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Post-estructuralismo
SEDUCCION SIN
SEDUCCION
Alberto Cardín
Dos preceptos pone el Sabio muy justos y racionales, y por la misma causa nos obliga a los guardar. El primero es: Non respondeas stulto iuxta stultitiam suam, ne efficiaris ei similis; como si dijera: «no respondas a las injurias que el necio te hiciere, porque te harás semejante a él». El segundo: Responde stulto iuxta stultitiam suam, se sibi sapiens videatur: como si dijera: «responde al necio conforme a su necedad, porque no se tenga por sabio».
Huarte de S. Juan, Examen de ingenios
No hablemos de cuerpos, ya que aunquecibernéticamente son ellos los que sustentan la consistencia de la memoria-Wiener decía que la mariposa no puede
tener memoria debido a sus tajantes rupturas morfológicas-, no la garantizan, como se demuestra en el caso de la esquizofrenia, donde el cuerpo, realmente existente, aparece atomizado y no sirve de apoyo a la unidad psíquica.
Hablemos de discursos, y en concreto, de discursos que traten de la moderna Cultura Occidental. Y de discursos que, más que abrumar con sus datos o su rigor teutónico, pretendan seducir con su ligereza, su certera instantaneidad comprensiva, o su panorámico diagnóstico: es éste un arte discursivo de larga tradición en la sociología americana, y de ella ha bebido el periodismo de altura en los USA.
De los conceptos-diagnóstico expresionistas de Packard o Riesman, al «Nuevo periodismo», toda una serie de ramificaciones se extienden ante nosotros, en cuyos nudos podemos encontrar siempre algún gancho conceptual que nos conmueva, que nos dé luz sobre un aspecto o una época de la sociedad americana ( «buscadores de estatus», «muchedumbre silenciosa», «consumidores de cultura», «década del yo», etc.), o sobre su conjunto (la fundacional «sociedad postindustrial» de Bell, o antes «el fin de las ideologías»).
Hay en ellos seducción a la vez que persuasión, como lo había en las dos obras fundamentales de un «comunicólogo» italiano, hoy casi olvidado, Alberto Arbasino, cuyo Off-off podría resucitarse una y otra vez, acertando siempre en la impotencia europea para crear canales de comunicación contraculturales, específicos.
Por más que Lacan, siguiendo a Platón en el Simposio, diga que la seducción se funda en los atributos ocultos del personaje (discurso, más que cuerpo, como Sócrates y Alcibíades sabían) deseado, los agalmata, en tales obras la atracción se explica a simple vista.
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No pasa así con los trabajos de Baudrillard, que han ido perdiendo en atractivo y en fuerza expresiva, casi en la misma medida en que, a su cada vez mayor incapacidad explicativa, iba correspondiendo una preocupación cada vez más obsesiva por la seducción como único elemento fundante del razonamiento y la persuasión.
Se trata de un curioso género de seducción, tan general y dotado de carácter ontológico, que podría equiparárselo con el mana, de no haber destinado ya Baudrillard dicha noción a un uso mucho menos ambicioso (1). He aquí su definición sintética: «la seducción representa el dominio del universo simbólico, del mismo modo que el poder sólo representa el dominio del universo real» (2).
Los términos, como siempre, bailan en Baudrillard, y «real» y «simbólico» no sólo no quieren decir lo mismo que en Lacan, lo que no sería grave, caso de estar así explicitado, sino que están empleados en un sentido vulgar, que se apropia larvada e inconscientemente del · sentido lacaniano.
«Real», en sentido baudrillardiano, y tal como se deduce de su chapucera crítica de Foucault (3), quiere decir «imaginario» en el sentido de Lacan, es decir, el ámbito de las relaciones interindividuales, el ámbito de la praxis sartreana (4).
En cuanto a lo «simbólico», nada tiene que ver con «Mauss, Lévi-Strauss y Bataille, releído a través de Freud», como pretende su admirador J.-Cl. Girardin (5): es, ni más ni menos, que el registro de lo «real» lacaniano, es decir, lo no categorizable, lo invasor, lo fatal, lo que se escapa a los intersticios de la trama simbólica. Es decir, lo opuesto justamente a lo simbólico.
