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Actas XIV Congreso AIH (Vol. I). Mª Teresa ECHENIQUE. Rafael Lapesa en la historiografía lingüística - Rafael Lapesa en la historiografía lingüística Mª Teresa Echenique UNIVERSITAT DE VALENCIA RAFAEL LAPESA MELGAR NACIÓ en Valencia en 1908 en el seno de una rama familiar de clase más bien acomodada. Rasgo característico de su educación fue no haber ido al colegio en su niñez: sus hermanas, mayores que él, fueron su escuela primaria. Este hecho resulta llamativo, pues su padre regentó por aquel tiempo dos colegios privados en la Comunidad Valenciana: en Villarreal y Sueca, sucesivamente, a los que se dedicó con verdadera vocación y profesionalidad. De hecho, llegó a ser personalidad muy querida y relevante en Valencia, hasta el punto de que el municipio de Sueca dedicó una calle a la memoria de Ricardo Lapesa y aún hoy se recuerda allí su figura con gran veneración. A los ocho años la familia se trasladó a Madrid y allí comenzó su formación docente reglada y regular. Estuvo siempre muy vinculado a la Institución Libre de Enseñanza; de ahí que la coeducación fuera un hecho natural para él, lo que quizá explique que jamás hiciera distinciones entre varones o mujeres a la hora de considerar circunstancias profesionales. Rafael Lapesa está enmarcado, hoy por hoy, entre dos generaciones. De un lado, la generación del 14, que constituía «espléndido conjunto cuyos componentes, nacidos entre 1878 y 1893, alcanzaron madurez o se iniciaron en la vida intelectual durante los años de la primera guerra europea» (según sus propias palabras'), entre los que estaban Gabriel Miró, Manuel Azaña, Juan Ramón Jiménez, Ramón Pérez de Ayala, Eugenio D'Ors, José Ortega y Gasset, Tomás Navarro Tomás, Américo Castro, Federico de Onís, Manuel García Morente, Gregorio Marañón, Ramón Gómez de la Serna, Antonio García Solalinde, Samuel Gili Gaya y Claudio Sánchez Albornoz, entre otros; de otro lado está la generación del 27, bien perfilada, y entre ambas queda Lapesa, «en una especie de tierra de nadie o de tierra de las dos» 2 por haber venido al mundo en 1908. Es tarea urgente la de situar a Rafael Lapesa en el marco generacional adecuado. Por razón de edad, Pedro Salinas (nacido en 1892) y Jorge Guillén (nacido en 1893) deberían estar incluidos en la del 14, pero lo cierto es que formaron grupo homogéneo con poetas de Ja generación siguiente. La generación de Lapesa es la de Pedro Laín, Julián Marías, José Antonio Maravall, Francisco Ayala, Antonio Tovar3. 1 Véase Rafael Lapesa, «Semblanza de Américo Castro», Homenaje a Américo Castro, Universidad Complutense, Madrid, 1987, p. 122. 2 Ibídem, 122. 3 José Luis Girón habla de Lapesa como «el miembro más joven de la generación del 27» 215 -11- Centro Virtual Cervantes

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Actas XIV Congreso AIH (Vol. I). Mª Teresa ECHENIQUE. Rafael Lapesa en la historiografía lingüística-

Rafael La pesa en la historiografía lingüística Mª Teresa Echenique

UNIVERSITAT DE VALENCIA

RAFAEL LAPESA MELGAR NACIÓ en Valencia en 1908 en el seno de una rama familiar de clase más bien acomodada. Rasgo característico de su educación fue no haber ido al colegio en su niñez: sus hermanas, mayores que él, fueron su escuela primaria. Este hecho resulta llamativo, pues su padre regentó por aquel tiempo dos colegios privados en la Comunidad Valenciana: en Villarreal y Sueca, sucesivamente, a los que se dedicó con verdadera vocación y profesionalidad. De hecho, llegó a ser personalidad muy querida y relevante en Valencia, hasta el punto de que el municipio de Sueca dedicó una calle a la memoria de Ricardo Lapesa y aún hoy se recuerda allí su figura con gran veneración. A los ocho años la familia se trasladó a Madrid y allí comenzó su formación docente reglada y regular. Estuvo siempre muy vinculado a la Institución Libre de Enseñanza; de ahí que la coeducación fuera un hecho natural para él, lo que quizá explique que jamás hiciera distinciones entre varones o mujeres a la hora de considerar circunstancias profesionales.

