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Jaque al Rey(no) España comienza a poner en duda la utilidad de una monarquía POR ERNESTO TORRICO SÁIZ EUROPA 36 | NEWSWEEK nima figura, para muchos, no suponía ni un pe- ligro, ni una baza, por su limitado movimiento. Sin embargo, los peones podrían estar cam- biando la jugada tras percibir en él una cier- ta tendencia a buscar posiciones de enroque, justo cuando, si algo piden los peones es que, tras tanto tiempo en tierra de nadie, abandone el ta- blero y facilite el uso de esas casillas que viene ocupando y que se podrían aprovechar mejor de otra forma. Las preguntas serían: ¿es útil que el rey abdi- que de la partida? Y si la deja, ¿debería su ficha ser repuesta por otra para que el juego continúe? ¿O le damos la vuelta al tablero y comienza el parchís? VISTO COMO un tablero de ajedrez donde compiten fichas blancas contra blancas, en España llevaríamos mucho tiempo jugando una partida de escaque entre un frente de peones — obcecados en avanzar— y otra facción de fichas fuertes o duras, de torres, caballos y algún alfil, obcecadas a su vez en persistir. En esta sencilla metáfora, el bando de los peo- nes no demostraba vocación de derrocar al rey, sino más bien de capturar elementos fuertes para su propio bando (alguna torre estaría bien) y, quizás, tumbar alguna de las piezas claves del contrario. Pero, ¿por qué no tumbar al Rey? Quizás por ser un trebejo fácil de ignorar por su inocuo posicionamiento en el tablero. La magná- CURRÍCULUM DE UN REY La regia figura de este escaque simulado, Juan Carlos I de Borbón, Rey de España, vive la parte final del tobogán de su vida monárquica por- fiando por ralentizar el descenso, mientras su país pugna por bajarse de la mareante montaña rusa de la crisis socioeconómica más severa de las últimas décadas. El otrora mitificado Juan Carlos pierde quilates de prestigio entre sus soberanos, casi día tras día. La ciudadanía, rejuvenecida, desempleada, alta- mente educada y cualificada, indignada y con- testataria, hace tiempo que se cuestiona por qué existe la figura de un jefe supremo de Estado no AFP Juan Carlos I tomando juramento como Rey de España en 1975. AFP

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Jaque al Rey(no)España comienza a poner en duda la utilidad de una monarquía

POR ERNESTO TORRICO SÁIZ

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nima figura, para muchos, no suponía ni un pe-ligro, ni una baza, por su limitado movimiento.

Sin embargo, los peones podrían estar cam-biando la jugada tras percibir en él una cier-ta tendencia a buscar posiciones de enroque, justo cuando, si algo piden los peones es que, tras tanto tiempo en tierra de nadie, abandone el ta-blero y facilite el uso de esas casillas que viene ocupando y que se podrían aprovechar mejor de otra forma.

Las preguntas serían: ¿es útil que el rey abdi-que de la partida? Y si la deja, ¿debería su ficha ser repuesta por otra para que el juego continúe? ¿O le damos la vuelta al tablero y comienza el parchís?

VISTO COMO un tablero de ajedrez donde compiten fichas blancas contra blancas, en España llevaríamos mucho tiempo jugando una partida de escaque entre un frente de peones —obcecados en avanzar— y otra facción de fichas fuertes o duras, de torres, caballos y algún alfil, obcecadas a su vez en persistir.

En esta sencilla metáfora, el bando de los peo-nes no demostraba vocación de derrocar al rey, sino más bien de capturar elementos fuertes para su propio bando (alguna torre estaría bien) y, quizás, tumbar alguna de las piezas claves del contrario. Pero, ¿por qué no tumbar al Rey? Quizás por ser un trebejo fácil de ignorar por su inocuo posicionamiento en el tablero. La magná-

CurríCulum de un rey

La regia figura de este escaque simulado, Juan Carlos I de Borbón, Rey de España, vive la parte final del tobogán de su vida monárquica por-fiando por ralentizar el descenso, mientras su país pugna por bajarse de la mareante montaña rusa de la crisis socioeconómica más severa de las últimas décadas.

El otrora mitificado Juan Carlos pierde quilates de prestigio entre sus soberanos, casi día tras día. La ciudadanía, rejuvenecida, desempleada, alta-mente educada y cualificada, indignada y con-testataria, hace tiempo que se cuestiona por qué existe la figura de un jefe supremo de Estado no

afpJuan Carlos I tomando juramento como Rey de España en 1975.

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elegido democráticamente. La inmensa mayoría de la población menor de 45 años no asume a Juan Carlos como un líder, o un representante, sino como una carga más en los presupuestos estatales sufragados con sus impuestos.

