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AUTO
PSIA
DE
L CR
UCIFICAD
O
AUTOPSIA DEL CRUCIFICADO
— 2 —
AUTOPSIA DEL CRUCIFICADO
— 3 —
INDICE
LA GRAN DECISIÓN ........................................... 5
LA FLAGELACIÓN ............................................... 8
LA CORONACIÓN DE ESPINAS ............................ 20
“ECCE HOMO” .................................................. 29
LA CRUCIFIXIÓN .............................................. 31
LOS CALAMBRES .............................................. 49
EL OPROBIO DE LA DESNUDEZ ........................... 51
LA SED ............................................................ 52
LA MUERTE ...................................................... 52
LA LANZADA .................................................... 53
SANGRE Y AGUA ............................................... 54
AUTOPSIA DEL CRUCIFICADO
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AUTOPSIA DEL CRUCIFICADO
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LA GRAN DECISIÓN
En el acto final del drama vivido por Jesús en el huerto, se encuentra dispuesto a su sacrificio con un
aplomo y una seguridad propia solo del hombre Dios, Jesús se quedó valientemente para dar su vida
por sus amigos, Jesús escogió libremente el dolor, la mutilación, la infamia, la humillación, la muerte, los
enfrentó cara a cara y quiso beber del cáliz amargo
de la voluntad del Padre, confiando seguro; que una vez planificado por el Padre; de que en esa voluntad
está toda la plenitud de la vida. Una vez detenido en el Getsemaní, Jesús es llevado a casa de Anás, don-
de comenzó el maltrato, ante la respuesta de Jesús al sumo sacerdote, uno de los guardias le dio un
bastonazo; era una práctica común por parte de los guardias del templo el propinar a la gente bastona-
zos en la cara y en el cuerpo; el talmud se lamenta
ante el hecho de que los sacerdotes utilizaran bas-tones y porras con los que golpeaban al pueblo, y
por los métodos que utilizaban, bastonazos, porra-zos, puñetazos, denuncias secretas.
En la sábana de Turín aparece una hinchazón en la
mejilla derecha de aproximadamente 2 centímetros de base que llega hasta el dorso de la nariz, fue tan
duro el golpe que le aplastó la nariz, le fracturó el
cartílago nasal y le causó una fuerte hemorragia que bañó de sangre el bigote y la barba, dicho porrazo
no fue una simple bofetada, se trata de un golpe causado por un objeto duro y contundente, posible-
mente un palo corto y cilíndrico de 4 a 5 centíme-tros de diámetro, propinado por una persona zurda
situada al frente, recordemos que los escribas del templo de Jerusalén eran zurdos y escribían de de-
recha a izquierda; dice el profeta Miqueas, “con el
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cetro golpean en la mejilla al juez de Israel”, ante la
injusta y dolorosa afrenta, Jesús respondió sin mie-do y con autoridad, lo que revela el completo domi-
nio sobre su persona: “si he faltado en el hablar, declara en que está la falta, ¿Y si bien, por qué me
pegas?”, una vez ante Caifás Jesús declara abierta y claramente su divinidad ante la pregunta de Caifás,
“¿Luego tú eres el hijo de Dios?”, Jesús respondió:
“tú lo dices, lo Soy”, tras rasgar el sumo sacerdote las vestiduras, de acuerdo con los ritos judaicos en
señal de indignación y escándalo, Jesús fue atado de manos y pies, y de ahí en adelante se sucedieron sin
detenerse escupitajos y golpes sobre la cara y el cuerpo; dice el Evangelio según San Mateo, enton-
ces le escupieron a la cara y lo golpearon, otros le daban bofetadas diciendo: adivina Mesías, ¿Quién te
ha golpeado?
La imagen del hombre de la sábana santa muestra
numerosas hematomas y deformidades en toda la cara, se observa además una estructura paralela al
borde derecho de la nariz, los estudios dirigidos a determinar su naturaleza, revelan que se corres-
ponde con un escupitajo, la barba normalmente di-vidida en 2 secciones, aparece a la derecha más
corta que a la izquierda, señal de que una parte de
ella le fue arrancada con piel y todo, se puede pen-sar que le tiraron de la barba con gran fuerza hasta
arrancársela, el examen realizado de las escoriacio-nes, contusiones y hematomas de la cara, revela
que son más evidentes en su parte derecha, tiene el ojo correspondiente casi cerrado por la hinchazón y
los hematomas, se deduce que estos golpes fueron propinados en su mayoría por personas zurdas colo-
cadas de frente, ¿Escribas, alguaciles del templo?, la
imagen de la sábana no muestra en todo su realis-
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mo la fuerte golpiza que le propinaron, es necesario
una rotura de la piel o una deformación evidente de la superficie del cuerpo, para que estuviera repre-
sentada en la imagen y fuera observada, las magu-lladuras, los moretones y hematomas leves, no se
pueden evaluar, al no quedar impresas en la santa sábana, desde la medianoche hasta la madrugada
del día siguiente, Jesús vivió una constante humilla-
ción y maltrato físico; ser golpeado a mansalva, es-cupido, insultado, burlado como iluso mesías hasta
que fue conducido a la presencia de Poncio Pilato.
¡Oh misterio insondable de dolor y de amor!, el justo es des-amparado en sus penas para que fuéramos amparados los pe-cadores en las nuestras, a Él se le deja experimentar los lími-tes y flaquezas de la naturaleza humana, para que nos gane a nosotros la protección del poder divino, que dolor ver al cordero inocentísimo ante lobos tan crueles, al 3 veces santo condenado oficialmente por blasfemo, al rostro en que se mi-ran los ángeles, escupido por la gente más digna de que todos escupan en ella, ¡Oh Jesús!, ¿Si mis ojos no lloran aquí de compasión, entonces cuando van a llorar?
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LA FLAGELACIÓN
El primer suplicio a que sometió Pilato a Jesús fue la flagelación, leemos en el profeta Isaías, (Isaías 50,
6) “ofrecí la espalda a los que me azotaban”, (Isaías 1, 6) “desde la planta del pie hasta la cabeza no
queda parte ilesa, llagas, moretones, heridas recien-tes, no exprimidas ni vendadas, ni aliviadas con un-
güento”, al pronunciar el procurador la sentencia
que condena al reo al castigo, (Lucas 23, 22) “lo castigaré y lo dejaré en libertad”, la palabra utiliza-
da significa que lo van a someter al terrible castigo de la flagelación.
Pilato, según narra Filón, era un hombre insolente,
rapaz, altanero con sus súbditos y cruel, de aquí que a pesar de confesar abiertamente 3 veces que
Jesús es inocente, lo somete al terrible castigo de la
flagelación y después de la crucifixión.
La flagelación es tan vieja como la humanidad, era una de las crueldades que la mente humana conci-
bió para dañar a sus semejantes, pero los romanos la perfeccionaron para hacerla lo más dolorosa y
sangrienta posible, hasta lograr convertirla en un procedimiento tan cruel, que era temida en todo el
imperio romano, la utilizaban como medio de casti-
go para con los esclavos, criminales y traidores, en forma independiente o previa a la crucifixión. Por el
temor que causaba era más eficaz que la espada, se procuró limitar o evitar su empleo con las mujeres,
debido a lo brutal de la tortura que confortaba se prohibió aplicarla a los ciudadanos romanos, las au-
toridades que la imponían se sentían dueños de los cuerpos y de las almas, el dominio y poder del amo
y del juez eran absolutos sobre la vida y la muerte
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de los esclavos, reos y traidores, hasta el punto de
considerarles como si fueran animales a los que podían golpear y matar a capricho, el látigo en una
mano y el esclavo en la otra, son un símbolo de po-der entre los romanos de la época.
Los testimonios de hombres de la época nos dan a
conocer la crueldad extrema de este suplicio, lee-
mos en Séneca, “Quedando los hombros y el tórax hinchados en dos gibas espantosas, con mil motivos
para morir antes de la cruz”, en Horacio: “Doblar con el horrible flagelo”, “La víctima es destrozada
por los latigazos hasta el punto de asquear al ver-dugo, cuando caen sobre su cuerpo la sangre y los
tejidos del reo que en pedazos lo salpican, Cicerón describe la flagelación de Cayo Servilio: “Por más
que alegara, le rodearon seis lictores fortísimos y
sumamente expertos en golpear. Los latigazos caen acérrimamente sobre su cuerpo; el lictor más
próximo golpea los ojos de Cayo con el mango del azote, se desploma el golpeado y siguen vapuleán-
dole en el suelo. Es retirado como muerto y pronto desfallece”. Prudencio narra la sentencia de un juez
romano: “Que se le hiera en la espalda azotándole con saña sin darle respiro; que su nuca sea golpea-
da por el plomo y que se hinche hasta reventar”.
Los hombres encargados para el oficio de flagelar se
denominaban lictores, que eran escogidos por su capacidad de realizar los peores actos vandálicos, de
entre los hombres más rudos, crueles, perversos y sádicos de la tropa. Buena parte de esa tropa la
constituían mercenarios orientales, muchos de ellos criminales y malhechores en su país de origen.
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Los instrumentos que utilizaban y de los cuales se
deriva el nombre de la tortura: flagelación, eran el flagellum y su derivado el flagrum.
Debido a los efectos devastadores en las víctimas eran considerados verdaderas y formidables armas
de guerra. El flagellum consistía en un bastón de madera provisto de dos o tres correas de cuero, de
unos 35 a 40 centímetros de largo. Eran tratadas previamente con cera, con el propósito de darles
una consistencia muy parecida a las que se usaban
como riendas para los caballos. Las correas estaban incrustadas a todo lo largo de trocitos de hierro o de
hueso puntiagudos, y terminaban en una especie de pesita. El efecto del flagrum al caer en el cuerpo era
desastroso: Las correas penetraban como cuchillos que cortan y desgarran todo lo que encuentran a su
paso: piel, grasa, músculos, nervios, vasos sanguí-neos, que en pedazos saltan y salpican por todas
partes, junto con un profuso sangramiento que se
produce bañándolo todo, inclusive a los verdugos.
Los trozos de hierro o hueso puntiagudos, así como la pesita del extremo, al caer sobre el cuerpo, ma-
chacan, perforan; y como la pesa de hierro de la punta, a causa de la inercia, hace que las correas se
agarren al cuerpo, después del golpe de la caída, al tirar violentamente, arrancan trozos de carne, que
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salta del cuerpo o queda colgando de él en jirones;
de tal manera que el efecto del flagrum es como una garra de hierro que arrancara la carne (piel,
músculos, venas…) a zarpazos. Así podemos enten-der cómo una sentencia de castigo, era “flagelarlo
hasta desnudar los huesos”.
