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EL MAR DEL NORTE HEINRICH HEINE

Heine, Heinrich - El Mar Del Norte

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  • EL MAR DEL NORTE

    HEINRICH HEINE

    oviu

    oviu

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  • 3PRLOGO.

    Confieso que en otro tiempo gustaba yo poco de Enrique Heine,considerado como poeta lrico. Nunca dej de admirar su prosabrillante y custica, y siempre le tuve por el primero de los satricosmodernos, pero la delicadeza incomparable de sus canciones o Liederse me escapaba. A otros habr acontecido lo mismo, aunque no tengantanta franqueza como yo para declararlo. Pero el gusto se educa, y nosoy yo de los que maldicen y proscriben las formas artsticas que noles son de fcil acceso, o no van bien con nuestra ndole ypropensiones. As es que nuevas lecturas de Enrique Heine no slo mehan reconciliado con sus versos, sino que me han convertido en el msferviente de sus admiradores y el ms deseoso de propagar suconocimiento en Espaa. Por lo cual, y aprovechando la ocasin queme presenta mi excelente amigo el Sr. Herrero, al dar a luz, porprimera vez en rima castellana, todas las obras poticas del insignevate alemn, voy a ponerme bien con mi conciencia y a desagraviar aHeine de antiguas ligerezas mas, que afortunadamente no estn es-critas en ninguna parte, pero que no dejan de pesarme como si loestuvieran.

    La obra potica de Heine es muy copiosa y variada, aunque lascomposiciones sean generalmente breves. De aqu nace la dificultad deencerrarlas todas bajo una frmula y un juicio, y de aprisionar en lasredes de la crtica a este Proteo multiforme. Apenas hay afecto delalma moderna que no tenga su eco vibrante en alguna estrofa de Heine;pero son tan rpidas y, por decirlo as, tan etreas impalpables lasalas de su numen, que, apenas han rozado la superficie de nuestroespritu, se alejan, dejndonos slo cierta especie de polvillo sutil, quees cosa imposible reducir al anlisis. Por eso yo no entenda alprincipio a Heine, y ahora que no me empeo en descomponerlo y letorno como es, creo entenderle. Educado yo en la contemplacin de lapoesa como escultura, he tardado en comprender la poesa comomsica. Admir siempre en Heine la perfeccin insuperable de la frase

  • 4potica, lo bruido y sobrio de la expresin, pero casi siempre meparecan sus cantos vacos de con y tenido y realidad. Y, aun pasandoms adelante, me parecan hasta inspidos y vagamente sentimentales,recrendome a lo sumo los rasgos irnicos, que forman, por decirlo as,el elemento msculo de esta poesa.

    Conviene que tengamos todos alguna pasi6n literaria por tal ocual poeta determinado. Sin esta pasin no hay calor, y la produccinsera imposible. Este autor, objeto de esa devocin familiar, importapoco quin sea: lo nico que importa es que pertenezca a la categorade los ingenios prceres y eminentes. Muchas puertas llevan a la en-cantada ciudad de la fantasa: no nos empeemos en cerrar ninguna deellas, ni en limitar el nmero de los placeres del espritu. No es plsticala poesa de Enrique Heine, pero encierra misterios de sentimiento yrecnditas armonas, no concedidas a la lnea. La misteriosa virtud deesta poesa no penetra por los ojos, pero empapa con tenue roco elalma. Todo se encuentra en esos versos, pero volatilizado y aeriforme.Cada lector va poniendo a esa msica la letra que su estado de nimo lesugiere. Enrique Heine no hace ms que apuntarla, y pasa a tocar consu varita mgica otra cuerda del alma. Pero en esa poesa de filamentostan tenues ha tramado el maligno encantador una red de ensueos, y dedolores, de cuyas mallas, que a primara vista parece que un niorompera, no hay corazn humano que se escape, porque todosencuentran all algn fragmento de su propia historia., Hechizosingular, maravilloso poder el de esas gotas de licor refinadsimo,encerradas en un cristal tan trasparente! Quien con mano distrada abreel libro y empieza a hojear esas composiciones tan sin asunto (segn elmodo vulgar de entender el asunto), siente a poco rato levantarse vocesinteriores que responden a la voz del poeta, y moverse en su memoriatempestad de hojas secas, y dar lumbre todava el mal apagadorescoldo. Agnosco veteris vestigia flamme. Ah est el fundamento dela inmortalidad de Enrique Heine. Sus audacias de polemista, susarranques, humorsticos, pasarn en gran parte con las circunstanciasque los engendraron; qu digo? estn pasando ya, y quiz quedenalgn da reservados para regalo de los eruditos. La humanidad que

  • 5olvida todo lo que destruye y no edifica; la humanidad que lee poco aLuciano y que cada da va leyendo menos a Voltaire, quiz olvidar loselocuentes y deslumbradores pamphlets de Heine, y la iniquidad conque derram sobre propios y extraos el lauro la ignominia,destrozando un da lo que el anterior haba ensalzado. Esas pginavindicativas y sangrientas; esos gritos colricos de Heine en lo que 1llamaba el combate por la humanidad, todo ese tumulto de polvo y deguerra que parece rumor de muchos caballos salvajes, pero de razainmortal, lanzados a pisotear con sus cascos cuanto la humanidad amay reverencia todo esto, digo, tuvo su hora, y pas: todo esto tuvo sufuerza corrosiva, y ya se va gastando y amortiguando.

    Yo no s si nuestros nietos leern todava la Alemania: de fijo nola leern los jvenes ni las mujeres, pero s que el pino del Nortesoar eternamente con la palmera oriental; y que cuando se hayanapagado los ltimos ecos de la terrible cancin con que hilaban suvenganza los tejedores de Silesia, proseguir brillando aquella trmulaestrella de amores que descendi del cielo a la tierra, como leemos enel Intermezzo. Dichosa inmortalidad la del poeta, por quienreverdecer en el corazn de las generaciones futuras, coronndose encada nueva primavera de flores y de fruto nuevo, el rbol de laesperanza y de los recuerdos!

    Y grande debe de ser, sin duda, el oculto prestigio de esos versos,capaces todava de conmover en lengua extraa, con rimas nuevas, yhasta destituidos a veces del halago mtrico. Parece como que laesencia de estos Lieder, por lo mismo que es tan espiritual y recnditay que no est pegada a los pices de la diccin, ni envuelta en eltornear de la frase, sobrenada siempre como el aceite sobre el agua, yhasta en la prosa francesa de Gerardo de Nerval se siente y percibe.Que es condicin de la belleza eminente no ser de la que los fillogosguardan para fruicin suya, ni de la que te pierde por adjetivo de ms ode menos, sino de la que resiste a todas las manos que la trabajan yreproducen, y por ser su raz universal y humana, es tambincomunicable y difusa en alto grado, y es a un mismo tiempo la mstraducible y la ms intraducible de todas las creaciones del arte. No se

  • 6traduce el sonido de las slabas, pero se traduce su vibracin en elalma, que es lo que importa. Lo dems, fcilmente lo adivinarquienquiera que tenga sentido potico.

    Enrique Heine es el ltimo de los grandes poetas de este siglo, elms prximo a nosotros, y quiz por eso el ms amado de muchos.Slo Alfredo de Musset comparte con l el cario de los que en lageneracin joven todava se apasionan por las cosas de arte. Y hay enverdad evidentes relaciones entre los dos poetas, sobre todo por ser unoy otro poetas sinceros, si alguna vez los hubo, y tales que el tiempo,gran depurador de las cosas, deja hoy en pie su obra casi ntegra, alpaso que ha marchitado no pocas languideces del lirismo lamartiniano,y tanta falsedad intrnseca y tanto oropel teatral corno se alberg bajoel esplndido manto de armonas y de colores, tejido por la Musa deVctor Hugo. Qu ms? hasta los piratas de lord Byron vanpareciendo inofensivos, en comparacin con el pirata interior, con eldemonio tenaz del pensamiento, que el poeta llevaba consigo y que,cuando hablaba por su cuenta, le haca ser mil veces ms elocuente quetodos los Laras, Canes y Sardanpalos. En vano prosigue Vctor Hugo(el ltimo superviviente de los poetas romnticos) martillando sobre elyunque donde se forjan los alejandrinos centelleantes. El tiempo de losrugidos de ttan ha pasado, y ya no espantan sino a los nios. ElSouvenir de Musset vive en todas las memorias, y en cambio, quinrecuerda hoy una sola estrofa de las Orientales?

