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Época primitivaLa Química debió nacer con la conquista del fuego por el hombre primitivo. Posteriormente, el hombre primitivo se interesaría por los meta-les por ser materiales resistentes y duraderos a los que podía dárseles forma con mayor o menor facilidad. Su utilización constituye las sucesivas edades del Oro y Plata, del Bronce y del Hierro.

Los objetos más antiguos conocidos son de oro, situándose en una época anterior a los 5000 años a.C. Por su color, su inalterabili-dad y su rareza ha sido siempre el metal precio-so por excelencia. Para los chinos tenía incluso propiedades sobrenaturales al creer que al co-mer en un plato de oro se llegaba a una edad avanzada, y el que absorbía oro se hacía inmor-tal. En la Edad del Oro y de la Plata se conoció también el cobre.

La Edad del Bronce se sitúa sobre los 4000 años a.C. En las primeras di-nastías de Egipto y en la Grecia de Homero, el bronce ocupó el lugar del hierro en nuestra época. Los fenicios adquirieron una gran reputación en el trabajo del bron-ce y, aunque pueblo poco belicoso, fa-bricaba las mejores armas.

La Edad del Hierro inicia 200 años a.C. Las dificultades en su pre-paración y su trabajo en los primeros tiempos, ocasionó su escaso uso. En la Edad del Hierro se aprendió a fabricar acero, se conoció que su resistencia aumenta con el temple y se llegó a protegerlo de la corrosión.

La metalurgia fue, más que una técnica, un arte sagrado encomen-dado a los sacerdotes. Los metales ob-tenidos fueron relacionados con el Sol y los planetas: el oro con el Sol, la pla-ta a la Luna, el cobre a Venus, el hierro a Marte, el estaño a Júpiter, el plomo a Saturno y el mercurio a Mercurio. Esta extraña y singular clasificación de los metales se mantuvo durante siglos. Los siete metales indicados, junto con el carbón y el azufre, incluían todos los elementos conocidos al principio de la era cristiana.

De las civilizaciones antiguas, la egipcia fue la más avanzada en las artes químicas y la más relacionada con la Química europea moderna. Los egipcios fue-ron maestros en la fabricación de vidrios y esmaltes; imitaban a la perfección los metales nobles, así como el rubí, el zafiro y la esmeralda; utilizaron ampliamente

Los egipcios y persas uti-lizaban el oro, el cobre y

compuestos de plomo para realizar alfarería.

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el cuero y usaron la lana, el algodón y el lino que sabían blanquear y teñir con ín-digo y púrpura; prepararon perfumes, bálsamos, productos de belleza y venenos, cuya química fue muy floreciente en la antigüedad; obtuvieron jabones y diferen-tes sales de sodio, potasio, cobre, aluminio y otros metales; y utilizaron el betún en embalsamamientos y en decoración. Pero todas estas prácticas eran fundamen-talmente empíricas y no constituían una ciencia ni siquiera en forma rudimentaria.

Doctrinas químicas antiguasEl hombre prehistórico, al buscar el origen y la naturaleza de todo lo que le rodea-ba creó los mitos, en los que cada fuerza natural era un dios o una figura humana; de aquí las teogonías y las cosmogonías de los pueblos primitivos, en las que los fenómenos se imaginan producidos por la acción de agentes sobrenaturales cuya intervención explica todas las anomalías aparentes del universo. Este estado teo-lógico de la ciencia se mantuvo hasta el siglo VI a.C., en que apareció en Grecia un poderoso movimiento intelectual y sus más grandes filósofos especularon sobre el mundo y sobre la naturaleza de la materia, y plantearon claramente muchos de los problemas fundamentales de la ciencia. La idea de la existencia de un principio permanente, origen de todo fue ya un principio tangible; para Tales de Mileto (624-565 a.C.) fue el agua; Anaxímenes (585-524 a.C.) sostuvo que era el aire, y para Heráclito de Efeso (540-475 a.C.) era el fuego. Más tarde, Empédo-cles de Agrigento (500-430 a.C.) aceptó los elementos de sus antecesores, a los que agregó uno más, la tierra, surgiendo la teoría de los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego, que servían de alguna manera de soporte a las cualidades fun-damentales de caliente y frío, y seco y húmedo, y dos fuerzas cósmicas, el amor y el odio, que son las raíces de todas las cosas. Esta teoría de los cuatro elementos fue aceptada por Aristóteles de Estagira (384-322 a.C.), gran pensador griego que por su fama hizo que la teoría perdurase durante unos dos mil años.

