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LA VIUDA DEL TAMARINDO GUAYAQUIL Era un tamarindo antiguo que existía donde era la quinta Pareja. La quinta Pareja quedaba donde es ahora la Clínica Guayaquil. Las calles exactamente creo que son: Tomás Martínez y General Córdova, en esa área. En esa época era una finca. No era una quinta. Se llamaba quinta y era un lugar abandonado y los tunantes, o sea las personas que andaban tras del trago, iban solos, y en camino a casa, mira*ban una mujer vestida de negro que parecía muy bella. En ese tiempo no había pues mayor alumbrado. En*tonces el tunante, pues, éste que estaba, seguía ¿no? seguía, perseguía a la viuda ésta, a la aparición ésta, y ésta lo llevaba siempre a un tamarindo añoso lo llevaba allí. Cuando él iba pues, cuando él llegaba ya casi al pie del tamarindo y luego se volteaba y la viuda había sido una calavera de la muerte! Una calavera, de decir: itremenda! El tunante caía echando espuma por la boca. VICTOR EMILIO ESTRADA Y EL PACTO CON EL DEMONIO Dice la leyenda que Víctor Emilio Estrada (ex presidente del Ecuador en 1911) era un hombre de fortuna, acaudalado y de sapiencia, todo un caballero de fina estampa. Las personas de esa época decían que el caballero había hecho un pacto con el Diablo, y que cuando muriera él mismo vendría a su tumba a llevárselo. Víctor Emilio Estrada construyó una tumba de cobre para que el Demonio no invadiera su descanso. Al morir fue enterrado en su tumba de cobre, una de las más grandes del cementerio de Guayaquil. El Demonio quiso llevarse su alma al infierno como habían pactado, pero en vista de que no pudo éste lo maldijo y dejó varios demonios de custodios fuera de su tumba para que lo

La viuda del tamarindo

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LA VIUDA DEL TAMARINDO  GUAYAQUIL Era un tamarindo antiguo que existía donde era la quinta Pareja. La quinta Pareja quedaba donde es ahora la Clínica Guayaquil. Las calles exactamente creo que son: Tomás Martínez y General Córdova, en esa área. En esa época era una finca. No era una quinta. Se llamaba quinta y era un lugar abandonado y los tunantes, o sea las personas que andaban tras del trago, iban solos, y en camino a casa, mira*ban una mujer vestida de negro que parecía muy bella. En ese tiempo no había pues mayor alumbrado. En*tonces el tunante, pues, éste que estaba, seguía ¿no? seguía, perseguía a la viuda ésta, a la aparición ésta, y ésta lo llevaba siempre a un tamarindo añoso lo llevaba allí. Cuando él iba pues, cuando él llegaba ya casi al pie del tamarindo y luego se volteaba y la viuda había sido una calavera de la muerte! Una calavera, de decir: itremenda! El tunante caía echando espuma por la boca.

VICTOR EMILIO ESTRADA Y EL 

PACTO CON EL DEMONIO

 Dice la leyenda que Víctor Emilio Estrada (ex presidente del Ecuador en 1911) era un hombre de fortuna, acaudalado y de sapiencia, todo un caballero de fina estampa. Las personas de esa época decían que el caballero había hecho un pacto con el Diablo, y que cuando muriera él mismo vendría a su tumba a llevárselo. Víctor Emilio Estrada construyó una tumba de cobre para que el Demonio no invadiera su descanso. Al morir fue enterrado en su tumba de cobre, una de las más grandes del cementerio de Guayaquil. El Demonio quiso llevarse su alma al infierno como habían pactado, pero en vista de que no pudo éste lo maldijo y dejó varios demonios de custodios fuera de su tumba para que lo vigilaran y no lo dejaran descansar en paz. Desde ese día Víctor Emilio Estrada no descansa en paz y todas las noches sale a las 23 horas con su sombrero de copa y su traje de gala por la puerta uno del famoso cementerio de Guayaquil, a conversar con las personas que se detienen a coger el bus en la parada.

