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La Herejia de Horus 01 - Horus, Senor de - Dan Abnett

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Primer libro de la saga.

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  • HORUS SEOR DE LA GUERRA

  • LA HEREJA DE HORUS

    HORUS SEOR DE LA GUERRA

    Dan Abnett

    timunmas

  • Este libro no podr ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados

    llustraci6n de cubierta: Neil Robens

    T tulo original: Horus Rising Traduccin: Cemma Callan

    Asesor de espaol para BL Publishi ng: J. A. Miguel Racher

    Pri mera edicin: octubre de 2006 Tercera impresin: abril de 2008

    2006, Carnes Workshop Li mitcd. AII rights us"wd 2007, de la traduccin: Carnes Workshop Limited. AlI rights ustrwd

    Traducido y distribuido bajo licencia por Scyla Editores, S. A.

    Btck Libmry, t/u Btck Libmry logo, Black Fltmu, BL Pllblishing, Gonus \'(Iorksbop, tht Gamts WorRshop lago nnd nll IlSsociattd morRs, namts, chnrncurs, illustratiom and imagts from tht

    Warhammtr 40.000 ImiwTSt nrt tithtr , TM nndlor Gnmts Workshop Ud 2000-2006, vnriably rtglJttrtd in t/u UK and othtr cOlmtrits around tht world. Al' rig/m rtStrlltd

    Scyla Editores, S. A . 2008 Diagonal, 662-64. 08034 Barcelona (Espaa)

    Timun Mas es marca registrada por Scyla Editores, S. A. www.timunmas.com

    ISBN,97B-B4-4BO-4392-6 Preimpresin: Lozano Faisana, S. L. DepsitO Icgal: M. 19.924 - 2008

    Impreso en Espaa por Brosmac. S. L.

  • Para Rick Priestley, John Blanche y Atan Merrett, arquitectos de! Imperio

    Mi agradecimiento a Graham McNei!! ya Ben Counter, a Nik y Lindsey, y a Geoff Davis de GW Maidstone

  • LA HEREJA DE HORUS Una poca legendaria

    Hroes extraordinarios combaten por el derecho a gobernar la galaxia. Los inmensos ejrcitos del Emperador de

    Terra han conquistado la galaxia en una gran cruzada; los guerreros de lite del Emperador han aplastado y eliminado de la

    faz de la historia a las innumerables razas aliengenas.

    El amanecer de una era nueva de supremaca de la humanidad se alza en el horizonte.

    Ciudadelas fulgurames de mrmol y oro celebran las muchas victorias del Emperador. Arcos triunfales se erigen en un milln

    de mundos para dejar constancia de las hazaas picas de sus guerreros ms poderosos y letales.

    Situados en primer lugar entre todos ellos estn los primarcas, seres pertenecientes a la categora de superhroes que han

    conducido los ejrcitos de marines espaciales del Emperador en una victoria tras otra. Son imparables y magnficos,

    el pinculo de la experimentacin gentica. Los marines espaciales son los guerreros ms poderosos que la galaxia haya conocido, cada uno capaz de superar a.un centenar

    o ms de hombres normales en combate.

    Organizados en ejrcitos inmensos de decenas de miles de hombres llamados legiones, los marines espaciales y sus jefes primarcas conquistan la galaxia en nombre del Emperador.

    El ms importante entre 105 primarcas es Horus, llamado el Glorioso, la Estrella Ms Brillante, el favorito del Emperador,

    e igual que un hijo para l. Es el seor de la guerra, el comandante en jefe del podero militar del Emperador,

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  • dominador de un milln de mundos y conquistador de la galaxia. Se trata de un guerrero sin igual, un diplomtico

    emmente.

    Horus es una estrella ascendente, pero hasta qu altura puede llegar una estrella antes de caer?

  • Los primarcas HORUS

    ROGALDORN SANGUINIUS

    DRAMATIS PERSONAE

    Primer primarca y Seor de la Guerra, comandante en jefe de los Lobos Lunares Primarca de los Puos Imperiales Primarca de los ngeles Sangrientos

    Legin de los Lobos Lunares EZEKYLE ABAD DON T ARlK TORGADDON IACTON QRUZE

    HASTUR SEjANUS HORUS AxIMAND SERGHAR T ARGOST GARVIEL LOKEN Luc SEDIRAE TYBALT MARR VERULAM Moy LEV GOSHEN KALus EKADDON FALKUS ](BRE

    NERO VIPUS XAVYER JUBAL MALOGHURST

    Primer capitn Capitn de la Segunda Compaa El Que se Oye a Medias, capitn de la Tercera Compaa Capitn de la Cuarta Compaa Pequeo Horus, capirn de la Quinta Compaa Capitn de la Sptima Compaa, Seor de la Logia Capitn de la Dcima Compaa Capitn de la 13' Compaa El Uno, capitn de la 18' Compaa El Otro, capitn de la 19' Compaa Capitn de la 25' Compaa Capitn de la Escuadra Guadaa Catulana Aniquilador, capitn, Escuadra Exterminadora Justaerin Sargento, Escuadra Tctica Locasta Sargento, Escuadra Tctica Hellebore El Retorcido, palafrenero del seor de la guerra

    Legin de los Portadores de la Palabra EREBUS Primer capelln

    Legin de los Puos Imperiales SIGISMUND Primer capitn

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  • Legin de los Hijos del Emperador EIDOLON LUCIUS SAOL T ARVTTZ

    Comandante general Capitn Capitn

    Legin de los ngeles Sangrientos RALDORON Senor del Captulo

    Flota de la 63' Expedicin Imperial BOAs COMNENUS Senor de la Flota HEKTOR V ARVARAS ING MM SING ERFA HINE SWEQ CHOROGUS REGULUS

    Gran comandante del ejrcito Senara de los Astrpatas

    Ilustre superior de la Navis Nobilite Adepto, enviado del Mechanicus marciano

    Flota de la 140' Expedicin Imperial M ATHANUAL AUGUST Senor de la Flota

    Personajes imperiales KVRlL SINDERMANN Iterador principal IGNACE iCARKAsY Rememorador oficial, poeta MERSADIE OUTON Rememoradora oficial, documentalista EUPHRATI KEELER Rememoradora oficial, imaginista PEETER EGON MOMUS Arquitecto designado AENID RATHBONE Suma administratrix

    Personajes no imperiales ] EPHTA NAUD Comandante general de los ejrcitos interexianos DIATH SHEHN Abrocarius AsHEROT Kinebrach asistente, guardin de la Galera de los

    Artefactos MITHRAS TULL Comandante subalterno de los ejrcitos

    interexianos

  • PRIMERA PARTE

    LOS ENGAADOS Yo estaba all el da que HOn/s mat al Emperador ...

  • Los mitos crecen como cristales, segn su propia estruc-tura recurrente; pero es necesaria la existencia de un ncleo apropiado para iniciar su crecimiento.

    Atribuida al reme morador KOESTLER (fl. M2)

    La diferencia entre dioses y demonios depende en gran medida de la posicin en que se encuentre uno en ese momento.

    PRlMARCA LORGAR

    La nueva luz de la ciencia brilla con ms fuerza que la antigua luz de la hechicera. Por qu, pues, no parece que seamos capaces de ver tan lejos?

    El filsofo sumaturiano SAHLONUM (fl. M29)

  • UNO

    Sangre derramada por un malentendido Nuestros hermanos que se hallan en la ignorancia

    La muerte del Emperador

    Yo estaba all -acostumbraba a decir despus, hasta que despus se con-virti en un tiempo que no produca ninguna risa-o Yo estaba all, el da que Horus mat al Emperador. Era una presuncin deliciosa, y sus ca-maradas rean entre dientes ante la total deslealtad que ello implicaba.

    La historia era buena, y era Torgaddon quien por lo general se encar-gaba de engatusarlo para que la contara, pues Torgaddon era un bromis-ta, un hombre de risa contundente y jugarretas estpidas. Y Loken volva a contarlo, un relato referido tantsimas veces, que casi se contaba solo.

    Loken siempre se aseguraba de que su pblico comprenda adecuada-mente la irona de su historia. Probablemente senta cierta vergenza res-pecto a su complicidad en el asunto, ya que se trataba de un caso de san-gre derramada por un malentendido. Exista una gran tragedia implcita en el relato del asesinato del Emperador, una tragedia que Loken siempre quera que sus oyentes apreciaran. Pero la muerte de Sejanus era, por lo general, todo lo que fijaba la atencin de stos.

    Eso, y la ingeniosa culminacin. Haba sido, hasta donde los hotlogos dilatados por la disformidad eran

    capaces de atestiguar, el ao 203 de la Gran Cruzada. Loken siempre si-tuaba su historia en el lugar y tiempo apropiados. El comandante llevaba aproximadamente un ao como seor de la guerra, desde la triunfal conclu-sin de la campaa de Ullanor, y estaba ansioso por confirmar su recin adquirida posicin, en especial a los ojos de sus hermanos.

    Seor de la Guerra. Vaya ttulo. El traje era nuevo todava y resultaba artificial; no se haba acostumbrado a l.

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  • Era un tiempo extrao para estar lejos entre las estrellas. Llevaban dos siglos haciendo aquello, pero en esos momentos daba la sensacin de set algo ajeno. Era un principio de cosas. Y tambin un final.

    Las naves de la 63' Expedicin dieron con el Imperio por casualidad. Una repentina tormenta etrea, que ms tarde Maloghursr declar6 provi-dencial, oblig a una alteracin del rumbo, y los transport a las fronte-ras de un sistema compuesto por nueve mundos.

    Nueve mundos que describan crculos a1tededor de un sol amarillo. Al detectar la multitud de amenazantes naves de guerra estacionadas en

    los bordes exteriores del sistema, el Emperador exigi en primer lugar saber su ocupacin y orden del da. A continuacin corrigi concienzu-damente lo que consider como errores variopintos de su respuesta.

    Acto seguido exigi lealtad. Era, explic, el Emperador de la Humanidad y haba guiado estoica-

    mente a su gente a travs de la espantosa poca de las tormentas de dis-formidad, durante la Era de los Conflictos, manteniendo con firmeza el gobierno y la ley del hombre. Era lo que se esperaba de l, declar. Ha-ba mantenido la llama de la cultura humana encendida durante el penoso aislamiento de la Vieja Noche; haba preservado aquel fragmento precioso y vital, y lo haba mantenido intacto, hasta que llegara el momento en que la desperdigada dispora de la humanidad volviera a establecer contacto. Le alegraba que tal momento fuera inminente ya. Su alma daba brincos al ver cmo las naves hurfanas regresaban al corazn del Imperio. Todo estaba listo y aguardando. Todo se haba conservado. Acogera a los hur-fanos en su seno y entonces se iniciara el gran proyecto de la reconstruc-cin, y el Imperio de la Humanidad se extendera de nuevo por las estre-llas, como era su derecho inalienable.

    En cuanto le demostraran la lealtad debida como Emperador de la Humanidad.

    El comandante, ms bien divertido segn el decir general, envi a Hasrur Sejanus a reunirse con el Emperador y transmitirle sus saludos.

    Sejanus era el favorito del comandante. No tan orgulloso o irascible como Abaddon, ni tan despiadado como Sedirae, ni tampoco tan slido y venerable como Iacton Qruze, Sejanus era el capitn perfecto, unifor-memente templado en todos los aspectos. Un guerrero y un diplomtico en igual medida, el expediente militar de Sejanus, superado nicamente por el de Abaddon, se olvidaba fcilmente al estar en compaa del hom-bre en persona. Un hombre encantador, deca Loken, fundamentando su relato, un hombre encantador al que todos adoraban)} .

