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http://biblioteca.d2g.com ANA MARÍA SHUA HISTORIAS VERDADERAS

Shua, Ana Maria - Historias Verdaderas

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Relatos

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    AANNAA MMAARRAA SSHHUUAA

    HHIISSTTOORRIIAASS VVEERRDDAADDEERRAASS

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    SOBRE ESTAS HISTORIAS

    La libertad sin fronteras se parece al desierto, a la nada. En literatura, su expresin ms clara es la angustia de la pgina en blanco. Un texto empieza por la definicin de sus lmites. Slo cuando el autor decide lo que no va a escribir, surge la palabra.

    Cuando me propuse escribir estas historias verdaderas, eleg ciertos lmites rigurosos. Quera recopilar recuerdos que mostraran los cambios en las costumbres a travs del tiempo pero que fueran a la vez pequeas narraciones y no slo descripcin. Me propuse que las historias, adems de ser autnticas, tuvieran un elemento de ternura y nostalgia, sin tragedia. Esa decisin impuso un cierto tono al conjunto y le dio un sentido comn a las historias pero tambin hizo que mi trabajo fuera difcil.

    Hay mucha gente con ganas de contar historias, pero poca capaz de retener esos detalles mnimos, sin importancia aparente, que constituyen la esencia misma del relato. Sobre todo, a la memoria cruel le importan poco los momentos felices. Las personas se acuerdan con nitidez de los accidentes, de los asaltos, de las enfermedades, de las desgracias, pero las pequeas alegras se deslizan entre las redes del recuerdo, es tan difcil atraparlas como retener un puado de viento entre las manos.

    Historias verdaderas consiste en esos puados de viento que a pesar de todo logramos atrapar, a lo largo de cinco aos, yo y las personas que, a veces sin saberlo, colaboraron con este libro. A todos ellos, y especialmente a la abuela Pepa, al abuelo Salo, al Informante Misterioso, a mis compaeros del colegio y de la Lista CNBA68, mi agradecimiento: en este caso, sin lmites.

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    De Anteayer

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    CENIZA GRIS DEL RECUERDO

    Hace slo setenta aos, en Buenos Aires, un chico de ocho aos que con el tiempo llegara a ser el abuelo Salo se levant una maana y vio grandes colinas grises amontonadas contra el cordn de la vereda. Era la nieve radiactiva de El Eternauta? Quizs lo sera, con el tiempo. Todava faltaban muchos aos para que apareciera la revista Hora Cero, con la inmortal historieta de Oesterheld. Por el momento, era ceniza. Se trataba de un volcn, dijo la radio, que haba hecho erupcin en Chile dejando treinta centmetros de ceniza en el sur de Mendoza, cinco centmetros en las calles de Buenos Aires y hasta tres milmetros en Ro de Janeiro.

    Eso me cuenta el abuelo Salo y yo, mujer de poca fe, tengo mis dudas. Ser verdad? Por qu nadie nunca me cont sobre la erupcin del Quizapu? Internet, depsito de infinita sabidura (o por lo menos de informacin en buena cantidad), me dice que s, que Salo tiene buena memoria. La erupcin del Quizapu se produjo en 1932 y fue un fenmeno de magnitud sesenta veces mayor que la erupcin ms grande de los ltimos aos, la del Hudson, en 1991. El Quizapu, tambin llamado Cerro Azul, est en la frontera con Chile, a la altura de Malarge. Hoy, una erupcin de esas caractersticas podra interrumpir por varios das el trfico areo entre Chile, Argentina y Brasil, porque parte de las cenizas permanece mucho tiempo en el aire antes de depositarse. La ceniza est formada por partculas muy angulosas de vidrio volcnico, que si llegan a ser absorbidas por las turbinas de los aviones, las inutilizan a causa de la friccin.

    Por la misma razn, cuenta el abuelo Salo que las amas de casa recogan la ceniza en tachos: era abrasiva y serva como polvo limpiador para lavar las ollas. Las malas lenguas decan que los Kauchaner, dueos de Puloil, el ms famoso polvo limpiador de todos los tiempos, les compraban la ceniza a los cirujas.

    Aos despus el abuelo Salo estudiaba en la facultad de Ingeniera. En segundo ao tuvo que dar examen de Mineraloga. Vena muy preparado en la bolilla de Vulcanologa... pero de las dems no saba gran cosa. Como si la suerte se estuviera burlando de sus deseos, al alumno que iba delante le toc justo lo que ms saba l. La bolilla que sacaba cada alumno se dejaba a un costado y el prximo que vena tena que meterla adentro otra vez y hacer girar el bolillero. El joven Salo hizo como que meta adentro la bolilla tan deseada y, sacndole la lengua en secreto a la suerte esquiva, fingi sacar una nueva, cuando en realidad se haba quedado con Vulcanologa en la mano.

    Contest muchas preguntas con conocimiento y soltura. Finalmente le pidieron que hablara sobre la erupcin de 1932. Dio todos los detalles y contest correctamente el nombre del volcn: Quizapu. Ya aprobado el examen, como detalle curioso, el profesor le pregunt si saba por qu se llamaba as. Y como Salo no tena la menor idea, le explic que la expedicin que sali a investigar lo estaba confundiendo con otro volcn, el Descabezado Grande. Cuando finalmente vieron el crter, le preguntaron el nombre a un lugareo, que contest, con toda sinceridad, "Qui za pu", que significa "Qu s yo".

    En qu idioma? le pregunto yo al abuelo Salo, que no perdi ni el pelo ni las maas.

    En araucano dice Salo.

    En un dialecto del sur de Italia dice su mujer, la abuela Pepa.

    Aunque por razones lingsticas me inclino ms hacia la hiptesis de la abuela Pepa, decido no interferir en la discusin. Los dejo exponiendo sus argumentos y me voy pensando en esa mezcla de araucanos con tanos del sur ms un poco de judos, rabes, galeses y coreanos que somos los argentinos y vaya a saber qu erupciones nos depara el futuro. Qui za pu.

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    CUATRO METROS CUADRADOS

    Ojal pudiera inventar estas Historias verdaderas pero ya lo intent y no me sale. Para viajar al pasado de la ciudad, del pas, no tengo otra mquina del tiempo que mi propia memoria y, sobre todo, los recuerdos ajenos.

    Por suerte conozco a una persona que tiene un recuerdo muy claro, muy intenso de los aos de su niez. Esta vez se trata de alguien que prefiere mantener su identidad en secreto. Lo llamaremos el Informante Misterioso. En un cuaderno de hojas cuadriculadas ha dibujado el breve plano de un mundo: las diez manzanas de su infancia, delimitadas por avenida La Plata, Boedo, San Juan y Belgrano. Me seala el lugar donde quedaban su casa, la escuela, la panadera y la ubicacin fundamental de la fbrica de churros.

    La calle Independencia me cuenta era nuestro patio de juegos. Para que lo entiendas, tens que pensar que cambi mucho desde entonces. Por algo se jugaba en la calle. No pienses en el trfico de ahora. Para empezar, haba plazoletas en el medio. Pero adems las veredas mismas eran anchsimas, tenan unos cinco o seis metros. Imagnate si seran anchas que haba en ese entonces kioscos de vereda, un poco a la manera de Pars. En la ochava de Independencia y Boedo se levantaba uno de esos kioscos, que meda exactamente dos metros por dos metros. El kiosquero nos venda caramelos, oruz, bolsitas de gofio, chocolatines guila, los de las famosas figuritas. Haba dos figuritas tan difciles que nunca me las voy a olvidar, tena todo el lbum lleno y me faltaban esas dos para conseguir la bicicleta: eran El Tucn y El Diplomtico.

    "El kiosquero era un muchacho joven que viva all mismo, en el local. Era su mnima casita. Un da se enamor de una chica del barrio, una morochita que viva en la cuadra. Noviaron, se casaron... y se instalaron a vivir en la casa del novio, es decir, en el kiosco. All naci su hijo, y toda la familia vivi durante quince aos en la vereda, en ese lugarcito de dos por dos que adems todos los das tena que abrir al pblico.

    "Hace poco una escuela de la zona hizo un homenaje a la memoria del barrio. Yo pasaba por casualidad y entr a ver de qu se trataba. De pronto veo que un seor con un papel en la mano se separa del pblico, sube a la tarima y empieza a leer. El ttulo de su discurso era 'Cuatro metros cuadrados'. Ese hombre haba sido el chico del kiosco, que estaba all, contndonos su vida en esa increble casita de juguete!

    El Informante Misterioso est emocionado y yo tambin.

    Y a qu se dedica el hombre? le pregunto. Le fue bien?

    S. Tiene varios kioscos. Dice que es muy buen negocio para el que lo conoce por dentro.

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    DOA CLARA Y LAS VUELTAS DEL DESTINO

    La familia de mi marido atesora una ancdota extraordinaria que se transmite de generacin en generacin, un recuerdo que dota de protagonismo a la abuela Clara en la mismsima historia de la ciudad.

    El marido de doa Clara trabajaba de vendedor a plazos. Era "cuentenik", una palabra que deriva de "cuenta". Todas las maanas haca un gran paquete de tela donde pona lo que llevaba para vender (sobre todo ropa), se lo cargaba al hombro y sala a tomar el tren para vocear su mercadera en los suburbios.

    Doa Clara, que todava no era abuela para entonces, pero en cambio era ya madre de ocho hijos, abra su mercera, un modesto negocito de barrio que quedaba en Anchorena entre Tucumn y Zelaya. Lo ms notable de la mercera era una radio enorme, tan grande que volva verosmil la vieja broma que se les haca a los chicos sobre los enanos que vivan adentro. En la parte de arriba del local estaba la vivienda de la familia. El edificio existe todava y al pasar por el Abasto los padres se lo sealan a sus hijos con el corazn rebosante de orgullo. Doa Clara estaba siempre sentada detrs del mostrador y no tena empleados ni los necesitaba, porque no se puede decir que los clientes se agolparan en su negocio. Quizs por eso hubo tan pocos testigos de la historia que cambiara su vida.

    En la mercera entr un da lejano un hombre moreno, de sonrisa brillante y pelo engominado. Un hombre que cantaba como nadie, cuya sonrisa conquistaba el mundo. Un hombre cuya fama ya para entonces haba trascendido las fronteras del barrio, de la ciudad, del pas.

    La abuela Clara se qued mirndolo alelada: era el autntico Carritos, el mismsimo Carlos Gardel. En su mano derecha sostena un elemento inslito para la pica gardeliana: no era una guitarra, no era el brazo de una bella mujer; era, blanco y pequeo, un botn de camisa.

    Con paso calmo el Zorzal Criollo se aproxim a la abuela Clara y sealndole el puo de su camisa desprendido, donde se vean an algunas hilachas, pronunci con su voz mgica y sin embargo levemente gangosa estas palabras inolvidables:

    No me cosera este botn, seora?

    Conmovida y feliz, la mujer que llegara un da a ser la abuela Clara, tom el botn, enhebr una aguja con hilo blanco, y con manos trmulas cosi el botn del Morocho del Abasto. Entonces, con su acento inconfundible y ese tpico ingenio gardeliano que lo defina y que brilla en tantas de sus ancdotas, el Mudo emiti estas asombrosas palabras, escribindolas en forma indeleble en los anales de la familia:

    Gracias, seora dijo el Zorzal. Y se fue.

    Quien no sepa apreciar el inestimable valor de esta historia no tiene argentino el corazn!

