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U.D. nº 5: ESPAÑA EN EL SIGLO XIX · Período de regencias (1833-1843). Durante la minoría de edad Isabel II, se produjo un período de regencias, en el que se instauró el régimen

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U.D. nº 5: ESPAÑA EN EL SIGLO XIX

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Como el resto de los países de Europa Occidental, España experimentó en el siglo XIX algunas transformaciones

fundamentales. La población creció, la sociedad estamental del Antiguo Régimen fue sustituida por una sociedad de clases

y se instauró un régimen liberal.

Pero fue también un siglo convulso y problemático. Se sucedieron varias guerras civiles y multitud de

pronunciamientos. La industria, muy escasa, solo se desarrolló en algunas regiones de manera muy leve y, a pesar de la

introducción de nuevos medios de transporte, como el ferrocarril, el país siguió mal comunicado.

Por todo ello, España dejó de ser una potencia importante y se convirtió en una nación de segundo orden en el

concierto internacional. Además, la debilidad del crecimiento económico convirtió a la población española en una de las

más pobres de Europa.

1. GUERRA DE LA INDEPENDENCIA (1808-1814)

El monarca español Carlos IV se opuso a las ideas de la Revolución Francesa y, como otras monarquías europeas,

España entró en Guerra contra Francia (1793-1795). Sin embargo, España fue derrotada y tuvo que firmar la paz mediante

el Tratado de Basilea (1795), por el que, entre otras cosas, convertía al Primer Ministro Manuel Godoy en “Príncipe de la

Paz”.

En 1796, Godoy firmó otro acuerdo, el Tratado de San Ildefonso, por el que España se convertía en aliada de

Francia y, por tanto, en enemiga de Inglaterra. En 1805, la escuadra franco-española sufrió la derrota de Trafalgar, frente a

las costas de Cádiz, lo que dejó la supremacía total para la marina inglesa.

En 1807 España y Francia firmaron el Tratado de Fontainebleau, por el que acordaban invadir Portugal, que se

había aliado con el principal enemigo de Francia: Inglaterra. Las tropas francesas debían atravesar España para llegar a

Portugal, pero aprovecharon la situación y ocuparon algunas ciudades españolas. La permanencia francesa en territorio

español creó un gran malestar en la población. Fernando (hijo de Carlos IV), aprovechó el descontento e instigó el Motín de

Aranjuez (1808) que provocó que Carlos IV abdicara en su hijo, que pasó a ser el rey Fernando VII.

Napoleón aprovechó los problemas de la familia real, a la que secuestró en Bayona y obligó a abdicar en favor de

su hermano José Bonaparte, que se convirtió en rey de España. Ante el secuestro, el 2 de mayo de 1808 se produjo una

sublevación popular en Madrid, seguida por levantamientos en otros lugares. Fue el comienzo de la Guerra de la

Independencia.

La Guerra fue a la vez de liberación contra los franceses y una lucha civil, ya que la población quedó dividida entre

afrancesados y fernandinos.

La contienda fue larga y dura. Ciudades como Zaragoza y Gerona sufrieron importantes asedios. Y las guerrillas

hostigaban continuamente al poderoso ejército francés, mejor equipado y formado.

Cuando Napoleón retiró algunas tropas por que las necesitaba para la dura campaña de Rusia, los españoles,

aliados con los ingleses, iniciaron una contraofensiva. En 1813 se firmó el Tratado de Valençay que ponía fin a la guerra

y devolvía la corona a Fernando VII.

Fases de la Guerra de la Independencia:

La primera fase, hasta finales del 1808, comenzó con la sublevación de Madrid. Los franceses sitiaron Zaragoza y

Gerona, pero sufrieron una dura derrota en Bailén.

La segunda fase, de finales de 1808 a 1812, se caracterizó por el dominio francés tras la llegada de Napoleón con

más de 250.000 hombres. En 1810 los franceses conquistaron Andalucía y a la Junta Central se trasladó a Cádiz,

que resistió a los franceses.

La tercera fase, de 1812 a 1814, coincidió con el declive de Napoleón en Europa. Tropas españolas e inglesas, al

mando de Wellington, derrota a los franceses en Arapiles.

