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Italo Calvino - Las cosmicómicas

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Las cosmicómicas1 es una colección de doce cuentos escritos por Italo Calvino entre 1963 y 1964, publicados mayormente en los períodicos Il caffè e Il giorno y luego editadas como colección en 1965 por Einaudi.

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  • Annotation

    El protagonista de este libro se llama Qfwfq y tiene la edad del universo. No hayacontecimiento de un milln o de un billn de aos atrs al que no haya asistido.Galaxias y dinosaurios, sistemas solares y eras geogrficas, basta una alusin para queQfwfq se ponga a contar. No es un personaje, Qfwfq, es una voz, un punto de vista, unojo (o un amigo humano) proyectado hacia la realidad de un mundo cada vez msrefractario a las palabras y a las imgenes.

  • Italo CalvinoLas cosmicmicas

  • Ttulo original: Le Cosmicomiche Giulio Einaudi, 1965 Traduccin de Aurora Bernrdez Ediciones Minotauro, 1967 y 1985ISBN: 84-450-7049-5Depsito legal: B. 33.779-1985

  • Las cosmicmicas

  • La distancia de la luna Hubo un tiempo, segn Sir George H Darwin, en que la Luna estaba muy cerca de la Tierra. Las mareas fueron poco a

    poco empujndola lejos, esas mareas que ella, la Luna, provoca en las aguas terrestres y en las cuales la Tierra pierdelentamente energa.

    Claro que lo s exclam el viejo Qfwfq, ustedes no pueden acordarse, pero yo s. Latenamos siempre encima, a la Luna, desmesurada; en plenilunio noches claras como de da, perocon una luz color manteca pareca que iba a aplastarnos; en novilunio rodaba por el cielo como unparaguas negro llevado por el viento, y en cuarto creciente se acercaba con los cuernos tan bajos quepareca a punto de ensartar la cresta de un promontorio y quedarse all anclada. Pero todo elmecanismo de las fases marchaba de una manera diferente de la de hoy, porque las distancias del Soleran distintas, y las rbitas, y la inclinacin de no recuerdo qu; adems, eclipses, con Tierra y Lunatan pegadas, los haba a cada rato, imagnense si esas dos bestias no iban a encontrar manera dehacerse continuamente sombra una a la otra.

    La rbita? Elptica, naturalmente, elptica; por momentos se nos echaba encima, por momentosremontaba vuelo. Las mareas, cuando la Luna estaba ms baja, suban que no haba quien las sujetara.Eran noches de plenilunio bajo bajo y de marea alta alta y si la Luna no se mojaba en el mar era por unpelo, digamos, por pocos metros. Si nunca habamos tratado de subirnos? Cmo no! Bastaba llegarjusto debajo con la barca, apoyar una escalera y arriba.

    El punto donde la Luna pasaba ms bajo estaba en mar abierto, en los Escollos de Zinc. bamosen esas barquitas de remos que se usaban entonces, redondas y chatas, de corcho. ramos varios: yo, elcapitn Vhd Vhd, su mujer, mi primo el sordo y a veces la pequea Xlthlx, que entonces tendra doceaos. El agua estaba aquellas noches tranquilsima, plateada que pareca mercurio, y los peces,adentro, violetas, que no podan resistir a la atraccin de la Luna y salan todos a la superficie, ytambin pulpos y medusas de color azafrn. Haba siempre un vuelo de animalitos menudos pequeos cangrejos, calamares y tambin algas livianas y difanas y plantitas de coral que sedespegaban del mar y terminaban en la Luna, colgando de aquel techo calcreo, o se quedaban all enmitad del aire, en un enjambre fosforescente que ahuyentbamos agitando hojas de banano.

    Nuestro trabajo era as: en la barca llevbamos una escalera; uno la sostena, otro suba y otro ledaba a los remos hasta llegar debajo de la Luna; por eso tenamos que ser tantos (slo he nombrado alos principales). El que estaba en la cima de la escalera, cuando la barca se acercaba a la Luna gritabaespantado: "Alto! Alto! Me voy a pegar un cabezazo!" Era la impresin que daba vindola encimatan inmensa, tan erizada de espinas filosas y bordes mellados y dentados. Ahora quiz sea distinto,pero entonces la Luna, o mejor dicho el fondo, el vientre de la Luna, en fin, la parte que pasaba msarrimada a la Tierra hasta casi rozarla, estaba cubierta de una costra de escamas puntiagudas. Alvientre de un pez se pareca y tambin el olor, por lo que recuerdo, era si no exactamente de pescado,

  • apenas ms leve, como de salmn ahumado.En realidad, desde lo alto de la escalera se llegaba justo a tocarla extendiendo los brazos, de pie,

    en equilibrio sobre el ltimo peldao. Habamos tomado bien las medidas (todava no sospechbamosque se estaba alejando); en lo nico que haba que fijarse bien era en la forma de poner las manos. Yoelega una escama que pareciera slida (nos tocaba subir a todos, por turno, en tandas de cinco o seis),me agarraba con una mano, despus con la otra e inmediatamente senta que escalera y barca se meescapaban y el movimiento de la Luna me arrancaba a la atraccin terrestre. S, la Luna tena unafuerza que te arrastraba, lo sentas en aquel momento de paso entre una y otra; haba que incorporarsede repente, con una especie de cabriola, aferrarse a las escamas, alzar las piernas para encontrarse depie en el fondo lunar. Visto desde la Tierra parecas colgado cabeza abajo, pero para ti era la mismaposicin de siempre, y lo nico extrao era, al alzar los ojos, verte encima la capa del mar luciente conla barca y los amigos patas arriba, balancendose como un racimo de sarmiento.

    En aquellos saltos el que desplegaba un gran talento era mi primo el sordo. Sus toscas manos,apenas tocaban la superficie lunar (era siempre el primero que saltaba la escalera), se volvan depronto suaves y seguras. Encontraban en seguida el punto a que deban agarrarse para izarse, y parecaque le bastaba la presin de las palmas para adherirse a la corteza del satlite. Una vez tuve realmentela impresin de que la Luna se le acercaba cuando l le tenda las manos. Igualmente hbil era en eldescenso a Tierra, operacin ms difcil todava. Para nosotros consista en un salto en alto, lo msalto posible, con los brazos levantados (visto desde la Luna, porque visto desde la Tierra en cambio separeca ms a una zambullida, o a nadar en profundidad, con los brazos colgando), en fin, igual alsalto desde la Tierra, slo que ahora faltaba la escalera porque en la Luna no haba nada dondeapoyarla. Pero mi primo, en vez de echarse con los brazos adelante, se inclinaba sobre la superficielunar con la cabeza hacia abajo como para una cabriola, y se pona a dar saltos haciendo fuerza con lasmanos. Desde la barca lo veamos de pie en el aire como si sostuviera la enorme pelota de la Luna y lahiciera rebotar golpendola con las manos, hasta que sus piernas quedaban a nuestro alcance yconseguamos atraparlo por los tobillos y bajarlo a bordo.

    Ahora me preguntarn ustedes qu diablos bamos a hacer en la Luna, y les explico. bamos arecoger leche, con una gran cuchara y un balde. La leche lunar era muy densa, como una especie derequesn. Se formaba en los intersticios entre escama y escama por la fermentacin de diversoscuerpos y sustancias de origen terrestre, procedentes de los prados y montes y lagunas que el satlitesobrevolaba. Se compona esencialmente de: jugos vegetales, renacuajos, asfalto, lentejas, miel deabejas, cristales de almidn, huevos de esturin, mohos, pollitos, sustancias gelatinosas, gusanos,resinas, pimienta, sales minerales, material de combustin. Bastaba meter la cuchara debajo de lasescamas que cubran el suelo costroso de la Luna para retirarla llena de aquel precioso lodo. No enestado puro, claro; las escorias eran muchas: en la fermentacin (la Luna atravesaba extensiones deaire trrido sobre los desiertos) no todos los cuerpos se fundan; algunos permanecan hincados all:uas y cartlagos, clavos, hipocampos, carozos y pednculos, pedazos de loza, anzuelos de pescar, aveces hasta un peine. De modo que ese pur, despus de recogido, haba que descremarlo, pasarlo porun colador. Pero la dificultad no era sa, sino cmo enviarlo a la Tierra. Se haca as: cada cucharadase disparaba hacia arriba manejando la cuchara como una catapulta, con las dos manos. El requesnvolaba y si el tiro era bastante fuerte iba a estrellarse en el techo, es decir, en la superficie marina. Unavez all quedaba flotando y recogerlo desde la barca era fcil. Tambin en estos lanzamientos miprimo el sordo desplegaba una particular habilidad; tena pulso y puntera; con un golpe decididoconsegua centrar su tiro en un balde que le tendamos desde la barca. En cambio yo a veces erraba eltiro; la cucharada no consegua vencer la atraccin lunar y me caa en un ojo.

    Todava no les he dicho todo sobre las operaciones en que mi primo se destacaba. Aquel trabajode exprimir leche lunar de las escamas era para l una especie de juego; en lugar de la cuchara a veces

  • le bastaba meter debajo de las escamas la mano desnuda o slo un dedo. No proceda con orden sinoen puntos aislados, yendo de uno a otro a saltos, como si quisiera hacer bromas a la Luna, darlesorpresas o directamente hacerle cosquillas. Y donde l meta la mano saltaba el chorro de leche comode las ubres de una cabra. Tanto que nos bastaba irle detrs y recoger con las cucharas la sustancia queaqu y all haca rezumar, pero siempre como por casualidad, porque los itinerarios del sordo noparecan responder a ningn propsito prctico definido. Haba puntos, por ejemplo, que tocabasolamente por el gusto de tocarlos: intersticios entre escama y escama, pliegues desnudos y tiernos dela pulpa lunar. A veces mi primo apretaba, no con los dedos de la mano, sino en un impulso biencalculado de sus saltos con el dedo gordo del pie (suba a la Luna descalzo) y pareca que aquellofuera para l el colmo de la diversin, a juzgar por el gaido que emita su vula, y los nuevos saltosque seguan.

    El suelo de la Luna no era uniformemente escamoso, sino que mostraba zonas desnudasirregulares de una resbalosa arcilla plida. Al sordo esos espacios suaves le daban antojos de cabriolaso de vuelos casi de pjaro, como si quisiera incrustarse en la pasta lunar con toda su persona. Como seiba alejando, en cierto momento lo perdamos de vista. En la Luna se extendan regiones que nuncahabamos tenido motivo o curiosidad de explorar, y all desapareca mi primo; y a m se me habaocurrido que todas aquellas cabriolas y pellizcos en que se desahogaba delante de nuestros ojos sloeran una preparacin, un preludio a algo secreto que deba desarrollarse en las zonas ocultas.

    Un humor especial era el nuestro, en aquellas noches de los Escollos de Zinc, alegre pero un pocoexpectante, como si dentro del crneo sintiramos, en lugar del cerebro, un pez que flotara atrado porla Luna. Y as navegbamos haciendo msica y cantando. La mujer del capitn tocaba el arpa; tenabrazos largusimos, plateados aquellas noches como anguilas, y axilas oscuras y misteriosas comoerizos marinos; y el sonido del arpa era tan dulce y agudo, tan dulce y agudo, que casi no se podasoportar, y tenamos que lanzar grandes gritos, no tanto para acompaar la msica como paraprotegernos el odo.