Rafael Lapesa está enmarcado, hoy por hoy, entre dos generaciones. De un lado, la generación del 14, que constituía «espléndido conjunto cuyos componentes, nacidos entre 1878 y 1893, alcanzaron madurez o se iniciaron en la vida intelectual durante los años de la primera guerra europea» (según sus propias palabras'), entre los que estaban Gabriel Miró, Manuel Azaña, Juan Ramón Jiménez, Ramón Pérez de Ayala, Eugenio D'Ors, José Ortega y Gasset, Tomás Navarro Tomás, Américo Castro, Federico de Onís, Manuel García Morente, Gregorio Marañón, Ramón Gómez de la Serna, Antonio García Solalinde, Samuel Gili Gaya y Claudio Sánchez Albornoz, entre otros; de otro lado está la generación del 27, bien perfilada, y entre ambas queda Lapesa, «en una especie de tierra de nadie o de tierra de las dos»2 por haber venido al mundo en 1908. Es tarea urgente la de situar a Rafael Lapesa en el marco generacional adecuado. Por razón de edad, Pedro Salinas (nacido en 1892) y Jorge Guillén (nacido en 1893) deberían estar incluidos en la del 14, pero lo cierto es que formaron grupo homogéneo con poetas de Ja generación siguiente. La generación de Lapesa es la de Pedro Laín, Julián Marías, José Antonio Maravall, Francisco Ayala, Antonio Tovar3.

1 Véase Rafael Lapesa, «Semblanza de Américo Castro», Homenaje a Américo Castro, Universidad Complutense, Madrid, 1987, p. 122.

2 Ibídem, 122. 3 José Luis Girón habla de Lapesa como «el miembro más joven de la generación del 27»

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Lapesa entró en el Centro de Estudios Históricos madrileño precisamente en septiembre de 1927, a propuesta de Américo Castro; allí encontró colegas largamente dedicados a los estudios lingüísticos, cuya labor había ido dando frutos importantes («había alcanzado ya brillante plenitud», dice Lapesa4

). En el campo de la lingüística, el Centro contaba en su haber principalmente con trabajos de Navarro Tomás (que se había especializado en Hamburgo en Fonética instrumental con Palconcelli-Calzia), publicados en la Revista de Filología Española desde los primeros números. Hoy sabemos que el Centro constituía una isla en el conjunto del panorama español dedicado a los estudios lingüísticos, y que las clases universitarias se impartían preferentemente allí, y no en la Facultad de Filosofía y Letras de San Bernardo (que era «desesperada-mente arcaica»5

); en el Centro se habían ido incorporando innovaciones metodológicas imperantes en la Europa del momento, que condujeron a la elaboración del Atlas Lingüístico de la Península Ibérica y cristalizaron en trabajos todavía hoy fundamenta-les de Navarro Tomás o Amado Alonso. No es de extrañar, pues, que Rafael Lapesa partiera de una sólida formación integral a la hora de abordar trabajos de historia lingüística y literaria, trabajando codo con codo junto a colegas a los que después le unirían vínculos más estrechos que los estrictamente académicos.

El doble magisterio académico del que partió ha sido repetidamente subrayado por el propio Rafael Lapesa. Dice en una ocasión (1987): «Américo Castro ha sido uno de mis maestros. Yo he tenido la suerte de tener dos: don Ramón Menéndez Pidal y don Américo Castro» 6 • De Menéndez Pidal adquirió la exactitud en la utilización investiga-dora de los datos y su contraste en los textos, así como el afán de actualización metodológica, que se concretaba en la superación del positivismo y el idealismo europeos; fue el maestro que dirigió sus pasos hacia la historia de la lengua en su aspecto más propiamente lingüístico; de hecho, la sintaxis histórica del español ha presidido ininterrumpidamente buena parte de su dedicación académica, y no hay que olvidar que Menéndez Pidal comenzó su magistral trayectoria con el estudio del Texto, Gramática y Vocabulario del Cantar de Mio Cid, en el que la sintaxis medieval ocupaba lugar relevante. Como ha señalado recientemente Antoni Badia7

