Jacob Burckhardt, Reflexiones sobre la historia universal

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La segunda mayor obra de los últimos años de Burckhardt trata sobre cuestiones fundamentales de la filosofía de la historia. A diferencia de Hegel y Marx, que buscaron construir teoría para explicar toda la historia, culminando en el “fin de la historia misma”, Burckhardt buscó identificar en los desarrollos históricos aquellos elementos que eran constantes y típicos de todas las épocas. El corazón de su tesis está constituido por los “tres grandes poderes, estado, religión y cultura”. Los poderes históricos estado y religión preservan la estabilidad de las formas de vida y reclaman una validez absoluta. Si es necesario, ellos usarán la coerción y la violencia para mantener su poder. La cultura, en contraste, ofrece un espacio en que el hombre se puede mover libremente. El estado, la cultura y la religión se hallan en constante interacción y han formado las épocas de manera diferente. La cultura fue el poder determinante en la Antigua Atenas o en Florencia en el Renacimiento. La religión del Cristianismo reemplazó el tardío estado romano y dominó la cultura de la Edad Media. El estado absolutista busca extender su tiranía a todos los aspectos de la cultura. El estado moderno centralizado se siente amenazado por el creciente poder de la tecnología y la industria. Burckhardt estudió no solamente períodos de un desarrollo muy gradual, sino también los “procesos acelerados”, las “crisis de la historia”: migraciones masivas de pueblos, “levantamientos de clases y castas”, eventos tales como la Reforma y la Revolución francesa. Él notó que las crisis barren con formas rígidas de estado y religión para hacer lugar a la emergencia de nuevas formas, señalando al mismo tiempo el peligro de un giro hacia el terror o el militarismo. Finalmente, Burckhardt cuestionó el papel de la suerte y el infortunio en la historia del mundo. Fue escéptico acerca de toda idea que sostuviera la promesa de una mejor sociedad, fuera una utopía política, la alta grandeza nacional, la expansión económica o la seguridad de la civilización. A diferencia de muchos de sus contemporáneos, que veían la historia exclusivamente como un así llamado progreso de una época a la siguiente, Burckhardt no fue ciego a las “fuerzas derrotadas, que eran quizá más nobles y mejores”. Tomado de: “1000 franc banknote: Jacob Burckhardt, 1818-1897”

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Traduccin deW e n c e s la o R o ces

JACOB BURCKHARDT

R e f l e x io n e s SOBRE LA H is t o r ia U n iv e r s a lPrlogo de A l f o n s o R e y e s

COLECCION

PO P U L A R

FONDO DE CULTURA ECONMICAM X IC O -B U E N O S AIRES

PRLOGO

La vida de Jacob Burckhardt cubre prcticimente toda la extensin del siglo xix, cuyas experiencias fundamen tales le toc presenciar (1818-1897). La obra de Burck hardt es uno de los legados ms sugestivos que hemos recibido de aquella poca. Este meditador de la historia estaba satisfecho de haber aprovechado el instante nico. Su siglo le pareca vm m irador privilegiado para contem plar el espectculo humano de aquella m anera panor mica que tanto acomodaba a su genio. No porque creyera en la perfectibilidad automtica, debida al simple amon tonamiento de las centurias, ni porque creyera en la "su pervivencia del ms apto en el sentido humano y moral de la aptitud. l mismo denuncia "la teora del clebre y pretendido progreso, que responde a nuestro poeta asegurando que "cualquiera tiempo pasado fue peor, teora deslizada en Hegel con cierto pudor, y crudamente expuesta en Lasaulx, para quien el siglo xix viene a ser como el esclarecimiento sumo de los destinos histricos.^ Tal espejismo no poda embaucar a un schopenhaueriano de cepa, como Burckhardt. l se lim ita a advertir que, en sus das, se da una conjugacin de circunstancias pro picias para los estudios histricos, sobre las cuales siente la necesidad de llam ar la atencin de sus auditores; casi por deber de catedrtico. Sobre las ventajas de su siglo, en comparacin con pocas anteriores, l mismo se explica. El conocimiento, dice, es ahora ms extenso y ms accesible y ha alcanza do el cosmopolitismo. La cultura, no dominada ya por un punto de vista fijo, admite valoraciones ms amplias, 1 Emst von Lasaulx, oscuro discpulo de Schelling y de Corres, aunque carente de sentido crtico y algo pueril, puso en circulacin la teora de los ciclos histricos de Platn, Aristteles y Polibio, que no es extraa a las concepciones de Vico, de Burckhardt y de Spengler, aunque en stos ofrece mayor complejidad.

ecunim es y cabales, ecum nicas en principio. E l ju ic io sobre la persona hum ana y sus asp iracio n es se fu n d a en un criterio historicista, es d ecir, se re fie re sie m p re al cu ad ro de energas en que se desenvolvi c a d a existen cia. La m ism a indiferencia del e s ta d o que, con o sin razn, no ve ya en las labores te ricas u n a am en a za in m in en te , es favorable a los estudios. La filo so fa se h a in c lin a d o am orosam ente hacia la h isto ria , so lic ita n d o su co n ten id o profundo. La p ostura laica no n e c e s ita y a p e rd e r fu erzas en el fro tam iento con el dogm a, p u es se h a co n q u ista d o la libertad crtica. La sa c u d id a d e la R evolucin fran> cesa por s sola in v ita al ex am en del p asad o y al in te n to de u n a nueva coherencia, ab rie n d o c a u ce a la in v estig a cin de los m otivos m o rales esco n d id o s b a jo los h echos brutos, y su docum entacin n o se h a e n fria d o o perd id o , segn acontece p a ra los so b resa lto s rem o to s, sin o que est todava viva y p alp ita n te. Respecto a las novedades q u e c ru z a ro n su poca, f cil es re c o rd a rla s; y au n q u e B u r c k h a rd t n o h izo labor de m em orialista, nos d e ja el te stim o n io c la ro d e su s re acciones, ta n to en sus Cartas p o stu m a s (1913, 1919) com o en los apndices que iba a a d ie n d o a su s R eftex io tte s. y en que consid era los p ro b lem as co n tem p o rn e o s p o r sus aspectos polticos, in te rn a c io n a le s, econm icos, y por sus efectos sobre el a r te y la lite r a tu r a , c re acio n es sum as de la especie. E n sta s y o tra s p g in as, in sp ira d a s desde luego por su visin g en e ral de la h isto ria , se fu n d a su in voluntaria y ta rd a re p u ta c i n de p ro fe ta, que a l, en su escepticism o, le h u b ie ra h e c h o so n re r. Su p rim era educacin, que em pieza en la S uiza g er m nica, acaba en la Suiza fra n c e sa , b en e fici n d o lo as con la m u tu a fecundacin d e dos le n g u as y dos c u ltu ra s, arm ona que com p letar m s ta rd e en sus v ia je s de a d o lescente, lo que le d a u n a fiso n o m a s e m e ja n te a la de los grandes in t rp re tes de la E u ro p a tra n s a lp in a : G oethe, Shelley, S tendhal, R obert B row ning.^ Inercia acaso de las c o n tro v e rsias filo s ficas del Sete* * J. H. Nichols, prlogo a la edicin norteam ericana ci tada ms adelante.

cientos, en que vem os entrascado a un Leibniz, Burck h a rd t com enz por la teologa. Pero no se siente nacido p ara filsofo. Los cursos de Schelling, en Berln, pa recen h ab erle causado cierta curiosa desazn. No es ju stifica d o in fe rir de aqu, com o lo hace Croce,s que des d e ara la filosofa, en la que expresam ente reconoce el v erd ad ero dom inio de la grandeza histrica. D urante sus cu a tro aos de estudios en B erln y en Bonn, su inde pendencia lo a le ja de sus com patriotas, algo lim itados y convencionales, y lo acerca m s bien a la "Joven Alema n ia , ro m n tic a y liberal, de los aos 40. E n plena adolescencia, le sorprende el estrem ecim ien to del R om anticism o, que inyectaba sangre en la aprecia cin de la h isto ria y de la conducta. A la historia se fue acercan d o con las c te d ra s de G rim m y de Ranke, aun cu an d o su ju v e n tu d se rebelaba contra cierta flojedad e insipidez de buen tono que ad v erta en ste. l mismo, en su m adurez, provocara e n tre sus discpulos preferidos alg u n a in q u ietu d parecida, aunque fundada en otras ra zones y de te m p e ra tu ra m s am orosa. P ronto, b ajo la direccin de Kugler, se aficion a los estu d io s de arte , que ya nunca perdiera de vista. El arte h a de se rv irle de pied ra de toque en todos sus anlisis sobre las v icisitudes hum anas. De repente, deja or cier ta s ap reciaciones h a rto expresivas sobre la im portancia que concede al c rite rio esttico, apreciaciones que tras lucen u n poco d e "am oralism o heroico. Refirindose a los acto s de conquista, exclam a: "E stas tropelas debie ra n asu m ir, al m enos, u n a apariencia candorosa, pues n a d a es m s deplorable en sus efectos estticos que las recrim in acio n es y los argum entos jurdicos en que suele envolvrselas. n sus R eflexiones se alarga, con compla cencia visible y m ovido por la aficin, sobre las artes y las lite ra tu ra s, cuyo destino le preocupa singularm en te. Su paseo por la poesa est inspirado en un am plio sen tid o com paratista. Y siem pre que el tem a se a tra viesa, defiende la independencia de la verdad artstica, 8 La historia como hazaa de la libertad, II, ii. Fondo de Cultura Econmica. Mxico. Coleccin Popular. 19, 1960. 9

Burckhardt, como otros suizos e m in e n te s, s in ti u n da la necesidad del grande aire del m u n d o y, co m o ellos, acab tam bin en cierto re tra im ie n to , q u e le p e rm ita mayor autarqua, vinculndolo p a ra siem p re, f u e r a d e las estim ulantes escapatorias a Ita lia , e n la B a sile a q u e lo vio nacer y morir, "la B asilea de E n ea s S ilvio, E ra s m o y los clebres impresores, C onrad W itz y el jo v e n Holbein.^ La postura objetiva y p an o r m ica d e B u rc k h a rd t sin duda fue favorecida por la c irc u n s ta n c ia m is m a de tratarse de un nativo de S uiza; p as que, e n e l cru c e de las grandes corrientes cu ltu rale s d e E u ro p a , se m a n tiene al margen de los in m ed iato s in te re se s p o ltico s de las potencias. Y en cuanto a la a tm sfe ra d e calv in ism o ortodoxo que se respiraba en B a sile a y a la estre ch e z, que alguien h a llam ado bostoniana, d e la c la se a que perteneca el joven B u rck h a rd t cu y a f a m ilia p o r v a ria s generaciones haba proporcionado c a te d r tic o s u n iv e rsi tarios y m inistros eclesisticos, es n o to rio q ue n o lo graron sofocar su fu erte p erso n alid ad y su n d o le d e r a cional rebelda, fundada en la in d e p en d e n cia d el c rite rio . La crisis general, que am ag ab a c o rre rse d e la dem o cracia al cesarism o; el tem o r al d esb o rd e d e la s pro p ias pasiones, tem or que acaso exp erim en t d u r a n te su s in te r venciones polticas de 1840-44; el deseo d e d o m in a r m e jor la poca alejndose de sus in m e d ia to s afa n e s, y en busca como l deca de aquel p u n to d e apoyo que peda Arqumedes y que h a de ser, p o r fu e rz a , e x te rio r a los acontecim ientos; todo ac o n sejab a e c h a rse a l m a r gen, buscar una distancia. Su c in d a d e la fu e la U niversi dad de Basilea, la m s antig u a d e S uiza, y q u e d a ta b a del siglo XV, cuando el concilio ec u m n ico ju n t en aquella catedral, por varios aos, al e m p erad o r, a l papa y a todos los notables de E uropa. A quella u n iv e rsid a d era para l un sitio placentero, que po n a a p a rte en su "ms que dudosa estim acin de las fe lic id a d e s te rr e n a s , y que, segn confiesa, se le convirti poco a poco en im a necesidad m etafsica. 4 M. D. H., en el prlogo a la traduccin inglesa de Burckhardt, Reflections on History. Londres, 1943. 10

