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L A S L E Y E S D E L A S E L V A ¿Cómo los indígenas awás, que vivían tranquilamente en las profundidades de la selva, quedaron en medio de una guerra que por poco los extermina? Esta es la historia de una de las más graves devastaciones sociales y culturales que haya vivido una etnia en Colombia. Texto y fotos: EDISON DUVÁN AVALOS

Reportajes Awá

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Este es un reportaje que cuenta las últimas cuatro décadas de los indígenas awás. Analiza cómo en ese tiempo se ha transformado la cultura de estos indígenas debido a diferentes factores como la presencia de grupos armados, el conflicto armado y la llegada de empresas.

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Page 1: Reportajes Awá

LAS

LEYES

DE LA

SELVA

¿Cómo los indígenas

awás, que vivían

tranquilamente en las

profundidades de la selva,

quedaron en medio de

una guerra que por poco

los extermina? Esta es la

historia de una de las más

graves devastaciones

sociales y culturales que

haya vivido una etnia en

Colombia.

Texto y fotos: EDISON DUVÁN AVALOS

Page 2: Reportajes Awá

Hasta la década de los setenta, los indígenas awás consideraban que la selva

era el mejor lugar del mundo para vivir.

Todas las noches, los niños y sus padres se acostaban en sus hamacas,

alrededor del fogón, a escuchar a los mayores en la lengua nativa, el awapit. A

veces los viejos recreaban cómo eran los tiempos de antes, cuando los awás

usaban nariguera, mascaban hojas de coca con ceniza de cáscara de plátano y

vivían en las profundidades más remotas de la selva, sin tener ningún contacto con

gente de afuera. Otras veces relataban alguna historia en la que Astarón castigaba

a los awás que atentaban contra la naturaleza o contra la convivencia social.

LA LEY DE ASTARÓN

LA HISTORIA DE CÓMO UN SER SUPERIOR DOMINÓ LA SELVA DE LOS INDÍGENAS AWÁS, AL SUR DE NARIÑO, EN LA FRONTERA

COLOMBO ECUATORIANA.

En estas condiciones vivían los awás cuando la selva les proporcionaba todos sus alimentos.

Page 3: Reportajes Awá

Luis Bisbicus, de 67 años, recuerda varias

de aquellas historias. Los mayores, en una

ocasión, le contaron cómo Astarón descerebró

con una enorme piedra a un awá que se había

dedicado a pescar con barbasco, una raíz

venenosa que, después de ser majada, era

sumergida en los ríos para asfixiar a todos los

peces, incluso a los más pequeños que aún no

eran comestibles. En otra ocasión, le contaron

cómo Astarón, con las cadenas que forraban su

cuerpo, le quebró el espinazo a un awá que se

había emborrachado con chichita y le había

pegado a su mujer.

Después de escuchar a los mayores, todos

sentían miedo. Imaginaban que en cualquier

momento ese gigante de patas volteadas al revés,

de brazotes inmensos y de cara forrada de

musgo, llegaba a su rancho y tumbaba las

paredes de chonta y arrancaba los techos de

bijawa y luego los mataba a todos a golpes o a

garrotazos con sus cadenas. Pero se

tranquilizaban al saber que no había ninguna

razón por la cual Astarón los quisiera castigar,

porque ellos respetaban la naturaleza y convivían

en paz con los demás. Entonces, al calor de los

últimos leños que ardían en el fogón y arrullados

por el cantar de las ranas floriadas, se quedaban

dormidos en sus hamacas.

Al día siguiente, los hombres, incluyendo a

los niños, madrugaban a ponerse sus botas

pantaneras y a alistar sus machetes y sus palas;

por su parte, las mujeres, incluyendo a las niñas,

encendían el fogón y montaban las ollas para

preparar el chiro que todos se sentaban a

desayunar. Ellos, luego, se iban a sus cultivos de

plátano, yuca y maíz a limpiar el monte y a

recoger los productos de las cosechas; mientras

tanto, ellas se quedaban en el rancho

alimentando con hierbas de las laderas cercanas a

los cuyes y a las gallinas que criaban.

Sin embargo, había días en que los hombres

no iban a trabajar a sus cultivos, sino que salían

de cacería y de pesca: los papás con su lanza de

chonta al hombro y los hijos cada uno con su

shigra de corteza de yarumo colgada de la

cabeza. El primer lugar que visitaban era las

trampas de bambú, donde encontraban

atrapados dos o tres puyosos que echaban en

alguna de las shigras. Luego seguían caminando

para más adentro de la selva, sin hacer ruido al

pisar las hojas secas ni al rozar las ramas de los

árboles, porque podían espantar a los animales o,

peor aún, convocar la ira de Astarón. Hasta que el

papá disparaba su lanza de chonta, y entonces ahí

sí todos corrían alegres a terminar de matar el

animal, un armadillo, una guanta, un guatuso, un

mono, lo que fuera, para también echarlo en una

de las shigras.

Al atardecer, iban al río a pescar. Unas

veces los papás empleaban hilos de nilón y

anzuelos, otras veces lanzaban una red hecha de

fibras de yarumo, pero siempre lograban pescar

unas enormes sabaletas y guañas con las que

terminaban de llenar las shigras. Antes de que

anocheciera y se enojara Astarón, regresaban a

su rancho. Al llegar, les entregaban los animales y

los pescados a las mujeres para que los pelaran,

los salaran y los pusieran a secar con el humo del

fogón, de modo que duraran largo tiempo sin

La mayoría de teorías indican que los

awás, en tiempos prehispánicos,

residían en las selvas de la frontera de

Panamá con Colombia. Al llegar los

españoles sufrieron presiones

territoriales que los obligaron a

desplazarse hacia el sur, por las

costas del Océano Pacífico, hasta

llegar al lugar donde hoy se encuentra

el departamento de Nariño. Luego, la

Guerra de los Mil Días entre

conservadores y liberales, obligaron a

muchos awás a desplazarse hacia el

norte de Ecuador, en las provincias de

Esmeraldas, Carchi e Imbabura.

Actualmente, los awás ocupan

territorios del sur de Colombia y del

norte de Ecuador, desde las faldas de

la cordillera de los Andes hasta la

costa del Océano Pacífico.

Page 4: Reportajes Awá

descomponerse. Después, todos se sentaban en

sus hamacas, alrededor del fogón, a comerse

algunos de esos animales y pescados, mientras

los mayores, en la lengua nativa, nuevamente

recreaban la vida de los tiempos de antes o

contaban alguna de las historias de Astarón.

Claro está que existía un grupo de awás

cuya vida en la selva transcurría de un modo

diferente, sin cultivar nada y sin salir de cacería ni

de pesca. Ellos se dedicaban más bien a pasar por

cada rancho recogiendo los productos que

sobraban de las cosechas, además de las gallinas

y los cuyes que criaban las mujeres, para luego

llevarlos en sus shigras a los pueblos de afuera,

donde los cambiaban por otros alimentos y por

implementos necesarios para la subsistencia en la

selva. Aquellos viajes podían durar hasta tres

semanas, porque en muchos sectores aún no

había trochas y debían abrirse paso a través de la

espesa vegetación. Por eso, ellos eran conocidos

como los caminantes.

Juan Malpu, de 62 años, nunca olvidará el

primer viaje que realizó como caminante, cuando

tenía 12 años. Aquella vez su papá le enseñó a

sacar los chontacuros de los troncos podridos y a

subirse a los árboles para bajar la pepaepan, el

caimito y la guayaba. En las noches aprendió a

encender una fogata al lado de un higuerón y a

dormir sobre un lecho de hojas secas escuchando

las historias que los mayores contaban sobre

Astarón. Siete días después de estar caminando

por la selva, salieron a una carretera que los

condujo a uno de los pueblos de afuera, en este

caso Altaquer. Ahí Juan Malpu sufrió un gran

susto al ver unas fieras enormes que rugían

incesantemente mientras los hombres trataban

de domarlas. Su papá lo sacó de la confusión

explicándole que se trataba de máquinas

llamadas carros y motocicletas, las cuales servían

para transportarse de un lugar a otro. También le

explicó que la gente de afuera no es que viviera

amontonada sino que prefería levantar sus casas

pegadas la una de la otra y no dispersas en

pequeños poblados como lo hacían ellos. Y que

esas cajas de donde salían sonidos no tenían en

su interior personas en miniatura sino que se

llamaban radios y funcionaban de un modo que

nadie entendía. Después de cambiar los

alimentos y los animales que llevaban, Juan

Malpu y los demás caminantes regresaron a la

selva, ahora cargando en sus shigras botas, ropa,

ollas, palas, machetes, nilón y anzuelos, y uno de

los alimentos más preciados, la sal para que las

mujeres aliñaran y conservaran la carne.

Años después de aquel primer viaje, cuando

ya tenía 29 años y estaba iniciando a su hijo

mayor en el oficio de los caminantes, Juan Malpu

vivió otra anécdota inolvidable. Todo sucedió un

atardecer en que mandó a su hijo a que recogiera

leños para encender la fogata bajo el higuerón

donde el grupo de caminantes había decidido

acampar. Su hijo, poco a poco empezó a alejarse

y llegó a un descampado donde escuchó un ruido

extraño, como si alguien reventara las bambas de

una palma de chapil. Entonces se asomó por

entre los arbustos para averiguar qué sucedía, y

de repente se encontró frente a frente con un ser

gigantesco que tenía la cara forrada de musgo

negro y el cuerpo repleto de cadenas. Lo único

que pensó fue que se trataba de Astarón, y salió

corriendo para evitar que lo matara. Sin embargo,

su papá, Juan Malpu, lo alcanzó a detener y,

después de soplarle guayusa en el rostro para

quitarle el espanto, le explicó que ese no era

Astarón, sino que era gente llegadera, de afuera,

que había venido a vivir a la selva, y que no

tenían la cara forrada de musgo negro sino de

pelos que se llamaban barbas, y que no tenían el

cuerpo forrado de cadenas sino de balas para las

armas que usaban, y que no eran awás como

ellos sino que pertenecían a otra raza donde

todos se hacían llamar guerrilleros.

Page 5: Reportajes Awá

De este modo transcurrió la vida en la selva hasta la década de los setenta. Al entrar a la

década de los ochenta, las cosas empezaron a cambiar. La guerrilla aumentó

considerablemente el número de integrantes y ocupó cada vez más territorios. De acuerdo a un

diagnóstico realizado por el Observatorio del Programa Presidencial de Derechos Humanos y

DIH, las Farc consolidaron los frentes 8, 29 y 63, de las columnas Daniel Aldana, Jacinto

Matallana y Mariscal Antonio José de Sucre; mientras que el Eln lo hizo con las columnas

Mártires de Barbacoas, Héroes del Sindagua y la Compañía Camilo Cienfuegos. El defensor

del pueblo de Nariño, Álvaro Raúl Vallejo, explica que esta consolidación de los grupos

guerrilleros se debió a dos razones. La primera es que las dificultades de acceso al territorio de

los awás, con caminos agrestes y zonas intransitables por la vegetación, se convirtieron en una

barrera que le imposibilitó al Ejército entrar a confrontar a los grupos subversivos. La segunda

razón es que los guerrilleros encontraron en la selva muchos poblados totalmente

abandonados por el Estado, sin acueducto, alcantarillado, centros de salud, vías ni escuelas, un

caldo de cultivo propicio para sembrar las ideas revolucionarias.

