de un gran Dios Mago, poseedor de la Luz y las Sombras más asombrosas que
cualquier mortal haya imaginado… no ganaba del corazón de esta. »
La anciana sonreía a medida que contaba, para esta, sus historias eran el vivo
recuerdo de la vida, de lo que ponía color a los sueños de los niños, quienes muy
atentos, se reunían alrededor de una fogata a escucharla.
Rose, era una de las que siempre estaban en primera fila junto a Jin.
—Es verdad Abuela… —Dice la peli-rosa. —El Rey Brahma tuvo que
hacer tantas cosas para enamorarla… Expresa adelantándosele a la vieja, quién
llevando su mano a la cabeza de la cría, la acariciaba cariñosa.
«Brahma, era el nombre del fuerte cortesano, aquel que con su especial actuar y
serena sonrisa, conquistó de la princesa. Con ella, dejando el hogar de sus
padres, construyeron de un nuevo mundo, una nueva dimensión… En ese lugar
al cuál llamaron <Las Cruces> ahí, donde amando la Princesa a Brahma, crearon
de dos hijos tan parecidos pero tan opuestos… mismos que le diesen compañía a
la princesa en los futuros años de soledad…
Así, el mayor de los niños fue el nacido entre rosas blancas, el aurora de su
nuevo mundo, Ílios, el más sabio y justo… quién tuvo como hermano a Dulken,
el nacido entre rosas rojas, el fogoso atardecer, aquel que encarnare la sapiencia
y la tolerancia… y estos dos, eran los herederos hijos de Brahma, quién con ojos
dichosos, buscaba de ofrecerle sus riquezas y el mando de sus mundos, cuales
abarcaban desde los cielos hasta los infiernos. »
—Pero Abuela… el mundo de las Cruces tenía los cielos y los infiernos
juntos, gracias a la armonía de Brahma… ¿verdad?. Interviene Jin. La anciana
Francisca asiente, estira su mano y lo abraza.
«El cielo era el Reino donde las almas humanas, de pura naturaleza, aprendían
de la justicia y la luz… Más, el infierno, era donde se purificaban las maldades
de los hombres y se lograba la sapiencia. Ambos mundos eran necesarios para la
evolución e involución, estos eran una sola tierra llamada “Las Cruces”…
empero, cuando Brahma se fue, la Reina quedó sola al cuidado de sus dos hijos,
esos que crecían con rapidez y que aprendían inmediato de todo lo que les
rodeaba. Ílios, era el más astuto y este entendió que debía ser bueno para
disponer del tesoro de su padre. Dulken igual, más con ambición, juraba con
rivalidad, ser mejor que su hermano… fue así que con tales sentimientos, estos
niños se hicieron jóvenes y después, alcanzando una mayoría de edad, con
fortaleza, se determinan convertirse en Reyes, con o sin la aprobación de su aun
perdido padre. La Reina, había veces que no sabía qué hacer con sus dos hijos,
uno que era la luz y el otro las tinieblas…»
Francisca observaba del fuego de la fogata, esta consumía con la oscuridad, ella
denotaba las llamas, a pesar de ser peligrosas, daba a los demás, de una clara luz.
La vieja da una sonrisa quieta.
—Entonces —Sigue contando —Un día, la Reina, que era vista por
muchos como Diosa, decide subir hacía los más altos cielos, iba a visitar a sus
padres, esto era una obligación y ella no podía faltar, a pesar que no gustaba de
dejar a sus dos hijos solos, tuvo que hacerlo y esta les hizo prometer que no se
pelearían y harían nuevamente las pases. Ambos hombres asintieron… Dijo la
anciana, la pequeña Rose tomaba la palabra, contaba a sus menores, la siguiente
parte del cuento, la más importante.
—Pero los Príncipes no cumplieron su palabra; pues, los amigos que
Dulken e Ílios tenían no eran los más apropiados y estos, susurrándoles a sus
oídos, hicieron que los Príncipes se encadenen en una gran batalla, una que ni
siquiera los Íntimos siervos de la Reina, pudieron detener. Dijo la niña, ella que
dramática, empujaba al sonrojado Jin, para que continúe.
Jin se paró.
—Así, Dulken lanzó su batallón de fuego contra la luz de Ílios, todo se
destruía ante su poder tan grande, las tierras se abrían y pronto, las inmensas
Cruces se dividieron en tres tierras. La árida, llena de fuego y volcanes, fue
conquistada por Dulken, quién le puso de nombre “Pandora” y la alta tierra,
llena de montañas floreadas, de Ílios, se llamó Obelix. Contó el pequeño niño.