, de Menéndez Pidal heredó Lapesa la exactitud del dato, la necesidad de refrendar cualquier teoría en la documentación entendida schleicherianamente como una prueba irrefutable de verdad filológica. En este sentido hay que subrayar la identificación del dato empírico con el dato histórico8

, constante de la investigación pidaliana, procedente con gran probabili

(en «Lapesa, un lingüista de la generación del 27», Revista de Occidente, 242, Junio 2001, 79-92), pero no sería vano intentar perfilar una nueva generación basada en vínculos culturales e históricos comunes.

4 Véase Rafael Lapesa, «Menéndez Pida! creador de escuela: el Centro de estudios Históricos», en Ali;a la voz, pregonero. Homenaje a Don Ramón Menéndez Pida!, Seminario Menéndez Pida!, Madrid, 1979, 43.

5 Ibídem, 46. 6 Véase «Semblanza de Américo Castro», 121. 7 Véase Antoni Badia Margarit, «Rafael Lapesa y la lengua española», Saber leer, 145,

mayo 2001, 12. 8 Véase José Portolés, Medio siglo de Filología española (1896-1952), Madrid, Cátedra,

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dad de Grimm. Su vinculación a Menéndez Pidal ha sido repetidamente subrayada, por lo que es

bien conocida, pero Rafael Lapesa trabajó también desde su primera juventud en la Universidad de Madrid al lado de Américo Castro. Como ha recordado el propio Lapesa, la dedicación de Castro a la Filología y a la Lingüística fueron importantes (si bien es verdad que siempre consideró a ambas como ejercicio de una técnica indispensable para fines más ambiciosos), aunque haya pasado a la historia como el genial intérprete de la historia, la literatura y el vivir hispánicos. Castro desempeñó su cátedra de Historia de la Lengua Española en la Universidad de Madrid [la que después ocuparía Lapesa, tras vencer sus reticencias precisamente por consejo del propio Castro] y ya en su juventud ( 1916), siguiendo los pasos de Hermann Paul, había llegado a escribir que «la filología es una ciencia esencialmente histórica», en lo que quedaba clara su atención preferente al campo histórico. Fue para Lapesa maestro de filología, no sólo de historia. Entre 1913 (primera publicación de Castro) y el exilio de 1936 fue cuando despertó la vocación de Lapesa, según confesión propia (además de la de Amado Alonso, Femández Ramírez, Dámaso, Zamora, y también la de los estudios literarios, a los que otros se dedicaron en exclusiva, como fue el caso de Femández Montesinos o Margot Arce). Todo ello formó en Lapesa al historiador que encuadra los hechos lingüísticos en el marco de la situación cultural y vital del momento correspondiente, al igual que sucedía con Malkiel (como ha escrito S. Dworkin recientemente9

), a quien le une la raíz germánica de formación, tan crucial en nuestros grandes maestros.

Pero tan decisiva en su vida universitaria como sus orígenes académicos fue para Lapesa la llegada de la guerra civil española, que le apartó de todo cuanto se había ido construyendo en tomo a sus maestros y le llevó a constituirse en solitario eje orientador del estudio histórico integral de la lengua española. Por cuantas dificultades recordaba, como consecuencia de las sanciones depuradoras que finalmente quedarían anuladas, no cultivó rencor alguno; optó por dedicar sus energías a tareas positivas, lo que a la larga se revelaría como inteligente decisión emanada de una mente lúcida y madura.

Lapesa llegó a la Universidad de Princeton en 1948, a propuesta de Américo Castro, en calidad de Profesor visitante; pudo reanudar entonces la convivencia con su maestro, que se había interrumpido durante doce años. Ante la sorprendente petición de Castro de que «diera un curso sobre caracteres sintácticos del español donde se refleje la forma de vida hispánica», Lapesa optó por resolver tamaña empresa acudiendo a la aplicación del concepto humboldtiano de la forma interior del lenguaje, según lo había aplicado Amado Alonso a varios rasgos peculiarmente hispánicos. Es importante este hecho en la obra de Lapesa, caracterizada en general por una gran cautela teórica de fondo a la hora de interpretar los hechos gramaticales. Dice Lapesa10 que «la forma interior de una lengua no es correlato de una concepción puramente intelectual del mundo», si bien

1986. 9 Véase Steve Dworkin, «Y akov Malkiel (1914-1998)», Analecta Malacitana, 2000, 23-45. 1 O Véase «La huella de Américo Castro en los estudios de lingüística española», en Américo

Castro: the lmpact of His Thought. Essays to Mark the Centenary of His Birth, Madison, 1988, 97-113.

