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TARAS BULBA NICOLAS GOGOL Ediciones elaleph.com

TARAS BULBA

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una epica historia de los cosacos

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  • T A R A S B U L B A

    N I C O L A S G O G O L

    Ediciones elaleph.com

    Diego Ruiz

  • Editado porelaleph.com

    Traduccin de J. Prez Mauras

    1999 Copyright www.elaleph.comTodos los Derechos Reservados

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    -A ver vulvete... Tiene gracia! Qu significaese hbito sacerdotal? As visten ustedes, tan malpergeados, en su academia? Con estas palabrasacogi el viejo Bulba a sus dos hijos que acababande terminar sus estudios en el seminario de Kiev yque entraban en este momento en el hogar pater-no, despus de haberse apeado de sus caballos.

    Los recin llegados eran dos jvenes robustos,de tmidas miradas, cual conviene a seminaristasrecin salidos de las aulas. Sus semblantes, llenos devida y de salud, empezaban a cubrirse del primerbozo, aun no tocado por el filo de la navaja. Laacogida de su padre les haba turbado, y permane-can inmviles, con la vista fija en el suelo.

    -Esperen ustedes, esperen; djenme que losexamine a mi gusto. Jess! Qu vestidos tan la r-gos! -dijo volvindolos y revolvindolos en todos

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    sentidos. Diablo de vestidos! En el mundo no sehan visto otros semejantes! Vamos, pruebe uno delos dos a correr: seguro estoy de que se enreda conl y da de narices en el suelo.

    -Padre, no te burles de nosotros -dijo por fin elmayor.

    -Miren el seorito! Por qu no puedo burla r-me de ustedes?

    -Porque, porque... aunque seas mi padre, juropor Dios, que si continas burlndote, te apalear.

    -Cmo, hijo de perro? A tu padre? -dijo Ta-ras Bulba retrocediendo algunos pasos asombrado.

    -S, a mi mismo padre, cuando se me ofende,no miro quin lo hace.

    -Y de qu modo quieres batirte conmigo, apuetazos?

    -Me es completamente igual de un modo queotro.

    -Vaya por los puetazos -repuso Taras Bulbaarremangndose las mangas. Voy a ver si sabesmanejar los puos.

    Y he aqu que padre e hijo, en vez de abrazarsedespus de una larga ausencia, empiezan a asestar-se vigorosos puetazos en los costados, en la es-

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    palda, en el pecho, en todas partes, tan pronto re-trocediendo como atacando.

    -Miren ustedes, buenas gentes: el viejo se havuelto loco, ha perdido de repente el juicio-exclamaba la pobre madre, plida y flaca, inmvilen las gradas, sin haber tenido tiempo an de es-trechar entre sus brazos a sus queridos hijos.Vuelven los muchachos a casa, despus de msde un ao de ausencia, y he aqu que su padre in-venta, Dios sabe qu bestialidad... darse de pue-tazos!

    -Se bate como un coloso! -deca Bulba dete-nindose. S, por Dios! Muy bien -aadi, abro-chando su vestido; -aunque mejor hubiera hechoen no probarlo. ste ser un buen cosaco. Buenosdas, hijo, abracmonos ahora.

    Y padre e hijo se abrazaron.-Bien, hijo; atiza buenos puetazos a todo el

    mundo como lo has hecho conmigo; no des cuar-tel a nadie. Esto no impide que ests hecho unadefesio con ese hbito. Qu significa esa cuerdaque cuelga? Y t, estpido, qu haces ah con losbrazos cruzados? -dijo, dirigindose al hijo menor.Por qu, hijo de perro, no me aporreas tambin?

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    -Miren que ocurrencia -deca la madre abra-zando al ms joven de sus hijos. En dnde se havisto que un hijo aporree a su propio padre? Y eseste el momento de pensar en ello? Un pobre ni-o, que acaba de hacer tan largo camino, y esttan cansado (el pobre nio tena ms de veinteaos y una estatura de seis pies), tendr necesidadde descansar y de comer un bocado; y l quiereobligarle a batirse!

    -Eh! Eh! Me parece que t eres un mentecato-deca Bulba. Hijo, no escuches a tu madre, es unamujer y no sabe nada. Necesitan ustedes que lesacaricien? Las mejores caricias, para ustedes sonuna buena pradera y un buen caballo. Ven ese sa-ble? pues esa es la madre de ustedes. Todas esastonteras que tienen ustedes en la cabeza, no sonms que sandeces; yo desprecio todos los libros enque estudian ustedes, y las A B C, y las filosofas, ytodo eso; los escupo.

    Aqu Bulba aadi una palabra que no puedepasar a la imprenta.

    -Vale ms -aadi- que en la prxima semanales mande al zaporoji. All es donde se encuentra laciencia; all est la escuela de ustedes, y tambin alles donde se les desarrollar la inteligencia.

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    -Que! Slo permanecern aqu una semana?-deca la anciana madre con voz plaidera y baa-da en llanto. Los pobres nios no podrn diver-tirse ni conocer la casa paterna! Y yo no tendrtiempo siquiera para hartarme de contemplarlos!

    -Cesa de aullar, vieja; un cosaco no ha nacidopara vegetar entre mujeres. Tu les ocultaras debajode las faldas a los dos, como una gallina clueca sushuevos. Anda, vete. Ponnos sobre la mesa cuantotengas para comer. No queremos pasteles con mielni guisaditos. Danos un carnero entero o una ca-bra; trenos aguamiel de cuarenta aos; y danosaguardiente, mucho aguardiente; pero no de eseque est compuesto con toda especie de ingre-dientes, pasas y otras porqueras, sino aguardientepuro, que bulla y espume como un rabioso.

    Bulba condujo a sus hijos a su aposento, dedonde salieron a su encuentro dos hermosas cria-das, cargadas de monistes1. Sase porque se asusta-ron por la presencia de sus jvenes seores, sasepor no faltar a las pdicas costumbres de las muje-res, el caso es que las dos criadas echaron a correrlanzando fuertes gritos, y largo tiempo despustodava se ocultaban el rostro con sus mangas.

    1 Ducados de oro, atravesados y colgados en forma de adorno

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    La habitacin estaba amueblada conforme algusto de aquella poca, cuyo recuerdo slo se haconservado por los douma2 y las canciones popula-res, que recitaban en otro tiempo, en Ukrania losancianos de luenga barba, acompaados de labandola, entre una multitud que formaba crculoen torno suyo, conforme al gusto de aquel tiemporudo y guerrero, que vio las primeras luchas soste-nidas por la Ukrania contra la unin3. Todo respi-raba all limpieza. El suelo y las paredes estaban cu-biertas de una capa de arcilla luciente y pintada.Sables, ltigos (naga kas), redes de cazar y pescar,arcabuces, un cuerno artsticamente trabajado queserva para guardar la plvora, una brida con ador-nos de oro, y trabas adornadas con clavitos de pla-ta colgaban en torno del aposento. Las ventanas,sumamente pequeas, tenan cristales redondos yopacos, como los que an existen en algunas igle-sias; no se poda mirar a la parte exterior sino le-vantando un pequeo marco movible. Los huecosde esas ventanas y de las puertas estaban pintadosde encarnado. En los ngulos, encima de aparado-

    2 Crnicas cantadas, como las antiguas; rapsodias griegas o los romancesespaoles3 Religin griega unida, cisma recientemente abrogado de la religin gre-co-catlica

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    res, haba cntaros de arcilla, botellas de vidrio decolor obscuro, copas de plata cincelada, y copitasdoradas de diferentes estilos, venecianas, florenti-nas, turcas y circasianas, llegadas por diversosconductos a manos de Bulba, cosa nada extraaen aquellos tiempos de empresas guerreras. Com-pletaban el mueblaje de aquella habitacin unosbancos de madera chapados de corteza de abedul.Una mesa de colosales proporciones estaba situa-da debajo de las santas imgenes, en uno de losngulos. El ngulo opuesto estaba ocupado poruna alta y ancha estufa que constaba de una por-cin de divisiones, y cubierta de baldosas barniza-das. Todo eso era muy conocido de nuestrosjvenes, que iban todos los aos a pasar las vaca-ciones al lado de sus padres; digo iban, e iban a piepues no tenan an caballos; por otra parte, el trajeno permita a los estudiantes el montar a caballo.Hallbanse todava en aquella edad en que cual-quier cosaco armado poda tirarles impunementede los largos mechones de cabello de la coronillade su cabeza. Slo a su salida del seminario fuecuando Bulba les mand dos caballos jvenes parahacer su viaje.

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    Bulba, con motivo de la vuelta de sus hijos, hi-zo reunir todos los centuriones de su polk4 que noestaban ausentes; y cuando dos de ellos acudierona su llamado, con el saoul5 Dimitri Tovkatch, sucamarada, les present sus hijos diciendo:

    -Miren qu muchachos! Bien pronto les en-viar a la setch.

    Los visitantes felicitaron a Bulba y a los dos j-venes, asegurndoles que haran muy bien, y queno haba escuela mejor para la juventud que el za-poroji.

    -Vamos, seores y hermanos -dijo Taras- sin-tense donde les plazca; y ustedes, hijos mos, antetodo, bebamos un vaso de aguardiente. Qu Diosnos bendiga! A la salud de ustedes, hijos mos! Ala tuya, Eustaquio! A la tuya, Andrs! Dios quieraque la victoria les acompae siempre en la guerra,que derroten a los paganos y a los trtaros! y si lospolacos intentan algo contra nuestra santa religin,a ellos tambin! Veamos! venga tu vaso. Esbueno el aguardiente? Cmo se llama el aguar-diente en latn? Qu bobos eran los latinos! ni si-quiera saban que hubiese aguardiente en el 4 Oficiales de su campamento5 Subteniente del polkovnik

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    mundo. Cmo se llamaba aquel que escribi ver-sos latinos? Yo no, soy muy sabio y he olvidado sunombre. No se llamaba Horacio?

    -Miren que zorro! -se dijo por lo bajo el hijomayor, Eustaquio- el viejo perro lo sabe todo, yaparenta no saber nada.

    -Creo que la gandulifis ni siquiera les ha dejadooler el aguardiente -continu Bulba. Convenganustedes hijos mos, en que les han sacudido de lolindo, con escobas de abedul, las espaldas, los ri-ones y todo lo que constituye un cosaco; o talvez, para hacerles hombres y juiciosos les han apli-cado sendos latigazos no solamente los sbados,sino tambin los mircoles y jueves.

    -No debemos recordar nada de lo pasado, pa-dre -respondi Eustaquio- lo pasado, pasado.

    -Que lo prueben ahora! -dijo Andrs- qu seatreva alguien a tocarme la punta del dedo! Que seponga algn trtaro al alcance de mis manos, y sa-br lo que es un sable cosaco.

    -Bien, hijo mo, bien! Vive Dios que has ha-blado bien! Toda vez que es as, por Dios queacompao a ustedes! Qu diablos tengo que es-perar aqu? Convertirme en un plantador de trigonegro, en un hombre casero, en un pastor de

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    ovejas y de cerdos? Acariciar a mi mujer? No,llveme el diablo! Soy cosaco, y he de dejarme detodo eso. Qu me importa que no haya guerra!Ir a disfrutar con ustedes; s, por Dios, ir.

    Y el viejo Bulba, enardecindose por grados,concluy por enfadarse; se levant de la mesa, ygolpe con el pie tomando una actitud imperiosa.

    -Maana partiremos. Por qu aplazarlo? Qudiablos esperamos aqu? Para qu esta casa? Paraque esas ollas? Para qu todo eso?

