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Guerin Daniel Para Un Marxismo Libertario Proyeccion 1973 Ensayo Socialismo Anarquismo

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  • PARA U N MARXISMO LIBERTARIO

  • DANIEL GUERIN

    PARA U N MARXISMO LIBERTARIO

    PROYECCIN - BUENOS AIRES

  • Titulo de la obra en francs: Pour un marxisnie libertaire

    Editor: Robert Laffont

    Traduccin: TEODORO LECMAN

    IMPRESO EN LA ARGENTINA Hecho el depsito que marca la ley 11.723

    editorial proyeccin Yapey 321 Buenos Aires

  • 1. POR QU "MARXISTA LIBERTARIO"

    Mi formacin es marxista antistalinista; hace ya tiempo, sin embargo, me atrev a sondear las riquezas del pensamiento libertario, pensamiento siempre vivo y actual si previamente se lo despoja de algunos infantilismos, utopias y romanticismos, tan antiguos como faltos de utilidad. De ah se deriva el malentendido, casi inevitable, agudizado empero por cierta mala fe de mis contradictores. Los mar-xistas se encargaron de darme la espalda por "anarquista" y los anarquistas, por el hecho de mi marxismo, no siempre quisieron verme como uno de los suyos. Un joven marxista, nefito y por lo tanto sectario, crey ver asimismo en el propsito de este libro el alivio de una "conciencia desgarrada", que estara rebotando desesperadamente del marxismo al anarquismo. Pero es sin el menor desgarramiento ni la menor vacilacin, y sin preocupacin alguna por mi comodidad intelectual personal, que creo en la necesidad como en la practicabilidad de una sntesis entre marxismo y anarquismo. Un diario obrero, de inspiracin trotskista, y dicho sea de paso de alta calidad, aseguraba recientemente que yo haba pasado del marxismo al anarquismo. A esta inexactitud, surgida de una necesidad primaria de catalogar a todo el mundo, contest diciendo que aportaba "una contribucin a la bsqueda de una sntesis entre marxismo y anarquismo,

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  • sntesis que desde mayo de 1968 se ha trasladado del terreno de las ideas al de la accin". Sin embargo, tenia que encontrar una denominacin, ya que para poder comunicarse, cada uno debe hacerse reco-nocer por una etiqueta. La de "socialista libertario", que me haba rotulado durante diez aos ya no me pareca apropiada, porque existen "socialismos" de toda clase, yen-do del reformismo social-demcrata al comunismo "revisio-nista" y a un humanismo adulterado; en resumen, porque la palabra "socialismo" pertenece a la categora de las palabras manoseadas. Unos estudiantes italianos, con los que fui a discutir acerca del marxismo y el anarquismo en general, y de la autoges-tin en particular, me suministraron la etiqueta: estos jve-nes se decan corrientemente marxistas libertarios. A decir verdad este no es ningn descubrimiento: los contestatarios de Mayo en Francia, con las banderas rojas y negras mez-cladas, aun sin saberlo ni decirlo, ya eran marxistas liber-tarios. De ah proviene el ttulo del presente trabajo. En l se en-cuentran reunidos cierto nmero de textos, muy variados en cuanto al tema y la poca de redaccin, pero confor-mando todos, por diversas vas, una aproximacin al mar-xismo libertario. Mi pequeo trabajo de divulgacin publicado bajo el ttulo de El anarquismo pudo haber creado un doble malenten-dido: el que haya unido todas las ideas all expuestas a ttulo puramente informativo o, igualmente, el que me haya mostrado inapto para extraer de aquel resumen una sntesis propia, valida tanto para el presente como para el futuro. Suposicin dos veces inexacta, ya que me eclips frente al tema por propia voluntad. En el presente libro, sobre todo en la conclusin, trato de volar con mis propias alas, por mi cuenta y riesgo. Los materiales presentados aqu al lector estn ordenados por la fecha de redaccin, si bien algunos han tenido que

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  • sufrir retoques mnimos para poder introducir en el estilo una concordancia temporal con respecto al presente. La Revolucin que est ascendiendo ser ya lo es marxista libertaria.

    Mayo de 1969.

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  • 2 . HERMANOS GEMELOS; HERMANOS ENEMIGOS

    El mundo editorial da pruebas en todas partes de la actualidad del anarquismo. En Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Italia, Holanda, Amrica del Sur, estos ltimos tiempos en todos lados han aparecido trabajos de conjunto sobre el anarquismo, como selecciones de textos y mono-grafas de los grandes pensadores libertarios.

    Por qu este renacimiento? En primer lugar, porque se busca reparar una injusticia;

    un pensamiento tan fecundo, tan original, no debera haber cado en el olvido, se lo requiere rescatar. Luego, porque se han dado cuenta que el anarquismo como doctrina de reconstruccin social est siempre vivo. Ciertamente no cuenta con muchos voceros en el mundo de hoy, pero sus ms valiosas ideas han sobrevivido mejor que sus parti-darios.

    Globalmente, el anarquismo permanece actual en dos planos:

    Desde el primer momento, hace ya un siglo, percibi y denunci de manera proftica los riesgos de la desviacin autoritaria y dictatorial del marxismo, fundada en un Esta-do todopoderoso, dirigido por una minora que pretende monopolizar la ciencia del devenir histrico.

    A esta falsificacin del socialismo contra la cual puso en guardia por anticipado, opuso de inmediato otro socia-

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  • lismo que yo llamara libertario, basado en nociones inver-sas, propulsado de abajo hacia arriba y no de arriba hacia abajo, haciendo un llamado a la iniciativa creadora del individuo, a la participacin espontnea de las grandes masas.

    Hoy en da los graves inconvenientes del primer tipo de "socialismo" son experimentados hasta en los pases que lo haban erigido en dogma. En el plano de la pro-duccin se percibe que es muy mediocremente rentable. Y para corregir los excesos, como en Yugoslavia, se colocan, sin saberlo y sin proclamarlo, en la escuela de Proudhon.

    El anarquismo es inseparable del marxismo. Oponerlos es plantear un falso problema; su querella es una querella de familia. Veo en ellos a dos hermanos gemelos arrastra-dos a una disputa aberrante que los ha hecho hermanos enemigos.

    Forman dos variantes, estrechamente emparentadas, de un solo y mismo socialismo.

    Adems, el origen es comn. Los idelogos que los en-gendraron hallaron su inspiracin simultneamente, ante todo, en la gran Revolucin Francesa; luego, en el esfuer-zo emprendido por los trabajadores en el siglo xix en Francia a partir de 1840, con miras a emanciparse de todos los yugos.

    La estrategia a largo plazo, el objetivo final, es, en resu-midas cuentas, idntico. Se proponen voltear al capitalismo, abolir el Estado, deshacerse de todo tutor, confiar la riqueza social a los trabajadores mismos.

    No estn en desacuerdo ms que en algunos medios para llegar a ello, ni siquiera en todos. Hay zonas de pensa-miento libertario en la obra de Marx como en la de Lenin, y Bakunin, traductor al ruso de El capital, le debe mucho a Marx.

    El desacuerdo de hace un siglo giraba principalmente en torno al ritmo de disolucin del Estado tras el estallido de una revolucin, en torno al papel de las minoras (cons-cientes o dirigentes?), y tambin en torno al uso de los

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  • medios de la democracia burguesa (sufragio universal, e tc) . A stos se han agregado un cierto nmero de malentendi-dos, prejuicios y cambios de palabras.

    Pero la brecha entre anarquismo y marxismo no se con-virti ciertamente en abismo sino al principio de nuestro siglo, es decir, cuando la Revolucin Rusa, libertaria y sovitica, en octubre de 1917 tuvo que ceder lugar poco a poco a un formidable aparato estatal, dictatorial y poli-caco. El anarquismo, la idea anarquista, fueron liquidados en Rusia como lo fueron los soviets mismos.

    Es desde aquella poca que los puentes han estado levan-tados entre los dos hermanos. Creo que la tarea de los verdaderos socialistas de nuestro tiempo debera ser resta-blecerlos; el socialismo, algo desacreditado, todava podra regenerarse si se lograra inyectar, en los marxismos del presente, una buena dosis de suero anarquista.

    En qu nos ofrece el anarquismo elementos utilizables para la construccin de la futura sociedad socialista?

    Desde un primer instante, con Proudhon, el anarquismo se hace defensor de la asociacin obrera, llamada en nues-tros das autogestin.

    Los libertarios no quieren la gestin econmica por el capitalismo privado. Igualmente rechazan la gestin por el Estado, pues la revolucin proletaria quedara a sus ojos vaca de todo contenido si los trabajadores cayesen bajo la frula de nuevos tiranos: los burcratas.

    La autogestin es la democracia obrera en la fbrica. El trabajador se desdobla: es a la vez productor confinado en su especialidad y cogestor de la empresa. Cesa as de estar alienado; escapa a la condicin de asalariado; recibe su parte de los beneficios de la empresa.

    Pero lo que se tiene en vista no es instaurar una especie de patronato colectivo, impregnado de una mentalidad egosta. Sera indispensable que todas las empresas auto-gestionadas fueran solidarias, interdependientes; su nico objetivo debera ser el inters general; tendran que con-

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  • formarse con un plan de conjunto. Esta planificacin no sera burocrtica, como en el comunismo de Estado, sino animada de abajo hacia arriba, regulada en comn por los delegados de las diversas unidades de produccin.

    Otro elemento constructivo del anarquismo es el federalismo.

    La idea de la federacin no naci en el cerebro de un terico. Proudhon no hizo ms que tomar la experiencia de la Revolucin Francesa, donde haba germinado espontneamente. En efecto: en el vaco creado por el desmoronamiento del antiguo Estado absolutista, las municipalidades, federndose, haban intentado reconstituir por la base la unidad nacional. La fiesta de la Federacin del 14 de julio de 1790 haba sido la de la unidad voluntaria, una unidad contrariamente ms slida que la impuesta por la buena gana del Prncipe.

    El federalismo proudhoniano es la unidad sin coercin, vale decir, un pacto libremente consentido, constantemente revocable entre los diversos grupos de base, lo mismo sobre el plano econmico que sobre el plano administrativo. Esta federacin piramidal que se anuda localmente, regional-mente, nacionalmente, en verdad internacionalmente, asocia a la vez entre ellas a las empresas autogestionadas y a las comunas autnomas.

    Nunca se recordar lo suficiente que las ideas de Lenin sobre la cuestin nacional es decir, la libre determinacin y el derecho de separacin estn tomadas del anarquismo. Del mismo modo la repblica de los soviets fue en su origen una repblica federativa; hoy no lo es ms que en los papeles.

    Un tercer elemento que completa el edificio y que el anarquismo agreg ms tarde a los dos primeros, es el sindicalismo revolucionario. Para asegurar la solidaridad y la interdependencia de las empresas autogestionadas, al mismo tiempo que para animar las comunas unidades primarias de administracin hara falta un organismo emanado directamente de la clase obrera que englobase y con-

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  • jugase las diversas actividades, estructurado l mismo de modo federativo: tal es el papel devuelto a los sindicatos; en la sociedad capitalista simples rganos de reivindicacin y de protesta; en la sociedad socialista uniendo a esta fun-cin primaria de defensa de los trabajadores, un papel de coordinacin, estructuracin, estimulacin y educacin (para el que debern prepararse por anticipado). Gracias a un sindicalismo obrero poderoso claro est que con la con-dicin de haberlo desburocratizado previamente la indis-pensable unidad del conjunto podra quedar asegurada sin necesidad de resucitar los engranajes estatales. En la Cata-lua anarcosindicalista de 1936 el "municipio", es decir, la comuna, y la unin local de los sindicatos, constituan una unidad. La C.N.T. tenda a confundirse con la Repblica.