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«habría que desconectarla del idealismo filosófico, alejarla del plano en que se especula con el espíritu de los pueblos y otras abstracciones más o menos fantasmales, y traerlas al de las tradiciones, hábitos, formas de vida y creaciones colectivas» 11

• De esta forma quiso apresar en términos filológicos la función conformadora que el lenguaje ejerce sobre la mentalidad de comunidades e individuos. Su obra está presidida por una concepción lenta del cambio lingüístico: «La evolución de las lenguas no consiste en cambio súbitos y totales, sino en prolongado coexistir de tendencias que afectan a unas u otras partes del sistema», y el concepto de forma interior le proporcionó el elemento de cohesión apropiado a aspectos diversos de la sintaxis histórica.

Creo que no se ha señalado hasta ahora que también en Castro está la raíz de los trabajos lapesianos sobre el cultismo semántico. En su trabajo sobre los Glosarios latino-españoles Castro había «trazado un excelente panorama histórico del cultismo en castellano medieval» y, además, había trabajado en el discutido campo de las «seudomorfosis», esto es, calcos semánticos del árabe, palabras o expresiones completamente romances en cuanto al origen y evolución formal de su significante, pero parcial o totalmente arabizadas en su contenido significativo, tras haber adquirido acepciones nuevas por la presencia mental de una palabra árabe con la que compartían algún otro sentido. Con las adaptaciones pertinentes, el cultismo semántico es trasvase de este principio teórico al léxico, pues Lapesa recreó el concepto de cultismo semántico mediante la conjunción de acepciones de palabras latinas reutilizadas en Fray Luis o Garcilaso con valores clásicos. El tratamiento que hace de los antecedentes latinos de nuestro escritores áureos es una comprobación más de la preparación y capacidad que Lapesa tenía a la hora de abordar aspectos lingüísticos y literarios conjuntamente.

Dentro de esa visión general de la Filología hay diferentes campos cultivados por él partiendo siempre de una perspectiva unitaria:

Por una parte, cumple una función nuclear la Historia de la lengua, inseparable de la Fonología evolutiva (a la que fue integrando los logros alcanzados en este campo por Emilio Alarcos), la Variación dialectal considerada históricamente (ampliada en forma erudita en trabajos varios), así como sincrónicamente (recogida como tratado sucinto en la última edición, 1981, de su Historia de la lengua española). Amado Alonso y T. Navarro Tomás habían participado en 1923 en el Tercer Congreso de Estudios Vascos celebrado en Guernica (tal como se recoge en sus Actas) en calidad de miembros del Centro de Estudios Histórico de Madrid con brillantes trabajos que aún hoy son de referencia obligada en estudios de Fonética vasca. Dice Tomás Navarro Tomás que los datos de su contribución los recogió «en el laboratorio de fonética del Centro de Estudios Históricos» 12

, lo que habla por sí sólo de la incorporación de nuevos métodos

11 Véase «Evolución sintáctica y forma lingüística interior en español», en Actas del XI Congreso Internacional de Lingüística y Filología Románicas, Madrid, 1968, IV, 131-150 (recogido ahora en Rafael Lapesa, Estudios de Morfosintaxis histórica del español, Madrid, Gredos, 2000, 32-53.

12 Véase Tomás Navarro Tomás, «Observaciones fonéticas sobre el vascuence de Gernika», en Actas del Tercer Congreso de Estudios Vascos. Lengua y Enseñanza, San Sebastián, Sociedad de Estudios Vascos, 1923, 49-56.

