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Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba (República Argentina) http://www.acader.unc.edu.ar KARL R. POPPER Por Carlos Corbo -I- UBICACIÓN FILOSOFICA 1.- Su línea de pensamiento : Karl R. Popper nació en Viena en 1.902 y falleció en 1994. Es el filósofo de la ciencia más influyente y prestigioso del siglo XX. Perteneció a esa pléyade de creadores que floreció en la capital del imperio austro- húngaro entre fines del siglo XIX y mediados del siglo XX. Fue él, quien observó que entre el dogmatismo cerrado del marxismo y del psicoanálisis que tenían mucha influencia a principios del siglo pasado en Viena, se erguía la teoría de la relatividad de Einstein, que lejos del dogmatismo imperante, ofrecía la posibilidad de que se demostrara su falsedad, por lo que basó los cimientos de su investigación científica en el método crítico según el cual la certeza no existía sobre la verdad y sólo investigando, refutando y eliminando el error se podía, según su opinión, eliminar el error e ir avanzando sin dogmatismos en la búsqueda de la verdad. Fue un crítico que destacó la irracionalidad de las ideas de filósofos como Marx y Hegel. 2.- Hipótesis de trabajo : Nuestra hipótesis de trabajo se basó en el estudio, análisis y extracción de trozos que estimamos más importantes, de las obras a las que hemos tenido posibilidad de acceder, que son: “Conjeturas y Refutaciones”; “La Lógica De La Investigación Científica” y “La Sociedad Abierta y Sus Enemigos”. Lo más destacable y personal de su producción científica, es, en nuestro criterio, el método que preconiza y que analiza en profundidad en el primero de sus libros nombrados en el que expresa que estoy completamente dispuesto a admitir que existe un método al que podría llamarse el único método de la filosofía. Pero no es característico solamente de ésta, sino que es, más bien, el único método de toda discusión racional, y por ello, tanto de las 1

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Karl R. Popper, linea de pensamiento.

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Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba (República Argentina)

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KARL R. POPPER

Por Carlos Corbo

-I-

UBICACIÓN FILOSOFICA

1.- Su línea de pensamiento:

Karl R. Popper nació en Viena en 1.902 y falleció en 1994. Es el filósofo de la

ciencia más influyente y prestigioso del siglo XX.

Perteneció a esa pléyade de creadores que floreció en la capital del imperio austro-

húngaro entre fines del siglo XIX y mediados del siglo XX.

Fue él, quien observó que entre el dogmatismo cerrado del marxismo y del

psicoanálisis que tenían mucha influencia a principios del siglo pasado en Viena, se erguía la

teoría de la relatividad de Einstein, que lejos del dogmatismo imperante, ofrecía la posibilidad

de que se demostrara su falsedad, por lo que basó los cimientos de su investigación científica

en el método crítico según el cual la certeza no existía sobre la verdad y sólo investigando,

refutando y eliminando el error se podía, según su opinión, eliminar el error e ir avanzando

sin dogmatismos en la búsqueda de la verdad.

Fue un crítico que destacó la irracionalidad de las ideas de filósofos como Marx y

Hegel.

2.- Hipótesis de trabajo:

Nuestra hipótesis de trabajo se basó en el estudio, análisis y extracción de trozos

que estimamos más importantes, de las obras a las que hemos tenido posibilidad de acceder,

que son: “Conjeturas y Refutaciones”; “La Lógica De La Investigación Científica” y “La

Sociedad Abierta y Sus Enemigos”.

Lo más destacable y personal de su producción científica, es, en nuestro criterio,

el método que preconiza y que analiza en profundidad en el primero de sus libros nombrados

en el que expresa que estoy completamente dispuesto a admitir que existe un método al que

podría llamarse el único método de la filosofía. Pero no es característico solamente de ésta,

sino que es, más bien, el único método de toda discusión racional, y por ello, tanto de las

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ciencias de la naturaleza como de la filosofía: me refiero al de enunciar claramente los propios

problemas y de examinar críticamente las diversas soluciones propuestas.

Siempre que proponemos una solución a un problema, sigue diciendo, deberíamos

esforzarnos todo lo que pudiésemos por echar abajo nuestra solución, en lugar de defenderla.

La crítica será fecunda únicamente si enunciamos nuestro problema todo lo

claramente que podamos y presentamos nuestra solución en una forma suficientemente

definida; es decir, que pueda discutirse críticamente.

-II-

CONJETURAS Y REFUTACIONES

1.- Principios fundamentales de su teoría:

El título de esta obra pone en evidencia el planteo de su teoría en la que aparecen

los dos grandes temas que fueron de su interés; el conocimiento científico como búsqueda de

la verdad y la política como búsqueda de la justicia los que deben responder al mecanismo del

ensayo y el error.

Para Popper no existía la certeza sobre la verdad y entonces el método crítico

permitía intentar falsar las teorías y por ese camino progresar en la investigación científica.

Esta obra está compuesta por ensayos y conferencias que giran sobre un mismo

tema: la tesis de que podemos aprender de nuestros errores.

El conocimiento científico progresa a través de conjeturas, de presunciones, de

soluciones tentativas de nuestros problemas.

Tales conjeturas son objeto de intentos de refutaciones y críticas; ellas pueden

superar las críticas, pero nunca pueden ser justificadas como verdaderas, ni siquiera como

probables.

Esas críticas al poner en evidencia nuestros errores, nos hacen comprender las

dificultades del problema a resolver y ello nos posibilita adquirir conocimientos más

profundos y proponer soluciones más maduras.

El conocimiento, como búsqueda de la verdad responde, como ya se ha dicho,

para la resolución de problemas, al mecanismo siguiente: el ensayo y el error.

En la política la pregunta que debe hacerse es ¿Cómo detectar y evitar el error?

En cambio no debe preguntarse quienes son los más adecuados para gobernar o

cual es la autoridad legítima.

A pesar de todo nunca llegaremos a la certeza es decir “a saber”.

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Las teorías que en una época parecen aproximarse a la verdad más que otras,

juntamente con los informes de sus tests son consideradas “la ciencia” de esa época.

Esa es la tesis fundamental expuesta en la obra, aplicada a problemas que van

desde los relativos a la filosofía y la historia de las ciencias físicas y las ciencias sociales hasta

a los problemas históricos y políticos.

La primera conferencia que integra la obra lleva el siguiente título: “SOBRE LAS

FUENTES DEL CONOCIMIENTO Y DE LA IGNORANCIA”

Afirma el autor, que la expresión “fuentes del conocimiento” es correcta, como

también lo es “fuentes del error”, pero en cambio no lo es “fuentes de la ignorancia” porque la

ignorancia es ausencia del conocimiento, es algo negativo y por ello, la ausencia de algo no

puede tener fuentes.

Reconoce el filósofo, que el efecto del título es intencional para despertar la

curiosidad y preocupación sobre una serie de doctrinas filosóficas históricamente importantes

y entre ellas, aparte de la que afirma que la verdad es manifiesta, la que se funda en una teoría

conspiracional de la ignorancia, según la cual ésta no es vista como una mera falta de

conocimientos, sino como la “obra de un poder malévolo, fuente de influencias impuras y

perniciosas que pervierten y envenenan nuestras mentes e instilan en nosotros el hábito de la

resistencia al conocimiento”.

Comienza su desarrollo por el otro extremo, es decir por la fuente del

conocimiento dejando para después la teoría conspiracional.

Para ello parte de la vieja querella entre el empirismo clásico de Bacon, Locke,

Berkeley, Hume y Mill, y el racionalismo o intelectualismo clásico de Descartes, Spinoza y

Leibniz; es decir la querella entre las escuelas Británica y Continental de la filosofía.

La primera sostenía que la fuente última de todo conocimiento es la observación;

la teoría continental en cambio, afirmaba que la fuente es la intuición intelectual de ideas

claras y distintas.

Popper sostiene que el empirismo es la teoría dominante en Inglaterra, Estados

Unidos y en vastos círculos europeos donde se la reconoce como la verdadera teoría del

conocimiento científico; la otra teoría, la del intelectualismo cartesiano ha sido deformada

dando origen al irracionalismo moderno en distintas formas.

A pesar de todo, no hay tantas diferencias entre ellas, dice, pero a pesar de que

ambas concepciones juegan un rol importante, sin embargo ni la una ni la otra, es decir ni la

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observación ni la razón pueden, para Popper, ser consideradas como fuentes del conocimiento

en el sentido actual.

Al analizar la epistemología optimista que corresponde a ciertas ideas del

liberalismo, el autor analiza la teoría de la verdad manifiesta que está en el centro de las

enseñanzas de Descartes y de Bacon, teoría según la cual la verdad no necesita ser explicada.

Al tratar la teoría conspiracional de la ignorancia sostiene que es obra del

marxismo cuando afirma que la prensa capitalista pervierte y suprime la verdad y llena las

mentes de los obreros de ideologías falsas.

También se destacan entre las teorías conspiracionales las doctrinas religiosas

sosteniendo que el cura malvado y fraudulento que mantiene al pueblo en la ignorancia era

una imagen común del siglo XVIII y, agrega, una de las inspiraciones del liberalismo.

La obra que estamos comentando se integra con una serie de ensayos y estudios

que no entraremos a particularizar pero que tienen todo un denominador común consistente,

como ya lo hemos dicho, en que el conocimiento científico para progresar debe hacerlo a

través de conjeturas que son objeto de refutaciones y críticas que permiten evidenciar nuestros

errores y posibilitarnos así la adquisición de conocimientos más profundos, a pesar de lo cual

nunca se llegará a la certeza.

Por ello dijimos que todos los ensayos que componen la obra tienen unidad a

pesar de la diversidad de temas.

Sostiene, conforme a los principios del liberalismo que preconizaba, que el Estado

es un mal necesario que se necesita para proteger los derechos de todos pero que siempre

existe el peligro de las deformaciones y de su mala utilización; por eso el Estado debe reducir

al mínimo ese peligro para no coartar la libertad individual. Debe respetarse el “marco moral”

porque su destrucción conduce al cinismo y al nihilismo y a la disolución de todos los valores

humanos.

Afirma que se debe dotar de sentido ético a la historia. Las teorías historicistas,

del progreso como la de Comte, Hegel, Marx, las de la decadencia como la de Spengler o la

de los ciclos como la de Vico, Nietzsche son pseudocientíficas.

Popper las refuta expresando que podemos avanzar y retroceder a la vez y además

porque le podemos imponer nosotros mismos un fin ético a la historia. No son científicas las

leyes históricas de progreso o de ciclo y todo el avance social en la justicia, la libertad y el

progreso económico, depende de nosotros.

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El avance social no se obtiene y no se consigue imponiendo autoritariamente a la

sociedad un ideal ético, una utopía.

Deben evitarse los peligros del autoritarismo y del fanatismo y tratar en cambio de

que se desarrolle una crítica social de inspiración ética que permita eliminar los errores de la

vida social y política, para lo cual se necesita una sociedad libre y tolerante donde se respeten

las diferentes ideas.

Las críticas inspiradas en ideales éticos permiten eliminar los errores de los

proyectos políticos y sociales y sólo mediante nuestros errores podemos aprender.

2.- El conocimiento científico y el método crítico:

Popper defiende el análisis crítico de las ciencias. No se alinea en la concepción

que clásicamente se tenía sobre el conocimiento científico según el cual ese conocimiento

implicaba la verdad y la certeza, es decir era un conocimiento verdadero.

Se separa de esta concepción propia del cientifismo positivista y neopositivista y

también del escepticismo que se manifiesta en la duda.

El conocimiento seguro y verdadero así como la certeza son imposibles. Todo

conocimiento lo es por conjetura. No podemos saber con certeza la verdad de nuestros

conocimientos pero si podemos disponer de un criterio racional de progreso en la búsqueda de

la verdad, de aproximación a la verdad.

Es la teoría de la crítica que se formula para encontrar errores y en base a esos

errores ir logrando el desarrollo científico y el progreso; por eso la crítica dirige el progreso

científico.

Ya hemos dicho que Popper es contrario a la inducción es decir a las

observaciones repetidas que inductivamente dan lugar a enunciados universales.

No existe nada dice que pueda llamarse inducción, dice, y que es inadmisible la

inferencia de teorías a partir de enunciados singulares que estén verificados por la

experiencia. Las teorías no son nunca verificables empíricamente afirma en “La lógica de la

investigación científica”.

Su teoría es la de la falsabilidad es decir que una teoría es científica si puede ser

refutada como falsa por medio de la experiencia en el caso de las teorías empíricas, o por

medio de su contradictoriedad en el caso de las teorías lógicas y matemáticas.

Insistimos, no cree en la verificabilidad sino en la falsabilidad de los sistemas es

decir que es partidario de los contrastes y refutaciones y críticas para aproximarse a la verdad

científica.

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No acepta la inducción, es decir que partiendo de enunciados singulares se llegue

a la formulación de enunciados universales, por más que se hayan realizado miles de

verificaciones singulares ya que él concluye que siempre está presente el riesgo de que un día

ese enunciado singular sea falso.