    Medusas transparentes afloraban a la superficie marina, vibraban un poco, echaban a volar haciala Luna ondulando. La pequea Xlthlx se diverta atrapndolas en el aire, pero no era fcil. Una vez, altender los bracitos para agarrar una, dio un pequeo salto y se encontr tambin suspendida. Como eraflaquita le faltaban algunas onzas para que la gravedad la devolviera a la Tierra venciendo la atraccinlunar, as que volaba entre las medusas colgando sobre el mar. De pronto se asust, se ech a llorar,despus se ri y se puso a jugar atrapando al vuelo crustceos y pececitos, llevndose algunos a laboca y mordisquendolos. Nosotros navegbamos siguindola; la Luna corra por su elipse arrastrandoaquel enjambre de fauna marina por el cielo, y una cola de algas ensortijadas, y la nia suspendida enel medio. Tena dos trencitas delgadas, Xlthlx, que parecan volar por su cuenta, tendidas hacia laLuna; pero entre tanto pataleaba, daba puntapis al aire como si quisiera combatir aquel influjo, y loscalcetines haba perdido las sandalias en el vuelo se le escurran de los pies y colgaban atradospor la fuerza terrestre. Nosotros subidos a la escalera tratbamos de agarrarlos.

    Aquello de ponerse a comer los animalitos suspendidos haba sido una buena idea; cuanto msaumentaba el peso de Xlthlx, ms bajaba hacia la Tierra; adems, como entre aquellos cuerpossuspendidos el suyo era el de mayor masa, moluscos y algas y plancton empezaron a gravitar sobreella y en seguida la nia qued cubierta de minsculas cscaras silceas, caparazones quitinosos,carapachos y filamentos de hierbas marinas. Y cuanto ms se perda en esa maraa, ms ibalibrndose del influjo lunar, hasta que roz la superficie del agua y se zambull.

    Remamos rpido para recogerla y socorrerla; su cuerpo estaba imantado y tuvimos queesmerarnos para quitarle todo lo que se le haba incrustado. Corales tiernos le envolvan la cabeza, ydel pelo, cada vez que pasaba el peine, llovan anchoas y camarones; los ojos estaban tapados porcaparazones de lapas que se pegaban a los prpados con sus ventosas; tentculos de sepias se

  • enroscaban alrededor de los brazos y el cuello; la chaquetita pareca entretejida slo de algas y deesponjas. Le quitamos lo ms gordo; y durante semanas ella sigui despegndose mejillones yconchillas, pero la piel marcada por menudsimas diatomeas, eso le qued para siempre, bajo laapariencia para quien no lo observaba bien de un sutil polvillo de lunares.

    As de disputado era el intersticio entre Tierra y Luna por los dos influjos que se equilibraban.Dir ms: un cuerpo que bajaba a Tierra desde el satlite permaneca por algn tiempo cargado defuerza lunar y se negaba a la atraccin de nuestro mundo. Incluso yo, a pesar de ser alto y gordo, cadavez que haba estado all tardaba en acostumbrarme de nuevo al arriba y al abajo terrestres, y losamigos tenan que atraparme por los brazos y retenerme a la fuerza, colgados en racimo de la barcaoscilante mientras yo, cabeza abajo, segua estirando las piernas hacia el cielo.

    Agrrate! Agrrate fuerte a nosotros!' me gritaban, y yo en aquel braceo a veces terminabapor aferrar un pecho de la seora Vhd Vhd, que los tena redondos y macizos, y el contacto era buenoy seguro; ejerca una atraccin igual o ms fuerte que la de la Luna, sobre todo si en mi bajada decabeza consegua con el otro brazo ceirle las caderas; y as pasaba de nuevo a este mundo y caa degolpe en el fondo de la barca, y el capitn Vhd Vhd para reanimarme me arrojaba encima un cubo deagua.

    As empez la historia de mi enamoramiento de la mujer del capitn, y de mis sufrimientos.Porque no tard en notar a quin se dirigan las miradas ms tercas de la seora: cuando las manos demi primo se posaban seguras en el satlite, yo le clavaba la vista y en su mirada lea los pensamientosque aquella confianza entre el sordo y la Luna le iba suscitando, y cuando l desapareca en susmisteriosas exploraciones lunares vea que se inquietaba, estaba como sobre ascuas y entonces todome resultaba claro: cmo la seora Vhd Vhd se iba poniendo celosa de la Luna y yo celoso de miprimo. Tena ojos de diamante la seora Vhd Vhd, llameaban cuando miraba la Luna, casi en desafo,como si dijera: "No lo conseguirs!" Y yo me senta excluido.

    De todo esto el que menos se daba por enterado era el sordo. Cuando le ayudbamos a bajartirndole como ya les he explicado de las piernas, la seora Vhd Vhd perda todo recatoprodigndose, echndole encima el peso de su persona, envolvindolo en sus largos brazos plateados;yo senta una punzada en el corazn (las veces que yo me agarraba a ella, su cuerpo era dcil yamable, pero no se echaba hacia adelante como con mi primo), mientras l pareca indiferente,perdido todava en su arrobamiento lunar.

    Yo miraba al capitn, preguntndome si tambin l notaba el comportamiento de su mujer; peroninguna expresin pasaba jams por aquella cara roja de salitre, surcada de arrugas embreadas. Comoel sordo era siempre el ltimo en despegarse de la Luna, su descenso era la seal de partida para lasbarcas. Entonces, con un gesto inslitamente amable, Vhd Vhd recoga el arpa del fondo de la barca yla tenda a su mujer. Ella estaba obligada a tomarla y a sacar algunas notas. Nada poda separarla msdel sordo que el sonido del arpa. Yo empezaba a entonar aquella cancin melanclica que dice:"Flotan flotan los peces lucientes y los oscuros se van al fondo..." y todos, menos mi primo, me hacancoro.

    Todos los meses, apenas haba pasado el satlite, el sordo volva a su aislado desapego de lascosas del mundo; slo la cercana del plenilunio lo despertaba. Aquella vez yo me las haba ingeniadopara no formar parte de los que suban y quedarme en la barca, junto a la mujer del capitn. Y apenasmi primo haba trepado a la escalera, la seora Vhd Vhd dijo:

    Hoy quiero ir yo tambin all arriba!Nunca haba ocurrido que la mujer del capitn subiera a la Luna. Pero Vhd Vhd no se opuso, al

    contrario, casi la levant en vilo ponindola en la escalera, exclamando: Pues anda! y todosempezamos a ayudarla y yo la sostena de atrs, y la senta en mis brazos redonda y suave, y paraempujarla apretaba contra ella las palmas y la cara, y cuando la sent subirse a la esfera lunar me dio

  • tanta congoja aquel contacto perdido, que trat de irme tras ella diciendo:Yo tambin voy un rato arriba a dar una mano!Algo como una morsa me detuvo.T te quedas aqu, que tambin hay que hacer me orden, sin levantar la voz, el capitn Vhd

    Vhd.Las intenciones de cada uno ya eran claras en aquel momento. Y sin embargo yo no entenda, y

    todava hoy no estoy seguro de haber interpretado todo exactamente. Claro que la mujer del capitnhaba alimentado largamente el deseo de apartarse all arriba con mi primo (o por lo menos, de nodejar que l se apartase solo con la Luna), pero probablemente su plan tena un objetivo msambicioso, que deba de haber sido urdido en inteligencia con el sordo: esconderse juntos all arriba yquedarse en la Luna un mes. Pero puede ser que mi primo, como era sordo, no hubiese entendido nadade lo que ella haba tratado de explicarle, o que directamente no se hubiera dado cuenta siquiera de serobjeto de los deseos de la seora. Y el capitn? No esperaba ms que liberarse de su mujer, tanto queapenas ella qued confinada all arriba, vimos que se abandonaba a sus inclinaciones y se hunda en elvicio, y entonces comprendimos por qu no haba hecho nada por retenerla. Pero saba l desde elprincipio que la rbita de la Luna se iba agrandando?

    Ninguno de nosotros poda sospecharlo. El sordo, quiz nicamente el sordo: de la manera larvalen que saba las cosas, haba presentido que aquella noche le tocaba despedirse de la Luna. Por eso seescondi en sus lugares secretos y slo reapareci para volver a bordo. Y fue intil que la mujer delcapitn lo siguiera: vimos que atravesaba la extensin escamosa varias veces, a lo largo y a lo ancho, yde golpe se detuvo mirando a los que habamos permanecido en la barca, casi a punto de preguntarnossi lo habamos visto.

    Claro que haba algo inslito aquella noche. La superficie del mar, aunque tensa como siempreque haba plenilunio y hasta casi arqueada hacia el cielo, ahora pareca relajarse, floja, como si elimn lunar no ejerciera toda su fuerza. Y sin embargo no se hubiera dicho que la luz era la misma delos otros plenilunios, como por un espesarse de la tiniebla nocturna. Hasta los compaeros, arriba,debieron de darse cuenta de lo que estaba sucediendo, pues alzaron hacia nosotros ojos despavoridos.Y de sus bocas y las nuestras, en el mismo momento, sali un grito:

    La Luna se aleja!Todava no se haba apagado este grito cuando en la Luna apareci mi primo corriendo. No

    pareca asustado, ni siquiera sorprendido; pos las manos en el suelo para la cabriola de siempre, peroesta vez despus de lanzarse al aire se qued all, suspendido, como ya le haba sucedido a la pequeaXlthlx, dio volteretas por un momento entre Luna y Tierra, se puso cabeza abajo y con un esfuerzo delos brazos como el que nadando debe vencer una corriente, se dirigi, con inslita lentitud, hacianuestro planeta.

    Desde la Luna los otros marineros se apresuraron a seguir su ejemplo. Ninguno pensaba en hacerllegar a la barca la leche recogida, ni el capitn los amonestaba por eso. Ya haban esperadodemasiado, la distancia era ahora difcil de atravesar; por ms que trataban de imitar el vuelo o lanatacin de mi primo, se quedaron gesticulando, suspendidos en medio del cielo. Aprieten filas,imbciles, aprieten filas! grit el capitn. A su orden, los marineros trataron de reagruparse, dejuntarse, de pujar todos juntos para llegar a la zona de atraccin terrestre, hasta que de pronto unacascada de cuerpos se zambull en el mar.

    Ahora las barcas remaban para recogerlos. Esperen! Falta la seora! grit. La mujer delcapitn tambin haba intentado el salto pero haba quedado suspendida a pocos metros de la Luna ymova muellemente los brazos plateados en el aire. Me trep a la escalerilla y en el vano intento deofrecerle un asidero le tenda el arpa. No llego! Hay que ir a buscarla! y trat de lanzarmeblandiendo el arpa. Sobre m, el enorme disco lunar no pareca ya el mismo de antes, tanto se haba

  • achicado, y ahora se iba contrayendo cada vez ms como si fuese mi morada la que lo alejaba, y elcielo desocupado se abra como un abismo en cuyo fondo las estrellas se iban multiplicando y lanoche se volcaba sobre m como un ro de vaco, me inundaba de zozobra y de vrtigo.

    "Tengo miedo! pens. Tengo demasiado miedo para tirarme! Soy un cobarde!" y en aquelmomento me tir. Nadaba por el cielo furiosamente, tenda el arpa hacia ella, y ella en vez de venir ami encuentro se volva sobre s misma mostrndome ya la cara, ya el trasero.

    Unmonos! grit, y ya la alcanzaba y la aferraba por la cintura y enlazaba mis miembroscon los suyos. Unmonos y caigamos juntos! y concentraba mis fuerzas en unirme msestrechamente a ella, y mis sensaciones en gustar la plenitud de aquel abrazo. Tanto que tard endarme cuenta de que estaba arrancndola de su estado de suspensin, pero para hacerla caer en laLuna. No me di cuenta? O sta haba sido desde el principio mi intencin? Todava no habaconseguido formular un pensamiento y ya un grito irrumpa de mi garganta: Yo soy el que sequedar contigo un mes! y Sobre ti! gritaba en mi excitacin: Yo sobre ti un mes! y enaquel momento la cada en el cielo lunar haba disuelto nuestro abrazo, nos haba hecho rodar a maqu y a ella all entre las fras escamas.