LA HISTORIA DE CÓMO LOS GUERRILLEROS REEMPLAZARON A ASTARÓN Y TRATARON DE IMPONERLES A LOS AWÁS SUS

IDEAS REVOLUCIONARIAS.

LA LEY DE LA GUERRILLA

Los awás tuvieron que acostumbrarse a obedecer las órdenes de los grupos guerrilleros.

Page 6: Reportajes Awá

No obstante, la indígena Luz Angélica

Chirán, de 69 años, tiene una opinión distinta.

Para ella los grupos guerrilleros se consolidaron

porque Astarón desapareció para siempre de la

selva. Ya nunca se le volvió a escuchar

arrastrando las pesadas cadenas que forraban su

cuerpo, ni lanzando a los precipicios las inmensas

rocas que arrancaba de las peñas. Los

guerrilleros, sin ningún ser superior que los

pudiera castigar, caminaban de noche por la

selva, pescaban con dinamita y les disparaban a

los árboles mayores para afinar su puntería. De

hecho, se convirtieron en la nueva ley de la selva.

La ex dirigente María de Jesús Marín lo explica

con una sentencia contundente: “Era como si

tuviéramos un nuevo dios chiquito”.

Orlando Guanga, de 58 años, recuerda una

anécdota que ilustra esta nueva forma de vida.

Todo sucedió un día en que salió de cacería con

sus hijos, pero al llegar al lugar donde tenía

instaladas sus trampas de bambú no encontró ni

un solo puyoso atrapado. Revisó los alrededores

en busca de una explicación y, en efecto,

confirmó lo que sospechaba: alguien había

llegado antes que él y había desocupado sus

trampas. Se fue, entonces, a buscar a la guerrilla

para ponerle la queja. Al otro día los guerrilleros

aparecieron por su rancho para informarle que ya

habían encontrado a los responsables del robo.

Eran unos jóvenes awás que por pereza de salir a

cazar decidieron vaciar las trampas de él para

comerse sus puyosos a la orilla del río Telembí.

Ahora, como castigo, los tenían abriendo trocha

en uno de los lugares de más difícil acceso.

A Juan Cantincuz, de 62 años, le sucedió algo

parecido. Cierto día, mientras terminaba de

almorzar en su rancho para regresar nuevamente

a trabajar en los cultivos, su mujer

inexplicablemente cayó desmayada. Él la llamó en

voz alta para que regresara pero ella seguía en el

otro mundo. Entonces, construyó rápidamente

una chacana de chonta, acostó ahí a su mujer y,

ayudado por sus hijos mayores, la llevó cargada

hasta donde el curandero, que vivía por los lados

del Chorro Alto, a cuatro horas de camino. Ahí el

curandero le hizo un altarcito donde le rezó

durante la noche para sacarle el shutún, un mal

espíritu de la selva que se le había metido al

tomar agua de una corriente sin pedirle permiso

al río. La mujer, al amanecer, recuperó las fuerzas

y regresó caminando por su propia cuenta a su

rancho, junto a sus hijos mayores y a su marido.

Sin embargo, días después volvió a desmayarse.

Esta vez Juan Cantincuz les dijo a sus hijos

mayores que fueran a llamar a los guerrilleros

para ver si con la ciencia de ellos era posible

curarla de manera definitiva. Los guerrilleros

acudieron de inmediato y, después de revisar los

síntomas de su mujer, le explicaron que ella

estaba padeciendo de parasitosis por tomar agua

contaminada con excremento de algún pájaro.

Pero que se curaría muy pronto si se tomaba las

pastillas que le dejaban y si seguía las

recomendaciones que le daban. Y así fue: la

mujer de Juan Cantincuz no volvió a desmayarse

nunca más.

Muchos indígenas que crecieron bajo la ley de la guerrilla formaron en su conciencia la idea de que los grupos

subversivos son una autoridad legítima.

Page 7: Reportajes Awá

A pesar de eso, la nueva ley impuesta por

los guerrilleros era muy diferente a la de Astarón.

A él lo único que le interesó cuando reinó fue que

los awás vivieran en armonía con la naturaleza y

consigo mismos, mientras que a ellos lo que más

les interesaba era imponerle a los awás sus ideas

revolucionarias. De hecho, según cuentan algunos

indígenas, los guerrilleros organizaban

eventualmente reuniones en cada poblado para

hablar de cosas extrañas como los poderes

oligárquicos, la lucha armada, el marxismo y el

comunismo. María Casaluzán, de 40 años,

recuerda que su padre, uno de los caminantes,

siempre se negaba a asistir a esas reuniones,

porque cuando estaba en su rancho prefería

quedarse acostado en su hamaca descansando de

los largos viajes que a menudo realizaba a los

pueblos de afuera. Hasta que un día los

guerrilleros le advirtieron que si no asistía a la

próxima reunión debía atenerse a las

consecuencias. Él les contestó que nadie podía

obligarlo a hacer lo que no deseaba. Uno de los

guerrilleros sacó su fusil y con la culata le pegó un

golpe en la cabeza que lo dejó inconsciente.

“Después de eso”, cuenta María Casaluzán, “mi

papá no volvió a ser el mismo, ni siquiera se

acordaba de quiénes éramos nosotros”.

De modo que al finalizar la década de los

ochenta, los guerrilleros eran quienes impartían

justicia cuando se presentaba un conflicto entre

indígenas; eran quienes ayudaban a las familias a

resolver las necesidades que tuvieran; eran

quienes organizaban a las comunidades para que

entre todos abrieran nuevas trochas; eran

quienes determinaban las posiciones políticas e

ideológicas que debían seguirse; en definitiva,

eran quienes decidían qué estaba prohibido y qué

estaba permitido. Los indígenas no tenían manera

de oponerse a esta máxima autoridad porque, tal

como le sucedió al papá de María Casaluzán,

podían encontrarse con la culata de un fusil o,

peor aún, con el cañón.

Al iniciar la década de los noventa apareció

un nuevo problema. Sin embargo, la situación en

el territorio indígena, contrario a lo que era de

esperarse, no empeoró, sino que

paradójicamente pareció empezar a solucionarse.

¿Por qué existen los grupos guerrilleros en la selva?

•Los indígenas exponen cuatro razones: Por el abandono estatal, Porque luchan por una vida digna, Porque buscan territorios estratégicos, Porque la guerra es un negocio que los enriquece.

¿De qué forma se relacionan los indígenas con los grupos guerrilleros?

•Una respuesta es que la guardia indígena se impone ante grupos guerrilleros. Otra respusta es que los indígenas deben saber tratar a los grupos guerrilleros para no ser sus víctimas.

¿Cuáles son los grupos guerrilleros con más hechos violentos?

•La mayoría responde que las FARC es el grupo guerrillero que más ha atentado contra los indígenas. El ELN ha protagonizado pocos hechos de violencia.

¿Cuáles son las consecuencias de la presencia de los grupos guerrilleros?

•En primer lugar responden que la guerra desatada al enfrentarse contra el Ejército en los poblados de la selva. En segundo lugar que el miedo generado con sus amenazas.

LO QUE RESPONDEN LOS INDÍGENAS SOBRE LOS

GRUPOS GUERRILLEROS

Los awás y la guerrilla

Page 8: Reportajes Awá

Aquel día los caminantes no solo regresaron a su poblado cargados de alimentos e

implementos, sino también de noticias preocupantes. En un amplio sector de la selva, a

tres días de camino, los inmensos árboles de higuerón, yarumo y guandera habían sido

derribados y la tierra había sido escarbada para arrancarle toda la vegetación y aplanarla.

Ahora, donde antes solo había monte espeso y enmarañado se encontraba un gran

cultivo perfectamente cuadriculado de una nueva especie de palma que nunca nadie

había visto. Los guerrilleros de inmediato fueron a averiguar de qué se trataba para tomar

una decisión.

LA LEY DE LA

UNIPA Y CAMAWARI

LA HISTORIA DE CÓMO LOS INDÍGENAS SE ORGANIZARON PARA OPONERSE A LA LEY DE LA GUERRILLA Y CREAR SUS PROPIAS CONDICIONES DE VIDA.

Los indígenas realizaron largos viajes por la selva para reunirse y empezar a buscar soluciones a los abusos de la guerrilla.

Page 9: Reportajes Awá

Una semana después, en las reuniones que

acostumbraban a realizar, les informaron a los

indígenas que aquellos cultivos pertenecían a

empresas que se dedicaban a extraer aceite de

palmas traídas desde África. No había nada de

qué preocuparse. Esas empresas palmeras, por

ser representantes de las clases oligárquicas, ya

habían sido obligadas a pagar un impuesto de

guerra mensual para poder seguir funcionando.

La vida en la selva debía continuar como

siempre.

Pero no sucedió así. Orlando Guanga fue

uno de los primeros en notar que algo estaba

cambiando. Cada vez que salía de cacería con sus

hijos, encontraba sus trampas de bambú con un

número menor de puyosos. Ahora, a diferencia

de lo que le sucedió años atrás, no había en los

alrededores ninguna huella o indicio de que

alguien le estuviera robando sus puyosos.

Decidió, entonces, dedicarse a cazar guantas con

su lanza de chonta, pero así se metiera a los

lugares más recónditos de la selva le resultaba

imposible encontrar el animal. Lo único que podía

llevar a su rancho cuando salía de cacería eran

unas pequeñas sabaletas y guañas que pescaba

en el río.

A los demás awás les sucedía lo mismo:

ninguno lograba cazar ni pescar lo suficiente. Por

eso, en una de las reuniones, todos les pusieron

la queja a los guerrilleros y les pidieron que por

favor solucionaran este grave problema: tan solo

debían exigirle a las empresas palmeras que

salieran de inmediato de la selva porque la

enorme devastación que a diario provocaban

estaba espantando a los animales y a los peces.

Sin embargo, los guerrilleros se negaron a

hacerlo. Dijeron que necesitaban a esas empresas

porque el impuesto de guerra que ellas pagaban

servía para financiar la revolución con que iban a

cambiar el país.

La situación siguió empeorando con el

pasar del tiempo. Las empresas palmeras

crecieron tanto que ya no era necesario caminar

tres días para encontrar los límites de sus cultivos

sino que en apenas un día se podía llegar. Más de

ochenta familias awás del poblado La Brava

tuvieron que desocupar sus ranchos e irse a vivir

más adentro de la selva, porque sus territorios

fueron totalmente invadidos por los cultivos de

palma africana. Los indígenas, cada vez que se

encontraban en las trochas, conversaban sobre la

indignación que les causaba esta problemática y

sobre el malestar que sentían con la actitud

cómplice de la guerrilla. Pero nadie se expresaba

públicamente por temor a las represalias.