    Hablando as, psose a romper los platos y lasbotellas. La pobre mujer, acostumbrada desde mu-cho tiempo a semejantes actos, miraba tristementela obra destructora de su marido, sentada en unbanco, sin atreverse a pronunciar palabra; pero alsaber una resolucin que tanto la afliga, no pudocontener sus lgrimas. Dirigi una furtiva mirada asus hijos a quienes iba tan bruscamente a perder, ynada es capaz de pintar el sufrimiento que agitabaconvulsivamente sus ojos hmedos y sus apre-tados labios.

    Bulba era exageradamente obstinado. Era unode esos caracteres que solo podan desenvolverseen el siglo XVI, en un rincn salvaje de Europa,cuando toda la Rusia meridional, abandonada de

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    sus prncipes, fue asolada por las incursiones irre-sistibles de los mongoles; cuando, despus de ha-ber perdido su techo y todo abrigo, el hombrebusc un refugio en el valor de la desesperacin;cuando sobre las humeantes ruinas de su hogar, enpresencia de enemigos vecinos e implacables, seatrevi a edificar de nuevo una morada, conocien-do el peligro, pero acostumbrndose a mirarle defrente; cuando, en fin, el carcter pacfico de loseslavos se inflam en un ardor guerrero, y dio vidaa ese arrojo desordenado de la naturaleza rusa queconstituy la sociedad cosaca (kasatchestvo). En-tonces todas las mrgenes de los ros, los vados,los desfiladeros y hasta los pantanos se cubrieronde tantos cosacos que nadie los hubiera podidocontar, y sus esforzados y valientes enviados pu-dieron contestar al sultn que deseaba conocer sunmero: Quin lo sabe? En nuestro pas, en laestepa, a cada paso se encuentra un cosaco. Fueaquello una explosin de la fuerza rusa que hicieronbrotar del pecho del pueblo los repetidos golpes dela desgracia. En vez de los antiguos oudly6, en vezde las reducidas ciudades pobladas de vasallos ca-zadores, que se disputaban y vendan los pequeos

    6 Divisin feudal de la Rusia

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    prncipes, aparecieron pequeas villas fortificadas,koureni7, unidas entre s por el sentimiento del peli-gro comn y por el odio a los invasores paganos.La historia nos ensea que las luchas perpetuas delos cosacos salvaron a la Europa occidental de lainvasin de las salvajes hordas asiticas que ame-nazaban inundarla. Los reyes de Polonia que vinie-ron a ser, en vez de prncipes despojados, losamos de aquellas vastas extensiones de tierra, sibien dueos lejanos y dbiles, comprendieron laimportancia de los cosacos y el provecho que po-dan sacar de sus disposiciones guerreras; disposi-ciones que se esforzaron en desarrollar todava.Los hetman, elegidos por los cosacos de entre ellosmismos, transformaron los koureni en polk8 regula-res. No era un ejrcito organizado y permanente;pero, en caso de guerra o de un movimiento gene-ral, en ocho das a lo ms, todos estaban reunidos;todos acudan al llamado con caballo y armas, reci-biendo tan slo del rey por todo sueldo un ducadopor cabeza. En quince das reunase un ejrcito queseguramente ningn alistamiento hubiera podidoformar uno semejante. Concluida la guerra, cada

    7 Unin de pueblos, bajo el mismo jefe electivo llamado ataman8 Especie de regimientos

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    soldado volva a sus campos a orillas del Dnieper,dedicndose a la pesca, a la caza o a algn pe-queo negocio; fabricaba cerveza, y disfrutaba dela libertad. No haba oficio que un cosaco no su-piese hacer; destilar aguardiente, construir un ca-rro, fabricar plvora, hacer de cerrajero, deherrador, de veterinario, y, sobre todo beber mu-cho y emborracharse como slo un ruso es capazde hacerlo. Adems de los cosacos inscritos, obli-gados a presentarse en tiempo de guerra o deconquista, era muy fcil reunir un ejrcito de vo-luntarios. Bastaba que los saoul se presentasen enlos mercados y plazas de los pueblos, y gritaran,montados en un tlga (carro): Eh! Eh! Ustedeslos bebedores, no fabriquen cerveza y no se calien-ten en el hogar; no engorden para ir a la conquistadel honor y de la gloria caballeresca. Y ustedes, la-bradores, plantadores de trigo negro, guardadoresde ovejas, dejen de arrastrarse a la cola de sus bue-yes, de ensuciar en el suelo sus caftanes amarillos,de cortejar a sus mujeres y de dejar perecer su vir-tud de caballeros9. Tiempo es de ir a conquistar lagloria cosaca. Y estas palabras parecan chispas 9 Entre los cosacos, todos los hombres armados se llamaban caballeros poruna imitacin lejana y mal comprendida de la caballera. de la Europa occi-dental

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    que caan sobre lea seca. El labrador abandonabasu arado; el fabricante de cerveza rompa sus tone-les y sus gamellas; el artesano enviaba al diablo suoficio, y el mercader su comercio; todos rompanlos muebles de sus casas y montaban en sus caba-llos. En una palabra, el carcter ruso tomaba en-tonces una nueva forma, amplia y poderosa.

    Taras Bulba era uno de los viejos polkovnik.10

    Nacido para las dificultades y los peligros de laguerra, distinguase por la rectitud de un carcterrudo e ntegro. La influencia de las costumbrespolacas empezaba a penetrar entre los hidalguillosrusos. Muchos de ellos vivan con lujo inusitado,tenan una servidumbre numerosa, halcones, jaura,y daban esplndidos convites. Nada de esto agra-daba a Bulba; l amaba la vida sencilla de los cosa-cos, y a menudo rea con aquellos de sus ca-maradas que seguan el ejemplo de Varsovia, lla-mndoles esclavos de los nobles (pan) polacos. In-quieto, activo, emprendedor, considerbase comouno de los paladines naturales de la Iglesia rusa; en-traba, sin permiso, en todos los pueblos donde sequejaban de la opresin de los mayordo-mos-arrendatarios y de un aumento de precio so-

    10 Jefe de polk. Esta palabra significa ahora coronel

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    bre los hogares. All, rodeado de sus cosacos, juz-gaba las quejas, habindose impuesto el deber dehacer uso de su espada en los tres casos siguientes:cuando los mayordomos no mostraban deferenciahacia los ancianos descubrindose la cabeza anteellos; cuando se burlaban de la religin o de las an-tiguas costumbres, y por ltimo, cuando se hallabadelante del enemigo, es decir, de los turcos o pa-ganos, contra los cuales se crea siempre en el de-ber de sacar la espada para mayor gloria de la cris-tiandad. Ahora regocijbase anticipadamente conel placer de conducir l mismo a sus dos hijos alsetch, y decir con orgullo. Vean ustedes qu mu-chachos les traigo; de presentarles a todos sus an-tiguos compaeros de armas, y de ser testigo desus primeros triunfos en el arte de guerrear y en elde beber, que contaba tambin entre las virtudesde un caballero. Taras haba tenido primeramenteintencin de enviarlos solos; pero al ver su buenaspecto, su aventajada estatura y su varonil belleza,sinti revivir su antiguo ardor guerrero, y decidi,con enrgica y frrea voluntad, acompaarles ypartir con ellos al da siguiente. Hizo sus preparati-vos, dio ordenes, escogi caballos y arneses parasus dos hijos, design los criados que deban

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    acompaarles, y deleg su mando al saoul To-vkatch, aadindole que tan luego como recibieseorden del setch, se pusiese inmediatamente en mar-cha a la cabeza de todo el polk. A pesar de no ha-berle pasado completamente la borrachera, y deque su cabeza estaba todava turbia con los vapo-res del vino, nada olvid, ni aun la orden de quediesen de beber a los caballos y una racin delmejor trigo.

    -Y bien, hijos mos -les dijo, volviendo a entraren su casa rendido de fatiga- tiempo es ya dedormir, y maana haremos lo que Dios quiera. Pe-ro que no se arreglen camas, dormiremos en el pa-tio.

    En cuanto entr la noche, Bulba se fue a dor-mir; tena la costumbre de acostarse tempranito.Echse sobre un tapiz extendido en el suelo, y secubri con una piel de carnero (touloup), pues hacafresco, y a Bulba le gustaba el calor cuando dormaen casa. Pronto empez a roncar, imitndole to-dos los que estaban acostados en los rincones delpatio, y ms que todos el guardin, que, vaso enmano, haba celebrado con ms entusiasmo la lle-gada de los jvenes seores. nicamente la pobremadre no dorma. Haba ido a acurrucarse a la ca-

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    becera de sus queridos hijos, que descansaban eluno al lado del otro. Peinaba sus cabellos, les baa-ba con sus lgrimas, contemplbalos con todas lasfuerzas de su ser, sin saciarse. Despus de haberlosalimentado con la leche de sus pechos, de haberleseducado con una ternura llena de inquietud, nodeba ahora verles ms que un instante.

    -Qu ser de ustedes, queridos hijos? Qu eslo que les espera? -deca ella- y gruesas lgrimas sedetenan en las arrugas de su rostro, hermoso enotro tiempo.

    En efecto, la pobre madre era muy digna delstima como todas las mujeres de aquel tiempo.Su rudo esposo la haba abandonado por su sable,por sus camaradas y por una vida aventurera y de-sarreglada. Slo vea a su marido dos o tres das alao; y aun cuando l estaba all, cuando vivan jun-tos, cul era su vida? Tena que sufrir injurias, yhasta golpes, recibiendo pocas caricias y aun des-deosas. La mujer era una criatura extraa y fuerade su lugar entre aquellos aventureros feroces. Sujuventud pas rpidamente; sus frescas y hermo-sas mejillas, sus blancas espaldas se cubrieron deprematuras arrugas. Todo lo que hay de amor, deternura, de pasin en la mujer se concentr en ella

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    en el amor maternal. Aquella noche, permaneciinclinada con angustia sobre la cama de sus hijos,como la tcha ka11 de las estepas se cierne sobre sunido. Le arrebatan sus hijos, sus amados hijos; selos arrebatan para no volver a verlos tal vez jams:acaso en la primera batalla los trtaros les cortarnla cabeza, y nunca sabr la pobre madre qu ha si-do de sus cuerpos abandonados que servirn depasto a las aves de rapia. Sollozando sordamente,contemplaba los ojos de sus hijos que un irre-sistible sueo mantena cerrados.

    -Tal vez -pensaba- Bulba retardar dos dasms su partida! Quiz ha resuelto partir tan pron-to porque hoy ha bebido mucho!

    Haca bastante rato que la luna alumbrabadesde el alto cielo el patio y todos los que en ldorman, as como un grupo de copudos sauces ylos elevados brazos que crecan junto al cercadohecho de empalizadas, y la pobre madre permane-ca sentada a la cabecera de sus hijos, sin apartarlos ojos de ellos ni pensar en dormir. Los caballos,con la venida del alba, tumbronse sobre la hierbadejando de pacer. Las elevadas hojas de los saucesempezaban a estremecerse, a cuchichear, y su ch-

    11 Especie de gaviota

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    chara bajaba de rama en rama. El agudo relinchode un potro reson de repente en la estepa. Rojosresplandores aparecieron en el cielo. Bulba desper-t de repente, y se levant bruscamente. Re-cordaba todas las rdenes que haba dado la vspe-ra.

    -Ya se ha dormido bastante, muchachos; ya estiempo, ya es tiempo! Den de beber a los caballos.Pero, en donde est la vieja? (as llamaba habi-tualmente a su mujer). Pronto, vieja, danos decomer, pues tenemos mucho que andar!

