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CAPÍTULO X

Los Patricios

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CARLOS ANTONIO ACURSO – PATRICIA SOPRANZETTI DE ACURSO

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Los Patricios

Fabricando Patricios

¿Cómo habían llegado estos señorones de hoy a patricios? La transformación de criollos en patricios comienza cuando se produce el cambio de mano desde las españolas a las criollas. Estos españoles nacidos en el Virreinato eran, en un sentido de prestigio social, menos que españoles nacidos en España pero más que aborígenes, mestizos y negros. Cuatro potencias disputan el dominio de mares y colonias a comienzos del siglo XIX: Gran Bretaña, España, Francia y Portugal.

Francia brinda su apoyo a los criollos ingleses nacidos en Norteamérica y estos se independizan de Gran Bretaña conformando un gobierno no monárquico. Independencia y tipo de gobierno serán ejemplo de otros americanos del sur.

Gran Bretaña le devuelve a Francia las gentilezas, en todos los lugares del globo

donde puede y durante mucho tiempo, hasta lograr una liga de aliados con los cuales derrota definitivamente a la Francia napoleónica en el año 1815.

Bonaparte al invadir la península ibérica provoca la huida de la corte portuguesa a

su colonia americana y la fundación en ella del Imperio del Brasil, mientras que España dominada por Pepe Botella –el hermano de Napoleón– pierde, al abdicar su rey Fernando VII, el control estricto de sus colonias entre las que está el Virreinato del Río de la Plata.

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Estados Unidos de Norteamérica aprovecha para avanzar sobre México –Texas, California, Arizona, etc. – y la Florida. Los ingleses lo intentan en Buenos Aires (1806-7) pero fracasan inesperadamente.

Los criollos de Buenos Aires se pliegan a las ideas de la revolución que la gesta

napoleónica difunde pero sobre todo promueve y protege, pues actúa en nombre de la libertad de los pueblos tanto en Italia y Egipto como en todo el mundo ocupado por el corso.

Muchas colonias de las otras potencias dejan de serlo restando poder a los

competidores de Francia y dejándola como central imperial para algunos o referente para el resto.

El ejemplo de Norteamérica y el fracaso inglés en el Río de la Plata animan a los

locales que producen el corrimiento de los españoles puros e inician la secesión de la monarquía española (1810). Allí participan: héroes de las invasiones inglesas –el francés Liniers, el comandante de los patricios Saavedra), visionarios pasionales –Moreno–, soñadores libertarios –Belgrano–, sacerdotes –Alberti–, activistas políticos –French y Berutti–, decididos –Castelli–, etc. Los Criollos, que desplazando del poder local a los españoles de España y separándose de la monarquía española se habían lanzado al agua, quedaron en difícil situación ante la caída napoleónica en 1815, pues derrotada Francia, cuna de las ideas libertarias, sus enemigos retornan a los modelos monárquicos –restauraciones– y si bien no recuperan su preponderancia total en el mundo, les sobra para intentar recuperar sus colonias. Aliados de los Ingleses

Ahora es cuando se produce un cambio en el sentido de las tendencias en relación a las alianzas estratégicas o apoyos –abiertos o encubiertos– e incluso simpatías y antipatías que luego se harán carne. Veamos. España, la madre patria, la cuna de nuestros héroes, había sido abandonada por sus hijos –nosotros, el virreinato y sus criollos– en el peor momento de su lucha contra Francia.

No sólo abandonada, sino atacada, desplazada y humillados sus funcionarios –Virrey incluido–, que debieron huir. Ahora venían por el vuelto. Querían retornar a la situación anterior y el destino de los rebeldes era claro.

Ya estaban los ejemplos, ya les había pasado a los norteamericanos y a los

franceses. Los revolucionarios son héroes cuando gana la revolución y criminales cuando pierde. No se podía retroceder porque el avance había sido muy decidido y no habría perdones personales para los participantes.

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La España que venía era fuerte y decidida. Los criollos tuvieron que huir hacia delante. Síntesis la Madre España era ahora el enemigo España.

… “A esos tigres sedientos de sangre fuertes pechos sabrán oponer”...

Del Himno Nacional Argentino –los tigres son los españoles–. Mucho tiempo después de resuelto el conflicto, con la real independencia de las colonias, todo cambió, volvió el amor y el ex virreinato fue tierra de promisión para los españoles que entonces en calidad de inmigrantes llegaron a sus tierras.

Más tiempo aún debió transcurrir y el amor aumentó con mutuos intercambios entre los que se contó la ayuda económica alimenticia que Argentina prestó a España durante su guerra civil (1936-39) y en la segunda guerra mundial (1939-45) y aún después pues España –Franco (1938-1973) – había quedado desposicionada ante las potencias por su neutralidad en dicho conflicto. Pero el amor es lo de hoy.

España era el feroz enemigo mortal porque venía a matar y había que morir o

matarlo. No olvidar esto. En España habían coincidido Wellington y San Martín luchando contra las ideas de la revolución y los derechos del hombre. Wellington, el inglés que luego vencerá a Napoleón en Waterloo y José Francisco de San Martín, ayudante de campo del Marqués de Coupigny en la batalla de Bailén en 1808.

San Martín es hijo del primer Teniente Gobernador de la Gobernación de las Misiones Guaraníes, administradora desde Yapeyú de las antiguas misiones quitadas a los jesuitas por Carlos III.

Inglaterra había luchado junto a la madre patria contra Francia. Fernando VII, el rey

que los criollos abandonaron en la mala, el general que venció a Bonaparte y el general que será prócer de América del sur, fueron del mismo equipo contra la Revolución Francesa. Goya plantea los espantos de esa guerra en sus pinturas. Los enemigos de mis enemigos son mis amigos

Pero vencida Francia, por los intereses ingleses aliados de los intereses monárquicos españoles contra los intereses revolucionarios, Gran Bretaña comenzó a promover la independencia de las colonias americanas, pues le interesaba que España no recuperara su poderío anterior.

