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1 Facultad de Ciencias Experimentales UNIVERSIDAD DE JAÉN Facultad de Ciencias Experimentales Trabajo Fin de Grado La asimetría cerebral en las enfermedades neurodegenerativas. Enfermedad de Parkinson. Alumno: Ana Yolanda Morago Guardia Julio, 2014

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UNIVERSIDAD DE JAÉN Facultad de Ciencias Experimentales

Trabajo Fin de Grado

La asimetría cerebral en las enfermedades

neurodegenerativas. Enfermedad de

Parkinson.

Alumno: Ana Yolanda Morago Guardia

Julio, 2014

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UNIVERSIDAD DE JAÉN Facultad de Ciencias Experimentales

GRADO EN BIOLOGÍA

Trabajo Fin de Grado

La asimetría cerebral en las enfermedades

neurodegenerativas. La enfermedad de Parkinson.

Ana Yolanda Morago Guardia

Universidad de Jaén, Julio 2014

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ÍNDICE

1. RESUMEN / ABSTRACT……………………………………………………………………….4

2. INTRODUCCIÓN……………………………………………………………………..…..……..4

3. ENFERMEDAD DE PARKINSON…………………………………..…………………….…..6

3.1. EPIDEMIOLOGÍA………………………………...………………………………….…….8

3.2. CLÍNICA……………………………………………………...………………………….….9

3.2.1. SÍNTOMAS MOTORES………………………………………………...….……9

3.2.2. ALTERACIONES COGNITIVAS…………………………...………………....10

3.2.3. ALTERACIONES AUTONÓMICAS……………………...………………...…11

3.3. FACTORES DE RIESGO AMBIENTAL……………………………...…………….…..11

3.4. ANATOMÍA PATOLÓGICA……………………………………………………………...14

3.5. DIAGNÓSTICO Y PRONÓSTICO…………………………………..……..…..….…...14

3.5.1. CLÍNICO…………………………………………………………………………15

3.5.2. BIOMARCADORES……………………………………….…………...………16

3.6. TRATAMIENTO…………………………………………………………………………..18

3.7. INVESTIGACIÓN…………………………………………………………………………21

4. ASIMETRÍA CEREBRAL……………………………………………………………………...22

5. ASIMETRÍA CEREBRAL Y ENFERMEDAD DE PARKINSON…………………………..28

5.1. ESTUDIOS HUMANOS…………………………….….…….………...………….…….30

5.2. ESTUDIOS ANIMALES………………………………….…………………………...….32

6. CONCLUSIONES…………………………………………………………..…………….…...33

7. BIBLIOGRAFÍA……………………………………………………….………..………….…...34

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1. RESUMEN

Este trabajo pretende realizar una revisión de los aspectos más significativos de la

asimetría cerebral y la enfermedad de Parkinson (EP), así como la relación entre ambos

temas. Aunque esta enfermedad está aún siendo investigada desde múltiples enfoques,

en la presente revisión se ha recopilado una amplia información sobre sus posibles

causas, síntomas, epidemiología, anatomía patológica, factores de riesgo, diagnóstico y

tratamiento. De modo particular, se tratará uno de los aspectos más importantes pero

menos estudiados de la EP, es decir, la trascendencia de la asimetría cerebral que

manifiestan éstos pacientes basándonos tanto en estudios realizados en animales como

en humanos.

ABSTRACT

This work is a review of the most important aspects about cerebral asymmetry and

Parkinson’s disease (PD), as well as the relationship between both issues. Although this

disease is still under research, it has been compiled extensive information about its

possible causes, symptoms, epidemiology, pathology, risk factors, diagnosis and

treatment. Particularly, one of the most important but less studied aspects of the disease,

such as the significance of brain asymmetry exhibited by these patients, will be also

discussed according to some studies in animals and humans.

2. INTRODUCCIÓN

La unidad elemental del sistema nervioso (SN) es la neurona. Las enfermedades

neurodegenerativas son provocadas por la progresiva muerte neuronal y la sintomatología

depende de la zona cerebral afectada. La EP es la segunda enfermedad

neurodegenerativa más común después de la enfermedad de Alzheimer, y que afecta a

unos 30 millones de personas en todo el mundo (Benetti y cols, 2012). Se produce por la

muerte neuronal en el mesencéfalo, concretamente en la sustancia negra (Fig.1) y otras

zonas que participan en el control motor como el área ventro-tegmental. Debido a esto,

los individuos afectados por la EP presentan síntomas motores tales como temblor,

rigidez de los músculos esqueléticos, lentitud de los movimientos (bradicinesia), etc.

En concreto, la EP se produce por la muerte de las neuronas dopaminérgicas, que usan la

dopamina (DA) como neurotransmisor. Desde un punto de vista anatómico, se produce

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por la formación de unos acúmulos citoplasmáticos intraneuronales denominados cuerpos

de Lewy (Fig 2.), que contienen principalmente α-sinucleína, pero también ubiquitina y

otras proteínas (Stefanis, 2012; Yasuda y cols, 2013).

Fig.1. Se muestra la diferencia en la sustancia negra presente en el mesencéfalo

entre una persona sana y otra persona con EP (A.D.A.M. Images).

Fig.2. La imagen muestra un cuerpo de Lewy (señalado por la flecha) dentro del

cuerpo neuronal. La imagen es de la sustancia negra de una persona con EP

idiopática (esporádica). (Fritsch y cols, 2012).

Las neuronas dopaminérgicas proyectan sus axones hacia el sistema dopaminérgico

nigroestriatal, involucrado en el control motor, y el sistema dopaminérgico mesolímbico,

involucrado en la recompensa emocional (Dunnen, 2013).

Debido al déficit dopaminérgico, el principal tratamiento de la EP es la administración de

precursores de la síntesis de dopamina como L-dopa. Aunque también se suministran

agonistas dopaminérgicos o inhibidores de los enzimas que degradan la dopamina. No

obstante, los fármacos no frenan el proceso neurodegenerativo por lo que se están

investigando nuevas estrategias terapéuticas para complementar a las existentes y poder,

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así, mejorar la calidad de vida de los individuos con Parkinson (Rangasamy y cols, 2010;

Volkmann y cols, 2013).

3. ENFERMEDAD DE PARKINSON

La EP es una enfermedad neurodegenerativa cuya causa es desconocida. Esta

enfermedad es compleja porque, además de producir un deterioro en las funciones

motoras, también produce alteraciones en el comportamiento, en los procesos cognitivos

y en definitiva, en la generalidad de las funciones diarias del paciente.

Se ha demostrado que hay varios factores interrelacionados (Fig.3) que contribuyen a la

patogénesis de la EP como los procesos celulares autónomos (autofagia, disfunción

lisosomal y disfunción mitocondrial) o procesos celulares no-autónomos (transmisión

trans-sináptica de proteínas anormales, neuroinflamación y pérdida de soporte trófico)

(Hirsch y cols, 2013).

Los procesos celulares autónomos son:

- La autofagia es el proceso por el que las neuronas hacen frente a las proteínas

anormales. En el caso de la EP, la proteína clave es la α-sinucleína que es el principal

factor de riesgo genético que produce la EP idiopática debido a un aumento en los niveles

de proteína anormal ya sea por duplicaciones, triplicaciones o por formas mutadas. Esto

aparece cuando se alteran los procesos normales del sistema lisosomal y del sistema

ubiquitina-proteosoma. La alteración de cualquiera de los dos sistemas o su saturación

por sinucleína anormal, lleva a la acumulación de α-sinucleína, lo cual da lugar como

consecuencia a la formación de cuerpos de Lewy (Bezard y cols, 2013).

- En la disfunción lisosomal se producen anormalidades en el gen GBA que produce la

enzima glucocerebrosidasa (GCasa). Mutaciones de GBA en homocigosis o heterocigosis

causan la enfermedad de Gaucher, además se sabe que GCasa está involucrada en el

funcionamiento lisosomal normal y la interacción entre dicha enzima y la α-sinucleína.

Recientemente se ha visto que, en la sustancia negra, la actividad enzimática de la

GCasa se reduce un 58% en los pacientes que presentan una mutación heterocigótica de

GBA, sin embargo, en los casos de EP idiopática, la actividad de la GCasa es menor

(33%) (Gegg y cols, 2012).

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- En la disfunción mitocondrial la causa más evidente que influye en la producción de la

EP son las toxinas mitocondriales (Langston y cols, 1983). Por otro lado, se ha

demostrado que las neuronas dopaminérgicas nigro-estriatales necesitan mucha energía

ya que establecen una gran cantidad de sinapsis, lo que las hace vulnerables a cualquier

proceso que afecte a la función mitocondrial. Esta demanda metabólica podría

relacionarse con la vulnerabilidad selectiva de neuronas degeneradas por α-sinucelína

(Bolam y Pissadaki, 2012).