    Por el contrario, nada ms fresco a la hora presente que ElRegreso, La Nueva Primavera, El Mar del Norte y El Romancero, deHeine. Nunca la mezcla de espontaneidad y de reflexin ha llegado enel arte moderno a ms alto punto. Nunca se ha alcanzado ms profundoefecto con medios ms sencillos, con historias casi triviales de amor.Nunca ha florecido una poesa ms intensamente lrica, y msdesligada de las condiciones de raza y de tiempo; ms propia, en suma,para servir de expresin palpitante a sentimientos de todos los pueblosy de todas las latitudes. Nunca ideas y afectos ms flotantes, msondulosos, ms difciles de aprisionar en la tela de oro y seda que tejela palabra rtmica, han venido tan dciles al conjuro, del poeta. Nunca

  • 7manos escpticas han tocado con tanto amor las luminosas quimeras dela vida.

    Todo, hasta el ms fugitivo movimiento del nimo, se cuaja aquen forma traslcida. La naturaleza no est directamente y como objetosino, reflejada en el alma del poeta. Los aromas del Oriente perfumansus cantos: el ruiseor de Hafiz vuelve a sonar en sus verjeles: ruedansolemnes las aguas del Ganges sagrado, donde la simblica flor delloto aguarda el beso de la luna: cruzan entre las nieblas del Norte losdioses de la Grecia desterrados; y la austera sombra de nuestro Jehu-d-Lev de Toledo se levanta como llameante columna que guiaba a lacaravana de Israel por su nuevo destierro. La misma extraa mezcla desangre y de educacin que haba en Enrique Reine contribuye a darperegrin sabor a estas poesas. Hebreo por raza, alemn pornacimiento, francs por larga residencia y por algunas partes (no lasmejores) de su genio, busc en el Medioda calor, luz y libertad para supoesa meditabunda y germnica. De todo ello result un fruto acre ypicante, y a la vez sabroso y tierno, que quiz nunca volver a darse enel mundo, porque las condiciones en que se dio no son de las que seprocuran artificialmente. Y no es una de las menores glorias deEnrique Heine el ahuyentar eternamente la turba grrula de losimitadores. Heine sin la irona no es ms que medio Heine; y la ironaheiniana, lo mismo que la irona socrtica, ni se imita, ni se parodia.Fue (como ha dicho ingeniosamente uno de los crticos de su nacin,que no acaban de perdonarle de buen grado sus ofensas a ella) unruiseor alemn, que hizo nido en la peluca de Voltaire.

    A tan soberano autor nos presenta traducido en verso castellano eljoven y distinguido poeta valenciano D. Jos J. Herrero. A quien conempresa de tal magnitud se estrena en la repblica de las letras, pocopueden halagarle los elogios de rigor en un prologuista y en talesocasiones. No aspira ciertamente el Sr. Herrero al lauro de laperfeccin en intento tan difcil y en tan copioso nmero de versos.Pudo conseguirla Florentino Sanz en una docena de cancionesescogidas y cudalas con particular esmero pero en una obra larganadie escapa de inevitables desigualdades. As y todo, comprese esta

  • 8versin del Intermezzo, con las cinco o seis que hasta ahora tenemos encastellano, y, a mi entender, se la encontrar ms potica y ms fiel quelas restantes. La traduccin de las colecciones posteriores, todava meagrada ms, porque la mano del traductor corra ms suelta yejercitada, y haba llegado el Sr. Herrero a identificarse ms con elespritu del original que traduca. Pueden notarse, en verdad, algunosversos flojos o faltos de cadencia y nmero, tal o cual, expresinprosaica y alguna no muy propia; defectos fcilmente perdonablescuando el conjunto agrada y da una idea bastante exacta de las bellezasde los Lieder. Por mi parte, slo aconsejar al Sr. Herrero que procureacercarse todo lo ms posible a la frase alemana, en los casos en queesta difiere del texto en prosa que el mismo Heine autoriz en Pars,modificndole con frecuencia l o su traductor por escrpulos yconsideraciones nimias al meticuloso gusto francs, que no debenhacernos fuerza en Espaa.

    Aunque sus propios versos originales no lo acreditaran, bastaraesta versin para dar al Sr. Herrero crdito y nombre de poeta. Sueducacin literaria, sana y severa, basada principalmente en el estudiode los modelos de las literaturas inglesa y alemana, nos hace esperar del que ha de trasladar con feliz xito a nuestra literatura, bien ne-cesitada hoy de savia vigorosa, elementos nuevos y dignos de vivir yflorecer bajo todos los climas.

    M. MENNDEZ Y PELAYO.Junio de 1883.

  • 9NOTICIA

    ACERCA DEENRIQUE HEINE.

    I.

    Despus de Goethe, que resume todos los trabajos de la literaturade su patria, y de Hegel, que compendia todos los esfuerzos y lasinquisiciones de los metafsicos durante ms de medio siglo, esperaba ala historia del pensamiento en Alemania una transicin brusca, unacrisis suprema, un momento de terrible vacilacin y de intranquilidadprofunda.

    La serenidad del genio de Goethe y la tranquilidad de Hegelencubran cuando menos los pensamientos de lucha del genio nacional.Pero muertos los maestros, corrironse los velos, huyeron las ilusiones,y fue preciso comprender, aunque tarde, que de aquella generacin,nutrida por ellos, por ellos educada, brotaba una Alemania nueva, hen-chida de aspiraciones no definidas, y llena la mente de quimeras y deinciertos ideales.

    Una sola cosa apareca clara entre l vago despertar de susaspiraciones; un deseo apareca formulado: dejar el campo de laabstraccin y penetrar con pie firme en el estadio fecundo siempre dela realidad.

    Un escritor existe que resume fielmente la agitacin de aquellapoca: Enrique Heine.

    Naci el gran poeta en Dsseldorf, a orillas del Rhin, de unafamilia considerada con justicia en su patria, y en la cual contaba porparte de madre mdicos ilustres, y negociantes acaudalados por partede su padre.

    Enrique, el mayor de cuatro hermanos, una hembra y dos varones,mdico en Rusia el uno y oficial el otro al servicio de la Austria, perdi

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    bien pronto al autor de su sr, y qued sujeto a la autoridad de un topaterno, el banquero Salomn Heine, notable por su generosidad y porlo inmenso de su fortuna, que deshered ms tarde al poeta por susaficiones poco serias y por su falta de sentido prctico.

    Esto haca exclamar al autor del Reisebilder.Tengo derecho a ser inmortal; he comprado por diez y seis millonesmi asiento en el Parnaso.

    Los bigrafos todos colocan en enero de I8oo la fecha delnacimiento de Heine; es indudable sin embargo, si nos atenemos almismo dicho del vate en una carta a Saint-Ren Taillandier, que nacien 12 de diciembre de I799, Y que la inexactitud cometida por cuantossostienen el anterior aserto fue ocasionada voluntariamente para salvaral poeta del servicio del rey de Prusia en la poca de la invasinprusiana.

    Lo importante, aade poco despus Heine, que yo nac, y quenac a orillas del Rhin.

    Su primera educacin fue terminada en el convento defranciscanos de Dsseldorf. Contradiccin rarsima que puede en parteexplicar la mltiple volubilidad de su carcter. El descendiente dejudos recibe del monasterio cristiano la primera enseanza de lascosas, y siente entre los claustros del convento la languidez inefable desus primeros tedios de adolescente.

    Frecuent despus el Liceo de la Villa; en I819 principi en laUniversidad de Bonn el estudio de la jurisprudencia; continulo en lade Gottinga, hasta que, tres aos ms tarde, entregse por completo enBerln, y bajo la direccin de Hegel, al estudio de las cienciasfilosficas.

    Entonces fue cuando le uni amistad estrecha con todo lo que enBerln exista de ms notable en las ciencias y en las artes. EduardoGans, Varnhagen d'Ense y su esposa Rahel, Franz Bopp, Chamisso y elmismo Grabbe, formaron parte de las relaciones del tornadizoestudiante.