Tierra

Aire

Agua Fuego

Frío Seco

Húmedo Caliente

En realidad, los cuatro elementos no eran más que la generalización y re-presentación de una observación familiar, pues un cuerpo es sólido (tierra), líquido (agua) o gaseoso (aire), o bien se encuentra en estado de incandescencia (fuego).

Por la misma época, Leucipo y su discípulo Demócrito de Abdera (460-370 a.C.) enseñaron la discontinuidad de la materia formada de átomos, el ser, y de vacío, el no ser, resultante de los intersticios entre aquellos, y permitiendo su movimiento. Los átomos son eternos, indivisibles (de donde deriva su nombre), y de la misma naturaleza, pero difieren en forma, por el orden en que están co-locados en el cuerpo, por su posición relativa y por su magnitud. A pesar de la tendencia positiva de las ideas de Demócrito, sus seguidores no desarrollaron su pensamiento que ofrece una estrecha relación con las teorías científicas moder-nas. Epicuro de Samos (342-270 a.C.) creó la palabra átomo y le asignó un peso esencial. El atomismo de Demócrito está construido totalmente por conceptos fi-

Demócrito

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losóficos, y no es hasta 1677 en que Boyle establece el concepto y Dalton en 1803 lo desarrolla como resultado de observaciones científicas.

Puede parecer sorprendente que los grandes pensadores griegos no bus-casen una confirmación experimental de sus abstracciones, pero ellos aceptaban que todo conocimiento debía adquirirse únicamente mediante especulación y que el experimento no sólo era innecesario sino que incluso disminuiría su dignidad. Este error del empleo del razonamiento sin experimentación mantuvo estacionado el progreso de la ciencia durante muchos siglos.

A partir del año 300 a.C., la ciencia griega se desplaza a Alejandría, en cuya escuela florecieron grandes matemáticos, astrónomos y biólogos, si bien fue decayendo hasta apagarse hacia el año 400 de nuestra era. En el siglo II a.C., las ideas científicas llegaron a Roma, pero los romanos, guerreros y constructores, poco abiertos a las cosas del espíritu y estoicos frente a la naturaleza, no prosi-guieron la herencia científica de los griegos.

La AlquimiaEn la Edad Media, periodo del 400-1000 conocido como la “Edad Oscura”, es domi-nada por creencias religiosas y hacia el siglo VII, entre los árabes, empieza a ad-quirir la ciencia una cierta importancia. Los conocimientos químicos aprendidos de los egipcios y las ideas filosóficas heredadas de los antiguos dieron a la alquimia en manos de los árabes y después en toda Europa, una significación especial.

Los alquimistas consideraron los metales como cuerpos compues-tos formados por dos cualidades-principios comunes: el mercurio, que re-presentaba el carácter metálico y la volatilidad, y el azufre, que poseía la propiedad de combustibilidad. Posteriormente se unió un tercer principio, la sal, que tenía la propiedad de la solidez y la solubilidad. Estos tres principios o elementos, llamados “tría prima” de los alquimistas sustituye-ron en la Edad Media a los elementos aristotélicos, y aunque al principio tuvieron un carácter abstracto, fueron considerados más tarde como ma-teriales. Existía para los alquimistas la posibilidad de la transmutación de los metales innobles en nobles y concretamente, la conversión del plomo, mercurio u otros metales corrientes en oro.

Esta transmutación, conocida como la “Gran Obra”, debía reali-zarse en presencia de la “piedra filosofal” cuya preparación fue la tarea de los alquimistas. En el siglo XIII se extendió el objetivo de la alquimia al buscar el “elixir filosofal o de larga vida”, para eliminar la enfermedad, devolver la juventud, prolongar la vida e incluso asegurar la inmortalidad. La alquimia fue una práctica secreta debido a que la relacionaban con la magia, y los alquimistas eran elegidos para ser depositarios de la verdad y no debían divulgar sus conocimientos. Escribieron en un lenguaje her-mético describiendo operaciones y haciendo uso de signos y símbolos. Un libro de alquimia, el Liber Mutus, no contiene ningún texto sino quince grabados, en su mayoría ininteligibles, para hacer conocer la preparación de la piedra filosofal. Los trabajos de los alquimistas, aunque infructuosos en el descubrimiento de la piedra filosofal y del elíxir de larga vida, produ-jeron indudables progresos a la Química del laboratorio, al preparar gran número de nuevas sustancias, perfeccionaron aparatos útiles y desarrollaron técnicas que constituyen la base de la incipiente ciencia química.