    Este invalorable recuerdo de familia fue publicado en el diario Clarn en el ao 2002. Inmediatamente comenzaron a llamar parientes de doa Clara que no conocan la ancdota y hasta se atrevan a dudar de su autenticidad. Pero cuando lo ley el to Martn, fuente de todo recuerdo y sabidura, quiso hablar conmigo. "Aqu hay un error" me dijo. "Y si esto se vuelve a publicar, es importante que lo corrijas. No fue un botn del puo. Fue un botn de la pechera". Aclaro, entonces, este detalle fundamental que demuestra todava ms proximidad fsica, una mayor intimidad, si se quiere, entre nuestra abuela Clara (yo no la conoc, pero me jacto de ser su nieta poltica) y el Troesma.

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    POR AMOR A LA MSICA

    VITROLERA

    Letra de Joaqun Gmez Bas

    La mersa te junaba desde abajo. Tu trabajo era un esgunfio eterno con vitrola. Si en tu noche, tan sola, se daba carambola, enganchabas al punto con biyuya que te llamaba suya por el derecho misho de unos mangos.

    Hay que admitir que el mismsimo abuelo Salo fue alguna vez un chiquito de ocho aos. Y un domingo a la maana su to lo llev al caf donde se reuna con sus paisanos. Estaba en Castelli y Corrientes y tena una atraccin muy especial: una linda vitrolera.

    Presta atencin. En cuanto entremos, van a poner mi msica dijo el to. Y tarare una cancin de amor de ltima moda, que cantaban Nelson Eddy y Jeanette McDonald, estrellas del primer cine sonoro.

    Desde la puerta del caf, el abuelo Salo la vio: hermosa, atrevida, prohibida, imposible, la vitrolera mostraba las rodillas subida a su tarima, expuesta a las miradas de los hombres. En cuanto los vio entrar, puso la msica del to. Salito, ocho aos, puro ojos, puro odos, escuchaba boquiabierto.

    En mi adolescencia sesentista, mis compaeros del colegio se juntaban en casa a jugar al truco. Las chicas jugbamos tambin pero, a pesar de los prejuicios contra nuestro sexo, resultbamos menos hbiles en las artes de la mentira y sola suceder que quedsemos afuera. Entonces los muchachos seguan jugando y nosotras nos hacamos cargo del tocadisco, un Winco empotrado en ese famoso mueble de la poca, el combinado. Ponamos los simples de 45 o los long-play de 33 revoluciones (Rita Pavone, el Dcimo Explosivo, El Club del Clan, Trini Lpez), mientras ellos seguan truqueando. A mi madre esta situacin le pareca francamente intolerable, denigrante. Yo no terminaba de entender por qu se enojaba as y qu quera decir cuando nos gritaba, con tanta indignacin, "Parecen vitroleras!".

    La palabra "vitrola" viene de la marca de los primeros aparatos reproductores de sonido, la Vctor Talking Machine Co., que despus se convirti en la RCA Victor, la Radio Corporation of America. Las vitrolas de los aos treinta todava eran mecnicas, se les daba cuerda y se ponan los discos, a 78 revoluciones por minuto, cada cara del disco tena un solo tema y haba que darlo vuelta manualmente para escucharlo del otro lado. Para que hubiera msica todo el tiempo, una persona tena que encargarse en forma permanente de la vitrola, y se era el trabajo de la vitrolera. Sentada al lado del aparato, en un palco o en una tarima, con su pollera cortona y sensual y las piernas cruzadas, la chica mostraba siempre un poquito ms de rodilla de lo que la decencia permita. Ah, justo en el lmite de la fantasa, en ese ambiente espeso de varones (las mujeres no iban al caf), la vitrolera no era exactamente una mala mujer, pero tampoco se poda decir que fuera una chica buena.

    El to del abuelo. Cmo imaginarse que alguna vez lo iban a llamar as. Por el momento, el to de Salito era muchacho joven, polaco, bohemio, pobre y enamorado de la msica. Tambin un excelente tejedor, especialista en fajas, ducho en la destreza textilera de entrelazar los hilos de goma con los del algodn. Pero como no slo de pan vive el hombre, el to viva tambin de su amor a la msica. Se las haba arreglado para que lo tomaran como comparsa en el Coln. Sus patrones en la fbrica textil apreciaban mucho su trabajo, pero ya saban que cuando haba ensayo general en el Coln el hombre desapareca. Era intil amenazarlo con el despido: nada le produca tanta felicidad como estar disfrazado, compartiendo el escenario con los

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    mejores tenores del mundo. "Estuve a un metro de Tchaliapin!", gritaba entusiasmado. "Ian Kiepura me cant casi al odo!", deca, con una alegra inmensa.

    El abuelo Salo recuerda y suspira. Es cierto, su to amaba locamente la msica. Pero quizs nunca estuvo tan enamorado como l, a los ocho aos, de aquella maravillosa vitrolera.

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    MARIPOSAS BLANCAS

    Todo consiste en estar en el lugar indicado y en el momento justo me dice el Informante Misterioso, mientras caminamos por la calle Independencia entre el 3500 y el 4000. Aqu, cuando yo era chico, haba plazoletas.

    Y debe ser cierto, porque no hay ms que entrecerrar los ojos y surgen, temblorosos pero coloridos, los fantasmas de las plazoletas elevndose en medio del trnsito loco.

    Como pequeos oasis en el desierto de cemento, las plazoletas de Independencia estn llenas de bancos y de parasos. Es verano y hay un montn de chicos de pantalones cortos, sostenidos por tiradores, jugando como si la vida fuera eterna. Muchos juegan al ftbol.

    Y esos que estn all? le pregunto al Informante, mi gua en este viaje por el tiempo.

    Ah estamos jugando a "cachurra monta a la burra". Varios chicos se ponen agachados contra la pared y los otros se tienen que subir y tratar de aguantar montados. Los que hacen de "burra" no pueden probar cualquier corcovo: el sistema aprobado para desmontar al jinete es un movimiento de vaivn perfectamente reglamentado.

    Mira, juegan a las bolitas.

    Por supuesto, es una de nuestras diversiones principales. Las ms deseadas se llaman "ojitos", se consideran japonesas y tienen unas transparencias muy apreciadas. Los bolones grandes tambin valen mucho, y adems son muy tiles para barrer a las otras en el juego del "tringulo", aunque solamente se pueden usar una vez.

    Ah te veo, ests corriendo a lo loco.

    Claro, estoy tratando de remontar un barrilete. Los hacemos con caas que se venden en la librera, junto con el papel barrilete. Fabricarlo es una parte importantsima de la diversin. Casi todos tienen los colores de los equipos de ftbol. Hay una broma cruel que te pueden hacer con el barrilete; cuando te pasa, es algo terrible. Mientras ests jugando a otra cosa, alguien, generalmente un chico ms grande, te desenrolla un poco el ovillo, corta el pioln, lo deja atado con un nudo corredizo y lo vuelve a enrollar. Cuando empezs a dar los tironcitos para remontarlo, el nudo se va desatando de a poco y de pronto te quedas con el pioln en la mano y ves que tu barrilete ah arriba, suelto en el viento, se va, se va...

    Algunos chicos arrancaron ramitas de los parasos y las estn pelando, sacndoles las hojas y los brotes. Despus corren con las ramas peladas azotando el aire.

    Las usamos para cazar mariposas me explica el Informante Misterioso. Mira: ah estoy yo otra vez, tratando de acertarle a una mariposa blanca. sas son las mejores. Dicen que algunas tienen nmeros en las alas y que las compran en las farmacias: pagan muchsimo. Son las famosas mariposas lecheras!

    Alguna vez viste una?

    Nunca, ni conozco a nadie que las haya visto, pero no por eso pierdo las esperanzas me dice el Informante Misterioso.

    Los fantasmas de las plazoletas se desvanecen en el viento. Otra vez es invierno, otra vez estamos de este lado de la realidad, en el siglo XXI. Una mariposa blanca con el nmero siete dibujado en las alas se posa sobre mi mano y desaparece volando. Ahora sabemos que las mariposas lecheras existen de verdad. Slo nos falta averiguar si realmente las compran en las farmacias.

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    TINTORERA, FULGOR Y LEYENDA

    Pocos porteos que no sean de origen japons pueden jactarse de tener un to tintorero. La tintorera del to Martn queda en Lavalle, entre Florida y San Martn. Uno de los ltimos bastiones de los antiguos mtodos tradicionales de limpieza y planchado, resiste dignamente los embates de la posmodernidad, es decir, la competencia desleal de las tintoreras ecolgicas. (No cobran lo mismo ni limpian lo mismo, comenta, indignado, el to Martn.) Desde siempre trabaja con los hoteles de la zona, que le dan a lavar su ropa blanca y la ropa que los huspedes entregan para tintorera. Los amigos de la casa tienen all, en forma permanente, un pantaln en estado impecable esperndolos. Pasan por la tintorera, se cambian y dejan a limpiar el que llevaban puesto.

    Si uno pasa caminando por la cuadra, todo lo que se ve es un local pequeo, atestado, con mucha ropa colgada y el espacio apenas necesario para un mostrador y cuatro planchas tradicionales. Pero no se dejen engaar: sa es nada ms que la punta del iceberg.

    Hacia adentro, el lugar se convierte en una suerte de laberinto de pasillos y cuartos sin apertura al exterior, donde trabajan las costureras, se hacen los teidos y se cuelga ms y ms ropa. Ese extrao laberinto llega hasta el corazn de la manzana y en los ltimos aos el to Martn ha conseguido un local contiguo que le permite tener una salida por San Martn. Una especie de oscura galera sin ventanas parecida al tnel que podra hacer un gusanito royendo el interior de la manzana.

    Este ao se cumplen cuarenta y nueve aos que estoy alquilando aqu me cuenta el to Martn.

    Tanto? Y te acords qu haba antes de que instalaras la tintorera? le pregunto.

    Ah, ni me hables, como para no acordarme, haba una tabaquera, no sabes los problemas que me trajo con la ropa, solamente a m se me ocurre poner una tintorera en un local as. Y encima siempre cae gente molesta a preguntar por el anterior inquilino, que en realidad apenas si lo conoc. Era un muchacho joven, inmigrante, que les alquilaba a los mismos dueos que yo.

    Qu raro que vengan a preguntar por l despus de tanto tiempo le comento con curiosidad.

    S, incluso hay un tipo que lo estaba investigando y se vino un par de veces de Norteamrica. Hay gente que no tiene nada que hacer.

    Y quin era el anterior inquilino? Por lo que me conts debi ser alguien conocido.

    Bueno, puede ser. Era un muchacho griego, uno que despus se hizo muy rico con lo de los barcos, ese famoso que sala siempre en las revistas, cmo era que se llamaba? Uno que tena un nombre largo y raro y el apellido creo que empezaba con O...

    Onassis? Aristteles Onassis?

    S, se, nunca me sale el nombre. Lo que me cost sacar el olor a tabaco! Al final en algunos lugares tuve que rellenar con mampostera para que no se me impregnara toda la ropa.

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    AL COLN, AL COLN!

    Se supone que la institucin de la claque, ese grupo de gente que va al teatro sin pagar entrada pero con la obligacin de aplaudir, naci oficialmente en la Francia del siglo XVII. Parece que el famoso cardenal Richelieu (el archienemigo de Los Tres Mosqueteros), como favorito del rey Luis XIII, poda conseguir cualquier cosa de los franceses... excepto que fueran a ver sus malas comedias en verso.