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LA DAMA TAPADA

Se dice que la Dama Tapada, es un ser de origen desconocido que se aparecía en horas cercanas a la medianoche a las personas que frecuentaban callejones no muy concurridos. Según las historias relatadas por muchas personas acerca de estos acontecimientos, una extraña joven se les aparecía, vistiendo un elegante vestido de la época, con sombrilla, pero algo muy particular en ella era que llevaba su rostro tapado con un velo, el cual no permitía que las víctimas la reconocieran. Al estar cerca de la Dama, se dice que despedía a su entorno una fragancia agradable, y por ello, casi todos los que la veían quedaban impactados al verla y estar cerca de ella. Hacía señales para que la siguiesen y, en trance, las víctimas accedían a la causa pero ella no permitía que se les acercara lo suficiente. Así, los alejaba del centro urbano y en lugares remotos empezaba a detenerse. Posteriormente cuando las víctimas se le acercaban a descubrirle el rostro un olor nauseabundo contaminaba el ambiente, y al ver su rostro apreciaban un cadáver aún en proceso de putrefacción, la cual tenía unos ojos que parecían destellantes bolas de fuego. La mayoría de las víctimas morían, algunos por el susto y otros por la pestilente fragancia que emanaba el espectro al transformarse. Muy pocos sobrevivían y en la cultura popular los llamaban tunantes. Desde aquellos acontecimientos, hay quienes dicen que posteriormente aun transita por los callejones por las noches.

ATAUD AMBULANTE

Por las noches y en los ríos que se juntan para formar elgran Guayas, frecuentemente se observa un ataúd flotando en las oscuras aguas, con la tapa levantada y unagran vela en la cabecera que ilumina los dos cadáveresque yacen en su interior. Ahí descansan los cuerpos de la princesa Mina y su hijo.Mina fue hija del último de los caciques de los daulis:Chauma. A sus espaldas, y en contra del parecer de supadre, ella se enamoró de un español con quien se caso ensecreto. Su padre, al conocer la noticia, se molestó muchoporque los españoles habían matado a sus antepasados y despojado a su pueblo de sus tierras. Lleno de ira maldijoa su hija por casarse con un enemigo y convertirse encristiana. La maldición de Chauma condenó al espíritu de Mina a no tener descanso después de que se separara desu cuerpo. Luego de unos días, Mina, abrumada por la melancolía quele provocó la huida de su casa y al conocer la muerte de supadre cuando éste se disponía a asaltar la ciudad de Guayaquil, falleció dando a luz a su primogénito que también nació muerto. Su esposo dio cumplimiento al último deseo de la princesaque, presintiendo un triste desenlace, pidió que al morirno la enterrase sino que, colocada dentro de un ataúd, ladejase en el río con la tapa de la caja levantada. Apenassu esposo abandonó el ataúd en el río, éste, en vez dehundirse permaneció en la superficie y partió como unaflecha a la ribera

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más lejana. Cuando llegó, se dirigió deinmediato hacia la otra orilla y así indefinidamente, almismo tiempo que apareció una vela encendida en sucabecera para poder ver los cadáveres.Desde entonces, ciertas noches, se observa el ataúd porlos ríos Daule y Babahoyo. Muchos navegantes aseguran haber visto con claridad los dos cadáveres y una nube demoscas que los rodea, sobre todo en la noche del 25 defebrero, aniversario del deceso de la princesa, cuando porúnica vez el ataúd se queda quieto en la superficie delagua ofreciendo a los curiosos la oportunidad decontemplarlo.

El descabezado de RiobambaUna noche, a inicios del siglo pasado, un personaje de ultratumba apareció en

las calles de Riobamba. Quienes lo miraron se quedaron mudos de espanto. Era

un jinete sin cabeza. Todos los habitantes de la ciudad se guardaban muy

temprano para huir de la mala visión, pero nunca faltan los valerosos que

lograron descubrir lo que escondía detrás del fantasma.

El Agualongo

El 4 de febrero de 1797, un terremoto destruyó gran parte de la zona central

del Ecuador. Se cuenta que antes del desastre se produjeron hechos

misteriosos, como el que les contamos a continuación.

En la plaza central de la villa de Riobamba se levantaba la escultura de un niño

tejedor (agualongo en quichua). Se dice que un día antes del pavoroso

terremoto, hacía un insoportable calor, y muchos se concentraron en la plaza

para descansar. En esos momentos miraron asombrados cómo la escultura de

piedra giraba sobre su propio eje.

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Los testigos regresaron a sus casas profundamente contrariados, sin imaginar

que al día siguiente Riobamba desaparecería y que por eso, el Agualongo quiso

verla por última vez.

La loca viuda

La Loca Viuda espantaba a los caballeros de vida disipada.