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  • -No exista nadie a quien quedara mejor la armadura modelo IV que a Hastar Sejanus. Que se le recuerde y se celebren sus hazaas, incluso aqu entre nosotros, habla en favor de las cualidades de Sejanus. El hroe ms noble de la Gran Cruzada. -As era como Loken lo describa a los vidos oyentes-o En pocas futuras, se lo recordar con tal afecto que los hombres le darn su nombre a sus hijos.

    })Sejanus, con una escuadra de sus guerreros ms magnficos de la Cuarta Compaa, viaj al interior del sistema en una barcaza dorada, y fue recibido en audiencia por el Emperador en su palacio del tercer planeta.

    Yeliminado. Asesinado. Despedazado sobre el suelo de nice del palacio mientras

    permaneca ante el trono dorado del Emperador. Sejanus y su escuadra gloriosa -Dymos, Malsandar, Gormoi y el resto-, todos masacrados por la guardia de lite del Emperador, los llamados Invisibles.

    Al parecer, Sejanus no haba ofrecido la correcta promesa de lealtad y, con muy poco tacto, haba sugerido que en realidad incluso podra exis-tir otro Emperado[) ,

    La afliccin del comandante fue total, pues quera a Sejanus como a un hijo. Ambos haban combatido el uno junto al otro para conseguir la obediencia de un centenar de mundos. Pero el comandante, siempre op-timista y sensato en tales cuestiones, indic a su personal de comunicacio-nes que ofreciera al Emperador otra oportunidad. El comandante detes-taha recurrir a la guerra, y siempre buscaba alternativas a la violencia, cuando stas eran factibles. Aquello era un error, razon para s, un terri-ble, terrible error, y la paz se poda salvar. Se poda hacer razonar a aquel Emperado[.

    Era ms o menos en aquel momento, a Loken le gustaba aadir, cuan-do una insinuacin de comillas empezaba a aparecer alrededor del nom-bre del Emperador.

    Se decidi que se enviara una segunda embajada. Maloghurst se ofre-ci voluntario al momento. El comandante accedi, pero orden que la punta de lanza avanzara hasta colocarse a distancia de ataque. La inten-cin estaba clara: una mano extendida y abierta, en seal de paz, y la otra dispuesta como un puo. Si la segunda embajada fracasaba o reciba un trato violento tambin ella, entonces el puo se encontrara ya en posicin de atacar. Aquel da sombro, explic Loken, el honor de estar en la pun-ta de lanza haba recado, mediante el acostumbrado sistema de echarlo a suertes, en las fuerzas de Abaddon, Torgaddon, Pequeo Horus Aximand, y el mismo Loken.

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  • En cuanto se dio la orden, se iniciaron los preparativos de combate. Las naves de la punta de lanza se deslizaron al frente, avanzando bajo una pantalla de invisibilidad, y se instalaron las aeronaves de asalto en los trans-portes de lanzamiento. Se reparti y comprob el armamento. Se efectua-ron y atestiguaron juramentos de combate, y se ajustaron las armaduras en los cuerpos ungidos de los elegidos.

    En si lencio, tensa y lista para ser la enviada, la punta de lanza obser-v mientras el convoy lanzadera que transportaba a Maloghurst y a sus en-viados describa un arco descendente en direccin al tercer planeta. Las bateras de la superficie los hicieron aicos en el cielo. Mientras los mon-tones de desechos en llamas de la floti lla de Maloghurst desaparecan en el interior de la atmsfera, las fuerzas de la flota del Emperador>' se alza-ron fuera de los ocanos, surgieron de las nubes altas y de los pozos gra-vitacionales de lunas cercanas. Seiscientas naves de guerra al descubierto y armadas para el combate.

    Abaddon desactiv la invisibilidad y efectu una ltima splica per-sonal al Emperador para implorarle que entrara en razn. Las naves de guerra empezaron a disparar sobre la punta de lanza de Abaddon.

    -Mi comandante -transmiti ste al corazn de la flota que aguar-daba-, no hay modo de hacer ningn trato. Este impostor demente se niega a escuchar.

    Yel comandante respondi: -I1umnalo, hijo mo, pero perdona la vida a todos los que puedas.

    No obstante esta orden, venga la sangre derramada de mi noble Sejanus. Diezma a los asesinos de lire de este Emperadof), y treme al impostor.

    -Y de ese modo -suspiraba entonces Loken-, hicimos la guerra a nuestros hermanos, que estaban tan sumidos en la ignorancia.

    Era entrada la tarde, pero el cielo estaba saturado de luz. Las torres foto-trpicas de la Ciudad Elevada, construidas para girar y seguir al sol con sus ventanas durante el da, se movan indecisas ante el resplandor osci-lante del firmamento. Formas espectrales navegaban a travs de la atms-fera superior: naves que trababan combate en una masa arremolinada, tra-zando breves y disparatadas cartas astrales con los rayos de sus bateras de caones.

    A ras del suelo, alrededor de las amplias plataformas de basalto que formaban los contornos del palacio, el fuego de artillera flua por el aire como lluvia horizontal, lanzando chorros en espiral de fuego trazador que descenda y se deslizaba igual que serpientes, fulminantes haces de ener-

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  • ga siseante que se desvanecan con la misma rapidez con que aparecan y rfagas de granadas relampagueantes que recordaban una descarga de pedrisco. Aeronaves de asalto derribadas, muchas de ellas inutilizadas y en llamas, cubran veinte kilmetros cuadrados del paisaje.

    Figuras humanoides de color negro atravesaron despacio los lmites de la zona ocupada por el palacio. Tenan la forma de hombres con armadura, y avanzaban pesadamente como si fueran hombres, pero eran gigantes, cada uno con una altura de ciento cuarenta metros. El Mechanicus haba desplegado a media docena de sus mquinas de guerra conocidas como titanes, y alrededor de sus tobillos negros como el carbn las tropas corran al frente en una violenta oleada de tres kilmetros de anchura.

    Los lobos lunares avanzaban en tropel como la espuma de la ola, miles de refulgentes figuras blancas que se inclinaban y cruzaban a la carrera las plataformas circundantes mientras las detonaciones estallaban entre ellas y elevaban del suelo ondulantes bolas de fuego y rboles de humo marrn oscuro. Cada estallido sacuda el suelo con un impacto rechinante y lan-zaba una lluvia de tierra a modo de maldicin retardada. Aeronaves de asalto pasaban raudas sobre sus cabezas, en vuelo bajo, por entre las estruc-turas desgarbadas y espaciadas de los titanes, avivando las lentas nubes de humo en ascensin para convertirlas en repentinos vrtices de energa.

    En cada casco Astartes resonaba el parloteo del comunicador: voces cortantes que daban rdenes a diestro y siniestro, con un deje enronque-cido por la calidad de la transmisin.

    Era la primera vez que Loken se encontraba inmerso en una guerra generalizada desde Ullanor. Tambin era la primera vez para la Dcima Compaa. Haba habido escaramuzas y peleas, pero nada que los pusie-ra a prueba, y Loken se alegr al comprobar que su cohorte no se haba oxidado. El rgimen inflexible de instruccin real y ejercicios extenuan-tes que haba mantenido los haba conservado tan combativos y serios como los trminos de los juramentos de combate que haban efectuado apenas unas horas antes.

    Ullanor haba sido glorioso, una tarea dura en la que no se regate nin-gn esfuerzo para conseguir expulsar y derrocar a un imperio bestial. Los pielesverdes haban resultado un adversario pernicioso y con capacidad de adaptacin, pero los doblegaron y desperdigaron los rescoldos de sus ho-gueras rebeldes. El comandante haba quedado dueo y seor del terre-no mediante el empleo de su estrategia favorita en la que era un experto: la ofensiva de la punta de lanza dirigida directamente a la garganta. Sin prestar atencin a las masas de pielesverdes, que superaban en cinco a uno

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  • a los cruzados, el comandante haba atacado directamente al jefe supremo ya su crculo de mando, dejando al enemigo descabezado y sin direccin.

    La misma filosofa operaba all. Desgarrar la garganta y dejar que el cuerpo se convulsione y perezca. Loken y sus hombres, y las mquinas de guerra que les daban apoyo, eran el filo de la espada desenvainada para tal propsito.

    Pero aquello no era en absoluto como Ullanor. No haba sotos de lodo ni bastiones de arcilla, ni fortalezas destartaladas de metal y alambre des-nudos, ni tampoco estallidos de plvora en el aire u ogros aullan tes. Aque-llo no era una reyerta primitiva decidida por las espadas y la fuerza de la parte superior del cuerpo.

    Aquello era guerra moderna en un lugar civilizado. Era hombre con-tra hombre, dentro de los lmites monolticos de una gente refinada. El enemigo posea artillera y armas de fuego que eran en todo punto com-parables tecnolgicamente a las de las fuerzas de la legin, y la habilidad y el adiestramiento necesarios para utilizarlas. A travs de las imgenes verdes de su visor, Loken vea hombres con armaduras que dirigan con-tra ellos armas de energa en las zonas inferiores del palacio. Vio armas montadas sobre orugas, artillera automatizada; nidos de cuatro o inclu-so ocho caones automticos sincronizados sobre plataformas mviles que avanzaban pesadamente impulsadas por patas hidrulicas.

    No se pareca en absoluto a Ullanor. Aquello haba sido una experien-cia terrible. Esto sera un examen. Igual contra igual. Adversarios seme-jantes enfrentados.

    Excepto que, no obstante toda su tecnologa militar, al enemigo le fal-taba una cualidad esencial, y esa cualidad estaba encerrada en el interior de todos y cada uno de los bastidores de la armadura MK-IV: la carne y la sangre mejoradas genticamente de los Astartes Imperiales. Modifica-dos, perfeccionados, ms que humanos, los astartes eran superiores a cual-quier cosa con la que se hubieran tropezado o fueran a tropezarse jams. Ningn ejrcito de la galaxia poda esperar jams ser capaz de igualar a las legiones, a menos que las estrellas se extinguieran, reinara la locura y la legitimidad se invirtiera. Pues, tal y como Sedirae haba dicho en una ocasin: Lo nico que puede derrotar a un astartes es otro astartes, y todos se haban redo ante aquello. Lo imposible no era nada de lo que tener miedo.

    El enemigo -con armadura de un magenta bruido ribeteado de pla-ta. como Loken descubri ms tarde cuando los contempl sin el casco puesto-- defenda con firmeza las puertas de induccin que conducan al

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  • palacio interior. Eran hombres de gran tamao, altos, de pecho y hombros robustos. y en el punto culminante de su estado fsico; pero ninguno de ellos, ni siquiera los ms altos, le llegaban a la altura de la barbilla a uno de los lobos lunares. Era igual que pelear contra nios.

    Nios bien armados, eso haba que reconocerlo. Por entre las arremolinadas nubes de humo y discordanres detonacio-

    nes, Loken condujo a la veterana Primera Escuadra escaleras arriba a la ca-rrera, con las suelas de plastiacero de las botas chirriando contra la piedra: la Primera Escuadra, la Dcima Compaa, la Escuadra Tctica Hellebore, gigantes relucientes bajo una armadura de un blanco nacarino. con la in-signia de la cabeza de lobo sobre las placas de respuesta automtica de los hombros. El fuego cruzado zigzagueaba a su alrededor desde las puertas custodiadas situadas ante ellos, y el aire nocturno reluca por la distorsin que provocaba el calor del tiroteo. Alguna especie de mortero automati-zado en posicin vertical descargaba un torrente lento de enormes cargas explosivas por encima de sus cabezas.

    -Eliminadlo! -oy Loken que ordenaba el hermano sargento Ju-bal a travs del comunicador.