    Slo bajo la suposicin que la podredumbre y la buro-cratizacin del sindicalismo fuesen irremediables, se ten-dra que hacer tabla rasa, y la necesaria coordinacin de las empresas autogestionadas debera ser asegurada por un organismo de un carcter enteramente nuevo: una federa-cin de consejos obreros nacida de los comits de huelga que agrupara a sindicados y a no sindicados.

    El anarquismo fue por largo tiempo una simple doctrina sin posibilidad de aplicacin. Despus, en el curso del presente siglo, sufri la prueba de la prctica revolucio-naria, especialmente durante la revolucin rusa y la revo-lucin espaola.

    As, por ejemplo, el inolvidable episodio de los campe-sinos libertarios del sur de Ucrania, impulsados por uno de ellos, Nstor Makhno, practicando la guerrilla revolu-cionaria, llevando a la derrota, mejor que el Ejrcito Rojo, a los ejrcitos blancos intervencionistas de Denikin y de Wrangel, creando soviets libres en una poca en que los soviets ya estaban domesticados por el Estado bolchevique, entrando en conflicto con los comisarios instalados en el campo por el gobierno central; destrozados finalmente por un Ejrcito Rojo al servicio de un Estado cada vez ms dictatorial.

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  • Hay otro episodio que me parece particularmente escla-recedor: el de la revuelta de los marineros de Kronstadt, en 1921. Estos insurrectos eran revolucionarios autnticos. En 1917 haban sido la vanguardia en el combate por la re-volucin comunista. Adems estaban estrechamente ligados con la clase obrera, con las fbricas de Petrogrado, por ese entonces el ms importante centro industrial de Rusia. Pero osaron entrar en disputa con el poder bolchevique: le reprochaban al Partido Comunista el haberse alejado de las masas., el haber perdido la confianza de los obreros, el haberse vuelto burocrtico. Denunciaban la domesticacin de los soviets, la estatizacin de los sindicatos. Acometieron contra la mquina policial omnipotente que pesaba sobre el pueblo e impona la ley por medio de los fusilamientos y la prctica del terror. Protestaban contra un duro capi-talismo de Estado en el que los obreros, del mismo modo que antes, no eran ms que simples asalariados y explotados. Reclamaban el restablecimiento de la democracia sovitica, elecciones libres en todos los niveles. De este modo, mucho antes que comenzase el reinado de Stalin, hombres del pue-blo ya denunciaban con letras de fuego el acaparamiento de la Revolucin de Octubre por el comunismo de Estado.

    La revolucin espaola, a pesar de las circunstancias tr-gicas de una guerra civil prontamente agravada por la inter-vencin extranjera, mostr por s misma el notable xito de la autogestin tanto en la ciudad como en el campo, y tambin la bsqueda por los libertarios de una conciliacin entre los principios anarquistas y las necesidades de la gue-rra revolucionaria a travs de una disciplina militar sin jerarqua ni grados, libremente consentida, practicada y simbolizada a la vez por un gran soldado anarquista, Du-rruti.

    El anarquismo valora antes que nada al individuo. Es partiendo del individuo libre que se propone edificar una sociedad libre. Aqu reaparece el principio federalista. El individuo es libre de asociarse o de no asociarse, siempre est libre para desprenderse de la asociacin. A los ojos

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  • de los anarquistas un pacto as es slido y fecundo en un sentido diferente del pretendido contrato social de Jean Jacques Rousseau, en donde los libertarios no ven ms que impostura y coercin social.

    El individuo no es un medio sino el objetivo final de la sociedad. El anarquista entiende ayudar al individuo a desarrollarse plenamente, a cultivar y desplegar todas sus fuerzas creadoras. Finalmente, la sociedad obtiene tanto provecho como el individuo, puesto que no est ms for-mada por seres pasivos, serviles, hijos del s-s, sino que es una suma de fuerzas libres, un conglomerado de energas individuales.

    De este postulado de libertad se desprende todo el huma-nismo anarquista, su rechazo de la autoridad religiosa como del puritanismo en las costumbres. En este ltimo terre-no de la libertad sexual, los anarquistas, mucho antes que Freud, los racionalistas a la Rene Guyon, los existencialistas y los situacionistas, figuraron como pioneros.

    Ingresando en las fuentes del anarquismo el marxismo de hoy puede salir limpio de sus pstulas y regenerado.

    1966.

    3. U N PROCESO EN REHABILITACIN

    El anarquismo fue vctima de un descrdito que no me-reca.

    De una injusticia que se manifest en tres formas: En primer lugar, sus difamadores sostienen que el anar-

    quismo habra muerto. No habra resistido las grandes prue-bas revolucionarias de nuestro tiempo: la Revolucin Rusa, la Revolucin Espaola. No conservara ms su lugar en el mundo moderno, caracterizado por la centralizacin, las grandes unidades polticas y econmicas, la concepcin tota-litaria. Segn la expresin de Vctor Serge, a los anarquis-

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  • tas no les quedara ms que "retomar, por la fuerza de las cosas, el marxismo revolucionario".1

    Adems, sus detractores nos proponen, para desacredi-tarlo mejor, una visin absolutamente tendenciosa de su doctrina. El anarquismo sera esencialmente individualista, particularista, rebelde a toda forma de organizacin. Apun tara al fraccionamiento, al desmenuzamiento, al repliegue sobre s mismas de las unidades locales de administracin y de produccin. Sera inapto para la unidad, para la cen-tralizacin, para la planificacin. Tendra nostalgias de la "edad de oro". Tendera a resucitar formas perimidas de sociedad; pecara de un optimismo infantil; su "idealis-mo" no tendra en cuenta las slidas realidades de la infra-estructura material.

    Finalmente, varios de sus comentaristas se toman el cui-dado de no dejar en el olvido, de no librar a una ruidosa publicidad sino sus desviaciones ms discutibles y, en todo caso, las menos actuales, tales como el terrorismo, el aten-tado individual, la propaganda por medio de explosivos.

    Reabriendo el proceso no intento nicamente reparar en forma retrospectiva una triple injusticia, ni hacer gala de erudicin. Me parece efectivamente que las ideas cons-tructivas de la "anarqua" siempre estn vivas, que pueden, con tal de ser reexaminadas y filtradas, ayudar al pensa-miento socialista contemporneo a retomar impulso.

    El anarquismo del siglo xix se distingue netamente del anarquismo del siglo xx. El anarquismo del siglo xix es esencialmente doctrinario. Aunque Proudhon haya estado ms o menos integrado en la revolucin de 1848, y los discpulos de Bakunin no hayan sido totalmente extraos a la Comuna de Pars, estas dos revoluciones del siglo xix no fueron en su esencia revoluciones libertarias, sino ms bien, en cierto modo, revoluciones "jacobinas". El siglo xx, por el contrario, es para los anarquistas el de la prctica revolucionaria. Desempearon un papel activo en las dos

    1. Nota al pie de pgina de Joaqun Maurn, Revolucin y contrarrevolucin en Espaa, 1933.

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  • revoluciones rusas y ms an en la Revolucin Espaola. El estudio de la autntica doctrina anarquista tal como

    se form en el siglo xix, pone al descubierto que la Anar-qua no es ni la desorganizacin, ni el desorden, ni el desmenuzamiento, sino la bsqueda de la verdadera orga-nizacin, de la verdadera unidad, del verdadero orden, de la verdadera centralizacin, que no pueden residir ni en la autoridad, ni en la coercin, ni en una fuerza ejercida de arriba hacia abajo, sino en la asociacin libre, espontnea, federalista, remontando desde lo bajo hacia lo alto. En cuanto al estudio de las revoluciones de Rusia y Espaa y del papel que all cumplieron los anarquistas, demuestra que, a la inversa de la inexacta leyenda acreditada por algunos, aquellas grandes y trgicas experiencias dan en gran parte razn al socialismo libertario en contra del socialismo que yo llamara "autoritario". En el curso de la cincuentena de aos que sigui a la Revolucin Rusa y de la treintena de aos que sigui a la Revolucin Espa-ola, el pensamiento socialista en todo el mundo perma-neci ms o menos obnubilado por una caricatura del mar-xismo, rebosante de sus dogmas. Particularmente, si la que-rella intestina entre Trotsky y Stalin (conocida mejor hoy por el lector de vanguardia) contribuy a rescatar al mar-xismo-leninismo de un conformismo esterilizante, no hizo en verdad toda la luz sobre la Revolucin Rusa, porque no apunt (porque no poda apuntar) al fondo del problema.

    Para Volin, historiador libertario de la Revolucin Rusa, hablar de una "traicin" de la Revolucin, como lo hace Trotsky, es una explicacin insuficiente: "Cmo pudo ser posible esta traicin tras una victoria revolucionaria tan hermosa y completa? Esta es la verdadera pregunta. [ . . . ] Lo que Trotsky llama traicin es en realidad el efecto inevi-table de una lenta degeneracin debida a falsos mtodos. [ . . . ] Es la degeneracin de la Revolucin la que trajo a Stalin, y no Stalin el que hizo degenerar la Revolucin. Acaso Trotsky hubiera podido 'explicar' verdaderamente

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  • el drama (pregunta Volin), cuando l mismo junto con Lcnin haba contribuido a desarmar a las masas?" 1

    Discutible es la afirmacin del malogrado Isaac Deuts-cher, segn la cual la controversia Trotsky-Stalin va a "proseguir y repercutir durante todo el siglo". 3 El debate a reabrir y a proseguir entre sucesores de Lenin, ya superado, es tal vez de menor importancia que aquel entre socialismo autoritario y socialismo libertario. El anarquismo sali hace poco del cono de sombra al que lo relegaban sus adversarios. El ejemplo de Yugoslavia, particularmente, en su intento de levantar el cerco de hierro de un sistema econmico demasiado centralizado y burocrtico, al redescubrir los escritos de Proudhon, es un sntoma, entre otros, de esta resurreccin.

    En la bsqueda de sus formas ms eficaces se ofrecen a los hombres de hoy, apasionados por la emancipacin social, los materiales de un nuevo examen, y quiz de una sntesis, a la vez posible y necesaria entre dos pensamientos igualmente fecundos: el de Marx y Engels y el de Proudhon y Bakunin. Mnlatesta, el gran terico y luchador anarquista italiano, observ que casi toda la literatura anarquista del siglo xi\ "estaba impregnada de marxismo".3 Por el contrario, el pensamiento de Proudhon y Bakunin contribuy en no poca medida a enriquecer el marxismo.

    1965.

    1 Volin, La Revolucin desconocida, 1945, reedicin 1969.

    2 Isaac Deutscher, Trotsky, voL III, 1965.

    3 Malatesta, polmica de 1897 citada por Luiggi Fabri, Dictadura

    y Revolucin, Proyeccin, Bs. As.

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  • 4. HAY UNA CRISIS EN EL SOCIALISMO FRANCS?

    Respuesta a un interrogatorio

    La palabra socialismo ha sido despojada de su contenido, tanto en el plano de las ideas como en el de los hechos. Hoy son muy pocos los libros que expresan un socialismo autntico. En vano se busca en la superficie del planeta un solo pas que sea autnticamente socialista.