El inicio de esta leyenda urbana se remonta a la época republicana cuando la

ciudad de Riobamba era alumbrada por rudimentarios faroles que apenas

competían con la luz de las velas. La luna llena completaba el ambiente

propicio para los aparecidos y cuentos tenebrosos.

El protagonista de esta leyenda es Carlos, uno de los tantos bohemios que

gustaba embriagarse en las cantinas y no desaprovechaba la oportunidad de

tener un desliz.

Una de aquellas noches de juerga, al dirigirse a casa, se encontró con una

extraña mujer vestida totalmente de negro y con una mantilla que le cubría el

rostro, que le hizo señas para que la siguiera.

Carlos sin pensarlo dos veces fue tras de la coqueta a lo largo de varias

callejuelas oscuras.

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Al llegar a la Loma de Quito, el ebrio le dio alcance.

-          “Bonita, ¿dónde me lleva? dijo.

Sin dar más explicaciones, la mujer dio la vuelta y Carlos recibió uno de los

impactos más grandes de su vida porque vio que la cara de la mujer era la de

una calavera.

De la impresión, Carlos cayó pesadamente sobre el suelo mientras invocaba a

todos los santos. Logró levantarse y emprendió la carrera de regreso a casa.

Al llegar, el hombre encontró el refugio en su devota esposa Josefina. Entendió

que la visión fantasmagórica era el castigo por tantas infidelidades. Y desde

entonces se dedicó santamente a su hogar.

Lo que Carlos nunca se enteró es que su esposa estuvo detrás del “alma en

pena”. ¿Qué había sucedido? Después de muchas noches en vela, Josefina se

armó de valor para castigar las continuas infidelidades de su cónyuge.

Una vecina le aconsejó darle un buen susto. Para el efecto le prestó una careta

de calavera y le recomendó vestirse de negro.

Sin estar segura, pero motivada por su amiga, la señora decidió hacerlo.

Una noche oscura, se trajeó de negro, se puso la careta y se cubrió con un velo. Lo sucedido después ustedes ya lo conocen.

La loca viuda fue el remedio para los caballeros que abandonaban el hogar por

una conquista galante. Los años pasaron y aún dicen que la loca viuda se

aparece en las noches…

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La misteriosa ciudad oculta en el Chimborazo

Una misteriosa puerta abre el camino hacia la ciudad dentro del Chimborazo.

Hace muchos años, en el tiempo de las grandes haciendas, había gente

dedicada al servicio de la casa y de las tierras. Los vaqueros eran los hombres

dedicados a cuidar a los toros de lidia que eran criados en las faldas del volcán

Chimborazo.

Juan, uno de los vaqueros, se había criado desde muy pequeño en la hacienda.

Recibió techo y trabajo, pero así mismo, los maltratos del mayordomo y del

dueño.

Una mañana que cumplía su labor, los toros desaparecieron misteriosamente.

Juan se desesperó porque sabía que el castigo sería terrible. Vagó horas y

horas por el frío páramo, pero no encontró a los toros.

Totalmente abatido, se sentó junto a una gran piedra negra y se echó a llorar

imaginando los latigazos que recibiría.

De pronto, en medio de la soledad más increíble del mundo, apareció un

hombre muy alto y blanco, que le habló con dulzura:

-          ¿Por qué lloras hijito?

-          Se me han perdido unos toros –respondió Juan- después de reponerse

del susto.

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-          No te preocupes, yo me los llevé –dijo el hombre- vamos que te los voy

a devolver.

Juan se puso de pie dispuesto a caminar, pero el hombre sonriendo tocó un

lado de la piedra, y ésta se retiró ante sus ojos.

-          Sígueme –le ordenó.

Aquella roca realmente era la entrada a una gran cueva. Sin saber realmente

cómo, Juan estuvo de pronto en medio de una hermosa ciudad escondida

dentro de la montaña.

El vaquero miró construcciones que brillaban como si estuvieran hechas de

hielo. La gente era alegre y disfrutaba de la lidia de toros.

El hombre alto le entregó los animales, le dio de comer frutas exquisitas, y

como una forma de compensación le regaló unas mazorcas de maíz.

De la misma forma extraña en la que había llegado, pronto estuvo en el

páramo, con los toros y las mazorcas.

Al llegar a la hacienda todos se burlaron de él por lo que consideraban una

influencia del alcohol. Decepcionado, pero a la vez tranquilo por haberse

librado de la paliza, Juan fue a su casa y sacó las mazorcas. Para su sorpresa

eran de oro macizo.

