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LOS MILAGROS SEGÚN EL ESPIRITISMO Libro: El Génesis/ Allan Kardec Caracteres de los milagros Los milagros entendidos teológicamente 1. En su acepción etimológica, la palabra milagro (de mirari, admirar) significa: admirable, cosa extraordinaria, sorprendente. La Academia define a esta palabra como: un acto del poder divino contrario a las leyes naturales conocidas. En su acepción usual, la palabra ha perdido, como tantas otras, su significado primitivo. En un principio, su sentido era general; ahora se limita a un orden específico de hechos. Para la mayoría de las personas, un milagro lleva implícita la idea de un hecho natural. En el sentido litúrgico se llama milagro a una derogación de las leyes naturales, por cuyo medio Dios manifiesta su infinito poder. Tal es su acepción más difundida y, con el tiempo, la única aceptada. Sólo por

Los milagros según el espiritismo el genesis allan kardec

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LOS MILAGROS SEGÚN EL ESPIRITISMO EL GENESIS ALLAN KARDEC.

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LOS MILAGROS SEGÚN EL

ESPIRITISMO

Libro: El Génesis/ Allan Kardec

Caracteres de los milagros

Los milagros entendidos teológicamente

1. En su acepción etimológica, la palabra milagro (de mirari, admirar)

significa: admirable, cosa extraordinaria, sorprendente. La Academia

define a esta palabra como: un acto del poder divino contrario a las leyes

naturales conocidas. En su acepción usual, la palabra ha perdido, como

tantas otras, su significado primitivo. En un principio, su sentido era

general; ahora se limita a un orden específico de hechos. Para la mayoría

de las personas, un milagro lleva implícita la idea de un hecho natural.

En el sentido litúrgico se llama milagro a una derogación de las leyes

naturales, por cuyo medio Dios manifiesta su infinito poder. Tal es su

acepción más difundida y, con el tiempo, la única aceptada. Sólo por

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comparación y sentido metafórico se usa el vocablo en las circunstancias

ordinarias de la vida. El milagro, propiamente dicho, debe ser

inexplicable, porque ocurre fuera de las leyes naturales. Tanta

importancia se le otorga a este hecho que, si es explicable, deja de ser un

milagro, por más sorprendente que sea. Para la Iglesia, el mérito del

milagro reside precisamente en su origen sobrenatural y en la

imposibilidad de explicarlo: tan fuertemente aferrada a esta idea se

halla, que todo intento de asimilar los milagros a los fenómenos

naturales se considera un acto de herejía y un atentado contra la fe. Por

no haber aceptado ciertos milagros, muchos han sido excomulgados y

otros tantos quemados vivos. Otro carácter del milagro, en su sentido

propio, es su naturaleza de hecho insólito, excepcional y aislado. Si un

fenómeno se reproduce, ya sea espontáneamente o por un acto de

voluntad, significa que está sujeto a una ley, y, aunque ésta sea

desconocida, ya no se considera al hecho un milagro. 2. A los ojos de los

ignorantes, la ciencia hace milagros diariamente. Si un hombre

realmente muerto volviese a la vida gracias a la intervención de Dios,

estaríamos frente a un auténtico milagro, porque sería un hecho

absolutamente contrario a las leyes naturales. Pero si ese hombre estaba

aparentemente muerto, si aún quedaba en él un resto de vitalidad

latente y la ciencia o la acción magnética lograran reanimarlo, sólo será

un fenómeno natural para la gente culta, pero constituirá un hecho

milagroso para los ignorantes. Si un físico lanzase un cometa eléctrico al

espacio e hiciese caer un rayo sobre un árbol, seguramente que a este

nuevo Prometeo se le consideraría armado con un poder diabólico; pero

si se admite el hecho que se atribuye a Josué de detener el movimiento

del Sol o el de la Tierra, seguramente que se lo considerará un verdadero

milagro, porque no existe un magnetizador dotado de suficiente poder

magnético como para obtener tal prodigio. Los siglos de oscuridad

fueron fecundos en milagros, porque todo fenómeno cuya causa se

desconocía era considerado sobrenatural. A medida que la ciencia fue

descubriendo nuevas leyes, el círculo milagroso se fue empequeñeciendo;

pero como no todo estaba explorado, aún quedaba un amplio terreno

para el milagro. 3. Lo maravilloso, expulsado del dominio de lo material

por la ciencia, se parapetó tras la espiritualidad, su último refugio. El

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Espiritismo demostró que el elemento espiritual es una de las fuerzas

vivas de la Naturaleza, una fuerza que actúa incesantemente en

conjunción con la fuerza material, y esa fuerza forma parte de

fenómenos que están dentro del orden natural, puesto que, como los

demás, están sujetos a leyes. Si lo maravilloso es expulsado de la

espiritualidad, ya no tiene razón de ser y, por tanto, podrá decirse que

los tiempos de los milagros han pasado (cap. I, n.º 18).

