Heine, Heinrich - El Intermezzo

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El gran libro del poeta alemán

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    LINTERMEZZO

    HEINRICH HEINE

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    PRLOGO.

    Confieso que en otro tiempo gustaba yo poco de Enrique Heine,considerado como poeta lrico. Nunca dej de admirar su prosa bri-llante y custica, y siempre le tuve por el primero de los satricos mo-dernos, pero la delicadeza incomparable de sus canciones o Lieder seme escapaba. A otros habr acontecido lo mismo, aunque no tengantanta franqueza como yo para declararlo. Pero el gusto se educa, y nosoy yo de los que maldicen y proscriben las formas artsticas que noles son de fcil acceso, o no van bien con nuestra ndole y propensio-nes. As es que nuevas lecturas de Enrique Heine no slo me han re-conciliado con sus versos, sino que me han convertido en el msferviente de sus admiradores y el ms deseoso de propagar su conoci-miento en Espaa. Por lo cual, y aprovechando la ocasin que me pre-senta mi excelente amigo el Sr. Herrero, al dar a luz, por primera vezen rima castellana, todas las obras poticas del insigne vate alemn,voy a ponerme bien con mi conciencia y a desagraviar a Heine deantiguas ligerezas mas, que afortunadamente no estn escritas en nin-guna parte, pero que no dejan de pesarme como si lo estuvieran.

    La obra potica de Heine es muy copiosa y variada, aunque lascomposiciones sean generalmente breves. De aqu nace la dificultad deencerrarlas todas bajo una frmula y un juicio, y de aprisionar en lasredes de la crtica a este Proteo multiforme. Apenas hay afecto delalma moderna que no tenga su eco vibrante en alguna estrofa de Heine;pero son tan rpidas y, por decirlo as, tan etreas e impalpables lasalas de su numen, que, apenas han rozado la superficie de nuestro esp-ritu, se alejan, dejndonos slo cierta especie de polvillo sutil, que escosa imposible reducir al anlisis. Por eso yo no entenda al principio aHeine, y ahora que no me empeo en descomponerlo y le torno comoes, creo entenderle. Educado yo en la contemplacin de la poesa comoescultura, he tardado en comprender la poesa como msica. Admirsiempre en Heine la perfeccin insuperable de la frase potica, lo bru-ido y sobrio de la expresin, pero casi siempre me parecan sus cantos

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    vacos de con y tenido y realidad. Y, aun pasando ms adelante, meparecan hasta inspidos y vagamente sentimentales, recrendome a losumo los rasgos irnicos, que forman, por decirlo as, el elementomsculo de esta poesa.

    Conviene que tengamos todos alguna pasi6n literaria por tal o cu-al poeta determinado. Sin esta pasin no hay calor, y la produccinsera imposible. Este autor, objeto de esa devocin familiar, importapoco quin sea: lo nico que importa es que pertenezca a la categorade los ingenios prceres y eminentes. Muchas puertas llevan a la en-cantada ciudad de la fantasa: no nos empeemos en cerrar ninguna deellas, ni en limitar el nmero de los placeres del espritu. No es plsticala poesa de Enrique Heine, pero encierra misterios de sentimiento yrecnditas armonas, no concedidas a la lnea. La misteriosa virtud deesta poesa no penetra por los ojos, pero empapa con tenue roco elalma. Todo se encuentra en esos versos, pero volatilizado y aeriforme.Cada lector va poniendo a esa msica la letra que su estado de nimo lesugiere. Enrique Heine no hace ms que apuntarla, y pasa a tocar consu varita mgica otra cuerda del alma. Pero en esa poesa de filamentostan tenues ha tramado el maligno encantador una red de ensueos, y dedolores, de cuyas mallas, que a primara vista parece que un nio rom-pera, no hay corazn humano que se escape, porque todos encuentranall algn fragmento de su propia historia., Hechizo singular, maravi-lloso poder el de esas gotas de licor refinadsimo, encerradas en uncristal tan trasparente! Quien con mano distrada abre el libro y empie-za a hojear esas composiciones tan sin asunto (segn el modo vulgar deentender el asunto), siente a poco rato levantarse voces interiores queresponden a la voz del poeta, y moverse en su memoria tempestad dehojas secas, y dar lumbre todava el mal apagado rescoldo. Agnoscoveteris vestigia flamme. Ah est el fundamento de la inmortalidad deEnrique Heine. Sus audacias de polemista, sus arranques, humorsticos,pasarn en gran parte con las circunstancias que los engendraron; qudigo? estn pasando ya, y quiz queden algn da reservados para re-galo de los eruditos. La humanidad que olvida todo lo que destruye yno edifica; la humanidad que lee poco a Luciano y que cada da va le-

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    yendo menos a Voltaire, quiz olvidar los elocuentes y deslumbrado-res pamphlets de Heine, y la iniquidad con que derram sobre propiosy extraos el lauro o la ignominia, destrozando un da lo que el anteriorhaba ensalzado. Esas pgina vindicativas y sangrientas; esos gritoscolricos de Heine en lo que 1 llamaba el combate por la humanidad,todo ese tumulto de polvo y de guerra que parece rumor de muchoscaballos salvajes, pero de raza inmortal, lanzados a pisotear con suscascos cuanto la humanidad ama y reverencia todo esto, digo, tuvo suhora, y pas: todo esto tuvo su fuerza corrosiva, y ya se va gastando yamortiguando.

    Yo no s si nuestros nietos leern todava la Alemania: de fijo nola leern los jvenes ni las mujeres, pero s que el pino del Norte soa-r eternamente con la palmera oriental; y que cuando se hayan apagadolos ltimos ecos de la terrible cancin con que hilaban su venganza lostejedores de Silesia, proseguir brillando aquella trmula estrella deamores que descendi del cielo a la tierra, como leemos en el Inter-mezzo. Dichosa inmortalidad la del poeta, por quien reverdecer en elcorazn de las generaciones futuras, coronndose en cada nueva pri-mavera de flores y de fruto nuevo, el rbol de la esperanza y de losrecuerdos!

    Y grande debe de ser, sin duda, el oculto prestigio de esos versos,capaces todava de conmover en lengua extraa, con rimas nuevas, yhasta destituidos a veces del halago mtrico. Parece como que la esen-cia de estos Lieder, por lo mismo que es tan espiritual y recndita yque no est pegada a los pices de la diccin, ni envuelta en el tornearde la frase, sobrenada siempre como el aceite sobre el agua, y hasta enla prosa francesa de Gerardo de Nerval se siente y percibe. Que escondicin de la belleza eminente no ser de la que los fillogos guardanpara fruicin suya, ni de la que te pierde por adjetivo de ms o de me-nos, sino de la que resiste a todas las manos que la trabajan y reprodu-cen, y por ser su raz universal y humana, es tambin comunicable ydifusa en alto grado, y es a un mismo tiempo la ms traducible y la msintraducible de todas las creaciones del arte. No se traduce el sonido delas slabas, pero se traduce su vibracin en el alma, que es lo que im-

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    porta. Lo dems, fcilmente lo adivinar quienquiera que tenga sentidopotico.

    Enrique Heine es el ltimo de los grandes poetas de este siglo, elms prximo a nosotros, y quiz por eso el ms amado de muchos.Slo Alfredo de Musset comparte con l el cario de los que en lageneracin joven todava se apasionan por las cosas de arte. Y hay enverdad evidentes relaciones entre los dos poetas, sobre todo por ser unoy otro poetas sinceros, si alguna vez los hubo, y tales que el tiempo,gran depurador de las cosas, deja hoy en pie su obra casi ntegra, alpaso que ha marchitado no pocas languideces del lirismo lamartiniano,y tanta falsedad intrnseca y tanto oropel teatral corno se alberg bajoel esplndido manto de armonas y de colores, tejido por la Musa deVctor Hugo. Qu ms? hasta los piratas de lord Byron van parecien-do inofensivos, en comparacin con el pirata interior, con el demoniotenaz del pensamiento, que el poeta llevaba consigo y que, cuandohablaba por su cuenta, le haca ser mil veces ms elocuente que todoslos Laras, Canes y Sardanpalos. En vano prosigue Vctor Hugo (elltimo superviviente de los poetas romnticos) martillando sobre elyunque donde se forjan los alejandrinos centelleantes. El tiempo de losrugidos de ttan ha pasado, y ya no espantan sino a los nios. El Sou-venir de Musset vive en todas las memorias, y en cambio, quin re-cuerda hoy una sola estrofa de las Orientales?

