NIO EN TINIEBLAS

Mervyn Peake

Las ceremonias haban terminado por ese da. El Nio se senta extenuado. El Ritual, como una carrozaenloquecida, haba sido echado a rodar, y la verdadera vida de da yaca herida y aplastada.

Seor de campos almenados, no tena otra opcin que estar al servicio y las rdenes de los funcionarios cuyamisin era aconsejarlo y guiarlo. De conducirlo aqu y all

travs del laberinto del hogar sombro. De celebrar, da tras da, antiguas ceremonias cuyo significado hacaya mucho se haba perdido.

Los tradicionales regalos de cumpleaos le haban sido ofrecidos por el Maestro de Ceremonias sobre latradicional bandeja de oro. Largas columnas de hierofantes, hundidos en el agua hasta las rodillas, desfilaronante l, sentado durante horas y horas a orillas del lago infestado de jejenes. Todas esas circunstanciashabran sido suficientes para hacer perder la paciencia al adulto ms sereno y ecunime, y para el Niohaban sido un infierno intolerable.

Ese da, el del cumpleaos del Nio, era el segundo de los ms arduos del ao. El anterior haba sido el de lalarga marcha por la escarpada ladera hasta el sembrado donde debi plantar el decimocuarto fresno delbosquecillo, pues en ese da haba cumplido catorce anos. Y no era una mera formalidad, pues nadie le podaayudar mientras realizaba su tarea, ataviado con la larga capa gris y el bonete similar al de los tontos. En suviaje de regreso por la empinada falda de la montaa haba tropezado y cado, raspndose la rodilla ycortndose la mano, as que, cuando al cabo lo dejaron solo en la pequea habitacin que miraba hacia laplazoleta de ladrillo rojo, herva de furia y resentimiento.

Pero ahora, en el atardecer del segundo da, el de su cumpleaos (tan pleno de ceremonias idiotas que elcerebro le vibraba de imgenes incoherentes y el cuerpo de fatiga), yaca en el lecho con los ojos cerrados.

Luego de un rato de descanso abri uno de los ojos porque crey or el aleteo de una mariposa contra elvidrio de la ventana. Sin embargo, no pudo ver nada y se dispona a cerrarlo nuevamente cuando su miradaqued atrapada por la ocre y familiar mancha de humedad que se alargaba en el cielo raso como una isla.

Muchas veces haba contemplado esa misma isla mohosa con sus caletas y bahas; sus ensenadas y elextenso y extrao istmo que enlazaba la masa meridional con la septentrional. Conoca de memoria laahusada pennsula que terminaba en un delgado arco de islotes como cuentas descoloridas de un rosario.Conoca al dedillo los lagos y ros y ms de una vez haba llevado a buen puerto, despus de azarosastravesas, a sus naves imaginarias y navegado con ellas en pleno ocano con mar gruesa, antes de marcarlesnuevos rumbos hacia tierras ignotas.

Pero ese da estaba demasiado irritado para perderse en divagaciones y lo nico que hizo fue mirar a unamosca que recorra lentamente la isla.

Un explorador, supongomurmur el Nio para sus adentros... y en el momento de hacerlo surgi en sumente el aborrecido contorno de la montaa y los catorce estpidos fresnos, y los malditos regalos que lehaban presentado en la bandeja de oro (que doce horas despus seran devueltos a las arcas) y vio uncentenar de rostros familiares, cada uno de los cuales le haca recordar alguna obligacin ritual, hasta quetermin por golpear el lecho con los puos mientras gritaba: No! No! No!; y solloz hasta que la mosca

recorri de este a oeste la isla mohosa y continu su lento paseo por la costa como si no tuviera intencin deaventurarse por el techo-mar.

Slo un mnima parte de sus sentidos seguan los movimientos de la mosca, pero esa mnima parte seidentificaba tanto con el insecto que el Nio advirti oscuramente que el explorador era algo ms que unapalabra o el sonido de una palabra, era algo nico y rebelde. Y entonces brot, impetuosa, la primera chispade incontenible rebelin, no contra alguien en particular sino contra la incesante ronda del simbolismo muerto.

Ansiaba (lo comprendi de pronto) transformar su furia en accin... escapar de las metas prefijadas,proclamar su libertad, si bien no una libertad total, al menos por un da. Por un da. Un inconmensurable dade insurreccin.

Insurreccin! De eso se trataba.

Era en realidad un paso tan drstico lo que estaba meditando? Ya no recordaba los votos solemnes quehaba pronunciado en su infancia y en miles de ocasiones subsiguientes? Ya no contaban los sagradosjuramentos de fidelidad que lo ataban a su tierra?

Y entonces oy el susurro que le respiraba en la nuca como si lo quisiera incitar a volar... un susurro quecreca en volumen e intensidad:

Slo por un momentodeca. Despus de todo no eres ms que un nio. Y qu diversiones tienes?

Llen de aire el pecho y lanz un alarido feroz.

Maldito sea el castillo! Malditas sean las Leyes! Maldito sea todo!

De un brinco se sent al borde del lecho. El corazn le lata desbocado y con fuerza. Una suave luz doradase derramaba desde la ventana en una especie de bruma y a travs de la bruma se poda ver la doble hilerade pendones que en su honor flameaban al viento en las almenas.

Respir hondo y recorri la habitacin con lenta mirada e inesperadamente un rostro cercano atrajo suatencin. Lo acechaba con expresin salvaje. Era un rostro muy joven a pesar de tener la frente surcada porprofundas arrugas. Llevaba en torno del cuello una cuerda de la que penda un manojo de plumas de pavoreal.

Fue por las plumas ms que por cualquier otro detalle por lo que advirti que el rostro aquel era el suyo yapart la mirada del espejo, mientras se arrancaba el absurdo trofeo que ostentaba como un collar. Era suobligacin llevarlo durante toda la noche y entregarlo a la maana siguiente al Gran Maestre Ancestral delPlumaje. Lo que en realidad hizo fue deslizarse fuera del lecho y pisotear la deslucida reliquia para luegoarrojarla de un puntapi a un rincn lejano de la alcoba.

Y, entonces, nuevamente la excitacin! La emocin de planear una posible huida. Huir adnde? Ycundo? Qu momento sera el ms propicio?

Pues, ahora! ahora! ahora!se oyeron las voces. Levntate y vete. Qu esperas?

Pero el Nio que estaba tan impaciente por partir tena otra faceta en su personalidad. Una faceta muchoms fra, y mientras el cuerpo temblaba y gema, su mente no era tan infantil, y meditaba. Si deba lanzarse ala libertad sin vacilar y a la luz del da o durante las largas horas de oscuridad no era fcil de decidir. En unprincipio la eleccin obvia pareci ser la de esperar la cada del sol y, tomando la noche por aliada, buscar la

salida de la fortaleza en tanto los principales del castillo yacan oprimidos por el sueo y un manto de hiedralos ahogaba como un tenebroso velo. Deslizarse furtivo, por las labernticas callejas que tan bien conoca ydesembocar en los amplios espacios barridos por el viento e iluminados por las estrellas para marchar... ymarchar.

Pero si bien las ventajas de huir durante la noche eran evidentes e innegables, no dejaba de existir la siniestraposibilidad de perderse para siempre o la de caer en manos de las fuerzas del mal.

Catorce aos de edad: ya haba tenido numerosas oportunidades de poner a prueba su valor en aquel castillolleno de recovecos y subterrneos y en muchas ocasiones se haba sentido aterrorizado, no nicamente porlos silencios y las tinieblas de la noche sino por la sensacin de ser vigilado, casi como si el castillo mismo oel espritu del antiguo recinto se moviese cuando l se mova, se detuviese cuando l se detena, respirndolesin cesar en la nuca sin perder ni uno solo de sus movimientos.

Al recordar las veces en que se haba extraviado, no pudo dejar de comprender cunto ms temible serapara l encontrarse a solas entre las sombras de un distrito extrao a su mbito familiar, en un lugar alejadodel centro del castillo donde, a pesar de que aborreca a muchos de sus habitantes por lo menos seencontraba entre los de su propia casta. Pues puede sentirse la necesidad de contar con las cosas que nosson odiosas, y odiar algo que, por extraa paradoja, nos es amado. Y por ello un nio se acerca ansioso a loque reconoce y slo porque lo reconoce. El encontrarse a solas en una tierra donde nada le sera familiar,eso era lo que tema, y eso era lo que anhelaba. Pero qu es la insurreccin sin peligro.

Mas no. No partira en plena oscuridad. Eso sera una locura. Partira poco antes del amanecer, cuando casitodo el castillo estuviese dormido, y correra a la media luz de la aurora, y competira con el soll en latierra y el sol en el aire, ellos dos, a solas.

Pero cmo soportar la noche fra y de paso tardo... la noche interminable que le aguardaba? Dormir seraimposible, aunque lo necesitaba. Baj de la cama y se acerc presuroso a la ventana. El sol no estaba muypor encima del mellado horizonte, y todos los objetos flotaban en una plida transparencia. Pero no durantemucho tiempo. El sereno paisaje tom, de pronto, otras caractersticas. Las torres que un instante anteshaban tenido un aspecto etreo, y parecan apenas flotar en la atmsfera dorada, se haban convertidoahora, al eclipsarse los ltimos rayos de sol, en dientes ennegrecidos y cariados.

Un estremecimiento recorri el suelo en sombras y el primero de los bhos nocturnos pas silencioso msall de la ventana. Muy abajo de la alcoba del Nio se oa gritar una voz. El grito estall demasiado a lo lejoscomo para descifrar las palabras, pero no lo bastante como para ocultar la furia que lo saturaba. Otra vozdio la rplica. El Nio se inclin sobre el alfizar de la ventana y mir hacia abajo. Los antagonistas tenan eltamao de una semilla de girasol. Una campana empez a taer, y luego otra, y ms tarde toda una banda seech a volar. Campanas discordantes y campanas melodiosas: campanas de miedo y campanas de clera:campanas alegres y campanas lgubres: campanas graves y campanas cristalinas... la asordinada y lavibrante, la exultante y la doliente. Por unos pocos momentos todas al unsono poblaron el aire: una plegariacon un clamor de lenguas que expandi sus ecos sobre el gran casco del castillo como un rebozo metlico.Luego una a una el tumulto se fue calmando y veintenas de campanas se acallaron hasta tan slo dejar unsilencio inquietante, hasta que muy a lo lejos una voz lenta y ronca se fue rodando por sobre los tejados y elNio asomado a la ventana escuch la ltima nota grave morir en el silencio.

Por un instante se sinti atrapado por el conocido esplendor de todo aquello. Nunca se cansaba de or lascampanas. Entonces, cuando se dispona a apartarse de la ventana, se oy otro repique con un tono tanapremiante que su rostro adopt una expresin ceuda, pues no lograba comprender a qu se deba. Luegose oy otro ms y otro y cuando la decimocuarta dej de taer advirti que eran salvas en su honor. Por un

breve instante haba olvidado su condicin, mas esa sacudida se la haca recordar. No poda escapar de sumayorazgo. Quiz pensasen que una deferencia tal slo poda causar placer a un nio. Pero no era se elcaso del joven conde. Toda su vida haba sido devorada por el ceremonial y sus momentos de mayorfelicidad eran cuando estaba a solas.

Solo. Solo? Eso significa lejos. Lejos, pero dnde? Algo que no estaba a su alcance imaginar.

Ms all de la ventana la noche se cargaba de sombras, apenas horadadas por las chispas diminutas quetitilaban a lo largo de la alta montaa que haba escalado el da anterior y en cuya ladera haba plantado sudecimocuarto fresno. Esas distantes y luminosas cabecitas de alfiler o brasas no ardan nicamente en lamontaa sino tambin en un amplio crculo... y era acatando la llamada de esas hogueras como la genteempezaba a reunirse en una veintena de patios seoriales.