Padece dolores acervísimos, vivos, profundos, pero aún le quedan deseos de padecer más por mi amor, pues nunca dice basta, porque dentro de aquel Santísimo cuerpo destrozado por los azotes, late con fuerza por mi amor el corazón de Cristo, con un bautismo tengo que ser bautizado, y como me abraza el ansia de verme sumergido en sus aguas, ¡Oh Jesús!, quien me diera tal hambre y tales deseos de padecer trabajos contigo, que me gozara de ellos más que de los descansos.
Esta tortura la realizaban dos lictores a la vez; por
lo cual el reo recibía golpes ininterrumpidamente,
eran propinados con tal fuerza, que a menudo ago-taba a los lictores, teniendo que ser reemplazados.
A veces se llegaba a utilizar seis lictores, como en la flagelación del ciudadano Cayo Servilio, ordenada
por Verres y denunciada por Cicerón.
La flagelación se utilizaba con la víctima desnuda y a la vista de todos. La vergüenza y humillación de la
desnudez pública, quedaba añadida a la producida
por la degradación del penado, pues era rebajado a la condición de esclavo, traidor o criminal. Después
de ser despojado públicamente de sus vestidos, el reo era amarrado a una columna baja. Esta postura
obligaba al reo a doblar la espalda y a abrir un poco las piernas, con el fin de aumentar la base de sus-
tentación y mantenerse en pie. De esta forma toda
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la espalda, abdomen, tórax, y piernas, quedaban
expuestos a los golpes y al público que presenciaba la flagelación
Debido a lo inconsistente de la posición era frecuen-
te que el reo perdiera el equilibrio ante la fuerza de
los golpes, en ese momento el reo caía en el suelo retorciéndose de dolor, pero la flagelación no termi-
naba, seguían golpeándolo inmisericordemente, hasta el total desgarramiento del cuerpo y la misma
muerte, no existían normas que regularan las zonas del cuerpo que podían ser flageladas, ni el número
de golpes que podían darse, dependía en gran me-dida del criterio y cansancio de los ejecutores, esto
implicaba que el cuerpo entero era flagelado, de la
cara hasta los pies sin excepción ni consideración alguna.
La tortura era aterradora; era una verdadera carni-
cería, pues la sucesión de los latigazos añadía lesión sobre lesión; Se producían hinchazones y hemato-
mas a los primeros golpes; después la piel se iba desgarrando, así como los músculos, tendones, ner-
vios… hasta quedar el reo convertido en una sola y
sangrienta llaga, con pedazos de músculos colgando a jirones.
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Cada latigazo causaba a la víctima un dolor tan in-tenso, que les hacía temblar, doblarse, gemir, llorar,
suplicar y retorcerse alrededor de la columna a la que estaban atados. El dolor que causaba el flagrum
al caer sobre zonas ya despellejadas, debido a la hiperalgesia (aumento de la sensibilidad del cuerpo
desprovisto de su protección natural que es la piel),
era tal que, es comparable al dolor que produce en el cuerpo el ser desgarrado, aplastado y quemado.
Con frecuencia la victima moría a causa de la sangre
perdida y los destrozos en el cuerpo, ocasionados por el corte de la piel de los demás tejidos, llevados
a veces al extremo de dejar los huesos a la vista.
En el corazón y pulmones se producían inflamacio-
nes con la aparición de hemorragias en la cavidad pleural (aloja a los pulmones) y pericardia (aloja al
corazón), con el pasar del tiempo la sangre retenida en dichas cavidades se separa en sus dos compo-
nentes, el sólido con sus células, y el líquido o suero que se parece al agua, si son abiertas dichas cavi-
dades salen al exterior los componentes ya citados, esto le que le pasó a Jesús, cuando después de
muerto le asestaron la lanzada y según San Juan
salió sangre y agua.
Los que se han fracturado una costilla o han tenido un fuerte golpe en el tórax, conocen el dolor agudo
que se produce al intentar tomar aire, toser o mo-verse, como Jesús tiene todas las costillas y demás
integrantes de la pared costal severamente lesiona-dos a causa del flagrum, el dolor que sintió al mo-
verse y respirar, debió ser muy intenso, en el exa-
men médico de 162 torturados, que fueron golpea-
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dos en el tórax, aunque las consecuencias no son
equiparables, por ser de menor intensidad con rela-ción a la contundencia de los azotes con el flagrum
que le aplicaron a Jesús, el estudio reveló la presen-cia de hematomas, contusiones, desgarres y lesio-
nes hemorrágicas en la piel, músculos y tendones de todo el cuerpo, y muy especialmente en el tórax,
con la producción de serias dificultades para respirar
y movilizarse.
La imagen impresa en la sábana de Turín, muestra los impactos de un hombre flagelado con el flagrum
romano, y le ha permitido a la humanidad, recordar la crueldad de dicha tortura, las ampliaciones fo-
tográficas y los estudios realizados con luz ultravio-leta, muestran extensas zonas del cuerpo con la piel
desgarrada por las correas de cuero, no se observa
más que un poco notorias en las manos, piel cara, región precordial del corazón, y el abdomen supe-
rior.
Aparece además en dichas ampliaciones, como si el cuerpo estuviera sembrado por múltiples lesiones
parecidas a una viruela y con la misma forma de la estructura de hierro con las que finalizaban las co-
rreas, es decir, una barra de hierro central y esferas
del mismo metal a los lados, dichas lesiones no se ven a simple vista, para algunos investigadores, la
imagen tiene más de 600 contusiones y heridas. No se puede efectuar una equivalencia exacta entre el
número de golpes recibidos y las lesiones produci-das, por no caer las tres correas en todos los latiga-
zos y debido al hecho que no se pueden contar las lesiones en algunas regiones de la imagen y especí-
ficamente en las extremidades. En los miembros in-
feriores, porque algunos de los golpes detentan la
AUTOPSIA DEL CRUCIFICADO
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forma circular, debido a que las correas al caer so-
bre ellos se enrollaron y en los superiores, porque en los antebrazos hay extensas zonas destruidas a
causa de los daños ocasionados en la tela por un in-cendio intencional acaecido en el siglo XVI. Se cal-
cula, no obstante, que recibió no menos de ciento veinte golpes de látigo, aunque hay quienes consi-
deran que fueron más de doscientos. En 60 de los
golpes cayeron las 3 correas sobre el cuerpo; 2 en 40 y 1 en 30.
No quedaron prácticamente piel ni zonas del cuerpo
sin flagelar. Se cuentan 54 latigazos en los hombros y espaldas; 14 sobre las tetillas, tórax y abdomen;
51 en el bajo vientre; 18 en la pierna derecha; 11 en la izquierda; 20 en el brazo derecho y 14 en el
izquierdo. Con la circunstancia agravante, como se
expresó, que en las extremidades las correas se en-rollan y las cortan en forma circular y no se pueden
contar.
El estudio de la trayectoria de los azotes, mediante la goniometría, (ciencia de calcular ángulos), indica
que en los hombros la dirección de los latigazos es oblicua hacia arriba, en el dorso es horizontal y obli-
cua hacia abajo en los hombros y piernas, lo que
hace pensar que fue atado a una columna baja con la espalda y la cabeza hacia abajo u horizontal, por
su estatura más de 1.80, para mantener el equili-brio, necesariamente tuvo que abrir las piernas, di-
cha postura ofrece al lictor para la flagelación toda su espalda, muslos y piernas.
El cuerpo que aparece en la sábana, fue flagelado al
menos por 2 lictores de diferentes estaturas y man-
tuvo 2 posiciones distintas durante la tortura, do-
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blado y en el suelo, de manera que los golpes del
látigo cayeron en forma de lluvia y continuamente sobre su humanidad, la intensidad de las lesiones es
uniforme en los glúteos, las caderas y los muslos, por lo que se deduce que fue flagelado desnudo, de
haber tenido alguna ropa, las correas de cuero de todas formas las hubieran destrozado. Se observan
numerosos golpes en la parte delantera superior e
interna de la pelvis, ambos muslos e ingles.
Hermano, trabaja y esfuérzate en hacerte presente este misterio, intenta contemplarlo con viveza, como si suce-diera ahora aquí, y tomaras parte en él, acércate a la co-lumna y llena de amor a tu Jesús, mira los látigos, oye los golpes, mira abrirse las carnes, correr la sangre santísima de Jesús, contempla su rostro, esa mirada de angustia que te pide compasión, que no le azotes más con tus pecados; que esos golpes Jesús, que tu recibes en la espalda hieran mi corazón, y si a ti te desgarran las carnes, a mi me desga-rren el alma, ¡Jesús misericordia!
Muchos de los hombres que han estudiado la flage-
lación del hombre de la sábana santa aprecian que quedó herido de muerte, en razón de lo atroz, cruel,
inhumana, sangrienta y extremadamente dolorosa y por lo extenso de las lesiones observadas, todo el
cuerpo quedó hecho una llaga sangrienta y sin que-
dar parte sana donde le pudieran azotar más, se puede considerar su flagelación igual a una grave
quemadura con la pérdida de al menos un 70% de la superficie de la piel, en la práctica médica se con-
sidera que dichas lesiones son casi mortales hoy en día, a pesar de los recursos con que se dispone, y
Jesús fue flagelado hace casi 2,000 años. La imagen
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del hombre que se observa en la Sábana de Turín,
es una fiel representación de la flagelación romana, lo que permite “recordar” a la humanidad la forma
como fue flagelado Jesús de Nazaret.
A juicio del Historiador Flavio Josefo, la crueldad romana sobrepasaba la de los animales de rapiña y
les permitió diseñar este repugnante modo de ajus-
ticiar y de hacerlo todavía más cruel al tachonarlo con barras de metal y pedazos de hueso.
Para San Lucas fue realizada previamente a la sen-
tencia de la cruz, (Lucas 23,16) “le daré un escar-miento y le soltaré”. Juan no dice explícitamente
que Jesús fue flagelado, posiblemente porque era conocido por todos que la flagelación era parte inte-
grante de la sentencia de la cruz. Mateo y Marcos la
sitúan dentro de la sentencia de la cruz (Mateo 27, 26 y Marcos 15,15) “Y a Jesús, después de mandar-
lo a azotar, lo entregó para que lo crucificaran”.
Jesús fue llevado, sin resistencia alguna de su parte, al patio abierto para ser sometido al triple castigo de
la flagelación:
El dolor físico extremo.