El Espiritismo no hace milagros

4. El Espiritismo vino a revelar nuevas leyes y explicar, en

consecuencia, los fenómenos que se ajustan a esas leyes. Esos

fenómenos se relacionan con la existencia de los espíritus y con su

intervención en el mundo material, y eso -se podrá decir-, es entrar

en terreno de lo sobrenatural. En tal caso debería probarse que los

espíritus y sus manifestaciones son contrarios al orden natural y

que ellos no respetan ninguna de tales leyes. El espíritu es el alma

que sobrevive al cuerpo; el ser principal, porque no muere,

mientras que el cuerpo es sólo un accesorio que fenece. Su

existencia es natural durante y después de la encarnación; está

sujeta a las leyes que rigen al principio espiritual como el cuerpo

está sometido a las que gobiernan al principio material. Pero como

ambos principios tienen una afinidad necesaria, como los dos

actúan sin interrupción uno sobre el otro, como de su acción

simultánea resulta la armonía y el movimiento del conjunto,

resulta que lo espiritual y lo material son las dos caras de un

mismo todo, igualmente naturales ambas, y que lo espiritual no es

una excepción, una anomalía en el orden del Universo. 5. Durante

su encarnación, el espíritu actúa sobre la materia por intermedio

de su cuerpo fluídico o periespíritu; y lo mismo ocurre cuando el

espíritu ha desencarnado. Hace, como espíritu y en la medida de su

capacidad, lo que hacía como hombre, sólo que como ya no puede

servirse de su cuerpo carnal como instrumento, utiliza, cuando lo

cree necesario, los órganos materiales de un encarnado que es

llamado médium. Hace como alguien que, no pudiendo escribir por

sí mismo, se sirve de un secretario, o como quien no conociendo un

idioma que necesita para darse a entender, se vale de un intérprete.

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El secretario y el intérprete son los médiums del encarnado, así

como el médium es el secretario y el intérprete del espíritu. 6. El

ambiente en el que actúan los espíritus y los medios que utilizan

son diferentes de los que se valen los encarnados, por lo tanto, los

efectos también difieren. Estos efectos parecen sobrenaturales

porque los producen agentes que no son los que nosotros

utilizamos; pero ya que esos agentes son parte de la Naturaleza y

que las manifestaciones se cumplen en virtud de ciertas leyes, no

hay en ellos nada de sobrenatural ni maravilloso. Antes de conocer

las propiedades de la electricidad, los fenómenos eléctricos

pasaban por prodigios a los ojos de ciertas personas; desde el

momento en que se conoció la causa, lo maravilloso desapareció. Lo

mismo podemos decir con respecto a los fenómenos espíritas, ellos

tampoco se apartan de las leyes naturales. Podemos compararlos

con los fenómenos acústicos, luminosos y eléctricos que también

han sido fuente de infinidad de creencias supersticiosas. 7. Sin

embargo, se podrá decir: Vosotros admitís que un espíritu puede

levantar una mesa y sostenerla en el aire sin punto de apoyo

alguno, ¿no constituye ese hecho una derogación de la ley de

gravedad? Sí, de la ley conocida; pero, ¿conocemos todas las leyes

acaso? Antes de experimentar la fuerza ascensional de ciertos

gases, ¿quién hubiera podido creer que un aparato pesado,

llevando varios hombres en su interior, vencería a la fuerza de

atracción? A los ojos del vulgo, ¿no era esto algo diabólico,

maravilloso? Si alguien hubiese propuesto, hace un siglo,

transmitir un mensaje a quinientos kilómetros de distancia y

recibir respuesta en escasos minutos, se le habría tomado por loco;