Pues esa noche era la noche del gran festn, y dentro de muy poco largas hileras de hierofantes seencaminaran hacia uno u otro sector del crculo. El castillo se vaciara y los hombres marcharan a caballo, apie, en mulas y carruajes, y todo tipo de vehculos. Y saltando excitados, por la espera, de un lado al otro,una multitud de pilluelos gritaban y se peleaban, con gritos que traan a la memoria el piar de los estorninos.

Fueron esos gritos que se elevaban a travs de las sombras de la noche los que trastornaron los indefinidosplanes que el Nio haba trazado y tambin su prudencia. Eran todo lo estridentes que la exaltacin de lainfancia les permita, y all, junto a la ventana, el Nio supo de pronto y sin meditarlo, supo sin vacilar, quese era el momento de huir: en medio de la baranda y el tumulto. Ahora, cuando el ritual bulla de campanasy hogueras: ahora, en la cumbre de la decisin. De un brinco estuvo junto a

la puerta, la abri de par en par y ech a correr. Era gil, y bien que lo necesitaba, pues el camino que sehaba sealado era riesgoso. No se trataba de lanzarse por interminables tramos de escaleras. Se trataba dealgo ms vertiginoso y ms furtivo.

Durante muchos aos el Nio, por pura curiosidad, haba recorrido las habitaciones invadidas por el polvodel, al parecer, interminable hogar, hasta que haba llegado a descubrir una docena de caminos queconducan a la planta baja sin pisar la escalinata principal y sin ser visto por nadie. Si exista un momentoideal para hacer uso de ese descubrimiento sin duda era se; as, al final del corredor de doce metros enforma de T, a lo largo del cual corra no dobl ni a la derecha en direccin al norte ni a la izquierda endireccin a la escalinata meridional que se alargaba hacia abajo, abajo, abajo, en caracoleantes curvas demadera acribillada por los gusanos, sino que salt para encaramarse a un ventanuco sin vidrios que se alzabapor encima de su cabeza, y apoderndose de un resto de cabo que sobresala del alfizar lo utiliz paratrepar y transponer...

Al frente se extenda un largo desvn, cuyas vigas estaban tan cerca del suelo que para atravesarlo no setrataba de agacharse, ni de caminar erguido. El nico mtodo era aplastarse contra el piso y avanzarsirvindose de los codos y las rodillas. Esto poda llegar a ser una tarea agotadora, pues el desvn era muygrande, pero el Nio haba reducido todo el proceso a una rutina tan plena de ritmo que observarlo eracomo contemplar un juguete mecnico en funcionamiento.

En el fondo haba una puerta-trampa que al hacerla girar sobre los goznes dejaba al descubierto una mantaextendida all a la distancia, una manta que pareca una inmensa hamaca azul. Las cuatro puntas estabansujetas por cuerdas a las vigas bajas; la comba de la manta no tocaba el suelo.

En un instante el Nio haba saltado por la puerta-trampa y haba rebotado como un acrbata de la hamacaal piso. En alguna poca aqulla debi de haber sido una habitacin bien cuidada. An se vean en ella

rastros de un desmedrado refinamiento, pero en la alta habitacin rectangular se respiraba en ese momentouna atmsfera de abandono y desolacin.

Si no hubiese sido porque la ventana estaba abierta de par en par hacia la noche, al Nio tal vez le hubierasido imposible ver una mano delante de los ojos. Pero la ventana enmarcaba un trozo de oscuridad grisceaque pareca escurrirse entre las espesas sombras agazapadas en la habitacin.

El Nio se acerc a la ventana con rapidez, trep al alfizar y sali al aire libre, y entonces empez adescender reptando por treinta metros de tosca cuerda gris.

Al cabo de lo que pareci un largo rato alcanz una ventanita del enorme muralln, se escabull por esaabertura fuera de uso y dej balancendose en el vaco la larga cuerda gris.

Se encontraba en una especie de rellano y al instante empez a descender ruidosamente tramos y tramos deescalera hasta desembocar en un saln ruinoso.

Cuando el Nio hizo su entrada en el lugar un sordo y confuso rumor insinu que un tropel de pequeascriaturas haba sido perturbado en su paz y se apresuraban a buscar las guaridas.

El piso de lo que alguna vez fuera un saln elegante ya no era tal en el sentido estricto de la palabra, pues lastablas haca mucho que se haban podrido y en su lugar creca una hierba lujuriante y una mirada de toperasdaba al recinto la apariencia de un antiguo camposanto.

Por unos segundos, sin saber por qu, permaneci inmvil y escuch. No era la clase de lugar que permitieseatravesarlo a la carrera, pues en la decadencia y la quietud hay una cierta grandeza que impone aminorar elpaso.

Cuando se detuvo todo era silencio, pero ahora, como si proviniese de otro mundo, el Nio oy distantesvoces infantiles, eran tan tenues que al principio pens que se trataba de un escarabajo restregndose lasextremidades.

Se encamin hacia la izquierda donde alguna vez haba existido una puerta y en el extremo opuesto delcorredor vio el cuadradito de luz del tamao de una ua. Empez a recorrer el pasillo, pero ahora su actitudhaba cambiado. Se mova con suma cautela.

Pues haba una luz en aquel extremo. Un rojizo resplandor que recordaba el crepsculo. Qu poda ser?Haca mucho que el sol se haba puesto.

Entonces volvi a or las estridentes voces lejanas, esta vez ms fuertes, aunque no se alcanzaba a distinguirni una sola de las palabras: y de pronto comprendi lo que suceda.

Los nios del castillo andaban sueltos. Era su noche de noches y aprovechaban la libertad para corretear consus antorchas llameantes: la voces aumentaban de volumen a medida que el Nio avanzaba, hasta que los vioa travs del portaln y cubran toda la explanada que se extenda frente al castillo, un ejrcito de niosturbulentos, as que no tuvo dificultad en deslizarse, inadvertido, entre las columnas hormigueantes. Lasantorchas fulguraban en la noche poblada de voces y su resplandor se espejaba sobre las frentes sudorosas ycentelleaba en las pupilas. Y el Nio march con ellos hasta que, reparando que se dirigan a la Montaa dela Antorcha, se fue quedando rezagado, y aprovechando un momento propicio dobl por un atajo donde losrboles crecan arracimados sobre altos montculos de mampostera y se encontr, una vez ms, a solas.

Para ese entonces ya se haba alejado varias millas del castillo mismo y se internaba en territorio menos

familiar. Menos familiar pero an reconocible gracias a la ocasional idiosincrasia de una piedra o un metal:una forma que se proyecta desde un muro, una saliente o una punta que asomaba al borde del recuerdo.

As el Nio camin y camin, atrapando fugaces visiones de formas recordadas a medias y a mediasolvidadas; pero aquellas formas que a causa de sus particularidades se grababan en su mente (una manchaque sobre la tierra adoptaba la forma de una mano de tres dedos, o el movimiento en espiral que trazaba unarama por encima de su cabeza) se fueron espaciando cada vez ms, hasta que lleg un momento en quedurante un cuarto de hora avanz totalmente a tientas sin ningn signo o marca que le sirviera de gua.

Fue como si los batidores de su memoria lo hubiesen encontrado echado entre los altos pastos, y unamarejada de terror lo arroll con sus olas heladas.

Se debati en la oscuridad, para un lado y para el otro, haciendo girar su antorcha a lo largo del caminointerminable, incendiando las telas de araa o cegando a una lagartija en su bajo de helechos. No habanadie a su alrededor, y el nico ruido que se oa era un lento gotear de agua y el intermitente susurro de lahiedra.

Entonces record sus motivos, la razn por la cual se encontraba donde se encontraba: perdido entre lasfortificaciones; record el eterno ritual de su hogar primigenio; record el clera y su determinacin dedesafiar las sagradas leyes de su familia y su reino, y patale enfurecido. Pues a pesar de todo, le asustaba loque haba hecho y le asustaba la noche, y empez a correr; sus pasos resonaban sobre la piedra, hasta quearrib a un extenso campo abierto donde unos pocos rboles alzaban sus ramas como brazos separados; ymientras segua su carrera la luna se escabull por entre el espeso celaje de nubes y vio, justo frente a l, unro.

Un ro! Cul podra ser? Haba, es verdad, un ro que serpenteaba cerca de su casa, pero ste era muydistinto: un ancho, perezoso curso de agua sin rboles en las mrgenes; una indefinida, lenta extensin deagua ttrica con la biliosa luz de la luna cabrilleando sobre su lomo.

Se haba detenido bruscamente al verlo, y al inmovilizarse sinti que la oscuridad se cerraba a sus espal-

das; volvi la cabeza y advirti la presencia de los perros.

De la nada, eso le pareci, surgan los mastines para reunirse en manada. Nunca en su vida el Nio habavisto tantos. Estaban, por supuesto, los carroeros, que de tanto en tanto se infiltraban en los pasillos de sucasa, araando los muros, mostrando los colmillos.. la sombra, el gair, el rumor de la huida precipitada yluego nuevamente el silencio. Pero esto era algo muy diferente, donde los perros parecan formar parte de lanoche y el da, poseedores de una seguridad rayana en la insolencia, irguiendo, altaneros, finas cabezas grisesen la oscuridad. Mastines provenientes de alguna otra parte... habitaban castillos olvidados y se echabantodos juntos para formar un nico borrn de sombras, o a la luz de un hogar incandescente cubran laspiedras de los claustros, tan grandes en nmero como las hojas de otoo.

Se congregaron en una media luna y, sin tocarlo, parecan empujarlo hacia el oriente, hacia la orilla del anchoro.

La respiracin de sus pulmones era profunda y salvaje, aunque no exista una amenaza inmediata. Ni el msmnimo roce de aquella horda de colmillos toc al Nio, quien, sin embargo, se sinti impulsado a avanzarmilmetro a milmetro hasta estar al borde del gran curso de agua donde una barca de fondo plano esperabaen su amarra. Rodeado por el aliento de las bestias sub1 al barqu1chuelo y, con manos trmulas, desat lacuerda. Entonces, tomando una especie de botador, empez a cruzar el perezoso ro. Pero no se vio libre delos perros que, saltando al agua, lo rodearon y una flotilla de cabezas caninas, orejas alertas, fauces

centelleantes, bogaban en las aguas espejeantes de luz de luna. Pero los ojos eran lo aterrador, pues tenanese color amarillo claro y cido que rechaza todos los dems colores y, si es que un color puede tener valormoral, eran de una maldad indeleble.

Asustado como estaba, y pese al asombro que le causaba la extraa situacin, la jaura le infunda menosmiedo del que hubiera experimentado por estar a solas. Los perros, sin saberlo, eran sus compaeros. Ellos,a diferencia del hierro y la piedra, tenan vida y al igual que l sentan en sus pechos el latido vital y por ello elNio elev una plegaria de agradecimiento mientras hunda el botador en el limo del ro.

Pero estaba extenuado, y el cansancio se sum a la alegra de sentir aminorar la soledad hasta que ambassensaciones estuvieron a punto de hacerlo quedar dormido. Pero logr mantener los ojos abiertos y lleg elmomento en que alcanz la orilla opuesta y se desliz por el costado de la barca hasta entrar en las tibiasaguas iluminadas por la luna y los mastines viraron y se alejaron flotando, como un oscuro manto.