En diciembre de 1813 se firmaba la paz, aunque los franceses no abandonaron el país hasta 1814.

1.1.- Las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812.

La Guerra de la Independencia tuvo también profundas consecuencias políticas. La ausencia de la familia real dejó

en España un vació de poder en las zonas sublevadas, en las que se crearon juntas para organizar la lucha. Por eso se

organizó la Junta Central Suprema, con el fin de crear un gobierno único.

En plena Guerra, la Junta Central convocó las Cortes, que se reunieron en Cádiz por ser la única ciudad que los

franceses no habían ocupado. La mayoría de los diputados eran liberales, aunque había una minoría, los serviles, que solo

querían el regreso de Fernando VII y el mantenimiento del Antiguo Régimen.

Las cortes elaboran la Constitución de 1812, la primera constitución de nuestra historia. La constitución de 1812

refleja los principios de liberalismo político: reconocía la soberanía nacional y la división de poderes y establecía una

declaración de derechos muy completa. Era una constitución muy avanzada: por ejemplo, reconocía el sufragio universal

masculino. La constitución fue aprobada el 19 de marzo, día de San José, por lo que se conoce como la Pepa.

Además las Cortes de Cádiz aprobaron muchas reformas que pusieron fin al Antiguo Régimen: se suprimieron

los señoríos, se abolió la Inquisición, se prohibieron los gremios y se declaró la igualdad de los españoles ante la ley.

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2. REINADO DE FERNANDO VII (1814-1833).

La vuelta al poder de Fernando VII en 1814 significó la derogación del régimen constitucional y el comienzo de un

enfrentamiento político entre absolutistas y liberales.

2.1.- La restauración del absolutismo (1814-1820).

En marzo de 1814, Fernando VII volvió a España. Los liberales esperaban que el rey jurase la Constitución de

Cádiz, y los serviles, que la aboliese y restaurase el Antiguo Régimen.

El rey, apoyado por los serviles, derogó la constitución y las reformas aprobadas durante la guerra. Restauró los

privilegios del clero y la nobleza, dispensándoles de pagar impuestos. Era una vuelta al Antiguo Régimen.

Fernando VII gobernó de forma absoluta durante seis años (1814-1820), en los cuales fue aconsejado por una

camarilla de amigos. Los liberales fueron perseguidos y muchos marcharon al exilio para evitar la cárcel.

Los liberales y parte del ejército trataron de restaurar el liberalismo mediante pronunciamientos. Estos fracasaron

ante la indiferencia de la población y sus cabecillas fueron encarcelados o ejecutados.

2.2.- El Trieno Liberal (1820-1823)

En enero de 1820 triunfó un pronunciamiento liberal dirigido por el coronel Riego, que proclamó la

Constitución de 1812 en las Cabezas de San Juan (Sevilla). En marzo, el rey tuvo que jurar la Constitución, liberar a los

presos políticos y convocar elecciones para reunir la Cortes.

Entre 1820 y 1823, los liberales restauraron las reformas que se habían aprobado en Cádiz y formaron la Milicia

Nacional para defender el régimen liberal por la armas, si era preciso.

Durante el gobierno liberal se produjeron distintas intentonas golpistas por parte de los absolutistas, apoyadas por

el rey y varios países europeos. En abril de 1823 la Santa Alianza envió tropas a España: los Cien Mil Hijos de San Luis,

capitaneados por el Duque de Angulema (futuro Carlos X de Francia), que restituyeron a Fernando VII como el rey absoluto

el 1 de octubre.

2.3.- El final del absolutismo. La Década Ominosa (1823-1833).

La vuelta al poder de Fernando VII coincidió con una grave crisis interna. La Hacienda estaba sin fondos y la

pérdida del Imperio americano agravó aún más la crisis económica. Ante esta situación, el rey intentó modernizar al

gobierno mediante la creación de un consejo de ministros que sustituiría a la camarilla en la que se había apoyado hasta

entonces. Pero liberales, perseguidos por el régimen, protagonizaron varios pronunciamientos. Se hacía evidente la crisis

del régimen absolutista.