Cuando, en 1843, B urckhardt regres de Alemania, la Universidad salvada con heroicos esfuerzos tras las tri bulaciones que, en los aos 30, despojaron a Basilea de sus distritos rurales apenas contaba con veintiocho es tudiantes. El joven catedrtico tena que completar su presupuesto escribiendo para los peridicos. Su actitud equilibrada difcilm ente poda contentar a los radicales nacionalistas y a los intransigentes catlicos, cuyas cons tantes trifulcas aparecan a B urckhardt como un "espec tculo sudam ericano. La situacin pronto lleg a ser in tolerable (1845). Decidi em prender el goethiano viaje de salvacin a Italia, recurso clsico para sacudirse de los fardos intiles (1846). Abandon la poltica. "Sobre la gente de m i ndole deca no se pueden construir los estados. En adelante, m ientras dure mi vida, prefiero ser u n hom bre de bien, solcito para los sem ejantes y buena persona p riv ad a ... No puedo cam biar m i destino, y antes de que irrum pa la barbarie universal (que me parece inm inente), continuar mi aristocrtico y deleito so trab aja de cultura, para servir al menos de algo el da de la inevitable restau raci n ..." "Fuera de los deberes inapelables, no quiero m s experiencias con mi tiempo, si no es la de salvaguardar cuanto me sea dable el patri monio de la vieja cultura europea." Su m oderacin lo haba hecho am ar el sufragio limi tado y las m onarquas restringidas, as como desconfiaba de las nuevas dem ocracias expuestas a las reviradas del cesarism o napolenico. Las revoluciones, adverta a sus amigos de la Alemania liberal, "corren por su cuenta como fuerzas de la naturaleza", y nos arrastran a donde ellas quieren y no a donde nos proponamos llegar (1847). Con la revolucin de 1848, despierta la atencin de la poca para el Cuarto Estado, cuando el 1789, relati vam ente prximo, acababa de destacar la importancia del T ercer Estado. En rigor, la crisis europea haba comenza do en julio de 1830. Se oyen los ecos a lo largo de las Reflexiones, ya en los luminosos apndices, ya en aquel pasaje sobre la condicin que aflige y exaspera a "los que viven de su trabajo", arrastrndolos a reivindicaciones 11

violentas y magnetizndolos con la esperanza de alguna confederacin universal que corresponda a la interdepen dencia econmica de los pueblos. Demcratas y proletarios van a quedar sometidos a un terrible y creciente despotismo, aunque se defiendan con tremendos esfuerzos s i ^ e diciendo el m elanclico profeta, pues nuestro precioso siglo no est llam ada a realizar la verdadera democracia." N ada tendra de extrao que veamos repetido el sistem a de Diocleciano, que escoga por s mismo como sucesores a los m ilitares ms aptos {Constantino, 1852). De aqu que sin tiera su personal misin, en este derrum bam iento inevitable, como algo muy parecido a la de los m onjes de la deca dencia romana, conservadores del tesoro hereditario para el da de la futura victoria. Tal actitud lo iba alejando de sus amigos alemanes, entregados a la em briaguez de la Alemania Unida. La a n ^ s tia lo consuma, y los cua renta aos haba encanecido. l, que se confesaba in capaz de hacer nada sin el estm ulo de la am istad, se encontraba solo con sus pensamientos, en medio de una ciudad frgida, intelectualmente ajena al hervidero del mundo" (Nichols). Haba que resignarse a la soledad alpestre de los grandes espritus, en tanto que volva a recobrar nuevo vigor en la Itah a de sus am ores. Y de este segundo viaje procede el Cicerone. Despus, Burckhardt se recluye en la biblioteca de Zurich para entregarse a sus estudios sobre el Renaci miento italiano, que, al fin, quedaron en u na serie de ensayos fragmentarios, algunos de publicacin pstum a. Se acenta a partir de entonces su afn de consagrar se por entero al servicio de su Universidad y aun de la cultura de su ciudad nativa, devocin que asum e el ca rcter de una religin cvica y que, en cierto modo, com pensa su desvo de toda poltica m ilitante. Aun rehsa las invitaciones para dar conferencias en otras ciudades, porque ello le pareca una deslealtad, "un robo a Basi lea. Tan amorosa consagracin no poda ser estril. En todos sus conciudadanos cultos se dejaba sentir, segn Nietzsche aseguraba ms tarde, la huella de Burckhardt. Burckhardt era un consejero y hasta un protector. Los 12

estudiantes lo rodeaban. La gente de letras y los aficio nados a las artes acudan por las noches a su humilde residencia, en los altos de la panadera, desde donde se divisaban el ro, las m ontaas, la ciudad y sus puentes. La te rtu lia sola prolongarse hasta la m adrugada, y los jvenes se despedan de m ala gana, para seguir rumian do los recuerdos de aquellas horas privilegiadas hasta que la aurora comenzaba a dorar la puerta de San Albano. E n adelante, B urckhardt es para la posteridad el Prceptor Helveti. Cunda por Europa aquella profunda transformacin de todos los rdenes cultiuales que bien pudiera fijarse hacia 1860 y que B urckhardt contemplaba desde su Bel vedere. Son los tiempos de Baudelaire, Mallarm, los Concourt, Rimbaud, L autram ont; del Saln de los Re chazados y la pintura de Manet, Degas, M onet; de Wag n er y la m stica w agneriana; de las revaloraciones de la ciencia y las expansiones de la industria ; del Capital, de Karl Marx. El trfico, el ferrocarril, encadenan y sensi bilizan todas las regiones de la tierra. La circulacin es m s intensa. Es la era del lucro. B urckhardt m edita en los esfuerzos de ascetism o a que se vern obligados los creadores de la ciencia y del arte, para no sentirse arre batados por el torbellino de negocios de las grandes me trpolis. Fiel a su consigna de probidad, y tambin a las tradiciones sencillas de la aristocracia suiza a que perte neca, declina el honor de suceder a Ranke en la c tedra de Berln y prefiere su modesta aula. "No me convenzo escribe en 1863 de que sumergimos en el caos nos haga m ejores o ms sabios. No siento la nece sidad de predicar la Gran Alemania ni la Pequea Ale m ania, pero s de decir lo que pienso." Celoso guardin del tesoro, que vea avanzar la ola de la barbarie al punto de presentir los extremos del totalitarism o con sorprendente nitidez, se aferraba en su sacerdocio de la inteligencia y la belleza, convirtiendo su modesta celda en uno de los focos m s vivos del sentimiento europeo, de donde partan los ltim os fulgores de aquel universa lismo que evocan los nombres de Kant, Goethe, Schiller, Humboldt.13

Como todos los espritus nobles, sufre y se angustia ante la guerra de 1870 y las amenazas que en tra a para el futuro, no sin derivar una enseanza sobre el sentido histrico. En su famosa Carta de Ao Nuevo, 1870, lee> mos: Lo ms ominoso no es para m la presente guerra, sino la era de guerras en que entram os y la consecuente adaptacin del espritu. Cunto, oh cunto de lo que han amado los hombres cultos habr que tira r por la borda a ttulo de mero lujo espiritual...! Pinsese slo en la cantidad de literatura que va a quedar destruida. Lo que de aqu se salve ser porque posee cierta dosis de eternidad. Y cuanto en adelante se produzca, si h a de alcanzar valor permanente, tendr que surgir de un so brehumano esfuerzo de verdadera poesa... En cuanto a m, como profesor de historia, he llegado a u na conclu sin manifiesta, y es la desvalorizacin sbita de los meros acontecimientos pasados. E n adelante, m i ctedra insistir en la historia de las ideas, sin reten er m s que un armazn de acontecimientos indispensables. (Alguna de las Intempestivas, de Nietzsche, parece inspirarse en el ejemplo de Burckhardt.) El afn de lucro y el afn de poder reflexiona Burckhardt se han adueado del mundo, y esta m area creciente producir una era de esterilidad para la cultu ra. Las guerras se engendrarn una a otra en funesta continuidad. Y las profecas de B urckhardt, en cartas a los amigos, corren a grifo abierto. "Desengese la triste nacin alemana si suea que pronto podr arrim a r el mosquete y consagrarse a las artes de la paz y la felici dad. "Los dos pueblos ms civilizados del Continente se han condenado a abdicar de la cultura. Mucho de lo que interesaba y deleitaba a los hombres en julio de 1870 les resultar indiferente en 1871. El "m al bismarckiano", el antiguo mal de la conquista, va vehiculado ahora por las ideas nacionalistas que lo hacen m s virulento, ms insaciable que nunca, de modo que llegar a extin guir la confianza de los pequeos estados, y hum illar y degradar a los vencidos hasta hacerlos abdicar de su derecho a la vida. La consecuencia lgica de esta guerra sera enviar tropas hasta Burdeos y Bayona, y ocupar 14

durante muchos aos todo el territorio francs con un m illn de soldados alem anes. Podrn hacerlo, se atre vern a hacerlo? Pero a la hazaa de Prusia espera igual destino que a Napolen y a Felipe II. Tras esta guerra, "en que A lem ania y F rancia han sido derrotadas por P ru sia, sobrevendrn la m elancola germnica, por ver se obligado el pueblo a seguir alim entando la hoguera con su propia sustancia, y la m quina infernal de recelos en F rancia y en Rusia. Aun es de asom brar que tarden ta n to en estallar las nuevas catstrofes. Los Hohenzol lem , destronando a los prncipes con quienes todava la vspera banqueteaban, han dem ostrado que el antiguo de recho no es respetable y estn cavando su propia tumba. Su dinasta d u rar m s o menos lo que dure una gene racin. Las coronas dejarn el sitio a las capacidades extraordinarias exigidas por la enorm idad del conflicto, subordinndose al Soter o salvador, al Fhrer, cuya fiso nom a desptica B urckhardt prev con tal lucidez que asegura; "Podra pintarlo desde ahora. Jllacem erp siglo _XX ver ^ otra vez al poder absoluto levantar _ su horrible cabeza y, adems, ser la era de los grandes partidos poltico-militares, de las corporaciones armadas. Desde 1880 prevea el recrudecim iento de las persecucio nes contra los judos. La incauta Italia, engaada por el falso sueo de erigirse en gran potencia y en estado mili ta r centralizado, tendr tm triste despertar. La cuitada Francia, donde la carrera de las arm as "no es ya una carrera como en Prusia, est corrompida por mercena rios, m onarquistas y boulangistas. El proceso de des composicin slo encontrar resistencias que se reclu ten entre los peores elementos, y as, por su accin y aun por la reaccin que provoque, arrollar las heren cias hum anas ms preciosas. Ya viejo, escribe estas palabras de terrible clarividen cia; "Hace tiempo estoy convencido de que muy pronto el m undo tendr que escoger entre la democracia total o un despotismo absoluto y violatorio de todos los dere chos. Tal despotismo no ser ejercido por las dinastas, dem asiado sensibles y humanas todava para tal extre mo, sino por jefaturas m ilitares de pretendido cariz15

republicano. Verdad es que cuesta m ucho im ag in ar un mundo cuyos directores prescindan en absoluto del dere cho, el bienestar, la ganancia legtim a, el trabajo, la in dustria, el crdito, etc., y apliquen un rgim en fundado nada ms en la fuerza. Pero a esta rale a de gente h a de venir a parar el poder, por efecto del actu al sistem a de competencias y p^ticipaciones de la m asa en la deli beracin poltica (13 de abril de 1882). E n la m s re ciente edicin de las Reflexiones, aparecen estos frag mentos adicionales: "En vez de la cultura, vuelve a estar sobre el tapete la existencia escueta. Por m uchos aos, al simple antojo de lo que se llam an las m ejo ras se con testar con la referencia a los inm ensos dolores y pr didas sufridos. El estado volver a asu m ir en g ran p arte Ja alta tutela sobre la cultura e incluso a o rie n ta rla de nuevo, en muchos aspectos, segn sus propios gustos. Y no est descartada la posibilidad de que ella m ism a le pregunte al estado cmo quiere que se oriente. Ante todo, habr que recordar a la in d u stria y al com ercio, del modo ms crudo y constante, que no son lo fun d a mental en la vida del hombre. Tal vez m o rir u n a buena parte de todo ese follaje lujurioso de la investigacin y las publicaciones cientficas, y tam bin de las a r te s ; y lo que sobreviva tendr que im ponerse un doble esfuer zo. .. "La crisis iniciada por una causa es soplada por el viento poderossimo de m uchas otras causas, sin que ninguno de los copartcipes individuales pueda decir nada acerca de la fuerza que en definitiva prevalece r . " S e adjudicar al estado, en tre sus deberes sin cesar crecientes, todo aquello que se cree o se sospe che que no har por s sola la sociedad." "Tengo u n a premonicin dice a Preen que, aunque parezca in sensatez, no puedo alejar de mi m ente, y es que el esta do m ilitar que se avecina va a convertirse en u n a gran fbrica. sas hordas hum anas de los grandes centros Industriales no pueden quedar abandonadas indefinida mente a su hambre y a su codicia. Por fuerza sobreven dr, si hay lgica en la historia, un rgim en organizado J ^ ra ^ a d u a r la miseria, con uniform es y ascensos, en gue cada da empiece y acabe a toque de tam bor. El 16