    Alc los ojos como cada vez que tocaba la corteza de la Luna, seguro de encontrar encima de mel nativo mar como un techo desmesurado, y lo vi, s, lo vi esta vez, pero cunto ms alto, y cunexiguamente limitado por sus contornos de costas y escollos y promontorios, y qu pequeas parecanlas barcas e irreconocibles las caras de los compaeros y dbiles sus gritos! Me lleg un sonido pocodistante: la seora Vhd Vhd haba encontrado su arpa y la acariciaba insinuando un acordeapesadumbrado como un llanto.

    Comenz un largo mes. La Luna giraba lenta en torno a la Tierra. En el globo suspendidoveamos no ya nuestra orilla familiar sino el transcurrir de ocanos profundos como abismos, ydesiertos de lapilli incandescentes, y continentes de hielo, y selvas culebreantes de reptiles, y lasparedes de roca de las cadenas montaosas cortadas por el filo de los ros impetuosos, y ciudadespalustres, y necrpolis de tosca, y reinos de arcilla y fango. La lejana untaba todas las cosas delmismo color; manadas de elefantes y mangas de langosta recorran las llanuras tan igualmente vastasy densas y tupidas que no se diferenciaban.

    Deba haber sido feliz: como en mis sueos estaba solo con ella, la intimidad con la Luna tantasveces envidiada a mi primo y la de la seora Vhd Vhd eran ahora mi exclusivo privilegio, un mes dedas y noches lunares se extenda ininterrumpido delante de nosotros, la corteza del satlite nos nutracon su leche de sabor cido y familiar, nuestra mirada se alzaba hacia el mundo donde habamosnacido, finalmente recorrido en toda su multiforme extensin, explorado en paisajes jams vistos porningn terrqueo, o contemplaba las estrellas ms all de la Luna, grandes como frutas de luz madurasen los curvos ramos del cielo, y todo superaba las esperanzas ms luminosas, y en cambio, en cambioera el exilio.

    No pensaba ms que en la Tierra. La Tierra era la que haca que cada uno fuera se y no otro; aquarriba, arrancado de la Tierra, era como si yo no fuese yo, ni ella para m ella. Estaba ansioso porvolver a la Tierra, y temblaba de miedo de haberla perdido. El cumplimiento de mi sueo de amorhaba durado slo el instante en que nos habamos unido rodando entre Tierra y Luna; privado de susuelo terrestre, mi enamoramiento slo conoca ahora la nostalgia desgarradora de aquello que nosfaltaba: un dnde, un alrededor, un antes, un despus.

    Esto era lo que yo senta. Y ella? Al preguntrselo estaba dividido en mis temores. Porque sitambin ella slo pensaba en la Tierra, poda ser una buena seal, seal de que haba llegadofinalmente a un entendimiento conmigo, pero poda ser tambin seal de que todo haba sido intil, deque nicamente al sordo seguan apuntando sus deseos. En cambio, nada. No alzaba jams la mirada alviejo planeta, andaba plida por aquellas landas murmurando cantinelas y acariciando el arpa, como

  • ensimismada en su provisional (as crea yo) condicin lunar. Era seal de que haba vencido a mirival? No; haba perdido; una derrota desesperada. Porque ella haba comprendido que el amor de miprimo era slo para la Luna, y lo nico que quera ahora era convertirse en Luna, asimilarse al objetode aquel amor extrahumano.

    Cumplido que hubo la Luna su vuelta del planeta, nos encontramos de nuevo sobre los Escollosde Zinc. Con estupor los reconoc: ni siquiera en mis ms negras previsiones me haba esperado verlostan empequeecidos por la distancia. En aquel mar como un charco los compaeros haban vuelto anavegar sin la escalera ahora intil, pero desde las barcas se alz como una selva de largas lanzas;cada uno blanda la suya, provista en la punta de un arpn o garfio, quiz con la esperanza de raspartodava un poco del ltimo requesn lunar y quiz de tendernos a nosotros, pobres desgraciados deaqu arriba, alguna ayuda.

    Pero en seguida se vio claramente que no haba prtiga bastante larga para alcanzar la Luna, ycayeron, ridculamente cortas, humilladas, para flotar en el mar; y alguna barca en aquel desbarajusteperdi el equilibrio y se volc. Pero justo entonces desde otra embarcacin empez a levantarse unams larga, arrastrada hasta all al ras del agua; deba de ser de bamb, de muchas y muchas caas debamb encajadas una en otra, y para levantarla haba que andar despacio a fin de que fina como era las oscilaciones no la despedazaran, y manejarla con gran fuerza y destreza para que el pesototalmente vertical no hiciera perder el equilibrio a la barquita.

    Y s: era evidente que la punta de aquella asta tocara la Luna, y la vimos rozar y hacer presin ensu suelo escamoso, apoyarse all un momento, dar casi un pequeo empujn, incluso un fuerteempujn que la haca alejarse de nuevo, y despus volver a golpear en aquel punto como de rebote, yde nuevo alejarse. Y entonces lo reconoc, los de yo y la seora reconocimos a mi primo, nopoda ser sino l, l que jugaba su ltimo juego con la Luna, una artimaa de las suyas, con la Luna enla punta de la caa como si la sostuviera en equilibrio. Y comprendimos que su destreza no apuntaba anada, no pretenda alcanzar ningn resultado prctico, incluso se hubiera dicho que iba empujando a laLuna, que favoreca su alejamiento, que la quera acompaar en su rbita ms distante. Y tambin estoera de l, de l que no saba concebir deseos contrarios a la naturaleza de la Luna y a su curso y sudestino, y si la Luna ahora tenda a alejarse, pues l gozaba de este alejamiento como haba gozadohasta entonces de su cercana.

    Qu deba hacer, frente a esto, la seora Vhd Vhd? Slo en aquel instante mostr hasta qupunto su enamoramiento del sordo no haba sido un capricho frvolo sino un voto sin recompensa. Silo que mi primo amaba ahora era la Luna lejana, ella permanecera lejana, en la Luna. Lo intu viendoque no daba un paso hacia el bamb, sino que slo diriga el arpa hacia la Tierra alta en el cielo,pellizcando las cuerdas. Digo que la vi, pero en realidad slo de reojo apres su imagen, porque apenasel asta toc la corteza lunar, yo salt para aferrarme a ella, y ya, rpido como una serpiente, trepabapor los nudos del bamb, suba a fuerza de rodillas, liviano en el espacio enrarecido, impulsado comopor una fuerza de la naturaleza que me ordenaba volver a la Tierra, olvidando el motivo que me haballevado arriba, o quiz ms consciente que nunca de l y de su final desafortunado, y en elescalamiento de la prtiga ondulante haba llegado ya al punto en que no necesitaba hacer esfuerzoalguno sino slo dejarme deslizar cabeza abajo atrado por la Tierra, hasta que en esa carrera la caase rompi en mil pedazos y yo ca al mar entre las barcas.

    Era el dulce retorno, la patria recobrada, pero mi pensamiento slo era de dolor por haberlaperdido, y mis ojos apuntaban a la Luna por siempre inalcanzable, buscndola. Y la vi. Estaba alldonde la haba dejado, tendida en una playa justo sobre nuestras cabezas, y no deca nada. Era delcolor de la Luna; apoyaba el arpa en su costado, y mova una mano en arpegios lentos y espaciados. Sedistingua bien la forma del pecho, de los brazos, de las caderas, as como la recuerdo todava, comoan ahora que la Luna se ha convertido en ese circulito chato y lejano, sigo buscndola siempre con la

  • mirada, apenas asoma el primer gajo en el cielo, y cuanto ms crece ms me imagino que la veo, ella oalgo de ella pero slo ella, en cien, en mil posturas diversas, ella por la que es Luna la Luna y que encada plenilunio hace aullar a los perros toda la noche y a m con ellos.

  • Al nacer el da Los planetas del sistema solar, explica G. P Kuiper, comenzaron a solidificarse en las tinieblas por la condensacin de

    una nebulosa fluida y uniforme. Todo estaba fro y oscuro. Ms tarde, el Sol empez a concentrarse hasta reducirse casi alas dimensiones actuales, y en ese esfuerzo la temperatura subi a miles de grados y empez a emitir radiaciones en elespacio.

    Oscuridad cerrada confirm el viejo Qfwfq, yo era chico todava, apenas me acuerdo.Estbamos all, como de costumbre, pap y mam, la abuela Bb'b, unos tos que haban venido devisita, el seor Hnw, aquel que despus se convirti en caballo, y nosotros los chicos. Encima de lasnbulas, me parece que ya lo he contado otras veces, estbamos como quien dice acostados, en fin,achatados, quietos quietos, dejando que nos hiciera girar hacia donde girara. No es que yaciramos enel exterior, comprenden?, en la superficie de la nbula; no, all haca demasiado fro; estbamosdebajo, como arrebujados en un estrato de materia fluida y granulosa. Modo de calcular el tiempo nohaba; cada vez que nos ponamos a contar las vueltas de la nbula empezaban las discusiones, porqueen la oscuridad no haba puntos de referencia; y terminbamos peleando. Por eso preferamos dejartranscurrir los siglos como si fueran minutos; no quedaba ms que esperar, permanecer a cubiertomientras se pudiera, dormitar, llamarse de vez en cuando para tener la seguridad de que estbamostodos, y naturalmente rascarse; porque, por mucho que se diga, todo aquel remolino de partculasel nico efecto que produca era una picazn molesta.

    Qu esperbamos, nadie hubiera podido decirlo; claro, la abuela Bb'b se acordaba todava decuando la materia estaba uniformemente dispersa en el espacio, y el calor, y la luz; con todas lasexageraciones que habra en aquellas historias de los viejos, los tiempos haban sido en cierto modomejores, o por lo menos distintos, y se trataba para nosotros de dejar pasar aquella enorme noche.

    La que se encontraba mejor que nadie era mi hermana G'd(w)n por su carcter introvertido: erauna chica esquiva y le gustaba la oscuridad. G'd(w)n elega lugares un poco apartados, en el borde dela nbula, y contemplaba lo negro, y dejaba escurrir los granitos de polvillo en pequeas cascadas, yhablaba para s con risitas que eran como pequeas cascadas de polvillo, y canturreaba, y seabandonaba dormida o despierta a sueos. No eran sueos como los nuestros en medio de laoscuridad, nosotros sobamos otra oscuridad porque no se nos ocurra otra cosa; ella soaba porlo que podamos entender de su desvaro con una oscuridad cien veces ms profunda y diversa yaterciopelada.

    Mi padre fue el primero en darse cuenta de que algo estaba cambiando. Yo dormitaba y su gritome despert:

    Atencin! Aqu se toca!Debajo de nosotros la materia de la nbula, que siempre haba sido fluida, empezaba a

    condensarse. En realidad, desde haca algunas horas mi madre haba comenzado a revolverse, a decir:Uf! No s de qu lado ponerme!, en fin, segn ella haba sentido un cambio en el lugar dondeestaba acostada: el polvillo ya no era el de antes suave, elstico, uniforme, en el que uno podaremoverse cuanto quera sin dejar huellas, sino que se iba formando como una hondonada ohundimiento, sobre todo donde ella sola apoyarse con todo su peso. Y le pareca sentir all debajo

  • algo como muchos granitos o espesamientos o protuberancias, que quiz estaban sepultos cientos dekilmetros ms abajo y pujaban a travs de todos aquellos estratos de polvillo tierno. No es quehabitualmente hiciramos mucho caso de estas premoniciones de mi madre; pobrecita, para unahipersensible

    como ella, y ya bastante entrada en aos, la modalidad de entonces no era la ms indicada paralos nervios.