El factor de transcripción PGC1α tiene una gran importancia en el movimiento de energía

mitocondrial y se ha asociado con el riesgo de padecer EP porque está implicado en la

disfunción mitocondrial. No obstante, la sobre-expresión de PGC1α puede proteger contra

las toxinas inductoras de parkinsonismo (Shin y cols, 2011; Zheng y cols, 2010). Además,

existe una evidencia de la relación entre la expresión de PGC1α, la acumulación de α-

sinucleína y la disfunción mitocondrial. En otro estudio vincularon la función de los

microtúbulos normales, los microtúbulos fosforilados por tau y LRRK-2, la α-sinucleína y el

transporte mitocondrial (Arduíno y cols, 2012; Chinta y cols, 2010).

La inhibición de la actividad de la enzima GCasa produce efectos negativos sobre la

función mitocondrial y hace que se acumule α-sinucleína. También hay un efecto negativo

bidireccional mediado por la actividad lisosomal entre la α-sinucleína y la GCasa (Yap y

cols, 2013).

Los procesos celulares no-autónomos:

- Transmisión trans-sináptica de proteínas anormales: la α-sinucleína puede ser

transferida de una neurona a otra y, si hay disfunción lisosomal, esa transmisión aumenta

(Alvarez-Erviti y cols, 2011).

- La inflamación es una parte importante de la patogénesis ya que se ha sugerido una

menor incidencia de EP en sujetos que hayan sido tratados con antinflamatorios no

esteroideos (AINEs). Existe una relación entre los antígenos leucocitarios humanos (HLA)

y el riesgo de EP, y el riesgo de EP asociado a las vías inflamatorias independientes de

HLA. Además, las neuronas dañadas provocan la activación microglial y, como

consecuencia, la liberación de TNF-α e IL1-β, lo que puede provocar un mayor daño

neuronal (Collins y cols, 2012).

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- La progresión de la EP puede estar relacionada con la pérdida de factores neurotróficos,

haya o no haya cuerpos de Lewy. Las proteínas bloqueadoras de calcio, enzimas

antioxidantes y factores anti-apoptóticos son regulados por factores neurotróficos,

protegiéndonos contra la neurotoxicidad (Rangasamy y cols, 2010).

Fig.3. Este diagrama muestra de forma esquemática los factores interrelacionados

que colaboran en la patogénesis de la enfermedad de Parkinson.

3.1 Epidemiología

La prevalencia y tasas de EP varían según el criterio utilizado. Aun así, una revisión sobre

la epidemiología de esta enfermedad halla una tasa de prevalencia de un 1% en personas

de 60 años o más, aumentándose esta tasa con la edad hasta un 4% (De Lau y Breteler,

2006; De Rijk y cols, 1997; Wright y cols, 2010).

Por otro lado, Wright y cols (2010) demostraron que las personas de color y los asiáticos

tienen una prevalencia de un 50% menor que los blancos de desarrollar la EP. Asimismo,

se vio una mayor incidencia en la costa noroeste y medio oeste de EEUU, lo cual se

atribuyó a la alta exposición industrial y agrícola de estas regiones (Wright y cols, 2010).

Además, se ha descrito que la EP es más común en hombres que en mujeres debido a la

diferencia en los niveles de estrógenos, siendo éstos neuroprotectores contra la

degeneración de la DA en las zonas nigroestriatales, concretamente, el precursor de

andrógenos y estrógenos, la dehidroepiandrosterona (DHEA), tiene una influencia

significativa en la neurotransmisión dopaminérgica (Bourque y cols, 2009; Liu y cols,

2011; Sánchez y cols, 2010).

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En las próximas décadas se espera que la prevalencia se duplique en las zonas más

pobladas debido al aumento del envejecimiento de la población, lo que hace que esta

enfermedad se esté convirtiendo en una gran preocupación en muchos países y, por

tanto, el diagnóstico temprano, la prevención y el tratamiento precoz de la EP son

esenciales.

3.2 Clínica

La ruptura de los circuitos estriado-tálamo-cortical y córtico-cortical está involucrada en la

explicación de la variedad de síntomas y la progresión de la patología de la EP (Braak y

cols, 2004).

Uno de los problemas que puede presentar la EP es que manifiesta un inicio engañoso

debido a que los afectados relacionan los síntomas (Fig.4) como algo normal en el

envejecimiento y que, además, su progresión es inevitable (Jankovic y Kapadia, 2001). No

obstante, al ser una enfermedad progresiva, presenta un periodo presintomático donde

comienza el proceso patológico, pero los síntomas motores aún no están presentes. La

identificación de esta etapa es fundamental para el desarrollo y la aplicación de la terapia

neuroprotectora (Becker y cols, 2002).

3.2.1. Síntomas motores

Los síntomas motores están relacionados con la pérdida de neuronas dopaminérgicas,

manifestándose cuando esa pérdida neuronal reduce en un 70-80% la producción de DA

(Bernheimer y cols, 1973). Es decir, la disminución asimétrica de la DA,

fundamentalmente en la sustancia negra, causa los síntomas motores asimétricos

tempranos de la EP (Kempster y cols, 1989).

Los primeros síntomas que se manifiestan son temblores en reposo, que se vuelven

menos visibles con los movimientos voluntarios, y sensación de debilidad en zonas

concretas, principalmente, en brazos y manos. Pero aparte del temblor, también tenemos

síntomas motores como rigidez, bradicinesia, caminar arrastrando los pies e inestabilidad

de la postura. Todos estos síntomas se manifiestan inicialmente de forma unilateral y

están determinados por la asimetría cerebral en el contenido de DA (Tanner y cols, 2009).

La progresión de la enfermedad es muy variable de unos pacientes a otros. Factores

pronósticos negativos asociados a un rápido deterioro podrían ser una alteración cognitiva

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temprana, la edad avanzada y la ausencia de temblor al inicio de la aparición de otros

síntomas de la enfermedad (Alves y cols, 2005; Marras y cols, 2002).

3.2.2. Alteraciones cognitivas

La asimetría en el contenido estriatal de DA es la responsable de la asimetría en los

circuitos neuronales de los ganglios basales y áreas corticales de los que dependen las

capacidades cognitivas (Middleton y Strick, 2000a; Middleton y Strick, 2000b).

Los cambios neuropsicológicos son difíciles de evaluar al inicio de la EP. Algunas de las

funciones de este ámbito afectadas son: toma de decisiones, resolución de problemas,

capacidad de atención o memoria y, clínicamente, se puede expresar como dificultades

para realizar las actividades diarias. Otro síntoma precoz de la EP es el deterioro de la

función visuo-espacial provocado por la reducción unilateral de la DA ya que ésta da lugar

a consecuencias en las proyecciones corticales de los ganglios basales, mientras que un

deterioro en la memoria se detecta posteriormente conforme avanza la enfermedad

(Clower y cols, 2005; Zgaljardic y cols, 2006). En este sentido, la Academia Americana de

Neurología (AAN), sugiere realizar un examen del estado mental para visualizar el estado

global de la función cognitiva en la EP. Crum y cols. (1993) publicaron las normas que

debían seguirse para el análisis de la función cognitiva en el paciente con EP.

Por otro lado, entre el 30 y el 50% de las personas afectadas por la EP desarrollan

eventualmente demencia, cuyo diagnóstico en la EP es difícil debido a que la enfermedad

de Alzheimer, la demencia con presencia de cuerpos de Lewy y la demencia en la EP

tienen características similares (Geldmacher, 2004).

Personas con EP que no presenten demencia, según un estudio, pueden presentar

síntomas neuropsiquiátricos como depresión, ansiedad, apatía o irritabilidad (Bronnick y

cols, 2005).

Asimismo, en esta enfermedad también son comunes los trastornos del sueño entre los

que encontramos insomnio, pesadillas y excesiva somnolencia diurna. La causa de esto

es desconocida, pero se ha planteado una hipótesis que sugiere que la reducción de DA

promueve la interrupción del sueño en personas con EP por lo que se ha propuesto que

ésta enfermedad y los trastornos del sueño podrían estar relacionados. Además de esto,

el síndrome de piernas inquietas, la nicturia, los estimulantes que incluyen en su

composición los medicamentos para la EP, la ansiedad, la movilidad reducida o la

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reducción de la actividad o ejercicio también contribuyen a los trastornos del sueño

(Kumar y cols, 2002; Lai y Siegel, 2003; Mehta y cols, 2008). También se ha propuesto

que las alucinaciones y la somnolencia durante el día pueden estar relacionadas con los

cambios neuronales del hemisferio derecho ya que, éste, está implicado en la generación

y control de las imágenes visuales, excitación y vigilancia (Middleton y Strick, 2000b).