A esta situación se unió un problema dinástico. Debido a la Ley Sálica, en España no podían reinar las mujeres.

Como Fernando VII no había tenido hijos varones, promulgó una norma, la Pragmática Sanción (1830), que anulaba la

Ley Sálica a fin de que su hijo mayor, fuera varón o mujer, pudiese reinar. Pocos meses después nacería su primogénita,

Isabel. Muchos de los absolutistas no aceptaron esta solución y ofrecieron su apoyo al hermano del rey, Don Carlos.

3. EL REINADO DE ISABEL II: LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO LIBERAL (1833-1868).

Cuando Fernando VII murió, en septiembre de 1833, su viuda, María Cristina, se hizo cargo del gobierno, ya que

su hija solo tenía tres años. A su vez, don Carlos se proclamaba rey de España. De esta manera, estallaba la Primera

Guerra Carlista.

La guerra no solo fue un conflicto dinástico, sino también un enfrentamiento ideológico entre dos bandos: los

liberales, que apoyaban a Isabel, y los carlistas que defendían el absolutismo, la vuelta al Antiguo Régimen y el

mantenimiento de los fueros frente a la centralización del gobierno. Los Carlistas tuvieron fuerza en el País Vasco, Navarra

y ciertas zonas de Aragón, Cataluña y Valencia.

La guerra duró siete años (1833-1840) y terminó con la derrota carlista. El Abrazo de Vergara entre los generales

Espartero y Maroto puso fin a la guerra, aunque el conflicto se mantuvo vivo durante todo el siglo XIX.

3.1.- Período de regencias (1833-1843). Durante la minoría de edad Isabel II, se produjo un período de regencias, en el que se instauró el régimen liberal en

España.

La primera regente fue María Cristina, la madre de Isabel. Su regencia coincidió con la Guerra Carlista y, para

ganarla, se alió con los liberales. Los liberales estaban divididos en dos grupos: los moderados, partidarios de reforzar la

posición el rey y de aplicar unas reformas limitadas, y los progresistas, que defendían una política de reformas profundas.

En un principio, María Cristina concedió el poder a los moderadores. Sin embargo, ante las protestas populares y el

levantamiento militar de La Granja (1836), se vio obligada a entrar el gobierno a los progresistas.

En los años siguientes (1836-1837) los progresistas, con Mendizábal al frente del gobierno, tomaron medidas para

abolir los restos del Antiguo Régimen, como la desamortización de las propiedades de la Iglesia. El punto culminante de

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este proceso fue la promulgación de la Constitución de 1837 (la 2ª), que no era tan avanzada como la de 1812, pues se

establecía el sufragio censitario y se concedían más poderes a la Corona.

En 1840, María Cristina tuvo que dimitir debido a enfrentamientos con los progresistas. Entonces asumió el cargo

un militar de ideas progresistas que había cosechado grandes éxitos en la guerra con los carlistas: el general Espartero.

Pero Espartero gobernó de forma autoritaria, cosa que no gusto ni a los moderados. Así que ambos grupos acabaron por

unirse en un pronunciamiento que forzó la dimisión del general Espartero en 1843. Ante la crisis, Isabel II fue proclamada

reina con tan solo trece años.

3.2.- La Década Moderada (1844-1854).

Durante los diez primeros años de su reinado, Isabel II solo encargó el gobierno a los moderados y el período se

caracterizó por su conservadurismo. El general Narváez fue el hombre fuerte y presidió varios gobiernos.

En 1845 se aprobó una nueva Constitución (la 3ª), que limitó el derecho de voto a los más ricos. También se

restringió la libertad de prensa.

El Estado se organizó de forma centralista. Los nuevos códigos civiles y penales igualaron las leyes en todos los

territorios y la reforma fiscal equiparó los impuestos. El gobierno controlaba las provincias y nombraba directamente a los

alcaldes de las principales ciudades.

Este período moderado se explica por las ideas conservadoras de la reina, pero también por las divisiones entre los

progresistas. De entre los progresistas se escindieron el partido demócrata, que exigía el sufragio universal, y los

republicanos, favorables a la proclamación de la república.