    Era Heine por entonces un escolar asiduo, que estudiaba conardor y aprenda pronto, y que, al revs que Luis Boerne, mezclado

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    tambin como l en aquella aristocracia del pensamiento, tomaba porcontradiccin extraa, con seriedad profunda, los arduos problemas dela idea, y se engolfaba con ardor en aquellas pavorosas cuestiones de lametafsica hegeliana.

    En medio de aquellos trabajos, el arte le llamaba con su voz desirena, y le atraa hasta su lado con magia ineludible. En I821publicaba sus primeros versos (Junge Leiden), prlogo, por decirlo as,de el Libro de los cantos. En I823 daba al pblico sus dos dramassilbados, Almanzor y Ratclif, y entre ellos su inmortal Intermezzo. Mstarde, por ltimo, public en 1825 el primer tomo de su Resebilder(Cuadros de viaje), en el cual se revela por completo jefe de una escuela nueva.

    Relacin de sus viajes por la Alemania, el Tyrol, la Francia, laItalia y la Inglaterra, bastara slo esta obra para dar la celebridaddeseada al ms descontentadizo de los escritores. Su xito fue inmenso;la sorpresa de Alemania profunda: cmo juzgar la audacia de aquelescritor, que si la hera con las flechas de su pensamiento atrevido, laenalteca con los resplandores de su genio?

    Un nuevo poema (Heimkehr) El Regreso, fue publicado pocosmeses despus de sus viajes, y poco tiempo pasado, en I827, apareciel Libro de los cantos (Buch der Lieder), que tuvo resonancia igual ydespert controversias idnticas a las suscitadas por sus obrasanteriores. El Mar del Norte (Nord See) forma parte de la segundaparte de este libro.

    Atrado en I830 a Francia por la revolucin, sus correspondenciasa la Gaceta de Augsbourgo y los Anales Polticos, su libro sobre laFrancia, su Lutecia, fueron, lo mismo que la Alemania y que lasMemorias de M. de Schnabelewovski, fruto de aquella campaapoltica en que, acusado unas veces de espa de Luis Felipe y de laAlemania, de Sansimoniano otras, pospuesto sin justicia a Luis Boerne,en el cual al menos reconoca su patria alemana grandeza de corazn,se defenda de tanto y tanto ultraje con las flechas certeras de suinagotable irona.

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    Atta- Troll (fantasa de una noche de esto), extrao poema en queel protagonista es un oso, vio la luz pblica en I840 en los folletines delDiario del Mundo Elegante. En I842 public sus Nuevas Poesas; yenfermo ya de muerte, clavado, como dice un escritor ilustre, a la cruzde la parlisis por los clavos del sufrimiento, public su Romancero,sus Melodas hebraicas y su Libro de Lzaro.

    En I856, por ltimo, muri aquel gran genio, que duranteveinticinco aos represent en Alemania el espritu de la Francia, y enFrancia el espritu de Alemania, y que dot a nuestro siglo, adems delas ya citadas, de tantas otras obras, que no citamos por no alargardemasiado esta resea.

    II.

    Indicados, aunque a la ligera, los principales el hechos de la vidadel poeta, no podemos sustraernos al deseo de considerar, aunquetambin con brevedad, los principales caracteres que sobresalen en susobras.

    El humorismo es la nota esencial de las obras de Heine: nadaexiste para l sagrado, ni fe, ni amor, ni patria; todo, bajo su pluma, seretuerce y gime, como se retuerce la carne viva bajo el escalpelo deldisector; los dioses caen ante los golpes certeros de sus flechas; lapatria, convulsa y colrica, sale de sus manos flagelada; el amor, eternoencanto de su vida y castigo eterno de su existencia, aunque siempreprofesado, no es siempre respetado por su pluma, ms temible en susmanos que la espada en manos del Berserke de los cantos huecos.

    Todo sin orden, sin prejuicios, sin sistema. Hiere lo que a su pasoencuentra, sin cuidarse de averiguar lo que despus en su lugar ha deelevarse. Mltiple en sus sentimientos, universal en sus creencias,indeciso y tenaz a un tiempo mismo en sus convicciones, jams Proteorevisti tal nmero de formas, ni dios indio infiltr su esencia en mayornmero de transformaciones.

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    Sus burlas, acerbas siempre, siempre mortales, tienen en el fondoalgo de melancola simptica, algo de incomparable dulzura y deinefable terneza.

    Si l lo aborrece todo, si de todo se mofa, si contra todo serevuelve, qu tesoro, en cambio, de cario para todo lo noble y lojusto! qu inagotable amor a todo lo grande! qu inacabable ad-miracin hacia todo lo bello!

    Sus dientes muerden, pero sus a os cubren de besos lasmordeduras, y pronto coloca piadoso sobre la abierta llaga el dctamodulce que llegar a sanarla.

    Contra todo se torna airado y todo lo adora al par. Unas vecesfustiga al Dios cristiano, ya riendo de la virgen catlica que libaconfiada el amor en los labios rojos del sobrino de un rabino, ollorando en estrofas por los muertos dioses de la vieja Grecia, ydespus canta al Cristo redentor con inspiracin ardiente en las estrofasdel Mar del Norte.

    l, que en su Heimkehr nos habla de la irona que Dios hacolocado en su universo, y con que el gran poeta del Quijote hallenado l suyo, suspiraba indignado, cuando adolescente, al ver elpremio inmerecido que hallaban en la tierra el valor indomable y laromntica generosidad del hroe de Cervantes. El, que se mofa delCristo, cuenta la impresin dulcsima que en su mente produca unCristo crucificado que miraba, siendo nio, en el convento deDsseldorf.

    Su espritu, abierto a todas las impresiones, transformbalas todasen sentimiento artstico, dndoles, al realizar la obra potica, la notaesencial de su originalidad inagotable.

    De todos sus antecesores en la literatura alemana, legle Wielandla sensualidad amable; su sentimiento ardiente, Schller, y Goethe supantesmo espiritualista. Tan slo Klopstok fue ajeno a la formacindel poeta, porque su espritu repugnaba todo lo enojoso.

    Se ha tildado a Heine de la dureza con que tantas veces trata a laAlemania, a la vieja de all abajo, como l, con su humorismoacerado, la llamaba; y esta tendencia antigermnica resulta ms

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    marcada comparado otro libro que, tambin sobre la Alemania, escribauna francesa en los comenzamientos de la actual centuria.

    Nos referimos a La Alemania de Mad. Stael.No es de extraar la diferencia. Mad. Stael, como dice Caro,

    publicaba su libro despus de un paseo en que tan slo pudo veraquello que a los alemanes les convena, que mirase. Su viaje fueacogido por todos con recelo. Goethe, en su correspondencia, da aentender hasta qu punto le preocupaba la entrevista con la extranjera;Schiller, hombre de corazn ardiente, tema su llegada, y hasta elmismo Schlegel, el jefe de estada mayor, por decirlo as, de aquellamujer admirable, anunciaba a sus colegas su venida como paraapercibirlos a la defensa.

    Poco en estas circunstancias pudo ver de la esencia de las cosas yde lo ntimo de aquella sociedad la dama francesa. Su viaje fue, comodice el escritor antes citado, semejante al de Catalina de Rusia,hallando siempre en las estepas de la Crimea la fantasmagora riente deuna prosperidad artificial. Aquel viaje de sultana del pensamiento eraslo a propsito para contemplar, y no siempre, la superficie de lascosas.

    Adems, Mad. Stael, desterrada de su patria, en su santo horror alos enciclopedistas, a los revolucionarios y a los soldados, buscaba unpueblo que oponer como modelo a aquella Francia, agitada todava porlas convulsiones de una revolucin profunda. Su libro es, en esteconcepto, como Heine entiende, una obra semejante a la de Tcito.

    Heine, por el contrario, era alemn; alemn que senta como nadielas faltas de su pas, y aborreca desde el extranjero el oropel de susfalsas glorias; que vea slo en las pretensiones militares de la Prusia laarmadura colocada sobre el manto de Tartuffo, y qu necesitabadefender, por ltimo, su sr individual, calumniado unas veces y malcomprendido otras.