    Jubal dio la orden usando el lacnico argot de Cthonia, el mundo del que eran originarios, un lenguaje que los lobos lunares haban conserva-do como su idioma de combate.

    El hermano de batalla que llevaba el can de plasma de la escuadra obedeci sin vacilar. Durante un resplandeciente medio segundo, una cinta de luz de veinte metros uni la boca de su arma con el mortero au-tomatizado y a continuacin el aparato envolvi la fachada del palacio en una estela de abrasadoras llamas amarillas.

    La explosin acab con docenas de soldados. Varios salieron volando por los aires y aterrizaron contrados y desmadejados sobre la escalinata.

    -A por ellos! -chill Jubal. Un fuego arrasador desportill y golpete sus armaduras. Loken sinti

    su lejano aguijonazo. El hermano Calends dio un traspi y cay, pero se incorpor de nuevo casi de inmediato.

    Loken vio cmo el enemigo se dispersaba ante su carga. Alz el blter. El arma mostraba un corte profundo en el metal de la empuadura delan-tera, herencia del hacha de un pielverde durante la batalla de Ullanor, una marca superficial que haba indicado a los armeros que no eliminaran. Empez a disparar, no en rfaga, sino disparo a disparo, notando cmo el arma daba sacudidas y golpeaba contra sus palmas. Los proyectiles blter eran explosivos, y los hombres que alcanzaban estallaban como ampollas

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  • o se desmenuzaban igual que fruta reventada. Cada figura desgarrada dejaba escapar una neblina rosa al caer.

    -Dcima Compaa! -grit Loken-. Por el seor de la guerra! El grito de guerra resultaba todava extrao, simplemente otro aspec-

    to de la novedad. Era la primera vez que Loken lo proclamaba en combate, la primera ocasin que haba tenido desde que el Emperador le haba otor-gado aquel honor despus de Ullanor.

    El Emperador. El autntico Emperador. -Lupercal! Lupercal! -aullaron los lobos como respuesta mientras

    entraban en tropel, eligiendo responder con el antiguo grito, el apodo que la legin daba a su amado comandante. Los cuernos de guerra de los ti-tanes retumbaron.

    Asaltaron el palacio. Loken se detuvo junto a una de las puertas de induccin, instando a los que iban en vanguardia a entrar mientras pasaba revista rpidamente al avance del cuerpo principal de su compaa. Un fuego infernal sigui cayendo sobre ellos desde los balcones y torres supe-riores. A una gran distancia, una bri llante cpula de luz se alz repenti-namente por el aire, pasmosamente luminosa y vvida. El visor de Loken se oscureci automticamente. El suelo tembl y un sonido parecido a un trueno lleg hasta l. Una nave insignia de buen tamao, alcanzada y en llamas, haba cado del cielo e ido a impactar en los aledaos de la Ciu-dad Eleyada. Atradas por el fogonazo, las tOrres foto trpicas situadas sobre su cabeza se agitaron nerviosamente y rotaron.

    Los informes llegaban a raudales. La fuerza de Axi mand, la Quinta Compaa, se haba hecho con la Regencia y los pabellones situados en los lagos ornamentales al oeste de la Ciudad Elevada. Los hombres de Tor-gaddon se abran paso a travs de la ciudad inferior, eliminando a las unidades blindadas enviadas a cerrarles el paso.

    Loken mir al este. A tres kilmetros de distancia, al OtrO lado de la plana llanura de las plataformas de basalto, ms all de la marea de hombres que atacaban, los titanes que avanzaban majescuosos y el fuego racheado, la compaa de Abaddon, la Primera Compaa, cruzaba los baluartes para pe-netrar en el Aanco opuesto del palacio. Loken amplific su campo de visin, contemplando cientos de figuras con armaduras blancas que corran en tropel a travs del humo y la lluvia de proyectiles. Al frente de ellas, las fi-guras oscuras de la escuadra de exterminadores ms destacada de la Prime-ra Compaa, la Justaerin. Llevaban lustrosas armaduras negras, oscuras como la noche, como si pertenecieran a alguna otra legin negra.

    -Loken a la Primera -transmiti6-. La Dcima ha entrado.

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  • Hubo una pausa, una breve distorsin, luego la voz de Abaddon res-pondi:

    -Loken, Loken .. . , intentas avergonzarme con tu diligencia? -Ni por un instante, primer capitn -replic l. Exista un estricto respeto jerrquico dentro de la legin, ya pesar de ser

    un oficial de alto rango, Loken senta una admiracin reverencial por el in-comparable primer capitn. Por todo el Mournival, de hecho, aunque Tor-gaddon siempre haba honrado a Loken con muestras genuinas de amistad.

    Ahora Sejanus haba desaparecido, se dijo Loken. La apariencia del Mournival no tardara en cambiar.

    -Me estoy burlando de ti, Loken -transmiti Abaddon, con una voz tan profunda que el comunicador haca que algunos sonidos de vocales sonaran poco claros-o Me reunir contigo a los pies de este falso empe-rador. El primero que llegue ser quien lo ilumine.

    Loken contuvo una sonrisa. Ezekyle Abaddon raras veces haba bro-meado con l con anterioridad. Se sinti bendecido, elevado. Ser un hom-bre elegido era suficiente, pero estar con la lite preferida era el sueo de todo capitn.

    Tras volver a cargar el arma, Loken entr en el palacio por la puerta de induccin, pasando por encima de la maraa de cadveres de los enemigos eliminados. El enlucido de las paredes interiores se haba agrietado y despren-dido, y fragmentos sueltos, como arena seca, crujieron cuando los pis. El aire estaba lleno de humo, y su visualizador no dejaba de saltar de un registro a otro mientras intentaba compensarse y proporcionar una lectura clara.

    Sigui avanzando por el vestbulo interior a la vez que oa el eco de disparos que surgan de puntos recnditos dentro del recinto palaciego. El cuerpo de un hermano estaba desplomado en una entrada a su izquierda, el enorme cadver con armadura blanca, extrao y fuera de lugar entre los cuerpos ms pequeos de sus enemigos. Marjex, uno de los apotecarios de la legin estaba inclinado sobre l. Alz los ojos cuando Loken se acerc y sacudi la cabeza.

    -Quin es? -pregunt Loken. -Tibor, de la Segunda Escuadra -respondi Marjex. Loken frunci el entrecejo al ver la devastadora herida de la cabeza que

    haba detenido a Tibor. -El Emperador conoce su nombre -indic. Marjex asinti, e introdujo la mano en su nartecium para coger la he-

    rramienta reductora. Iba a retirar la preciosa semilla gentica de Tibor para que pudiera ser devuelta a los bancos de la legin.

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  • Loken dej al apotecario con su tarea y sigui avanzando por el vest-bulo. En una amplia columnata situada al frente, las imponentes paredes estaban decoradas con frescos que mostraban escenas familiares de un emperador aureolado en un trono dorado. Qu ciega est esta gente), pens, qu triste es esto. Un da, un solo da con los recado res, y com-prenderan. No somos el enemigo. Somos iguales, y traemos un mensaje glorioso de redencin. La Vieja Noche ha terminado. El hombre vuelve a recorrer las estrellas, y el poder de los astanes carnina a su lado para man-tenerlo a salvO.

    En un ancho tnel inclinado de plata repujada, Loken alcanz a los elementos de la Tercera Escuadra. De todas las unidades de su compaa, la Tercera Escuadra -la Escuadra Tctica Locasta- era su preferida y la que gozaba de su favor. Su comandante, el hermano sargento Nero Vipus, era su amigo ms antiguo y leal.

    -Qu tal tu humor, capitn? -pregunt Vipus, cuya armadura de un blanco nacarino estaba manchada de holln y salpicada de sangre.

    -Flemtico, Nero. Y t? -Colrico. Con una furia ciega, de hecho. Acabo de perder a un hom-

    bre, y otros dos de los mos estn heridos. Hay algo que cubre la intersec-cin situada al frente. Algo pesado. Ni te creeras la velocidad de disparo de esa arma.

    -Habis probado a fragmentarlo? -Dos o tres granadas. Sin el menor efecto. Y no hay nada que poda-

    mos ver. Garvi, todos hemos odo hablar de esos llamados Invisibles. Los que asesinaron a Sejanus. Me preguntaba si ...

    -Ojame las preguntas a m -replic Loken-. Quin ha cado? Vipus se encogi de hombros. Era un poco ms alto que Loken, y su

    encogimiento de hombros hizo que la gruesa nervadura y las poderosas placas de su armadura chocaran entre s estrepitosamente.

    -Zakias. -Zakias? No ... -Hecho trizas ante mis propios ojos. Siento la mano de la nave sobre

    mi persona, Garvi. La mano de la nave. Un antiguo dicho. La nave insignia del comandan-

    te se llamaba la Espritu Vengativo, y en tiempos de coer~in o derrota, a los lobos les gustaba recurrir a todo lo que implicara a modo de amule-to, un ttem de castigo.

    -En nombre de Zakias -gru Vipus-, encontrar a este Invisible bastardo y . ..

    24

  • -Sosiega tu clera, hermano. No me sirve de nada -observ Lo-ken-. Ocpate de tus heridos mientras echo un vistazo.

    Vipus asinti y dio nuevas instrucciones a sus hombres en tanto que Loken segua adelante, en direccin a la interseccin en litigio.

    Era una encrucijada de techo abovedado a la que iban a parar cuatro corredores. La pantalla del visor no le dio ninguna lectura de actividad ni calor corpotal. Un vestigio de humo se desvaneca entre las vigas del te-cho. El suelo de ouslita estaba mordisqueado y acribillado por los crte-res de miles de impactos. El hermano Zakias, cuyo cuerpo no haban re-cuperado todava, yaca hecho pedazos en el centro de la encrucijada convertido en un montn humeante de plastiacero blanco destrozado y carne sanguinolenta.

    Vipus tena razn. No haba ninguna seal de la presencia del enemi-go. No haba rastros de calor ni tampoco el menor movimiento; sin em-bargo, al estudiar la zona, Loken vio un montn de vainas vacas de pro-yectiles de cobre reluciente que se haban derramado desde detrs de un mamparo situado justo al otro lado. Era all el lugar donde se ocultaba el asesino?

    Se inclin y recogi del suelo un pedazo de enlucido desprendido, lan-zndolo a campo abierto. Se oy un chasquido, ya continuacin un mar-tilleante diluvio de fuego automtico rastrill la interseccin. Dur' cin-co segundos, y durante ese tiempo se dispararon ms de un millar de balas. Loken vio cmo las humeantes vainas de los proyectiles salan despedidas de detrs del mamparo a medida que eran expulsadas.

    Los disparos finalizaron y una nube de vapor de ficelina empa la interseccin. El tiroteo haba dejado un boquete moteado sobre el suelo de piedra y aporreado el cadver de Zakias al mismo tiempo. Haba go-tas de sangre y restos de tejido esparcidos por todas partes.

    Loken aguard. Oy un gemido y el chasquido metlico de un siste-ma de autocarga. Detect el calor de una arma que se apagaba, pero no calor corporal.

    -No has ganado una medalla an? -pregunt Vipus, acercndose. -Es s610 un rifle centinela automtico -respondi l. -Bueno. eso significa un cierro alivio por lo menos -repuso Vipus-.

    Despus de todas las granadas que hemos arrojado en esa direccin, em-pezaba a preguntarme si estos tan cacareados Invisibles no seran

  • pitn. que la encendi con un giro de la mano y la arroj al corredor si-tuado al frente. La bengala rebot con un chisporroteo y un fulgor abra-sador ms all del asesino oculto.

    Hubo un chirrido de servas, y el implacable tiroteo empez a rugir pasillo abajo en direccin a la llamarada, golpendola y hacindola rebo-tar al tiempo que desgarraba el suelo.