    Por el contrario, nada ms fresco a la hora presente que El Regre-so, La Nueva Primavera, El Mar del Norte y El Romancero, de Heine.Nunca la mezcla de espontaneidad y de reflexin ha llegado en el artemoderno a ms alto punto. Nunca se ha alcanzado ms profundo efectocon medios ms sencillos, con historias casi triviales de amor. Nuncaha florecido una poesa ms intensamente lrica, y ms desligada de lascondiciones de raza y de tiempo; ms propia, en suma, para servir deexpresin palpitante a sentimientos de todos los pueblos y de todas laslatitudes. Nunca ideas y afectos ms flotantes, ms ondulosos, msdifciles de aprisionar en la tela de oro y seda que teje la palabra rtmi-ca, han venido tan dciles al conjuro, del poeta. Nunca manos escpti-cas han tocado con tanto amor las luminosas quimeras de la vida.

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    Todo, hasta el ms fugitivo movimiento del nimo, se cuaja aquen forma traslcida. La naturaleza no est directamente y como objetosino, reflejada en el alma del poeta. Los aromas del Oriente perfumansus cantos: el ruiseor de Hafiz vuelve a sonar en sus verjeles: ruedansolemnes las aguas del Ganges sagrado, donde la simblica flor delloto aguarda el beso de la luna: cruzan entre las nieblas del Norte losdioses de la Grecia desterrados; y la austera sombra de nuestro Jehu-d-Lev de Toledo se levanta como llameante columna que guiaba a lacaravana de Israel por su nuevo destierro. La misma extraa mezcla desangre y de educacin que haba en Enrique Reine contribuye a darperegrin sabor a estas poesas. Hebreo por raza, alemn por naci-miento, francs por larga residencia y por algunas partes (no las mejo-res) de su genio, busc en el Medioda calor, luz y libertad para supoesa meditabunda y germnica. De todo ello result un fruto acre ypicante, y a la vez sabroso y tierno, que quiz nunca volver a darse enel mundo, porque las condiciones en que se dio no son de las que seprocuran artificialmente. Y no es una de las menores glorias de Enri-que Heine el ahuyentar eternamente la turba grrula de los imitadores.Heine sin la irona no es ms que medio Heine; y la irona heiniana, lomismo que la irona socrtica, ni se imita, ni se parodia. Fue (como hadicho ingeniosamente uno de los crticos de su nacin, que no acabande perdonarle de buen grado sus ofensas a ella) un ruiseor alemn,que hizo nido en la peluca de Voltaire.

    A tan soberano autor nos presenta traducido en verso castellano eljoven y distinguido poeta valenciano D. Jos J. Herrero. A quien conempresa de tal magnitud se estrena en la repblica de las letras, pocopueden halagarle los elogios de rigor en un prologuista y en tales oca-siones. No aspira ciertamente el Sr. Herrero al lauro de la perfeccin enintento tan difcil y en tan copioso nmero de versos. Pudo conseguirlaFlorentino Sanz en una docena de canciones escogidas y cudalas conparticular esmero pero en una obra larga nadie escapa de inevitablesdesigualdades. As y todo, comprese esta versin del Intermezzo, conlas cinco o seis que hasta ahora tenemos en castellano, y, a mi enten-der, se la encontrar ms potica y ms fiel que las restantes. La tra-

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    duccin de las colecciones posteriores, todava me agrada ms, porquela mano del traductor corra ms suelta y ejercitada, y haba llegado elSr. Herrero a identificarse ms con el espritu del original que traduca.Pueden notarse, en verdad, algunos versos flojos o faltos de cadencia ynmero, tal o cual, expresin prosaica y alguna no muy propia; de-fectos fcilmente perdonables cuando el conjunto agrada y da una ideabastante exacta de las bellezas de los Lieder. Por mi parte, slo acon-sejar al Sr. Herrero que procure acercarse todo lo ms posible a lafrase alemana, en los casos en que esta difiere del texto en prosa que elmismo Heine autoriz en Pars, modificndole con frecuencia l o sutraductor por escrpulos y consideraciones nimias al meticuloso gustofrancs, que no deben hacernos fuerza en Espaa.

    Aunque sus propios versos originales no lo acreditaran, bastaraesta versin para dar al Sr. Herrero crdito y nombre de poeta. Su edu-cacin literaria, sana y severa, basada principalmente en el estudio delos modelos de las literaturas inglesa y alemana, nos hace esperar de lque ha de trasladar con feliz xito a nuestra literatura, bien necesitadahoy de savia vigorosa, elementos nuevos y dignos de vivir y florecerbajo todos los climas.

    M. MENNDEZ Y PELAYO.

    Junio de 1883.

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    NOTICIA

    ACERCA DEENRIQUE HEINE.

    I

    Despus de Goethe, que resume todos los trabajos de la literaturade su patria, y de Hegel, que compendia todos los esfuerzos y las in-quisiciones de los metafsicos durante ms de medio siglo, esperaba ala historia del pensamiento en Alemania una transicin brusca, unacrisis suprema, un momento de terrible vacilacin y de intranquilidadprofunda.

    La serenidad del genio de Goethe y la tranquilidad de Hegel en-cubran cuando menos los pensamientos de lucha del genio nacional.Pero muertos los maestros, corrironse los velos, huyeron las ilusiones,y fue preciso comprender, aunque tarde, que de aquella generacin,nutrida por ellos, por ellos educada, brotaba una Alemania nueva, hen-chida de aspiraciones no definidas, y llena la mente de quimeras y deinciertos ideales.

    Una sola cosa apareca clara entre l vago despertar de sus aspira-ciones; un deseo apareca formulado: dejar el campo de la abstracciny penetrar con pie firme en el estadio fecundo siempre de la realidad.

    Un escritor existe que resume fielmente la agitacin de aquellapoca: Enrique Heine.

    Naci el gran poeta en Dsseldorf, a orillas del Rhin, de una fa-milia considerada con justicia en su patria, y en la cual contaba porparte de madre mdicos ilustres, y negociantes acaudalados por partede su padre.

    Enrique, el mayor de cuatro hermanos, una hembra y dos varones,mdico en Rusia el uno y oficial el otro al servicio de la Austria, perdibien pronto al autor de su ser, y qued sujeto a la autoridad de un to

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    paterno, el banquero Salomn Heine, notable por su generosidad y porlo inmenso de su fortuna, que deshered ms tarde al poeta por susaficiones poco serias y por su falta de sentido prctico.

    Esto haca exclamar al autor del Reisebilder.Tengo derecho a ser inmortal; he comprado por diez y seis millonesmi asiento en el Parnaso.

    Los bigrafos todos colocan en enero de I8oo la fecha del naci-miento de Heine; es indudable sin embargo, si nos atenemos al mismodicho del vate en una carta a Saint-Ren Taillandier, que naci en 12de diciembre de I799, Y que la inexactitud cometida por cuantos sos-tienen el anterior aserto fue ocasionada voluntariamente para salvar alpoeta del servicio del rey de Prusia en la poca de la invasin prusiana.

    Lo importante, aade poco despus Heine, que yo nac, y quenac a orillas del Rhin.

    Su primera educacin fue terminada en el convento de francisca-nos de Dsseldorf. Contradiccin rarsima que puede en parte explicarla mltiple volubilidad de su carcter. El descendiente de judos recibedel monasterio cristiano la primera enseanza de las cosas, y sienteentre los claustros del convento la languidez inefable de sus primerostedios de adolescente.

    Frecuent despus el Liceo de la Villa; en I819 principi en laUniversidad de Bonn el estudio de la jurisprudencia; continulo en lade Gottinga, hasta que, tres aos ms tarde, entregse por completo enBerln, y bajo la direccin de Hegel, al estudio de las ciencias filosfi-cas.