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al cultivo filológico; todo ello sirvió a Lapesa de sedimento para acoger con mucha estima y hasta admiración la Tesis de Michelena (la Fonética Histórica Vasca de Michelena, donde se aplican al vasco los principios que Menéndez Pidal había aplicado a la Gramática histórica española) que citó en la Historia de la Lengua Española (HLE) ampliamente; había formado parte del tribunal de dicha Tesis, junto al director José Vallejo (latinista formado en el centro de estudios Históricos), además de Balbín, Femández Galiano y Dámaso Alonso.

Por lo demás, tanto la Historia de la lengua española como los numerosos y eruditos artículos que dedicó a textos literarios (el Auto de los Reyes Magos, el Poema de Mio Cid) e iliterarios (El Fuero de Avilés, El Fuero de Valfermoso de las Monjas, El Fuero de Madrid), se enmarcan en la concepción del estudio lingüístico emanada de Menéndez Pidal. Otro tanto sucede con la atención dedicada al español americano, parcela tantas veces destacada por Lope Blanch, que por sí sola daría lugar a un trabajo exhaustivo en la obra lapesiana13

.

No olvidó nunca su faceta de profesor de instituto; su Historia de la lengua española (1942) nació con ese espíritu y se transformó en obra imprescindible que está a punto de ver su traducción a la lengua japonesa para estudiantes universitarios. La Onomástica, concretada en el plan de estudios de la Complutense como Toponimia y Onomástica (denominación errónea, como el mismo recordaba el primer día de clase, pues debería de haberse denominado Toponimia y Antroponimia) fueron objeto de ejemplar magisterio en el aula y, en los últimos años, en el austero Seminario 7b de la Facultad, en el que, además de unas minúsculas mesa y silla en su frío despacho, contenía los pesados tomos del Diccionario de Madoz y del Lexikon totius latinitatis de Forcellini, que se podían consultar en la salita adjunta del Seminario compartido por profesores y alumnos; la penuria de espacio e instalación quedaba sobradamente compensada por el magnífico acopio de libros y revistas internacionales que se había ido acumulando en ese lugar común por aquel entonces a Historia de la lengua y Filología románica.

Trabajó mucho en Toponimia, si bien no llegó a construir una obra concreta en ese terreno (sí hay muchas notas y referencias en su HLE), quizá por un exceso de respeto a obras de Menéndez Pidal o Joan Coromines, que se adentraban en terrenos carentes del necesario orden y claridad como para una mente tan positivista como la de Lapesa. En relación con la situación peninsular prerromana, en estrecha vinculación con el estudio toponímico, Lapesa incluyó un capítulo extensísimo, reelaborado en múltiples ocasiones con motivo de las sucesivas ediciones de su HLE, en el que, si bien es verdad que muestra resonancias de la tesis vascoiberista vigente durante largo tiempo, llegó a recoger el trascendental cambió de orientación que va desde los Monumenta Linguae lbericae de Emil Hübner (1895) a los Monumenta Linguarum Hispanicarum de Jürgen Untermann (1987-98).

Al igual que la Onomástica, puso la Dialectología y la Fonología evolutiva al

13 Ahora resaltado por Humberto López Morales en «Rafael Lapesa y el <andalucismo> del español de América, en Rafael Lapesa: su obra. Homenaje a Rafael Lapesa (M. Ariza coord.), Philologia Hispalensis, 1998, XII, 2, 99-107.

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servicio de la Historia de la Lengua, En cambio, consideró parcelas autónomas la Morfosintaxis (anticipando, preludiando, o quizá preparando el terreno a la eclosión de trabajos sintácticos que tenemos hoy) y el estudio del Léxico. Por lo tanto, los grandes ejes de su obra son: la Historia de la lengua, la Morfosintaxis histórica del español y el Léxico (parcela en la que no debe olvidarse su labor al frente del Diccionario histórico de la Real Academia Española14

)[), además de sus estudios literarios en cuya valoración no voy a entrar.