Con este tesoro, el vaquero se compró una hacienda propia y se alejó para

siempre del lugar donde le habían maltratado tanto.

Desde entonces, los campesinos y los turistas tratan desesperadamente de

buscar la entrada a la ciudad del Chimborazo.

El duende de San Gerardo

El maestro universitario César Herrera Paula ha recopilado una serie de

leyendas y tradiciones de nuestra provincia. Una de ellas es la que contamos a

continuación.

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En San Gerardo, población del cantón Guano, muy cerca de la ciudad de

Riobamba, Juan trabajaba en un lugar muy distante del centro parroquial. Para

llegar debía atravesar un bosque; salía de su casa a las 8 de la mañana y

retornaba a las 8 de la noche.

Cierta ocasión mientras volvía, creyó escuchar pasos. No dio importancia, pero

más allá escuchó una voz ronca que le dijo:

-          No mire atrás… únicamente dame tu cigarrillo.

Así lo hizo y prosiguió su recorrido. Al día siguiente llevó una cajetilla  y la voz

nuevamente se dejó escuchar.

De reojo observó que se trataba de un hombre muy pequeñito, portaba un

látigo en su mano, y llevaba en su cabeza un sombrero muy grande.

Juan se asustó y corrió desesperadamente. Al llegar a casa comentó lo

sucedido y su madre le aconsejó llevar siempre un crucifijo.

Así lo hizo y al día siguiente, el hombrecillo no le pidió cigarrillos sino que

empezó a castigarle con el látigo.

Juan sacó de su camisa el crucifijo y el enano se esfumó como por encanto.

Esta aparición y otras similares hicieron entender que se trataba del Duende de

San Gerardo.

LEYENDAS ECUATORIANAS

CANTUÑA

Esta historia comienza en épocas coloniales, cuando un indígena quiteño se compromete a construir el atrio

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de San Francisco, y al no poder cumplir su palabra deberá ir preso, luego de una profunda oración al cielo pidiendo ayuda se encamina rumbo a la construcción es ahí que desde las entrañas de la tierra ve salir un hombre barbudo y vestido de rojo y en voz baja le dice - no temas buen hombre, soy luzbel y he venido a ayudarte, te ofrezco construir el atrio hasta la puesta del sol a cambio de tu alma. - acepto, respondió el indio pero de faltar una sola piedra el trato queda anulado. Luego de concretar el trato miles de diablillos salieron de las penumbras de obscuridad y se pusieron a trabajar arduamente, cerca ya de rayar el alba la iglesia estaba casi lista de no haber sido por una piedra que los diablillos no alcanzaron a colocar es así que el indio cantuña pudo salvar su alma, a más de salvarse a ir a la cárcel.

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LA CAJA RONCA

En Ibarra se dice de dos grandes amigos, Manuel y Carlos, a los cuales cierto día se les fue encomendado, por don Martín (papa de Carlos), un encargo el cual consistía en que llegasen hasta cierto potrero, sacasen agua de la asequia, y regasen la sementería de papas de la familia, la cual estaba a punto de echarse a perder. Ya en la noche, muy noche, se les podía encontrar a los dos caminando entre los oscuros callejones, donde a medida que avanzaban, se escuchaba cada vez más intensamente el escalofriante "tararán-tararán". Con los nervios de punta, decidieron ocultarse tras la pared de una casa abandonada, desde donde vivieron una escena que cambiaría sus vidas para siempre... Unos cuerpos flotantes encapuchados, con velas largas apagadas, cruzaron el lugar llevando una carroza montada por un ser temible de curvos cuernos, afilados dientes de lobo, y unos ojos de serpiente que inquietaban hasta el alma del más valiente. Siguiendole , se lo podía ver a un individuo de blanco semblante, casi transparente, que tocaba una especie de tambor, del cual venía el escuchado "tararán-tararán". He aqui el horror, recordando ciertas historias contadas de boca de sus abulitos y abuelitas, reconocieron el tambor que llevaba aquel ser blanquecino, era nada más ni nada menos que la legendaria caja ronca.