Francisca asiente, estaba feliz de que sus protegidos, al igual que en la historia,
también creciesen rápidamente. Y la anciana se dirige a los demás, estira sus
manos y abre bien de sus emotivos labios.
—Ílios y Dulken se sentían triunfantes de tener —a la fuerza— de una
heredad, más ambos, sabían y caían en cuenta de que su madre se entristecería
mucho y fue así, que esta, sin siquiera bajar a su mundo, se enteró de la grave
desgracia… ¡Cuánto lloró la Diosa! Ella no podía perdonar a sus dos hijos y tal
castigo era grave, puesto por los mismos cielos… la Reina no podría regresar a
la Cruces, no volvería a ver a Ílios y Dulken, no hasta que ellos cumplan las
órdenes que dejase su padre, Brahma, sobre el comportamiento de un heredero.
Ílios y Dulken sufrieron tanto ante la ausencia de su madre, a menudo iban a las
centrales tierras de las Cruces, esas que nadie tomó por respeto a su madre…
más, los tiempos pasaban, así como los sentimientos se esfumaban y los dos
chicos olvidaron de la pérdida de su madre, la tenían presente, pero continuaban
con el señorío de ser los más poderosos. Contaba Francisca.
Rose y Jin la oían, notaban las diferentes sensaciones que la vieja creaba en los
rostros de los demás niños, aquellos que se llenaban de una grande felicidad, esa
que les transportaban a donde la anciana relatase.
—…Y pandora se convirtió en un inferno que nuestros curas confiesan,
esas llamas mostraban de la horrenda cara de Dulken, el temible demonio
instintivo y caprichoso, que abalanzaba a sus esclavos al fuego con el que se
quemaban y se deleitaban sin perdón… No obstante, Obelix se transformó en un
elegante cielo, el descanso para las almas puras, el Reino de los privilegiados,
esto era debido a las exigencias del perfeccionista Ílios, ese que siendo muchas
veces, incomprensible, cerraba la puerta a los sedientos de su sabiduría. —La
vieja señala los grandes cielos. —En la dimensión de las Cruces, que es casi que
lo mismo que el limbo, solo pueden vivir los seres que creen en él o que mueren
en este mundo… cuando uno muere, su alma se va allá, a disputar en que reino
queda… si en el infierno, en el limbo o en el cielo… Termina Francisca.
Jin queda pensativo, Rose salta, abraza a su abuela y le expresa que sí ella se
fuese de allí, lo seguro sería que descanse en las tierras de Ílios, ya que la vieja
era tan buena. Nadie gusto del comentario de Rose —pues, quién querría que
esta se muriese— más, Francisca sonrió y la abrazó.
—La vida continua para los que nunca conocieron las Cruces, en la
muerte… espero ustedes, puedan ver esas majestuosas tierras aun estando con la
vida en sus manos… Susurró la anciana.
Los niños se levantan, la sección de cuentos habrían terminado y estos, con
muchas ideas, empezaban a molestarse los unos a los otros. Y los mayores, se
cargaban con Jin, a quién determinaban que de muerto, iría con Dulken, debido
a sus —a veces— arrebatos de rebeldía.
Jin frunce el ceño.
—Dulken es un tipo muy malo… él fue el primero en desobedecer a su
Madre y además en armar una guerra de la cuál Ílios solo pudo defenderse… es
más, la historia cuenta que Dulken se llevó al mejor amigo y caballero de Ílios,
el amable Graham… —Jin tuerce sus labios —Sí yo estuviera en su Reino, sería
para acabar su existencia. Dice Jin con aires de valentía. Rose sonríe sonrojada.
—Dulken es muy fuerte… —Interrumpe ella. —Cuando uno se porta
mal, Dulken, se transformase en un demonio que nos atraviesa con su tridente
de fuego, nos causa dolor y nos llena de miedos… él es muy perverso y este odia
eternamente a la luz, a Ílios, aquel Ángel que siempre nos defiende y cuida de él
en nuestros sueños. Decía la llena de mística, esa que siempre aconsejaba a los
niños, colmándoles de rezos y virtudes, ya que Rose poseía un alma de oro.
—Pero los malos siempre son vencidos. Decía uno de los niños.
—¡Dulken morirá!. Gritaba otro. Mismo cuál fue callado por la voz de la
vieja, quién tocando sus cabezas, les mandaba a descansar, no sin antes, darles —
como costumbre— una de sus importantes reflexiones.
—A veces… quién más malo es, es porque necesita más comprensión.
Dijo esta, misma que les mandaba a dormir, los huérfanos obedecían.