    Entonces fue cuando le uni amistad estrecha con todo lo que enBerln exista de ms notable en las ciencias y en las artes. EduardoGans, Varnhagen d'Ense y su esposa Rahel, Franz Bopp, Chamisso y elmismo Grabbe, formaron parte de las relaciones del tornadizo estu-diante.

    Era Heine por entonces un escolar asiduo, que estudiaba con ar-dor y aprenda pronto, y que, al revs que Luis Boerne, mezclado tam-bin como l en aquella aristocracia del pensamiento, tomaba porcontradiccin extraa, con seriedad profunda, los arduos problemas de

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    la idea, y se engolfaba con ardor en aquellas pavorosas cuestiones de lametafsica hegeliana.

    En medio de aquellos trabajos, el arte le llamaba con su voz de si-rena, y le atraa hasta su lado con magia ineludible. En I821 publicabasus primeros versos (Junge Leiden), prlogo, por decirlo as, de elLibro de los cantos. En I823 daba al pblico sus dos dramas silbados,Almanzor y Ratclif, y entre ellos su inmortal Intermezzo. Ms tarde, porltimo, public en 1825 el primer tomo de su Resebilder (Cuadros deviaje), en el cual se revela por completo jefe de una es cuela nueva.

    Relacin de sus viajes por la Alemania, el Tyrol, la Francia, laItalia y la Inglaterra, bastara slo esta obra para dar la celebridad de-seada al ms descontentadizo de los escritores. Su xito fue inmenso;la sorpresa de Alemania profunda: cmo juzgar la audacia de aquelescritor, que si la hera con las flechas de su pensamiento atrevido, laenalteca con los resplandores de su genio?

    Un nuevo poema (Heimkehr) El Regreso, fue publicado pocosmeses despus de sus viajes, y poco tiempo pasado, en I827, apareciel Libro de los cantos (Buch der Lieder), que tuvo resonancia igual ydespert controversias idnticas a las suscitadas por sus obras anterio-res. El Mar del Norte (Nord See) forma parte de la segunda parte deeste libro.

    Atrado en I830 a Francia por la revolucin, sus correspondenciasa la Gaceta de Augsbourgo y a los Anales Polticos, su libro sobre laFrancia, su Lutecia, fueron, lo mismo que la Alemania y que las Me-morias de M. de Schnabelewovski, fruto de aquella campaa poltica enque, acusado unas veces de espa de Luis Felipe y de la Alemania, deSansimoniano otras, pospuesto sin justicia a Luis Boerne, en el cual almenos reconoca su patria alemana grandeza de corazn, se defendade tanto y tanto ultraje con las flechas certeras de su inagotable irona.

    Atta- Troll (fantasa de una noche de esto), extrao poema en queel protagonista es un oso, vio la luz pblica en I840 en los folletines delDiario del Mundo Elegante. En I842 public sus Nuevas Poesas; yenfermo ya de muerte, clavado, como dice un escritor ilustre, a la cruz

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    de la parlisis por los clavos del sufrimiento, public su Romancero,sus Melodas hebraicas y su Libro de Lzaro.

    En I856, por ltimo, muri aquel gran genio, que durante veinti-cinco aos represent en Alemania el espritu de la Francia, y en Fran-cia el espritu de Alemania, y que dot a nuestro siglo, adems de lasya citadas, de tantas otras obras, que no citamos por no alargar dema-siado esta resea.

    II

    Indicados, aunque a la ligera, los principales el hechos de la vidadel poeta, no podemos sustraernos al deseo de considerar, aunque tam-bin con brevedad, los principales caracteres que sobresalen en susobras.

    El humorismo es la nota esencial de las obras de Heine: nadaexiste para l sagrado, ni fe, ni amor, ni patria; todo, bajo su pluma, seretuerce y gime, como se retuerce la carne viva bajo el escalpelo deldisector; los dioses caen ante los golpes certeros de sus flechas; lapatria, convulsa y colrica, sale de sus manos flagelada; el amor, eternoencanto de su vida y castigo eterno de su existencia, aunque siempreprofesado, no es siempre respetado por su pluma, ms temible en susmanos que la espada en manos del Berserke de los cantos huecos.

    Todo sin orden, sin prejuicios, sin sistema. Hiere lo que a su pasoencuentra, sin cuidarse de averiguar lo que despus en su lugar ha deelevarse. Mltiple en sus sentimientos, universal en sus creencias,indeciso y tenaz a un tiempo mismo en sus convicciones, jams Proteorevisti tal nmero de formas, ni dios indio infiltr su esencia en mayornmero de transformaciones.

    Sus burlas, acerbas siempre, siempre mortales, tienen en el fondoalgo de melancola simptica, algo de incomparable dulzura y de ine-fable terneza.

    Si l lo aborrece todo, si de todo se mofa, si contra todo se re-vuelve, qu tesoro, en cambio, de cario para todo lo noble y lo justo!

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    qu inagotable amor a todo lo grande! qu inacabable admiracinhacia todo lo bello!

    Sus dientes muerden, pero sus a os cubren de besos las mordedu-ras, y pronto coloca piadoso sobre la abierta llaga el dctamo dulce quellegar a sanarla.

    Contra todo se torna airado y todo lo adora al par. Unas vecesfustiga al Dios cristiano, ya riendo de la virgen catlica que liba con-fiada el amor en los labios rojos del sobrino de un rabino, o llorando enestrofas por los muertos dioses de la vieja Grecia, y despus canta alCristo redentor con inspiracin ardiente en las estrofas del Mar delNorte.

    l, que en su Heimkehr nos habla de la irona que Dios ha colo-cado en su universo, y con que el gran poeta del Quijote ha llenado lsuyo, suspiraba indignado, cuando adolescente, al ver el premio inme-recido que hallaban en la tierra el valor indomable y la romntica gene-rosidad del hroe de Cervantes. El, que se mofa del Cristo, cuenta laimpresin dulcsima que en su mente produca un Cristo crucificadoque miraba, siendo nio, en el convento de Dsseldorf.

    Su espritu, abierto a todas las impresiones, transformbalas todasen sentimiento artstico, dndoles, al realizar la obra potica, la notaesencial de su originalidad inagotable.

    De todos sus antecesores en la literatura alemana, legle Wielandla sensualidad amable; su sentimiento ardiente, Schller, y Goethe supantesmo espiritualista. Tan slo Klopstok fue ajeno a la formacindel poeta, porque su espritu repugnaba todo lo enojoso.

    Se ha tildado a Heine de la dureza con que tantas veces trata a laAlemania, a la vieja de all abajo, como l, con su humorismo acera-do, la llamaba; y esta tendencia antigermnica resulta ms marcadacomparado otro libro que, tambin sobre la Alemania, escriba unafrancesa en los comenzamientos de la actual centuria.

    Nos referimos a La Alemania de Mad. Stael.No es de extraar la diferencia. Mad. Stael, como dice Caro, pu-

    blicaba su libro despus de un paseo en que tan slo pudo ver aquelloque a los alemanes les convena, que mirase. Su viaje fue acogido por

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    todos con recelo. Goethe, en su correspondencia, da a entender hastaqu punto le preocupaba la entrevista con la extranjera; Schiller, hom-bre de corazn ardiente, tema su llegada, y hasta el mismo Schlegel, eljefe de estada mayor, por decirlo as, de aquella mujer admirable,anunciaba a sus colegas su venida como para apercibirlos a la defensa.

    Poco en estas circunstancias pudo ver de la esencia de las cosas yde lo ntimo de aquella sociedad la dama francesa. Su viaje fue, comodice el escritor antes citado, semejante al de Catalina de Rusia, hallan-do siempre en las estepas de la Crimea la fantasmagora riente de unaprosperidad artificial. Aquel viaje de sultana del pensamiento era sloa propsito para contemplar, y no siempre, la superficie de las cosas.

    Adems, Mad. Stael, desterrada de su patria, en su santo horror alos enciclopedistas, a los revolucionarios y a los soldados, buscaba unpueblo que oponer como modelo a aquella Francia, agitada todava porlas convulsiones de una revolucin profunda. Su libro es, en este con-cepto, como Heine entiende, una obra semejante a la de Tcito.