La vergüenza intolerable de la desnudez pública. Y la ignominia de ser degradado a la condición de
esclavo o criminal.
Se decía que el hombre que le entregaron a la sol-dadesca para castigarlo era un “rey” al que debían
flagelar hasta dejarlo en condiciones tan lamenta-bles, que el sólo hecho de verlo, inspirara lástima.
Lo amarraron desnudo al poste con el cuerpo incli-
nado y con las piernas abiertas. El uso de un pedazo
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de tela para cubrir sus zonas púbicas, fue y es un
intento humano para mitigar la infamia de su des-nudez pública. ¡Cuánto miedo sintió Jesús en este
momento! (Salmo 57,5) “Estoy echado entre leones que devoran hombres; sus dientes son lanzas y fle-
chas; su lengua es puñal afilado”.
El dolor es insoportable a medida que se van suce-
diendo los latigazos, los que, cual arados, abren surcos sobre su cuerpo que es desgarrado o lacera-
do en pedazos. (Salmo 129,3) “En mis espaldas me-tieron el arado y alargaron los surcos”, (Salmo 38,3)
“Tus flechas se me han clavado, tu mano pesa sobre mí; no hay parte ilesa en mi carne, a causa de tu fu-
ror mis llagas están podridas y supuran”, (Salmo 38,7) “Voy encorvado y encogido, todo el día cami-
no sombrío, tengo las espaldas ardiendo, no hay
parte ilesa en mi carne”, así leemos en los salmos.
A pesar de las burlas, injurias y gritos, sus gemidos y llanto contenido, debieron haberse oído entre los
azotes a medida que a su cuerpo en manos de sus esquiladores, lo van despellejando al igual que lo
hacen con las ovejas, ya lo había profetizado Isaías (Isaías 53, 7), “maltratado aguantaba, no abría la
boca como cordero llevado al matadero como oveja
muda ante el esquilador”.
No se conoce la duración de su flagelación. Proba-blemente fue de unos 45 minutos, lapso estimado
como necesario para propinarle al hombre de la sábana el número de latigazos que le aplicaron.
Es conveniente detenerse y meditar en la extrema
crueldad de la carnicería que era la flagelación. Mu-
cho se habla del horror de su crucifixión y poco de
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su flagelación. Se pasa este episodio como un even-
to más: “Y fue flagelado”… Le dieron unos golpes de látigo y sin mayores consideraciones acerca de lo
que fue la flagelación, se pasa a la siguiente tortura: La coronación de espinas.
Ahora consideremos como Jesús padeció estos azotes para merecernos especialmente gracias de castidad y de pureza, a cada golpe del látigo, reaccionaba Jesús pronunciando tu nombre y el mío, con indecible amor, por ti, por ti, para que seas puro, para que seas santo, y su oración conmovía los cie-los y a cada súplica de Jesús se acumulaban allí para ti y para mí, tesoros infinitos de gracia, de pureza, de castidad, Jesús azotado es nuestro modelo y no tenemos otro, examinemos como estamos en cuanto a mortificaciones, ya que todos los santos han deseado llevar sobre su cuerpo los estigmas de la pasión de Cristo.
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LA CORONACIÓN DE ESPINAS
Tortura ésta única pues, que se sepa, no hay otro hombre en la historia de la Humanidad al que se la
haya aplicado la coronación de espinas. Las Escritu-ras narran las profundas heridas que va a padecer el
Mesías en la cabeza: (Isaías 1,5): “La cabeza es una llaga”.
Los Evangelios confirman que a Jesús le clavaron sobre su cabeza una corona de ramas de espinos
(Mateo 27,29, Marcos 15,16–20; Juan 19,1): “Los soldados del gobernador romano llevaron a Jesús a
la residencia y reunieron a toda la tropa alrededor de Él. Lo desnudaron y le echaron encima un manto
rojo; después trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y en la mano derecha una
caña. Doblando la rodilla ante Él, le decían de burla:
¡Salud, rey de los judíos! Le escupieron, le quitaron la caña y se pusieron a pegarle en la cabeza. Termi-
nada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y se lo llevaron para crucificarlo”.
Es insólito el hecho de que los soldados romanos se
hayan tomado la libertad de aplicarle a Jesús esta brutal y sangrienta tortura, no contemplada además
en ningún códice romano de la época, y que se sepa
no había sido utilizada por Pilato, sin embargo la farsa burlesca desarrollada sin plan previo ni indica-
da por las autoridades era frecuentemente utilizada por la soldadesca para divertirse cruelmente.
Para construir la corona necesariamente tuvieron
que valerse de las espinas que crecen y abundan en la región y que eran utilizadas por los judíos y los
soldados romanos como material de construcción y
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leña para cocinar y hacer hogueras tal como lo reali-
zaron los soldados del palacio de Caifás esa noche para protegerse del frío, existen en la región no me-
nos de una docena de arbustos espinosos, y entre los más comunes se encuentra el Ziziphus o Paliu-
rus spina-christi, el Poterium o Sarcopoterium spi-nosum y el stirpus pricretus, las ramas del poterium
son flexibles y maleables y sus espinas son largas y
afiladas, razón por la cual penetran fácil y profun-damente a través del cuero cabelludo hasta llegar al
hueso donde resbalan, para amarrar las ramas de las espinas, de manera que la corona no perdiera su
forma, posiblemente utilizaron juncos que son muy comunes en la región y eran usados como cordel
para tratar la leña.
La forma de la corona de espinas es motivo de con-
troversia, ya que se perdió la memoria visual de la que tuvo originariamente, sus primeras representa-
ciones artísticas comenzaron en el siglo XII con la figura de una guirnalda, similar a las usadas por los
emperadores romanos, recordemos que estamos en oriente y no en Roma, en los evangelios se reseña
que la corona fue colocada sobre la cabeza y no en
torno o alrededor, San Vicente de Lerins en el siglo V escribe al respecto, le impusieron sobre su cabeza
una corona de espinas que tenia forma de pileus, de acuerdo con las costumbre orientales, el pileus es
un de gorro que cubre toda la cabeza, de manera que la corona la forraba o revestía a toda ella y en
AUTOPSIA DEL CRUCIFICADO
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consecuencia las espinas tocaban la cabeza por to-
das partes.
A medida que las espinas penetran, desgarran o la-
ceran todo el espesor del cuero cabelludo hasta que llegan a la superficie ósea, en ese nivel y durante
todo el trayecto, actúan como cuchillos internos, que cortan todo lo que atraviesan y encuentran a su
alrededor, por lo que van separando el cuero cabe-lludo de su inserción en la superficie ósea, y en la
práctica se produce un escalpamiento o separación,
o levantamiento del cuero cabelludo de su inserción ósea, con cualquier movimiento de la cabeza o de la
corona las espinas también se mueven en el interior cortando y rasgando aún más todos los tejidos, los
golpes ayudan a que las espinas se claven mas, se doblen y rompan en el interior al chocar con el hue-
so, hay que considerar muy especialmente los efec-tos producidos por los fuertes golpes de caña que
recibió Jesús sobre la corona puesta en la cabeza, y
de ahí en adelante los múltiples y continuos golpes que se sucedieron sobre la corona y la cabeza, pro-
ducidos por empujones, puñetazos, caídas con la co-rona puesta, golpes con el patíbulum de la cruz has-
ta morir.
AUTOPSIA DEL CRUCIFICADO
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La consecuencia final de la corona clavada en la ca-
beza, fue el desprendimiento parcial de su cuero cabelludo cortado en su base por la acción de las
puntiagudas y flexibles espinas, en razón de su rica irrigación vascular, el cuero cabelludo sangra preci-
samente con cualquier herida, la hemorragia causa-da cubre toda la cabeza y la sangre desciende en
riachuelos que bañan y cubren toda la cara, cabellos
y barba, dificultando la visión, se producen al mismo tiempo numerosos hematomas internos que defor-
man toda la cabeza, por lo que aparece hinchada, al acumularse la sangre entre la superficie del hueso y
el cuero cabelludo, contribuye a su separación y en consecuencia aumenta el escalpamiento.
Considera el dolor vivísimo y profundo que padece Jesús en cada punzada y como estas son tantas, la molestia en la cabe-za que se le hace insoportable, y sin embargo quiere padecer, esta consideración del inmenso amor con que el Señor sufría los tormentos, es la más tierna, y la que ha de dar más sabor a todo lo que meditemos sobre la pasión, por que Jesús no padeció a la fuerza, sino porque Él quiso, porque es bueno y porque está deseoso de dar gusto a su Padre y hacernos bien a nosotros los hombres, ¡Oh Jesús!, quien merece un amor tan insaciable que no mediara harto de padecer por quien tanto padeció por mí con tan insaciable amor.
Por la abundante enervación sensitiva del cuero ca-
belludo y el cráneo, el dolor que se siente con una corona de espinas clavada y moviéndose sobre la
cabeza es violento y de carácter muy agudo, al lle-gar al hueso por los continuos golpes las espinas
pudieron clavarse sobre su superficie, lesionando o rompiendo el periostio, (membrana hipersensible
AUTOPSIA DEL CRUCIFICADO
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que lo recubre) con el consecuente acrecentamiento
del cruel dolor, imaginen el dolor que produce una sola espina afilada que se les clave en un dedo de la
mano, que también tiene una rica enervación sensi-tiva para que se hagan una idea de lo que debió de
sufrir Jesús con no menos de 30 a 50 espinas clava-das a golpes y moviéndose en su cuero cabelludo.
Sebastiano Rodante en sus experimentos de corona-ción de espinas revistió un cráneo con una capa o
forro de goma sintética de medio centímetro de es-pesor, para simular los tejidos blandos de la cabeza,
con unos espinos mediterráneos, construyó una co-rona de 5 ramas, la colocó sobre dicho cráneo, y la
clavó a golpes, debemos señalar que no conocemos el número de ramas de espinos utilizadas para cons-
truir la corona de Jesús, este hombre comprobó que
las espinas perforaron el revestimiento en unos 30 puntos, en la frente la corona se inclinó hacia ade-
lante y la desgarró, en la nuca las espinas lesiona-ron seriamente toda la zona correspondiente al tra-
yecto de los nervios suboccipitales que pasan por dicho lugar.
El dolor neurálgico que produce una espina clavada
en el interior de un nervio es permanente e indes-
criptible por lo atroz. Se exacerba dicho dolor en los estiramientos del nervio, roces, presión, golpes y en
general, cualquier causa que produzca el movimien-to del nervio o de las espinas que se encuentren en
el interior o en su vecindad. El dolor producido se inicia en el cuello y se irradia sobre la cabeza, hasta
llegar a la zona ocular.