si lo hubiera hecho, se hubiese creído que tenía el diablo a sus

órdenes, ya que en ese entonces se pensaba que sólo el diablo podía

ir tan deprisa. Sin embargo, hoy no sólo parece posible, sino

también totalmente natural. ¿Por qué, pues, un fluido desconocido

no puede tener tal propiedad, en determinadas circunstancias, así

como el hidrógeno puede contrabalancear el peso del globo? Lo

mismo ocurre en el caso que estamos tratando (El Libro de los

Médiums, cap. IV). 8. Los fenómenos espíritas están dentro del

orden de la Naturaleza y se produjeron en todos los tiempos, pero,

precisamente porque su estudio no podía realizarse con los medios

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materiales que disponía la ciencia vulgar, durante muchísimo

tiempo se los consideró sobrenaturales. El Espiritismo es el

encargado de revelar su verdadera naturaleza. Lo sobrenatural,

basado en apariencias no explicadas, echa a volar la imaginación

que, vagando en lo desconocido, crea creencias supersticiosas. Una

explicación racional basada en las leyes de la Naturaleza vuelve al

hombre a la realidad, pone coto a los extravíos de la imaginación y

destruye las supersticiones. El Espiritismo no extiende los dominios

de lo sobrenatural, por el contrario, restringe su amplitud y hace

desaparecer su último refugio. Si bien lleva a creer en la posibilidad

de ciertos hechos, impide la aceptación de muchos otros, porque

actúa en el ámbito de lo espiritual, como la ciencia lo hace en el de

lo material, diferenciando lo que es posible de lo que no lo es. No

obstante, como no pretende tener la última palabra en todas las

cosas, ni siquiera en las que le competen, no se yergue en regulador

absoluto de lo que es factible y da lugar a los conocimientos que

aportará el porvenir. 9. Los fenómenos espíritas consisten en los

diferentes modos de manifestación del alma o espíritu, ya sea

durante la encarnación o en el estado de erraticidad. Mediante esas

manifestaciones el alma revela su existencia, su supervivencia y su

individualidad. Se la juzga por sus efectos: al ser la causa natural,

también debe serlo el efecto. Esos efectos son el objeto primordial

de las investigaciones y estudios del Espiritismo, a fin de llegar al

conocimiento más completo y posible de la naturaleza y atributos

del alma, así como de las leyes que rigen al principio espiritual. 10.

Para quienes niegan la existencia del principio espiritual

independiente y, en consecuencia, la del alma individual que

sobrevive, toda la Naturaleza se limita a la materia tangible. Todos

los fenómenos que se relacionan con lo espiritual son, a sus ojos,

sobrenaturales y quiméricos. Al no admitir la causa, no pueden

admitir el efecto. Cuando los efectos son patentes, los atribuyen a la

imaginación, la ilusión o la alucinación, rehusando profundizarlos.

Como parten del principio de negación de todo lo que no es

material, sus opiniones preconcebidas no les permiten juzgar

sanamente al Espiritismo. 11. Si bien el Espiritismo admite los

efectos que son consecuencia de la existencia del alma, no por ello

acepta todos los efectos calificados como maravillosos ni tampoco

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intenta justificarlos o acreditarlos. No es ciertamente el Espiritismo

el defensor de todos los sueños, utopías, excentricidades

sistemáticas y leyendas milagrosas que pululan por el mundo. Sus

enemigos creen rebatir todos sus argumentos, cuando después de

concienzudas investigaciones sobre los convulsionarios de Saint-

Médard, los comisarios de las Cevennes o las religiosas de Loudun,

descubren que estos hechos fueron meros engaños que nadie pone

en duda hoy. Pero, ¿acaso estas historias constituyen el evangelio

del Espiritismo? ¿Han negado acaso sus partidarios que el

charlatanismo ha explotado para su provecho ciertos hechos, que

la imaginación ha fraguado otros, y que el fanatismo ha exagerado

mucho? El Espiritismo no es solidario de las extravagancias que

pueden cometerse en su nombre, como la verdadera ciencia no lo es

de los abusos de la ignorancia, ni la verdadera religión de los

excesos del fanatismo. Muchos críticos juzgan al Espiritismo como

cuentos de hadas y leyendas populares, que no son más que meras

ficciones del hombre, pero esto es como juzgar a la historia por los

dramas y las novelas que se escriben sobre temas históricos. 12.