3.2.3. Alteraciones autonómicas

La EP se caracteriza por síntomas relacionados con la disfunción del sistema nervioso

autónomo a causa de la destrucción de un número significativo de neuronas

dopaminérgicas como, por ejemplo, estreñimiento, frecuencia urinaria, nicturia, sudoración

anormal, disfunción eréctil, tirantez vaginal e hipotensión ortostática. Además, otro

síntoma de la EP es el deterioro olfativo (hiposmia). Un estudio demostró que el 97% de

las personas con un diagnóstico clínico de EP presentaban déficits olfatorios. También

puede verse afectado el sentido del gusto (Breen y Drutyte, 2013; Haehner y cols, 2009;

Ponsen y cols, 2009).

Fig.4. Este esquema representa los síntomas más llamativos de la enfermedad de Parkinson.

3.3 Factores de riesgo ambiental

Hay evidencias de que los pesticidas aumentan el riesgo de padecer EP y, en menor

medida, también hay evidencias de un mayor riesgo de padecer EP por un consumo alto

de leche en hombres, un alto consumo de hierro, anemia crónica y por un traumatismo

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craneoencefálico grave. En cambio, parece haber un menor riesgo de padecer EP

asociado a hiperuricema, tabaco, café y té, consumo de vitamina E, alcohol, AINES o el

ejercicio físico vigoroso. Algunos de estos factores, que serán detallados a continuación,

pueden actuar desde etapas tempranas de la vida o interaccionar con otros factores en

relación a producir parkinsonismo (Fig.5).

Los pesticidas inducen degeneración de las neuronas dopaminérgicas (Campdelacreu,

2012). La exposición a pesticidas, trabajar en agricultura, herbicidas o vivir en medio rural

se ha asociado con el riesgo de EP, sin embargo, no se puede afirmar que sean factores

independientes ya que suelen ir asociados al uso de pesticidas (Wirdefeldt y cols, 2011).

Además, no se conoce con certeza el mecanismo de acción debido a que los modelos

animales no presentan las mismas condiciones de dosis y rutas de administración que las

personas expuestas a los pesticidas (Campdelacreu, 2012).

Por otro lado, los metales participan en la muerte neuronal, por ello, los individuos con

Parkinson presentan mayores niveles de hierro, cobre y zinc en la sustancia negra. Sin

embargo, no hay evidencias claras que demuestren que trabajar con metales o beber

agua que contenga una mínima cantidad de aluminio, esté relacionada con padecer EP

(Wirdefeldt y cols, 2011).

Asimismo, se ha observado que el consumo de leche en hombres conlleva un mayor

riesgo de EP, pero esto no se cumple con otros lácteos y se desconoce el motivo. Por otro

lado, parece haber indicios de un menor riesgo de padecer la enfermedad con un

aumento en la ingesta de vitamina E y, un mayor riesgo, con el consumo alto de hierro

(Wirdefeldt y cols, 2011).

El tabaco es el factor que ha mostrado una asociación más consistente en relación al

riesgo de padecer EP, siendo menor en fumadores activos debido a que la nicotina

estimula a las neuronas dopaminérgicas, inhibiendo la formación de fibrillas de α-

sinucleína. Además, casi todos los estudios realizados han mostrado que el café y el té

presentan un efecto protector frente a la EP. Del mismo modo, en modelos animales de

EP, en los que se han administrado AINEs, se ha observado que protegen de la pérdida

neuronal inducida por el neurotóxico 1-methyl-4-phenyl-1,2,3,6-tetrahydropyridine (MPTP)

(Wirdefeldt y cols, 2011).

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Un menor riesgo o una progresión lenta de la EP parecen estar asociados con la

hiperuricemia. Aunque en algunos estudios se observó un menor riesgo en hombres que

realizaban ejercicio vigoroso, no está definitivamente clara la asociación entre el ejercicio

y la EP (Wirdefeldt y cols, 2011).

Algunos estudios han mostrado que los individuos que han padecido un traumatismo

craneoencefálico tienen un mayor riesgo de desarrollar la EP, así como su aparición

precoz (Wirdefeldt y cols, 2011).

Hay factores ambientales que pueden afectar desde los primeros años de vida o durante

el embarazo, como se ha visto en modelos animales experimentales. Las toxinas pueden

causar daños estáticos o progresivos y las infecciones intrauterinas pueden afectar al

desarrollo de las neuronas dopaminérgicas del feto. Además, tanto los factores genéticos

como los factores ambientales compartidos, pueden aumentar el riesgo de desarrollar la

EP intrafamiliar (De la Fuente-Fernández y Calne, 2001; Logroscino, 2005).

El interés por los pesticidas como factor de riesgo para la EP es alto. En un análisis de

diferentes estudios realizados en América del Norte, Europa y Asia, se observó que 17 de

19 de esos estudios tenían una asociación positiva entre la exposición a pesticidas y la

EP (Priyadarshi y cols, 2000).

Fig.5. Gráfico recopilatorio de los principales factores que pueden influir en el riesgo de EP.

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3.4. Anatomía patológica

En estudios anatomo-patológicos se observa que el cuerpo estriado es aparentemente

normal aunque haya una pérdida neuronal en la sustancia negra de cerebros postmorten

de pacientes con EP. Además, como ya se ha mencionado, los cuerpos de Lewy son

pequeñas estructuras típicas en esta enfermedad y están constituidos principalmente por

α-sinucleína y ubiquitina. Estas estructuras pueden ser el resultado de la acumulación y

retención de proteínas que no han sido correctamente metabolizadas (Johnston y cols,

1998).

El temblor es un movimiento involuntario que entra dentro del grupo de trastornos del

movimiento hipercinético. Este trastorno se explica por una alteración en los ganglios

basales, aunque también hay que tener en cuenta que las perturbaciones fuera de estos

ganglios también pueden producir dicho trastorno del movimiento. Incluso, algunas de

esas perturbaciones pueden ser causadas por los efectos secundarios de algunos

medicamentos (Reich, 2010).

Los ganglios basales incluyen el estriado (núcleos caudado y putamen), el globo pálido,

el núcleo subtalámico y la sustancia negra, los cuales están interrelacionados entre sí a

través de circuitos. El núcleo estriado es la entrada más importante a los ganglios basales

y, él mismo, recibe la entrada de las neuronas dopaminérgicas de la sustancia negra

principalmente (Dunnen, 2013).

En la neuropatología relacionada con el temblor podemos encontrar estudios de imagen

por tomografía por emisión de positrones (PET) en los que se muestra un incremento del

flujo sanguíneo en la corteza cerebelosa, como en el caso de la EP. No obstante, el que la

hiperactividad del cerebelo sea o no una causa del temblor está aún debatiéndose

(Boecker y Brooks, 1998; Schuurman y cols, 2000). El temblor esencial es la forma más

común de temblor, que se presenta como una enfermedad progresiva que tiene como

signo un temblor cinético de los brazos, mientras que el temblor de la EP es,

principalmente, un temblor en reposo (Benito-León, 2008).

3.5. Diagnóstico y pronóstico

Para diagnosticar una EP clásica se usan los criterios descritos en el apartado 3.2. Sin

embargo, distinguir la EP de otras patologías asociadas (parkinsonismos) puede ser

bastante complicado. Los síntomas que apoyan el diagnóstico de un síndrome

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parkinsoniano, según el Comité de Consenso de AAN, pueden ser por una mala

respuesta y poca eficacia de la L-dopa, manifestaciones motoras simétricas con rápida

progresión, ausencia de temblores, disautonomía y poca atrofia del olfato (Rojo y cols,

2006).

También se han desarrollado investigaciones para predecir la progresión de la

enfermedad, Suchowersky y cols. (2006) mostraron que una mayor rapidez en la

progresión de la EP podía predecirse ante el inicio de los síntomas como rigidez o

bradicinesia a una edad avanzada y por una disminución de la respuesta de dopamina.

Es difícil establecer un criterio único que abarque todos los estadios o posibilidades de

esta enfermedad, donde el diagnóstico depende de la habilidad y conocimiento del

médico (Bhidayasiri y Reichmann, 2013). Sin embargo, en la etapa clínica inicial, hay

varios síntomas motores y no motores que pueden ser identificados años antes del

diagnóstico definitivo como son, por ejemplo, depresión, disfunción olfativa, cambios en la

escritura o el habla o la disminución de movilidad en los brazos (Becker y cols, 2002).