La Morfosintaxis histórica del español ha sido materia construida palmo a palmo por el propio D. Rafael a lo largo de su dilatada y fecunda vida académica. Durante cuarenta años fue publicando sucesivos trabajos de los que se puede decir que son textos clásicos en el sentido más exacto del término, pues constituyen base insoslayable en el estudio de la morfosintaxis histórica del español y tienen especial trascendencia para el estudioso de la literatura, pues gran parte del corpus de ejemplos sobre los que se basan pertenece a textos literarios. Se puede decir que, a lo largo y ancho de sus años de docencia, fue integrando en el aula los resultados de su actividad investigadora. Al tiempo que construía la Sintaxis histórica que nunca llegó a publicar como tal (si bien es cierto que sus Estudios de Morfosintaxis histórica ahora recopilados son el fundamento de cualquier obra de esta índole que se pueda publicar sobre el español), iba reafirmando su tesis nuclear sobre la concepción del cambio lingüístico como un proceso que va asentando paulatinamente los rasgos constitutivos de la forma lingüística interior de la lengua española.

En tomo al Léxico y Lexicografía desarrolló su actividad primero en el Seminario Menéndez Pida! (donde hizo acopio de materiales de léxico medieval utilizados después en el Seminario de Lexicografía de la Real Academia Española), más tarde en el Seminario de lexicografía de la Academia, y finalmente en su casa de Ibáñez Martín, sin conseguir llevar a término su Glosario de voces ibero-románicas, obra de la que el Seminario Menéndez Pidal ofreció un anticipo en 1998 (en la que constituyó una de las últimas apariciones en público de Lapesa) sin que hayamos llegado a saber nada sobre su publicación completa (si bien la Real Academia Española ha anunciado reiteradamen-te la publicación de su primera redacción, quizá sin la incorporación de datos efectuada en los últimos veinte años). En el Centro de Estudios Históricos, donde dirigió la sección de Lexicografía elaboró notas etimológicas, léxicas y semánticas del español medieval y del Siglo de Oro. La discusión sobre el origen de la voz «español» (mostrado por Aebischer certeramente como neologismo de procedencia occitana) había sido ya tratada por Castro. Lapesa volverá una y otra vez sobre el origen de este vocablo, incluso en su tardío discurso de Ingreso en la Academia de la Historia en 1997. La preocupación por España se acrecentó notablemente en los últimos tiempos, si bien tenía su raíz en sus años juveniles, pues una característica de los miembros de su generación es un cierto nacionalismo español, fruto del profundo conocimiento de los hechos históricos. Javier Varela ha recordado recientemente15 el impacto que La realidad histórica de España

14 Labor que ha sido objeto de análisis sutil por Pedro Álvarez de Miranda en «Las tareas lexicográficas y los estudios sobre léxico de Rafael Lapesa», en ibidem, 69-88.

15 Javier Varela: La novela de España, Madrid, Taurus, 1999.

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produjo en personalidades como Laín, García Sabell, Tovar y otros, y en Rafael Lapesa más que en ningún otro debió ejercer una catarsis necesaria tras la guerra civil.

La trayectoria académica ha sido, con motivo de su muerte, unánimemente recordada como ejemplar en los medios de comunicación, pero quizá no se transmita con la suficiente contundencia que Lapesa ha sido un profesor excepcional de la Universidad española, por su abnegada dedicación a las tareas docentes en momentos en los cuales no se apreciaba especialmente ese ejercicio de responsabilidad.

Habría que recordar con mayor insistencia, por todo ello, el escaso reconocimiento que Rafael Lapesa ha tenido en las instancias culturales del país. Es cierto que él jamás persiguió galardón de ningún tipo, pero ello no significa que la sociedad española no debiera haber sido más justa hacia lo que representó en las tareas docentes de diferente orden y en su labor en las instituciones culturales a las que entregó sus esfuerzos. Los premios le fueron concedidos compartidos, siempre compartidos: el Premio Menéndez Pidal de Investigación, n 1984, compartido con Luis Michelena, el Príncipe de Asturias en 1986, compartido con Mario Vargas Llosa; no protestó nunca por sí mismo, pero sí por la misma circunstancia que vivieron amigos suyos de gran relieve cultural y social. Quizá, como he dicho al comienzo, por el hecho de haber nacido en una generación que ha quedado enmarcada entre otras dos realmente relevantes, la del 14 y la del 27, en «tierra de nadie», no se ha perfilado suficientemente el papel desempeñado por Lapesa (y su propia generación) en momentos varios del siglo XX español, así como en la Historiografía lingüística en general. Es hora de empezar.

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