Para justificar una inducción siempre tenemos que recurrir a la misma inducción y

caemos en un círculo vicioso como lo señaló Hume.

Popper concluye que la metodología científica es esencialmente deductiva y no

inductiva.

Expone los resultados epistemológicos resumiéndolos en diez tesis.

1. No hay fuentes últimas del conocimiento. Debe darse la bienvenida a toda

fuente y a toda sugerencia; y toda fuente, toda sugerencia, deben ser sometidas a un examen

crítico. Excepto en historia, habitualmente examinamos los hechos mismos y no las fuentes de

nuestra información.

2. La pregunta epistemológica adecuada no se refiere a las fuentes; más bien,

preguntamos si la afirmación hecha es verdadera, es decir, si concuerda con los hechos. (La

obra de Alfred Tarski demuestra que podemos operar con la idea de verdad objetiva, en el

sentido de correspondencia con los hechos, sin caer en antinomias.). Tratamos de determinar

esto, en la medida en que podemos, examinando o sometiendo a prueba la afirmación misma,

sea de una manera directa, sea examinando o sometiendo a prueba sus consecuencias.

3. En conexión con este examen puede tener importancia todo tipo de argumentos.

Un procedimiento típico es examinar si nuestras teorías son compatibles con nuestras

observaciones. Pero también podemos examinar, por ejemplo, si nuestras fuentes históricas

son mutua e internamente consistentes.

4.Tanto cuantitativa como cualitativamente, la fuente de nuestro conocimiento que

es, con mucho, la más importante –aparte del conocimiento innato- es la tradición. La mayor

parte de las cosas que sabemos la hemos aprendido por el ejemplo, porque nos las han dicho,

por la lectura de libros, porque hemos aprendido a criticar, a recibir y aceptar la crítica, a

respetar la verdad.

5.El hecho de que, en su mayor parte, las fuentes de nuestro conocimiento sean

tradicionales, condena el antitradicionalismo como fútil. Pero no se debe aducir este hecho

para defender una actitud tradicionalista: toda parte de nuestro conocimiento tradicional (y

hasta de nuestro conocimiento innato) es susceptible de examen crítico y puede ser

abandonada. Sin embargo, sin la tradición el conocimiento sería imposible.

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6. El conocimiento no puede partir de la nada –de una tabula rasa- ni tampoco de

la observación. El avance del conocimiento consiste, principalmente, en la modificación del

conocimiento anterior. Aunque a veces podemos avanzar gracias a una observación casual,

por ejemplo en arqueología, la significación del descubrimiento habitualmente depende de su

capacidad de modificar nuestras teorías anteriores.

7. Las espistemologías pesimistas y optimistas están igualmente equivocadas. La

pesimista alegoría de la caverna, de Platón, es correcta, pero no lo es su optimista doctrina de

la anamnesis (aunque debemos admitir que todos los hombres, como todos los animales,

poseen conocimiento innato). Pero aunque el mundo de las apariencias sea, en realidad, un

mundo de meras sombras reflejadas sobre las paredes de nuestra caverna, siempre llegamos

más allá; y si bien la verdad se halla oculta en la profundidades, como decía Demócrito,

también es cierto que podemos sondear las profundidades. No hay ningún criterio a nuestra

disposición, y este hecho da apoyo al pesimismo. Pero sí poseemos criterios que, si tenemos

suerte, pueden permitirnos reconocer el error y la falsedad. La claridad y la distinción no son

criterios de verdad, pero la oscuridad y la confusión pueden indicar el error. Análogamente, la

coherencia no basta para establecer la verdad, pero la incoherencia y la inconsistencia

permiten establecer la verdad, pero la incoherencia y la inconsistencia permiten establecer la

falsedad. Y cuando se los reconoce, nuestros propios errores nos suministran las tenues

lucecillas que nos ayudan a salir a tientas de las oscuridades de nuestra caverna.

8. Ni la observación ni la razón son autoridades. La intuición intelectual y la

imaginación son muy importantes, pero no son confiables: pueden mostrarnos muy

claramente las cosas y, sin embargo, conducirnos al error. Son indispensables como fuentes

principales de nuestras teorías; pero la mayor parte de nuestras teorías son falsas, de todos

modos. La función más importante de la observación y el razonamiento, y aun de la intuición

y la imaginación, consiste en contribuir al examen crítico de esas audaces conjeturas que son

los medios con los cuales sondeamos lo desconocido.

9. Aunque la claridad es valiosa en sí misma, no sucede lo mismo con la exactitud

y la precisión: puede no valer la pena de tratar de ser más preciso de lo que nuestro problema

requiere. La precisión lingüística es un fantasma, así como los problemas relacionados con el

significado o definición de las palabras carecen de importancia. Así pues, nuestro cuadro de

ideas (en la página 43), a pesar de su simetría, cuenta con un lado importante y uno carente de

importancia: mientras el lado izquierdo (las palabras y sus significados) es irrelevante, el

derecho (las teorías y los problemas relacionados con su veracidad) es de importancia

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extrema. Las palabras sólo son significativas en tanto que instrumentos para la formulación de

teorías, por lo que deberían evitarse a cualquier precio los problemas verbales.

10. Toda solución de un problema plantea nuevos problemas sin resolver, y ello es

tanto más así cuanto más profundo era el problema original y más audaz su solución. Cuanto

más aprendamos acerca del mundo y cuando más profundo sea nuestro aprendizaje, tanto más

conciente, específico y articulado será nuestro conocimiento de lo que no conocemos, nuestro

conocimiento de nuestra ignorancia. Pues, en verdad, la fuente principal de nuestra ignorancia

es el hecho de que nuestro conocimiento sólo puede ser finito, mientras que nuestra

ignorancia es necesariamente infinita.

Podemos tener una idea de la vastedad de nuestra ignorancia cuando

contemplamos la vastedad de los cielos; pues, aunque las dimensiones del universo no son la

causa más profunda de nuestra ignorancia. Pues, en verdad, la fuente principal de nuestra

ignorancia es el hecho de que nuestro conocimiento sólo puede ser finito, mientras que

nuestra ignorancia es necesariamente infinita.

Podemos tener una idea de la vastedad de nuestra ignorancia cuando

contemplamos la vastedad de los cielos; pues, aunque las dimensiones del universo no son la

causa más profunda de nuestra ignorancia, son, con todo, una de sus causas. En un encantador

pasaje de su Foundations of Mathematics, F. P. Ramsey escribió (p. 291): “En lo que, al

parecer, difiero de algunos de mis amigos es en que atribuyo poca importancia al tamaño

físico. No me siento en modo alguno humilde ante la vastedad de los cielos. Las estrellas

serán grandes, pero no pueden pensar o amar, cualidades que me impresionan mucho más que

el tamaño. No atribuyo ningún mérito al hecho de pesar 110 Kilos”. Sospecho que los amigos

de Ramsey habrían estado de acuerdo con él con respecto a la falta de importancia del mero

tamaño físico; y sospecho que si ellos se sentían humildes ante al vastedad de los cielos era

porque veían en ella un símbolo de su ignorancia.

Creo que vale la pena tratar de saber algo acerca del mundo, aunque al intentarlo

sólo lleguemos a saber que no sabemos mucho. Tal estado de culta ignorancia podría sernos

de ayuda para muchas de nuestras preocupaciones. Nos haría bien a todos recordar que, si

bien diferimos bastante en las diversas pequeñeces que conocemos, en nuestra infinita

ignorancia somos todos iguales.

Cometeríamos una verdadera irreverencia intelectual si aquí nos hubiéramos

permitido emitir juicios personales sobre los enfoques y principios filosóficos del autor.

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Formularemos una sola excepción con respecto a lo dicho, que consiste en que

para nosotros aparece un tanto exagerada, y por ello difícil de aceptar en su totalidad, la

posición de Popper cuando juzga el método inductivo con expresiones categóricamente

negativas especialmente en la primera de sus obras, “Conjeturas y Refutaciones”, en la que

afirma que el conocimiento no puede partir de la nada –de una tabula rasa- ni tampoco de la

observación; o cuando sostiene que ni la observación ni la razón pueden ser consideradas

como fuentes del conocimiento, en el sentido en que se las tenido hasta la actualidad. Agrega

en otro párrafo que tampoco los sentidos son de confiar y, por ende, carecen de autoridad, lo

que era ya sabido por los antiguos, aún antes de Parménides, por ejemplo, por Jenófanes y

Heráclito, y por Demócrito y Platón.

Sigue expresando que es extraño que la enseñanza de la antigüedad fuera casi

ignorada por los empiristas modernos, incluyendo a los fenomenalistas y positivistas; sin

embargo, es ignorada en la mayoría de los problemas planteados por positivistas y

fenomenalistas, así como en las soluciones que ofrecen. La razón de esto es la siguiente: ellos

aún creen que no son nuestros sentidos los que se equivocan, sino que somos siempre

“nosotros mismos” quienes nos equivocamos en nuestra interpretación de lo que no es “dado”

por los sentidos. Nuestros sentidos dicen la verdad, pero podemos equivocarnos, por ejemplo,

cuando tratamos de verter al leguaje –lenguaje convencional, humano, imperfecto- lo que nos

dicen. Es nuestra descripción lingüística la que falla, porque ella puede estar teñida del

prejuicio.

Expresa también el ilustre filósofo que esta parte de mi conferencia puede ser

descripta como un ataque al empirismo, tal como fue formulado por ejemplo, en el siguiente

párrafo clásico de Hume: “Si le pregunto a usted por qué cree en una determinada cuestión de

hecho... usted debe darme alguna razón; y esta razón será algún otro hecho relacionado con el

anterior. Pero como no puede seguir de esta manera in infinitum, finalmente debe terminar en

algún hecho que esté presente en su memoria o en sus sentidos; o debe admitir que su creencia

carece totalmente de fundamento”.

El problema de la validez del empirismo puede ser planteado, en líneas generales,

de la siguiente manera: ¿es la observación la fuente última de nuestro conocimiento de la

naturaleza? Y si no es así, ¿cuáles son las fuentes de nuestro conocimiento?.

Continúa diciendo, estos interrogantes siguen en pie, sea lo que fuere lo que haya

dicho de Bacon y aún en el caso de que haya logrado hacer poco atractivas para los

baconianos y otros empiristas aquellas partes de su filosofía que he comentado.

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Ante todo, la mayoría de nuestra afirmaciones no se basan en observaciones, sino

en otras fuentes de toda clase.

“Pero –responderá el empirista- ¿cómo cree usted que The Times o la

Enciclopedia Británica obtuvieron su información? Si usted lleva bastante lejos su

investigación, seguramente terminará en informes de observaciones de testigos presenciales

(llamados a veces “oraciones protocolares” o, por usted mismo, “enunciados básicos”).

Admitimos –continuará el empirista- que los libros se hacen en gran medida a partir de otros

libros y que un historiador, por ejemplo, trabaja con documentos. Pero finalmente, en último

análisis, esos otros libros o esos documentos deben basarse en observaciones. En caso

contrario, tendrían que ser considerados como poesía, invenciones o mentiras, pero no como

testimonios. Es éste el sentido en el que nosotros, los empiristas, afirmamos que la

observación debe ser la fuente última del conocimiento”.

Hemos esbozado la argumentación empirista, tal como aún la formulan algunos de

mis amigos positivistas.

Trataré de mostrar que esa argumentación es tan poco válida como la de Bacon,

que la respuesta a la cuestión de la fuentes del conocimiento es adversa al empirismo y,

finalmente, que toda esta cuestión acerca de las fuentes últimas –a las que se puede apelar

como se apela a una corte superior o a una autoridad superior- debe ser rechazada por basarse

en un error.

En el curso del libro, encontramos también este pensamiento: no niego, por

supuesto, que un experimento puede aumentar nuestro conocimiento, y ello de una manera

sumamente importante. Pero no es una fuente, en ningún sentido último.

Finalmente Popper manifiesta: Así, las preguntas del empirista: ¿Cómo lo sabe?

“¿Cuál es la fuente de su afirmación?” son incorrectas. No están formuladas de una manera

inexacta o descuidada, pero obedecen a una concepción totalmente errónea, pues exigen una

respuesta autoriataria.

-III-

LA LOGICA DE LA INVESTIGACION CIENTIFICA

1.- La lógica de la investigación científica:

Bajo el título de “Panorama de algunos problemas fundamentales”, Popper

coherente con sus ideas fundamentales esbozadas en “Conjeturas y Refutaciones”, sostiene

que el hombre de ciencia, ya sea teórico o experimental, propone enunciados y los contrasta

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paso a paso. Así, en el campo de las ciencias empíricas construye hipótesis y las contrasta con

la experiencia por medio de observaciones y experimentos.

¿A que llamamos ciencia empírica? y ¿cuál es el método de las ciencias

empíricas?