Industrialism o invasor, que pudo em briagar a sus con tem porneos, le aparece desde 1870 como un monstruo apocalptico. La cultura, expulsada del ncleo, ser en com endada a l clase subsidiaria de los intelectuales, a m odo de adorno sin seriedad. No de o tra suerte la no^ bleza salvaje de la E dad M edia relegaba al oscuro clero los hum ildes m enesteres de rezar por la salvacin de los hom bres. Los escritores se vern obligados a ser meros p ropagandistas; los artistas, a tra ta r tem as sin conse cuencia, frenando el afn peligroso y aventurero que late en el seno de todas las grandes creaciones. Confiemos en qiie logren salvarse algunos ascetas de la creacin des-, interesiada. E n ellos funda B urckhardt su humilde esperanza. Y la obra que aqu se publica denuncia la "ilusin ac stica en que la hum anidad viene viviendo por varios siglos, como paradjica consecuencia de la prensa y la difusin de los conocim ientos: la ilusin de figurarse que todo, h a sta las fuerzas m ateriales, se gobierna conforme a razn raciocinante (com o lo crean en su candoroso oj> tim ism o los hom bres de la Ilu stracin); y seala lci dam en te el peligro de que tales fuerzas, en cualquier m om ento, se adueen del m undo por sus propios cami nos, a m enos que se prevenga con tiempo una resistencia espiritual. La doctrina cristiana sobre la corrupcin del hom bre declara B urckhardt ha llegado a extremos insoportables al llenarse de excrecencias intiles, pero reposa en un entendim iento de la naturaleza hum ana m ucho m s profundo que la teora del "buen salvaje" de Rousseau. El bien slo se logra m ediante un esfuerzo conociente y educado. Cuando se le escapan a Burck h a rd t algunas protestas contra la palabra "democracia", debemos entender que no van dirigidas contra el ideal dem ocrtico del bien comn, que era su credo fundam en tal, sino contra todo procedim iento de abandono a los im pulsos ciegos. Tal fue la ruina de Atenas, en que poco a poco ios sabios quedan supeditados a los poderosos. Aun cuando B urckhardt se guardaba, ante el pblico y en la ctedra, de extrem ar el horror de sus profecas m s all de los lm ites de la conciencia histrica, no es 17

posible disimular que, en la intim idad y en ca rtas a los amigos, la angustia proftica alcanza a veces u n a tem pe ratura enfermiza, llegando a hacerlo dudar de los bene ficios de propagar la cultura, desde el m om ento en que sta, desviada de sus fines autnticos, slo se encam ina a procurar el poder y el lucro. La simple enumeracin de los trabajos de B urckhardt marca los hitos de su desarrollo, cam ino de la resultan te, que esto son las Reflexiones. Su poca de Constantino el Grande (1852)* estudia la decadencia de la Antigedad, estrangulacin de la cultura por las potencias exacerbadas del estado y la Igle sia, y le proporciona uno de los instrum entos que h a de aplicar al anlisis de las civilizaciones. Es su prim era obra y la ms propiamente histrica en el sentido trad i cional del gnero, pero donde se siente ya que el in tr prete gana terreno sobre el narrador. En su Cicerone (1855), vuelve al itin erario italiano a la manera del joven Mommsen. Bajo la apariencia de una simple gua monumental, y juzgando segn sus ojos, sin que le cohiban los juicios de autoridad ajena ni las estratificaciones de la rutina rasgo general de su m en te, construye una interpretacin esttica que se h a com parado a la de Wolfflin o a las ms avanzadas de nues tros das y que es uno de los documentos m s autnticos del "impresionismo. Se ha dicho que slo le superan Winckelmann y Ruskin. Su gusto es certero y no se embaraza en las recetas de gneros y estilos. Su clsico aplomo lo libra de aquella proclividad tnica hacia las monstruosidades y extraezas. Se defiende del arrobo ro mntico ante el gtico, reivindica el gtico italiano. Su juicio parte del choque intuitivo con el objeto artstico, y sabe que el efecto esttico no puede sustituirse racio nalmente o mediante palabras (Croce). Nietzsche escri ba a su amigo Gersdorff: Hay que levantarse y acostar se leyendo el Cicerone, de Burckhardt. Pocos libros hay * Del paganismo at cristianismo. La poca de Constantino et Grande. Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1945 [E.]. 18

que aviven ta n to la im aginacin y que m ejor preparen p ara p en e trar las concepciones artsticas. \ A continuacin public su obra m s difundida, La cultura del Renacim iento en Italia (1860), obra que le dio definitivam ente un sitio entre los clsicos de la histo ria de la cu ltu ra y despej nuevas perspectivas sobre las posibilidades del gnero histrico. Cumplido ya antes su deber p ara con el arte italiano, lo da aqu por conocido lo que se le h a censurado y entra con desembarazo en la psicologa de la poca. Algunos objetan la impa ciencia con que abrevia el trnsito entre la E dad Media y el Renacim iento, donde se mova m s a sus anchas. O tros lam entan que pase por alto las bases m ateriales del cuadro, o que le im porte el saldo anacrnico mucho ms que la cronologa. Los cargos recaen todos fuera del con tenido del libro, cuya originalidad y valor han resaltado m s con los aos, no obstante su desigual densidad y los leves deslices del "esteticism o. Stendhal haba expan dido el individualism o de los m oralistas franceses en un esbozo inconexo de m oral social, en unas generalizaciones seductoras y aventureras sobre la "historia de la ener ga, con ejemplos tom ados de Francia, Alemania, Ingla te rra e Italia. B urckhardt recoge esta inspiracin y la proyecta sobre Italia con una estrategia ya metdica. E ste libro prepara la visin definitiva de Burckhardt sobre el bien histrico, en relacin siempre con la perso nalidad de los hombres. C uarenta aos le quedaban de vida. No lleg a pu b licar otra obra, consagrado del todo a sus lecciones y conferencias. De ellas han resultado los dos libros pos tumos, Historia de la cultura griega y Reflexiones sobre la historia universal, cursos ambos que tanto impresiona5 "Ya a los veinte aos haba escrito sobre las catedrales suizas, y al entrar en Bonn escribi acerca de la iglesia del R in ... En 1847, a peticin del autor, edit el Manual de pintura, de Kugler, aadiendo una buena cantidad de material propio." G. P. Gooch, Historia e historiadores en el siglo xix. Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1942, p. 576. Segn Gooch, Burckhardt entiende menos de escultura que de arqui tectura, y sus opiniones sobre la pintura "son estimulantes". 19

ron a Nietzsche y cuya publicacin B urckhardt slo au toriz en artculo de muerte. En 1866 escriba a un correspondiente: Ninguna de mis conferencias se im pri mir, porque como conferencias nacieron a la vida y la impresin las perjudicara, m ostrndolas com o tapices voieltos de revs. Y as quedaron estas obras, en parte a medio redactar, aunque los editores pstum os Ies han dado la articulacin indispensable, con sum o respeto y discrecin segn todas las apariencias. Burckhardt comenz a trab a jar en su C ultura griega por 1869 e hizo su prim er lectura acadm ica en 1872. Aparte de las razones aducidas, se abstuvo de la publica cin por escrpulo profesional. No se sen ta especialista en achaques filolgicos. Saba de sobra que, m ientras dorman sus notas, los trabajos helensticos iban reno vando el terreno, con rica aportacin de epigrafas y otros testimonios, los cuales bien podan rec tifica r sus fuentes exclusivamente literarias. Y, en efecto, a la aparicin de la obra no faltaron los celosos reparos. Gran pecado de Wllamowitz, imperdonable m iopa de su p arte el haberse apresurado a declarar "fu era de la ciencia una obra imperecedera en conjunto, cuyas direcciones sigue hoy la posteridad con veneracin y provecho. Cupo a Burckhardt, respecto a Grecia como respecto a Italia, la suerte de los precursores, que provocan la im pacien cia de los contemporneos y, al igual del Cid, ganan la batalla despus de muertos. B urckhardt "rechaza por completo la idealizacin del m undo griego que Curtius haba heredado de Otfried Mller, Goethe y Winckel mann. El hecho mismo de no ser especialista, de haberse acercado a Grecia ya tarde, con la vista ad iestrada en otros campos, presta a su libro una espontaneidad poco comn" (Gooch). En cuanto a las Reflexiones, que hoy aparecen por primera vez en nuestra lengua por el inteligente cuidado de Wenceslao Roces, proceden del curso universitario, cuyas notas fueron organizadas por Jakob Oeri, sobrino de Burckhardt, con el aditam ento de las conferencias fi 20

nales. E l libro apareci en 1905. Los captulos i a iv son la m ateria del curso universitario (1868-1885) e in corporan un curso anterior sobre la "Introduccin al estu dio de la histo ria. Entiendo que el captulo iv, Las crisis histricas, qued cabalm ente redactado entre los m anuscritos de B u rck h a rd t; el captulo v, "Individuo y colectividad (La grandeza histrica)", rene sus tres conferencias de 1870 en el Museo de Basilea; y el captu lo VI, Sobre la dicha y el infortunio en la historia, es u na conferencia leda en el propio Museo el ao 1871. E sta com pleja elaboracin debe tenerse en cuenta al leer la obra y al juzgarla, y crea no pocos problemas al tra ductor, entre la tentacin de clarificar algunas confusio nes del texto, como lo hizo S. Stelling-Michaud en su versin francesa, y el deber de conservarse fiel, incluso ^ a las oscuridades posibles del original, segn lo hace la traduccin que presentam os. En cuanto a la traduccin inglesa arriba citada, se ofrece m odestam ente como un auxilio para la lectura del texto alemn. Hay una recien te edicin norteam ericana {Forc and Freedom, Nueva York, Pantheon Books Inc., 1943) precedida de un exten so estudio de Jam es Hastings Nichols, que aqu hemos aprovechado. En el estudio de Nichols encontramos estas ju stas palabras: "Slo despus de setenta aos estamos en condiciones de com prender el Continente de 1871 como B urckhardt lo interpret en sus das. Burckhardt entendi desde entonces nuestro mundo de 1941 mejor que muchos de nosotros." Nichols lam enta que el des agrado de F er y de Croce por la desconfianza de B urckhardt ante los abismos que vea abrirse como con6 Hay otra nueva edicin en alemn (Berna, Editorial Halhvag, 1941), complementada con pasajes adicionales cuya inclusin se iba aplazando por su "excesiva actualidad pol tica, al cuidado de Werner Kagi, sucesor de Burckhardt en la ctedra de historia de Basilea, con una interesante intro duccin, en que se declara que esta obra es la ms personal de Burckhardt", y una antologa de juicios laudatorios bien seleccionados. 7 J. Burckhardt, Considrations sur Vhistoire du monde. Pars, Alean, 1938. 21