La alquimia fue una mez-cla de Química práctica y

misticismo.

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El más brillante cultivador de la alquimia árabe fue Geber (Abou Moussah Diafar al Sofi Geber), vivió y murió en Sevilla (finales del siglo VIII), fue uno de los sabios más grandes de la época. Escribió numerosas obras como Perfectionis, el tra-tado de Química más antiguo que se conoce. Posteriores a Geber son Rhasés (siglo X), Avicena (siglo XI), cuyo prestigio fue inmenso como alquimista, filósofo, astróno-mo, matemático y médico; Averroes (1126-1198), célebre por sus comentarios sobre Aristóteles, ejerció gran influencia en el pensamiento medieval. Se reconoce a los árabes el preparar la sal amoníaco, el aceite de vitriolo (ácido sulfúrico), el agua fuerte (ácido nítrico), el agua regia, ciertos sulfuros metálicos, varios compuestos de mercurio y arsénico, y la preparación del espíritu de vino (alcohol).

Hasta las Cruzadas, el árabe fue la lengua exclusiva de la ciencia, y Cór-doba el foco de la cultura. Los siglos X, XI y XII fueron los más florecientes para la ciencia española (arábiga-judaica-cristiana), que al difundirse a toda Europa, originó en el siglo XIII un poderoso resurgimiento científico en el que la alquimia adquirió una extensa significación. Entre los alquimistas de Occidente destaca por su sabiduría San Alberto Magno (1193 o 1206-I280), dominico alemán, llamado el Doctor Universal y considerado como el Aristóteles de la Edad Media. A él se debe la preparación de la potasa cáustica mediante la cal, procedimiento que aún se practica en los laboratorios. Describe con exactitud la afinación del oro y de la plata mediante copelación con plomo, señala el efecto del calor sobre el azufre y emplea por vez primera la palabra afinidad en el sentido usado hoy día. Expone la acción del agua fuerte (ácido nítrico) sobre los metales, como su acción en la sepa-ración del oro y de la plata en las aleaciones preciosas. En su tratado De Alchimia expone las condiciones que debe reunir un alquimista y que casi en su totalidad pueden aplicarse a los químicos actuales.

Contemporáneo de San Alberto es el inglés Roger  Bacon (I2I4-I294), fraile franciscano que profesó en París y en Oxford. En su obra Speculum alchi-miae alude a un aire que es alimento del fuego y otro que lo apaga, habla de una llama producida al destilar las materias orgánicas y vulgariza el empleo de la pólvora. Defendió la experimentación y combatió con tesón a Aristóteles. Fue también un gran físico cuyos trabajos en el campo de la Óptica fueron notables.

Santo Tomás de Aquino (1225-I274) discípulo de San Alberto, escribió un tratado sobre la esencia de los minerales y otro sobre la piedra filosofal.

El renacimiento científicoAunque la transmutación de los metales fue creída hasta el siglo XIX, la alquimia fue perdiendo su carác-ter ideal, llegando a ser prohibida por reyes y papas. A principios del siglo XVI los esfuerzos de muchos al-quimistas se dirigen a preparar drogas y remedios, al señalar Paracelso (1493-1541) que la misión de la alquimia era la curación de la enfermedad. Apare-ce una transición entre la Alquimia y la verdadera Química, que se conoce como iatroquímica o química médica. Paracelso, cuyo verdadero nombre es Felipe Aureolo Teofrasto Bombast de Hohenheim, médico y alquimista suizo, dictó la primera cátedra de Química creada en Basilea en 1527, la que abandonó para via-jar por toda Europa, ejerciendo una gran influencia.

Paracelso buscó la piedra filosofal, que los templarios atesoraban, porque pensaba que era capaz de convertir el

plomo en un metal con más virtudes.