    La pobre anciana, privada de su ltima espe-ranza, se dirigi tristemente hacia la casa. Mientrasque, con las lgrimas en los ojos, preparaba el de-sayuno, su marido daba sus ltimas rdenes, iba yvena por las caballerizas, y escoga para sus hijossus ms ricos vestidos. Los estudiantes cambiaronen un momento de aspecto. Botas rojas, con pe-queos talones de plata, reemplazaron al mal cal-zado del colegio. Cironse, con un cordndorado, pantalones anchos como el mar Negro, yformados con un milln de plieguecitos. De estecordn pendan largas corregelas de cuero, quesostenan con borlas todos los utensilios que usanlos fumadores. Una casaquilla de tela roja como el

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    fuego les fue ajustada al cuerpo por un cinturnbordado, en el cual se colocaron pistolas turcasdamasquinadas. Un enorme sable les golpeaba laspiernas. Sus semblantes, poco tostados por el sol,parecan entonces ms hermosos y ms blancos.Pequeos bigotes negros realzaban el color brillan-te y fresco de la juventud. Aumentaban su bellezasus gorras de astracn negro que terminaban enforma de casquetes dorados. Cuando los vio lapobre madre, no pudo proferir una palabra, y t-midas lgrimas se detuvieron en sus marchitosojos.

    -Vamos, hijos mos, todo esta dispuesto, nonos retardemos ms -dijo por fin Bulba. Ahora,segn la costumbre cristiana, es preciso sentarnosantes de partir.

    Todo el mundo se sent en silencio en el mis-mo aposento, sin exceptuar los criados que semantenan respetuosamente cerca de la puerta.

    -Ahora, madre -dijo Bulba- bendice a tus hijos;ruega a Dios que se batan siempre bien, que sos-tengan su honor de caballeros, que defiendan lareligin del Crucificado, si no, que perezcan, y queno quede nada de ellos sobre la tierra. Muchachos,

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    acrquense a su madre; la oracin de una madrepreserva de todo peligro en la tierra y en el mar.

    La pobre mujer los abraz, tom dos pequeasimgenes de metal y se las colg del cuello sollo-zando.

    -Que la Virgen... les proteja... no olviden, hijosmos, a su madre. Enven al menos noticias, ypiensen...

    No pudo continuar.-Vamos, muchachos -dijo Bulba.Los caballos esperaban delante del peristilo.

    Bulba se lanz sobre Diablo, que resping fu-riosamente al sentirse de repente encima un pesode veinte pouds12, pues Bulba era sumamente grue-so y pesado. Cuando la madre vio que tambin sushijos estaban montados a caballo, precipitse ha-cia el ms joven, cuyo semblante manifestaba msternura; agarr su estribo, asise a la silla, y contriste y silenciosa desesperacin, le estrech entresus brazos. Dos vigorosos cosacos la levantaronrespetuosamente y la llevaron a la casa. Pero en elmomento en que los jinetes franqueaban la puerta,arrojse sobre sus huellas con la ligereza de una

    12 El poud equivale a cuarenta libras rusas, cerca de dieciocho kilogramos

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    corza, cosa extraa en su edad, detuvo con manofuerte uno de los caballos, y abraz a su hijo conun ardor insensato, delirante. Llevronsela de nue-vo. Los dos hermanos empezaron a cabalgar tris-temente a ambos lados de su padre, reteniendosus lgrimas por temor a Bulba, que tambin, sindemostrarla, experimentaba una invencible emo-cin. La maana estaba desapacible; la verde-gueante hierba brillaba a lo lejos, y las avesgorjeaban en discordes tonos. Despus de cami-nar un corto trecho, los jvenes echaron una mi-rada tras s; su casita pareca haberse hundidodebajo tierra; tan slo veanse en el horizonte doschimeneas rodeadas por las cimas de los arbolesen los cuales haban gateado como ardillas en sujuventud. Una extenssima pradera se extenda asu vista, una pradera que les recordaba toda su vi-da pasada, desde la edad en que retozaban sobre lahierba baada por el roco. Bien pronto no se viootra cosa que la prtiga coronada por una rueda decarro que se elevaba encima de los pozos; despusla estepa empez a levantarse en montaa, cu-briendo todo lo que dejaban tras s.

    -Adis, hogar paterno! Adis, recuerdos in-fantiles! Adis, todo!

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    II

    Los tres viajeros caminaban silenciosamente. Elviejo Taras pensaba en su pasado; su juventud sedesenvolva delante de l, esa hermosa juventudque el cosaco, sobre todo, echa tanto de menos,pues quisiera conservar su agilidad y fuerzas paracorrer su vida de aventuras. Preguntbase a smismo cuales de sus antiguos compaeros encon-trara en la setch; contaba los que haban ya muerto,los que quedaban an vivos, e inclinaba tristemen-te su encanecida cabeza. Sus hijos estaban ocupa-dos en otras ideas. Es preciso que digamos algunaspalabras de ellos. Apenas haban cumplido doceaos, enviseles al seminario de Kiev, pues todoslos seores de aquel tiempo crean necesario dar asus hijos una educacin que pronto haban de ol-vidar. Todos esos jvenes, a su entrada en el se-

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    minario, tenan un carcter salvaje y estaban acos-tumbrados a una completa libertad. Por esto en-flaquecan un poco, y adquiran un aspecto comnque les haca parecerse los unos a los otros. Eusta-quio, el mayor de los hijos de Bulba, empez sucarrera cientfica por huir desde el primer ao. Sele agarr, se le apale de lo lindo y le encerraroncon sus libros. Cuatro veces enterr su A B C, ycuatro veces, despus de azotarle inhumanamente,se le compr uno nuevo. Pero sin duda hubieracontinuado en su reprobable conducta, si su padreno le hubiera hecho la amenaza formal de tenerledurante veinte aos como fraile lego en un con-vento, aadiendo el juramento que no vera nuncala setch, si no aprenda perfectamente cuanto se en-seaba en la academia. Lo extrao es que estaamenaza y este juramento viniesen del viejo Bulba,que haca alarde de burlarse de toda ciencia, y queaconsejaba a sus hijos, como hemos visto, no ha-cer ningn caso de ella. Desde este momento,Eustaquio se puso a estudiar con extremado celo,y concluy por ser reputado uno de los mejoresestudiantes. En aquel entonces la instruccin notena la menor relacin con la vida que se llevaba;todas esas argucias escolsticas, todas esas sutile-

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    zas retricas y lgicas no tenan nada de comncon la poca ni aplicacin en ninguna parte. Lossabios de entonces no eran menos ignorantes quelos otros, pues su ciencia era completamente ocio-sa y vaca. Adems, la organizacin republicana delseminario, esta inmensa reunin de jvenes en lafuerza de la edad, deba inspirarles deseos de acti-vidad ajenos enteramente al crculo de sus estu-dios. Las malas comidas, los frecuentes castigospor hambre, todo se una para despertar en ellosesta sed de empresas que deba, ms tarde, satisfa-cerse en la setch. Los boursiers13 recorran hambrien-tos las calles de Kiev, obligando a sus habitantes aser prudentes. Los dueos de los bazares, cuandovean un bousier, ocultaban sus tortas, sus pasteli-llos, como el guila oculta sus hijuelos. El cnsul14,que deba velar por las buenas costumbres de sussubordinados, llevaba unos bolsillos tan largos ensus pantalones, que hubiera podido meterse enellos todos los comestibles de una tienda. Esosbousiers formaban un mundo aparte. No podanpenetrar en la alta sociedad, compuesta de nobles,polacos y pequeos-rusos. El mismo vaivoda,

    13 Nombre de los estudiantes seglares14 Nombre del vigilante, o jefe de cuartel, elegido entre los estudiantes

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    Adam Kissel, a pesar de la proteccin con quehonraba a la academia, no permita que se llevase alos estudiantes a ninguna parte y quera que se lestratase con severidad. Por lo dems, esta ltimarecomendacin era del todo intil, pues ni el rectorni los profesores economizaban el l tigo ni las dis-ciplinas. Con frecuencia, cumpliendo con sus de-beres, los lictores vapuleaban a los cnsules demodo que tuviesen que rascarse largo tiempo. Mu-chos de ellos no tenan eso en nada, o, todo loms, por una cosa algo ms fuerte que el aguar-diente con pimienta; pero otros concluan por en-contrar tan desagradable este castigo, que huan ala setch, si saban encontrar el camino y no se lesalcanzaba antes de llegar. Eustaquio Bulba, a pesardel cuidado que pona en estudiar la lgica y hastala teologa, no pudo librarse nunca de las implaca-bles disciplinas. Naturalmente, esto debi volver sucarcter ms sombro, ms intratable, y darle lafirmeza que distingue al cosaco. Pasaba por muybuen compaero; si bien nunca fue el jefe en lasempresas atrevidas, ni en el saqueo de un huerto,ponase siempre de los primeros bajo el mando deun estudiante emprendedor, y nunca, en ningncaso, hubiera hecho traicin a sus compaeros;

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    ningn castigo le hubiera obligado a ello. Indife-rente a todo, menos a la guerra o la botella, puesraras veces pensaba en otra cosa, era leal y bonda-doso, al menos tan bondadoso como poda serlocon semejante carcter y en tal poca. Las lgrimasde su pobre madre le haban conmovido profun-damente; era la nica cosa que le haba turbado yque le hizo inclinar tristemente la cabeza.

    Andrs, su hermano menor, tena los senti-mientos ms vivos y expansivos: aprenda conms gusto, y sin las dificultades que crea para eltrabajo un carcter pesado y enrgico. Tena masingenio que su hermano, y con frecuencia era eljefe de una empresa atrevida; algunas veces, conayuda de su talento inventivo, saba librarse delcastigo, mientras que su hermano Eustaquio, sinacobardarse gran cosa, quitbase su caftn y setenda en el suelo, no pensando ni siquiera en pe-dir gracia. Andrs no se senta menos devoradopor el deseo de llevar a cabo actos heroicos; perosu alma estaba predispuesta a otros sentimientos.A los dieciocho aos, el deseo de amar se desen-volvi rpidamente en l. Con harta frecuenciapresentbansele ante su ardiente imaginacin im-genes de mujeres. Mientras escuchaba las contro-

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    versias teolgicas, vea al objeto de sus sueos consus frescas mejillas, su tierna sonrisa y sus negrosojos. No dejaba traslucir a sus compaeros losmovimientos de su alma joven y apasionada, puesen aquel entonces no era digno de un cosaco pen-sar en mujeres y en el amor antes de haber adqui-rido fama en el campo de batalla. Generalmente,en los ltimos aos de su permanencia en el semi-nario, dej de capitanear una porcin de aventu-ras; pero con frecuencia vagaba por algunossolitarios barrios de Kiev, en donde se vean en-cantadoras casitas a travs de sus jardines de cere-zos. Algunas veces penetraba en la calle de laaristocracia, en esa parte de la ciudad que ahora sellama la antigua Kiev, y que, habitada entonces porlos seores pequeos-rusos y polacos, se compo-na de casas edificadas con cierto lujo. Un da quepasaba por ella, pensativo, por poco le aplasta lapesada carroza de un noble polaco, y el cochero delargos bigotes que ocupaba el pescante, le dio unviolento latigazo. El joven estudiante, encolerizado,agarr con su vigorosa mano, con loco atrevi-miento, una de las ruedas de detrs de la carroza, ylogr detenerla algunos momentos. Pero el coche-ro, temiendo una disputa, fustig sus caballos, y

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    Andrs, que por fortuna haba retirado la mano,fue echado contra el suelo, dando de rostro en elfango. Una sonrisa armoniosa y penetrante resonsobre su cabeza. Levant los ojos, y vio en la ven-tana de una casa a una joven de la ms deslum-brante hermosura. Era blanca y rosada como lanieve iluminada por los primeros rayos del sol na-ciente. Rea a mandbula batiente, y su risa aadaun nuevo encanto a su animada y altiva belleza.Andrs se qued estupefacto y contemplndolacon la boca abierta, y, enjugndose maquinalmenteel lodo que le cubra el rostro, lo extenda todavams. Quin poda ser aquella hermosa joven?Preguntlo a los criados ricamente vestidos queestaban agrupados delante de la puerta de la casaen torno de un joven taedor de bandola; peroellos se le rieron en sus narices al ver su semblantelleno de lodo, y no se dignaron contestarle. Por finpudo averiguar que era la hija del vaivoda de Ko-vno, que haba ido a pasar algunos das en Kiev.