    A pesar de todo, discpulo de Hegel, no dejaba de alentar, mal desu grado, la gran idea. Tena como toda la Alemania de entonces, lanocin, inconsciente de un gran fin, no definido an, y si como unenfant terrible deca alto los secretos de la casa, poco despus se

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    entusiasmaba y crea con toda su alma en el triunfo prximo de su raza,Guardaos, -dice entonces,- mis queridos vecinos de la Francia;cuando ese da llegue, vuestras, horas estn contadas.

    El amor, por ltimo, es en Heine tambin rara mezcla, confusinextraa de sentimientos encontrados.

    Sus mujeres son, como las de Goethe, seres vivientes que sepasean por sus poemas; mujeres animadas por nervios y por arterias, yno movidas por el resorte convencional de un cario anodino,incomprensible casi siempre.

    Aquella mujer del Intermezzo, desengao primero de su vida, yfuente de su inspiracin primera, la hemos conocido todos. En losversos de aquel poema, collar de perlas, cuyo hilo retir el autordespus de formado, sin que la sarta se desgranara, como un crticoilustro lo llama, hay algo de la historia de todos, y uno siente arder elrubor en las mejillas al leer en la soledad sus estrofas. El poeta hasorprendido sus secretos, y sus sufrimientos, esculpidos con manosegura, vibran all prisioneros en el rtmico molde de versosinmortales.

    La amargura ms inocente, la queja ms sentida anima todo ellibro; mas despus, cuando el llanto se ha secado, cuando el esprituherido se revuelve contra quien le hiri con saa tanta, la burla ocupael lugar de los suspiros y el humour ms amargo, el veneno ms acresirve, en vez de lgrimas, de jugo sus canciones.

    En toda mujer hay algo de demonio.Dichoso mortal -dice hablando de Lusignan- amante de

    Melusina, cuya adorada slo fue serpiente a medias!Su stira, fra siempre, cautiva por su sencillez en todas las

    ocasiones.Dice en el Regreso:Cmo puedes dormir tranquila sabiendo que yo vivo an? Mi

    vieja clera reaparece, y romper mi yugo.Conoces la vieja cancin? la cancin de un hombre muerto,

    que vino a media noche a buscar a su adorada y la arrastr al fondo dela tumba?

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    Creme, hermosa nia, hermosa nia maravillosamente bella, yvivo y yo soy an ms fuerte que todos los muertos juntos.

    Su bufonera toma a veces un carcter melanclico que la hacean ms simptica; el gladiador, cansado de luchar, se queja, y susquejas penetran hasta el alma.

    La figura de Heine, compleja, universal y mltiple, se refleja ensus obras; su mente, apasionada de las luchas de su siglo, de loscombates de su poca, se refugia buscando calma en los viejosrecuerdos de la patria; sus cantos tienen entonces la dulzura infantil deNovalis, la enrgica cadencia de las baladas de Brentano, y el mgicoatractivo de Tie1k.

    Es, como dice Gautier, el Apolo, a quien, si de un lado presta suluz el sol del Medioda, destaca por el otro su figura entre el resplandorargentado de la luna de las noches alemanas.

    Entonces, en su Romancero y en sus Nocturnos, sobre todo losfantasmas de los cuentos de su patria, Loreley, la rubia encantadora dela montaa, el rey Haroldo prisionero de la Ondina en el fondo de losmares, el paladn muerto en el campo de batalla, el caudillo moro, elespaol aventurero, el galn romntico, todos los hroes de la pasadaedad reaparecen evocados por su pluma, y cobran nueva vida y alientonuevo, animados por su inspiracin poderosa.

    Todo se agita en torno suyo; penetra en la selva oscura de laAlemania, y el hacha acerada de su genio esculpe, en las encinasaosas del sombro bosque, en vez de la estatua de Irmenrul, la figurasimptica de Apolo.

    Entonces, contemplando su obra, las lgrimas :mojan sus ojos;pero pronto, dice Nerval, su manga pintarrajada de bufn seca suslgrimas, y los cascabeles de la locura ahogan con sus ruidosos ecos elrumor de sus sollozos.

    No creis en mi llanto ni en mi risa, -dice Heine, - risa de hiena,lgrimas de cocodrilo.

    Pero, lo repetimos, a vueltas del amargo encono, que campeasiempre en la mayora de sus producciones, es Heine apasionado ycreyente, siempre original y atrevido, y aun en medio de sus amargas

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    diatribas contra su patria, conserva siempre hacia ella un cariorespetuoso y austero.

    Seguro de su xito, no pide de sus contemporneos monumentos;slo pide sobre su sepulcro una espada, que l ha luchado como buensoldado en el combate del progreso eterno, son sus propias palabras:ese es el nico ttulo de gloria que exige y que reclama.

    La misma Alemania atenda con expectativa ansiosa a lasevoluciones del pensamiento de aquel su hijo prdigo desterrado enextranjera tierra.

    Cuando la enfermedad le retena prisionero sobre su lecho,ninguno de sus compatriotas volva de Francia sin rendir con su visitaun tributo de admiracin al gran poeta. Aristfanes se muere, decaMr. Adolfo Starr contando su ltima entrevista con el gran poeta; y laAlemania entera lloraba en silencio aquella muerte de uno de susgenios.

    Llegado a Francia, joven, hermoso como una escultura de Fidias,armnico y feliz consorcio de la belleza helena y de la gracia hebraica,rebosando genio en sus escritos, gracia en sus conversaciones, dineroen las relaciones prosaicas de la vida, aquel Cristo, como l se llamaba,que slo admita infieles o creyentes, pero jams iguales, que tantasMagdalenas redimiera por el amor, espiraba, abandonado en su agonalenta, en una habitacin de aquel Pars que tanto le haba admirado, ydonde sus triunfos haban encontrado un teatro siempre dispuesto aaplaudir la galanura de su imitable estilo.

    Entonces su ltima inspiracin vol desde su mente al mundo.Los recuerdos de su patria y de los pasados tiempos, su

    Romancero, en una palabra, fue la primera de sus tres ltimasproducciones.

    Despus, las Melodas hebraicas, en las cuales parece vibrar msverdadera que en ninguna de sus obras su espritu de creyente, y en lascuales dice, hablando de Jehuda ben Halevy, el ms querido para l detodos los poetas:

    Que mi lengua quede pegada ardiendo a mi paladar, y que mimano derecha se seque, si yo alguna vez, Jerusaln, te olvido.

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    Estas palabras de un salmo llegan hasta mi odo . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    Espectros de mis sueos, cul de vosotros es Jehuda benHalevy de Toledo? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . .

    Yo lo he reconocido en su frente plida que tan fieramenteconduce su pensamiento, en la dulce fijeza de sus ojos (que me mirancon tan inquieta atencin).

    Sobre todo lo he reconocido en el misterioso sonrer de susdulces y bellos labios, armoniosamente unidos como dos versos: lospoetas solos los tienen parecidos.

    Este cantor bblico que amaba aquella Jerusaln que slo ensueos haba visto, como el trovador Rudel a Melisandra, era simpticoa los ojos de Heine, que ms que nunca, y acaso por primera vez, sentaen aquellas horas de soledad eterna necesidad de creer en un Dios, enel Dios de sus mayores.

    El Libro de Lzaro, su ltima produccin, es un relato de sus dasde fiebre y de sufrimientos, plagado de pginas bellsimas y desentimientos delicados. A veces su burla y su stira aparecer, pero sumofa tiene cierto carcter melanclica, que entristece y abruma elnimo.

    Vos vens a verme? siempre original! deca a Berlioz,lamentndose del abandono de sus amigos; y ms tarde escriba aTefilo Gautier:

    No os apiadis demasiado de m; la vieta de la Revista de DosMundos, en que me han representado macilento y con la cabezainclinada como un Cristo de Morales, ha conmovido ya bastante cal mifavor la sensibilidad de las buenas gentes; yo quiero que me pintishermoso, como las mujeres bonitas. Vos me habis conocido cuandoera joven y floreciente; sustituid con mi antigua imagen esta efigielamentable.

    Sus ltimas producciones vibran burlescas, sin embargo, como sitemiera haber dicho demasiado con sus Melodas hebraicas.

  • 19

    La nota esencial de su genio fue hasta la muerte su sangrientaburla por todo y contra todo.

    La misma Alemania, que jams lleg a perdonarle por completosus mofas constantes y sus frases incisivas, pareca como que sentaorgullo viendo el valor indomable, la serenidad de espritu con queHeine soportaba el martirio horrible de su agona interminable.