El dolor producido por los desgarros y demás lesio-
nes en los músculos y tendones del cuello causados
AUTOPSIA DEL CRUCIFICADO
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por las espinas clavadas, producen o incitan, por vía
refleja, la contractura de dichos músculos o tortíco-lis, y que se exacerban con cualquier movimiento o
golpe. Se le suma la contractura inducida por el do-lor neurálgico arriba descrito. El resultado final es
que cualquier movimiento del cuello causará gran dolor.
La Sábana Santa nos muestra que existe una multi-tud de lesiones muy singulares, causadas por obje-
tos puntiagudos clavados en el cuero cabelludo. Se-bastiano Rodante, en sus estudios de la imagen de
la Sábana, observa dichas lesiones desde la frente hasta la nuca, y concluye que la corona cubrió toda
la cabeza. Cuenta 13 espinas clavadas en la frente y aproximadamente unas 20 en la nuca. Al no poder
contar las laterales por no estar dichas áreas repre-
sentadas en la imagen, calcula que en total habría unas 50 perforaciones de espinas en todo el cuero
cabelludo.
Cada espina produjo un coágulo, hay dos de mucho interés médico, ya que se distinguen de los otros
coágulos por su mayor tamaño y forma. El primero se observa en la parte central de la frente y detenta
la forma de un 3 invertido. Es delgado en su inicio,
grueso al final y sangró mucho más que las otras espinas de la zona. Se explica el mayor sangramien-
to por encontrarse la espina clavada en la vena frontal ahí situada normalmente. Como todas las
venas, sangra lenta pero continuamente.
La forma de 3 invertido es muy especial. Hay que señalar que el proceso de coagulación no es inme-
diato, por lo que una pequeña parte de la sangre
que emanó de la vena se coaguló cerca de la herida
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y el resto lo hizo en su descenso, por lo que el coá-
gulo se va engrosando y aumentando en su tamaño a medida que se aleja del inicio. El proceso es muy
parecido a lo que se observa con la cera que se des-prende de las velas: que sus derrames son gruesos
al final y delgados en su inicio.
Los médicos patólogos que lo han estudiado, consi-deran que dicho coágulo es un signo inequívoco de
la muerte del hombre cuya imagen se encuentra re-presentada en la sábana santa, la primera parte del
3 se explica al encontrar la sangre en su descenso un obstáculo que la detiene y que fue causado pro-
bablemente por el músculo frontal, contraído en
respuesta al rictus de dolor producido por las espi-nas clavadas y moviéndose en su interior, al morir
el músculo se relajó y desapareció ese impedimen-to, y la sangre que quedó en la vena, continuó su
descenso por gravedad, hasta que en su trayecto tropezó con un segundo obstáculo, producido esta
vez por los juncos que amarran las ramas de espi-nas y que forman la corona.
El coágulo es vertical, al igual que de los otros que se observan en la cara y que indican que el hombre
de la sábana murió en dicha posición vertical, y con
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la corona de espinas colocada sobre su cabeza, en el
caso de haber muerto acostado, los coágulos se hubieran dirigido totalmente hacia las orejas, hay
otro coágulo que se encuentra en el lado derecho de la frente y que sangró mucho más profusamente
que el anterior, este hecho evidencia que al descen-der por todo el cuero cabelludo hasta el hombro co-
rrespondiente, se encontró una espina colocada en
la rama frontal de la arteria temporal, que cuenta con la fuerza de la bomba cardiaca, que las venas
no tienen, y en consecuencia sangra mucho más in-tensamente.
Dado que las túnicas que se usaban en el tiempo de
Jesús eran de una sola pieza (= sin costuras = in-consútil) y que el orificio para meter la cabeza, no
era suficientemente grande para poder sacar y me-
ter la túnica con la corona puesta, podemos deducir que Jesús se vio sometido, por lo menos, a dos co-
ronaciones de espinas, según leemos en el evange-lio: “Los soldados se lo llevaron al interior del pala-
cio y convocaron a toda la compañía; lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, (prime-
ra coronación) que habían trenzado y comenzaron a hacerle el saludo: ‘Salve, Rey de los judíos’, le gol-
peaban la cabeza con una caña y le escupían y,
arrodillándose, le rendían homenaje. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa
(aquí tuvieron que arrancarle violentamente la coro-na de espinas incrustada en su cuero cabelludo a
golpes, para poder meterle la túnica. Algunas espi-nas saldrían, otras, quizás quebradas, ¿quedarían
dentro? En cualquier caso el tirón debió de desga-rrar más aún el cuero cabelludo ya removido en el
interior, con un dolor intensísimo) y lo sacaron para
crucificarlo”. Como se deduce por la Sábana Santa
AUTOPSIA DEL CRUCIFICADO
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que Jesús murió con la corona de espinas puesta, se
supone que una vez dictada la sentencia de muerte en cruz, le volvieron a poner la corona (segunda co-
ronación) para que cargara con la cruz hasta el Cal-vario; y al llegar a la cima, lo desnudaron porque los
crucificaban desnudos; luego tuvieron que arrancar-le nuevamente la corona para sacarle la túnica y
volvérsela a clavar una vez desnudo (tercera coro-
nación), antes de clavarlo en la cruz.
¿Por qué quiso el Señor padecer este horrible tormento?, por ti y por mí, por mis pensamientos vanísimos, y sobre todo por los pensamientos poco castos, espinas agudísimas que se clavan en el corazón de nuestro amado Jesús, cuando tales pensamientos nos asalten, pensemos que el aceptarlos es aña-dir nuevas espinas a la corona del Salvador, y seguro que lo rechazaremos y si algunas hemos clavado ya procuremos con amor, con actos de reparación resarcirlos, evitando nuevas heridas, penetremos en el corazón de Jesús, veamos que sien-te, compasión, amor, deseos vivísimos de traernos al buen camino, de perdonarnos.
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“ECCE HOMO”
La escena del “ecce homo” es uno de los momentos más dramáticos que vivió Jesús en su Pasión: El
cuerpo encorvado y temblando de fiebre, producto de la extrema debilidad que padece, causada a su
vez por la enorme pérdida de sangre y líquidos, co-mo consecuencia del sudor profuso en Getsemaní, la
flagelación, la coronación de espinas y por la ausen-
cia de comida, agua y sueño.
Está atado de manos y ridiculizado, porque aparece simulando un rey: corona de espinas, manto rojo y
una caña en la mano por cetro. Al sufrimiento físico en todo su cuerpo por el terrible dolor de la flagela-
ción y de la coronación de espinas, por los puñeta-zos, garrotazos y bofetadas, hay que añadir el dolor
moral, la humillación, pues su aspecto era terrible:
La cara bañada en sangre, esputos, tierra, deforma-da por los golpes; su cabellera revuelta y empapada
en sangre, sus ojos medio cerrados por los golpes y la sangre; su barba medio arrancada y sangrienta;
sus pómulos hinchados por los golpes; su nariz de-formada por el garrotazo recibido en casa de Anás.
Y sobre todo, el sufrimiento íntimo producido por la traición de Judas, el abandono de sus discípulos y
amigos, el rechazo de todo el pueblo y de los diri-
gentes religiosos que piden la cruz para Él y la liber-tad para Barrabás.
Ya no eran solo sus enemigos declarados los que lo
rechazaban: Era todo el pueblo, “su pueblo” el que pedía a gritos la cruz para él: “Pilato les preguntó:
¿Qué hago con Jesús, a quien llaman Cristo? Con-testaron todos: ¡Crucifícalo! Pilato repuso: ¿Por qué?
¿Qué mal ha hecho? Pero ellos gritaron más y más:
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¡Crucifícalo! ¡La cruz para Él! (Juan 19, 14). Leemos
en el Salmo 69, 21: “La afrenta me destroza el co-razón y desfallezco. Espero compasión y no la hay;
consoladores y no los encuentro”.
Realmente Jesús, cuando fue presentado por Pilato al pueblo, apareció como un desecho, como una pil-
trafa humana. Era el cumplimiento fiel de la profecía
de Isaías 53, 2: “No tenía ni presencia ni belleza que atrajera nuestras miradas, ni aspecto que nos cauti-
vara. Despreciado y evitado de la gente”. Y en Isa-ías 52, 14: “Como muchos se espantaron de Él, por-
que desfigurado, no parecía hombre ni tenía aspecto humano”.
El pueblo le rechaza, pero tú, póstrate a sus pies y míralo, mira a ese hombre, al posarse en Él la mirada del Padre, per-dona mis faltas, ese hombre me ha amado como nadie, sus heridas curan mis males, sus lágrimas consuelan mis dolores, sus oprobios son causa de mi gloria, su muerte me dará la vi-da, su vista me recuerda con dulzura infinita mis faltas, he aquí al que viene a salvarte y el que vendrá a juzgarte, ahora le contemplo humillado, día vendrá en que le vea en todo el esplendor de su soberanía universal y eterna, digámosle a Dios, he aquí al que me envías, al que me ha hecho esperar en tu misericordia, Él me da seguridad de que aceptarás mis plegarias, ¡Por lo que Jesús ha sufrido, escúchame Dios mío, sálvame!
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LA CRUCIFIXIÓN
La cruz es la cima del arte de la tortura, por consis-tir en la ejecución más cruel, degradante, repugnan-
te, dolorosa y aterradora concebida por el ser humano para matar a otro hombre. Incluye todo lo
que pueda desear el torturador más ardoroso: Muerte segura por asfixia destilada gota a gota, len-
tamente, con los mayores sufrimientos concebibles,
por el desmesurado dolor físico que produce, unido a la humillación y degradación pública extrema de la
víctima, debido al hecho de estar expuesto desnudo, en alto, frente y a la vista de todos los asistentes,
que presencian su larga agonía y que quizás se bur-lan de él, como en el caso de Jesús. Si el reo tuvo
fama, prestigio, poder o admiración, las perdió to-talmente, por la infamia de ser desnudado e iguala-
do públicamente con la escoria de la sociedad.
Una de las consecuencias inevitables de la cruci-
fixión, consiste en la dislocación de la mayoría de las articulaciones de la víctima, lo que en la práctica,
equivale a ser despedazado o desmembrado vivo, hay que añadir el suplicio que implica tener el cuer-
po en carne viva por la flagelación y cubierto de moscas y demás insectos que enjambres, por no
poder espantarlos se aglomeran sobre todo el cuer-
po, sin respetar los orificios naturales.
