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La tierra prometida El mismo día que nació su hijo primogénito, Jacob, vástago del viejo Abraham, descubrió la magia creativa de la Naturaleza. Era el 21 de febrero. Desde entonces amó a lo dos por igual: al hijo con la fuerza de su carne, y a la Naturaleza, con la fuerza de la tierra. Sin ninguna explicación previa había comprendido el milagro de la vida: el único capaz de salvar al Planeta Azul. Desde entonces su existencia cambió por completo. Con el apoyo entusiasta de su esposa Raquel trazó un plan a largo plazo, como una historia familiar de salvación al natural y a lo espiritual: un mes después, el 21 de marzo por la mañana, bautizaron a su hijo primogénito con el nombre de Rubén, y por la tarde, ante el niño presente en los brazos de su madre, sembró el primer roble sobre un gran tramo de la cuesta, desde la loma Sión hasta el Erreka Txiki. Una plegaria en labios de Jacob presidió el solemne momento: -Bendice, oh Señor, este roble junto a la tierra que lo sostiene y bendice también nuestro proyecto de reforestación, de la misma manera que esta mañana has bendecido a nuestro hijo Rubén con el carisma del

La Tierra Prometida 14jun

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La Tierra Prometida nos habla de un amor sincero y generoso por la Naturaleza, por la Tierra como el Planeta de la vida...

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La tierra prometida

El mismo día que nació su hijo primogénito, Jacob, vástago del viejo Abraham, descubrió la magia creativa de la Naturaleza. Era el 21 de febrero. Desde entonces amó a lo dos por igual: al hijo con la fuerza de su carne, y a la Naturaleza, con la fuerza de la tierra. Sin ninguna explicación previa había comprendido el milagro de la vida: el único capaz de salvar al Planeta Azul. Desde entonces su existencia cambió por completo.

Con el apoyo entusiasta de su esposa Raquel trazó un plan a largo plazo, como una historia familiar de salvación al natural y a lo espiritual: un mes después, el 21 de marzo por la mañana, bautizaron a su hijo primogénito con el nombre de Rubén, y por la tarde, ante el niño presente en los brazos de su madre, sembró el primer roble sobre un gran tramo de la cuesta, desde la loma Sión hasta el Erreka Txiki.

Una plegaria en labios de Jacob presidió el solemne momento:

-Bendice, oh Señor, este roble junto a la tierra que lo sostiene y bendice también nuestro proyecto de reforestación, de la misma manera que esta mañana has bendecido a nuestro hijo Rubén con el carisma del sacramento del bautismo. Que tu gracia, oh Dios, crezca abundante entre nuestro hijo y esta tierra que ahora empieza a renovarse”. Amén.

A partir de esa fecha, inicio de la primavera, la finca pasó a llamarse “La Tierra Prometida”. Era el primer paso para reconstruir un terreno agrícola agostado por cosechas de siglos, arrasado con incendios mal habidos y deprimido por abandonos injustos.

El cuadro de tierra abarcaba toda la franja norte entre Loma Sión y Erreka Txiki; una finca muy extensa pero con gran desnivel; los areos agrícolas habían empobrecido el suelo y la tierra productiva fue huyendo camino de la pequeña quebrada. La nueva repoblación propuesta por Jacob pretendía convertirla en tierra de promisión para todos sus hijos e hijas, conforme fueran naciendo entre los brazos de esa familia.

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Siempre en presencia de su hijo Rubén, durante los siguientes catorce años Jacob fue sembrando un roble cada 21 de marzo: diez palos en línea, comenzando por la zona inferior de la finca, en paralelo al curso de la quebrada Erreka Txiki. Uno por cada nueva primavera hasta el final de su vida…

Con catorce años y un mes recién cumplido, el adolescente Rubén, abierta la hoya, plantó su primer brote de roble, el quince en segunda línea, ante la presencia solemne de su padre Jacob, de su madre Raquel y de sus onces hermanos y hermanas. Toda la familia presente, más un grupo de vecinos y conocidos.

El proyecto del padre había pasado a manos de su hijo mayor y la montaña árida se iba vistiendo con los colores de la esperanza…

El plan reforestador sobre la Tierra Prometida fue ampliándose a cada uno de los hijos e hijas de la familia Lurramendikoetxea: un tramo nuevo para cada uno de ellos entre loma Sión y Erreka Txiki.

Tan atractiva resultó la novedad ecológica que Jacob se hizo muy popular por toda la región; muchos padres de familia repitieron la misma operación con sus hijos pequeños: sembradío de árboles en sus fincas liekas o abandonadas.

Rubén, por su parte, se mantuvo fiel al proyecto de su aitá: cada 21 de marzo y primavera, hecho el hoyo en la tierra, plantaba un nuevo retoño de roble, bien acompañado por tierra negra y minerales.