Molochnikov y cols. (2012) proponen el diagnóstico temprano de la EP mediante la

expresión de cinco genes en muestras sanguíneas. Así mismo, Granov y cols (2012)

proponen las técnicas de neuroimagen (resonancia magnética, PET, tomografía

computarizada de emisión monofotónica (SPECT) para analizar el diagnóstico,

diagnóstico diferencial y evaluación del tratamiento del enfermedades del sistema

nervioso central (SNC), permitiendo que el diagnóstico clínico de personas con EP con

deterioro cognitivo pueda apoyarse en esta vía.

Por otro lado, la sonografía transcraneal (TCS) y la difusión de resonancia magnética

(DTI) pueden usarse para demostrar anormalidades en el mesencéfalo o sustancia negra,

mientras que las técnicas de imagen PET y SPECT se pueden emplear para demostrar la

difusión en la neurotransmisión dopaminérgica (Sharma y cols, 2013).

3.5.1. Clínico

Uno de los aspectos o criterios en los que nos basamos para el diagnóstico de esta

enfermedad es la asimetría, puesto que la EP tiene un inicio y participación unilateral, así

como la perseverancia de dicha asimetría. La falta de asimetría podría caracterizar

parkinsonismos atípicos (Gómez-Esteban y cols, 2010).

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Ansari y Johnson (1975), observaron que una de las anomalías tempranas en la EP era la

hiposmia (Haehner y cols, 2007), pudiendo ser un signo más frecuente que el temblor

(Hawkes, 2003).

Por otro lado, cada vez se usan más las técnicas de genética molecular (proteómica,

metabolómica y transcripción) para la evaluación de sangre, líquido cefalorraquídeo y

neuroimagen para intentar progresar en el diagnóstico y manejo clínico de la EP (Altar y

cols, 2009; Marek y cols, 2011).

3.5.2. Biomarcadores:

Los biomarcadores (Fig.8) son indicadores del estado de una enfermedad u organismo y

pueden ser utilizados para evaluar el progreso de una enfermedad o los efectos de un

tratamiento. Además facilitan la prevención y el diagnóstico precoz de la enfermedad, así

como la detección de la epidemiología, el desarrollo de fármacos y la respuesta al

tratamiento.

Los biomarcadores pueden clasificarse en moleculares y de imagen (TAC, PET, SPECT y

MRI), entendiéndose por biomarcador molecular aquel que tiene propiedades biofísicas y

que puede medirse en muestras biológicas (suero, plasma, biopsia, etc). Además,

dependiendo del tipo de información pueden clasificarse en clínicos, bioquímicos,

genéticos, proteómicos o de neuroimagen y son importantes para el diagnóstico,

pronóstico y tratamiento de la EP (Sharma y cols, 2013). Por otro lado, Gerlach y cols.

(2012), han propuesto que un biomarcador debe estar vinculado a las características de la

neuropatología y a los mecanismos que promueven la neurodegeneración de la EP, debe

tener relación con la progresión de la enfermedad y debe confirmarse al menos por dos

investigadores independientes. Aparte de esto, un biomarcador debe ser no invasivo y de

fácil uso.

Actualmente, la EP no puede prevenirse por ningún biomarcador conocido debido a la

dificultad de hacer un diagnóstico preciso y de distinguir a la EP de otros parkinsonismos.

Pero con los recientes avances en diagnóstico (biomarcadores moleculares, pruebas

genéticas y técnicas de imagen) podrían mejorarse los aspectos clínicos de esta

enfermedad, siendo prometedores para la detección precoz de EP una combinación de

marcadores genéticos y biológicos (Waragai y cols, 2013).

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En concreto, los biomarcadores para la EP pueden dividirse en clínicos, morfológicos,

bioquímicos, biofísicos, fisiológicos, genéticos, inmunológicos y patológicos (Sharma y

cols, 2013). También hay marcadores preclínicos que pueden jugar un papel importante

en el diagnóstico temprano de la enfermedad, como por ejemplo, el biomarcador de

hiperecogenicidad de la sustancia negra (SN+) que podría ser un marcador fiable según el

estudio realizado por Liepelt-Scarfone y cols. (2011).

Quizá los marcadores clínicos sean los más llamativos, puesto que abarcan los síntomas

típicos ya mencionados anteriormente: temblor, rigidez muscular e irregularidad en la

postura, bradicinesia, discinesia, nicturia, alteración del sueño, hiposmia, deterioro visu-

espcial, déficits neuroconducturales (depresión, demencia,..), etc. (Becker y cols, 2002;

Sharma y cols, 2013).

Entre los marcadores patológicos podemos encontrar α-sinucleína, la formación de

cuerpos de Lewy, la pérdida dopaminérgica nigroestriatal y la acumulación de hierro

(Martí y Tolosa, 2013).

También se ha propuesto a la serotonina como un biomarcador de la EP dado que la

pérdida en la inervación de las neuronas serotoninérgicas parece desempeñar un papel

importante en la depresión (Guttman y cols, 2007). Y DJ-1 en sangre puede ser

considerado un biomarcador para la fase tardía de la enfermedad (Lin y cols, 2012). Así

mismo, Morgan y cols. (2010) identificaron algunos biomarcadores potenciales que

podrían ayudar al diagnóstico diferencial de la EP y el seguimiento de la enfermedad.

Otra opción podrían ser las citoquinas. Litteljohn y Hayley (2012) sugirieron que, estos

factores, podrían tener un gran potencial como biomarcadores serológicos en la EP,

cuyas aplicaciones irían desde el diagnóstico precoz, pronóstico y el descubrimiento de

nuevos fármacos.

A pesar de todo esto, un solo biomarcador puede no ser suficiente para alcanzar la

sensibilidad y especificidad necesaria debido a que la EP es una enfermedad con una

patología muy heterogénea y, además, comparte algunos de sus factores con otras

enfermedades neurodegenerativas. Por ello, la búsqueda y el desarrollo de

biomarcadores eficaces y específicos para el diagnóstico de la EP aún está en proceso de

investigación, usando también nuevos enfoques de proteómica, metabolómica y

transcripción (Shtilbans y Henchcliffe, 2012).

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Fig.8. Este esquema muestra la variabilidad de biomarcadores que pueden ser útiles y

ayudar a esclarecer algunos de los campos de la EP.

3.6. Tratamiento

Para el tratamiento sintomático la administración de L-dopa, junto con carbidopa (Pahwa

y cols, 2006), es el agente más eficaz para mejorar la calidad de vida de los individuos

con EP, pero también conlleva complicaciones a largo plazo. Además de la L-dopa

también se usan inhibidores de MAO-B (monoamino oxidasa B) y agonistas de DA

(Volkmann y cols, 2013), siendo los más eficaces la entacapona y rasagilina (Pahwa y

cols, 2006).

Para el tratamiento de la EP (Fig. 9) avanzada existen tres opciones que deben ser

administradas a un paciente tras haber analizado los beneficios y perjuicios que puede

producirle a dicho paciente. Estas opciones de tratamiento son: la apomorfina, la

estimulación cerebral profunda (DBS) y la infusión de levodopa intrayeyunal (Volkmann y

cols, 2013).

El uso de DBS con neurocirugía funcional mejora la calidad de vida y controla los

síntomas tras dos años de tratamiento en pacientes con una duración media de 7.5 años

de enfermedad. También se ha sugerido que los beneficios se mantienen a largo plazo,

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sin embargo, está aún por ver el impacto sobre el control de los síntomas que produce

este tratamiento a largo plazo (Gervais-Bernard y cols, 2009). La técnica DBS consiste en

implantar un electrodo, que dará estimulación eléctrica continua, en el núcleo subtalámico,

o en el núcleo ventral intermedio (Fig.6). Este método está indicado para pacientes que no

han mejorado tras someterse a los fármacos, que no presenten parkinsonismos y que

estén en una etapa medía o tardía de la enfermedad. Además, Pahwa y cols (2006)

concluyeron que la DBS en el núcleo subtalámico reduce la discinesia y la dependencia a

los medicamentos y mejora la función motora.

Fig.6. Esta imagen representa la técnica DBS, donde podemos ver, a la derecha,

donde estaría el electrodo para la estimulación en dos zonas de las mencionadas:

núcleo subtalámico y globo pálido.

Por otro lado, para intentar mejorar los efectos del uso crónico de L-dopa y como

complemento de la terapia sintomática, se ha considerado el uso de safinamida (un

inhibidor de la MAO) como neuroprotector (Schapira y cols, 2013).

En cuanto al tratamiento de los trastornos del sueño se usan benzodiacepinas que

proporcionan un alivio temporal. Sin embargo, necesitan una gran vigilancia porque su

abuso agrava el deterioro cognitivo (Lai y Siegel, 2003). Algunos ensayos indican que la

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melatonina y agentes melatoninérgicos también son útiles para este trastorno (Srinivasan

y cols, 2011).