La crucifixión se originó en Persia. Alejandro el Grande y sus generales la adoptaron y trajeron al
mundo mediterráneo. Posiblemente le llegó a los romanos a través de Cartago. La mejoraron para
hacerla altamente eficiente como método de tortura y la utilizaron para condenar a los rebeldes, traido-
res, esclavos renegados y criminales.
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Los judíos no la utilizaron ni siquiera con sus prisio-neros de guerra. Pero los romanos, durante los años
67 al 70 llegaron a crucificar a tantos judíos que acabaron con todos los árboles que rodeaban a Je-
rusalén y no había lugar físico para tantas cruces.
Los testimonios escritos de personas autorizadas,
que vivieron y vieron ese suplicio afirman de él:
Cicerón: “Suplicio crudelísimo, terribilísimo y humi-llante” (Las Verrinas), Orígenes: “Muerte vergon-
zosísima de la cruz” (Comentario a S. Mt. CXXIV), Lactancio: “Infame género de suplicio, que es indig-
no para al hombre libre” (Instituciones I, 26), Flavio Josefo: “La más miserable de todas las muertes”
(Guerra Judaica, 7,6.4), Eusebio: “Muerte oprobio-
sa” (Historia Eclesiástica, III, 39,15), otros términos que la definían eran: “Suprema”, “fue muerto como
un esclavo comprado”, “suplicio extremo y sumo de servidumbre”.
Era de tal magnitud la infamia e ignominia de la
cruz para la época en que vivió y murió Jesús, que la mera idea de que mataran a Jesús en la cruz des-
concertaba a los Apóstoles totalmente y no podían
entenderlo de ninguna manera (Lucas 9, 45: “no en-tendían… les estaba escondido… no lo comprend-
ían… temían preguntarle”, Mateo 16,22: “Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderlo: ¡Lejos de ti,
Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!”).
El ciudadano romano le tenía tanto horror a la cruci-fixión que, al igual de lo sucedido con la flagelación,
sus propias leyes lo protegían de ella al prohibir su
uso entre los que tenían dicha ciudadanía. Por eso a
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San Pablo no lo crucificaron, porque era ciudadano
romano. Marco Tulio Cicerón en su discurso contra Cayo Verres, por el abuso de autoridad al haberse
atrevido a crucificar a un ciudadano romano expre-sa: “Que un ciudadano romano sea atacado es un
abuso, que sea golpeado es un delito, que sea ma-tado es casi un parricidio, ¿Qué diré si es suspendi-
do en la cruz?, a cosa tan nefasta no se le puede
dar en forma alguna un apelativo suficientemente adecuado, mayor delito es crucificar a un ciudadano
romano que matarlo.”
Al pronunciar la autoridad romana la sentencia “ibis ad crucem”, irás a la cruz, el condenado perdía la
condición de ser humano y pasaba a ser nada y na-die; de ahí en adelante era considerado igual que un
animal cualquiera, o una cosa perjudicial, con la que
el pueblo y el gobierno podían hacer lo que les vi-niera en gana, la sentencia de la cruz, incluía la fla-
gelación, el rigor, la crueldad y la severidad de las lesiones producidas durante la flagelación, determi-
naban en gran medida el tiempo que el condenado sobreviviría en la cruz, tanto que en ocasiones el reo
moría antes de ser crucificado; en dicho caso se consideraba que la sentencia de la cruz se había
cumplido, si la flagelación es realizada antes de la
crucifixión el condenado lleva durante todo el tra-yecto sus propias ropas puestas hasta llegar al lugar
de la crucifixión, en el caso contrario se realiza dicha tortura durante el recorrido y para ello son despoja-
dos de su ropa y desnudos son flagelados durante el camino.
La cruz constaba de dos maderos toscos, el vertical
o estipe de 110 a 140 kilos de peso y el horizontal o
patíbulum de 40 a 60 kilos, la cruz total podía pesar
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como término medio unos 150 kilos, normalmente el
reo solo cargaba el patíbulum atado sobre los hom-bres y los brazos en cruz, y uno de los extremos de
la cuerda lo amarraban al tobillo derecho para de él partir al otro condenado.
En la Sábana Santa se aprecia una raspadura pro-
ducida por el patíbulum en dirección oblicua y de
arriba a abajo, dicha raspadura se observa como suavizada o amortiguada, pues Jesús llevaba puesta
sus ropas, cargar con un madero de ese peso no es fácil, Julius Ritchie le colocó sobre sus espaldas a un
joven sano y fuerte un travesaño con el peso y for-ma del patíbulum y comprobó lo difícil que es car-
garlo sin perder el equilibrio, el joven cayó tantas veces que al final quedó aplastado contra el suelo,
sin poder levantarse y tuvo que suspender el expe-
rimento sin ser capaz del voluntario de recorrer toda la distancia, durante el camino a la ejecución, el
cruciario o patibulatus, el reo, que se le llevaba por las calles más concurridas, para su humillación y es-
carnio de los que lo veían, era objeto de burlas, afrentas y empujones, golpes y azotes.
Jesús caminaría lentamente, tembloroso, encorvado
bajo el peso del patíbulum, la mirada dirigida al sue-
lo y casi sin poder ver a causa de los hematomas de la cara que le cerraban los párpados y la sangre que
le caía proveniente de las heridas de la frente y de la parte alta de la cabeza. Si levantaba la cabeza, o
lo empujaban, la corona rozaba con el patíbulum, produciéndole el dolor y el sangramiento consiguien-
tes.
AUTOPSIA DEL CRUCIFICADO
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Este es el capitán a quien hemos jurado seguir, éste es el mo-delo de todos los predestinados y como Él, todos hemos de llevar nuestra cruz, si Él no fuera adelante, el camino sería in-transitable, pero al correrlo Él primero, nos deja sus huellas sangrientas y calentadoras, y pisando sobre ellas marchan sus fieles seguidores, con esfuerzos sobrehumanos, consideremos lo que Cristo el Señor padece y con mucha fuerza esforcé-monos a vivir, gritar y llorar como dice San Ignacio, ¿Qué debo yo hacer y padecer por Él?, no permitas Señor que tan buenos deseos que has puesto en mi corazón dejen sin cum-plirse, pidamos la abundante gracia de ponerlos por obra.
Para un cuerpo tan agotado y tan maltratado, llevar un madero de 40 Kilos, en una postura tan incómo-
da era un suplicio; Nada tiene de extraño que Jesús cayera aplastado bajo el peso de su carga. La mar-
cha es agravada por la aparición de los calambres, que obligan a interrumpir el esfuerzo y distender los
músculos contraídos. (Los calambres se producen
cuando los músculos realizan un esfuerzo superior a sus posibilidades reales). Pero Jesús tiene que se-
guir, con el mismo peso, con todo su cuerpo magu-llado y llagado, bajo la lluvia de improperios y riso-
tadas.
Al respirar y tomar aire que tanto necesita en razón de su esfuerzo muscular que está obligado a reali-
zar, tiene que mover la pared torácica que se en-
cuentra destrozada a causa de la flagelación tan atroz, por lo que cada movimiento respiratorio debió
de haber sido extremadamente doloroso.
Reflexionando sobre las caídas, vemos a Jesús caer al suelo bajo el pesado patíbulum, que le empuja
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con fuerza en caída libre hasta aplastar bajo su peso
la cabeza y el cuerpo puesto que los brazos los tiene atados al madero sobre los hombros, el choque del
cuerpo, especialmente de la cara contra el suelo es contundente, así mismo el impacto del madero in-
mediatamente sobre la corona de espinas hace que estas se le claven aún más, sobre todo en la nuca.
Se auto describe el dramatismo y la total ausencia
de consideración de los condenados, ni los insultos y empellones les perdonaban a los que infelices caían
con la cruz.
Según la Sábana Santa se deduce que cayó de cara al suelo y sin la protección de los brazos, cayó tam-
bién de rodillas, ya que la izquierda tiene tierra y además se encuentra hinchada y con un cortadura
que permite observar la rótula, hay tierra en los pies
y tiene lesiones en las uñas, pues iba descalzo.
Fue tal el agotamiento que sintió Jesús, que no fue capaz de recorrer los 821 pasos que separan a la to-
rre Antonia de la puerta Judiciaria, que es la que conducía al Gólgota. Tuvo que ser ayudado por
Simón Cireneo; no por compasión, sino para evitar que muriera en el camino.
Al llegar al Calvario, lo desnudaron, leemos en el salmo 22, 18: “Ellos me miran triunfantes, se repar-
ten mis ropas, se sortean mi túnica”. El decreto del emperador Adriano, la panicularia, es decir la propi-
na, establecía que la ropa de los condenados a muerte era de los verdugos.
Al llegar al Gólgota, han transcurrido dos o tres
horas después de la flagelación y de que le pusieron
sus ropas. Es un tiempo más que suficiente para
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que la túnica se encuentre pegada a las heridas de
todo el cuerpo, sobre todo de su desgarrada espal-da, por la fibrina de los coágulos, igual que sucede
con las gasas en las heridas. Podemos imaginar lo que le sucedió a Jesús en el momento de arrancarle
la túnica pegada a las heridas, tal como sucede a los quemados en zonas extensas sin piel, protegidas
por gasas que se les han pegado al cuerpo. Para
cambiarlas hay que despegarlas estando el paciente anestesiado, debido al intenso dolor que produce el
arrancarlas.
A Jesús se le ha adherido la túnica a su cuerpo en carne viva. Al arrancársela, la túnica se lleva innu-
merables terminaciones nerviosas y pedazos de car-ne que estaban medio sueltos por la flagelación. To-
das las heridas son abiertas nuevamente, con profu-
so sangramiento: es como renovar en alguna medi-da la flagelación. Previamente le arrancarían la co-
rona, para volver a colocársela antes de que se acostara en el suelo para ser clavado en el patíbu-
lum.
Los clavos utilizados por los romanos se denomina-ban clavus travalis, estaban hechos de hierro y eran
gruesos, toscos, cuadrados, con un grosor aproxi-
mando de 1 centímetro cuadrado en su parte más gruesa, y una longitud de unos 12 a 17 centímetros,
tenían la cabeza redondeada y la punta roma, por ser roma la punta de los clavos, para clavarlos era
necesario abrir primero un hueco en el madero, lue-go colocaban los brazos extendidos sobre el madero
o patíbulum con la palma hacia arriba y a golpe de martillo o marro atravesaban machacando los teji-
dos que encontraban a su paso, piel, tejido celular
subcutáneo, aponeurosis superficial, el tendón flexor
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de los dedos, el ligamento interóseo, algunas ramas
de la arteria cubital y las venas que la siguen, la aponeurosis dorsal, el tejido subcutáneo y la piel
opuesta.