Y la luna se ocultaba entre las nubes, cerca de las grandes montañas del
horizonte rocoso. Francisca, al igual que los infantes, se dirigían a la casa.
—Fue una linda navidad abuela. Comentó Jin sonriente.
—Ha sido una linda navidad… pero, sin ofender… habrán en un futuro
lejano, mejores… Confesó la abuela a los demás, enredando a todos en medio de
un minuto de quietud.
—Esperen a que llegue la décima Navidad…. La luna brillará de un
especial azul color, como jamás fue visto… sus rayos serán la luz que despertará
al humano… ojalá pueda seguir viva para ello… Cantó la señora acotando un
cansado suspiro, necesitaba dormir, pero la adrenalina transmitida de los niños,
no la dejarían en paz.
—¿Y a qué se deberá esto, Abuela?… Habló Rose muy interesada.
—Bueno… ¡Aparecerá el mundo de las Cruces!. Exclamó la vieja,
llevándose el pasmo de los niños, en especial de Jin, quién no creía sus palabras.
Empero, quién podría dar contra a la fuerte convicción de la anciana. —Dejen
que pase el tiempo… solo espero que sus deseos no se sequen… recuerden que
quién llega al reino de Dulken y lo conquista, tiene la dadiva de pedir un gran
deseo. Recordó Francisca.
Jin apretaba sus labios.
—Abuela… pero los Príncipes son una leyenda lejana a nuestra historia
real, ellos no constan en nada… ¿Nos está tomando el pelo, verdad?. Exclamó
Jin como quién se las conociese todas; empero, la voz de Rose desinfló su pecho,
la pequeña compartía su gran deseo.
—En la décima navidad… nosotros volveremos a tener amor y todos
nos preocuparemos por los más débiles…. Te lo prometo abuela. ―Rose tomaba
la mano del sonrojando Jin, quién también habló.―Te lo prometemos todos,
abuela… que iremos a las Cruces y les pediremos a Ílios que de paz a nuestro
mundo lleno de guerras. Mencionó Rose y la vieja continuó.
—He aquí que en lo alto de las montañas y las nubes… se verá la punta
de los dos Castillos, allí como si flotasen en la atmosfera… este será el camino
para los que deseen emprenderlo… Terminó Francisca.
Todos los niños gritaban, ellos deseaban vencer a Dulken, quién se contaba, era
el que más cercano estaba a la imperfección de los humanos y que por ello, daba
amargas penas y muertes a estos. No había quién no desease que Ílios escuche
su canto de paz y se lo cumpliese.
―«Fin del Flashback»―
—Y así, los recuerdos de Rose se culminaban trayéndola al presente, esta que
notaba como Jin concluía con su profunda reflexión.—
Y Jin expresa.
—…Tal vez se dirán por qué les he comentado este cuento de niños en
vez de hablar de las grandes obras de Francisca… Pues; ayer, cuando viajaba, lo
recordaba… quizás muchos lo hayan oído, pero, esto es una parábola que nos
muestra lo que ella siempre quiso sembrar en nosotros, el amor y los buenos
deseos de ser como Ílios. —Jin entrecierra sus ojos —Si queremos cumplir con
su último deseo, creo que deberíamos aprender a perdonar, querer y sobretodo,
comprender. Exclamó Jin junto con su despedida y con aquella rosa blanca
sobre ese frio ataúd.
Todos asentían ante los sentimientos de Jin, Rose observaba como los aldeanos
se acercaban a colocar, cada cual, su rosa en memoria de su amor. Rose seguía
parada, veía de su rosada rosa. —Siempre me decías que yo era una rosa rosada,
una mezcla de blanco y rojo… bueno, aquí se despide tu Rosa rosada… tu Rose.
Mencionaba ella con los ojos llorosos. Jin la abrazaba nuevamente.
—¿Por qué… por qué te fuiste en esta décima navidad? Aquella que
esperábamos con tantos deseos…
Y así la noche navideña se llenó de pesados suspiros que incomodaban la gran
mesa en donde era servida la cena. Ahí se sentaba casi todo el pueblo, estos que
durante la interacción, jamás pidieron perdón de sus actos. Jin, no se resentía,
era problema de cada uno, a más que sus criticas nunca le afectaron a él ni a
Rose, los únicos rebeldes que se escaparon del pueblo de Geranio hacia la gran
Escarlata, ciudad de la fama, el dinero y el delirio. Rose y Jin eran dos jóvenes,
una de dieciocho y el otro de veinte, fuertes trabajadores y capaces. La envidia
del pueblecito.
—¿Será que la florería explota sin tu presencia?. Expresó Rose.