2.- El problema de la inducción:

Una tesis de mucha aceptación, y a la que Popper se opone, sostiene que las

ciencias empíricas son aquellas que emplean los llamados “métodos inductivos” y según ella

la lógica de la investigación científica es idéntica a la lógica inductiva.

Inductiva se llama a una inferencia que, de enunciados singulares o particulares

resultado de observaciones o experiencias, se pasa a enunciados universales, es decir a

hipótesis o teorías.

Para el autor, fiel a su pensamiento ya expresado en la obra anterior, no es lógico

que se llegue a enunciados universales partiendo de enunciados singulares, es decir de

experiencias u observaciones por más elevado sea el número de tales experimentos ya que al

extraer una conclusión de este modo siempre se corre el riesgo de que un día la observación o

experiencia resulte falsa.

En suma, las inferencias inductivas no están justificadas lógicamente.

Para encontrar un modo de justificar esas inferencias inductivas, sigue diciendo

Popper, deberíamos en primer lugar intentar establecer un “principio de inducción” y tal

principio sería un enunciado que nos permitiría presentar las inferencias de una forma

lógicamente aceptable.

Para los defensores de la lógica inductiva, la importancia de un principio de

inducción para el método científico es enorme.

Ese principio de inducción, para algunos autores, determina la verdad de las

teorías científicas y permite tener la posibilidad de decidir sobre la verdad o falsedad de sus

teorías.

Pero ocurre, que el principio de inducción no puede ser una verdad puramente

lógica, como una tautología o un enunciado analítico, dice Popper, y agrega que en realidad,

si existiera un principio de inducción puramente lógico no habría problema de la inducción,

pues, en tal caso, sería menester considerar todas las inferencias inductivas como

transformaciones puramente lógicas, o tautológicas, exactamente lo mismo que ocurre con las

inferencias de la lógica deductiva. Por tanto, el “principio de inducción” tiene que ser un

enunciado sintético, cuya negación no sea contradictoria, sino lógicamente posible.

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Reichenbach y otros sostienen que “la totalidad de la ciencia acepta sin reservas el

principio de inducción y que nadie puede tampoco dudar de este principio en la vida

corriente”

Hume encontró incoherencias en ese principio inductivo.

A su vez, el principio de inducción tiene que ser un enunciado universal y si

afirmamos que sabemos por experiencia que es verdadero, reaparecen los mismos problemas,

es decir que para justificarlo tenemos que utilizar inferencias inductivas y para justificar a

éstas tenemos que suponer un principio de inducción de orden superior, y así sucesivamente,

según el filósofo vienés.

Ello muestra que no se puede fundamentar el principio de induccción en la

experiencia, ya que ellos nos conduce a una regresión infinita.

Kant lo llamó “principio de causación universal” al principio de inducción

sosteniendo que era válido a priori, es decir que se podía dar una justificación a priori de los

enunciados sintéticos.

Popper considera que las dificultades que presenta la lógica inductiva son

insuperables y que lo mismo ocurre con la doctrina de que las inferencias inductivas no son

válidas pero pueden alcanzar cierto grado de probabilidad, es decir que son inferencias

probables.

Reichenbach afirma que el principio de inducción es el medio por el cual la

ciencia decide sobre la verdad, es decir, que para ese autor sirve para decidir sobre la

probabilidad pues como la ciencia no puede llegar a la verdad ni a la falsedad, los enunciados

científicos pueden alcanzar únicamente grados continuos de probabilidad, cuyos límites

superior e inferior, inalcanzables, son la verdad y la falsedad.

Continúa Popper afirmando que los partidarios de la lógica inductiva, como

vemos, defienden la idea de la probabilidad que el nombrado rechaza porque si ha de

asignarse cierto grado de probabilidad a los enunciados que se basan en inferencias

inductivas, tal proceder, sostiene, tendrá que justificarse invocando un nuevo principio de

inducción, modificado convenientemente; el cual habrá de justificarse a su vez, etc.

En suma, la lógica de la inferencia probable o “lógica de la probabilidad”, como

todas las demás formas de la lógica inductiva, conducen, bien a una regresión infinita, bien a

la doctrina del apriorismo.

Por todo ello, nuestro autor, se opone claramente a todos los intentos de apoyarse

en las ideas de una lógica inductiva.

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Esa oposición se funda en la teoría del “método deductivo de contrastar” que

consiste en que una hipótesis sólo puede contrastarse empíricamente y únicamente después

que ha sido formulada.

Esa tesis, que podría llamarse “deductivismo” se contrapone al “inductivismo”.

Para desarrollar la teoría del “deductivismo”, Popper entiende que primeramente

debe hacer la distinción entre la “psicología del conocimiento”, que trata de hechos empíricos,

y la “lógica del conocimiento” que estudia exclusivamente las relaciones lógicas, ya que el

autor sostiene que hay una confusión de los problemas psicológicos con los epistemológicos y

que esa confusión origina dificultades no sólo en la lógica del conocimiento, sino también en

su psicología.

3.- Psicologismo:

Ya hemos dicho, que la idea fundamental del filósofo vienés se funda en proponer

teorías y contrastarlas.

Así, dice, que la etapa primera, es decir el acto de concebir una teoría interesa a la

psicología empírica pero carece de importancia para el análisis lógico del conocimiento

científico. Este, es decir el conocimiento científico, no se ocupa de cuestiones de hecho (el

quid facti de Kant), sino que estudia los problemas de justiticación o validez (el quid juris de

Kant).

Las preguntas pertinentes son: ¿puede justificarse un enunciado?; en caso

afirmativo, ¿de que modo?; ¿es contrastable?; ¿ depende lógicamente de otros enunciados?;

¿o los contradice?. Para que un enunciado pueda ser examinado lógicamente de esta forma

tiene que habérsenos propuesto antes: alguien debe haberlo formulado y habérnoslo entregado

para su examen lógico.

Distingue el autor entre el proceso de concebir una idea nueva y los métodos y

resultados de su examen lógico.

La tarea de la lógica del conocimiento consiste exclusivamente en la investigación

de los métodos que se emplean en las contrastaciones a la que debe someterse toda idea nueva

antes de que se la pueda sostener seriamente.

Para algunos autores sería preferible que la epistemología se ocupara de lo que se

ha llamado una “reconstrucción racional” de los pasos que el científico debe seguir en su tarea

de descubrimiento de la verdad.

Popper acepta esa idea si se trata de reconstruir racionalmente las contrastaciones

subsiguientes para llegar a descubrir cuales fueron las ideas inspiradoras del descubrimiento.

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Así, si el científico juzga con criterio crítico su propia inspiración, puede

considerarse que el análisis metodológico empleado en esa tarea es una especie de

“reconstrucción racional” de los procesos intelectuales utilizados.

Sólo en ese entendimiento el autor acepta la idea de la “reconstrucción racional”.

Opina que todo descubrimiento contiene “un elemento irracional” o “una intuición

creadora” en el sentido de Bergson.

Einstein se expresa en una forma parecida cuando habla de la “búsqueda de

aquellas leyes sumamente universales.... a partir de las cuales puede obtenerse una imagen del

mundo por pura deducción. No existe una senda lógica –sigue Popper- que encamine a

éstas...leyes. Sólo pueden alcanzarse por la intuición, apoyada en algo así como una

introyección de los objetos de la experiencia”.

4.- Contrastación deductiva de teorías:

En la tarea de contrastar críticamente las teorías y escogerlas, debe seguirse el

siguiente método, según el gran filósofo:

Una vez presentada una nueva idea, aún no justificada en absoluto, por lo que sólo

es una mera hipótesis, se extraen conclusiones de ellas por medio de una deducción lógica;

esas conclusiones se comparan entre sí y con otros enunciados pertinentes, para hallar

relaciones lógicas como equivalencia, deductibilidad, compatibilidad o incompatibilidad, etc.

que puedan existir entre ellas.

Se distinguen cuatro etapas en la contrastación de una teoría:

La primera consiste en la comparación lógica de las conclusiones de unas con

otras.

En segundo lugar se hace el estudio de la forma lógica de la teoría para determinar

si es una teoría empírica –científica- o si, por ejemplo, es tautológica.

En tercer término la comparación con otras teorías para comprobar si la teoría

examinada constituye un adelanto científico en caso de que supere las distintas

contrastaciones a que fue sometida.

En cuarto término se la contrasta por medio de la aplicación empírica de las

conclusiones que pueden deducirse de ella.

Lo que se busca con el contraste al que se hace referencia en la última etapa, es

comprobar o verificar hasta donde la nueva teoría satisface los requerimientos de la práctica.

El procedimiento de contrastar, continúa, es deductivo ya que de la teoría a

contrastar y con la ayuda de otros enunciados ya aceptados anteriormente, se deducen ciertos

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enunciados singulares que el autor denomina “predicciones”. Entre estos enunciados se eligen

los que no sean deductibles de la teoría vigente y, mejor aún, los que se encuentren en

contradicción con ella.

Estos enunciados deducidos se comparan con los resultados de las aplicaciones

prácticas y de experimentos.

Si las conclusiones singulares obtenidas son aceptables o verificadas, se puede

decir que la teoría ha superado con éxito las contrastaciones, por lo menos por esta vez, para

Popper.

Si el resultado es negativo, es decir si las conclusiones han sido falsadas, para

utilizar el término del autor, ello significa que la teoría y sus deducciones son falsas.

Si el resultado fue positivo, sostiene, la teoría examinada es válida temporalmente,

porque posteriormente pueden aparecer circunstancias que la desvirtúen o la desmientan y si

apareciera una nueva teoría en ese lapso la dejaría anticuada a la anterior y ello significaría un

avance en la evolución del progreso científico.

En todo el procedimiento analizado no aparece nada que pueda asemejarse a la

lógica inductiva ya que todos los problemas epistemológicos pueden estudiarse dentro del

marco de la contrastación deductiva.

5.- El problema de la demarcación:

Popper inicia este punto manifestando que su rechazo a la lógica inductiva está

fundado en que no proporciona un rasgo discriminador apropiado del carácter empírico, no

metafísico, de un sistema teórico, es decir que no proporciona un criterio de demarcación

apropiada.

Para el autor el problema de la demarcación consiste en encontrar un criterio que

permita distinguir las ciencias empíricas de los sistemas metafísicos.

La razón principal por la que los epistemólogos con inclinaciones empiristas

apoyan el “método de la inducción” es su pensamiento de que el inductivo es el único método

que puede proporcionar un criterio de demarcación apropiada, especialmente los empiristas

que siguen los principios del “positivismo”.

Los antiguos positivistas admitían que sólo tenían categorías de científicos los

conceptos o ideas que derivaban de la experiencia, que se reducía a elementos de la

experiencia sensorial.

Los positivistas modernos, en cambio, sostienen que la ciencia no es un sistema

de conceptos sino más bien un sistema de enunciados.

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Popper rechaza todos estos intentos de resolver el problema de la demarcación ya

que cualquier criterio aceptable para ello es una tarea crucial, dice el autor, de cualquier

epistemología que no acepte la lógica inductiva.

El criterio inductivista de demarcación, según el filósofo, no consigue trazar una

línea divisoria entre los sistemas científicos y los metafísicos.

Sostiene que no llega a afirmar que la metafísica carezca de valor para la ciencia

empírica y mirando el asunto desde un ángulo psicológico, se siente inclinado a pensar que la

investigación científica es imposible sin fe en algunas ideas de una índole puramente

especulativa: fe desprovista enteramente de garantías desde el punto de vista de la ciencia, y

que –en ésta misma medida- es “metafísica”.

La primera tarea de la lógica del conocimiento para Popper es proponer un

concepto de ciencia empírica con objeto de llegar a un uso lingüístico lo más definido posible,

y a fin de trazar una línea de demarcación clara entre la ciencia y las ideas metafísicas, aún

cuando dichas ideas puedan haber favorecido el avance de la ciencia a lo largo de toda su

historia.

6.-La experiencia como método.

El sistema llamado “ciencia empírica” representa únicamente un mundo: el

“mundo real” o “mundo de nuestra experiencia”.

El sistema teórico empírico del pensador Vienés, tiene que satisfacer tres

requisitos:

Primero: Ha de ser sintético de modo que pueda representar un mundo no

contradictorio, sino posible.

Segundo: Debe satisfacer el criterio de demarcación, es decir no será metafísico,

sino que representará un mundo de experiencia posible.

Tercero: Es menester que sea un sistema que se distinga de otros sistemas

semejantes por ser el que representa nuestro mundo de experiencia.

Por otra parte, el sistema que representa nuestro mundo de experiencia ha de

distinguirse porque ha sido sometido a contraste y ha resistido las contrastaciones después de

aplicársele el método deductivo.

7.- La falsabilidad como criterio de demarcación:

El criterio de demarcación para la lógica inductiva consiste en exigir que todos los

enunciados de la ciencia empírica sean susceptibles de una decisión definitiva con respecto a

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su verdad y a su falsedad, es decir, que han de tener una forma tal que sea lógicamente posible

tanto verificarlos como falsarlos.