    Heine, por el contrario, era alemn; alemn que senta como nadielas faltas de su pas, y aborreca desde el extranjero el oropel de susfalsas glorias; que vea slo en las pretensiones militares de la Prusia laarmadura colocada sobre el manto de Tartuffo, y qu necesitaba defen-der, por ltimo, su sr individual, calumniado unas veces y mal com-prendido otras.

    A pesar de todo, discpulo de Hegel, no dejaba de alentar, mal desu grado, la gran idea. Tena como toda la Alemania de entonces, lanocin, inconsciente de un gran fin, no definido an, y si como unenfant terrible deca alto los secretos de la casa, poco despus se entu-siasmaba y crea con toda su alma en el triunfo prximo de su raza,Guardaos, -dice entonces,- mis queridos vecinos de la Francia; cuan-do ese da llegue, vuestras, horas estn contadas.

    El amor, por ltimo, es en Heine tambin rara mezcla, confusinextraa de sentimientos encontrados.

    Sus mujeres son, como las de Goethe, seres vivientes que se pa-sean por sus poemas; mujeres animadas por nervios y por arterias, y no

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    movidas por el resorte convencional de un cario anodino, incompren-sible casi siempre.

    Aquella mujer del Intermezzo, desengao primero de su vida, yfuente de su inspiracin primera, la hemos conocido todos. En losversos de aquel poema, collar de perlas, cuyo hilo retir el autor des-pus de formado, sin que la sarta se desgranara, como un crtico ilustrolo llama, hay algo de la historia de todos, y uno siente arder el rubor enlas mejillas al leer en la soledad sus estrofas. El poeta ha sorprendidosus secretos, y sus sufrimientos, esculpidos con mano segura, vibranall prisioneros en el rtmico molde de versos inmortales.

    La amargura ms inocente, la queja ms sentida anima todo el li-bro; mas despus, cuando el llanto se ha secado, cuando el esprituherido se revuelve contra quien le hiri con saa tanta, la burla ocupael lugar de los suspiros y el humour ms amargo, el veneno ms acresirve, en vez de lgrimas, de jugo a sus canciones.

    En toda mujer hay algo de demonio.Dichoso mortal -dice hablando de Lusignan- amante de Melu-

    sina, cuya adorada slo fue serpiente a medias!Su stira, fra siempre, cautiva por su sencillez en todas las oca-

    siones.Dice en el Regreso:Cmo puedes dormir tranquila sabiendo que yo vivo an? Mi

    vieja clera reaparece, y romper mi yugo.Conoces la vieja cancin? la cancin de un hombre muerto,

    que vino a media noche a buscar a su adorada y la arrastr al fondo dela tumba?

    Creme, hermosa nia, hermosa nia maravillosamente bella, yvivo y yo soy an ms fuerte que todos los muertos juntos.

    Su bufonera toma a veces un carcter melanclico que la hacean ms simptica; el gladiador, cansado de luchar, se queja, y susquejas penetran hasta el alma.

    La figura de Heine, compleja, universal y mltiple, se refleja ensus obras; su mente, apasionada de las luchas de su siglo, de los com-bates de su poca, se refugia buscando calma en los viejos recuerdos de

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    la patria; sus cantos tienen entonces la dulzura infantil de Novalis, laenrgica cadencia de las baladas de Brentano, y el mgico atractivo deTie1k.

    Es, como dice Gautier, el Apolo, a quien, si de un lado presta suluz el sol del Medioda, destaca por el otro su figura entre el resplandorargentado de la luna de las noches alemanas.

    Entonces, en su Romancero y en sus Nocturnos, sobre todo losfantasmas de los cuentos de su patria, Loreley, la rubia encantadora dela montaa, el rey Haroldo prisionero de la Ondina en el fondo de losmares, el paladn muerto en el campo de batalla, el caudillo moro, elespaol aventurero, el galn romntico, todos los hroes de la pasadaedad reaparecen evocados por su pluma, y cobran nueva vida y alientonuevo, animados por su inspiracin poderosa.

    Todo se agita en torno suyo; penetra en la selva oscura de laAlemania, y el hacha acerada de su genio esculpe, en las encinas ao-sas del sombro bosque, en vez de la estatua de Irmenrul, la figurasimptica de Apolo.

    Entonces, contemplando su obra, las lgrimas :mojan sus ojos;pero pronto, dice Nerval, su manga pintarrajada de bufn seca suslgrimas, y los cascabeles de la locura ahogan con sus ruidosos ecos elrumor de sus sollozos.

    No creis en mi llanto ni en mi risa, -dice Heine, - risa de hiena,lgrimas de cocodrilo.

    Pero, lo repetimos, a vueltas del amargo encono, que campeasiempre en la mayora de sus producciones, es Heine apasionado ycreyente, siempre original y atrevido, y aun en medio de sus amargasdiatribas contra su patria, conserva siempre hacia ella un cario respe-tuoso y austero.

    Seguro de su xito, no pide de sus contemporneos monumentos;slo pide sobre su sepulcro una espada, que l ha luchado como buensoldado en el combate del progreso eterno, son sus propias palabras:ese es el nico ttulo de gloria que exige y que reclama.

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    La misma Alemania atenda con expectativa ansiosa a las evolu-ciones del pensamiento de aquel su hijo prdigo desterrado en extran-jera tierra.

    Cuando la enfermedad le retena prisionero sobre su lecho, nin-guno de sus compatriotas volva de Francia sin rendir con su visita untributo de admiracin al gran poeta. Aristfanes se muere, deca Mr.Adolfo Starr contando su ltima entrevista con el gran poeta; y la Ale-mania entera lloraba en silencio aquella muerte de uno de sus genios.

    Llegado a Francia, joven, hermoso como una escultura de Fidias,armnico y feliz consorcio de la belleza helena y de la gracia hebraica,rebosando genio en sus escritos, gracia en sus conversaciones, dineroen las relaciones prosaicas de la vida, aquel Cristo, como l se llamaba,que slo admita infieles o creyentes, pero jams iguales, que tantasMagdalenas redimiera por el amor, espiraba, abandonado en su agonalenta, en una habitacin de aquel Pars que tanto le haba admirado, ydonde sus triunfos haban encontrado un teatro siempre dispuesto aaplaudir la galanura de su imitable estilo.

    Entonces su ltima inspiracin vol desde su mente al mundo.Los recuerdos de su patria y de los pasados tiempos, su Romance-

    ro, en una palabra, fue la primera de sus tres ltimas producciones.Despus, las Melodas hebraicas, en las cuales parece vibrar ms

    verdadera que en ninguna de sus obras su espritu de creyente, y en lascuales dice, hablando de Jehuda ben Halevy, el ms querido para l detodos los poetas:

    Que mi lengua quede pegada ardiendo a mi paladar, y que mimano derecha se seque, si yo alguna vez, Jerusaln, te olvido.

    Estas palabras de un salmo llegan hasta mi odo . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    Espectros de mis sueos, cul de vosotros es Jehuda ben Hale-vy de Toledo? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    Yo lo he reconocido en su frente plida que tan fieramente con-duce su pensamiento, en la dulce fijeza de sus ojos (que me miran contan inquieta atencin).

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    Sobre todo lo he reconocido en el misterioso sonrer de sus dul-ces y bellos labios, armoniosamente unidos como dos versos: los poe-tas solos los tienen parecidos.

    Este cantor bblico que amaba aquella Jerusaln que slo en sue-os haba visto, como el trovador Rudel a Melisandra, era simptico alos ojos de Heine, que ms que nunca, y acaso por primera vez, sentaen aquellas horas de soledad eterna necesidad de creer en un Dios, enel Dios de sus mayores.

    El Libro de Lzaro, su ltima produccin, es un relato de sus dasde fiebre y de sufrimientos, plagado de pginas bellsimas y de senti-mientos delicados. A veces su burla y su stira aparecer, pero su mofatiene cierto carcter melanclica, que entristece y abruma el nimo.