    -Garvi ... -empez a decir Vipus. Loken corra ya. Cruz la interseccin y peg la espalda al mamparo.

    El atma segua disparando. Dio la vuelta al mamparo a toda velocidad y vio el arma centinela encastrada en un hueco; era una mquina achapa-rrada sostenida sobre cuatro patas acolchadas y fuertemente blindada. En aquellos momentoS haba vuelto sus caones cortos, rechonchos y en ac-tividad, de espaldas a l para disparar contra la lejana y parpadeante ben-gala.

    Loken alarg el brazo y le arranc un puado de servocables. Los ca-ones tabletearon y callaron.

    -Despejado! -grit, y la Escuadra Locasta avanz. -A esto se le suele llamar hacer el fanfarrn -coment Vipus. Loken condujo a los locasta pasillo adelante, y entraron en un aposento

    suntuoso. Otras estancias, igualmente regias. atrajeron su atencin algo ms all. Todo estaba curiosamente quieto y silencioso.

    -Qu direccin, ahora? -inquiri Vipus. -Vamos a encontrar a ese Emperadof. -As por las buenas? -resopl su compaero . . -El primer capitn apost conmigo a que no llegara el primero. -El primer capitn, eh? Desde cundo ha tenido Garviel Loken un

    trato de amistad con l? -Desde que la Dcima entr en el palacio por delante de la Primera.

    No te preocupes, Nero, pensar en vosotros, hombrecillos insignificantes. cuando sea famoso.

    Nero Vipus lanz una carcajada y el sonido surgi de la mscara de su casco como s fuera la tos de un toro tsico.

    Lo que sucedi a continuacin no hizo rer a ninguno de los dos.

  • DOS

    Un encuentro con los Invisibles A los pies del Trono Dorado

    Lupercal

    -Capitn Loken? -Soy yo -respondi, alzando los ojos de lo que estaba haciendo. -Disclpeme por interrumpir -dijo ella-o Est ocupado. Loken dej a un lado la seccin de armadura a la que estaba sacando

    lustre y se puso en pie. Meda casi un metro ms que ella y no llevaba puesta ninguna prenda a excepcin de un taparrabos. La mujer suspir interiormente ante el esplendor de aquel fsico. La poderosa musculatu-ra, las marcas de viejas cicatrices. Era apuesto tambin, aquel hombre, con cabellos rubios casi plateados, muy cortos, la piel plida ligeramente cu-bierta de pecas y los ojos grises como la lluvia.

    Vaya desperdicio}), pens. Aunque no haba modo de disfrazar su inhumanidad, en especial en

    aquel estado de desnudez. Aparte de la enorme masa del cuerpo, exista el excesivo gigantismo del rostrO, aquella particularidad de los astartes, casi equino, adems del duro y tenso caparazn del torso sin seales de costi-llas, como si se tratara de una lona tensada.

    -No s quin es usted -dijo l, dejando caer un pedaro de fibra de lustrar dentro de un bote pequeo y limpindose los dedos a continua-cin.

    -Mersadie Oliton, rememoradora oficial-respondi ella, extendien-do la mano.

    Loken contempl la diminuta mano que le tenda y luego la estrech, haciendo que pareciera ms diminuta an en comparacin con su gigan-tesco puo.

    27

  • -Lo siento -dijo la mujer, riendo-, nunca me acuerdo de que no hacen esto aqu fuera. Estrecharse la mano, quiero decir. Es una costum-bre pueblerina de Terra.

    -No me importa. Viene de Terra? -Sal de all hace un ao, enviada a la cruzada con el permiso del

    Consejo. -Es una rememoradora? -Sabe lo que significa? -No soy estpido -respondi Loken. -Desde luego que no -se apresur a contestar ella-o No quera

    ofenderlo. -No lo ha hecho. Le pas revista. Menuda y frgil, aunque posiblemente hermosa. Lo-

    ken tena muy poca experiencia en mujeres; tal vez todas eran frgiles y hermosas. Conoca lo suficiente como para saber que pocas eran tan ne-gras como ella, que tena una piel como el carbn bruido. Se pregunt si se tratara de alguna clase de tinte.

    Tambin se hizo preguntas respecto a su cabeza. La cabeza de la mujer era calva, pero no estaba afeitada. Pareca pulida y suave como si jams hubiera tenido pelo. El crneo estaba acrecentado de algn modo, y se extenda hacia atrs en una curva aerodinmica que formaba un amplio ovoide detrs de la nuca; era como si la hubieran coronado, como si hu-bieran convertido en ms regia su simple humanidad.

    -Cmo puedo ayudarla? -pregunt. -Tengo entendido que conoce un relato, uno particularmente ame-

    no. Me gustara recordarlo, para la posteridad. -Qu relato? -Horus matando al Emperador. Se puso en tensin. No le gustaba que humanos no-astartes llamaran

    al seor de la guerta por su autntico nombre. -Eso sucedi hace meses -respondi, quitndole importancia-o

    Estoy seguro de que no podra recordar los detalles con claridad. -La verdad -dijo ella-, es que s de buena fuente que se le puede

    persuadir para que relate la historia como un experto. Se me ha dicho que es un narrador muy popular entre sus hermanos de batalla.

    Loken frunci el entrecejo. Por irritante que fuera, la mujer tena razn. Desde la toma de la Ciudad Elevada se le haba exigido -forzado no se-ra una expresin demasiado altisonante- que volviera a relatar su ver-sin de primera mano de los acontecimientos acaecidos en la torre del

    28

  • palacio docenas de veces. Imaginaba que se deba a la muerte de Sejanus. Los lohos lunares necesitaban catarsis. Necesitaban escuchar el modo tan singular con el que se haba vengado a Sejanus.

    -Se lo ha sugerido alguien, seora Oliton? -pregunt. -El capitn Torgaddon, a decir verdad -respondi ella encogindose

    de hombros. Loken asinti. Acostumbraba a ser l. -Qu quiere saber? -Comprendo la situacin general, pues la he escuchado de otros, pero

    me encantara conocer sus observaciones personales. Cmo fue? Cuan-do entr en el interior del palacio, qu encontr?

    Loken suspir y desvi la mirada hacia el perchero donde estaba col-gada su servoarmadura. Apenas acababa de empezar a limpiarla. Su sala de armas privada era una cmara pequea y lbrega con las paredes de metallacadas en un rono verde plido que colindaba con la cubierta de embarque de acceso prohibido. Un grupo de globos de brillo ilumi-naba la habitacin, y haba un guila imperial estarcida en una placa de la pared con copias de los distintos juramentos de combate de Loken cla-vados debajo. El aire enrarecido ola a aceites y a polvos de pulir. Era un lugar tranquilo e inrrospectivo, y ella haba invadido aquella tranqui-lidad.

    -Podra regresar ms tarde, en un momento ms apropiado -sugi-ri la mujer dndose cuenta de su intromisin.

    -No, ahora est bien. -Volvi a sentarse en el taburete de metal en el que haba estado instalado cuando ella entr-o Veamos ... Cuando entramos en el palacio, lo que encontramos fue a los Invisibles.

    -Por qu les llamaban as? -Porque no se les vea -respondi l.

    Los Invisibles los esperaban, y se merecan con creces su sobrenombre. Justo diez pasos al interior de los esplndidos aposentos, el primer her-

    mano muri. Se oy un estampido curioso y fuerte, tan fuerte que era doloroso sentirlo y orlo, y el hermano Edrius cay de rodillas y luego se dobl a un lado. Le haban disparado en el rostro con alguna especie de arma de energa. La aleacin blanca de plastiacero y ceramita de su visor y su peto se haba deformado y convertido en una especie de crter ondu-lado, como la cera derretida que fluye y vuelve a solidificarse. Un segun-do estampido, una veloz y violenta vibracin del aire, destruy totalmente una mesa decorativa junto a Nero Vipus. Un tercer estampido derrib al

    29

  • hermano Muriad, con la pierna izquierda hecha pedazos y partida como el tallo de un junco.

    Los adeptos cientficos del falso Imperio haban dominado y controlado una forma rara y maravillosa de tecnologa de pantalla, y armado a su guardia de lite con ella. Aquellos hombres envolvan sus cuerpos con una aplicacin inene que distorsionaba la luz para convertirlos en invisibles. y eran capaces de proyectarla de un modo activo e implacable que golpea-ba con fuerza mutiladora.

    A pesar de haber avanzado listos para pelear y con cautela, a Loken y al resto los cogieton totalmente desprevenidos. Los Invisibles quedaban ocultos incluso a sus visores, y varios se haban limitado a permanecer inmviles en la estancia, aguardando para atacar.

    Loken empez a disparar, y los hombres de Vipus hicieron lo mismo. Mientras barra la zona situada delante de l y converta en astillas el mobiliario, Loken le dio a algo. Vio una neblina rosa que impregnaba el aire, y algo cay al suelo con fuerza suficiente para volcar una silla. Vipus tambin consigui un blanco, pero no antes de que al hermano Tarregus lo alcanzara un impacto de tal magnitud que la cabeza le sali despedida limpiamente de los hombros.

    La tecnologa de encubrimiento evidentemente ocultaba mejor a sus usuarios si se mantenan inmviles. Cuando se movan, se cornaban se-mivisibles, con siluetas vaporosas en forma de hombres que se lanzaban al ataque. Loken se adapt rpidamente, disparando contra cada imper-feccin que detectaba en el aire. Ajust el amplificador de su visor a con-traste total, casi blanco y negro, y consigui verlos mejor: contornos ntidos sobre un fondo borroso. Elimin a otros tres. Al morir, varios perdieron sus mantos y Loken vio a los Invisibles convertidos en cad-veres ensangrentados. Su armadura era plateada, muy adornada y tornea-da con extraordinaria minuciosidad en los motivos y smbolos. Altos, cubiertos con mantos de seda roja, los Invisibles le recordaron a Loken a la poderosa guardia de custodios que protega el Palacio Imperial en Terra. Aqullos eran los guardaespaldas que haban ejecutado a Sejanus y a su escuadra gloriosa obedeciendo un simple gesto de cabeza de su senor.

    Nero Vipus estaba enfurecido, ofendido por el precio que haba paga-do su escuadra. La mano de la nave se encontraba realmente sobre l.

    Encabez la marcha, abrindose paso violentamente al interior de una habitacin de altsimo techo situada ms all del lugar de la emboscada. Su furia concedi a los locasta la oportunidad que necesitaban, pero le

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  • cost la mano derecha, triturada por el ataque de un Invisible. Loken tam-bin sinti clera. Al igual que Nero, los locasta eran sus amigos y le aguar-daban rituales de duelo. Ni siquiera en la oscuridad de Ullanor se haba pagado tan cara la victoria.

    Cargando por delante de Vipus, que estaba cado de rodillas, gimien-do de dolor mientras intentaba extraer la mano destrozada del guantele-te hecho pedazos, Loken penetr en una estancia lateral sin dejar de dis-parar a las imperfecciones del aire que intentaban cortarle el paso. Una sacudida de energa le arranc el blter de las manos, as que se llev una mano a la cadera y desenvain la espada sierra. El arma gimi al ac-tivarse con una sacudida. Asest mandobles a los tenues contornos que se movan de un lado a otro alrededor de l y not cmo la hoja dentada encontraba resistencia. Oy un chillido agudo y una llovizna de sangre surgi de la nada y embadurn las paredes de la estancia y la parte fron-tal del traje de Loken.

    -iLupercal! -gru, y puso toda la fuerza de ambos brazos tras sus golpes.