    Pronto encontr una prctica solucin: para cada funcin enviaba al teatro a otro regimiento de soldados, por supuesto sin uniforme y con orden de aplaudir, lo que hacan con gran entusiasmo porque ese da les pagaban doble soldada.

    La claque es parte de la historia del teatro argentino. Cada vez ms desprestigiada a lo largo de los aos, hoy subsiste apenas en el teatro de revistas. Sin embargo, hay que tener en cuenta que, despus de Richelieu, los actores, directores o dueos de sala ya no tuvieron tanto poder (ni dineros del Estado para dilapidar), de modo que en realidad la claque pas a estar formada por espectadores con poco dinero pero mucho gusto por el teatro. Entre otros, por ejemplo, el muy querido Alberto Olmedo empez integrando la claque del teatro La Comedia de Rosario.

    Existe hoy la claque en los teatros oficiales? le pregunto al dramaturgo Ricardo Halac, que fue alguna vez director del teatro Cervantes.

    No. En cambio hay una claque extraoficial del teatro independiente: son los amigos, que no pagan entrada y aplauden nuestros espectculos.

    Pero se puede confiar en una claque tan exigente? Los amigos son el pblico ms severo!

    Nadie dice que a la claque oficial el espectculo siempre le gustaba. Muchas veces salan hablando pestes, pero mientras estaban en la sala, aplaudan. Igual que los amigos.

    Hablas por experiencia?

    Ms de lo que te imaginas. En mi adolescencia, aos cincuenta, yo iba al Colegio Carlos Pellegrini. Quedaba muy cerquita del teatro Gran Splendid, que hoy es esa enorme librera. La gente del teatro se empez a fijar en un grupo de amigos, los seis, ocho mejor vestidos, que bamos de vez en cuando a las funciones. Nos propusieron formar parte de la claque y, por supuesto, aceptamos encantados.

    He ledo algn reportaje a Plcido Domingo oponindose con tanta energa a la presencia de la claque en los teatros de pera, que da cuenta de su salud y existencia en el mundo entero. Sin embargo, hoy, en el Coln, no hay una claque organizada. Se comenta que la gente que entra con pases e invitaciones que es mucha y muy amante de la msica es una suerte de claque extraoficial.

    El abuelo Salo (cundo no) tiene una experiencia personal al respecto. Cuando uno de sus tos trabaj de comparsa en el Coln, le pagaban con un sndwich y un Naranjn. Treinta aos despus, all por los mticos sesenta, el abuelo Salo, ya con un status social ms elevado, se decidi a formar parte de la claque, sin ms pago que el de poder entrar gratis a escuchar peras y orquestas. Las mujeres de la claque iban a cazuela, los hombres a tertulia, es decir, tenan que estar parados. Pero el abuelo Salo le daba una propina al acomodador, y el hombre se encargaba de avisarle cuando haba un banco libre: por ejemplo, el del polica de seguridad que ms de una vez faltaba con aviso.

    Y tenan obligacin de aplaudir? le pregunto al abuelo. Les indicaban cuando tenan que gritar "bis" o "bravo"?

    No, no: cada uno aplauda cuando quera. Tampoco estbamos todos juntos aparte, como para que nos dieran indicaciones, sino que asistamos a la funcin mezclados con el resto del pblico.

    En cambio s tenan una obligacin que result ser bastante pesada: la claque deba asistir a todas las funciones, aunque ya la hubieran visto. Si daban una pera cinco veces, las cinco veces tena que estar all aplaudiendo. Cuando entraba al Coln, tena que firmar en el

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    Registro de Claque. Muy pronto el abuelo Salo se dio cuenta de que quizs no era tan melmano como se haba imaginado. Y despus de un par de retos del Jefe de Claque por faltar a las funciones repetidas, decidi darle un destino ms libre a sus horas de ocio.

    Eso s: ser claque es una vocacin para toda la vida. Por eso ahora me dedico a aplaudir cada vez que mi mujer dice algo inteligente. Mira cmo tengo las palmas rojas de tanto aplauso! dice el abuelo Salo.

    La abuela Pepa no le cree pero lo quiere igual.

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    HISTORIA DE CARTAS SIN PALABRAS

    El Informante Misterioso sigue ocultando su nombre, pero no deja de pasarme informacin. Su memoria guarda todos esos detalles sin importancia que, a la hora del recuerdo, son los nicos que importan. Nada mejor para una buena charla que una callecita de Buenos Aires, veredas, bares y cafs.

    Cuenta el Informante que hace apenas sesenta aos viva en una casa modesta de Boedo al lado de una familia de siete hermanos que haban venido de Rusia. Eran los hermanos Sadosky, entre ellos Manuel, cuyo nombre se hara famoso muchos aos despus por sus aportes a la ciencia argentina. Una de las hermanas Sadosky tena un nico hijo, que era el gran amigo de mi amigo el Informante: Walter. Vivan en la misma cuadra, en Independencia entre Yapey y Quintino Bocayuva, vereda par, que no es poco ni es lo mismo.

    El Informante amaba las mariposas. Walter amaba los alguaciles. No esos que se hicieron famosos despus en las series del Oeste, los ayudantes del sheriff. Sino los alguaciles nuestros, a los que tambin llamamos helicpteros, las liblulas, esos bichos grandotes que vienen los das de calor para anunciarnos las tormentas. (Y que enloquecen a mi gata cuando entran en mi departamento, aportando una de las pocas posibilidades que tiene Juanita de ejercitar su instinto cazador.)

    Corran los aos treinta. Los chicos tenan ocho, diez aos. Todos los veranos Walter se iba a El Dorado, Misiones, donde su pap trabaja en un gran obrador que perteneca a la empresa Bunge y Born. Un aserradero donde el hombre haca trabajos administrativos.

    Durante cuatro meses, como se extraaban muchsimo, las cartas iban y venan. En las cartas de Walter, que llegaban en grandes sobres bolsa amarillos, viajaban mariposas de todos colores, de esas mariposas tropicales enormes, alimentadas con jugo de orqudea. En las cartas del Informante, en sobres blancos, viajaban a Misiones los mejores, los ms grandes y atractivos alguaciles porteos que se poda atrapar antes de una buena tormenta.

    Las cartas no tenan nada escrito, no decan una sola palabra. A veces, el cario no las necesita. Muchas veces.

    Esta nota se public en el diario Clarn en el ao 2002. Esa semana recib un llamado telefnico inesperado: una voz de mujer muy conmovida me preguntaba por la identidad del Informante Misterioso. Era una de las hijas de Walter. Me cont que su padre haba muerto un par de aos atrs. La mujer haba ledo la nota, reconoci la historia que le contaba su padre y quiso encontrarse con ese seor que haba estado tan cerca del misterio: ese misterio que es para los hijos la infancia de nuestros padres. Los puse en contacto.

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    FELICIDAD IMPORTADA

    En 1955 mis abuelos viajaron a Estados Unidos. Se fueron en avin pero volvieron en barco, porque iban a cobrar una herencia y, en lugar de traer el dinero, decidieron traer objetos importados. El viaje en avin era un poco loco, aventurado. Sus amigos les hicieron una reunin de despedida. Familia y amigos los acompaamos en masa al aeropuerto.

    Ir a Ezeiza a ver cmo salan los aviones era un paseo de domingo, una diversin en s misma. Estaba previsto que la gente subiera a una terraza desde donde se podan observar mejor los despegues y los aterrizajes. Para viajar, la gente se vesta con sus mejores galas. Los asientos de los aviones eran amplios y cmodos. A la vuelta, se acostumbraba que los viajeros organizaran sucesivas invitaciones a todos sus amigos, parientes y conocidos y los sentaran a ver, en el living oscurecido, todas (pero TODAS) las fotos que haban sacado en el viaje, en diapositivas, en un improvisado (aunque cada vez menos improvisado) show audiovisual. Ninguno se resista, porque a su vez, cuando viajara, iba a necesitar que le respondiera su pblico.

    Lo cierto es que mis abuelos se deslumbraron con los asombrosos productos que encontraron en Estados Unidos y que aqu no existan ni existiran en mucho tiempo, porque las novedades tecnolgicas tardaban aos en llegar. Y as fue como se decidieron por el barco, para no tener lmites de peso.

    Yo tena cuatro aos y, por supuesto, recuerdo con ms intensidad el regreso con gloria que la despedida. Me trajeron juguetes increbles y una golosina extraa, rosada, blanda, que se poda masticar pero no tragar. Al principio me resultaba imposible evitarlo y antes de aprender me tragu unos cuantos chicles globo. Mis primos me los envidiaban muchsimo pero a m me resultaron un poco frustrantes. En realidad, tard aos hasta que aprend a hacer los famosos globos y como tantas otras cosas, cuando lo logr, ya no me interesaba mucho.

    Tambin trajeron muchos objetos de un material refinado y misterioso: el plstico. Desplegaron ante nuestros ojos asombrados pulseras, juguetes, vasos, pilotos, baldes y adornos de plstico de colores brillantes. Recuerdo que todos nos maravillamos ante unos pauelos para la lluvia, hechos de nailon, que podan plegarse y ocupaban muy poco lugar en la cartera. Es difcil entender el asombro hoy, cuando el plstico y el nailon son de todos los das, estn tan desprestigiados y, sobre todo, ya no es tan grave mojarse el pelo cuando llueve.

    El da en que llegaron los abuelos estaba programada una huelga de portuarios. Esto suceda durante la segunda presidencia de Pern. No existan los containers, en los barcos se estibaban fardos de arpillera sunchados, es decir, asegurados con flejes de metal. Los abuelos traan en un fardo tres maravillas, las ms importantes de todo su cargamento: una heladera, un televisor y una vajilla de porcelana china. En el puerto, un guinche estaba levantando el fardo cuando son el silbato y empez el paro. El hombre que manejaba la gra abandon de golpe los comandos, el guinche se abri y el fardo cay desde buena altura.

    La vajilla china se redujo a la mitad. La heladera se pudo arreglar bastante bien. Pero durante varios meses mi familia y algunos envidiados vecinos del barrio nos sentbamos frente al televisor Zenith un poco desconcertados. Y mirbamos con atencin la raya brillante que se extenda en la mitad de la pantalla negra, sin imgenes, mientras escuchbamos las voces de Nelly Prince y Brizuela Mndez. As era mirar televisin? Qu aburrido! Yo prefera irme a escuchar Tarzanito por la radio.

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    PUNTO VARETA

    Para qu necesitas Informantes Misteriosos? dice mi madre, un poco celosa. Acaso yo no tengo recuerdos de las calles de Buenos Aires?

    Los tiene, y sus recuerdos, en parte, son tambin los mos. S dnde buscarla y cundo: tenemos cita en Juan Bautista Alberdi al 800, hace mucho tiempo. Calle de tranvas, zona de Primera Junta, no muy lejos del mercado El Progreso. Mi madre tiene nueve aos y sin embargo la reconozco enseguida: los pmulos altos, los ojos verdes, las manos largas. Est cruzando la avenida. Mi ta Musia la ayuda a llevar la fuente de metal con el pato (adonde se fueron los patos de Buenos Aires? por qu se habrn escapado del men?) y un montn de papas y cebollas para el almuerzo. Con ese dato, ya s que estamos en un domingo a la maana. Las cocinas econmicas, a lea, tienen su horno incorporado, en las otras se puede poner un horno de hierro, cuadrado, sobre el fogn. Pero los domingos, todo el barrio usa para cocinar el horno de la panadera. La comida se hace mucho ms rpido, todo se cocina ms parejo y qu sabor! El inimitable sabor de la infancia. Al panadero se le paga con una propina y muchas gracias, aunque hay algunos que cobran de otro modo: se quedan con una porcin de cada una de las fuentes que traen los vecinos.