A pesar de eso, un día varios indígenas se

atrevieron a proponerles a otros que empezaran

a organizarse para que entre todos encontraran

una solución. La idea poco a poco fue tomando

fuerza, hasta que en junio de 1990 centenares de

awás de todos los poblados de la selva

desarrollaron en Alto Albí lo que denominaron la

primera gran asamblea general. Ahí, después de

varios días de compartir opiniones y de discutir

posibles estrategias, crearon la Unidad Indígena

del Pueblo Awá, la Unipa, una organización que

se encargaría de enfrentar a las empresas

palmeras en representación de todos los awás.

A diferencia de los indígenas, muchas

comunidades negras de Nariño no se

opusieron a la instalación de

empresas palmeras en sus territorios.

Para ellos, por el contrario, la llegada

de estas empresas significó una

posibilidad de trabajo que les

permitió mejorar sus condiciones de

vida, aunque hay quienes hablan de

explotación laboral.

Para el antropólogo Ángel Vargas, de

la Universidad de Nariño, estas

diferencias entre negros e indígenas

se deben a las dinámicas sociales de

cada uno de estos pueblos. “Los

negros construyen su cultura a partir

del contacto entre ellos mismos;

mientras que los indígenas lo hacen a

partir del contacto con la tierra”,

explica el antropólogo.

Page 10: Reportajes Awá

Gerardo Taicuz, que en aquel entonces

tenía 44 años, recuerda que él y su familia

salieron felices de aquella asamblea, porque

sentían que esta nueva unión social les daba la

fortaleza para enfrentar cualquier problema que

se presentara. No obstante, al llegar a su

poblado, después de dos días de camino, su

felicidad se transformó en desconcierto. La

guerrilla había quemado su rancho y los de sus

vecinos para castigarlos por haber desobedecido

sus leyes.

Varios indígenas, recuerda Gerardo, se

pusieron de acuerdo para ir a reclamarle a los

guerrilleros. Pero él los detuvo y les dijo que

debían actuar conforme a lo decidido en la

asamblea, es decir, unidos como un pueblo y no

aislados como un puñado de individuos. Entonces

mandó a sus hijos mayores a que regresaran de

inmediato a Alto Albí para que les avisaran a los

líderes de la Unipa lo sucedido. Entre tanto, todos

harían una minga para recolectar chonta y bijawa

y reconstruir así sus ranchos.

Tres días después, cuando ya estaban

curando con humo la bijawa para cubrir los

techos, los guerrilleros llegaron y les dijeron que

ellos eran unos indios muy brutos porque no

entendieron el mensaje que les dejaron al

quemar sus ranchos, el mensaje de que debían

largarse a vivir a otro lugar. Gerardo les contestó

que quienes debían largarse eran ellos porque la

selva les pertenecía a los awás. Entonces uno de

los guerrilleros le apuntó con su fusil y le ordenó

que obedeciera de inmediato o de lo contrario lo

mataría. Gerardo se quedó firme en el lugar que

estaba, en una actitud desafiante. De repente, el

guerrillero bajó su fusil y empezó a retroceder,

con el miedo reflejado en su pálido rostro. “Yo

pensé que mi coraje lo había atemorizado”,

cuenta Gerardo riéndose. Pero lo que en realidad

sucedía era que el guerrillero estaba viendo cómo

de las montañas de los alrededores empezaba a

bajar un río de indígenas. Los hijos mayores de

Gerardo, después de correr día y noche por las

trochas sin descansar, regresaban ahora con los

líderes de la Unipa y con centenares de indígenas

que en el trayecto se les habían unido.

Los guerrilleros, cuando todos los indígenas

Los niños awás que vivieron durante la ley de la Unipa y Camawari fueron prácticamente la última generación que alcanzó a conocer lo que significaba vivir de la cacería y de la pesca. Las demás generaciones no pudieron salir de cacería ni de pesca con sus padres.

Page 11: Reportajes Awá

llegaron, se disculparon por la quema de los

ranchos, dijeron que fue un error cometido por

algunos de sus hombres, quienes serían

castigados duramente. Por su puesto, los

indígenas no les creyeron. Pero los obligaron a

que se comprometieran a que no volverían a

aparecer por el lugar, porque de lo contrario ya

no serían centenares sino miles de indígenas los

que vendrían a buscarlos para sacarlos de la

selva.

Este tipo de acciones fortalecieron a la

Unipa, pero la inmensidad de la selva le restaba

efectividad. Había poblados tan apartados que

cuando los líderes lograban llegar a ellos, después

de semanas de viaje, ya los problemas habían

dejado de existir. De modo que decidieron

organizar otra gran asamblea general con todos

los indígenas de todos los poblados de la selva

para buscar una solución. Así, en febrero de 1992,

en Pialapí, nació el Cabildo Mayor Awá de

Ricaurte, Camawari. Las dos organizaciones

trabajarían de modo conjunto, aunque cada una

ejercería un liderazgo directo en determinada

zona. La Unipa, entonces, quedó con jurisdicción

sobre 220 mil hectáreas de selva donde residían

veinte mil indígenas, mientras que Camawari

quedó con jurisdicción sobre 120 mil hectáreas

de selva donde residían once mil indígenas.

Ambas organizaciones, con el apoyo de

varias ONG, entidades de defensa de los derechos

humanos, líderes indígenas de otras regiones del

país y fundaciones sociales, no solo lograron que

la guerrilla dejara de imponer sus leyes en la

selva, sino que además consiguieron que las

condiciones de vida de los indígenas cambiaran.

Muchas trochas fueron convertidas en carreteras;

se levantaron escuelas para que los niños

aprendieran a leer y escribir; y en varios poblados

se construyeron centros de salud, se tendieron

redes eléctricas y se instalaron los servicios de

acueducto y alcantarillado. Lo único que no

lograron la Unipa y Camawari fue cumplir con el

propósito para el cual habían sido creadas: sacar

de la selva a las empresas palmeras.

Ninguna de las dos estrategias que

aplicaron dio resultados. La primera consistió en

interponer demandas legales por invasión de

tierras, pero siempre perdieron los juicios porque

las empresas palmeras contaban con el apoyo

incondicional de los gobiernos de turno y con

poderosos abogados que recurrían a todo tipo de

artimañas. La segunda estrategia, proveniente de

las experiencias de los indígenas paeces en el

Cauca, fue establecer campamentos masivos en

los cultivos de palma africana, pero la Policía

siempre lograba sacarlos a punta de gases

lacrimógenos y de garrotazos. Sin embargo, la

Unipa y Camawari consiguieron que las empresas

palmeras no continuaran expandiéndose por la

selva sino que se quedaran quietas en el

territorio que ya habían invadido.

Así finalizó la década de los noventa: con

dos organizaciones indígenas que, aunque no

pudieron derrotar a las empresas palmeras, sí

lograron arrebatarle el liderazgo a la guerrilla

para imponer sus propias leyes y transformar las

condiciones de vida en algunos poblados de la

selva.

“Uno por meterse como líder se gana

problemas. Pero personalmente, con

todo el acompañamiento de la gente,

con toda la minga humanitaria,

siento que los espíritus de la

naturaleza están conmigo. Si toca

morir pues toca, pero morir con la

palabra pensando en el corazón”,

Rider Pai, líder de la Unipa.

“Existe un riesgo por ser líder, toca

reforzar la seguridad, tomar medidas

preventivas. Nosotros, por decir y

denunciar las cosas de frente, somos

objetivos militares. Pero uno está

rodeado de la gente y hay que seguir

luchando, sin temor”, Rolando

Cantincuz, líder de Camawari.

Page 12: Reportajes Awá

Las opiniones respecto a las carreteras son divididas. Para algunos indígenas fueron lo

mejor que les sucedió porque permitieron abrir las puertas de su territorio para que ingresaran

muchas comodidades que nunca habían conocido. Para otros, fueron lo peor porque

precisamente al abrir las puertas de su territorio se escaparon muchas de sus riquezas culturales.

Lo cierto es que las carreteras cambiaron la forma de vida de los awás. Los caminantes, por

ejemplo, desaparecieron porque ya nadie mandaba a cambiar a los pueblos de afuera los

productos que sobraban de sus cosechas ni los animales que criaba, sino que ahora le vendían

todo a los conductores de los camiones que regularmente ingresaban a sus poblados. En las

noches tampoco volvieron a escuchar las historias de los mayores alrededor del fogón, porque

ahora preferían mantener encendida la radio marca Sanyo que comerciantes llegaderos habían

venido a venderles. Ni volvieron a utilizar en sus techos la bijawa curada a punta de humo,

porque ahora resultaba más fácil instalar las tejas de Eternit que les traían de los pueblos de

afuera. Y hasta los niños dejaron de subirse a los árboles a bajar algún fruto, porque preferían

comer los caramelos y algodones de azúcar que de vez en cuando alguien llegaba a venderles.

LA LEY DEL

NARCOTRÁFICO

LA HISTORIA DE CÓMO UNA NUEVA LEY CONVIRTIÓ LA SELVA EN UN INFIERNO Y AMENAZÓ CON ACABAR PARA SIEMPRE A LOS INDÍGENAS AWÁS.

Durante la ley del narcotráfico, los cementerios de los poblados quedaron repletos de muertos.

Page 13: Reportajes Awá

Además, muchos indígenas aseguran que

las carreteras fueron las principales responsables

de que miles de personas armadas y repletas de

dinero llegaran hasta sus poblados para imponer

una nueva ley, la ley del narcotráfico. Los

analistas, en cambio, explican que las carreteras

no tuvieron nada que ver. Ellos coinciden en que

todo se debió al Plan Colombia, que lanzó una

fuerte ofensiva en los departamentos de Caquetá

y Putumayo, presionando a los narcotraficantes a

buscar nuevos territorios, en este caso el

departamento de Nariño. “La coca”, explica un

reportaje publicado el 13 de octubre de 2002 en

el diario El Tiempo, “parodiando el célebre

principio de conservación de la materia, no se

crea ni se destruye; se desplaza”.

Lo primero que hicieron los

narcotraficantes fue pedirles a los paramilitares

del Bloque Libertadores del Sur que se

encargaran de prepararles el camino. Los

paramilitares, bajo la consigna de acabar con los

guerrilleros, se ganaron la confianza de algunas

empresas palmeras que no solo los guiaron sino

que también los cofinanciaron. Su primera

incursión en el territorio de los awás fue en

noviembre del año 2000 y estuvo compuesta por

60 hombres armados con fusiles Ak 47, todos

bajo el mando de Guillermo Pérez Alzate, alias

Pablo Sevillano. Ellos, en varias camionetas de

vidrios oscuros, se movilizaron por las carreteras

deteniéndose en cada poblado para exigirles a los

hombres que se desnudaran, y ver quiénes

supuestamente tenían en la espalda marcas de

haber cargado un fusil. “Uno de los pobladores se

resistió y fue golpeado hasta morir delante de

todos sus vecinos”, cuenta el texto ‘Las masacres

y los nexos del ejército de Pablo Sevillano’,

publicado en VerdadAbierta.com. Ese día, diez

hombres más fueron ejecutados.