    En general, el socialismo ha sido objeto de dos falsifi-caciones principales; bajo su etiqueta se despachan dos mer-cancas igualmente adulteradas: un srdido reformismo par-lamentario y un jacobinismo brutal y omniestatal.

    Pues bien, el socialismo tiene una significacin muy pre-cisa: el fin de la explotacin del hombre por el hombre, la desaparicin del Estado poltico, la gestin de la sociedad desde abajo hacia arriba por los productores libremente asociados y federados.

    El socialismo falsificado que hoy tiene vigencia, pertene-ce, a despecho de las apariencias, al pasado; el socialismo libertario, al futuro. El socialismo es un movimiento hist-rico que de ningn modo ha cumplido su ciclo. Es el capita-lismo quien lo ha cumplido, y el que debe ser reemplazado con urgencia para que la humanidad sobreviva. El socia-lismo extrae toda su fuerza de la carencia y la bancarrota del capitalismo. Pero si el socialismo balbucea y no existe cabalmente en ninguna parte, nunca fue tan imperiosa su necesidad histrica. Bajo su actual forma desnaturalizada no est adaptado a las necesidades presentes. Mas no se trata de "reconsiderarlo" o de "reformarlo", hay que rein-tegrarlo a s mismo, restituirle su verdadero aspecto revo-lucionario, antiestatal y libertario.

    La originalidad del socialismo francs est en la tradicin libertaria de las dos Comunas, la de 1793 y la de 1871, en el sindicalismo revolucionario de 1914, en junio del 36.

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  • A despecho de la aparente stalinizacin de un vasto sector del movimiento obrero de nuestro pas, esta tradicin no est extinguida bajo las cenizas. El socialismo francs, por otra parte, se dirige a un pas donde la pequea propiedad campesina, artesanal e industrial, sigue siendo muy impor-tante, a pesar de la concentracin econmica. El socialismo francs tendr la originalidad, entre otras, de inculcar el aprendizaje de la libre asociacin a millones de pequeos productores. En cuanto a la supersticin del Estado, la misma no amenaza envenenar nuestro socialismo, pues nadie en Francia cree ya en el Estado, salvo el efmero poder personal y tecnocrtico que se ha apoderado de nuestro pas por medio del fraude, que lo rige arbitraria-mente y sin control, y logra de esta manera desprestigiar la idea del Estado mejor de lo que podra hacerlo la pro-paganda ms libertaria.

    1960.

    5. TRES PROBLEMAS DE LA REVOLUCIN

    Volin, historiador libertario de la Revolucin Rusa, des-pus de haber sido actor y testigo de la misma, escribe:

    "Un problema fundamental nos han legado las revolu-ciones precedentes, principalmente las de 1789 y 1917. Eri-gidas por una gran mayora contra la opresin, animadas por un soplo poderoso de libertad y habiendo proclamado la libertad como su objetivo esencial, cmo fue que zozo-braron en una nueva dictadura ejercida por otras capas dominantes y privilegiadas, en una nueva esclavitud de las masas populares? Cules seran las condiciones que permitiran a una revolucin evitar este triste fin? Se debera ste a factores pasajeros o ms simplemente a erro-

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  • res y faltas que podran ser evitados de ahora en adelante? Y en este ltimo caso, cules seran los medios para eli-minar el peligro que amenaza a las revoluciones del porve-nir?". 1

    Pienso, con Volin, que las dos grandes experiencias his-tricas de las revoluciones francesa y rusa estn indisolu-blemente unidas. A pesar de las diferencias de poca, del medio circundante, del "contenido de clase", el problema que agitan, los escollos con los que chocan son fundamen-talmente los mismos. A lo sumo, stos se manifiestan de una manera ms embrionaria en la primera revolucin que en la segunda. Por eso los hombres de hoy no pueden espe-rar encontrar el camino de su emancipacin definitiva si no saben distinguir el progreso y el fracaso en las dos experiencias, con el objeto de extraer de las mismas ense-anzas para el futuro.

    Para retomar los trminos de Volin, la causa esencial, a mi juicio, del relativo fracaso de las dos mayores revo-luciones de la historia, no reside ni en la "fatalidad hist-rica" ni en simples "errores" subjetivos de los actos revo-lucionarios. La Revolucin lleva en s misma una grave contradiccin (contradiccin que felizmente, y ya volvere-mos a ella, no es irremediable y se atena con el tiempo): no puede surgir, no puede vencer a menos que se origine en las profundidades de las mismas masas populares, en su irre-sistible sublevacin espontnea; pero las masas populares a pesar que el instinto de clase las empuja a romper sus cadenas carecen de educacin y conciencia. Y como cho-can en su impulso formidable, pero tumultuoso y ciego hacia la libertad, con clases sociales privilegiadas, conscien-tes, instruidas, organizadas, experimentadas, no pueden ven-

    1 Volin, La revolucin desconocida; 1917-1921, reedicin, Pars,

    1969, pg. 19. En El nico y su propiedad (1845), Max Stirner enun-ciaba ya como "principio de la Revolucin" este axioma pesimista: "Un nuevo amo es puesto siempre en el lugar del antiguo y la destruccin es una reconstruccin [ . . . ] . Resucitando el amo como Estado, el servidor reaparece como ciudadano." Trad. francesa, Ed. S . L . I . M . , 1948, pgs. 139, 172-173.

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  • cer la resistencia que encuentran si no logran adquirir en el fragor de la lucha la conciencia, la ciencia, la organi-zacin, la experiencia que les falta. Empero, el hecho mismo de forjar las armas que acaban de ser enumeradas suma-riamente, y que son las nicas que pueden asegurarles la superioridad sobre el adversario, contiene en s mismo un inmenso peligro: el de matar la espontaneidad que es el nervio de la Revolucin, el de comprometer la libertad por la organizacin, el de dejar copar el movimiento a una lite minoritaria de militantes ms instruidos, ms cons-cientes, ms experimentados, que en un principio se ofrecen como guas para imponerse al fin como jefes y someter a las masas a una nueva forma de opresin del hombre por el hombre.

    Desde que el socialismo fue capaz de pensar este pro-blema, desde que percibi esta contradiccin, es decir, ms o menos desde la mitad del siglo xix, no ha cesado de deba-tirse, de oscilar entre los dos polos extremos de la libertad y el orden. Cada uno de sus pensadores y actores se ha esforzado en resolver laboriosamente, a tientas, y al precio de todo tipo de dudas y contradicciones, el dilema funda-mental de la Revolucin. Proudhon en su famosa Memoria sobre la propiedad (1840), haba credo encontrar la solu-cin cuando escriba con optimismo: "La mayor perfeccin de la sociedad se encuentra en la unin del orden y la anarqua". Pero un cuarto de siglo ms tarde comprueba con melancola: "Estas dos ideas, libertad [ . . . ] y orden, estn adosadas una a otra. [ . . . ] No se puede ni separarlas, ni absorber una en otra; hay que resignarse a vivir con las dos juntas, equilibrndolas. [ . . . ] Ninguna fuerza pol-tica ha dado todava la verdadera solucin de la concor-dancia entre libertad y orden." 1

    Un inmenso imperio, construido hoy bajo el signo del "socialismo", busca penosamente, empricamente, convul-sivamente a veces, evadirse del cerco de hierro de un "or-

    1 De la capacidad poltica de la clase obrera, 1864, ed. Rivi-

    re, 1924, pg. 200.

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  • dea" fundado en la coercin, para reencontrar el camino de la libertad al que aspiran sus millones de individuos, cada da ms despabilados y conscientes.

    Por lo tanto, el problema queda planteado, siempre de manera acuciante, y la ltima palabra no est dicha.

    Si se mira ms de cerca, el problema contiene tres aspec-tos relativamente distintos, aunque estrechamente ligados:

    1. Cules deben ser, en el perodo de la lucha revolu-naria, las partes respectivas de la espontaneidad y de la conciencia, de las masas y de la direccin?

    2. Una vez derribado el antiguo rgimen de opresin, qu forma de organizacin poltica o administrativa debe reemplazar a la que acaba de ser vencida?

    3. Finalmente, por quin y cmo debe ser administrada la economa despus de la abolicin de la propiedad privada (problema que se plantea en toda su amplitud en la revo-lucin proletaria y solamente en forma todava embriona-ria en la Revolucin Francesa)? Cules socialistas? Los socialistas del siglo xrx han dudado, tergiversado, se han contradecido y enfrentado.

    En conjunto, se pueden distinguir entre ellos tres corrien-tes principales:

    a) los que yo llamara los autoritarios, estatistas y cen-tralistas, herederos unos de la tradicin jacobina y blan-quista de la Revolucin F rancesao t ro s de la tradicin alemana (o ms exactamente prusiana) de la disciplina militar y del Estado con E mayscula;

    b) los que llamara antiautoritarios, libertarios, herede-ros por una parte de la democracia directa de 1793, de la idea comunalista y federalista, y por otra, del apoliticismo santsimoniano, aspirando reemplazar el gobierno poltico por la "administracin de las cosas";

    c) finalmente, los socialistas llamados cientficos (Marx y Engels), esforzndose laboriosamente no siempre con co-hesin ni xito y frecuentemente por motivos puramente

    1 Gurin, Marxismo y socialismo libertario; Proyeccin, Bs. As.

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  • tcticos (pues deban hacer concesiones a las alas autori-taria y libertaria del movimiento obrero), en conciliar las dos corrientes precedentes, en encontrar un compromiso en-tre la idea autoritaria y la libertaria.

    Tratemos de resumir brevemente las tentativas hechas por estas tres corrientes del pensamiento socialista para resolver los tres problemas fundamentales de la Revolucin.

    I. Espontaneidad y conciencia

    Los autoritarios no tienen confianza en la capacidad de las masas para llegar por s mismas a la conciencia, y les cieen un miedo pnico aun cuando pretenden lo contrario. Si hay que creerles, stas todava estn embrutecidas por siglos de opresin; tienen necesidad de ser guiadas y diri-gidas; una pequea lite de jefes debe sustituirlas, ensearles una estrategia revolucionaria y conducirlas a la victoria. Los libertarios sostienen, por el contrario, que la Revolucin debe ser obra de las mismas masas, de su espontaneidad, de su libre iniciativa, de sus facultades creadoras tan insospe-chadas como formidables y ponen en guardia contra los jefes, que en nombre de una mayor conciencia pretenden imponerse a las masas para expoliarles luego los frutos de su victoria.

    En cuanto a Marx y Engels, stos ponen el acento unas veces en la espontaneidad, otras en la conciencia. Sin em-bargo, la sntesis permanece defectuosa, incierta, contra-dictoria. Por otra parte, conviene precisar que los mismos libertarios no escapan siempre al mismo reproche. Yuxta-ponindose a la exaltacin optimista de la "capacidad pol-tica de las clases obreras", encontramos en Proudhon pasa-jes pesimistas, en los que arroja dudas sobre dicha capa-cidad y se rene con los autoritarios que sugieren que las masas deben ser dirigidas desde arriba.1 Bakunin, del mis-mo modo, no logra nunca despojarse completamente del

    1 Proudhon, De la capacidad..., ric, pgs, 88, 119.

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  • conspiracionismo "cuarenta y ochesco" de su juventud, e inmediatamente despus de haberse jugado por el irresistible instinto primario de las masas, lo vemos preconizar por dirigentes conscientes y organizados en sociedades secretas, el "nucleamiento" invisible de las mismas. De ah este singular peloteo: los que l acusa a veces no sin fundamento de autoritarismo, lo encuentran en flagrante delito de maquiavelismo autoritario.