Estaba solo una vez ms y el pnico, de no haber sido por el cansancio, poda haberse vuelto a apoderar del. Lo que hizo en realidad fue arrastrarse lejos de la baja orilla hasta encontrar una parte de terreno seca yentonces acurrucndose, se qued incmodamente dormido.

Le fue difcil calcular cunto tiempo haba dormido; pero cuando despert era pleno da, y al erguirseapoyndose en un brazo supo sin lugar a dudas que todo andaba mal. se no era el aire de su pas. ste eraun aire forneo. Mir a su alrededor y nada le result familiar. Ya la noche anterior se haba dado cuenta deque estaba perdido, pero lo que experimentaba era una sensacin nueva, pues no slo le pareca estar lejosde su casa sino que una cualidad desconocida se interpona entre l y el sol. No era, no, que anhelara desdelo ms profundo del alma recuperar algo que se haba esfumado, sino que ms adelante algo le aguardaba,algo que no deseaba encontrar. Y no tena ni el ms ligero indicio de qu se trataba. Todo lo que saba esque sera distinto. El sol que caa sobre su rostro era ardiente y reseco. Su vista era ms aguda que nunca,como si le hubiesen arrancado una telilla de los ojos, y un olor no parecido a ningn otro empezaba aimponerse a su olfato.

No era del todo desagradable. En realidad haba una cierta serenidad indisolublemente entretejida con laamenaza.

Le volvi la espalda al ro ancho y serpenteante y, dejando la barca en aguas poco profundas, entrelaz lasmanos con fuerza. Entonces ech a andar con pasos rpidos y nerviosos hacia las suaves colinas que serecortaban contra el horizonte, donde los muros y los tejados se enlazaban con los rboles y las ramas de losrboles.

Al avanzar fue descubriendo rastros, al principio apenas perceptibles, que indicaban que se hallaba enterreno maldito. Matices de colores glaucos, ora aqu, ora all, aparecieron ante sus ojos. Haba vestigios dealgo semejante a babas de caracol, brillaba sobre las piedras ocasionales o a lo largo de una brizna de hierbao se extenda como un rubor sobre la tierra.

Pero un rubor grisceo. Algo hmedo y viscoso que se deslizaba de aqu para all sobre terrenodesconocido. Reluca con brillo horrendo sobre la tierra oscura... y luego se ocultaba y el reverso ocupabasu lugar, pues el rubor era ahora aquella cosa oscura y viscosa y toda la tierra a su alrededor reluca como lapiel de un leproso.

El Nio apart la mirada de algo que no comprenda para descansar los ojos en... el ro, pues hasta en aquelsiniestro curso de agua encontraba un cierto consuelo porque perteneca al pasado y el pasado no puede yainfligir mayores daos... Y el ro no le haba hecho ningn mal. En cuanto a los perros, ninguno lo haba

lastimado, aunque su respiracin jadeante haba sido aterradora. Pero los ojos haban sido lo ms perversode todo.

El color de aquellos ojos no exista, ahora que haba vuelto la luz del da. El sol a pesar de su intensidad,daba aquella clase de luz que absorbe todos los matices. De haberlo la luna imitado habra armonizado con lamelanclica luz que irradia, pero en su caso haba sucedido lo inverso, pues el amarillo limn haba sido elcolor de los ojos.

Cuando el Nio se volvi al curso de agua a sus espaldas, como buscando apoyo, vio lo cambiado queestaba. Cualquiera fuese el aspecto que haba tenido la noche anterior, el de ahora no era en absolutoacogedor. Las aguas bajo los rayos del sol parecan un aceite verdoso que se agitaba en las garras de unavoluptuosa enfermedad. Una vez ms el Nio gir la cabeza y por un trecho corri como si huyese de unabestia abyecta.

En contraste con el ro aceitoso el spero perfil de la colina boscosa era como crujiente corteza de pan, y sinuna sola mirada atrs el Nio se encamin en esa direccin.

Haban transcurrido muchas horas desde su ltima comida y el hambre era ahora casi intolerable. Sobre laplanicie se vea una espesa capa de polvo.

Tal vez ese suave polvo blanquecino era lo que ahogaba el ruido de los pasos que se acercaban: porque elNio no sospechaba que algo se aproximaba a l. Slo cuando una rfaga de aliento ftido le hiri el olfatose sobresalt y, saltando a un costado, enfrent al recin llegado.

El rostro no era parecido a ninguno de los que viera hasta ese entonces. Era demasiado grande. Demasiadolargo. Demasiado peludo. Un conjunto demasiado macizo segn los cnones del decoro, pues ciertas clasesde desmesuras es mejor mantenerlas ocultas de la vista del pblico.

Esa figura tan erguida (hasta el punto que pareca inclinarse hacia atrs, un poco como en gesto de rechazo)estaba vestida con un traje de tela basta oscura y de una amplitud grotesca. Los almidonados puos de lacamisa que alguna vez haban sido blancos eran tan largos y grandes que le cubran las manos por completo.

No llevaba sombrero, pero una masa de ricitos polvorientos le cubran el crneo y se deslizaba por la nucahasta desaparecer en el cuello de la camisa.

Las sienes protuberantes y huesudas parecan querer asomarse por aquella pelambre con aspecto de peluca.Los ojos horrendamente descoloridos y vidriosos tenan pupilas tan pequeas que casi parecan inexistentes.

Con una sola mirada el Nio no fue capaz de captar todos esos pormenores, pero por lo menos fue capazde saber que aquel personaje que lo enfrentaba no poda haber sido jams hallado en los mbitos de sureino. En cierto modo pareca un ser de otra sociedad. Y, sin embargo, qu era lo que haca tan diferente aese caballero? Tena el pelo rizado y polvoriento. Eso era un tanto repugnante, pero no haba nada demonstruoso en ello. La cabeza era larga y enorme. Pero cmo poda eso, en s mismo, ser repelente, oinconcebible? Los ojos eran descoloridos y carecan, casi, de pupilas, pero qu importaba? La pupilaexista, aunque diminuta, y sin duda no haba ninguna necesidad de agrandarla.

El Nio baj los ojos por una fraccin de segundo, pues el caballero haba levantado un pie y se rascaba elmuslo de la pierna opuesta con horrible deliberacin.

Se estremeci un tanto, pero por qu? El caballero no haba hecho nada malo.

Sin embargo, todo era diferente. Todo estaba mal y el Nio, con el corazn latindole enloquecido, observal recin llegado con desconfianza. Entonces, la larga e hirsuta cabeza se inclin hacia adelante y rol unpoquito de lado a lado.

Qu deseas?dijo el Nio. Quin eres?

El Caballero dej de menear la cabeza, mir fijo al Nio, desnudando los dientes en una sonrisa.

Quin eres?repiti el nio. Cmo te llamas?

La figura vestida de negro se inclin hacia atrs sobre sus huellas, con aire de reverencia. Pero la sonrisasegua abierta como una herida en su rostro.

Yo soy Cabrodijo, y el sonido brot confuso por entre los dientes relucientes. He venido a recibirte,criatura. S... s... a darte la bienvenida.

El hombre que se haba dado el nombre de Cabro dio entonces un paso lateral en direccin al Nio... unpaso indecente, furtivo, y al alcanzar su lmite mximo empez a balancear un zapato-pezua que aldesprenderse el polvo blanquecino revel una hendidura a lo largo de la vira en gesto casi gazmoo. El Nioc.e retrajo maquinalmente, pero entretanto no poda apartar la mirada del apndice animal de aquella pierna.Ese pie hendido no era algo que un hombre en su sano juicio se molestara en exhibir a un desconocido. PeroCabro no haca otra cosa que sacudirlo de un lado para el otro, slo se detena de tanto en tanto paraobservar con atencin la arena suave, aprisionada en la hendidura, que caa al suelo sin cesar.

Criatura dijo, sin dejar de esparcir arena a su alrededor, no huyas de m. Quieres que te lleve en

brazos?

No!grit el Nio con tanta prontitud y en voz tan alta que la sonrisa de Cabro apareci y desaparecicomo el parpadeo de una luz.

Muy biendijo Cabro, entonces tendrs que caminar.

Adnde?pregunt el Nio. Creo que quiero volver a casa.

Ah es, precisamente, adonde vas, criaturadijo Cabro, y luego, como rumiando una reflexin tarda,repiti las palabras. All es precisamente adonde vas, criatura.

Al castillo?dijo el Nio. A mi alcoba? Adnde podr descansar?

Oh, no, all nodijo Cabro. No tiene nada que ver con ningn castillo.

Adonde pueda descansarrepiti el Nio, y tenga algo para comer. Estoy muerto de hambreyentonces se sinti sacudido por un espasmo de furia y le grit al Cabro funebrero y cabezudo:Hambriento! Hambriento! y patale, exasperado, el suelo.

Habr un banquete para tidijo Cabro. Se realizar en el Saln de Hierro. T eres el primero.

El primer qu?pregunt el Nio.

El primer visitante. T eres lo que hemos estado esperando durante tanto tiempo. Te gustara acariciarmelas barbas?

Nodijo el Nio. Aprtate de m.

Bueno decirme eso a m es una maldadagreg Cabro, sobre todo teniendo en cuenta que yo soy elms amable de los seres. Espera a conocer a los otros. T eres justo lo que ellos quieren.

Entonces Cabro empez a rerse y los grandes y holgados puos blancos aletearon sobre las manos mientrasse sacuda los flancos con los brazos.

Te propongo algodijo. Si t me cuentas cosas, entonces yo te contar cosas a ti. Qu te parece eltrato?

Cabro se inclin hacia adelante y clav en el Nio sus ojos vacos de toda expresin.

No s qu quieres decirsusurr el Nio; pero encuntrame algo de comer o nunca har nada por ti, yte aborrecer an ms, y te matar, s, te matar por el hambre que tengo! Treme pan! Treme pan!

El pan no es lo bastante bueno para tidijo Cabro. T necesitas bocadillos como los higos o lasgalletasse inclino sobre el Nio y la grasienta chaqueta tena un leve olor a amonaco. Y otra de lascosas que necesitas es...

No termin la frase porque al Nio se le doblaron las rodillas y se hundi en el polvo en un profundodesmayo.

La largas e hirsutas mandbulas de Cabro se abrieron como las de un juguete mecnico, y se arrodill junto alNio sacudiendo la cabeza como un lobo, y as el polvillo reseco que le cubra los rizos se arremolin y flota la melanclica luz del sol. Cuando Cabro haba contemplado la figura yacente durante un buen rato se pusode pie y dio unos veinte o treinta pasos laterales, mirando de tanto en tanto por encima del hombro paraasegurarse de que no estaba equivocado. Pero no. All estaba el Nio donde lo haba dejado, inmvil comosiempre. Entonces volvi sobre sus huellas y escudri el horizonte donde los rboles y las colinas seanudaban unos a otras en una larga cadena. Y mientras observaba, descubri muy lejos algo no mayor queun insecto a la carrera. A veces pareca andar a cuatro patas, pero luego cambiaba y corra casi erguido, yesa visin ejerci sobre Cabro un efecto inmediato.

Un destello de luz mortecina que reflejaba al mismo tiempo el temor y el desquite relampague por uninstante en el vaco de los ojos de Cabro, que empez a piafar, levantando a su alrededor chorros de blancopolvo rocoso. Luego regres al trotecito junto al Nio y, levantndolo con una soltura que indicaba que bajoaquella holgada chaqueta se esconda una gran fuerza, se lo ech sobre el hombro como si fuese un saco depatatas y se encamin hacia el horizonte con una extraa marcha lateral.