    Y despus a mi hermano Rwzfs, que por entonces era un nio, en cierto momento, sintiendo, qus yo?, que tiraba, que cavaba, en fin, que se agitaba, le pregunt: Pero qu haces? y l me dijo: Juego.

    Juegas? Y con qu?Con una cosa dijo.Comprenden? Era la primera vez. Cosas con qu jugar nunca haba habido. Y cmo quieren que

    jugramos? Con aquella papilla de materia gaseosa? Vaya diversin; estaba bien para mi hermanaG'd(w)n y gracias. Si Rwzfs jugaba era seal de que haba encontrado algo nuevo; tanto que en seguidase dijo, en una de sus habituales exageraciones, que haba encontrado un guijarro. Guijarro no, peroseguramente un conjunto de materia ms slida o digamos menos gaseosa. Sobre este punto lnunca fue preciso, incluso cont patraas segn se le antojaba, y cuando lleg la poca en que seform el nquel y no se hablaba sino de nquel, dijo: Eso, era nquel, jugaba con nquel! por locual le qued el sobrenombre "Rwzfs de nquel". (No como dicen ahora algunos, que lo llamamos asporque se volvi de nquel no consiguiendo, por ser lento, pasar del estadio mineral; las cosas sondistintas, lo digo por amor a la verdad, no porque se trate de mi hermano; siempre haba sido un pocolento, eso s, pero no de tipo metlico, sino ms bien coloidal; tanto que, siendo todava muy joven, secas con una alga, una de las primeras, y no se supo ms de l.)

    En fin, parece que todos haban sentido algo menos yo. O no recuerdo si durante el sueo o yadespierto la exclamacin de nuestro padre: Aqu se toca! una expresin sin significado(porque hasta entonces nadie haba tocado jams nada, tengan la seguridad), pero que adquiri unsignificado en el mismo instante en que fue dicha, esto es, signific la sensacin que empezbamos aexperimentar, levemente nauseabunda, como una charca de fango que nos pasara debajo, de plano, ysobre la cual nos pareca que rebotbamos. Y yo dije, con tono de reprobacin: Oh, abuelita!

    Me he preguntado muchas veces por qu mi primera reaccin fue tomrmelas con nuestra abuela.La abuela Bb'b, que haba conservado sus costumbres de otros tiempos, tena a menudo cosas fuera depropsito: segua creyendo que la materia estaba en expansin uniforme y, por ejemplo, que bastabatirar las basuras de cualquier manera para que se enrarecieran y desaparecieran lejos. Que el procesode condensacin hubiese comenzado haca un tiempo, es decir, que la suciedad se espesase en laspartculas de modo que no se consiguiera sacarla de alrededor, no le entraba en la cabeza. Por eso yooscuramente relacion aquel hecho nuevo del "se toca!" con algn error que poda haber cometido miabuela y lanc esa exclamacin.

    Y entonces la abuela Bb'bQu? Encontraste el almohadn?Este almohadn era un pequeo elipsoide de materia galctica en forma de rosca que la abuela

    haba descubierto quin sabe dnde en los primeros cataclismos del universo y haba llevado siempreconsigo para sentarse encima. En cierto momento, en la gran noche, se haba perdido, y mi abuela meacusaba de habrselo escondido. Pero era cierto que yo haba odiado siempre aquel almohadn, tan singracia y fuera de lugar en nuestra nbula, pero todo lo que poda reprochrseme es que no lo hubieravigilado constantemente, como pretenda mi abuela.

    Hasta mi padre, que con ella era muy respetuoso, no pudo menos de hacrselo notar: Vamos,mam, aqu esta ocurriendo quin sabe qu, y usted me viene con el almohadn!

    Ah, yo deca que no poda dormir! dijo mi mam, con otra observacin poco apropiada.

  • En ese momento se oye un gran: Puach! Uach! Sgrr! y comprendimos que al seor Hnwdeba de haberle sucedido algo: escupa y expectoraba a todo vapor.

    Seor Hnw! Seor Hnw! Venga arriba! Dnde ha ido a parar? empez a decir mi padre, yen aquellas tinieblas todava sin resquicio, a tientas, conseguimos atraparlo y alzarlo a la superficie dela nbula, para que recobrase el aliento. Lo extendimos sobre aquel estrato exterior, que ibaasumiendo entonces una consistencia coagulada y resbalosa.

    Uach! Se te pega encima esta cosa! trataba de decir el seor Hnw, cuya capacidad paraexpresarse nunca haba sido muy notable. Uno baja, baja y traga! Scrach! y escupa.

    La novedad era sta: ahora el que en la nbula no estaba atento, se hunda. Mi madre, con elinstinto de las madres, fue la primera en comprenderlo. Y grit: Chicos, estis todos? Dndeestis?

    En realidad ramos un poco distrados, y si al principio, mientras todo se mantena regularmentedurante siglos, nos preocupbamos siempre de no dispersarnos, ahora ni se nos ocurra.

    Calma, calma. Nadie se aleje dijo mi padre. G'd(w)n Dnde ests? El que haya visto alos mellizos que lo diga!

    Nadie contest. Dios mo, se han perdido! grit nuestra madre. Mis hermanitos todava noestaban en edad de saber transmitir un mensaje; por eso se perdan fcilmente y los vigilbamoscontinuamente. Voy a buscarlos! dije.

    S, v, valiente Qfwfq! dijeron pap y mam, y luego, sbitamente arrepentidos: Pero site alejas te pierdes t tambin! Qudate aqu! Bueno, anda, pero avisa dnde ests: silba!

    Ech a andar en la oscuridad, en el pantano de aquella condensacin de nbula, emitiendo unsilbido continuo. Digo andar, esto es, un modo de moverse en la superficie, inimaginable pocosminutos antes, y que entonces apenas si se poda hablar de l porque la materia opona tan pocaresistencia que si no se prestaba atencin, en vez de continuar sobre la superficie uno se hunda alsesgo o directamente en perpendicular y terminaba sepultado. Pero en cualquier direccin que seanduviera y en cualquier nivel, las probabilidades de encontrar a mis hermanitos eran iguales: quinsabe dnde se haban metido aquellos dos.

    De pronto rod; como si me hubieran hecho se dira hoy una zancadilla. Era la primera vezque me caa, no saba siquiera qu era ese "caerse", pero todava estbamos sobre lo mullido y no mehice nada.

    No pisar aqu dijo una voz, Qfwfq, no quiero era la voz de mi hermana G'd(w)n.Por qu? Qu hay ah?Hice algo con algo... dijo. Me llev un poco de tiempo darme cuenta, a tientas, de que mi

    hermana, frangollando con aquella especie de barro, haba levantado una montaita toda pinculos,almenas y agujas.

    Pero qu te has puesto a hacer?G'd(w)n daba siempre respuestas sin pies ni cabeza: Un afuera con un adentro dentro. Tzlll,

    tzlll, tzlll...Segu mi camino a tumbos. Tropec tambin con el consabido seor Hnw, que haba terminado

    nuevamente de cabeza dentro de la materia en condensacin. Arriba, seor Hnw, seor Hnw! Esposible que no consiga estar de pie! y tuve que ayudarlo de nuevo a salir, esta vez con un empujnde abajo arriba, porque yo tambin estaba completamente inmerso.

    El seor Hnw, tosiendo, soplando y estornudando (haca un fro nunca visto), desemboc en lasuperficie justo en el punto donde estaba sentada la abuela Bb'b. La abuela vol por el aire y de prontogrit:

    Mis nietitos! Han vuelto mis nietitos!Pero no, mam, es el seor Hnw!

  • No se entenda nada.Y mis nietitos?Aqu estn! grit, y aqu est tambin el almohadn!Los mellizos deban de haberse fabricado tiempo atrs un escondite secreto en el espesor de la

    nbula, y ellos eran los que haban ocultado all el almohadn para jugar. Mientras la materia erafluida ellos suspendidos en el medio podan dar saltos mortales a travs del almohadn en forma derosca, pero ahora estaban aprisionados en una especie de requesn espumoso: el agujero delalmohadn estaba cerrado y se sentan comprimidos por todas partes.

    Agarros al almohadn trat de hacerles comprender, que os saco afuera, pavos! Tir,tir, en un momento, antes de que se dieran cuenta, ya estaban haciendo cabriolas en la superficie,ahora cubierta de una costra fina como clara de huevo. El almohadn, en cambio apenas afuera sehaba disuelto. Vaya uno a saber qu clase de fenmenos ocurran en aquellos tiempos, y quin se losexplicaba a la abuela Bb'b .

    Justo entonces, como si no pudieran elegir un momento mejor, los tos se levantaron lentamentey dijeron: Bueno, se ha hecho tarde, quin sabe qu andarn haciendo los chicos, estamos un pocoinquietos, ha sido un gusto vernos, pero es mejor que nos vayamos.

    No se puede decir que se equivocaran; incluso hubiera sido lgico que se alarmaran y se fuesenantes, pero estos tos, quiz por el lugar a trasmano en que vivan habitualmente, eran gentes un pococohibidas. Tal vez haban estado en vilo hasta entonces y no se haban atrevido a decirlo.

    Mi padre dice: Si queris iros yo no os retengo, pero pensad bien si no os conviene esperar aque se aclare un poco la situacin, porque por el momento no se sabe con qu peligro puede unotoparse. En una palabra, frases llenas de buen sentido.

    Pero ellos: No, no, gracias por preocuparte, la charla ha sido agradable pero no os molestamosms y otras tonteras por el estilo. En fin, no es que nosotros entendiramos mucho, pero ellosrealmente no se daban cuenta de nada.

    Estos tos eran tres, para ser exactos: una ta y dos tos, los tres largos largos y prcticamenteidnticos; nunca se entendi bien quin de ellos era marido o hermano de quin, ni tampoco cul eraexactamente su relacin de parentesco con nosotros: en aquellos tiempos muchas eran las cosas que semantenan en la vaguedad.

    Comenzaron a irse uno por uno, los tos, cada cual en una direccin diferente, hacia el cielonegro, de vez en cuando, como para mantener el contacto, decan: O! O! Y todo lo hacan as:no saban proceder con un mnimo de mtodo.

    Apenas se han ido los tres y sus O! O! ya se oyen desde puntos lejansimos, cuando deberanestar todava all, a pocos pasos. Y se oyen tambin algunas exclamaciones que no sabamos ququeran decir: Pero aqu hay el vaco! Pero por aqu no se pasa! Y por qu no vienes aqu?Dnde ests? Salta, hombre! Y qu es lo que salto, vamos! Desde aqu se vuelve atrs!En fin, no se entenda nada, salvo el hecho de que entre nosotros y aquellos tos se ibanensanchando enormes distancias.

    La ta, que haba sido la ltima en irse, se desgaitaba en un discurso ms razonado: Y yoahora me quedo sola encima de esta cosa que se ha separado...

    Y las voces de los dos tos, debilitadas ahora por la distancia, que repetan: Tonta... Tonta...Tonta...

    Estbamos escrutando esa oscuridad atravesada de voces, cuando sucedi el cambio: el nicogran cambio verdadero al que me ha sido dado asistir, en comparacin con el cual el resto no es nada.En resumen: eso que empez en el horizonte, esa vibracin que no se pareca a lo que entoncesllambamos sonidos, ni a las nombradas ahora con el "se toca", ni a otras; una especie de ebullicinseguramente lejana y que al mismo tiempo acercaba lo que estaba lejos; en fin, de pronto toda la

  • oscuridad fue oscuridad en contraste con otra cosa que no era oscuridad, es decir, la luz. Apenas sepudo hacer un examen ms detenido del estado de cosas, result que haba: primero, el cielo oscurocomo siempre pero que empezaba a no serlo; segundo, la superficie en que nos encontrbamos, todagibosa y encostrada, de un hielo sucio que daba asco y que iba derritindose rpido porque latemperatura suba a toda mquina; y tercero, aquello que despus llamaramos una fuente de luz, esdecir, una masa que se iba poniendo incandescente, separada de nosotros por un enorme espacio vaco,y que pareca probar uno por uno todos los colores en vibraciones tornasoladas. Y adems, all enmedio del cielo, entre nosotros y la masa incandescente, un par de islotes iluminados y vagos quegiraban en el vaco llevando encima a nuestros tos u otra gente, reducidos a sombras lejanas y queemitan una especie de gaido.