    Las dos tendencias antagnicas de la Primera Internacional, cada una con algo de razn, se reprochan recprocamente maniobras subterrneas, tendientes a asegurarse el control del movimiento.1 Como se ver, ser necesario esperar a Rosa Luxemburg para que sea propuesta una sntesis aproximadamente vlida entre la espontaneidad y la conciencia. Pero Trotsky, para llevar la contradiccin a su culminacin, compromete este equilibrio tan laboriosamente alcanzado: en ciertos aspeaos es "luxemburguis-ta", como lo testimonia notablemente su 1905 y su Historia de la revolucin rusa; tiene el sentido y el instinto de la revolucin desde abajo, pone el acento en la accin autnoma de las masas. Sin embargo, despus de haberlas combatido brillantemente, se rene finalmente con las concepciones de organizacin blanquistas de Lenin a y, una vez en el poder, se comportar de forma ms autoritaria todava que su jefe de columna. Finalmente, en el duro combate de su exilio, se escudar en Lenin convertido en tab para intentar el proceso a Stalin; esta identificacin le impedir, hasta su ltimo da, hacer consciente la parte de Iuxem-burguismo que llevaba en L

    1 Cf. La alianza de la Democracia Socialista y la Asociacin

    Internacional de los Trabajadores. Londres-I lamburgo, 21 de julio de 1873.

    2 Cf. Trotsky, Defensa del terrorismo, 1920, ed. francesa 1936,

    pg. 53.

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  • II. El problema del poder

    Los autoritarios sostienen que las masas populares dirigidas por sus jefes, deben reemplazar al Estado burgus por su propio Estado decorado con el epteto de "proletario", y para asegurar la perennidad del mismo deben llevar al extremo los medios de coercin que usaba el primero (centralizacin, disciplina, jerarqua, polica). Este esquema arranca a los libertarios (y de esto hace ya ms de un siglo) gritos de espanto y horror. Para qu, preguntan, una revolucin que se contentara con reemplazar un anarato de opresin por otro. Adversarios irreductibles del Estado, de toda forma de Estado, esperan de la revolucin proletaria la abolicin total y definitiva de la coercin estatal. Querran reemplazar al viejo Estado opresor por la libre federacin de las comunas asociadas, por la democracia directa de abajo hacia arriba.

    Marx y Engels buscan su camino entre estas dos tendencias extremas. Recibieron la marca del jacobinismo, pero el contacto con Proudhon hacia 1844, por un lado, la influencia de Moiss Hess por el otro, la crtica del hegelianismo y el descubrimiento de la "alienacin", los volvieron algo libertarios. Rechazan del mismo modo el estatismo autoritario del francs Luis Blanc y el del alemn Lasalle; se declaran partidarios de la anulacin del Estado, pero a su tiempo. El Estado, el "armatoste gubernamental", debe subsistir, solamente por un tiempo, tras la Revolucin. Una vez que se hayan dado las condiciones materiales que permitan estar sin l, ste "se extinguir". Y mientras se espera este da, hay que esforzarse en "atenuar inmediatamente al mximo los efectos ms enojosos".1 Esta perspectiva inquieta, con justicia, a los libertarios. La supervivencia aun "provisoria" del Estado no les dice nada y anuncian profticamente que, una vez reinstalado, el Leviathan 2

    1 Prefacio de Engels del 18 de marzo de 1891 a la guerra civil

    en Francia. 3 Ttulo de la clebre obra del ingls Tomas Hobbes (1651).

    que era, entre otras, una apologa del despotismo.

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  • se rehusar obstinadamente a abdicar. La crtica hostigadora de los libertarios pone a Marx y Engels en apuros, y sucede que hacen a sus adversarios de tendencia tales concesiones que en cierto momento la disputa entre ambos socialismos parece carecer de objeto y no ser sino una simple discusin de palabras acerca del Estado. Desgraciadamente, este her-moso acuerdo no durar.

    Pero el blocheviquismo del siglo xx revela que no se trataba de una disputa puramente verbal. El Estado transi-torio de Marx y Engels, ya en forma embrionaria con Le-nin \ se convierte en un monstruo teotaculado (y mucho ms posteriormente) que proclama sin ambages su negativa a extinguirse.

    III. La gestin de la economa

    Finalmente, por qu rgimen de propiedad reemplazar al capitalismo privado?

    Los autoritarios no se sienten embarazados por responder. Como su defecto principal es la falta de imaginacin y tienen miedo de lo desconocido, se apoyan en formas de administracin y de gestin plagiadas del pasado. El Estado captar en su inmensa red toda la produccin, todo el inter-cambio, todas las finanzas. El "capitalismo de Estado" sobre-vivir a la revolucin social. La burocracia, gigantesca ya bajo Napolen, bajo el rey de Prusia o bajo el zar, no se contentar ms en el rgimen socialista con percibir im-puestos, reclutar ejrcitos y multiplicar sus policas; exten-der sus tentculos sobre las fbricas, minas, bancos, medios de transporte. Los libertarios lanzan un grito de espanto. Esta extensin exorbitante de los poderes del Estado les parece la tumba de la libertad. Max Stirner fue uno de los primeros en rebelarse contra el estatismo de la sociedad

    1 Gucrin, Marxismo y socialismo. .., cit.

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  • comunista.1 Proudhon no grita menos fuerte y Bakunin le sigue: "Detesto el comunismo declara en un discurso, [ . . . ] porque conduce necesariamente a la centralizacin de la propiedad en manos del Estado, mientras que yo [ . . . ] quiero la organizacin de la sociedad y de la pro-piedad colectiva o social de abajo hacia arriba, por la va de la libre asociacin, y no de arriba hacia abajo por medio de cualquier autoridad que sea." 3

    Empero, los antiautoritarios no son unnimes en la for-mulacin de su contrapropuesta. Stirner sugiere una "libre asociacin" de "egostas", de inspiracin demasiado filosfi-ca y tambin demasiado inestable. Proudhon, ms concreto, sugiere una combinacin en ciertos aspectos retrgrada, pe-queo-burguesa, correspondiente a un estadio ya superado de la pequea industria, pequeo comercio y artesanado: la propiedad privada debe ser protegida; los pequeos pro-ductores, que permanecen independientes, deben prestarse una ayuda mutua; a lo sumo admite la propiedad colectiva en cierto nmero de sectores, que reconoce ya conquistados por la gran industria: los transportes, las minas, etc. Pero Stirner, como Proudhon, cada uno a su manera, se exponen de este modo al vapuleo que, algo injustamente en cierto modo, les administra el marxismo. Bakunin, por su parte, se separa deliberadamente de Proudhon. En contra de su maestro forma en un momento, dentro de la Primera Inter-nacional, frente nico con Marx; rechaza el individualismo postproudhoniano; saca consecuencias de la industrializa-cin; convoca a la propiedad colectiva. No se presenta ni como comunista ni como mutualista, sino como colecti-vista. La produccin debe ser administrada al mismo tiempo localmente (por medio de la "solidarizacin de las comu-nas") y profesionalmente, por medio de las compaas (o asociaciones) obreras. Bajo la influencia de los bakuninistas,

    1 El nico y su propiedad, cit.

    2 Discurso en el Congreso de Berna (1868) de la Liga de la Paz

    y de la Libertad, en Memoria de la federacin Jurasiana. Soin-villier, 1873, pg. 28.

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  • el congreso de la Primera Internacional en Basilea, en 1869, decide que en la sociedad futura "el gobierno ser reem-plazado por los consejos de las corporaciones".1 Marx y Engels, entre los dos extremos, flotan y navegan hacia donde sopla el viento. En el Manifiesto comunista de 1844, inspirados por Luis Blanc, haban adoptado la muy cmoda solucin omniestatista. Pero ms tarde, bajo la influencia de la Comuna de 1871 y bajo la presin de los anarquistas, moderarn ese estatismo y consentirn en transferir la pro-duccin "a manos de los individuos asociados".3 Sin embar-go, estas veleidades libertarias no dudarn mucho y volve-rn casi inmediatamente a una fraseologa ms autoritaria y estatista, en ocasin de la lucha a muerte que emprenden contra Bakunin y sus discpulos.

    Por lo tanto, no totalmente sin razn (aunque no siempre con total buena fe), Bakunin acusa a los marxistas de pen-sar concentrar en manos del Estado toda la produccin agrcola e industrial. En Lenin, las tendencias estatistas y autoritarias estn en germen, superponindose a un anar-quismo que contradicen y aniquilan, y bajo Stalin, trans-formndose la "cantidad" en "calidad", degeneran en un capitalismo de Estado opresor que Bakunin, en su crtica de Marx, a veces injusta, parece haber anticipado.

    Este breve llamamiento histrico no tiene inters sino en la medida que puede ayudar a orientarnos en el presente. Las enseanzas que de l extraemos nos hacen comprender, de manera tan brillante como dramtica, que a pesar de muchas concepciones que hoy parecen desusadas, infantiles y desmentidas por la experiencia (por ejemplo, su "apoliti-cismo"), los anarquistas, en lo esencial, tenan razn contra los autoritarios, fistos volcaron torrentes de injurias sobre los primeros, tratando su programa de "amasijo de ideas de ultratumba" 3 , de utopas reaccionarias, perimidas y de-

    1 Cf. Osear Tesrut, La Internacional, 1871, pg. 154.

    3 Prefacio del 24 de julio de 1872 al Manifiesto comunista.

    3 "Las pretendidas escisiones de la Internacional", 5 de marzo

    de 1872, reproducido en el Movimiento Socialista, julio-diciembre de 1913. i

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  • cadentes.1 Pero hoy se revela, como la subraya con fuerza Volin a , que lejos de pertenecer al futuro, la idea autori-taria no es otra cosa, en realidad, que una secuela del viejo mundo burgus, gastado y moribundo. Si existe una utopa es seguramente la del autodenominado "comunismo" de Estado, cuya quiebra es tan patente, que sus propios bene-ficiarios (preocupados ante todo por salvar sus intereses de casta privilegiada buscan hoy, laboriosamente y a tien-tas, los medios de enmendarlo y evadirse de l.

    El futuro no est ni en el capitalismo clsico ni tampoco, como quera persuadirnos el extinto Merleau-Ponty, en el capitalismo revisado y corregido por un "neoliberalismo" o por el reformismo social-demcrata; la doble bancarrota de ambos no es menos resonante que la del comunismo de Estado. El futuro est siempre, y ms que nunca, en el socia-lismo, pero en un socialismo libertario. Como lo anunciaba profticamente Kropoktin desde 1896, nuestra poca "lle-var el sello del despertar de las ideas libertarias. [ . . . ] La prxima revolucin no ser ms la revolucin jaco-bina?". 3

    Los tres problemas fundamentales de la Revolucin, que hemos bosquejado ms arriba, deben y pueden encontrar finalmente su solucin. Ya no estamos en los balbuceos y tanteos del pensamiento socialista del siglo xix. Los pro-blemas ya no se plantean ms en abstracto sino en concreto. Hoy disponemos de una amplia cosecha de experiencias prcticas. La tcnica de la Revolucin se ha enriquecido inmensamente; la idea libertaria ya no se asienta ms en las nubes sino que se desprende de los hechos mismos, de las aspiraciones ms profundas (aun cuando son reprimidas) y ms autnticas de las masas populares.

