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11 (lo Impronta no tlono más limites <|uo ol,vospoto & \a vlT onil y A 1» pnr, pilbllan.—Art. 79 do 1" OonsUluoIdn. Periódico independiente de combate. < uiimlo U Ui'iHililloft ptonuniMi

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Director: RICARDO FLORES MAGON.

Jefe de Redacción:

Juan Sarabia.AÑO I.—3a ÉPOCA.

SEORJSTARIO DE REDACCIÓN;

ANTONIO I. VILLARREAL.

O F I C I N A S : 2 t H 6 L A F A Y E T T B A V . — S A I N T L O U I S , M O . , E . U . A . — J i n , ] ( ) l o D K l!K)t>.

Administrador:

Enrique Flores MagonTOMO I V . - N o 11

Los SucesosLA VERDAD COMPLETA.

Después de un raes que los su-cesos de Cananea han estado ocu-pando la atención del público y hansido discutidos y comentados ex-tensamente, se han podido depu-rar las informaciones falsa9 y exg-eradas de los primeros momen-tos y se ha llegado á saber clara ydefinitivamente la verdad sobreaquel lamentable acontecimiento.

El esclarecimiento de los he-chos patentiza cada vez más quelas responsabilidades de lo que pa-só en Cananea no correspondenen manera alguna á los trabajado-res que ordenada y pacíficamenteiniciaron una huelga, sino á losyankees que fueron los primerosen agredir, y al Gobierno que sepuso de parte de los yankees yhasta llamó fuerzas americanas pa-ra que restablecieran, asesinandoá nuestros compatriotas, el ordenperturbado por los extranjeros.

La verdad exacta, innegable yperfectamente comprobada, es laque vamos á referir, advirtiendoque este artículo rectifica al quepublicamos en el número anterior,en aquellos puntos en que hayadivergencia entre ambos. Hacequince días no disponíanlos* toda-vía de informaciones tan fidedig-nas como las que ahora tenemos,y pudimos incurrir en algún errorú omisión. Repetimos, pues, quelo que ahora vamos á referir es lomás exacto, lo que está entera-mente ajustado á la verdad.

Desde el mes de Abril se habla-ba en Cananea de una huelga delos trabajadores mexicanos, que,como lo hemos dicho muchas ve-ces, son víctimas de distincioneshumillantes, pues se les paga mu-cho menos que á los americanos,se les roba en la tienda de raya yse les explota y ofende de mil ma-neras. Todo esto se hace por re-comendación de Porfirio Díaz, quedesea mantener al obrero mexicano en la miseria y la abyección,

La huelga se realizó al fin el lode Junio. L o s obreros acordaronmantener una'actltud enteramen-te pacífica, y á fin de conservarsus ánimos serenos y no dar pre-texto para que se les tachara defalta alguna, acordaron tambiénque no se bebiera una sola gota delicor. Esto fue cumplido estricta-mente : ninguno de los huelguis-tas probó el vino. Se reunieronmás de cuatro mil mineros; ningu-no de los huelguistas llevaba ar-ma; unos á otros se recomendabanguardar la mayor compostura yevitar todo desorden. Así, desar-mados, pacíñcos, correctos, se di-rigieron á ver á Greene, Presi-dente de la Cananea ConsolidatedCopper Company. Este no acce-dió á los deseos de los huelguistasporque, según lo dijimos en nues-tro número anterior, no podía o-brar sin permiso de las autorida-des mexicanas. No hay que olvi-dar que Porfirio Díaz tiene reco-mendado áGreene y á todos los ri-cos que paguen mal y traten peoral mexicano. El Dictador deseaperpetuar la miseria entre los o-breros nacionales, porque sabeque la miseria debilita á los hom-bres y los hace soportar tiranías.Los trabajadores se retiraron conel mismo orden que habían estadomanteniendo. No amenazaron nipensaron en venganzas ni faltaronen lo más mínimo á su firme pro-pósito de obrar pacíficamente.Deseando aumentar su númerocon nuevos compañeros, para ha-cer más respetable la huelga, re-solvieron ir á la maderería parainvitar á los mexicanos que allítrabajaban á que se unieran conellos. En el trayecto fueron cus-todiados por la policía, que no tu-vo nada que hacer, pues los huel-guistas estaban bien resueltos ellos

mismos á conservar el orden. Lamarcha de aquellos obreros tran-quilos, correctos, bien vestidos,más parecía un paseo cívico queuna manifestación huelguista. Yhacemos notar este detalle de quelos obreros iban bien vestidos, pa-ra demostrar que sus intencioneseran pacíficas, pues nadie se ponesus mejores ropas y se acicala pa-ra lanzarse á la revuelta.