—No lo sé, mi jefe debe estar muy enojado… después de todo en esta
época es cuando más ventas hay, igual, será difícil ir de nuevo a Escarlata, no
hay boletos de tren, hasta dentro de días. Dijo él.
—Pensaba ir con mis amigas a la fiesta navideña… la primera vez que
asistiría, siempre me tocaba estar dentro de la bodega. Murmuró ella. Jin le daba
una amable sonrisa, le comentaba que habría también en Geranio una fiesta, no
tan pomposa como en Escarlata, pero llena de música y trajes de reyes y reinas.
—Más, era notable que ninguno tenía ánimos—
—Prefiero pasear sola por los bosques, ya sabes… para meditar.
—Ten cuidado, yo estoy obligado a ir a la fiesta. Respondió Jin.
Fue entonces, que luego de la comida, Rose, tal como lo pidió, salió a caminar,
esta perdía sus pasos entre el angosto camino que los arboles le permitían.
Rose estaba muy cansada, pero más que nada decepcionada.
—Abuela… nunca deje de trabajar, quise lo mejor para ustedes, aun
cuando no venía a visitarles, estabas a diario en mi corazón… No te resientas
conmigo, porque eso me mataría... Susurró Rose con fingida sonrisa.
Sus purpuras ojos se clavaban en el paisaje, en el habitual cielo nublado de
pocas estrellas, pero agradable olor. Y Rose, lentamente se acostaba sobre un
cumulo de hojas secas, no podía abandonar la imagen de su familiar, le era muy
difícil creer que le había fallado y que su descomunal esfuerzo de horas
entregadas al trabajo habían sido en vano.
—Jin y yo te amamos abuela y haríamos lo que sea por ti… oye bien,
¡Lo que sea!. Gritó Rose estirando su rostro, recogiendo sus piernas y ocultando
su cara en ellas. Rose, poco a poco, se hallaba entre el silencio emergente, lejos
de la algarabía y las melodías folclóricas del pueblo.
Rose suspira, se sentía sola, a pesar de que estaba con Jin, ella estaba solitaria. Y
esta remembra de todos sus problemas citadinos, del empleo y sus abusos, de su
complicada vida y sus decepciones románticas —sobre todo eso— su fallido ex-
novio, Santiago, quién a pesar de lastimarla, era a quién deseaba abrazar.
—Si tu estuvieses aquí… yo estaría más animada, bueno, no es que Jin
no haga nada.―Entrecerró sus ojos.―Después de todo, abuela, dijiste que Jin y
yo siempre estaremos juntos y que seremos los mejores amigos... Hoy, en el
sepelio contó tu famosa historia, esa que tanto gustó a todos, me preguntó que
quisiste decirnos con la décima navidad, ¿Podrá ser que intuiste tu propia
muerte? —Rose estira sus brazos, ellos rozaban con las hojas secas —…Un cielo
azul, glorioso, especial… ¿Qué significa eso? ¿Qué son las Cruces?. Balbuceaba
Rose entre el cansancio de su pronunciado bostezo, ese que se mezclaba con los
sonidos de los animalitos nocturnos. Levemente, Rose se entregaba al sueño.
—Abuela mía… los Reyes aparecerían esta navidad, si es así… y si es
verdad que ellos no son solo una leyenda… quisiese tanto que mi herida sane…
que Ílios me dé su paz… Abuela, quiero entender porque te fuiste de mi lado, si
todo estaba bien. Susurró la mujer, que tan distraída estaba, tanto, que no podía
divisar como un hombre alto y fornido se acercaba, él era un pelinegro de ojos
azules.
Y el hombre no esperó para acomodarse alado de Rose, él cuidadosamente
enganchaba sus manos y le daba un jalón para levantarla. Rose, rápidamente
abrió sus ojos y con gran asombro, cayó sobre sus brazos.
Rose, no sabía de donde había salido este tipo, pero ella le conocía bien, se
trataba del mismo hombre en el que estaba pensando, de Santiago, quién vivía a
horas de lejanías, en Escarlata.
—¿Esto es un sueño, Santiago?. Murmuró al tiempo de refregarse los
ojos una y otra vez, más la imagen del hombre no se iba.
Entonces, el serio Santiago la toma de los hombros.
—He venido Rose, sé que estás pasando un mal momento… Francisca,
más que ser tu abuela, fue tu madre. Es doloroso perder a su madre y más en tus
circunstancias… Expresó el hombre de buen aspecto, alto y elegante.
Rose se balanceaba de un lado a otro, como si aún no lo creyera.
—Espera… tu ¿En qué momento viajaste?. Pregunta atontada.