Aunque el tratamiento sintomático está en continuo desarrollo no pasa lo mismo con los

síntomas motores (temblores, inestabilidad en la postura, etc.). Así mismo, los

tratamientos para los síntomas no motores también son insuficientes como el referente a

la alteración cognitiva y demencia, ya que complican las etapas avanzadas de la EP

(Seppi y cols, 2011).

En el tratamiento de procesos neurodegenerativos se ha visto, tras diversos ensayos, que

ni el coenzima Q10 ni el compuesto “cogane” (PYM50028) presentan beneficios en la EP.

Así mismo, se demostró que la rasagilina tampoco tiene un efecto neuroprotector aunque

en principio se pensó que sí. Por el contrario, hay estudios que sugieren que el litio tiene

propiedades neuroprotectoras y podría ser útil en el tratamiento de la EP y otras

enfermedades neurodegenerativas, ya que tiene una acción anti-apoptótica (Luo, 2010).

Obstáculos en el desarrollo de una adecuada terapia neuroprotectora incluyen por

ejemplo: El desconocimiento de la causa real de muerte celular en la EP, la ausencia de

un modelo animal adecuado que refleje con precisión la etiopatogenia de la EP, la

patología debida a la falta de DA o al déficit de otros factores y que refleje su progresión

crónica, o también la determinación de una correcta dosis en los tratamientos utilizados

en los ensayos clínicos (Olanow y cols, 2008).

Las neuronas nigroestriatales demandan altas cantidades de energía, tanto para la

sinapsis como para sus funciones dependientes de los canales de calcio. Una evidencia

epidemiológica sugiere un menor riesgo de EP en los individuos que toman antagonistas

de canales de calcio, en concreto, aquellos que toman isradipina (Simuni y cols, 2010).

Por otro lado, en el tratamiento para la depresión en la EP no se recomienda amitriptilina

por sus propiedades anticolinérgicas que pueden influir en las terapias dopaminérgicas.

Para la ansiedad se pueden administrar benzodiacepinas (como alprazolam, lorazepam o

diazepam), pero tienen el problema de la posibilidad de no ser tolerados, producir

confusión, empeorar el rendimiento motor o crear dependencia. Para el tratamiento de la

psicosis podemos usar clozapina y para los síntomas de la demencia, colinesterasa

(Suchowersky y cols, 2006).

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Fig.9. Con esta imagen se muestran los tratamientos más significativos de la EP.

3.7. Investigación

Uno de los objetivos principales de las investigaciones son las terapias neuroprotectoras

para el tratamiento de la EP puesto que, a día de hoy, no contamos con una estrategia

efectiva que pueda usarse (Sharma y cols, 2013).

En Londres y Francia se está investigando si la administración de un quelante de hierro

(deferiprona), que reduce los niveles de dicho elemento en la sustancia negra,

beneficiaría a los pacientes de EP. Así mismo, en Estados Unidos, se están desarrollando

ensayos pilotos de un inhibidor de la MPO (mieloperoxidasa), la cual está implicada en el

proceso inflamatorio de la enfermedad. Por otro lado, también están los agonistas de

GLP-1, ya que parece haber relación entre la EP y la diabetes. Estos fármacos parecen

tener efectos neuroprotectores y neurorestaurativos en varios modelos animales, por lo

que se está evaluando el agonista de GLP-1 para usarlo como tratamiento neuroprotector

en esta enfermedad (Aviles-Olmos y cols, 2013; Choi y cols,2005).

Uno de los desafíos de la administración periférica es si el factor terapéutico puede

atravesar la barrera hematoencefálica para poder llevar a cabo su mecanismo de acción.

Para ello, podrían usarse nano-vesículas endógenas (exosomas) que pudieran ser

Eliminado:

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transportadas por el ARN y las proteínas de transporte. Esto podría ser de utilidad en

pacientes con formas monogénicas de EP con toxicidad, como el LRRK2 que es un gen

que codifica la proteína llamada dardarina (con función kinasa, rica en leucina y con

repeticiones aminoacídicas de serina/treonina), o para los inhibidores de α-sinucleína (Liu

y Dluzen, 2007).

Otras investigaciones en proceso son el uso de un análogo del factor neurotrófico

derivado de una línea celular glial (GDNF), neurturina, con el objetivo de proporcionar

apoyo trófico sostenido, el uso del trasplante de células para combatir el déficit de células

dopaminérgicas en las fases tempranas de la EP (Marks y cols, 2010).

Aun así es necesario seguir investigando y realizar más estudios para establecer el

diagnóstico de la enfermedad a través de biomarcadores, esclarecer la etiología y

fisiopatología y desarrollar estrategias neuroprotectoras. Por ello, la Fundación Michael J.

Fox patrocina un estudio clínico internacional de 5 años de duración para identificar

biomarcadores de progresión de la EP para intentar conocer la causa de la enfermedad y

aumentar la probabilidad de éxito en las terapias para la EP (Marek y cols, 2011).

Otras áreas, como la metabolómica, se están convirtiendo en una vía importante de

investigación de la EP dada la dificultad para identificar biomarcadores para esta

enfermedad. Además, con ayuda de herramientas bioinformáticas se pueden mapear las

modificaciones de algunas rutas bioquímicas (Sharma y cols, 2013).

4. ASIMETRÍA CEREBRAL

La asimetría cerebral se refiere a las diferencias anatómicas, funcionales y bioquímicas

presentes entre los dos hemisferios del cerebro. Estas diferencias han sido estudiadas

ampliamente, pero la unión de estos tres aspectos sobre la asimetría cerebral no está

completamente resuelta (Toga y Thompson, 2003).

La asimetría es una característica de los sistemas biológicos, ya que las moléculas y las

partículas de las células también son asimétricas así como muchos organismos

unicelulares (Hellige, 1993). De hecho, esta asimetría comienza en la fase de gastrulación

del desarrollo, donde la lateralización puede verse afectada por factores ambientales

como corrientes eléctricas o campos magnéticos (Vandenberg y Levin, 2010). Esta

organización asimétrica del cerebro es el resultado de una adaptación evolutiva, de

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hecho, el cerebro es intrínsecamente asimétrico puesto que las funciones que lleva a

cabo se organizan de manera asimétrica en ambos hemisferios. Este desequilibrio entre

hemisferios ha dado lugar a especulaciones referentes a que éste, puede dar lugar a

neuropatologías (Rangasamy y cols, 2010).

Aunque siempre hemos sido conscientes de las diferencias entre una mitad y otra del

cuerpo (Fig.7.) (por ejemplo, más fuerza en un brazo que en otro), estas diferencias, no

habían sido relacionadas con la lateralidad funcional del cerebro hasta que Broca y

Wernicke asociaron la función del lenguaje a un área de uno de los hemisferios, el

izquierdo, al ver que en cerebros post-mortem de pacientes con desórdenes del lenguaje

presentaban mayores lesiones en dicho lado y, además, la mayoría de esos pacientes

eran diestros, por lo que se asoció a las personas diestras con una mayor dominancia del

hemisferio izquierdo. Es decir, la lateralidad motora es el caso más llamativo de la

asimetría funcional ya que el control de la motilidad se encuentra en el lado contralateral

al que nos referimos. Asimismo, Broca fue el primero en decir que una lesión en el

hemisferio izquierdo produce una perturbación en el lenguaje, concretamente en la

circunvolución frontal de la corteza cerebral (área de Broca) y si la lesión se produce en el

hemisferio derecho, raras veces ocasiona alteraciones en el lenguaje. Este autor describe

la afasia motora (dificultad de expresión). Por otro lado, Wernicke, describe la afasia

sensorial (déficit de comprensión) que se produce por lesiones en la parte posterosuperior

del lóbulo temporal izquierdo (área de Wernicke). Por ello, la función del lenguaje se

relaciona principalmente con el hemisferio izquierdo. Posteriormente, al hemisferio

izquierdo también se le asoció la función de la percepción y producción de secuencias. En

un estudio se observó que si se lesionan ciertas zonas de dicho hemisferio se producen

apraxias. Esta patología consiste en la incapacidad de realizar movimientos aprendidos

en forma de secuencias, pero estos pacientes sí pueden copiar posiciones estáticas.

Mientras, el hemisferio derecho, se encarga de la capacidad visuoespacial, produciéndose

diferentes perturbaciones en el reconocimiento y orientación espacial (agnosias). No

obstante, parece que algunos aspectos son “compartidos” por ambos hemisferios como,

por ejemplo, la percepción musical ya que el hemisferio izquierdo parece encargarse del

ritmo, mientras que, el hemisferio derecho lo hace de la melodía, tono, timbre y armonía

(Broca, 1865; Geschwind y Levitsky, 1968; Springer y Deutsch, 1981; Wernicke, 1984).