Como de costumbre, la ceremonia tenía lugar en presencia de sus padres, hermanos, vecinos y algunos curiosos llegados desde las cercanías.

Con el transcurso de los años y de las primaveras, Rubén se casó y nacieron muchos hijos e hijas a la sombras de los robles de La Tierra Prometida. También ellos se entusiasmaron con el proyecto de su abuelo Jacob.

Siempre acompañado de su esposa y familia, Rubén siguió enterrando nuevos esquejes de roble, diez en fila, arriba en la cuesta, cada vez más cerca de la cumbre y más lejos de Erreka Txiki.

Ni uno solo de los árboles plantados se secó: tal era el cuidado y mimo laborioso por parte de Rubén y de sus hijos al completo. Cuando en las filas cuatro o cinco todavía apuntaban brotes minúsculos, las filas primera y segunda presentaban hermosos ejemplares, recios, fuertes, erguidos, apuntando al cielo; su color verde intenso contrastaba con el marrón claro de la zona superior, tan degradada.

Todo es cuestión de tiempo, empeño…Y en ellos había mucho.

La Tierra Prometida era ya realidad patente después de una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete y ocho décadas.

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Recién cumplidos los noventa, Rubén traspasó el testigo de su padre Jacob a David, su hijo primogénito. El proyecto debía continuar hasta el final más allá de sus fuerzas desgastadas; para eso estaba David: él culminaría la reforestación completa de La Tierra Prometida.

Cada 21 de marzo, Rubén siguió fiel a su cita: a pie desde la casa familiar hasta Erreka Txiki; luego, muy despacio, la cuesta de Loma Sión mientras repasaba cada una de las nueve filas de hermosos robles; desde la fila diez por sembrar todavía, oteaba satisfecho el verde panorama; finalmente, el merecido descanso sobre la gran roca de la cumbre: frente a él su hijo David se afanaba con el roble número noventa y uno; y al año siguiente, el noventa y dos; y al siguiente, el noventa y tres; y al siguiente…

Así llegamos al 21 de febrero más grande de todos, cuando Rubén cumplió cien años. Solo quedaba un hueco por cubrir con el roble número cien. Con él se culminaría la reforestación completa de La Tierra Prometida.

El 21 de marzo y una nueva primavera, recostado sobre una camilla Rubén fue llevado hasta lo alto de Loma Sión. Esa fecha tan especial había convocado a una multitud de personas entre familiares, amigos, vecinos, autoridades, turistas y curiosos, muchos curiosos.

Ante sus ojos centenarios, David abrió la hoya sobre el último cuadro libre del bosque; con solemnidad tomó el hermoso ejemplar de joven roble, el último, el número 100, y se dirigió a la altura de su padre antes las cámaras de TV y otros reporteros.

Le acercaron un micrófono para su voz ya débil y algo indecisa:

-Mi querido hijo David, hijos míos y demás familiares, amigos y amigas aquí presentes: este gran cuadro de tierra durante mucho tiempo fue un desierto inútil y abandonado, pero en solo tres generaciones se ha convertido en un hermoso bosque por la idea genial de Jacob, nuestro abuelo y convecino de ustedes. El mismo día que yo nací, hace ya cien años, mi padre descubrió la magia creativa de la Naturaleza y desde entonces quiso apoyar su causa con este proyecto de La Tierra Prometida. Mis queridos todos: esa misión ya se ha cumplido y mi existencia ha llegado al final. Eso sí, cada uno de ustedes debe crear su propio proyecto para hacer que esta Tierra nuestra y de todos siga siendo un hermoso Planeta Azul. ¡Gracias al Cielo, a toda la familia Lurramendikoetxea y a la Madre Naturaleza! Me marcho de ustedes… y dejo este mundo… un poco mejor…

Lágrimas emocionadas le impidieron continuar su discurso, mientras su hijo David concluía la plantación del último roble, el número 100: la Tierra Prometida estaba reforestada al completo; desde Erreka Txiki, al Norte, hasta Loma Sión, al Sur.

Esa misma noche, recién nacida una nueva primavera, Rubén se dormía placidamente en brazos de la eternidad.

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El Patriarca familiar fue enterrado en lo alto de Loma Sión: para siempre podría contemplar el hermoso bosque de robles que adornan y regeneran La Tierra Prometida.

Famoso se hizo el lugar, famoso y admirado, objeto de peregrinaciones entre los que aman la magia creativa de la Naturaleza…

“Hay cosas en esta vida que no tienen solución, pero la vida es un don de la Tierra Prometida…”

30 – ekaina – 2014Almirante (Bocas del Toro)Astelehena

Para todos los que aman, respetan y trabajan por una Tierra mejor para todos…

xabiepatxigoikoetxeavillanueva

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