—Santiago, ex-pareja de Rose, fue un seductor bribón lleno de egocentrismo,
más, raramente, ante la luz de la luna, expandía un aura diferente, uno que
llamaba por demás, la atención y clara mirada de Rose—
—Tú no eres Santiago… ¿!Quién eres!? ¡Y por qué me conoces! Grita
Rose lográndose despertar, todo al sentir las cálidas manos del hombre sobre sus
hombros. Y el tipo asienta guardando aun su misterio, mira a su alrededor, ve de
las altas montañas, aun las nubes cubrían todo el firmamento.
—He venido porque habéis dicho que harías lo que sea por tu abuela,
¿O me equivoco?. Expresó este. Rose retrocede aun con temor, más —aunque lo
quiera negar— el alto pelinegro le daba un halito de interés.
Y Rose asintió ante las interrogantes del extraño.
—Todos saben que ¡haría lo que sea! Por mi abuela... —Rose aprieta su
puño. —Pero… ya está muerta ¿qué se puede hacer ahora?. Suelta adolorida, el
hombre respira hondo.
—Pues; Francisca no está muerta, Rose… Confiesa de repente con la
intensa seguridad que invadía el pecho sorprendido de la peli-rosa, esa que
tapando sus labios, cayese al piso.
Y los grandes ojos purpuras de Rose se abrieron de par en par —No podía jugar
este con su sentimientos— y ella se lo gritaba enojada, no había que inventar
cosas, esta había visto su cuerpo. Empero, el misterioso hombre no declinaba su
declaración.
Rose, se alejaba levemente, no quitaba de vista a aquel desconocido.
—Por qué dices eso... ¡Estás loco! Yo vi como la enterraron… como su
corazón no latía más y estuve cuando se puso fría y entumecida. ¡Mi abuela está
muerta!. ¿!Quien eres tú, para contradecirlo!?. Gritó Rose algo temerosa.
El hombre entrecierra sus ojos, volvía a ver del firmamento nublado.
—Si no me quieres escuchar a mí, está bien… pero escúchala a ella, ve
y búscala… te estará esperando en el mismo lugar en cuál la despediste… pues;
quiero que sepas que ella me ha pedido venir a buscarte y ha sido una tarea
difícil y sacrificada, como para gastarla en mentiras… Dijo la seca voz del alto
hombre de buen vestir, ese que robaba cierto sonrojo en la asustada chica, que se
determinaba a creerle.
—Dime tu nombre. Más, aun con dudas, emergió Rose más calmada.
—Mi nombre no es más importante que ir a ver a la señora Francisca…
debes ir, porque pronto tendrá que regresar, el mundo de las Cruces, la llama.
Dijo él sorprendiendo en gran manera a Rose, quién sin esperar más palabreríos
o señales, se dio la vuelta, corriendo a toda la velocidad posible hacía aquel
abandonado cementerio, ahí donde quedaban los restos de la vieja.
Y el hombre la veía correr, alzaba sus ojos hacía las montañas, era que poco a
poco, estos nubarrones se dispersaban —algo muy extraño entre estas tierras—
donde siempre estaba nubloso. Y el chico notaba de un azul y hermoso cielo que
empezaba a formarse.
—Es la décima navidad… la que he esperado, al parecer, igual que ella,
¿por qué usted está tan segura, señora mía, de que esta simple muchacha pueda
hacer alguna diferencia? ¿Quién es ella… que la hace diferente a las demás?.
Expresó con cierta abstracción.
Sin embargo, tras la duda y suspenso, Jin estaba pensativo, por más que se le
obligaba, no quería involucrarse en el festejo de malas costumbres y vicios. Él,
sentado en una esquina apartada, pensaba en Francisca, en el raro significado
que siempre sus palabras guardaban, como también, estaba preocupado por
Rose, deseaba buscarla; pues, con tanto ebrio por doquier, era peligroso que una
joven ande sola. Entonces, levantándose, se alejaba poco a poco se la fiesta, sus
cansados pasos se dirigían mecánicamente, este tenía su mente en otro lado y
con ella, todos sus sentidos.
—En la décima navidad aparecerán los Reyes, Dulken e Ílios, esos seres
mitológicos que muy pocas personas aceptan. ¿Cómo puede ser que tal historia
tenga una veracidad?. Pensó una y otra vez, al mismo tiempo que sus ojos se
salían al no hallar a Rose en ninguna parte de pequeño bosque.
—Dijo que estaría aquí… ¿Se habrá ido a la casa?... No es posible, ya que
me hubiesen dicho quienes ahí estaban… Y Jin preocupado ante su ausencia,
empezó a gritar su nombre, más ninguna respuesta tenia.