Citando a Schlick, afirma que un auténtico enunciado tiene que ser susceptible de

verificación concluyente, y además, sostiene con Waismann que “si no es posible determinar

si un enunciado es verdadero, entonces carece enteramente de sentido: pues el sentido de un

enunciado es el método de su verificación”.

En mi opinión, dice Popper, no existe nada que pueda llamarse inducción. Por

tanto, será lógicamente inadmisible la inferencia de teorías a partir de enunciados singulares

que estén “verificados por la experiencia”. Las teorías no son nunca verificables

empíricamente.

Sólo admitiré, son palabras del filósofo, un sistema entre los científicos o

empíricos si es susceptible de ser contrastado por la experiencia.

Por eso el criterio de demarcación a adoptar no es el de la verificabilidad, sino el

de la falsabilidad de los sistemas.

Hay asimetría entre la verificabilidad y la falsabilidad: asimetría que deriva de la

forma lógica de los enunciados universales. Estos no son jamás el resultado de enunciados

singulares, pero sí pueden estar en contradicción con éstos últimos.

En consecuencia, por medio de inferencias puramente deductivas (valiéndose de

la lógica clásica) es posible, partiendo de la verdad de enunciados singulares, concluir en la

falsedad de enunciados universales.

Por eso llegar a la falsedad de enunciados universales, es el único tipo de

inferencia estrictamente deductiva que se mueve, en “dirección inductiva”: es decir, de

enunciados singulares se pasa a enunciados universales.

El criterio de demarcación propuesto nos conduce a una solución del problema de

Hume de la inducción, o sea, el problema de la validez de las leyes naturales. Su raíz se

encuentra en la aparente contradicción existente entre lo que podría llamarse “la tesis

fundamental del empirismo” –la de que sólo la experiencia puede decidir acerca de la verdad

o la falsedad de los enunciados científicos- y la inadmisbilidad de los razonamientos

inductivos, lo que fue advertido por Hume.

Esta contradicción surge únicamente si se supone que todos los enunciados

científicos empíricos han de ser “decidibles de un modo concluyente”, es decir, que tanto su

verificación como su falsación han de ser posibles.

-IV-

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LA SOCIEDAD ABIERTA Y SUS ENEMIGOS

(TOMO II)

Popper divide la obra en los siguientes capítulos:

Hegel y el nuevo tribalismo.

El determinismo sociológico de Marx.

La autonomía de la sociología.

El historicismo económico.

Las clases.

El sistema jurídico y social.

El advenimiento del socialismo.

La Revolución social

El capitalismo y su destino.

Valoración de la profecía de Marx.

La teoría moral del historicismo.

La sociología del conocimiento.

La filosofía oracular y la rebelión contra la razón.

¿Tiene la historia algún significado?

Haremos una reseña de cada capítulo, ajustándonos, por supuesto, a las

expresiones del filósofo.

Absolutamente todos los desarrollos siguientes son una reseña de conceptos de

Popper; son sus propias expresiones.

1.- Hegel y el nuevo tribalismo:

Comienza expresando que Hegel, como fuente de todo el historicismo

contemporáneo, fue el sucesor de Heráclito, Platón y Aristóteles y usando sus métodos

dialécticos logró los milagros más fabulosos.

El método filosófico empleado por Hegel, que haya sido tomado en serio, sólo

puede explicarse parcialmente por el abuso de las ciencias naturales alemanas en aquella

época, ya que mediante métodos puramente filosóficos explicó que los planetas se movían de

acuerdo con las leyes de Kepler, determinó la posición real de los planetas, etc.

Schopenhauer llamó la “edad de la deshonestidad” al período del idealismo

alemán, y fue precisamente Hegel quien marcó su comienzo; fue la “edad de la

irresponsabilidad”.

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K. Heiden habló primero de irresponsabilidad intelectual y más tarde de

irresponsabilidad moral: Fue el comienzo de una nueva edad controlada por la magia de las

palabras altisonantes y el irresistible poder de la jeringoza.

Era la oscura charlatanería de la Filosofía de la naturaleza de Hegel.

A pesar de todo, Hegel se convirtió en la figura de mayor influencia de la filosofía

alemana, pero contando con el apoyo y respaldo del Estado Prusiano y fue designado primer

filósofo oficial de ese país en el período de la “restauración” feudal que siguió a las guerras

napoleónicas.

Este tremendo éxito en el continente europeo encontró eco también en Gran

Bretaña, donde los filósofos se sentían atraídos por el “idealismo superior” de Hegel.

Andando el tiempo, el interés por la filosofía de Hegel fue disminuyendo

gradualmente, con excepción de la influencia en las ciencias sociales, que siguió vigente,

salvo en la economía.

En la política es donde mejor se advierte este fenómeno, pues tanto el ala marxista

de extrema izquierda como el centro conservador y la extrema derecha fascista basan sus

filosofías en el sistema de Hegel; el ala izquierda reemplaza a la guerra de las naciones por la

guerra de clases, y la extrema derecha lo hace por la guerra de razas.

Popper, se pregunta: ¿Cómo puede explicarse esta enorme influencia?

Encuentra la respuesta diciendo que la filosofía es una suerte de religión y

teología para los intelectuales, los eruditos y los sabios, y el hegelianismo se adapta y

acomoda admirablemente bien a esos puntos de vista porque es lo que esta especie de

superstición popular supone que es la filosofía.

Agrega, pero no es esta la principal razón del éxito de Hegel, sino que además es

necesario considerar la situación histórica general.

El autoritarismo medieval comenzó a desmoronarse con el Renacimiento. Pero en

la Europa continental, su contraparte política, el feudalismo medieval se vió amenazado a

partir de la Revolución Francesa.

La lucha por la sociedad abierta se reanudó con las ideas de 1789.

En 1815 en Prusia, el partido reaccionario necesitaba una ideología y eligió a

Hegel a tal efecto quien lo hizo resucitando las ideas de los primeros grandes enemigos de la

sociedad abierta, tales como Heráclito, Platón y Aristóteles.

Hegel fue el eslabón entre Platón y la forma moderna del totalitarismo.

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El colectivismo radical de Hegel necesitaba de Platón y el apoyo de Federico

Guillermo III rey de Prusia en el período posterior a la Revolución Francesa.

Su lema era: el Estado es todo y el individuo nada.

El Estado es una divina idea; el Estado es la marcha de Dios a través del mundo.

El Estado debe ser comprendido como un organismo.

La conciencia y el pensamiento son atributos esenciales del Estado completo.

El Estado sabe lo que quiere.

El Estado es real y lo que es real es eternamente necesario.

El Estado existe por y para sí mismo.

El Estado es lo que existe realmente, es la vida moral materializada.

Esta selección de pensamientos basta para mostrar el platonismo de Hegel y su

insistencia en la autoridad moral absoluta del Estado, que rige toda moralidad personal y toda

conciencia. Se trata de un platonismo altisonante e histérico, pero esto sólo hace más obvio la

vinculación del platonismo con el totalitarismo moderno, según el maestro vienés.

El ataque de Popper a Hegel es tan enconado que usa frases como éstas: no

creemos siquiera que Hegel tuviera talento; es un autor indigerible, tanto, que aún sus más

ardientes apologistas deben admitir que su estilo es “incuestionablemente escandaloso”.

En cuanto al contenido de su obra, por lo único que se destaca es por su

sobresaliente falta de originalidad.

No hay nada en la obra de Hegel que no haya sido dicho antes y mejor.

No hay nada en su método apologético que no haya sido tomado de sus

antecesores. La tarea de Hegel, continúa diciendo, consistió en dedicar estos pensamientos y

métodos prestados, con un criterio unitario si bien carente del menor brillo, a un solo objetivo:

luchar contra la sociedad abierta y servir, de este modo, a su superior Federico Guillermo de

Prusia. Lo confuso de Hegel y su desapego a la razón son, en parte, necesarios para alcanzar

este fin y, en parte, manifestaciones accidentales, aunque bien naturales, de su estado de

espíritu. Y la verdad es que no valdría la pena relatar la historia del caso Hegel si no fuera por

sus siniestras consecuencias, lo cual demuestra con cuánta facilidad puede convertirse un

payaso en “realizador de la historia”. La tragicomedia del surgimiento del “idealismo

alemán”, pese a los horrendos crímenes a que condujo, se parece más que nada a una ópera

cómica, y estos comienzos pueden contribuir a explicar por qué es a veces tan difícil decidir si

su héroes posteriores se han escapado de alguna escena de las grandiosas óperas teutónicas de

Wagner o de una farsa de Offenbach.

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Schopenhauer, que tuvo el placer de conocer a Hegel personalmente y que sugirió

el uso de las palabras de Shakespeare –“esa charla de locos que sólo viene de la lengua y no

del cerebro”- para definir la filosofía de Hegel, trazó el siguiente cuadro, excelente en verdad:

“Hegel, impuesto desde arriba por el poder circunstancial con carácter de Gran Filósofo

oficial, era un charlatán de estrechas miras, insípido, nauseabundo e ignorante, que alcanzó el

pináculo de la audacia garabateando e inventando las mistificaciones más absurdas. Toda esta

tontería ha sido calificada ruidosamente de sabiduría inmortal por los secuaces mercenarios, y

gustosamente aceptada como tal por todos los necios, que unieron así sus voces en un perfecto

coro laudatorio como nunca antes se había escuchado. El extenso campo de influencia

espiritual con que Hegel fue dotado por aquellos que se hallaban en el poder, le permitió

llevar a cabo la corrupción intelectual de toda una generación”

La opinión de Schopenhauer de que la condición de Hegel no era otra que la de

agente pago al servicio del gobierno prusiano, se halla corroborada por Schwegler, discípulo y

administrador de Hegel.

Comenzaremos el análisis de la filosofía de Hegel, sigue Popper, con una

comparación general entre e historicismo de Hegel y el de Platón.

Platón creía que las ideas o esencias existen con anterioridad a los objetos sujetos

al flujo, y que la tendencia de toda evolución constituye un alejamiento de la perfección de

ideas y, por lo tanto, un descenso, un movimiento hacia la decadencia. En la historia de las

edades especialmente, no es sino el relato de la degeneración que obedece, en última

instancia, a la degeneración racial de la clase gobernante. (Debemos recordar aquí la estrecha

relación entre los conceptos platónicos de “raza”, “alma”, “naturaleza” y “esencia”). Hegel

cree, con Aristóteles, que las Ideas o esencias se encuentran en los objetos sujetos al flujo.

También al igual que Platón y Aristóteles, Hegel concibe las esencias, por lo

menos las de los organismos (y por consiguiente, también las de los estados), como almas o

“espíritus”.

Pero para Hegel, a diferencia de Platón, la tendencia de la evolución del mundo

sujeto a flujo no es descendente, no se aleja de la Idea, en continua decadencia; se dirige, más

bien tal como lo enseñaran Espeucipo y Aristóteles, hacia la Idea, hacia el progreso. Si bien

declara, con Platón, que “la cosa perecedera tiene su base en la esencia, y se origina en ella”,

Hegel insiste, esta vez en oposición a Platón, en que aún las esencias evolucionan. En el

universo de Hegel, como en el de Heráclito, todo se halla sujeto al flujo, y las esencias,

introducidas en un principio por Platón a fin de contar con algo estable, no se hallan libres de

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éste. Pero –téngase bien presente- este flujo no es decadencia: el historicismo de Hegel es

optimista. Sus Esencias y Espíritus son capaces, al igual que las almas de Platón, de moverse,

desarrollarse y crearse por sí solas. Y se autopropulsan en la dirección de la “causa final”

aristotélica o, como dice Hegel, hacia la “automaterializante causa final, automaterializada en

sí misma”. Esta causa final u objetivo de la evolución de las esencias es lo que Hegel

denomina “Idea absoluta” o, simplemente “la Idea”. (Esta Idea es, según lo dice Hegel,

bastante compleja; en efecto, es, por sí sola, lo Hermoso, el Conocimiento y la Actividad

Práctica, la Comprensión, el Bien Superior y el Universo Científicamente Contemplado. Pero

en realidad, no tenemos por qué preocuparnos por dificultades secundarias como éstas).

Podría decidirse que el mundo hegeliano del flujo se halla en un estado de “evolución

creadora” o “emergente”; cada una de esas etapas contiene a las anteriores, en las cuales se

origina, y cada nueva etapa sobrepasa todas las precedentes, acercándose cada vez más a la

perfección. De este modo, la ley general de la evolución es una ley de progreso, pero como

veremos más adelante, no de un progreso simple y directo, sino “dialéctico”.

Como ya hemos demostrado con diversas citas, continúa siempre diciendo

siempre Popper, el Hegel colectivista –al igual que Platón- concibe al estado como un

organismo y, siguiendo los pasos de Rousseau, que lo había dotado de una “voluntad general”

colectiva, Hegel le suministra una esencia consciente y pensante, su “Razón” o “Espíritu”.

Este Espíritu “cuya esencia misma es la actividad” (lo que muestra su dependencia de

Rousseau), es, al propio tiempo, el colectivo Espíritu de la Nación, que constituye el estado.