Cuando los trabajadores se pre-sentaron en las oficinas de la ma-derería, siempre en paz, siemprerespetuosos, siempre prudentes,fueron recibidos por los yankeesde un modo enteramente diverso.Los yankees, con insolencia cana-llesca, burlándose de los huelguis-tas, cogieron las mangueras enor-mes que sirven para apagarlosincendios y lanzaron chorros deagua sobre la multitud que estabafrente á la maderería. El duchazobrutal bañaba de pies á cabeza álos obreros, formaba lodazales enel pavimento, manchaba los trajesflamantes, caía sobre los rostroscomo una bofetada ultrajante. Ivaprimera sensación fue de estupor.¿Cómo habían de. imaginar aque-llos honrados trabajadores que sucompostura, su decencia, su acti-tud respetuosa y pacífica, les val-drían semejante recibimiento? No-sotros mismos, al referir ese he-cho, nos sentimos asombrados dela audacia, de la insolencia inau-dita con que obraron los yankees,haciendo ludibrio de nuestroscompatriotas, tratándolos con eldesprecio injurioso con que trata-rían á un rebaño de esclavos. Pe-ro la sorpresa experimentada porlos huelguistas ante aquella agre-sión que era á la vez una burla,pronto se convirtió en indigna-ción: no se podía recibir con lasonrisa en los labios aquel chorrode agua que azotaba los rostros conchasquidos de mofa; era precisono ser hombre para no respon-der á aquel ultraje. Los huelguis-tas no llevaban armas: se inclina-ron á recoger piedras. Pero nohabían lanzado la primera, cuandolos yankees parapetados en la ofi-cina comenzaron á hacer descargassobre la multitud inerme. Las ba-las hicieron estragos en aquellamasa compacta de hombres inde-fensos, que recibían á pecho des-cubierto las descargas de los ase-sinos, á quienes no les llegabanlas piedras, pues estaban refugia-dos en lo alto del edificio, bien pa-rapetados contra los míseros pro-yectiles de los huelguistas. To-davía en esas circunstancias y ápesar de la indignación que crecíaá la vista de los que caían heridosó muertos por las balas de los yan-kees, los obreros agredidos tuvie-ron un grande, un hermoso rasgoque se han empeñado en callar losque se han Impuesto la innobletarea de defender á los extranje-ros asesinos y de arrojar sobrenuestros compatriotas toda la res-ponsabilidad de aquellos desórde-nes. L°s huelguistas pidieron á lapolicía que sacara del edificio enque se parapetaban, á los yankeesque estaban disparando sobre lamultitud, y los entregara á la au-toridad para que fueran castiga-dos. La policía prometió sacar álos asesinos, pero no lo hizo. Pasa-do un rato, y viendo los huelguis-tas que no se les atendía, repitie-ron su petición, y entonces la po-licía declaró que no podía sa-car á los asesinos porque no teníaorden. Esto colmó la medida, a-cabó con la paciencia que hastaentonces habían tenido los obre-ros en grado sumo. Alguien juz-gó oportuno prender fuego al edi-ficio que servía de fortaleza á losyankees, para hacerlos salir, y elincendio se inició, por culpa de

los americanos insolentes que a-gredieron sin causa alguna á lospacíficos huelguistas y por culpade la policía que se negó á cum-plir con su deber, haciéndose cóm-plice de los que asesinaban á losmexicanos inermes. Los yanquissalieron huyendo de las llamas, ytres ó cuatro de ellos fueron muer-tos á pedradas por la multitud.Entre los muertos estuvieron loshermanos Metcalf, que habían en-cabezado la agresión ; los que nohabían tirado contra el pueblo, norecibieron el meuor daño.

Después de estas violencias,PROVOCADAS EXCLUSIVA-MENTE por los americanos, losánimos se calmaron y el orden vol-vió á reinar. Allí hubiera con-cluido todo si los yanquis hubie-ran tenido los mismos propósitospacíficos de los huelguistas. Lamultitud comenzó á dispersarsetranquilamente, pero en ese mo-mento Greene y otros muchos a-mericanos bien armados pasaronpor la calle de Chihuahua hacien-do fuego mortífero sobre el pueblo.Otrosyanquis.armadosporGreene,se parapetaron en los cimientosde la iglesia en construcción, ydesde allí estuvieron cazando á lo¡mexicanos que pasaban, sin tenercompasión ni de los niños. Losamericanos se posesionaron tam-bién de los hoteles, y por las ven-tanas disparaban traidoramentesobre nuestros compatriotas. Fueuna verdadera cacería; los yan-quis se divertían asesinando á losmexicanos fríamente, y á traición,como lo hacen IOB cobardes. -