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Fig.7.Con este diagrama pretendo poner de manifiesto, a simple vista, algunas de las diferencias

que existen entre los hemisferios cerebrales.

Como he mencionado anteriormente, la relación entre una asimetría funcional, anatómica

y neuroquímica no está clara, aunque sí existen casos puntuales. Algunos ejemplos son:

Oke y cols (1978) describió que los niveles de noradrenalina no estaban igualmente

distribuidos en los núcleos del tálamo; Glick y cols (1982) mostraron que había una

lateralización izquierda en el globo pálido de dopamina y colin-acetil transferasa y, según

Amaducci y cols. (1981), esta colin-acetil tranferasa parece ser mayor en el lóbulo

temporal izquierdo; finalmente, Larish y cols. (1998) demostraron que en el núcleo

estriado había mayor concentración de receptores para la dopamina tipo D2.

Las asimetrías neuroquímicas en los neurotransmisores clásicos se han descrito en

animales pero no hay que olvidar que, esas observaciones en los animales, no siempre

son aplicables al ser humano. No obstante, un aspecto importante de la investigación trata

de relacionar la asimetría neuroquímica con la lateralización funcional y principalmente se

ha analizado el contenido asimétrico de DA en el núcleo estriado. Zimmerberg y cols.

(1974) demostraron que en el núcleo estriado los niveles de DA eran mayores en el lado

contralateral a la preferencia de giro, observando una diferencia entre hemisferios de un

15% e incrementándose a un 25% si se le administraba anfetamina a la rata (Glick y cols,

1974).

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Además, la asimetría del cerebro tiene un carácter dinámico puesto que el lado

predominante y su magnitud presentan cambios ultradianos y circadianos, además de

variaciones patológicas y fisiológicas estacionales y cambios durante el ciclo ovárico y el

celo (Hausmann y Güntürkün, 2000). El desarrollo y el envejecimiento también producen

cambios en la asimetría cerebral, al igual que los factores ambientales (Chan y cols, 2008;

Dolcos y cols, 2002; Kline y cols, 2000; Ramírez y cols, 2001; Sánchez y cols, 1996;

Saugstad, 1998; Sullivan y Gratton, 1999; Tang y Verstynen, 2002; Verstynen y cols,

2001). Por ejemplo, Meier-Koll (1999), describe que existen ritmos circadianos

endógenos, con una periodicidad de 2-3h, en sus estudios de variación en la

discriminación táctil entre la mano derecha e izquierda. Estos ritmos actúan de forma

separada en cada hemisferio ya que la discriminación táctil de la mano derecha tiene una

periodicidad de 2h y está controlada por el hemisferio izquierdo del cerebro pero, la

discriminación táctil de la mano izquierda presenta una periodicidad más larga, sobre 3h,

y es controlada por el hemisferio derecho del cerebro. Esto ha sugerido que dichos ritmos

ultradianos asimétricos modulan las funciones psicológicas de percepción y cognición.

Por otro lado, también se han descrito asimetrías en la periodicidad circadiana referentes

a enzimas que metabolizan neuropéptidos, donde su actividad predomina en el lado

izquierdo durante el día y es reprimida durante la noche. Esto da lugar a pensar que las

funciones de las enzimas se modifican asimétricamente dependiendo de un ritmo

circadiano (Ramírez y cols, 1991; Ramirez y cols, 1992).

En cuanto a la asimetría funcional y morfológica estacional podemos decir, por ejemplo,

que hombres y mujeres presentan enormes diferencias de asimetría si comparamos el

periodo de primavera con el de otoño. En invierno puede producirse una depresión debida

una variación en la lateralidad derecha-izquierda, que puede normalizarse con un

tratamiento de luz (Volf y cols, 1993; Wisniewski y Nelson, 2000).

También existen diferencias de simetría en el ciclo estral de las ratas y el ciclo ovárico

humano. En ratas, durante el estro, la actividad de la colina-acetil transferasa es mayor en

el lado derecho, mientras que, durante la fase diestro del ciclo, la actividad de la enzima

es mayor en el lado izquierdo. Por su parte, en humanos ante diversas tareas llevadas a

cabo por el hemisferio izquierdo o derecho como decisiones léxicas o reconocimiento de

caras, se produce una fuerte lateralización durante la menstruación en mujeres jóvenes,

mientras que en la mitad de la fase lútea, los niveles de progesterona son altos y hay una

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mayor bilateralidad o un menor patrón de asimetría. Después de la menopausia, el patrón

de lateralización de la mujer se vuelve similar al del hombre, lo que sugiere que la

progesterona puede reducir las asimetrías cerebrales (Hausmann y Güntürkün, 2000).

Las modificaciones de la asimetría durante el desarrollo y envejecimiento no presentan

patrones claros, por lo que se han sugerido dos hipótesis: la primera, que no ha sido

aceptada por todos los investigadores, propone que el envejecimiento produce una mayor

pérdida de función en el hemisferio derecho que en el izquierdo debido a que dicho

hemisferio envejece antes que el izquierdo. La segunda hipótesis habla de la reducción de

la asimetría en adultos mayores y propone que, en estos adultos, la actividad frontal

tiende a ser menos lateralizada que en los adultos jóvenes. Por tanto, la reducción de la

asimetría relacionada con la edad, refleja una compensación funcional entre los dos

hemisferios y, que esa asimetría hemisférica, es compatible con el envejecimiento. Por

otro lado, además, la tasa de maduración del sistema nervioso puede ser predicha por la

mano dominante y el plano temporal. La lateralización derecha y el hemisferio izquierdo

(zona izquierda del plano temporal) presenta una rápida maduración cognitiva, mientras

que la lateralización izquierda y del hemisferio derecho (zona derecha del plano temporal)

presentan una maduración cognitiva tardía. Finalmente, la simetría del plano temporal

representa una tasa intermedia de maduración (Dolcos y cols, 2002; Hellige, 1993;

Saugstad, 1998).

La determinación del grado de asimetría y el lado dominante puede estar determinada por

estímulos transitorios específicos, ya que el medio ambiente y los factores endógenos

cíclicos no son los únicos que modulan la asimetría cerebral. Por ejemplo: la ausencia de

estímulos de luz u oscuridad cambian el predominio de derecha a izquierda, los estímulos

producidos por olores agradables producen una activación frontal izquierda en

comparación con olores desagradables o neutros, en cambio, el estrés agudo activa la

corteza prefrontal medial y la estimulación transitoria ambiental en etapas tempranas de la

vida modula la asimetría cerebral, incrementa la dominancia del hipocampo y produce

cambios en la predominancia de la lateralidad derecha a izquierda (en ratas jóvenes y

adultas) (Kline y cols, 2000; Ramírez y cols, 2001; Sánchez y cols, 1996; Sullivan y

Gratton, 1999; Tang y Verstynen, 2002; Verstynen y cols, 2001).

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Esta asimetría funcional cerebral puede proveer una mayor eficiencia puesto que, esa

especialización de uno de los hemisferios da, en cierto modo, libertad al hemisferio

contrario para ocuparse de otras tareas o funciones (Levin y Mercola, 1999).

En relación a la asimetría en la EP también se ha mostrado interés por los efectos del

síndrome de desconexión (efecto en el comportamiento ante la desconexión de circuitos

cerebrales) dado que se evidencia por disociaciones intra-hemisféricas y el desequilibrio

entre los dos hemisferios, dependiendo del lado del inicio de los síntomas motores de la

enfermedad (Cronin-Golomb, 2010).

En lo referente a estudios animales, Banegas y cols. (2011), analizaron la presión arterial

sistólica (PAS) y la frecuencia cardíaca (FC) en ratas Wistar-Kyoto y ratas espontáneas

hipertensas tras producirles lesiones derechas o izquierdas del sistema nigroestriatal,

comparando los resultados con la situación normal sin dicha lesión. En los resultados se

observó que las ratas normotensas con una lesión en el lado izquierdo presentaban un

aumento significatico de la PAS, mientras que los que tenían la lesión en el lado derecho

no presentaron cambios significativos. En cuanto a la FC, ésta se redujo

significativamente en ambos casos. En ratas hipertensas, hubo un aumento significativo

en la PAS en ratas con lesión izquierda al igual que las lesionadas en el lado derecho.