    Servas y polmeros mimticos formaron capas entre su piel y las placas exteriores del traje para formar la musculatura de su servoarmadura, arra-cimada y flexionada. Descarg un tro de golpes a dos manos y apareci una nueva lluvia de sangre. Se oy un alarido gorgoreante a la vez que bucles rosados y vsceras hmedas se hacan visibles. Al cabo de un instan-te, la pantalla que ocultaba al soldado parpade y se apag, y dej al des-cubierto su figura destripada, que se alejaba tambaleante por la estancia mientras intentaba sujetarse los intestinos con ambas manos.

    Una energa invisible volvi a acuchillar a Loken, aplastando el borde del protector de su hombro izquierdo al tiempo que casi le haca perder el equilibrio. Se dio la vuelta y blandi la espada sierra. La hoja choc con algo y salieron despedidos fragmentos de metal. La forma de una figura humana, que pareca descentrada en el lugar que ocupaba, como si la hubieran recortado del aire y empujado ligeramente a la izquierda, tom forma repentinamente. Uno de los Invisibles, con su pantalla cargada cre-pitando y centelleando a su alrededor mientras mora, se hizo visible y blandi su larga lanza afilada contra Loken.

    La hoja rebot en el casco y Loken lanz un golpe bajo con la espada sierra que arranc la lanza del guantelete plateado de su atacante y le torci el asta. Al mismo tiempo, Loken carg, empujando al guerrero con el hombro contra la pared de la habitacin con tanta fuerza que el frgil yeso de los antiguos frescos se agriet y cay.

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  • Loken retrocedi. Jadeante, con los pulmones y la caja torcica aplas-tados casi por completo, el Invisible profiri un estertor ahogado y cay de rodillas, con la cabeza doblndose hacia adelante. Loken hizo descen-der la espada sierra y luego la impuls violentamente hacia arriba en un grcil y experto golpe de gracia, y la cabeza del Invisible se desprendi y rebot contra el sudo.

    Loken describi un lento crculo con la espada activada y lista en la mano derecha. El suelo de la sala estaba resbaladizo a causa de la sangre y los pedazos de carne ennegrecida. Sonaron disparos en las habitaciones cercanas. Atraves la estancia y recuper su blter, enarbolndolo en el puo izquierdo con un chasquido.

    Los lobos lunares entraron en la sala detrs de l, y Loken los envi rpidamente a la columnata de la izquierda con un movimienco de la es-pada.

    -Formad y avanzad ---orden a travs del comunicador, y unas voces le respondieron.

    -Nero? -Estoy detrs de ti, a veinte metros. -Cmo est la mano? -La dej all. No haca ms que molestar. Loken avanz sigilosamente. Al final de la estancia, ms all del cuer-

    po doblado y sangrante del Invisible que haba destripado, diecisis am-plios escalones de mrmol ascendan hasta una entrada de piedra cuyo esplndido marco estaba esculpido con complejos motivos en forma de pliegues y dobleces.

    Loken ascendi los peldaos despacio. Estelas jaspeadas de luz proyec-taban espasmdicos parpadeos a travs de la entrada abierta. La quietud era extraordinaria, e incluso el estrpito del combate que envolva el pa-lacio por todas partes pareca alejarse. El guerrero oa el dbil golpeteo de la sangre que goteaba de la espada sierra que sostena ante l al caer sobre los escalones dejando un rastro de gotas rojas sobre el mrmol blanco.

    Cruz la entrada. Las paredes interiores de la torre se alzaban alrededor de l. Estaba cla-

    ro que haba penetrado en una de las agujas ms impresionantes y altas del palacio, con un centenar de metros de dimetro y un kilmetro de altura.

    No, era ms que eso. Haba salido a una amplia plataforma de nice que describa un crculo alrededor de la torre, una de varias plataformas circulares dispuestas de trecho en trecho que ascendan por toda la estruc-tura, aunque haba ms debajo, y al mirar por el borde, Loken vio tanta

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  • extensin de torre descendiendo a las profundidades de la tierra como la que se alzaba orgullosa sobre su cabeza.

    La rode despacio, mirando alrededor. Enormes ventanales de cristal o alguna sustancia transparente parecida acristalaban la torre de arriba abajo entre las plataformas circulares, y a travs de ellos llameaba y centelleaba la luz y la furia de la batalla del exterior. No se oa el ruido, era slo el resplandor parpadeante, los repentinos estallidos de energa.

    Recorri la plataforma hasta encontrar una serie de peldaos en curva, alineados con la pared de la torre, que conducan al nivel siguiente. Ini-ci el ascenso, plataforma a plataforma, escudriando el aire en busca de cualquier masa borrosa de luz que pudiera delatar la presencia de ms Invisibles.

    Nada. Ningn sonido, ninguna seal de vida, ningn movimiento excepto el dbil resplandor de la luz al otro lado de los ventanales a me-dida que pasaba ante ellos. Llevaba ya cinco pisos, seis.

    Repentinamente se sinti como un estpido. Lo ms probable era que la torre estuviera vaca. Aquella bsqueda tendra que habrsela dejado a otros mientras l conduca a la fuerza principal de la Dcima Compaa.

    Excepto que ... haban protegido su planta a nivel del suelo con tanta furia. Mir a lo alto, forzando sus sensores. A unos trescientos metros por encima de l, le pareci ver un breve indicio de movimiento, una detec-cin parcial de calor.

    -Nero? Hubo una pausa. -Capitn? -Dnde ests? -En la base de la torre. El combate es encarnizado. Estarnos ... Se oy una mezcolanza de ruidos, de sonidos distorsionados de dispa-

    ros y gritos. -Capitn? Sigues ab? -ilnforma! -Fuerte resistencia. Estamos atrapados aqu! Dnde ests ... ? La comunicacin se interrumpi, aunque de todos modos Loken no

    haba dado su posicin. Haba algo en aquella torre con l. En la cima misma, algo aguardaba.

    La penltima plataforma. De lo alto llegaron un crujido y un chirrido tenues, como las aspas de un molino de viento gigante. Loken se detuvo. A aquella altura, a travs de las amplias cristaleras, se le ofreca una vista de todo el palacio y la Ciudad Elevada. Un mar de humo iluminado desde

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  • abajo poe tormentas de fuego generalizadas. Algunos edificios brillaban con un color rosado, reflejando la luz de aquel infierno. Las armas cente-lleaban y los rayos de energa danzaban y saltaban en la oscuridad. En lo alto, el cielo tambin estaba en llamas, un reflejo del suelo. La punta de lanza haba infligido una destruccin devastadora a la ciudad del Empe-rador,

    Pero haba encontrado la yugular? Subi el ltimo tramo de escalones sujetando con fuerza las armas. La plataforma circular ms alta constitua la base de la parte superior

    de la torre, una enorme cpula de ptalos de cristal sujetos con una cru-cera de mstiles que se curvaban hacia arriba para formar un florn en el vrtice situado muy por encima. Toda la estructura cruja y se deslizaba, girando ligeramente a un lado y luego a otrO a medida que responda fo-totrpicamente a los estallidos de luz que brillaban en la noche. A un lado de la plataforma, de espaldas a los ventanales, haba un trona de oro. Era un objeto imponente, con un pesado pedestal de tres escalones que ascen-dan hasta un enorme silln dorado con un respaldo alto y reposabrazos enroscados.

    El trono estaba vaco. Loken baj las armas. Observ que la parte superior de la torre giraba

    de modo que el trono estuviera siempre vuelto de cara a la luz. Desilusio-nado, el capitn dio un paso en direccin al trono, y entonces se detuvo al darse cuenta de que no estaba solo, despus de todo.

    Haba una figura solitaria algo ms all a su izquierda, con las manos cruzadas a la espalda, que contemplaba con atencin el espectculo de la guerra que se desarrollaba.

    La figura se volvi. Era un hombre anciano, vestido con una tnica color malva que descenda hasta el suelo. Sus cabellos eran finos y blan-cos enmarcando un rostro muy delgado. Mir a Loken con ojos brillan-tes y mezquinos.

    -Te desafo -dijo, con un acenm marcado y antiguo---. Te desafo, Invasor.

    -Tomo nota de su acto de rebelda -respondi Loken-, pero esta lucha ha terminado. Veo que ha estado contemplando su evolucin des-de aqu arriba. Ya debe de saberlo.

    -El Imperio de la Humanidad triunfar sobre sus enemigos -repli-c el hombre.

    -S, por supuesto que lo har. Tiene mi promesa. El hombre titube, como si no acabara de comprender.

    34

  • -Hablo con e! llamado Emperadon,? -pregunt Loken, que haba desconectado y envainado la espada peto mantena e! blter en alto, apun-tando a la figura de la tnica.

    -Llamado? -repiti e! hombre--. Llamado? Blasfemas alegremente en este lugar real. El Emperador es e! Emperador Indiscutible, salvador y protector de la raza humana. T eres un impostor, algn demonio diab-lico .. .

    -Soy un hombre como usted. -Eres un impostor -se mof el otro--. Construido como un gigante,

    deforme y feo. Ningn hombre hara la guerra a sus compatriotas de este modo.

    Indic con gesto despectivo la escena que tena lugar en el exterior. -Su hostilidad lo inici -respondi Loken con calma-o No quiso

    escucharnos ni creernos. Asesin a nuestros embajadores. Se lo ha buscado usted mismo. Se nos ha encomendado la reunificacin de la humanidad en todo e! espacio estelar, en nombre de! Emperador. Buscamos estable-cer el acatamiento entre todas las ramificaciones fragmentarias y dispares. La mayora nos recibe como los hermanos perdidos que somos. Usted se resisti.

    -Vinisteis a nosotros con mentiras! -Vinimos con la verdad. -Vuestra verdad es una obscenidad. -Seor, la verdad en s es amoral. Me entristece que creamos en las

    mismas palabras, exactamente las mismas, pero las valoremos de un modo tan diferente. Esa diferencia ha conducido directamente a este derrama-miento de sangre.

    El anciano se encorv, abatido. -Podrais habernos dejado en paz. -Qu? -inquiri Loken. -Si nuestras filosofas estn tan en desacuerdo, podrais haber pasado

    de largo y dejarnos seguir con nuestras vidas, inclumes. Sin embargo no lo hicisteis. Por qu? Por qu insists en conducirnos a la destruccin? Somos una amenaza tan grande para vosotros?

    -Se debe a que la verdad ... -empez Loken. - ... es amoral. Eso dijiste, pero en el servicio de vuestra hermosa

    moral, invasor, os converts vosotros mismos en inmorales. Loken se sorprendi al descubrir que no saba exactamente cmo res-

    ponder. Dio un paso al frente y dijo: -Le pido que se rinda a m, seor.

    35

  • -Eres el comandante, supongo bien? -inquiri el anciano. -Estoy al mando de la Dcima Compaa. -No eres el comandante supremo, entonces? Di por supuesto que lo

    eras, ya que entrasre en esre lugar por delante de rus rropas. Esperaba al comandanre supremo. Me rendir a l, y slo a l.

    -Las condiciones de su rendicin no son negociables. -Ni siquiera hars eso por m? Ni siquiera me conceders ese honor?

    Permanecer aqu hasta que tu amo y seor venga en persona a aceptar mi sumisin. Trelo.

    Antes de que Loken pudiera responder, un gemido sordo reson elevn-dose hasta lo alto de la torre, aumentando gradualmente de volumen. El anciano dio un paso o dos hacia atrs con el miedo pintado en el roStro.

    Las figuras negras se alzaron desde las profundidades de la torre, ascen-diendo despacio y en vertical, por el centro abierto de la plataforma cir-cular. Diez guerreros astartes, con el calor azulado de los quemadores de sus gimientes retrorreactores haciendo que el aire reluciera detrs de ellos. La servoarmadura que llevaban era negra, ribeteada de blanco. La Escua-dra Guadaa Catulana, la veterana jaura de asalto de la Primera Compa-a. La primera en entrar y la ltima en salir.