Podía hacerlo pues había destruido el poder naval español y francés en la batalla de Trafalgar, donde Nelson venció a la famosa armada invencible. En esa los españoles y franceses (1805) peleaban juntos contra los ingleses pues la flota estaba en poder del estado

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español y este de los franceses mientras que los españoles que peleaban contra Napoleón en tierra eran rebeldes protegidos por los ingleses para embromar a Francia. ¿Qué embrollo no? Los ingleses, que perdieron sus colonias en norteamérica por la ayuda que estas habían recibido de Francia y le devolvieron la gentileza con la derrota de la revolución francesa ayudados por la España monárquica en rebeldía, decidieron y empezaron a ayudar a las colonias del sur de América para que se independizaran de España, que ahora de aliado volvía a ser competidor –parecido a USA/URSS después de la segunda guerra mundial–.

Muerto el perro –Napoleón/la revolución/Hitler/Musolini– se acabó la rabia y empiezan a vacunarse entre los veterinarios. Siempre igual, nunca diferente. Los ingleses eran ahora, si no aliados bélicos directos, cuando menos simpatizantes o sponsors de los criollos porteños. Hay quienes dicen que eran: simpatía, novios, amantes. Nosotros sólo sabemos que salían.

Algo había cambiado. Sí, como en el caso de España. Ahora el enemigo de 1806 era el amigo para los locales. Ojo con esto, no olvidarnos, porque mucho tiempo después el amor se enfrió y terminamos otra vez peleando. Pero para comprender un momento del sistema, de la serie histórica, hay que situarse en ese momento preciso, no antes, no después. En cada momento. Con la significación de los hombres en ese instante. Los franceses desaparecieron entonces como unidad de referencia a nivel mundial, pues la restauración de la monarquía comprendía los territorios de una Francia original y no a la del Imperio Francés napoleónico. Francia como España ya no sería la potencia que fue. Pero quedaba el germen de lo que había sido la revolución. No en el mundo de los bárbaros actos sino en el de las ideas y sobre todo en el de la libertad de pensamiento. Gran Bretaña quedó durante más de cien años como el imperio más poderoso del planeta y con quien debía hablar cualquiera que tuviese que ver con el mundo del poder y los negocios. La Caja está en Londres

Lentamente a través del siglo XIX todo el mundo se reposicionó a estas nuevas circunstancias. Las colonias americanas ya independizadas de España abrocharon sus negocios con Londres que era quien repartía las cartas. No era una opción –elección entre varias posibilidades potenciales– sino una alternativa –elección por si o no ante una cosa–.

Los negocios de los criollos pasaron por Londres como antes los de los españoles locales pasaron por Madrid. Simplemente porque era allí donde se hacían los negocios y nadie logra comprar zapatos en una carnicería.

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Los patricios se fueron formando en este modelo de criollos de ascendencia española, de un sistema republicano joven independizado recientemente de España monárquica, en una región de enorme riqueza potencial agroganadera que actuaba como proveedor de materias primas de lo que se llamaría la revolución industrial, que ocurría principalmente en Europa, con Gran Bretaña como eje, dado su carácter de líder mundial y la posesión de la mayor flota que le confería el dominio del mar y del tráfico de mercadería –avión, tren, camión, vinieron después–.

Había un cliente, quería comprar, imponía las condiciones porque dominaba el mercado y los transportes. Y si no le caía bien algo intervenía con la fuerza. Siempre igual. Nunca diferente. Algunos criollos progresaron mucho económicamente. Otras familias de diferente procedencia se incorporaron y se fue formando el patriciado porteño. Lo que para el mundo es la nobleza hereditaria y los títulos nobiliarios, signos de jerarquía moral y antecedente de hombría de bien, fueron en argentina los antecedentes de participación en las luchas de la independencia e incluso las de formación del estado.

Corresponde recordar que en pocos años debió pasarse del virreinato al caos y de este a la conformación de un estado republicano de acuerdo al modelo francés y americano del norte. No debió ser fácil armar el modelo teórico mientras se peleaban las guerras externas e internas y construir la economía que entró ganadora al siglo XX.

Las cuatro cosas juntas. Ganó la guerra exterior de independencia, planteó el

modelo de país que quiso y lo organizó, eliminó al enemigo interior y obtuvo un éxito espectacular en la gestión económica. Difícil. Estos patricios exitosos, ricos y prosapiosos tenían una culpa. La vida es una herida absurda. El origen de la revolución de mayo y la independencia tenía un pecado. El esposo original –España– había sido abandonado y se había ganado el divorcio. Se vivía excelente gracias a la buenísima relación con un amigo muy poderoso –Gran Bretaña– y los sueños de juventud, el amor verdadero, la revolución ideológica planteada por Napoleón se había concretado en gran medida. ¿Y entonces?

Pero los patricios que sin duda conocían y agradecían estos dones de Dios se sentían faltos de orientación cultural pues no compartían ni siquiera la religión con el imperio central –Inglaterra– y si bien esto se subsanaba en las cuestiones de bolsillo no alcanzaba ni para empezar en el resto.

El respeto por la flema británica que después se extendió a la organización alemana no servía para las categorías más importantes de los hechos intelectuales y mucho menos para las más elevadas del espíritu humano.