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El más brillante cultivador de la alquimia árabe fue Geber (Abou Moussah Diafar al Sofi Geber), vivió y murió en Sevilla (finales del siglo VIII), fue uno de los sabios más grandes de la época. Escribió numerosas obras como Perfectionis, el tra-tado de Química más antiguo que se conoce. Posteriores a Geber son Rhasés (siglo X), Avicena (siglo XI), cuyo prestigio fue inmenso como alquimista, filósofo, astróno-mo, matemático y médico; Averroes (1126-1198), célebre por sus comentarios sobre Aristóteles, ejerció gran influencia en el pensamiento medieval. Se reconoce a los árabes el preparar la sal amoníaco, el aceite de vitriolo (ácido sulfúrico), el agua fuerte (ácido nítrico), el agua regia, ciertos sulfuros metálicos, varios compuestos de mercurio y arsénico, y la preparación del espíritu de vino (alcohol).

Hasta las Cruzadas, el árabe fue la lengua exclusiva de la ciencia, y Cór-doba el foco de la cultura. Los siglos X, XI y XII fueron los más florecientes para la ciencia española (arábiga-judaica-cristiana), que al difundirse a toda Europa, originó en el siglo XIII un poderoso resurgimiento científico en el que la alquimia adquirió una extensa significación. Entre los alquimistas de Occidente destaca por su sabiduría San Alberto Magno (1193 o 1206-I280), dominico alemán, llamado el Doctor Universal y considerado como el Aristóteles de la Edad Media. A él se debe la preparación de la potasa cáustica mediante la cal, procedimiento que aún se practica en los laboratorios. Describe con exactitud la afinación del oro y de la plata mediante copelación con plomo, señala el efecto del calor sobre el azufre y emplea por vez primera la palabra afinidad en el sentido usado hoy día. Expone la acción del agua fuerte (ácido nítrico) sobre los metales, como su acción en la sepa-ración del oro y de la plata en las aleaciones preciosas. En su tratado De Alchimia expone las condiciones que debe reunir un alquimista y que casi en su totalidad pueden aplicarse a los químicos actuales.

Contemporáneo de San Alberto es el inglés Roger  Bacon (I2I4-I294), fraile franciscano que profesó en París y en Oxford. En su obra Speculum alchi-miae alude a un aire que es alimento del fuego y otro que lo apaga, habla de una llama producida al destilar las materias orgánicas y vulgariza el empleo de la pólvora. Defendió la experimentación y combatió con tesón a Aristóteles. Fue también un gran físico cuyos trabajos en el campo de la Óptica fueron notables.

Santo Tomás de Aquino (1225-I274) discípulo de San Alberto, escribió un tratado sobre la esencia de los minerales y otro sobre la piedra filosofal.

El renacimiento científicoAunque la transmutación de los metales fue creída hasta el siglo XIX, la alquimia fue perdiendo su carác-ter ideal, llegando a ser prohibida por reyes y papas. A principios del siglo XVI los esfuerzos de muchos al-quimistas se dirigen a preparar drogas y remedios, al señalar Paracelso (1493-1541) que la misión de la alquimia era la curación de la enfermedad. Apare-ce una transición entre la Alquimia y la verdadera Química, que se conoce como iatroquímica o química médica. Paracelso, cuyo verdadero nombre es Felipe Aureolo Teofrasto Bombast de Hohenheim, médico y alquimista suizo, dictó la primera cátedra de Química creada en Basilea en 1527, la que abandonó para via-jar por toda Europa, ejerciendo una gran influencia.

Contemporáneo de Paracelso es Georg Agricola (1496-1555), su verda-dero nombre Landmann, médico sajón, que en su obra De Re Metallica expone en forma clara todos los conocimientos metalúrgicos de la época. La metalurgia había adquirido en los distritos mineros de Bohemia, un gran desarrollo, lo que condujo a la fabricación industrial de ácidos y a practicar el ensayo de minerales, inicio del análisis químico.

Seguidores de Paracelso, pero más claros son Libavius (1540-1616), mé-dico alemán que prepara el cloruro estánnico, estudia los fundentes en metalurgia y obtiene muchos medicamentos; Van Helmont (1577-1644), médico belga, gran investigador ―es notable su investigación acerca del crecimiento de un pequeño sauce, que duró cinco años― que combate la teoría griega de los cuatro elementos, eliminando el fuego y la tierra; inventa la palabra gas y hace estudios sobre el gas silvestre (gas carbónico); y Lemery (1645-1715) describe las distintas operaciones de la Química.