Los fenómenos espíritas son casi siempre espontáneos y se

producen sin ninguna idea preconcebida en personas totalmente

ajenas a los mismos. En ciertas circunstancias, pueden ser

provocados por los agentes llamados médiums. En el primer caso,

el médium es inconsciente de lo que ocurre por su intermedio. En el

segundo, actúa con conocimiento de causa. De ahí la distinción

entre médiums inconscientes y médiums conscientes. Estos últimos

son los más numerosos y, a menudo, se encuentran entre los

incrédulos más obstinados, que hacen espiritismo sin saberlo ni

quererlo. Los fenómenos espontáneos tienen, por ello, una gran

importancia, ya que no se puede dudar de la buena fe de quienes los

producen. Lo mismo ocurre con el sonambulismo, que en algunos es

natural e involuntario y en otro provocado por la acción

magnética.1 1. Véase El Libro de los Médiums, cap. V, y la Revista

Espírita: “Cómo viene el Espiritismo: viene sin ser buscado. Joven

campesina médium inconsciente”, de diciembre de 1865, y

“Manifestaciones de Fives”, de agosto de 1865. [N. de A. Kardec.]

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Pero sean o no el resultado de un acto de la voluntad, la causa

primera es la misma y no se aparta de las leyes naturales. Los

médiums no producen nada sobrenatural; tampoco hacen

milagros. Las curaciones instantáneas no son más milagrosas que

el resto de los fenómenos, ya que se deben a la acción de un agente

fluídico que actúa como agente terapéutico, cuyas propiedades no

dejan de ser naturales por haber sido desconocidas hasta la fecha.

El epíteto de taumaturgos, dado a ciertos médiums por la crítica

ignorante de los principios del Espiritismo, es totalmente impropio.

La calificación de milagros dada a este tipo de fenómenos es

también inadecuada y sólo sirve para confundir sobre su verdadera

naturaleza. 13. La intervención de inteligencias ocultas en los

fenómenos espíritas no vuelve a éstos más milagrosos que todos los

demás fenómenos debidos a agentes invisibles, porque esos seres

invisibles que pueblan el espacio constituyen una de las fuentes de

poder de la Naturaleza, poder de incesante acción sobre el mundo

material, al igual que sobre el mundo moral. El Espiritismo nos

ilustra acerca de este poder y nos explica por su intermedio una

infinidad de cosas inexplicables y no explicadas por otros medios y

que, en tiempos pasados, se consideraron prodigios. Revela, como el

magnetismo, una ley, no desconocida, pero muy mal comprendida,

o, dicho con más exactitud, se conocían los efectos, ya que se

produjeron en todos los tiempos, pero se desconocía la ley, y

justamente la ignorancia de esta ley engendró la superstición. Una

vez en conocimiento de ella, lo maravilloso desaparece y los

fenómenos vuelven al orden natural al que pertenecen. He aquí por

qué los espíritas no hacen milagros haciendo girar una mesa o

intentando que escriban los muertos, al igual que el médico al

revivir a un moribundo o el físico al descargar un rayo. Quien

pretendiese, con la ayuda de esta ciencia, hacer milagros, sería un

ignorante de la materia o un impostor. 14. Ya que el Espiritismo

repudia, respecto a todo lo que a él concierne, la calificación de

milagro, fuera de el, ¿hay milagros, en la verdadera acepción de la

palabra? Digamos, en principio, que entre los hechos considerados

milagrosos que ocurrieron antes del advenimiento del Espiritismo y

entre los que ocurren hoy, la mayor parte, si no todos, encuentran

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explicación en las leyes que el Espiritismo ha venido a revelar. Esos

hechos entran, aunque bajo otro nombre, en el orden de los

fenómenos espíritas y, como tales, no tienen nada de

sobrenaturales. Se comprende que nos referimos a hechos

auténticos y no a aquellos que, calificándolos de milagro, son el

producto de una superchería innoble con vistas a explorar la

credulidad, así como a ciertos hechos legendarios que pueden

haber tenido, en su origen, un fondo de verdad, pero que la

superstición ha ampliado hasta el absurdo. Son esos hechos los que

el Espiritismo viene a aclarar, suministrando los medios necesarios

para separar lo auténtico de lo falso.

¿Dios hace milagros?