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Entonces los patricios que eran exitosos por costumbre, por hábito, por método. Miraron hacia París y Roma y no se equivocaron. Volvieron a salir de compras. No compraron zapatos en la carnicería los volvieron a comprar en la zapatería de Londres, pero para los libros fueron a las librerías de París y para el alma concurrieron al Vaticano. La peor acusación que se les puede hacer es que eran adictos al triunfo o fundamentalistas de la lógica. Y volvieron a ganar porque cimentaron lo construido con valores permanentes y lo vistieron con las mejores galas del pensar y el hacer científico y artístico de la época. En 1852 un grupo de estos destacados ciudadanos funda el Club del Progreso –que aún funciona en Sarmiento 1343 de Buenos Aires– con la finalidad manifiesta de: “desenvolver el espíritu de asociación con la reunión diaria de los caballeros más respetables tanto nacionales como extranjeros.. .uniformando en lo posible las posiciones políticas por medio de la discusión deliberada y mancomunar los esfuerzos de todos hacia el progreso moral y material del país”. Con lo cual tenemos claro que detectaron el peligro de las diferencias internas y trabajaron en la construcción de un grupo superador de las antinomias y promotor del éxito del conjunto.

Entre otros estuvieron en este emprendimiento: Justo José de Urquiza, Bartolomé Mitre, Marcos Paz, Domingo Faustino Sarmiento, Nicolás Avellaneda, Julio Argentino Roca, Carlos Pellegrini, Luis Sáenz Peña, Manuel Quintana, José Figueroa Alcorta, Roque Sáenz Peña, Victorino de la Plaza, Hipólito Irigoyen, Marcelo T. de Alveár, José Evaristo Uriburu, Roberto M. Ortiz, Leandro N. Além, Vicente Fidel López, Francisco Pico, José María Gutiérrez, Lucio V. González, Aristóbulo del Valle, Miguel Cané, Lucio V. Mansilla, Estanislao del Campo, Eugenio Cambaceres, Tomás Casares, Estanislao Zeballos, Ángel de Estrada, Juan Agustín García, Cecilia Grierson. Muchos de ellos presidentes de los argentinos y casi todos nombres de calles en la actualidad. Supieron reemplazar el excluyente operador lógico “o” por el enriquecedor “y”. Continuaron ganando.

Los criollos ahora patricios se habían autoconstruido una fortaleza impresionante de bienes espirituales, intelectuales y materiales que transformados en circulo virtuoso crecieron sin cesar en su provecho.

Los Patricios porteños eran ahora una nobleza local establecida que alcanza su barroco en las primeras décadas del siglo veinte. Luego comienzan a denotar signos de agotamiento que coinciden con variantes en las condiciones generales externas e internas al país.

Pero antes de ser reserva estratégica, antes de ser fuerza conservadora fueron

revolucionarios y en el momento que nos ocupa fueron revolucionarios exitosos. Lo que sólo lograron los franceses por pocos años mediante Napoleón, estos criollos lo consiguieron sin líder carismático mediante, como un logro del conjunto, de una clase. Fue un buen ejemplo de aristocracia –el gobierno de los mejores– para el mundo, hasta que se pudrió.

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Buenos Aires luego de fijar sus polos prospectivos en Londres, París y el Vaticano se abrió a una inmigración europea pero de gran mayoría italiana. La familia patricia componía, antes de la llegada de esta gigantesca inmigración, un modulo social que representaba el hábitat de un sinnúmero de personas que pertenecían a la familia en diferentes categorías. Tipo familia romana una casa patricia contenía el núcleo central del pater familias y luego algunos círculos concéntricos de familiares o relacionados o protegidos que luego incorporaban a los sirvientes de todos ellos, que eran numerosos. Todo ellos en uno o más –generalmente varios– domicilios. El pater familias

Estancias y otros establecimientos tenían además a los trabajadores rurales y sus familias, administradores, etc. Cada familia patricia era una familia y una empresa en lo referente a dar ocupación y trabajo en tareas productivas o de servicios, a lo que se agregaba la construcción y el mantenimiento de obras que por su importancia requerían fuertes presupuestos y generaban numerosos puestos de trabajo. Las familias deben verse como núcleos productivos y no en el concepto de familia sólo con lazos de sangre y menos aún el de familia tipo. La industrialización creo la idea del trabajo fabril, la superpoblación incrementó el concepto de puestos de trabajo para servicios generales –a todos– de comercio, transportes, comunicaciones, etc. Esto era mucho más reducido. Principalmente hacemos hincapié en que era diferente. La sociedad de consumo necesitó posteriormente más núcleos familiares que consumieran más cocinas, heladeras, teléfonos,

Resultaban más útiles a sus fines varios grupos de consumo que uno. Yo nací y me crié en una especie de conventillo de más de 25 personas donde todos eran familia. Los abuelos, sus cinco hijos casados con sus parejas y los hijos de estas compartíamos 15 habitaciones y una sala grande con dos enormes patios.

De a poco vi irse para mejorar a sus casas particulares a cada grupo. Construían o

compraban y partían, venían los domingos a compartir. Fuí el anteúltimo, dejé –los abuelos ya habían fallecido– la última pareja y sus tres hijos aún solteros pero ya grandes. Pensar en familia no es lo mismo hoy que entonces. Estos grupos eran verdaderas organizaciones a la hora de prestarse servicios y también de generarse problemas y rencillas.

Sucede a menudo y les sucedió a las familias patricias porteñas que las sucesivas generaciones van perdiendo en fuerza de construcción. Encuentran casi todo muy hecho muy armado, la vaca está atada y se embolan.

Algunos construyen empresas o se dedican a otras actividades con éxito. Fundar un

diario, dedicarse a las ciencias o las artes con entusiasmo. Las obras de caridad, la política,

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pueden ser caminos para quienes encuentran una construcción armada y desde allí diseñan la propia. Pero están aquellos a quienes este armazón previo, este ya todo está hecho parece trabarlos más que ayudarlos y entonces, o caen en la abulia y la nadidad o francamente encaran hacia el vicio o la estupidez.