    A la noche siguiente, Andrs, con ese atrevi-miento peculiar a los estudiantes, salt el cercadode la casa y penetr en el jardn; trep despus aun rbol cuyas ramas se apoyaban en el techo de lacasa, de all salto al techo, y baj por la chimenea

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    penetrando en el dormitorio de la joven. Esta es-taba entonces sentada cerca de la luz, y se quitabasus ricos pendientes. La linda polaca, a la vista deun desconocido, que tan bruscamente se le apare-ca, se asust de tal modo, que no pudo articularpalabra. Pero cuando observ que el estudiantepermaneca inmvil, bajando los ojos y sin atrever-se a mover un dedo de la mano, cuando reconocien l al joven que haba cado tan ridculamentedelante de ella, no pudo menos de prorrumpir enuna estrepitosa carcajada. Adems, las faccionesde Andrs nada presentaban de terrible; al contra-rio, el rostro del estudiante era en extremo agrada-ble. La joven ri mucho tiempo, y concluy porburlarse de l. La bella era atolondrada como unapolaca, pero de vez en cuando sus ojos claros yserenos despedan una de esas miradas largas queprometen constancia. El pobre estudiante ni aunse atreva a respirar. La hija del vaivoda se le acercatrevidamente, psole en la cabeza su gorra enforma de diadema, y le ech sobre los hombrosuna gorguera transparente adornada con festn deoro, entregndose a mil diabluras con el desenfadopropio de un nio y de un polaco, lo cual sumergial joven estudiante en una inexplicable confusin.

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    Andrs abra la boca como un bobalicn, y mirabafijamente los ojos de la traviesa nia. Un ruido queson de repente la asust. Mandle que se escon-diese, y tan luego como pas el susto, llam a sucamarera, que era una trtara prisionera, y le orde-n que condujese al joven prudentemente por eljardn para sacarlo fuera de la casa. Pero esta vez elestudiante no fue tan feliz al saltar la empalizada.Despertse el guarda, le vio, empez a gritar, y loscriados de la casa le volvieron a conducir a garro-tazos a la calle hasta que sus ligeras piernas le aleja-ron del peligro. Despus de esta aventura no se leocurri otra vez pasar por delante de la casa delvaivoda, pues sus criados eran numerossimos.

    Andrs la vio todava una vez en la iglesia. Lajoven repar en l y le sonri maliciosamente co-mo a un antiguo conocido. Poco tiempo despusel vaivoda de Kovno abandon la ciudad, y unagruesa figura desconocida se present en la venta-na en donde haba visto a la bellsima polaca deojos negros. En esta hermosa nia pensaba An-drs al inclinar la cabeza sobre el cuello de su caba-llo.

    Haca ya largo tiempo que las altas hierbas lesrodeaban por todos lados; de suerte que slo se

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    vean las gorras negras de los cosacos por encimade los ondulantes tallos, cuando Bulba, saliendo desu meditacin, exclam de repente:

    -Eh, eh!, Qu significa eso, muchachos? Es-tn ustedes muy silenciosos; dirase que se hanvuelto frailes. Al diablo todas las ideas negras.Aprieten sus pipas con los dientes, espoleen suscaballos, y corramos de modo que no pueda alcan-zamos un pjaro.

    Y los cosacos, inclinndose sobre el arzn de lasilla, desaparecieron en la espesa hierba. Ya no sevieron ni siquiera sus gorras; solamente el rpidopaso que marcaban en la hierba indicaba la direc-cin de su carrera.

    El sol se haba alzado en un cielo sin nubes yderramaba por la estepa su luz clida y vivificante.

    Cuanto ms se avanzaba en la estepa, presen-tbase sta ms salvaje y hermosa. En aquella po-ca, todo el espacio conocido ahora con el nombrede Nueva Rusia, desde la Ukrania hasta el marNegro, era un desierto virgen y verde. El carro nohaba marcado nunca sus huellas a travs de las in-conmensurables olas de sus plantas salvajes. ni-camente los caballos libres que se ocultaban enaquellos impenetrables abrigos dejaban en ellos al-

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    gunos senderos. Toda la superficie de la tierra pa-reca un ocano de verdura dorada, que esmalta-ban otros mil colores. Entre los tallos finos y secosde la alta hierba, crecan grupos de coronillas, detintes azules, rojos y violados; la retama levantabaen el aire su pirmide de flores amarillas. Los pe-queos botones del trbol blanco salpicaban lasombra hierba, y una espiga de trigo, trada all,Dios sabe de donde, maduraba solitaria. Bajo latenue sombra de los tallos de hierbas, deslizbanse,alargando el cuello, las ligeras perdices. Todo el aireestaba lleno de mil cantos de aves. Los gavilanes secernan inmviles, sacudiendo el aire con la puntade sus alas, y dirigiendo vidas miradas sobre lasuperficie de la tierra. Oanse en lontananza losagudos gritos de una bandada de aves salvajes quevolaban, como una espesa nube, encima de algnlago perdido en la inmensidad de las llanuras. Lagaviota de las estepas elevbase con un movi-miento cadencioso, y se bailaba con voluptuosacoquetera en las ondas del azul; tan pronto no sela vea sino como un punto negro, como resplan-deca blanca y brillante a los rayos del sol... Oh es-tepas mas, cun bellas sois!

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    Nuestros viajeros slo se detuvieron para co-mer. Entonces los diez cosacos que componantodo su squito se apearon de sus caballos. Desa-taron frascos de madera, que contenan aguardien-te, y calabazas partidas por el medio que servan devasos. Slo se coma pan y tocino o tortas secas, yno beban ms que un vaso cada uno, pues TarasBulba no permita que nadie se emborrachase du-rante el camino. De nuevo emprendieron la mar-cha, dispuestos a andar durante todo el da.Llegada la noche, la estepa cambi completamentede aspecto. Toda su inmensa extensin era baa-da por los ltimos rayos del sol ardiente, luegoobscurecise con rapidez dejando ver la marchade la sombra que invadiendo la estepa la cubra deltinte uniforme de un verde obscuro. Entonces losvapores se volvieron ms espesos; cada flor, cadahierba exhalaba su perfume, y la estepa entera her-va en vapores embalsamados. Sobre el cielo, de unazul obscuro, extendanse anchas, bandas doradasy de color de rosa que parecan trazadas negligen-temente por un gigantesco pincel. Ac y all blan-queaban jirones de ligeras y transparentes nubes,mientras que una brisa fresca y acariciadora comolas ondas del mar balancebase sobre las puntas de

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    la hierba, rozando apenas las mejillas del viajero.Todo el concierto de la maana se debilitaba, yhaca lugar poco a poco a un nuevo concierto.Animales de piel atigrada salan con precaucin desus madrigueras, y, levantndose sobre sus patastraseras, llenaban la estepa con sus silbidos. Losgrillos cantaban con su montono chirrido, y al-gunas veces se oa, viniendo del lejano lago, el gritodel cisne solitario, que resonaba como una campa-na argentina en el adormecido aire. Al anochecer,nuestros viajeros se detuvieron en medio de loscampos, encendieron un fuego cuyo humo desli-zbase oblicuamente en el espacio, y, colocandouna marmita sobre las brasas, hicieron cocer laspapas. Despus de la cena, los cosacos se acosta-ron en el suelo, dejando a sus caballos vagar por lahierba, con trabas en los pies. Las estrellas de lanoche les miraban dormir encima de sus caftanesextendidos. Podan or el chisporroteo, el roza-miento, todos los rumores de los innumerables in-sectos que hormigueaban en la verde alfombra.Todos esos rumores, perdidos en el silencio de lanoche, llegaban armoniosos al odo. Si alguno deellos se levantaba, toda la estepa mostrbase a susojos iluminada por las chispas luminosas de las lu-

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    cirnagas. Algunas veces la sombra obscuridad delfirmamento se iluminaba por el incendio de losjuncos secos que crecan a orillas de los ros y delos lagos, y una larga lnea de cisnes que se diriganal norte heridos de repente por una claridad, in-flamada, parecan pedazos de tela roja volando atravs de los aires.

    Nuestros viajeros continuaron su camino sintropiezo. En ninguna parte, en torno de ellos,vean un rbol: siempre era la misma estepa, libre,salvaje, infinita. Solamente, de tiempo en tiempo,all en lontananza, distinguase la lnea azulada delos bosques que bordean el Dnieper. Una sola vez,Taras hizo ver a sus hijos un puntito negro que seagitaba a lo lejos.

    -Miren, muchachos -dijo- es un trtaro quegalopa.

    Acercndose, vieron por entre la hierba unacabecita con bigotes, que fijaba en ellos sus ojillospenetrantes, husme el aire como un perro perdi-guero, y desapareci con la rapidez de una gacela,despus de cerciorarse de que los cosacos eran tre-ce.

    -Y bien, muchachos! Quieren probar de al-canzar al trtaro? Pero no, es intil, no le alcanza-

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    rn nunca, pues su caballo es todava ms hbilque mi Diablo.

    No obstante, Bulba, temiendo una emboscada,crey deber tomar sus precauciones. Galop,acompaado de su comitiva, hasta llegar a orillasde un pequeo ro llamado la Tatarka, que desem-boca en el Dnieper. Todos entraron en el aguacon sus cabalgaduras, y nadaron largo tiempo si-guiendo la corriente del agua para ocultar sus hue-llas. Luego, cuando llegaron a la otra orilla,continuaron su camino. Tres das despus encon-trronse cerca ya del sitio que era el trmino de suviaje. Un sbito fro refresc el aire, reconociendopor este indicio la proximidad del Dnieper. Enefecto, distinguase a lo lejos el Dnieper semejantea un espejo, destacndose azul en el horizonte.Cuanto ms se acercaba la comitiva, ms se en-sanchaba moviendo sus fras olas; y pronto con-cluy por abrazar la mitad de la tierra que sedesplegaba a su vista. Haban llegado a aquel sitiode la carrera en que el Dnieper, estrechado largotiempo por los bancos de granito, acaba de triun-far de todos los obstculos, y ruge como un mar,cubriendo las llanuras conquistadas, en donde lasislas dispersas en medio de su lecho rechazan sus

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    olas ms lejos todava sobre los campos colindan-tes. Los cosacos echaron pie a tierra, entraron enuna barca con sus caballos, y despus de una tra-vesa de tres horas, llegaron a la isla Hortiza, endonde se encontraba entonces la setch, que tan amenudo cambiaba de residencia. Una muchedum-bre inmensa disputaba con los marineros en la ori-lla. Los cosacos volvieron a montar sus caballos;Taras tom una actitud altanera, apret su cin-turn, y atusse el bigote. Sus dos hijos examin-ronse tambin de la cabeza a los pies con tmidaemocin, y entraron juntos en el arrabal que pre-ceda a la setch medio metro. A su entrada queda-ron aturdidos por el estruendo de cincuentamartillos que daban en el yunque en veinticincoherreras subterrneas y cubiertas de csped. Vigo-rosos curtidores, sentados en los escalones de suscasas, estrujaban pieles de buey con sus fuertesmanos. Buhoneros de pie exponan en sus tiendasmontones de baldosas, pedernales y plvora. Unarmenio extenda ricas piezas de tela; un trtaroamasaba pasta; un judo, con la cabeza baja, saca-ba aguardiente de un tonel. Pero lo que ms llamosu atencin fue un zaporogo que dorma en medio

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    del camino, con los brazos y los pies extendidos.Taras se detuvo admirado.