    Vos vens a verme? siempre original! deca a Berlioz, la-mentndose del abandono de sus amigos; y ms tarde escriba a TefiloGautier:

    No os apiadis demasiado de m; la vieta de la Revista de DosMundos, en que me han representado macilento y con la cabeza incli-nada como un Cristo de Morales, ha conmovido ya bastante cal mifavor la sensibilidad de las buenas gentes; yo quiero que me pintishermoso, como las mujeres bonitas. Vos me habis conocido cuandoera joven y floreciente; sustituid con mi antigua imagen esta efigielamentable.

    Sus ltimas producciones vibran burlescas, sin embargo, como sitemiera haber dicho demasiado con sus Melodas hebraicas.

    La nota esencial de su genio fue hasta la muerte su sangrientaburla por todo y contra todo.

    La misma Alemania, que jams lleg a perdonarle por completosus mofas constantes y sus frases incisivas, pareca como que sentaorgullo viendo el valor indomable, la serenidad de espritu con queHeine soportaba el martirio horrible de su agona interminable.

    JOS J. HERRERO.

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    LINTERMEZZO

    PRELUDIO

    Es en el antiguo bosque,Es en la selva encantada;Se respira, el grato aromaQue la flor del tilo exhala,Y fulgor maravillosoDe la luna solitaria,Mi corazn va llenandoDe delicias olvidadas.

    Andando voy, y a mi pasoEl aire rompe su calma:Es el ruiseor que amoresY penas de amores canta.

    Canta el amor y sus penas,Sus delicias y sus lgrimas;Y llora tan tristemente,Gme con dulzura tanta,Que mil sueos olvidados,En m mente se levantan.

    Sigo andando, y en un claroDe la selva abandonada,Ante m miro un castilloQue alza sus viejas murallas.Cerradas mir las rejas,Todo era tristeza y calma;Cre que tras de los muros

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    Slo la muerte habitaba.

    Vi una esfinge misteriosaAnte la puerta parada,Cuyo aspecto a un tiempo mismoAtraa y espantaba:De len era su cuerpo,De len eran sus garras,Y de mujer su cabeza,Sus flancos y sus espaldas.

    Una hermosa prometaDeleites con su mirada;De sus labios arqueados,En la sonrisa, vagabanPromesas halagadoras,Misteriosas esperanzas.

    El ruiseor en el bosqueTan dulcemente cantaba!Resistir no me fue dado,Y desde que en hora infaustaSell con un beso ardienteAquella boca de lava,Por un encanto invisibleMir sujeta mi alma.

    Viva tornse de prontoAquella marmrea estatua:Suspiros, tiernos suspirosDe su pecho se escapaban,Y con sed devoradora,Anhelante, apresurada,Bebi de mi ardiente beso

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    La devastadora llama.

    Vi que hasta el ltimo soplo,De mi vida ella aspiraba,Y que jadeante de goces,Entre sus robustas garrasMi pobre cuerpo cansadoOprima y desgarraba.

    Goce y placer infinitos!Dulce angustia! Dicha amarga!Mientras que de aquella bocaLos besos me embriagaban,Sus duras unas mi cuerpoSembraban de rojas llagas.

    -Oh bella esfinge! oh amor!-El ruiseor lejos canta.-Por qu, d tantos doloresA nuestras dichas enlazas?

    Revlame el triste enigma,Amor! esfinge adorada!Que hace muchos, muchos siglosQue en ellos piensa mi alma!-

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    I

    En mayo, cuando los grmenesRevientan de vida llenos,Cuando brotan las semillas,Brot el amar en mi pecho.

    En mayo, cuando las avesEntonan sus cantos bellos,Confes a mi dulce amadaMi pasin y mis deseos.

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    II

    Mis lgrimas se truecanEn perfumadas flores,Se tornan mis suspirosCanoros ruiseores;Las flores, si me quieres,Te entregarn su cliz perfumado,Y dejar escuchar ante tus rejas,El ruiseor su canto enamorado.

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    III

    Aves y luces y floresOtras veces am yo;T eres hoy mi amor tan solo,Nia de mi dulce amor;T, que eres a un mismo tiempoPara mi ardiente pasinLa estrella, y el blanco lirio,Y la paloma, y la flor.

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    IV

    Olvido mis sinsaboresCuando contemplo tus ojos,Y embriagado de amores,Al besar tus labios rojosCesan todos mis dolores.

    Si en tu seno me reclino,Me embarga goce divino;Mas ay! si dices te amo,La frente en silencio inclinoY amargo llanto derramo.

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    V

    Ven y apoya tu semblanteSobre mi semblante yerto,Para que en una se fundanLas lgrimas que vertemos.

    Tu corazn contra el moAprieta en abrazo estrecho,Para que abrasarlos puedaLa llama de un solo fuego.

    Y cuando de nuestro llantoCorra el torrente deshechoSobre la llama que ardienteVa nuestro ser consumiendo;Y cuando cia mi brazoTu talle leve y esbelto,En un trasporte de dichaEspirar satisfecho.

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    VI

    Quisiera que mi alma amanteGuardara de un blanco lirioLa corola perfumada,Y que la flor anhelanteEntonara en su delirioUna cancin a mi amada.

    Temblar la cancin debaY en crculos palpitantesAgitarse misteriosaComo el bezo de ambrosaQue en horas ay! ya distantesMe dio su boca de rosa.

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    VII

    Siglo tras siglo, en la alturaInmviles las estrellas,Al llegar la noche oscuraSe miran tristes y bellasCon amorosa dulzura.

    Su lenguaje luminosoPor el espacio se extiende,En el nocturno reposo,Mas ningn sabio comprendeSu lenguaje misterioso.

    Yo entiendo su voz calladaY siempre la entender,Que en el rostro de mi amadaY en la luz de su miradaMi diccionario encontr.

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    VIII

    Yo te llevar, bien mo,Sobre el ala de mis cantos,Te llevar hasta las frescasMrgenes del Ganges sacro;Que all conozco un retiroMisterioso y solitario.

    Un jardn all florece,Un jardn abandonado,De la luna misteriosaBajo los serenos rayos;Y en l, las flores del lotoSu hermana estn esperando

    Ren all los jacintosY contemplan a los astros,Y al odo se refierenLas blancas rosas, en tanto,Murmuraciones gozosasY sucesos perfumados.

    Las inocentes gacelas,Por escuchar sus relatos,Se van con ligera plantaHasta el jardn acercando,Y en los azules confinesDel horizonte lejanoSolemnes ruedan las aguasDel turbio ro sagrado.

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    All, bajo las palmeras,Detendremos nuestros pasos,Y su sombra misteriosaLlevar hasta nuestros prpadosSueos de calma inefableY de celestial encanto.

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    IX

    Soportar no puede el lotoDel sol los claros fulgores,Y con la frente inclinadaSoando espera la noche.

    La luna, que es su adoradaLo despierta con sus rayos,Y l descubre ante sus besosSu semblante perfumado.

    Y la mira y se enrojece,Y se eleva ante la brisa,Y llora y gime de amoresAgonizante de dicha.

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    X

    Por las ondas retratadaDel Rhin, que la cie amante,Se alza la torre elevada,De la catedral giganteDe Colonia la sagrada.

    Dentro del templo sagradoY sobre cuero doradoHay pintada una figura:Ella mi existencia oscuraDe fulgores ha llenado.

    Entre ngeles y entre floresSonren sus labios rojos,Y sus ojos seductoresSon iguales a los ojosDel ngel de mis amores.

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    XI

    No me quieres, no me quieres,Y no lloro tu desdn;Mientras yo vea tus ojosMs feliz que un rey ser.

    Que me aborreces me dicenTus rojos labios, mi bien!Djame besar tus labiosY as me consolar.

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    XII

    Oh! no jures y abrzame tan slo;No creo en juramentos de mujeres.

    Dulce es tu voz, mi bien! pero es ms dulce El beso que arrebato a tus desdenes. Yo te poseo, y juzgo las promesas Soplo vano que el viento desvanece.

    Yo creo en tus palabras de consuelo;Oh! jura, amada ma, jura siempre;Yo me juzgo dichoso al reclinarmeSobre tu seno de animada nieve;Yo creo, luz de la existencia ma,Que me amar tu pecho eternamente,Y todava aun ms, si el pensamiento,Algo ms que lo eterno soar puede.