    Uno a uno, se posaron en el borde de la plataforma circular y desacti-varon los retrorreactores.

    Kalus Ekaddon, capitn de la Catulana, mir de soslayo a Loken. -Felicitaciones del primer capitn, capitn Loken. Nos ha ganado por

    la mano, despus de todo. -Dnde est el primer capitn? -pregunt el aludido. -Abajo, haciendo limpieza -respondi Ekaddon, y conect su co-

    municador para transmitir-o Aqu Ekaddon, de la Catulana. Tenemos al falso emperador. ..

    -No -interrumpi Loken con firmeza. Ekaddon se volvi a mirarlo. Los lentes de su visor eran de un severo

    y opaco cristal azabache montado en el negro metal de la mscara del casco. Efectu una leve reverencia.

    -Mis disculpas, capitn --dijo socarronamente-o El prisionero y el honor son tuyos, por supuesto.

    -No es eso lo que yo quera decir -replic Loken-. Este hombre exige el derecho a rendirse en persona a nuestro comandante en jefe.

    Ekaddon lanz un resoplido, y varios de sus hombres se rieron. -Este cabrn puede exigir todo lo que quiera, capitn --dijo Ekad-

    don-, pero se va a ver cruelmente decepcionado.

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  • -Estamos desmantelando un antiguo imperio, capitn Ekaddon -re-plic Loken con energa-o Podramos al menos mostrar una cierta me-dida de amable respeto en la ejecucin de tal acto? O es que no somos ms que brbaros?

    -iAsesin a Sejanus! -escupi uno de los hombres de Ekaddon. -Lo hizo -asinti Loken-; as que, sencillamente lo matamos

    como respuesta? Acaso el Emperador, alabado sea su nombre, no nos ensea a ser siempre magnnimos en la victoria?

    -El Emperador, alabado sea su nombre, no nos acompaa ---contest Ekaddon.

    -Si no est con nosotros en espritu, capitn -replic Loken-, en-tonces me apena el futuro de esta cruzada.

    Ekaddon mir fijamente a Loken por un momento, luego orden a su segundo que transmitiera un aviso a la flota. Loken estaba convencido de que el capitn de la Catulana no se haba echado atrs porque lo hubiera convencido algn razonamiento o principio sutil. Aunque Ekaddon, como capitn de la lite de asalto de la Primera Compaa, tena la gloria y el favor de su lado, Loken, un capitn de compaa, posea superioridad de rango.

    -Se ha enviado una comunicacin al seor de la guerra -indic Loken al anciano.

    -Va a venir aqu? Ahora? -inquiri ansiosamente ste. -Se organizar un encuentro con l-indic Ekaddon en tono seco. Aguardaron durante un minuto o dos una seal de respuesta. Las na-

    ves de ataque astartes, con los motores refulgiendo, pasaron veloces ante las ventanas. La luz de tremendas detonaciones cubri como una morta-ja el firmamento meridional y se apag poco a poco. Loken contempl cmo las sombras entrecruzadas danzaban sobre la plataforma circular en la agonizante luz.

    Se sobresalt, y de improviso comprendi por qu el anciano haba insistido con tanta vehemencia en que el comandante deba acudir en persona a aquel lugar. Sujet el blter al costado y empez a avanzar a grandes zancadas en direccin al trono vaco.

    -Qu haces? -inquiri el anciano. -Dnde est? -grit Loken-. Dnde est realmente? Es tambin

    invisible? -Retrocede! -chill el anciano, saltando al frente para forcejear con

    el capitn. Se oy una sonora detonacin y la caja torcica del anciano estall,

    salpicando sangre, pedazos de seda quemada y trozos de carne en todas

    37

  • direcciones. El hombre se balance, con la tnica desgarrada y en llamas, y cay por el borde de la plataforma.

    Con las extremidades inertes y las vestiduras rotas ondeando en el aire, cay como una piedra por el agujero de la torre del palacio.

    Ekaddon baj su pistola blter. -Nunca antes haba matado a un emperador -ri. -se no era el Emperador ----

  • Casi perdi el sentido debido a aquella fuerza despiadada, pero luch por seguir agarrado.

    Una luz incipiente, verde y deslumbrante, apareci con un chisporro-teo sobre la plataforma frente a sus manos engarfiadas. La llamarada del teleportador se torn demasiado brillante para contemplarla, ya continua-cin se apag, mostrando a un dios de pie en el borde de la plataforma.

    El dios era un autntico gigante, tan grande comparado con cualquier guerrero astartes como lo era un astartes en comparacin con un hombre corriente. Su armadura era de un dorado refulgente, como la luz del sol al amanecer; la obra de artesanos expertos. Toda su superficie estaba cu-bierta de innumerables smbolos, de los cuales el principal era la represen-tacin de un nico ojo abierto grabado sobre el peto. Una capa de tela blanca ondeaba a la espalda de la terrible figura aureolada.

    Por encima del peto, el rostro apareca desnudo y con una mueca bur-lona, perfecto en todas sus dimensiones y detalles, resplandeciente. Tan hermoso ... Tan realmente hermoso.

    Por un instante, el dios permaneci all, inmutable, hostigado por el vendaval de energa, pero sin moverse, hacindole frente. A continuacin alz el blter de asalto que sostena su mano derecha y dispar al interior del tumulto.

    Un disparo. El eco de la detonacin retumb por toda la torre. Hubo un alarido

    ahogado, medio perdido en el alboroto, y luego el alboroto mismo ces bruscamente.

    La barrera de energa se extingui. El huracn perdi intensidad. Es-quirlas de cristal tintinearon al caer de nuevo sobre la plataforma.

    Ahora que ya nada lo impela, Ekaddon choc violentamente contra el alfeizar destrozado del marco del ventanal. Estaba bien agarrado, as que us las manos para arrastrar el cuerpo hasta el interior y luego se puso en pie.

    -Mi seor! -exclam, y dobl una rodilla en tierra, con la cabeza inclinada.

    Al cesar la presin, Loken se encontr con que ya no poda sostenerse. Forcejeando con las manos, empez a resbalar de nuevo por el borde del que haba estado colgando. No consegua sujerarse al refulgente nice.

    Resbal por el borde, pero una mano poderosa lo agarr por la mueca y lo iz a la plataforma,

    Loken rod sobre ella, temblando, y volvi la mirada para contemplar el trono dorado en el otro extremo del crculo. Era una ruina humeante cuyos mecanismos secretos haban estallado en su interior. En medio de

    39

  • las placas y accesorios retorcidos y reventados haba un cuerpo humean-te sentado muy tieso, con los dientes sonriendo burlones en una calave-ra ennegrecida y los brazos carbonizados y esquelticos apoyados todava sobre los apoyabrazos en espiral del trono.

    -Del mismo modo tratar a todos los tiranos e impostores -tton una voz profunda.

    Loken alz los ojos hacia el dios situado de pie ante l. -Lupercal . . . -murmur. El dios sonri. -No sea tan formal, por favor, capitn -musit Horus.

    - Puedo hacerle una pregunta? -dijo Mersadie Oliton. Loken haba descolgado una tnica de un gancho de la pared y se la

    pona en aquellos momentos. -Desde luego. -No podramos haberlos dejado simplemente en paz? -No. Haga otra pregunta mejor. -Muy bien. Cmo es l? -Cmo es quin, seora? -quiso saber el capitn. -Horus. -Si tiene que preguntar, es que no lo ha visto -respondi. -No, no lo he hecho an, capitn. He estado esperando una audien-

    cia. De todos modos, me gustara saber qu piensa de l. -Pienso que es el seor de la guerra -respondi Loken, y su tono de

    voz era ptreo-. Pienso que es el primarca de los Lobos Lunares y el re-presentante elegido del Emperador, alabado sea su nombre, en todas nues-tras empresas. Es el primero y ms importante de todos los primarcas. Y pienso que me siento ofendido cuando un mortal pronuncia su nombre sin respeto ni ttulo.

    -Ah! -exclam ella-o Lo siento, capitn, no era mi intencin .. . -Estoy seguro de que no lo era, pero es el seor de la guerra Horus.

    Usted es una rememoradora. Recurdelo.

  • TRES

    Reivindicacin Entre los rememoradores

    Ascendido a ser uno de los cuatro

    Tres meses despus de la batalla por la conquista de la Ciudad Elevada, el primero de los rememorado res se haba unido a la flota expedicionaria, llegado directamente de Terra mediante un transporte colectivo. Desde luego. diversos cronistas y archiveros acompaaban a los ejrcitos imperia-les desde el inicio de la Gran Cruzada, haca doscientos aos siderales, pero eran individuos aislados, la mayora voluntarios o testigos accidentales, re-cogidos igual que el polvo del camino por las ruedas en continuo avance de las huestes de cruzados, y las crnicas que haban efectuado haban sido frag-mentarias e irregulares. Haban conmemorado acontecimientos debidos a circunstancias fortuitas, en ocasiones inspirados por sus propios apetitos artsticos, en otros casos animados por el patrocinio de un primarca o gran comandante concretos, que consideraban apropiado que sus hazaas que-daran inmortalizadas en verso, texto, imag~n o composicin literaria.

    Al regresar a Terra tras la victoria de UlIanor, el Emperador haba de-cidido que era hora de que se emprendiera una exaltacin ms formal y autorizada de la reunificacin de la humanidad. El bisoo Consejo de Terra evidentemente estuvo totalmente de acuerdo, ya que el proyecto que inauguraba la fundacin y el patrocinio de la Orden de los Rememorado-res haba sido refrendado nada menos que por Maleador elSigilita, Primer Seor del Consejo. Reclutados en todos los niveles de la sociedad terra-na -y de las sociedades de otros mundos imperiales claves--- en base a sus talentos creativos, los rememorado res recibieron sus acreditaciones y des-tinos con prontitud, y se les envi a unirse a todas las flotas expediciona-rias en activo en el cada vez ms extenso Imperio.

    41

  • En aquellos momentos, segn los diarios del Consejo de Guerra, exis-tan cuatro mil doscientas ochenta y siete flotas expedicionarias principales dedicadas a la actividad de la cruzada, as como unos sesenta mil grupos secundarios desplegados implicados en tareas de acatamiento u ocupacin con otras trescientas setenta y dos expediciones principales en situacin de reagrupamiento y reacondicionamiento o reabastecimiento mientras aguardaban nuevas rdenes. Se enviaron casi cuatro millones trescientos mil rememorado res al exterior durante los primeros meses que siguieron a la ratificacin del documento.

    -Armad a esos cabrones -se deca que haba comentado el primar-ca Russ-, y podran conseguirnos unos cuantos jodidos mundos entre verso y verso.

    La actitud agria de Russ reflejaba a la perfeccin la actitud de la clase militar. Desde los primarcas hasta el soldado corriente exista una inquie-tud general respecto a la decisin del Emperador de abandonar la campaa de la cruzada y retirarse a la soledad de su palacio en Terra. Nadie haba objetado a la eleccin del primer primarca Horus como Seor de la Guerra para que actuara en su lugar. Simplemente ponan en duda la necesidad de tener un delegado.

    La formacin del Consejo de Terra haba llegado como una nueva no-ticia desagradable. Desde la iniciacin de la Gran Cruzada, el Consejo de Guerra, formado principalmente por el Emperador y sus primarcas, ha-ba sido el epicentro de la autoridad imperial. En la actualidad, aquel nuevo organismo lo suplantaba, tomando las riendas del gobierno impe-rial, un organismo compuesto por civiles en lugar de guerreros. El Con-sejo de Guerra, dejado bajo el liderazgo de Horus, qued de hecho rele-gado a una categora de satlite, con sus responsabilidades concentradas en la campaa y nada ms que la campaa.