    -Cmo se ha desarrollado este tunante! -dijo,examinndole. Qu hermoso cuerpo de hombre!

    En efecto, el cuadro era acabado. El zaporogoestaba tendido en medio del camino como un le-n acostado. Sus espesos cabellos, altivamenteechados hacia atrs, cubran dos palmos de tierraalrededor de su cabeza. Sus pantalones, de hermo-sa tela roja, haban sido manchados de brea, parademostrar el poco caso que haca de ellos. Bulba,despus de haberlo contemplado a su sabor, con-tinu su camino por una estrecha calle enteramen-te llena de gente que ejercan su oficio al aire libre,y de otras personas de todos los pases que pobla-ban este arrabal semejante a una feria, que abaste-ca a la setch, la cual slo saba beber y tirar elmosquete.

    Por fin, pasaron el arrabal, y vieron muchaschozas esparcidas, cubiertas de musgo o de fieltroal estilo trtaro. Delante de algunas de ellas hababateras de caones. No se vea ningn cercado,ninguna casita con su prtico con columnas demadera, como las haba en el arrabal. Un pequeoparapeto de tierra y una barrera que nadie guarda-

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    ba, atestiguaban la dejadez de los habitantes. Al-gunos robustos zaporogos, tendidos en el camino,con sus pipas en la boca, mirbanles pasar con in-diferencia y sin cambiar de sitio. Taras y sus hijospasaron entre ellos con precaucin, dicindoles:

    -Buenos das, seores!-Buenos das! contestaban ellos.Por todas partes encontrbanse grupos pinto-

    rescos. Los atezados rostros de aquellos hombresdemostraban que con frecuencia haban tomadoparte en las batallas, y experimentado toda clase devicisitudes. He ah la setch; he ah la guarida dedonde salen tantos hombres altivos y bravos co-mo los leones; he ah de donde sale el poder cosa-co para extenderse por toda la Ukrania.

    Los viajeros atravesaron una plaza espaciosa endonde ordinariamente se reuna el consejo. Sobreun gran tonel colocado boca abajo, estaba sentadoun zaporogo sin camisa, la cual tena en la manozurciendo gravemente los agujeros. La camisa lefue arrebatada por una banda de msicos, en me-dio de la cual un joven zaporogo, que se haba la-deado la gorra sobre la oreja, bailaba con frenes,alzando las manos por encima de la cabeza, y nocesaba de gritar:

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    -Aprisa, ms aprisa, msicos! Toms, no es-casees tu aguardiente a los verdaderos cristianos!

    Y Toms, que tena un ojo acardenalado, dis-tribua sendos cntaros a los asistentes. En tornodel joven danzarn, cuatro viejos zaporogos pata-leaban en el suelo, despus, repentinamente seechaban de lado como un torbellino hasta sobre lacabeza de los msicos; luego, doblando las piernas,se bajaban hasta el suelo, y, volvindose a endere-zar en seguida, lo golpeaban con sus talones deplata. El suelo resonaba sordamente en torno deellos, y el aire estaba lleno de los cadenciosos ru-mores del hoppak y del tropak15. Entre todos esoscosacos, hallbase uno que gritaba y bailaba conms furor. Sus abundantes cabellos flotaban amerced del viento, su ancho pecho estaba descu-bierto, pero se haba puesto su ropn de invierno,y el sudor corra por su rostro.

    -Muchacho, qutate tu ropn! -le dijo al fin Ta-ras- no ves que hace calor?

    -No puede ser -exclam el zaporogo.-Por qu?-Porque conozco mi carcter; todo lo que me

    quito va a parar a la taberna.

    15 Bailes cosacos

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    El zaporogo no tena ya gorra, ni cinturn, nipauelo bordado; todo haba ido a parar a la ta-berna, como l deca. El nmero de bailadoresaumentaba a cada instante, y no se poda ver, sinuna emocin contagiosa, toda esa multitud arro-jarse a esa danza, la ms libre, la ms loca en mo-vimientos que jams se haya visto en el mundo, yque lleva el nombre de sus inventores, el kasatchok.

    -Ah! Si no estuviese a caballo -exclam Taras-hasta yo, s, hasta yo hubiera tomado parte en elbaile!

    Empezaron, sin embargo, a presentarse entrela multitud hombres de edad, graves, respetadosde toda la setch, que ms de una vez haban sidoescogidos para jefes. Taras encontr pronto unaporcin de semblantes conocidos. Eustaquio yAndrs oan a cada instante las exclamaciones si-guientes:

    -Ah! Eres t, Petchritza.-Hola, Kosoloup!-De dnde vienes, Taras?-Y t, Doloto? -Buenos das, Kirdiaga.-Que tal, Gousti?-No esperaba verte, Rmen.

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    Y todos esos hombres de guerra que se habanreunido all de los cuatro puntos de la gran Rusia,se abrazaron con efusin, y slo se oyeron esasconfusas preguntas:

    -Qu hace Kassian? Qu hace Borodavka?Y Koloper? Y Pidzichok?

    Y la respuesta que reciba Bulba era que a Bo-rodavka le haban ahorcado en Tolopan; que enKisikermen haban desollado vivo a Koloper, y quela cabeza de Pidzichok la haban enviado salada enun tonel a Constantinopla. El viejo Bulba se puso areflexionar tristemente, y repiti varias veces:

    -Qu buenos cosacos eran!

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    III

    Haca ms de una semana que Taras Bulba ha-bitaba la setch con sus dos hijos. Eustaquio y An-drs ocupbanse poco de estudios militares, puesla setch no gustaba de perder el tiempo en vanosejercicios; la juventud haca su aprendizaje en laguerra misma, que, por esta razn, se renovabacontinuamente. Los cosacos consideraban intilllenar con algunos estudios los raros intervalos detregua; les agradaba ms tirar al blanco, galoparpor las estepas o cazar a caballo. El resto del tiem-po lo dedicaban a sus placeres, la taberna y el baile.

    Toda la setch presentaba un aspecto singular;era como una fiesta perpetua, como una ruidosadanza empezada y que nunca termina. Algunos seocupaban en oficios, otros en comerciar al por-menor, pero la mayor parte se diverta desde la

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    maana a la noche, tanto como se lo permita elestado de su bolsillo, y mientras la parte de su bo-tn no haba cado en manos de sus compaeros ode los taberneros. Esta fiesta continua tena algode mgico. La setch no era un montn de borra-chos que ahogaban sus penas en los toneles, sinouna alegre cuadrilla de indiferentes viviendo en unaloca embriaguez de buen humor. Cada uno de losque llegaban all olvidaba lo que le haba ocupadohasta entonces. Poda decirse, segn su expresin,que renegaba de lo pasado, y se entregaba con elentusiasmo de un fantico a los encantos de unavida de libertad llevada en comn con sus seme-jantes que, como l, no tenan ya parientes, ni fa-milia, ni casa, nada ms que el aire libre y lainagotable jovialidad de su alma. Las diferentes na-rraciones y dilogos que podan recogerse tendidanegligentemente por tierra, tenan a veces un colortan enrgico y tan original, que era necesaria todala flema exterior de un zaporogo para no asom-brarse, siquiera por un ligero movimiento de bigo-te, condicin que distingue a los pequeos-rusosde las otras razas eslavas. La alegra era ruidosa, al-gunas veces hasta el exceso, pero al menos los be-

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    bedores no estaban hacinados en un kabak16 sucioy sombro, en donde el hombre se abandona auna embriaguez triste y pesada. All formaban co-mo una reunin de compaeros de escuela, con lanica diferencia que, en vez de estar sentados bajola necia frula de un maestro, tristemente in-clinados sobre libros, hacan excursiones con cincomil caballos; en vez del reducido campo en dondehaban jugado a la pelota, tenan campos espacio-sos, infinitos, en donde se mostraba, a lo lejos, eltrtaro gil o bien el turco grave y silencioso bajosu ancho turbante. Adems, haba la diferenciaque, as como en la escuela se reunan por fuerza,all se reunan voluntariamente, abandonando alpadre, la madre y el techo paternal. Encontrbaseall gente que, despus de tener la soga al cuello, ycasi en brazos de la plida muerte, haban vuelto aver la vida en todo su esplendor; otros haba, paraquienes un ducado haba sido hasta entonces unafortuna, y a quienes, gracias a los pcaros usureros,se hubiera podido volver los bolsillos sin temor deque cayese nada. Se encontraban estudiantes queno habiendo podido sobrellevar los castigos aca-

    16 Taberna rusa.

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    dmicos huyeron de la escuela, sin aprender unaletra del alfabeto, mientras que haba otros que sa-ban perfectamente quines eran Horacio, Cicerny la repblica romana. Tambin se encontraban alloficiales polacos que se haban distinguido en elejrcito real, y un sinnmero de aventureros con-vencidos de que era indiferente saber en dnde ypor quin se haca la guerra, con tal que se hiciese,y que es indigno de un hidalgo no guerrear. Mu-chos, en fin, iban a la setch nicamente para poderdecir que haban estado en ella, y volvan trans-formados en cumplidos caballeros. Pero, quin noestaba all? Esta extraa repblica responda a unanecesidad de aquellos tiempos. Los amantes de lavida guerrera, de las copas de oro, de las ricas telas,de los ducados y de los ceques podan en toda es-tacin encontrar all trabajo. Los amantes del bellosexo eran los nicos que no tenan nada que haceren aquel sitio, pues ninguna mujer se poda mos-trar ni siquiera en el barrio de la setch. Eustaquio yAndrs encontraban sumamente extrao ver unaporcin de gente ir a la setch, sin que nadie les pre-guntase quines eran ni de dnde venan; entrabanen ella como si hubiesen regresado a la casa pater-na habindola dejado una hora antes. El recin lle-

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    gado se presentaba al kochevo 17 y entablaban entrelos dos el dilogo siguiente:

    -Buenos das. Crees en Jesucristo?-S, creo -responda el recin llegado.-Y en la Santsima Trinidad?-Tambin creo.-Vas a la iglesia?-S, voy.-Haz la seal de la cruz.El recin llegado la haca.-Bien -prosegua el kochevo - vete al kouren que

    te guste escoger.A eso se reduca la ceremonia de la recepcin.Toda la setch oraba en la misma iglesia, pronta a

    defenderla hasta derramar la ltima gota de sangre,bien que esta gente no quera or hablar de cua-resma ni de abstinencia. No haba sino judos, ar-menios y trtaros que, seducidos por el cebo de laganancia, se decidan a comerciar en el arrabal,porque los zaporogos no eran aficionados al co-mercio, y pagaban cada objeto con el dinero quede una vez sacaba su mano del bolsillo. Por otraparte, la suerte de esos comerciantes avaros erasumamente precaria y muy digna de compasin.