Esto sucedió más a menudo a medida que aumentaba el número de miembros por

crecimiento vegetativo de las familias, estas se alejaban del eje originario de la lucha y la creación. Las variables sociales cambiantes los solapaban con otras realidades de las cuales los miembros menos capacitados huían por pánico o abrazaban por snobismo. Felicitas

En los caminos polvorientos que unían en principio Buenos Aires y Mar del Plata algunas familias de las fundadoras de la Villa Turística tenían paradores propios donde detener sus carruajes, primero de caballos y luego de motor, e incluso descansar una noche o más.

Eran como las hosterías de la Europa pero privadas, para cambiar o descansar caballos, comer y dormir pues el viaje era largo e incómodo. Las familias que viajaban con el personal y enormes equipajes tenían en aquellos lugares más personal que les esperaba y atendía. Un ejemplo de estas familias fueron los Guerrero. Algunas construcciones imitaban verdaderos castillitos al costado de los caminos, todavía puede verse el de Castelli y con más atención uno a la izquierda del ferrocarril yendo hacia Buenos Aires a la altura de Domselar.

Este último lo conocí casualmente. Invitado en los ochenta por Susana Pasacantando para exponer en la Biblioteca de Brandsen junto con Batro –quien fuera “visiting profesor” en la Pontificia Academia de Ciencias del Vaticano– al irme hacia Buenos Aires los Urtuzgaray o Jorge Penesi me pidieron alcanzara a un señor mayor a quien deje en un bosquecito al costado de la ruta 210. Al partir, en un claro de la arboleda descubrí el castillito al cual ingresó mi acompañante. Nunca supe quien era. Años después supe que la propiedad fue de los Guerrero.

Otra construcción del mismo estilo, en la zona, al costado del Camino Real, casi

pegada a un campito que tuve en Empalme San Vicente, se llama Las Margaritas y tengo entendido fue en algún momento –mucho tiempo después– de un gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Para verla se puede, desde la estación Alejandro Korn del tren recorrer unos dos kilómetros al este por el Camino Real –hoy San Martín–. Muy cerca está la casa de un museólogo marplatense. En ese Empalme San Vicente, que no es otra cosa que la estación del ferrocarril del San Vicente original, arrancan Las Encadenadas, lagunas que preanuncian la cuenca del Salado y los bajíos que tendrá que enfrentar el viajero con sus correspondientes polvos o lodazales. Estos bajíos fueron trabajados con numerosos puentes cuya construcción era

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festejada con inauguraciones y padrinazgos pues en aquel entonces había quienes pagaban –donaban– las cosas de uso común. Felicia Antonia Guadalupe Guerrero y Cueto inauguró uno de estos puentes de hierro. Esta dama pertenecía al más rancio abolengo porteño siendo hija de Felicitas Cueto y Montes de Oca y Carlos José Guerrero y Reissig y habiéndose casado en primeras nupcias con Martín de Álzaga de 51 años, teniendo ella 16. Álzaga sobrino nieto del prócer era una de las mayores fortunas de Buenos Aires.

Se dice que la muchacha era lo más precioso que tenía la ciudad y no le faltaban pretendidos amantes que buscaban aunque sea compartir el banquete de don Martín. Felicitas tuvo un hijo que fallece de fiebre amarilla en 1869 muriendo su esposo un año después, quedando como la mayor heredera apetecible entre aquellos patricios. Los Ocampo

Felicitas viuda, era la mayor fortuna en las manos de la mujer más hermosa. El flit no alcanzaba para espantar a los pelandras de toda laya. También los caballeros de la más alta prosapia peleaban por su simpatía y entre ellos se contaba don Enrique Ocampo quien se dice había conseguido ciertas concesiones y la visitaba en la casa del padre de Felicitas que estaba en la actual Avenida Montes de Oca.

La mansión siempre concurrida por numerosos visitantes que eran una verdadera corte de los Guerrero. Entre ellos un médico –primo– de nombre Montes de Oca que luego dará nombre a la calle.

Don Enrique Ocampo era tío de Victoria y Silvina Ocampo que encontraremos al llegar a Mar del Plata. Los Ocampo eran una de las familias patricias que viviendo en el centro de la ciudad poseía una mansión –Villa Ocampo– frente al Río de la Plata. Vieja casona donde Victoria llevará después a numerosos intelectuales extranjeros.

Sospechamos que Enrique estaba más que satisfecho de su conquista, pues dicen

disfrutaba de su fama de bon vivant y así como otros podían perseguir en la viuda el dinero o la belleza, el ponía primero su fama de propietario de la joya, sin desatender los otros beneficios suponemos. Este orgulloso sentido patrimonial que disfrutaba y paseaba por todo Buenos Aires fue causa de una desgracia. Cierta vez Felicitas debió inaugurar un puente de hierro sobre el Salado para lo cual viajó a la zona. Saliendo a pasear a caballo conoció al estanciero Sáenz Valiente que pasaba por allí y parece se enamoró de él y como Felicitas era de raza ganadora volvió satisfecha de aquel viaje. Pero la gente es mala y comenta. Tiempo después, un día que la mansión de los Guerrero relucía como siempre colmada de visitantes, llegó a ésta don Enrique Ocampo un tanto inquieto y preguntando si ya había vuelto Felicitas de su viaje –vaya a saber que número– a la zona de inauguración

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del puente. No sabemos si molesto por la inauguración primera o por la continuación de los festejos. Se le informó que se la estaba esperando y pidió pasar a la biblioteca, para estar allí solo, hasta que la dama arribase. Así se hizo. Al llegar Felicitas, que era libre, rica y acostumbrada a no dar demasiada cuenta de sus actos y enterarse que el pretendido propietario estaba en la biblioteca con algún supuesto reclamo se dirigió a ésta, se nos ocurre con la idea de darle el buque definitivo pues los frecuentes viajes hablan bien de don Sáenz Valiente.