Una relectura, a partir de su idea de la «seducción», de su Crítica de la economía política del signo resultaría a estas alturas altamente prove-
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chosa, para demostrar cómo los deslizamientos terminológicos generan desastres en la concepción de la realidad, o, lo que es lo mismo, que el campo del valor y el del intercambio simbólico no pueden estar separados tajantemente, salvo a riesgo de convertir a este último en un remedo del inconsciente lacaniano, que es lo que inadvertidamente vehicula:
Por un lado la distinción VC/VU no puede equipararse con Se/So, por cuanto que ni VU ni So son definibles fuera del campo de conmutaciones que establece el sistema de los Se (de los VC). Por otro, el ISb no puede estar radicalmente separado del sistema de los Se(VC), en primer lugar porque contradiria su propio término ( = no habría intercambio), y en segundo lugar porque el sistema de los significantes (de los valores de cambio, o es él mismo la trama simbólica, o no es nada).
Lo «simbólico», la trama fundan te de los significados, en la medida en que pueda ser independizada de su conjunto como instancia aparte, no está sometida a intercambio, sino que se impone al intercambio, lo regula, lo norma: es su Ley.
Pero, si aquí el traspié ya está plenamente formalizado, su origen y el indicio de su explicación hay que buscarlos antes, aunque la explicación aparece explicitada después: toda la critica de la economía política del signo de Baudrillard, es decir, su crítica de una supuesta semiología idealista, y su esbozo de una no menos supuesta «antropología revolucionaria de la que el análisis marxista dio los elementos, pero no los supo llevar luego a buen puerto», se funda implícitamente en la posibilidad presentida de una sociedad no fundada en la distinción VC/VU, que servirla de elemento conmutador.
Dicha sociedad, la sociedad primitiva, aparece reticentemente definida (yo diría más bien, confu-
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samente presentida como oscura posibilidad) en su crítica del etnocentrismo marxista de Le miroir de la production: 1) Baudrillard critica, por un lado, burlonamente los análisis «proyectivos» de las sociedades simples que hace la antropología estructural marxista; 2) No contrasta los datos aportados por Godelier con otros datos etnológicos, de forma que se burla de la definición de magia que da Godelier, como si de una simple trasposición se tratara, cuando no es sino la trascripción palabra por palabra de las relaciones entre trabajo y magia tal como Malinowski las recoge sobre el campo; 3) no define positivamente cuál sea la realidad económica de las sociedades «primitivas», dando, en cambio, falazmente la impresión de que es posible tal cosa sin pasar por una previa aplicación hipotética de las categorías de la economía política (lo que los más recientes trabajos de Sahlins echarían rápidamente por tierra); y 4) cree que es posible sortear el etnocentrismo, cuando precisamente éste, tal como se da en Occidente, es la única forma de acceder al conocimiento de las sociedades exóticas (mucho más etnocéntricas), y ha posibilitado la única forma de pensamiento intercultural producido por cualquiera de las culturas existentes (6).
Tenemos pues al critico del idealismo convertido en el más idealista de los etnólogos, en cuanto pretende saltarse todas las condiciones reales de la observación y la teorización etnológicas, sin ofrecer como alternativa más que vagos presentimientos, que ni siquiera van más allá de los pocos textos (etnológicos, ni siquiera etnográficos) que maneja.
No es, pues, de extrañar que quien no comprende ni siquiera las constricciones simbólicas de su propio pensamiento, sitúe el «intercambio simbólico» como algo misterioso situado insoboma-
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blemente más allá de sí mismo ( es decir, del sistema que configura el conjunto total de todos los intercambios sígnicos reales).
Tampoco es extraño que quien sólo está obsesionado por echar abajo («perfeccionándolo») lo que en el fondo considera el sistema de explicación más perfecto de los intercambios económico-sígnicos, acabe convirtiéndolo en fetiche, y otorgándole unas virtudes mágicas que no explica (7).
La magia, realidad inexplicable para Baudrillard -o al menos nunca definida- parece ser para él elmodelo y el deus ex machina tanto de la sociedadde consumo (8), como de la trama de los objetos(9), y finalmente de la realidad misma: ésta apareée en Estrategias fatales, no sólo dotada de virtudes animistas, sino también oscura, impenetrable, y catastrófica.
Es, parece, el final desemboque de un intento de comprender la realidad que, por no distinguir entre trama simbólica, trama interpersonal y realidad bruta no categorizada, acaba cayendo en la fascinación de esta última como caos. Un caso, sin embargo, no indeterminista, sino dinamista, el caos de las fuerzas mágicas de la realidad socionatural, que aparece como uniformemente impenetrable para quien no se conforma con reducirse al sistema de símbolos que le provee su propia sociedad, valorado y cribado por su propia crítica.
El universo social del Foucault criticado por Oublier Foucault (10), y la comprensión del universo natural que desde él se concibe, está tallado por el empirismo del poder. Es, según la tripartición lacaniana, un universo anclado en lo imaginario, donde saber y creencia están definidos por el pulso intersubjetivo de las relaciones de poder. Es, desde el punto de vista epistemológico, un universo fundado en la retórica, en la persuasión o imposición del más fuerte.