    17 Jefe elegido por la setch

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    Parecanse a las gentes que habitan en las faldas delVesubio, pues cuando los zaporogos no tenan di-nero, derribaban las tiendas y lo tomaban todo sinpagar.

    La setch se compona al menos de sesenta kou-reni, que eran otras tantas repblicas independien-tes, parecindose tambin a escuelas de prvulosque nada tienen suyo, porque se les suministra to-do. En efecto, nadie posea nada; todo estaba enmanos del ataman del kouren, al que se acostum-braba llamar padre (batka). Este guardaba el dinero,los vestidos, las provisiones, y hasta la lea. A me-nudo un kouren disputaba con otro; en este caso,la disputa conclua por un combate a puetazos,que slo cesaba con el triunfo de un partido, y en-tonces empezaba una fiesta general. He aqu lo queera la setch que tanto encanto tena para los jve-nes. Eustaquio y Andrs se arrojaron con todo elardor de su edad en este mar tempestuoso, ypronto olvidaron el hogar paterno, el seminario ycuanto hasta entonces les haba ocupado. Todoles pareca nuevo; las costumbres nmadas de lasetch, y las leyes muy poco complicadas que la re-gan, pero que les parecan an demasiado compli-cadas para una repblica. Si un cosaco robaba

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    alguna cosa de poca monta, era contado comouna afrenta por toda la asociacin. Se le ataba,como un hombre deshonrado, a una especie decolumna infamante, y junto a l se pona un garro-te con el cual cada uno que pasaba deba darle ungolpe hasta que quedase sin vida. El deudor queno pagaba era encadenado a un can, permane-ciendo de este modo hasta que un camarada con-senta en pagar su deuda para ponerle en libertadpero lo que ms asombr a Andrs fue el terriblesuplicio conque se castigaba al asesino. Abraseuna profunda zanja en la que le tendan vivo, des-pus ponan sobre su cuerpo el cadver de su vc-tima encerrado en un atad, cubrindolos a losdos de tierra. La imagen de este horrible supliciopersigui a Andrs mucho tiempo despus de unaejecucin de este gnero, y el hombre enterradovivo debajo del muerto se representaba incesan-temente a su espritu.

    Los dos jvenes cosacos se hicieron quererpronto de sus compaeros. A menudo, con otrosmiembros del mismo kouren o con el kouren entero,o hasta con los koureni vecinos, iban a la estepa acaza de las innumerables aves salvajes, ciervos,corzos o bien se dirigan a orillas de los lagos o de

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    las corrientes de agua sealadas por la suerte a sukouren, para tender sus redes y recoger muchasprovisiones. Aunque sta no fuese precisamente laverdadera ciencia del cosaco, distinguanse entrelos otros por su valor y su destreza. Tiraban certe-ramente al blanco, atravesaban el Dnieper a nado,hazaa por la cual un joven novicio era solem-nemente admitido en el crculo de los cosacos. Pe-ro el viejo Taras les preparaba otra vida ms activa.Aquella ociosidad no le gustaba; quera llegar alverdadero negocio, y por esto no cesaba de refle-xionar sobre el modo de hacer decidirse a la setch aacometer alguna atrevida empresa, en la que uncaballero pudiese demostrar lo que era. Un da, enfin, fuese a encontrar al kochevoi y le dijo sinprembulo:

    -Y bien, kochevoi, ya es tiempo de que los zapo-rogos vayan a dar un paseito.

    -No hay donde pasearse -respondi el kochevoiquitndose una pequea pipa de la boca y escu-piendo de lado.

    -Cmo, no hay dnde? Se puede ir por el ladode los turcos, o por el de los trtaros.

    -No se puede ir ni por el lado de los turcos nipor el lado de los trtaros -respondi el kochevoi

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    volviendo a poner la pipa en la boca con la mayortranquilidad del mundo.

    -Pero, por qu no se puede?-Porque... hemos prometido la paz al sultn.-Pero es un pagano -dijo Bulba- Dios y la San-

    ta Escritura mandan apalear a los paganos.-No tenemos derecho de hacerlo. Si no hu-

    bisemos jurado por nuestra religin, tal vez seraposible. Pero ahora, no, es imposible.

    -Cmo imposible! He ah que dices que noso-tros no tenemos derecho de hacerlo; y, sin embar-go, yo tengo dos hijos, jvenes los dos, que ni unoni otro han estado an en la guerra. Y he ah quedices que no tenemos derecho, y que no hace faltaque los zaporogos vayan a la guerra.

    -No, eso no conviene.-Es preciso, pues, que la fuerza cosaca se pier-

    da intilmente; es preciso, pues, que un hombreperezca como un perro sin haber hecho una bue-na obra, sin hacerse til al pas y a la cristiandad?Para qu vivir entonces? Por qu diablos vivi-mos? Veamos, explcame eso. T eres un hombresensato, no en vano te han hecho kochevoi; dime,por qu, por qu vivimos?

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    El kochevoi hizo, esperar su respuesta. Era uncosaco obstinado. Despus de un largo silencio,dijo por fin:

    -Digo que no habr guerra.-No habr guerra? -pregunt de nuevo Bulba.-No.-No hay que pensar ms en ello?-No hay que pensar en ello.-Espera -dijo Bulba- espera, cabeza de diablo,

    t oirs hablar de m.Y le dej bien decidido a vengarse.Despus de ponerse de acuerdo con algunos

    amigos suyos, convid a todo el mundo a beber.Los cosacos, un poco ebrios, fueronse todos a laplaza, en donde, atados en postes, estaban lostimbales de que se servan para reunir el consejo.No habiendo encontrado los palillos que guardabaen su casa el timbalero, cogieron un palo cada uno,y se pusieron a tocar los instrumentos. El timbale-ro fue el primero que lleg; era un mozo de elevadaestatura, que slo tena un ojo, y no muy despier-to.

    -Quin se atreve a tocar llamada? -exclam.-Calla, toma tus palillos, y toca cuando se te

    mande -contestaron los cosacos achispados.

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    El timbalero sac del bolsillo los palillos que ha-ba trado consigo, sabiendo de qu modo con-cluan habitualmente semejantes aventuras.

    Resonaron los timbales, y pronto negras masasde cosacos se precipitaron en la plaza como avis-pas en una colmena. Formaron crculo, y despusdel tercer toque, acudieron por fin los jefes a saber:el kochevoi con la maza, signo de su dignidad, eljuez con el sello del ejrcito, el escribano con sutintero y el saoul con su largo bastn. El kochevoiy los otros jefes se quitaron sus gorras para saludarhumildemente a los cosacos que estaban con losbrazos puestos altivamente en jarras.

    -Qu significa esta reunin, y que deseis, se-ores? -pregunt el kochevoi.

    Los gritos y las imprecaciones impidironlecontinuar.

    -Depn tu maza, hijo del diablo, depn tu ma-za, no te queremos ms -gritaron muchas voces.

    Algunos koureni, de los que no haban bebido,parecan opinar de distinto modo. Pero pronto,ebrios o sobrios, empezaron todos a repartir pu-etazos, y la sarracina se hizo general.

    El kochevoi tuvo por un momento intencin dehablar; pero sabiendo que esta multitud furiosa y

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    sin freno poda derrotarle sin esfuerzo hasta darlela muerte, lo que haba sucedido a menudo en se-mejantes casos, salud humildemente, depuso sumaza, y desapareci entre la multitud.

    -Nos mandan ustedes, seores, deponer tam-bin las insignias de nuestros cargos? -preguntaronel juez, el escribano y el saoul, prontos a dejar a laprimera indicacin el sello, el tintero y el bastnblanco.

    -No, qudense -gritaron las voces que salieronde la multitud. Slo queremos quitar el kochevoi,porque no es ms que una mujer, y es preciso queel kochevoi sea un hombre.

    -A quin elegirn ahora? -preguntaron los je-fes.

    Tomemos a Koukoubenko -exclamaron al-gunos.

    -No queremos a Koukoubenko -respondieronlos otros. Es demasiado joven; todava tiene la le-che de su nodriza en los labios.

    -Que sea Chilo nuestro ataman! -exclamaronotras voces- hagamos de Chilo un kochevoi.

    -Un chilo18 en las espaldas de ustedes-respondi la multitud echando votos. Quin es

    18 Chilo, en ruso quiere decir punzn, lezna

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    ese cosaco, que ha llegado a introducirse como untrtaro? Al diablo el borracho Chilo!

    -Borodaty! Escojamos a Borodaty!-No queremos a Borodaty; al diablo Borodaty!-Griten Kirdiaga -murmur Taras Bulba al odo

    de sus afiliados.-Kirdiaga, Kirdiaga! -gritaron ellos.-Kirdiaga! Borodaty! Borodaty! Kirdiaga!

    Chilo! Al diablo Chilo! Kirdiaga!Los candidatos cuyos nombres estaban as

    proclamados destacronse de entre la multitud,por no dejar creer que ayudaban con su influenciaa su propia eleccin.

    -Kirdiaga! Kirdiaga!Este nombre resonaba ms fuerte que los

    otros.-Borodaty! -se responda.La cuestin fue resuelta a puetazos, y Kir-

    diaga triunf.-Traed a Kirdiaga! -se grit en seguida.Una docena de cosacos dejaron la multitud.

    Muchos de ellos estaban tan borrachos que apenaspodan tenerse sobre sus piernas. Todos dirigi-ronse a casa de Kirdiaga para anunciarle que aca-baba de ser elegido. Kirdiaga, viejo cosaco, muy

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    astuto, haca largo tiempo que haba vuelto a en-trar en su choza, y aparentaba ignorar lo que pasa-ba.

    -Qu desean, seores? -pregunt.-Ven; se te ha hecho kochevoi.-Apidense de m, seores. Cmo es posible

    que yo sea digno de tal honor? Qu kochevoi har?No tengo bastante talento para desempear se-mejante dignidad. Como si no se pudiese encon-trar otro mejor que yo en todo el ejrcito!

    -Vaya pues, ven, puesto que as se te dice -replicronle los zaporogos.

    Dos de ellos le agarraron por los brazos, y apesar de su resistencia, fue conducido por fuerza ala plaza acompaado de puetazos en la espalda, yde votos y exhortaciones.

    -Vamos, no retrocedas, hijo del diablo! Acep-ta, perro, el honor que se te ofrece.

    He ah de qu modo fue conducido Kirdiaga alcrculo de los cosacos.

    -Y bien, seores! -exclamaron a voz en gritolos que le haban conducido- consienten ustedesen que ese cosaco sea nuestro kochevoi?

    -S, s! Consentimos todos, todos! -respondila multitud; y el eco de este grito unnime resonlargo tiempo en la llanura.