Y mientras corra y corra por sobre el polvo blanco murmuraba para sus adentros: "Antes que nada, nuestrosoberano de la cabeza nvea, el Cordero, pues l es el corazn de toda vida y de todo amor y eso es verdadporque l as nos lo dice, as antes que nada lo llamar a travs de las tinieblas. Para que me reciba en supresencia. Y ser recompensado, tal vez por la suave aprobacin de su voz. Y eso es verdad porque l asme lo ha dicho. Y es muy secreto y Hiena no debe saberlo... Hiena no debe saberlo... porque yo solito loencontr. As que Hiena no debe verme, ni a m ni a la criatura... la criatura hambrienta... la criatura quehemos esperado tanto tiempo... Mi presente para el Cordero... El Cordero, su amo... Seor del rostroblanco como la nieve... el Cordero verdadero.

Y sin dejar de correr en su extrao estilo de costado, balbuceaba sin cesar sus pensamientos tan pronto seformulaban en su pobre cerebro alucinado y confuso. Su resistencia para la carrera pareca no tener lmites.Ni jadeaba ni boqueaba para llenar de aire sus pulmones. Slo se detuvo una vez, y fue para rascarse el

crneo bajo la mata polvorienta de rizos vermiformes, all donde la frente y la coronilla le picaban como situviese la cabeza en llamas. Para hacerlo tuvo que depositar al Nio en el suelo y en aquel lugar se poda verque unas pocas briznas de hierba asomaban por entre el polvo. Las colinas boscosas estaban ya mucho mscercanas, y mientras Cabro se rascaba la cabeza, levantando nubes de polvo que se mantenan suspendidasen el aire, la criatura que haba observado a la distancia hizo una vez ms su aparicin.

Pero Cabro miraba en otra direccin y fue Hiena quien, al regresar a galope tendido de alguna de susexcursiones depredadoras, vio de pronto a su colega y se qued paralizado, como una figura metlica, lasorejas casi animales erguidas en actitud de alerta. Sus ojos saltones colmados con la visin de Cabro y dealgo ms. Qu era esa forma que yaca en el polvo a los pies de Cabro?

Por un momento no pudo distinguir qu era, no obstante su vista aguda y perspicaz... pero luego, cuandoCabro se volvi hacia el Nio, sacudiendo los brazos para que los puos le bajaran an ms, para recogerlocon slo un antebrazo y colgrselo del hombro, Hiena pudo ver el contorno de un rostro humano; al verlo,comenz a temblar con una vitalidad sangunea tan terrible que Cabro, a lo lejos, mir a su alrededor como siel tiempo hubiese cambiado o como si el cielo hubiese alterado su color.

Al sentir el cambio, pero no sabiendo qu medidas tomar, porque nada se vea ni oa, Cabro reanud lamarcha, con la chaqueta negra revoloteando a sus espaldas a modo de capa y el Nio sobre el hombro.

Hiena lo vigilaba con atencin, pues Cabro se encontraba ahora a slo unos centenares de metros de laperiferia de las colinas boscosas. Una vez bajo la proteccin de la sombra de los rboles no era fcil rastreara un adversario o encontrar a un amigo.

Pero Hiena, aunque tomaba buena nota de la direccin que llevaba Cabro, estaba seguro de cul sera suruta y su destino final. Pues, Hiena no lo ignoraba. Cabro era un servil y un aduln, que jams se atrevera adesafiar las iras del Cordero. Y all era donde se encaminara. Al corazn de la comarca donde envueltas enun silencio profundo se encontraban las Minas.

Por lo tanto Hiena aguard durante un corto lapso y, mientras observaba, el aire que lo rodeaba resonabacon el crujir de huesos al ser triturados, porque a Hiena le encantaba el tutano y siempre tena en el bolsillouna bolsita llena de huesos. Sus mandbulas eran muy poderosas y, al mascar, se podan ver los msculosmovindose entre las orejas y las mandbulas todo esto se destacaba con toda nitidez porque Hiena, aicontrario que Cabro, era una especie de dandy, se rasuraba con meticuloso cuidado cada cinco o seis horascon una navaja capaz de cortar un pelo en el aire. Pues las cerdas de su quijada eran duras y crecan conrapidez y era preciso tenerlas a raya. En cuanto a sus largos antebrazos eran un asunto totalmente distinto.Cubiertos por un manto abigarrado y espeso eran dignos de admiracin, y por ese motivo a Hiena nunca selo vea de chaqueta. La camisa que vesta tena mangas muy cortas para que los brazos moteados pudiesenser contemplados en cualquier momento en toda su fuerza. Pero sin duda lo que resaltaba en su persona erala melena, que se derramaba, ondulante, a travs de una abertura de la camisa entre los omplatos. Laspiernas enfundadas en pantalones eran muy delgadas y cortas de modo que su espalda se inclinaba muchohacia adelante. En realidad, tanto era as que a menudo se lo vea apoyar en el suelo los largos antebrazos delos remos delanteros.

Lo rodeaba una atmsfera muy abyecta. Al igual que lo que suceda con Cabro, era difcil sealar el rasgoparticular que originaba esa atmsfera, no obstante lo horrible que cualquiera de ellos pudiera ser. Pero enHiena haba tambin una especie de amenaza; una amenaza muy diferente de la bestialidad indefinida deCabro. Era menos pegajoso, menos estpido, menos sucio que Cabro, pero ms sanguinario, ms cruel ycon un impulso arrebatado y violento, y pese a la desenvoltura con que Cabro se haba echado el Nio alhombro, una fuerza bestial de orden totalmente diverso. La inmaculada camisa blanca, muy abierta en la

delantera, pona al descubierto una regin recndita oscura y con la dureza de una roca.

Bambolendose en esas tinieblas, un rub rojo como la sangre, una brasa colgando de una cadena dorada.

All segua inmvil, al medioda, en el confn del bosque, los ojos fijos en Cabro con aquel Nio en loshombros.

Y mientras segua de pie inclin la cabeza hacia un costado y sac del bolsillo trasero del pantaln unaenorme articulacin del tamao de un picaporte, y empujando ese hueso, aparentemente inquebrantable entrelos caninos, lo parti como si se tratara de una cscara de huevo.

Luego se calz un par de guantes amarillos (sin apartar los ojos de Cabro) y, descolgando su bastn de unrbol cercano gir de pronto sobre sus talones y se hundi en las sombras de los rboles del bosqueinanimado que formaban una especie de teln ominoso.

Una vez entre los rboles y las suaves colinas, insert el bastn, para mayor seguridad, entre el pelo de suabundante melena y dejando caer las patas delanteras al suelo empez a galopar a travs de lasemioscuridad igual que un animal. Y al correr, rea al principio con una risa plaidera, hasta que ese tristesonido fue cediendo por etapas su lugar a otro tipo de bestialidad.

Hay una clase de risa que enferma el alma. La risa descontrolada: cuando alla y patalea y hace resonar lascampanas del pueblo vecino. Risa que rezuma ignorancia y crueldad. Risa que lleva en s la semilla de Satn.La que profana los santuarios, la visceral. Ruge, brama, es un frenes: y, sin embargo, tiene la frialdad delhielo. Carece de humor. Es simple ruido, maldad desnuda, y a esa clase perteneca la risa de Hiena.

Porque Hiena tena una vitalidad tan desbordante en la sangre, una vehemencia tan brutal, que mientras corrapor sobre los helechos y los pastos, lo acompaaba una suerte de latido. Un palpitar casi audible, en elprofundo silencio de la espesura. Pues, a pesar de la risa monstruosa y estpida, no se borraba la sensacinde silencio, un silencio ms implacable que cualquier dilatada quietud, pues cada nuevo estadillo decarcajadas era como la herida de un pual, cada silencio una nueva reprobacin.

Pero paulatinamente la risa fue decreciendo y decreciendo, hasta que Hiena lleg a un claro entre los rbolesy ya no se oy ni el menor ruido. Su marcha haba sido muy veloz y no se sorprendi al descubrir que sehaba adelantado a Cabro, porque confiaba (y no le faltaba razn) que Cabro se encaminara hacia lasMinas. Por supuesto que no tendra mucho que esperar, Hiena se sent muy erguido sobre un gran peascoy empez a arreglarse la ropa, de tanto en tanto lanzaba una mirada a una brecha que se abra entre losrboles.

Como nada apareci por all durante un rato, Hiena se entretuvo en examinar sus largos, poderosos yvelludos antebrazos y lo que vio pareci complacerlo, porque haces de msculos se movieron a travs de susmejillas rasuradas y las comisuras de la boca se curvaron en lo que tal vez fuese una sonrisa o un sordogruido; un instante despus se escuch el rumor de algo que se mova entre el follaje y ah, de cuerpoentero, estaba Cabro.

El Nio, desmayado an, colgaba laxo del hombro vestido de negro. Por un momento Cabro permanecimuy quieto, no porque hubiese visto a Hiena, sino porque este espacio despejado, o claro, marcaba unaetapa o un mojn de su carrera, y se detuvo, por un reflejo involuntario, a descansar. La luz del sol le caasobre las protuberancias de la frente. Los largos y sucios puos se balanceaban de un lado al otro, ocultandode la vista las manos que pudiese tener. La larga chaqueta, tan oscura en las tinieblas, adquira, a la luz delsol, un matiz verdoso que insinuaba su pobreza.

Hiena, que no se haba movido de su peasco, se puso entonces de pie y una fuerza bestial eman de cadauno de los gestos que hizo. Pero Cabro estaba mudando de hombro al Nio y Hiena pasaba todavainadvertido, cuando un estallido similar al disparo de un rifle hizo girar a Cabro con los zapatos hendidos, ytambin fue la causa de que dejase caer la preciosa carga.

Era un ruido que reconoca, ese chasquido de ltigo, ese disparo, pues era, junto con el crujido de los huesosal partirse y el mordisquear, algo tan inseparable de la existencia de Hiena como las crines en el dorso de losantebrazos moteados.

Tonto, ms que tonto!grit Hiena. Pringue! Palurdo! Y Cabro maldito! Ven aqu antes de queagregue otro chichn a tu roosa frente! Y trae ese bulto contigo dijo, sealando el cuerpo cado como unfardo sobre el suelo del bosque. l no saba y tambin lo ignoraba Cabro que el Nio los observaba porentre los prpados entrecerrados.

Cabro restreg el suelo lateralmente y luego exhibi la dentadura en la ms presumida de sus sonrisasdeslumbrantes.

Hiena, queridodijo. Qu bien se te ve! No me sorprendera nada que ya volvieses a ser el mismo.Benditos sean tus largos antebrazos y tu esplndida melena.

Deja en paz mis antebrazos, Cabro! Alcnzame el bulto.

Eso es lo que hardijo Cabro. No faltaba ms y con toda seguridad.

Y Cabro se ci la mugrienta chaqueta al cuerpo como si sintiese fro y con sus pasitos de costado se acercal lugar donde yaca al parecer inconsciente, el Nio.

Est muerto? dijo Hiena. Si es as te romper una pata. Tiene que estar vivo cuando lo llevemosall.

Llevemos? Es eso lo que dijiste? pregunt Cabro. Por el magnfico esplendor de tu melena, Hiena,querido, me ests subestimando... Yo fui quien lo encontr. Yo, Capricornio, Cabro... si t me permitesdecirlo. Lo llevar yo solo.

Entonces la sangre abyecta hirvi en las venas del bruto. De un gran salto, el atltico Hiena cay sobreCabro y lo sujet contra el suelo. Una marejada de vitalidad nerviosa, maligna, incontrolada sacudi elcuerpo de Hiena con tanta intensidad que pareca querer hacerlo estallar en pedazos, y manteniendo a Cabrode espaldas (sus manos lo aferraban por los hombros) lo pisoteaba, colrico, de arriba a abajo, sin mover unmilmetro las manos despiadadas.