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Al ver este objeto tan nombrado por sus abuelos, los dos amigos, muertos de miedo, se desplomaron al instante.Minutos despues, llenos de horror, Carlos y Manuel despertaron, mas la pesadilla no había llegado a su fin. Llevaban consigo, cogidos de la mano, una vela de aquellas que sostenían los seres encapuchados, solo que no eran simples velas, para que no se olvidasen de aquel sueño de horror, dichas velas eran huesos fríos de muerto. Un llanto de desesperación despertó a los pocos vecinos del lugar.En aquel oscuro lugar, encontraron a los dos temblando de pies a cabeza murmurando ciertas palabras inentendibles, las que cesaron después de que las familias Dominguez y Guanoluisa (los vecinos), hicieron todo intento por calmarlos.

Después de ciertas discusiones entre dichas familias, los jóvenes regresaron a casa de don Martín al que le contaron lo ocurrido. Por supuesto, Martín no les creyó ni una palbra, tachandoles así de vagos. Después del incidente, nunca se volvió a oir el "tararán-tararán" entre las calles de Ibarra, pero la marca de aquella noche de terror, nunca se borrara en Manuel ni en Carlos.Ojala así aprendan a no volver a rondar en la oscuridad a esas horas de la noche.

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PADRE ALMEIDA

En esta história se cuenta, como un padre el cual no

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era precisamente el mejor debido a su mala conducta. La leyenda cuenta que este padre, todas las noches salía a tomar aguardiente, para salir tenía que subir en un brazo de la estátua de Cristo, pero una noche minetras intentaba salir se dio cuenta que la estatia lo regreso a ver y le dijo: ¿Hata cuando padre Almeida? y este le contesto "Hasta la vuelta" y se marcho. Una ves ya emborrachado, salió de la cantina y se encontraba paseando en las calles de Quito, hasta que pasaron 6 hombres altos completamente vestidos de negro con un ataud, aunque el padre Almeida penso que era un toro con el cual chocó y se desplomo, pero al levantarse regreso a ver en el interior del ataud, y ere él, el padre Almeida, del asombro huyo del lugar. Se puso a pensar que eso era una señal y que si seguia así podia morir intoxicado, entonces desde ese día ya no a vuelto a tomar y se nota en la cara de la estatua de Cristo mas sonrriente.

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DAMA TAPADA

Esta historia es parte de la creencia popular ecuatoriana, paso en guayaquil. Según la tradición, este ocurrió cerca del año 1700, y varias personas

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murieron a causa de la Dama. Se dice que en Guayaquil, la Dama Tapada, se aparecía en horas cercanas a la media noche a personas que frecuentaban callejones no muy concurridos. Según las historias relatadas por muchas personas acerca de estos acontecimientos, una joven se les aparecía, vistiendo un elegante vestido de la época, con sombrilla, pero algo muy particular en ella era que llevaba su rostro tapado con un velo, el cual no permitía que las víctimas la reconocieran.

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Despedía a su entorno una fragancia agradable, y casi todos los que la veían quedaban impactados al verla. Hacía señales para que la siguiesen y, en trance, las víctimas accedían a la causa pero ella no permitía que se les acercara lo suficiente. Los alejaba del centro urbano y en lugares remotos empezaba a detenerse. Cuando las víctimas se le acercaban a descubrirle el rostro un olor nauseabundo contaminaba el ambiente, y al ver su rostro apreciaban un cadáver aún en proceso de putrefacción. Sus ojos parecían destellantes bolas de fuego.

La mayoría de las víctimas morían, algunos por el susto y otros por la pestilente fragancia que emanaba el espectro. Muy pocos sobrevivían y en la cultura popular los llamaban tunantes.

EL GALLITO DE LA CATEDRAL

En los tiempos en que Quito era una ciudad llena de imaginarias aventuras, de rincones secretos, de

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oscuros zaguanes y de cuentos de vecinas y comadres, había un hombre muy recio de carácter, fuerte, aficionado a las apuestas, a las peleas de gallos, a la buena comida y sobre todo a la bebida. Era este don Ramón Ayala, para los conocidos “un buen gallo de barrio”.

Entre sus aventuras diarias estaba la de llegarse a la tienda de doña Mariana en el tradicional barrio de San Juan. Dicen las malas lenguas que doña Mariana hacía las mejores mistelas de toda la ciudad. Y cuentan también los que la conocían, que ella era una “chola” muy bonita, y que con su belleza y sus mistelas se había adueñado del corazón de todos los hombres del barrio. Y cada uno trataba de impresionarla a su manera. Ya en la tienda, don Ramón Ayala conversaba por largas horas con sus amigos y repetía las copitas de mistela con mucho entusiasmo. Con unas cuantas copas en la cabeza, don Ramón se exaltaba más que de costumbre, sacaba pecho y con voz estruendosa enfrentaba a sus compinches: “¡Yo soy el más gallo de este barrio! ¡A mí ninguno me ningunea!” Y con ese canto y sin despedirse bajaba por las oscuras calles quiteñas hacia su casa, que quedaba a pocas cuadras de la Plaza de la Independencia.