    Sin que ellos tuvieran la culpa de nada, los rememorado res, la mayo-ra entusiasmados y emocionados ante la perspectiva de la tarea que les aguardaba, se encontraron convertidos en el foco de aquel descontento all adonde iban. No eran bienvenidos, y se encontraban con dificultades para cumplir con sus cometidos. No fue hasta ms tarde, cuando los adminis-tradores exaector tributi empezaron a visitar las flotas expedicionarias, que el descontento encontr un objetivo mejor y ms juSto sobre el que ejer-citarse.

    As pues, tres meses despus de la baralla de la Ciudad Elevada, los re-memoradores fueron recibidos con una fra bienvenida. Ninguno de ellos haba sabido qu esperar, y muchos no haban estado fuera de su mundo

    42

  • con anterioridad. Eran vrgenes e inocentes, excesivamente entusiastas y torpes, aunque no tardaron demasiado en endurecerse y contemplar con cinismo la acogida recibida.

    Cuando llegaron, la flota de la 63a Expedicin todava describa crculos alrededor del mundo capital. El proceso de reivindicacin haba dado comienzo, y las fuerzas imperiales seccionaban el Imperio, desmantela-ban sus mecanismos y entregaban sus distintas propiedades a los coman-dantes imperiales elegidos para supervisar la dispersin.

    Naves de auxilio descendan en tropel desde la flota hasta la superficie, y se haban desplegado huestes del ejrcito imperial para efectuar accio-nes policiales. La resistencia central se haba qesmoronado casi de la no-che a la maana a raz de la muerte del Emperador, pero los combates seguan desarrollndose espordicamente en algunas de las ciudades oc-cidentales, as como en tres de los otros mundos del sistema. El coman-dante general Varvaras, un ilustre veterano de la vieja escuela, era el co-mandante de los ejrcitos adscritos a la flota expedicionaria, y no por primera vez se encontr organizando una campaa para recoger los peda-zos dejados por una punta de lanza astartes.

    -Un cuerpo a menudo se contorsiona mientras muere -coment ftlosficamente al seor de la flota-; nosotros nos limitamos a asegurar-nos de que est muerto.

    El seor de la guerra haba accedido a permitir un funeral de estado para el Emperadof>', declarando que era lo justo y que se ajustaba tam-bin a los deseos de un pueblo del que deseaban obtener su acatamiento ms que aplastarlo sistemticamente. Se oyeron voces en contra, en espe-cial debido a que el sepelio ritual de Hastur Sejanus acababa de celebrar-se, junto con los entierros ceremoniales de los hermanos de batalla perdi-dos en la Ciudad Elevada. Varios oficiales de la legin, incluido el mismo Abaddon, se negaron categricamente a que sus hombres asistieran a cual-quier ritual funerario por el asesino de Sejanus. El seor de la guerra lo comprendi, pero por suerte haba otros astartes entre las fuerzas expedi-cionarias que podan ocupar su lugar.

    El primarca Dorn, escoltado por dos compaas de los Puos Imperia-les, la VII Legin, llevaba ocho meses viajando con la 63a Expedicin, mientras celebraba conversaciones con el seor de la guerra sobre futuras polticas del Consejo de Guerra.

    Debido a que la Legin de los Puos Imperiales no haba tomado parte en la anexin del planeta, Rogal Dorn accedi a que sus dos compaas prestaran homenaje en el funeral del Emperador. Lo hiw para que los

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  • lobos lunares no tuvieran que ver empaado su honor. Centelleantes bajo su armadura amarilla, los puos imperiales formaron en silencio a lo largo de la ruta del cortejo del Emperador mientras ste serpenteaba por las ave-nidas malrrechas de la Ciudad Elevada en direccin a la necrpolis.

    Por orden del seor de la guerra, que se pleg a la voluntad de los ca-pitanes en jefe y, muy especialmente, del Mournival, no se permiti la asistencia de ningn rememorador.

    Ignace Karkasyentr tranquilamente en la sala de descanso y olisque una botella de vino. Hizo una mueca de desagrado.

    -Est recin descorchado -le indic Keeler en tono cido. -S, peto se trata de una cosecha local -replic Karkasy-. Vaya

    imperio insignificante. No me sorprende que cayera con tanta facilidad. Cualquier cultura fundada en un vino tan nefasto no debera sobrevivir mucho tiempo.

    -Dur cinco mil aos, toda la extensin de la Vieja Noche -respon-di Keeler-. Dudo que la calidad de su vino influyera en su supervi-venCia.

    Karkasy se sirvi un vaso, tom un sorbo y frunci el entrecejo. -Todo lo que puedo decir es que la Vieja Noche debe de haber pare-

    cido mucho ms larga aqu de lo que fue en realidad. Euphrati Keeler sacudi la cabeza y regres a su trabajo de limpiar y

    reacondicionar un pictgrafo de mano de gran calidad. -y luego est la cuestin del sudor -dijo Karkasy. El hombre se acomod en un canap y puso los pies en alto, depositan-

    do el vaso sobre su amplio pecho. Volvi a tomar un sorbo, con una mueca de desagrado, y recost la cabeza hacia atrs. Karkasy era alto y genetosa-mente metido en carnes; sus ropas eran caras y bien confeccionadas para favorecer a la mole que era su cuerpo. El rostro redondo estaba enmarca-do por una mata de pelo negro.

    Keeler suspir y alz los ojos de su tarea. -El qu? -El sudor, querida Euphrati, el sudor! He estado observando a los

    astartes. Son muy grandes, no es cierto? Quiero decir que son grandes segn todas las medidas por las que se puede cuantificar a un hombre.

    -Son astartes, Ignace. Qu esperabas? -No sudor, de eso se trata. No un hedor tan apestoso y penetrante.

    Son nuestros paladines inmortales, al fin yal cabo. Esperaba que olieran bastante mejor. Fragantes, igual que jvenes dioses.

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  • -Ignace, no tengo la ms mnima idea de cmo conseguiste tu certi-ficado.

    -Debido a la belleza de mi poesa, querida -respondi l con una amplia sonrisa-o Debido a mi dominio de las palabras. Aunque eso po-dra brillar por su ausencia aqu. Cmo podra empezar ... ?:

    Los astartes nos salvaron de la ruina, de la ruina, pero a ft que huelen a letrina, a letrina.

    Lanz una risita divertida, satisfecho consigo mismo, y aguard una respuesta, pero Keeler estaba demasiado ocupada con su trabajo.

    -Maldita sea! -se quej Keeler, soltando sus delicadas herramien-tas-. Servidor, ven aqu -orden.

    Uno de los servidores de servicio se acerc majestuoso sobre piernas de pistones y ella le tendi el pictgrafo.

    -Este mecanismo est atascado. Llvala a reparar. Y treme mis uni-dades de repuesto.

    -S, seora -chirri el servidor, tomando el objeto. La mquina se march con pasos lentos y pesados. Keeler se sirvi un

    vaso de vino y fue a apoyarse en la barandilla. Abajo, en la subcubierta, la mayor parte del resto de rememorado res se congregaban para almorzar. Trescientos cincuenta hombres y mujeres reunidos alrededor de mesas dispuestas ceremoniosamente, con servidores movindose entre ellos para ofrecerles bebidas. Son un gong.

    - Ya es la hora del almuerzo? -pregunt Karkasy desde el canap. -S. -Y el anfitrin vuelve a ser uno de los condenados teradores? -in-

    quiri. -S; Sindermann una vez ms. El tema es la promulgacin de la ver-

    dad vital. Karkasy se recost otra vez y dio unos golpecitos a su vaso. -Creo que almorzar aqu -anunci. -Eres una mala persona -ri Keeler-; pero creo que te acompaar. Se sent en la tumbona situada frente a l, y se reclin. Era alta, de bra-

    zos y piernas delgados y rubia, el rostro plido y cenceo. Calzaba unas gruesas botas militares y pantalones de faena, con una chaqueta negra de combate abierta que dejaba ver una camiseta blanca, como si fuera un cadete, pero la masculinidad misma de la vestimenta elegida destacaba an ms su belleza femenina.

    45

  • -Podra escribir toda una epopeya sobre ti -declar Karkasy, dedi-cndole una prolongada mirada.

    Keeler lanz un bufido. Se haba convertido en una rutina diaria que el otro se le insinuara.

    -Ya te lo dije. no estoy interesada en tus condenadas propuestas des-caradas.

    -No te gustan los hombres? -inquiri l, ladeando la cabeza. -Por qu? -Vistes como uno. -Tambin t. Te gustan a ti? Karkasy mostr una expresin apenada y volvi a ponerse cmodo, ju-

    gueteando con el vaso que tena sobre el pecho. Clav la mirada en las fi-guras heroicas pintadas en el techo de la entreplanta. No tena ni idea de lo que se supona que representaban; posiblemente algn gran triunfo que haba implicado claramente una gran resistencia por parte de los cuerpos de los cados que tenan los brazos alargados hacia el cielo mientras chillaban.

    -Es como esperabas que fuera? -pregunt con voz sosegada. -Qu? -Cuando te seleccionaron -dijo l-o Cuando se pusieron en con-

    tacto conmigo, me sent tan . .. -Tan qu? -Tan .. . orgulloso, supongo. Imagin tantas cosas. Pens que pisara

    las estrellas y me convertira en parte del instante ms magnfico de la humanidad. Pens que me sentira inspirado, y de ese modo producira mis mejores obras.

    -Y no es as? -inquiri Keeler. -Los bienarnados guerreros a los que nos han enviado a glorificar aqu

    no podran ser menos serviciales ni aunque ]0 intentaran. -Yo he tenido un cierto xito -indic ella-o Estuve en la cubierta

    de montaje hace un rato y consegu unas cuantas imgenes excelentes. He presentado una solicitud para que se me permita viajar a la superficie. Quiero ver la zona de guerra de primera mano.

    -Buena suerte. Probablemente denegarn tu peticin. Han rechaza-do todas y cada una de las peticiones de acceso que he hecho.

    -Son guerreros, Ig. Hace mucho tiempo que son guerreros, y les molesta la presencia de gentes como nosotros. No somos ms que pasa-jeros que se han apuntado al viaje sin que les invitaran.

    -Tienes tus fotos -repuso l. -No parece que les moleste mi presencia -indic ella asintiendo.

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  • -Se debe a que vistes como un hombre -dijo l sonriendo. La compuerta se desliz a un lado y una figura se uni a ellos en la tran-

    quila estancia de la entreplanta. Mersadie Olitan fue directamente a la mesa sobre la que descansaba la botella, se sirvi una copa y la vaci de un trago. Luego se qued de pie, en silencio, conremplando las estrellas que se movan al otro lado de las enormes portillas de la barcaza.

    -Qu le pasa ahora? -aventur Karkasy. -Sadie? -pregunt Keeler, ponindose en pie y dejando su vaso-.

    Qu te ha pasado? -Aparentemente, acabo de ofender a alguien -respondi rpidamen-

    te Oliron, sirvindose otra copa. -Ofendido? A quin? -quiso saber Keeler. -A un marine presuntuoso llamado Loken. El muy cabrn! -Conseguiste hablar con Loken? -pregunt Karkasy, incorporndo-

    se a toda prisa y bajando las piernas para posarlas sobre la cubierta-o Loken? El capitn Loken de la Dcima Compaa?

    -S -respondi Oliton-. Por qu? -He estado intentando acercarme a l desde hace un mes -respon-

    di-. De todos los capitanes, dicen, l es el ms inflexible, y ocupar el puesto de Sejanus, segn los rumores. Cmo obtuviste autorizacin?