Además, otros investigadores también han observado la existencia de una asociación

entre la hipertensión y la atrofia en el hemisferio izquierdo en humanos (Lis y Gaviria,

1997). Así mismo, se ha sugerido que los cambios producidos después de la disminución

de la DA en el hemisferio izquierdo o en el derecho puede ser debida a la existencia de

una asimetría en la inervación autonómica de los vasos (Banegas y cols, 2009). Por ello,

se le da gran importancia al lado de la lesión dado que se ha visto que, a diferencia de las

lesiones en el lado derecho, las lesiones en el lado izquierdo mostraron un aumento

significativo y progresivo de los niveles de PAS, siendo más evidente en ratas

hipertensas. Por otro lado, la lesión izquierda y derecha en ratas normotensas redujeron

notablemente la FC. En definitiva, las lesiones cerebrales en el lado izquierdo producen

un aumento de la PAS y, esto, es más notable en ratas hipertensas (Banegas y cols,

2011).

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5. ASIMETRÍA CEREBRAL Y ENFERMEDAD DE PARKINSON

James Parkinson, en 1817, observó en dos estudios que los síntomas tenían un inicio

unilateral (Hoehn y Yahr, 1967). La asimetría es la manifestación inicial de la enfermedad,

cuyo signo más característico es el temblor (Poewe y Wenning, 1998).

Se han propuesto dos posibles explicaciones para la difusión del desarrollo de la

patología. La primera se basa en que hay áreas del SNC más susceptibles en las que se

producen antes los cambios patológicos aunque después el desarrollo sea generalizado.

Esta posibilidad, para explicar la asimetría, manifiesta que uno de los lados tiene que ser

más sensible al desarrollo temprano de los cambios que, posteriormente, se transmiten de

lado a lado. La segunda explicación propone que la asimetría en la EP idiopática

(esporádica) y familiar es causada por un proceso patológico que se focaliza en uno de

los lados y, que esa lesión en dicha área del SNC, es asimétrica desde el principio y, más

tarde, por las conexiones anatómicas, sigue una progresión hacia el lado opuesto y llega

a ser bilateral (Lang, 2007).

Además de estas dos propuestas, hay otros planteamientos que tratan de explicar la

asimetría en la EP. De esta manera, el individuo nacería con un menor número de

neuronas en uno de los lados y después ese número se igualaría, perdiéndose neuronas

de forma simétrica con el envejecimiento. Por otro lado, hay evidencia de que la EP

comienza en el lado dominante pero sigue habiendo ciertas dudas al respecto ya que no

se cumple en todos los casos. No obstante, parece ser que el lado dominante, es más

propenso, por alguna razón, a presentar las lesiones de la enfermedad así como a

presentar una mayor pérdida neuronal. Entre las razones se ha propuesto que esas

lesiones o pérdida neuronal se deben a que el lado dominante está más activo (aunque

hay evidencias de que el ejercicio retrasa la neurodegeneración). Por lo tanto, un aumento

de la actividad en el lado dominante, lo hace más susceptible o puede aumentar la

apoptosis (Allain y cols, 2008; LeWitt y cols, 1986; Petzinger y cols, 2010; Tolosa y

Compta, 2006).

Por otro lado, una lesión asimétrica temprana en el desarrollo, por ejemplo, por una lesión

durante la diferenciación de derecha e izquierda, debido a que están implicados muchos

procesos moleculares, puede dar lugar a que los procesos tempranos de la enfermedad

comiencen durante el desarrollo embrionario. Además, algunos sugieren que la patología

de la EP puede iniciarse 20 años antes de aparecer los síntomas motores (Riederer,

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2003). Asimismo, como ya he mencionado anteriormente, algunos factores ambientales

también pueden influir en la asimetría o aparición de la enfermedad (Vallortigara y Rogers,

2005).

Igualmente, el mantenimiento de las neuronas dopaminérgicas de la sustancia negra

recae sobre un conjunto de genes y, a pesar de que hay numerosos factores que

intervienen en la asimetría, aún se desconoce su relación con el origen de la EP. Sin

embargo, aunque ha habido un aumento en el conocimiento genético de la enfermedad,

no se sabe el patrón genético preferente que hace que sea afectado preferentemente uno

de los lados ya que, si la asimetría de dicha enfermedad surgiera por un error genético

antes o durante la etapa de diferenciación derecha-izquierda, se podría esperar que se

desarrollara en uno de los lados, pero no es el caso. Además, la asimetría en la EP

familiar y no familiar pueden ser causadas por los mismos factores y no tienen por qué

estar relacionados con mutaciones genéticas (Nevile, 1976).

Una prematura patología de la α-sinucleína en el núcleo motor dorsal del vago (DMNV) ha

llevado a pensar que la EP también puede ser producida por la entrada de patógenos a

través del bulbo olfatorio y del sistema nervioso entérico (Hawkes y cols, 2007). Del

mismo modo, la hiposmia y los cambios en el sistema olfativo en la EP apoyan la idea de

que la ruta olfatoria es una vía para la entrada de patógenos (Ansari y Johnson, 1975;

Hawkes y cols, 2007; Ponsen y cols, 2004). Una toxina o agente infeccioso puede llegar al

SNC a través de esta ruta porque los axones se proyectan hacia el cerebro desde el

epitelio olfativo (Benarroch, 2010; De Olmos y cols, 1978). Asimismo, hay investigadores

que apoyan la teoría de Braak y cols. (2004) a la hora de explicar la progresión de la EP.

En dicha teoría se propone que el patógeno entra directamente en el cerebro a través de

la ruta olfatoria, y llega al lóbulo temporal. Pero este patógeno también puede entrar por

una segunda vía, el intestino, a través del cual pasaría al nervio vago y llegaría al SN

(Hawkes y cols, 2007).

Si la toxina o virus que causa la EP entra a través de la nariz y llega al cerebro por la vía

olfativa, se espera que el lado del cerebro con mayor patología del SNC presente una

mayor toxicidad. Además, se puede producir una entrada asimétrica de los patógenos

debido a que el flujo de aire es mayor en uno de los lados de la nariz, por lo que se crea

una entrada asimétrica en el sistema nervioso olfativo. Sin embargo, aunque hay técnicas

para medir el flujo de aire, éstas, dan una mala estimación del flujo de aire que llega a la

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zona olfativa (Passàli y cols, 2000; Zhao y cols, 2004). Además, para que sea una

explicación sostenible para la asimetría en la EP, la asimetría en los conductos nasales

debería ser tan común como la asimetría en la EP. La asimetría nasal se vio a través de

un estudio en cráneos, donde el 75% presentaban deformidad, hecho que puede ser

debido a la presión craneal que se produce durante el parto. De todas formas, las

pequeñas desviaciones nasales también pueden tener consecuencias sobre dicha vía

(Gray, 1978; Merkus y cols, 2006).

Otros parkinsonismos pueden producirse por la entrada de patógenos a través de otras

vías, como intestino, circulación sistémica o circulación de los nervios periféricos, y

mediante conexiones neuroanatómicas llegarían al cerebro (Broadwell y Brightman,

1976). No obstante, diversas evidencias sugieren que la entrada de patógenos o

neurotoxinas principalmente llegan al SNC a través del sistema nervioso entérico (Hawkes

y cols, 2007).

Por otro lado, se esperaría una difusión simétrica del patógeno en el SNC dadas las

características anatómicas de la inervación del esófago, estómago e intestino delgado y

grueso, ya que se produce la inervación bilateral de los nervios vagos derecho e

izquierdo. Sin embargo, hay vías asimétricas autónomas que hacen que haya una

inervación mayoritaria en uno de los nervios vagos, lo que daría lugar a que el otro lado

estuviera más frecuentemente afectado, cosa que, según algunos autores, no se cumple.

Por ello, la difusión patológica a través del sistema nervioso entérico no explica

concluyentemente la asimetría en la EP (Akmayev y cols, 1981; Guevara-Aguilar y cols,

1987).

5.1. Estudios humanos

Se hizo un estudio con 1277 individuos con EP y se demostró que el 67% de los casos

presentó un inicio unilateral y además, de esos casos, el 41% se inició en el hemisferio

derecho (Uitti y cols, 2005).

Por otro lado, no se han observado grandes diferencias entre los casos de EP producidos

esporádicamente con los casos producidos por causas genéticas o familiares (Gómez-

Esteban y cols, 2010). Baba y cols. (2005), en un estudio fenotípico de 40 familias,

observó que había asimetría en el 95% de los casos familiares y un 87% en los casos

esporádicos. Esto sugiere que, en algunos de los casos de Parkinsonismo familiar, la

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asimetría puede deberse a la herencia de genes defectuosos que favorecen la

diferenciación derecha/izquierda. Entre estas mutaciones genéticas que producen

parkinsonismo encontramos: α-sinucleína (α-SNCA), Parkin, PINK1 (gen de quinasa 1

inducida por PTEN), DJ-1, LRRK2 y ATP13A2 (Bonifati, 2007).