    JOS J. HERRERO.

  • 20

    CORONAMIENTO

    Canciones! canciones mas!Alzad y tomad las armasHaced sonar las trompetas,Y sobre el pavs alzada,Elevad la que hoy ser debeDe mi pecho soberana.Salud a t, joven reina!Del claro sol, que derramaLuz pura, el oro lucienteRobar mi mano avara,Y formar una coronaPara tu frente sagrada.De la seda azul que flotaDel cielo en la extensin vasta,Un jirn robar ansioso,Y regio manto de galaFormar en mi desvaroPara tus reales espaldas.Coro de hinchados sonetos

    Te dar, bella adorada,Y de tercetos altivosY de elegantes estancias;Sern, nia, tu correoMis incisivas palabras;Tu bufn, mi fantasaPor tu amor siempre exaltada,Y tu heraldo blasonadoEl sarcasmo de mis gracias.Yo mismo, hermosa, yo mismo,Arrodillado a tus plantas

  • 21

    Sobre rojos almohadonesDe terciopelos y grana,Te har homenaje del resto,De razn que me dejaraLa que fue tu antecesoraEn el trono de mi alma.

  • 22

    EL CREPUSCULO

    Me sent de la mar en la ribera,Soador pensativo y solitario.El rubio sol al declinar vertaSobre las aguas sus ardientes rayos,Y las ondas, rugientes y espumosas,En la orilla espiraban murmurando.Era un raro conjunto de rumores,De cuchicheos lnguidos y extraos,De murmullos, de quejas, de silbidos,De risas y suspiros, enlazadosCon los acentos dulces y savesQue hay de la cuna en los amantes cantos.

    Oir me pareca las historiasDe las viejas edades que pasaron,O los cuentos de hadas que escucharaA los nios contar del vecindario,Cuando en las noches del ardiente esto,El pecho palpitante, reclinadosEn las gradas de piedra de la puerta,La ansiedad nuestros ojos agrandandoAl narrador oamos con jbilo,Y las doncellas nbiles en tanto,Sentadas al balcn, sobre nosotros,Junto a tiestos de flores, perfumados,Parecidas a rosas, sonreanDe la plida luna ante los rayos.

  • 23

    LA NOCHE EN LA PLAYA

    No hay en el cielo un astro luciente y encendido,El mar hierve rugiente, y sobre el mar tendidoEl Breas informe, como un viejo grun,Con voz doliente cuenta fantsticas empresas,Hazaas de gigantes, leyendas islandesas,Y heroicos combates, tributo a la ambicin.

    Y a intervalos, con mofa, murmura cadenciosoLos simbolismos tristes del Edda misterioso,Los rnicos conjuros, que espantan al sonar;Con tan burlesca rabia, con tan feroz acento,Que de la mar los hijos, se agitan en el viento,Y gritos de alegra arrojan al pasar.

    En tanto la ancha playa, con avidez crecienteUn extranjero cruza, en cuyo pecho ardiente,Ms trmulo que el viento, se agita el corazn;Sus huellas resplandecen con luces argentadas,Y crujen a su paso las conchas nacaradasQue all llev el reflujo con rpido turbin.

    Un manto gris envuelve su plcida figura,Y rpido camina entre la sombra oscura,Entre el helado viento que gime sin cesar;Guiando su camino los vivos resplandoresQue alumbran con sus trmulos, fantsticos fulgoresDel pescador la choza que arrulla el ronco mar.

    Padre y hermano cruzan la mar tempestosa,Y en la cabaa, sola qued la nia hermosa,La bella hija inocente del pobre pescador.

  • 24

    Junto al hogar sentada, escucha el ronco acentoDe la tormenta lbrega, el suspirar del viento,Y de las ondas prfidas el lnguido rumor.

    Y arroja lea al fuego, de cuya ardiente llamaEl resplandor que crece, lascivo se derramaSobre el semblante fresco y hermoso sin igual,Sobre la espalda blanca y mrbida y desnuda,Sobre la mano leve que su jubn anuda,Sobre la curva fina del torso escultural.

    Pero de pronto se abre la puerta, mal cerrada,Y avanza el extranjero, fijando su miradaSobre la dbil nia, que tiembla en su terrorCual lirio de los valles que el huracn deshoja;Sonre dulcemente, la capa al suelo arroja,Y amante, as le dice con voz llena de amor:

    -Ves? mi promesa cumplo y vuelvo, hermosa maY vuelve al fin conmigo la edad de poesa,En que los dioses mismos su celestial mansin,Las hijas de los hombres buscando, abandonaban,Y eternas dinastas en ellas engendrabanDe reyes y de atletas del mundo admiracin.

    Mas deje de espantarte mi estirpe prodigiosa;De t, caliente taza prepara, nia hermosa.Sentmonos al fuego; as, juntos los dos.El fro es horroroso; y cuando reina el fro,Coger tambin los dioses podemos, dueo mo, Catarros inmortales inacabable tos.

  • 25

    POSEIDON

    Del claro sol los fuegos jugueteanSobre la mar undosa:Dibjase a lo lejos en la radaLa nave, que las ondasCruzando, hasta mi patria ha de llevarMas yo espero la horaEn que una brisa favorable sople,Y en la playa arenosaSentado, estoy, leyendo de OdyseoLa cancin triunfadora;Vieja cancin, eternamente joven,Y en cuyas bellas hojasEl perfumado aliento de los dioses,El cielo de la Grecia soadora,La primavera esplndida del mundoRespira mi alma ansiosa. . .

    Mi noble corazn acompaabaEn sus empresas locas,En su camino errante, al hijo tristeDe Laertes; con hondaTristeza en el espritu, a su lado,Yo me sent en las rocas,Y en el hogar hospitalario en dondePrincesas seductorasRica prpura hilaban; yo ayudleA urdir las engaosasTramas que del gigante le librabanO de la ninfa hermosa:Entre tormentas, noches y naufragiosIba con l mi mente soadora,

  • 26

    Y mi pecho entusiasta compartaDel suyo las congojas.

    Suspirando exclam: -Posidon fiero,Formidable es tu clera,Y temo yo tambin no ver va nuncaMi Patria cariosa.-

    Apenas estas voces se escaparonDe mi trmula boca,Cubrise el hondo pilago de espuma,Y entre las verdes ondas,La cabeza de juncos coronadaDel Dios potente de la mar traidora Apareci, y me dijo, sonriendoCon insultante mofa:

    -Nada temas, querido poetilla;No desea mi cleraRomper tu esquife ni turbar tu calmaCon sacudidas locas.Oh! no, inocente rimador; tu musaMis iras no provoca;Ni tjams de la ciudad sagradaDe Pramo, una solaDe las torres rompiste; ni en tu rabiaLa pestaa ms cortaArrancaste a los ojos de mi hijoPolifemo, el gigante de las sombras;Ni has jams recibido los consejosDe la Atenea Diosa.-

    Posidon habl as, y alegrementeSe sumergi en las ondas;

  • 27

    Y del marino Dios la groseraHizo rer con carcajadas locasA Anftrite, divina pescadera,Que del mar ancho entre las linfas mova,Mientras las necias hijas de NereoAplaudan con risas bulliciosas.

  • 28

    EN EL CAMAROTE

    DURANTE LA NOCHE

    Tiene el mar perlas, el cieloAstros de ardiente fulgor,Mi corazn en su anheloGuarda, fuente de consuelo,Otro tesoro: su amor.

    Grande es el cielo rente,Grande el mar, pero mayorEs mi pecho; y ms ardienteQue perlas y astro luciente,En l fulgura mi amor.

    Para t tan slo, hermosa,Es mi corazn entero;Cielo, amor y alma dichosaEn un solo amor sinceroFunde la vida gozosa.

    Yo quisiera a la bveda azuladaDonde lucen los astros,Un torrente de lgrimas vertiendo,En un beso de amor unir mis labios;

    Que son los ojos de mi dulce amadaEsos astros serenosQue me saludan dulces y graciososDesde la inmensa bveda del cielo.