    Uno de los jefes tom la maza y la present alnuevo kochevoi. Kirdiaga, segn costumbre, se ne-g a aceptarla; el jefe se la present por segunda

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    vez; Kirdiaga la volvi a rehusar, y slo la acept ala tercera presentacin. Un prolongado grito dealegra se elev en la multitud, y de nuevo hizo re-sonar toda la llanura. Entonces, de entre el pueblo,salieron cuatro viejos cosacos de bigotes y cabellosgrises (en la setch no haba hombres muy viejos,pues nunca ningn zaporogo mora de muerte na-tural); cada uno de ellos tom un puado de tierra,que continuadas lluvias haban convertido en lodo,y la pusieron sobre la cabeza de Kirdiaga. La tierrahmeda corri por la frente, por los bigotes, ensu-cindole la cara; pero Kirdiaga permaneci tran-quilo, y dio gracias a los cosacos por el honor queacababan de hacerle. As termin esta ruidosaeleccin que, si no content a ningn otro, colmde alegra al viejo Bulba; en primer lugar, por ha-berse vengado del antiguo kochevoi, y luego, porqueKirdiaga, su antiguo camarada, haba hecho con llas mismas expediciones por tierra y por mar ycompartido las mismas fatigas y lo mismos peli-gros. La multitud se desvaneci enseguida para ir acelebrar la eleccin, y empez un festn universal,en tales trminos, que nunca los hijos de Taras ha-ban visto otro semejante. Todas las tabernas fue-ron saqueadas los cosacos beban la cerveza, el

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    aguardiente y el aguamiel sin pagar, y los taberne-ros se consideraban dichosos con haber salvado lavida. Toda la noche se pas en gritos y cancionesque celebraban la gloria de los cosacos; y la lunavio, toda la noche, pasearse por las calles numero-sos grupos de msicos con sus bandolas y sus ba-lalaikas19, y chantres de iglesia que se dedicaban enla setch a cantar las alabanzas de Dios y las de loscosacos.

    Por fin, el vino y el cansancio rindieron a todoel mundo. Poco a poco todas las calles se vieroncubiertas de hombres tendidos en el suelo. Aquhaba un cosaco que, enternecido y lloroso, se col-gaba al cuello de su compaero, cayendo los dosabrazados; all se vea un grupo de ellos revolcn-dose por tierra; ms lejos un borracho escoga la r-go tiempo un sitio donde acostarse, y conclua portenderse sobre un trozo de madera; el ltimo, elms fuerte de todos, anduvo mucho tiempo dan-do trompicones y balbuceando palabras incohe-rentes; pero, al fin, cay como los dems, y toda lasetch se qued dormida.

    19 Especie de guitarras, grandes y chicas.

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    IV

    Desde el da siguiente, Taras Bulba concertsecon el nuevo kochevoi, para saber cmo se podradecidir a los zaporogos a tomar una resolucin. Elkochevoi era un cosaco fino y astuto que conocaperfectamente de qu pie cojeaban sus zaporogos,y empez diciendo:

    -Es imposible violar el juramento, es imposible.Despus de un corto silencio prosigui:-S, es imposible. Nosotros no violaremos el ju-

    ramento, pero inventaremos alguna cosa. nica-mente haga de modo que el pueblo se rena, nopor orden ma, sino por su propia voluntad. Ustedsabe ya cmo esto se hace, y yo, con los antiguos,correremos enseguida a la plaza como si nada su-pisemos.

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    Aun no haba transcurrido una hora desde estaconversacin, cuando los timbales volvieron a re-sonar. La plaza se vio pronto cubierta de un millnde gorras cosacas. Empezse a preguntar:

    -Qu?... por qu?... Qu hay para tocar lostimbales?

    Nadie contestaba. Poco a poco, sin embargo,oyronse entre la multitud las frases siguientes:

    -La fuerza cosaca perece de pura inaccin. Nohay guerra, no hay empresa... Los antiguos sonunos haraganes; no ven nada, la gordura los ciega.No, no hay justicia en el mundo!

    Los otros cosacos escuchaban en silencio, yconcluyeron por repetir ellos mismos:

    -Efectivamente, no hay justicia en el mundo.Los antiguos parecieron asombradsimos de

    semejantes discursos. Por fin, el kochevoi se adelan-t, y dijo:

    -Me permiten hablar, seores zaporogos?-S.-Mi discurso, seores, tendr, en primer lugar,

    por objeto recordarles que la mayor parte de uste-des, y ustedes lo saben sin duda mejor que yo, de-ben tanto dinero a los judos taberneros y a suscamaradas, que ya no hay ningn diablo que les

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    preste a crdito. Adems, deben de tener en con-sideracin que hay entre nosotros muchos jvenesque nunca han visto la guerra de cerca, mientrasque un joven, ustedes lo saben, seores, no puedeexistir sin la guerra. Qu zaporogo es el que no haapaleado jams a un pagano?

    -Se explica bien -pens Bulba.-Sin embargo, no crean, seores, que digo to-

    do eso para violar la paz. No, Dios me libre deello! Digo eso porque conviene que se diga. Ade-ms, el templo del Seor, aqu, est en un estadotal que es pecado decirlo. Hace muchos aos que,por la gracia del Seor, existe la setch; y hasta ahora,no solamente la parte exterior de la iglesia, sino lassantas imgenes del interior no tienen el menoradorno. Nadie piensa ya en hacerles batir un ves-tido de plata20. nicamente han recibido lo queciertos cosacos les han dejado en testamento, y enverdad que esos dones eran bien poca cosa, pueslos que los hacan se bebieron en vida todo su ha-ber. As, pues, tengan entendido que no hago undiscurso para decidirles a la guerra contra los tur-cos, porque hemos prometido la paz al sultn, y

    20 En los antiguos cuadros de las iglesias griegas, las imgenes estn vesti-das con telas de metal batido y cincelado.

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    sera un gran pecado desdecirse, atendido quehemos jurado por nuestra religin.

    -Qu diablos se enreda? -se dijo Bulba.-Ya ven ustedes, seores, que es imposible em-

    pezar la guerra; el honor de los caballeros no lopermite. Pero he aqu lo que yo pienso segn miescasa inteligencia. Es preciso enviar los jvenes encanoas, y que barran un poco las costas de la Ana-tolia. Qu opinan ustedes de eso, seores?

    -Condcenos, condcenos a todos! -exclamla multitud. Todos estamos prontos a perecer porla religin.

    El kochevoi, se espant; no tena absoluta-mente la intencin de levantar toda la setch; pare-cale peligroso romper la paz.

    -Me permiten, seores, que vuelva a hablar?-No, basta! -exclamaron los zaporogos. No di-

    rs nada mejor de lo que has dicho.-Si es as, se har como desean ustedes; acato

    la voluntad de todos. Es cosa conocida, y la Sa-grada Escritura lo dice, que la voz del pueblo, es lavoz de Dios. Imposible es imaginar nada ms sen-sato que lo que ha imaginado el pueblo; pero espreciso que les diga, seores, que el sultn no deja-r sin castigo a los jvenes que se den este placer;

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    si nuestras fuerzas estuviesen dispuestas, nadatendramos que temer y durante nuestra ausencia,los trtaros pueden atacarnos: esos son los perrosde los turcos; jams se atreven a atacarnos de fren-te; nunca entran en la casa cuando el dueo la ocu-pa; pero le muerden los talones por detrs hastaarrancarle gritos de dolor. Y luego, si he de decir laverdad, no tenemos bastantes canoas de reserva,ni suficiente plvora para que podamos partir to-dos. Por lo dems, estoy dispuesto a hacer lo queles convenga; estoy a las rdenes de ustedes.

    El astuto kochevoi call. Los grupos empezarona conversar, y los atamans de los koureni se reunie-ron en consejo. Por fortuna, no haba muchosebrios entre la multitud, y los cosacos optaron porseguir el prudente consejo de su jefe.

    Algunos de ellos trasladronse en seguida a laorilla del Dnieper, yendo a registrar el tesoro delejrcito, all donde en subterrneos inaccesibles,abiertos debajo de las aguas y de los juncos seocultaba el dinero de la setch, con los caones y lasarmas arrebatadas al enemigo. Otros apresurron-se a visitar las canoas y a prepararlas para la expe-dicin. En un instante cubrise la ribera de unanimado gento. Llegaban carpinteros con sus ha-

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    chas; viejos cosacos de rostro tostado, bigotes gri-ses, anchas espaldas y vigorosas piernas, estabanmetidos en el ro con el agua hasta las rodillas, lospantalones arremangados, tirando de las canoas,ayudndose de cuerdas, para ponerlas a flote.Otros arrastraban vigas secas y maderos. Aqu eluno ajustaba tablas a una canoa; all, despus devolver la quilla hacia arriba, se la calafateaba conbrea; ms lejos, se ataban a ambos lados de la ca-noa, segn costumbre cosaca, largos haces de jun-cos, para impedir que las olas del mar sumergiesentan frgil embarcacin. Se encendieron hoguerasen toda la ribera. Hacase hervir la pez en calderasde cobre. Los ancianos, ms experimentados, en-seaban a los jvenes. Por todas partes resonabanlos gritos de los obreros y el ruido de su obra. To-da la margen del ro tena movimiento y vida.

    En este instante presentse a la vista una barcade grandes proporciones. La multitud que la llena-ba hacia seas de lejos. Eran cosacos cubiertos deandrajos. Sus vestidos harapientos (muchos notenan ms que una camisa y una pipa) mostrabanque acababan de escapar a una gran desgracia, oque haban bebido hasta el exceso. Uno de ellos,bajo, rechoncho, y que contara unos cincuenta

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    aos, se separ de la multitud, y fue a colocarse enla proa de la barca. Gritaba ms fuerte y haca ges-tos ms enrgicos que todos los dems pero elruido de los trabajadores ocupados en su tareaimpeda or sus palabras.

    -Qu es lo que les trae a ustedes aqu? -pregunt por fin el kochevoi, al tocar la barca en laribera.

    Todos los obreros suspendieron sus trabajos, elruido ces y miraron con silenciosa espera, levan-tando sus hachas o sus cepillos.

    -Una desgracia -contest el cosaco que se ha-ba puesto en la proa.

    -Qu desgracia?-Me permiten hablar, seores zaporogos?-Habla.-O quieren ms bien reunir un consejo?-Habla, todos estamos aqu.La multitud se reuni en un solo grupo.-Nada han odo decir de lo que pasa en la

    Ukrania?-Qu? -pregunt uno de los atamans de kouren.-Qu? -prosigui el otro- no parece sino que

    los trtaros les hayan tapado las orejas para que nooigan nada.

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    -Habla pues, qu sucede?-Suceden cosas como no se han visto nunca

    desde que estamos en el mundo y hemos recibidoel bautismo.

    -Pero di pronto lo que sucede, hijo de perro-exclam uno de entre la multitud, que por lo vistohaba perdido la paciencia.

    -Sucede que las santas iglesias ya no nos perte-necen.

    -Cmo! Qu no nos pertenecen?-Han sido dadas en arrendamiento a los judos,

    y si no se paga adelantado, es imposible decir mi-sa.

    -Qu es lo que ests charlando?-Y si el infame judo no hace, con su impura

    mano, una seal en la hostia, es imposible consa-grar.

    -Miente, seores y hermanos; es posible queun impuro judo ponga una seal en la sagradahostia?...

    -Escuchen, que aun tengo otras cosas que de-cirles. Los sacerdotes catlicos (kseunz) van, enUkrania, tan slo en tarata ka21. Esto no ser unmal, pero s lo es, pues en vez de caballos se hace

    21 Calesa bajita y larga.

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    tirar el carruaje por cristianos de la buena religin22.Escuchen, escuchen, todava hay ms: dcese quelas judas empiezan a hacerse guardapis de las ca-sullas de nuestros sacerdotes. Eso es lo que sucedeen la Ukrania, seores. Y ustedes, ustedes estntranquilamente establecidos en la setch, bebiendo,sin hacer nada, y, a lo que parece, les han acobar-dado tanto los trtaros, que el miedo les hace cie-gos y sordos para ver y or lo que pasa en elmundo...