    Muchos aos ms tarde, en los cuarenta, cuando se est por casar, mi madre va a dedicar varias horas por semana a bordar los manteles de su ajuar, sin por eso descuidar sus estudios de odontologa. Y despus va a bordar con sus propias manos las fundas y las sbanas de mi cuna, que todava conservo, y con una aguja de crochet me tejer las mantillas. Ahora tengo la extraa oportunidad de ver cmo aprendi esas habilidades. Mam se sienta en el umbral de la casa. Est tejiendo al crochet un punto nuevo, que trata de aprender con mucho esfuerzo. Un grupo de chicas juega a las estatuas en la vereda.

    Qu ests haciendo? le preguntan.

    "Un tejido con punto vareta" quisiera decir mi madre. Pero ella es la hija mayor de una pareja de inmigrantes: hace tan poquito que aprendi el castellano!... recin empez a dominarlo despus de los seis aos, en la escuela primaria. Y su lengua mal entrenada se resiste al sonido de motor de esa erre difcil. Las otras nenas se burlan a coro. "Punto bagueta, punto bagueta." Mi madre llora y yo le acaricio la cabeza en secreto, pero no puedo consolarla.

    Pasaron ms de sesenta aos. Mam vive frente a la plaza Vicente Lpez. Le pido que me ensee a tejer punto vareta. "Punto bagueta?" dice ella, ms portea que el Obelisco, pero con la "egue" intacta que le ensearon sus padres, as, como recin bajada del barco.

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    LA LLUVIA Y LOS AOS SOBRE EL BALNEARIO MUNICIPAL

    Los domingos y feriados, me cuenta mi Informante Misterioso, los chicos del barrio nos bamos a baar al ro. Nos colbamos en los colectivos que iban directo al Balneario Municipal. Derecho por la calle Belgrano hasta la Costanera Sur.

    All estaban, juntos, desde 1918, construidos con tierras ganadas al ro: el Balneario Municipal y la Costanera, un ancho paseo arbolado paralelo al puerto, que iba desde la rotonda de avenida Espaa, en Drsena Sur, hasta el Yacht Club Argentino, en el extremo sur de Drsena Norte.

    Haba casillas para cambiarse y la ropa se dejaba en unos mostradores al aire libre donde entregaban, por cinco centavos, una percha numerada. Pero nosotros no usbamos las casillas. Nos sacbamos todo, nos quedbamos descalzos, con el short que llevbamos debajo, y para no pagar nos trepbamos a los rboles frente a la escalinata. En la copa de los rboles escondamos la ropa! Despus, a chapotear en el agua marrn del Ro de la Plata.

    El espign de Drsena Sur tena doscientas casillas-vestuario para los baistas y al principio serva tambin para dividir las playas: de un lado del espign las mujeres, del otro los hombres, segn estableca una Ordenanza Municipal. Tambin haba una gradera sobre el ro. La confitera Munich, la Brisas del Plata, La Perla y La Rambla eran los lugares elegantes preferidos por los porteos. En los aos veinte se puso de moda y a la noche se bailaba tango y fox trot. Los treinta, aos de infancia de nuestro Informante, fueron la poca del esplendor del Balneario, que se iba haciendo ms y ms popular. Muy pocos, entonces, podan pensar en el lujo de veranear fuera de la ciudad y el Balneario era el gran alivio para los das calcinantes de verano. Hacia fines de los aos cincuenta comenz la decadencia, las instalaciones se fueron deteriorando por falta de mantenimiento, muchas confiteras cerraron y se demolieron y poco a poco fueron apareciendo los carteles de "Prohibido baarse" a causa de la contaminacin. En los sesenta desapareci definitivamente: una enorme prdida para la ciudad.

    Un da, me sigue contando el Informante Misterioso, se larg una lluvia repentina y torrencial. Todos los baistas corrieron hacia su ropa, el caos era indescriptible, las casillas no alcanzaban para cambiarse. El lo fue tan grande que la Municipalidad habilit un montn de micros sin techo, las famosas "baaderas", para trasladar a la gente a los distintos barrios. Casi todos iban en short, con la ropa en la mano. Para nosotros, los chicos, fue tan divertido!

    Pero cuando llegu a casa y mis padres me recibieron as, en short, estaban sorprendidos y enojados. No me creyeron ni una sola palabra! Por suerte, al da siguiente, apareci en el diario El Mundo la noticia de la tormenta repentina y la fuga de baistas en baaderas.

    Llueve manso sobre Buenos Aires. Toda lluvia trae el recuerdo de otras lluvias. En un cuento de Borges ("El inmortal") un ser semihumano, habitante de un pozo de arena, recuerda de pronto, en la lluvia, haberse llamado alguna vez Hornero, haber escrito, mil aos atrs, las portentosas aventuras de Ulises.

    Llueve manso sobre Buenos Aires y tal vez por eso el Informante Misterioso ha recordado, de pronto, aquella famosa lluvia de su infancia sobre el Balneario Municipal.

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    CASERN DE FLORES, FONDO Y AZOTEA

    El casern de Flores de mis abuelos paternos resume la historia de la ciudad. La familia era rica, la casa era enorme. Tuvieron diez hijos y diez personas de servidumbre, que vivan en los departamentos del entrepiso: cocinera, ayudantes de cocina, mucamo-jardinero, mucamas, chofer y una niera cada tres hijos.

    La casa tena una entrada angosta y escaleras de mrmol que en mi infancia parecan anchas, enormes, interminables. Todos los sbados los ocho hijos sobrevivientes se reunan con sus familias en el casern. Los primos nos pasbamos la tarde jugando en esa casa que para m, nia de departamento, era un maravilloso juguete en s misma. Era el mejor lugar del mundo para jugar a las escondidas, con el nico peligro de que, si te escondas demasiado bien, se podan cansar de buscarte y, simplemente, olvidarte para siempre en tu escondite.

    El fondo era un terreno de quinientos metros cuadrados que desde haca muchos aos no saba nada de jardineros, y se haba transformado en una especie de selva donde todos los sbados los primos corramos extraordinarias aventuras que no inquietaban a nuestros padres. Desde los balcones veamos pasar el corso de Flores en cada Carnaval. A los costados haba dos locales: la paragera y el almacn.

    En los aos cuarenta, una serie de malos negocios terminaron con la fortuna familiar. Los Schoua (mi verdadero apellido), una familia libanesa, eran importadores de telas. Un hermano de mi abuelo viva en Manchester y esa parte de la familia se encargaba de las compras y los envos. Aqu se vendan las telas en una sedera de la calle Alsina, tan grande que despus de la debacle familiar se convirti en playa de estacionamiento.

    Hacia los cincuenta se congelaron los alquileres. Hubo inflacin. Como no pagaban casi nada por el local, al paragero y al almacenero les iba muy bien. Mi familia, en cambio, se haba empobrecido. Una de mis tas puso un modesto negocio de ropa para chicos en el zagun. Muchos aos despus, siempre con los alquileres congelados, mis tos decidieron negociar con los inquilinos, y darles la propiedad con tal de que los dejaran dividir los locales, que eran inmensos, para construir dos nuevos y poder venderlos.

    Con el tiempo los tos decidieron convertir la casa en saln de fiestas. Despus se vendi y fue sucesivamente instituto de ingls, estudio de fotografa, club de la tercera edad y hasta saln de masajes, es decir, prostbulo, con el rimbombante nombre de El Partenn de Flores, en la poca de destape despus de la dictadura. Fue por esos tiempos cuando se armaron las canchas de tenis en el fondo.

    Adecundose a los tiempos que corren, en la casa funciona hoy una empresa de informtica. Voy de visita, cuento mi historia y me dejan pasar. Al principio no reconozco nada porque tiraron las paredes interiores y modificaron los espacios con tabiques.

    De golpe, cerca de las ventanas que dan al patio, ya sin sus vitraux, veo al abuelito Musa sentado en su silln verde jugando un solitario al taule, ese antiqusimo juego persa que se trajo de Beirut y que despus, sorprendentemente, result ser el backgammon: el juego de las tablas que la reina Juana la Loca dejaba cada noche en la puerta de su habitacin para distraer a la muerte.

    Y se ve que surte efecto, porque el abuelito me saluda con una sonrisa y me pide silencio con un gesto: los muchachos estn tan ocupados trabajando con sus computadoras, "aqu se est bien, no vale la pena molestarlos", parece decirme. Me voy contenta, silbando bajito El Manicero, que le gustaba tanto.

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    BALNEARIO MUNICIPAL II

    Qu feo era ir al Balneario Municipal dice Alicia Steimberg, gran amiga y gran escritora.

    Aunque tal vez no fuera el lugar en s, admite despus, reflexiona, sino, como muchas otras situaciones de su vida, la tensa relacin que tena con su madre.

    Sucede que, para la madre de Alicia, llevar a los chicos a baarse al ro no representaba una ocasin festiva, sino una obligacin higinica. En los aos treinta del siglo pasado, el aire puro del Ro de la Plata se consideraba bueno para la salud de nios y jvenes. Deban permanecer all un nmero de horas reglamentario para maximizar sus beneficios. Iban completamente vestidos de calle, con trajes y zapatos, y llegaban despus de un largusimo viaje en tranva. Se cambiaban en unas casillas de madera, cuyas tablas mal alineadas daban pie al espionaje.

    Qu pudor exhibirse en malla! Apenas diez aos antes, las mujeres usaban, para meterse en el ro, unos trajes de bao que eran casi vestidos. Pero ahora, en estos modernos treinta, estaban de moda las mallas de lana, el gnero ms elstico disponible. Quedarse durante horas con una malla de lana mojada era una tortura, recuerda Alicia, provocaba paspaduras en las ingles, raspaba y picaba en toda la piel. Para ella, que no haca amigos fcilmente, quedarse all durante horas resultaba aburridsimo. Cuando el agua se retiraba, por la bajante, quedaba al descubierto el fondo del ro, que era duro y ondulado. Para baarse tena que avanzar descalza por esas ondulaciones resecas que lastimaban los pies. A veces se cambiaban el calzado de calle por unos zapatitos especiales de goma.

    La idea de "refrescarse" en el ro era una manera de decir, porque el agua estaba casi a la misma temperatura trrida del aire.

    Alrededor del Balneario haba kiosquitos para comprar comida y bebida. Por la zona donde est ahora la fuente de Lola Mora haba lugares pecaminosos frecuentados por los inmigrantes espaoles, en los que se bailaba flamenco. Cuando su mam la mandaba a comprar bebida (Buz o Naranjn), le recomendaba mucho que no entrara en cualquier lado sin fijarse bien.

    Tentacin irresistible: cotejar los recuerdos de Alicia con los del abuelo Salo, que tiene unos diez aos ms.

    Vos tambin te acords de esos lugares de espaoles, flamenco y pecado?