Entró a la habitación decidida y recibió un tiro mortal, cayó al piso y se acabó en un instante todo lo perfecto para dejar en su lugar la sangre y el olor a pólvora. Los dos entierros de Felicitas

Luego del tiro son varios los que ingresan a la biblioteca y las narraciones son confusas pero de aquel lugar donde Felicitas entro en diosa y salio en mortaja, don Enrique Ocampo que entró como asesino se fue suicidado. Si, lo suicidaron de un certero tiro. Los certificados de defunción los firmó el doctor Montes de Oca. Para colmo de vergüenza de estas familias patricias los entierros en la Recoleta, fueron simultáneos –como las partidas de ajedrez–, hacia las respectivas bóvedas con amigos mutuos que compartieron las ceremonias.

Como en la Inglaterra de Carlos I, como en la Francia de Luis XVI, como mas tarde en la Rusia de Alejandro I, algo estaba empezando a fallar en la relojería del modelo y los primeros signos los brindaban actores secundarios o trivializados por la facilidad de la vida construida por sus ancestros. El padre de Felicitas mandó levantar una iglesia en la calle Isabel La Católica 520, entre las calles Brandsen y Aristóbulo del Valle, frente a la Plaza Colombia en el barrio de Barracas y dentro de ella –parece que único caso en el mundo– las estatuas de su hija y nieto –dos imágenes no religiosas–. Esta iglesia no fue autorizada por la Curia, y en ella no se pueden impartir ninguno de los sacramentos de la fe católica. El puente de hierro sobre El Salado todavía se ve, también el castillito de Felicitas, la casa de los Guerrero, la iglesia y las estatuas, la casona de los Ocampo, las casas de estos en Mar del Plata y las bóvedas familiares en La Recoleta. No sabemos que fue de Sáenz Valiente. Si el amor o la pasión de Felicitas por él la llevó a su conducta. Si la de don Ocampo también se debió a su espíritu maltratado por la significación del hecho, entonces estamos ante una historia de amor con final trágico.

Si los hechos se debieron a la trivialización de las conductas en uno y otro caso se mataron teniendo todo, por una teatralización de la realidad, sin pensar que paradojalmente

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así la hacían real, pues allí también la sangre no miente. Recordemos a Julio Sosa hablando lúcidamente de su revólver.

¿Me atreveré a pedirle que me grite al oído la trágica elocuencia

de su boca sin dientes? Trivializar las cosas es siempre una tontería, pero trivializar el amor es horrible pues deja a quien lo hace solo frente a la vida. El amor siempre es un drama intenso donde se combinan alegrías y tristezas. Quien quiere transformar el drama exclusivamente en caricatura, en comedia, suele terminar escribiendo tragedias que lo incluyen.

Las aristocracias que se construyen siempre con dignidad, capacidad y amor suelen decaer cuando después de vestirse con las mejores galas, con los trajes más costosos y apropiados a su maravilloso contenido se olvidan de éste y quedan sólo disfrazadas de algo. Palermo y Garibaldi

Tuvimos la suerte de haber vivido en dos barrios maravillosos, por lo enriquecedores, de Buenos Aires. El recorrerlos cotidianamente, el pisar sus adoquines, el ver sus frentes, hasta el sentir sus humedades, es una lección de historia por osmosis. Uno de estos barrios fue San Telmo que nos descubrió todo el periodo colonial y post colonial. Es que Buenos Aires tampoco es toda igual o toda Buenos Aires. Entre Retiro, Constitución y el Congreso esta casi toda la historia porteña y gran parte de la argentina. Otro de los barrios fuertes es Palermo. Vivimos en Libertador y Sinclair frente al Rosedal, pegado a la cancha de polo, al hipódromo, al zoológico, al botánico, al jardín japonés, las embajadas, el regimiento de patricios, la Munich, la costanera, el planetario, la plaza Italia, el aeroparque. Pero en Palermo también hay osmosis de otro tipo. Es un ambiente general como en San Telmo pero en el bajo se resuelve en arquitectura de muchas pequeñas habitaciones o partes y en el Maldonado parecen grandes salones. Esto, todo esto, fue la casa de Rosas, si de Juan Manuel. Palermo se llama por el puerto italiano, la capital de Sicilia. Estamos de nuevo mirando a Europa, a su estilo. Es la casa de Don Juan Manuel el restaurador donde vivía y recibía su hija doña Manuelita. Sarmiento es quien siendo presidente ordena el cambio de Palermo de casa solariega o quinta a parques y jardines. Los porteños los llamaron los Bosques de Palermo. Buenos Aires antes de tener su villa turística al estilo europeo, tuvo su bosque. De puro imaginativos.

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Los bosques de Palermo en medio de la pampa que es un desierto, una sabana. Luego llegaron los animales y plantas exóticos para completar. Los patricios porteños tenían bosque. Se llamaba Palermo y se podía pasear en ellos con los carruajes o de a pié, quedaban a un paso de la ciudad y era tan chick. El tiempo atacó la zona de la peor manera, para el concepto de aquellas familias, que fue la ocupación progresiva por la plebe que llegó a su máxima –por peor– expresión en plaza Italia donde se levanta el monumento a Garibaldi. Esta plaza se fue transformando en lugar de reunión de parejas informales. Resulta que los jueves era día franco de las sirvientas de Buenos Aires que concurrían en masa a este sitio donde encontraban o se encontraban con los conscriptos del interior que tenían el cuartel ahí nomás. Puloil

Imaginen la cara de los pitucos. Cientos de siervas, que así les decían, con cientos de negros colimbas, que así los llamaban, paseando y besándose sin glamour alguno por los bosques de Palermo. Un espanto. Casi un caso de crueldad sicológica para con los espectadores que huyeron para no volver. No había siquiera un sólo mayordomo, ama de llaves, valet o sirviente calificado, era lo peor. Tampoco aunque sea un suboficial, no digamos de la marina pero cuando menos del ejército, no, sólo conscriptos y del interior. Todos eran morochitos y morochitas. En aquel entonces existía un producto líder en el mercado del jabón en polvo, se llamaba Puloil. Como las chicas se dedicaban a la limpieza, la plaza se empezó a llamar plaza puloil, el día de la semana jueves día puloil y terminó en una generalización que usábamos todos.