    Hacia los ojos de mi amada hermosa,

  • 29

    Hacia el cielo tranquilo,Los flacos brazos suplicante elevo,Y enamorado y anhelante digo:

    -Dulces ojos, graciosos resplandores,Dad calma a mi angustiado pensamientoQue muera yo, mas que posea al caboVuestra serena luz y vuestro cielo.-

    Por las ondas inconstantesY por mis sueos mecido,En el camarote angostoReposo triste y tranquilo.

    Por la lucana entreabiertaLos astros mir en la altura;Dulces ojos de mi amada,Hermosa como ninguna!

    Aquellos ojos amantesMi loco delirio velan,Y en la bveda azuladaLuminosos parpadean.

    Y hora tras hora dichosoMiro la serena altura,Hasta que los dulces ojosMe roba un jirn de bruma.

    En la pared donde apoyoMi cerebro fatigado,Chocan las ondas furiosas,

  • 30

    En mi odo murmurando:-Pobre loco! son muy cortosTus brazos y est muy altoEl cielo, donde encendidosY fuertemente clavadosEstn con clavos de oroLos resplandecientes astros;Mejor hars en dormirteCalma a tu ansiedad buscando;Que tus splicas son vanas,Y son tus deseos vanos!-

    So; era un prado desierto,Era un prado solitario,De blanca nieve cubierto;Bajo su fro sudarioDorma insensible y yerto,

    Mas lucan en la alturaDe la bveda azuladaLas estrellas con luz pura.Dulces ojos de mi amadaMiraban mi sepultura!

    Y aquellos ojos amadosResplandecan serenos,Victoriosos, extasiados;Mas de amor eterno llenosY de pasin impregnados.

  • 31

    LA CALMA

    Tranquila est la mar; el sol reflejaSus rayos en las aguas,Y al cruzar la ondulante superficieEl barco traza surcos de esmeralda.

    Junto al timn tendido est el pilotoRoncando levemente;Bajo el palo mayor,- cosiendo velas,Se sienta el embreado grumete.

    Brilla el rubor en su semblante rojo,Su larga boca tiembla,Y a todas partes la mirada lmpidaDe sus hermosos ojos gira inquieta.

    Que el capitn ante l se ha detenidoComo un loco tirando,Le trata de ladrn y dice:- Infame,Del tonel un arenque me has robado.

    Tranquila est la mar; un pececilloBrilla sobre las ondas,Calienta al sol su cabecita de oro,Y alegre el agua agita con su cola.

    Entretanto, anhelante la gaviota,Rpida sobre el pez cae desde el viento,Y en el pico la presa palpitante,Alegre se remonta hasta los cielos.

  • 32

    EN EL FONDO DEL MAR

    Apoyado sobre el bordeEstoy del fuerte navo,Y con soadores ojosDel agua el espejo miro.

    Mis miradas se sumergenMs y ms en el abismo,Y la luz veo primeroDe un crepsculo indeciso.Poco a poco van brillandoSus colores ms distintos,Cpulas y torres surgen,Y al fin, del sol ante el brillo,Vieja villa neerlandesaLlena de vida diviso.

    Ancianos altos, envueltosEn negras capas, altivos,Cadenas de honor al cuelloY espadas luengas al cinto,Por la plaza se paseanAnte el vetusto edificioDe la casa de la villa,En cuya pared, en nichos,Emperadores de piedra,Sencillamente esculpidos,Empuando largos cetrosY espadas, se alzan tranquilos.

    No lejos, ante una filaDe mansiones cuyos vidrios

  • 33

    Entre la penumbra lucenDe piramidales tilos,Se pasean las doncellas,Cuyos semblantes divinosCual rosas, entre sus tocasNegras, aparecen dignos,Y cuyos rubios cabellos,Aliados con descuido,Se arrollan en hueles de oroEn torno del rostro lindo.Turba de hermosos galanesA la espaola vestidos,Miradas de amor les lanzanSonrientes y sumisos;Matronas con largos velosY con briales sencillos,Sujetando entre sus manosRosarios, cruces y libros,Con cortos pasos al templo

    Marchan, atento el odoAl eco de las campanas,Del rgano a los gemidos.Con estos lejanos ecosSiento henchirse de suspiros,De tristezas misteriosas,De deseos no sentidosMi pecho, apenas curadoDe su dolor infinito.Parece que mis heridas,Presas de labios queridos,Sangran de nuevo vertiendoDe sangre calientes hilos.Rodando las tibias gotas

  • 34

    Una a una en el tranquiloY verde mar se sumergenBuscando un viejo edificioQue su alta fachada elevaEn el pueblo submarino,Que solitario parece,Y desierto y sin rido,Y en el cual de un balcn bajoSentada junto a los vidrios,Apoya una nia hermosaSu frente en su brazo ntido.-Te conozco, nia hermosa;Yo te conozco, bien mo:En el fondo de los maresPor huir de mi carioTe escondi tu fantasa,Ascender ya no has podido,Y extranjera entre extranjerosVives hace ms de un siglo,Mientras que yo; traspasadoPor la pena, el pecho herido,Anhelante por la tierraTe buscaba, dolo Mo!A t, luz de mis amores!A t, mi eterno cario!A quien por ltimo encuentroEn mi desierto camino;Te encuentro, y tu dulce rostroOtra vez dichoso miro,Y otra vez tus ojos veoLuminosos y tranquilos,Y en tus labios la sonrisaFeliz otra vez diviso.Ya jams he de dejarte,

  • 35

    A t me impulsa el destino,Y sobre tu amante pecho-Gozoso me precipito.-

    Pero el capitn a tiempoMe agarr por los tobillos,Y en la cubierta arrojndome,Con spera voz me dijo:-Doctor, estis por venturaDel demonio posedo?-

  • 36

    PURIFICACIN

    Queda bajo las aguas,Queda por siempre all, sueo implacableQue mi pecho otras nochesCon tus dichas fingidas flagelaste,Y aun hoy, marino espectro,Vienes en pleno da a atormentarme.Queda bajo las ondas,Yo te arrojo con todos mis pesares,Y el gorro de LocuraQue bordan cascabeles resonantesQue yo o tantas vecesEn torno de mis sienes agitarse,Y el fro disimulo,Esa de spid horrible piel saveQue envolvi tanto tiempoEntre sus pliegues mi alma delirante;Mi alma maldita, mi almaBlasfema del Seor y de los ngeles.

    -El viento, tended velas! -Ante su soplo ya se hinchan flotantes,Sobre el traidor espejoDe las aguas deslzase la nave,Y el alma redimidaEn gritos de alegra se deshace.

  • 37

    LA PAZ

    Cercado de nubes blancasEl sol en el cenit brilla,Y yo recostado en tantoContemplo la mar tranquila.Cerca estoy del gobernalle;Mi mente loca, delira,Y entre mis sueos confusosY mis confusas vigilias,De Jesucristo la imagenAparece ante mi vista.De blanca y flotante telaLa imagen veo vestida:Es grande como un gigante,Y silencioso caminaSobre la fecunda tierraY sobre la mar tranquila;Toca su cabeza al cielo;Con sus manos extendidasBendice tierras y mares,Y cual corazn que brilla,Dentro de su pecho llevaEl sol, que al mundo ilumina;Y este corazn ardiente,Hogar de amor y de vida,Derrama de sus fulgoresLa luz brillante y pursimaSobre la fecunda tierraY sobre la mar tranquila.

    Ecos hacia todos ladosDe campanas que repican,

  • 38

    Atraen con su voz alegreY sonora nuestra quilla,Que llega a una verde costaSolitaria y escondida,Donde los humanos vivenEn una ciudad magnfica.

    De la paz milagro! CmoLa ciudad duerme tranquila!El rumor de los oficios,La charla descomedidaDe los negocios humanosEn el espacio no vibran;Todo es quietud, y en las callesLuminosas y sencillas,Hombres vestidos de blancoLlevando palmas caminan;Y a tiempo que dos de ellosEn su marcha se divisan,Con aire de inteligenciaSe contemplan y se miran,Y de amor en un exceso,En un trasporte de dichaSe abrazan, y al claro cieloAlzan la mirada lmpida,Hacia el Corazn ardienteDel Salvador, que los mira:Corazn que es el sol claro,Que vierte con alegraLa deslumbrante y preciadaPrpura de su pursimaReconciliadora sangreSobre la tierra dormida,Y por tres veces exclaman

  • 39

    En un trasporte de dicha:-Bendito seas, oh Cristo,Sea tu piedad bendita!