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    XIII

    Sobre los ojos de mi bien amada,Cuntos hermosos cantos he escrito!Cunto terceto dulceHice a la boca de mi bien querido!

    Y qu cancin tan tierna y tan hermosa,Qu esplndido sonetoA su infiel corazn escrito hubiera,Si un corazn guardara all en su pechoSi un corazn all en su pecho tuvieraSi ella en su pecho guardara mi corazn.

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    XIV

    Cada da es el mundo ms absurdo. Es estpido el mundo! el mundo es necio! De ti dice, pequea hermosa ma, Que es irascible y desigual tu genio.

    Peor a cada instante te conoce; Es estpido el mundo! el mundo es necio! No sabe cmo enervan tus abrazos Y cmo abrasan tus ardientes besos.

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    XV

    Preciso es que t hoy al fin me lo confieses.Eres acaso t vano delirio,Sueo que del cerebro del poetaNace en las tardes del ardiente esto?

    Pero no, que una boca tan riente,Que miradas tan dulces y tan tiernas,

    Que un sr tan carioso, un ser tan bello, Jams pudo crearlos el poeta.

    Baslicas, dragones y vampiros,Endriagos y animales fabulosos,Del poeta la ardiente fantasaDeshacer y crear puede a su antojo.

    Pero t y tu malicia encantadora,Y tu cara riente y hechicera,Y tus dulces y prfidas miradasJams pudo crearlas el poeta.

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    XVI

    En todo el esplendor de su hermosura Como Venus saliendo de las ondas, Brilla hoy mi amada en toda su belleza, Celbranse hoy sus bodas.

    Paciente corazn! corazn mo!...No le guardes rencor por sus traiciones;Sufre y perdona a tu adorada loca,Tus horribles dolores!

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    XVII

    Rencor yo no te guardo,Aunque mi pecho herido se desgarra.Mi dulce amor perdido para siempre!El tocado nupcial hoy te engalana,Pero ni un solo rayo de tus joyasIlumina la noche de tu alma.

    Lo s hace mucho tiempo;Yo te he visto flotar en mis delirios;El fondo vi de tu alma, vi los spides.Que all serpean con ardor sombro,Y cmo t en el fondo desdichadaEres tambin, amada ma, he visto.

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    XVIII

    Si t eres desdichada, y te perdono,Ambos debemos ser desventurados!Hasta que al fin la muerte nos sorprenda.Debemos ser desventurados ambos!

    Veo la mofa, que voltea alegreEn torno de tus labios;Veo el brillo insolente de tus ojos;Veo el orgullo hinchandoTu seno, y miserable, miserableEres cual yo me digo sin embargo.

    Tus labios mueve sufrimiento oculto:Duerme una amarga lgrima en tus prpadosY en quejas tristes de secreta penaEst tu seno altivo rebosando:Amada de mi vida,Los dos debemos ser desventurados!

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    XIX

    Acaso ya has olvidadoQue fue mo en otro tiempoTu pequeo corazn?Tan bello y falso, que nadaNi ms falso ni ms belloNunca en el mundo existi.

    Acaso ya has olvidadoCuando a la par mi existenciaMinaban pena y amor?No s decir si ms grandeEra el amor o la pena;S que eran grandes los dos.

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    XX

    Si supieran las floresCun triste y laceradoEst mi corazn, derramaranDe sus perfumes, en mi herida, el blsamo.

    Si supieran las avesCun triste y cun enfermoEstoy, alegres cantosDieran, por distraer mi pena, al viento.

    Si las estrellas de oroConocieran mi pena,El cielo dejaran y a prestarmeConsuelos de fulgores descendieran.

    Pero ay! que nadie puedeConocer mi quebranto;Ella slo lo sabe,Ella, que el corazn me ha destrozado.

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    XXI

    Por qu, d, me dijiste, estn las rosasTan plidas? Por qu?Por qu en el verde csped las violetasTan marchitas se ven?

    Por qu en el aire cantaCon voz tan melanclica la alondra?Por qu los bosquecillos de jazminesDan a las brisas funerario aroma?

    Por qu con luz tan triste y tan heladaEl sol el prado alumbra?Por qu la tierra todaSombra y gris est como una tumba?

    Por qu estoy yo tan triste y tan enfermo?Amada de mi vida, dmelo.Oh, dme, s, por qu me abandonaste,Amada de mi ardiente corazn?

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    XXII

    Cunto aumentaron mi pesada cuentaCon sus quejas, mi amor!Mas lo que abruma en realidad mi almaNo te lo han dicho, no.

    Ante t la cabeza sacudieronCon aire grave y docto,Y me llamaron diablo en tu presenciaY lo creste todo.

    Y con todo, mi bien! lo ms amargo,Eso no te lo han dicho;Lo peor, lo ms necio, lo ms triste,Est en mi corazn bien escondido.

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    XXIII

    Los tilos florecanCantaba el ruiseor;Rea en el espacioAlegre el claro sol;Tu brazo contemplabaCeido en torno mo,Y alegre me estrechaste contra el pecho,Por el amor y la ventura henchido.

    Caan ya las hojas;Crecan los arroyos;El sol nos contemplabaCon apagados ojos,Helados nuestros labiosUn fro adis dijeron,Y t me hiciste con gentil finuraEl ms ceremonioso cumplimiento.

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    XXIV

    Mucho, m bien, nos hemos adorado,Y con todo, jams nos ofendimos.Siendo nios, hermosa, cuntas vecesA la mujer jugamos y al marido,Y nunca. sin embargo, en nuestros juegosQuedamos disgustados ni aburridos.Ms tarde, en los azares de la vidaHemos gozado juntos y redo,Y tiernos besos como en otros dasSellaron a la par nuestro cario.Por ltimo, el recuerdo despertandoDe la niez dichosa, que perdimosJugando al escondite, las praderasY la selva y el bosque hemos corrido,Y escondernos supimos de tal modoQue nunca hemos de hallarnos, dueo mo.

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    XXV

    Fuiste fiel a mi amor; por mucho tiempoInters inspirronte mis penas,Y amante, consolaste y asististeMi dolor y mi angustia y mis miserias.

    T me diste manjares y bebidas;T llenaste mi bolsa de dinero,Y ropa y pasaporte para el viajeMe preparaste con celoso anhelo.

    Amor mo! que Dios por muchos aosTe preserve del fro y del calor,Y que nunca del bien que t me has hechoTe recompense Dios.

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    XXVI

    Mientras yo mi regreso retardabaEn tierra extraa delirando loco,Parecile a mi bien larga la espera,Mandse preparar nupcial adorno,Y el arco amante de sus lindos brazosAl ms necio tendi de los esposos.

    Es mi amada tan dulce y tan hermosa!Aun su imagen fulgura ante mis ojos;De los suyos, las frescas violetas,Las rosas inmarchitas de su rostro,Y el lirio de su frente inmaculadaFlorecientes se ven el ao todo.Creer que pude alejarme yo del ladoDe ser tan celestial y tan hermoso;Creer que alejarme pude, fue el ms grandeY necio error de mis errores todos.

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    XXVII

    Angel de mis amores, cuando duermas,En la fosa sombra,Yo bajar a tu lado, y en tu tumbaMe clavar en silencio de rodillas.

    Con fuerte abrazo te sujeto, loco;T ests muda y helada;Gemidos palpitantes y suspirosEn confuso rumor m pecho exhala.

    Es media noche: en grupos pavorosos,Los muertos van danzando;Slo en el fondo de la tumba heladaNosotros quedaremos abrazados.

    Y cuando llame la eternal trompetaLos muertos al tormento o a la dicha,Nosotros en la tumba quedaremosPara siempre abrazados vida ma.

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    XXVIII

    Un pino se alza en la cumbreDe un monte del Norte helado.Suea; la nieve y el hieloLo envuelven con su sudario.

    Suea con una palmeraQue en el Oriente lejano,Se alza solitaria y tristeSobre un pen abrasado.

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    XXIX

    -Ay! si yo fuese -la cabeza dice-El escabel tan slo de tus plantas,Me hollaran tus pies, y de mis labiosNi una queja tan slo se escapara.