Los paramilitares repitieron este tipo de

acciones en distintos poblados. Los guerrilleros se

replegaron lejos de las carreteras, sin poderse

movilizar libremente como lo hacían antes y sin

poder recibir el impuesto de guerra porque ya las

empresas palmeras se negaban a pagarles.

Algunas familias indígenas se vieron obligadas a

abandonar sus ranchos y se fueron a vivir a los

pueblos de afuera. La mayoría, pese a todo,

decidió quedarse. El miedo que ahora ellos

sentían no se parecía en nada al experimentado

en aquellos tiempos de antes, ese miedo de saber

que Astarón los podría castigar si atentaban

contra la naturaleza o contra los demás awás. No,

este miedo de ahora realmente era el de saber

Los primeros desplazamientos de indígenas durante la ley del narcotráfico se dieron a raíz de las incursiones paramilitares. Luego vendrían otros problemas que también expulsarían a más indígenas de sus poblados.

Page 14: Reportajes Awá

que fácilmente los podían matar sin ni siquiera

haber hecho algo en contra de la nueva ley.

Julio Nastacuaz, de 30 años, recuerda que

su padre le prohibió a él y a sus hermanos que

volvieran a acompañarlo a trabajar en los

cultivos. “Nos tocaba quedarnos en el rancho

cuidando a mi mamá y a mis hermanas,

acostados en las hamacas sin hacer nada

mientras escuchábamos radio”. Sin embargo,

cada vez que veían una camioneta de vidrios

oscuros acercándose por la carretera, corrían a

ocultarse en la selva. Ahí esperaban durante

varias horas hasta que decidían regresar. Por

suerte, nunca sucedió nada grave, tan solo que

siempre encontraban las paredes de su rancho

pintadas con letreros de aerosol, los cuales

indicaban que ahora el territorio le pertenecía a

los paramilitares de Pablo Sevillano.

Los líderes de la Unipa y Camawari no

podían realizar mayor cosa frente a esta

problemática. Aquellos que se encontraban en los

pueblos de afuera se dedicaban a enviar

comunicados a la opinión pública denunciando lo

que estaba sucediendo, pero no se atrevían a

ingresar a los territorios porque en caso de que se

encontraran en una carretera con los

paramilitares morirían torturados bajo la

acusación de ser aliados de la guerrilla. De igual

modo, los líderes que vivían en los territorios

selváticos preferían mantenerse en silencio,

porque sabían que cualquier amago de querer

organizar a los indígenas les significaría la muerte.

Incluso, bajo la nueva ley, el solo hecho de

manifestar que se pertenecía a la Unipa o

Camawari era motivo suficiente para ser

asesinado.

OPINIONES SOBRE EL

NARCOTRÁFICO

CAUSAS

La gente de afuera es la responsable

"Esas plantas las ha sembrado gente que no es indígena, que ha venido de otras

partes": Rolando Cantincuz, líder indígena.

La pobreza obligó a los awás

"Por la misma necesidad la población indígena ha sembrado coca, pero en una

menor escala": Jaime Caicedo, líder indígena.

El gobierno quiere despejar

territorio

"Crearon la imagen de que los indígenas estaban asociados narcotráfico para

quitarnos la tierra": Rolando Cantincuz.

Es una forma fácil de ganar

dinero

"Nuestros indios aquí quieren vivir de lo más fácil, que es sembrar de la coca": María de Jesús Marín, líder indígena.

CONSECUENCIAS

Violencia

"Los indígenas que están en eso reciben la plata, se van a las cantinas, compran

los revólveres, se emborrachan y por ahí se arma la pelea": María de Jesús Marín.

Contaminación

"Eso (fumigación) no logró disminuir el narcotráfico. Lo único que hizo fue afectar al pueblo": Rider Pai, líder

indígena.

SOLUCIONES

Decisión del pueblo

"Si el país y el pueblo no toman la decisión, eso nunca acabará. Nosotros los awás tenemos que tomar la decisión de

acabar con eso": Rider Pai.

Proyectos sociales

"Nosotros estamos desarrollando un exitoso modelo de sustitución voluntaria

de cultivos. Son 40 profesionales que acompañan a cada familia para que salga

adelante con nuevos cultivos": Zabier Hernández, ex funcionario público.

Miradas al narcotráfico

Page 15: Reportajes Awá

Cuando ya los paramilitares terminaron de

preparar el camino, los narcotraficantes entonces

enviaron a la selva a sus trabajadores. Se trataba

de centenares de personas que llegaron en

camiones provenientes de Putumayo, Antioquia y

Valle del Cauca, principalmente. Ellos, bajo la

custodia de los paramilitares, se encargaron de

sembrar la coca, instalar los laboratorios para su

procesamiento y buscar modos de transportarla a

las costas del Océano Pacífico, especialmente al

puerto de Tumaco. En pocos meses, estas

personas no solo devastaron extensos territorios

con sus cultivos, sino que además crearon en

muchos poblados nuevas formas de vida. En Inda

Sabaleta, por ejemplo, levantaron dos discotecas

con piscinas donde bebían Buchanan’s mientras

fornicaban con prostitutas. En Llorente, uno de

los pueblos de afuera, organizaban cada fin de

semana bacanales orgiásticas donde siempre

resultaban asesinadas más de quince personas.

En tan solo dos años, en el 2002, había

sembradas más de 20 mil hectáreas de coca en el

territorio de los awás, según un documento

elaborado por el periodista e investigador Fabio

Castillo. El presidente Álvaro Uribe, que recién

empezaba a gobernar, decidió enviar a más de

tres mil hombres del Ejército y la Policía para que

acabaran con la ley del narcotráfico. Ellos, en los

pueblos de afuera, instalaron bases y retenes

donde detenían a los indígenas para solicitarles

documentos, realizarles requisas y someterlos a

interrogatorios, especialmente a los líderes de la

Unipa y Camawari, a quienes acusaban de ser

guerrilleros. Los únicos que podían circular

libremente sin ningún problema eran los

paramilitares. La razón es que el Ejército y la

Policía se aliaron con ellos para juntos combatir a

la guerrilla. “A raíz de la ley 975”, explica el

defensor del pueblo de Nariño, “hemos conocido

esos lamentables vínculos que se dieron entre la

fuerza pública y el paramilitarismo, vínculos en los

que se cometieron muchas actividades ilícitas”.

Sin embargo, hasta ahora solo dos de esas

muchas actividades ilícitas han sido investigadas

por la justicia. La primera fue la cometida en 2002

por un sargento y dos cabos de inteligencia,

quienes llevaron a los paramilitares al Batallón

Boyacá de Pasto para entregarles ahí a dos

supuestos guerrilleros del Eln que, días después,

aparecieron asesinados con señales de tortura

por la carretera que une a Pasto con Tambo. La

segunda actividad ilícita que la justicia ha

investigado fue la cometida en 2003 por un

capitán y un mayor del Grupo Cabal de Ipiales,

quienes custodiaron a los paramilitares mientras

realizaban una de aquellas visitas a los poblados

para matar a quienes supuestamente tenían

marcas de haber cargado un fusil.

El Ejército y la Policía, después de instalarse

en los pueblos de afuera y de haber fortalecido su

relación con los paramilitares, procedieron a

ingresar a la selva para buscar a los guerrilleros.

Amilkar Ayudín, de 38 años, recuerda que todo

empezó una noche en que él y su familia ya

estaban dormidos en sus hamacas, cuando de

repente escucharon un bombazo que hizo

temblar las paredes de chonta del rancho. De

inmediato él y su mujer se levantaron asustados

sin saber qué hacer, si quedarse en el rancho con

sus pequeños hijos que lloraban a gritos o si salir

corriendo con ellos hacia la selva para ocultarse.

Pero más y más bombazos, acompañados de

ráfagas de fusil que sonaban por todas partes, los

convencieron de que lo mejor era quedarse. A

ratos, cuando los niños lograban conciliar el

sueño, Amilkar se asomaba por la ventana de su

rancho y observaba un espectáculo

impresionante: las balas atravesaban el cielo

nocturno como una lluvia incesante de fugaces

cocuyos.

Al otro día, muchos de los vecinos de

Amilkar empacaron sus cosas y se fueron a vivir a

uno de los pueblos de afuera. Él decidió quedarse

en el poblado con su familia. En la tarde, los

soldados llegaron a su rancho con los cadáveres

de siete guerrilleros envueltos en bolsas negras.

Le contaron que llevaban más de un mes

caminando por la selva en busca de esos

Page 16: Reportajes Awá

guerrilleros, y que ya estaban hartos de las

raciones enlatadas que tenían para alimentarse.

Por eso, en nombre del sacrificio que realizaban

por la patria, iban a llevarse las gallinas y los

cuyes que su mujer criaba. Amilkar les entregó,

además, dos quintales de plátanos y yucas, no

para subirles la moral, sino para asegurarse de no

terminar también él en una de esas bolsas

negras.

Los guerrilleros, frente estos ataques que

cada día los acorralaban aún más, decidieron, a

partir del año 2003, sembrar minas

antipersonales en algunas partes de la selva, para

impedir así que los soldados y los policías

continuaran persiguiéndolos y, en lo posible, para

causarles heridas de gravedad. Las minas también

dejaron amputados a varios awás y provocaron

que la mayoría de familias quedaran confinadas

en sus poblados, sin poder ni siquiera salir a

trabajar en sus cultivos. Por esa razón muchos

más indígenas también decidieron irse a vivir a

los pueblos de afuera. Los que se quedaron

tuvieron que dedicarse a sembrar plátano y yuca

en los alrededores de sus ranchos, obteniendo

cosechas que apenas alcanzaban para alimentar

escasamente a la familia, ya sin posibilidad de

vender nada.

La situación empeoró cuando empezaron a

llegar las avionetas cargadas de glifosato a

fumigar los cultivos de coca. Entonces los awás se

quedaron prácticamente sin qué alimentarse,

porque sus pequeños sembríos de plátano y yuca

alrededor de sus ranchos se secaron, y las gallinas

y los cuyes que criaban murieron apestados. De

igual modo, las empresas palmeras tuvieron que

hacer millonarias inversiones en productos

químicos para combatir un hongo que apareció

en las palmas y que las dejaba sin una gota de

aceite. Por primera vez en tantos años, sus

extensos cultivos empezaron a disminuir de

tamaño: la ley del narcotráfico, sin proponérselo,

estaba logrando lo que no pudo la ley de la Unipa

y Camawari.