secuencia del camino que tom aban las dem ocracias, lle vara a ambos crticos a desestim ar el verdadero pensa miento de nuestro autor, actitud que h a contribuido a falsear la imagen que de l tienen algunos, representn doselo como un mero epicreo irresponsable y desenten dido de cuanto no fuera el deleite esttico. E n verdad, agrega Nichols, las Reflexiones son im a "h isto ria de los valores de la civilizacin occidental" y, sin proponrselo, | un tratado poltico al modo de P latn y de M aquiayelo. < Como Agustn traza el panorama de su poca, am enazada por la codicia de los godos, as el ensayista suizo recoge el saldo de su tiempo cuando los nuevos brbaros est^n a las puertas. ^ Consta que, durante la elaboracin de estos cursos, Burckhardt se sinti atrado hacia cierto grupo de jve nes alemanes que frecuentaban su aula : E iw in Rohde, el barn von Gersdorff, el catedrtico N ietzsche que tena unos veinticinco aos y a quien B u rck h ard t ya doblaba la edad. Le una con ellos la tendencia schopenhaueriana; aunque ellos, en su juvenil vehem encia, no se con formaban del todo con la "desesperacin re c a ta d a y discreta del maestro y, por entre la selva de sus ense anzas, ansiaban ya salir al campo llano de alguna "ilu sin salutfera" que los redim iera del pensam iento. Burckhardt estableca la estru c tu ra y la sem braba de ideas frtiles. Y antes y despus de las lecciones, discu ta con sus jvenes amigos e iba, en cierto modo, edifi cando unas conclusiones de sem inario. No disim ulaba sus inspiraciones, en stos ni en ninguno de sus anterio res trabajos. Respecto al origen de la trag e d ia y su misteriosa relacin con el impulso m usical, por ejem plo, las alusiones a Nietzsche son transparentes. Los cursos desentraaban el rumbo para la Psique* de E rw in Rohde (1893*94). Nietzsche reciba estm ulos directos y se sen ta confirmado en su aplicacin del "principio dionisa co". All aprendi a rerse de la "im pasibilidad griega" y robusteci sus atisbos sobre el "pathos helnico" y su * Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1948 [E.l. 22

desconfianza, en nom bre de la cultura, frente a la accin de la Iglesia y del estado. All tom pie para su camino aventurado y "zigzagueante : individualism o extrema do, aristocracia y anarqua intelectuales, etc. Acaso se del3a a la m ism a influencia su paulatina decepcin de la religin w agneriana, religin que B urckhardt no com parta. N atu ralm ente que B urckhardt y Nietzsche estaban destinados a separarse, siguiendo cada uno la declina cin de su destino. La separacin no signific nunca distanciam iento am istoso. El m aestro es fiel al discpu lo, a quien acom paa de lejos con atencin algo tem ero sa. Y cuando ve confirm ados sus tem ores y recibe cierta c a rta en que N ietzsche declara ser Ferdinand de Lesseps, se apresura a com unicarse con el profesor Overbeck, quien acude a recoger a Nietzsche en Turin, donde ste se encontraba ya en estado de trastorno m ental. Nietz sche, por su parte, saba bien lo que se deca cuando aseguraba que los nicos capaces de entenderlo eran B uckhardt y Taine. El leve m atiz de irona que traslu cen algunas cartas de B urckhardt no es ms que la ex presin habitual de su espritu desengaado, ante los sueos excesivos de Nietzsche. La arm ona entre ambos no se fund nunca en el tem peram ento, sino en la inteli gencia. B urckhardt, hom bre de comprobaciones cient ficas, resu ltara profeta del pesimism o por la nitidez de sus previsiones racionales. Nietzsche ser m s bien pro feta de predicaciones y admoniciones, al modo del Viejo Testamento. Los discpulos nos han dejado algunas "instantneas" sobre el catedrtico B urckhardt. Cari S pitteler habla de su fcil elocucin, algo frenada a veces por la conciencia de la gravedad de los tem as; de cmo entraba a toda prisa, colocndose siem pre de pie frente al escritorio y 8 Sobre estos puntos, me refiero a la resea de la traduc cin inglesa, a la carta de Luis Araqulstin y a la respuesta de Oscar Levy, editor de las traducciones inglesas de Nietz sche, publicado todo ello en The Times Literary Supplement, Londres, 8 y 15 de mayo y 5 de junio de 1943. 23

nunca detrs, y atacaba el asunto sin prembulos, con forme a la costumbre de Basilea, que parece haber tacha do los exordios de su programa. No se detena a buscar las palabras, no vacilaba, no se correga nunca. El discur so daba la impresin de un ejercicio religioso, de una plegaria por la historia. Brillante en la m etfora, agudo en la irona, el sarcasmo y el desdn. Sin perdn para la humana locura, pero reverente para el dolor histrico. Sutilsimo en la apreciacin literaria, que sola disim ular con negligencia o como sin darle importancia. N unca in timidado por los "argumentos de autoridad". Rudolf Marx (a quien se debe la versin de las R eflexiones publicada en la coleccin Kroner) asegura que la emo cin sofocaba a veces su voz, cuando por ejemplo hablaba de la Sixtina, de Rafael o del hermes de Pericles del Vaticano. Callaba entonces un instante, como p ara con tener las lgrimas, y durante esos silencios slo se escuchaba el rumor del Rin. (Ap. Croce, op. cit.) Podemos imaginarlo como un catedrtico a quien la ctedra no logr encallecer, indemne a las enferm eda des profesionales; generoso al punto de no desconcer tarse jams con las objeciones, y siempre capaz de absorberlas en su vigoroso liberalismo y en su conciencia tan despierta para la complejidad de las cosas. Adies trado en la Antigedad y en el Renacimiento, no tem e, pertrechado con tan buenas armas, lanzarse a campo traviesa por las sendas del diletantismo, nico m edio segn l mismo nos explica de dominar hoy por hoy el cuadro completo de la cultura, aunque convenga ser experto en un arte determinado y penetrarse bien de que el trabajo intelectual no debe aspirar a ser un m ero goce. Preocupado por todo lo humano, no hay m anifestacin del espritu que lo encuentre sordo, en tanto que sus contemporneos Riehl y Freytag no salan del pueblo alemn, que es el modo de no entender a un pueblo, aun cuando ello fomente el patriotismo y sirva a otros usos de propaganda extraos a la ciencia. Ms atento a los significados que a las coordenadas de los hechos ; nunca soldado raso de la erudicin, sino capitn del conoci miento. Hombre sin edad, tan amigo del viejo como 24

del joven, por plstica gracia de la inteligencia; tan apto en la com paa como en el consejo; y, en suma, como tena que ser el que supo fascinar a Nietzsche. Sim ptico por naturaleza, se apoderaba sin esfuerzo de sus auditorios, inquietndolos con su sinceridad y su au dacia, a im agen del famoso tbano; m ientras, por otra parte, suscitaba en sus discpulos el valor de la iniciativa y aun las legtim as deslealtades que el verdadero magis terio tiene la incum bencia de engendrar. Vase, en esta carta a Nietzsche, una declaracin so bre su entendim iento de la historia y una revelacin de su tem ple socrtico; Mi pobre cabeza nunca ha sido poderosa, como la de usted, para reflexionar sobre las razones ltimas, los propsitos y los fines deseables de la ciencia histrica. Sin em bargo, como m aestro y conferenciante, creo poder afirm ar que nunca sujet la enseanza a eso que respon de al rim bom bante nombre de historia universal, sino que siem pre consider mi m ateria como un asunto sint tico. Me he esforzado por poner a todos en posesin de aquellos slidos fundam entos indispensables para su pro pia obra ulterior, y sin los cuales sta carecera de sen tido. He hecho cuanto poda para que se adueasen del pasado, en todas las formas y maneras, sin enfermarse con l. He querido que cosechen por s mismos los fru tos, y jam s pretend avezar eruditos o educar discpulos en el concepto lim itado del trmino. Slo he deseado que cada uno de mis oyentes sintiese y supiese que puede por s mismo buscar y asir lo que a su personali dad conviene, y que hay un deleite en hacerlo. Nada me im porta que por esto se me acuse, como es muy proba ble, de am ateurism o. El libro que ahora se publica viene a ser, en concepto si no por la intencin o la fecha, algo como el testamento de B urckhardt, la ltim a proyeccin que dibuja sobre to das sus generalizaciones histricas, en un esfuerzo sint tico parecido al de Montesquieu. Tras de investigar la historia moral del pasado helnico, el bizantino, el italia no, pasea por otras regiones y levanta "el armazn de 25

acontecimientos m dispensables. E l libro se ofrece senci llamente como una introduccin p a ra co n v id ar al estudio de la historia, e infiere, de la observacin m ism a y no de supuestos metafsicos, algunas reg u la rid ad e s fenom ena les que fundam entan su entusiasm o po r la ob ra incansa' ble de la libertad. No quiere ser en ten d id o com o filosofa de la historia" (contradiccin en los trm in o s, dice l: la filosofa subordina, la h isto ria co o rd in a), porque todava est encima la somb^rii d e H egel y p arece que toda filosofa de la historia lleva u n a am bicin fin a lista. Esta ambicin, a poco que se cam bien los t rm in o s y se diga "Dios" en lugar de "Razn" o "E sp ritu , nos con duce otra vez a la teodicea agustiniana. Y n o so tro s nad a sabemos sobre el objeto y el destin o del universo, y ni siquiera conviene que lo sepam os. E n efecto, u n a-v id ^ p revista dejara por eso m ism o de se r v ida. L a vo lu n tad que os anim a tfne que a'delajitar 'ci'gaimente, en tre reto, apuesta y peligro, pena d e d esvanecerse en la cer teza absoluta de lo "previvido. U n la tid o d e la "evolu cin creadora" parece cruzar e sta pg in a de B u rck h a rd t. No esperemos, pues, de B u rc k h a rd t u n tra ta d o de historia. Su libre ensayo personal om ite lo inexpresivo y slo destaca lo que sirve p ara tr a m a r el hilo de sus observaciones. D espierta sin d u d a el a p e tito po r los estudios histricos, pero no prep ara a ellos en el sentido propedutico; antes da la h isto ria por conocida. Y a ello se deben la originalidad y la fe c u n d id a d d e las Reflexiones. Es peligroso reducir este libro en unos cu a n to s p rrafos. Ante todo, porque pierde su encanto, su jugosa vitalidad, como la caa prensada. E n seguida, porque el pensamiento de B urck h ard t es m u y flexible y todo compendio tiende a la rigidez. F in alm en te, porque el mismo autor ve su m ateria com o u n a m a te ria fluida, aunque, para m ejor exam inarla, la contem ple a trav s de una leve cuadrcula. Con todo, in te n ta re m o s d a r u n a exposicin de conjunto. Tngase en c u e n ta que nos ve remos precisados, por u n a parte, a c a m b ia r el orden de las tesis; por otra, a carg ar u n poco las tin ta s. Y tngase en cuenta, adem s circ u n sta n cia que a veces 26