Durante los últimos 37 años, la figura de Juan Carlos I ha estado envuelta en un halo de mi-tificación por su crucial papel en los dos pro-cesos de defensa de la democracia. El primero de ellos, durante la conocida como “Transi-ción” democrática, tras la muerte del dictador Francisco Franco, revelándose como factor de una continuidad quizás necesaria. Y en un segun-do momento, en el gran susto vivido por la recién estrenada democracia durante el intento de ‘gol-pe de Estado’, el 23 de febrero de 1981. Ese día, el teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Te-jero, apoyado por los generales Armada y Milans, tomaba el Congreso de los Diputados, pistola en mano.

Obviando las oquedades del relato histórico oficial, Juan Carlos negó su apoyo al golpista y abortó la confabulación castrense, erigiéndo-se como adalid de los intereses de su pueblo so-bre cualesquiera otros. Muchos españoles que vivieron aquellos sucesos asumieron que, de no ser por Juan Carlos, los fascistas se habrían he-cho de nuevo con el país y casi cuatro décadas después, se lo siguen agradeciendo.

“Sin ser necesario agradecerle su trabajo, es de justicia constatar la relevancia de su papel”, nos comenta Luís Aguiar, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Carlos III.

JuanCarlismo

Aunque algunos, como Eddy Sánchez, coor-dinador en Madrid del republicano partido Izquierda Unida (IU), matizan que la labor de Juan Carlos “estuvo legitimada por un dictador, porque fue Franco quien lo puso en su puesto”, tras la Guerra Civil. Sánchez apela a una espe-cie de quid pro quo, afirmando que “durante la Transición, la monarquía ejerció de legitimador de las capas franquistas, sobre todo empresa-riales (grandes constructoras y operadores tu-rísticos), favoreciendo el continuismo de una minoría privilegiada”.

Para otros tantos, la imagen del Rey fue objeto de una purificación histórica y mediática du-rante los años de la Transición, resultado de la necesidad de cuidar altos intereses económico-empresariales apegados en mucho a la estabili-dad social de una nación que nadie sabía bien cómo digeriría la llegada de la libertad.

De ahí que un país con dos experiencias re-publicanas en su haber, no tomara decisiones de traumatismo social, sino, como dice el profesor Aguiar, “de necesario continuismo”. Continuis-mo personificado en la figura de Juan Carlos I.

De algún modo, los padres constituciona-les distrajeron a los recién liberados españoles del derecho a votar para elegir la forma política de su renovado país. Se les ofreció el parlamenta-rismo, democracia pura y dura, pero al tiempo se les coló la monarquía, como medicina en la sopa, por su bien, sin preguntar.

Con el bienestar, el progreso, la riqueza y el desarrollo sociocultural entre la ciudadanía, las incuestionables bondades de la institución regia se instalan en el imaginario social. Nadie, o casi nadie se pregunta seriamente sobre la idoneidad del modelo monárquico y el papel del rey como Jefe de Estado. En el costumbris-mo dialéctico se justifica por “lo buena gen-te que son” y el bajo perfil del monarca y su prole: “no sirve para nada, pero al menos no molesta”, “si no están ellos, habrá otros, y si no se llevan el dinero ellos, se lo llevarán otros… y por lo menos estos son majetes y no forman escándalos, como los ingleses”.

A este fenómeno se le conoce en España como juancarlismo, que supone que España no es un país de devoción monárquica, sino forofa de la figura juancarlista, del rey campechano. Así, el

monarca se fue diluyendo en el confort de la in-dulgencia de un pueblo que tenía muchos otros problemas de los que preocuparse.

impopularidad

Sin embargo, y en palabras del periodista An-tonio Santamaría, “la confluencia de la triple crisis política, social y territorial está tensan-do al máximo las cuadernas de la monarquía parlamentaria”.

La popularidad del Rey cayó a mínimos his-tóricos tras su accidente-incidente mientras cazaba elefantes en Botswana. A ello le siguió el escándalo de su yerno, Iñaki Urdangarín, acu-sado de desviar fondos públicos, usar el nombre del Rey para hacer negocios ilícitos y lo que fal-ta por llegar. Y por último, la reciente aparición de Corinna, joven y bella amiga del monarca, pseudoprincesa alemana, conseguidora de nego-cios de altos vuelos y amante a ses heures.

Pero, ¿son tan alargadas las sombras de los méritos del Rey y su institución para justificar, aún hoy, su necesidad o su utilidad?

Para el profesor Aguiar, el papel actual de Juan Carlos “todavía podría funcionar como figura, como institución por encima de los vaivenes sociales o electorales, como equilibrio”.