    -Ah! -dice el corazn- si el acericoFuese yo donde clava sus agujas,Sangre me arrancaran sus punzadas,Y tal dolor juzgara yo ventura.

    -Ah! si el roto papel -la cancin dice-Fuera yo con el cual sus trenzas riza,Cun quedo, en sus odos murmuraraCuanto vive en mi sr y en m respira!

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    XXX

    De mi labio huy la risa.A la par que ella de m;A mi lado llueven chistes,Pero no puedo rer.

    Tampoco el llanto a mi pechoConsuelo le presta ya;Mi corazn se desgarra,Pero no puedo llorar.

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    XXXI

    De mis penas voy formandoMil canciones, que agitandoSu bello plumaje de oro,Al corazn van volandoDe la que sufriendo adoro.

    Y despus que all han llegado,Tristes vuelven a mi ladoY se aumenta mi afliccin,Y no dicen qu han halladoDentro de su corazn.

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    XXXII

    Olvidar jams yo puedoMi amor, mi dulce adorada,Que fueron en otros dasMos tu cuerpo y tu alma.

    Yo aun quisiera de tu cuerpoLa esbeltez encantadoraPoseer; pero tu alma,Tu alma, nia, es otra cosa;Que la entierren si les place...Me basta la ma sola!

    Mi alma, amor de mis amores!Que yo en dos partir deseo,Infiltrar media en tus venas,Y unirme a ti en lazo eterno,Para formar para siempreUn todo de alma y de cuerpo.

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    XXXIII

    Gentes endomingadas se pasean,Por bosques y por prados,Con gritos de alegra y con cabriolasLa natura esplendente saludando.

    Miran con dulces ojos la romnticaFlora que nace, los verdores nuevos;Van del gorrin la lenta melodaEn sus largas orejas absorbiendo

    Yo en tanto, triste, en mi ventana corroCortinaje sombro;Me vale en pleno da una visitaDe mis espectros ay! siempre queridos.

    Mi muerte amor tambin al cabo llega;Viene del reino en que la sombra vaga,A mi lado se sienta, y en silencioMi pecho traspasando van sus lgrimas.

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    XXXIV

    Imgenes venturosasDe los tiempos de mi dichaSalen de la tumba, y veoCul fue, junto a ti, mi vida.

    Soando yo por las callesVagaba durante el da;Con lstima y con espantoLos vecinos me vean.Tan demacrado y tan tristeMi semblante apareca!

    Era mejor por la noche,Desiertas las calles fras,Errbamos yo y mi sombraEn callada compaa.

    Con paso sonante el puenteMidiendo mis plantas iban;Traspasando con sus rayosLas nevadas nebecillas,La luna me saludabaCon seria melancola.

    Ante tu ventana inmvilesMis plantas se detenan,Y tu ventana mirando,Sangre el corazn verta.

    Yo s bien que muchas noches

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    Desde tu ventana, nia,Me has mirado, y que has podidoVer, a la luz indecisaDe la alta luna, mi sombraComo una columna flia.

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    XXXV

    Un joven ama a una niaQue de otro ansa el amor,Pero ste se une con otraEn quien cifra su ilusin.

    Con cualquiera se une entoncesLa olvidada, en su rencor,Y la pena hiere el pechoDel que primero la am.

    Vieja historia que renaceDel mundo entre el ronco hervor,Y que a aquel a quien sucedeLe destroza el corazn.

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    XXXVI

    Cuando llega hasta mi odoLa cancin ay que mi amorCantaba en tiempo que ha huido,Parceme que rendidoVoy a morir de dolor.

    Una aspiracin oscura,Del bosque triste a la alturaCon fuerza extraa me gua,Y all, en llanto de amarguraSe trueca la pena ma.

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    XXXVII

    So: era una princesa de mejillasFrescas, hmedas, plidas.Bajo los verdes tilos reclinados,Nuestros amantes brazos se enlazaban.

    -El trono de tu padre no deseo,Ni su cetro de oro ,Ni anso su corona de diamantes:Yo quiero, flor de amor, tu amor tan slo.

    -No es posible, -me dijo;- de la tumbaYo habito el fondo helado.Slo de noche a ti venir yo puedo,Y vengo porque te amo.

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    XXXVIII

    Eterno amor de mi vida!Era una noche serena;Sentados juntos estbamosEn una nave ligera,Y cruzbamos en calmaPor mar tranquila inmensa.

    Las islas de los espritusDibujaban sus riberasBajo la luz de la luna,Que el ter cruzaba lenta;Llegaban de all las brisasDe dulces acordes llenas,Y all nebulosas danzasCruzaban el cielo areas.

    Los misteriosos sonidosCada vez ms dulces eran;A cada instante la danza

    Cruzaba ms placentera,Y ay! sin embargo, nosotros,Devorados por la pena,Sin esperanza bogbamosPor aquella mar inmensa.

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    XXXIX

    Te am, y te amo todava,Y si el mundo sucumbiera,Entre su ruina arderaY hasta el cielo subiraDe mi amor la eterna hoguera.

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    XL

    De la aurora a los fulgoresCruzaba el jardn hermoso,Cuchicheaban las flores;Yo pensando en mis doloresCaminaba silencioso.

    Las flores, que murmuraban,Con compasin me miraban:-No aborrezcas anhelanteA nuestra hermana, -gritaban,-Sombro y plido amante.

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    XLI

    Mi pasin desesperadaBrilla en su lujo sombroComo una historia arrancadaAl Oriente, y relatadaEn una noche de esto

    Por un jardn caminabanDos amantes: no sonabanNi un rumor ni voz alguna;Los ruiseores cantaban;Brillaba la casta luna.

    Ella se par gozosa;A sus pies el caballeroHundi la frente orgullosa;Mas... vino el gigante fieroY huy temblando la hermosa.

    El doncel ensangrentadoAl cabo rueda sin bro;El gigante se ha ocultado;Enterrad mi cuerpo fro,Y est el cuento terminado.

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    XLII

    Cunto me han hecho sufrir,Y llorar y padecer,Las unas con su cario,Las otras con su desdn!

    Sobre mi pan y mi copaDerramaron el dolor,Las unas con su del precio,Las otras con su pasin.

    Mas la que con ms tormentosLogr mi vida amargar,Ni despreci mis amores,Ni amor me tuvo jams.

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    XLIII

    Tu rostro, dueo adorado,Besa el esto brillanteCon su fulgor sonrosado,Y en tu pecho, palpitanteEst el invierno encerrado.

    Mas tal vez, pronto, bien mo,Como nada existe eterna,Extender el hado impoSobre tu rostro el invierno,Sobre tu pecho el esto.

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    67

    XLIV

    Cuando a dos que se idolatran,Separa el destino adverso,Lloran y se dan la mano,Y suspiran sin consuelo.

    No lloraron nuestros ojos,Ni nuestros labios gimieron;Llanto y suspiros de penaNos atormentaron luego.

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    68

    XLV.

    Hablaban del amor, problema eterno,Junto a una mesa, donde el t humeaba,Haciendo de l, esttica los hombres,Sentimiento las damas.

    Siempre el amor platnico ser debe,Dijo con calma el flaco consejero;La consejera suspir al orlo,Mientras huy un suspiro de su pecho.

    Entre bostezos murmur el cannigo:El amor sensal es vil pecadoQue el alma pierde y la salud destroza.Por qu? pens la joven entretanto.

    Ay! -dijo la Condesa- amor fue siemprePasin que eleva al infinito el alma.Y despus al Barn, tierna y amable,Con cortesa present una taza.

    Aun quedaba un lugar junto a la mesa, Y faltabas, bien mo,

    T, que tambin tus sabias opiniones,Tal vez, sobre el amor, hubieras dicho.

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    69

    XLVI

    Estn envenenadas mis canciones,Cmo no, vida ma?T el veneno has vertidoSobre la flor hermosa de mi vida.

    Estn envenenadas mis canciones,Y cmo no, bien mo?Serpientes mil mi corazn enlazan,Y en l vas t adems, dueo querido.