olvidan los com entaristas, que, como ya lo explicamos m s por detalle, la obra procede de un am asijo de notas p a ra el curso, luego hilvanadas por m ano ajena para la le ctu ra corriente, y a la que se aadieron las conferen cias ltim as que el au to r dej redactadas. Tal vez hemos perdido algunas aclaraciones com plem entarias confiadas a la im provisacin oral. En ocasiones, atento a despertar la im aginacin histrica de sus discpulos, el m aestro se lim ita a en u m erar problem as, a sealar sugestiones, cuyo d esarrollo no se propone o deja para m ejor ocasin. En n o ta al captulo ii, escribe: O tra vez ensayaremos esta blecer u n cdigo del llam ado derecho de los pueblos (a la co nquista), el cual, segn Niebuhr, consiste en rezar p rim ero u n padrenuestro y luego lanzarse a la carga. B u rck h a rd t avanza como un descubridor apre surado, p la n tan d o banderas para los exploradores futu ros. E l v asto cam po reconocido por l no ha entrado to d av a cab alm en te en la posesin de la historia. E s enojoso verse en trance de cargar las^ tintas, de fo rzar la m an o al autor. A travs de nuestro resumen, p arecer sistem tico en sus puntos de vista, exagerado en sus inclinaciones tem peram entales. Estas inclinacio nes, B u rck h a rd t las sofrena cuanto puede, en su magno em peo de objetividad cientfica y en su acatam iento algo escptico de los hechos. Es m s: para disipar esta ofuscacin subjetiva escribi el ensayo que cierra el libro, previnindonos co n tra las especies de prejuicios de que lev anta u n m inucioso inventario: la simpata, la im paciencia, el finalism o, la m ism a devocin unilateral por la c u ltu ra de que se saba afectado; pequeo brevia rio de lgica hist rica que recuerda los dolos" baconianos. E n cuanto al sistem atism o, B urckhardt lo corrige sin esfuerzo, porque era extrao a su naturaleza. Su probidad m en tal le im pide escam otear los hechos que p u d ieran ate n u a r o h asta contrariar sus afirmaciones. T raza u n contorno con la plum a y lo borra un poco con el dedo. Su claridad de visin le presenta de un golpe la im bricacin de los fenmenos, con sus facetas cam biantes y aun opuestas. Su conocimiento histrico le im pide caer en la m onotona sim plificadora de otras 27

pocas. Su fertilidad desata a un tiempo varios proce sos ideolgicos. Con estas reservas a la vista, nos atrevem os al re sumen. El bien histrico nica aspiracin perm anente en el vaivn de la historia es el florecim iento de l ' per sona, humana. No se trata de un desarrollo lineal y progresivo, artificialmente superpuesto al corte longitu dinal y cronolgico, idea que Hegel introduce como im mstico supuesto previo en vez de probarla por observa cin o inferencia, no. La aspiracin es perm anente ; la realizacin, accidentada^ y nunca definitiva, aparece' aqu alj^ayer o maana, en forma de equilibrio inestable. Slo se la puede apreciar abriendo cortes transversales en el largo episodio humano, lo que explica el plan de la obra. Asistimos a una constante lucha prom eteica. Por eso escribe Burckhardt "nuestras reflexiones tienen un carctet patolgico. El punto de vista de Burck hardt es una "teora de las torm entas. Hay que examinar, pues, el suceder histrico en sus auroras y en sus anochecidas: Grecia, Constantino, el Renacimiento, nos han preparado a la tarea. Dejamos de lado las confusiones de orgenes y los lentos desprendi mientos antropolgicos. Ellos nos alejaran del fenme no maduro que pretendemos estudiar las sociedades activas y creadoras y nos llevairan al terreno resbala dizo de lo no comprobado, a los supuestos previos de que venimos huyendo. La historia se estudia in m edia res y es el nico conocimiento que no puede comenzarse por el principio. Este viaje a travs de las composiciones y descompo siciones de las sociedades se orienta conforme al efecto de tres agencias principales: el Estado, la Religin y la Cultura, trada que no aspira al sistema, sino que slo da un nexo a las observaciones desperdigadas, y que corresponde a la estructura de los intereses vitales como la entiende Dilthey. A falta de esta referencia a las categoras de valores, seramos vctimas del vrtigo histrico y nada entenderamos. Por aqu llega Burck28

h ard t a u na tipologa sociolgica que anuncia a Max Weber ("el hom bre del Renacimiento"; "el griego de la edad heroica", etc.), y a cierta definicin de estilos de vida y clim as de opinin, aunque siempre laico y siempre historiador se defiende de toda "periodizacin" biolgica o m stica. Su Grande Hombre, por ejemplo, no es producto de la Providencia, sino de la libertad. Estables el Estado y la Religin, movible la Cultura, en sta rad ica el bien histrico bajo especie de libertad, que sin aqullas tampoco podra realizarse. Ei Estado es u n a organizacin de la fuerza, que acaba por susten ta r Religin, sentimiento de una depen dencia sobrenatural, satisface la necesidad metafsica del hom bre para obtener cuanto no puede obtener por s mismo. Con su cristalizacin en Iglesia empieza el peligro, el cual aum enta conforme nos acercamos al tipo mximo, que es el proselitism o de toda Iglesia universal, siem pre dotada de una escatologa o doctrina del ms ^ l . E tipo m nim o viene a ser el de cierta manera de pensar, sin dogmas, cultos ni prescripciones; que asume, sin embargo, la importancia de secta, como el estoicism o entre los antiguos y aun la misma filosofa enciclopdica de la tolerancia en el siglo xviii, la cual tuvo sus adeptos y m rtires, dotados de cierta energa m stica. E sta ltim a obser\'acin anuncia de lejos algu nas tesis recientsim as: tal el libro de C. L. Becker, La Ciudad de Dios" del siglo xviii? Las dos agencias estables, Estado y Religin, no lo gran en cualquier tiempo su plenitud o mayora de edad, sino slo en los momentos favorables de J a : cin". Ambas tienden en principio a la universalidad, ya poltica o metafsica, y tienen en ltimo resultado efecto compulsorio. Frente a ambas, y en postura defen siva y crtica, la Cultura es el movimiento del espritu en libertad, sin sombra de afn compulsorio; es la respuesta a nuestras necesidades terrestres e intelectua les, ya en el orden m aterial y tcnico, ya en las artes, la literatu ra y la ciencia. La Cultura es el reloj que Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1943. 29

marca la hora en que la form a y la sustancia del E stado y la Religin no se cubren exactam ente entre s". Toda rigidez institucional le es hostil, a tal punto que "ios universitarios y los profesores han contribuido a m enudo al retardo de la ciencia". Pero la irrestaable sinceridad obliga a Burckhardt a declarar que, en ciertos instantes, el retardo moderado en la m archa de la cultura no es acaso un perjuicio. Las tres agencias se entrefluyen, se reabsorben o disgregan, se enredan o procuran su predom inancia res pectiva, as como el pasado y el presente andan mezcla dos en cada instante. Cuando en su conjugacin no hay la armona que garantice la libertad de la Cultura, sobrejdene la crisis, tal vez la m uerte,. La Cultura requiere un equilibrio indeciso y delicado, levsima vibracin coloidal que sostiene el edificio humano. Ante un acierto tan exquisito y efmero, B urckhardt m uestra aquella desesperacin intelectual que pudo in quietar a sus discpulos ms ilustres, y que slo parece aliviarse gracias al puro deleite de vivir para descubrir y afrontar la verdad. Despus de todo, no disim ularse el peligro es condicin de la varonil tem planza y gran desperezo de asepsia antes de poner manos a la obra; Gersdorff, Nietzsche, Rohde, se han entendido con un guio y siguen escuchando al maestro. Las anteriores investigaciones de B urckhardt nos sirven para ejemplificar y hacer visibles estas asevera ciones abstractas. Vase el caso de la Antigedad. No pereci sta por los destrozos superficiales del brbaro ni por la mina subterrnea del cristianism o. Muri de su propio desajuste. El Estado se hizo un Leviatn. La pureza religiosa se refugi en la asctica y la m onstica. La Iglesia, ayuna de verdadera fe en la m ente de Cons tantino, se sum a la estabilizacin del Estado. Y en tonces el hombre agoniz, por coagulacin del flujo vital de la Cultura. Absorbente por esencia de los jugos de la C ultura, la Religin, al rebasar su rbita, fija y em balsam a los anti guos despotismos teocrticos Egipto, Asiria, Babilonia, Persia igual que amenaza em balsam ar y fija r ese futu30

ro despotism o guerrero que Burckhardt adivina en sus profecas. Pero la Religin por s sola no es ms que el au to r intelectual, y el delito no se consumara sin la con nivencia del brazo secular, del Estado. Los pueblos en tal servidum bre se entregan a la m era repeticin, cerce n ad a en ellos la facultad viva por excelencia, que es el rejuvenecim iento constante. En cambio, la libertad de pensam iento que u n da disfrutaron Grecia y Roma se debi a que la C ultura era funcin regular de la Polis, no contam inada de aquel "virus sagrado que ocasiona las precipitaciones funestas. JL,a^contaminacin proviene e_ las influencias orientales. Claudica el mundo anti guo, y en adelante se vive por referencia a la idea sobre n atu ral, y segn los intereses de una casta hiertica que ataca o ayuda a los Estados conforme le sean rebel des o sum isos. Las reform as del Estado moderno, encaminadas a su em ancipacin, son bienvenidas. Pero el schopenhaueriano y w agneriano difcilm ente podra engaarse. A sus ojos, el E stado, visto de cerca, revela su etimologa de casta b ru tal y sanguinaria. Admitiremos, con Hegel, que el E stado trab aja, por prescripcin divina, para in sta u ra r en la tie rra el reinado de la moral? moral aparece a B u rck h ard t como asunto del fuero interno, ligado a la libertad de la Cultura. La misin suficiente (y negativa) del E stado es fincar una tregua en los conflictos, de las fuerzas desordenadas, superponindose como u na fuerza m ayor: nunca, prescribir el pensa m iento. Pues la.^fuerzaj en s, es el mal, y su nica justificacin es encadenar la brutalidad por el temor. E ngendro de \a libido dom inandi pecado m ortal verda dero, segn Pascal y La Rochefoucauid, el Estado, entregado a su sola ley, que es "gozo vaco y desolado de im perio, slo aspira al dominio y al ensanche de sus dominios. Toda la h isto ria moderna lo demuestra: Federico IL Luis XIV, "m onstruo monglico ms que occidental ; y aadam os, Napolen, Bismarck y cuanto ahora padecemos, que es ya una tortura sin excelsi tud, como un dolor de muelas. Pero la inagotable ingeniosidad de la vida logra abrir 31

respiraderos por entre los herm ticos bloques, y por esas cu artead u ras se insina algo de libertad con que la Cul tu ra se alim ente. Es un alegato fraudulento el atribuir los bienes de la C ultura al Estado, no en tales casos par ticu lares y felices que bien pueden darse, sino por cuan to al concepto m ism o del E stado y de su misin. Se entiende la predileccin de B urckhardt por los esta dos pequeos, que dejan m ayor juego a la iniciativa y representan el peligro m enor (atenuacin inm ediata: imposible negar la necesidad u oportunidad de ciertas m onarquas universales). Tam bin a Nietzsche nuestros m onstruosos estados m odem os le resultarn cosa de gro sera y barbarie. Revolviendo tales pensamientos, se ha dicho m s tarde que Goethe, en su m odesto ducado de Weim ar, fu e el ltim o j;n. d isfrutar la perfeccin de ^Europa. l honesto ciudadano de Basilea, hecho al cantn suizo y con la m ente puesta en Atenas, siente m s cerca del corazn la eintigua Ciudad-Estado que no los m odem os imperios nacionales, pero su predileccin no le ofusca al grado de desconocer tales o cuales bene ficios aportados por stos. Una cosa es para B urckhardt reconocer, como histo riador, los hechos acaecidos; otra, absorberlos en el tribunal de su insobornable idealismo. La "grandeza hist rica no tiene para l otro sentido que la intensa vida interior, aunque lleve m s all del bien y de ma convencinares, y no se la alcanza por slo haber sido aforttm ado en las guerras y en los bienes. La misma acum ulacin de medios m ateriales sea dicho contra lo que hoy llam arem os "la falacia del rascacielos" no facilita necesariam ente los apogeos culturales, cuyas surgentes estn en el espritu. Tales son las tres agencias del suceder histrico. Este suceder revela su carcter propio comparndolo con el suceder natural. Aunque la historia tiene que apren der mucho de la ciencia de la naturaleza la observa cin, la comprobacin, el acatam iento de los hechos, tambin se distingue de sta cuanto se distinguen entre s el fenmeno natural y el histrico. La naturaleza 32