Si bien, para Eddy Sánchez, “se trata de una figura y una institución obsoletas. Su función de unidad es el mito que siempre se ha defendido. Es más bien lo contrario. Para mucha parte de la juventud, y más sensiblemente en Cataluña, País Vasco, e incluso Galicia o Valencia, el Rey es se-

“El otrora mitifIcado Juan Carlos pierde quilates de

prestigio entre sus sobera-nos, casi día tras día”.

Iñaki Urdangarín, el yerno del Rey.

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ñalado como un problema, como un obstáculo para la democratización territorial plena en un modelo federal”.

Aguiar, no obstante, matiza que “lo cierto es que debemos pensar en repensar la democracia. Porque es cierto que los acontecimientos de Ur-dangarín o la caza de elefantes, están lastrando la actividad del Rey, que en la actual coyuntura nacional, debería estar jugando un papel impor-tante frente a la sociedad española”.

Para más inri, la robustez física de Juan Car-los es cada vez menor. Hace unas semanas pasó por un quirófano por séptima vez en los últimos tres años (la cuarta en 10 meses). Tras la reciente operación de una hernia, el mo-narca deberá cejar de sus actividades de dos a seis meses, según las fuentes oficiales. Cuestio-nada la utilidad de su labor, malo es saber que no podrá desarrollarla, y peor aún especular con la idea de una próxima incapacidad total.

¿abdiCaCión o repúbliCa?

El debate sobre la abdicación de Juan Carlos I se reabrió hace unos meses con las declaraciones del secretario general del Partido Socialista de Cataluña (PSC), Pere Navarro, pidiendo que el príncipe Felipe, sucesor a la corona, sea quien lidere “una segunda transición” y se encargue de “los profundos cambios y la modernización que necesita España”.

La abdicación de Juan Carlos es prácticamente un tabú en la esfera de la política y los agentes públicos, aunque no así entre gran parte de la ciudadanía rasa quienes, tras la todavía fresca

renuncia de Benedicto XVI, parecen mirar de soslayo al Rey en un esfuerzo porque se dé por aludido. Además existe el precedente compara-ble de la abdicación de la reina Beatriz de Holan-da, que supone la tercera de los últimos 60 años en el país neerlandés, donde parecen asumir con normalidad la regeneración de la institución de acuerdo con los ciclos vitales lógicos.

Mientras, desde Zarzuela se insiste en que Juan Carlos no piensa abandonar el trono. Comen-tan que el monarca se siente con fuerzas, aun-que más bien parece como esos futbolistas que se arrastran por los estadios, negando el paso del tiempo, temerosos de retirarse y dejar de ser importantes, preguntándose que harán con las horas del día.

Pero, ¿de qué serviría la abdicación en el príncipe Felipe? Eddy Sánchez lo tiene claro: “sería sólo un acto de transformismo, como de-cía Gramsci. Los mismos se perpetúan a través de otras personas, intentando dar imagen de relevo y ponerse al frente de unos cambios que, en realidad, lo que pretenden es el continuismo. Y encima la nueva figura vendrá debilitada por la propia figura del padre”.

Los más juancarlistas tampoco son partida-rios del traspaso de poderes a Felipe, quien para ellos no tiene el carisma y el prestigio interna-cional del padre.

Entonces, ¿cabría especular con un proceso de desmantelamiento de la monarquía hacia una transformación republicana?

El catedrático Luís Aguiar nos explica que jurídicamente “existiría la posibilidad. Sería un proceso duro, es decir, un proceso de re-dactar una nueva Constitución, ya que estamos hablando de una mera reforma, en tanto en cuanto la Monarquía es seña de identidad de la propia Constitución, igual que la unidad del territorio o su indisolubilidad. Pero lo cierto es que el proceso está reconocido y es posible en base al artículo 168. Aprobada la reforma, se abriría un referéndum para ratificarla con el consenso ciudadano. La mayoría en este refe-réndum debería ser simple. Si bien no sería la única forma, también habría fórmulas políti-cas, sociológicas…”

“¿Somos una organización republicana? Sí. Desde luego la consecución de una República está entre nuestros objetivos a largo plazo”, nos comenta Eddy Sánchez, “pero, para ello nece-sitamos un apoyo social muy grande. Y para tener este apoyo debemos resolver los proble-mas prioritarios de la gente: la crisis, el paro, la falta de un modelo social y fiscal más justo. Queremos demostrar a los sectores más vivos de la sociedad que tenemos la capacidad y el programa para sacarles de la crisis y el paro, y ahí encontraremos el apoyo para avanzar hacia objetivos más profundos”.

Activistas de la ONG Igualdad Animal protestan por las actividades de caza del Rey.

“Durante la Trancisión, la monarquía ejerció de legiti-

madora de las capas franquis-tas, sobre todo empresariales, favoreciendo el continuismo de una minoría privilegiada”.

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