El Nio contemplaba la cruel escena con tranquilidad. Su alma se acongojaba al observarlos, pero no podahacer otra cosa si quera controlarse y no echar a correr. Pero saba que no tena ninguna posibilidad deescapar de aquellos dos. Aun en el caso de estar fuerte y bien, no habra podido huir del fogoso Hiena, cuyocuerpo pareca encerrar la iracundia y energa del mismo Satans.

Ante aquel estado de cosas, solo, derribado en el suelo de un amplio mundo desconocido, con sus piernasque le pesaban como el acero, la mera idea de huir era ridcula.

Pero no haba dejado transcurrir los minutos sin obtener alguna recompensa. Gracias a frases sueltas se habaenterado de que haba Otro. Otra criatura: una criatura que surga indefinida y vaga en la mente del Nio,pero un ente que posea alguna especie de potestad, no slo sobre Cabro, sino tambin sobre el impetuoso

Hiena, y quiz sobre otros ms.

Cabro, no obstante lo musculoso que era, se rindi a Hiena por completo, porque conoca a la bestia hirsutadesde largo tiempo atrs, y saba bien a las crueldades que poda recurrir si encontraba cualquier tipo deresistencia.

Al cabo Hiena se apart de un brinco del Cabro maltrecho y reacomod los pliegues de la camisa blanca.Los ojos en su rostro largo y cenceo brillaban con un fulgor repulsivo.

Tu vil esqueleto se da por satisfecho? Eh? Ignominia abyecta. Por qu l te soporta es algo que noalcanzo a comprender.

Porque es ciegomurmur Cabro. Deberas saberlo, Hiena, querido. Pfu, qu bruto eres.

Bruto? Eso no fue nada! Si...

No, no, querido. No necesitas decrmelo. S que eres ms fuerte que yo. As que poco me queda porhacer con respecto a eso.

No hay nada que puedas hacerdijo Hiena. Reptelo conmigo.

Qu!exclam Cabro que ahora estaba sentado. No te comprendo muy bien, Hiena, mi amor.

Si alguna vez vuelves a llamarme amor, te arrancar la piel a tirasdijo Hiena, y sac un pual largo yfino. Los rayos del sol bailotearon sobre la hoja.

S... s... ya tuve oportunidad de verlodijo Cabro. Nada ignoro sobre esas cosas. Despus de todo,hace aos que te haces el matn conmigo, no?y su sonrisa relampague con dientes como losassepulcrales. Jams hubo una boca tan desprovista de alegra. Se alej de Hiena y se encamin otra al lugardonde yaca el Nio en silencio, pero antes de alcanzar el bulto aparentemente insensible, se dio vuelta ychill:

Oh, es una vergenza. Fui yo quien lo encontr... encontr solo sobre el polvo blanquecino, y fui yo quiense arrastr hasta l y lo tom de sorpresa. Todo fue obra ma y ahora debo compartirla con otro. Oh,Hiena! Hiena! T eres ms brutal que yo y siempre hay que hacer tu voluntad.

Y as ser. No te quepa dudadijo Hiena, triturando un hueso nuevo con los dientes y escupiendo unanubecita de polvo blanco.

Pero, ay, lo que yo quiero es la gloriadijo Cabro. La gloria del hecho en s.

Jadijo Hiena. Eres tan afortunado que hasta te permito acompaarme... cabeza de alcornoque.

Ante esa humorada Cabro se limit a rascarse, pero con un entusiasmo tan desbordante que de cada rincnde su anatoma se levantaron nubes de polvo y por un momento fue del todo invisible, envuelto por unacolumnita de polvo blanco. Luego pos la mirada de los ojos melanclicos y casi carentes de pupilas de sucompaero y con su inimitable trote lateral se aproxim al Nio... pero antes de que estuviera a su ladoHiena vol por los aires y, cuando Cabro lleg, ya estaba sentado muy erguido junto

al Nio.

Ves mi melena no?, cucaracha.

Por supuesto que la veodijo Cabro. Necesita un poco de aceite.

Silencio!dijo Hiena. Haz lo que te ordeno!

Y qu es, Hiena, querido?

Trnzame la melena!

Oh, no!gimi Cabro. No ahora...

Trnzame la melena!

Y despus qu, Hiena?

Trnzame las seis hileras!

Para qu, querido?

Para atarlo a m. Lo llevar ante el Cordero atado a mi espalda. Eso complacer al Cordero. As quetrenza mis crines y talo con las trenzas. Entonces podr correr, marica arrastrado! Correr como slo yopuedo hacerlo. Yo puedo correr a la par del viento, s puedo, como los negros vientos que soplan desde lospramos. Soy el corredor ms veloz del mundo. Ms raudo que el ms raudo de mis enemigos. En cuanto ami fuerza... los mejores leones vomitan de terror y huyen despavoridos. Quin tiene brazos iguales a losmos? Hasta el propio Cordero los admir hace mucho tiempo... en aquellos das en que an vea. Oh,tonto, ms que tonto! Me revuelves el estmago. Trnzame la melena. Mis negras crines! Qu estsesperando?

Yo solito lo encontr en las tierras polvorientas, y ahora t...

Pero un movimiento que sorprendi con el rabillo del ojo interrumpi el discurso de Cabro, y girando lapolvorienta cabeza en direccin al Nio, lo vio ponerse de pie. En ese preciso instante Hiena dej de mascarun meduloso nudillo y por unos segundos los tres guardaron una inmovilidad absoluta. A su alrededor lashojas de los rboles se agitaron, pero sin hacer el ms mnimo ruido. No haba pjaros. Al parecer en esebosque no haba nada con vida. Hasta el suelo mismo se cubra con un manto de quietud. Ningn insectotrazaba caminillos entre brizna y brizna de pasto, o de piedra en piedra. El sol brillaba con un calor seco yoprimente.

El Nio, dbil y aterrorizado como estaba, sin embargo haba escuchado cada una de las palabras, y habaarribado a una o dos conclusiones, y fue l quien rompi el letargo con su voz juvenil.

En nombre del Cordero Ciegogrit. Salve, vosotros dosenfrent a Hiena. Que las mculas devuestros magnficos antebrazos no palidezcan jams con el azote de las lluvias invernales, o se oscurezcancon el sol del esto.

Hizo una pausa. El corazn le lata con fuerza. Los miembros en tensin le temblaban. Pero el Nio sinticmo creca el silencio de sus meditaciones, tal era la intensidad con que lo miraban.

Intuy que deba continuar.

Y qu melena! Qu orgullosos y arrogantes son sus pelos! Con qu negra, torrencial marejada sederrama a travs de la nvea camisa. No dejis nunca que os la recompongan u os la alteren en forma alguna,este frenes de cabellera, excepto para ser peinada por los rayos de luna cuando los bhos cazan. Oh,

esplndida criatura! Y qu mandbulas para triturar. En verdad debis estar orgulloso del poder de vuestrostendones y el granito de vuestros dientes.

El Nio volvi la cabeza en direccin a Cabro y aspir, tembloroso, una profunda bocanada de aire.

Oh, Cabrodijo. Ya nos hemos conocido antes. Os recuerdo tan bien. Fue en este mundo o en elltimo? Recuerdo la franqueza de vuestra sonrisa y el sereno altruismo de vuestra mirada. Pero, oh, qusuceda con vuestro andar? Qu era? Algo haba en l que era tan absolutamente personal. Caminarais unpoquito para m, seor Cabro? Haciendo honor a la generosidad de vuestro corazn. No caminarais hastaaquel rbol para luego regresar aqu? Serais tan amable? Para permitirme recordar?

Por un minuto o dos no se oy ningn ruido. Pareca como si Hiena y Cabro hubiesen echado races en suslugares Nunca haban escuchado una elocuencia semejante. Nunca haban estado tan asombrados. El haz dedebilidades sobre cuya forma yacente haban estado discutiendo se ergua ahora entre ambos.

De pronto el aire se impregn de una profunda tristeza al orse muy a lo lejos un aullido, pero slo por unmomento, porque entonces se transform en un estallido de agudas carcajadas... carente de alegra,aborrecible. Todo el inmenso, musculoso cuerpo se sacuda como si intentase arrojar la vida lejos de s.Hiena ech la cabeza hacia atrs, los msculos de la garganta tensos por la pasin con que haba lanzado susbramidos. Al fin todo termin. La fiera cabeza se hundi al nivel de los hombros cubiertos

por la camisa blanca.

La cabeza de Hiena se volvi, no al Nio, sino a Cabro.

Haz lo que se te ordenagrit. Basura insolente, pingajo y sucio alcornoque. Haz lo que te ordenaantes de que te parta el crneoHiena encar al Nio: Es ms romo que calcaal de mula. Obsrvaloahora.

A qu rbol te refieres?pregunt Cabro, rascndose.

Al rbol que est ms cerca, seor Cabro. Cmo camina? No puedo acordarme. Ah, as, as! Inclinadocomo un barco en un mar, de travs. Inclinado y de costado con la carga zafndose de sus ligaduras. Ah,seor Cabro, es extraa y fantasmal la forma en que recorris la faz de la tierra. Sin duda sois un par deseres nicos, y como tales os saludo en nombre del Cordero Ciego.

El Cordero Ciego repitieron los dos. Salve el Cordero Ciego.

Y tambin, en su nombredijo el Nio, tened compasin de mi hambre. El que hayis pensado envuestra melena para que me sirviese de cuna demuestra vuestra gran inventiva... pero yo morira a causa dela proximidad. La actividad de vuestros msculos sera demasiado para m. El lujuriante hedor de vuestracabellera, demasiado fuerte. Los latidos de vuestro corazn me demoleran. No tengo fuerzas para nada deeso. Sois tan imponente... tan majestuoso. Hacedme, con vuestra originalidad increble, una silla de ramas yllevadme ambos... llevadme... donde... oh, dnde me llevis?

Ramas! Ramas!rugi Hiena, sin prestar atencin a la pregunta del Nio. Qu ests esperando?

Y le dio un gran empujn a Cabro y l mismo se puso a arrancar las ramas de los rboles cercanos y aentretejerlas. El ruido que hacan las ramas al ser desprendida poblaba el aire quieto de resonanciasestentreas y terribles. El Nio se haba sentado y permaneca inmvil, observando a aquellas dos siniestrascriaturas trabajando a la sombra de los rboles, y se preguntaba cundo y cmo se podra librar de esas

abyectas presencias. Era evidente que escapar ahora significara morir por inanicin. Quienquiera que fueseel ser ante el cual estaban decididos a llevarlo, tendra sin lugar a dudas pan para comer y agua para beber.

Hiena regresaba de su tarea junto a los rboles. Haba dejado caer la especie de silla de montar que habaestado haciendo y tena, al parecer, mucha prisa por llegar hasta donde estaba el Nio. Cuando lo logr nopoda expresarse y aunque sus mandbulas se abran y cerraban con movimientos espasmdicos ningunapalabra brotaba de su desagradable boca. Al cabo, en un torrente brutal...

T!grit. Qu sabes acerca del Cordero? Del Cordero Secreto! El Cordero, nuestro Emperador.Cmo te atreves a mencionar al Cordero... el Cordero que es la razn de nuestra existencia? Nosotrossomos todo lo que qued de ellos... de todas las criaturas del globo; de todos los insectos y todos lospjaros... de los peces del salado mar y de los animales de presa. Pues l cambi sus naturalezas y murieron.Pero nosotros no morimos. Nos hemos convertido en lo que somos gracias a los poderes y a la terribledestreza del Cordero. Cmo es que has odo hablar de l, t que provienes de las comarcas del polvoblanco? Mira! No eres ms que un nio. Cmo es que has odo hablar de l?