    Claro, pero adems haba muchos espectculos al aire libre. El Balneario Municipal era divertidsimo! Venan muchos cmicos. Mi pap me llevaba a verlos de parado, porque para sentarse haba que pagar. El ms exitoso se llamaba Risitas y era famoso porque deca palabrotas, algo muy raro y especial en un espectculo pblico. Cuando empezaba a hablar, todos nos quedbamos en suspenso, esperando a ver qu mala palabra se iba a atrever a decir esta vez en voz alta, para hacernos desternillar de risa.

    Y es cierto que las mallas eran de lana?

    Por supuesto, si las fabricaba mi pap! Para mujeres y para hombres. Las mallas de hombres eran las olmpicas, con una pechera tipo musculosa. Estaba prohibido exhibirse en el Balneario con el torso desnudo, pero los hombres lo hacan igual, se ve que la norma haba quedado retrasada respecto de las costumbres. Se bajaban la pechera, los muy descocados, y cuando vena la polica o los guardianes se la suban otra vez. Entonces mi pap (los otros fabricantes de mallas haban hecho lo mismo) introdujo un gran adelanto tecnolgico: el cierre relmpago, que se llama as desde entonces simplemente porque los primeros cierres a cremallera eran marca Relmpago. El calzn vena unido a la parte de arriba por un cierre que daba vuelta a la cintura, y as los jvenes audaces, escandalosos y rebeldes se podan poner y sacar la pechera con facilidad. Despus, poco a poco, otros gneros fueron reemplazando a la lana.

    Pero en la zona de Carhu, donde las aguas eran muy duras, la gente deca que la lana era lo nico que resista el salitre. Y cuando ya haca tiempo que no se usaban, los clientes de Carhu le rogaban a mi pap que siguiera fabricando aunque fuera un par de docenas por ao de mallas de lana para ellos. Al Balneario Municipal no slo fui de chico, cuando ramos jvenes

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    tambin bamos a veces en barra, con amigos.

    Y s, ah est, lo veo, puedo verlo, al abuelo Salo en el Balneario: es un muchacho de veinte aos, rubio, buen mozo y entrador, que chapotea en el agua marrn y se divierte con sus amigos. Sin notar siquiera, el joven abuelo Salo, la presencia de una nena de diez aos que se aburre sentada en la orilla, sobre ese fango de consistencia desagradable que ni siquiera sirve para jugar con la pala y el balde: esa nena callada y lectora que ser la escritora argentina Alicia Steimberg.

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    RUIDOS Y FIESTAS DE AYER Y DE HOY

    Con el Informante Misterioso, que se resiste a dar a conocer su nombre, paseamos por el barrio en el que vive ahora, la zona de Crdoba y Scalabrini Ortiz. Vamos al templo de San Flete, donde una extraa combinacin de camioneros y creyentes tienen su agencia de fletes y su iglesia. Un micro parado en la puerta lleva pintado en grandes letras maysculas:

    EL BUS DE LOS MILAGROS TERAPIA INTENSIVA MVIL DOCTOR JESUCRISTO

    Despus pasamos por dos edificios sin terminar, que estn tomados por sus ocupantes. Como sucede con todas las casas tomadas, se encuentran en estado de deterioro grave, y tal vez por eso el barrio los ha bautizado, con tpico humor porteo, "Los Chraton". El Seor de los Pjaros no est, aunque s estn las jaulas de pjaros de las que est siempre rodeado. El hijo nos informa que su padre sali bien de la operacin y pronto estar otra vez sentado entre los cientos de palomas a las que atrae con migas de pan.

    Vaya a saber por qu, se me ocurre preguntarle al Informante por el tipo de travesuras que haca esa barra de pibes de su infancia. Tal vez no deb hacerlo.

    Bueno... piensa un poco. Por supuesto, les rompamos los vidrios a los vecinos que no nos dejaban jugar a la pelota.

    Y qu ms? le pregunto, sin pensar.

    Entonces llega un recuerdo que lo preocupa y mueve la cabeza un poco incmodo. "Qu atorranta", farfulla entre dientes, con una mezcla de bronca y ternura.

    Robbamos. Agarrbamos lo que podamos de los negocitos o los puestos de la calle. Un par de medias, una camiseta, cualquier cosa. Ella nos mandaba a robar. Era la hermana de unos de los pibes de la barra. Una chica mayor que nosotros. A cambio del botn que le entregbamos, se desabrochaba la blusa y nos dejaba verle las tetas. A los diez, once aos, eso era increble, era como entrar en el Paraso.

    Estamos cerca de fin de ao y los chicos de este barrio del siglo XXI hacen estallar petardos que me sobresaltan y hacen levantar vuelo a las palomas, que andan por all como esperando a su amigo.

    Qu barbaridad! dice el Informante. En mis tiempos esto no pasaba.

    No? Y cmo era en tus tiempos?

    En mis tiempos uno no iba y compraba un petardo y le prenda la mecha. Las explosiones festivas exigan cierto esfuerzo, cierta organizacin. Haba que comprar una barrita de azufre y convertirla en polvo. El potasio se venda ya pulverizado, en bolsitas. Todo el ao juntbamos chapitas, tapitas de botella, de esas de metal con una capita de corcho por adentro. Para las fiestas, preparbamos los explosivos. Sacbamos el corcho y rellenbamos la chapita con una mezcla de potasio y azufre. Despus las ponamos en las vas del tranva. Haba que ponerlas a un metro, metro cincuenta de distancia una de otra, cuando caa el sol, para que el conductor no las viera: toda una fila de chapitas. Ah, qu placer verlas explotar! Nuestro lugar preferido era la terminal de tranvas que quedaba en Castro Barros entre Estados Unidos y Carlos Calvo. A veces el guarda se daba cuenta, paraba el tranva y se bajaba para sacar las chapitas, pero si estaban bien repartidas no se poda permitir perder tanto tiempo.

    Y as, un poco indignado, el Informante Misterioso se aleja protestando contra el vandalismo improvisado, tipo fast-food, de los jvenes modernos.

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    GRAN CAMPEN NACIONAL DE BILLARDA

    Los juegos de los chicos van variando con cada temporada pero tambin cambian a lo largo de los aos. Ya no se ven nenas divirtindose con el "pisa pisuela", por ejemplo, un juego muy adecuado para los recreos en el patio de la escuela, que empezaba recitando la siguiente jitanjfora (Ah, qu pocas posibilidades hay en la vida de usar una palabra tan sonora!):

    Pisa pisuela color de ciruela va va o este pie no hay de menta ni de rosa para mi querida esposa que se llama doa Rosa.

    As se elega primero a la que tena el privilegio y la responsabilidad de ser Dios. Despus a los ngeles, que se iban poniendo en fila a cierta distancia, y finalmente al diablo. Con preguntas y respuestas rituales, Dios llamaba a los ngeles a su lado: "Primer ngel, ven a m!", deca Dios. "No puedo porque est el diablo ah", contestaba el ngel. "Abre tus alas y ven a m". Y el ngel, que alas no tena, sala corriendo por el patio de la escuela mientras el diablo tena que acertarle tirando un bollito de papel bien prensado para poder usarlo como proyectil.

    Tambin eran interesantes los dilogos obligados del "juego de los colores". Haba una duea de los colores y una bruja que trataba de robarlos, pero para eso tena que acertar con sus nombres. Cada una elega su color. Beige, turquesa, borravino se consideraban colores difciles. Sofisticaciones como magenta o siena simplemente no valan. Cuando la bruja trataba de entrar en la casa de los colores, se desarrollaba el siguiente dilogo ritual, con sus componentes sdicos:

    Puedo pasar? No, porque el piso est encerado. Me saco los zapatos. Me ensucia con las medias. Me saco las medias. Me ensucia con los pies. Me corto los pies. Me ensucia con la sangre. Hierve la leche!

    Y ah s, la duea corra a la cocina dejando la imaginaria puerta abierta, y la bruja entraba a robar los colores.

    Los varones no tenan juegos que incluyeran tantas escenas teatralizadas con dilogos rituales. Los de mi edad remontaban barriletes, jugaban a la pelota, a las figuritas, a las bolitas. Ya casi haba desaparecido un juego muy popular de la generacin anterior: la billarda.

    Cuenta el abuelo Salo que a los ocho aos viva con su familia en Colegiales, en la esquina de lvarez Thomas y Gregoria Prez. Gran barrio para campeones de billarda! Crase o no, las calles laterales y muchas de las que desembocaban en lvarez Thomas estaban sin asfaltar, no tenan trfico y estaban dedicadas al cultivo de frutales y hortalizas: las quintas de Colegiales. Los quinteros no vivan ah, venan a trabajar unas horas y despus se iban. En las veredas, de tierra ms alisada, se jugaba a las bolitas. Pero en la calle, mandaba la billarda.

    Se cortaba un palo de escoba, algo ms corto que un bate de bisbol. Del mismo palo se separaba un trozo como de quince centmetros y con un cuchillo se afinaban las puntas: sa era la billarda. Haba que marcar un lugar en el piso de tierra: la largada. All se pona el palo ms cortito en el piso y con un golpe del "bate" se lo haca saltar, para darle otra vez cuando estaba en el aire, mandndolo lo ms lejos posible. Cada uno poda dar hasta tres golpes por

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    vez. Despus se preguntaba: "Cuntos palos hay?". Y se contaban, paso a paso, desde el lugar donde haba llegado la billarda hasta la largada.

    Si la calle estaba muy despareja, vala alisar el lugar donde haba cado la billarda antes de golpearla otra vez. Si haba llovido y haban pasado carros, no se poda jugar porque la huella de las pesadas ruedas dejaba la tierra removida. Si la billarda caa en una zanja, haba multa.

    Y vos jugabas bien, abuelo Salo?

    Para mi edad, muy bien. Pero nos mudamos a un barrio asfaltado, demasiado construido, antes de que pudiera jugar con los buenos de verdad, los ms grandotes.

    Y como demostracin y desquite, el abuelo Salo le da un par de hbiles golpes a la billarda, que sale volando por el balcn y viene a aterrizar justo aqu, en el ltimo prrafo de esta historia de memoria, como el gran campen nacional de billarda que estuvo a punto de ser. Aguante abuelo!

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    LOS VENDEDORES AMBULANTES

    Vaya a saber por qu, a los nios argentinos, en la escuela, nos enseaban a relacionar los vendedores ambulantes con la poca de la Colonia. Las fiestas del 25 de Mayo estaban llenas de negras y negritos que ofrecamos mazamorra y empanadas calientes a las madres que venan al acto. Curiosamente, slo un par de meses despus, en la fiesta del 9 de Julio, todos los negros haban desaparecido sin que nadie nos explicara por qu. Y de los vendedores ya no se hablaba.

    En la realidad, los vendedores ambulantes no desaparecieron nunca, sino que fueron mutando, adaptndose genticamente a los tiempos. Un candombe de 1875 da cuenta de la presencia de italianos que estaban empezando a reemplazar a los negros en esa tarea (y en otras):

    Napolitanos usurpadores que todo oficio quitan al pobre ya no hay negros botelleros, ni tampoco changadores, ni negro que venda fruta, mucho menos pescador, porque esos napolitanos hasta pasteleros son.

    En 1875 los "bachichas" venden en las calles de Buenos Aires pescado, perdices, frutas, golosinas, pjaros y lo que a usted se le ocurra. Sarmiento, que termin su presidencia en el 74, acaba de introducir en el pas el sauce mimbre, y ya se empiezan a tejer los primeros canastos de mimbre nacional que usarn los vendedores para transportar su mercadera.