El universo tripartito de Lacan tiene, en cambio, un claro penchant agustiniano-aristotélico: se funda en la idea trinitaria como forma de distinguir entre necesidad, contingencia y materia informe (11). Funda el «principium individuationis» en una trama simbólica ontológicamente previa. Y, desde el punto de vista epistemológico, es inductivo-deductivo al modo aristotélico, es decir, parte de un sistema de definiciones fundado en una inducción limitada, en vez de remitir cualquier tipo de conocimiento al diálogo, la refutación, y la convención o la imposición propias de la dialéctica antigua.
Para Baudrillard, en cambio, todo se vuelve seducción: la realidad, cargada de malignidad, por el hecho de ser intrínsecamente impenetrable, sólo atrae con cantos de sirena, y el individuo, lo único que puede hacer es defenderse de ella mediante la ironía o la abstención. Es un universo, como puede verse, submágico, en la medida en que la magia como técnica de intervención en la naturaleza supone que ésta es a su vez seducible, mediante las consabidas fórmulas del contagio, la analogía y la simpatía.
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El problema, desde el punto de vista de la teoría, no está tanto en la renuncia al conocimiento que tal posición supone, sino en sus efectos sociales degradantes: la erística antigua, como bien ha hecho notar Chatelet suponía un estrecho ligamen entre polimatía y politecnía, es decir, el sofista era alguien que hablaba de todo porque tenía una cierta experiencia de todo (11). No tenía otro método que la confianza en su propio poder de seducción, pero éste era eficaz, y estaba fundado en una experiencia, aunque superficial, polimorfa. En cambio, la seducción como fundamento ontológico de la realidad misma, no sólo priva a la acción humana de cualquier rasgo atractivo (la priva incluso del criterio diferencia de la fuerza, al generalizar el poder de las cosas como maremágnum), sino que permite una mayor impunidad a los desaprensivos: siendo todo seducción genérica, cualquier cosa es posible, todo es igualmente cierto, todo está por igual degradado, hasta el punto de que la propia teoría que funda semejante eapaño puede, si no pasar por buena, al menos colar como posible.
NOTAS
(1) Cfr. Economia política del signo. México, S. XXI,1974, donde el mana aparece modestamente reducido a un cierto poder suplementario mágico de las conciencias, para configurar las «Ideologías». Baudrillard tendría que haber repasado la redefinición que L.-Strauss hace de dicho concepto etnológico clásico en la Introducción a l'Oeuvre de Mauss: «símbolo en estado puro, y susceptible por tanto de cargarse de cualquier contenido simbólico» (PUF, 1966, p. L).
(2) «L'ecliptique du sexe», Traverses, 17, p. 4.(3) Oublier Foucault, París, Galilée, 1977. Donde llega a
decir: «en una palabra, el discurso de Foucault es un espejo de los mismos poderes que él describe» (p. 11).
(4) Cfr. Crítica de la Rae. dialéctica, I, Losada, BB.AA.,1963, L. I, cap. B.
(5) «Signos para una política; lectura de Baudrillard», enLa génesis ideológica de las necesidades, Barcelona, Anagrama, 1976, p. 28.
(6) Tal vez Baudrillard no se dé cuenta de que sólo Occidente ha producido una ciencia llamada etnología, fundada, eso sí, en la inevitable paradoja que supone conservar los datos, a la vez que se destruye el objeto observado. Lo que es un efecto necesario del contacto intercultural, y no nada que tenga que ver con una venganza órfica del objeto, como pretende en Cultura y simulacro (p. 16).
(7) La magia nunca recibe una definición técnica en Baudrillard, como ocurre en la etnología moderna desde EvansPritchard. Parece situarse más bien en un estadio frazeriano del asunto.
(8) A la que los bienes le aparecen como «regalos de losdioses», al igual que en los cultos «Cargo». Una comparación, por lo demás, totalmente sacada de contexto. (La societé de consomation), Paris, Gallimard, 1970, p. 28.
(9) Las estrategias fatales, passim, y sobre todo, pp. 161 ySS.
(10) No podría decir lo mismo seguramente del Foucault delos dos últimos tomos de la Historia de la sexualidad, donde su empirismo anterior aparece ampliamente reformado.
(11) Cfr. Lacan, Encare, París, Seuil, 1977, pp. 8&-87, donde utiliza la teoría trinitaria de Rugo de San Víctor, para reformular, en una de sus muchas formas, su teoría del «Triple registro».
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