No es posible describir el horrible dolor que causaría a la victima esta perforación a base de machacar los
distintos tejidos, para clavar las manos el verdugo
pone la rodilla sobre el antebrazo y lo aprieta fuer-temente, de manera que no lo pueda mover mien-
tras dura la operación de clavado, el clavo lo ubica-ban en el carpo, muñeca, que anatómicamente for-
ma parte de la mano, junto con el metacarpo, palma y de los dedos, el Dr. Pierre Barbet, hizo experimen-
tos con brazos amputados a los soldados de la pri-mera guerra mundial, los clavó en las palmas, me-
tacarpos, les colgó pesos y comprobó que no resist-
ían más de 40 kilos sin desgarrarse.
La Sábana Santa muestra que Jesús tiene los aguje-ros de los clavos en las muñecas, carpos, por el es-
pacio de Destot, un hueco delimitado por los huesos pisiforme, ganchoso y escafoides, junto con otras
estructuras muy sólidas entre las que destaca el li-gamento anular anterior, todo lo cual forma un ca-
nal capaz de sostener 200 kilos, el Dr. Barbet pudo
experimentar al clavar manos recién amputadas que al clavar el clavo el pulgar se contrae sobre la palma
violentamente aguzándose a ella, esto se debe a que el clavo al pasar lesiona en parte el nervio me-
diano que se encuentra en el fondo de dicho espacio de Destot por debajo del ligamento anular anterior
del carpo, y además se encuentra rodeado por ten-dones pertenecientes a los músculos flexores de los
dedos y del plano óseo de la muñeca, por contener
el nervio mediano fibras nerviosas mixtas motoras y
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sensitivas, le confiere funciones de transmisión de
impulsos motores y sensitivos las fibras motoras enervan los músculos flexores del pulgar cuya fun-
ción consiste en aguzar, es decir, en doblar o pegar dicho dedo contra la palma, se trata de un movi-
miento muy característico que se conoce en medici-na como la oposición del pulgar, su pérdida es de
mucha utilidad para diagnosticar lesiones de dicho
nervio, las fibras sensitivas se encargan de transmi-tir hacia el cerebro la sensibilidad de la mayor parte
de la palma y de los dedos de las manos.
El clavo al pasar lesiona el nervio mediano pero no lo secciona, ello hace que continúe vivo y en conse-
cuencia no pierde su función debido a que queda el nervio vivo y comprimido entre el calvo y los huesos
vecinos, la irritación o estimulación que produce, se
traduce en una corriente nerviosa permanente con impulsos motores y sensitivos, los impulsos motores
explican la contracción violenta y constante de los músculos que enervan y que en este caso se trata
del músculo que flexiona el dedo pulgar sobre la palma y lo aguza a ella, los impulsos sensitivos del
nervio comprimido o inflamado sea cual sea la causa se traducen en un dolor tan especial e intensamente
doloroso que se conoce en medicina como una cau-
salgia o neuralgia.
Se caracteriza dicha sensación dolorosa por ser par-ticularmente penosa en razón de lo intenso perma-
nente y rebelde a cualquier tipo de antiálgicos y porque el dolor sentido debido a lo indescriptible e
insufrible de la sensación se describe ante muchos términos como un corrientazo, quemadura o tritu-
ramiento, dicho dolor se exacerba o agrava con
cualquier estímulo como son los golpes, cualquier
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movimiento de la muñeca y hasta un simple roce o
corriente de aire, puede acompañarse de cambios vasomotores, cambios de irrigación por espasmos o
dilatación de las ramas arteriales y también de hipe-ralgesia, aumento de la sensibilidad de las zonas
enervadas por dicho nervio, se asemeja este dolor a una violenta corriente de fuego que se inicia a nivel
de los dedos de las manos y continua en dirección
de los brazos y hombros hasta estallar en el cere-bro, con tal violencia e intensidad debido a lo atroz
de la sensación, este dolor sentido iguala o supera a una aguda neuralgia ciática o del nervio trigémino,
estos dolores que son considerados médicamente entre los más severos que puede sufrir el hombre.
Y Jesús los está sintiendo en los 2 brazos, los ner-
vios medianos de las 2 manos han quedado estira-
dos y oprimidos entre el calvo y los huesos de la muñeca y antebrazo, los que como un alicate aprie-
tan y retuercen con cualquier sacudida o movimien-to al nervio aprisionado, con el incremento del terri-
ble e indescriptible dolor, recordemos en nosotros un simple dolor de muela, a la que continuamente
se le estuvieran dando golpes, y podremos aproxi-marnos muy por debajo del dolor que sintió Jesús,
ya que los 2 nervios medios están siendo apretados
como con un alicate y están siendo estirados sobre el clavo y movidos a cada sacudida y a cada movi-
miento que Jesús tiene que hacer para poder respi-rar.
Los clavos en su trayecto no lesionan los vasos san-
guíneos importantes y eso explica que no se pro-duzcan sangramientos que por su intensidad sean
capaces de producir la muerte rápida del crucificado,
así la tortura permite que las víctimas vivan durante
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largo tiempo y además padeciendo al máximo sus
dolores y sufrimientos, en la imagen de la sábana santa, se aprecian 2 manos con los dedos índice,
medio, anular y meñique estirados y rígidos, mien-tras que los pulgares parecen haber desaparecido,
estudios modernos realizados con fotografías de alta resolución, indica que los pulgares se encuentran
adosados en las palmas y confirman la lesión del
nervio mediano de cada mano, la rigidez cadavérica los mantuvo en la muerte con la misma posición que
tuvieron en vida, flexionados y adosados a las pal-mas, la rigidez de los otros 4 dedos se explica por lo
siguiente: los tendones de los músculos flexores de los dedos de las manos, pasan en su trayecto por el
espacio de Destot, los clavos al pasar los seccionan y desgarran por lo que pierden su función normal
que es la de doblar o flexionar los dedos contra las
palmas, los tendones de los músculos extensores de los dedos tienen un trayecto diferente debido a lo
cual no son lesionados por los clavos, en consecuen-cia conservan su función normal, que estriba en ex-
tender los dedos, la consecuencia anatómica y fun-cional de todo esto que hemos dicho es que los de-
dos quedan extendidos en forma rígida y permanen-te en razón de la pérdida de la flexión y la conserva-
ción de la extensión.
Y todo esto Jesús lo sufrió por mí, levantaron la cruz con un dolor violentísimo para Jesús, ¿Cómo se estremecería el cuer-po delicadísimo de nuestro Salvador?, míralo, ya está levan-tado sobre la tierra en disposición de cumplir aquello que Él mismo había dicho, todo lo atraeré hacia Mí, ¡Oh, Jesús!, por lo menos mi corazón sí que lo atraes a Ti, ahí lo tienes, que no te lo vuelva yo a quitar, no, antes 1,000 veces la muerte.
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Leemos en el salmo 22 “Estoy como agua derrama-da, tengo los huesos descoyuntados”, ¿Qué le su-
cedía al crucificado, cuando era clavado en el patí-bulum?, el proceso más comúnmente utilizado para
crucificar era clavar en el suelo las 2 manos al patí-bulum, lo levantaban agarrando el madero por am-
bos extremos y haciendo retroceder al crucificado de
espaldas al palo vertical, ya clavado al suelo y mon-tados sobre unas piedras lo levantaban hasta enca-
jar el patíbulum en el palo vertical, posteriormente retiraban las piedras y quedaba el cuerpo suspendi-
do, colgando de sus 2 muñecas clavadas a la cruz, Jesús con las muñecas clavadas al patíbulum, fue
levantado del suelo, le hicieron caminar con el patí-bulum, retrocediendo hasta llegar al palo vertical, al
retirarle el apoyo de los pies, le dejaron colgando,
sostenido únicamente por los clavos de las manos, el cuerpo queda como un peso muerto, pues no es
capaz de moverse con la circunstancia agravante de que se encuentra sostenido únicamente por los cla-
vos de las manos, que aprisionan y comprimen los dos nervios medios, imaginémonos que dolor, al
quedar colgado de las manos con los pies en el aire, el cuerpo se desliza hacia abajo unos 25 centíme-
tros, la fuerte tracción a la que son sometidas la
mayoría de las articulaciones al deslizarse el cuerpo hacia abajo, motiva que las muñecas, los codos, los
hombros y las articulaciones de la cavidad torácica se dislocan y crujen como si fueran a romperse,
cualquier movimiento, cualquier esfuerzo o tracción sobre unas articulaciones dislocadas, produce mu-
cho dolor, el simple hecho de caminar con un es-guince o dislocación de un tobillo, hace que el dolor
producido sea tan fuerte, que dificulta su uso y has-
AUTOPSIA DEL CRUCIFICADO
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ta impide apoyarle y de ahí la necesidad de inmovili-
zarlo hasta que se mejore la zona.
La consecuencia médico-anatómica de dicha disloca-ción de las extremidades superiores consiste en el
alargamiento anormal de los antebrazos, calculada en 4 a 6 centímetros, por ser esta la distancia obte-
nida después de producirse la elongación máxima de
las articulaciones del codo y el hombro, más allá de esta cifra lo que ocurre es el desmembramiento del
cuerpo, lo que produciría la muerte en una forma instantánea, el tórax adopta la forma de un tonel,
debido a la dislocación de sus articulaciones y por la retención de aire como explicaremos más adelante.
Las vísceras abdominales por la presión de la grave-
dad caen y se acumulan todas en la parte inferior
del abdomen, esto hace que se forme en dicho ni-vel, una pequeña protuberancia que la abomba, las
vísceras en su descenso arrastran consigo toda la zona central del diafragma, lo que dificulta sus mo-
vimientos de ascenso y descenso con el consecuente mayor trastorno de la respiración.
El Dr. José Izquierdo, eminente médico de Venezue-
la, humanista y eminente profesor de anatomía, es-
tudio científicamente las consecuencias de una cru-cifixión, y para ello crucificó un cadáver en el Insti-
tuto Anatómico de la Universidad Central de Vene-zuela, además de lo ya descrito, obtuvo una gran
estiramiento de los brazos junto con los nervios que parten del cuello hacia los miembros superiores, con
compresión de las arterias carótidas que se dirigen hacia el cerebro, dicha elongación agrega un dolor
neurálgico adicional muy severo, por ser de raíces
nerviosas gruesas, se agrava dicho dolor al mover el
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cuello o los brazos, la compresión de las arterias
carótidas trastornan la circulación cerebral, todos los esfuerzos que de ahora en adelante realizará Jesús
en la cruz los hará con la mayoría de las articulacio-nes dislocadas, los músculos y tendones desgarra-
dos, los nervios medianos aprisionados, y el plexo branquial y lateral estirado. ¡Cuánto dolor!, la Sába-
na Santa muestra que el crucificado tiene los ante-
brazos anormalmente largos en cuatro centímetros, el tórax tiene la forma de un tonel y las vísceras ab-
dominales se encuentran atonaladas en la pelvis.