Llegamos así a la posición fundamental del método historicista, a saber, la de que

el método para adquirir el conocimiento de instituciones sociales tales como el Estado, debe

consistir en el Estudio de su historia o la historia de su “Espíritu”.

El otro de los dos pilares fundamentales del hegelianismo es la llamada filosofía

de la identidad, que es, a su vez, una aplicación de la dialéctica.

La idea rectora y al mismo tiempo, el eslabón entre la dialéctica de Hegel y su

filosofía de la identidad es la doctrina de Heráclito de la unidad de los opuestos. “La senda

que lleva hacia arriba y la que lleva hacia abajo son idénticas”, había dicho Heráclito, y Hegel

no hace sino repetir esto.

Su resultado principal es un positivismo ético y jurídico, la doctrina de que lo que

es, es bueno, puesto que no puede haber normas sino normas existentes; es la teoría de que la

fuerza es derecho.

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La dialéctica de Hegel obedece en gran medida a la intención de pervertir las

ideas de 1789. Hegel tenía plena conciencia del hecho de que el método dialéctico podía ser

utilizado para transformar una idea en su opuesto.

Pasamos ahora, dice Popper en el punto V, a la última parte de nuestra crítica del

hegelianismo, esto es, al análisis del grado de dependencia entre el tribalismo o totalitarismo

moderno y las teorías de Hegel.

El totalitarismo moderno es sólo un episodio dentro de la eterna rebelión contra la

libertad y la razón.

El factor que lo hizo posible fue el desmoronamiento de otro movimiento popular:

la Democracia Social o la versión democrática del marxismo que, a los ojos de la clase

trabajadora simbolizaba las ideas de libertad e igualdad.

Si enfocamos las similitudes entre el totalitarismo moderno y el hegelianismo,

surge que casi todas las ideas más importantes del totalitarismo moderno están heredadas

directamente de Hegel, quien coleccionó y conservó lo que A. Zimmer llamó el “arsenal de

armas para los movimientos autoritarios”.

Popper termina este punto con las palabras de Schopenhauer diciendo de Hegel lo

siguiente: ”Ejerció, no sólo sobre la filosofía sino sobre todas las formas de la literatura

germana, una influencia devastadora o, hablando con más rigor, aletargante y –hasta casi

podría decirse- pestífera. Es deber de todo aquel que se sienta capaz de juzgar con

independencia, combatir esta influencia tenazmente y en toda ocasión. Porque, si nosotros

callamos, ¿quién hablará?”

2.- El determinismo sociológico de Marx:

El filósofo que estamos estudiando, inicia este capítulo con la siguiente frase de

Walter Lippmann: Los colectivistas... sienten el afán del progreso, la simpatía hacia los

pobres; se consumen en un ardiente sentido de lo que está mal y en el impulso hacia las

grandes acciones: cualidades todas que han faltado al liberalismo de la últimas épocas. Pero

su ciencia se basa en un profundo malentendido... y sus acciones son, por lo tanto,

profundamente destructivas y reaccionarias. Así, destrozan los corazones de los hombres,

dividen sus mentes y les presentan alternativas imposibles.

Sigue afirmando que siempre ha formado parte de la estrategia de la rebelión

contra la libertad “sacar partido de los sentimientos sin desperdiciar las propias energías en

vanos esfuerzos para destruirlos”. Las ideas más caras a los humanitaristas frecuentemente

han sido proclamadas a voz en cuello por sus mortales enemigos, quienes, de este modo,

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entraron disfrazados de amigos al campo humanitarista, provocando la desunión y confusión

más completas. La estratagema ha tenido generalmente, un gran éxito, como lo muestra el

hecho de que muchos humanitaristas auténticos reverencian la idea platónica de la “justicia”,

la idea medieval del autoritarismo “cristiano”, la idea de Rosseau de la “voluntad general”.

No obstante, este método de asaltar, dividir y confundir el campo humanitarista, estructurando

una quinta columna intelectual, en gran parte inconsciente y, por lo tanto, doblemente eficaz,

alcanzó su mayor éxito sólo después de que el hegelianismo se hubo establecido como base de

un movimiento verdaderamente humanitarista, a saber, el marxismo, la forma más pura, más

desarrollada y más peligrosa del historicismo, de todas la que hemos examinado hasta ahora.

Existen profundas similitudes entre el marxismo, el ala hegeliana izquierda, y su

contraparte fascista.

También hay grandes diferencias pese a que su origen intelectual es casi idéntico

y no puede dudarse del impulso humanitario que mueve al marxismo.

Marx se sintió movido por el ardiente deseo de ayudar a los oprimidos y tuvo

plena conciencia de la necesidad de ponerse a prueba no sólo en las palabras sino también en

los hechos. Dotado principalmente de talento teórico, dedicó ingentes esfuerzos a forjar lo que

él suponía las armas científicas con que podría lucharse para mejorar la suerte de la gran

mayoría de los hombres.

A mi juicio, sigue Popper, la sinceridad en la búsqueda de la verdad y su

honestidad intelectual lo distinguen netamente de muchos de sus discípulos (si bien no escapó

por completo, desgraciadamente, a la influencia corruptora de una educación impregnada por

la atmósfera de la dialéctica hegeliana, “destructora de toda inteligencia” según

Schopenahauer). El interés de Marx por la ciencia y la filosofía sociales era,

fundamentalmente, de carácter práctico. Sólo vio en el conocimiento un medio apropiado para

promover el progreso del hombre.

¿ Por qué, entonces, atacar a Marx? Pese a todos sus méritos, Marx fue, a mi

entender, habla Popper un falso profeta. Profetizó sobre el curso de la historia y sus profecías

no resultaron ciertas. Sin embargo, no es ésta mi principal acusación. Mucho más importante

es que haya conducido por la senda equivocada a docenas de poderosas mentalidades,

convenciéndolas de que la profecía histórica era el método científico indicado para la

resolución de los problemas sociales. Marx es responsable de la devastadora influencia del

método de pensamiento historicista en las filas de quienes desean defender la causa de la

sociedad abierta.

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El marxismo es una teoría puramente histórica, una teoría que aspira a predecir el

curso futuro de las evoluciones económicas y, en especial, de las revoluciones. No

proporcionó ciertamente la base de la política del partido comunista ruso.

Lenin decidió adoptar ciertas medidas que significaban, en realidad, una regresión

limitada y pasajera a la empresa privada. La llamada N.E.P. (Nueva Política Económica) y los

experimentos posteriores –planes quinquenales, etc.- no tienen absolutamente nada que ver

con las teorías del socialismo científico sustentadas en otro tiempo por Marx y Engels.

Las vastas investigaciones económicas de Marx no rozaron siquiera los problemas

de una política económica constructiva, por ejemplo, la planificación económica. Como

admite Lenin, difícilmente haya una palabra sobre la economía del socialismo en la obra de

Marx, salvo esos inútiles lemas como el de dar “cada uno según su capacidad y a cada uno de

acuerdo con su necesidad ”.

Marx destacó la oposición existente entre el método puramente historicista y toda

tentativa de realizar un análisis económico en función de una planificación racional.

Las “inexorables leyes” de la naturaleza y del desarrollo histórico, de Marx,

revelan nítidamente la influencia de la atmósfera laplaciana y de los materialistas franceses.

La concepción historicista de Marx de los objetivos de la ciencia social, trastornó

profundamente el pragmatismo que originalmente lo había inducido a insistir sobre la función

predictiva de la ciencia. Ella lo obligó a modificar su idea original de que la ciencia podía y

debía transformar al mundo. En efecto, si había de existir una ciencia social y, en

consecuencia, el profetizar histórico, el curso principal de la historia debía hallarse

predeterminado y ni la buena voluntad ni la razón tendrían facultades suficientes para

alterarlo.

Marx no tenía una opinión muy elevada de los economistas burgueses como J. S.

Mill a quien consideraba un típico representante de “un sincretismo insípido y sin cerebro”.

Sin embargo, por otra parte, la coincidencia entre las ideas de Marx y las de Mill

es notable. Así, cuando Marx declara en el prefacio de “El Capital” que, “El objeto

fundamental de esta obra es exponer la ...ley del movimiento de la sociedad moderna”, bien

podría haber manifestado que estaba llevando a la práctica el programa de Mill.

3.- La autonomía de la sociología:

Popper inicia este título diciendo que puede hallarse una concisa formulación de

la oposición de Marx al psicologismo, es decir, a la plausible teoría de que todas las leyes de

la vida social deben ser reductibles, en última instancia, a las leyes psicológicas de la

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“naturaleza humana”, en su famosa sentencia: “No es la conciencia del hombre la que

determina su vida, sino más bien la vida social la que determina su conciencia”. La finalidad

del presente capítulo consistirá ante todo en dilucidar este aforismo. Y me apresuro a declarar

que al pasar a examinar lo que a mi juicio constituye el antipsicologismo de Marx, estaré

tratando una concepción que comparto, afirma el maestro vienés.

Frente a la teoría del psicologismo, sigue diciendo, los defensores de la autonomía

de la sociología pueden oponer ideas institucionalistas. Pueden señalar que ninguna acción se

podrá explicar teniendo en cuenta exclusivamente las motivaciones humanas.

Por el contrario, cualquier análisis de este tipo, presupone a la sociología, la cual

no puede depender enteramente del análisis psicológico. La sociología, o en todo caso una

parte importante de ella, debe ser autónoma.

Contra esta opinión, los partidarios del psicologismo pueden replicar que están

dispuestos a admitir la gran importancia de los factores ambientales, ya sean naturales o

sociales, pero que la estructura del medio social, a diferencia del medio natural, es obra del

hombre y deben ser explicables en función de la naturaleza humana, de acuerdo con lo

sostenido por la teoría psicologista.

Uno de los aspectos más encomiables del psicologismo, según Mill, es su sana

oposición al colectivismo y su rechazo del romanticismo de Rousseau o Hegel con su

voluntad general o su espíritu nacional y, quizá, su mentalidad de grupo. El psicologismo

tiene razón, a mi juicio, dice Popper, sólo en la medida en que insiste sobre lo que podría

llamarse “individualismo metodológico”, en oposición al “colectivismo metodológico”

sosteniendo que la “conducta” y las “acciones” de los entes colectivos tales como los estados

o grupos sociales deben reducirse a las conductas y a las acciones de los individuos humanos,

pero la creencia de que la elección de este método individualista supone la elección de un

método psicológico, es errónea.

Si hemos de intentar reducción alguna, será más conveniente efectuar la reducción

o interpretación de la psicología en función de la sociología, que a la inversa, expresa.

Esto nos conduce de regreso al aforismo de Marx, según el cual los hombres, las

mentes humanas, las necesidades, las esperanzas, los temores y expectativas, los móviles y

aspiraciones de los seres humanos, son el producto de la vida en sociedad y no sus creadores.

Mis argumentos contra el psicologismo, sigue, no deben ser interpretados

erróneamente. No es que los estudios psicológicos revistan muy poca importancia para la

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ciencia social, sino por el contrario, que la psicología es una de las ciencias sociales, aún

cuando no sea la base de toda la ciencia social.

Al defender y desarrollar la idea de Marx de que los problemas de la sociedad son

irreductibles a los de la “naturaleza humana”, me he permitido ir un poco más allá de los

argumentos sostenidos por Marx, quien nunca habló de psicologismo ni lo criticó

sistemáticamente.

Marx desarrolló algunas de las ideas de Hegel con respecto a la superioridad de la

sociedad sobre el individuo y se sirvió de ellas para combatir otras ideas de Hegel.

Considero a Mill, dice Popper, un adversario mucho más digno que Hegel; he

preferido apartarme del origen histórico de las ideas de Marx para darles la forma de un

argumento contra Mill.

4.- El historicismo económico:

Marx, sostienen tanto algunos marxistas como antimarxistas, insistió en la

influencia universal de los móviles económicos en la vida de los hombres demostrando que la

necesidad más imperiosa del hombre es la de procurarse un medio de subsistencia.

Sin embargo, para Popper, así se interpreta erróneamente a Marx.

La verdadera filosofía de la historia de Marx se denomina “materialismo

histórico”.

Marx sostiene que los fenómenos sociales deben ser explicados históricamente.

El historicismo de Marx se basa en la consideración de que la esfera de las

ciencias sociales coincide con la del método histórico o evolucionista y, especialmente, con la

profecía histórica.

5.- Las clases:

Entre los postulados del “materialismo histórico” de Marx se encuentra el

enunciado de que “la historia de todas las sociedades que han existido hasta el presente es la

historia de la lucha de clases”, sostiene el filósofo austríaco.

El destino del hombre está determinado por la guerra de clases y no por la guerra

de las naciones, según Marx, a diferencia de lo sostenido por Hegel y la mayoría de los

historiadores.

Una parte considerable de “El Capital” ha sido dedicada al análisis del mecanismo

mediante el cual dentro del período del “capitalismo”, como lo llama Marx, se obtiene un

aumento de la productividad por medio de éstas fuerzas.