En esta época se había creado en Europa un nuevo clima intelectual. En el siglo XIV se había producido en Italia un movimiento humanista que al volver al pensamiento de la antigüedad clásica hizo posible la reconstrucción del espíritu griego. El Renacimiento, primero en el campo de la literatura y después en el de las artes, pasó pronto al pensamiento científico, y al unirse observación y teoría se inicia la ciencia experimental que sustituye a las especulaciones filosóficas de la Edad Media. Leonardo da Vinci (I452-1519) introduce en el dominio científico los principios del Renacimiento y abre el camino a Francis Bacon (1561-1628), teórico del método experimental, que en 1620 en su obra Novum Organum erige la obser-vación en sistema filosófico; Descartes (1596-1650), filósofo francés que en su Discurso del método publicado en 1637 establece claramente las bases del método científico.

Las nuevas ideas consiguieron grandes progresos en Matemáticas, Física y Filosofía, y después en la Química. Se comunican los resultados de las observaciones de sus estudios y se crean Academias Científicas en mu-chos países. Sólo se precisa disponer de una técnica de medición para que la Química pueda desarrollar su carácter de verdadera ciencia.

El irlandés Robert Boyle (1627-1691) es el primer químico que rompe abiertamente con la tradición alquimista. En su famosa obra The Sceptical Chymist (“El químico escéptico”) establece el concepto moderno de elemento al decir que son “ciertos cuerpos primitivos y simples que no están formados de otros cuerpos, ni unos de otros, y que son los ingredien-tes de que se componen inmediatamente y en que se resuelven en último término todos los cuerpos perfectamente mixtos”, y supone que el número ha de ser muy superior a los tres de los alquimistas o a los cuatro de los aristotélicos. Boyle es el primer hombre de ciencia que adopta la teoría atómica para explicar las transformaciones químicas, y sus investigaciones en el campo de la Física y de la Química permiten considerarle como el precursor de la Química moderna al hacer de ella el estudio de la naturale-za y composición de la materia en vez de ser, como hasta entonces, un sim-ple medio de obtener oro o de preparar medicamentos. Entre sus notables descubrimientos están: la ley que lleva su nombre de la compresibilidad de los gases, el efecto de la presión sobre el punto de ebullición de un líquido, la clara distinción entre mezclas y combinaciones, el empleo de muchos reactivos (como el nitrato de plata, el gas amoníaco adquirieron gran importancia en Química ana-lítica, la utilización del jarabe de violeta como indicador para distinguir los ácidos y bases, y la obtención de nuevos compuestos.

Robert Boyle.

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La teoría del flogistoLos químicos de la época de Boyle estaban poco preparados para aceptar sus ideas, pero en cambio, atraídos por sus experimentos acerca de los gases, investigaron con estas nuevas sustancias y estudiaron el problema de la combustión. Se debe a Georg Ernst Stahl (1660-1734), químico y médico alemán, la teoría del flogisto que, aunque falsa, tiene no obstante el mérito de ser la primera teoría capaz de coordinar el conjunto de los fenómenos esenciales de la combustión y de la reduc-ción. Stahl basa su teoría en las ideas del alquimista alemán J. J. Becher (1635-1682), el cual, al admitir el elemento terroso, el elemento combustible y el ele-mento metálico no hace más que desarrollar la vieja noción de los tres elementos cuyo origen debe buscarse en las “exhalaciones” de Aristóteles; un claro ejemplo de la pervivencia de las ideas.

Johann Becher y Georg Stahl explican que existe una sustancia llamada flogisto, que hace posible que los objetos se quemen.

La teoría del flogisto, conocida también como “sublime teoría”, supone que toda sustancia combustible, tal como un metal, contiene un “principio infla-mable”, denominado posteriormente, flogisto; en la combustión se desprende el flogisto con acompañamiento de luz y calor y queda un residuo, la “ceniza” o “cal” del cuerpo combustible. Cuanto más inflamable es un cuerpo tanto más rico es en flogisto. El principal interés de la teoría está en que explica el fenómeno inverso de la combustión, la reducción, pues si se calienta la cal (las cenizas metálicas) con una sustancia rica en flogisto, tal como el carbón, ésta cede su flogisto a la cal y el metal se revivifica. Varios metales tratados por diversos ácidos desprenden el mismo gas, el aire inflamable (hidrógeno), que era considerado como el flogisto común a todos los metales. El negro de humo era imaginado como flogisto puro. La teoría del flogisto, ejemplo claro del carácter provisional de las teorías cien-

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tíficas, pudo servir de guía a los grandes investigadores del siglo XVIII cuya labor experimental constituye la base de la Química como ciencia. Citaremos unos pocos nombres:

René Antoine Réaumur (1683-1757), naturalista, químico y físico fran-cés, sus investigaciones sobre la fundición del hierro permiten considerarlo como el fundador de la siderurgia científica y uno de los instauradores de la industria moderna.