En 1854 se produjo el pronunciamiento de Vicálvaro. Lo dirigió Leopoldo O’Donnell, apoyado por algunos

moderados y por los progresistas, y puso fin a esta etapa.

3.3.- El Bienio Progresista (1854-1856) y la Unión Liberal.

Tras el pronunciamiento de Vicálvaro, el poder pasó a los progresistas, que seguían liderados por Espartero y que

estaban apoyados por un partido de centro patrocinado por O’Donnell llamado la Unión Liberal, que integraba a

moderados y a progresistas templados.

El nuevo gobierno puso en marcha un nuevo proceso de desamortización (desamortización de Madoz de 1855) y

aprobó la Ley de Ferrocarriles (1855), que permitió la construcción de la red ferroviaria en los años siguientes.

Fue un período castigado por la crisis económica y las protestas de obreros y campesinos. Esta agitación social fue

el motivo que la reina esgrimió para retirar del gobierno a los progresistas.

3.4.- La crisis final del reinado de Isabel II (1856-1868).

Entre los años 1856 y 1866 se alternaron en el gobierno la Unión Liberal de O’Donnell y los moderados de

Narváez, mientras los progresistas eran marginados del poder. En esta época el crecimiento económico fue intenso y

despegó la construcción del ferrocarril. Pero a partir de 1866 la monarquía de Isabel II entró en una grave crisis:

Se produjeron revueltas en el campo y en las ciudades causadas por los problemas económicos y el hambre.

Los progresistas, los republicanos y los demócratas eran excluidos del poder y estaban descontentos con el

conservadurismo de los gobiernos. Tanto la burguesía como los militares se distanciaron del régimen debido al

excesivo autoritarismo del gobierno, que incluso llegó a provocar matanzas.

La reina era cada vez más impopular. Se decía que llevaba una vida escandalosa y que se preocupaba poco por el

gobierno.

En 1866, los progresistas, los demócratas y los republicanos firmaron el Pacto de Ostende, en el que acordaron la

expulsión de los Borbones y la democratización de la vida política. La unión Liberal se sumó al pacto

posteriormente.

Por fin, en 1868 se produjo la revolución conocida como “La Gloriosa”.

4.- EL SEXENIO DEMOCRÁTICO (1868-1874).

4.1.- La revolución de 1868 y la monarquía de Amadeo I En septiembre de 1868 se produjo un pronunciamiento para deponer a Isabel II, liderado por los generales Serrano

y Prim. Paralelamente se crearon juntas revolucionarias para controlar las provincias y las ciudades. La revolución

triunfo rápidamente y sin derramamiento de sangre y la reina se vio obligada a abandonar España.

Tras derrocar a la reina se constituyó un gobierno provisional presidio por Serrano, que convocó Cortes

constituyentes. Las Cortes aprobaron la Constitución del 1869 (la 4ª), el primer texto democrático de la historia de España.

Contenía una amplia declaración de derechos e instauraban el sufragio universal masculino. Como concesión a los

unionistas y los progresistas, se mantenía la monarquía y se nombraba regente al general Serrano hasta que se eligiera un

rey.

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El general Prim, presidente del Gobierno en aquellos momentos, fue el encargado de encontrar un nuevo rey para

España: el príncipe italiano Amadeo de Saboya. Pero dos días antes de que el príncipe llegase a España, el general Prim era

asesinado en Madrid (30-12-1870)

Amadeo I juró su cargo el 2 de enero de 1871. Era un rey moderno y democrático. Pero su posición siempre fue

muy débil: contó con la oposición de los monárquicos, que preferían un rey no democrático, y de la Iglesia, que deploraba

sus ideas progresistas. Tampoco le apoyaban los republicanos, y parte de la población no lo quería porque era extranjero.

Durante su reinado estallaron dos conflictos: una insurrección en Cuba, una de las últimas colonias que le

quedaban a España, y una nueva guerra carlista. Incapaz de superar estas dificultades con sus escasos apoyos, Amadeo I

acabó por abdicar el 11 de febrero de 1873.

4.2.- La primera República (1873-1874).