Y Rose, lejana a la presencia de Jin, llegaba a las puertas del mausoleo, aquella
caminaba por el sendero desértico que le presentaba el sinnúmero de tumbas y
recuerdos. Lentamente, empezaba a perder las esperanzas, tal vez sí se trató de
una mala pasada.
—Los muertos no regresan a la vida… Mencionó solloza a la vez que
detenía sus pasos, lista para marcharse, más he aquí, que el viento trajo consigo
una cándida melodía, tan real y hasta tétrica; pues, Rose reconocía que esa era la
voz de Francisca. —Y La peli-rosa, no dudó en correr a su destino, esta poseía un
carácter temerario y revolucionario, mismo que le disipaba de la inseguridad y
el miedo.
Entonces, Rose con nada de demora, estaba parada frente a la solitaria tumba de
su abuela, esa que solo era adorada por los ramos de rosas que en la mañana,
todo el pueblo, le pusieron.
—Abuela, sé que te escuché… aparece por favor, si yo puedo hacer
algo… ¡Aparece de una vez!. Rogó la joven postrándose de rodillas.
Y ante ello, un conjunto de luciérnagas se reunieron en la lápida, estas iban
danzando de un lado a otro, prendiéndose y apagándose.
—Mi Rose, la reina de las Rosas… tú eres rosada porque entre el rojo y
el blanco estás… porque el rosado es el color del amor… Habló un eco sin fin,
ese interminable, cuyas incoloras ondas, formaba rápidamente de la etérea alma
de la vieja.
—Rose mira de tal espíritu espectral— esta queda helada, sin habla y con un
escalofrío que carcomía sus huesos… pues, descubría que era verdad lo que el
extraño tipo le contó. Francisca la estaba buscando y aunque era notable que su
cuerpo no estuviera con ellos, el alma estaba a su frente.
—¿!Co-cómo puede ser posible!?. —Rose cae de rodillas —Yo… yo te
amo abuela y quiero pedirte disculpas… he su-sufrido en tu ausencia... Sollozaba
la emocionada Rose. Empero, la serena espectro, toma asiento sobre su misma
tumba, deja ver una amable sonrisa, lo que esta, menos quería era penas.
—Mi amada niña… Brotó la voz de aquel fenómeno, aquel que hiciere
latir fuertemente el corazón de Rose, esta que de inmediato, intentó tomar sus
manos, más era imposible, Francisca no era tangible.
Y Rose se confiesa.
—Si hay algo que pueda hacer para traerte… dímelo ahora mismo,
abuela. Aclamó Rose observando fijamente al espíritu que le sonreía, sintiéndose
como en otros tiempos.
—Mi cuerpo yace bajo tierra, esclavo de las leyes y las formas, más, mi
Alma, cuál debería ser libre y estar a tu lado… está arriba en los cielos… te pido
ayuda, te pido que me regreses al mundo; pues, al estar en lo alto, mi vista se
aclaró y veo que dejé muchas cosas pendientes… Expresa la abuela, Rose se
queda impresionada, ella no entiende ni una palabra.
—¿Quieres que te saque del cielo? …Pero yo debo estar muerta para ir
allá… Conjeturó Rose, más la anciana enseriaba su mirada y engrosaba su voz,
esto era peligroso y una vez aceptada la petición, ella debía cumplirle. Francisca
daba a conocer el temor que sentía por su nieta, si es que esta se disponía a
ayudarla.
—No necesitas estar muerta para ir a verme al Reino de Ílios. Dice la
anciana y Rose salta —¿Acaso no eran solo cuento de niños?— La peli-rosa da
un paso hacía su abuela, le pide que le explique la situación.
—Quiero que me ayudes… quiero que seas mi voz de paz, quiero me
ayudes a reaparecer… —Insiste la vieja —Tu eres de las pocas humanas que se
sabe la historia que ni los mismos Príncipes, conocen final… tu eres especial, mi
niña y sé que podrás liberarme a mí y a muchos prisiones del yugo de Dulken,
ese que cegado por su rabia, nos tiene a todos infelices. Francisca cuenta a Rose
y esta, entrecerrando sus ojos, asiente con dudas.
—Hay un camino... ¿Te has olvidado?. Hoy es la décima navidad, hoy
vuestro verdadero sendero comienza. Decretó Francisca con tonante voz, esa que
de inmediato, voló a ras del verde suelo, convirtiéndose en una blanca paloma
que tras su corto viaje, se alejó de los ojos de Rose, metiéndose entre los árboles
y caminos, llegando a Jin, a quién sorprendió de un susto. Pues; ese hermoso
animal, pasó por sus narices y alzando sus alas, se perdió entre las escasas nubes
que asombrosamente había; pues, el cielo siempre tenía un paisaje nublado.