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Según Marx, para Popper, el interés de clases en este sentido institucional o, si se

nos permite, “objetivo”, ejerce una influencia decisiva sobre las mentes humanas.

Los gobernantes se encuentran determinados por su situación de clase; no pueden

escapar de su relación social con los súbditos y están atados a ellos, puesto que se hallan

indisolublemente ligados con el metabolismo social. De este modo, todo el mundo,

gobernantes y súbditos por igual, son apresados por la red y obligados a luchar entre sí.

Los sistemas sociales o sistemas de clases cambian con las condiciones de la

producción, puesto que de estas condiciones depende la forma en que los gobernantes pueden

explotar y combatir a los gobernados.

Lo que mejor caracteriza un período histórico es su sistema de clases; por eso

hablamos de “feudalismo”, “capitalismo”, etc.

La fórmula “toda historia es una historia de las luchas de clases” es sumamente

valiosa como sugerencia de que debemos buscar el importante papel desempeñado por la

lucha de clases en la política como así también en otras actividades.

Uno de los peligros de la fórmula de Marx es el de que si se la toma demasiado al

pie de la letra induce erróneamente a interpretar todos los conflictos políticos como si fuesen

luchas entre explotadores y explotados ( o bien como tentativas de salvar el “abismo real”, el

conflicto de clase subyacente ).

En cambio, su tentativa de utilizar lo que podía llamarse “lógica de la situación de

clase” para explicar el funcionamiento de las instituciones del sistema industrial, me parece

admirable, pese a algunas exageraciones y al olvido de algunos importantes aspectos de la

situación; admirable, en todo caso, como análisis sociológico de esa etapa del sistema

industrial que Marx tenía principalmente en el pensamiento al escribir su obra: el sistema del

“capitalismo sin trabas” (como lo llamaremos de aquí en, adelante) de cien años atrás, termina

este aspecto Popper.

6.- El sistema jurídico y social:

Veamos lo que afirma respecto a este punto:

El sistema legal o jurídico-político –el sistema de las instituciones legales

impuestas por el estado- debe ser entendido, según Marx, como una de las superestructuras

levantadas sobre las fuerzas productivas concretas del sistema económico, de las cuales son,

al mismo tiempo, expresión.

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El estado, o, más especialmente, el sistema jurídico o político, emplea la fuerza.

Ella consiste, como dice Engels, “en una fuerza especial” para la coerción de los gobernados

por los gobernantes.

¿ Qué consecuencias se desprenden de esta teoría del estado ? La más importante

es que toda la política, todas las instituciones legales y políticas, como así también todas las

luchas políticas, nunca pueden ser de importancia primordial. La política es impotente. En

efecto, ella sola no puede alterar en forma decisiva la realidad económica; la principal, si no la

única tarea de toda actividad política bien inspirada, es la de vigilar que las modificaciones

del revestimiento jurídico político se mantengan acordes con los cambios operados en la

realidad social, es decir, con los medios de producción y con las relaciones entre las clases.

Otra importante consecuencia de la teoría es que, en principio, todo gobierno –aun

los democráticos- es una dictadura de la clase gobernante sobre la gobernada.

Lejos de mi la intención defender la teoría marxista del estado, sostiene su teoría

de la impotencia de toda política y, particularmente, su concepción de la democracia, no sólo

me parecen erróneas, sino fatalmente erróneas. Sin embargo, debe admitirse que detrás de

estas teorías tan inflexibles como ingeniosas, había una experiencia también inflexible y

deprimente. Y si bien Marx no logró, a mi entender, habla Popper, comprender el futuro que

tan ansiosamente deseaba prever, me parece que aun sus teorías equivocadas dan prueba de su

agudo conocimiento sociológico de las condiciones imperantes en su tiempo, como así

también de su irreductible humanitarismo y sentido de la justicia.

Es plausible sostener, por lo menos, que la llamada “Revolución Industrial” se

desarrolló principalmente, en un comienzo, como una revolución de los “medios materiales de

la producción” es decir, de las máquinas; que esto condujo luego a la transformación de la

estructura de clases de la sociedad y, de este modo, a un nuevo sistema social, y que las

revoluciones políticas y otras transformaciones del sistema jurídico llegaron más tarde sólo

como un tercer paso del mismo proceso, agrega.

Se desprende claramente de muchos pasajes de Marx que estas observaciones

sirvieron para confirmar su creencia de que el sistema jurídico-político era una mera

“superestructura” levantada sobre el sistema social, es decir, económico; teoría que, si bien la

experiencia subsiguiente no tardó en refutar, no sólo conserva un gran interés sino que

también, me atrevo a sugerir, contiene una buena parte de verdad.

El comentarista de “El Capital” que escribió: “A primera vista... puede llegarse a

la conclusión de que su autor es uno de los más grandes de los filósofos idealistas, en el

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sentido germano, es decir, en el mal sentido de la palabra. Pero en realidad es inmensamente

más realista que cualquiera de sus predecesores.....”., acertó en la tecla. Marx fue el último de

los grandes constructores de sistemas holistas. Bien nos cuidaremos, pues, de dejar las cosas

en ese punto, sin tratar de reemplazarlas por otro Gran Sistema. Lo que necesitamos no es

holismo sino una ingeniería social gradual.

Y concluimos con esto, dice Popper, nuestro análisis crítico de la filosofía

marxista del método de la ciencia social, de su determinismo económico y de su historicismo

profético. La prueba definitiva de un método corre por cuenta, sin embargo, de sus resultados

prácticos.

Pasaremos ahora, en consecuencia, agrega, a realizar un examen más detallado del

resultado principal de su método, la profecía del inminente advenimiento de la sociedad sin

clases.

7.- El advenimiento del socialismo:

El historicismo económico es el método aplicado por Marx al análisis de los

cambios inminentes de nuestra sociedad. Según Marx, todo sistema social particular debe

destruirse a sí mismo, simplemente porque debe crear las fuerzas destinadas a producir el

siguiente período histórico.

Explica Popper que Marx llevó a cabo el análisis de las fuerzas económicas

fundamentales y de las tendencias históricas suicidas del perído que denominó “capitalismo”,

en “El Capital”, la obra cumbre de su producción.

En el primer paso de su razonamiento, Marx analiza el método de la producción

capitalista y comprueba que existe una tendencia hacia el aumento de la productividad del

trabajo, relacionada con los progresos técnicos, como así también con lo que él denomina la

acumulación creciente de los medios de producción. Partiendo de esta base, el razonamiento

lo lleva a la conclusión de que en la esfera de las relaciones sociales entre las clases, esta

tendencia debe conducir a la acumulación de más y más riqueza en menos manos cada vez; es

decir que se observará una tendencia hacia el aumento de riqueza y la miseria; de riqueza en

la clase gobernante, la burguesía, y de miseria en la clase gobernada, la de los trabajadores.

En el segundo paso del razonamiento, continúa, se da por descontado el resultado

del primer paso. Y de allí se extraen dos conclusiones: primero, que todas las clases, salvo una

pequeña burguesía gobernante y una vasta y explotada clase trabajadora tienden a desaparecer

o a perder todo significado, y segundo, que creciente tensión entre estas dos clases debe

conducir a una revolución social.

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En el tercer paso del argumento se dan por sentadas, a su vez, las conclusiones

alcanzadas en el segundo paso, infiriéndose, por último, la conclusión final de que, tras la

victoria de los trabajadores sobre la burguesía, verá la luz una sociedad compuesta de una sola

clase o, lo que es lo mismo, una sociedad sin clases, una sociedad sin explotación; verá la luz

el socialismo.

Pasaremos ahora a examinar el tercer paso, termina diciendo, es decir, el de la

profecía final del advenimiento del socialismo.

Las principales premisas de este paso, son éstas: el desarrollo del capitalismo ha

conducido a la eliminación de todas las clases salvo dos, a saber, un pequeña burguesía y un

vasto proletariado, u el aumento de la miseria ha obligado a este último a rebelarse contra sus

explotadores. Las conclusiones son, primero: que los trabajadores deban ganar la lucha, y

segundo: que al eliminar la burguesía deben establecer una sociedad sin clases.

8.- La revolución social:

El segundo paso del argumento profético de Marx tiene por premisa básica, para

Popper, la hipótesis de que el capitalismo debe conducir necesariamente a una intensificación

de la riqueza y la miseria; de la riqueza en la burguesía numéricamente decreciente y de la

miseria en la clase trabajadora en aumento numérico.

La teoría de Marx de la creciente riqueza y miseria justifica, en verdad, la

desaparición de cierta clase media, a saber, la de los capitalistas débiles y pequeños

burgueses. “Cada capitalista hace a un lado a muchos de sus compañeros”, para decirlo con

las palabras de Marx, y estos ex capitalistas pueden verse reducidos, ciertamente, a la

condición de asalariados, lo cual para Marx es lo mismo que la de proletarios. Este

movimiento es parte del aumento de riqueza, de la acumulación, concentración y

centralización de un capital cada vez mayor en número de manos cada vez menor. Una suerte

análoga corren “los estratos inferiores de la clase media”, como dice Marx.

Pero por muy admirables que sean las observaciones de Marx, para Popper, el

cuadro es defectuoso. El movimiento por él investigado es un movimiento industrial; su

“capitalista” es el capitalista industrial, su “proletario” es el obrero industrial. Y pese al hecho

de que muchos obreros industriales provienen de la clase campesina, esto no significa que los

granjeros y agricultores, por ejemplo, se vean todos gradualmente reducidos a la posición de

obreros industriales.

El propio análisis de Marx revela que es de importancia vital para la burguesía

fomentar la división entre los asalariados y, como observa Marx, esto puede lograrse por lo

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menos de dos maneras distintas. Una de ellas consiste en la creación de una nueva clase

media, de un grupo privilegiado de asalariados que se sientan superiores a los trabajadores

manuales y que dependan, al mismo tiempo, de la merced de los gobernantes. La otra consiste

en la utilización del estrato más bajo de la sociedad, que Marx bautizó con el nombre de

“proletariado harapiento”. Es éste, según Marx, el campo apropiado para reclutar a los

delincuentes de toda laya, dispuestos siempre a venderse al enemigo de clase. La

intensificación de la miseria puede tender, como él mismo admite, a aumentar el número de

clase, proceso éste que difícilmente ha de contribuir a la solidaridad de los oprimidos.

Encontramos de este modo, en contra de lo sotenido por la profecía de Marx que

insiste en que debe desarrollarse una división neta entre dos clases, que es posible, sobre la

base de sus propias hipótesis, el desarrollo de la siguiente estructura de clases: (1) burguesía,

(2) grandes terratenientes, (3) otros terratenientes, (4) peones rurales, (5) nueva clase media,

(6) obreros industriales, (7) proletariado bajo. (Claro está que también puede desarrollarse

cualquier otra combinación de estas clases.) Y encontramos, además, que un proceso

semejante puede socavar la unidad de (6).

A primera vista, parece bastante claro lo que Marx quería decir cuando hablaba de

revolución social. Su “revolución social del proletariado” constituye un concepto histórico,

pues denota la transición del capitalismo al socialismo.

Pues bien; quisiera dejar perfectamente aclarado que es esta profecía de una

revolución posiblemente violenta lo que constituye, a mi juicio, desde el punto de vista de la

política práctica, el elemento más perjudicial del marxismo, expresa nuestro filósofo.

De acuerdo con su interpretación de la revolución social, cabe distinguir dos

grupos principales en el marxismo; un ala radical y un ala moderada (que corresponden

aproximada, aunque no exactamente, a los partidos comunista y demócrata social.

El argumento profético es insostenible e irreparable en todas sus interpretaciones,

ya sean radicales o moderadas.

Pero esta objeción, pese a todo lo práctica que es y a hallarse corroborada por la

experiencia, es apenas superficial. Los principales defectos de la doctrina son mucho más

profundos. En la objeción que ahora pasaremos a formular, trataremos de demostrar que tanto

el supuesto de la doctrina como sus consecuencias fácticas son tales que lo más probable es

que produzcan precisamente esa reacción antidemocrática de la burguesía que prevé la teoría,

pese a clamar (con ambigüedad) que la repudia: el fortalecimiento del elemento

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antidemocrático en la burguesía y, en consecuencia, la guerra civil. Y como ya sabemos, esto

puede conducir a la derrota y al fascismo.

La opinión a que nos referimos es, en pocas palabras, según Popper, que la

doctrina táctica de Engels y, en general, la violencia y la conquista del poder, hacen

imposible el funcionamiento de la democracia.