Oh, yo no soy ms que una ficcin de su mentedijo el Nio. No estoy realmente aqu. No porderecho propio. Estoy aqu porque l me oblig. Pero me he alejado... me he alejado de su menteinconmensurable. Ya no quiere reconocerme como suyo. Llevadme a algn sitio donde pueda comer y bebery luego dejadme partir otra vez.

Mientras tanto Cabro haba reaparecido.

Tiene hambredijo Cabro, pero al decirlo la insulsa sonrisa de su rostro se petrific en un gesto quegritaba su terror, porque desde algn lugar muy remoto llegaba un sonido... un sonido que pareca brotar deprofundidades inimaginables. Un sonido casi imperceptible, cristalino como el tintinear de un carmbano.Tenue, lejano y cristalino.

El efecto que ejerci sobre Hiena fue tan instantneo como el que tuvo sobre Cabro. Sus orejas puntiagudasse irguieron sin vacilar. La cabeza se alz, alerta, en el aire... y el color de los carrillos que siempre rasurabacon tanto cuidado cambi de un prpura moteado a una palidez cadavrica.

El Nio, que igual que los otros no haba dejado de or la llamada, no poda imaginar por qu un sonido deesa dulzura y diafanidad poda surtir ese efecto sobre las dos envaradas criaturas a su lado.

Qu fue eso?pregunt al cabo. Por qu estis tan asustados?

Luego de un largo silencio ambos le contestaron al unsono.

se es el balido de nuestro Amo.

Mucho ms all de toda posibilidad de bsqueda, en los pramos expectantes, donde el tiempo se deslizainexorable por la enfermiza claridad del da y el ahogo de la noche, exista una comarca de quietud absolutala quietud del aliento contenido y encerrado en los pulmones, la quietud del alerta y de la ansiedadhorrenda.

Y en pleno corazn de esa comarca o regin, donde no crecan los rboles y los pjaros no trinan, haba undesierto gris cuya superficie relumbraba al sol.

Cayendo en suave pendiente desde los cuatro horizontes, aquella faja de terreno, como atrada hacia uncentro aunque al principio se notaba apenas, empezaba a quebrarse en terrazas brillantes y yermas, y como

el nivel de las tierras circundantes se desplomaba, esas terrazas eran cada vez ms empinadas y anchas hastaque, justo cuando el foco de ese desierto pareca estar al alcance de la mano, cesaban las grises terrazas yante la vista se extenda un inmenso campo de piedra desnuda. Dispersas sin orden ni concierto a travs deese campo, se vean lo que tal vez fuesen chimeneas o caones de chimeneas de viejas fundiciones, de bocasde socavones, y esparcidos en todas direcciones, vigas y cadenas. Y por encima de eso la luz reverberabacon crudeza en el metal y la piedra .

Y mientras el sol escarnecedor derramaba sus rayos, y mientras ningn otro movimiento se vea en el vastoanfiteatro, haba algo que se agitaba, algo muy por debajo de la superficie. Algo solo y vivo, algo que sonreamuy suavemente para sus adentros all, sentado en el trono de una gran cmara abovedada, alumbrada poruna multitud de hachones.

Pero a pesar del fulgor que esparcan las antorchas, la mayor parte de la Bveda estaba envuelta en espesassombras. El contraste que exista entre la luz cegadora y rutilante del mundo exterior con su resplandorardiente y metlico y el claroscuro de esa Bveda subterrnea era algo que Hiena y Cabro, no obstante sufalta de sensibilidad, nunca dejaban de advertir.

Ni podan, aunque el sentido de la belleza era una carencia lamentable de sus naturalezas, ninguno de los dosentrar en esa cmara sin sentirse particularmente embargados por la admiracin y el estupor. El vivir ydormir, como lo hacan ellos, en celdas oscuras y sucias, pues no se les permita la posesin ni de una mseravela, los haba impulsado una vez a rebelarse. No vean la razn de que, por el hecho de ser menosinteligentes que su seor, se les negaran las comodidades que les poda ofrecer. Pero eso haba sucedidolargo tiempo atrs y desde haca muchos aos no ignoraban que ellos pertenecan a una raza inferior y que elservir y el obedecer al amo en s mismo era una recompensa invalorable. Adems cmo lograran sobrevivirlos dos si no podan contar con aquella inteligencia? El permitrseles, en raras ocasiones, sentarse a la mesacon el Emperador, el contemplarlo beber su vino, y el recibir de tanto en tanto un hueso para partir o un"corazn" para mascar no los resarca de todos los castigos que ese mundo subterrneo pudiese infligirles?

Toda la fuerza bruta y la bestialidad que afloraban en Hiena siempre que se alejaba de su amo, setransmutaban ante su presencia en debilidad y servilismo. Y Cabro, cuya personalidad Hiena avasallabacuando se encontraban en la superficie, era capaz, al cambiar las circunstancias, de convertirse en otracriatura muy distinta. La mueca blanca y feroz que era la interpretacin que Cabro daba de una sonrisa seconverta en un gesto casi permanente del rostro largo y polvoriento. El pasito lateral se transmutaba en unandar casi agresivo, pues lo enriqueca entonces con un matiz de provocacin, los brazos los balanceaba conmayor libertad, convencido, sin duda, de que cuanto ms se dejaran ver los puos, ms distinguido sera elcaballero.

Pero su prestancia disfrutaba siempre de una vida muy corta, porque por detrs de todas las cosas se alzabala siniestra omnipresencia de su deslumbrante seor Blanco. Blanco como la espuma cuando la luna llena serefleja sobre el mar; blanco como el blanco del ojo de un nio; o el rostro de un muerto; blanco como unsudario fantasmal: oh, blanco como un velln. Velln reluciente... velln... con un milln de rizos... serfico ensu pureza y suavidad... el ropaje del Cordero.

Y a su alrededor flotaban las tinieblas que danzaban al resplandor de los hachones.

Pues era una gran Bveda de solemnes dimensiones: un lugar que bostezaba de silencio, as que el fluctuar delas llamitas se converta casi en un murmullo de voces. Pero no haba animales o insectos o pjaros, nisiquiera fronda, para hacer algn ruido, nada en absoluto, slo el Seor de las Minas, Seor de lossocavones desiertos y de una comarca hundida en lo ms profundo del cuerpo metlico. l no haca ningnruido'. Estaba sentado sobre una silla, en actitud blanda y paciente. Muy cerca de l haba una mesa cubierta

con un pao de bordados exquisitos. La alfombra sobre la cual estaba colocada la mesa era espesa, mulliday de un intenso color rojo sangre. All, perdido en esas tinieblas subterrneas, la falta de color del mundo alaire libre se transformaba no slo en coloracin sino en una sensacin que era algo ms que simple colorido;en razn de las velas y lmparas, se transformaba en una vvida mancha, como si los objetos iluminadosardiesen... o generasen luz en lugar de absorberla.

Pero los colores parecan no ejercer ninguna influencia sobre el Cordero, cuya lana slo se reflejaba a smisma, la excepcin era muy particular y se relacionaba con los ojos. Las pupilas estaban veladas por unamembrana de un celeste apagado. Ese celeste, no obstante su color desvado, haca marcado contraste conla angelical blancura de las facciones de ese rostro. Engarzados en esa exquisita cabeza, los ojos eran comodos cuos de descolorido humo azul.

El Cordero se sentaba muy derecho sobre su trono, con las manos blancas posadas en el regazo. Un par demanos maravillosas, igual a las de los nios, por lo rollizas y diminutas.

Era difcil concebir las edades primigenias que yacan bajo el plumn de esos blancos miembros. All estabancruzada una sobre la otra como demostrndose amor recproco; sin estrecharse con demasiada vehemencia,pues podan lastimarse, ni con un roce demasiado leve, que les hara perder algn dulce latido.

El pecho del Cordero era como un pequeo marun pequeo mar de rizos, de rizos arracimadoso comolas suaves crestas blancas de las frondas bajo la luz lunar: frondas con la blancura de la muerte, yermas a lavista, pero de aterciopelada voluptuosidad al tacto... y tambin letales, porque hundir la mano en aquel pechoobligara a descubrir que no haba all sustancia, slo los rizos del Cordero, ni costillas, ni rganos; nada msque la blanda, horrible inconsistencia del velln interminable.

Y no se encontraba ni se oa un corazn. Si se hubiera apoyado la oreja en ese pecho mortfero, slo sehabra escuchado un gran silencio, la inmensidad de la nada; un vaco infinito. Y en medio del silencio las dosmanos se separaron por un breve instante y luego las yemas de los dedos se tocaron en un gestocuriosamente clerical, pero slo por un segundo o dos antes de que sus palmas se volvieran a unir con elsuspiro de un estertor lejansimo.

Ese leve sonido, tan nfimo, era, sin embargo, en el silencio que rodeaba al Cordero, lo bastante fuerte comopara despertar una docena de ecos que, abrindose paso hasta los ms remotos rincones de las desiertasgaleras, trepando por las gargantas de caones portentosos y llegando a las grandes vigas y a las escalerasde caracol que se cruzaban y entrelazaban, se dispersaban en ecos menores, haciendo que todo ese reinosubterrneo resonara con sonidos casi inaudibles como el aire se puebla de partculas de polvo.

Era un lugar pattico. Un vaco. Como si una gran marejada se hubiese retirado para siempre de las orilla,donde alguna vez tintinearan risas y voces.

Tiempo hubo en que aquellas desiertas soledades bullan de esperanzas, excitacin y conjeturas alimentadaspor los planes de cambiar el mundo! Pero esas pocas haban desaparecido ms all de la lnea delhorizonte. Slo quedaban ruinas. Ruinas metlicas. Se curvaban, se doblaban en grandes arcos; se extendanen fila tras fila; colgaban sobre inmensos pozos de oscuridad; formaban escaleras gigantescas que venan dela nada y llevaban a la nada. Tendanse en todas direcciones: pantallazos de metales ya olvidados;moribundos, inmovilizados en miles de actitudes agnicas; sin una rata, sin una laucha; sin un murcilago, sinuna araa. Slo el Cordero, sentado en su alto trono con un esbozo de sonrisa sobre los labios; a solas enmedio de la magnificencia de su cmara abovedada, donde la alfombra roja era como sangre, y los murosestaban tapizados de libros que suban... y suban... un volumen sobre otro hasta que las sombras losdevoraban. Pero el Cordero no era feliz, porque si bien su cerebro era lmpido como el hielo, el seno donde

deba haberse alojado su alma estaba atacado por una horrible enfermedad. Pues su memoria era al mismotiempo aguda y amplia y l poda recordar no slo los tiempos en que en ese esbozo de infierno pululaban lossuplicantes de toda forma y condicin en distintas etapas de mutacin y cambios radicales, sino tambin cadauna de las personalidades, a pesar de que esa poca se haba prolongado durante varios siglos, con susgestos, posturas y rasgos idiosincrsicos; cada uno de ellos con su conformacin sea particular cada unocon su textura, su melena abundante o sus pelos ralos; el manchado, el rayado, el chiflado o el amorfo. Loshaba reconocido uno por uno. Los haba seleccionado a su gusto, pues en aquellos pacficos das el mundopululaba de criaturas, y l no tena ms que levantar un poco su dulce voz para que ellas corrieran aarracimarse alrededor del trono.