    Lo ms, entonces, estaba hecho: el corazn de la nbula, al contraerse, haba desarrollado calor yluz, y ahora haba el Sol. Todo el resto segua rodando alrededor dividido y agrumado en variospedazos: Mercurio, Venus, la Tierra, otros ms all, y lo que estaba, estaba. Y adems, haca un calorde reventar.

    Nosotros, all, con la boca abierta, de pie, menos el seor Hnw que an segua en cuatro patas, porprudencia. Y mi abuela, rindose. Ya lo dije: la abuela Bb'b era de la poca de la luminosidad difusa, ydurante todo aquel tiempo oscuro haba seguido hablando como si de un momento a otro las cosastuvieran que volver a ser iguales que antes. Ahora le pareca que haba llegado su momento; por uninstante haba querido hacerse la indiferente, la persona para la cual todo lo que sucede esperfectamente natural; despus, como no le hacamos caso, haba empezado a rerse y a apostrofarnos:Ignorantes... Ms que ignorantes...

    Pero no era de buena fe, a menos que la memoria ya no le funcionase tan bien. Mi padre,basndose en lo poco que entenda, le dijo, siempre con cautela:

    Mam, ya s en qu est pensando, pero ste parece realmente un fenmeno distinto... Ysealando el suelo: Mirad abajo! exclam.

    Bajamos los ojos. La Tierra que nos sostena an era un amasijo gelatinoso, difano, que se ibaponiendo cada vez ms slido y opaco, empezando por el centro, donde iba espesndose una especiede yema de huevo; pero nuestras miradas conseguan todava atravesarla de lado a lado, iluminada poraquel Sol primero. Y en medio de esa especie de burbuja transparente veamos una sombra que semova como nadando y volando. Y nuestra madre dijo:

    Hija ma!Todos reconocimos a G'd(w)n: espantada quiz por el incendio del Sol, en un arrebato de su alma

    esquiva se haba precipitado dentro de la materia de la Tierra en condensacin, y ahora trataba deabrirse paso en la profundidad del planeta, y pareca una mariposa de oro y de plata cada vez quepasaba por una zona todava iluminada y difana, o bien desapareca en la esfera de sombra que sedilataba y dilataba.

    G'd(w)n! G'd(w)n! gritbamos, y nos echbamos al suelo tratando de abrirnos caminotambin nosotros, para alcanzarla. Pero la superficie terrestre se iba cuajando en una corteza porosa, ymi hermano Rwzfs, que haba conseguido hundir la cabeza en una grieta, por poco queda destrozado.

    Despus no se la vio ms: la zona slida ocupaba ahora toda la parte central del planeta. Mihermana haba quedado del otro lado y no supe nada ms de ella, si haba permanecido sepulta en laprofundidad o se haba puesto a salvo del otro lado, hasta que la encontr mucho despus, en Canberra,en 1912, casada con un tal Sullivan, jubilado de ferrocarriles, tan cambiada que casi no la reconoc.

    Nos incorporamos. El seor Hnw y la abuela estaban adelante, llorando, envueltos en llamasazules y oro.

    Rwzfs! Por qu has prendido fuego a la abuela? haba empezado ya a gritar nuestro padre,pero al volverse hacia mi hermano vio que tambin l estaba envuelto en llamas. Y adems, mi padre,

  • y mi madre, y yo, todos nos quembamos en el fuego. Es decir, no nos quembamos, estbamosinmersos en l como en un bosque deslumbrante, las llamas se alzaban en toda la superficie delplaneta, era un aire de fuego en el cual podamos correr y cernirnos y volar, tanto que nos dio comouna nueva alegra.

    Las radiaciones del Sol iban quemando la envoltura de los planetas, hecha de helio y dehidrgeno; en el cielo, donde estaban nuestros tos, giraban globos inflamados que arrastraban largasbarbas de oro y turquesa, como el cometa su propia cola.

    Volvi la oscuridad. Creamos ahora que todo lo que poda suceder haba sucedido, y: Ahora sque es el fin dijo la abuela, haced caso a los viejos. En cambio la Tierra apenas haba dado unade sus vueltas habituales. Era la noche. Todo acababa de empezar.

  • Un signo en el espacio Situado en la zona exterior de la Va Lctea, el Sol tarda casi 200 millones de aos en cumplir una revolucin completa

    de la Galaxia.

    Exacto, es el tiempo que se tarda, nada menos dijo Qfwfq, yo una vez al pasar hice un signoen un punto del espacio, a propsito, para poder encontrarlo doscientos millones de aos despus,cuando pasramos por all en la prxima vuelta. Un signo cmo? Es difcil decirlo, porque si unodice signo, ustedes piensan en seguida en algo que se distingue de algo, y all no haba nada que sedistinguiese de nada; ustedes piensan en seguida en un signo marcado con cualquier instrumento o conlas manos, instrumento o manos que despus se quitan y en cambio el signo queda, pero en aqueltiempo no haba instrumentos todava, ni siquiera manos, ni dientes, ni narices, cosas todas que huboluego, pero mucho tiempo despus. Qu forma dar al signo, ustedes dicen que no es un problema,cualquiera que sea su forma, un signo basta que sirva de signo, es decir que sea distinto o igual a otrossignos; tambin esto es fcil decirlo, pero yo en aquella poca no tena ejemplos a que remitirme paradecir lo hago igual o diferente; cosas para copiar no haba, y ni siquiera se saba qu era una lnea,recta o curva, o un punto, o una saliencia, o una entrada. Tena intencin de hacer un signo, eso s, esdecir, tena intencin de considerar signo cualquier cosa que me diera por hacer; as, habiendo hechoyo, en aquel punto del espacio y no en otro, algo con propsito de hacer un signo, result que habahecho un signo de veras.

    En fin, por ser el primer signo que se haca en el universo, o por lo menos en el circuito de la VaLctea, debo decir que sali muy bien. Visible? S, muy bien, y quin tena ojos para ver, enaquellos tiempos? Nada haba sido jams visto por nada, ni siquiera se planteaba la cuestin. Quefuera reconocible con riesgo de equivocarse, eso s, debido a que todos los otros puntos del espacioeran iguales e indistinguibles, y en cambio ste tena el signo.

    As, prosiguiendo los planetas su giro y el Sistema Solar el suyo, pronto dej el signo a misespaldas, separados por campos interminables de espacio. Y yo no poda dejar de pensar cundovolvera a encontrarlo, y cmo lo reconocera, y el placer que me dara, en aquella extensin annima,despus de cien mil aos-luz recorridos sin tropezar con nada que me fuese familiar, nada por cientosde siglos, por miles de milenios, volver y que all estuviera, en su lugar, tal como lo haba dejado,mondo y lirondo, pero con aquel sello digamos inconfundible que yo le haba dado.

    Lentamente la Va Lctea se volva sobre s misma con sus flecos de constelaciones y de planetasy de nubes, y el Sol, junto con el resto, hacia el borde. En todo aquel carrusel slo el signo estabaquieto, en un punto cualquiera, al reparo de cualquier rbita (para hacerlo me haba asomado un pocoa los mrgenes de la Galaxia, de manera que quedase fuera y el girar de todos aquellos mundos no sele fuese encima), en un punto cualquiera que ya no era cualquiera desde el momento que era el nicopunto que seguramente estaba all, y en relacin con el cual podan definirse los otros puntos.

    Pensaba en l da y noche; es ms, no poda pensar en otra cosa; es decir, era la primera ocasinque tena de pensar en algo; o mejor, pensar en algo nunca haba sido posible, primero porque faltabancosas en qu pensar, y segundo porque faltaban los signos para pensarlas, pero desde el momento que

  • haba aquel signo, apareca la posibilidad de que el que pensase, pensara en un signo, y por lo tanto enaqul, en el sentido de que el signo era la cosa que se poda pensar y el signo de la cosa pensada, o seade s mismo.

    Por lo tanto la situacin era sta: el signo serva para sealar un punto, pero al mismo tiemposealaba que all haba un signo, cosa todava ms importante porque puntos haba muchos mientrasque signos slo haba aqul, y al mismo tiempo el signo era mi signo, el signo de m, porque era elnico signo que yo jams hubiera hecho y yo era el nico que jams hubiera hecho signos. Era comoun nombre, el nombre de aquel punto, y tambin mi nombre que yo haba signado en aquel mundo, enfin, el nico nombre disponible para todo lo que reclamaba un nombre.

    Transportado por los flancos de la Galaxia nuestro mundo navegaba ms all de espacioslejansimos, y el signo estaba donde lo haba dejado signando aquel punto, y al mismo tiempo mesignaba, me lo llevaba conmigo, me habitaba enteramente, se entrometa entre yo y toda cosa con laque poda intentar una relacin. Mientras esperaba volver a encontrarlo, poda tratar de derivar de lotros signos y combinaciones de signos, series de signos iguales y contraposiciones de signosdiversos. Pero haban pasado ya decenas y decenas de millares de milenios desde el momento en quelo trazara (ms todava: desde los pocos segundos en que lo lanzara al continuo movimiento de la VaLctea) y justo ahora que necesitaba tenerlo presente en todos sus detalles (la mnima incertidumbreacerca de cmo era, volva inciertas las posibles distinciones respecto a otros signos eventuales), medi cuenta de que, a pesar de tenerlo presente en su perfil sumario, en su apariencia general, algo se meescapaba, en fin, si trataba de descomponerlo en sus varios elementos no recordaba si entre uno y otrohaba esto o aquello. Hubiera debido tenerlo all delante, estudiarlo, consultarlo, y en cambio estabalejos, todava no saba cunto porque lo haba hecho justamente para saber el tiempo que tardara enencontrarlo, y mientras no lo hubiese encontrado no lo sabra. Pero entonces lo que me importaba noera el motivo por el que lo haba hecho, sino cmo era, y me puse a elaborar hiptesis sobre ese cmoy teoras segn las cuales un signo determinado deba ser necesariamente de una manera determinada,o procediendo por exclusin trataba de eliminar todos los tipos de signos menos probables para llegaral justo, pero todos esos signos imaginarios se desvanecan con una labilidad incontenible porque nohaba aquel primer signo que sirviera de trmino de comparacin. En este cavilar (mientras la Galaxiasegua dando vueltas insomne en su lecho de mullido vaco, como movida por el prurito de todos losmundos y los tomos que se encendan e irradiaban) comprend que haba perdido tambin aquellaconfusa nocin de mi signo, y slo consegua concebir fragmentos de signos intercambiables entre s,esto es, signos internos del signo, y cada cambio de esos signos en el interior del signo cambiaba elsigno en un signo completamente distinto, es decir, haba olvidado del todo cmo era mi signo y nohaba manera de hacrmelo recordar.

    Me desesper? No, el olvido era fastidioso pero no irremediable. Dondequiera que fuese, sabaque el signo estaba esperndome, quieto y callado. Llegara, lo encontrara y podra reanudar el hilo demis razonamientos. A ojo de buen cubero, habramos llegado ya a la mitad del recorrido de nuestrarevolucin galctica; era cosa de paciencia, la segunda mitad da siempre la impresin de pasar msrpido. Ahora no deba pensar sino en que el signo estaba y en que yo volvera a pasar por all.