Ante la dificultad para encontrar un rey, las Cortes proclamaron la Primera República (11 d febrero de 1873). Era

la primera que se instauraba un régimen republicano en España.

La República nació con graves problemas. La mayoría de los grupos políticos eran monárquicos, y los propios

republicanos se hallaban divididos entre los que querían una república federal y los que preferían unitaria. Reflejo de esta

división fue el estallido del movimiento cantonalista que llevó a la creación de las repúblicas independientes en Cataluña,

Málaga y Cartagena. El movimiento fue duramente reprimido. Además, la República tuvo que enfrentarse al estadillo de la

tercera guerra carlista y de la guerra en Cuba.

Los primeros pasos de la república fueron en forma de república federal, pero ante la situación de caos

generalizado, el general Pavía dio un golpe de Estado y disolvió las Cortes el 3 de enero de 1874. Tras el golpe de Estado, el

general Serrano presidió el gobierno durante casi un año. Mantuvo las formas republicanas, pero no el espíritu de reforma

y moderación que la República representaba. Por eso, nadie se opuso cuando un nuevo golpe de Estado, protagonizado por

el general Martínez Campos el 29 de diciembre de 1874 reinstauró a la dinastía de los Borbones.

5. LA RESTAURACIÓN: LA VUELTA DE LA MONARQUÍA CONSTITUCIONAL (1874-1902).

El general Martínez Campos proclamó rey a Alfonso XII, hijo de Isabel II en 1874, con lo que daba comienzo es

régimen de la Restauración. El nuevo rey, que juró su cargo en enero de 1875, era partidario de la monarquía

constitucional, nombro presidente de gobierno a Cánovas del Castillo, quien había sido el verdadero artífice de la revuelta

de los Borbones al trono. Alfonso XII murió prematuramente en 1885. Su esposa, Mª Cristina, ejerció de regenta hasta la

mayoría de edad de su hijo (que nació en 1886) en 1902.

Cánovas organizó y estabilizó la situación política. Por un lado, puso fin a la guerra de Cuba y a la guerra Carlista

y, por otro, creó un nuevo sistema político en el que tenían cabida todos los partidos que aceptaran la monarquía y un

régimen constitucional. Para organizar este sistema político se basó fundamentalmente en dos pilares: la Constitución de

1876 (la 5ª) y alternancia en el poder de los partidos conservador y liberal.

5.1.- La Constitución de 1876. La Constitución de 1876 tenía un carácter conciliador, ya que incorporaba principios moderados y progresistas.

Para contentar a los progresistas y lo demócratas tenía una amplia relación de derechos y libertades. Y para satisfacer a los

moderados, proclamaba la confesionalidad del Estado y la soberanía compartida entre las Cortes y el rey, al que se le

concedían amplios poderes.

5.2.- El turno pacífico.

El ejercicio del poder quedó asignado a dos partidos políticos, que aceptaban la monarquía constitucional y que se

turnaron en el gobierno de manera pacífica (turnismo). Estos partidos eran:

Los conservadores, liderados por Cánovas, que se proclamaban defensores de la Iglesia y el orden social.

Los liberales, liderados por Sagasta, en cuyos gobiernos se desarrollaron importantes reformas sociales y se

aprobó el sufragio universal masculino (1890).

El monopolio de gobierno por parte de conservadores y liberales fue posible por la existencia de la corrupción

electoral. El rey decidía primero que partido iba a formar gobierno y, después, se convocaban elecciones que se amañaban

para que las ganara dicho partido.

En el campo, los individuos poderosos, los caciques forzaban a la población rural a que votaran al partido que les

convenía para la formación del gobierno. A esta práctica la llamamos caciquismo.

En las ciudades, menos influidas por los caciques, se manipulaban los votos si los resultados electorales no eran los

esperados. Esta práctica se conoce como pucherazo.

Así se fabricaban resultados electorales que daban alternativamente la victoria a conservadores y liberales. Durante un

largo período de tiempo este sistema proporcionó estabilidad a la vida política española.

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La oposición al sistema.