15. En cuanto a los milagros propiamente dichos, como nada es

imposible para Dios, sin duda, puede hacerlos; pero ¿los ha hecho?,

en otras palabras: ¿Deroga Dios las leyes que ha establecido? No

corresponde al hombre prejuzgar los actos de Dios y subordinarlos

a la debilidad de su entendimiento. Sin embargo, para abrir un

juicio sobre las cosas divinas, tenemos los atributos de Dios. A su

omnipotencia une su soberana sabiduría, de lo que deducimos que

nada inútil hace. ¿Para qué haría milagros, entonces? Para dar

testimonio de su poder, se podrá decir. Pero el poder de Dios se

manifiesta de una manera mucho más espléndida por el conjunto

grandioso de las obras de la Creación, por la sabiduría previsora

que preside desde lo más ínfimo a lo más grande y por la armonía

de las leyes que rigen al Universo que por algunas pequeñas y

pueriles derogaciones posibles de imitar por los prestidigitadores.

¿Qué pensaríamos de un hábil mecánico que para probar sus

conocimientos desmontara el reloj que ha hecho, toda una obra de

arte, con el propósito de demostrar que puede deshacer lo que ha

hecho? Por el contrario, ¿su saber no surge de la regularidad y

precisión del funcionamiento? Los milagros no competen

directamente al Espiritismo, mas, apoyándose sobre el

razonamiento que dice que Dios nada hace inútilmente, emite la

siguiente opinión: los milagros no son necesarios para la

glorificación de Dios. Nada en el Universo se aparta de las leyes

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generales. Dios no hace milagros, porque al ser sus leyes perfectas,

no precisa derogarlas. Si hay hechos que no comprendemos, es

porque nos faltan aún los conocimientos necesarios. 16.

Suponiendo que Dios haya podido, por razones desconocidas por

nosotros, derogar accidentalmente las leyes que Él mismo

estableció, haría que esas leyes ya no fuesen inmutables, pero al

menos la lógica está en admitir sólo en Él tales poderes. Pero

resulta que se le resta su omnipotencia, al enseñar que el espíritu

del mal puede deshacer la obra de Dios, haciendo prodigios capaces

de seducir hasta a los elegidos, lo que implica la idea de un poder

igual al de Dios. Si Satanás puede interrumpir, sin el permiso de

Dios, el curso de las leyes naturales, que son la obra divina,

entonces es más poderoso que Dios y, por tanto, Éste no es

omnipotente. Si Dios le delega ese poder, como se pretende, para

inducir más fácilmente a los hombres al mal, entonces no es

soberanamente bueno. En ambos casos, se trata de la negación de

uno de los atributos sin los cuales Dios no es Dios. La iglesia

diferencia los buenos milagros que provienen de Dios de los malos

milagros atribuidos a Satanás. Pero, ¿cómo distinguirlos? Que un

milagro sea declarado oficialmente o no como tal, no por eso deja

de ser una derogación de las leyes de Dios: si un individuo es curado

milagrosamente, ya sea por la intervención de Dios o del demonio,

igualmente ha sido curado. Es preciso tener una idea muy pobre de

la inteligencia humana como para esperar que tales doctrinas sean

aceptadas en la actualidad. Reconocida la posibilidad de ciertos

hechos tenidos por milagrosos, se deduce por fuerza que,

cualquiera que sea el origen que se les atribuya, son efectos

naturales que pueden producir los espíritus o los encarnados, así

como pueden servirse de su propia inteligencia y conocimientos

científicos para el bien o para el mal, según su bondad o

perversidad. Un ser lleno de maldad, aprovechando su saber, puede

hacer cosas que pasen por prodigios a los ojos de los ignorantes.

Pero cuando esos efectos son buenos no es lógico pensar que son

producto de un ser diabólico. 17. Pero, se dirá, la religión se apoya

sobre hechos que no se han explicado ni pueden explicarse.

Inexplicados, puede ser; pero inexplicables, no lo creemos así. Sin

hablar del milagro de la Creación, que es sin duda alguna el mayor

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de todos los milagros y que ha entrado en los dominios de la ley

universal, ¿no vemos, acaso, reproducirse, bajo el imperio del

magnetismo, del sonambulismo y del Espiritismo, los éxtasis, las

apariciones, la visión a distancia, las curaciones instantáneas, el

arrobamiento, las comunicaciones orales y de otras clases con los

seres del mundo invisible, fenómenos conocidos desde tiempos

inmemoriales, considerados antaño maravillosos y pertenecientes,

según se sabe hoy, al orden de las cosas naturales, según la ley

constitutiva de los seres? Los libros sagrado están llenos de hechos

de este género calificados de sobrenaturales, pero como se

encuentran hechos análogos y más maravillosos aún en las

religiones paganas de la antigüedad, si la verdad de una religión

dependiera del número y de la naturaleza de estos hechos, no se

podría otorgar preeminencia a ninguna.