“El glifosato”, explica el científico Armando

Arrollo Osorio, de la Subdirección de

Conocimiento y Evaluación Ambiental de

Corponariño, “es un componente químico que al

asperjarse sobre una hectárea afecta

directamente a otras veinte hectáreas,

envenenando toda la flora y la fauna”. Jairo

Los líderes de la Unipa y Camawari han

solicitado insistentemente que el Ejército

y la Policía salgan de sus territorios.

“Porque ellos dicen que entran a

protegernos”, explica Diego Guanga,

secretario de asuntos indígenas de la

Alcaldía de Ricaurte, “pero realmente

entran a destruir nuestra cultura”. De

igual modo, Jaime Caicedo Guanga,

director de la Reserva Natural La

Planada, denunció públicamente que los

soldados estaban ofreciendo dinero a los

indígenas a cambio de información sobre

la ubicación de los guerrilleros, además

estaban enamorando a las jóvenes

indígenas para sacarles ese tipo de

información. “Nosotros”, dice Jaime

Caicedo, “tenemos nuestra autoridad

legítima, que es la guardia indígena, no

necesitamos que nadie venga a

protegernos”.

El Ejército y la Policía, por su parte,

aseguran que es su deber constitucional

ingresar a los territorios indígenas a

combatir la subversión. “Yo no me puedo

comprometer a sacar la tropa porque

tenemos una misión constitucional qué

cumplir. Lo que tenemos es que tratar de

cumplirla dentro de las normas, tratando

de causar el menor impacto ambiental

como también a las comunidades

indígenas”, explicó el general Jorge

Eliécer Pinto Garzón, Comandante de la

Brigada XXIII de Nariño. Además, frente a

los abusos denunciados por los

indígenas, replicó que muchas de estas

acciones son cometidas realmente por

los grupos subversivos con el fin de

empañar la imagen del Ejército.

Page 17: Reportajes Awá

Guerrero, asesor indigenista, agrega que lo más

grave de todo es que las fumigaciones nunca se

realizaron de manera selectiva sobre los cultivos

de coca, sino que “el glifosato fue asperjado

indiscriminadamente por toda la selva”. De

hecho, Javier Dorado, director del Comité

Permanente por la Defensa de los Derechos

Humanos en Nariño, asegura que el propósito

real de las fumigaciones fue “obligar a más

indígenas a que salieran de sus territorios”.

De acuerdo a las estadísticas del Programa

Presidencial de Derechos Humanos, en el 2004,

cuatro años después de que los narcotraficantes

impusieran su ley, más de tres mil indígenas, casi

el 10% de la población total, habían abandonado

sus ranchos y se encontraban viviendo en los

pueblos de afuera. Los más afortunados, aquellos

pocos que habían sido caminantes, llegaban a las

casas de personas conocidas para quedarse unas

semanas, hasta encontrar un trabajo como

obreros de construcción e irse a arrendar su

propio cuarto. Otros, los que no conocían a nadie

en los pueblos de afuera, que eran la mayoría,

tenían dos opciones: hacinarse en los precarios

albergues levantados por la Unipa y Camawari

con la ayuda de organizaciones humanitarias; o

quedarse en las calles con sus hijos mendigando

el pan diario.

A los indígenas que permanecían en la selva

también les quedaron dos opciones: padecer

hambre en la más extrema pobreza o hacer parte

de la ley del narcotráfico. Emilio Guanga, de 27

años, escogió la segunda opción: se fue a trabajar

a los cultivos de coca arrancando las hojas de las

matas para luego enviarlas a los laboratorios. Una

semana después regresó feliz a su rancho con los

bolsillos llenos de dinero. En la tienda del poblado

compró suficientes alimentos para su familia,

relojes y pulseras para sus hermanas, ropa de

marca para él, y luego fue a divertirse en la

discoteca con los nuevos amigos que había

hecho. Sin embargo, no gozaba de tranquilidad.

Todas las noches, bien fuera que estuviera en los

cultivos de coca o bien fuera que estuviera en su

CONSECUENCIAS DE LA VINCULACIÓN DE AWÁS CON LA GUERRILLA

"Los indígenas que se han ido con la guerrilla han aprendido sus vicios, entonces se van masacrando entre ellos mismos. Se les hace que es fácil matar, y eso no debe de ser así": María de Jesús Marín.

LO QUE LE SUCEDE AL AWÁ QUE SE VINCULA CON LA GUERRILLA

"El gobernador indígena tiene prohibido defender al indígena que decide irse para un bando, debe dejarlo que se defienda allá como pueda, porque ese indígena ya no hace parte de nuestra organización ni para bien ni para mal. Es la única forma como podemos estar fuera de estos problemas": Jaime Caicedo.

CAUSAS DE VINCULACIÓN DE AWÁS CON LA GUERRILLA

Por desconocimiento: "Los compañeros no saben lo que hacen ni el daño que les ocasionan a sus familias", Diego Guanga, secretario de asuntos indígenas en la Alcaldía de Ricaurte. / Por reclutamiento forzado: "Los jóvenes indígenas son víctimas de reclutamiento por parte los grupos armados ilegales", Álvaro Raúl Vallejo, defensor del pueblo de Nariño. / Por pobreza: "Se aprovechan de la situación económica de los indígenas y los convierten en guerrilleros o informantes", Jaime Caicedo, líder indígena. / Por su falta de criterio: "Somos débiles, nos dejamos convencer de ver a los armados que llegan en sus carros, o a cambio de un mercado": María de Jesús Marín, líder indígena.

Awás convertidos en guerrilleros

Page 18: Reportajes Awá

rancho, pasaba en vela, sin poder conciliar el

sueño porque temía que en cualquier momento

lo mataran. “Entonces me compré un revolver”,

cuenta, “porque todos los awás que andábamos

en ese negocio teníamos que estar armados para

defendernos matando al que fuera”.

Entre tanto, la guerrilla, con la instalación

de las minas antipersonales, logró recuperarse y

empezó a convocar a los jóvenes awás que

estaban en la pobreza extrema para que se

unieran a sus filas. Los líderes de la Unipa y

Camawari aseguran que fueron muy pocos los

que aceptaron; por el contrario, la mayoría de

indígenas consultados recuerda que fueron

muchos. Alfonso Nastacuaz, de 21 años, explica

que aceptó la propuesta porque era un

muchacho falto de experiencia que se fascinó con

la idea de tener un arma. Los guerrilleros, a

diferencia de lo que hacían en décadas

anteriores, nunca le hablaron de cosas extrañas

como los poderes oligárquicos, la lucha armada,

el marxismo y el comunismo. No, lo único que le

enseñaron fue a disparar un fusil, y luego lo

especializaron en extraer el crudo de los

oleoductos para convertirlo en gasolina que les

vendían a los narcotraficantes. “También nos

dedicábamos a conseguir acetona, cemento,

todos los químicos que se necesitaban en los

laboratorios de coca”, dice Alfonso Nastacuaz

desde la prisión de Cali donde paga una condena

por subversión y narcotráfico.

La selva, entonces, al iniciar el año 2005,

era un infierno. A diario los paramilitares de

Pablo Sevillano recorrían las carreteras en sus

camionetas asesinando al que les parecía

sospechoso; de vez en cuando un soldado, un

policía o un indígena quedaba con sus pies

destrozados al pisar una mina antipersonal;

frecuentemente las avionetas pasaban

asperjando glifosato sobre la selva; cada ocho

días los trabajadores de los narcotraficantes se

emborrachaban y armaban escándalos en las

discotecas con las prostitutas; permanentemente

los guerrilleros incorporaban a más awás para

que les ayudaran a proveer los laboratorios de

insumos químicos; y los indígenas, por su parte,

vivían divididos entre aquellos que derrochaban

el dinero ganado en los cultivos de coca, y

aquellos otros que se morían de hambre sin

poder cultivar nada.

Ese mismo año, sin embargo, nació la

esperanza de que quizás la situación empezaría a

cambiar. El 30 de julio, en horas de la madrugada,

la mayoría de los paramilitares, incluyendo a su

máximo jefe, Pablo Sevillano, se montaron en

varios camiones y salieron rumbo a la inspección

de policía de El Tablón, en el municipio de

Taminango. Ahí, en un acto al que asistieron altos

funcionarios del gobierno nacional, entregaron

Una indígena awá y su pequeño hijo esperan en la parte trasera de un restaurante, en Tumaco, a que les regalen algo de comer. Los dos

llevaban casi dos meses vagando por las calles del puerto nariñense después de haber sido obligados a salir de su poblado.

Page 19: Reportajes Awá

sus armas como parte de un proceso de paz

adelantado en todo el país. “Esta es una de las

desmovilizaciones en la que se han entregado

más armas”, afirma el investigador Juan Carlos

Garzón en un documento titulado

‘Desmovilización del Bloque Libertadores del Sur’,

“con 593 armas de corto y largo alcance; esto sin

contar los pertrechos militares, dentro de los que

se encontraban 88 granadas de 60mm, 293

granadas de 40mm, 120 granadas de mano, 37

granadas para fusil y 1 granada de humo”.

Semanas después la esperanza se

desvaneció: los paramilitares, poco a poco,

empezaron a retornar a la selva, ahora

conformando grupos que se llamaban Águilas

Negras, Mano Negra, Hombres de Negro, Nueva

Generación, Autodefensas Campesinas de Nariño,

Los Rastrojos y Los Fideles. Lo que sucedió, según

explica Fabio Trujillo, ex secretario de Gobierno

Departamental, fue que la desmovilización

apenas se efectuó en algunas zonas de Nariño

como Barbacoas y Buena Vista. No obstante,

Zabier Hernández, ex asesor departamental de

Paz y Derechos Humanos, considera que

realmente todo fue un engaño a la sociedad

nariñense: “Lo único que los paramilitares

hicieron fue reestructurarse y cambiar de jefes,

pero de resto siguieron trabajando para el

narcotráfico, con amenazas a los líderes sociales,

con restricciones a la movilización por las

carreteras y asesinando a los indígenas”. Los

líderes de la Unipa y Camawari agregan, además,

que la desmovilización fue una estrategia de

guerra que, en primer lugar, le permitió al

presidente Álvaro Uribe ser reelegido y, en

segundo lugar, les permitió a los paramilitares

aumentar su número de hombres y armarse más

fuertemente. De hecho, el reportaje ‘Los rastros

de un cadáver’, publicado en Semana.com,

asegura que en Nariño, después de la

desmovilización, “el número de paramilitares se

multiplicó por tres”.

Al llegar el año 2006, la ley del narcotráfico

se encontraba en su máximo esplendor: poseía

50 mil hectáreas de cultivos de coca, contaba con

nuevos paramilitares fortalecidos, tenía a su

servicio a una guerrilla recuperada, y cada día

incorporaba a más awás y a más trabajadores que

llegaban de todos lados del país. Sin embargo,

ese mismo año, el presidente Álvaro Uribe, ahora

en su segundo mandato, lanzó una impresionante

arremetida que consistió en triplicar las

fumigaciones, implementar las erradicaciones

manuales y enviar a la selva a siete mil soldados

más pertenecientes a la Brigada XXIX y a la

Brigada Móvil XIX.