Pero aquellos da lejanos, prsperos das, haban muerto y desaparecido, porque gradualmente habanmuerto uno a uno; porque esos experimentos no haban jams tenido precedentes. Que el Cordero hubiesepodido continuar con su pasatiempo diablico, aun cuando la ceguera haba sumido el mundo que lo rodeabaen una noche eterna, era la prueba irrefutable de la vitalidad incansable de su maldad. No, el que loscristalinos de sus ojos se hubiesen ensombrecido y velado no tena nada que ver con esa

actitud; nada de esa naturaleza era el motivo de tantas muertes; l quera convertirlos en bestias mientras erantodava hombres, y en hombres cuando an eran bestias. No haba perdido esa destreza, pues poda palpary percibir la estructura de una cabeza para diagnosticar, sin vacilaciones, el animal, el prototipo que seincubaba, por as decir, a espaldas o en el interior de la forma humana.

Porque cuando Hiena avanzaba con la espalda arqueada, los antebrazos y las rasuradas mejillas, y la camisablanca, y la risa aborrecible, avanzaba tambin un hombre cuyas facciones tendieron en un tiempo aasemejarse a la bestia que ahora posea casi toda su persona.

Y en lo recndito de Cabro, que se deslizaba por entre los grises matorrales, acercndose ms y ms concada pasito lateral a los terribles socavones, tambin exista un hombre.

Porque degradar era el ms refinado de los placeres para el Cordero. Moldear y transformar de modo talque por medio del terror y las adulaciones rastreras entrelazadas con astucia, sus incautas vctimas, una auna, renunciaran a su libre albedro y empezaran a desintegrarse no slo en lo moral sino tambin en lovisible. Entonces ejerca sobre ellos una presin diablica que, habiendo estudiado las distintas idiosincrasias(los delitos blancos haban revoloteado sobre los rostros huesudos de infinidad de trmulas cabezas), losarrastraba a un estado en el cual ansiaban cumplir lo que l quera que hiciesen y ser lo que l quera quefuesen. As, poco a poco, el aspecto y la personalidad de las bestias a las que, en cierta forma, seasemejaban comenzaban a acentuarse y asomaban pequeos signos tales como un matiz que nunca habantenido en la voz, o una manera de sacudir la cabeza que recordaba a un ciervo, o de agacharla como hacenlas gallinas cuando se abalanzan sobre el alimento.

Pero el Cordero, tan lcido de inteligencia, tan ingenioso, fue incapaz de conservarles la vida. En la mayorade los casos no tuvo la menor importancia, pero algunas de sus bestias se haban convertido, bajo su terriblegida, en criaturas de proporciones totalmente grotescas. No slo eso sino que, al darse en ellos una curiosaamalgama entre la bestia y el hombre, le proporcionaban a su amo una continua bufonada, un espectculosemejante al que un enano brinda a su rey. Pero el placer no era de larga duracin. Los ms peculiaresfueron los que, uno tras otro, murieron primero, porque todo el proceso de transmutacin era de naturalezatan misteriosa que hasta al Cordero le fue imposible desvelar cul era la causa de su muerte o de susupervivencia.

A qu se deba que, en algn lugar de su compleja estructura, el Cordero alimentase un fuego no slo salvajesino tambin punzante, como una lcera, nadie podra decirlo; pero la verdad es que tan pronto como vea a

un ser humano, su piel cambiaba de color. Por lo tanto, arrastrar a un alma humana al abismo para que allencontrase, entre las mscaras del mundo, su doble y equivalente no resultaba para l nicamente unadiversin sino tambin odio... un odio profundo y ardiente hacia todos los seres humanos.

Mucho tiempo haba transcurrido desde la ltima muerte: un Hombre-araa haba gritado, clamando ayuda,se haba acurrucado, se haba descarnado ante la mirada del Cordero y de Cabro y se haba convertido encenizas, todo en un abrir y cerrar de ojos. Ese hombre haba sido, para el Cordero, una especie decompaero en las raras ocasiones en que el Cordero senta necesidad de compaa, porque la Araa habaconservado la capacidad de su cerebro, un rgano gil y sut1l, y haba momentos en que, el Corderosentado a un lado de una mesita de marfil y la Araa al otro, se enfrentaban en largos encuentros intelectualesque tenan cierta similitud con partidas de ajedrez.

Pero aquella criatura haba muerto; y todo lo que restaba de su antigua corte eran Hiena y Cabro.

Al parecer nada era capaz de exterminar a esos dos. Y la vida segua inclume para ellos. Algunas veces elCordero se sentaba y clavaba los ojos en ellos; y aunque no poda ver nada, le era posible or todo. Tanrefinados eran su vista y olfato que, aunque las dos criaturas y el Nio estaban an a largas millas dedistancia, ese blanco seor que ocupaba su trono con gesto arrogante y las manos plegadas, ola y ola a susvisitantes con absoluta nitidez.

Pero qu era ese olor raro y tenue que se infiltraba en las Minas junto al tufo acre de Hiena y Cabro? Alprincipio el Cordero no vari de postura, pero luego, si bien la cabeza blanca se ech hacia atrs, el cuerpose paraliz. Las orejas blanco-leche se irguieron expectantes, y los sensibles ollares se agitaron con lavelocidad de las alas de una abeja cuando revolotea en torno de una flor. Los ojos miraron con fijeza laoscuridad que se cerraba ante ellos. Alrededor del Cordero, en los rincones ms sombros o donde la luz delas candelas se solazaba en trepar por las empinadas cordilleras de hbros, algo muy singular andaba enlibertad; el primer latido de una nueva vida. El enigmtico Cordero, del que jams se supo que hubiesemanifestado un sentimiento, traicion por un instante, su verdadera naturaleza, porqlle no slo hundi lacabeza entre los hombros, acentuando as la rigidez de su postura, sino que un temblor visible le recorri elrostro ciego.

Porque el olor de vida se acercaba y aumentaba minuto a minuto a pesar de que la distancia que se extendadesde las Minas hasta el tarnbaleante tro era an de muchas millas.

. Los tres, encabezados pOr Hiena, haban ya recorrido una considerable extensin de la comarca. Habandejados los bosques inmviles y alcanzado un cinturn de ar secados a travs de los cuales avanzaban congran dificultad. El da se haba ido enfriando y el hambre que atormentaba al Nio lo haca llorar.

Qu es lo que ests haciendo con tus ojos, querido? dijo Cabro, sealando al mismo tiempo con loque pareca ser el mun de un manco, porque los puos semialmidonados y mugrientos le llegaban ms allde la mano y de los dedos.

Detnte un momento, Hiena, amor. Esto que ests haciendo me recuerda algo.

Aj, te recuerda algo, no, hijo de chpiro verde? Y se puede saber qu? Eh?

Mira y ve t mismo, con tus ojos hermosos, sagaces dijo Cabro. Ves lo que te digo? Vuelve lacabeza para mi lado, Nio, as tus superiores podrn gozar de la visin de todas tus facciones. Ves, Hiena,querido no es como yo te lo deca? Tiene los ojos llenos de pedacitos de vidrio roto. Tcalos, Hiena,tcalos! Son hmedos y tibios, y mira... las dos mejillas nadan en agua. Me recuerda algo. Qu es...?

Cmo quieres que lo sepa?rugi Hiena, irritado.

Mirasigui diciendo Cabro. Puedo acariciarle los prpados. Cmo le gustar al Blanco Seorarreglrselos.

El Nio sinti que un indefinido y secreto temor lo invada, aunque no poda comprender qu haba queridodecir Cabro con la palabra "arreglrselos". Sin saber muy bien qu era lo que haca trompe a Cabro pero ladebilidad y el cansancio hicieron que fuese tan leve que, a pesar de alcanzar a Cabro en el hombro, lacriatura no sinti nada y continu con su charla.

Hiena, querido!

Qu sucede, cornpeta?

Puedes recordar lo bastante atrs...?

Bastante atrs qu?gru Hiena moviendo sus rasuradas quijadas como un mueco automtico.

Lo bastante atrs en el tiempo, mi amorsusurr Cabro, rascndose, y el polvo se levant de su cuerocomo humo que se escapa por la chimenea. Lo bastante atrs en el tiemporepiti.

Hiena sacudi, molesto, la melena.

Lo bastante lejos en el tiempo para qu, cabeza de alcornoque?

Aquellas largas estaciones, aquellas dcadas, querido, aquellos siglos. No te acuerdas... antes decambiar... cuando nuestros miembros no eran de bestias. Fuimos, sabes, mi dulce Hiena, una vez fuimos.

Fuimos qu? Habla, Cabro maldito, o te triturar como si fueses una costilla.

Una vez fuimos diferentes. T no tenas melena en la espalda encorvada. Es muy hermosa, pero no latenas. Y tus largos antebrazos.

Qu pasa con ellos?

Bueno, no siempre fueron moteados, no, querido?

Hiena lanz una nube de polvo de hueso por entre sus poderosos dientes. Luego salt, si ponerlo en guardia,sobre su compaero.

Silencio tron, con una voz que en cualquier momento podra transformarse en ese terrible gritomelanclico que a su vez estallara en la diablica carcajada de un loco.

Con un pie plantado sobre el pecho de Cabro, porque Hiena lo haba derribado:

Silencio volvi a gritar. Yo no quiero recordar.

Yo tampocodijo Cabro. Pero puedo recordar pequeas cosas. Extraas pequeas cosas. Antes deque cambiramos, sabes.

Dije silencio!exclam Hiena, pero esa vez haba en su voz una inflexin casi rememorativa.

Me ests lastimando las costillasdijo Cabro-. Ten piedad, querido. Eres demasiado feroz con tus

amigos. Ah... gracias, amor. Bendita sea mi alma, tienes una esplndida... mira el Nio!

Trelo de vueltadijo la Hienay le arrancar la piel a tiras.

Es para nuestro Blanco Seordijo Cabro. Yo le dar un coscorrn.

Y en verdad el Nio se haba alejado, pero slo unos metros ms all. Cuando Cabro lo toc, cay derodillas como un arbolito talado.

Yo puedo recordar bastantedijo Cabro, volviendo junto a Hiena. Puedo recordar cuando mi frenteera lisa y tersa.

Y a quin le interesa eso?chill Hiena en un nuevo arranque de intemperancia. A quin le importatu frente de mierda?

Y puedo decirte algo msdijo Cabro.

De qu se trata?

Es acerca del Nio.

Qu pasa con l?

No debe morir antes de que el Blanco Seor lo vea. Mralo, Hiena. No! No! Hiena, querido. Patearlono servir de nada. Tal vez est agonizando. Levntalo, Hiena. T que eres el ms noble; t que eres el msfuerte. Levntalo y galopa hasta las Minas. Llvalo a las Minas, querido, mientras yo me adelanto.

Para qu?

Para prepararle algo de comer. Debe tener listo su pan y su agua, no es as?

Con el rabo del ojo Hiena lanz a cabro una mirada maligna antes de acercarse al Nio cado, y luego, casisin detenerse, lo recogi con su brazos moteados como si nada pesase.

Y as partieron de nuevo, Cabro tramando adelantarse; pero no haba tenido en cuenta el largo y poderosogalope que era capaz de adoptar su musculoso compaero, cuya voluminosa camisa blanca flotaba comouna bandera. A veces pareca ser uno el que se renda, a veces el otro, pero durante casi toda la carreramarcharon a la par.

El Nio estaba demasiado agotado para advertir lo que suceda a su alrededor. Ni siquiera saba que Hienalo llevaba con los brazos extendidos como quien lleva una ofrenda al altar de los sacrificios. Una de lasventajas de esa actitud era que el hedor de la vigorosa semibestia se suavizaba un tanto, aunque era dudosoque en su estado de postracin el Nio pudiese apreciar ese alivio.