    -Basta, basta! -interrumpi el kochevoi que has-ta entonces haba permanecido inmvil y con losojos bajos, como todos los zaporogos, que, en lasgrandes ocasiones, nunca se abandonaban al pri-mer impulso, sino que callaban para reunir en si-lencio todas las fuerzas de su indignacin- detente,y dir una palabra. Y ustedes, pues, ustedes, que eldemonio confunda, qu hacan? Acaso no tenansables? Cmo han permitido semejante abomina-cin?

    -Cmo hemos permitido semejante abomi-nacin? Y ustedes hubieran hecho ms, cuandosolamente los polacos eran cincuenta mil hom-bres? Y luego, no debemos atenuar nuestra culpa;

    22 La religin griega.

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    haba tambin perros entre los nuestros, que hanaceptado su religin.

    -Y qu haca el hetman que tienen ustedes?Qu hacan los polkovniks?

    -Les han hecho tales cosas que Dios nos guar-de de ellas.

    -Cmo?-He ah cmo: nuestro hetman se encuentra

    ahora en Varsovia asado dentro de un buey decobre, y las cabezas y manos de nuestro polkovnikshan sido paseadas por todas las ferias para que elpueblo las viese. He ah lo que han hecho.

    La multitud se estremeci. Un silencio se-mejante al que precede a las tempestades se ex-tendi por toda la ribera. Despus, gritos y pa-labras confusas estallaron por todas partes.

    -Cmo! Los judos tienen arrendadas las igle-sias de los cristianos los sacerdotes enganchan alos cristianos a las varas de sus calesines! Cmo!Permitir semejantes suplicios en tierra rusa! Quepueda tratarse as a los polkovniks y a los hetmans!No, esto no ser, no ser.

    Estas palabras volaban de una a otra parte. Loszaporogos empezaban a ponerse en movimiento.No era aquello la agitacin de un pueblo suscepti-

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    ble. Esos caracteres pesados y rudos no se infla-man con facilidad; pero cuando esto sucede, con-servan largo tiempo y obstinadamente su llamainterior.

    -Primeramente, colguemos a todos los judos-exclamaron algunas voces- para que no puedanhacer guardapis a sus mujeres con las casullas delos sacerdotes! Que no puedan hacer seales enlas hostias! Ahoguemos a toda esa canalla en elDnieper!

    Al or estas palabras, toda la multitud se preci-pit hacia el arrabal con la intencin de exterminara los judos.

    Habiendo perdido los pobres hijos de Israel, ensu espanto, toda su presencia de nimo, ocult-banse en los toneles vacos, en las chimeneas yhasta en las faldas de sus mujeres. Pero los cosacossaban encontrarlos en todas partes.

    -Serensimos seores -exclamaba un judo altoy seco como un junquillo, que mostraba entre suscamaradas su raqutica figura trastornada por elmiedo- serensimos seores, permtanme que lesdiga una palabra, una sola! Les dir una cosa nuncaoda por ustedes; una cosa de tal importancia, que

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    por ms que se diga no puede encarecerse bastan-te.

    -Veamos, habla -dijo Bulba, que deseaba siem-pre or al acusado.

    -Excelentsimos seores -dijo el judo- nunca sehan visto semejantes seores ante Dios, no, nun-ca. No hay en el mundo tan nobles, buenos y va-lientes seores.

    Su voz se apagaba y expiraba de miedo.-Cmo es posible que nosotros tengamos mal

    concepto de los zaporogos? Los que arriendan lasiglesias en la Ukrania no son los nuestros; no porDios, no son los nuestros; ni siquiera son judos; eldiablo sabe lo que son. Es una cosa despreciable, yque debemos lanzar a un rincn. Estos les dirn lomismo. No es verdad, Chleuma? No es cierto,Chmoul?

    -Ante Dios, es verdad -respondieron de entrela multitud Chleuma y Chmoul, ambos vestidoscon harapos y plidos como un cadver.

    -Tampoco -continu, el judo de elevada esta-tura- hemos tenido nunca relaciones con el enemi-go, y no queremos nada con los catlicos. Que sevayan al diablo! Nosotros somos como hermanosde los zaporogos.

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    -Cmo! Que los zaporogos sean hermanosde ustedes! -exclam alguno de la multitud. Nunca,malditos judos. Arrojemos al Dnieper a esta mal-dita canalla!

    A estas palabras, la multitud agarr a los judos,y empezaron a arrojarlos al ro. Por todas partes sealzaban gritos plaideros; pero los feroces zaporo-gos no hacan ms que rer viendo las delgadaspiernas de los judos, calzadas de medias y zapatos,agitarse en el aire. El pobre orador, que tan grandesastre haba atrado sobre los suyos y sobre l,desprendise de su caftn, del cual le haban yaagarrado, y con una camisa estrecha y de todoscolores, bes los pies de Bulba, y se puso a suplicarcon voz lastimera:

    -Magnfico y serensimo seor, he conocido asu hermano, el difunto Doroch! Era un valienteguerrero, la flor de la caballera. Yo le prest ocho-cientos ceques para comprar su libertad a los tur-cos.

    -T has conocido a mi hermano? -dijo Taras.-Le he conocido, ante Dios. Era un seor muy

    generoso.-Y cmo te llamas?-Yankel.

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    -Bien -dijo Taras.Despus de un instante de reflexin, dijo a los

    cosacos:-Siempre ser tiempo de ahorcar al judo, dn-

    melo por hoy.Los cosacos se lo cedieron y Taras lo condujo

    a sus carromatos en donde estaba su gente.-Vamos, escndete debajo de este carro y no

    te menees. Y ustedes, hermanos, no dejen salir aljudo.

    Dicho esto se dirigi a la plaza en donde hacalargo tiempo se haba congregado la multitud. To-do el mundo haba abandonado el trabajo de lascanoas, pues no iban a emprender una guerra ma-rtima, sino una guerra en tierra firme. En lugar debotes y remos necesitaban carros y corceles. Enaquel momento, todos queran ponerse en campa-a, tanto jvenes como viejos; y todos, con elconsentimiento de los ancianos, el kochevoi y losatamans de los koureni, haban resuelto marchar di-rectamente contra Polonia, para vengar todas susofensas, la humillacin de la religin y de la gloriacosaca, para recoger botn en las ciudades enemi-gas, incendiar los villorrios y las mieses, y hacer, enfin, resonar la estepa con el ruido de sus hechos.

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    Todos se armaban. Respecto al kochevoi haba cre-cido un palmo; ya no era el tmido servidor de loscaprichos de un pueblo entregado a la licencia, si-no un jefe cuyo poder no tena lmites, un dspotaque slo saba mandar y hacerse obedecer. Todoslos caballeros camorristas y voluntarios permane-can inmviles en las filas, con la cabeza respetuo-samente inclinada sobre el pecho, y sin atreverse alevantar los ojos, mientras el kochevoi distribua susordenes con lentitud, sin clera, sin alzar la voz,como un jefe envejecido en el ejercicio del poder, yque no ejecuta por primera vez proyectos largotiempo meditados.

    -Procuren que no les falte nada -les deca- pre-paren los carros, prueben las armas; no lleven mu-cha impedimenta: Una camisa y un par depantalones para cada cosaco, con un bote demanteca y de cebada machacada. Que nadie llevems de lo dicho. En los bagajes habr efectos yprovisiones. Que cada cosaco lleve un par de caba-llos. Es menester tomar tambin doscientos paresde bueyes; sern de mucha utilidad en los sitiospantanosos y para pasar los ros. Pero sobre todo,orden, seores, mucho orden. Yo s que hay genteentre ustedes que, si Dios les enva botn, se po-

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    nen a desgarrar las telas de seda para hacerse me-dias con ellas. Abandonen esta endiablada cos-tumbre; no se carguen de sayas; tomen solamentearmas, cuando sean buenas, o los ducados y la pla-ta, pues eso ocupa poco sitio y sirve en todas par-tes. Todava me falta decirles una cosa, seores: sialguno de ustedes se embriaga en la guerra, no lehar juzgar; le har arrastrar como un perro hastalos carros, aunque sea el mejor cosaco del ejrcito;y all ser fusilado y abandonado su cuerpo a loscuervos: un borracho en la guerra no es digno desepultura cristiana. Jvenes, en todas las cosas es-cuchen a los ancianos. Si una bala les hiere, o reci-ben un sablazo en la cabeza o en cualquier otraparte, no den a ello importancia alguna; echen uncartucho de plvora en un vaso de aguardiente,bbanlo de un trago, y todo pasar. Ni siquieratendrn fiebre. Y si la herida no es demasiado pro-funda, despus de humedecer en la mano un pocode tierra con saliva, aplquenla a ella. Ea, mucha-chos, manos a la obra aprisa, pero sin atropello.

    As habl el kochevoi, y, concluido su discurso,todos los cosacos se pusieron a trabajar. Toda lasetch se volvi sobria; no se hubiera podido encon-trar en ella un solo borracho, como si nunca se

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    hubiese hallado uno entre los cosacos. Los unosreparaban las ruedas o cambiaban los ejes de loscarros; los otros amontonaban armas o sacos deprovisiones, otros conducan los caballos y losbueyes. En todas partes resonaba el pataleo de lasacmilas, el ruido de los arcabuzazos disparados alblanco, el choque de los sables contra las espuelas,los mugidos de los bueyes, el rechinamiento de loscarros cargados, y la voz de los hombres hablandoentre s o excitando a sus caballos.

    Pronto, el tabor23 de los cosacos se extendi enuna larga fila, marchando hacia la llanura. El que,hubiese querido recorrer de extremo a extremotoda la lnea del convoy hubiera tenido mucho quecorrer. En la capilla de madera, el pope24 recitaba laoracin de partida; rociaba a la multitud con aguabendita, y todos al pasar iban a adorar la cruz.Cuando el tabor se puso en movimiento alejndosede la setch, todos los cosacos se volvieron:

    -Adis, madre nuestra -decan a una sola voz-que Dios te guarde de toda desgracia!

    Al atravesar el arrabal, Taras Bulba vio a su ju-do Yankel que haba tenido tiempo de es-

    23 Campamento movible, caravana armada.24 Nombre que dan en Rusia, al sacerdote de rito griego.

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    tablecerse en una tienda, y que venda pedernal,tornillos, plvora, y toda clase de tiles para la gue-rra, hasta pan y khalatchis25.

    -Diablo de judo! -pens Taras; y acercndosea l le dijo: -Qu haces aqu, loco? Quieres que sete mate como a un gorrin?

    El judo, por toda respuesta, fue a su en-cuentro, y haciendo sea con ambas manos, ycomo si tuviese algo misterioso que declararle, ledijo:

    -Calle vuestra seora, y no diga nada a nadie.Entre los carros del ejrcito, hay uno que me per-tenece. Llevo toda clase de provisiones buenas pa-ra los cosacos, y por el camino, se las vender a unprecio tan barato, como nunca ningn judo lashaya vendido, ante Dios, ante Dios.

    Taras Bulba encogise de hombros viendohasta dnde llegaba el poder de la naturaleza juda,y se reuni al tabor.

    25 Panes de candeal puro.

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    V

    Bien pronto el terror invadi toda la parte su-deste de Polonia. Por todas partes se oa repetir:Los zaporogos, los zaporogos llegan Y todoslos que podan huir, huan abandonando sus hoga-res. Precisamente entonces, en esa regin de Eu-ropa, no se levantaban fortalezas ni castillos.Todos construan a toda prisa alguna habitacionci-lla cubierta de blago, pensando que perderan sutiempo y su dinero edificando casas que un da uotro seran presa de las invasiones. Todo el mundose conmovi. ste cambiaba sus bueyes y su aradopor un caballo y un mosquete para ir a incorporar-se a l