  • 40

    SALUDO DE LA MAANA

    Hurra! saludo humilde te envo, mar undoso,Te envo diez mil veces, con corazn gozoso,Cual saludaron tristes tus olas de zafirAquellos corazones vencidos en la guerra,

    De aquellos diez mil griegos que, ausentes de sutierra,

    Presentes en la historia del mundo han de vivir.

    Las ondas se agitaban, el cfiro gema;De claridad rosada el sol al mar tea;Bandadas de gaviotas huan con terrorLanzando agudos gritos; piafaban los corceles,Y un hurrah entre el crujido de lanzas y broqueles,De los helenos pechos se alzaba con ardor.

    Oh mar! yo te saludo, yo encuentro en tus rumoresUn eco de aquel suelo que hollaron mis mayores;De mi niez los sueos, ya muertos por mi mal,Ver creo entre tus ondas; las dichas ya pasadas,Las conchas, los corales, las perlas sonrosadasQue guardan misteriosos tus cofres de cristal.

    Cunto en suelo extranjero mis ojos han lloradoCual flor que ve secarse su cliz perfumadoQue el sabio en el estuche meti sin compasin,Hallando a sus deseos el universo estrechoLatiendo sin ventura en mi angustiado pechoSecbase aterido mi pobre corazn.

    Ahora me parece que el lento invierno froPas en cuarto malsano y ftido y sombro,

  • 41

    Y que al dejarlo ahora, contemplo el resplandorDel sol que alegre baa la verde primavera,Y que me miran creo con avidez sinceraLos ojos perfumados de la sencilla flor.

    Y escucho los suspiros de la extensin pobladaCon rboles cargados de nieve perfumada,Que envuelve la distancia con su irisado tul;El ter leve miro que llora y que suspira,El orbe entero creo que re y que respira,Y que hurrah el ave canta en la extensin azul.

    Oh corazn, que glorias como el guerrero griegoCobraste con tu huida! Cunto el amante fuegoDe las hermosas brbaras te supo fastidiar!Los ojos con ardientes miradas me encendan,Con sus palabras falsas mi corazn heran,Con soolientas cartas llegbanme a atontar.

    En vano el fuerte escudo mis manos presentaban;Silbaban las saetas, los golpes redoblaban,Y al fin, desesperado del fro Norte, huirMe hicieron a tus playas, donde feliz reposo,Y hurrah, te digo, abismo libertador y undoso,Alegre yo saludo tus olas de zafir.

  • 42

    LA TEMPESTAD

    La tempestad sobre la mar se cierne,Y de las nubes la muralla negraRasga veloz la chispa dentelladaQue fulgura y se extiende en las tinieblasComo un trozo de espritu arrancadoDe Kronin a la fuerte cabellera.Sobre la onda sombra y olvidadaRuge con largos ecos la tormenta;De Posidon piafan los corceles,Que Breas engendrara con las yeguasDe Ericthn descrinadas; y las avesMarinas la extensin rasgan inquietas,Cual las sombras de muertos que CaronteDe la Stygia olvidada en la riberaArroja de su barca misteriosaDe mseros cadveres repleta.

    All abajo un navo desdichadoA danzas bien difciles se entrega;Elo le envi los ms fogososMsicos incansables de su orquesta:Uno, cruel, le punza; otro, con locosVaivenes retozones, le golpea;Silba el uno; otro sopla; y el tercero,Con los bajos, la msica completa.El piloto entretanto vacilante,El gobernalle en la cansada diestra,Con miradas atnitas, la brjula,Del bajel, alma trmula, contempla,Y tendiendo las manos hacia el cielo,-Salvadme, -dice con amarga pena;-

  • 43

    T, Cstor, caballero no vencido,Y t, Plux, tambin glorioso atleta.-

  • 44

    EL NAUFRAGIO

    Esperanza y amor! todoMe arrebat la fortuna;Yo mismo, como un cadverQue el mar desprecia en su furia,Yazco tendido en la arenaDe la ribera desnuda.

    Brilla ante m de las aguasLa abandonada llanura;Tras mi dolor y destierroEl da tan slo alumbra,Y por cima de mi frenteLas nubes el ter cruzan;Hijas informes del aire,Que del cielo hasta la alturaCon sus cubos de neblinaEl agua elevan que impulsanAl mar otra vez; tareaEnojosa importuna,Intil y fastidiosaComo mi existencia oscura.

    Vuelan las aves marinas,Las verdes ondas murmuran,Viejos recuerdos me embarganY olvidados sueos cruzanAnte mi vista extendiendoSus visiones de ventura.

    Hay en el Norte una hermosa,Hermosa como ninguna;

  • 45

    Sus ropas voluptosasDe deslumbrante blancura,Su talle de ciprs cienY entre sus pliegues circundan;Se escapan sus bucles, negrosComo noche de venturas,De su frente, coronadaDe trenzas que se entrecruzan.Sobre su rostro, en que brillanPalidez, gracia y dulzura,Y en su plido semblante,Que con su belleza abruma,Cual negros Soles sus ojosMelanclicos fulguran.

    Negros soles! cuntas vecesEncendisteis la fecundaHoguera del entusiasmoEn mi pecho sin fortuna!Cuntas prob vacilanteLa inenarrable locura,La embriaguez misteriosaA que la pasin empuja!Pero entonces en los labiosDe tu boca roja y mudaVolteaba una sonrisaLlena de infantil dulzura,Y de tus labios arqueadosFieramente, una tras unaBrotaban frases graciosasComo la luz de la luna,Y suaves como el aromaQue la flor gentil perfuma,Y mi alma entonces volaba

  • 46

    Del claro cielo a la altura.

    Callad ondas y gaviotas;Esperanzas y venturas!Amor ilusiones! todoMe arrebat la fortuna.Pobre nufrago, tendidoYazco en la arena desnuda,Apretando mi semblanteSobre las arenas hmedas.

  • 47

    LOS DIOSES GRIEGOS

    Bajo la luz serena de la lunaComo el oro en fusin el mar rela,Resplandor que el fulgor del claro daCon la molicie de la noche mezcla,La vasta playa misterioso alumbra,Y en el azul del cielo sin estrellasVagan las blancas nubes como estatuasDe dioses colosales y siniestras,Talladas por la mano del acasoEn las entraas de brillante piedra.

    No son, no son las nubes, son los dioses,Los dioses mismos de la antigua Grecia,Que el mundo alegremente gobernaronEn pasadas edades con su diestra,Y hoy, despus de su ruina y su cada,Cuando la noche silenciosa media,Cruzan dolientes por el ancho cieloEspectros tristes, sombras gigantescas.

    Fascinada y atnita mi vista,Este flotante Panthen contempla;Colosales figuras que se muevenY cruzan tristes la extensin serenaCon un solemne y sepulcral silencio.-Mirad a Kronion, rey de las esferas;Su nieve los inviernos en los buclesVertieron, de su oscura cabellera,Sobre aquellos cabellos que al moverseAl Olimpo temblar un da hicieran;Aun con furor el extinguido rayo

  • 48

    Trmula empua su cansada diestra,Y su rostro, que hollara el sufrimiento,No perdi en la desgracia su fiereza.Oh altivo Zeus! tiempos ms dichososAquellos tiempos que pasaron eran,Cuando saciabas tu apetito ardienteDe hecatombes y ninfas hechiceras;Mas de los mismos dioses el reinadoTrmino al fin en el espacio encuentra.Los jvenes empujan a los viejosCual t un da empujaste en vil peleaA tu padre y tus tos los Titanes,Jpiter parricida con fiereza.Tambin te reconozco, altiva Juno;A pesar de tus celos y tus quejas,Otra ha tornado el cetro de los cielos;No eres la reina incontrastable y bella,Y tus brazos de lirio ya impotentesMiro, inmvil tu ojo de gacela;Y ya a la hermosa que de Dios el hijo,Fruto divino, en sus entraas lleva,Tu venganza cual rayo de los cielos,Diosa vencida, a destrozar no llega.Y a t tambin, tambin te reconozco:Con tu saber y tu gida y tu fuerzaLa cada evitar no has conseguidoDel viejo Olympo, Palas Athenea?Y tambin llegas t, tierna Afrodita;Tus cabellos cual oro en tu cabezaBrillaban otras veces, ahora luceComo plata tu hermosa cabellera.Hermosa ests, el cinturn famosoDe las Gracias te cie y te sujeta,Y sin embargo, miedo incomprensible,

  • 49

    Raro temor me causa tu belleza;Y si cual hroes de lejanos dasTu hermoso cuerpo poseer debiera,Por loca angustia el corazn opresoYo morira de quebranto y pena.Eres tan slo, Venus Libitina,Ya de la muerte la deidad siniestra.