Como bien saben los quiteños, arriba de la iglesia Mayor, reposa en armonía con el viento, desde hace

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muchos años, el solemne “Gallo de la Catedral”. Pero a don Ramón, en el éxtasis de su ebriedad, el gallito de la Catedral le quedaba corto. Se paraba frente a la iglesia y exclamaba con extraño coraje: - “¡Qué gallos de pelea, ni gallos de iglesia! ¡Yo soy el más gallo! ¡Ningún gallo me ningunea, ni el gallo de la Catedral!”. Y seguía así su camino, tropezando y balanceándose, hablando consigo mismo, – “¡Qué tontera de gallo!” Hay personas que pueden acabar con la paciencia de un santo, y la gente dice que los gritos de don Ramón acabaron con la santa paciencia del gallito de la Catedral. Una noche, cuando el “gallo” Ayala se acercaba al lugar de su diario griterío, sintió un golpe de aire, como si un gran pájaro volara sobre su cabeza. Por un momento pensó que solo era su imaginación, pero al no ver al gallito en su lugar habitual, le entró un poco de miedo. Pero don Ramón no era un gallo cualquiera, se puso las manos en la cintura y con aire desafiante, abrió la boca con su habitual valentía.

Pero antes de que completara su primera palabra, sintió un golpe de espuela en la pierna. Don Ramón se balanceaba y a duras penas podía mantenerse en pie, cuando un picotazo en la cabeza le dejó tendido boca arriba en el suelo de la Plaza Grande. En su lamentable posición, don Ramón levantó la mirada y vio aterrorizado al gallo de la Catedral, que lo miraba

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con mucho rencor. Don Ramón ya no se sintió tan gallo como antes y solo atinó a pedir perdón al gallito de la Catedral. El buen gallito, se apiadó del hombre y con una voz muy grave le preguntó:

- ¿Prometes que no volverás a tomar mistelas?- Ni agua volveré a tomar, dijo el atemorizado don Ramón.- ¿Prometes que no volverás a insultarme?, insistió el gallito.- Ni siquiera volveré a mirarte, dijo muy serio.- Levántate, pobre hombre, pero si vuelves a tus faltas, en este mismo lugar te quitaré la vida, sentenció muy serio el gallito antes de emprender su vuelo de regreso a su sitio de siempre. Don Ramón no se atrevió ni a abrir los ojos por unos segundo. Por fin, cuando dejó de sentir tanto miedo, se levantó, se sacudió el polvo del piso, y sin levantar la mirada, se alejó del lugar. Cuentan quienes vivieron en esos años, que don Ramón nunca más volvió a sus andadas, que se volvió un hombre serio y muy responsable. Dicen, aquellos a quienes les gusta descifrar todos los misterios, que en verdad el gallito nunca se movió de su sitio, sino que los propios vecinos de San Juan, el sacristán de la Catedral, y algunos de los amigos de don Ramón Ayala, cansados de su mala conducta, le prepararon una broma para quitarle el vicio de las mistelas. Se ha escuchado también que después de esas fechas, la tienda de doña Mariana dejó de ser tan popular y las

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famosas mistelas de a poco fueron perdiendo su encanto. Es probable que doña Mariana haya finalmente aceptado a alguno de sus admiradores y vivido la tranquila felicidad de los quiteños antiguos por muchos años. Es posible que, como les consta a algunos vecinos, nada haya cambiado. Que don Ramón, después del gran susto, y con unas cuantas semanas de por medio, haya vuelto a sus aventuras, a sus adoradas mistelas, a la visión maravillosa de doña Mariana, la “chola” más linda de la ciudad y a las largas conversaciones con sus amigos. Lo que sí es casi indiscutible, es que ni don Ramón, ni ningún otro gallito quiteño, se haya atrevido jamás a desafiar al gallito de la Catedral, que sigue solemne, en su acostumbrada armonía con el viento, cuidando con gran celo, a los vecinos de la franciscana capital de los ecuatorianos.