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    70

    XLVII

    Volv a soar bajo los altos tilos;Hermosa noche estbamos,Y de amor y de dicha en el exceso,Fidelidad eterna nos jurbamos.

    Segua la promesa a la promesaEntre sculos ardientes;Porque yo no olvidase un juramento,Sealaste mi mano con tus dientes.

    Oh! Dulce bien de los azules ojosY blanca dentadura,El juramento, a mi entender, bastaba;Sobraba, a no dudar, la mordedura.

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    71

    XLVIII

    A la cumbre sub, y ardi6 en mi pechoSentimental locura:-Si un pjaro yo fuese,-Exclam suspirando con ternura,

    Si fuera yo la golondrina errante,Hacia t volara,Y mi pequeo nidoDe tu ventana en la cornisa hara.

    Hacia t volara nia hermosa,Si fuera ruiseor,Y en la enramada oyerasDe noche las canciones de mi amor.

    Y si un canario fuese, tambin, loco,Hacia tu corazn volando fuera,Que s, mi bien, que los canarios amas,Y que te alegra su cancin parlera.

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    72

    XLIX

    Lloraba porque en sueosTe contemplaba muerta;Despierto al fin me v, copioso llantoSurcaba ardiente mis mejillas yertas.

    Lloraba porque en sueosV que me abandonabas;Despus de despertar, aun mucho tiempoVert en silencio lgrimas amargas.

    Lloraba porque en sueosMir que aun me queras;Despert, y el torrente de mis lgrimasAun corre por mis plidas mejillas.

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    73

    L

    Todas las noches, en mis tristes sueos,Sonriendo te miro,Y caigo, amante, suspirando locoAnte tus pies queridos.

    Me miras con tristeza, sacudiendoTu cabecita rubia,Y por tus ojos de tu amargo llantoCorren las perlas hmedas.

    Y me dices muy bajo una palabra,Y de rosas me entregas blanco ramo,Y al despertar el ramo ya no existeY la palabra aquella he olvidado.

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    74

    LI

    Revuelve el viento la lluviaDe la noche entre las sombras:Qu har el ngel de mi vida?Qu har mi amor a estas horas?

    Yo la veo en su ventanaLlenos los ojos de llanto,Sus pupilas celestialesEn las tinieblas clavando.

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    75

    LII

    La selva azota viento penetrante;Muda la noche tiende su sudario;En capa gris envuelto, palpitanteCruzo a caballo el bosque solitario.

    Mis locos pensamientos bulliciososA mi corcel le sirven de avanzada,Y ligeros me llevan, y gozosos,Hasta el rico palacio de mi amada.

    Ladran los perros con inquieto bro;Con antorchas los pajes aparecen;Subo, y sobre el marmreo graderoMis espuelas sonando se estremecen.

    En cmara de luces adornada,Entre un ambiente tibio y perfumado,Mi dulce bien espera mi llegada,Y entre sus brazos caigo enamorado.

    En tanto, el viento lgubre murmuraEntre las ramas de la vieja encina:Dnde vas, paladn de la locura?Dnde tu loco sueo te encamina?

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    76

    LIII

    De su luciente moradaSe ha desprendido una estrella;El astro de los amoresQue desciende hasta la tierra.

    De los bosques se desprendenBlancas flores y hojas secas,Que arrastran regocijadosLos vientos en su carrera.

    Canta el cisne en el estanqueY de la arilla se aleja;Calla su voz, y en las aguasSu fosa lquida encuentra.

    Huyeron hojas y flores;Todo es silencio y tinieblas;El astro se hundi en el polvo;La voz de cisne no suena.

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    77

    LIV

    Un sueo me ha trasladadoA un castillo gigantesco,Donde, entre tibios vaporesY fulgores y destellos,Muchedumbre abigarradaInvada con estruendoEl laberinto confusoDe ricos compartimientos.Buscaba la turba plidaLa salida, con anhelo,Retorcindose las manosY con angustia gimiendo.Se mezclaban con la turbaLas damas y caballeros,Y yo mismo me vi prontoEn aquel tumulto envuelto.

    De pronto me encontr solo,Y me pregunt en silencioCmo pudo aquella turbaDesvanecerse tan presto.Corr; cruc desaladoIntrincados aposentosQue a mi vista se extendanEn laberinto siniestro.Eran cada vez mis pasosMs pesados y ms lentos;Invada helada, triste,Fra angustia mi cerebro,Y de hallar una salida

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    78

    Ya dudaba en mi despecho.Veo al fin la ltima puertaAbrirla anhelante intento;Mas quin oh Dios! me detieneCuando salvarme deseo?

    Era mi amada, que estabaAnte la puerta en silencio,Con el suspiro en los labiosY en la frente el desconsuelo:Volv hacia atrs, que me hacaSu mano signo siniestro;Pero era aviso o reproche?No poda comprenderlo.Brillaba en sus claros ojosTan dulce y amante fuego,Que aceler sus latidosMi corazn en el pecho.Y mientras que me mirabaCon aquel aire severo,Mas tan lleno de dulzuraY amor, me encontr despierto.

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    79

    LV

    En noche fra y triste, paseabaPor el bosque sombro mi tristeza,Y el rbol que a mi paso despertaba,Compasivo inclinaba la cabeza.

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    80

    LVI

    Yacen bajo la tierra los suicidas,Al final de la negra encrucijada,Y all crece una humilde florecilla.La flor azul del alma condenada.

    Era la noche silenciosa y muda;Llegu a la encrucijada suspirando;Ante el fulgor de la amarilla lunaAquella flor azul mir oscilando.

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    81

    LVII

    Me envuelve la sombra oscura,Desde que tus ojos bellosNo alumbran con sus destellosMi camino de amargura.

    Del amor y la alegraNo veo el astro brillante;Tengo el abismo delante;Trgame, noche sombra.

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    82

    LVIII

    Plomo en mi boca, en mi pupila sombra,La mente entorpecida,Y el corazn cansado,En el fondo de un fretro gema.

    Despus de haber dormido mucho tiempo Se despert mi alma.Me pareci que oaAlguno que a mi tumba se acercaba.

    -No quieres levantarte, Enrique mo?El da eterno brilla,Los muertos ya se alzaron,Comienza al cabo la perpetua dicha.

    -No puedo levantarme, amada ma;Mrame bien, soy ciego;Tanto por t he llorado,Que al fin mis ojos se quedaron secos.

    -Enrique, con mis besos, de tus ojos Ahuyentar la noche;Es preciso que veasLos ngeles y el cielo y los fulgores.

    -No puedo levantarme, amada ma;La herida que tu lenguaAbri en mi pecho amante,Aun mana sangre y permanece abierta.

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    83

    -Sobre tu corazn tan slo, Enrique,Apoyar mi manoNo manar ms sangre;De aquella herida quedars curado.

    -No puedo levantarme, amada ma:Tengo herida la frente;Una bala de plomo met en ellaCuando me enloquecieron tus desdenes.

    -Enrique, con los bucles de mi peloYo cerrar tu herida,Restaar tu sangreY volver a tu pecho la alegra.

    No pude resistir; era tan dulceLa voz que me llamaba,Que quise levantarmeY correr al encuentro de mi amada.

    Y se abrieron de pronto mis heridas,Y la sangre mis sienes y mi pechoAneg en turbulentas oleadas,Y despert llorando de mi sueo.

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    84

    EPLOGO

    Enterrar quiero mis cantos,Quiero enterrar mis quimeras;Fretro insondable quiero,Fosa necesito inmensa.

    Ha de guardar muchas cosasEl atad bajo tierra;Quiero que tenga ms fondoQue el tonel de Heidelberga.

    Buscadme fretro duro,De planchas fuertes y espesas,Aun ms largo que el gran puenteQue hay sobre el Rhin en Magencia.

    Y buscad doce gigantesDe ms vigor y ms fuerzaQue el enorme San CristbalQue hay de Colonia en la iglesia.

    Que lo arrojen al profundoSeno de la mar inmensa;Que tal atad, tal fosaEs necesario que tenga.

    Sabis ay! por qu es precisoQue enorme el fretro sea?Porque en l enterrar quieroMis amores y mis penas.