    Ezequiel Martnez Estrada (1895-1964) expresa as su nostalgia de los pregones en La cabeza de Goliath: "Apenas recuerda uno como algo paradisaco aquellos tiempos en que los vendedores ambulantes pregonaban su mercanca con voz clara y fresca, particularmente el pescado. Sonaban las notas finales del pregn como una proeza de pera, y la frescura de la voz anticipaba el sabor de los langostinos y las ostras". Lo paradisaco, por supuesto, es simplemente la infancia. Pero langostinos y ostras por las calles de Buenos Aires? Me gustara confirmar ese dato.

    Tengo una amiga que vive en los aos treinta del viejo siglo XX.

    Venite a pasear me invita. Te voy a sorprender.

    Me lleva primero por la calle Constitucin y, muy orgullosa, me muestra cmo avanza por la calzada el lechero, arreando un par de vacas con sus terneros. Las amas de casa lo llaman y all mismo ordea el hombre para los chicos del barrio, que se toman la leche tibia, espesa, espumosa, de la que deja bigotes. Bien, aunque no me sorprende; eso ya lo saba.

    Ahora, por la calle Viel, llega el ms curioso de los rebaos. Son pavos, pavas y pavitas a los que un hombre hace avanzar con extraos gritos mientras dos chicos lo ayudan con largas prtigas que mantienen el rebao unido y en marcha.

    Viene la pavada! explica mi amiga. Seal de que estn las fiestas encima. Vamos a elegir una buena pava pechugona para esta Navidad.

    Por all llega un organillero, parndose en las esquinas con su lorito de la suerte. Todava hay muchos organitos en la ciudad y sin embargo Hornero Manzi sabe ya que no durarn siempre. Por eso escribe en futuro ese poema que hoy recordamos en pasado:

    Las ruedas embarradas del ltimo organito vendrn desde la tarde buscando el arrabal, con un caballo flaco, un rengo y un monito y un coro de muchachas vestidas de percal.

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    Con pasos apagados, elegir la esquina donde se mezclen luces de luna y almacn para que bailen valses detrs de la hornacina la plida marquesa y el plido marqus.

    Despus, como hace mucho calor, nos acercamos a un seor vestido de blanco que transporta dos grandes canastas llenas hielo. Es el vendedor de helados? De ningn modo. Es el camaronero. Por una moneda nos da un puado de camarones o langostinos? fresqusimos. Los vamos descascarando y comiendo por la calle mientras caminamos en un calor reverberante que el gusto a fro y a mar hace ms soportable.

    Ahora te voy a sorprender yo le ofrezco. Venite al siglo XXI.

    Est bien me dice. Pero no hagas trampa!

    Me cuido bien de no intentar sorprenderla con avances tecnolgicos. Ni con la ausencia de organilleros, ni con la presencia de las estatuas vivientes. No quiero ser obvia. Estamos hablando de vendedores ambulantes. La llevo sin escalas a una esquina cualquiera de Barrio Norte, donde una seora ha extendido una sbana sobre la vereda y all, sentada en el suelo, ofrece su mercadera: bombachas y corpios.

    Mi amiga de los treinta se sorprende y ms que eso. Se escandaliza en buena ley!

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    LOS LLAMADOS DE LA NOCHE

    En el barrio de Boedo, me cuenta el Informante Misterioso, entre las nueve y las diez de la noche, empezaba el llamado. Las madres se asomaban a la puerta a llamar a sus hijos para que vinieran a la casa a cenar y a dormir.

    Era una poca en que los nombres no se ponan al tun tun, de acuerdo al gusto personal de los padres, o a la moda del momento, sino que se seguan rigurosos patrones de familia. Pero, por supuesto, las madres llamaban a sus hijos por sus sobrenombres. Y cuando todos los gritos se coreaban casi simultneamente, en un curioso canon, se haca fuerte y extraa la sensacin de nombres extranjeros, sobre todo italianos. Abuma! Meguita! Lucho!, gritaban las mamas. Ciocca, Patas, Frampa, Loncho, Roclo! Aos despus, el Informante supo, por ejemplo, que Ciocca quiere decir "mechn". O que Lucho se llamaba Len y cuando la mam, juda polaca, lleg al conventillo con su beb, los veintin inquilinos, parejitas jvenes de distintos pases, pero especialmente italianos, dijeron indignados: "Cmo le vamos a decir Len a un chico! Acaso esto es un zoolgico? Hay que ponerle un nombre de persona. Que se llame Lucio y ya est!"

    Al principio, si los chicos no venan enseguida, nadie se preocupaba. Pero todo cambi de golpe con un crimen, uno solo: el secuestro, la violacin y la muerte de la nia cordobesa Martita Stutz, uno de los casos policiales ms sonados de los aos treinta. Este hecho, por s mismo, modific las costumbres. A partir del momento en que empezaba a ponerse oscuro, los chicos deban volver a casa y el llamado se volvi perentorio.

    Antes de eso, en cambio, el horario no era importante. Los chicos andaban por donde se les daba la gana, incluso de noche. Las chicas, claro, hacan otra vida. Salvo las varoneras! Cuando los hijos no contestaban el llamado, las madres dejaban las llaves colgadas en algn lugar visible o previamente acordado. Y si alguno llegaba y no encontraba la llave, all estaba el vigilante de la esquina para ayudarlo a saltar la tapia. Haba mucho que hacer a la noche. Si era Carnaval, haba que ir al Corso y ya se saba que eso terminaba tarde. Y el teatro tambin. A los chicos les encantaba. Si no haba plata para entradas, aunque sea queran esperar afuera a que terminara la funcin para poder ver salir a los artistas. Las caminatas de ida y vuelta a las playas de Vicente Lpez y Acassuso llevaban lo suyo.

    Otro buen motivo para llegar tarde eran las fogatas de San Pedro y San Pablo. Durante todo el ao se juntaban restos de muebles viejos y maderas de todo tipo. El Informante Misterioso tena un papel muy especial porque, como su padre era carpintero, iba preparando a lo largo del ao bolsas llenas de sobras de madera de la carpintera. Y no bastaba con ver arder la fogata hasta que se quemara el mueco que coronaba la montaa de madera: despus haba que comerse las papas y batatas asadas al rescoldo y al terminar, lo ms importante de todo: apagar las brasas por el ms varonil de los mtodos y el ms humano, el que slo permite la postura erguida: es decir, orinando.

    Por todas esas razones, nunca haba una hora muy estricta para llegar a la casa. Todo tiene ventajas y desventajas, no todo tiempo pasado fue mejor, reconoce el Informante Misterioso, pero... qu linda vida cuando los horarios no eran obsesin de nadie!

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    PUENTES CASI DE MADISON

    A los que dicen que antes la ciudad no se inundaba me cuenta el abuelo Salo yo les contesto que tienen poca memoria.

    El abuelo Salo tiene mucha memoria y adems vivi en los "Cien Barrios Porteos". Su familia se iba mudando de una casa a otra al ritmo del crecimiento (o del achicamiento) econmico de la empresita de su padre, el bisabuelo Gedalia, un pobrsimo inmigrante que no trajo a la Argentina ms que un acolchado de plumas, su esposa de veinte aos, y su habilidad como obrero tejedor. Trabajo no faltaba en aquella Buenos Aires y enseguida consigui empleo en una fbrica textil. Su hijo Salito ya estaba en edad de recordar cuando Gedalia se anim a dar el salto: se compr una maquinita usada para tejer prendas a faon, dej la fbrica y se mand con un taller cito independiente. El tallercito anduvo tan bien que despus de un tiempo decidi completarlo con una mquina devanadora y otra de overlock.

    Por supuesto, para convivir con esos nuevos y mecnicos miembros de la familia, necesitaban un departamento ms grande, y consiguieron uno que tena adems una piecita de soltero para subalquilar, con lo que reducan el costo del alquiler. Eso ya era una fbrica y pronto decidieron que necesitaban ms espacio. Entonces se mudaron a un departamento con local en el frente, que daba a la calle, y dos piezas para subalquilar. All, el pap del abuelo Salo empez con las mallas de punto, los primeros trajes de bao nacionales, con tanto xito que le haca la competencia a los gigantes de la poca: las casas Jantsen y Masllorens. El xito lo engolosin y as se atrevi al gran paso: con un socio capitalista importaron mquinas para trabajar la seda. Hacan "lengues", esos pauelos que usaban al cuello los compadritos en cada esquina de la ciudad. Y el infaltable "crepe Georgette" para los vestidos de las damas. Ah se vino la debacle. Haba una empresa muy grande que tena el monopolio de la seda y no le gust que ese tallercito minsculo estuviera molestando. Bajaron los precios al costo y Gedalia no pudo competir. La empresa se fundi en parte y sigui como pudo con su especialidad, las mallas de punto. Ya convertido en don Gedalia, se mudaron a una casa propia.

    De ah que el abuelo Salo haya vivido en tantos barrios distintos y sepa tanto de la ciudad. Pero volvamos al tema de las inundaciones.

    No slo la ciudad se inundaba me dice, sino que la inundacin estaba adecuadamente prevista. En algunas esquinas tenamos unos puentes muy simpticos que se mantenan cerrados y trabados contra la pared. Cuando se largaba a llover fuerte, vena un encargado de la Municipalidad y destrababa los dos brazos del puente, que se una en el medio para que la gente pudiera cruzar. Los chicos tenamos prohibido salir en esos das pero ya te pods imaginar cmo nos gustaba jugar con el agua y cruzar el puente de un lado para el otro.

    Mi madre se emociona. Sbitamente le ha llegado el recuerdo de un puente lejano, todo de madera, con defensas de metal. Pero no se acuerda dnde. El abuelo Salo, en cambio, es muy preciso.

    Yo viva en Yatay 222. Rivadavia era Rivadavia. Hiplito Yrigoyen se llamaba Victoria. En Yatay y la siguiente estaba mi puente.

    A m me parece raro que esa zona se inundara. Se me ocurre preguntar qu pasaba entonces con la avenida Juan B. Justo.

    Qu Juanbejusto ni Juanbejusto? dice el abuelo Salo. All no haba ninguna avenida. Lo que haba era el arroyo Maldonado. Dnde escuchaste que un arroyo se inunde? Eso s, a veces se sala de cauce.

    Ven? Si tuviramos la paciencia de nuestros mayores en lugar de sufrir las inundaciones podramos llegar a disfrutarlas. Aunque la poesa de los puentes y el encanto de los arroyos sean tanto ms bellos en el recuerdo que en la incmoda realidad.

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    CINCUENTA KILOS

    Pido una lgrima (un cortadito con mucha leche), y estoy a punto de derramar las mas sobre la situacin del pas, cuando el Informante Misterioso me corta el llanto con su historia.

    "Varios pases peleaban por repartirse la zona de Europa donde vivan mis padres, que era y no era una parte de Rusia o de Alemania o de Polonia", me cuenta. "Para hacer un trayecto tan simple y cotidiano como llegar desde su casa hasta la panadera, mam tena que cruzar una frontera internacional. La pobreza era enorme. Por supuesto, vendan un solo pan por persona. Ella volva dando pasitos cortos, porque se esconda el pan debajo de la pollera, entre las piernas, para que no se lo requisaran en el cruce de vuelta.

    "Una forma de ahorrar azcar era tomar el t a la rusa, o prikusky, ponindose un pedazo de azcar entre los dientes mientras tragaban el lquido: as obtenan la mxima dulzura con el mnimo gasto. Haba un trozo de azcar 'cande' colgando de un hilo sobre la mesa y todos se turnaban para usarlo. Quizs por eso les result tan aceptable, aqu, la costumbre de compartir el mate.