Lo sobrenatural y las religiones

18. Suponer que el fundamento imprescindible de toda religión es

lo sobrenatural, que es la clave del edificio de la cristiandad, es

sostener una tesis peligrosa. Si se considera que las verdades

cristianas sólo se basan en lo maravilloso, se le otorga un cimiento

demasiado precario que se va desgastando a diario. Esta tesis,

sostenida por eminentes teólogos que se han erigido en sus

defensores, lleva a pensar que en un determinado momento ya no

habrá religión alguna, incluso la cristiana, si lo que era

considerado sobrenatural se nos mostrase como natural. Por más

argumentos que se aduzcan, no se logrará mantener la creencia de

que un hecho es milagroso, cuando se ha probado que no lo es. Pues

bien, cuando un hecho puede ser explicado por las leyes naturales y

ser reproducido por la intervención de un individuo cualquiera deja

las leyes de la Naturaleza. Las religiones no precisan de lo

sobrenatural, sino del principio espiritual, que sucede confundirse

con lo maravilloso y sin el cual no hay religión posible.

El Espiritismo considera a la religión cristiana desde un punto de

vista más elevado. Le da una base más sólida que los milagros: las

leyes inmutables de Dios, que rigen tanto al principio espiritual

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como al material. Esta base desafía al tiempo y a la ciencia y ambos

vendrán a sancionarla.

Dios no es menos digno de nuestra admiración, de nuestro

reconocimiento y respeto por no haber derogado sus leyes, que son

perfectas, sobre todo, por su inmutabilidad. No es necesario lo

sobrenatural para tributar a Dios el culto que es debido. ¿Acaso no

es la Naturaleza lo suficientemente imponente por sí misma como

para necesitar agregarle aditamentos y probar el poder supremo?

Si la religión fuese sancionada por la razón, habría muchísimos

menos incrédulos. El cristianismo nada podría perder con esa

sanción, pero sí ganar mucho. Si hubo algo que le perjudicó frente a

la opinión de ciertas personas, fue precisamente por el abuso en

recurrir a lo sobrenatural. 19. Si se toma la palabra milagro en su

acepción etimológica, cosa admirable, entonces los milagros nos

rodean: los aspiramos en el aire y los tocamos al caminar, puesto

que todo es milagro en la Naturaleza. ¿Se quiere dar al pueblo, a

los ignorantes y a los pobres de espíritu una idea del poder de Dios?

Mostradles ese poder en la sabiduría infinita que todo lo preside en

la admirable organización de lo que vive, en la fructificación de las

plantas, en la adecuación de todas las partes de cada ser a sus

necesidades, de acuerdo al medio en que vive. Mostradles la acción

de Dios en la brizna de hierba, en la flor que se abre, en el Sol que

da vida. Mostradles su bondad en su solicitud hacia todas las

criaturas, por ínfimas que sean; su previsión en la razón de ser de

cada cosa, entre las que ninguna es inútil; el bien que siempre sirve

de epílogo al mal aparente y momentáneo. Hacedles comprender

que el verdadero mal siempre es obra del hombre y no de Dios. No

tratéis de aterrorizar pintándoles el cuadro de las llamas eternas,

en las cuales no creerán, y que los llevarán a descreer de la bondad

divina. Mas, dadles ánimo con la certidumbre de poder redimirse

un día y de reparar el mal que hayan cometido. Mostradles los

descubrimientos de la ciencia como revelación de las leyes divinas y

no como obra de Satanás. Enseñadles a leer el libro de la

Naturaleza, siempre abierto ante sus ojos, en ese libro inagotable

en donde la bondad y sabiduría del Creador están inscritas en cada

página. Entonces comprenderán que un Ser tan grande, que se

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ocupa de todo, que todo lo vigila, que todo lo prevé, debe ser

omnipotente. El campesino lo verá en el surco que abre en la tierra

y el infortunado lo bendecirá en sus aflicciones, ya que podrá decir:

si soy desgraciado, es por mi culpa. Sólo entonces serán los

hombres auténticamente religiosos, racionalmente religiosos, en

una medida mucho mayor que cuando creían en las piedras que

sudan sangre y en las estatuas que pestañean y vierten lágrimas.