Luego procedieron a clavarle los pies al madero ver-tical, el clavarle los pies tiene la finalidad de dar un
apoyo inferior para levantar el cuerpo y así poder respirar, si los pies no fueran clavados de inmediato,
los crucificados morirían asfixiados en muy poco
tiempo.
El Dr. Herman Mordel, colgó de las manos a volun-tarios sanos y estudió sus consecuencias médicas
mediante el uso de radiografías y fluoroscopios, ob-servó que el tórax se infla y ensancha adoptando la
forma de un tonel, sudan copiosamente y si no se fi-jan los pies en aproximadamente 20 minutos, los
sujetos pierden el conocimiento con el serio peligro
de una muerte eminente.
Por lo general los romanos comenzaban clavando el pie derecho, dicha pierna era estirada fuertemente y
su tobillo extendido hasta que la planta descansaba en el madero vertical, esta posición del pie hace que
resalte el espacio que separa del segundo y el tercer metatarsiano que divide el pie en dos partes casi
iguales, por allí clavan el clavo, después pasan el
clavo por el pie izquierdo y lo cruzan por encima del
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pie derecho ya clavado, en su trayecto a través de
los pies, los clavos desgarran y lesionan la piel, los tendones y los músculos con sus membranas, los
nervios perineos profundos y plantares y las ramas pequeñas del arco venoso y arterial plantar profun-
do, aunque la hemorragia es mayor que las de las muñecas, no tiene la magnitud suficiente para ace-
lerar la muerte, los clavos no fracturan ni un solo
hueso del crucificado.
La posición en la cruz trastorna toda la dinámica respiratoria. Cuando se alza a un hombre con las
manos atadas más altas que la cabeza, los músculos respiratorios son estirados al máximo. Como unen al
tórax con los huesos del brazo que está elevado, lo arrastran en su movimiento y lo fijan en situación
de inspiración forzada, de manera que la columna
dorsal se rectifica, los músculos del cuello se con-traen y dirigen la cabeza hacia delante; el diafragma
desciende y se queda abajo; las vísceras abdomina-les se acumulan en la pelvis y fraccionan el diafrag-
ma; y finalmente los músculos de la pared abdomi-nal permanecen contraídos, lo que motiva que pier-
dan su función de elevar las vísceras abdominales.
La consecuencia final es que el tórax se encuentra
permanentemente en situación de inspiración forza-da, con la circunstancia agravante que el aire entró
de manera pasiva y no activa. Es decir, no fue nece-sario realizar ningún esfuerzo inspiratorio para to-
marlo y lo que es peor aún, el aire se queda adentro mientras el cuerpo mantenga dicha posición. Para
expulsar el aire y reemplazarlo por otro, es necesa-rio elevar el cuerpo unos dieciocho centímetros, que
es la distancia calculada como la mínima necesaria
AUTOPSIA DEL CRUCIFICADO
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para acortar y relajar los músculos inspiratorios esti-
rados.
Con tal objetivo el crucificado utiliza los clavos de las manos y de los pies como palanca y los múscu-
los lesionados del tórax, brazo, manos, piernas y pies como empuje, y, mediante un considerable, do-
loroso y agotador esfuerzo, eleva el cuerpo la dis-
tancia mencionada y así poder expulsar “algo” del aire retenido en los pulmones. A este notable es-
fuerzo muscular se le une la fuerte contracción de los músculos de los dedos de las manos que adop-
tan una forma parecida a ganchos crispados dirigi-dos al cielo en súplica angustiosa de dolor.
Para tomar aire nuevamente, basta con dejar caer el
cuerpo aflojando el empuje de las piernas y dismi-
nuyendo la tracción sobre los clavos de las manos. Al descender el cuerpo pasivamente, el crucificado
aspira y logra así la entrada de algo de aire. Con di-cha posición, queda el cuerpo colgando de los clavos
de las manos.
En conclusión el proceso respiratorio del crucificado es todo lo contrario al normal, la fase inspiratoria de
activa pasa a ser pasiva y espiratoria pasa de ser
pasiva a ser activa, esta forma de respiración es muy defectuosa e ineficiente en sus 2 fases, ya que
no le permite tomar suficiente oxígeno la inspiración y expulsar adecuadamente el anhídrido carbónico
durante la expiración, es muy parecido a lo que le sucede a los asmáticos y enfisematosos, se produce
la asfixia que padecería un hombre a quien se le es-trangulara y se le dejara volver a respirar, las con-
centraciones de oxígeno en la sangre son cada vez
menores, cada vez cae en mayor debilidad hasta
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que las fuerzas le fallan y muere asfixiado al no po-
der alejar más el cuerpo, el dolor producido en cada movimiento respiratorio es indescriptible por lo
atroz, los clavos de las manos al ser utilizadas como palancas y sostén en el descenso, los huesos de las
muñecas rotan sobres los calvos con el nervio me-diano de cada mano aprisionado entre los 2 y con
una carga de unos 80 kilos por clavo, es de tal in-
tensidad la aflicción provocada sobre los huesos en este movimiento rotatorio que se observa una
muesca en el hueso de la muñeca del esqueleto del crucificado, el dolor sentido a causa de un clavo
horadando al hueso con el periostio y el nervio me-diano entre los dos, no es posible de describir, y ello
ocurre con cada movimiento respiratorio, esta lucha contra la asfixia y bajo dolores insoportables lo tiene
que realizar el crucificado por horas y consciente de
que la muerte por asfixia, es la única escapatoria posible a sus sufrimientos.
Tengamos en cuenta, que todo el cuerpo de Jesús
está terriblemente dañado y adolorido a causa de la flagelación, y que es con esos músculos con los que
Jesús tiene que hacer el esfuerzo de apoyándose en los clavos de los pies y de las manos, subir el cuer-
po para volver a sacar el aire y volver a meter un
poco de oxígeno en la siguiente caída del cuerpo, en la Sábana Santa observamos las consecuencias
anatómicas de todo lo expuesto, la cabeza se mues-tra rígida y dirigida hacia adelante debido a la con-
tractura de los músculos del cuello, el tórax tiene la forma de tonel, la pierna izquierda como consecuen-
cia de la rigidez cadavérica, quedó en flexión por es-tar clavada sobre la derecha, y adoptó en la muerte
la misma posición que tenía en vida, por esa razón
se observa en la imagen algo más corta que la dere-
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cha, los coágulos de sangre producidos por el san-
gramiento a nivel de los huecos de los calvos de las muñecas muestran 2 regueros, uno es oblicuo y el
otro transversal, separados entre sí por un ángulo que coincide con la diferencia de las posiciones que
adoptaron las muñecas en la cruz, el reguero obli-cuo se produce cuando el cuerpo se encuentra caí-
do, en la inspiración, y el transversal cuando está
alzado, en la expiración.
Todo en Jesús crucificado nos dice sufrimiento y lo primero que parece que quiere enseñarnos es a sufrir, vino a redimir-nos y eligió como medio para hacerlo, el dolor, ¡Bendito do-lor de Cristo!, que fue para nosotros mina riquísima de perdón y de gracia, al mirar el crucifijo hemos de oír a nues-tro Jesús que nos dice: Mira como te he amado, ¿Podría hacer algo más para demostrártelo?, y el corazón se nos in-flamará en anhelos vivísimos de pagar amor con amor y co-rresponder agradecidos a quien tanto nos amó.
AUTOPSIA DEL CRUCIFICADO
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LOS CALAMBRES
Para que se produzca el estiramiento o la relajación de los músculos, los filamentos gruesos formados de
actina y los delgados de miosina, deslizan unos so-bre otros, pero ambos movimientos necesitan de
energía para su realización, la cual es aportada por una molécula de ATP, que es el combustible celular
universal, es decir, que para que el organismo la
produzca y disponga de ella le es indispensable un adecuado suministro de oxígeno, que es precisa-
mente lo que le falta al crucificado por lo tanto los calambres aparecen debido a que los músculos son
esforzados al máximo, en razón del trabajo extremo y sin descanso se tienen que realizar para elevar el
cuerpo, además están los músculos obligados a sos-tener todo el peso del cuerpo, que es la función para
la cual fueron diseñados los huesos, no los múscu-
los, recordemos que los músculos están diseñados por Dios para mover el cuerpo, no para sostenerlo
colgando, en el caso del crucificado lo único que aportan los huesos es más peso.
Por estar los músculos obligados a funcionar con un
aporte deficitario de nutrientes y oxígeno, no pue-den relajase adecuadamente y quedan parcialmente
contraídos, eso es el calambre, con la circunstancia
agravante de que las fibras espásticas comprimen internamente a los vasos sanguíneos, que los están
irrigando aumentando aún más el déficit de oxigeno local para aliviar los calambres es necesario relajar
los músculos y disminuir así las necesidades de oxi-geno, se logra normalmente al suspender la activi-
dad muscular, y respirar profundamente, también ayudan los masajes de los músculos afectados al
disminuir su contracción y lograr la consecuente
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apertura de los vasos sanguíneos comprimidos, pero
Jesús está clavado y tiene que seguir clavado sin compasión, los esfuerzos del crucificado para elevar
el cuerpo y poder expirar y expulsar el aire conteni-do, son realizados bajo condiciones extremas por los
músculos de la cintura, manos, piernas, pies, hom-bros, brazos, antebrazos y dedos, todo esto hace
que aparezcan los terribles calambres de los múscu-
los que hemos mencionado, para aliviarlos basta con dejar caer el cuerpo, pero al tomar el cuerpo esta
posición aparecen entonces los calambres de los músculos del abdomen, tórax y hombros, que se es-
tiran y contraen en esta nueva postura, como su ali-vio se obtiene al relajarlos, le es necesario contraer
nuevamente los músculos que anteriormente hemos mencionado, para elevar el cuerpo nuevamente.