9.- El capitalismo y su destino:

Según la teoría de Marx, manifiesta el autor, el capitalismo opera bajo el influjo

de contradicciones internas que amenazan llevarlo a la ruina. El análisis minucioso de esta

contradicciones y del movimiento histórico que imprimen a la sociedad, constituye el primer

paso del razonamiento profético de Marx. Dicho paso no sólo es el más importante de toda su

teoría, sino también aquel al que le dedicó el mayor trabajo, puesto que prácticamente el total

de los tres volúmenes que forman “El Capital”- (más de 2.200 páginas en la edición original)-

se halla consagrado a su elaboración. Es asimismo, el paso menos abstracto del razonamiento

puesto que está basado en un análisis descriptivo –fundamentado en la estadística- del sistema

económico de su tiempo, esto es, el capitalismo sin trabas. Como dice Lenin: “Marx deduce la

inevitabilidad de la transformación de la sociedad capitalista en el socialismo, íntegra y

exclusivamente a partir de la ley económica del movimiento de la sociedad contemporánea”.

Marx cree, según Popper, que la competencia capitalista determina la conducta

del capitalista aunque éste no lo quiera. Así, lo fuerza a acumular capital y, al hacerlo, actúa

en contra de sus propios intereses económicos a largo plazo (ya que la acumulación del capital

tiende a producir una caída en los beneficios).

Pero aun cuando opere en contra de su interés personal, actuará en beneficio del

desarrollo histórico; trabajará, sin saberlo, para el progreso económico y el socialismo. Esto se

debe al hecho de que la acumulación del capital significa: a) una mayor productividad, una

mayor riqueza y la concentración de ésta en pocas manos; y b) una mayor pobreza y miseria:

los trabajadores apenas logran subsistir con salarios bajos, de hambre, principalmente por el

hecho de que el excedente de trabajadores, el llamado “ejército industrial de reserva”,

mantiene los salarios al nivel más bajo posible. El ciclo económico impide, durante cualquier

lapso, la absorción de este excedente de mano de obra por parte de la industria en crecimiento.

Aun cuando lo desearan, los capitalistas no podrían modificar estos hechos, pues el personaje

decreciente de sus beneficios torna su propia situación económica demasiado precaria para

poder emprender cualquier acción eficaz. En esta forma, la acumulación capitalista resulta ser

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un proceso suicida y contradictorio, aun cuando fomente el progreso técnico, económico e

histórico hacia el socialismo.

La situación táctica parece bastante simple, dice Popper. Gracias a la profecía de

Marx, los comunistas sabían a ciencia cierta que la miseria no habría de tardar en aumentar.

También sabían que el partido no podría ganarse la confianza de los trabajadores sin luchar

por ellos y con ellos para lograr el mejoramiento de sus condiciones de vida. Estos dos

supuestos fundamentales determinaron claramente los principios de su táctica general.

Hagamos que los trabajadores exijan su parte, apoyémolos en cada uno de los episodios de su

lucha incesante por el pan y el techo, luchemos con ellos tenazmente por la satisfacción de sus

exigencias prácticas, ya sean económicas o políticas, y de este modo nos ganaremos su

confianza. Al mismo tiempo, los trabajadores aprenderán bien pronto que les es imposible

mejorar apreciablemente su suerte con estas pequeñas batallas y que nada sino una revolución

radical puede reportarles verdaderos progresos. En efecto, todas esas batallas insignificantes

están condenadas al fracaso; ya sabemos por Marx que los capitalistas, simplemente, no

pueden transigir y que, en última instancia, la miseria debe aumentar. En consecuencia, el

único resultado –si bien valioso- del batallar cotidiano de los obreros contra sus opresores es

una intensificación de su conciencia de clase, en ese sentimiento de unidad que sólo puede

adquirirse en el combate, junto con la dura convicción de que sólo la revolución puede

ayudarlos en su miseria. Una vez alcanzada esta etapa, habrá sonado la hora de la victoria

final.

Pues bien; en esta estado de cosas los comunistas piensan que su política debe

cambiar radicalmente, piensa Popper. Es forzoso entonces, dicen, hacer algo para que se

cumpla la ley del aumento de la miseria: por ejemplo, despertar la inquietud colonial (aun allí

donde no haya ninguna probabilidad de revolución) con el fin general de contrarrestar el

aburguesamiento de los trabajadores, y adoptar una política que fomente toda suerte de

catástrofes. Pero esta nueva política destruye la confianza de los trabajadores. Los comunistas

pierden afiliados, con excepción de aquellos que carecen de experiencia en las verdaderas

luchas políticas; pierden justamente aquellos miembros que denominan la “vanguardia de la

clase trabajadora”; su principio tácito: “cuanto peores sean las cosas tanto mejores serán,

puesto que la miseria habrá de precipitar la revolución”, hace sospechar a los trabajadores. En

efecto, los obreros son realistas y si hemos de ganar su confianza debemos trabajar para

mejorar su destino.

10.- Valoración de la profecía de Marx:

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Los argumentos en que reposa la profecía histórica de Marx carece de validez,

dice el autor. Su ingeniosa tentativa de extraer conclusiones proféticas de la observación de

las tendencias económicas contemporáneas fracasó lamentablemente. Y la razón de este

fracaso no reside en una posible insuficiencia de la base empírica del argumento. El análisis

sociológico y económico marxista de la sociedad contemporánea puede haber sido algo

unilateral pero, pese a esta tendencia, es excelente en la medida en que involucra una

descripción de los hechos. La razón del fracaso de Marx como profeta reside enteramente en

la pobreza del historicismo como tal, en el simple hecho de que aun cuando observemos lo

que hoy parece ser una inclinación histórica, no podemos saber si mañana habrá de tener o no

la misma apariencia.

Pero, para Popper, las cosas siguieron un curso diferente. El elmento profético del

credo marxista predominó en las mentes de sus adeptos. Hizo a un lado todo lo demás,

desterrando el poder del juicio frío y crítico al destruir la creencia de que es posible cambiar el

mundo por medio de la razón. Todo lo que quedó de la enseñanza de Marx fue la filosofía

oracular de Hegel que bajo el atavío marxista hoy amenaza paralizar la lucha por la sociedad

abierta expresa el autor vienés.

11.- La teoría moral del historicismo:

El pensamiento de Popper, es el siguiente:

La tarea que el propio Marx se propuso en “El Capital” fue descubrir las leyes

inexorables del desarrollo social.

No fue el descubrimiento de leyes económicas, que hubieran sido útiles al

tecnólogo social; ni tampoco el análisis de las condiciones económicas, que hubiera permitido

la materialización de objetivos socialistas tales como los precios justos, la distribución

equitativa de la riqueza, la seguridad, la planificación racional de la producción y, sobre todo,

la libertad; ni tampoco, siquiera, una tentativa de analizar y aclarar dichos objetivos.

Después de todo, la condenación marxista del capitalismo es, es esencia, una

condenación moral.

Al hacer tanto hincapié en el aspecto moral de las instituciones sociales, Marx

destacó nuestra responsabilidad aun por las más remotas repercusiones sociales de nuestros

actos; por ejemplo, aquellos que pueden contribuir indirectamente a prolongar la existencia de

instituciones socialmente injustas.

Pero si bien “El Capital” es principalmente, en realidad, un tratado de ética social,

estas ideas éticas nunca se presentan como tales.

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La actitud de Marx hacia el cristianismo se halla íntimamente relacionada con

estas convicciones y con el hecho de que en su época era característica del “Cristianismo

Oficial” una hipotética defensa de la explotación capitalista.

Si este tipo de “cristianismo” ha desaparecido hoy día de los países más

adelantados del planeta, se debe, en gran medida, a la reforma moral realizada por Marx.

Entendió Marx, que bajo el capitalismo debíamos someternos a “leyes

inexorables” y al hecho de que todo lo más que podemos hacer es “acortar y disminuir los

dolores del nacimiento” de las “fases naturales de su evolución”. Existe un profundo abismo

entre el activismo de Marx y su historicismo, abismo ahondado por su doctrina de que

debemos someternos a las fuerzas puramente irracionales de la historia. En efecto, puesto que

acusó de utópica toda tentativa de utilizar la razón a fin de planificar para el futuro, la razón

no puede desempeñar papel alguno en la construcción de un mundo más razonable. A mi

juicio, según Popper, una opinión semejante no puede ser defendida sin conducir

necesariamente al misticismo. Debemos admitir, no obstante, que parece haber una

posibilidad teórica de salvar este abismo, si bien no considero que el puente sea lo bastante

sólido. Su esbozo puede hallarse en los escritos de Marx y Engels, bajo la forma de lo que

llamaremos su teoría historicista.

Podemos calificar de historicista esta teoría moral porque sostiene que todas las

categorías morales dependen de la situación histórica; en el campo de la ética se la suele

denominar relativismo histórico.

Pero este “relativismo histórico” no agota, en modo alguno, el carácter historicista

de la teoría marxista de la moral.

Al fundar las aspiraciones socialistas en una ley económica racional del desarrollo

social, en lugar de justificarla sobre terreno moral, Marx y Engels proclamaron al socialismo

como una necesidad histórica.

Es mi convicción, dice Popper, que Marx no habría defendido nunca seriamente el

positivismo moral bajo la forma de futurismo moral si hubiera advertido que ello suponía el

reconocimiento de que la fuerza futura es el derecho. Pero hay otros que poseen este mismo

amor apasionado a la humanidad, que son futuristas morales nada más que por estas

consecuencias, es decir, porque son oportunistas ansiosos de incorporarse al bando vencedor.

El futurismo moral se halla ampliamente difundido en la actualidad. Su base más profunda, no

oportunista, es probablemente la creencia de que el bien debe triunfar “finalmente” sobre el

mal.

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12.- La sociología del conocimiento:

Para el autor, difícilmente pueda ponerse en duda que las filosofías historicistas de

Hegel y Marx son productos característicos de su tiempo, tiempo de transformaciones

sociales. Al igual que los sistemas de Heráclito y Platón, de Comte y Mill, de Lamarck y

Darwin, son filosofías del cambio que dan testimonio de la tremenda y hasta aterradora

impresión producida por el mudable medio social en el espíritu de aquellos que viven en su

seno. Platón reaccionó ante esta situación intentando detener todo cambio. Los filósofos

sociales más modernos parecen reaccionar en forma muy diferente, puesto que no sólo

aceptan las transformación, sino que la reciben con los brazos abiertos; sin embargo, nos

parece que este amor al cambio tiene también su reverso. En efecto, aun cuando hayan

abandonado toda esperanza de detenerlo, tratan, como historicistas, de predecirlo y de ponerlo

bajo control racional, lo cual no parece sino una tentativa de dominarlo. De modo que, según

se ve, también el historicista experimenta todavía sus terrores frente al cambio.

En nuestros propios tiempos de transformaciones todavía más súbitas, no sólo

queremos predecirlas, sino también controlarlas por medio de planificaciones centralizadas en

gran escala. Estos puntos de vista holistas representan una transacción, por así decirlo, entre

las teorías platónicas de detener el cambio, junto con la doctrina marxista de su inevitabilidad,

producen, a manera de “síntesis hegeliana”, la exigencia de que el cambio, ya que no puede

detenerse por completo, sea por lo menos “planificado” y regulado por el estado cuyo poder

debe extenderse considerablemente.

Termina este punto, Popper diciendo que la sociología del conocimiento arguye

que el pensamiento científico y, en particular, el pensamiento referente a asuntos sociales y

políticos, no se desarrolla en un vacío absoluto sino dentro de una atmósfera socialmente

condicionada.

Puede considerarse la sociología del conocimiento como la versión hegeliana de la

teoría Kantiana del conocimiento, pues prolonga las líneas de la crítica Kantiana de lo que

podríamos denominar teoría “pasivista” del conocimiento.

La sociología del conocimiento o “sociologismo” está, evidentemente,

íntimamente relacionada con él (si no es igual), estribando la única diferencia quizá, en que,

bajo la influencia de Marx, subraya que el desarrollo histórico no produce un “espíritu

nacional” uniforme, como sostuvo Hegel, sino más bien varias “ideologías totales”, a veces

opuestas, dentro de una misma nación, de acuerdo con la base, el estrato o el habitat sociales

de aquellos que las sustentan.

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La sociología del conocimiento, pertenece precisamente a este grupo, junto con el

psicoanálisis y ciertos sistemas filósoficos que procuran poner en descubierto las

“vacuidades” de los dogmas de sus adversarios.

13.- La filosofía oracular y la rebelión contra la razón:

Para Popper, Marx fue racionalista. Junto con Sócrates y Kant, dice, vio en la

razón la base de la unidad del género humano. Pero su doctrina de que nuestras opiniones se

hallan determinadas por los intereses de clase apresuró la declinación de esa creencia. Al igual

que en la doctrina hegeliana de que nuestras ideas se hallan determinadas por los intereses y

tradiciones nacionales, la teoría marxista tendió a socavar la fe racionalista. De este modo,

amenazada a derecha e izquierda, la actitud racionalista frente a los problemas sociales y

económicos no pudo resistir el embate conjunto de la profecía historicista y del irracionalismo

oracular. He aquí, pues, por qué el conflicto entre el racionalismo y el irracionalismo se ha

convertido en el problema intelectual, y quizá incluso moral, más importante de nuestro

tiempo.