Andreas  Sigismund Marggraff (1709-1782), químico alemán, descubrió un nuevo procedimiento para obtener el fósforo y el ácido fosfórico, obtuvo el cinc a partir de sus minerales y distinguió, por la coloración a la llama, las sales sódicas de las potásicas. Sus estudios acerca de la extracción del azúcar a partir de la re-molacha hicieron posible su fabricación industrial desde 1796.

M. W. Lomonossoff (1711-1765), químico ruso, realizó experimentos so-bre la calcinación de los metales en vasos cerrados, con empleo sistemático de la balanza; establece la constancia de la materia en los procesos naturales, atribuye la combustión a una combinación del cuerpo con el aire y explica las propiedades de los cuerpos a partir de la existencia de átomos y moléculas (1743).

Joseph  Black (1728-1799), profesor de Química e investigador inglés, descubre el gas carbónico al que llamó “aire fijo” por ser fijado por la cal y el pri-mer “aire artificial” identificado por los químicos. Sus estudios cuantitati-vos acerca de los carbonatos son modelo de lógica y unidad y sirvieron para dar al mundo científico una idea clara de la naturaleza de la combinación química.

T. Olaf Bergmann (1734-1784), químico, matemático y mineralo-gista sueco, edifica las bases del análisis químico, reconoce el carácter ácido de una disolución de gas carbónico y tiene del aire una concepción exacta al considerarlo una mezcla de tres fluidos, el ácido aéreo (gas carbónico), el aire viciado (nitrógeno) y el aire puro (oxígeno).

Karl Wilhelm  Scheele (1742-1786), químico sueco, sus experi-mentos con el dióxido de manganeso le llevan al descubrimiento del oxí-geno y del cloro; estudió ácidos como el fluorhídrico, tartárico, oxálico, cianhídrico y molíbdico, aisló el gas sulfhídrico e investigó la naturaleza de numerosos compuestos. Al arsenito de cobre se le conoce como verde de Scheele. Sostiene que el aire es una mezcla de dos gases distintos, el “aire ígneo” y “el aire viciado”.

Joseph Priestley (1733-1804) inglés, hábil experimentador, de-sarrolló y perfeccionó la técnica de preparación, recogida y manipulación de los gases. Demostró que las plantas verdes convertían el aire respirado en aire respi-rable, preparó y estudió numerosos gases, investigó el nitrógeno, y al concentrar mediante una potente lente los rayos solares sobre el óxido mercúrico obtuvo el oxígeno, su mayor descubrimiento.

Henry Cavendish (1731-1810) inglés, fue el primero que utilizó la cuba de mercurio y descubrió el hidrógeno y al quemarlo en el aire ordinario y en el oxígeno encontró que se formaba agua. La síntesis del agua realizada en 1781 cons-tituye una fecha señalada en la historia de la Química. En su análisis del aire halló un 20.8% de oxígeno, valor muy próximo al verdadero, y sospechó la existencia del argón.

Joseph Black.

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Lavoisier y la revolución químicaEs Antoine Laurent Lavoisier (1743-1794) el que destruye la teoría del flogisto al establecer la naturaleza verdadera de la combustión, y que en su obra Tratado ele-mental de Química, aparecido en 1789, crea las bases de la Química moderna que, en consecuencia, ha podido ser considerada como una ciencia francesa. Emplean-do la balanza muestra que toda combustión en el aire resulta de una calcina estaño en un vaso cerrado y comprueba que el peso total del vaso no ha cambiado con la calcinación, que el metal transformado en su “cal” (el óxido) ha aumentado de peso, que el peso del aire contenido en el vaso ha disminuido y que el aumento de peso del metal es igual a la disminución de peso del aire. El flogisto ha recibido el golpe de gracia. Repite el experimento con otros metales, y en I777 con mercurio, que le lleva al análisis del aire, estableciendo su composición que fija en 27% de aire res-pirable, que llamó después oxígeno, y 73% de aire no respirable que llamó “azote” (el nitrógeno). La composición verdadera es 21% de oxígeno y 79% de nitrógeno.