Los resultados de esta arremetida, desde el

punto de vista militar, fueron excepcionales. En

tan solo dos años, el Ejército y la Policía

incautaron más de 320 mil galones de insumos

químicos en las zonas de Roberto Payán, Magüí

Payan y el Patía; decomisaron a orillas del

Telembí 23 lanchas rápidas que servían para

transportar la cocaína por los ríos hasta el

Océano Pacífico; destruyeron varios laboratorios

avaluados en mil millones de pesos; fumigaron

con sus avionetas, según la Dirección de

Antinarcóticos de la Policía Nacional, más de 286

mil 587 hectáreas de selva; y erradicaron

manualmente otras 31 mil 701 hectáreas

sembradas de coca. De acuerdo a un estudio de

la Oficina de las Naciones Unidas Contra las

Drogas, a finales del 2008 habían logrado reducir

los cultivos de coca a apenas 19 mil 612

hectáreas.

Ahora bien, desde el punto de vista de

aquellos awás que vivían en la pobreza extrema,

es decir, aquellos que no se habían involucrado ni

con la ley del narcotráfico ni con la guerrilla, los

resultados de esta arremetida fueron

desastrosos. En mayo del 2006, de acuerdo a los

testimonios recogidos por Gladys Celeide Prada,

del CODHES, los soldados destruyeron los ranchos

de los indígenas del poblado Panelero. Un mes

después, en junio, según lo que cuenta el

reconocido periodista Alfredo Molano en un

editorial titulado ‘Los awás, a las puertas del

exterminio’, bombardearon una escuela de

Page 20: Reportajes Awá

Magüí. En agosto, en desarrollo de una operación

llamada Gladiador, se enfrentaron a las Farc en

un lugar de Barbacoas donde estaban más de mil

300 desplazados, lo que dejó a cinco indígenas

muertos. En julio del 2007, según la Agencia

Presidencial para la Acción Social y la

Cooperación Internacional, en un nuevo

enfrentamiento con las Farc provocaron que los

poblados de Guadual, Arrayán, Cucarachero, San

Antonio, Quelbi y Vegas quedaran totalmente

desolados. Y en septiembre de ese año, según el

diagnóstico del Programa Presidencial de

Derechos Humanos, en otro enfrentamiento con

las Farc, esta vez en la frontera con Ecuador,

obligaron a más de mil indígenas a abandonar sus

ranchos para irse a vivir a Llorente.

En fin, los combates y los bombardeos

desatados durante estos dos años que duró la

arremetida del Ejército y la Policía, desde el 2006

hasta el 2008, provocaron que más de 25 mil

indígenas, casi el 80% de la población total,

abandonaran sus ranchos para irse a vivir a los

pueblos de afuera, según cifras del Programa

Presidencial de Derechos Humanos. Además, las

minas que la guerrilla sembró incluso en los

caminos utilizados a diario para ir de un poblado

a otro destrozaron los pies de 67 personas, entre

ellas 46 indígenas. Y los nuevos grupos

paramilitares cometieron actos de demencia

como asesinar a centenares de trabajadores del

narcotráfico que intentaron huir de la guerra para

buscar otras opciones de vida.

Julio Pai, de 58 años, recuerda que él y su

mujer, así como las otras pocas familias que aún

quedaban en su poblado, vivían prácticamente

encerrados en sus respectivos ranchos, porque a

cada momento los soldados desataban una

balacera o llegaban los helicópteros de la Policía a

bombardear los alrededores. La única razón que

esta pareja tenía para seguir en la selva era la

esperanza de que algún día sus dos hijos

regresaran arrepentidos, el uno de haberse

convertido en guerrillero y el otro de haberse

metido en la ley del narcotráfico. Y así sucedió. El

hijo guerrillero fue devuelto con un balazo en la

cabeza y un letrero donde su comandante

indicaba que lo había fusilado por intentar

desertar. El otro hijo tuvieron que recogerlo en

una carretera cercana, donde los paramilitares lo

dejaron degollado porque se negó a seguir

trabajando en los cultivos de coca. Nadie, ni uno

solo de los vecinos que aún quedaban en el

poblado, acompañaron a Julio Pai y a su mujer en

los entierros. Todos prefirieron permanecer

encerrados en sus ranchos porque el miedo que

sentían era más fuerte que la obligación moral de

ser solidarios.

La arremetida del Ejército y la Policía, con tanques y helicópteros, transformó la selva en un campo de guerra.

Page 21: Reportajes Awá

En el año 2009, el afán de los soldados y

policías por exterminar totalmente la ley del

narcotráfico, así como la demencia de los

guerrilleros y los paramilitares por defender lo

que aún quedaba, desembocaron en dos

masacres que sirvieron para que recién, después

de casi una década de guerra, la población

colombiana y de gran parte del mundo, a partir

de todas las noticias que surgieron en los medios

de comunicación, se enteraran de que una etnia

indígena de raíces ancestrales estaba a punto de

desaparecer.

La Tercera División del Ejército aseguró, a

través de un comunicado, que sus soldados no

tuvieron nada que ver con la primera de estas dos

masacres. Por el contrario, la Organización

Nacional Indígena de Colombia, Onic, y la Unipa

expidieron en conjunto un comunicado donde

explican que todo empezó a gestarse el 1 de

febrero, cuando los soldados de la Brigada XXIX

llegaron al poblado de Tangareal, “entrando de

manera abusiva a las viviendas y obligando

mediante diferentes maltratos a miembros de la

comunidad a dar información sobre la ubicación

de los guerrilleros”. Dos días después, los

soldados se encontraron con los guerrilleros en

inmediaciones del cerro Sabaleta, donde

permanecieron durante tres días y tres noches en

enfrentamientos, hasta que los guerrilleros

decidieron replegarse y los soldados se retiraron

a otro sector de la selva. Los indígenas

aprovecharon que las ráfagas de fusil y los

bombardeos habían cesado para abandonar sus

ranchos e irse a vivir a los pueblos de afuera. Sin

embargo, cuando estaban saliendo del poblado,

el 11 de febrero, los guerrilleros aparecieron y,

según el comunicado de la Onic y la Unipa,

“retuvieron a 120 personas (hombres, mujeres y

niños), las cuales fueron llevadas amarradas a

una quebrada denominada el Hojal de la

comunidad El Bravo y se les observó asesinando a

algunas personas con arma blanca”.

El ex asesor departamental de Paz y

Derechos Humanos, quien se entrevistó

directamente con los indígenas que habían

logrado salir de la selva, recuerda que “al

principio se hablaba de siete muertos, después

aumentaron a trece y al final fueron diecisiete”.

En cambio, el ex secretario de Gobierno

Departamental, indica que “inicialmente se decía

LOS QUE HABLAN DE EXTERMINIO

LOS QUE NO HABLAN DE EXTERMINIO

¿Exterminio de los awás?

Page 22: Reportajes Awá

que eran diecisiete, pero luego se estableció que

eran doce o… trece”. Los medios de

comunicación, por su parte, siempre hablaron de

once indígenas asesinados. La Columna Móvil

Mariscal Sucre de las Farc, en un comunicado

publicado a través de Anncol el 16 de febrero,

aceptó que había asesinado a “ocho awás que

recogían, por grupos, información sobre nosotros

para luego llevarla a las patrullas militares que

desarrollaban operaciones militares en la zona”.

El 23 de marzo, más de un mes después de

cometida la masacre, 700 indígenas de todas las

etnias del país ingresaron a la zona para averiguar

cuántos awás realmente fueron asesinados. En

total, de acuerdo a lo que se observa en el video

que filmaron, encontraron ocho cuerpos en

avanzado estado de descomposición, todos

tendidos a lo largo de una trocha con heridas de

machete y cuchillo, dos de ellos pertenecientes a

mujeres en embarazo.

Fabio Valencia Cossio, ministro del Interior

y Justicia en aquel entonces, anunció que

conformaría una comisión para investigar lo

sucedido e impedir que se presentaran nuevos

hechos de violencia contra los awás. No obstante,

la comisión nunca se conformó y seis meses

después se presentó la segunda masacre de awás

que conmocionó al país y al mundo.

Todo empezó el 23 de mayo, cuando los

soldados, por informaciones obtenidas en labores

de inteligencia, llegaron a realizar una inspección

en el rancho del indígena Gonzalo Rodríguez, en

el resguardo Gran Rosario. Ahí, según la

información que consta en la bitácora de

operativos militares, encontraron varias piscinas

artesanales donde el indígena almacenaba el

crudo extraído del oleoducto para convertirlo en

gasolina que les vendía a los narcotraficantes. Al

momento de proceder a detenerlo, Gonzalo

Rodríguez sacó un arma para defenderse, pero

los soldados actuaron con mayor rapidez y lo

mataron frente a su esposa, Tulia García.

Sin embargo, la versión de los líderes de la

Unipa y Camawari es muy diferente. Ellos

aseguran que los soldados mataron a Gonzalo

Hacinada con sus dos hijos en una habitación de tres metros de ancho por cuatro de profundidad, vive esta indígena awá. Este albergue,

sin embargo, es uno de los más cómodos que existen para dar refugio a los miles de desplazados.

Page 23: Reportajes Awá

Rodríguez simplemente porque sospecharon, sin

ningún fundamento, que era guerrillero. De

hecho, el líder indígena Jaime Caicedo Guanga,

director de la Reserva Natural La Planada, cuenta

que “yo conocí a esa familia, eran de bajos

recursos económicos, eran muy pobres, es

imposible que ellos estuvieran involucrados en la

ley del narcotráfico”.

Lo cierto es que tres meses después, el 26

de agosto, a las seis y media de la mañana,

hombres armados y uniformados ingresaron al

rancho de Tulia García, y la mataron a balazos

junto con todas las demás personas que

encontraron ahí. Fueron en total doce indígenas

asesinados, entre ellos cinco niños y un bebé de

ocho meses. Los asesinos, antes de irse,

recogieron las vainillas de las balas disparadas

para que los investigadores no pudieran detectar

con qué armas se perpetró la masacre.

Algunas ONG nacionales, así como Human

Rights Watch y Amnistía Internacional, señalaron

como responsables a los soldados del Batallón

Contraguerrilla Número 23, quienes habrían

querido impedir que Tulia García o cualquiera de

los miembros de su familia denunciaran a los

soldados que meses atrás mataron a su esposo.

No obstante, el ex secretario de Gobierno

Departamental, asegura que el Ejército no fue el

responsable de esta masacre: “Yo hablé con

varias personas de la zona y todas nos dijeron que

esa masacre fue una vendetta entre

narcotraficantes, porque la familia de Tulia García

estaba metida en esos negocios ilícitos”. La ex

dirigente indígena María de Jesús Marín le da la

razón: “Eso fue entre nuestros propios indios,

pero indios envenenados por la coca”.