El pueblo olvidó por un mo-mento que la Dictadura y sus ser-vidores son enemigos de los mexi-canos y lacayos de los extranjeros;el pueblo preocupado de que susactos no se tacharan de ilegales, de-seoso de que su conducta fuerasiempre justificada, acudió en a-quellos momentos terribles á quienmenos podía atenderlo: á la auto-ridad. L a masa de gente indigna-da se aglomeró en el Palacio Mu-nicipal, denunciando los asesina-tos que estaban cometiendo losyanquis y solicitando del Ayun-tamiento que defendiera al pue-blo 6 le diera armas para defen-derse. Dos ciudadanos que ha-bían avanzado á hacer la petición,fueron recibidos á golpes por Isi-doro Castañedo, ese tinterillo bri-bón cuyas pilladas y cuyo yan-quismo hemos denunciado más deuna vez. El bellaco tenía un re-vólver en la mano y agredió á ca-ñonazos á los que venían á pedirprotección de la autoridad, loscuales estaban completamen-te desarmados. En seguida, dioorden á la policía de que apresa-ran á cuantos estaban en el Pala-cio y dijo al jefe de los gendarmescon voz -de trueno: "al que sequiera escapar, me lo matas comoun perro." •*

[Así trataron las autoridades deCananea al pueblo que iba á pedirque se le protegiera contra los ase-sinos yanquis! En lugar de pro-tección, encontró nuevas agresio-nes y amenazas de muerte, ¡Asíde vil y de miserable es la condi-ción de los mexicanos bajo la Dic -tadura del bandolero DíazI De-bemos ser robados, humillados yhasta cazados como fieras, sin quese nos permita defendernos. Re-clamamos pacíficamente un dere-cho, los amos extranjeros contes-tan á tiros; nos quejamos respe-tuosamente con nuestras autori-dades, y nuestras autoridades nosgolpean, nos mandan encerrar ynos ofrecen más tiros. ¿Cuál es,pues, nuestra situación? ¿Ya notenemos ni el derecho de defendernuestra vida? ¿Debemos dejarnosmatar como reses maniatadas, ca-da vez que un yanqui tenga á biendivertirse tirando al blanco sobrenuestro pecho? Sí; esta es la leyque nos imponen los traidores quenos gobiernan, y la prueba la te-nemos en que después de los dis-turbios de Cananea, los yanquisque provocaron el desorden, queagredieron á los mexicanos, queasesinaron cobardemente á nues-tros compatriotas desarmados, es-

tán enteramente libres, riéndosede la impunidad en que han que-dado sus hazañas de criminales,mientras que las víctimas de susalvajismo, los mexicanos ultra-jados y agredidos, los deudos delos que cayeron baio las balas delextranjero, fueron fusilados ó es-tán presos, en número excesivo,esperando que la justicia (?) loscastigue por el enorme delito dehaber defendido su vida contralos asesinos yanquis.

Cuando los mexicanos se con-vencieron de que no tenían queesperar ningún auxilio de la auto-toridad, buscaron la manera dedefenderse por sí mismos. En losmontepíos se proveyeron de ar-mas, muy inferiores siempre encalidad y número á las que teníanlos americanos; pero peor era es-tar completamente indefensos.Es absolutamente inexacto que loshuelguistas hayan robado dinami-ta de la Compañía para volar ca-sas de gringos. Nuestres compa-triotas se concretaron á defender-se; ni una vez tomaron la ofensi-va. No hubo ninguna propiedadviolada, ni siquiera amenazada.Nuestros compatriotas guardarondemasiadas consideraciones á susenemigos, y ahora pagan su ge-nerosidad en la cárcel, sufriendolas más infames calumnias, y estosin hablar de los fusilados. Hu-bieran podido volar todas las pro-piedades de la Compañía, pero noquisieron hacerlo. Respetuososhasta lo inverosímil, honradoshasta lo absurdo, se preocupaban•púj-íü. legalidad y la mesura, cuan-do los yankees los batían y los ca-zaban como á fieras dañinas. | Asíobraron los mexicanos! ¡Y poresto fueron unos fusilados y re-ducidos otros á prisión, mientraslos yankees permanecieron libres!