    El problema de la espontaneidad y la conciencia es mu-cho ms fcil de resolver hoy que hace un siglo; si bien

    1 Plejanov, Marxismo y anarquismo, fin cap. VI y pref. Eleanor

    Marx-A veling. 3 Volin, op. cit., pgs. 218, 229.

    3 Kropotkin, La Anarqua, su fisolofa, su ideal, pg. 51.

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  • por el hecho mismo de la opresin bajo la cual se las mantiene sometidas, las masas estn siempre algo atrasadas respecto a la bancarrota del sistema capitalista; si bien carecen todava de educacin y de lucidez poltica, han recuperado una buena parte de su retrato histrico. En todas partes: en los pases capitalistas avanzados, lo mismo que en los pases en vas de desarrollo y en los sujetos al autodenominado "comunismo" de Estado, han dado un pro-digioso salto adelante. Son mucho menos fciles de engaar; conocen la extensin de sus derechos; sus conocimientos del mundo y de su propio destino se han enriquecido con-siderablemente. Si la carencia del proletariado francs ante-rior a 1840 (por el hecho de su inexperiencia y pequeo nmero) no pudo engendrar el blanquismo; la del prole-tariado ruso anterior a 1917 el leninismo; la del nuevo proletariado agotado y desmantelado despus de la guerra ov i l de 1918-1920, o recientemente desarraigado del cam-po, el estalinismo; hoy las masas laboriosas tienen mucha menos necesidad de abdicar sus poderes en manos de tuto-res autoritarios y autodenominados infalibles.

    Por otra parte, ha penetrado en el pensamiento socia-lista, gracias especialmente a Rosa L u x e m b u r g l a idea de -que, aunque las masas todava no estn totalmente madu-ras, aunque la fusin entre la ciencia y la clase obrera soa-da por La salle todava no se ha operado totalmente, el nico modo de compensar este atraso, de remediar esta deficien-cia, es ayudar a las masas para que hagan por s mismas el aprendizaje de la democracia directa orientada de abajo hacia arriba; es desarrollar, alentar, estimular sus libres iniciativas; es inculcarles el sentido de sus responsabilida-des en lugar de mantener entre ellas, como lo hace el comunismo de Estado (est en el poder o en la oposicin), las costumbres seculares de pasividad, sumisin, complejo de inferioridad, que les ha legado un pasado de opresin. Aun si este aprendizaje es a veces trabajoso, si el ritmo es

    1 Cf. el texto de Rosa Luxemburg de 1904 reproducido en

    anexo a Trotsky, Nuestras tareas polticas, 1904, trad. francesa, 1969.

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  • lento, aun si grava a la sociedad con gastos suplementarios, y si no puede ser efectuado ms que al precio de algn "desorden", estas dificultades, estos atrasos, estos gastos suplementarios, estos problemas de crecimiento, son infinitamente menos nocivos que el falso orden, el falso brillo, la falsa "eficiencia" del comunismo de Estado que aniquila al hombre, mata la iniciativa popular y finalmente deshonra la idea misma del socialismo.

    En lo que concierne al Estado, la leccin de la Revolucin Rusa est claramente escrita en las paredes. Liquidar, como se ha hecho, el poder de las masas, en vsperas del triunfo de la Revolucin; reconstruir sobre las ruinas del antiguo aparato estatal un nuevo aparato de opresin todava ms perfeccionado que el precedente, bautizado fraudulentamente "partido del proletariado"; absorbiendo frecuentemente en el nuevo rgimen las "competencias" del rgimen extinto (siempre imbuidas del viejo Fhrerprinzip); dejar que poco a poco se erija una nueva clase privilegiada, tendiente a considerar su propia supervivencia como un fin en s mismo, y a perpetuar el Estado que asegura esta supervivencia; tal es el modelo que hoy nos corresponde no seguir. Por otra parte, si se toma al pie de la letra la teora marxista de la "extincin", las condiciones materiales que baban provocado y (segn los marxistas) legitimado la reconstruccin de un aparato estatal, deberan hoy permitir abstenerse cada vez ms de ese gendarme obstaculizador y vido de quedarse en su lugar, que es el Estado.

    La industrializacin, aunque a ritmo desigual segn los pases, avanza a pasos de gigante en el mundo entero. El descubrimiento de nuevas fuentes de energa de posibilidades ilimitadas acelera prodigiosamente esta evolucin. El Estado totalitario engendrado por la penuria, de la cual extrae su justificacin, se vuelve cada da un poco ms superfluo. En lo que concierne a la gestin de la economa, todas las experiencias hechas tanto en un pas esencialmente capitalista como los Estados Unidos, como en los pases sometidos al "comunismo de Estado", demuestran

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  • que el futuro, por lo menos para muy grandes sectores de la economa, no est ms en las unidades gigantes de produccin. El gigantismo, que haba alucinado por igual tanto a los extintos capitanes de industria yanquis como al comunista Lenin, pertenece al pasado. Demasiado gran-de, tal es el ttulo de un trabajo americano acerca de los estragos de esta peste sobre la economa de los Estados Unidos.1 Por su lado, el rstico y socarrn Kruschev haba terminado por captar, aunque tarda y tmidamente, la necesidad de una descentralizacin industrial. Por mucho tiempo se haba credo que los imperativos sacrosantos de la planificacin exigan la gestin de la economa por el Estado. Hoy se percibe que la planificacin por arriba, la planificacin burocrtica, es una fuente espantosa de desorden y desperdicio y, como dice Merleau-Ponty, que "no planifica".2 Carlos Bettelheim nos haba mostrado (en un libro sin embargo demasiado conformista para con el momento en que fue escrito 3), que sta no podra funcionar eficazmente a menos que fuese dirigida desde abajo hacia arriba y no de arriba hacia abajo, salvo que emanase de los niveles inferiores de la produccin, y fuese sometida constantemente a su control, mientras que en Rusia ese control de masas brilla por su ausencia. El futuro, sin nin-guna duda, est en la gestin autnoma de las empresas por las asociaciones de trabajadores. Lo que queda por poner a punto es el mecanismo, ciertamente delicado, de su federacin, de la armonizacin de los diversos intereses en un orden que sea un orden libre. Desde este punto de vista, la tentativa de sntesis, demasiado olvidada hoy, entre anarquismo y estatismo, del socialista belga Csar de Paepe, merecera ser exhumada.4

    1 Morris Ernst, Too Big. Nueva York, 1940.

    2 "Reforma o enfermedad infantil del comunismo", L'Express,

    23 de noviembre de 1956. 3 Carlos Bettelheim, La planificacin sovitica, 1945, pgs. 149,

    258-259. 4 Cfr. Csar de Paepe, "Acerca de la organizacin de los servicios

    pblicos en la sociedad futura, 1874, en Ni Dieu matre, anthologie historique du mouvement anarchiste, reedicin 1969, ps , 317 ssq.

    3

  • En otros planos, la evolucin misma de la tcnica, de la organizacin del trabajo, abre el camino a un socialismo desde abajo. En materia de psicologa del trabajo, las inves-tigaciones ms recientes han conducido a la conclusin de que la produccin no es verdaderamente "eficiente" sino cuando no aplasta al hombre, cuando lo asocia en lugar de alienarlo, cuando hace un llamado a su iniciativa, a su cooperacin plena; cuando transforma su trabajo de carga en alegra, condicin que no es plenamente realizable ni en los cuarteles industriales del capitalismo privado, ni en los del capitalismo de Estado. Por otra parte, la rapidez de los medios de transporte facilita singularmente el ejercicio de la democracia directa. Un ejemplo: gracias al avin, los delegados de las secciones locales de los sindicatos obre-ros americanos ms modernos dispersos por todo un conti-nente, como el del automvil, pueden ser reunidos fcil-mente en algunas horas.

    Pero si se quiere regenerar el socialismo invertido por los autoritarios, hay que apurarse para volver a colocarlo sobre sus pies. Desde 1896 Kropotkin subrayaba con fuerza que, en tanto el socialismo tome un aspecto autoritario y estatista, inspirar a los trabajadores cierta desconfianza y de este modo ver comprometidos sus esfuerzos y paralizado su desarrollo ulterior.1 El capitalismo privado, condenado histricamente, no sobrevive hoy sino gracias a la carrera armamentista, por una parte, y a la quiebra relativa del co-munismo de Estado, por otra. No podremos vencer ideol-gicamente al Big Business y su pretendida "libre empresa", a cubierto de la cual domina un puado de monopolios; no podremos devolver al depsito de accesorios al naciona-lismo y al fascismo, siempre dispuestos a renacer de sus cenizas, a menos que seamos capaces de presentar en los hechos un sustituto concreto del pseudo-comunismo de Es-tado. En cuanto a los pases socialistas, los mismos no sal-drn de su impasse actual a no ser que los ayudemos no a

    1 Kropotkin, op. citn pgs. 31-33.

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  • liquidar sino a reconstruir por completo su socialismo. Kruschev finalmente se ha estrellado por haber dudado demasiado tiempo entre el pasado y el futuro. Los Gomulka, los Tito, los Dubcek, pese a su buena voluntad y sus veleidades de desestalinizacin o desestatizacin, se arriesgan a patinar, a oscilar sobre la cuerda donde se mantienen en equilibrio inestable, y a la larga, a caer, si no adquieren la audacia y la clarividencia que les permitiran definir los postulados esenciales de un socialismo libertario.

    La Revolucin de nuestro tiempo se har desde abajo o no se har.

    1958.

    6. LENIN O EL SOCIALISMO DESDE ARRIBA

    En los albores del socialismo proletario, en las circunstancias y en el pas en que el proletariado constitua una dbil minora, carente de conciencia poltica y relativamente incapaz de iniciativa revolucionaria, una vanguardia surgida de las clases cultas vale decir, burguesas trat de reemplazarlo, de pensar y de querer por l. As, pues, se organiz con el fin de tomar el poder independientemente de la masa trabajadora y, en consecuencia, recurri a los medios de la clandestinidad y la conspiracin. Tal fue el caso de la Conspiracin de los Iguales, de 1796, dirigida por Babeuf, y el de las "Saisons", de 1839, fomentada por Blanqui. "Gracias a Dios escriba este ltimo en 1852 hay muchos burgueses en el bando proletario. Son ellos quienes constituyen su fuerza principal. . . Le aportan un contingente de luz que, desgraciamente, el pueblo no est en condiciones de poseer. Fueron los burgueses quienes levantaron las primeras banderas del proletariado.