La α-SNCA presenta como fenotipo clínico una rigidez asimétrica, temblor en reposo,

bradicinesia e inestabilidad postural. Y, además, una mutación en del gen SNCA presenta

un inicio asimétrico (Bostantjopoulou y cols, 2001; Markopoulou y cols, 1995).

Según un estudio, la EP en Europa, presenta asimetría en el curso de la enfermedad, en

cambio, en China, la asimetría está presente desde el inicio (Chan y cols, 2008).

El gen PINK1 está involucrado en la función mitocondrial y posiblemente tenga un papel

en la embriogénesis (d’Amora y cols, 2011), por lo que la mutación de este gen si está

involucrado en la especialización derecha/izquierda hace que el inicio de la asimetría

comience en ese mismo lado de la especialización (según un estudio reciente, comienza

preferiblemente en el lado derecho) (Hedrich y cols, 2006).

Los genes DJ-1 y ATP13A2 son casos difíciles a la hora de sacar conclusiones porque

hay muy pocos casos (Dekker y cols, 2004; Di Fonzo y cols, 2007; Ramirez y cols, 2006).

Se sabe que DJ-1 es una proteína multifuncional que tiene un papel importante sobre el

estrés oxidativo, la apoptosis y en la EP (Sharma y cols, 2013).

El LRRK2 tiene como fenotipo el temblor en reposo (Khan y cols, 2005). Su mutación

produce asimetría persistente o síntomas unilaterales estrictos (Nichols y cols, 2005).

En relación a estas posibles mutaciones, Klein y Schlossmacher (2006) sostienen que la

variación en un solo gen es rara, siendo más probable que haya una compleja interacción

entre varios genes que pueden aumentar o disminuir la susceptibilidad a esta

enfermedad. Además, también comentan, como se ha dicho en un apartado anterior, que

la exposición al ambiente también puede modificar la expresión en la EP.

En cuanto a la asimetría en parkinsonismos desarrollados con tóxicos encontramos la

MPTP, el síndrome de la demencia de Parkinson y el parkinsonismo guadalupeño. La

MPTP es una neurotoxina que induce parkinsonismo en humanos (Langston y cols, 1983)

y, ese parkinsonismo, es más simétrico (Snow y cols, 2000). Por su lado, el síndrome de

la demencia de Parkinson es provocado por la neurotoxina beta-metilamino-L-alanina

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(BMAA). Este parkinsonismo provoca un parkinsonismo rígido (comienzo temprano,

simétrico y aquinesia) (Bradley y cols, 2009; Elizan y cols, 1966). Por último, el

parkinsonismo guadalupeño es un tipo raro de Parkinson producido por influencia medio

ambiente de dicho lugar. La toxina que causa esta variante de la enfermedad es ingerida

por el consumo de guanabana (“soursop”) o té de hojas de plantas anonáceas y provoca

una rigidez axial marcada (Caparros-Lefebvre y Lees, 2005; Lannuzel y cols, 2008).

También podemos encontrar asimetría en otros parkinsonismos como en la parálisis

supranuclear progresiva (PSP), que tiene un comienzo asimétrico (Williams y cols, 2005),

o el síndrome de hemiparkinsonismo-hemiatrofia que va acompañado de la atrofia de uno

de los lados del cuerpo asociado con grados variables de parkinsonismo ipsilateral

(Klawans, 1981).

Por otro lado, algunos virus (influenza, herpes zoster, poliomielitis, entre otros) también

pueden causar parkinsonismo (Jang y cols, 2009), así como los priones, que producen

daños cerebrales y hay evidencias de que pueden producir EP y otras enfermedades

neurodegenerativas, pudiendo explicar la expansión de la patología por consecuencia de

diversos factores (Goedert y cols, 2010; Olanow y Prusiner, 2009).

5.2. Estudios animales

La MPTP es la neurotoxina más usada para crear modelos animales (Fox y Brotchie,

2010) ya que la administración repetida durante semanas produce un parkinsonismo

bilateral, una sola dosis intra-carótida produce hemiparkinsonismo y la administración

intranasal produce un modelo de parkinsonismo con patología en el SN (Prediger y cols,

2009; Rojo y cols, 2006; Snow y cols, 2000). También, entre las toxinas, encontramos el

manganeso (Mn), cuya aplicación en el epitelio olfatorio en ratas, hace que avance por los

nervios olfatorios y sea transportado hasta el interior del bulbo olfatorio ipsilateralmente

con cierto grado de contralateralidad (Tjälve y cols, 1995). Si el Mn es administrado por

vía intranasal, éste, entra en el bulbo olfatorio y migra por vías olfatorias secundarias y

terciarias hasta las demás partes del cerebro y médula espinal, siendo un transporte

asimétrico (Tjálve y cols, 1996).

Un modelo animal de hemiparkinsonismo es aquel en que se lesiona unilateralmente el

sistema nigroestriatal con el neurotóxico 6-hidroxidopamina (6-OHDA) (Robinson y cols,

1994).

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Debido a que la nariz es una vía directa hacia el cerebro, los investigadores han

explorado fármacos intranasales y las rutas anatómicas implicadas (Wu y cols, 2008). Por

ejemplo, en monos, el interferón-β 1b intransal es transportado al SN en una hora y la

administración de factor neurotrófico dependiente de células gliales (GDNF) protege a las

ratas contra las lesiones producidas por 6-OHDA dentro de 24h (Migliore, 2008; Thorne y

cols, 2008). Esto hace pensar que la pérdida olfativa en la EP, convierte a la nariz en una

vía de entrada plausible (Doty, 2008).

Por otro lado, también se ha sugerido que el sistema neuroendrocrino podría verse

afectado asimétricamente en hemiparkinsonismos experimentales (Ramirez y cols, 2004).

La inducción de hemiparkinsonismo por 6-OHDA provoca la pérdida unilateral de DA, lo

que puede alterar la asimetría fisiológica del sistema neuroendocrino, que depende del

lado en el que se provoque la lesión. Además, un estudio de Banegas y cols. (2009)

sugiere que hay una participación por parte del sistema renina-angiotensina (RAS) en la

EP, poniendo de manifiesto su importancia en la función asimétrica cerebral y en las

estructuras periféricas del sistema neuroendocrino. Por otra parte, también se ha

demostrado que el óxido nítrico tiene un importante papel en la pérdida de neuronas del

sistema dopaminérgico nigroestriatal y que se libera a través de la inervación autonómica,

por tanto, los cambios en los modelos de hemiparkinsonismo pueden deberse a la

inervación autónoma de los vasos (McCann y cols, 1998). No obstante, el modelo animal

de hemiparkinsonismo causado por la inyección intraestriatal de 6-OHDA provoca otra

patología que no puede compararse con pacientes de Parkinson, siendo únicamente

comparables las etapas iniciales de la enfermedad (Djaldetti y cols, 2006).

6. CONCLUSIONES

Actualmente, la razón de por qué se produce la EP aún se desconoce aunque sí se sabe

que la causa radica en la muerte de las neuronas dopaminérgicas de la sustancia negra y

que, eso a su vez, provoca una serie de perturbaciones y déficits motores, cognitivos y

autónomos como se ha visto a lo largo de esta revisión. Como se ha comentado, la

patogénesis de esta enfermedad parece ser el resultado de la interrelación de varios

factores, lo que hace que su pronóstico, diagnóstico temprano y tratamiento sean difíciles.

A pesar de los signos y síntomas típicos que presenta la EP (temblor en reposo y

dificultades motoras, déficit olfatorio, alteración del sueño nicturia, etc), la heterogeneidad

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de esta enfermedad y sus características similares a otras enfermedades o

parkinsoninsmos, hace necesario que continúen los estudios e investigaciones, sobre

todo en relación a la prevención y tratamiento para poder mejorar la calidad de vida de los

afectados. El descubrimiento de biomarcadores y el uso de técnicas de imagen parecen

ser una vía interesante de investigación, ya que con ellos podrían mejorarse muchos

aspectos de la enfermedad, como el pronóstico o el tratamiento, ya que algunos de los

tratamientos actuales pueden tener consecuencias secundarias o desarrollar otros

problemas a largo plazo.

En lo referente a la asimetría cerebral en la EP, aún no se ha dilucidado el por qué de su

inicio y desarrollo en forma fundamentalmente unilateral, aunque se han propuesto varias

hipótesis, ninguna de ellas totalmente satisfactoria. Aclarar este aspecto podría ayudar a

prevenir la patología de la enfermedad o, al menos, intentar retrasar el proceso

neurodegenerativo y, con ello, la enfermedad.

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