Cuando en algún trabajo, baile, restaurante, o lo que fuera, había baja calidad, se decía: –fui a tal lado, un ambiente puloil. No eran muy afectuosos con la inmigración interna.

En esto también siempre fue igual. Después fue peor llegaron los trabas encendidos

que hicieron aparecer a las niñas puloil como diosas griegas en día de olimpíada. Pero a esa altura gente, lo que se dice gente. Gente que importara, diría Machucho, ya no quedaba nadie. Para colmo no sólo se debía soportar a los morochitos. Los inmigrantes tenían sus categorías. Un suizo, un alemán, un ingles eran más que un francés, un español o un polaco y mucho más que un italiano, un turco o un ruso –por judío–. Bueno pues, de los inmigrantes, a la plaza Italia, fueron los italianos. Y para colmo definitivo la estatua en medio de la plaza era una especie de estatua al che Guevara de la época, pues Garibaldi era un kilombero profesional.

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Este Garibaldi que terminó siendo factor de la creación de la republica italiana y que hizo de Sicilia y el sur de Italia su polo de desarrollo, había estado por el Río de la Plata y participado en varias revueltas, estuvo herido y convaleció en una estancia de Entre Ríos. Trabajó, dicen, como mercenario, con sus famosas camisas pardas. Este símbolo, este loquito, este italiano del sur, este revolucionario, era el monumento en la zona del bosque de Palermo donde sólo debieran oírse sonar valses vieneses. Un espanto. Algunos miembros de las familias patricias que seguían vanagloriándose de sus ancestros los fundadores de la patria empezaban a olvidar los orígenes revolucionarios de éstos. Usaban su apellido, sus medallas, su cuadro lucía en la sala y se les escapaba el espíritu del asunto. Brumas mentales

Los próceres originarios que dieron nombre a las familias fundadoras del país moderno, fueron revolucionarios que dieron su sangre o la arriesgaron en muchos casos y siempre con el espíritu heroico de quien cree va detrás de ideales superiores.

Lo extraño es que quienes se compraron este sobretodo, se lo pusieron, se abrigaron y crecieron con él y se enorgullecieron de su esencia, sacando resultados prácticos de su uso y exposición, fueran de a poco quedando encandilados exclusivamente por la apariencia del ropaje, por lo externo.

De la dignidad, el valor, el sacrificio, el trabajo y la presencia se quedaron

preferentemente con la pinta. El sobretodo ahora era sólo lindo como mucho cómodo. Si ya ni frío hacia. –Son otros tiempos. Se decían.

Lo que no imaginaban era que aquel invernal vestido, legado por sus mayores y que

si bien bonito, resultaba un poco pesado para estas preciosas primaveras que gozaban, se convertiría en saco de plomo en el verano que por trivialidad dejaban constituir. Se venían cambios. Pero todavía era nuestra belle epoque. Aquellos jesuitas, aquellos franciscanos, aquellos guerreros, aquellos idealistas resultaban un poco ásperos y hasta torpes a la luz de las actuales circunstancias. Habían vivido una epopeya cuasi bárbara, ganado sus laureles y fabricado un país.

Algunos de sus descendientes continuaban en la senda, adaptando a la época, pero a otros esta ropa les sonaba rústica. –Una cuestión de piel. dirían. Más delicados, mas finos, mas abiertos y hasta más simpáticos. Para que discutir. Dedicados al arte más por terapia que por vocación o a otras actividades pero siempre con estilo despreocupado. Su vida empezó a ser una pose. Estaban para la foto. Mucho tiempo después, en otras generaciones, ocurrió algo similar con los hijos doctores de los albañiles, que en muchos casos ocultaban sus orígenes por humildes. Aquí en cambio se despreciaban las raíces por falta de elegancia.

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Estos personajes generaron otro daño, al hacer de la cultura un bien suntuario para

el imaginario popular, que lo relacionó desde entonces con las pacaterias de estos individuos. Culto se volvió sinónimo de plomo o de cursi o de auto/sobre/valuado. Y como siempre algunos sacaron ventaja e impusieron la moda: –Sea actual. Sea guarro, bruto, sucio y ordinario. Se igual. Compre ya. Pero a fines del XIX y principios del XX esto era una tendencia solamente, algunos signos. Se estaba en la cumbre y un hábito del hombre y las naciones de éxito es creer que seguirán subiendo hasta que esto deja de suceder.

Después comprenden que inexorablemente todo lo que deja de subir comienza a bajar. La permanencia es un instante, luego ruqueta y pata plum plan plum. Halo mata a Línea

Olvidados, muchos miembros de las grandes familias, de los orígenes revolucionarios de sus prosapias, no recordando a los masones, San Martín y Alvear y menos aún los bárbaros momentos de la organización y las guerras civiles donde todos fueron un poco bruscos y con menos excusas que los anteriores.

No queriendo comprometerse, mental ni espiritualmente, con la adaptación del modelo a las épocas, se dedicaron al boludeo patético. Aparentemente ignoraban que como en el tránsito quién se detiene o disminuye la velocidad debe ceder el paso.