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  • quienes formularon las doctrinas igualitarias y, tambin, quienes las propagaron. . ." 1

    Engels defini con mucho acierto las concepciones fun-damentales del "blanquismo" cuando escribi que los blan-quistas, "educados en la escuela de la conspiracin y man-tenidos en cohesin por la rgida disciplina que esta escuela supone. . . partan de la idea de que un grupo relativamente pequeo de hombres decididos y bien organizados estara en condiciones no slo de aduearse en un momento favo-rable del timn del Estado, sino que, desplegando una accin enrgica e incansable, sera capaz de sostenerse hasta lograr arrastrar a la revolucin a las masas del pueblo y congregarlas en torno al puado de caudillos. Esto llevaba consigo, sobre todo, la ms rgida y dictatorial centraliza-cin de todos los poderes en manos del nuevo gobierno revolucionario".3 Se necesitaba una "organizacin militar".3 Y Kautsky seal que, a juicio de los blanquistas, "el pro-letariado, demasiado ignorante y desmoralizado como para organizarse y dirigirse por s mismo, debera ser organizado y dirigido por un gobierno compuesto de su lite instruida: algo as como los jesutas del Paraguay, que haban orga-nizado y dirigido a los indios".4

    Pero si bien es verdad que en la Francia de 1839 el movi-miento obrero estaba an en paales y si bien es cierto que durante la primera mitad del reinado de Luis Felipe fue dominado por las conspiraciones de las sociedades secretas republicanas, la rpida industrializacin del pas y la edu-cacin del proletariado dieron brusco nacimiento, a partir de 1840, a un movimiento especficamente obrero, al prin-cipio ms corporativo que poltico, pero "politizado" in-mediatamente. Se sabe cun importante fue el papel de

    1 Blanqui, Lettre Maillard, 6-6-1852, en Textes choisis, 1955,

    pg. 132. 3 Engels, Introduccin del 18 de marzo de 1891 a La Guerre Civi-

    le en France, Ed. Sociales, pg. 16. 3 Blanqui, Manuscrito de 1868, en Textes..., cit , pgs. 218-219.

    4 Kautsky, La dictature du proletariat, 1918, ed. en ingls,

    pgs. 17-18.

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  • los trabajadores en la Revolucin de 1848. Esta irrupcin de la clase obrera signific la caducidad del blanquismo. En 1847, Marx y Engels condenaban los mtodos de dicha corriente, ya superados: "No somos de esos conspiradores que quieren desencadenar la revolucin en fecha fija." "Los comunistas... saben q u e . . . las revoluciones no se hacen a voluntad, segn un propsito deliberado, y que siempre y en todas partes fueron consecuencia necesaria de circuns-tancias por completo independientes de la voluntad y la direccin de tal o cual partido." 5 En 1850 Marx escriba que la preocupacin de los conspiradores consista en "im-provisar artificialmente una revolucin, sin que existieran las condiciones necesarias para ella", y los censuraba por desinteresarse de la educacin de clase de los trabajadores. Repite que, para ellos, "la fuerza motriz de la revolucin no radica en la situacin real, sino en la mera voluntad".,6

    Marx y Engels se haban percatado de que este "volun-tarismo" implicaba una valoracin pesimista sobre el papel del proletariado, una subestimacin aristocrtica de su capa-cidad poltica, y sealaban: "Los comunistas... no tienen intereses separados de los del conjunto de la clase obrera. . . No sientan principios particulares para modelar, conforme a los mismos, el movimiento proletario. Representan siem-pre el inters del movimiento en su totalidad." La teora comunista no ha sido aportada al proletariado desde afuera: naci de la propia experiencia de las revoluciones popu-lares (en primer lugar, de la Gran Revolucin Francesa) y del ejercicio de la lucha de clases: "Las concepciones tericas de los comunistas declaran Marx y Engels no se cimentan sobre ideas, sobre principios inventados o des-cubiertos por este o aquel reformador. Son la expresin general de las condiciones efectivas de una lucha de ca-

    5 Escritos diversos en el Manifest Communiste, Costes, 1953,

    pgs. 128, 133. 173. 6 Neue Rheiniscbe Revue, 1850, en Rabel, Pages choisies de

    Marx, 1948, pg. 227; Discurso de Marx al Comit Central de la Liga de los Comunistas, 15 de setiembre de 1850, en Karl Marx les jures de Colagne, Costes, 1939, pg. 107.

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  • ses . . . que existe. . . de un movimiento histrico que se opera ante nuestros ojos." 7

    Pero, desde su nacimiento, el pensamiento marxista fue un tanto ambivalente a este respecto y se podra discernir, ya, cierta tendencia a subestimar el papel especifico del proletariado y a exaltar el que se atributa a su vanguardia esclarecida: "En lo que hace a la prctica, los comunistas constituyen la fraccin ms decidida entre los partidos obre-ros, la que empuja siempre hacia adelante: en lo que bace a la teora, tienen con respecto al resto de la masa trabaja-dora, la ventaja de comprender las condiciones, la marcha y los resultados generales del movimiento proletario".8

    Aqu ya se dibuja, tal vez, la idea de una diferenciacin entre el proletariado y los jefes comunistas, de una supe-rioridad de stos sobre aqul. Acaso no se percibe, en las entrelineas, que la "ventaja" as subrayada otorgara a los comunistas el derecho "histrico" de dirigir al proleta-riado?

    Empero, Marx no quiere servirse de tal "ventaja" para dictar a las obreros la lnea de conducta que han de seguir. Muchos aos despus en 1872 habr de aclarar que el programa de la Internacional "se limita a trazar los grandes rasgos del movimiento poltico, y deja la elaboracin te-rica del mismo al impulso proporcionado por las necesida-des de la lucha prctica, as como por el intercambio de ideas que se hace en las secciones, admitiendo indistinta-mente todas las concepciones socialistas en sus rganos y en sus congresos".9

    No obstante, su epgono, Kautsky, dar al marxismo un sentido ms autoritario. Es "totalmente falso" sostiene que la conciencia socialista sea el resultado necesario, di-

    7 Manifest Communiste (1847), ed. cit , pgs. 81-82; cfr. Maxi-

    milien RubeL, Pages choisies de Karl Marx, 1948, pgs. XLIII-XLV, y Karl Marx, Essaie de biographic intellectuelle, 1957, pgs. 102, 288-290.

    8 Manifest..., cit., pg. 82.

    9 Les prtendues scissions de l'Internationales, 1872, reproducido

    en Mouvement Socialiste, julio-diciembre de 1913.

    39

  • recto, de la lucha de clases del proletariado. El socialismo y la lucha de clases no se engendran mutuamente; surgen de premisas diferentes. La conciencia socialista nace de la ciencia, y el portador de la ciencia no es el proletariado, sino el intelectual burgus. ste es quien ha "comunicado" a los trabajadores el socialismo cientfico: "La conciencia socialista es un elemento importado desde ajuera en la lucba de clases del proletariado, y no algo que surge espontneamente de l."10

    Es verdad que luego Kautsky atenuar un tanto el extremismo de sus formulaciones. Y as, aunque sigue sosteniendo que el movimiento obrero es incapaz de producir por s solo la idea socialista, admite, al menos, que produce el "instinto socialista", y admite igualmente que dicho "instinto" "lleva al trabajador a experimentar la necesidad del socialismo"; reconoce, asimismo, que si bien los obreros deben hacerse instruir por los intelectuales burgueses, estos ltimos deben, a su vez, 'hacerse instruir por los obreros'. 1 1 Mas la concepcin de Kautsky deja intacta la idea esencial. Idea autoritaria, de inspiracin mucho ms jacobina y blan-quista que socialista. En efecto: para un verdadero socialista, la "teora" revolucionaria es, a no dudarlo, indispensable; pero la misma, en buena parte, es producida de abajo hacia arriba por la propia experiencia de las luchas populares. Y esa teora, para no quedar en pura abstraccin, para no extraviarse, debe ser en todo instante corroborada, vivificada, nutrida, rectificada por el empleo que de ella hacen aquellos a quienes va destinada y en cuyo nombre se la propaga: los trabajadores.

    10 Kautsky, Neue Zeit, 1901-1902, XX, I, pgs. 79-80, citado por Lenin en Que faire?, (Euvres, t. IV, pgs. 445-446; Henri Lefeb-vre incurre en la misma deformacin del pensamiento marxista (Pour la pense de Karl Marx, 1947, nueva ed. 1956, pgs. 56 y 114).

    1 1 Kautsky al Congreso de la social-democracia austraca, 2-6

    de noviembre de 1901, Protokoll..., Viena, 1901, pg. 124, cit. por Salomn Schwartz, Lnine el le Mouvement syndtcal, Pars, 1935, pg. 23.

    40

  • Por lo dems, el problema no puede encararse en el plano de lo absoluto, sino, como lo advirti Rosa Luxem-burg, en el del movimiento dialctico de la historia. Cuan-to ms numeroso y consciente sea el proletariado, menos razn habr para que la vanguardia instruida tome la fun-cin rectora. El propio Marx, aleccionado por el despertar de la clase obrera francesa, escriba ya en 1845 (en una jerga an bastante filosfica) que "con la profundidad de la accin histrica aumentar el volumen de las masas que se lancen a la accin".1 3 A medida que la educacin arranca a la masa trabajadora de su ceguera, derrmbase la base social que sirviera de sustento a los "jefes". La masa toma el papel de dirigente y sus jefes no son ya sino los "rganos ejecutivos" de su "accin consciente". Este proceso no es, por cierto, instantneo, ni se produce en lnea recta. Sin duda, como escribe Rosa, "la transformacin de la masa en dirigente lcido y seguro; es decir, la fusin de la cien-cia con la clase obrera sueo acariciado por Lassalle no es ni puede ser otra cosa que un proceso dialctico, dado que el movimiento obrero absorbe de manera ininte-rrumpida a nuevos elementos proletarios as como a los trnsfugas de otras capas sociales. Empero, la tendencia dominante, que signa la marcha del movimiento socialista en la actualidad y en el futuro, es la abolicin de los "diri-gentes" y la masa "dirigida". 1 3

    Dentro de esta perspectiva histrica, y no en el plano de lo absoluto lo repetimos, es donde corresponde exa-minar las concepciones organizativas formuladas por Lenin en la emigracin, entre 1901 y 1904, o sea bajo el zarismo.

    Hacia 1875, la situacin en que se encontraba el movi-miento revolucionario ruso ofreca ciertas semejanzas con

    1 2 Marx, Le Sainte Famille (1845), Ouvres philosophiques. Cos-

    tes, t. II, p g . 145. 1 3

    Rosa Luxemburg, "Masse et chefs" (en alemn "Esperanzas frustradas"), Neue Zeit, 1903-1904, XII, n 2, en Marxisme contre dictature, Pars, 1940, pgs. 36-37.

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  • las del movimiento revolucionario francs antes de 1840. En un pas inmenso, atrasado y no industrializado, la clase obrera apenas si exista en forma embrionaria. Tal situacin dio origen a la variedad local del blanquismo. Tkachev preconizaba la toma del poder mediante una conjuracin fomentada por la minora consciente; es un autoritario, un jacobino, que descree en absoluto de la capacidad de iniciativa popular, de la espontaneidad de las masas: "Ni en el presente ni en el futuro ser capaz el pueblo, librado a sus propias fuerzas, de hacer la revolucin social. Slo nosotros, minora revolucionaria, podemos y debemos cumplir tal cometido.. . El pueblo no es capaz de salvarse a s mismo. . . de dar cuerpo y vida a las ideas de revolucin social." "Sin dirigentes no est en condiciones de edificar un mundo nuevo. . . Esta misin pertenece exclusivamente a la minora revolucionaria." 1 4

    Cuando entre 1890 y 1900 el proletariado irrumpe en escena 1 S, paralelamente con la industrializacin del pas, Lenin advirti como antes lo advirtieran Marx y Engels, con respecto a Blanqui que el factor determinante de la revolucin social en Rusia era la organizacin de la clase obrera, y descart, por superados, los mtodos conspirativos y voluntaristas de los discpulos de Tkachev. Empero, conserv hacia dichos mtodos una mal disimulada admiracin 1 6 y segn se ver ms adelante en cierto sentido se mantuvo fiel a la inspiracin de los mismos. El prole-riado se haba expresado a travs de grandes huelgas en San Petersburgo en 1896-1897, y, por primera vez en una huelga poltica, el l 9 de mayo de 1898.17 No obstante, su actividad era sobre todo reivindicativa, ya que se hallaba an carente de conciencia poltica. Adems, imperaba en Rusia un rgimen autocrtico y policial, por lo cual la ac-

    1 4 Cfr. Boris Suvarin, Staline, 1935, pg. 30; Nicols Berdiaev,

    Les sources et le sens du communisme russe, Pars, 1951, pgs. 94-99. 1 5

    Cfr. Peter I. Lyashchcnko, History of tbe National Economy of Russia to the 1917 Revolution. Nueva York, 1949, pgs. 525-548.