Un mes después, el 6 de octubre, el Área de

Vida de la Dijín, capturó en el corregimiento La

Guayacana, en Tumaco, a los autores materiales

e intelectuales de la masacre, todos integrantes

de una banda conocida como Los Cucarachos. El

martes 9 de noviembre del 2010, un año después,

un juez de Tumaco, después de analizar las

pruebas contundentes que presentó la Fiscalía en

el expediente radicado con el número 7758, los

condenó a pagar 52 años de cárcel por los delitos

de homicidio agravado y sucesivo y por concierto

para delinquir agravado. Sus nombres son José

Miguel Castro Bisbicus, Daniel Casaluzán

Rodríguez y Carlos Enrique Malpu, los tres

indígenas awás.

Estas dos masacres provocaron que muchos

más indígenas abandonaran sus ranchos para irse

a vivir a los pueblos de afuera. Aquellos que lo

hicieron a raíz de la primera masacre, la

perpetrada por la guerrilla el 11 febrero, se

hacinaron en el Predio El Verde, donde, según el

‘Informe del pueblo indígena Awá’ realizado por

la Unipa, “no se contaba con suministro de agua,

Para algunas personas como Fabio

Trujillo , ex secretario de Gobierno

Departamental, y la indígena María de

Jesús Marín, tantos años de guerra no

solo acabaron con las riquezas culturales

de los awás, sino que también

corrompieron a muchos indígenas. Ellos

argumentan su idea poniendo los

ejemplos de los awás que se vincularon

al narcotráfico, los que se convirtieron en

guerrilleros, los que cometieron una

masacre e incluso hablan del caso de una

ex dirigente que se robó 293 millones de

pesos destinados a inversión social.

Sin embargo, otros indígenas rechazan

esta interpretación social. Rolando

Cantincuz, ex coordinador de Camawari,

y Jaime Caicedo Guanga, director de la

Reserva Natural La Planada, aseguran

que se trata de una difamación. “El

gobierno quiere crear la imagen de que

los indígenas estamos asociados al

terrorismo, al narcotráfico, para

seguirnos quitando nuestro territorio”,

dice Cantincuz. “Lo que realmente

quieren con esas acusaciones”, agrega

Caicedo, “es dañar nuestra imagen a

nivel internacional para poder tapar con

una hojarasca todos los crímenes que

han cometido contra nosotros”.

Page 24: Reportajes Awá

de todos los tanques instalados por Acción Social

no quedaba ni uno solo en buen estado”, lo que

desató una epidemia de varicela que cobró la

vida de varios niños. Aquellos otros indígenas que

huyeron a raíz de la segunda masacre, la

cometida por un grupo de awás el 26 de agosto,

vivieron una situación aún peor porque, según el

documento ‘La lucha por la supervivencia y la

dignidad’, de Amnistía Internacional, se fueron a

Tumaco, donde “semanas después de su llegada

continuaban viviendo en refugios que ellos

mismos habían construido o durmiendo a la

intemperie”.

Después de tantas muertes, tantos

combates, tantos bombardeos, tantas

fumigaciones y tantas erradicaciones manuales,

el Ejército y la Policía, por fin, en el año 2010,

prácticamente cumplieron con su objetivo de

acabar (o más bien desplazar) la ley del

narcotráfico, una ley que así como las otras leyes

que tiempo atrás se impusieron en la selva

también duró una década. Por supuesto, algunas

hectáreas de selva quedaron cultivadas con coca

y unos cuantos laboratorios siguieron

produciendo cocaína, pero en un número

reducido en comparación al que existía años

atrás.

Los awás que se dedicaban a arrancar las

hojas de las matas de coca retornaron al lado de

sus familias para reconstruir sus vidas, bien fuera

en los desolados poblados o bien en los pueblos

de afuera. De igual modo, los trabajadores del

narcotráfico fueron saliendo poco a poco de los

últimos cultivos que quedaban para montarse en

camiones que los llevaban a otras regiones del

país. Sus discotecas quedaron abandonadas, con

piscinas vacías donde la hierba empezó a crecer

por las ranuras de las baldosas, en medio de las

botellas quebradas de Buchanan´s. Las tiendas

donde compraban alimentos, pulseras, relojes y

ropa de marca fueron cerradas. Los escándalos

que cada fin de semana armaban con las

prostitutas no volvieron a presentarse nunca

más.

Las empresas palmeras también

desaparecieron. Según Víctor Gallo Ortiz, alcalde

de Tumaco, más de 20 mil hectáreas sembradas

de palma africana murieron a causa de un

complejo de hongos llamado Anillo Rojo y

conocido popularmente como La Gualpa, el cual

pudrió los cogollos de las plantas y les impidió el

crecimiento. Muchos científicos atribuyen la

enfermedad a las fumigaciones con glifosato,

además hay algunos que le añaden el

calentamiento global. “El ICA”, dice el doctor

Armando Arrollo Osorio, de la Subdirección de

Conocimiento y Evaluación Ambiental de

Corponariño, “está haciendo un estudio para

determinar cuál fue el efecto de las fumigaciones

sobre las palmas”.

Los guerrilleros y los nuevos grupos

paramilitares quedaron debilitados sin la ley del

narcotráfico, ahora sin poder recurrir a las

empresas palmeras para que, en un caso, los

cofinanciaran de nuevo o para que, en el otro

caso, les volvieran a pagar el impuesto de guerra.

Entonces, sin importarles todos los años que

llevaban matándose por ser enemigos acérrimos,

los dos grupos decidieron unirse en muchos

grupos que han sido llamados las Bacrim o las

Bandas Criminales, los cuales se dedicaron a

extorsionar y a secuestrar a todos los propietarios

de locales comerciales de los pueblos de afuera.

Así, unidos y dedicados a obtener muchas

pequeñas ganancias, lograron rearmarse para

poder enfrentar al Ejército y a la Policía, que

continúa persiguiéndolos con bombardeos y

combates en inmediaciones de los poblados.

Esos combates, sumados a las minas

antipersonales que hay por todas partes,

mantienen acorralados a los pocos indígenas que

aún permanecen en la selva, aquellos que

prefirieron arriesgar sus vidas antes que

abandonar sus ranchos. “Ellos”, cuenta el

defensor del pueblo de Nariño, “están en

condiciones precarias: los niños no pueden ir a las

escuelas, los indígenas no pueden trabajar en sus

parcelas, nadie sale de sus ranchos, hay un

Page 25: Reportajes Awá

problema de desabastecimiento alimentario y

nadie hace nada por ayudarlos”. El problema es

tan grave que, según el documento ‘Consultoría

para los derechos humanos y el desplazamiento

forzado’, realizado por el CODHES, en la mayoría

de poblados existen altos y graves índices de

desnutrición.

De igual manera, los combates y las minas

impiden que los más de 25 mil indígenas que

viven en los pueblos de afuera regresen a la selva.

Ellos no quieren correr la misma suerte de Juan

Dionisio Ortiz, Ademelio Pai, Arcenio Cantincuz y

sus dos hijos menores, Germán y Andrés, quienes

abandonaron el albergue de Ricaurte para

regresar a su poblado, Magüí, donde dos días

después de haber llegado, el 14 de julio del 2007,

murieron al intentar sembrar plátano y yuca en

un campo minado. O la misma suerte de Misael

Malpu y su mujer María Dolores Bisbicus, quienes

ya no soportaron seguir pidiendo limosnas en las

calles de Tumaco y decidieron regresar a su

poblado, Pipalta, donde el 21 de agosto del 2010

sus dos hijos, de 11 y 13 años, murieron

abaleados al quedar atrapados en medio de un

combate.

Por eso, los indígenas han aprendido a

adaptarse a una nueva forma de vida en los

pueblos de afuera, algunos soportando las

condiciones de hacinamiento en los albergues,

otros resignándose a la humillación de las

limosnas, y la mayoría buscando un trabajo para

dignificar su vida, en el caso de los hombres como

obreros de construcción y en el caso de las

mujeres como empleadas de servicio doméstico o

como auxiliares de cocina en restaurantes. Así lo

han hecho Aníbal Casaluzán, de 38 años, y su

mujer Eugenia Taicuz, de 29. Ellos dos, todos los

días, a las seis de la mañana, dejan a sus tres hijos

en una guardería para irse a trabajar, ella lavando

platos en el restaurante El Corrientazo, de

Tumaco, y él revolviendo cemento en la

construcción de una hacienda, en el

corregimiento Bucheli. A las siete de la noche,

ambos regresan a recoger a sus hijos para ir a

encerrarse en una pequeña habitación donde

viven en alquiler. Ahí, después de ayudarles a sus

hijos a resolver las tareas, todos se sientan en la

cama a hacer lo que más les gusta en la vida: ver

televisión. Los niños sueñan con participar en el

concurso ‘Factor Xs’, mientras que ellos dos

anhelan ganarse algunos millones de pesos en el

programa ‘Quién quiere ser millonario’.

Las condiciones de desplazamiento de los indígenas han transformado su cultura.

Page 26: Reportajes Awá

En orden alfabético por título:

Título: Comunicación con los espíritus de la naturaleza para la cacería, pesca, protección, siembra y cosecha en el pueblo indígena awá de Nariño Autor: Gabriel Teodoro Bisbicús, José Libardo Pai Nastacuas, Rider Pai Nastacuas Editorial: Unión Europea, Programa somos defensores Fecha: 2010 Comentario: Es una tesis de grado perteneciente a la Universidad Autónoma Indígena Intercultural (UAIIN) para obtener el título de Formación en Derecho Propio. Este libro ofrece un panorama amplio, con una visión indígena, acerca de todos los seres que pueblan las selvas de los awás. Además indica cómo esos seres afectan a los awás y cómo se puede contrarrestar los males que ocasionan. Título: Condena por muerte violenta de indígenas awá en Ricaurte, Nariño Autor: Oficina en Colombia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Fecha: 18 de julio de 2007 Título: Desmovilización del Bloque Libertadores del Sur del Bloque Central Bolívar Autor: Juan Carlos Garzón Editorial: Fundación Seguridad y Democracia Fecha: 2007 Comentario: El documento habla del accionar de los grupos paramilitares en Nariño. Hace especialmente un recuento biográfico de algunos paramilitares, entre ellos Pablo Sevillano. Título: Diagnóstico de la situación del pueblo indígena awá Autor: Observatorio del Programa Presidencial de DH y DIH. Vicepresidencia de la República Fecha: 2010 Comentario: Es un estudio estadístico de la mayoría de hechos violentos que han afectado a los awás y a otros grupos étnicos de Nariño en la última década. Título: Echando pa’lante. Camino de exigibilidad de los derechos patrimoniales de la población desplazada. Autor: Project Counselling Service Fecha: 2009 Editorial: Coordinación Nacional de Desplazados, ILSA, Kerkinactie Comentario: Es un documento pedagógico que ofrece, en primer lugar, un contexto sobre las causas y las consecuencias del desplazamiento en Colombia. En segundo lugar, presenta un taller para trabajar con poblaciones desplazadas con el objetivo de que conozcan y sepan aplicar sus derechos. La mayoría de líderes indígenas awás lo utilizan para trabajar con las poblaciones desplazadas. Título: Grave situación de indígenas Awá en Nariño Autor: Oficina en Colombia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Fecha: 8 de julio de 2005 Título: Informe del primer semestre 2009 sobre la situación humanitaria y de desplazamiento forzado de la población indígena awá del departamento de Nariño. Autor: Unipa Fecha: 2009 Comentario: El informe hace un recuento de los problemas en que permanece la población awá que ha sido desplazada. Es una recolección de testimonios en los albergues donde se encuentran los indígenas desplazados.