    -No la obtuve -respondi ella-o Finalmente me concedieron cre-denciales para una entrevista breve con el capitn Torgaddon, lo que ya me pareci un gran xito en s mismo teniendo en cuenta los das que he pasado suplicando una entrevista con l, pero me parece que no estaba de hwnor para hablar conmigo. Cuando me present a la hora convenida, su palafrenero hizo acto de presencia en su lugar y me dijo que Torgaddon estaba muy ocupado. Torgaddon haba enviado a su ayudante para que me llevara a ver a Loken. Loken tiene una buena historia, explic.

    -Era una buena historia? -quiso saber Keeler. Mersadie asinti. -La mejor que he odo, pero dije algo que no le gust y la empren-

    di conmigo. Me hizo sentir as de pequea. Hizo un gesto con la mano, y luego ech otro trago. -Ola a sudor? -pregunt Karkasy. -No. No, en absoluto. Ola a esencias. Muy agradable y limpio. -Puedes conseguir que me lo presenten? -pregunt [gnace Karkasy.

    Oy pisadas, luego una voz pronunci su nombre. -Garvi?

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  • Loken dej su instruccin con la espada y vio. a travs de los barrotes de la jaula, a Nero Vipus enmarcado en la entrada de la Escuela de la Es-pada. Vipus llevaba pantalones negros, botas y una camiseta holgada, y su braw truncado resultaba muy evidente. La mano que haba perdido la haban metido en una bolsa envuelta en gelatina estril, y a l le haban inyectado sueros nanticos para reformar la mueca de modo que acep-tara un implante potenciador al cabo de una semana ms o menos. Loken pudo ver todava las cicatrices en los puntos donde Vipus haba usado la espada sierra para amputarse la mano.

    -S? -Alguien quiere verte -respondi Vipus. -Si se trata de otro maldito rememorador . .. -empez l. -No lo es -Vipus neg con la cabeza-o Es el capitn Torgaddon. Loken baj la espada y desactiv la jaula de entrenamiento mientras

    Vipus se haca a un lado. Los muecos y las espadas de prcticas queda-ron inertes a su alrededor, y el hemisferio superior de la jaula se desliz al interior del techo en tanto que el hemisferio inferior se replegaba al inte-rior de la cubierta bajo la estera. Tarik Torgaddon entr en la sala de la Escuela de Espadas, vestido con ropas de faena y una larga cota de malla de plata. Los cabellos negros enmarcaban unas facciones taciturnas. De-dic una sonrisa amistosa a Vipus mientras ste sala silenciosamente, pasando por su lado. La sontisa de Torgaddon estaba llena de perfectos dientes blancos.

    -Gracias, Vipus. Cmo est la mano? -Curando, capitn. Lista para volver a adherirla. -Eso est bien -respondi Torgaddon-. Lmpiate el trasero con la

    otra durante un tiempo, de acuerdo? Sigue as. Vipus lanz una carcajada y desapareci. Torgaddon lanz una risita divertida ante su propia ocurrencia y ascen-

    di los cortos peldaos para colocarse frente a Loken en el centro de la estera de lona. Se detuvo ante un soporte para armas situado fuera de la jaula abierta, seleccion una hacha de mango largo y la extrajo, asestan-do tajos al aire mientras avanzaba.

    -Hola, Garviel-salud-. Has odo el rumor, supongo? -He odo toda clase de rumores, seor. -Quiero decir el que se refiere a ti. Defindete. Loken artoj su espada de prcticas a la cubierta y sac rpidamente un

    tabar del armero ms prximo. Era todo de acero, ranto la hoja como el mango, y el filo de la cabeza del hacha tena una curva pronunciada. Lo

    48

  • alz adoptando una posicin de ataque y fue a colocarse frente a Tor-gaddon.

    Torgaddon amag, a continuacin entr al ataque con dos hachaws furiosos. Loken desvi la cabeza del hacha con el mango de su tabar, y la Escuela de Espadas se llen de ecos de repiqueteos metlicos. La sonrisa no haba abandonado el rostro de Torgaddon.

    -As que, ese rumor ... -continu, describiendo crculos. -Ese rumor -asinti Loken-, es cierto? -No -dijo Torgaddon, y luego mostr una sonrisa traviesa-o Desde

    luego que lo es! O tal vez no ... No, lo es. Lanz una sonora carcajada para celebrar su socarronera. -Es divertido -indic Loken. -Vamos, cierra el pico y sonre -lo provoc el otro, y volvi a segar

    el aire, atacando a Loken con dos mandobles cruzados muy poco regla-mentarios que a su oponente le cost esquivar.

    Loken se vio obligado a girar el cuerpo en redondo para salir de all y a aterrizar con los pies bien separados.

    -Un trabajo interesante -observ Loken, describiendo crculos otra vez, con el rabar bajo y balancendose-o Puedo preguntar si se est in-ventando estos movimientos?

    Torgaddon sonri burln. -Me los ense el seor de la guerra en persona -respondi, dando

    vueltas a la vez que dejaba que la larga hacha girara en sus dedos; la hoja centelle bajo la luz de los iluminadores dirigidos hacia la lona.

    Se detuvo de improviso y apunt a Loken con la cabeza del hacha. -No lo quieres, GarvieI? Terra, te propuse para esto yo mismo. -Me siento honrado, seor. Le doy las gracias por ello. -y Ekaddon lo apoy. Loken enarc las cejas. -Vale, no lo hizo. Ekaddon te detesta, amigo mo. -El sentimiento es mutuo. -ste es mi chico -rugi Torgaddon, y se abalanz sobre Loken. Loken rechaz violentamente el hachazo y contraatac con otro pro-

    pio, obligando a su oponente a saltar hacia atrs hasta el borde de la es-tera.

    -Ekaddon es un imbcil -dijo Torgaddon-, y se siente estafado porque llegaste all primero.

    -Yo simplemente ... -empez Loken. Torgaddon alz un dedo para acallarlo.

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  • -Llegaste all primero ----
  • corrientes que no podan mejorarse artificialmente. Perspicacia, elocuen-cia, genio poltico, inteligencia aguda. Lo ltimo se poda incrementar digitalmente o farmacuticamente, desde luego, ya una mente se le po-dan dar clases de historia, tica poltica y retrica. A una persona se le poda ensear qu pensar y cmo expresar lo que pensaba, pero era im-posible ensearle cmo pensar.

    A Loken le encantaba ver a los itetadores trabajando. En ocasiones haba retrasado la retirada de su compaa para poder seguir a sus fun-cionarios por las ciudades conquistadas y observarlos mientras se diri-gan a las multitudes. Era igual que ver salir el sol sobre un campo de trigo.

    Kyril Sindermann era el iterador ms magnfico que Loken haba visto nunca. Sindermann ocupaba el puesto de iterador principal en la 63' Ex-pedicin, y era responsable de dar forma al mensaje. Mantena, era algo bien conocido, una amistad ntima y profunda con el seor de la guerra, as como con el jefe de la expedicin y los palafreneros de rango superior. y el Emperador en persona conoca su nombre.

    Sindermann pona fin a una sesin informativa en la Escuela de Itera-dores cuando Loken se dej caer por el auditorio, una cripta alargada si-tuada en las profundidades del vientre de la Espritu Vengativo. Dos mil hombres y mujeres, cada uno ataviado con el sencillo hbito beige del cargo, estaban sentados en las hileras de gradas, absortos en cada una de sus palabras.

    -Para resumir, porque llevo hablando demasiado tiempo ---deca Sin-dermann-, este reciente episodio nos permite observar sangre y nervio genuinos bajo la piel verbosa de nuestra filosofa. La verdad que transmi-timos es la verdad, porque nosotros decimos que es la verdad. Es eso suficiente?

    Se encogi de hombros. -No lo creo as. Mi verdad es mejor que vuestra verdad no es ms

    que una disputa de patio de recreo, no la base de nuestra cultura. Yo ten-go razn, por lo tanto t ests equivocado)) es un silogismo que se desmo-rona en cuanto se le aplica cualquier cantidad de herramientas ticas fun-damentales. Tengo razn, ergo, ests equivocado. No podemos elaborar una constitucin sobre eso, y no podemos, no debemos y no se nos con-vencer de iterar sobre su base. EUo nos convertira en qu?

    Contempl a su audiencia. Haba un cierto nmero de manos alzadas. -T! -En embusteros.

    51

  • Sindermann sonri. El conjunto de micrfonos dispuestos alrededor del podio amplificaba sus palabras, y su rostro aumentado de tamao se mostraba en la pared hologrfica situada a su espalda. All, su sonrisa te-na tres metros de anchura.

    -Pensaba en matones o demagogos, Memed, pero embusteros es apropiado. De hecho, resulta ms hiriente que mis sugerencias. Bien di-cho. Embusteros. Eso es precisamente en lo que nosotros, los recadores, no podemos convertirnos jams.

    Sindermann tom un sorbo de agua antes de proseguir. Loken, en el fondo de la sala, se instal en un asiento vaco. Sindermann era un hom-bre alto, alto para alguien que no era un astartes, en todo caso, orgullosa-mente erguido, cenceo y con la patricia cabeza coronada por una magni-fica cabellera blanca. Las cejas eran negras, como los galones de la hombrera de metal de un lobo lunar. Posea una presencia autoritaria, pero era la voz 10 que realmente importaba; muy profunda, sonora, melodiosa, compa-siva; era el tono vocal lo que serva para seleccionar a cada candidato a irerador. Una voz dulce, deliciosa y pura que comunicaba razn, sinceri-dad y confianza. Una voz por la que vala la pena buscar entre cien mil personas con tal de encontrarla.

    -Verdad y mentiras -prosigui Sindermann-. Verdad y mentiras. Acabo de llegar a mi tema favorito, os dais cuenta? Vuestra cena se va a retrasar.

    Una oleada de risas barri la sala. -Grandes acciones han dado forma a nuestra sociedad -dijo-. La

    ms grandiosa de ellas, fsicamente, ha sido la unificacin formal y total de Terra por parte del Emperador, en cuya secuela externa, esta Gran Cruzada, estamos ocupados ahora. Pero ms grandioso, intelectualmen-te, ha sido el podernos despojar de aquel manto tan pesado llamado reli-gin. La religin maldijo a nuestra especie durante miles de aos, desde la supersticin ms nfima a los cnclaves ms elevados de la fe espiritual. Nos condujo a la locura, a la guerra, al asesinato, penda sobre nosotros como una enfermedad, como la bola de unos grilletes. Os dir lo que era la religin . .. No, voSOtros me lo diris. ,T?

    -Ignorancia, seor. -Gracias, Khanna. Ignorancia. Desde los tiempos ms remotos, nues-

    tra especie se ha esforzado por comprender el funcionamiento del cosmos, y all donde esa comprensin ha fracasado o no ha sido suficiente, hemos llenado los huecos, recubierto las discrepancias, con la fe ciega. ,Por qu gira el Sol en el cielo? No lo s, de modo que lo atribuir a los esfuerzos

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  • de un dios del sol con un carruaje dorado. Por qu muere la gente? No puedo decirlo, pero elegir creer que se trata de la tenebrosa tarea de una parca que se lleva las almas a un supuesto ms all.

    Su pblico lanz una carcajada. Sindermann descendi del podio y avanz hasta los peldaos delanteros del escenario, fuera del alcance de los micras. Sin embargo, aunque baj el volumen de la voz, su adiestrado tono, aquella hbil herramienta de todos los irecadores, transport sus palabras con una claridad perfecta, sin amplificar, por toda la sala.

    -Fe religiosa. La creencia en los