    Pasaron los das, ahora deba de estar cerca. Temblaba de impaciencia porque poda toparme conel signo en cualquier momento. Estaba aqu, no, un poco ms all, ahora cuento hasta cien... Y si noestuviera ms? Si lo hubiera pasado? Nada. Mi signo quin sabe dnde haba quedado, atrs,completamente a trasmano de la rbita de revolucin de nuestro sistema. No haba contado con lasoscilaciones a las que, sobre todo en aquellos tiempos, estaban sujetas las fuerzas de gravedad de loscuerpos celestes y que les hacan dibujar rbitas irregulares y quebradas como flores de dalia. Duranteun centenar de milenios me quem las pestaas rehaciendo mis clculos; result que nuestro recorridotocaba aquel punto no cada ao galctico sino solamente cada tres, es decir, cada seiscientos millones

  • de aos solares. El que ha esperado doscientos millones de aos puede esperar seiscientos; y yoesper; el camino era largo, pero no tena que hacerlo a pie; en ancas de la Galaxia recorra los aosluz caracoleando en las rbitas planetarias y estelares como en la grupa de un caballo cuyos cascossalpicaban centellas; mi estado de exaltacin era cada vez mayor; me pareca que avanzaba a laconquista de aquello que era lo nico que contaba para m, signo y reino y nombre...

    Di la segunda vuelta, la tercera. Haba llegado. Lanc un grito. En un punto que deba ser justoaquel punto, en el lugar de mi signo haba un borrn informe, una raspadura del espacio mellada ymachucada. Haba perdido todo: el signo, el punto, eso que haca que yo siendo el de aquel signo enaquel punto fuera yo. El espacio, sin signo, se haba convertido en un abismo de vaco sin principioni fin, nauseante, en el cual todo incluso yo se perda. (Y no vengan a decirme que para sealar unpunto, mi signo o la tachadura de mi signo daban exactamente lo mismo: la tachadura era la negacindel signo, y por lo tanto no sealaba, es decir, no serva para distinguir un punto de los puntosprecedentes y siguientes.)

    Me gan el desaliento y me dej arrastrar durante muchos aosluz como insensible. Cuandofinalmente alc los ojos (entre tanto la vista haba empezado en nuestro mundo, y por consiguientetambin la vida), cuando alc los ojos vi aquello que nunca hubiera esperado ver. Vi el signo, pero noaqul, un signo semejante, un signo indudablemente copiado del mo, pero que se vea en seguida queno poda ser mo por lo grosero y descuidado y torpemente pretencioso, una ruin falsificacin de loque yo haba pretendido sealar con aquel signo y cuya indecible pureza slo ahora lograba porcontraste evocar. Quin me haba jugado esa mala pasada? No consegua explicrmelo. Finalmente,una plurimilenaria cadena de inducciones me llev a la solucin: en otro sistema planetario quecumpla su revolucin galctica delante de nosotros precedindonos, haba un tal Kgwgk (el nombrefue deducido posteriormente, en la poca ms tarda de los nombres), un tipo despechado y carcomidopor la envidia que en un impulso vandlico haba borrado mi signo y despus se haba puesto condescarado artificio a tratar de marcar otro.

    Era claro que aquel signo no tena nada que sealar como no fuera la intencin de Kgwgk deimitar mi signo, por lo cual no se trataba siquiera de compararlos. Pero en aquel momento el deseo deno ceder al rival fue en m ms fuerte que cualquier otra consideracin: quise en seguida trazar unnuevo signo en el espacio que fuera un verdadero signo e hiciese morir de envidia a Kgwgk. Haca casisetecientos millones de aos que no intentaba hacer un signo, despus del primero; me apliqu conempeo. Pero ahora las cosas eran distintas, porque el mundo, como les he explicado, estabaempezando a dar una imagen de s mismo, y en cada cosa a la funcin comenzaba a corresponder unaforma, y se crea que las formas de entonces tendran un largo porvenir por delante (en cambio no eracierto: vean para citar un caso relativamente reciente los dinosaurios), y por lo tanto en estenuevo signo mo era perceptible la influencia de la manera en que por entonces se vean las cosas,llammosle el estilo, ese modo especial que tena cada cosa de estar ah de cierto modo. Debo decirque qued realmente satisfecho, y ya no se me ocurra lamentar aquel primer signo borrado, porqueste me pareca infinitamente ms hermoso.

    Pero durante aquel ao galctico empezamos a comprender que hasta aquel momento las formasdel mundo haban sido provisionales y que iran cambiando una por una. Y esta conciencia ibaacompaada de un hartazgo tal de las viejas imgenes que no se poda soportar siquiera su recuerdo. Yempez a atormentarme un pensamiento: haba dejado aquel signo en el espacio, aquel signo que mehaba parecido tan hermoso y original y adecuado a su funcin, que ahora se presentaba a mi memoriaen toda su jactancia fuera de lugar, como signo ante todo de un modo anticuado de concebir los signos,y de mi necia complicidad con una disposicin de las cosas de la que hubiera debido saber separarmea tiempo. En una palabra, me avergonzaba de aquel signo que los mundos en vuelo seguan costeandodurante siglos, dando un ridculo espectculo de s mismo y de m y de aquel modo nuestro

  • provisional de ver. Me suban ondas de rubor cuando lo recordaba (y lo recordaba continuamente), queduraban eras geolgicas enteras; para esconder mi vergenza me hunda en los crteres de losvolcanes, clavaba los dientes de remordimiento en las calotas de los glaciares que cubran loscontinentes. Me carcoma pensando que Kgwgk, precedindome siempre en el periplo de la VaLctea, vera el signo antes de que yo pudiese borrarlo, y como era un patn se burlara de m y meremedara, repitiendo por desprecio el signo en torpes caricaturas en cada rincn de la esferacircungalctica.

    En cambio esta vez la complicada relojera astral me fue propicia. La constelacin de Kgwgk noencontr el signo, mientras nuestro sistema solar volvi a caerle encima puntualmente al trmino delprimer giro, tan cerca que pude borrar todo con el mayor cuidado.

    Ahora signos mos en el espacio no haba ni uno. Poda ponerme a trazar otro, pero en adelantesaba que los signos sirven tambin para juzgar a quien los traza y que en un ao galctico los gustos ylas ideas tienen tiempo de cambiar, y el modo de considerar los de antes depende del que vienedespus, en fin, tena miedo de que lo que poda parecerme ahora signo perfecto, dentro de doscientoso seiscientos millones de aos me hiciera hacer mal papel. En cambio, en mi aoranza, el primer signovandlicamente borrado por Kgwgk segua siendo inatacable por la mudanza de los tiempos, pueshaba nacido antes de todo comienzo de las formas y contena algo que sobrevivira a todas las formas,es decir, el hecho de ser un signo y nada ms.

    Hacer signos que no fueran aquel signo no tena inters para m; y aquel signo lo haba olvidadohaca millares de millones de aos. Por eso, como no poda hacer verdaderos signos, pero quera dealgn modo fastidiar a Kgwgk, me puse a trazar signos fingidos, muescas en el espacio, agujeros,manchas, engaifas que slo un incompetente como Kgwgk poda tomar por signos. Y, sin embargo, lse empecinaba en hacerlos desaparecer borrndolos (como comprobaba yo en los giros subsiguientes)con un empeo que deba de darle buen trabajo. (Entonces yo sembraba esos signos fingidos en elespacio para ver hasta dnde llegaba su necedad.)

    Pero observando esos borrones un giro tras otro (las revoluciones de la Galaxia se habanconvertido para m en un navegar indolente y aburrido, sin finalidad ni expectativa), me di cuenta deuna cosa: con el paso de los aos galcticos tendan a desteirse en el espacio, y debajo reapareca elque haba marcado yo en aquel punto, como deca, mi falso signo. El abrimiento, lejos dedesagradarme, reaviv mis esperanzas. Si los borrones de Kgwgk se borraban, el primero que habahecho en aquel punto deba de haber desaparecido ya y mi signo habra recobrado su primitivaevidencia!

    As la expectativa devolvi el ansia a mis das. La Galaxia se daba vuelta como una tortilla en susartn inflamada, ella misma sartn chirriante y dorada fritura; y yo me frea con ella de impaciencia.

    Pero con el paso de los aos galcticos el espacio ya no era aquella extensin uniformementedespojada y enjalbegada. La idea de marcar con signos los puntos por donde pasbamos, as como senos haba ocurrido a m y a Kgwgk, la haban tenido muchos, dispersos en millones de planetas deotros sistemas solares, y continuamente tropezaba con una de esas cosas, o con un par, o directamentecon una docena, simples garabatos bidimensionales, o bien slidos de tres dimensiones (por ejemplo,poliedros) y hasta cosas hechas con ms cuidado, con la cuarta dimensin y todo. El caso es que llegoal punto de mi signo y me encuentro cinco, todos all! Y el mo no soy capaz de reconocerlo. Es ste,no, es este otro, pero vamos, ste tiene un aire demasiado moderno y, sin embargo, podra ser tambinel ms antiguo, aqu no reconozco mi mano, como si pudiera ocurrrseme hacerlo as... Y entre tanto laGalaxia se deslizaba en el espacio y dejaba tras s signos viejos y signos nuevos y yo no habaencontrado el mo.

    No exagero si digo que los siguientes aos galcticos fueron los peores que viv jams. Seguabuscando, y en el espacio se espesaban los signos, en todos los mundos el que tuviera la posibilidad no

  • dejaba ya de marcar su huella en el espacio de alguna manera, y nuestro mundo, pues, cada vez que mevolva a mirarlo, lo encontraba ms atestado, tanto que mundo y espacio parecan uno el espejo delotro, uno y otro prolijamente historiados de jeroglficos e ideogramas, cada uno de los cuales poda serun signo y no serlo: una concrecin calcrea en el basalto, una cresta levantada por el viento en laarena cuajada del desierto, la disposicin de los ojos en las plumas del pavo real (poco a poco de vivirentre los signos se haba llegado a ver como signos las innumerables cosas que antes estaban all sinsignar nada ms que su propia presencia, se las haba transformado en el signo de s mismas y sumadoa la serie de signos hechos a propsito por quien quera hacer un signo), las estras del fuego en unapared de roca esquistosa, la cuadragesimovigesimosptima acanaladura un poco oblicua de lacornisa del frontn de un mausoleo, una secuencia de estriaduras en un video durante una tormentamagntica (la serie de signos se multiplicaba en la serie de los signos de signos, de signos repetidosinnumerables veces siempre iguales y siempre en cierto modo diferentes porque el signo hecho apropsito se sumaba al signo advenido all por casualidad), la patita mal entintada de la letra R que enun ejemplar de un diario de la tarde se encontraba con una escoria filamentosa del papel, uno de losochocientos mil desconchados de una pared alquitranada en un callejn entre los docks de Melbourne,la curva de una estadstica, una frenada en el asfalto, un cromosoma... Cada tanto, un sobresalto: Esaqul! Y por un segundo estaba seguro de haber encontrado mi signo, en la tierra o en el espacio, dabalo mismo, porque a travs de los signos se haba establecido una continuidad sin lmite definido.

    En el universo ya no haba un continente y un contenido, sino slo un espesor general de signossuperpuestos y aglutinados que ocupaba todo el volumen del espacio, era una salpicadura continua,menudsima, una retcula de lneas y araazos y relieves y cortaduras, el universo estaba garabateadoen todas partes, a lo largo de todas las dimensiones. No haba ya modo de establecer un punto dereferencia: la Galaxia continuaba dando vueltas, pero yo ya no consegua contar los giros, cualquierpunto poda ser el de partida, cualquier signo sobrepuesto a los otros poda ser el mo, pero descubrirlono hubiese servido de nada, tan claro era que independientemente de los signos el espacio no exista yquiz no haba existido nunca.