La posición que hemos adoptado aquí, agrega el filósofo, difiere profundamente

de la concepción corriente de la razón, originalmente platónica, que la ve como una especie de

“facultad” que los hombres poseen y pueden desarrollar en distinto grado. Admitimos que los

dones intelectuales puedan diferir efectivamente y contribuir a la razonabilidad; pero ello no

es necesario. Algunos hombres inteligentes pueden ser en extremo irrazonables y aferrarse a

sus prejuicios, negándose a escuchar a los demás. De acuerdo con nuestra concepción, sin

embargo, no sólo debemos nuestra razón a los demás, sino que no es posible, en ningún caso,

exceder a los demás en razonabilidad en un forma que pudiera justificar alguna pretensión de

autoridad; el autoritarismo y el racionalismo, tal como nosotros lo entendemos, no pueden

conciliarse, puesto que la argumentación –incluida la crítica y el arte de escuchar la crítica- es

la base de la razonabilidad.

Llamamos “verdadero racionalismo” al de Sócrates, esto es, a la conciencia de las

propias limitaciones; a la modestia intelectual de aquellos que saben con cuánta frecuencia

yerran y hasta qué punto dependen de los demás aun para la posesión de este conocimiento; a

la comprensión de que no debemos esperar demasiado de la razón, de que todo argumento

raramente deja aclarado un problema, si bien es el único medio para aprender, no para ver

claramente, pero sí para ver con mayor claridad que antes.

Hemos tratado de analizar aquellas consecuencias del racionalismo y del

irracionalismo que, en mi caso personal, dice Popper, me habían inducido a inclinarme por el

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primero. Quisiera repetir que la decisión es, en gran medida, de carácter moral. Es la decisión

de ceñirse uno mismo a la razón. He ahí, pues, la diferencia entre las dos concepciones; en

efecto, el irracionalismo también se sirve de la razón pero sin ningún sentimiento de

obligación y la deja y vuelve a tomarla a su antojo, en cualquier momento. Pero para mí la

única actitud digna de ser considerada moralmente justa es aquella que reconoce que, al igual

que a nosotros mismos, debemos tratar a los demás hombres como seres racionales.

La única razón, por la cual, a pesar de todo esto, he escogido la monumental obra

historicista de Toynbee para acusarla de irracionalidad es que, sólo viendo los efectos de este

veneno en una obra de tanto mérito, se llega a apreciar plenamente el peligro que entraña.

Lo que calificamos de irracionalismo en Toynbee encuentra expresión de diversos

modos. Uno de ellos es su aceptación de una difundida y peligrosa moda de nuestra época.

Me refiero a la de no tomar los argumentos en serio y al pie de la letra –por lo menos en un

primer examen- viendo de ellos, solamente, una forma de expresión de motivos y tendencias

irracionales más profundos.

No creo correr peligro de que se me acuse de apologista de Marx, insiste, si

defiendo su racionalidad contra Toynbee. En efecto, en este punto ya no estamos de acuerdo:

Toynbee no trata a Marx como a un ser racional, a un hombre capaz de exponer argumentos

en defensa de lo que enseña (que es, por otra parte, lo que hace todo el mundo). En realidad,

el tratamiento de Marx y sus teorías no hace sino ilustrar la impresión general provocada por

la obra de Toynbee de que los argumentos sólo son una forma del lenguaje carente de

importancia, y que la historia de la humanidad es un cúmulo de sentimientos, pasiones,

religiones, filosofías irracionales y, tal vez, de arte y poesía, pero que nada tiene que ver con

la historia de la razón o de la ciencia humanas. (Nombres como los de Galileo y Newton,

Harvey y Pasteur, no desempeñan el menor papel en los primeros seis tomos del estudio

historicista que hace Toynbee del ciclo vital de las civilizaciones),

El socialismo, nos dirá el marxista, es la esencia de la forma de vida marxista; es

un elemento original del sistema marxista que no puede remontarse ni al hegelianismo ni al

cristianismo ni al judaísmo ni a ninguna otra fuente premarxista. Tal la propuesta hecha por

Toynbee en boca de un marxista, pese a que cualquier marxista, aun cuando no hubiere leído

nada más que el Manifiesto, sabría que el propio Marx, ya en el año 1847, distinguía unas

siete u ocho “fuentes premarxistas” diferentes del socialismo, y entre ellas, incluso, la que

había calificado de socialismo “clerical” o “cristiano”, y que nunca soñó haber descubierto el

socialismo, ya que lo único que reclamó para sí fue el mérito de haberlo hecho racional.

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No quisiera que se me interpretara erróneamente, agrega. No siento ninguna

hostilidad hacia el misticismo religioso ( y sí, tan sólo, hacia el intelectualismo

antirracionalista militante) y sería el primero en combatir cualquier tentativa de reprimirlo.

Lejos de mí la intención de propiciar la intolerancia religiosa. Pero sostengo que la fe en la

razón, el racionalismo, el humanitarismo o el humanismo tienen el mismo derecho que

cualquier otro credo a contribuir al mejoramiento de los asuntos humanos y, especialmente, al

control de la delincuencia internacional y al establecimiento de la paz. “El humanista” –

expresa Toynbee- concentra deliberadamente toda su atención y sus esfuerzos sobre... el

objetivo de colocar los asuntos humanos bajo el control del hombre.

Pero el humanismo es, después de todo, una fe que se ha puesto a prueba con los

hechos y tan bien, quizá, como cualquier otro credo. Y si bien pienso, sigue Popper, como la

mayoría de los humanistas, que el cristianismo puede contribuir considerablemente a

establecer la hermandad de los hombres al predicar la paternidad de Dios, también creo que

quienes socavan la fe del hombre en la razón no pueden contribuir, por cierto, a este fin.

14.- ¿ Tiene la historia algún significado?:

Dice Popper, y son sus palabras que, al acercarnos al final de este libro, quisiera

recordar nuevamente al lector que estos capítulos no pretendían constituir una historia

acabada del historicismo; trátase tan sólo de notas marginales dispersas referentes a dicha

historia y, por lo demás, bastante personales. El hecho de que formen, además una especie de

introducción crítica a la filosofía de la sociedad y de la política, se halla íntimamente

relacionado con esa característica, pues el historicismo es una filosofía social, política y moral

(o quizá fuera más justo decir inmoral) y ha tenido, como tal, una enorme influencia desde los

albores de nuestra civilización. Resulta casi imposible, por lo tanto, comentar su historia sin

analizar los problemas fundamentales de la sociedad, de la política y de la moral. Pero un

análisis tal, admitiéndolo o no, deberá contener siempre un fuerte elemento personal. Esto no

significa que gran parte de este libro sea puramente una cuestión de opinión; en los pocos

casos en que he explicado mis decisiones o proposiciones personales con respecto a

cuestiones morales o políticas, siempre dejé bien sentado el carácter personal de dicha

decisión. Significa, más bien, que la elección del tema a tratar es un cuestión de carácter

personal en mucha mayor grado que lo que sería en el caso, digamos, de un tratado científico.

Dijimos antes, sigue, que las interpretaciones podrían ser incompatibles; pero

mientras las consideremos nada más que cristalizaciones de otros puntos de vista, no lo serán.

Por ejemplo, la interpretación de que el hombre progresa incesantemente (hacia la sociedad

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abierta a alguna otra meta) es incompatible con la de que retrocede permanentemente. Pero el

“punto de vista” de quien mira la historia humana como historia del progreso no es

necesariamente incompatible con el de quien la mira como la historia humana como historia

de la regresión; es decir que podríamos escribir una historia del progreso humano hacia la

libertad (conteniendo, por ejemplo, la narración de la lucha contra la esclavitud) y otra

historia de la regresión y la opresión humanas (incluyendo, tal vez, cuestiones tales como el

impacto de la raza blanca sobre las de color) ; y estas dos historias no tendrían por qué estar

en conflicto; al contrario, podrían incluso complementarse mutuamente, tal como ocurre con

dos enfoques, desde ángulos diferentes, de un mismo paisaje.

En resumen, no puede haber historia de “el pasado tal como ocurrió en la

realidad”; sólo puede haber interpretaciones históricas y ninguna de ellas definitiva; y cada

generación tiene derecho a las suyas propias. Pero no sólo tiene el derecho sino, incluso,

cierta obligación, pues existen necesidades apremiantes que deben ser satisfechas. Así,

queremos saber cómo se relacionan nuestras dificultades presentes con el pasado, y queremos

saber a lo largo de qué camino puede realizarse el avance hacia el cumplimiento y solución de

las que hemos elegido por tareas fundamentales. Son palabras de Popper y seguimos:

¿Pero existe una clave tal?. ¿Hay realmente un significado de la historia?.

El historicismo es un elemento necesario de la religión. Pero nosotros no podemos

admitirlo; sostenemos en cambio que una opinión semejante es el producto exclusivo de la

idolatría y la superstición, no sólo desde el punto de vista racionalista o humanista, sino

también desde el propio punto de vista cristiano.

¿Qué hay debajo de ese historicismo teísta? Siguiendo a Hegel, considera la

historia –la historia política- como un escenario o, mejor dicho, como un extenso drama

shakesperiano donde los hérores son, para el auditorio, las “grandes personalidades históricas”

o el género humano en abstracto.

Si pensamos que la historia progresa o que debemos progresar, cometemos

entonces el mismo error que quienes creen que la historia tiene un significado que sólo resta

descubrir y que no es necesario darle, pues progresar es avanzar hacia un fin determinado,

hacia un fin que existe para nosotros en nuestro carácter de seres humanos. La “historia” no

puede hacer eso; sólo nosotros, individuos humanos, podemos hacerlo; y podemos hacerlo

defendiendo y fortaleciendo aquellas instituciones democráticas de las que depende la libertad

y, con ella, el progreso. Y lo haremos mucho mejor a medida que nos vayamos tornando

conscientes del hecho de que el progreso reside en nosotros, en nuestro desvelo, en nuestros

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esfuerzos, en la claridad con que concibamos nuestros fines y en el realismo con que los

hayamos elegido.

En lugar de posar como profetas debemos convertirnos en forjadores de nuestro

destino. Debemos aprender a hacer las cosas lo mejor posible y a descubrir nuestros errores. Y

una vez que hayamos desechado la idea que la historia del poder es nuestro juez, una vez que

hayamos dejado de preocuparnos por la cuestión de si la historia habrá o no de justificarnos,

entonces quizá, algún día, logremos controlar el poder. De esta manera podremos, a nuestro

turno, llegar a justificar a la historia. Y por cierto que necesita seriamente esa justificación.

-V-

REFLEXION FINAL

El estudio de las tres obras objeto de este trabajo, es decir, “Conjeturas y

Refutaciones”, “La Lógica de la Investigación Científica” y “La Sociedad Abierta y sus

Enemigos”, han dejado en nuestro espíritu una fuerte impresión por la elevadísima versación

filosófica y sociológica del autor.

Nos ha enseñado, con el primero de ellos, “Conjeturas y Refutaciones”, que

podemos aprender de nuestros errores y que criticando intentos y destacando desaciertos

podemos llegar a la solución de los más intrincados problemas. Que el conocimiento

científico progresa y se desarrolla en base a conjeturas que son objeto de críticas o

refutaciones y que a medida que aprendemos de nuestros errores, el conocimiento aumenta

aunque, como dice Popper, nunca podamos llegar a la certeza.

La segunda obra, “La Lógica de la Investigación Científica” nos transmite que

existe el método de la discusión racional que no es característico exclusivamente de la

filosofía, sino también de las ciencias de la Naturaleza y que consiste en enunciar claramente

los propios problemas y examinar críticamente las diversas soluciones propuestas. Además,

refiriéndose al principio de inducción, Popper nos enseña que el mismo no puede ser una

verdad puramente lógica. Que el principio de inducción tiene que ser un enunciado sintético,

es decir uno cuya negación no sea contradictoria, sino lógicamente posible, afirmando

también que cuando se admite el principio de inducción aparecen con facilidad incoherencias.

Así, si se intenta sostener que se sabe por experiencia que algo es verdadero, reaparecen los

mismos problemas que motivaron su introducción: para justificarlo tenemos que utilizar

inferencias inductivas y para justificar éstas, debemos suponer un principio de inducción de

orden superior, y así sucesivamente.

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Ello explica que no se puede fundamentar el principio de la inducción en la

experiencia, ya que nos lleva inevitablemente, a una regresión infinita, según el autor.

Popper desarrolla en esta obra la teoría que se opone a los intentos de apoyarse en

las ideas de una lógica inductiva. Es la teoría del método deductivo de contrastar, al que nos

hemos referido en el curso de esta monografía.

En el último libro, “La Sociedad Abierta y sus Enemigos”, el autor demuestra su

sabiduría y afinada sagacidad en el análisis de los problemas de la política y la sociología

estudiando con hondura los temas del marxismo y del capitalismo, el historicismo económico,

las clases sociales, la revolución social, la sociología del conocimiento y otros aspectos

vinculados a estos títulos.

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