    "Pap se vino a hacer la Amrica. Mam qued all, con mis hermanos mayores, esperando el llamado y los pasajes. Mi padre era carpintero. En su tierra, los carpinteros salan a trabajar a la mazovia, los bosques de haya. El haya es una madera muy blanca, con veta platinada corta, que no se raja con facilidad, muy apreciada por los carpinteros. Con el tiempo, se empez a importar a la Argentina, como el roble de Eslavonia.

    "Pero lo interesante era la forma en que se arreglaban para hacer funcionar el torno sin motor. Haba dos mtodos. Uno consista en inclinar una rama y atarla al pedal. El carpintero, apretando el pedal, tiraba para abajo, al soltar el pedal la rama tiraba para arriba y el torno giraba en un sentido y despus en el otro. As se trabajaba bastante rpido, pero el resultado no era del todo perfecto. Para obtener un torneado ms uniforme, con el torno girando siempre en el mismo sentido, haba que inclinar la rama, atarla y darle muchas vueltas con la soga. El otro extremo de la soga se ataba al pedazo de madera, tambin con muchas vueltas. Se soltaba la rama de golpe y con esa energa giraba la madera en el torno.

    "Cuando pap lleg a la Argentina y vio los tornos a motor, simplemente no lo poda creer. Me acuerdo de que muchos aos despus, cuando yo era chico, vinieron de la Ferretera Francesa para ver qu novedosa mquina tan especial tena ese carpintero, que le permita producir en tal cantidad. No encontraron nada ms que un torno comn y corriente! Es que, con el entrenamiento que tena pap, acostumbrado a trabajar quince horas por da en la mazovia, con un simple torno a motor produca l solo como una fbrica entera.

    "Pero volvamos a nuestra historia. Un da mam, all en Europa, recibi carta de su marido. 'Querida esposa: aqu hay panaderas en todas partes. Estn llenas de panes, y te dejan comprar todos los que quieras!' Unos meses despus pap fue al puerto a buscarla.

    "A poco de llegar, mam estaba haciendo una compra en el almacn cuando entr un corredor a ofrecer azcar. Venda bolsas de cincuenta kilos. Ella no lo poda creer. Se lo vendan a cualquiera? Una familia, si tena la plata suficiente, poda comprarse cincuenta kilos de azcar? Era una oportunidad extraordinaria! Mis padres juntaron todo el dinero que tenan, hicieron cuentas y decidieron que no podan perderse ese milagro. Mam escondi la bolsa de cincuenta kilos debajo de una escalera del conventillo. De noche, en secreto, se levantaba para llenar con ese oro en polvo la bolsita de yute que tena en la cocina.

    "Cuando se terminaron los cincuenta kilos de azcar, mis padres ya tenan un hijo criollo (yo) y la tranquila seguridad de que el azcar los esperaba sin sorpresas en el almacn de la vuelta".

    Conmovida, termino de tomar mi lgrima mirando con un poco de culpa los sobrecitos de edulcorante bajas caloras.

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    TCTICA Y ESTRATEGIA DE LOS COLADOS

    Jorge tiene ochenta y cuatro aos, pero cuando habla no es un viejo. Es un hombre. Un hombre que all en su adolescencia, cuando viva en Justiniano Posse, provincia de Crdoba, supo tener una Norton, una moto de 125 cc con la que se llegaba a los bailes de los sbados a la noche.

    En el pueblo, el entretenimiento de todos los das era el caf, el truco, el billar... Pero los sbados y domingos venan orquestas de la capital. Como la orquesta de Malherba, o la del maestro Brunelli, famoso por sus canzonettas, que iba a todas las colonias italianas. Cada fin de semana tocaban en otro pueblo, por eso era vital tener movilidad.

    Un da Jorge consigui cambiar la moto por un Ford modelo 31. Al dueo del Ford el cambio le convena: la moto andaba y el auto no. Pero a Jorge tambin le convena, porque era muy amigo de los muchachos de la estacin de servicio, que le arreglaron el auto trabajando fuera de horario, a cambio de usarlo entre todos. Al autito lo llamaban "el murcilago", porque sala solamente de noche. En realidad, podran haberlo llamado directamente "el vampiro". El Fordcito se alimentaba clandestinamente de los autos de los viajantes que venan al pueblo, y dejaban el coche en la playa de la estacin para que estuviera ms seguro. A la noche los mecnicos amigos de Jorge aprovechaban para cambiarles las piezas nuevas que necesitaban de repuesto y les dejaban las viejas. De esa sangre viva "el murcilago".

    Pero despus mi familia se vino a la capital. Y ah tuve que aprender otros cdigos cuenta Jorge. ramos una barrita de amigos, cuatro muchachos, siempre secos, que buscbamos la forma de divertirnos con poca guita. Sobre Pueyrredn, llegando a Tucumn, haba un restorn que se llamaba La Paisana. se era nuestro punto de reunin. Muchas veces un viernes le cambibamos tan alegres un cheque de cincuenta pesos al dueo. Y el lunes vena la angustia! Nos volvamos locos para juntar entre todos y cubrir".

    Uno de los muchachos haba conseguido la representacin de Republic Films, una compaa americana que traa westerns clase B. Haba un presupuesto para afiches y los muchachos, por supuesto, tenan sus arreglitos con las imprentas: con la diferencia haban alquilado una oficina a nombre de Sirvex SRL (a la que entre ellos llamaban "sociedad para todo servicio"). Los cuatro salan con "chicas buenas" y "chicas para la joda". Las chicas buenas saban que exista la oficina, pero, por supuesto, jams las hubieran llevado ah. En cambio, los domingos iban con ellas, en barra, al Tigre o a Paso del Rey, donde haba muchos recreos.

    Iban siempre con auto propio... o casi. A sus socios, el Automvil Club les alquilaba autos a quince pesos por da: Chevrolet, Chrysler, Plymouth, Pontiac, Buick... Y los muchachos no se preocupaban mucho por aclarar que el auto no era suyo. Como cada fin de semana se aparecan con otro, muchas chicas pensaban que eran millonarios.

    Lo cierto es que los supuestos millonarios no tenan un mango partido por la mitad. En esa poca, salir con chicas, buenas o malas, siempre costaba lo suyo: pagar "a la americana", mitad y mitad, era slo para los ultramodernos. Que pagaran ellas era simplemente imposible de imaginar. Las fiestas, en cambio, eran gratis. Una de las grandes diversiones de sbado a la noche eran las fiestas de casamiento, donde se coma, se chupaba y se bailaba sin pagar un centavo, pero... a cuntos casamientos por ao lo invitan a uno?

    Uno de los "millonarios" era Mauricio, el ms caradura de los cuatro. Trabajaba en Tonsa, una casa que venda calzado para damas y caballeros y haca zapatos a medida para los novios. Cada vez que llegaba una novia a encargar sus zapatos forrados en raso o encaje, Mauricio se pona a charlar con ella, preguntaba detalles de la fiesta, el nombre del novio, y con la excusa de mandar un recuerdo de parte de Casa Tonsa, peda la direccin del saln.

    Una hora antes de que empezara la recepcin, Mauricio se apareca en el saln de fiestas, presentndose como un amigo del novio al que se le haba encargado que controlara los ltimos detalles. Inspeccionaba todo haciendo comentarios y pequeos cambios de ltimo momento: estas mesas ms separadas, el jarrn con flores va a estar mejor all, las servilletas as, los manteles as, aqu la mesa de los invitados especiales. Como ya tena

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    mucha experiencia, sus propuestas siempre eran sensatas. Los invitados especiales, por supuesto, eran los cuatro "millonarios". Despus informaba que, dada su intimidad con los novios y su conocimiento de las dos familias, iba a quedarse en la puerta para asegurarse de que no entraran colados y de que no se incomodara a algn pariente por olvidarse la invitacin. Mauricio se paraba en la puerta, al lado del que peda las tarjetas, y despus de que haban entrado cinco o seis familias, sacaba un cigarrillo y lo prenda. sa era la seal que esperaban los otros tres "millonarios", a los que haca pasar sin ms trmite y los ubicaba en la mesa que les haba preparado. Por supuesto, les ordenaba a los mozos que en esa mesa haba que servir el doble de todo.

    En las primeras incursiones en fiestas ajenas, los amigos estaban un poco intimidados, y trataban de pasar desapercibidos, pero pronto se dieron cuenta de que les iba mucho mejor si hacan todo lo contrario. Mauricio era cada vez ms audaz. Rpidamente se converta en el alma de la fiesta, en el animador de toda la reunin. Se paraba frente a la orquesta, peda temas, daba la voz de "aura"... bailaba, coma, se diverta y haca divertirse a los dems. Entre otras cosas, era un excelente imitador y todos se quedaban admirados vindolo tocar con las manos una trompeta imaginaria que produca los mismos sonidos que la trompeta del gran jazzista Harry James.

    Pero en fin, como suele suceder, Mauricio se engolosin; su papel en la fiesta era cada vez ms y ms importante. La mesa de invitados especiales comenz a destacarse demasiado. Hasta que una noche a un pariente le llam la atencin que los mozos se afanaran de un modo tan particular por esa mesa en la que no conoca a nadie. Desenmascarados, los llamaron discretamente a una salita.

    "Nosotros nos vamos, no hay problema" dijo Mauricio. "Pero piensen realmente si les conviene: la fiesta ya no va a ser igual". Y los dejaron quedarse!

    Jorge termina de contar su historia y se queda pensando, con una sonrisa, en esos locos aos cuarenta de su juventud.

    Y qu fue de Mauricio, con los aos? pregunto.

    Se suicid.

    La respuesta me sobresalta, me duele. Mauricio? Justamente Mauricio, entre todos los hombres del mundo, se suicid?

    l era caradura, pero no mala persona, en el fondo era un tipo muy honesto, muy derecho. Se meti en la fbrica con el suegro y les fue mal. Un da 31, cuando vio que no tena plata para pagarles la quincena a los obreros, subi a la terraza de un edificio y se ahorc con su propio pantaln. El honor y todo eso. Vos no queras una historia bien tpica de la poca?

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    EL ORDEN SOCIAL DE LA TRISTEZA

    Daniel y Josefina se conocieron en 1941, cuando ella tena trece aos y l diecisis. Estuvieron de novios durante ocho aos, mientras terminaban sus estudios. Cuando Daniel se recibi de ingeniero agrnomo, sali a buscar trabajo. Lo nico que consigui, para empezar, fue un puesto de corredor de un laboratorio medicinal que fabricaba chupetes. Estaban desesperados por estar juntos de una vez por todas. La familia de l haba tenido un fuerte revs econmico, pero les quedaba una casa grande donde vivan todos juntos, los padres y algunos hijos casados. Y les ofrecieron una habitacin all mientras trataban de conseguir algo mejor. Daniel empez a visitar farmacias ofreciendo chupetes y mamaderas, el trabajo se volvi ms o menos estable, decidieron casarse de una vez por todas.

    En 1949 Daniel y Josefina haban conseguido, por fin, poner fecha a su boda. Entonces muri un pariente cercano. Era correcto casarse en el primer ao de luto?