Pero este sistema político dejaba fuera a tres grupos que cada vez representaban a un mayor porcentaje a la población:

anarquistas, socialistas y nacionalistas.

Los anarquistas habían surgido tras la revolución de 1868 y sus focos más importantes se encontraban en Cataluña

y en Andalucía. Durante algún tiempo fueron duramente perseguidos debido a los atentados que cometían. Tras

algunos años de desorganización interna crearon la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), que se

convirtió en el sindicato más importante del país.

Los socialistas estaban liderados por Pablo Iglesias, que había fundado en 1879 el Partido Socialista Obrero

Español (PSOE). Años después se creó la Unión General de Trabajadores (UGT), un sindicato que se vinculó

estrechamente al PSOE.

En esta época surgieron los partidos Nacionalistas, que reaccionaron en contra de la creación de un Estado

centralizado. Tuvieron especial relevancia en Cataluña, el País Vasco y Galicia.

6. EL DESARROLLO ECONÓMICO.

Durante el siglo XIX, se establecieron, en un país eminentemente campesino como España, las bases de la moderna

industrialización, que tuvo como focos principales a Cataluña y el País Vasco.

6.1.- Una débil revolución industrial.

En la España del siglo XIX las transformaciones económicas no fueron tan intensas como en Gran Bretaña o

Alemanía, debido a diversos factores: la escasez de materias primas, las malas comunicaciones, la falta de un mercado para

los productos, tanto por la pobreza de la mayoría de la población como por la pérdida de las colonias, y la falta de capital.

Por eso, muchas veces fueron empresas extranjeras las que invirtieron en la creación de fábricas, bancos e infraestructuras.

Las primeras industrias modernas se localizaron en zonas muy concretas, y las más destacadas fueron la textil

catalana y las siderurgias vascas, asturiana y andaluza. A partir de 1850 las siderurgias establecidas en Asturias y

Andalucía no pudieron competir con las vascas.

Al mismo tiempo se fundaron las primeras instituciones financieras, como los bancos modernos Banco Santander,

1857; Banco de Bilbao, 1857) y la bolsa de Madrid (1831).

Pero, sin duda, la innovación más importante de la industrialización fue el ferrocarril. Entre 1856 y 1866 se

fabricaron en España más de mil kilómetros de vías al año. La red tenía una estructura radial con centro en Madrid y el

ancho entre carriles era mayor que en el resto de Europa. Esto dificultó los intercambios con el resto del continente.

A finales del siglo XIX la industria se consolido. También se desarrollaron nuevos sectores: la electricidad (que se

puso para la iluminación y como fuente de energía para la industria), el petróleo (que permitió la difusión del automóvil) y

la industria química.

Pero la industria Española tenía dos graves problemas. En primer lugar, era una industria poco competitiva; por

eso, el Estado ponía fuertes impuestos a los productos extranjeros, a fin de encarecer su precio y que la gente comprara

productos españoles más baratos. En segundo lugar, los sectores modernos se concentraban en muy pocas zonas

(Cataluña, País Vasco y Madrid), mientras que el resto del país seguía muy atrasado.

6.2.- La liberación de la Tierra.

La agricultura siguió siendo el sector económico principal, en el que trabajaba el 70% de la población activa. La

principal transformación que se produjo en la agricultura fue la liberalización de las tierras. Desde el Antiguo Régimen

buena parte de las tierras estaban vinculadas a la aristocracia, la Iglesia o los ayuntamientos y no se podían vender ni ceder.

La liberalización de las tierras fue una iniciativa de los liberales y se hizo de dos maneras:

La abolición de los mayorazgos en 1837, transformados en inmensos latifundios privados en manos de los mismos

nobles. La diferencia es que ahora los nobles podían perder sus tierras por deudas o por su propio deseo de obtener

dinero mediante la venta.

La segunda medida importante fue la desamortización de las tierras, que consistía en la incautación por el Estado de

tierras vinculadas para luego venderlas a particulares. Hubo dos grandes desamortizaciones: la de Mendizábal (1836)

por la que el Estado vendió tierras de la Iglesia, y la de Madoz (1855), que afecto a tierras de los ayuntamientos, de los

hospitales, escuelas y otras instituciones.