El día siguiente, 2 de Junio, seesperaba con ansia la llegada delGobernador. El pueblo, con esaceguedad de los trances desespe-rados, en que hasta el vacío setoma como punto de apoyo, teníaalguna confianza en que Izábal leprestaría protección. Llegó untren con armas para Greene, yluego otro tren conduciendo á Iza-bal y á algunos centenares de sol-dados americanos en cinco furgo-nes. El pueblo que deseaba veral Gobernador y sus tropas parapedirle auxilio y denunciarle losasesinatos cometidos por los yan-kees y los contrabandos de armas,sufrió una gran decepción al ver-lo custodiado por fuerzas extran-jeras y sobre todo, al verlo partiren el automóvil de Greene, enCompañía de este individuo quehabía sembrado la muerte en Ca-nanea. Millares de gentes vierondesfilar á los soldados americanos,con las armas terciadas, rumboá la fundición. En presencia delmismo Izábal continuaron cebán-dose en los mexicanos como eldía anterior y se situaron en dis-tintos puntos, cazando á los queiban pasando. Sólo algunos gru-pos pequeños de mexicanos malarmados podían hacer frente á losyankees. La inmensa mayoría denuestros compatriotas no teníanarmas. La carnicería de esa tar-de, la presenció con satisfacciónIzábal, y aun dio él mismo, comolos ayankados Pablo Rubio y Lie.Isidoro Castañedo, orden de dis-parar sobre el pueblo. Llegaronlas fuerzas del Coronel Kosterlitz-ky, y los americanos, en su fiebrede matanza, que los hacía dispa-rar á ciegas, hirieron á un solda-do y mataron un caballo de estafuerza que venía en su ayuda. Nisiquiera esto castigó el Gobiernopor su propio interés. Los yan-kees gozaban déla más absolutaimpunidad para matar á quien seles antojara. Kosterlitzky decla-ró la ciudad en estado de sitio yfusiló á diez 6 doce mexicanos;represión tan salvaje como inútil,pues nuestros compatriotas no te-nían armas, no hacían daño nin-guno y sólo algunas veces se de-fendían de los ataques de los yan-quis. Y entre los yanquis ¡oh ca-sualidad! entre los que iniciarony continuaron el desorden, entre

los que hicieron aquella carnlce-' mismo lia confesado que las tro-ría salvaje y se hartaron de san- pas yanquis estuvieron en Cana-

! gre como caníbales, no hubo uno , ne¡i, con lo cual hasta ([Hedamossolo que lucra víctima de la dura relevados de presentar más prue-ley marcial! ¡Ahí Es que allí no'bas. Sin embarg-o, agregaremosse trataba de hacer justicia ni de un detalle importnute: el Goher-castigar á cada uno según sus nador de Arpona llamó a su pre-responsabilidades, sino de acá- .sencia ni Capitán Kjning parabar con los mexicanos, de hosti- pedirle explicaciones de porquégarlos, de perseguirlos, de sacn- abandonó el territorio americanoficarlos, simple y sencillamente para llevar tropas á Cananea.porque eran mexicanos. Ese era De todo lo anterior se despren-su delito, su estigma, .su desgra- de: que la huelga de los mineroscía. Ser mexicano era bastan- de Cananea i uc enteramente pa-te razón para morir. |He ahí lotifica; que los yanquis fueron losque ha hecho de nosotros. Id Dio-1 primeros en agredir á los huel-tadura; ha degradado nuestra ua-,giilbtas y tomaron siempre la ini-cionahdad; de lo que era patente I ciativa en todos los desórdenesde gloria y timbre de legítimo or-| posteriores; que los yanquisgüilo, ha hecho un padrón de ig-nominia, una marca degradante,un sambenito sobre el que pue-den llover impunemente escupi-tajos y puntapiés; de la naciona-lidad mexicana, símbolo de alti-vez y dignidad, ha hecho un ha-rapo enfangado que los extranje-ros pueden pisotear y enlodarmás aún! Yanquis ávidos denuestra riqueza, rapaces y bes-tiales como subditos de Atila, in-solentes como gañanes encum-brados, dignos de ser vistos conlástima desdeñosa por nuestraraza inteligente y noble, nos ro-ban, nos humillan y hasta nos a-sesinan por diversión, y nuestrosgobernantes, en vez de castigar-los y pedirles cuenta del ultraje,estrechan sus manos enrojecidascon nuestra sangre y arrojan á lascárceles á los que escaparon deperecer á manos de los bárbaros!

lOh ignominia!