    Los ritos sociales en relacin con el luto son distintos en cada cultura y van cambiando a lo largo de la historia de la humanidad. En Occidente, es en la antigua Roma donde por primera vez aparece asociado el negro con el luto. Las familias exhiben su duelo tiendo sus vestimentas de negro para convertirlas en lugubria. As fue la costumbre hasta que un decreto imperial impuso el blanco como color de luto. Hubo que esperar hasta 1498 para volver a ver un funeral de negro, cuando Ana de Bretaa se visti de negro en el funeral de su esposo y puso colgaduras negras a su escudo de armas.

    En la Argentina, en la generacin anterior a la de Daniel y Josefina, hubiera sido muy mal visto hacer una fiesta en un ao de luto. Casarse sin fiesta resultaba simplemente inconcebible. El primer ao de luto toda la familia tena que vestirse de negro: ni pensar en un vestido de novia. A continuacin vena el medio luto, que era el gris. Y despus, para las mujeres, el alivio de luto: blanco o violeta. Sin embargo, cuando Daniel y Josefina estaban por casarse, el negro total haba sido reemplazado por una banda negra que se cosa en la manga izquierda.

    Es que las costumbres estaban cambiando. Ahora muy pocas familias contrataban plaideras para que gritaran y se lamentaran, alabando las virtudes del difunto con un nfasis profesional que los parientes no siempre lograban. Ya casi no quedaban cines con palcos especiales para las viudas y hurfanas, palcos cerrados desde los que podan ver la pelcula sin necesidad de exhibirse en pblico. En 1949 las viudas ni siquiera se bajaban el velo del sombrero para taparse la cara cuando andaban por la calle.

    Daniel y Josefina, mis padres, eran audaces y modernos y decidieron casarse de todos modos, aunque muchos se sintieran ofendidos de que hubiera una fiesta en la familia, que estaba de duelo. Tambin ellos sentan el dolor de la prdida, pero no podan soportar otro ao ms de ese noviazgo que ya se les haca eterno. Fue una boda silenciosa, sin msica, y eso les import muy poco, porque lo que queran no era bailar sino solamente vivir juntos.

    Las costumbres siguieron cambiando. Hoy se vela a los muertos en velatorios y no slo no se contratan plaideras, sino que no est bien visto que los deudos expresen su dolor ms que con un llanto contenido. Aunque a veces tengan ganas de gritar de pena. Y ya nadie se viste de luto. Pero el duelo igual est all, silencioso, como un pjaro triste. No todo tiempo pasado fue mejor, no todo tiempo pasado fue peor. Las sociedades humanas tienen necesidad de ritualizar y darle un formato social a cada una de las emociones. A eso se llama cultura. Si para muchos era duro tener la obligacin de guardar luto durante aos, exhibiendo un dolor que no siempre sentan, no es menos dura la imposicin de ocultar la pena o de manifestarla en la forma rigurosamente contenida que el mundo actual exige a los dolientes.

    Pero lo importante, lo nico importante, es que Daniel y Josefina pudieron casarse. Y aqu estoy yo para probarlo.

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    ARMA SECRETA

    Con mi Informante de identidad reservada, camino por el pasaje Julin Prez. Esta callecita hoy tan pacfica, entre Castro Barros y Colombres por un lado, y entre Mxico y Venezuela por el otro, fue alguna vez un campo de batalla. Lo elegan, segn me explica el Informante Misterioso, por ser zona neutral entre dos barrios. Aqu se batan en terribles combates los bravos de la cuadra de Yapey entre Independencia y Mxico contra los de Colombres y San Ignacio. El territorio delimitaba la zona de concentracin de los ejrcitos.

    Diez a doce aos era el promedio de edad de los combatientes. Cada grupo tena su jefe militar, el capo de la pandilla. En el recuerdo del Informante Misterioso, el jefe de su propio bando era tan peligroso como el enemigo mismo. Las peleas eran espordicas. Aunque no haba un calendario oficial, se iba sintiendo en el ambiente cuando se acercaba el momento de dirimir a golpes las diferencias. Entonces, las razones parecan muy claras, evidentes, y sin embargo, para un adulto, hoy cuesta evocarlas.

    Eran, sobre todo, insultos a la vieja. Eso era lo ms terrible, lo imperdonable! Tambin nos gritbamos unos a otros "puto" naturalmente, semejante insulto los obligaba a lavar la ofensa con una demostracin de valor viril. Y estaba la cuestin del robo de barriletes o de pelotas que haban cado en el patio de alguna casa enemiga.

    Y llega el recuerdo de una batalla.

    Los de Boedo me cuenta el Informante llevbamos un arma secreta. Eran los temibles chicles Yum-yum! Unas tabletas secas, de color grisceo. Nos ponamos en la boca la mayor cantidad posible de chicle y lo masticbamos ferozmente. Entonces, cuando nos lanzbamos a la lucha, no nos importaba recibir pias o piedrazos: nosotros buscbamos el cuerpo a cuerpo para usar nuestra arma mortal. Nos sacbamos el chicle de la boca y se lo pegbamos en el pelo al enemigo! La nica manera de sacrselo era cortndolo. En esa poca tener el pelo desparejo era inconcebible. Entonces, a los que volvan a la casa con chicle en la cabeza, primero les cortaban esa parte y despus, para emparejarlos, los rapaban del todo. sa era como la marca pblica de la derrota. Despus de eso, ya no importaba quin ganara la pelea en el campo de batalla: al da siguiente los vencidos y avergonzados eran los que tenan que venir pelados a la escuela.

    El Informante Misterioso, con orgullo, se pasa la mano por el pelo, que conserva todava, blanco pero entero, vencedor de la barra enemiga, vencedor del mismsimo Tiempo.

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    AIRE Y CARBN

    El abuelo Salo tiene buenos motivos para recordar la llegada de la orquesta de Leopoldo Stokovski a la Argentina.

    Fue hacia el ao cuarenta dice. Stokovski era famoso sobre todo por ser el director de la Orquesta Filarmnica de Filadelfia, pero vino a la Argentina con una orquesta juvenil. En Buenos Aires igual fue todo un acontecimiento. Y para mi familia, fue ms especial todava. Porque uno de los violinistas de Stokovski era un pariente lejano de mi mam, un polaco del mismo pueblo, que haba emigrado a Estados Unidos, tal como mi mam emigr a la Argentina. Bueno, este hombre quiso conocer a su familia argentina. Imagnate la emocin cuando llam a casa el primer violinista de Stokovski!

    Y fue noms de visita?

    Por supuesto! Viajaba con su mujer, que tambin era violinista, de modo que la trajo. Invitamos a mi ta, la hermana de mi mam. Fue una cena memorable. Lo ms increble de todo no fue que nos invitaran al Coln a escuchar la orquesta de Stokovski, ni las costumbres extraas que traa esta pareja, sobre todo la mujer, nacida en Estados Unidos, la otra Amrica, la de verdad. Todo nos llamaba la atencin. La forma en que cambiaba de mano el tenedor despus de cortar la carne, porque los yanquis manejan el tenedor con la mano derecha. La ropa, el peinado... Pero lo que nos dej boquiabiertos fueron las medias que traa puestas la mujer del violinista. Medias de nailon! Jams se haba visto semejante cosa en la Argentina.

    Y qu usaban las seoras elegantes?

    Aqu se usaban todava medias de seda, que eran carsimas y se rompan y se corran de nada. Era un tema fundamental para las mujeres de la poca, sobre todo para las que no tenan mucho dinero. Claro, tambin existan las medias largas de algodn, generalmente de color carne, pero eran muy feas. Las chicas muy jvenes, a veces, se dibujaban una costura sobre la piel, con carbonilla, desde el muslo hasta el taln, para dar la impresin de que tenan puesta una media. Salir sin medias era impensable, una locura; una mujer decente en sus cabales no haca una cosa as. Era tan loco como que un hombre saliera a la calle sin sombrero: "en cabeza", se deca, y era casi como salir descalzo. Pens que Roberto Arlt muri tratando de inventar unas medias engomadas de larga duracin. Las medias de seda corridas, igual que pas despus con las de nailon, se llevaban a arreglar, con una maquinita zurcidora se levantaban los puntos. Pero no quedaban perfectas, el arreglo se notaba. Ah, esas pobres medias de seda llenas de cicatrices de batalla!

    As que nunca haban visto medias como sas...

    Nunca. Las medias de nailon que tena puestas la mujer del violinista eran ms fuertes y tambin ms transparentes. La seora hizo un par de demostraciones que nos dejaron con la boca abierta. Todos hubiramos querido tocar ese material incomprensible. Yo era chico y estaba tan asombrado como los dems. Qu era esa fibra extraa que no sala de ninguna planta, que no teja ninguna oruga? Mi mam y mi ta miraban las medias con tanta admiracin, ilusin y deseo que la mujer del violinista decidi regalarles un par a cada una. Antes de irse de la Argentina pas por casa y nos dej dos paquetitos con el extrao tesoro. Entonces s pudimos tocarlas, estirarlas, mirarlas al trasluz, con infinito cuidado. "Pero, de qu estn hechas?" le pregunt a mi pap. l me mir muy serio y me dijo: "Estn hechas de aire y carbn".

    Y desde entonces cada vez que se encuentra con algo nuevo, un adelanto tecnolgico, una situacin que no comprende, un misterio de la naturaleza, en lugar de decir como todos los argentinos "Cosa'e mandinga", el abuelo Salo dice as: "Aire y carbn!"

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    LA PUALADA

    Entre sus muchas misteriosas actividades, el Informante Misterioso practica un deporte inusitado: es Campen Sudamericano de Aerobalerismo, deporte que rene los beneficios de la coordinacin con el aerobismo. Consiste en correr embocando el balero y, aunque hasta el momento nuestro Informante es su nico cultor, no ceja en sus intentos de difusin internacional.

    Su relacin con el balero empez, por supuesto, en la infancia, y no slo embocando: el padre era carpintero y fabricaba baleros en su taller. Tal vez por eso mi Informante recuerda con tanta precisin aquellos juegos.

    El ms sencillo se llamaba "las mariquitas", y se trataba simplemente de embocar verticalmente, tirando el balero hacia arriba. Era el nico juego de balero que tambin jugaban las nenas, pero lo de ellas era mucho ms fcil, porque usaban un balero casero hecho con una latita sin tapa, que se ataba a un palo cualquiera. Tambin estaba "la portea", en que, antes de embocar, haba que darle al balero un par de vueltas hacia cada lado. El ms popular era, creo, el de "las catorce provincias", que eran todas las que tena el pas en esa poca. Haba que recitar, siempre en el mismo orden, de corrido y sin equivocarse los nombres de las provincias mientras uno iba lanzando el balero primero sobre el hombro derecho y despus sobre el izquierdo, y cuando llegaba a la ltima provincia, ah tena que embocar. Pero el ms difcil era "la pualada", que consista en arrojar la bocha del balero hacia un costado y clavarlo con el palo como quien asesta una pualada. No cualquiera poda hacer eso.

    Un recuerdo trae otro. Y la mencin de "la pualada" trae el recuerdo de un personaje del barrio. El Informante Misterioso iba a la escuela Florentino Ameghino, que en esa poca quedaba en Independencia y Mrmol. Hoy, en ese lugar, hay una plaza, y la escuela se traslad a avenida La Plata.

    En esa cuadra viva un hombre paraltico. Todos los das, a la hora en que salan los chicos, su familia lo llevaba hasta la puerta en una sillita de madera. No contaban con una silla de ruedas y para transportarlo lo alzaban entre dos o tres. All lo dejaban. Los chicos iban saliendo y se reunan a su alred