    1 Lenia, Que faire?, 1902, Oeuvres, t. IV, pg. 567. 1 7

    Lyashchenko, op. cit., pg. 551.

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  • cin revolucionaria se vea forzada a adoptar formas estrictamente clandestinas.

    De estas premisas Lenin crey poder deducir una teora relativamente pesimista sobre la capacidad poltica de las masas obreras. A su juicio, los trabajadores, dispersos, oprimidos, embrutecidos por el capitalismo l s , no estaban todava en condiciones o no lo estaban en su gran mayora de poseer conciencia poltica, la cual slo poda llegarles desde afuera. El movimiento obrero era incapaz de elaborarse por s solo una ideologa propia. Y, generalizando de una manera abusiva, pretenda que "la historia de todos los pases atestige que, librada a sus solas fuerzas, la clase obrera no puede llegar ms que a la conciencia tradeunio-nista, vale decir, a la conviccin de que es preciso unirse en sindicatos, luchar contra los patronos. . ." . 1 9 De esta generalizacin falaz, Lenin sacaba la conclusin no menos discutible de que la vanguardia tiene por cometido "combatir la espontaneidad" del proletariado (!). Inclinarse ante esta espontaneidad significara hacer de la vanguardia una "simple sirvienta" del movimiento obrero. "Toda sumisin a la espontaneidad del movimiento obrero, toda restriccin del papel propio del 'elemento consciente'... significa... quirase o no, un fortalecimiento de la influencia de la ideologa burguesa sobre los trabajadores." 2 0

    Lenin rechazaba deliberadamente la concepcin materialista marxista, segn la cual el socialismo se produce por la experiencia y la lucha de las masas populares. Apoyndose en el pasaje de Kautsky antes mencionado, pero guardndose de hacer referencias a las enmiendas (insuficientes) que aqul haba expuesto posteriormente, sostiene la tesis idealista y blanquista de que la "doctrina socialista... surgi de teoras filosficas y econmicas elaboradas por los representantes instruidos de las clases poseedoras: los inte-

    1 8 Lenin, Un pas en avant, deux pas en arriero, 1904, Editions

    Sociales, pg. 37. 1 9

    Lenin, Que jaire?, cit., pgs. 437, 445-446, 482. o Ibid., pgs. 445, 447, 452.

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  • lectuales", y agregaba: "Por su extraccin social, los fun-dadores del socialismo cientfico, Marx y Engels, eran inte-lectuales burgueses." 3 1 Proclamaba, con entera razn: "Si teora revolucionaria, no hay movimiento revolucionario" 33, pero crea que esta teora revolucionaria saldra redonda y acabada, del cerebro de los dirigentes, para descender luego de la cspide a la base; vilipendiaba, por "anarquista", la concepcin inversa, que basa la teora sobre la experiencia misma de las luchas obreras y la hace ascender de la base a la cspide; optaba lisa y llanamente por el centralismo, el burocratismo (es la palabra que l mismo utiliza), contra el democratismo que "desemboca en el anarquismo". 3 3

    Quera que la vanguardia de los iniciados estuviera com-puesta, en forma principalsima, por "revolucionarios pro-fesionales", por "gente cuya profesin es la accin revolu-cionaria", que "vive a expensas del partido"; quera que ste fuera "una organizacin de revolucionarios capaces de dirigir la lucha emancipadora del proletariado". Sin esta vanguardia profesional subrayaba, "ninguna clase de la sociedad contempornea puede desarrollar firmemente la lucha". 3 4 La vanguardia habra de concebirse son los mis-mos trminos empleados por Blanqui como una "organi-zacin militar", fuertemente jerarquizada y disciplinada.3 8 Y afirma Lenin que el proletariado se somete ms fcil-mente que el intelectual a una disciplina, a una organiza-cin de ese gnero, porque ha pasado por la dura escuela de la fbrica.3 6 Argumento especioso, este ltimo, pues si bien es verdad que la "escuela de la fbrica" constituye, en cierto sentido, una escuela de cooperacin, de organi-zacin, configura tambin y particularmente en la poca del zarismo, como el propio Lenin se ve obligado a reco-nocer una escuela de obediencia pasiva y de sumisin.

    / < / , pgs. 437-438. pg. 432. 2 3

    Un pos en avant..., cit., pgs. 6, 78, 86, nota. a* Que taire?, cit., pgs. 510-511, 516, 520-522, 528-530. 2 Ibid., pg. 571, nota.

    2 8 Un pos en avant. .., cit., pgs. 73-76.

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  • Es innegable que en el pensamiento de Lenin esta concepcin tan tajante comportaba cierto nmero de correctivos. El revolucionario ruso acept gustoso el sambenito de "jacobino" que le colgaron sus adversarios mencheviques, pero agregndole este complemento: "Jacobino ligado, indisolublemente, a la organizacin del proletariado que ha tomado conciencia de sus intereses de clase." 3 7 A quienes objetaban que un partido as concebido no era sino una "asociacin de conspiradores", les responda que haban "comprendido muy mal" su pensamiento; que, para l, "el partido no debe ser ms que la vanguardia, el guia de la inmensa masa obrera" a a , y que la organizacin de los revolucionarios profesionales slo tiene sentido en relacin con "la cla.se verdaderamente revolucionaria que se lanza a la lucha en forma elemental". La condicin previa y fundamental de su concepcin radica en que la clase obrera, de entre la cual la lite ha creado el partido revolucionario, "se distingue de todas las clases de la sociedad capitalista por su ptima capacidad de organizacin, en virtud de ciertas razones econmicas objetivas". "Sin esta condicin previa, la organizacin de los revolucionarios profesionales no habra pasado de ser un juego, una aventura. . ." 3 9 Y atempera un poco su hostilidad hacia la espontaneidad de las masas, expresando que dicha espontaneidad exige de la vanguardia una elevada conciencia. "La lucha espontnea del proletariado slo se convertir en verdadera 'lucha de clases' cuando est dirigida por una fuerte organizacin revolucionaria." 3 0

    No obstante estas enmiendas, en su espritu sigue existiendo un hiato entre la vanguardia y la masa. Segn l, no se debe confundir el partido con la clase.3 1 La masa

    2 7 Ibid., pg. 66.

    28 Lenin. Discurso al 2? Congreso del P. S. D .O.R. (Partido Socialdemcrata Obrero Ruso), 4-8-1903, Pages eboisies..., dt-, t. I, I, pg. 176.

    2 9 Lenin, Que faire?, cit , pg. 508; prefacio de 1908 a diversos

    artculos, Obras (en alemn), t. XII, pg. 74. 3 0

    Que faire?, dt., pgs. 458, 532. 3 1

    Un pas en avant. .., d t , pgs. 35-37.

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  • acta bajo la direccin y el control del partido y "se con-grega en torno de l", "gravita" a su alrededor, pero, en su gran mayora, no ingresa ni debe ingresar en sus jilas. El crculo clandestino de dirigentes pone en movimiento a la masa ms vasta posible, se extiende hacia los elementos proletarios, ligados a un trabajo pblico de masas 3 2 , pero slo se fusiona con ellas basta cierto punto. Si aspira a reclutar obreros, es para transformarlos en revolucionarios profesionales, en jefes.34 Con esto Lenin cree refutar victo-riosamente a quienes lo acusan de querer imponer el socia-lismo a la clase trabajadora, desde afuera. Pero Bakunin, mucho antes que l, haba sealado el riesgo de que una pequea minora dirigente dominara al pueblo, aun cuando estuviera compuesta de trabajadores: "S, por cierto, ex tra-bajadores que apenas se conviertan en dirigentes... deja-rn de ser obreros y empezarn a mirar por encima del hombro a las masas laboriosas. Desde ese momento ya no representarn al pueblo, sino a s mismos y a su propia pretensin de gobernar a aqul." 3 5

    Pero muy pronto, hostigado por las crticas del menche-vique Martinov, y as como por las de Trotsky y las de Rosa Luxemburg (al igual que lo haban sido antes Marx y Engels por las de los libertarios), Lenin admita que haba exagerado un poco cuando afirmaba, de manera abso-luta y general, que, librado a s mismo, el movimiento obrero caa fatalmente bajo la influencia de la ideologa burguesa. Si haba dicho una cosa as, lo hizo empujado por el ardor de la polmica en que se hallaba embarcado con sus adversarios de tendencia (los "economistas"), quie-nes reducan el movimiento obrero a un sindicalismo estre-

    3 2 Discurso al 2? Congreso, c it , pg. 176; prefacio de 1908, d t ,

    pg. 74. 3 3

    La maladie nfantile du communisme, 1920, (Euvres, t. XXV, pg. 208.

    3 4 Que faire?, d t , pgs. 528-529. Discurso al 2 ' Congreso, c i t .

    Obras (en alemn), c VI, pg. 24. 3 9

    Bakunin, El Estado y el Anarquismo, 1873 (en ruso), en G. P. Maximoff, Tbe Political Pbilosopby of Bakunin. Grencol (III), EE. U U , 1953, pg. 287.

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  • cho y reformista. La vara que estos ltimos haban curvado en un sentido, habala l doblado en la direccin contraria. Pero con el solo fin de enderezarla.3 6 (Extraa manera de corregir un error, sta de incurrir en el exceso opuesto!) Y consideraba til puntualizar que el socialismo cientfico se haba formado "en estrecha conexin con el crecimiento del movimiento obrero en general"11, que la teora revo-lucionaria "no e s . . . un dogma acabado", sino que "se for-ma. . . en relacin estrecha con la prctica de un movi-miento realmente revolucionario que abarque realmente a las masas".3 8 Admita que en sus escritos anteriores se haban deslizado algunas exageraciones. Las mismas eran sntoma de lo que ocurre en un movimiento carente an de madurez. Se trataba ahora de romper con muchas peque-neces inherentes a la vida de la nfimos crculos clandesti-nos, las cuales eran una herencia del pasado y no servan, por lo tanto, para las tareas del presente. 3 9

    Invocaba igualmente la excusa de la necesidad. En un pas autocrtico era indispensable, por elementales razones de precaucin, el dar acceso al partido nicamente a quie-nes hacan de la revolucin un oficio.40 Por otra parte, la blandura, la inconstancia, la informalidad en una pala-bra: la "anarqua", que son rasgos muy notorios del tem-peramento ruso, y que, en particular, se daban en el partido socialista ruso de la poca sobre todo entre la intelligent-sia, le haban llevado a cargar las tintas de sus concep-ciones autoritarias y centralistas.41

    Tena tambin otra excusa, pero no poda invocarla sin faltar a la modestia. Los defectos de su sistema de orga-nizacin se vean en cierta medida compensados (y aun

    3 6 Lenio, Discurso, cit.. Obras (en alemn), t. VI, pgs. 22-24.