  • Todo en un punto Con arreglo a los clculos iniciados por Edwin P Hubble sobre la velocidad del alejamiento de las galaxias, se puede

    establecer el momento en que toda la materia del universo estaba concentrada en un solo punto, antes de empezar aexpandirse en el espacio.

    Naturalmente que estbamos todos all dijo el viejo Qfwfq, y dnde bamos a estar, si no?Que pudiese haber espacio, nadie lo saba todava. Y el tiempo, dem: qu quieren que hiciramoscon el tiempo, all apretados como sardinas?

    He dicho "apretados como sardinas" por usar una imagen literaria: en realidad no haba espacio,ni siquiera para estar apretados. Cada punto de nosotros coincida con cada punto de los dems en unpunto nico que era aquel donde estbamos todos. En una palabra, ni siquiera nos molestbamos,salvo en lo que se refiere al carcter, porque, cuando no hay espacio, tener siempre montado en lasnarices a un antiptico como el seor Pbert Pberd es de lo ms cargante.

    Cuntos ramos? Bueno, nunca pude saberlo, ni siquiera aproximadamente. Para contar hay quepoder separarse por lo menos un poquito uno de otro, y nosotros ocupbamos todos el mismo punto.Contrariamente a lo que podra parecer, no era una situacin que favoreciese la sociabilidad; s quepor ejemplo en otras pocas los vecinos se frecuentan; all, en cambio, como todos ramos vecinos, nohaba siquiera un buenos das ni un buenas noches.

    Cada uno terminaba por tener trato solamente con un nmero restringido de conocidos. Los queyo recuerdo son sobre todo la seora Ph(i)Nko, su amigo De XuaeauX, una familia de emigrados, losZ'zu, y el seor Pbert Pberd que he nombrado. Haba tambin la mujer de la limpieza "adscrita a lamanutencin" la llamaban, una sola para todo el universo, dado lo reducido del ambiente. A decirverdad, no tena nada que hacer en todo el da, ni siquiera quitar el polvo dentro de un punto nopuede entrar ni un granito de polvo y se desahogaba en continuos chismes y lamentos.

    Con estos que les he nombrado ya hubiera habido supernumerarios; aadan, adems, las cosasque debamos tener all amontonadas: todo el material que despus servira para formar el universo,desmontado y concentrado de manera que no conseguas distinguir lo que despus pasara a formarparte de la astronoma (como la nebulosa de Andrmeda), de lo que estaba destinado a la geografa(por ejemplo, los Vosgos) o a la qumica (como ciertos istopos del berilo). Adems, se tropezabasiempre con los trastos de la familia Z'zu, catres, colchones, cestas: estos Z'zu, si uno se descuidaba,con la excusa de que eran una familia numerosa hacan como si no hubiera ms que ellos en el mundo,pretendan incluso tender cuerdas a travs del punto para poner a secar la ropa.

    Pero tambin los otros tenan su parte de culpa con los Z'zu, empezando por la calificacin de"emigrados" basada en el supuesto de que mientras los dems estaban all desde antes, ellos habanvenido despus. Me parece evidente que ste era un prejuicio infundado, pues no exista ni un antes niun despus ni otro lugar de donde emigrar, pero haba quien sostena que el concepto de "emigrado"poda entenderse al estado puro, es decir, independientemente del espacio y del tiempo.

    Era una mentalidad, confesmoslo, limitada, la que tenamos entonces, mezquina. Culpa delambiente en que nos habamos formado. Una mentalidad que se ha mantenido en el fondo de todos

  • nosotros, fjense: sigue asomando todava hoy, cuando por casualidad dos de nosotros se encuentranen la parada del autobs, en un cine, en un congreso internacional de dentistas y se ponen arecordar aquellos tiempos. Nos saludamos a veces es alguien que me reconoce, a veces yoreconozco a alguien y de pronto empezamos a preguntar por ste y por aqul (aunque cada unorecuerde slo a algunos de los que recuerda el otro) y as se reanudan las disputas de una poca, lasmaldades, las difamaciones. Hasta que se nombra a la seora Ph(i)Nko todas las conversaciones vana parar siempre all y entonces de golpe se dejan de lado las mezquindades y uno se siente comoelevado por un entemecimiento beatfico y generoso. La seora Ph(i)Nko, la nica que ninguno denosotros ha olvidado y que todos aoramos. Dnde ha ido a parar? Hace tiempo que he dejado debuscarla: la seora Ph(i)Nko; su pecho, sus caderas, su batn anaranjado, no la encontraremos ms, nien este sistema de galaxia ni en otro.

    Que quede bien claro, a m la teora de que el universo, despus de haber alcanzado un gradoextremo de enrarecimiento, volver a condensarse y que, por lo tanto, nos tocar encontrarnos enaquel punto para recomenzar despus, nunca me ha convencido. Y, sin embargo, son tantos los quecuentan solamente con eso, los que siguen haciendo proyectos para cuando estemos todos de nuevoall. El mes pasado entro en el caf de aqu de la esquina, y a quin veo? Al seor Pber t Pberd. Qu cuenta de bueno? Qu anda haciendo por aqu? Me entero de que tiene una representacin dematerial plstico en Pava. Est tal cual, con su diente de oro y los tirantes floreados. Cuandovolvamos all me dice en voz baja habr que fijarse para que esta vez cierta gente quede afuera...Usted me entiende: esos Z'zu.

    Hubiera querido contestarle que esta conversacin ya se la he escuchado a ms de uno, con elaadido: "Usted me entiende... el seor Pbert Pberd..."

    Para no dejarme arrastrar por la pendiente, me apresur a decir: Y a la seora Ph(i)Nko, creeque la encontraremos?

    Ah, s... A ella s... dijo enrojeciendo.El gran secreto de la seora Ph(i)Nko es que nunca ha provocado celos entre nosotros. Ni

    tampoco chismes. Que se acostaba con su amigo, el seor De XuaeauX, era sabido. Pero en un punto,si hay una cama, ocupa todo el punto; por lo tanto, no se trata de acostarse, sino de estar en la cama,porque todo el que est en el punto est tambin en la cama. Por consiguiente, era inevitable que ellase acostara tambin con cada uno de nosotros. Si hubiera sido otra persona, quin sabe cuntas cosasse habran dicho a sus espaldas. La mujer de la limpieza estaba siempre dando rienda suelta a lamaledicencia, y los otros no se hacan rogar para imitarla. De los Z'zu, para no variar, las cosashorribles que haba que or: padre hijas hermanos hermanas madre tas, no haba insinuacin retorcidaque los parara. Con ella, en cambio, era distinto: la felicidad que me vena de la seora Ph(i)Nko era almismo tiempo la de esconderme yo puntiforme en ella, y la de protegerla a ella puntiforme en m, eracontemplacin viciosa (dada la promiscuidad del converger puntiforme de todos en ella) y al mismotiempo casta (dada la impenetrabilidad puntiforme de ella). En una palabra, qu ms poda pedir?

    Y todo esto, as como era cierto para m, vala tambin para cada uno de los otros. Y para ella:contena y era contenida con la misma alegra, y nos acoga y amaba y habitaba a todos por igual.

    Estbamos tan bien todos juntos, tan bien, que algo extraordinario tena que suceder. Bast queen cierto momento ella dijese: Muchachos, si tuviera un poco de espacio, cmo me gustaraamasarles unos tallarines! Y en aquel momento todos pensamos en el espacio que hubieran ocupadolos redondos brazos de ella movindose adelante y atrs con el rodillo sobre la lmina de masa, elpecho de ella bajando lentamente sobre el gran montn de harina y huevos que llenaba la ancha tablade amasar mientras sus brazos amasaban, amasaban, blancos y untados de aceite hasta el codo;pensamos en el espacio que hubiera ocupado la harina, y el trigo para hacer la harina, y los campos

  • para cultivar el trigo, y las montaas de las que bajaba el agua para regar los campos, y los pastos paralos rebaos de terneras que daran la carne para la salsa; en el espacio que sera necesario para que elSol llegase con sus rayos a madurar el trigo; en el espacio para que de las nubes de gases estelares elSol se condensara y ardiera; en la cantidad de estrellas y galaxias y aglomeraciones galcticas en fugapor el espacio que seran necesarias para tener suspendida cada galaxia, cada nebulosa, cada sol, cadaplaneta, y en el mismo momento de pensarlo ese espacio infatigablemente se formaba, en el mismomomento en que la seora Ph(i)Nko pronunciaba sus palabras: ...los tallarines, eh, muchachos!;el punto que la contena a ella y a todos nosotros se expanda en una irradiacin de distancias de aosluz y siglosluz y millones de mileniosluz, y nosotros lanzados a las cuatro puntas del Universo(el seor Pbert Pberd hasta Pava), ella disuelta en no s qu especie de energa luz calor, ella, laseora Ph(i)Nko, la que en medio de nuestro cerrado mundo mezquino haba sido capaz de un impulsogeneroso, el primer "Muchachos, qu tallarines les servira!", un verdadero impulso de amor general,dando comienzo a la vez al concepto de espacio y al espacio propiamente dicho, y al tiempo, y a lagravitacin universal, y al universo gravitante, haciendo posibles millones de soles, y de planetas, y decampos de trigo, y de seoras Ph(i)Nko dispersas por los continentes de los planetas que amasan conlos brazos untados y generosos y enharinados y desde aquel momento perdida y nosotros llorndola.

  • Sin colores Antes de que se formaran la atmsfera y los ocanos, la Tierra deba tener el aspecto de una pelota gris rodando en el

    espacio. Como ahora la Luna: all donde los rayos ultravioletas irradiados por el Sol llegan sin filtrarse, los coloresquedan destruidos; por eso las rocas de la superficie lunar, en vez de ser coloreadas como las terrestres, son de un grismuerto y uniforme. Si la Tierra muestra un rostro multicolor es gracias a la atmsfera que filtra esa luz mortfera.

    Un poco montono confirm Qfwfq pero sedante. Recorra millas y millas a toda velocidadcomo cuando no hay aire de por medio, y no vea ms que gris sobre gris. Ningn contraste neto: elblanco verdaderamente blanco, si lo haba, estaba en el centro del Sol y no era posible siquieraacercrsele con la mirada; negro verdaderamente negro, no haba ni siquiera la oscuridad de la noche,dada la gran cantidad de estrellas siempre a la vista. Se me abran horizontes no interrumpidos porcadenas montaosas que apenas acertaban a despuntar, grises en torno a grises llanuras de piedra; ypor ms que atravesara continentes y continentes, no llegaba nunca a una orilla, porque ocanos ylagos y ros yacan quin sabe dnde bajo tierra.

    Los encuentros en aquellos tiempos escaseaban: ramos tan pocos! Con los ultravioletas, parapoder resistir no haba que tener demasiadas pretensiones. La falta de atmsfera sobre todo se hacasentir de muchas maneras; vean por ejemplo los meteoros: granizaban desde todos los puntos delespacio, porque faltaba la estratosfera en la que golpean ahora como en un techo, desintegrndose.Adems, el silencio: Intil gritar! Sin aire que vibrara, ramos todos mudos y sordos. Y latemperatura? No haba nada alrededor que conservase el calor del Sol; y al caer la noche, haca un frode quedarse duro. Afortunadamente, la corteza terrestre se calentaba desde abajo, con todos aquellosminerales fundidos que iban comprimindose en las entraas del planeta; las noches eran cortas (comolos das: la Tierra giraba ms velozmente sobre s misma); yo dorma abrazado a una roca caliente,caliente; el fro seco, alrededor, daba gusto. En una palabra, en cuanto a clima, para ser sincero, yopersonalmente no me encontraba demasiado mal.