    Tampoco Ars con su mirada amanteA su querida lvida contempla;Febo Apolo, el hermoso adolescente,Inclina tristemente la cabeza,Y la lira sonante que alegraraDel Olimpo feliz la noble mesa,Y vibr en el banquete de los dioses,Destemplada sostiene con su diestra.Ms sombro Hefaistos me parece,Y el adusto Vulcano con fierezaA la celeste reunin no sirve,A Hebe sustituyendo, el dulce nctar.La risa inextinguible de los diosesDespus d tanto tiempo ya no suena.

    Yo jams os am, viejas deidades!Divinidades clsicas y fieras!Mas piedad santa y compasin, ardienteDe mi pecho sensible se apoderaCuando errantes os miro por la altura,Dioses abandonados! sombras muertas!Nebulosas imgenes que el vientoHace huir aterradas y dispersas!Y al, pensar cun cobardes y cun falsasLos dioses son que un da os vencieran,Esos sombros y modernos dioses

  • 50

    Que hoy los cielos dirigen y gobiernan,Zorros de sangre ansiosos, que se cubrenCon la piel del cordero, ardiente llenaLa ira mi pecho, y deshacer sus templosY por vosotros combatir quisiera.Por vosotros, deidades sonrentes,Y vuestro buen derecho, que la GreciaCon su ambrosa perfum y sumiso,En vuestro nuevo altar lleno de ofrendasAdorar y cantar y alzar al cieloLos brazos suplicantes yo quisiera.

    Verdad es que otras veces, viejos dioses,De los humanos en las luchas fieras

    Del vencedor tomabais el partido,Venales cortesanos de la fuerza.Pero es el alma del mortal ms noble,Ms entusiasta y generosa y tierna,Y yo sigo, en las luchas de los dioses,De los dioses vencidos la bandera.-

    Hablaba as, y en el sereno cieloLas visiones fantsticas de niebla,Sensibles a mi voz, enrojecan,Mirbanme con silenciosa pena,Y cual por el dolor transfiguradasFundironse de pronto en las tinieblas.Ya se haba escondido silenciosaLa luna tras las nubes cenicientas,Alzaba el ancho mar su voz sonora,Y del espacio en la extensin inmensa Salan victoriosas, derramandoSus eternos fulgores, las estrellas.

  • 51

    CUESTIONES

    A orillas del mar desierto,Junto al pilago intranquilo,Un joven lleno de dudasSe detiene pensativo,Y as a las ondas inquietasDice con aire sombro:

    -Explicadme de la vidaEl arcano no sabido,Enigma que tantas frentesArdieron por descubrirlo;Cabezas engalanadasCon adornos pontificios,Frentes con mitras hierticas,Con turbantes damasquinos,Con birretes doctorales,Con pelucas, con postizosCabellos, y tantas otrasCabezas que el escondidoEnigma saber quisieron,Decidme, yo os lo suplico:Qu es el hombre? de d viene?Adnde va su camino?Qu habita en el alto cieloTras los astros encendidos -

    El mar su cancin eternaMurmura triste y dormido;Sopla el viento; huyen las nubes;Los astros en el vacoFulguran indiferentes

  • 52

    Con sus resplandores fros,Y un demente una respuestaEspera en tanto intranquilo.

  • 53

    EL PUERTO

    Feliz aquel que al puerto llega al cabo,Tras s dejando mares y tormentas,Y tranquilo en el stano abrigadoSe sienta al fin del Rathskeller de Brema.

    Cun fiel y delicioso el mundo todoEn el cristal del raemer1 se refleja,Y cun luciente al corazn cansadoEse moviente microcosmo llega!Yo en ese vaso reunidos veoDel humano infeliz la historia entera:A Gans el sabio, y al severo Hegel,El Turco altivo, la riente Grecia;Bosques de limoneros, y paradasMilitares; Berln, Tnez, Abdera;Pero ante todo, el corazn prefiereDe mi amada mirar la imagen tierna,Y ver del Rhin sobre el dorado fondoLeve oscilar su angelical cabeza.

    Hermosa eres, mi bien, como una rosal!No cual la rosa de Schiraz, la eternaPasin del ruiseor que Hafiz cantara;No cual la rosa de Sarn, la frescaY santa flor de rojas aureolasQue en sus salmos cantaron los profetas;T te pareces a la oliente rosaDel abrigado Rathskeller de Brema.La rosa es de las rosas; nunca muere

    1 Ramer, vaso de estao, y fondo de cristal, propsito para servir la cerveza.

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    Y florece en eterna primavera.Su perfume divino me ha devueltoLa fe y el entusiasm con tal fuerza,Que si el digno y honrado reposteroDel abrigado Rathskeller de BremaNo me hubiera tenido por la espalda,Ruedo hasta el suelo dando volteretas.

    Hombre honrado y leal; sentados juntos,Bebo con l con fraternal franqueza;Altas cuestiones debatimos graves;Suspiramos los dos pon honda pena,Y lo abrazo por fin, l me ha enseadoDel cario la ley constante y tierna.Yo por mis ms crueles enemigosHe brindado con l; y a los poetasMalos di mi perdn, para que al caboYo tambin perdonado un da sea.Yo llor compungido, y mir abrirsePor ltimo ante m del bien las puertas:La bodega; solemne santarioDonde doce toneles, que de inmensaCabida estn dotados y se llamanLos apstoles santos, con fe eternaPreces y preces dicen en silencioY es no obstante universal su lengua.

    Personajes notables: es sencilloSu exterior, y sus ropas de madera;Mas por dentro, ms bellos, ms brillantesQue todos los levitas de la Iglesia,Y de Herodes feroz los cortesanosEngalanados de oro y plata y sedas.Yo siempre he dicho que Jess divino,

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    Que el Seor de los cielos y la tierraVivi en medio de nobles compaas,No entre gentes, vulgares y groseras.

    Aleluya! Qu grato es el perfumeQue aspiro de Bethel en las palmeras!La mirra del Hebrn qu aroma exhala!Qu dulce el viento entre los tilos suena!Cun alegre el Jordn, el sacro ro,Murmurando a comps se balancea!Y con l a comps mi alma vacila,Y se mece, y vacilo yo con ella;Y tambin vacilando, el reposteroDel abrigado Ratliskeler de Brema,Adonde brilla el resplandor del da,Me conduce subiendo la escalera.

    Oh! bravo repostero, mira, miraMralos bien, en las techumbres viejasEstn todos los ngeles sentados;Ebrios estn, y cantan y vocean:El sol que en lo alto brilla, es solamenteUn mascarn rojizo que se quemaLa nariz del espritu del mundoY en torno a esta nariz que arde y flamea,Entre burlas y risas y cancionesCon loco afn el universo rueda.

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    EPLOGO

    Como ondulan en el pradoLas mieses ante los vientos,En el cerebro agitadoDel pensador olvidadoOndulan los pensamientos.

    Y son los enamoradasImgenes del poeta,Cual las flores azuladas,Que abren su corola inquietaEntre las mieses doradas.

    Pobre flor, azul roja!El segador, con su mano,Por intil te deshoja;Con necio desdn te arrojaDe su campo el aldeano.

    Y el que los campos paseaCuando la vista derramaY en vosotros la recrea,Flores malditas os llamaY vuestra muerte desea.

    Mas la aldeana inocenteQue coronas perfumadasTeje al amor, sonriente,Entre sus trenzas doradasOs coloca alegremente.

    Y corre de dicha llena

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    Hacia el baile bullicioso,Donde con sn cadenciosoMelanclico resuenaEl violn armonioso,

    Si no prefiere la umbrosaFronda, donde misteriosaLa voz de su bien queridoSuena ms grata en su odoQue la flauta cadenciosa.