Lavoisier establece la noción precisa de cuerpo puro al demostrar que la destilación repetida del agua no cambia sus propiedades, adopta el concepto de elemento de Boyle, pero lo basa en el resultado experimental, establece la composición del agua, no sólo por síntesis sino por análisis, y da al aire inflamable de Cavendish el nombre de hidrógeno (engendrador de agua) y piensa que todos los ácidos contienen oxígeno (que significa engendrador de ácidos), pues si bien se conoce el ácido muriático (el ácido clorhídrico) se le cree un ácido oxigenado. En todas sus investigaciones utiliza sistemáticamente el principio de la conservación de la materia, “nada se pierde, nada se crea”, del que en realidad no fue autor ya que era aceptado implícitamente por otros químicos y que debe atribuirse al mé-dico y químico francés Jean Rey (1583-1645), que estudió también la calcinación de los metales y, al atribuirla al aire, fue un precursor de Lavoisier.

La revolución química producida por las ideas de Lavoisier condujo a una nueva nomenclatura, que hoy nos parece tan natural, en la que los nombres de los cuerpos dan idea de su constitución. Esta labor se debe junto a Lavoisier, a Guyton de Morveau, Berthollet y Fourcroy, que publicaron en 1787 su obra Método de nomenclatura química, en la que se introducen nombres que aún se utilizan. Los nombres antiguos desaparecen. El aceite de vitriolo pasa a ser el ácido sulfúrico; el espíritu de Venus, el ácido acético; el azafrán de Marte, el óxido férrico; la lana filosófica, el óxido de cinc; el vitriolo de Chipre, el sulfato cúprico, etcétera, y si el poeta desconoce el nuevo lenguaje, el químico encuentra en él el suyo propio.

La obra de Lavoisier, extensísima en el campo químico, invadió otras ciencias y, por sus estudios acerca de la respiración, puede también considerarse como el fundador de la Fisiología. Lavoisier es el primero que realiza con ver-dadero método científico sus investigaciones en las que su gran capacidad como experimentador es superada por la claridad de su pensamiento y por el rigor de las deducciones que saca de los hechos investigados.

La Química como ciencia. Desde Lavoisier hasta nuestros díasEl progreso de la Química en los últimos 160 años constituye en realidad el con-tenido de un tratado moderno de Química. No obstante, mencionaremos aquí lo más importante. Los químicos, guiados por las nuevas ideas adquiridas, las aplican al análisis cuantitativo y descubren muy pronto las leyes ponderales de las com-binaciones químicas. La teoría atómica de Dalton (1808) explica estas leyes y da origen a la notación química desarrollada por Berzelius (1835), tan útil y fecunda en el progreso subsiguiente. El Principio de Avogadro (1811) permite establecer y diferenciar los conceptos de átomo y de molécula y crea las bases para la de-

Antoine Lavoisier.

terminación de pesos moleculares y atómicos (1858). El descubrimiento de la pila eléctrica por Volta (1800) da origen a la Electroquímica, con los descubrimientos de nuevos elementos (cloro, sodio, potasio) por Davy, y de las leyes de la electró-lisis por Faraday (1834).

La Química Orgánica se desarrolla más tarde con los trabajos de Liebig sobre el análisis elemental orgánico, los conceptos de isomería y de radical intro-ducidos por Liebig y Berzelius (1823), la representación de edificios moleculares por Kekulé (1858) y Berthelot (1853 al 1859) al obtener por síntesis numerosos compuestos orgánicos.

La Termoquímica, con la medida de la energía calorífica, ad-quiere un significado especial a par-tir de los estudios de Hess, Thomsen y Berthelot (1840) al querer medir los químicos las afinidades entre los cuerpos reaccionantes. Para expli-car el comportamiento de las sus-tancias gaseosas resurge a mediados del siglo pasado la teoría cinética de los gases y del calor, la cual afianza la creencia en la naturaleza atomís-tica de la materia y extiende su uti-lidad al suministrar una imagen ín-tima del mecanismo de los procesos químicos. El carácter incompleto de muchas reacciones químicas, ob-servado por Berthollet, condujo al concepto de equilibrio químico, el cual, estudiado experimentalmente

por Sainte-Claire Deville (1857), encuentra su interpretación teórica en los estu-dios de Gibbs (1876), de Van’t Hoff y de Le Chatelier (1880).