tiende a la organizacin y a la conservacin de los tipos. La historia es u na constante m utacin cuyo prin cipio es el bastardeo, donde opera siempre el fermento de libertad. La naturaleza es le n titu d ; la historia, acele racin. As lo declara B urckhardt de modo expreso e inequvoco. Im porta sealarlo as, porque una autoridad contempornea que m erece el m ayor respeto por su dignidad moral, artstica y cientfica acaba de atribuir a B urckhardt la tesis contraria.^^^ Tan grave desliz nos llena de estupor. Lo atribuim os al hecho de que tal juicio segn lo revela una nota se funda en un resum en ajeno y no en la lectura directa de Burckhardt. O acaso a que el autor objetado ha adquirido el hbito de adelantar siempre sus pensamientos en sesgo pol mico, como si siempre tuviera un enemigo a la vista. Ahora bien, como toda accin, esta m utabilidad de la historia requiere un actor. El actor es el hombre en ge neral y, en particular, el Grande Hombre, que focaliza la fuerza colectiva. E ntre las agencias abstractas de que hemos hablado, discurre una agencia individual y con creta. No veis prefigurarse aqu, a travs de la metfo ra lam arckiana, el poema nietzscheano del Superhombre? Por aqu vino a respirar aquella necesidad de una "ilu sin salutfera", que deca Er^vin Rohde. Los antece dentes deben buscarse en el Prncipe maquiavlico, que lucha contra la adversa fo rtu n a; en el Hroe gracianesco, socorrido por su estrella benfica; en el Hroe de Car lyle, en el Representativo de Emerson, en el Grande Hombre de Burckhardt. Las actuales preocupaciones histricas, imbuidas de doctrina poltica, consideran con cierta inquietud al hroe, temiendo que nos retraiga al despotismo indivi dual y a la deificacin de los dictadores; imbuidas de doctrina econmica, lo alejan, por cuanto su idolatra puede hacer olvidar la problemtica material de la his toria y devolvernos a las interpretaciones romnticas y msticas. Y un vago resentimiento social se subleva contra todo privilegio aunque lo sea en el dolor y el 10 B. Croce, op. cit., p. 93. 33

m artirio y la mediocridad no logra u n consuelo efec , tivo llamndose a s m ism a "tu ea". Los adversarios tericos del Grande Hombre podrn n eg arle su grandeza, pero no su accin determ inante, as sea expresin de aquellas causas profundas que ellos alegan, e n tre las cuales no es menos valiosa la sola v irtu d de la im agi nacin. Por lo dems, la nocin de B u rc k h a rd t sobre los Grandes Hombres no tiene n ad a de providencial y extremosa ; y de tal modo queda desleda en la su stan cia comn, que hasta adm ite en su g alera la p resen cia de figuras legendarias y m ticas, concreciones del pensar humano que procura apoyarse en sm bolos. C uando de personajes histricos se trata, no se los hace llover del cielo, sino brotar de la necesidad m u lt n im e de los pueblos, ya como definidores, propulsores p ejec u to re s de la vaga voluntad dispersa. La poca los c ra y los lanza por incubacin y por pltora. A trav s de ellos y en su carne m ortal, se operan fragorosam ente "las nup cias entre lo caduco y lo nuevo. N upcias o divorcios. Por de contado, la relacin en tre el G ran d e H om bre y la colectividad no es u n a relacin in m e d ia ta n i inge nuamente filantrpica. N adie p re te n d a c o m p u ta rla a milmetros, sino en sus ltim os resu ltad o s, en u n a manera de justicia expletiva que m u y bien pued e a rro llar a los individuos. De m odo g eneral y esquem tico, en el Grande Hombre encontram os lo que n o som os y anhelaramos ser; ideal proyeccin que, en la rea lid ad efectiva, mezcla extraordinarias excelencias con gigantes cos defectos, transfigurados en v alo r positivo por la magia de la m agnitud. Tam poco h a de confundirse la grandeza histrica con el poder, que puede o no acom paarla, y contra el cual B u rck h a rd t se m a n tie n e siem pre en una guardia vigilante. La grandeza histrica nace de la accin poltica, cien tfica, artstica o filosfica, trm in o en que to d a alteza se resume. Cuando u na de estas acciones, expresin de una voluntad colectiva que se conoce o que se ignora a s propia, encuentra una idea o u n a fo rm a nuevas, algo ha mudado en la conducta del hom bre. Pero 34

aqu tenem os que contar con la naturaleza, cuyas vas son parsim oniosas e in trin c ad a s: ni siempre tiene Gran des Hom bres en reserva ninguna supuesta Providencia, ni siem pre los genios dotados logran florecer en la his toria. Los destinos son, pues, inciertos, as como es efm ero aquel equilibrio de las agencias abstractas que p erm ite los apogeos sociales. La secreta gestacin nos escapa y d eja en pie todos los enigmas del optimismo. F alta saber si los Grandes Hombres lo son de veras, salvo en el caso de esos delegados de la Creacin, filso fos, poetas y artistas. Falta investigar el tipo prctico: si en ausencia de Coln, por ejemplo, Amrica hubiera cado sola de la ram a o por obra de otro afortunado. Y sobre todo, queda el problem a platnico que Burck h a rd t no aborda para no vendem os deseos por reali dades, y que Nietzsche resucitar a su m anera: Cmo provocar el nacim iento de Grandes Hombres? Inclnese el historiador, reverente. l no aporta nin guna novedad verdadera. N arra el viaje de la grandeza histrica, sin tom ar pasaje en el barco. Burckhardt cede el paso a los apstoles, con aquel sbito ahogo que dela taba sus xtasis estticos. E n la aceleracin caracterstica de la historia, cabe todava distinguir los procesos graduales y duraderos de los borrascosos y apresurados. Tales son las crisis, o ra totales o parciales, ora verdaderas o aparentes, lo gradas o fracasadas: que a veces la nube simplemente pasa tronando, o se diafaniza sola, o se desfleca en tenue llovizna. Las crisis acontecen por emigraciones, invasic> nes, revoludones, guerras. Traen concomitancias inte^ riores y espirituales, transform aciones institucionales y m ateriales, ya benficas, ya ruinosas. Se dan lo mismo en tre brbaros que entre civilizados, o bien por contac tos de unos y otros. (Prenuncios de la "tipologa socio lgica contem pornea.) 11 Ch. Andler, Nietzsche, sa vie et sa pense, vol. II, lib. ra, 35c a p . I, I.

La guerra es considerada en su aspecto heroico y en sus reflejos sobre la conciencia nacional. No traspasa mos la frontera de lo acontecido, ni nos entregam os por eso a los arbitrismos sobre la posible paz perpetua. El rpido trazo de las excrecencias y la m odorra que pueden resultar de una larga paz, deja preparado el nim o a la interrogacin de WiUiam Jam es sobre el "equivalente moral de la guerra. Pero, en conclusin, averiguam os que la ^ e r r a . slo es .garanta de paz fu tu ra y de mejp-. ramiento social cuando _es la gueira defensiva^ noble y honrosa : el helenismo que se depura en las luchas con tra los persas, los holandeses que sacuden el yugo hisp n ico., Estas guerras son siempre guerras nacionales, no profesionales o de gabinete, las cuales nunca afectan definitivamente a los pueblos. El criterio general de la verdadera crisis, cualquiera que sea el m o\im iento en que se resuelva, est en la fusin de una fuerza antigua y tm a nueva. E s de tem er que el hombre, por naturaleza, apetezca de cuando en vez im estremecimiento arriesgado. E ntonces L am artin e ex clama: La France s'ennuie! Los ejrcitos de la crisis se reclutan entre los "elementos ascensionales. Cunden los anhelos de un cambio brusco. Las facilidades del trfico aum entan la m archa del contagio. H ay confusin en la conciencia : se protesta contra el antecedente inm e diato y, a lo mejor, el m al viene gestndose de m uy lejos y aun radica en zonas todava desconocidas. (As, en los primeros instantes, la Revolucin m exicana no crea tener ms objeto que derrocar a Porfirio Daz.) Despus ^ esclarecen los motivos, por sum a en tre los d istintos ordenes del descontento. Aun pueden sobrevenir adhe rencias extraas o m eram ente acarreadas a lom os de la crisis, o cruzamientos e interferencia de m otivos. Y es el desplazamiento gradual de los "dirigentes ; y se abre el declive del terrorism o, en que la revolucin devo ra a sus hijos. La resultante hecho histrico al cabo tra e buena dosis de cosas imprevisibles e im previstas, deseables o mdeseables. Se borra la imagen utpica fo rja d a por los iniciadores. J!.'A la luna de miel siguen los das grises y 36

am argos. La crisis no sale segn program a, sino segn la m asa del com bustible oscuram ente allegado. Por ltim o, las energas, hasta las anrquicas, derivan hacia la disciplina, en distintos ^ a d o s y caracteres, incluso la "restau racin, a veces altiva y a veces tim orata. Burck h a rd t no olvida el caso en que la casta m ilitar sustrae al pueblo los beneficios de la crisis. Respecto a las cri sis de los pueblos cultos, dotados de plenitud de recursos y conciencia m s ejercitada, cede B urckhardt a una tentacin h arto legtim a y observa, m udando la voz del h isto riad o r por la del poltico, que ciertas crisis hubie ran podido, al menos, m origerarse y conducirse. Conclu ye, en fin, que tales padecim ientos son signos de vita lidad y m otores del desarrollo, y que sus efectos se encaram an hasta las cim as de la literatura y las artes. N ietzsche h a de aconsejar "el \iv ir peligrosamente". E n tretan to , B urckardt augura: "Se alza ante nosotros la am enaza de que la crisis actual se desate en guerras descom unales. A lo largo de su jom ada, este fantasm a lo persigue y lo acosa. El declive le parece fata l: dejnD cracia ceguera colectiva cesarism o guerras to-* tajes. Y la visin de este por\enir lo va invadiendo, segn l dice, a modo de una m uerte que avanza por etapas y que poco a poco lo asfixia. Tal es la interpretacin que B urckhardt nos ha legado sobre el espectculo real de la historia. No sobre la idea de la historia, ni tampoco sobre la historia deseada o de seable. S oar que las cosas pudieran haber ocurrido de o tro m odo es un juego anti-historiogrfico que Croce denuncia nada m enos que en Ranke, el cual se deja de cir que Luis XVI hubiera atajado la Revolucin fran cesa en sus comienzos, si no com ete el error de duplicar el nm ero de representantes del Tercer E stado; o que la fisonom a de Europa seria diferente, si Napolen no se obstina en perderse en el invierno ruso. No creemos que este juego haga dao, y aun es posible que sea til com o ejercicio de la m ente y prueba apaggica. Cierto ensayista contem porneo nos convida a pasear por las avenidas del cielo, donde se extienden las perspectivas 37