Era para admiración de ambos jóvenes que el cielo despejado era claro y su luna
al igual que el ancho firmamento, eran de un azul brillante, tal como Francisca,
en otros tiempos, les había señalado.
—Todo cuento tiene realidad… lo oculto se abrirá y tú caminarás por
él, es allí donde entre los muertos moro. El cielo está a tus narices, pero una ruta
confusa está al frente, no puedes ir sin pasar la oscuridad. No puedes ir a Ílios
sino vences a Dulken… libéranos, tú, mujer que goza de la viva a nosotros los
muertos. Confesó la abuela causando en Rose un atónito silencio.
Así, como de igual manera, a lo lejos, Jin se unía al mismo sigilo.
—¿Acaso la historia es real?. Entonces, de momento a otro, Jin pensó, él
veía de las montañas, las gigantes que por primera vez, estaban libres de nubes y
que ante su majestuosidad, mostraban a los verdes ojos del pasmado Jin, dos
raras puntas que sobresalían por las cordilleras. Esto, era algo que el muchacho
estaba seguro, no había ni habría nunca en su mundo, esto era de otro tiempo,
de otro espacio. Y Jin restriega sus ojos y vuelve a alzarlo hacia la luminosa
bóveda —más, no se iban, ahí continuaban las dos torres, similares a las de dos
elegantes Castillos—
—No… no pu-puede ser cierto… —Jin tapa sus labios. —Esto debe de
saberlo Rose ¡Ahora!. Y Jin se emociona, este no esperaría más, así que casi que
arrebatado, corrió de nuevo a la fiesta, gritando como loco, señalaba del milagro
a los pueblerinos, esos que burlándosele; no creían ni de sus propios ojos. Todos
le atribuían a que no había ningún sobrio.
Entonces, el molesto e indignado Jin regresa su vista hacía los árboles, pensaba
en donde podría haberse ido su querida Rose. Y así, fue que la luna iluminó su
mente y este intuyendo de su paradero, avanza. —Seguramente, está dentro del
cementerio. Volvió a moverse.
Más, Rose aun no accedía aparecer, esta estaba en media despedida, ya no vería a
Francisca por largo tiempo. Su misión estaba a punto de empezar.
—Yo tengo fe en ti, por eso te lo pedido. Dijo la anciana.
—¡No sé cómo!... —La chica hace puños y ve de aquellas misteriosas
puntas. —Nunca pensé que sería verdad… pero yo te prometo abuela… que sí
Dulken les está afligiendo… lo derrotaré para que tengan paz en los cielos de
Ílios, como también, sería capaz de convencerlo, para que él te dé una vida
nueva junto a quienes quieres… —Rose da un respiro. —Si esto es verdad y no
es un sueño… yo seré capaz. Expresa la valiente joven de dieciocho años, esa que
pensaba en todos los huérfanos que quedaron indefensos.
Rose, no sabía a qué se enfrentaba, pero esta, dispuesta a dar su vida en loor a la
de Francisca y los muchos desconocidos que querían libertad. —Siempre pensé
en ese personaje tan malvado llamado Dulken, aquel de rostro horrendo, el
Príncipe del infierno… ahora que es verdad… ¡Lo voy a derrotar!. Aclamó.
Entonces, Francisca sonrió triunfante, y aunque no pudo, hizo el melancólico
intento de besar la mejilla de su nieta, esa que con sus ojos llenos de lágrimas y
emociones, sabría que debía irse; pues la anciana le mostraba el camino, no
debía desviarse, ella tenía que subir las montañas y acercarse más a las grandes
torres de aquellos castillos, los hogares de los Príncipes Dulken e Ílios.
Así, Rose cerró fuerte de sus ojos, no miró nuevamente hacía atrás, quería creer
que podía hacerlo, quería demostrarle madurez y fortaleza a su vieja abuela. Y
Rose corría velozmente entre los árboles, no había quién le detenga, no quería
sentirse sola, pequeña, olvidada.
—Sí me voy… ¿A dónde llegaré? —Rose aprieta sus puños —Yo dejaré
todo lo que tengo, abandonaré mi trabajo… mi novio… a Jin… a mis amigos y a
los huérfanos… ¿Qué les diré? ¿¡Qué creerán!?. Rose se aturdía, sus lágrimas no
terminaban. Más, al cerrar sus ojos, sus sollozos le traían la imagen de aquel
pelinegro que le dijese el mensaje de Francisca —¿Quién era él?— La peli-rosa
no lo sabía, pero, empezaba a sentir una leve paz de solo recordarlo.