Algunos documentos utilizados

Page 27: Reportajes Awá

Título: Las masacres y los nexos del Ejército de 'Pablo Sevillano' Autor: VerdadAbierta.com Fecha: Octubre de 2009 Comentario: Este reportaje presenta los testimonios que Pablo Sevillano les brindó a los jueces de Tampa, Florida, después de ser extraditado a los Estados Unidos. Título: Los awás, a las puertas del exterminio Autor: Alfredo Molano Fecha: 2010 Comentario: El texto hace inferencias acerca de cómo el Ejército puede estar detrás de las masacres cometidas contra los indígenas awás. Título: Lucha por la dignidad y la supervivencia Editorial: Amnistía Internacional Fecha: Febrero 2010 Comentario: El documento presenta un panorama amplio de los principales problemas que atraviesan los pueblos indígenas en Colombia debido al conflicto armado. Analiza con especial interés los pueblos ubicados en las fronteras, entre ellos el pueblo awá. Título: Organización, territorio y conservación. Las comunidades awás de Ecuador y Colombia frente al manejo del territorio, un caso comparativo. Autor: Juan Pineda Medina Fecha: 2010 Comentario: Es una tesis donde se analiza comparativamente cómo en el último siglo los pueblos awás de Ecuador y Colombia se han organizado políticamente. Título: Políticas públicas para atención al desplazamiento forzado en Nariño Autor: Gladys Celeide Prada Pardo Editorial: CODHES Fecha: Mayo de 2006 Comentario: El documento recrea, a partir de la recolección de testimonios, algunos de los abusos cometidos por el Ejército y la guerrilla contra los awás. Título: Visibilización mediática DDR “Caso Nariño” octubre 2009-enero 2010 Autor: Observatorio de Procesos de Desarme, Desmovilización y Reintegración -ODDR- Editorial: Universidad Nacional de Colombia Fecha: Febrero de 2010 Comentario: El estudio consiste en un diagnóstico que muestra cómo aparece reflejado el conflicto armado de Nariño en los medios de comunicación nacionales y locales. También, como fuente documental, se utilizaron los comunicados expedidos por la Unipa, Camawari y la

ONIC en los últimos ocho años. Muchos de estos comunicados se encuentran sin fecha.

Page 28: Reportajes Awá

En orden alfabético por nombre:

Lea la entrevista realizada a Álvaro Raúl Vallejo, defensor del pueblo en Nariño

El defensor del pueblo quedó aterrado después de haber realizado un recorrido

por la población de Magüí, en las selvas de los awás. La desolación que observó,

las condiciones de miseria y la tristeza de los indígenas quedaron impregnadas

en su memoria. De todo eso y de otros problemas como las minas

antipersonales, los abusos del Ejército, las masacres y la importancia de las

alertas tempranas, habla el funcionario en esta entrevista.

Lea la entrevista realizada a Diego Guanga, secretario de Asuntos Indígenas en la Alcaldía de Ricaurte

Este joven de 18 años, quien empieza a trazarse un camino como líder indígena,

refleja en esta entrevista la posición que tienen muchos jóvenes respecto a los

grupos armados en su territorio. Diego Guanga, entre otras cosas, expresa su

rechazo a la presencia de actores armados en la selva, incluyendo a la Policía y al

Ejército. Además, hace conciencia de cómo su generación, debido a la guerra, ha

sufrido una pérdida cultural.

Lea la entrevista realizada a Fabio Trujillo Benavidez, ex secretario de Gobierno de Nariño

Desde la Gobernación de Nariño, donde ha desempeñado importantes cargos en

las administraciones de Eduardo Zúñiga y de Antonio Navarro, este funcionario

ha observado, analizado e intervenido en las principales problemáticas que han

afectado a los awás. Esto lo ha convertido en un conocedor de todos los abusos

que han sufrido los awás, pero también en un crítico de muchas de las decisiones

de la Unipa y Camawari.

Lea la entrevista realizada a Guillermo Nastacuaz, líder de Inda Sabaleta

Él vivió en carne propia la peor época de los indígenas awás, la época en que el

narcotráfico reinaba en la selva. Un sobrino suyo que se vinculó a la guerrilla fue

luego fusilado bajo la acusación de ser informante del Ejército. Todos los días

debía soportar las balaceras que se desataban entre los grupos armados. Hoy,

Guillermo Nastacuaz, de 56 años, vive como desplazado en uno de los pueblos de

afuera, esperando que el gobierno le cumpla con las promesas de ayudarlo

económicamente.

Algunas de las entrevistas realizadas

Page 29: Reportajes Awá

Lea la entrevista realizada a Jaime Caicedo Guanga, líder indígena

Estudia Derecho en la Universidad Cooperativa de Colombia, en Pasto. Los fines

de semana viaja a su territorio, en Pialapí Pueblo Viejo. Ahí quisiera aprovechar

el tiempo para dedicarse a su hija, de 8 años, y a su mujer. Pero, mientras está en

su rancho, a cada rato llegan a buscarlo otros indígenas para solicitarle asesorías

legales y redacciones de oficios. Esto se debe a que lleva más de 20 años como

dirigente, ocupando cargos tan importantes como el de coordinador de

Camawari y el de secretario de Gobierno de la Alcaldía de Ricaurte.

Lea la entrevista realizada a Jairo Guerrero, asesor indigenista

Este ingeniero agrónomo, especializado en agricultura orgánica, se dedica a

analizar las problemáticas de todos los grupos indígenas que habitan en Nariño,

principalmente de los awás. En sus posiciones plantea hipótesis acerca de un

plan macabro orquestado por el gobierno nacional para apoderarse de las selvas

de los indígenas awás.

Lea la entrevista a Javier Dorado, director del Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos

Su trabajo lo desarrolla en medio de amenazas contra su vida. Sin embargo, nada

lo detiene para salir a hacer recorridos por la selva escuchando los problemas de

los indígenas y luego exigiéndoles a las autoridades soluciones. Es firme al hablar

y sus enemigos relacionan sus posiciones con los grupos subversivos.

Lea la entrevista realizada a Leonel Guanga, líder de los awás desplazados

Salió huyendo de su poblado, Magüí, y llegó a vivir a Ricaurte en condiciones

deplorables. Pero eso nunca detuvo su ánimo para empezar a organizar a los

demás awás desplazados. Conformó el primer Cabildo Awá Desplazados.

Después de muchas gestiones, él y otras familias integrantes del Cabildo han

logrado obtener lotes en Ricaurte para reconstruir sus vidas, lejos de su poblado.

Lea la entrevista realizada a María de Jesús Marín, líder indígena

Es un referente en su zona, una mujer reconocida por su liderazgo como

docente, gobernadora y madre comunitaria. Lo primero que advierte al hablar,

es que no esconde nada, que dice las cosas tal como son. De hecho, muchas de

sus posiciones frente a problemáticas graves se oponen a las de otros líderes

indígenas.

Page 30: Reportajes Awá

Lea la entrevista realizada a Rider Pai, líder indígena

Su tesis de grado para obtener el título de licenciado, titulada ‘Comunicación con

los espíritus de la naturaleza […]’, fue publicada para que los jóvenes conozcan

gran parte de la riqueza cultural que han perdido. Es un docente de 36 años que

se entrega de lleno a las actividades y programas organizados por la Unipa.

Sueña con que algún día la selva vuelva a ser ese territorio maravilloso donde

pasó su infancia.

Lea la entrevista a Rolando Cantincuz, líder indígena

Para él, la guerra es un negocio donde los ganadores son los grupos armados y el

gobierno, mientras que los perdedores son los indígenas awás. ¿Por qué?

“Porque nuestra filosofía es distinta a la de los actores armados y a la del

gobierno, porque hacemos un proceso de resistencia, porque proponemos la paz

y eso no le interesa a nadie, no ve que la guerra deja mucha plata”.

Lea la entrevista a Víctor Gallo Ortiz, alcalde de Tumaco

Para este alcalde, las palmas africanas fueron una opción de desarrollo

económico en su región. De igual manera, considera que la minería es una

posibilidad para encontrar el desarrollo. Su posición, sin embargo, es que la

explotación se dé en condiciones de seguridad ambiental. Tumaco es uno de los

municipios más complicados de Colombia, tanto en materia económica como en

materia de seguridad.

Lea la entrevista a Zabier Hernández, ex asesor de Paz y Derechos Humanos de la Gobernación de Nariño

Es una persona que se ha empecinado en el tema de la paz en Nariño.

Frecuentemente organiza seminarios, encuentros, talleres y foros para encontrar

salidas a problemas de violencia. Los líderes de la Unipa y Camawari confían en él

porque siempre ha demostrado su empeño y voluntad para solucionar

problemas y para atender crisis humanitarias.

Lea la transcripción de algunas de las intervenciones realizadas en el Encuentro de los Awás

El 26 de mayo del 2011, en Pasto, Zabier Hernández y Jaime Caicedo Guanga

organizaron un evento donde los indígenas se reunieron con altos mandos

militares y con medios de comunicación para denunciar los daños ambientales

cometidos por los soldados en la Reserva Natural La Planada. En el evento los

indígenas discutieron con el general Jorge Eliécer Pinto Garzón, comandante de

la Brigada XXIII de Nariño, acerca de la consulta previa que debía realizar el

Ejército para ingresar a los resguardos. El general les respondió que no había

Page 31: Reportajes Awá

lugares vedados para sus hombres porque ellos debían cumplir con la misión

constitucional de defender a la población. He aquí la transcripción de las

intervenciones del general y del líder indígena.

Lea la sistematización por temas de las entrevistas realizadas a 45 personas, entre ellas indígenas awás,

líderes de la Unipa y Camawari, funcionarios públicos y analistas de la situación de los awás.

Los testimonios de algunas de las personas que fueron entrevistadas para

realizar este reportaje, se encuentran aquí organizados en temas y subtemas. No

se han incluido las entrevistas de varios indígenas que fueron entrevistados por

lo doloroso que resultan sus testimonios. Algunos de los temas aquí

sistematizados son: minas antipersonales, grupos armados, narcotráfico,

empresas palmeras, fumigación, paramilitares, abusos del Ejército, awás

vinculados a la guerrilla, masacres y desplazamiento.