de todas las historias posibles. Y el inm enso Prez Cal dos nos divierte con su personaje Confusio", que escri ba una justiciera Historia lgico-natural de los espao les, donde las Cortes de Cdiz fusilan a F em ando VII. Como quiera, Burckhardt slo se consinti estos escarceos en parva medida, y creemos que slo en el caso de las crisis, para mejor revelar su mecanismo. E n cambio, el sueo premonitorio pareca una form a n atu ra l de su espritu, y sus vaticinios m antienen al lector en cons tante asombro. No hace falta compartir todas y cada u na de las tesis de Burckhardt (anticipmonos a la pedantera y a la pasin) para confesar sus muchas sugestiones fecundas; para admirar su concepcin universal, liberada de la imantacin nacional y la cronolgica; para ad m itir su mtodo de ataque y anlisis ; o reconocer su clara visin de apogeos, decadencias y analogas, que ta n to ayudan a entender las mareas histricas y que rectifican los can dores del evolucionismo progresista y lineal ; o su psico loga social, donde la sagacidad destella al rojo-blanco; o su valiente aceptacin del mundo tal como nos h a sido dado; o su reserva ejemplar sobre el derecho que nos asiste para despreciar la victoria prctica. Su pesimismo, derivado de H erclito y de Schopen hauer, lo lleva a reconocer el mal como parte integrante de la economa del mundo. La historia, a pesar de las ilusiones pticas, no le parece el camino de la dicha, sino del infortunio; trago amargo en que se tonifica la indo mable tenacidad de la vida, cuyo destino no nos h a sido revelado. Las compensaciones son ilusorias o relativas. El bien total nunca se entrega. "No demos al m tm do ms respeto del que m erece/' Toda m uerte es irrepara ble e insustituible y, en concepto, prem atura siem pre. Y, entre todas las prdidas, la destruccin de las grandes obras del arte y la poesa es la ms desesperante, por lo mismo que se ceba en nuestras creaciones m s autnti cas. A la falsa noticia del incendio del Louvre, B urck hardt y Nietzsche se encierran a lam entarse juntos, y desde afuera se escuchan sus sollozos. Pasa Tim ur, aso lando los pases con sus pirmides de crneos y sus 38

m urallas am asadas de piedra y cal y cuerpos vivos. Cier to : pero la fuerza del culto que alienta en nuestro nimo es tan esencial como sus objetos transitorios. Slo en los cuentos de hadas la felicidad se equipara a la estabilidad. L a verdadera y ,definitiva redencin est en el conoci m iento. Desde esta cumbre, la pesadila de la W es tan m ajestuosa como una tem pestad en los rn ^e s. Por encim a de nuestra m iseria, el espritu de la hum a n idad sigue renovando su morada. "Epim eeo.H asta dnde llega tu imperio? Prom eteo.H asta donde llega mi accin. Ni ms arriba, ni m s abajo. (Goethe, Prometeo, acto i.)A lfonso Reyes Mxico, agosto de 1943

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REFLEXIONES SOBRE LA HISTORIA UNIVERSAL

I. INTRODUCCIN1. N uestroobjetivo

E l objetivo que trazam o s a este curso consiste en tejer u n a cad en a de observaciones e investigaciones histricas en to m o a u n a serie de ideas m s o m enos fortuitas, com o en o tra ocasin lo harem os con otras. D espus de exponer en trm inos generales, y a modo de in tro d uccin, n u estro punto de vista acerca de lo que cae d en tro de la rb ita de nu estras reflexiones, hablare m os de tres g randes p o te n cia s: el estado, la religin y la cu ltu ra. Luego exam inarem os, en p rim er lugar, el modo com o estas tres potencias influyen de un m odo perm a n e n te y grad u al unas sobre o tras y especialm ente la p otencia m vil (la c u ltu ra ) sobre las dos potencias esta bles, y en seguida pasarem os al exam en de los movim ien to s acelerados de todo el proceso m undial, o sea la teora de las crisis y las revoluciones y de la absorcin tem po ra l y a saltos de todos los dem s m ovim ientos, de las fer m entacio nes concom itantes del resto de la vida, de las m p tu ra s y las reacciones, de lo que, por tanto, podra llam arse la te o ra de las torm entas. Despus tratarem os de la condensacin de lo histrico-im iversal, de la con cen traci n de los m ovim ientos en los grandes indivi duos, en los que lo anterio r y lo actual cobran expresin personal y m om entnea a ttulo de autores o como expo n en te fu n d am en tal de ellos. Finalm ente, en un captulo sobre la dicha y el infortunio en la historia universal, in ten tarem o s a firm a r y defender nu estra objetividad co n tra la trasplantacin a la h istoria del criterio de lo apetecible. No nos proponem os con nuestras reflexiones d ar una gua p ara el estudio histrico en un sentido erudito, sino sim plem ente unas sugerencias para el estudio de lo his trico n los distintos campos del m undo espiritual. Renvmciamos asimism o, de antem ano, a toda preocu 43

pacin de orden sistemtico. No pretendem os, ni m ucho menos, remontamos a las "ideas histrico-universales". Nos contentaremos con registrar nuestras percepciones y con realizar toda una serie de cortes transversales a travs de la historia y en la m ayor can tid ad posible de direcciones. _Y sobre todo, no brindam os aqu nin, guna filosofa de la historia. / ^ La filosofa de la historia es una. especie de centauro, una contradictio in adjecto* pues la historia, o sea la coordinacin, no es filosofa, y la filosofa, o sea la su bordinacin, no es historia. La filosofa, para fijar ante todo n u estra posicin con respecto a ella, cuando afronta directam ente, en reali dad, los misterios de la vida, se halla m uy por encim a de la historia, la cual, en el m ejor de los casos, slo cumple esa funcin defectuosam ente y de u n m odo indirecto. Mas para ello ha de tratarse de im a v erdadera filo sofa; es decir, de una filosofa exenta d e prem isas y que trabaje con medios propios. Pues la solucin religiosa de los m isterios correspon de a un campo especial y a u n patrim onio in te rio r especial del hombre. La filosofa de la historia y la historia Hasta ahora, la filosofa de la historia ha m archado siempre a la zaga de la historia y procediendo por cortes horizontales; ha seguido siempre u n orden cronolgico. Por este mismo camino intenta rem ontarse a u n pro grama general del desarrollo del mundo, casi siem pre en im sentido altam ente optimista. As procede, por ejemplo, Hegel en su filosofa de la historia. Segn l (p. 12), el nico pensam iento que aporta la filosofa es el pensamiento de la razn, de que la razn rige el mundo, de que, por tanto, tam bin * Con lo cual el concepto se cancela a s mismo. Cf. Hegel, Lecciones sobre la filosofa de la historia, intr., Revista de Occidente, Madrid, 1928. [E.] 44

la histo ria universal sigue un curso racional y de que el resultado de esa historia tiene que ser forzosamente el del proceso racional y necesario del espritu univer sal, cosas todas que no se trata precisamente de "apor ta r , sino de probar, Hegel habla (pp. 18 ss.) de lo perse guido por la eterna sabidura" y presenta sus reflexiones como u na teodicea basada en el conocimiento de lo afirm ativo, tras de lo que lo negativo (lo malo, en tr m inos populares) desaparece como algo subordinado y superado. La idea central que desarrolla (p.21) es la de que la historia imiversal expone cmo el espritu ya adquiriendo la conciencia de lo que de por s representa. La h isto ria universal es, segn l, la evolucin hacia la lib e rta d : en el O riente slo era libre uno, en los pueblos clsicos lo eran unos pocos y los tiempos modemos ha cen libres a todos. Y asimismo encontramos en l la teora, cuidadosam ente introducida, de la perfectibili dad, es decir, de lo que suele llamarse progreso (p gina 54). Pero no se nos dice, ni nosotros lo conocemos, cules son los fines de la eterna sabidura. Esto de anticipar audazm ente im plan universal induce a errores, porque p arte de prem isas errneas. Todas las filosofas de la historia cronolgicamente ordenadas encierran im peligro: el de que, en el mejor de los casos, degeneran en historias de la cultura univer sal (a las que a veces se da el nombre abusivo de filo sofa de la historia) y, adems, pretenden ajustarse a un plan universal, en el que, por no ser capaces de prescin d ir de toda premisa, aparecen teidas por las ideas que los filsofos empezaron a asimilarse a los tres o cuatro aos de edad. Es cierto que no es slo en los filsofos en quienes hace estragos el error de pensar que nuestro tiempo es la coronacin de todos los tiempos, o poco menos, y que todo lo anterior slo ha existido en funcin de nosotros y no, incluyndonos a nosotros, por s mismo, por lo ante rio r a ello, por nosotros y por el porvenir. Las sntesis histricas de carcter religioso, a las que sirve de gran modelo la obra de San Agustn De civitate 45

Dei, que figura a la cabeza de todas las teodiceas, tienen su razn especial de ser y no interesan nada aqu. Y tambin pueden interpretar y explotar a su m odo la historia de otras potencias universales, por ejemplo, los socialistas con sus historias del pueblo. Nosotros tomamos como punto de partida el nico centro permanente y posible para nosotros : el hom bre gu^ padece, aspira y acta; el hombre tal como es, cmo ha sido siempre y siempre ser. Por eso nuestro m odo de tratar el asunto ser, en cierto modo, patolgico. E pasado y lo tpico Los filsofos de la historia consideran el pasado como anttesis y etapa previa a nosotros, viendo en nosotros el producto de una evolucin. Nosotros nos fijam os en lo que se repite, en lo constante, en lo nico, com o algo que encuentra eco en nosotros y es comprensible p ara nos otros. Aqullos estn llenos de especulaciones sobre los or genes y se ven obligados, por tanto, en rigor, a hablar tambin .del futuro,_ Nosotros podemos prescindir de aquellas teoras sobre los comienzos y tampoco hay por qu exigimos una teora acerca del final. No obstante, debemos al centauro la mayor gratitud y nos com place encontramos de vez en cuando con l en las lindes del bosque de los estudios histricos. Sea cual fuere el prin cipio en que se inspira, no hay que negar que abre algima que otra perspectiva poderosa a travs del bosque y pone sal en la historia. Basta pensar, por ejemplo, en Herder. Por lo dems, todos los mtodos son discutibles y ninguno puede imponerse como absoluto. Todo individuo entregado a la reflexin m archa por sus caminos propios, que ai mismo tiempo son, o pueden ser, el cam ino de su vida espiritual, hacia el tem a gigantesco que nos ocupa, y es dueo de aplicar el mtodo que crea conveniente, con arreglo al camino seguido por l. 46

Deslinde del campo de lo histrico Y com o nuestro propsito es bastante moderado en el sentido de que nuestros razonamientos no pretenden te n er un carcter sistem tico, ello nos permitir tambin (afo rtu n ad am en te) lim itar el campo de nuestras re flexiones. Podrem os y deberemos no slo prescindir de presuntos estados prehistricos, de todo lo que sea hacer consideraciones en tom o a los orgenes, sino tambin lim itam os a las razas activas y, dentro de ellas, a los pueblos cuya historia nos brinda imgenes culturales de suficiente e indiscutible claridad. Problemas como el de la influencia del suelo y del clima o el del desplaza m iento de la historia universal de oriente a occidente son problem as iniciales para los filsofos de la historia, pero no para nosotros,^ que, por tanto, podemos pasar por alto, al igual que todo lo csmico, la teora de las razas, la geografa de las tres antiguas partes del mundo, etc.2 E n todas las m aterias se puede comenzar el estudio por los orgenes, m enos en la historia, Nuestras ideas acerca de ellos son, por lo general, como veremos prin cipalm ente cuando nos ocupemos del estado, meras con jetu ras, m s an, puros reflejos de nosotros mismos. Las conclusiones que pueden sacarse de unos pueblos para otros o de unas para otras razas, tienen muy poco funda m ento. Adems, lo que creemos poder presentar como orgenes representan siempre fases muy posteriores. E reinado de Menes en Egipto, por ejemplo, indica ya una larga y grande prehistoria. Y esto nos llevara incluso a p lanteam os problem as como ste : cmo era la humani dad de la poca de los palafitos? Basta pensar en lo difcil que es penetrar en nuestros contemporneos y en gentes cercanas a nosotros para comprender lo que ser tratndose de hombres de otras razas, etctera. 1 Nos remitimos en este punto a la obra de E. v. Lasaulx, Neuer Versuch einer alten auf die Wahrheit der Tatsachen gegrndeen Philosophie der Geschichte, Munich, 1856, pgi nas 72 ss. 2 Lasaulx, pp. 34 ss., 46 s., 88 ss. 47