A medida que los músculos se debilitan y los calam-bres se agravan, el crucificado puede elevar cada
vez menos el cuerpo. Se reduce progresivamente el aire viciado que es capaz de expulsar, y el oxígeno
que entra también disminuye, lo que acrecienta su déficit y aumentan los calambres en intensidad y
duración, hasta que llega la situación extrema en la que las fibras de actina y miosina, en razón del poco
ATP disponible, ya no pueden relajarse y quedan fi-
jas. La consecuencia médica es la tetanía o rigidez muscular que compromete aún más la realización
del agotador y doloroso trabajo muscular. Se va quedando inmovilizado; queda petrificado en un
gesto de dolor espantoso, y así de calambre en ca-lambre, relajando unos músculos y contrayendo
otros, y todo esto bajo intensos dolores con cada movimiento por tener que usar músculos desgarra-
dos, tendones lesionados, articulaciones dislocadas
y los clavos como palancas, fue pasando Jesús las
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tres horas del suplicio de la cruz, además el grosor
del casquete de espinas impide que su cabeza repo-se sobre el madero y que cuelgue hacia adelante, y
cada vez que la mueve las espinas se mueven de-ntro de su cuero cabelludo, renovando el dolor de la
cabeza, leemos en el profeta Isaías 53, 1-3 “Quién dio crédito a nuestros ojos, surgió como un retoño,
como rehén de tierra árida, no tenía apariencia ni
presencia, no tenía aspecto que pudiéramos esti-mar, despreciable y deshecho de hombre, varón de
dolores y sabedor de dolencias como uno ante quien se oculta el rostro”.
Y Cristo en medio de todos estos dolores pide
perdón y misericordia para aquellos que le están crucificando, la fuerza del dolor que en aquellos ins-
tantes es intensísimo arranca de los labios y el pe-
cho de Jesús un grito, y en ese grito manifiesta lo que más en lo íntimo tenía, misericordia, compa-
sión, amor, no saben lo que hacen.
EL OPROBIO DE LA DESNUDEZ Jesús, además de todos los tormentos físicos que
pasó durante la crucifixión, con la sensibilidad que tenía, la propia el hombre-Dios, se vio sometido a la
vergüenza de la desnudez. Estaba allí desnudo de-
lante de sus familiares, amigos, enemigos, mujeres, hombres, niños, Su misma Madre purísima y santí-
sima. Leemos en Salmo 69, 8: “La vergüenza me cubrió el rostro” y en el Salmo 44, 16: “Tengo siem-
pre delante mi deshonra y la vergüenza me cubre la cara”. Y por si no fuera suficiente todo el dolor físi-
co, la asfixia, los calambres, la vergüenza de la des-nudez, la maldad de sus verdugos añade la mofa, la
burla, la risa burlona del que mira con desprecio a
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su víctima derrotada, como dice el Salmo 119,51:
“Los insolentes me insultan sin parar”.
Jesús no perdió durante toda su Pasión y específi-camente en la cruz la dignidad, la integridad, la em-
patía, la autoridad, la nobleza, la grandeza, la exce-lencia y majestad propias del Hombre-Dios. Su alma
humana poseída por la Divinidad de la segunda Per-
sona, seguía siendo ese espectáculo inenarrable, como dice Víctor Hugo: “hay un espectáculo más
grande que el mar: el cielo. Hay un espectáculo más grande que el cielo: el interior de un alma. ¡Qué es-
pectáculo será el alma de Jesús…!”
LA SED
Cuando al organismo se le priva de los líquidos ne-
cesarios para su funcionamiento, las mucosas de la
boca se secan e irritan, la garganta se vuelve áspera y reseca, los labios y la lengua se hinchan y agrie-
tan, y el cuerpo se contrae convulso en un ansia de-voradora en busca de un sorbo de agua, Jesús tiene
sed, se trata de la sed abrazadora de los crucifica-dos, la terrible sed que le atenaza la garganta y
puede ser mas intolerable que el mismo dolor físico, y le dieron a beber vinagre, se trataba probable-
mente de la fusca, que era una bebida popular de
las clases bajas romanas, elaborada con vinagre, agua y sustancias aromáticas.
LA MUERTE
La causa de la muerte de un crucificado es la asfixia, aunque en el caso de Jesús fue acelerada por dispo-
sición divina y por la abundante pérdida de sangre y demás líquidos, causadas por las severas torturas
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que recibió, para acelerar la muerte de los crucifica-
dos, la costumbre romana era quebrarles las piernas con un fuerte golpe de mazo, con el objeto de inte-
rrumpir el subir y bajar necesario para poder respi-rar, al no poder disponer del empuje de las piernas,
es incapaz con solo la fuerza de los brazos de elevar el cuerpo lo suficiente como para expulsar el aire re-
tenido, por lo que se acelera la asfixia y la muerte.
El médico patólogo Nicu Haas de la Universidad
Hebrea de Jerusalén al examinar el esqueleto del crucificado encontrado en la ciudad de “Giv'at ha-
Mivtar", comprobó que las tibias y los peronés de ambas piernas le fueron fracturadas con un fuerte
golpe, la arqueología y la medicina moderna corro-boran la costumbre expresada en los Evangelios.
LA LANZADA Al comprobar el exacto mortis, el centurión encar-
gado de la ejecución, que Jesús estaba ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que ejecutaron la
Talá o tiro de gracia, que consistía en la lanzada mortal por debajo de la axila, era su deber asegu-
rarse de la muerte del reo y certificarlo ante el pro-curador.
La lanza que utilizaban los soldados romanos de la época era la lancea, que formaba parte del arma-
mento rutinario de los legionarios. Los soldados eran entrenados en alancear por el lado derecho del
tórax, ya que el izquierdo, en el combate, estaba protegido por el escudo. La herida era mortal por-
que la lanza llegaba directamente al corazón y lo atravesaba en su lado derecho. Basta con que la
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lanza entre 8 centímetros para que alcance al co-
razón y lo perfore por la aurícula derecha.
En el hombre de la Sábana Santa, se aprecia una herida abierta por debajo de la axila derecha entre
las costillas quinta y sexta. Su forma es oval y mide 4,4 x 1,4 centímetros, la herida se produjo estando
el cuerpo vertical, como lo atestigua la dirección
descendente que adoptó la sangre que salió de ella. La herida quedó abierta por estar los bordes sepa-
rados y la perforación que se observa permite el pa-so de tres dedos. Ello indica que no se produjo la re-
tracción vital que hubiera ocurrido normalmente en el caso de que la herida la hubiera recibido un hom-
bre vivo.
SANGRE Y AGUA
Los cadáveres no sangran porque tienen las arterias vacías, pero queda sangre líquida en las venas
gruesas y cavidades derechas del corazón por unas doce horas, después de ocurrido el deceso, tal como
lo confirmó el Dr. Barbet, en el caso de que dicha sangre tenga la oportunidad de salir al exterior, se
desparrama por gravedad, ya que no puede ser ex-pulsada a presión por no existir latidos cardíacos.
En el caso hipotético de que Jesús hubiera estado vivo cuando el soldado penetró y retiró la lanza de
su costado, los movimientos respiratorios hubieran hecho que la sangre emanada de la herida del co-
razón, se derramara dentro de la cavidad torácica en forma de una hemorragia interna, de manera que
no hubiera salido al exterior, y hubiera muerto en pocos minutos, por estar Jesús muerto y con el
tórax inmovilizado la herida quedó como un solo
AUTOPSIA DEL CRUCIFICADO
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túnel, desde el corazón hasta la piel y permitió de
esa manera que la sangre saliera al exterior, el coá-gulo mide 15 centímetros en su dirección vertical, y
6 de ancho, es más oscuro que los coágulos anterio-res, debido a su baja concentración de oxígeno, que
indican que la sangre es post-mortem.
Las fotografías científicas de la imagen realizadas
con luz ultravioleta permiten observar una fluores-cencia blanco pálida, que se corresponde con la
albúmina humana, que es un componente normal del suero, una explicación médica razonable del
agua o suero que San Juan observó y resumió, esto debido a los contundentes golpes del flagelo, se
produjo una pericarditis o una pleuritis traumática, la consecuencia médica es el sangramiento en el in-
terior de dichas cavidades y por estar ellas normal-
mente cerradas esa sangre no pudo salir al exterior y se acumuló, posteriormente se separa la sangre
en sus 2 componentes, el líquido, suero, y el sólido, al ser abiertas estas cavidades, por la lanza salieron
al exterior el suero junto con los glóbulos rojos, y los demás componentes sólidos, Juan al ver un
líquido claro que salía de la herida lo designó con el nombre de agua. Leemos en el profeta Isaías 53, 4:
“¡Y con todo eran nuestras dolencias las que Él lle-
vaba y nuestros dolores los que soportaba!”
AUTOPSIA DEL CRUCIFICADO
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¡Oh Dios mío, oh Jesús mío!, como poder llegar a calibrar en toda su dimensión esa montaña de dolor físico y moral que padeciste, ¡imposible!, por mucho que los médicos nos des-criban, que los historiadores y testigos de vista nos relaten, por mucho que nosotros nos esforcemos en meditar, en ima-ginar, nunca podremos calibrar ni de lejos la realidad de tus dolores y de tus sufrimientos físicos, de tus humillaciones, de tu soledad, de tu abandono, simplemente espantoso, estreme-cedor.
Ante la vista de esa tu Pasión, con el alma desconsolada de espanto, pasmo y compasión, nos acercamos a tu Madre Santísima, cuyo rostro, reflejo de su alma, expresa, junto al máximo dolor, (el dolor de madre ¡y qué Madre!, ante su hijo crucificado ¡y qué Hijo…!) expresa esa interrogante, eco del que formulara el mismo Jesús en la Cruz: ¿Dios mío, Dios mío, PORQUÉ me has abandonado?…¿POR QUÉ tanto dolor, tanto sufrimiento? Pregunta de María que nos recuer-da las palabras de Jesús, camino del Calvario: “Hijas de Jeru-salén, no lloréis por mí; llorad por vosotras y por vuestros hijos. Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿Qué no se hará?” (Lucas 23, 31). ¿Qué será el pecado que hace de nosotros leños secos merecedores de “algo mucho peor” que la Pasión de Jesús?
Y a pesar de la Pasión, de “esa Pasión” sufrida por el mismo Hijo de Dios, los hombres siguen pecando, seguimos pecan-do, seguimos dudando acerca de nuestra entrega a Dios, se-guimos haciendo planes miserables, por lo visto, Señor, todo tu dolor, todas tus humillaciones, tu sufrimiento espantoso hasta lo inimaginable, aún no basta… ¡DIOS MIO!,¡MISERICORIDA, SEÑOR, MISERICORDIA…!
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