Estos nenes de mamá salieron al tránsito en el Rolls-Royce que conducía papá y ya

en la ruta casi sin movimiento les dijeron: –Manejá vos. –Esto es fácil. Se dijeron. –Hace años que miro como se hace y le dieron. Se olvidaron de mirar por el espejo retrovisor. Cuando frenaron, ante el aviso de un parador que ofrecía champagne y caviar, buenas lecturas y maravillosas mozas, frenaron bruscamente, de golpe.

No miraron por el espejo. Les pasó por encima un camión de la Orensana que

transportaba el esfuerzo del pueblo. Ni se quejaron. Vivos y zonzos, laburantes y vagos, cultos y bestias, conchetos y berretas, nobles y plebeyos, snobs y flor de ceibo comenzaron a mezclarse, a compartir territorios, a verse ocasionalmente.

Eran curiosidades mutuas de gran interés, lo demuestra la cantidad de epítetos gastados en autodefinirse y denostar al diferente. La ciudad, el subte, el tren, los colectivos, los gremios, el Tortoni, la Avenida de Mayo, los cines, el teatro, Constitución, el Pasaje Barolo, el Molino, el Gardel, Gatica, el torito, el Zepelin, la librería del Colegio, Borges, todo se mezcló. En el Petit Café los petiteros empezaron a tomar licuado de tutifruti. Naturalmente.

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En el centenario (1910) todavía se mantenían los brillos del país y la ciudad que aún eran algo en el concierto mundial. La idea de este cumpleaños de la patria había despertado un no se que y la cosa a nivel de significación mejoró. Un cierto espíritu de grandeza invadió el clima general. Bien sabido es que cuando cambia la actitud cambia la acción.

Los que después se irían recordaron con más fuerza a sus mayores, los que después vendrían demostraron respetos por las conductas y logros de los próceres. El respeto siempre es productor de respeto. El tiempo se detuvo para honrarse a si mismo. Es curioso como las actitudes sociales responden en forma geométrica no sólo en volumen de adeptos sino y principalmente en intensidad. Las cosas cambian radicalmente cuando una actitud rompiendo la inercia comienza a lanzar el sistema hacia la decadencia o la grandeza.

Cuando vi que se venia, se venia... ya de cubito dorsal,

me la agarré Baste recordar la imitación de conductas positivas o negativas en cualquier proceso masivo. En una turba alguien arroja la primera piedra, luego varias vuelan y el resto es el pandemonium. Alguien calla para escuchar una canción que comienza a sonar, otros lo imitan. El silencio puede ser total. Como los minutos de silencio en las canchas de fútbol o una gresca en un templo. Principios de actitudes empobrecidas culminan en masivas manifestaciones de pobreza mental. La cerrazón de un Cromwell se resuelve con el desentierro y el esparcimiento de sus huesos por parte de la multitud.

Víctor Hugo bautiza para siempre al descendiente de Napoleón que sin grandeza intenta regir los destinos de Francia Napoleón el pequeño. Lo llama y esparce los huesos de su integridad, pues la frase desnuda la miseria del personaje.

Hacia arriba es igual. La vieja guardia napoleónica que le siguió por el mundo en

sus triunfos y fracasos, lo acompaño hasta el fin. Dio pruebas de valor más allá del deber y cuando nada se podía hacer le rodeó en sus últimos momentos de poder. La guardia dió ejemplo, como los suizos que supieron morir defendiendo a los reyes de Francia que custodiaban.

Como Moro que no claudica ante Enrique VIII. Su obra, Utopía se usa

erróneamente como ejemplo de aquello que no se puede alcanzar, siendo por el contrario aquello que nos merece la intención de hacerlo, que nos mueve hacia el logro.

Moro el utópico frente a Enrique VIII el pragmático, que asesinó a sus esposas

cuando no pudo cambiarlas por otros métodos, le dijo no y fue no. Le costó la vida. Pero dijo no. Los ejemplos de grandeza y de miseria son piedras que caen al estanque de las masas y generan círculos concéntricos de influencia hasta abarcar el todo.

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Nadie es tan corrupto que no aprecie y aspire a la grandeza, ni tan puro que no pueda caer en la tentación de la decadencia. En el Centenario aquel pueblo que festejaba los corsos –de la Avenida del Corso por Napoleón en Florencia– de los carnavales y terminaba algo alcoholizada y con numerosas grescas. Fiestas en las que participaban las familias más reconocidas desde sus carruajes no sin algunas dificultades.

Todos disfrazados y un tanto baladíes, triviales y contentos. Más livianos que otra cosa. Con más intrascendencia que desmedro. Esos mismos habitantes de Buenos Aires se pusieron serios y dispuestos a concentrarse para recordar el centenario de sus orígenes.

Pensamos que las reuniones semanales de las iglesias son útiles ya en principio

porque detienen la pelota de la estupidez humana porque obligan a frenar y reflexionar. Atrevidos y Majestuosos

Un par de anécdotas para ilustrar la época. El Doctor De la Torre, médico y Director del loquero que fue, lo cual habla de su conocimiento sobre ciertos aspectos de la condición humana, abuelo de mi ahijada Laurita nos contó acerca de los carnavales de la época de los cuales participó.

-Salíamos a recorrer el corso con los carruajes. Eran alegres y divertidos, con muy pocos peligros reales en las primeras horas y mas riesgos a medida que avanzaba la ingesta de bebidas entre los disfrazados, que por ejemplo en una ocasión incendiaron -quemaron vivo- al oso Carolina.