La liberalización de las tierras permitió que muchos burgueses compraran parcelas. Así, parte de las tierras pasaron

a manos de personas interesadas en obtener beneficios, por lo que modernizaron los métodos de cultivo. Esto favoreció a la

expansión de los cultivos y el aumento de la producción agrícola.

No obstante, muchas tierras siguieron perteneciendo a grandes propietarios, que seguían usando métodos antiguos.

Además las parcelas eran trabajadas por una masa de jornaleros muy pobres.

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La liberalización también provoco el empobrecimiento de muchos campesinos, para los que las tierras de los

ayuntamientos eran una parte importante de su sustento.

7. EL CAMBIO DEMOGRÁFICO Y SOCIAL.

En el siglo XIX, la población Española creció y se urbanizó. La sociedad dejó de ser estamental y se transformó en

una sociedad de clases.

7.1.- El lento crecimiento de la población.

La población Española aumentó de 11’5 millones de habitantes a 18’6 millones durante el siglo XIX. Aunque la

población creció, fue un crecimiento menor que el de otros países Europeos.

La natalidad seguía siendo elevada y la mortalidad disminuyó poco, lo cual no permitía que se alcanzase los niveles

de crecimiento del resto de Europa, donde la mortalidad había disminuido notablemente debido a las mejores condiciones

higiénicas y sanitarias.

Las regiones más avanzadas crecieron por encima de la media nacional. La población de Cataluña, País Vasco y

Asturias aumentó gracias al desarrollo industrial; Levante, Navarra y La Rioja, debido al desarrollo de la agricultura

comercial; y Madrid, por ser la capital. Estas regiones se convirtieron en polos de inmigración desde los años sesenta del

siglo XIX, cuando el ferrocarril facilitó la emigración de los campesinos sin tierra.

El éxodo rural tuvo dos consecuencias. Por una parte, como la mayoría de las regiones ricas se encontraban en el

litoral, el peso demográfico de la periferia aumentó con relación al interior del país. En segundo lugar, las ciudades

crecieron mucho, sobre todo Madrid, Barcelona, Bilbao, Sevilla, Málaga y Zaragoza. No obstante, la mayor parte de la

población siguió viviendo en el campo.

A finales del siglo XIX muchos españoles emigraron fuera de España en busca de mejores oportunidades. La

mayoría de los emigrantes procedían de Andalucía, Galicia, Canarias y las regiones Cantábricas, y se dirigieron a América

Latina (Argentina y Cuba fundamentalmente).

7.2.- Una sociedad de clases.

La sociedad estamental del Antiguo Régimen desapareció con la instauración del liberalismo. A partir de entonces,

la situación económica marcó la posición de un individuo en la jerarquía social.

La clase dirigente de la sociedad del siglo XIX englobaba a la aristocracia y la burguesía. La aristocracia estaba

formada por los nobles, que habían perdido sus derechos señoriales, pero conservaban una notable influencia social. La

burguesía estaba compuesta por los dueños de las fábricas y las empresas financieras. Las relaciones entre estos dos grupos

se estrecharon a lo largo de este siglo gracias a los matrimonios y negocios.

En la clase media se integraban funcionarios, pequeños empresarios, profesionales liberales, comerciantes, etc.

Esta clase era poco numerosa pero tendía a crecer. En general, habitaban en las ciudades.

Las clases populares tenían un bajo nivel económico y un elevado índice de analfabetismo. Bajo este nombre se

identificaba a distintos grupos:

Los campesinos y jornaleros constituían la mayor parte de la población y vivían en unas pésimas condiciones. Este

hecho les llevó a protagonizar importantes revueltas a lo largo el siglo XIX.

Los obreros se concentraban en las regiones industriales y en las ciudades, donde se hacinaban en barrios carentes de

infraestructuras básicas. Para defender sus derechos y mejorar sus condiciones de vida se fueron organizando en

sindicatos. A principios del siglo XX los principales sindicatos eran la CNT, anarquista, y la UGT, socialista.

Otros grupos eran los criados que servían a las clases acomodadas y un número ingente de mendigos y marginados.