Cuando Izábal vio que los me-xicanos estaban desarmados, queá nadie atacaban,que no significa-ban un peligro ni para los yan-quis ni para sus servidoras lasautoridades, se acordó que Méxi-co tiene dignidad como nación in-dependiente y soberana y mandóque los soldados americanos quehabía traído de Bisbee, Arizona,se volvieran á su país. Cuando eltraidor los introdujo á territorionacional, el miedo le hizo olvidar-se del honor de la Patria, tan tar-díamente recordado. Se dice queel Administrador de la Aduana deNaco, advirtió á Izábal el delitoque cometía al traer á Méxicofuerzas extranjeras, y protestócontra la violación del territorio,diciendo que si ésta se verificabaera sólo porque' é*l no tenía tropassuficientes para evitarla; y queagregó que denunciaría el hechoal Centro como lo hizo. Nos ex-traña tal rasgo de un empleadode la Dictadura, pero bien pudosuceder: el patriotismo es ungrande sentimiento, que puedevencer á veces á la conveniencia,en las almas que no son tan rui-nes como la de Izábal y demás eu-nucos cercanos al Dictador. Loque sí es indudable es que algu-nos yanquis pretendieron pasarla línea fronteriza en Naco, porsu cuenta, y fueron virilmente re-chazados, lo que prueba que elúltimo empleado de la Aduana deXaco es más honrado y más pa-triota que el traidor Rafael Izá-bal.

Ya en nuestro número anteriorhicimos las consideraciones rela-tivas á la invasión de nuestro te-rritorio por fuerzas yanquis, ymanifestamos que el Código Pe-nal castiga á Izábal con doce añosde prisión y multa de $1000.— á$3000. —; esto no porque creamosque el traidor sea castigado, sinopara que sepan nuestros lectorescon toda claridad cómo burla laDictadura las leyes más severasy precisas. Todo lo que dijimosnosotros acerca de la invasión, seha comprobado, á pesar de lasnegaciones estúpidas del Gobier-no. La prensa, casi unánimemen-te, ha analizado con gran discre-ción y depurado cuidadosamentetodas las informaciones conocidas,y ha tenido que declarar porquees cierto, innegable, claro y com-probado— aunque vergonzoso —que las fuerzas americanas inva-1dieron nuestro territorio, acaudi- iliadas por el traidor Izábal. Este I

ase-sinaron fríamente y á traición áinfinidad de personas, de las quemuchas no eran huelguistas nitenían nada que ver con la cues-tión en debate; que los mexica-nos no tenían una sola arma alprincipio y sólo tomaron algunasdélos montepíos cuando las autori-dades les negaron auxilios y losgolpearon y amenazaron; que Izá-bal autorizó las salvajes carnice-rías que hacían los yanquis entrelos mexicanos inermes; que todala responsabilidad corresponde álos yanquis, cuyos crímenes ho-rribles han quedado en la impuni-dad; que los mexicanos obraronen defensa propia, por lo que fue-ron fusilados unos y encarcela-dos otTOs; que nuestro territoriofue invadido por tropas extranje-ras, traídas por Izábal, y que áeste traidor no se le exige ningu-na responsabilidad.

De aquí se desprenden útilesenseñanzas para los mejicanos.Una de ellas es que el honor Na-cional no vale nada ante las con-veniencias déla Dictadura, y laotra es que los mexicanos tenemosque dejarnos robar, humillar y a-sesinar por los yanquis, sin lamenor defensa, á menos que que-ramos ingresar á un calabozo ó serfusilados.

lOh vergüenza! ¿Qué pueblopor más miserable y abyecto quehaya sido, ha soportado lo que hoysufrimos los mexicanos? ¿Cuán-do será vengada tanta infamia yrestablecida la Justicia en los al-tares de la Patria?

Se desea saber el paradero delSr. Cristóbal Colón, que estandoen servicio en el primer cuadrode caballería en Durango, pasóá prestar sus servicios á un Cuer-po del Oriente de la República,

Encarecemos á la persona queconozca el paradero de dicho se-ñor, se sirva comunicárselo alSr. D. Jesús Job Colón, residen-te en Zacatlán, Estado de Puebla,padre de la persona que se busca,quien recibirácon la noticia.

un gran consuelo

A los miembros del Partido Liberal.Por acuerdo de la Junta Orga-

nizadora del Partido Liberal, sesuplica á los miembros del Parti-do, erm'en sus cuotas mensualessin esperar pre\ 10 cobro, procu-rando que sus remisiones lleguená la junta antes del día último decada mes.

St. Louis, Mo., Marzo de líK)f,El Secretario,

Antonio I VillarreaL

ALFONSO C. VILLARREALCOMISIONISTA

NUEVA YORK, E TJ A.

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Toda correspondencia diríjase asi:SR. ALFONSO C VILLABBEAL.

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