-Las damas y las niñas, sin bajar del carruaje podían disfrutar con tranquilidad del

espectáculo y formar parte de él pues la caravana de carros era numerosa. En ocasiones el o los caballeros, que acompañaban siempre a las damas, debían con sus bastones corregir –sic- algunas conductas con pequeños toquecitos sobre los más atrevidos -también sic-. Esta versión es de primera agua. Cincuenta años después nos movíamos por ese corso disfrazados de Gatica, lo cual nos exime de declarar que íbamos de infantería –a pié–. La palabra infantería denomina a aquellos que están a cargo de la protección del Infante, que en España era el hijo del rey. Pertenecer a la Infantería era ser guardia de corps del hijo del rey, una especie de granaderos para los chicos. Si el infante era mujer se denominaba infanta, bueno la infanta vino a Buenos Aires en el centenario para participar en los festejos y da lugar a otro testimonio de ese Buenos Aires. En los setenta, siendo Jefe en el Sistema de Computación de Datos de la Dirección General Impositiva nos asignaron un edificio al que nos trasladamos con parte de los hombres. El edificio, propiedad aun hoy de la DGI se encuentra en Avenida de Mayo 1317 teniendo entradas también por Rivadavia y Santiago del Estero.

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Es un gigante de época de siete pisos uno de los definidores del aire de la Avenida de Mayo. Ubiqué mi despacho en el cuarto piso en la esquina de Avenida y Santiago del Estero. Distribuimos las cosas y empecé a vivir aquel lugar. Es una maravilla que sugiero visitar. Escaleras de mármol, vitraux, arañas, una especie de palacio. Sus baldosones siempre me impresionaron, sus baños, verdaderas salas por su tamaño. Sus ascensores de hierro trabajado. Un lujo. Fulbito en el Majestic

El edificio tenía cerrado el acceso a la azotea pero algún designio me la había hecho conocer años antes cuando siendo cadete –de segunda– nos mandaron en parva como a Martín Fierro para acomodar expedientes en la azotea, donde nosotros enriquecíamos tan noble pero poco gratificante actividad combinándola con algunos partiditos de fútbol en los descansos.

Pelota de goma mediante y transpirados de tanto perseguir la evasión –así le pusimos a la pelota– aquellos niños –no éramos otra cosa– conocimos el Jardín de invierno del Hotel Majestic que era ahora nuestra oficancha. Espectacular, toda la azotea del gigantesco edificio todo hierro y vidrio. Todo sol e imagino que plantas en lugar de los gaveteros espantosos que conocimos. En ese Hotel Majestic que se inauguró para el centenario, en esas habitaciones, en esas escaleras, en ese jardín de invierno estuvo durante los festejos del centenario la infanta española y su corte. Mamá siempre se emocionaba al visitar lugares ilustres de pensar que allí donde ella estaba, había pisado tal o cual personaje. Yo heredé el tic. Un complemento al anecdotario puede ser el de los famosos seres a quienes no les da el cuero. Durante mi permanencia a cargo de aquel fenómeno edilicio me asignaron cien agentes recién ingresados para agregarse a mi planta de colaboradores. El pedido original de un centro de cómputos son analistas, programadores, operadores, asistentes informáticos pero por alguna extraña –o habitual– costumbre de la administración llegaron cien chicos que estaban terminando carreras universitarias no relacionadas con los sistemas ni con la economía.

Eran futuros médicos, abogados, administradores de empresas, fonoaudiólogos, dentistas, filósofos, profesores de bellas artes, danzas clásicas, físicos, etc. A su arribo yo estaba de vacaciones y les fueron asignadas tareas un tanto degradantes para futuros profesionales, aunque adecuadas a lo que había que hacer y su calificación específica, que era cero.

Se amotinaron un tanto y fueron subiendo en la escala jerárquica hasta que llegados

a la Señora de Fernández, Capi de tutti li capi, esta les dijo ya vuelve él y lo arregla seguro. El era moi.

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Cuando arribé me esperaban, no se si con esperanzas o para matarme. Los reuní en la sala de capacitación y luego de escuchar lo que ya sabía y chequear lo que realmente necesitaban empecé a bosquejar con ellos soluciones originales. Fueron divertidas. Todos cumplirían a rajatabla con lo encomendado pero iríamos encontrando actividades complementarias que tuvieran que ver con sus carreras futuras. Algunas saldrían inmediatamente, otras habría que imaginarlas, pero algunos logros de unos, darían fe al resto, sobre todo en la posibilidad y buena voluntad de la acción.

Pronto tuvimos sala propia de atención de salud, con dinero de los empleados y fuera de horarios, pero con presencia de nuestros futuros profesionales, Asesoramiento jurídico etc. Muchos me empezaron a acompañar a dar clases en la universidad y conferencias aportando contenidos específicos de sus especialidades a los ejemplos de sistemas complejos o bases de datos que presentábamos.

En fin es incontable en detalle pero fue muy bueno como experiencia. Alguien hacia

la carta astral de los operativos y se respetaban los horarios de inicio aconsejados por los astros. Una locura. Gracias a un viaje, invitado por la Universidad de Córdoba con cinco de ellos conocimos a Charles Francoise y comenzó nuestra relación con la Sociedad Científica Argentina.

El Juego se abre y los círculos concéntricos crecen pero siempre hay uno. Llame a

uno de bellas artes y mostrándole el Majestic, recuerden el Hotel Majestic, el de la Infanta. El majestuoso palacio con historia. Le dije. -Podemos juntar unos pesos y comprar pintura especial, de la común me mandan para poner en valor el edificio. –Tenemos operarios profesionales. Necesito un Miguel Ángel, esta puede ser tu Capilla Sixtina decime: ¿Qué hay que hacer? ¿Te animás?

No se animó, no pudo, no quiso. Lo pintamos de blanco. Las actitudes son las que

mueven montañas y también las que no las mueven.

Mientras aquellos patricios levantaban ese país en Sudamérica y su punto cardinal en Buenos Aires ocurrieron los festejos del Centenario. Para completar la pintura barroca la Infanta llegó a Buenos Aires.

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