    Entre tantas cosas indispensables que nos faltaban, comprendern que la ausencia de colores erael problema menor: aunque hubiramos sabido que existan los habramos considerado un lujo fuerade lugar. nico inconveniente: el esfuerzo de la vista cuando haba que buscar algo o a alguien, porquesiendo todo igualmente incoloro era difcil distinguirlo de lo que estaba atrs o alrededor. A duraspenas se consegua individualizar lo que se mova: el rodar de un fragmento de meteorito, o elserpentino abrirse de un abismo ssmico, o un chorro de lapilli.

    Aquel da corra yo por un anfiteatro de rocas porosas como esponjas, todo perforado de arcosdetrs de los cuales se abran otros arcos: en una palabra, un lugar accidentado en el que la ausencia decolor se jaspeaba de esfumadas sombras cncavas. Y entre las pilastras de esos arcos incoloros vi algocomo un relmpago incoloro que corra veloz, desapareca y reapareca ms lejos: dos resplandoresacoplados que aparecan y desaparecan de repente; an no haba comprendido qu eran y ya corraenamorado siguiendo los ojos de Ayl.

    Me met en un desierto de arena; avanzaba hundindome entre dunas siempre de algn mododiversas y, sin embargo, casi iguales. Segn el punto desde el que se las mirara, las crestas de lasdunas eran como relieves de cuerpos acostados. All pareca modelarse un brazo cerrndose sobre un

  • tierno seno, con la palma tendida bajo una mejilla inclinada; ms ac, asomar un pie joven de pulgaresbelto. All parado, observando aquellas posibles analogas, dej transcurrir un buen minuto antes dedarme cuenta de que bajo mis ojos no haba una cresta de arena, sino el objeto de mi persecucin.

    Yaca, incolora, vencida por el sueo, en la arena incolora. Me sent al lado. Era la estacin ahora lo s en que la era ultravioleta llegaba a su trmino para nuestro planeta; un modo de ser queestaba por terminar desplegaba su extrema culminacin de belleza. Jams nada tan bello habarecorrido la tierra como el ser que tena ante mi vista.

    Ayl abri los ojos. Me vio. Creo que primero no me distingui como me haba sucedido a mdel resto de aquel mundo arenoso; que despus reconoci en m la presencia desconocida que la habaseguido y se asust. Pero al final pareci comprender nuestra comn sustancia y hubo un temblorentre tmido y risueo en su mirada que me hizo lanzar, de felicidad, un gaido silencioso.

    Me puse a conversar, todo con gestos. Arena. No arena dije, sealando primero en torno yluego nosotros dos.

    Hizo una seal de que s, haba entendido.Roca. No roca dije, por seguir desarrollando el tema. Era una poca en que no disponamos

    de muchos conceptos: designar, por ejemplo, lo que ramos nosotros dos, lo que tenamos de comn yde diverso, no era empresa fcil.

    Yo. T no yo trat de explicarle con gestos.Se contrari.S. T como yo, pero ms o menos correg.Se haba tranquilizado un poco, pero desconfiaba todava.Yo, t, juntos, corre, corre trat de decir.Lanz una carcajada y escap.Corramos por la cresta de los volcanes. En el gris meridiano el vuelo de los cabellos de Ayl y las

    lenguas de fuego que se alzaban de los crteres se confundan en un batir de alas plido e idntico.Fuego. Pelo le dije. Fuego igual pelo.Pareca convencida. No es cierto que es lindo? pregunt.Lindo contest.El Sol ya se hunda en un crepsculo blanquecino. Sobre un despeadero de piedras opacas, los

    rayos pegando al sesgo hacan brillar algunas.Piedras all nada iguales. Lindas, eh? dije.No contest, y desvi la mirada.Piedras all lindas, eh? insist, sealando el gris brillante de la piedra.No.Se negaba a mirar.A ti, yo, piedras all le ofrec.No, piedras aqu! respondi Ayl y tom un puado de las opacas. Pero yo ya haba corrido

    adelante.Volv con las piedras brillantes que haba recogido, pero tuve que forzarla para que las tomase.Lindo! trataba de convencerla.No! protestaba, pero despus las mir; lejos del reflejo solar, eran piedras opacas como las

    otras; y slo entonces dijo: Lindo!Cay la noche, la primera que pas abrazado no a una roca, y por eso quizs me pareci

    cruelmente corta. Si la luz tenda a cada momento a borrar a Ayl, a poner en duda su presencia, laoscuridad me devolva la certeza de que estaba.

    Volvi el da a teir de gris la Tierra, y mi mirada giraba en torno y no la vea. Lanc un gritomudo: Ayl! Por qu te has escapado? Pero ella estaba delante de m y tambin me buscaba y no

  • me vea y silenciosamente grit: Qfwfq! Dnde ests?. Hasta que nuestra vista se acostumbr aescrutar aquella luminosidad caliginosa y a reconocer el relieve de una ceja, de un codo, de unacadera.

    Entonces hubiera querido colmar a Ayl de regalos, pero nada me pareca digno de ella. Buscabatodo lo que de algn modo se destacara de la uniforme superficie del mundo, todo lo que indicase unjaspeado, una mancha. Pero pronto hube de reconocer que Ayl y yo tenamos gustos diferentes, si nodirectamente opuestos: yo buscaba un mundo diverso ms all de la ptina desvada que aprisionabalas cosas, y espiaba cualquier seal, cualquier indicio (en realidad algo estaba empezando a cambiar,en ciertos puntos la ausencia de color pareca recorrida por vislumbres tornasoladas); en vez, Ayl erauna habitante feliz del silencio que reina all donde toda vibracin est excluida; para ella todo lo queapuntaba a romper una absoluta neutralidad visual era un desafinar estridente; para ella all donde elgris haba apagado cualquier deseo, por remoto que fuera, de ser algo distinto del gris, slo allempezaba la belleza.

    Cmo podamos entendernos? Ninguna cosa del mundo tal como se presentaba a nuestra miradabastaba para expresar lo que sentamos el uno por el otro, pero mientras yo me afanaba por arrancar alas cosas vibraciones desconocidas, ella quera reducir toda cosa al ms all incoloro de su ltimasustancia.

    Un meteorito atraves el cielo, en una trayectoria que pas delante del Sol; su envoltura fluida eincendiada hizo por un instante de filtro a los rayos solares, y de improviso el mundo qued inmersoen una luz jams vista. Abismos morados se abran al pie de peascos anaranjados y mis manosvioletas sealaban el blido verde flameante mientras un pensamiento para el que no existan todavapalabras trataba de prorrumpir de mi garganta:

    Esto para ti! De m esto para ti ahora, s s, es lindo!Y al mismo tiempo giraba de repente sobre m mismo ansioso por ver de qu modo nuevo

    resplandeca Ayl en la transfiguracin general; y no la vi, como si en aquel repentino desmenuzarsedel barniz incoloro hubiera encontrado la manera de esconderse y escurrirse entre las junturas delmosaico.

    Ayl! No te asustes, Ayl! Sal y mira!Pero el arco del meteorito ya se haba alejado del Sol, y la Tierra haba sido reconquistada por el

    gris de siempre, aun ms gris para mis ojos deslumbrados, e indistinto, y opaco, y Ayl no estaba.Haba desaparecido de veras. La busqu durante un largo pulsar de das y de noches. Era la poca

    en que el mundo estaba probando la forma que adoptara despus: la probaba con el material que tenaa su disposicin, aunque no fuera el ms adecuado, quedando entendido que no haba nada definitivo.Arboles de lava color humo extendan retorcidas ramificaciones de las cuales colgaban finas hojas depizarra. Mariposas de ceniza sobrevolando prados de arcilla se cernan sobre opacas margaritas decristal. Ayl poda ser la sombra incolora que se meca en una rama de la incolora floresta, o que seinclinaba a recoger bajo grises matas grises hongos. Cien veces cre haberla percibido y cien vecesperderla de nuevo. De las landas desiertas pas a las comarcas habitadas. En aquel tiempo, en elpresagio de las mutaciones que advendran, oscuros constructores modelaban imgenes prematuras deun remoto posible futuro. Atraves una metrpoli nurgica toda torres de piedra; franque unamontaa perforada de galeras subterrneas como una tebaida; llegu a un puerto que se abra sobre unmar de fango; entr en un jardn en cuyos canteros de arena se elevaban al cielo altos menhires.

    La piedra gris de los menhires era recorrida por un dibujo de apenas insinuadas vetas grises. Medetuve. En medio de aquel parque Ayl jugaba con sus amigas. Lanzaban en alto una bola de cuarzo yla cogan al vuelo.

    En un tiro demasiado fuerte la bola se puso al alcance de mis manos y la atrap. Las amigas sedispersaron en su busca; cuando vi a Ayl sola, lanc la bola al aire y la cog al vuelo. Ayl se acerc;

  • yo, escondindome, lanzaba la bola de cuarzo atrayendo a Ayl a lugares cada vez ms alejados.Despus aparec; me grit; despus se ech a rer; y as seguimos jugando por regiones desconocidas.

    En aquel tiempo los estratos del planeta fatigosamente buscaban un equilibrio a fuerza deterremotos. Cada tanto una sacudida levantaba el suelo, entre Ayl y yo se abran grietas a travs de lascuales seguamos lanzando la bola de cuarzo. En esos abismos los elementos comprimidos en elcorazn de la Tierra encontraban la va para liberarse y veamos emerger espolones de roca, exhalandofluidas nubes, brotar chorros hirvientes.

    Siempre jugando con Ayl, me di cuenta de que una capa gaseosa se haba ido extendiendo por lacorteza terrestre, como una niebla baja que suba poco a poco. Un instante antes llegaba a los tobillosy ya estbamos metidos hasta las rodillas, luego hasta las caderas... Al ver aquello creca en los ojosde Ayl una sombra de inseguridad y de temor; y yo no quera alarmarla, y por eso, como si nada,segua nuestro juego, pero tambin estaba inquieto.

    Era algo nunca visto: una inmensa burbuja fluida se iba inflando en torno a la Tierra y la envolvatoda; pronto nos cubrira de la cabeza a los pies vaya a saber con qu consecuencias.

    Lanc la bola a Ayl del otro lado de una grieta que se abra en el suelo, pero el tiro resultinexplicablemente ms corto de lo que yo haba pretendido, la bola cay en la rajadura, y zas: depronto resultaba pesadsima; no: era que el abismo se haba abierto enormemente y ahora Ayl estabalejos, lejos, del otro lado de una extensin lquida y untosa que se haba abierto entre nosotros yespumeaba contra la orilla de rocas, y yo me asomaba sobre esa orilla gritando: Ayl! Ayl! y mivoz, el sonido, exactamente el sonido de mi voz se propagaba con una fuerza que jams hubieraimaginado y las ondas hacan ms ruido que mi voz. En una palabra: no se entenda nada de nada.

    Me llev las manos a las orejas ensordecidas y en aquel momento sent tambin la necesidad detaparme la nariz y la boca para no aspirar la fuerte mezcla de oxgeno y zoe que me rodeaba, peroms fuerte que todo fue el impulso de cubrirme los ojos que me pareca que iban a reventar.

    La masa lquida que se extenda a mis pies se haba vuelto repentinamente de un color nuevo queme cegaba, y estall en un grito inarticulado que de all en adelante asumira un significado bienpreciso: Ayl! El mar es azul!

    El gran cambio tanto tiempo esperado haba ocurrido. En la Tierra haba ahora el aire y el agua. Ysobre aquel mar azul recin nacido, el Sol se pona tambin coloreado, y de un color absolutamentedistinto y todava ms violento. Tanto que sent la necesidad de continuar mis gritos insensatos: Qu rojo es el Sol, Ayl! Ayl, qu rojo!

    Cay la noche. Tambin la oscuridad era distinta. Yo corra buscando a Ayl, emitiendo