El estudio de la velocidad de las reacciones químicas tiene su base teó-rica en la ley de acción de masa de Guldberg y Waage (1867) y una significación industrial importante en el descubrimiento de los catalizadores, sustancias que, permaneciendo inalteradas, aceleran por su sola presencia la velocidad de las re-acciones químicas. De gran importancia han sido la teoría de las disoluciones, obra maestra de Van’t Hoff (1886), y la teoría de la disociación electrolítica de Arrhenius (1887), perfeccionada en los últimos años.

La clasificación periódica de los elementos establecida por Mendeleiev y por Lothar Meyer (1869) llevó a pensar que los átomos debían ser complejos, mo-dificando profundamente las ideas que se tenían acerca de los cuerpos simples, fue comprobado en los estudios acerca de la conductividad eléctrica de los gases y en los fenómenos de radiactividad. En el siglo XX se conoció la estructura del átomo con la interpretación de la valencia y de las propiedades físicas y químicas de los elementos, y en los últimos años, el desarrollo de la Química nuclear ha conducido a la obtención de nuevos elementos no existentes en la naturaleza y a liberar la energía nuclear, puesta de manifiesto en forma dramática en la explosión de las primeras bombas atómicas.

Tomado de: http://encina.pntic.mec.es/~jsaf0002/p14.htm (resumido)

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terminación de pesos moleculares y atómicos (1858). El descubrimiento de la pila eléctrica por Volta (1800) da origen a la Electroquímica, con los descubrimientos de nuevos elementos (cloro, sodio, potasio) por Davy, y de las leyes de la electró-lisis por Faraday (1834).

La Química Orgánica se desarrolla más tarde con los trabajos de Liebig sobre el análisis elemental orgánico, los conceptos de isomería y de radical intro-ducidos por Liebig y Berzelius (1823), la representación de edificios moleculares por Kekulé (1858) y Berthelot (1853 al 1859) al obtener por síntesis numerosos compuestos orgánicos.

La Termoquímica, con la medida de la energía calorífica, ad-quiere un significado especial a par-tir de los estudios de Hess, Thomsen y Berthelot (1840) al querer medir los químicos las afinidades entre los cuerpos reaccionantes. Para expli-car el comportamiento de las sus-tancias gaseosas resurge a mediados del siglo pasado la teoría cinética de los gases y del calor, la cual afianza la creencia en la naturaleza atomís-tica de la materia y extiende su uti-lidad al suministrar una imagen ín-tima del mecanismo de los procesos químicos. El carácter incompleto de muchas reacciones químicas, ob-servado por Berthollet, condujo al concepto de equilibrio químico, el cual, estudiado experimentalmente

por Sainte-Claire Deville (1857), encuentra su interpretación teórica en los estu-dios de Gibbs (1876), de Van’t Hoff y de Le Chatelier (1880).

El estudio de la velocidad de las reacciones químicas tiene su base teó-rica en la ley de acción de masa de Guldberg y Waage (1867) y una significación industrial importante en el descubrimiento de los catalizadores, sustancias que, permaneciendo inalteradas, aceleran por su sola presencia la velocidad de las re-acciones químicas. De gran importancia han sido la teoría de las disoluciones, obra maestra de Van’t Hoff (1886), y la teoría de la disociación electrolítica de Arrhenius (1887), perfeccionada en los últimos años.

La clasificación periódica de los elementos establecida por Mendeleiev y por Lothar Meyer (1869) llevó a pensar que los átomos debían ser complejos, mo-dificando profundamente las ideas que se tenían acerca de los cuerpos simples, fue comprobado en los estudios acerca de la conductividad eléctrica de los gases y en los fenómenos de radiactividad. En el siglo XX se conoció la estructura del átomo con la interpretación de la valencia y de las propiedades físicas y químicas de los elementos, y en los últimos años, el desarrollo de la Química nuclear ha conducido a la obtención de nuevos elementos no existentes en la naturaleza y a liberar la energía nuclear, puesta de manifiesto en forma dramática en la explosión de las primeras bombas atómicas.

Tomado de: http://encina.pntic.mec.es/~jsaf0002/p14.htm (resumido)

Bloque I Reconoces a la Química como una herramienta para la vida


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