E propsito de conjunto Es indispensable aqu que nos detengam os a explicar cul es el gran propsito conjunto de la historia en general, qu es lo que en rigor debiramos hacer. Lo espiritual es mudable, como lo m aterial, y los cambios de los tiempos arrastran consigo incesantem ente las formas que sirven de ropaje lo m ism o a la vida exte rior que a la vida espiritual; por eso el tem a de la h is to ra en general es mostrar las dos direcciones fundam en tales idnticas de por s, partiendo en prim er lugar del hecho de que todo lo espiritual, cualquiera que sea el campo en que se manifieste, tiene Su lado histrico, en el que aparece como algo mudable, condicionado, como momento transitorio, absorbido dentro de u n gran todo imposible de medir para nosotros, y en segundo lugar, . del hecho de que cuanto acaece tiene su lado espiritual, que le hace participar de la condicin de im perecedero. Pues el espritu es mudable, pero no perecedero. Y paralela a la mutabilidad discurre la m ultiplicidad, la coexistencia de pueblos y de culturas, que aparecen sustancialmente en un plano antagnico o com plem en tario. Cabra trazar un gigantesco m apa del espritu ba sado en una inmensa etnografa que abarcase conjunta mente lo material y lo espiritual y tuviese en cuenta coherentemente todas las razas, pueblos, costum bres y religiones. Aunque puede tambin ocu rrir que en perio dos posteriores y derivados se produzca a veces u n movi miento conjunto, real o aparente, de la hum anidad, como ocurri con el movimiento religioso del siglo vi a. c., que abarc desde China hasta Jonia,^ y con el m ovim iento religioso de la poca de Lutero en A lem ania y en la India.4 Y luego el grande y fundam ental fenm eno que lo informa todo: el nacimiento de un poder histrico de la ms alta justificacin m om entnea; form as terrenales de vida de todas clases: constituciones, estam entos pri3 Cf. Lasaulx, p. 115. 4 Cf. Ranke, Deutsche Geschichte, t. i, p. 226. 48

vilegiados, una religin profundamente entrelazada con todo lo temporal, una gran clase acomodada, usos socia les completos, una determ inada concepcin jurdica se desarrollan como consecuencia de ello o a su sombra, considerndose con el tiempo como pilares de aquel po der, ms an, como los nicos exponentes posibles de las fuerzas morales de la poca. Pero el espritu, que es un topo, sigue laborando. Y aunque estas formas de vida resisten a toda transformacin, el cambio se abre paso, ya sea por medio de una revolucin p por m edio de la descomposicin gradual y paulatina, arras trando con l el hundim iento de morales y religiones y el pretendido ocaso que es incluso el ocaso del mundo. Sin embcirgo, entretanto, el espritu va construyendo algo nuevo, cuya m orada exterior est condenada a correr con el tiempo la m isma suerte. , El individuo contemporneo suele sentirse totalmente im potente ante tales poderes histricos; por regla gene ral se pone al servicio de la fuerza atacante o de la fuer za que opone resistencia. Son pocos los individuos de la poca que logran encontrar el punto de Arqumedes al m argen de los acontecimientos y consiguen "superar espiritualm ente" las cosas que les rodean. Adems, tal vez la satisfaccin de lograrlo no sea tan grande y esos pocos individuos no sean capaces de sustraerse a un cier to sentim iento elegiaco ante la necesidad de dejar que otros sirvan m ientras ellos se abstienen. Tiene que pa sar algn tiempo para que el espritu pueda planear con absoluta libertad por sobre tales acontecimientos. La accin del fenmeno fundamental es la vida his trica tal y como fluye y refluye bajo mil formas com plejas, bajo todos los disfraces posibles, libre y no libre, hablando tan pronto a travs de la masa como a travs de los individuos, unas veces en tono optimista y otras en tono pesimista, fundando y destruyendo estados, reli giones y culturas, ora constituyendo un oscuro enigma ante s misma, guiada ms por confusos sentimientos trasm itidos por la fantasa que por verdaderas reflexio nes; ora dirigida por la pura reflexin y mezclada, a su 49

vez, con ciertos presentim ientos de lo que slo m ucho ms tarde habr de ocurrir. Y con este ente, al que inevitablem ente tenem os que rendir tributo como hombres de una d eterm inada poca, hemos de enfrentam os al m ism o tiem po como espeo tadores. Nuestro deber ante el pasado Debemos dedicar tam bin algunas palabras a tr a ta r de la magnitud de nuestro deber hacia el pasado com o una continuidad espiritual que form a p arte del m s alto patrim onio de nuestro espritu. Todo lo que pueda ser vir, aunque sea muy rem otam ente, al conocim iento del pasado debe ser reunido con el m xim o esfuerzo y la mayor diligencia, hasta que nos sea dado reco n stru ir todo el horizonte espiritual del pasado. La actitu d de un siglo ante esta herencia es ya de suyo u n conocim iento, es decir, algo nuevo que la generacin siguiente recoger a su vez como algo histricam ente plasm ado, o sea, com o algo superado e incorporado a su herencia. Los brbaros, que no rom pen jam s su envoltura cul tu ral como algo dado y concreto, son los nicos que no se aprovechan de esta ventaja. Su barbarie es su ausend a de historia, y viceversa. Tendrn acaso leyendas sobre sus orgenes y la conciencia de su contraste con los enemigos, es decir, rudim entos histrico-etnogrficos. Pero su actuacin se m antiene racialm ente esclavizada. 1 conocim iento del pasado es lo nico que puede h acer j J hombre libre del imperio que, por m edio de los sm bolos, etc., ejercen sobre l los usos sociales. Tambin renuncian a lo histrico aun los am ericanos, hombres cultos, pero ahistricos, que no h an acabado de desprenderse todava del m undo antiguo. Lo histrico, cuando se preocupan de ello, es algo que se les superpone a modo de una baratija. Es lo que ocurre con las arm as nobiliarias de los ricos neoyorquinos, con las form as m s xlisparatadas de la religin calvinista, con el espiritis mo, etc., a todo lo cual hay que aadir, d entro de una 50

inm igracin ta n abigarrada, la formacin de un nuevo tipo fsico am ericano de dudoso carcter y estabilidad. N uestro espritu puede cum plir esta m isin La n aturaleza h a dotado en alto grado a nuestro es pritu p ara que pueda cum plir esta misin. El espritu es la fuerza que nos permite, asim ilanias. id e alm en te todo lo tem poral. El espritu es algo ideal; las cosas en su form a externar no lo son. N uestro .pjo es radiante, de otro modo no vera el sol. El espritu tiene que convertir en posesin suya el recuerdo de su vida a travs de las distintas pocas de la tierra^. Lo que. antes era j b ilo o pena tiena^que cont. vertirse-ahora en conocimiento, como ocurre tam bin en rigor en la vida del individuo. E sto da.teimbin a la frase de "La historia fiS.la m aefc tr a de la vida" un significado superioiLX-a-la .par m s. joaQdesto..^ Se tra ta de ser, gracias a la experiencia, m s prudentes (p ara o tra vez) y m s sabios (para siem pre). Ahora bien, hasta qu punto esto conduce al escep ticism o? El verdadero escepticism o tiene su lugar, indu dablem ente, en un m undo en que los comienzos y el fin 8 Cf. el pasaje de Plotino I, 6, 9, citado por Lasaulx, p. 8, y que sirve de base a la conocida sentencia de Goethe: ou yaQ& v jt(jtO T E e18ev q )d aX n g f[ \ic y v t |X io e i8 i( ; jt i Y E Y ev T iix v o s.

[El pasaje de las Enadas de Plotino dice as: "Pues para ver es necesario tener un ojo afn al objeto visible yHecho de un modo semejante. El ojo jams habra visto el sol si no fuese l mismo solar. Por eso un alma no puede ver la belleza i a su vez no es bella. Todo el que quiera percibir lo bueno y-lo bello tiene que empezar por ser hermoso y semejante a Dios-. El verso de Goethe {Xenien, III), citado por el autor, es el siguiente: Si nuestro ojo no fu&se sQlar jutis podra divisar el sol; si no tuvisemos algo de la virtud divina ns nos entusiasmara la idea de Dios Ed.).l 51

son desconocidos y el medio se halla en constante movi miento, pues del m ejoram iento por m edio de la religin no hemos de hablar aqu. .En ciertas pocas el m undo anda lleno^ ya de, suyo^ de cosas falsas, sin que la culpa de ello nos sea impu table a nosotros; a veces, esas cosas de repente se pasan de moda. Pero de lo autntico y verdadero nunca podrejmos decir que tenemos bastante. Lo verdadero, lo bueno, lo hermoso, no deben, en nuestro estudio, si est t^jen enfocado, adolecer de falta de nada. Lo verdadero y lo bueno se hallan m uchas ve ces matizados y condicionados por el tiem p o ; en cambio, la entrega a lo verdadero y lo bueno tem poralm ente con dicionados, sobre todo cuando lleva aparejados peligros y sacrificios, S ajgo flue im pera de un modo incondicional.. Lo que s puede elevarse sobre los tiempos y sus m udan zas y constituir un mundo de por s, es lo hermoso.^ Ho mero y Fidias son, todava hoy, herm osos; en cambio, lo que en su poca era verdadero y bueno no lo es ya entera m ente en la nuestra. El conocimiento y tas intenciones Pero nuestra contemplacin no es solam ente un dere cho y un deber, sino que es, al m ism o tiempo, u na ne cesidad ; es nuestra libertad en m edio de la conciencia de la red enorme de vnculos generales que nos rodea y de la corriente de las necesidades. Claro est que habremos de volver tam bin con fre cuencia sobre la conciencia de los defectos generales e individuales de nuestra capacidad de conocer y sobre los dems peligros que amenazan al conocimiento. Ante todo deberemos examinar la relacin entre los dos polos que son el conocimiento y las intenciones. Ya en los esbozos histricos nos encontramos con que nuestro afn de conocimiento tropieza no pocas veces con u na es pesa m araa de intenciones que se presentan a nosotros disfrazadas bajo el ropaje de tradiciones. Adems, nunca podemos desprendemos por entero de las intenciones de 52

nuestro propio tiempo y de nuestra propia personalidad, , y esto es tal vez el peor enemigo con que se enfrenta el \ conocimiento. La prueba ms clara de esto est en que conforme la historia va acercndose a nuestro siglo y a nuestras dignas personas, lo encontramos todo mucho "m s interesante, cuando en realidad lo que ocurre es que somos nosotros los que estamos "ms interesados. A esto hay que aadir la oscuridad del porvenir en cuanto a las vicisitudes del individuo y de la totalidad, oscuri dad en la que, sin embargo, seguimos dirigiendo constan tem ente nuestras miradas y hasta la que llegan los hilos innumerables del pasado, claros y evidentes para nuestra intuicin, pero que nosotros no podemos seguir. Si la historia ha de ayudamos a resolver, aunque sea en una m nim a parte, el grande y difcil enigma de la vida, es necesario que nos remontemos de las regiones de la zozobra individual y temporal a una zona en que nuestra m irada no aparezca empaada inmediatamente por el egosmo. Tal vez la contemplacin ms serena a m ayor distancia nos permita empezar a comprender el verdadero sentido de nuestra actuacin en la tierra, y en la historia de la antigedad se conservan felizmente algunos ejemplos que nos permiten seguir hasta cierto punto el nacimiento, e