Corrieron milla tras milla. El mar de malezas que haban vadeado durante muchas millas ceda ahora su lugara una especie de manto de roca plateada, Hiena y Cabro trotaban sobre l como si formasen parte de algunaleyenda inmemorial, con las largas sombras rebotando a su lado, mientras el sol se hunda en el horizontevelado por una luz descolorida. Y entonces, de pronto, cuando la oscuridad empezaba a invadirlo todo,advirtieron la primera seal de que el terreno entraba en pendiente y que haban llegado a las amplias terrazasde las Minas. Y sin asomo de duda, all estaba esa extendida congregacin de chimeneas vetustas yabandonadas, con las aristas parpadeando a la temprana luz de la luna.

Al ver las chimeneas, Hiena y Cabro hicieron un alto. Por qu se detuvieron no era difcil de adivinar, yaestaban tan en presencia del Cordero como en la cmara del trono. Pues desde ese momento en adelantecada ruido, no importaba cun tenue, sera estentreo a los odos de su Amo.

Era algo que los dos saban por amargas experiencias porque en das muy lejanos ellos, y otrosmediohombres, haban cometido el error de susurrar unos con otros, sin advertir que el suspiro ms leve eraabsorbido por los grandes tubos y chimeneas y descenda por ellos hasta los recintos principales donde seretorcan y caracoleaban, deslizndose hasta la enhiesta majestad del Cordero, con las orejas y las aletas dela nariz aguijoneadas por la percepcin.

Maestros consumados en la utilizacin del alfabeto de los sordomudos y tambin en la lectura de los labios,eligieron esta ltima forma de comunicarse, porque los bamboleantes puos de Cabro le tapaban los dedos.As, mirndose fijamente a la cara, formularon sus palabras en medio de un silencio de muerte.

l sabe... que... nosotros... estamos... aqu... Hiena querido.

Ahora... ya... nos... puede... oler...

Y... al... Nio...

Por... supuesto... Por... supuesto... Tengo... el... estmago... revuelto.

Yo... ir... adelante... con... el... Nio... y... preparar... su... cena... y... su... lecho.

No... hars... nada... semejante... cornpeta. Djame... el... Nio... a... m... o... te... har... papilla.

Entonces... ir... solo...

Por... supuesto... basura...

Debemos... lavarlo... esta... noche, y... alimentarlo... y darle... agua. sa... ser... tu... tarea... ya... que..insistes. Yo... informar... a... nuestro... Amo. Oh... mis pobres... lomos... mis lomos... mis doloridos...lomos...

Se alejaron uno del otro, los labios dejaron de moverse, pero al dar el dilogo por terminado cerraron laboca y en su santuario el Blanco Cordero oy el ruido final, un sonido semejante al de una tela de araa alcaer o al paso de una laucha sobre el musgo.

As, Hiena avanz solo, llevando al Nio en sus brazos extendidos, hasta llegar al pie de un tubo colosal msparecido a un abismo que a obra alguna del hombre. Y all, al borde de ese enorme pozo de oscuridad, searrodill y uniendo las horribles manos susurr:

Blanco Seor de la Noche salve!

Las seis palabras rodaron, casi corpreas, por la garganta del tubo yermo, insensible y, reverberando en sucamino subterrneo, llegaron por fin al Cordero.

Es Hiena, mi Seor, Hiena al que rescataste del vaco de aqu arriba. Hiena, que llega a vos para amaros yserviros en vuestros designios. Salve.

De las tinieblas abismales lleg una voz. Era como el tintinear de una campanilla, o el susurro de la desnudainocencia, o el canturreo de un infante... o el balido de un cordero.

Hay alguien contigo no es verdad?

El gorjeo de la vocecita trepaba desde la oscuridad; no haba necesidad de elevarla. Como la aguja quepenetra en los tejidos podridos, as ese dulce son penetraba en los rincones ms remotos del ReinoSubterrneo. Llegaba, gorjeo tras gorjeo, a las mazmorras del oeste, donde entre las retorcidas vigascubiertas de herrumbre rojiza los suelos silenciosos se henchan en mares de hongos purpreos, tan muertoscomo el suelo que alguna vez los procreara. Slo necesitaban que un pie los hollara para desintegrarse en lamuerte insondable de un polvo macilento; ni un paso, ni una rfaga los haba perturbado durante un centenarde aos.

Se dispersaba en todas las direcciones, esa voz del cordero... y entonces se volvi a or.

Aguardo tu respuesta... y te aguardo a ti.

Luego, con el agudo chasquido de una guadaa:

Qu es lo que has trado de la abyecta regin de la luz? Qu has conseguido para tu Seor? Todavaestoy esperando.

Tenemos un Nio con nosotros.

Un Nio?

Un Nio... intacto.

Se produjo un largo silencio, durante el cual Hiena crey or algo que jams haba odo, una especie delejano palpitar, de latido remoto.

Pero la voz del Cordero era lmpida y deleitosa y fresca como una cascada igualmente impasible.

Dnde est Cabro?

Cabro respondi Hiena ha hecho lo imposible por obstaculizarse el camino. Puedo bajar, mi Seor?

Creo haber dicho "Dnde est Cabro?". No me interesa saber si t obstaculizaste a l o l a ti. Por elmomento, estoy interesado en saber por dnde anda. Espera! Es a l a quien oigo en la Galera del Sur?

S, Amorespondi Hiena.

Asom tanto la cabeza y los hombros por sobre el borde del abismo que cualquiera que ignorase lamaravillosa cabeza que Hiena tena para las alturas y lo gil que era para moverse en la oscuridad y loslugares escarpados hubiese considerado imprudente.

S, Amo. Cabro est descendiendo por la escalera de hierro. Ha bajado a preparar pan y agua para elNio. Esta cosa imberbe se ha desmayado. Con seguridad, no querris verlo hasta que lo hayamos lavado,alimentado y hecho descansar. Ni querris ver a Cabro, ese mentecato estpido. Yo impedir que osmoleste.

Hoy ests extraamente amabledijo la dulce voz desde las profundidades. Por lo tanto estoy segurode que hars lo que te digo; pues si te atreves a desobedecer, prender fuego a tu negra melena. Ven deinmediato con tu agotado amigo y yo lo aquilatar. Ya puedo olerlo y debo decir que es como si unabocanada de aire fresco hubiese entrado en este lugar. Te has puesto en camino? No oigo nada.

El Cordero mostraba los perlados dientes.

Ya estoy en camino... Amo... en camino...grit Hiena, que se estremeca de terror, porque la voz delCordero pareca un cuchillo en vaina de terciopelo. Lo llevar ahora mismo ante vuestra presencia paraque os pertenezca por siempre jams.

Y Hiena, las piernas y los brazos temblorosos a pesar de su fuerza descomunal, se inclin con el Nio alborde del pozo donde una cadena brillaba apenas a la luz de la luna.

Para poder tener las manos libres y descender por la cadena de hierro, Hiena se haba colgado el Nio delhombro. La criatura gema dolorida.

Pero a Hiena esos gemidos no lo enternecan, porque haba descubierto una inflexin desconocida en la vozdel Cordero. An hablaba con su habitual gentileza, esa horrenda gentileza, pero ahora haba algo distinto enella. Qu era con exactitud lo que daba a Hiena la impresin de que aquella voz haba cambiado no lo podadecir, pues l slo senta el cambio, y la sensacin era de oculta vehemencia .

En verdad, haba razones para sentirse excitado! Otra criatura de menor calibre que el Cordero hubiesesido incapaz de controlar la horrible emocin de aquel frenes.

Pues una dcada o ms habra transcurrido desde que el ltimo visitante se haba sentado a su mesa...sentado y contemplado los ojos velados del Cordero, y mientras miraba a su anfitrin saba que le estabaarrancando el alma. Aquel visitante haba muerto como todos los dems, el cerebro huy demasiado aprisadel cuerpo o el cuerpo brinc como una rana en busca del cerebro, as se separaron y, al igual que lamaquinaria de las Minas, se haban ido apagando en el silencio y vaco de la muerte.

Qu era lo que mantena vivos a los dos ltimos subordinados, el Cordero lo ignoraba. Algo en susnaturalezas o en sus rganos les otorgaba a Cabro y a Hiena cierta inmunidad fsica... algo que tal vezestuviese relacionado con la tosquedad del alma y el espritu. Haban sobrevivido a un centenar de bestiasvigorosas cuyas metamorfosis los haban destruido desde adentro. El Len, slo una generacin atrs, sehaba derrumbado en medio de una parodia de poder, inclinando la gran cabeza cuando promediaba la farsa,en tanto que las lgrimas brotaban de los ojos ambarinos y rodaban por los surcos de los dorados pmulos.Fue una cada terrible y vergonzosa: y sin embargo, piadosa, porque bajo la gida macabra del deslumbranteCordero el alguna vez rey de las bestias haba sido arrastrado a la degradacin, y no hay nada ms vil que eldesangrar, gota a gota, el corazn del gran gato dorado.

Al desplomarse con un ltimo rugido, haba arrastrado la noche consigo, as pareci como si fuese un teln, ycuando los hachones volvieron a encenderse no haba all ms que una capa, un escudo y una daga rutilantede estrellas y, flotando a lo lejos en la cerrada oscuridad de las Bvedas de Occidente, la melena de la gransemibestia como un aura.

Y tambin haba existido el Hombre, delicado y gil sobre cuyo rostro el Cordero haba deslizado los dedos,as que supo, en su ceguera, por el tacto y un temblor del aire que no era ms que gacela. Pero el Hombrehaba muerto un siglo ms tarde, a la altura perfecta de un brinco, sus enormes ojos apagndose en la cada...

Y haban existido el Hombre-mantis, el Hombre-cerdo y los Perros; el Cocodrilo, el Cuervo y aquel Peznico que cantaba como un jilguero. Pero todos haban muerto en una u otra fase de la transmutacin por lafalta de algn componente, alguna carencia que les impeda sobrevivir, por faltarles aquello que por algunarazn desconocida posean Hiena y Cabro.

Para el Cordero era un veneno inagotable de mortificaciones que de todas las criaturas que haban pasado

por sus manos diminutas, nveas, criaturas de todos los tamaos, formas e intelectos, slo le quedase porcompaa un par de semiidiotas: la Hiena cobarde y prepotente y el Cabro adulador. pocas hubo en que suBveda secreta con sus ricas alfombras, candelabros dorados, incienso ardiendo en pebeteros de jade y susmarquesinas carmes ondulando con las distintas brisas que suban por los respiraderos... pocas en que esesantuario se haba poblado con sus hierofantes que, atnitos ante la magnificencia del lugar, se asomaban porsobre los hombros cercanos (hombros de pieles, hombros de crines, hombros de cuero rstico, hombros deescamas y plumas) para adorar a su Seor, mientras l, el Cordero, el creador, por as decir, de un nuevoreino, de una nueva especie, presida la corte desde el trono de alto espaldar, los ojos cubiertos por la opacamembrana azul, el pecho engalanado con la sin par suavidad de su velln, las manos plegadas, los labiosapenas coloreados por el ms delicado de los malvas, y en su cabeza, en raras ocasiones, la corona dehuesos delicados, entrelazados con sumo arte, blanqueados hasta rivalizar con los rizos del ropaje.

Esa corona estaba hecha con los finos huesos de un armio y en verdad pareca que algo del temperamentovoluble y terrible del animalito segua agazapado en la mdula de la afiligranada estructura, porque cuando elCordero, gracias al tortuoso infierno que era el corazn de aquella joya, descubri su potestad de paralizar auna vctima hasta que la sangre de la criatura clamaba por ser aniquilada a manos del torturador, el coraznlatindole contra su volu