—Si ellos confían en mí… es porque puedo luchar contra el necrófago
y amenazante Dulken. —Continuaba corriendo. —De ningún modo, renunciaré
a ti, abuela…. Exclama Rose, misma que llegaba al valle, cuál estaba próximo al
rio, en ese desde donde veía las montañas y las puntas del castillo.
—Esto, no era un sueño y ambos jóvenes lo sabían bien— por eso, era mejor
creer y no preguntárselo mucho.
Y así, al río, también llegan los cansados suspiros de Jin, ese que tomó por
sorpresa a Rose, quién quedaba helada de verlo. Entonces, Jin se lanzó sobre
Rose y lleno de dicha, le señaló el firmamento. Rose no sabía qué hacer, si callar
sobre lo de Francisca, o pedirle que le acompañe.
—¡Rose! Son las puntas de los Castillos de las Cruces… ¡Dime que no
estoy loco! Por favor… Exclamó Jin, eufórico.
Rose le observaba detenidamente, concedía que Jin no sabía nada de lo que
pasaba, de la aparición del espíritu y peor de la tarea a la que fue encomendada,
más, Rose tenía tanto temor, ella no quería ir sola. Pero tampoco fue que se le
haya prohibido que Jin le proteja.
—¿Qué piensas que debemos hacer nosotros ante esto?. Interrogó Rose
a la vez que tras oírla, Jin la agarraba de los hombros. —¿Hacer? ¡Es nuestra
oportunidad!… ¡Acuérdate! Quién vence a Dulken, puede pedir cualquier deseo
y Brahma se lo concederá… —Jin y Rose se ven fijamente.
—Cualquier deseo… Susurra Rose abstraída.
—Podemos pedir porque Francisca vuelva… Respondió él a la vez que
con una serena sonrisa, secaba los ojos de su amiga. —Después de todo… ya no
tenemos nada que perder… Confesó Jin.
Y Rose quedaba prendida de su sentir, era algo totalmente descabellado, pero
eran ciertas las palabras de Jin —no tenían nada más que perder— ambos se
tenían el uno al otro y Rose traga saliva, toma la mano de Jin y aun sin confesar
nada, acepta la aventura.
—Debes tener razón, si esto está pasándonos ahora es porque es nuestro
camino y no podemos quedarnos aquí. Expresó Rose soltando una leve sonrisa
que Jin correspondió.
—Creo que es lo que Francisca quiere para nosotros… siempre nos
insistía sobre lo especial que sería la décima navidad… ¿Qué querrá decirnos?
No lo sé… pero lo vamos a averiguar. Murmuró Jin con su tanto de adrenalina
y temor. Rose estaba igual; pues, ya no era una simple fabula, era una realidad.
El cuento que siempre escucharon se estaba pintando en su futuro, los reinos,
los dioses, las guerras y los poderes serían parte de su despertar y de su ensueño.
Rose y Jin daban una inhalación profunda, con sus corazones sobre las manos, se
disponían a caminar, en poco tiempo, estos empezaban a subir las montañas,
ellos no quitaban ojo a las torres fantasmas, esas que le hacían pensar con aun
más incógnitas sobre cómo serían esos Príncipes de cuentos y que tal perverso y
bestial podía ser el malvado Dulken.
—¿Será que podremos vencer a Dulken?. Corría la voz por el viento.
—Él es el mismo diablo… sin corazón ni piedad... para vencerlo, tocará
matarle, pienso… Respondía la voz del hombre.
—Pe-pero Jin… ¿Acaso no es más fuerte que nosotros?. Preguntó ella.
—No lo sé… pero tenemos la mejor arma, la valentía. Determinó Jin.
—Y fue así— Que en esos instantes, ambos chicos subían de la montaña, nadie
supo a donde se fueron, tampoco preguntaron ni sospecharon, los humanos,
empezaban a vivir una vida egoísta, todos eran centrados en sus problemas y en
sus dogmas, esos que les hacía creer que todo era una fantasía.
Rose y Jin se alejaron del pueblo, sus pasos les acercaban hacía la tenebrosa
oscuridad desértica, donde solo se oía el llanto de los arboles abandonados, el
tétrico suplico de los animales y la agitada respiración de ambos neófitos que se
enfrentaban a lo desconocido.
—Es-esto… es por ti Abuela… —Rose aprieta su pecho —Así que por
favor… dame fuerzas a Jin y a mi… Soltó una plegaria, esa que desde lo alto de
la nada, era vista por aquel pelinegro misterioso, ese que respiraba hondo y que
veía la misión de Francisca por empezada.