    3 7 Del mismo, "Los frutos de la demagogia", marzo de 1905,

    Obras (en ruso), 3* ed., t. IV, pg. 546, cit. por Schwartz, op. cit., pg. 25.

    3 6 Maladie mfantiU..., cit , pg. 208.

    3 8 Prefacio, cit., Obras (en alemn), t. XII, pg. 74.

    4 0 Que faire?, cit , pgs. 514, 522.

    4 1 ZW, pg. 502; cfr. Bertram D. Wolfe, La Jeunesse de Lnine,

    Pars, 1951, pgs. 253, 259.

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  • corregidos) por su genio. Y porque tena la inquebrantable conviccin de estar en lo cierto, de estar en lo cierto en beneficio del proletariado, afirmaba con tanta seguridad la primaca de la "teora", el papel dirigente del partido, la orientacin "de la cspide a la base", la organizacin jerrquica de los revolucionarios profesionales en cuanto brazo ejecutor de su excepcional perspicacia.4 3

    Adems, este acrrimo partidario de la organizacin centralizada saba evadirse, llegado el momento, del fetichismo del aparato. Su notable aptitud para sentir la temperatura de las masas lo orientaba personalmente aunque en teora sostuviera lo contrario de abajo baca arriba. Trotsky no anda del todo descaminado cuando afirma que Lenin expresaba personalmente la presin de la clase sobre el partido, del partido sobre el aparato, que no representaba a ste sino a la verdadera vanguardia del proletariado, que vea en el aparato, ante todo, una especie de palanca destinada a aumentar la actividad de los obreros avanzados. Lo cual, hasta cierto punto, era verdad. 4 3

    Por ultimo, superponindose a su dogmatismo y a su rigidez, Lenin tena una asombrosa flexibilidad de espritu, un sentido casi infalible de la oportunidad, una capacidad para desdecirse y para cambiar sbitamente de posicin, que ablandaban la rigidez militar y burocrtica del aparato por l formado.4 4 Las fallas intrnsecas de sus concepciones organizativas resultaban un tanto atenuadas por su presencia al frente de la organizacin. Al desaparecer l, esos defectos se agravarn y terminarn hacindose monstruosos.

    Pero la luminosidad de este genio tena su reverso. Era demasiado dominante. La fuerza de su pensamiento en cierto modo frenaba el desarrollo independiente de sus colaboradores. Haba entre ellos y l una "gran brecha". El partido slo exista para l. Abandonados a su propia ini-

    Trotsky, Ma fie, ed. Pars, 1953, pg. 175; Paul Frolicb, Rosa Louxembourg, Pars, 1939 (en alemn), pgs. 86-89.

    3 Trotsky, Staline, Pars, 1948, pgs. 89-90, 31-1-317. 4 4

    Schwartz, op. cit~, pg. 36.

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  • ciativa, los lugartenientes se atascaban, desbarrancaban, co-metan enormes desatinos.45 Estas fallas fatales de un tipo de organizacin que intenta inspirarse, no en "la voluntad colectiva de un pueblo, sino en una sola cabeza, por muy genial que ella sea", como deca Bakunin.4*

    Las concepciones organizativas de Lenin suscitaron, en la poca, vehementes crticas. Cuando las mismas procedan de mencheviques oportunistas como Martinov, Martov o Axclrod, le era muy fcil rebatirlas limitndose, de manera por dems simplista, a tratar a sus adversarios de "giron-dinos modernos", mientras l se ufanaba calificndose de "moderno jacobino". 4 7 Pero las crticas ms devastadoras, las ms slidas y, por ende, las ms difciles de refutar, provenan, no de los "oportunistas", sino de revoluciona-rios autnticos, de marxistas probados, como Rosa Luxem-burg y Len Trotsky. 4 8

    El "jacobinismo", el "blanquismo" que Lenin reivindi-caba con orgullo, condenbanlo Trotsky y Rosa por "peri-clitado". A juicio de Rosa, no se poda trasponer mec-nicamente el principio organizativo blanquista de los crcu-los de conjurados a la poca del socialismo, es decir, a la poca del proletariado organizado y con conciencia de clase. Para el movimiento obrero europeo sostena Trotsky era cosa desde haca largo tiempo superada el estadio del "jacobinismo" y del "blanquismo". En Rusia, ste responda an a la psicologa poltica retrasada de la intelligentsia

    4 5 Trotsky, Staline, cit., pg. 317; Suvarin, Staline, cit., pg. 77

    4 6 Bakunin, uvres, Stock, t. IV, pgs. 260-261.

    4 7 Lenin, Un pas en avant..., cit., pg. 66; "Deux tactiques",

    1905, Pages choisies..., t. II, pgs. 24-30; "Devons-nous organiser la Rvolutions?", 1905, iW, pgs. 37, 46.

    4 8 Rosa Luxemburg, "Centralisme et Dmocratie", 1904, en

    Marxisme contre Dictature, cit.; Trotsky, Nuestras tareas polticas, Ginebra, 1904 (en ruso); algunos extractos en Deutscher, The Pro-phet Armed, Trotsky: 1879-1921. Nueva York v Londres, 1954. Conviene dejar constancia de que, posteriormente, Trotsky se crey en el deber de desautorizar este folleto (no permitiendo jams que se lo tradujera del ruso), y se adhiri al "leninismo", eludiendo, a este respecto, todo examen critico.

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  • revolucionaria. Pero "no era para enorgullecerse si, a causa de nuestro retraso poltico, seguimos detenidos en el jaco-binismo".

    Ambos consideraban infeliz la frmula leninista de "jaco-binismo ligado indisolublemente a la organizacin del pro-letariado": "En realidad exclamaba Rosa, la socialde-mocracia no est ligada a la organizacin de la clase obrera: es el movimiento propio de la clase obrera." A qu poner el agregado de "ligado a la organizacin del proletariado" inquira Trorsky si se conserva la psicologa jacobina de desconfianza con respecto a las masas? Y aada: "No por azar ha dado Lenin una definicin que no es sino un atentado terico contra el carcter de clase de nuestro par-tido, atentado no menos peligroso que el reformismo."

    Rosa denunciaba el "implacable centralismo de Lenin", los poderes exorbitantes que se arrogaba el comit central en materia de seleccin y de medidas disciplinarias, la sumi-sin absoluta y ciega de las organizaciones locales del Par-tido con respecto a la entidad central. Los afiliados no son ms que instrumentos, brazos ejecutores de "su alteza, el comit central". Y rechazaba, por considerarla gravsima equivocacin, la idea de sustituir en el seno del partido aunque fuera con carcter temporario el poder de la mayora, compuesta de obreros conscientes, por el poder absoluto del comit central. Trotsky se alzaba, igualmente, contra la depuracin mecnica, decretada desde arriba y llevada a cabo mediante exclusiones, degradacin y priva-cin de derechos. Denunciaba asimismo la poltica "susti-tucionista" de Lenin: primero, el aparato sustituye al par-tido; luego, el comit central sustituye al aparato; final-mente, un "dictador nico" sustituye al comit central. La concepcin organizativa de Lenin era la de un partido que sustitua a la clase obrera, que actuaba en su nombre, por poder, sin preocuparse de lo que ella pudiera pensar y sentir. En una palabra, se trataba de una teocracia ortodoxa.

    Rosa se indignaba al ver que Lenin atribua a los traba-jadores algo as como una aficin masoquista por "los ri-

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  • gores de la disciplina despiadada", y que tomaba en sus manos (tras haber sustituido, meramente, la autoridad de la burguesa por la del comit central) el tipo de disciplina inculcada a los obreros por la burguesa zarista; es decir: la disciplina de las fbricas y de los cuarteles. Y replicaba: "Solamente extirpando de raz estos hbitos de obediencia y servilismo podr la clase obrera adquirir el sentido de una disciplina nueva, de la autodisciplina libremente con-sentida". Tambin Trotsky censura esa forma de disciplina que suprime la fuerza vital de un movimiento.

    "En un movimiento autnticamente socialista afirmaba Rosa los progresos de la conciencia y de la organizacin no pueden operarse mecnicamente, sino que constituyen un proceso continuo y democrtico; por otra parte, no hay recetas tcticas que un comit central pueda ensear a sus tropas, como se hace en los cuarteles." Y expresaba enr-gicamente: "El socialista es el primer movimiento de la historia que se basa. . . sobre la organizacin y la accin directa y autnoma de las masas... El nico sujeto al cual corresponde hoy en da el papel de dirigente, es el yo colectivo de la clase obrera". Es innegable que, para Rosa, la iniciativa y la direccin de las luchas proletarias "incumben naturalmente al ncleo ms organizado y escla-recido del proletariado, o sea, al ncleo socialista", PERO SOLO HASTA CIERTO PUNTO: "Las revoluciones no se dejan conducir como nios por un maestro de escuela... Jams deber concebirse el movimiento de clase del prole-tariado como movimiento de una minora organizada... Toda verdadera gran lucba de clases debe cimentarse sobre el apoyo y la colaboracin de las masas ms vastas posibles, y una estrategia de la lucba de clases... que nicamente se desarrolle al comps de marchas bien ejecutadas" por una minora, "estar condenada de antemano a lamentable fra-caso" *.

    Trotsky, por un lado, explicaba que Lenin, al tratar de

    * Roa Luxemburg, Grve genrale, Part el Syndicats (1906), cd. 1947, pgs. 47-49, 58.

    51

  • imponer con tanta rudeza la ideologa marxista a la intlli-gentsia rusa, se propona empujar a los intelectuales a con-vertirse en jefes eficaces de un movimiento obrero carente an de madurez y de confianza en s mismo. Pero, al pro-ceder as, se empeaba en forzar el paso de la historia, y tales artificios no podan obrar como sucedneo de un pro-letariado educado polticamente. En efecto: para preparar a la clase obrera, con vistas a la conquista del poder, era pre-ciso desarrollar en ella el sentido de la responsabilidad y el hbito de un constante control sobre el personal ejecu-tor de la Revolucin. Sin embargo, los "jacobinos", los "sustitucionistas", reemplazaban el gran problema de la preparacin para la conquista del poder, por la estructura-cin de un aparato dirigente. Todo lo reducan a una tc-nica de seleccin de ejecutantes disciplinados. Invocando el ejemplo de la Comuna de Pars, Trotsky, fiel en esto a las enseanzas de Marx, recordaba que aqulla haba estado integrada por tendencias diversas y a menudo opuestas. Mas la Comuna resolvi tales contradicciones (y no poda hacerlo de otra manera) mediante la confrontacin de los diferentes puntos de vista, mediante largas discusiones. Un aparato fuerte slo sera capaz de ahogar estas corrientes y divergencias, en el afn de abreviar y facilitar el proceso de esclarecimiento. No era dable eludir dicho proceso con el expediente de instalar, por encima del proletariado, una minora bien seleccionada o incluso a una sola persona provista de poderes disciplinarios. La Comuna demostr, justamente, que el nico fundamento del socialismo es un proletariado independiente, y no una clase a la que se ha inculcado el espritu de subordinacin frente a un apa-rato que se ha erigido por sobre ella. El socialismo se basa sobre la confianza en el instinto de clase de los trabaja-dores y en su capacidad para comprender la misin hist-rica que les compete.

    Rosa denunciaba profticamente los rasgos conservadores y esterilizantes del "